Imelda Lambertini
Imelda Lambertini
Imelda Lambertini
Apenas tenía nueve años cuando ya la voz de Dios se había dejado oír
claramente en su alma, y la había invitado al recogimiento del claustro. Es cierto
que era todavía muy jovencita para ser religiosa, pero su falta de edad era
compensada por sus bellas cualidades y por su juicio de persona mayor. En
aquella época, varios niños y niñas habían entrado en algunos conventos.
Así fue como Imelda pudo satisfacer pronto sus ansias de unirse con Jesucristo.
Sin hacer caso de las advertencias de los parientes, ni de ninguna consideración
humana, entró bien decidida y con el corazón lleno de alegría, en el monasterio
dominico de Val di Pietra.
No había hecho aún la Primera Comunión, pues los niños, en aquel tiempo, no
eran tan dichosos como ahora, cuando, por voluntad de la Santa Iglesia, pueden
comulgar tan pronto. Por esta causa suspiraba siempre por el día más feliz de
su vida, y era tan grande el concepto que tenía de la Eucaristía, que no sabía
entender cómo era posible no morir de amor al recibir el Pan de los Ángeles.
Reiteradamente había suplicado al sacerdote que la dejase comulgar, pero no
obtuvo esta gracia; su edad lo impedía; era demasiado pequeña.
Entonces Imelda cerró los ojos a toda cosa exterior, juntó las manos, inclinó la
cabeza... y pareció quedar dormida. Pero pronto su color rosado se transformó
en un color ligeramente blanquecino, y pasaron varias horas sin que se
desvaneciera el encanto. Entonces las monjas presintieron lo que sucedía; se
acercaron a ella, la llamaron, pero no respondió; estaba muerta, muerta de amor
a Jesús, tal como se había imaginado...
Un gran gentío acudió a Val-di-Pietra para ver el cuerpo de la joven novicia. Y
nadie dudó en venerarla enseguida como bienaventurada.