El Oficio de Magisterio Doctrinal
El Oficio de Magisterio Doctrinal
El Oficio de Magisterio Doctrinal
La Iglesia ejerce su tarea docente o magisterial (enseñanza) por voluntad de Jesús, que según la
Sagrada Escritura y la teología cristiana es profeta, rey y sacerdote.
“Cristo ejerció su oficio profético al enseñar y predecir el futuro, como hizo en el sermón de la
montaña, en sus parábolas, y en su profecía sobre la destrucción de Jerusalén. Realizó su obra de
sacerdote al morir en la Cruz, como un sacrificio, y cuando consagró el pan y el cáliz para que
fueran un banquete espiritual relacionado con ese sacrificio, y cuando ahora intercede por
nosotros a la diestra del Padre. Se manifestó finalmente como rey al resucitar de entre los muertos,
al ascender al cielo, enviar su Espíritu de gracia, convertir las naciones y formar su Iglesia para
acogerlas y gobernarla”1
Todos los cristianos desde su bautismo, comparten este triple oficio. Se cumplen en ellos las
palabras del profeta Joel, que dicen: “Sucederá en los últimos días que derramaré mi Espíritu
sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hija”(Jl. 3,1-ss ; Cfr. Hch. 2, 17.). Además, leemos
en el libro de Apocalipsis que Jesucristo «ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su
Dios y Padre» (Ap. 1, 6.).
Estos tres oficios se ejercen de modo particular e inmediato por la Iglesia jerárquica, cuando
desempeña su función docente (magisterio), una función pastoral (gobierno espiritual de los
fieles) y una función sacerdotal (culto).
Es precisamente por tanto en el magisterio doctrinal donde el ejercicio de la función docente, que
la Iglesia tiene encomendada, se hace presente. Por tanto, la actividad de enseñanza y custodia
del depósito de la fe y su desarrollo a lo largo de la historia es encomendada a la Jerarquía Eclesial.
La enseñanza y protección de la fe recibida es en la Sagrada Escritura es una actividad esencial
de la Iglesia.
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandad” (Mt 28, 18-20).
La misión que Jesús confía a sus apóstoles es clara, Él los envía a predicar a todas las naciones,
es decir les confiere la función de enseñar. La verdad cristiana, su conocimiento y su enseñanza,
es el principio orientador de toda esta la actividad magisterial, como lo es también de la teología
que actúa en comunión con el magisterio.
Es en el libro de los hechos de los Apóstoles donde encontramos el cumplimiento del mandato
hecho por Jesús, presente en los obispos y presbíteros que son quienes guían a las primeras
comunidades cristianas, fundadas en su mayoría por los discípulos del Señor. Una referencia
clara de esta función en el libro está en Hch. 2, 42, la cual nos habla de “la enseñanza de los
apóstoles” como uno de los elementos esenciales en la vida de los cristianos. El Concilio de
Jerusalén suministra un testimonio de que, en la Iglesia de los orígenes, los Apóstoles ejercían
una autoridad propia para plantearse y resolver cuestiones de doctrina y disciplina. Por tanto, la
apostolicidad como nota característica de la Iglesia, hace precisamente referencia a la enseñanza
y trasmisión correctas de la doctrina confesada y predicada por la Iglesia desde sus comienzos.
“Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se
consignan por inspiración del Espíritu Santo”2; y es el mismo Espíritu Santo que asiste a los
1
J. H. Newman, Los tres oficios de Cristo, Sermones sobre temas del día, London 1879, 53.
2
Constitución Dogmática Dei Verbum, n° 11
titulares del magisterio doctrinal, mantiene a la Iglesia en la fe verdadera, y la protege de cualquier
desviación. Este carisma de enseñar con autoridad y sin error es un don de toda la Iglesia, pero se
halla particularmente presente en los Apóstoles y sus sucesores, es decir, en el Colegio Apostólico
presidido por Pedro, y luego en el Colegio episcopal, cuya cabeza es el Romano Pontífice. Dice
la Constitución Lumen Gentium: “El cuerpo episcopal sucede al colegio de los Apóstoles en el
magisterio y en el régimen pastoral” (cfr. n. 22); “Los obispos en cuanto sucesores de los
apóstoles reciben del Señor la misión de enseñar a todas las gentes y predicar el Evangelio a
toda criatura” (cfr. n. 24).
3
ORLANDIS José, Historia de las instituciones de la Iglesia Católica, EUNSA, España, 2003, págs. 77-78.
Concilios Ecuménicos
Es la principal expresión de la institución conciliar y asumen la legítima representación del orbe
cristiano. Se realizaron durante el primer milenio, 8 concilios ecuménicos, que se celebraron en
Oriente y la temática tuvo un marcado acento oriental.
De los dos primeros se forma el Dogma Trinitario: Nicea 325, definió la consustancialidad del
Padre con el Hijo, condenando la doctrinad e Arrio; Constantinopla 381 definió la Divinidad del
Espíritu Santo.
Los cuatro siguientes se ocuparon de cuestiones cristológicas: Éfeso 431, proclamo la Maternidad
Divina de María y condeno la doctrina de Nestorio; Calcedonia 451, definió la doctrinad de las
dos naturalezas en la única persona de Cristo, frente al monofisismo; el II de Constantinopla 553,
además de diseñar una constitución pentarquía de la Iglesia compatible con la primacía romana,
condenó como nestorianas las doctrinas contenidas en los llamados “Tres Capítulos”; el
Constantinopolitano III 680-681 formuló la doctrina de las dos voluntades de Cristo y condenó el
monotelismo.
Los 2 últimos respondieron a circunstancias doctrinales concretas: Nicea II 787 formuló la
doctrina sobre el culto a las imágenes; IV de Constantinopla 869-870, que las iglesias ortodoxas
no reconocen como ecuménico, puso fin al cisma producido durante el primer patriarcado de
Focio.
Los concilios Orientales eran convocados por el basileus (Rey), que reclamaba esta prerrogativa
dada su condición de emperador cristiano responsable del bien de la Iglesia. Había de tenerse en
cuenta que solamente el emperador podría facilitar los viajes y alojamientos para tantos padres
conciliares precedentes de todos los territorios del imperio, mas este derecho de convocatoria
trataba de armonizarse con respeto a la suprema potestad pontificia.
En siete de los ocho concilios estuvieron presentes los delegados papales. El papa confirmaba las
actas y podía negarse a sancionar algunas de las decisiones (eje: can. 28 del concilio de
Calcedonia).
El reconocimiento a la ecumenicidad de un gran concilio se fundó en la recepción por la Iglesia
universal y la aprobación pontificia; así, con referencia a los cuatro concilios más antiguos, el
papa Gregorio Magno declaró que los recibiría y veneraba “como a los cuatro libros del
Evangelio”.
ORLANDIS José, Historia de las instituciones de la Iglesia Católica, EUNSA, España, 2003.
NEWMAN J. H., The Three Offices of Christ, Sermons on Subjects of the day [Los tres oficios
de Cristo, Sermones sobre temas del día], London. (Obra original publicada en 1879).
CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 1964.
DELGADO S. José, Historia concordada de los concilios ecuménicos, Ed. MATEU, 1962.
ALBERIGO Giuseppe, Historia de los concilios Ecuménicos. SALAMANCA, 1993.