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OLBETH HANSBERG
Instituto de Investigaciones Filosóficas
UNAM (México) Las emociones y la explicación
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la acción
tienen las emociones con estados mentales intencionales y con las acciones
de las personas.
Un modelo común para explicar acciones y otros estados mentales es el
de las explicaciones por razones. Así, cuando un agente actúa intencionalmente
lo hace por una razón. Comprendemos las acciones intencionales cuando enten-
demos el propósito que tenía el agente al actuar, esto es, cuando entendemos
sus razones. Las razones son combinaciones de creencias y actitudes favorables 1
hacia cierto tipo de acción. Pero explicar una acción, bajo cierta descripción,
no implica siempre mencionar el deseo y la creencia que fueron la causa inme-
diata de la acción, sino que muchas veces explicamos lo que alguien hizo men-
cionando, entre otras cosas, emociones, rasgos de carácter, intereses, gustos,
hábitos, virtudes, vicios, metas y planes más generales. La estructura de cada
una de estas explicaciones será distinta y de una complejidad variable, pero
todas funcionan, de manera más o menos clara, como explicaciones por razones.
Por otro lado, muchos de los estados mentales, entre ellos las emociones,
se explican a menudo mencionando la razón o las razones de que alguien
esté en ese estado. Dentro de esta línea general intentaré examinar algunas
de las características de las emociones que les permiten ocupar un lugar en
el «espacio de las razones».
Frecuentemente explicamos acciones mencionando emociones: decimos que
María se fue porque se enojó con su amigo; que la razón de que Pedro no
viniera hoy es que tiene miedo de encontrarse con ella. Cuando estas expli-
caciones responden a la pregunta de por qué el agente actuó como lo hizo,
podemos muchas veces descubrir en ellas los rasgos esenciales de las expli-
caciones por razones. Por otro lado, es frecuente también explicar emociones
dando razones: decimos, por ejemplo, que la razón de que Juan se enojara
con su hijo es que le mintió, que la razón de que María no subiera al campanario
es que tiene miedo a las alturas. Si las emociones responden a razones y fun-
cionan como tales, es importante aclarar qué clase de estados mentales son,
cómo las atribuimos a los otros y cuáles son sus relaciones con actitudes pro-
posicionales como creencias, pensamientos, deseos, intenciones y otras actitudes
favorables que en el lenguaje cotidiano mencionamos como constituyendo
razones.
No podemos entonces dar cuenta de las emociones humanas sin consi-
derarlas como parte de una red de otros estados mentales que puede incluir
estados proposicionales como los ya mencionados, así como a percepciones,
sentimientos, sensaciones, imágenes, etc. El carácter holista de los estados men-
tales hace que no puedan atribuirse aisladamente, sino que atribuir uno es
1
Por actitud favorable puede entenderse cualquier actitud a favor de una acción. Esto incluye
no sólo a los deseos, sino también otras actitudes tanto momentáneas como más permanentes.
Desde un impulso, una inclinación, un gusto, sentir atracción o interés por algo, hasta considerar
algo como un deber, como una obligación o valorarlo positivamente. También podríamos hablar
de actitudes negativas o desfavorables hacia tipos de acción.
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no pudo hacer otra cosa, que no pudo reflexionar, no pudo tomar en cuenta
otros posibles —quizá mejores— cursos de acción, sino que actuó de manera
instintiva o por un impulso incontrolable 8. Sin embargo, el que actuara de
esta forma irreflexiva no implica que su acción no fuera intencional, sino sólo
que no intervinieron otros deseos, creencias y actitudes que normalmente for-
man parte de sus razones para actuar.
En otros casos, en cambio, la sensación es sólo un acompañamiento que
no influye en la acción, es decir, la sensación, aunque presente, no influye
en las razones que una persona tiene para actuar. Sería el caso de alguien
que siente un miedo intenso, pero actúa de la manera más conveniente para
salir ileso de una situación de peligro en la que huir lo llevaría a una muerte
segura. Otra situación distinta sería ignorar la emoción sentida y actuar por
otras razones que se consideran más adecuadas. Un ejemplo sería la persona
que ayuda a otra a quien detesta, porque se da cuenta que necesita ayuda
y que sólo ella está en condición de dársela. Actúa por un deseo de ayudar
y supera, quizá con esfuerzo, su aversión a hacerlo. Dependerá, pues, de los
distintos casos el que las sensaciones características de algunas emociones sean
un factor a considerar en las explicaciones de las acciones en las que intervienen
emociones.
Generalmente, cuando hablan de emociones, los filósofos se limitan a los
episodios emocionales de duración más o menos corta. Pero hay formas diversas
de usar los términos de emoción. Si consideramos ejemplos como: «A sintió
una gran congoja cuando vio al niño herido», «B está contenta de que su
hijo haya pasado el examen», «C está contenta de estar sana», «D está indignada
de que haya niños que mueran de hambre», «E está orgullosa de su habilidad
como cirujano». En todos estos casos nuestra emoción atañe a algo en particular
—una circunstancia, un logro, una cualidad, un suceso, una posesión, etc.—,
pero en los ejemplos anteriores se subrayan aspectos diferentes: en los primeros
resaltamos el aspecto de la emoción como emoción sentida; se trata de un
episodio de duración limitada durante el cual el individuo experimenta, entre
otras cosas, ciertas sensaciones. En cambio, cuando alguien está contenta de
estar sana o indignada de que los niños se mueran de hambre, estamos poniendo
énfasis en la manera positiva o negativa en que alguien valora una situación
o estado y, en ese caso, decimos que sigue estando contenta o indignada aun
cuando no esté pensando en ello. La experiencia fenomenológica no parece
ser aquí un elemento esencial, ya que sólo en ciertos momentos y circunstancias
tiene sensaciones características la persona que está orgullosa o indignada.
Por ejemplo, cuando ve a un niño muriendo de hambre. Se trata aquí de
una disposición a sentir una emoción en circunstancias adecuadas. Otros ejem-
plos de atribución de disposiciones como «Silvia siempre tiene miedo de encon-
trárselo en el café»; «A Juan le enfurece que lo engañen», implican también
8
En caso del miedo, por ejemplo, podríamos hablar de un patrón diseñado para una protección
inmediata contra fuentes relativamente primarias de daño físico.
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por parte del sujeto, de un contenido proposicional, bajo la idea de que iden-
tificar el contenido del miedo podría ayudar a superarlo o al menos a manejarlo
de una manera más adecuada. Otras veces se trata simplemente de que el
sujeto o el intérprete no han pensado o no quieren pensar suficientemente
en el asunto como para identificar el contenido o los contenidos proposicionales.
De hecho es muy común, y tal vez muy conveniente, que nos conformemos
con explicaciones incompletas, es decir, que mencionemos emociones sin espe-
cificar su contenido proposicional como causas razonables de acciones u otras
actitudes y sin poder exponer, por lo tanto, las relaciones de contenido entre
ellas y la descripción de la acción; decimos cosas como: S subió al decimoséptimo
piso por las escaleras porque teme a los elevadores, o no quiso confiarle su
problema a su madre porque está resentido con ella.
Ahora bien, hay otras emociones cuyo objeto no parece ser proposicional
y habrá que dar una versión de cómo funcionan en las explicaciones de la
acción. Amor y odio son ejemplos importantes: uno por lo general ama a
A y no ama que p, uno odia a B y sólo a veces odia que p y, sin embargo,
es muy común decir que alguien hizo algo por amor o porque odia a alguien 12.
Éste es un asunto complejo que no tocaré aquí, pero no quiero dejar de men-
cionar que la cuestión de que las emociones tengan o no un contenido pro-
posicional me parece fundamental para entender de manera cabal la estructura
de las explicaciones de la acción en la que se mencionan emociones como
razones de la acción.
Me permito regresar ahora a un asunto que mencioné al principio, a saber,
que es necesario 13 tener un conjunto de creencias y otras actitudes para que
pueda darse una emoción determinada. Así, es esencial para la culpa que
uno crea que es, en cierta medida, responsable de algo que uno considera
moralmente reprobable. Es necesario para el enojo que uno piense que ha
sucedido algo que uno considera ofensivo o dañino, para la indignación que
uno considere que ha sucedido algo injusto, etc. Las emociones, a su vez,
pueden tener efectos que también son actitudes proposicionales, como, por
ejemplo, el deseo de venganza que frecuentemente surge cuando hay ira o
rencor, el deseo de evitar un daño posible cuando se teme algo o de reparar
el mal causado en el caso del remordimiento.
Un modelo conocido de explicación de emociones que muestra cómo se
relacionan causalmente las actitudes proposicionales que intervienen y cómo
12
Es posible que amor y odio sean términos que se refieren no a una emoción particular,
sino a un complejo de emociones que llamamos «amor» o, «odio». Esto hay que distinguirlo
de, por ejemplo, del deseo sexual, de la atracción o repulsión, el agrado o el disgusto, que no
tienen esa complejidad. Otros estados mentales, distintos de las emociones, que no parecen tener
objeto o tienen un objeto omniabarcante , son los estados de ánimo.
13
No creo que podamos dar condiciones necesarias y suficientes para una emoción deter-
minada, sino que, dado que las emociones forman una clase muy heterogénea, sólo es posible
dar condiciones necesarias para algunas emociones, como el orgullo o la indignación, mientras
que para otras, como el miedo, es posible darlas sólo para un conjunto de casos centrales o
paradigmáticos.
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funcionan las relaciones racionales entre sus contenidos, es la versión del orgullo
de Davidson, que pretende seguir la de las pasiones indirectas de Hume 14.
Esta explicación se aplica, sin embargo, sólo a un grupo restringido de casos.
Repasemos brevemente:
Davidson sostiene que cuando una persona está orgullosa, digamos, de
que tiene una casa bella, su estado mental es causado por la creencia de que
él tiene una casa bella. La creencia, para causar orgullo, deberá incluir una
referencia pronominal al sujeto que tiene la creencia y expresar una relación
adecuada entre él y aquello de lo que está orgulloso. La creencia de que
una casa es bella no causa orgullo a menos que la persona crea que es su
casa, es decir, lo que causa orgullo no es una creencia acerca de un atributo
de la casa, sino una creencia acerca de la persona, a saber, que ella es propietaria
de una casa bella.
Ahora bien, la creencia de A de que posee una casa bella no causará
su orgullo si no piensa que poseer una casa bella es de alguna manera meritorio
o estimable, a saber, que ella estima a las personas en cuanto tienen casas
bellas y, por lo tanto, aprueba de sí misma en cuanto propietaria de una casa
bella. Es importante señalar que A no estima incondicionalmente a todos los
que tienen casas bellas, sino que el juicio o actitud de aprobación es de carácter
prima facie, esto es, se trata de un juicio condicionado: A no los estima en
general, sino sólo en cierto aspecto; los estima como dueños de casas bellas.
Generalizando, entonces, podemos decir que el orgullo proposicional es
un estado de autoaprobación o autoestima que puede explicarse tanto causal
como racionalmente mediante una creencia y una actitud general. El que David-
son sostenga que la explicación del orgullo es tanto una explicación causal
como una explicación racional depende, entre otras cosas, de que identifica
el estado en el que uno se encuentra cuando está orgulloso de que p, con
tener la actitud de aprobación de sí mismo debido a p y con juzgar o sostener
que uno es estimable o digno de aprobación debido a p. Lo mismo sucede
con la actitud general de aprobación que equivale, según la interpretación
que hace Davidson de Hume, a un juicio general de aprobación o mérito.
La creencia específica y la actitud general explican el orgullo de dos maneras:
nos proporcionan una explicación causal y nos dan las razones que tiene una
persona para estar orgullosa. La especificación de los objetos proposicionales
de la creencia y actitud que causan una «pasión proposicional» nos permiten
dar el contenido de la emoción. Pero también podemos inferir del contenido
de la emoción la naturaleza y el contenido de la actitud y la creencia que
la causaron. Por lo tanto, las causas de una emoción que proporcionan su
contenido proposicional la «racionalizan» en el sentido de que alguien que
14
Davidson, op. cit., 1976, y D. Hume (1739-1740), Treatise on Human Nature, 1951, Selby
Bigge (ed.), Oxford, Clarendon Press, en castellano Tratado de la Naturaleza Humana, traducción
de Félix Duque, Madrid, Tecnos, 1988, libro II.
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conoce las causas proposicionales, entiende por qué el agente siente lo que
siente 15.
La introducción de la actitud general le permite a Davidson expresar la
explicación en forma de silogismo, para que el razonamiento que lleva a una
persona a la conclusión de que ella es estimable en cierto respecto, sea un
razonamiento deductivo. Esto implica que, si una persona es racional, podemos
predecir su orgullo a partir de las premisas. La explicación que resulta es
completa: una persona que tiene las actitudes pertinentes expresadas mediante
un juicio universal y una creencia particular, estará orgullosa, a menos que
sea imbécil o irracional, esto es, a menos que se viole o no funcione en un
caso específico, alguno de los principios de racionalidad 16 y no sea posible,
por consiguiente, ofrecer una explicación en términos de razones.
Pero la teoría de Davidson es demasiado nítida e intelectual y funciona
sólo en los casos más simples y, sobre todo, cuando el agente tiene ya de
antemano la creencia universal pertinente, esto es, A cree que los propietarios
de casas bellas son dignos de aprobación y, al encontrarse como propietario
de una bella casa, aplica esta creencia general a su caso particular 17. Sin embar-
go, las emociones no son casi nunca resultados de silogismos. Por lo general
usamos un modelo de inteligibilidad menos estricto que hace referencia a lo
que sería humano y natural sentir para una persona en una circunstancia par-
ticular y dadas sus otras creencias y actitudes pertinentes. Usamos más bien
la noción de «causación razonable» 18. que puede expresarse diciendo que para
que un estado proposicional (creencia, deseo, intención, algunas emociones,
etc.) de una persona cause razonablemente otro estado proposicional, el primer
estado tiene que causar el segundo y tiene que darse alguna relación de razón
entre los contenidos proposicionales de ambos estados. Siempre que un conjunto
de estados proposicionales causa razonablemente o «da lugar a» algún otro
15
Cf. Davidson, «Reply to Bennett» en Vermazen & Hintikka (eds.), Essays on Davidson:
Actions and Events, Oxford, Oxford Univ. Press, 1985, p. 216.
16
Los principios de racionalidad son aquellos principios que especifican lo que se necesita
para la consistencia y la coherencia racionales. «... la satisfacción de condiciones de consistencia
y coherencia racionales pueden considerarse como constitutivos del rango de aplicación de conceptos
tales como creencia, deseo, intención y acción» (Davidson, 1980, p. 237). En otra parte afirma
que, en la interpretación, «las relaciones entre creencias juegan un papel constitutivo decisivo;
un intérprete no puede aceptar desviaciones grandes u obvias de sus propios estándares de racio-
nalidad sin destruir el fundamento de inteligibilidad en el que se apoya toda interpretación. La
posibilidad de comprender el habla o las acciones de un agente depende de la existencia de
un patrón básicamente racional, un patrón que, en gran medida, deberá ser compartido por todas
las criaturas racionales», Davidson, «The Structure and Content of Truth», en The Journal of
Philosophy, vol. LXXXVII, núm. 6, 1990, pp. 319-20. En varios artículos, entre ellos los que
acabo de mencionar, Davidson usa la teoría de las decisiones y la teoría de la elección racional
para precisar nuestra comprensión de la racionalidad, pero también examina las limitaciones de
dichas teorías.
17
Sin embargo, en otra situación, alguien podría formarse una opinión general acerca de
propietarios de casas bellas al contemplar su propia posición como propietario.
18
Cf. M. Platts, Moral Realities, Londres, Routledge, 1991, pp. 57-8.
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que tiene una persona en un momento dado puede guiar mi conducta, como
cuando cambio la conversación al ver que está causando turbación en el otro,
o cuando trato de animarlo al ver su tristeza. Tener una idea acerca del tipo
de cosas que ofenden, agradan, molestan, disgustan, indignan... a otras personas,
nos permite entender por qué hacen o dejan de hacer ciertas cosas, y nos
ayuda a regular nuestra propia conducta con ellas, de tal forma que podamos
promover ciertas actitudes y tratar de inhibir otras. Esta capacidad ha sido
ejercida por los hombres tanto para una convivencia civilizada y respetuosa
como para la manipulación y sujeción inaceptables.
La referencia a emociones nos permite, pues, unificar y, por tanto, entender
y explicar todo un conjunto de acciones muy variadas y aparentemente inconexas
que, sin embargo, responden a un esquema de comportamiento. Ejemplo de
esto son las cosas muy diferentes que podría hacer un individuo que siente
resentimiento y que podrían interpretarse como manifestaciones de esta emo-
ción; también la conducta tan diversa que podría mostrar una persona que
siente remordimiento y que es posible interpretar como una expresión de su
culpabilidad o como el intento de reparar el daño causado. Mencionar una
emoción puede ser también una forma de unificar un gran número de deseos
específicos al verlos como provenientes de un origen común en una emoción
determinada. Por ejemplo, los deseos que tiene una persona de hacer cosas
distintas que expresen su amor o su odio por alguien.
También nos puede guiar en nuestra interpretación saber cosas como que
una persona acepta ciertas normas de conducta, tanto morales como no morales,
que tiene planes a largo plazo, que reconoce obligaciones y valora ciertas cosas,
que posee rasgos de carácter y habilidades específicos, que ha cultivado deter-
minados hábitos. Inclusive las atribuciones de algo tan general y vago como
el temperamento, esto es, que un individuo sea de temperamento alegre, melan-
cólico o colérico pueden ser útiles. Recurrir a estos rasgos generales puede
ayudarnos a entender por qué alguien tiende a ver una situación de un modo
tal que provoca en él una emoción particular y por qué tiende a hacer ciertas
cosas y no otras. También estados menos permanentes como los estados de
ánimo pueden ser importantes para, en un momento dado, guiar nuestra atri-
bución de estados mentales específicos que constituyen la explicación de una
acción o un estado mental determinado.
Sin embargo, hay que entender todavía mucho mejor qué son y cómo fun-
cionan los estados de ánimo 21 y los rasgos generales como los antes mencionados
no tienen un lugar claro en las explicaciones de acciones particulares. Así,
mencionar rasgos de la personalidad como ser optimista, avaro, miedoso, cré-
21
Los estados de ánimo, como depresión y ansiedad, a diferencia de las emociones, no parecen
tener objeto o tienen un objeto omniabarcante que, en todo caso, no parece tener un contenido
proposicional. Sin embargo, decir que alguien está en cierto estado de ánimo, por ejemplo, depri-
mido, nos da una idea del tipo de deseos y creencias que tienen las personas deprimidas y de
las cosas que tienden a hacer o no hacer cuando están en ese estado.
16 ISEGORÍA/25 (2001)
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dulo o vanidoso, no nos dice cuáles fueron las creencias, deseos o valoraciones
que causaron una emoción o una acción determinada. Uno podría ser una
persona que se caracteriza en general, digamos, por ser compasiva, y que actúa,
en una ocasión particular, con gran indiferencia ante el sufrimiento; o ser
miedosa y no sentir miedo en una ocasión que comúnmente lo provocaría
en ella, ser una persona humilde y sentir orgullo de un logro particular. Y,
aun si la persona, en un caso dado, actúa o tiene alguna emoción que ejemplifica
el rasgo atribuido, no se sigue que podamos deducir cuáles fueron exactamente
las creencias y deseos que explicarían este caso particular. Sin embargo, aunque
la atribución de estos rasgos no explica acciones u emociones particulares sí
nos permite caracterizar el tipo de creencias, percepciones y deseos que tiende
a tener una persona en determinadas circunstancias y nos permite entender
cómo es posible que llegara a ver una situación dada como humillante, admi-
rable, benéfica o peligrosa y a sentir una emoción en vez de otra.
Las explicaciones de las emociones son, pues, semejantes a las de otras
actitudes proposicionales y a las explicaciones de la acción en el sentido de
que podemos dar razones para explicar por qué una persona se siente orgullosa,
indignada o arrepentida y, a la luz de sus razones, o la falta de ellas, es posible
juzgar a la emoción como razonable, irracional, apropiada o inapropiada. Se
abre así la posibilidad de juzgar a la emoción apelando a las razones, buenas
o malas, que tenía el agente para tener la emoción y de juzgar también si
la reacción emocional fue o no apropiada, dadas las circunstancias o dadas
las motivaciones del agente 22. Estos juicios serán, a su vez, importantes para
examinar la relevancia moral de las emociones y la posibilidad de una verdadera
educación de las emociones que vaya más lejos que el mero control de su
expresión en la acción. Si esto es así, será posible, tal vez, que los seres humanos,
si piensan bien y tienen deseos apropiados 23, podrán también tener emociones
razonables, esto es, emociones hacia los objetos adecuados, con la intensidad
adecuada y en los momentos y las circunstancias adecuadas.
22
Considero que la propiedad tiene que ver, sobre todo, con el grado de intensidad, es
decir, la emoción sería inapropiada cuando es demasiado violenta o calmada para lo que merecen
las circunstancias o, hablando en términos de acciones, cuando ocupa un lugar demasiado importante
(poco importante) en las motivaciones y deliberaciones del agente. Sin embargo, creo que éste
es un tema que deberá analizarse con más cuidado.
23
Lo cual, por supuesto requiere de muchas otras cosas, entre ellas, la formación de hábitos
y rasgos de carácter propicios.
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