El Oficio de Magisterio Doctrinal

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Concilios y Sínodos

Cumplimiento de la función magisterial de enseñar en la Iglesia

La Iglesia ejerce su tarea docente o magisterial (enseñanza) por voluntad de Jesús, que según la
Sagrada Escritura y la teología cristiana es profeta, rey y sacerdote.
“Cristo ejerció su oficio profético al enseñar y predecir el futuro, como hizo en el sermón de la
montaña, en sus parábolas, y en su profecía sobre la destrucción de Jerusalén. Realizó su obra de
sacerdote al morir en la Cruz, como un sacrificio, y cuando consagró el pan y el cáliz para que
fueran un banquete espiritual relacionado con ese sacrificio, y cuando ahora intercede por
nosotros a la diestra del Padre. Se manifestó finalmente como rey al resucitar de entre los muertos,
al ascender al cielo, enviar su Espíritu de gracia, convertir las naciones y formar su Iglesia para
acogerlas y gobernarla”1

Todos los cristianos desde su bautismo, comparten este triple oficio. Se cumplen en ellos las
palabras del profeta Joel, que dicen: “Sucederá en los últimos días que derramaré mi Espíritu
sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hija”(Jl. 3,1-ss ; Cfr. Hch. 2, 17.). Además, leemos
en el libro de Apocalipsis que Jesucristo «ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su
Dios y Padre» (Ap. 1, 6.).
Estos tres oficios se ejercen de modo particular e inmediato por la Iglesia jerárquica, cuando
desempeña su función docente (magisterio), una función pastoral (gobierno espiritual de los
fieles) y una función sacerdotal (culto).
Es precisamente por tanto en el magisterio doctrinal donde el ejercicio de la función docente, que
la Iglesia tiene encomendada, se hace presente. Por tanto, la actividad de enseñanza y custodia
del depósito de la fe y su desarrollo a lo largo de la historia es encomendada a la Jerarquía Eclesial.
La enseñanza y protección de la fe recibida es en la Sagrada Escritura es una actividad esencial
de la Iglesia.
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandad” (Mt 28, 18-20).
La misión que Jesús confía a sus apóstoles es clara, Él los envía a predicar a todas las naciones,
es decir les confiere la función de enseñar. La verdad cristiana, su conocimiento y su enseñanza,
es el principio orientador de toda esta la actividad magisterial, como lo es también de la teología
que actúa en comunión con el magisterio.
Es en el libro de los hechos de los Apóstoles donde encontramos el cumplimiento del mandato
hecho por Jesús, presente en los obispos y presbíteros que son quienes guían a las primeras
comunidades cristianas, fundadas en su mayoría por los discípulos del Señor. Una referencia
clara de esta función en el libro está en Hch. 2, 42, la cual nos habla de “la enseñanza de los
apóstoles” como uno de los elementos esenciales en la vida de los cristianos. El Concilio de
Jerusalén suministra un testimonio de que, en la Iglesia de los orígenes, los Apóstoles ejercían
una autoridad propia para plantearse y resolver cuestiones de doctrina y disciplina. Por tanto, la
apostolicidad como nota característica de la Iglesia, hace precisamente referencia a la enseñanza
y trasmisión correctas de la doctrina confesada y predicada por la Iglesia desde sus comienzos.
“Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se
consignan por inspiración del Espíritu Santo”2; y es el mismo Espíritu Santo que asiste a los

1
J. H. Newman, Los tres oficios de Cristo, Sermones sobre temas del día, London 1879, 53.
2
Constitución Dogmática Dei Verbum, n° 11
titulares del magisterio doctrinal, mantiene a la Iglesia en la fe verdadera, y la protege de cualquier
desviación. Este carisma de enseñar con autoridad y sin error es un don de toda la Iglesia, pero se
halla particularmente presente en los Apóstoles y sus sucesores, es decir, en el Colegio Apostólico
presidido por Pedro, y luego en el Colegio episcopal, cuya cabeza es el Romano Pontífice. Dice
la Constitución Lumen Gentium: “El cuerpo episcopal sucede al colegio de los Apóstoles en el
magisterio y en el régimen pastoral” (cfr. n. 22); “Los obispos en cuanto sucesores de los
apóstoles reciben del Señor la misión de enseñar a todas las gentes y predicar el Evangelio a
toda criatura” (cfr. n. 24).

Desarrollo de los concilios en los tres primeros siglos.


El concilio es una institución que ocupa un lugar eminente dentro de la Iglesia. Su origen va desde
la edad apostólica (Concilio de Jerusalén, que libra a los gentiles de la ley mosaica y garantiza la
universalidad de la Iglesia de Cristo).
Se lo conoce como concilio a una reunión o asamblea de autoridades religiosas (obispo y otros
eclesiásticos) generalmente efectuada por la Iglesia Católica u Ortodoxa, para deliberar o decidir
sobre las materias doctrinales y de disciplina.
Los más importantes son llamados concilios ecuménicos, (Celebrada con carácter general a la que
son convocados todos los obispos, para reconocer la verdad en materia de doctrina o de práctica
u proclamarla. Ecuménico proviene del latín oecumenicum, traducido a su vez del griego
οἰκουμένoν, que significa (mundo) habitado.
Los concilios de la Iglesia Romana, deben ser convocados por el Papa y presididos por él o por
un delegado suyo, y en él ámbito de estar representados la mayoría de los obispos de las provincias
eclesiásticas. Para la validez de sus acuerdos es precisa, como condición sine qua non, la sanción
del Sumo Pontífice Romano.
La razón de su existencia y continuidad fue la convivencia de que los representantes de la jerarquía
se reunían para resolver que se desarrollaba a lo largo de la historia tanto en materia de fe como
de disciplina, válidas para las Iglesias particulares que se encontraba presentes en los concilios.
La celebración de los concilios se acredita a la época del imperio romano-pagano. Eusebio de
Cesarea da testimonio de los concilios que se reunieron en Asia Menor en el S. II. Y varios más
en la primera mitad del S.III, además en el 251 se celebró en Roma un concilio al cual asistieron
60 obispo con el fin de adoptar una postura común ante Novaciano (antipapa) frente a Cornelio
(verdadero papa electo).
Cipriano informa sobre las asambleas sinodales en las primeras décadas del S. III, y el miso
celebró varios concilios. Todos estos concilios se celebraron durante el tiempo en que la Iglesia
gozo de largas temporadas de bonanza, bajo, el gobierno de emperadores tolerantes e incluso
filocristianos.

Diferentes tipos de concilios.


El clima de libertad de la Iglesia permitió: una la reunión de amplísimas asambleas conciliares,
tanto por su número como por su procedencia. Los grandes concilios recibieron la denominación
de ecuménicos (universales, 8 durante el primer milenio). La más reducida forma de las asambleas
fueron los concilios provinciales.
También permitió la aparición de una geografía eclesiástica. El Imperio romano contaba con 120
provincias a las que habría que corresponder otras tantas eclesiásticas. Los concilios provinciales
habrían de reunirse con frecuencia, a un ritmo de dos por año, según el canon 5 del concilio de
Nicea (325).
Otras formas con los que se presentan los concilios fueron: generales, plenarios, particulares,
también concilios nacionales o reales. En el S. IV. Se celebraron el Occidente concilios que
rebasaron ampliamente la dimensión de provincial, como el de Ilíberis, Elvira (306?) al que
asistieron representantes de todas las iglesias romanas hispanas. El concilio de Sárdica (343-344)
sin ser ecuménico tiene especial mención por haber acudido obispos de todo el imperio: orientales,
occidentales y africanos.

Las grandes series conciliares3


Tienen especial mención los concilios que se reiteran con parecidas características. Entre ellos:
los romanos y los patriarcales de Constantinopla.
Los concilios romanos: se celebraban alrededor de la Pascua, al cual asistían no solo obispos de
Italia suburbicaria dependientes de la Santa Apostólica, sino también los obispos presentes por
accidente en la cuidad (con residencia en la Urbe, refugiados o exiliados por su sede).
Los concilios se mostraron activos desde el S. V. y mitad del S. VI. en los que se trataban y
discutían cuestiones jurídicas y disputas sobre las elecciones de los obispos. Función semejante
tuvieron en Oriente desde el S. IV.
Los sínodos patriarcales de Constantinopla fueron tipificándose como asambleas metropolitanas,
convocadas y presididas por el patriarca.
Las principales series conciliares se formaron en el seno de la iglesia latina occidental
correspondiente a las de África, Hispania y las Galias.
En África: los concilios plenarios y provinciales se reunieron con frecuencia y sin solución de
continuidad, desde mediados del S. IV. Hasta la invasión vandálica, en la tercera década del S. V.
La iglesia africana en la época que podría llamarse de San Agustín, dio pruebas de extraordinaria
vitalidad. Se alternaron concilios plenarios y provinciales, que habitualmente se reunían en
Cartago, con la presencia del Obispo de la Ciudad.
En Hispania: en los concilios Toledanos brillaron los grades de la patrística visigoda. Estos
aprobaron una extensa legislación eclesial y civil recogida en la colección canónica Hispana, y en
el LIBER IUDICIORUM. Los sínodos: IV. VI. XI. y XVI., compusieron símbolos de fe
importantes para la historia de la teología. Todos los concilios de Toledo fueron convocados por
el Rey. Su composición habitual era de: obispos, abades y magnates laicos. La LEX IN
CONFIRMATIONE CONCILII que el monarca acostumbraba promulgar tras la clausura de cada
sínodo confería valides civil a sus cánones.
En las Galias: se desarrollaron durante la época merovingia S. VI. y VII., su temática fue de índole
disciplinar o bien cuestiones circunstanciales. En la época Carolingia, reinado de Carlomagno, se
trataron temas de gran importancia doctrinal, como lo fue la herejía “Adopcionista”, la cuestión
de las imágenes, sobre la que se compusieron los famosos “Libros Carolingios”.

3
ORLANDIS José, Historia de las instituciones de la Iglesia Católica, EUNSA, España, 2003, págs. 77-78.
Concilios Ecuménicos
Es la principal expresión de la institución conciliar y asumen la legítima representación del orbe
cristiano. Se realizaron durante el primer milenio, 8 concilios ecuménicos, que se celebraron en
Oriente y la temática tuvo un marcado acento oriental.
De los dos primeros se forma el Dogma Trinitario: Nicea 325, definió la consustancialidad del
Padre con el Hijo, condenando la doctrinad e Arrio; Constantinopla 381 definió la Divinidad del
Espíritu Santo.
Los cuatro siguientes se ocuparon de cuestiones cristológicas: Éfeso 431, proclamo la Maternidad
Divina de María y condeno la doctrina de Nestorio; Calcedonia 451, definió la doctrinad de las
dos naturalezas en la única persona de Cristo, frente al monofisismo; el II de Constantinopla 553,
además de diseñar una constitución pentarquía de la Iglesia compatible con la primacía romana,
condenó como nestorianas las doctrinas contenidas en los llamados “Tres Capítulos”; el
Constantinopolitano III 680-681 formuló la doctrina de las dos voluntades de Cristo y condenó el
monotelismo.
Los 2 últimos respondieron a circunstancias doctrinales concretas: Nicea II 787 formuló la
doctrina sobre el culto a las imágenes; IV de Constantinopla 869-870, que las iglesias ortodoxas
no reconocen como ecuménico, puso fin al cisma producido durante el primer patriarcado de
Focio.
Los concilios Orientales eran convocados por el basileus (Rey), que reclamaba esta prerrogativa
dada su condición de emperador cristiano responsable del bien de la Iglesia. Había de tenerse en
cuenta que solamente el emperador podría facilitar los viajes y alojamientos para tantos padres
conciliares precedentes de todos los territorios del imperio, mas este derecho de convocatoria
trataba de armonizarse con respeto a la suprema potestad pontificia.
En siete de los ocho concilios estuvieron presentes los delegados papales. El papa confirmaba las
actas y podía negarse a sancionar algunas de las decisiones (eje: can. 28 del concilio de
Calcedonia).
El reconocimiento a la ecumenicidad de un gran concilio se fundó en la recepción por la Iglesia
universal y la aprobación pontificia; así, con referencia a los cuatro concilios más antiguos, el
papa Gregorio Magno declaró que los recibiría y veneraba “como a los cuatro libros del
Evangelio”.

Los concilios Provinciales


Ocupan el último lugar de la jerarquía tanto por dimensión como por jurisdicción. Los obispos
debían reunirse bajo la presencia del metropolitano. El I de Nicea Dispuso una reunión semestral
de estos concilios.
La disciplina eclesiástica revela el quebrantamiento a lo largo de los siglos de esta norma de tan
dificultoso cumplimiento. Gregorio Magno trato de conseguir que estos se reunieran una vez al
año, pero tampoco se logró. Esto se mantuvo hasta la Edad Media, el Concilio IV de Letrán 1251
ordenó la celebración anual de los concilios provinciales, su situación mejoro sin lograr la
anualidad prescrita. La misión primordial de los concilios provinciales era el control de la
disciplina eclesiástica, pero también tuvieron una importante función juridicial como tribunales.
En la reforma Gregoriana
La historia del S. XI está marcada por algunos grandes acontecimientos: cisma de oriente (1054)
que trajo consigo la separación de la Iglesia griega de la unidad de la Iglesia occidental y el
Pontificado Romano; el comienzo de la Cruzadas, en tiempos del Papa Urbano II (1088-1099) y
la reforma Gregoriana, que toma el nombre de su principal protagonista Gregorio VII (1073-
1085), abrió puertas a la llamada “reforma de la cristiandad” en la Iglesia Occidental.
La reforma renovó el prestigio del Pontificado y promovió resueltamente la centralización
romana: la disciplina eclesiástica y la unificación litúrgica constituyen dos de sus aspectos
fundamentales.
Su éxito se debió a su efectiva aplicación conseguida por la acción de los legados papales enviados
desde Roma.

Concilios ecuménicos medievales


En contraste con el primer milenio los concilios ecuménicos se reunieron en Occidente con una
reducida representación oriental. La convocatoria correspondió siempre al Papa y los temas que
trataron fueron cuestiones de la disciplina eclesiástica. Los concilios correspondientes a esta serie
de “sínodos papales” son: Lateranense I (1123) que sancionó las normas de la investidura
eclesiástica pactadas con el “concordato de Worms”; Lateranense II (1139) y Lateranense III, que
condenó la herejía muy extendida por Francia y regulo la elección pontificia; el IV de Letrán
reunido por Inocencio III tiene especial importancia por la numerosísima asistencia y por haber
aprobado constituciones de notable interés teológico como la transubstanciación eucarística.
Los dos concilios ecuménicos se reunieron el Lyon dentro de una esfera de influencia de Rey de
Francia. Lyon (1245) influyo por el enfrentamiento del papa Inocencio IV contra el emperador
Federico II y los Hohenstaufen; Lyon II estuvo animado por la intención de intentar la unión de
los griegos y la terminación del cisma de oriente (1274). EL Concilio de Vienne (1311-1312) es
el último de la cristiandad medieval.
Los tres últimos concilios celebrados dentro de la baja edad media: Constanza, Basilea, Florencia,
quedan fuera por su composición como por su temática. Sobre los primeros proyecta su sombra
el cisma de oriente y el debate teológico derivado del Conciliarismo con la pretensión de elevar
el concilio ecuménico al rango de supremo poder en la estructura jerárquica de la Iglesia.
Por su composición el de Constanza (1414-1418) fue una asamblea cristiana sui generis, que no
responde a los rasgos habituales de la institución conciliar, pese q que cumplió con la misión de
ponerle fin al cisma. El de Basilea termino por perder su legitimidad y convertido en conciliábulo
(1431-1449). El tercer concilio del S. XV. de Ferrara-Florencia fue genuino concilio Unionista
en el que estuvo presente una amplísima representación oriental con el emperador Juan VIII y el
patriarca de Constantinopla a la cabeza. El concilio resolvió las diferencias existentes, y el 6 de
julio de 1439 la unión de las iglesias fue promulgada por la bula Lautentur Caeli. Pero la unión
así considerada nunca se dio por el rechazo popular griego y la caída de Constantinopla en el
poder de los turcos (1453).
Los Concilios de la edad Moderna y Contemporánea
El Concilio de Trento
Después de las graves crisis sufridas durante las últimas centurias, el anhelo de una auténtica
reforma, a comienzos del S. XVI, se dejaba sentir por toda la Iglesia. A estos deseos respondió la
convocatoria por Julio II del Concilio V le Letrán, pero la incógnita era si el nuevo concilio sería
capaz de afrontar con la seriedad requerida la tarea de la reformadora.
La respuesta fue decepcionante: el concilio (1512-1517) aunque preparo algunos decretos útiles
de reforma, fue incapaz de llevar a cabo la gran empresa que exigían las circunstancias históricas,
haría falta aún que transcurrieran varias décadas y la Europa cristiana sufriera la escisión
protestante para que por fin se reuniera el verdadero concilio de la reforma católica: el concilio
de Trento.
Trento tuvo una larga preparación que explica la tardanza en reunirse, tardanza que influyo en la
misma naturaleza de la asamblea. Influía el interés del emperador Carlos V, deseoso de rehacer
en todo Occidente la unidad cristiana, rota por la revuelta protestante. El Pontificado temía por su
parte que la reunión de una asamblea ecuménica, celebrada en las turbulentas circunstancias de
la escisión luterana, provocase un realce de las doctrinas “conciliaristas” de la Baja Edad Media.
El Emperador pedía que se ponga en el orden del día el tema de la reforma de la Iglesia, para que
pudiera darse satisfacción a unas de las demandas protestantes; el Papado quería, en cambio, para
asegurar la unidad de la fe, que se tratasen en primer lugar los problemas doctrinales. Se acordó,
por fin, que se vaya alternando los decretos de fide y los de reformatione. Logro también un
acuerdo sobre la ciudad que sería sede de la asamblea, el papa Paulo III convoco el concilio (25-
V-1542) y la inauguración fue el (13-XII-1545).
Su trayectoria fue accidentada: tuvo su primera sede en Trento, la segunda en Bolonia, y en Trento
Tuvieron lugar el tercer y cuarto período de sesiones, y sufrió también una larga suspensión (de
1552-1562) que abarco todo el pontificado de Paulo IV. El concilio pudo concluirse en tiempo de
Pio IV, y este Papa el 28 de enero de 1564, confirmó, dándoles fuerza de ley, todos los derechos
conciliares.
Trento fue un “concilio papal” aunque no fueran presididas personalmente por el pontífice sino
por sus Legados. No fue un concilio “unionista” pues no pudo rehacer la unidad cristiana en
Europa. Fue un concilio reformador, que influyo en la implantación de la reforma católica.
La imposición del deber de residencia de los obispos, la implantación de los seminarios tridentinos
para la formación del clero, la regulación del matrimonio, fueron algunos de sus principales
logros.
El éxito de Trento estuvo en la efectiva implantación de las normas de sus reformas, que hizo
durante tres siglos no volviera a reunirse ningún otro concilio ecuménico. Un catecismo para
párrocos, un nuevo Misal y un nuevo Breviario, la nueva edición de la Biblia Vulgata, están entre
los principales documentos publicados, siguiendo la estela dejada por los concilios.
El concilio Vaticano I
Responde al clima intelectual del S. XIX, con la proliferación de los errores modernos, inspirados
en la Ilustración anticristiana. La bula de convocatoria fue publicada el 29-V-1868 y Pio IX
inauguró el sínodo el 8-XII-1869, en presencia de unos 700 obispos.
En la primera congregación general se inició el debate del esquema “Sobre la fe católica”, que
concluyo en la constitución Dei Filius, que contiene una luminosa exposición de las relaciones
entre la fe y la razón, frente a los errores derivados del Racionalismo. (24-IV-1870)
Pero la cuestión que acaparaba la intención era la de la Infalibilidad, ante la cual se habían
perfilado tres posturas: los Anti-infabilistas (muy pocos), los Inoportunitas (una minoría), los
Infabilistas (que era la mayoría).
Tras un largo debate de la infalibilidad fue defendida por la Pastor Aeternum (18-VII-1870), que
fijo exactamente el alcance y los límites de la infalibilidad.
El concilio Vaticano I concluyó súbitamente, porque la toma de Roma por los piamonteses (20-
IX-1870) obligó a suspender sine die sus sesiones.
El concilio vaticano II
El 25 de enero de 1959 antes que se cumpliera tres meses de su elección papal, Juan XXIII anunció
la convocatoria de un concilio ecuménico, la celebración del sínodo romano y la puesta al día del
Código de Derecho Canónico.
En Ad Petri Cathedram (29-VI-1959) el papa anunciaba los objetivos del concilio: promover la
fe católica, renovar las costumbres del pueblo cristiano y actualizar la disciplina eclesiástica.
Un paso previo fue la consulta hecha por la Santa Sede al Episcopado, a los Dicasterios de la
Curia Romana y a las Facultades de Teología y Derecho Canónico de las Universidades Católicas.
La convocatoria del concilio se produjo por la constitución apostólica Humanae Salutis (25-XII-
1961) y Juan XXIII inauguró la asamblea el 11 de octubre de 1962, con la asistencia de 2540
padres, para un primer periodo de sesiones (concluyo 8-XII-1962)
Tras la muerte de Juan XXIII (3-VI-63), Pablo VI al día siguiente de su elección (21-VI-63)
expreso su propósito de reanudar el concilio, como tarea primordial de su pontificado, y así fue
pues siguieron 3 periodos a lo largo de los años 1963-1964 y 1965, hasta la clausura del sínodo
ecuménico (8-XII-1965).
La presencia en el concilio de un buen número de observadores de otra iglesias y confesiones
cristianas fue un hecho expresivo del nuevo clima ecuménico y fraterno, que se concretó en el
derecho Unitatis redintegratio.
El gran propósito doctrinal del Vaticano II fue la formulación de los principios fundamentales de
la teología del Episcopado, un tema pendiente desde el Vaticano I. a esta cuestión estuvo dedicada
la constitución Lumen Gentium, documento central del concilio. El principio de la vocación
universal a la santidad fue también enunciado por la Lumen Gentium (L.G., 2, 11)
Pablo Vi vísperas del comienzo del último periodo de sesiones (16-XI-1965), creó la institución
del Sínodo de los obispos. Con la misma inspiración colegial, el concilio animo a los obispos a
constituir conferencias episcopales en los respectivos países. La reforma litúrgica, fue regulada
por la constitución Sacrosanctum Concilium. La aplicación fue muy audaz e implicó la progresiva
desaparición del latín en la liturgia occidental y la imposición de las lenguas vernáculas.
Han de considerarse como frutos del concilio una serie de obras elaboradas y publicadas durante
las décadas siguientes a su clausura: el nuevo Misal romano (1969), la liturgia de las Horas (1971),
el nuevo Código de Derecho Canónico (1983), el Código de Cánones para las Iglesias orientales
(1990) y el Catecismo de la Iglesia Católica (1992).
EL Sínodo de los Obispos
Clases de asambleas y su composición
La creación de los Sínodos de Obispos fue prueba de la voluntad de dar vida a una institución que
canalizase e hiciera efectivo el ejercicio de la colegialidad, a nivel de la Iglesia Universal. Pablo
VI convocó el primer sínodo en septiembre de 1967, trascurrido ya tres años de la terminación
del concilio. A partir de entonces los sínodos se han venido reuniéndose con notable regularidad,
y la institución ha sido recogida en el nuevo Código de Derecho Canónico (can. 342—48).
El sínodo es una asamblea de obispos proveniente de distintas regiones del mundo, que se reúne
convocada por el Romano Pontífice y constituye un modo de colaboración del episcopado católico
con el Papa en el gobierno de la Iglesia y de fomento entre ellos del afecto colegial. Al papa le
corresponde, además: establecer el orden del día, presidir el sínodo y clausurarlo, la función del
episcopado es eminentemente consultiva.
Existen 3 tipos de asambleas sinodales: la asamblea general ordinaria, en la que ha de tratarse
cuestiones que afectan el bien de la Iglesia Universal; la extraordinaria, que es convocada cuando
hayan de tratarse asuntos que afecta igualmente al bien de toda la Iglesia, pero que, debido a las
circunstancias, exigen una rápida solución. El sínodo se reúne además en asamblea especial, para
ocuparse de problemas que conciernan particularmente a una o varias regiones determinadas;
estos sínodos están integrados principalmente por padres seleccionados de las regiones. Al papa
corresponde, si parece oportuno, recoger los resultados de los sínodos en la correspondiente
exhortación postsinodal.
La tradición sinodal
Pese al poco tiempo transcurrido desde la creación del Sínodo de los obispos, la institución parece
sólidamente consolidada. La periodicidad de los sínodos ordinarios se ha movido entre los tres y
cuatro años, y han sido seguidos siempre de una exhortación postsinodal. Un sínodo
extraordinario se reunió en 1985 para hacer un balance en el vigésimo aniversario de la clausura
del concilio vaticano II. La mayoría de los sínodos, ha estado centrado en el examen del estado
de la Iglesia en un determinado continente. En la década que precedió el gran Jubileo del año
2000, se reunieron sínodos especiales para: África, Asia, América y Europa.
BIBLIOGRAFIA

ORLANDIS José, Historia de las instituciones de la Iglesia Católica, EUNSA, España, 2003.
NEWMAN J. H., The Three Offices of Christ, Sermons on Subjects of the day [Los tres oficios
de Cristo, Sermones sobre temas del día], London. (Obra original publicada en 1879).
CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 1964.
DELGADO S. José, Historia concordada de los concilios ecuménicos, Ed. MATEU, 1962.
ALBERIGO Giuseppe, Historia de los concilios Ecuménicos. SALAMANCA, 1993.

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