Lourdes Almeida
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Poéticas espaciales
La Pus moderna o la posmodernidad purulenta
Por José Paredes Pacho el 8 agosto, 2011
¿Cómo se vivió la posmodernidad mexicana, si hubo tal cosa? ¿O deberíamos llamarla
pusmodernidad, como decían los editores de La Pus moderna? Aquí, el autor, que fue
miembro del consejo editorial de esa revista de los años noventa, ofrece algunas claves, sobre
todo ahora que hay una revaloración de los años ochenta y noventa con las exposiciones
Neomexicanismos y Después de la resaca.*
Las dos publicaciones logaron congregar en torno suyo a una generación que no se veía
representada en las revistas culturales establecidas (Nexos, Vuelta, Plural, Casa del Tiempo,
La Orquesta, Infame Turba, etcétera) ni por sus temáticas ni por sus perspectivas.
Además de editar las revistas, Mongo y Rogelio organizaban cada jueves conciertos-
performances-reventones en el antro gay Disco Bar Nueve —en la Zona Rosa de la Ciudad
de México—, donde confluían las escenas culturales, intelectuales, subculturales y artísticas
que aparecían en sus páginas impresas (todavía recuerdo cuando vimos la película Matador,
del primer Almodóvar, en los monitores empotrados en el techo del Bar Nueve, cinta
inaccesible a la sazón —recordemos que en esa época no existía la gran oferta de cine de
autor dentro de las cadenas corporativas como hoy día).
La Regla Rota y La Pus moderna fueron un espacio de congregación para toda una generación
heterogénea y de varias edades, pues cubría en realidad diversas escenas culturales, literarias
y artísticas. En los hechos, las dos revistas junto con el Disco Bar Nueve operaron como un
espacio independiente o alternativo a los lugares culturales establecidos, tanto oficiales como
privados (vg. El Hijo del Cuervo, El Hábito, El Ágora y Gandhi, éstos en la Ciudad de
México).
En otras palabras, las revistas fueron parte de una generación que tuvo que inventar sus
propios sitios de reunión y representación al margen de cualquier otro circuito preexistente.
Durante esos años aparecieron lugares como La Quiñonera, El Salón de los Aztecas (1988),
Mels’s Café (1990), InSitu (1990), Temístocles 44 (1993), así como espacios de reflexión
independiente como Curare(1991), también en la capital mexicana.
Al mismo tiempo, entonces los artistas tomaron de manera temporal espacios no directamente
relacionados con el arte, como el antiguo Convento del Desierto de los Leones con la
exposición “A propósito”, curada por Guillermo Santamarina (a.k.a. Tin Larín), Gabriel
Orozco y Flavia González Rosseti (abril de 1989) o la Toma del Balmori (1990). Fuera del
ámbito del arte visual, habría que mencionar el surgimiento de espacios como La Rockola,
Rockotitlán (con licencia de restaurante, septiembre de 1985), el Tutti Fruti (clandestino, sin
licencia de funcionamiento, 1983) y el foro multidisciplinario La Última Carcajada de la
Cumbancha (tolerado por las autoridades, sin licencia de funcionamiento, 1988).
Eran los días de la posmodernidad, no sólo como filosofía sino también como una impostada
versión local del fashion, es decir, de una posmodernidad asumida como sabor de moda o
color de temporada.1 De ahí que el nombre de la revista La Pus moderna buscara desmarcarse
de la moda posmoderna y, en cambio, se ubicara en la calle capitalina como escenario de una
sempiterna “posmodernidad”, es decir, de una modernidad paradójica (a la Marshall
Berman), tan heterodoxa como contradictoria, no canónica y, como tal, siempre difícil de asir
desde los códigos metropolitanos.
Las dos publicaciones logaron congregar en torno suyo a una generación que no se veía
representada en las revistas culturales establecidas (Nexos, Vuelta, Plural, Casa del Tiempo,
La Orquesta, Infame Turba, etcétera) ni por sus temáticas ni por sus perspectivas.
A la frivolidad “posmo”, como desplante chic, La Pus oponía la irritada frivolidad como una
forma de crítica cultural. Es decir, asumía una posmodernidad de jerarquías invertidas,
inclinada por lo marginal (nuevamente Marshall Berman), proclive incluso hacia lo
purulento, lo estigmatizado, regodeándose también en el habla callejera. Acaso el nombre de
La Pus, como desmarcaje del glamour de la posmodernidad importada, resultó un gesto
todavía más posmoderno.
En el editorial “Un rostro sin espinillas es como un cielo sin estrellas”2 la revista buscó
justificar el nombre de La Pus moderna llevando el siguiente epígrafe de John Lydon: “Adoro
mis espinillas. Antes untaba mantequilla sobre ellas para que lucieran aun más hermosas”.
De acuerdo con ese editorial, la pus es la representación de los fluidos internos, ocultos,
subterráneos, sucios:
Todo comienza en la infancia, cuando la curiosidad crea la primer escultura: el moco hecho
bolita […] En realidad la juventud sucede a la represión civilizatoria que se sufre en la
infancia (Agnes Heller), y si en algo es definible es sólo por el comienzo de las espinillas y
con ellas del momento en el cual buscamos reconocer, con un poco más de conciencia, el
ejercicio y el intercambio de nuestros fluidos más recónditos. Y es que lo que no fluye se
pudre.
La pus buscaba aludir a “la contradicción” como elemento definitorio de aquel momento
histórico:
Porque la pus es eso que todos también somos, a cualquier edad. La contradicción y el
contraste como un espejo alegremente salpicado […] El barro acusa. Es la llaga abierta que
recuerda un fluir más profundo: la pus derribó el muro de Berlín, hizo a un dramaturgo
presidente de Checoslovaquia y ministro a un roquero. Ahora en Europa del Este se busca,
debate y vacila en una especie de crisis de destino como cualquier adolescente audaz y
espinilludo.
La otra acepción del nombre apelaba al pus como parte del habla callejera, es decir, como
campo semántico propio del territorio de lo antiacadémico, como una reivindicación de la
lengua viva y del lenguaje abierto a preguntas con múltiples respuestas:
—¡Pero un momento! —exclama el purista—, ¿qué es éso de que pus? Yo creí que hablaban
de la pus, no del pus. —Bueno: con el pus se pregunta o se abren puntos suspensivos para
reflexionar en medio de una frase. Y con el pus también se responde. —¿Pero, cómo se debe
decir: Pues o pus?— insiste el lingüista. —Puss… ¡pues! — se oye a un bandoso contestar
desde la calle viva del lenguaje. El lingüista contraataca: —¿Entonces la revista es “la pus”,
“la pues” o “la pos”. —¡Pos la pus, pues! —contesta una niña mientras se come un moco y
lo saborea hasta que alguien le advierte que la estamos viendo: —¡Pst! —¡Puss! —exclama
alzando los hombros. —…Psssí —concluye la erudita posmoderna—, por todos lados fluyen
de ésos. ¡Que fluyan!
Inevitablemente hija de los tiempos posmodernos, al fin y al cabo La Pus y su escena optaron
por invertir las jerarquías estéticas, éticas e intelectuales inclinándose por la irrupción del mal
gusto, la disolución de las fronteras entre alta y baja cultura, la yuxtaposición de los tiempos
históricos, el descenso en el predominio de las metrópolis (vg. Nueva York o Londres) como
referente canónico de las corrientes artísticas y musicales, la vinculación con el planeta a
través de la economía informal en esos días previos a Internet (vg. el Tianguis Cultural del
Chopo surgido en 1980); la tendencia consciente o no —reivindicativa o no— de la
autogestión como crítica pragmática, de facto, contra la política cultural asistencialista y
clientelar del Estado mexicano (de partido hegemónico, a la sazón); la sincronicidad de las
visiones del mundo (varias subculturas y clases sociales confluyentes, por no decir etnias y
grupos transregionales). Como se ve, puros lugares comunes para estos días.
Mecanismo de apropiación entonces, que se inicia con el pop-art en los años sesenta; arte de
la parodia y del pastiche entonces [sic], que culmina con el saqueo indiscriminado de la
cultura (alta y popular), y recicla lugares comunes, renovándolos eventualmente al ofrecerles
un nuevo marco de referencia (en la sociedad de los media). Como “estética dominante”, el
llamado posmodernismo abandona el impulso generalizado en la primera mitad del siglo XX,
la pretensión a la originalidad del artista, clave del mecanismo de las vanguardias. Sólo
pretende mostrar (desde una eventual postura crítica) el mundo de las apariencias
mediatizadas: se opone punto por punto a la tendencia iconoclasta del futurismo, del cubismo
y del dadaísmo, que finaliza con el Cuadrado blanco de Malevich (1917), por un lado, y con
la pintura abstracta en toda su amplitud, por el otro. El posmodernismo, como dominante
cultural o como sensibilidad de época rebasa ampliamente el campo de las artes visuales,
caracteriza el gusto estético de una época, como en su tiempo trató de demostrarlo Susan
Sontag.5
Más adelante Debroise enumera ciertos rasgos del posmodernismo mexicano a partir de su
lectura de Jameson:
La crisis económica de los años ochenta en los países dependientes repercute del bolsillo al
nivel de las mentalidades, y afecta cada vez más profundamente las estructuras del
pensamiento; aquí [en México], la ruptura detectada por Jameson es aun más evidente.
Enumero, sin insistir, algunos posibles factores.
—A partir de 1982, ruptura de los canales que alimentaban a los artistas (las revistas y los
libros de arte se vuelven inaccesibles: las ineludibles visitas a los grandes museos de Europa
y Estados Unidos se vuelven imposibles, etcétera).
—La obligación, ante esa repentina “competencia”, de producir obras de una calidad
pictórica incrementada y con un sentido más evidente.6
Coincidimos con Debroise, si bien debemos precisar cierta ambigüedad cuando habla de la
desconfianza irreversible hacia la modernidad, a la vez que afirma que sí es posible ser
modernos en países de economías dependientes. Así, ¿cómo ser modernos y desconfiar de la
modernidad?
Creemos que el “tener la mentalidad” para “actuar según los cánones” de la modernidad (es
decir, de acuerdo con un “ideal de sociedad”) correspondería a lo que Marshall Berman
entiende por modernismo, mientras que el “tener los bienes materiales” de Debroise
correspondería a la modernización socioeconómica.
Para aclarar esta probable ambigüedad volvamos al editorial de La Pus moderna citado más
arriba, el cual evoca a Marshall Berman como un referente modernista. Recordemos que
Berman distingue a la modernidad (entendida como la modernización socioeconómica) del
modernismo (entendido como la experiencia de la modernidad) y afirma a la vez que el
segundo puede existir dentro de una modernización limitada.
En este sentido, es posible encontrar en Debroise una concepción del ser moderno en el tercer
mundo que coincide implícitamente con Berman en All That is Solid Melts into Air (1982),
sobre todo cuando este último revisa el modernismo en San Petersburgo.
Sin embargo, Debroise no parece diferenciar explícitamente la modernidad del modernismo
(i.e. del ser moderno) y utiliza ambos términos como vocablos equivalentes. Por ejemplo,
Debroise escribe que
Creemos que el “tener la mentalidad” para “actuar según los cánones” de la modernidad (es
decir, de acuerdo con un “ideal de sociedad”) correspondería a lo que Marshall Berman
entiende por modernismo, mientras que el “tener los bienes materiales” de Debroise
correspondería a la modernización socioeconómica. En consecuencia, sostenemos que en
realidad Debroise entiende por “la pérdida de confianza irreversible en la modernidad” como
un descrédito de la modernización, y no del modernismo (o de la experiencia del ser moderno,
es decir, del “tener la mentalidad” moderna o modernista).
La sexualidad y el kitsch
Uno de los editores de La Pus, Rogelio Villarreal, participó en el Consejo Mexicano de
Fotografía, pero también en el grupo Peyote y la Compañía, comandado por Adolfo Patiño
(también conocido como el Peyote o Adolfotógrafo), grupo que, según Olivier Debroise,
marca el inicio del neomexicanismo en los años ochenta:
En 1979, en vísperas del Primer Salón de Experimentación convocado por el INBA, ese mote
[el neomexicanismo] sirvió para bautizar al grupo que quedó formalmente integrado para
presentar en la Galería del Auditorio Nacional la que sería su obra colectiva más importante,
Artespectáculo: Tragedia segunda, un montaje de objetos encontrados (maniquíes, exvotos y
milagritos) esculturas populares, figuras de plástico, envases de refresco y otros productos
alimenticios industriales de marcas estadounidenses, televisores descompuestos, etc.), así
como monotipos de Carla Rippey, dibujos de Esteban Azamar, pinturas y esculturas de
Alejandro y Sara Arango, fotografías de Patiño, su hermano Armando Cristeto y Rogelio
Villarreal. Concebido como un espacio teatral, Tragedia segunda pretendía ser un altar
popular denunciando en tono paródico el imperialismo cultural […] Por su uso de objetos y
elementos de la cultura popular urbana, Tragedia es la obra que reactiva el imaginario popular
que en los años ochenta alimentaría toda la gama del gusto artístico kitsch y el llamado
neomexicanismo.8
Si bien muchos de los elementos aquí enunciados son hoy parte de convencionalismos
folclorizantes o pintoresquismos, en aquel momento parecían provenir más de la vida
cotidiana personal de los artistas, escritores y músicos que incluso habían retomado las calles
del centro capitalino, hoy rebautizado como Centro Histórico (en ese entonces aun no
gentrificado y, como siempre, repleto de aparadores con maniquíes, por ejemplo). En esos
años se iba al Centro Histórico para establecer un domicilio personal en un territorio nada
domesticado o bien para reventar en antros de quinta (Las Tecatas, El 14, La Perla, La Faena)
o con la intención de crear espacios para exponer o intercambiar ideas.
Con ese antecedente de Villarreal, o simplemente por ser partícipe como muchos
contemporáneos de esa misma sensibilidad o espíritu de época (eran los días triunfalistas del
promisorio cosmopolitismo consumista del Tratado de Libre Comercio (TLC), al cual se
buscaba contestar), La Regla Rota y La Pus compartieron muchos elementos ya presentes
previamente en la obra Tragedia, como la simpatía hacia el ambiente gay y el transexismo
(incluso desde la heterosexualidad), pues recordemos que la pieza Tragedia estuvo vinculada
al performance de Patiño y la travesti Terry Holiday To Raquel with Love, dedicado a Raquel
Tibol.
La descripción del párrafo anterior podría muy bien referirse a la estética de La Pus moderna,
que también podría ser considerada heredera del punk local. ¿No fuel el punk de barrio
bajo12 y de las bandas (palomillas de barrio bajo) de principio de los ochenta (vg. Sex
Panchitos, Bandas Unidas Kiss —BUK—, 1983) una forma de tropicalización del punk de
anglosajonia? Debroise continúa:
Otros: Eloy Tarcisio rinde homenaje al nopal y al maíz en cuadros-montajes que se derivan
al arte conceptual; el más joven, Rubén Ortiz Torres, pinta sobre manteles de plástico
floreados, bodegones de colores extravagantes. Carla Rippey y Esteban Azamar buscan en el
pasado inmediato, en la fotografías de los álbumes de familia, elementos que los caracterizan,
una suerte de identidad inaprensible. Julio Galán incluye en sus cuadros más recientes
estampas religiosas, orlas de motivos florales, y se identifica con los santos patronos (como
lo hiciera Nahum Zenil y, antes de él, el desaparecido Enrique Guzmán). Saúl Villa, que nos
tenía acostumbrado a sus cuadros fríos, intimistas, da un giro de 360 grados y realiza una
serie de irónicas esculturas en barro con Juárez, Fray Servando Teresa de Mier, Carlota,
etcétera. Y sentada en medio de ellos, como una madre, Frida Kahlo.14
La Pus moderna fue central en ese periodo y en su ámbito participaron varios artistas hoy
considerados neomexicanistas, pero no creo que deba caracterizarse a La Pus toda como parte
de una sola corriente. Obviamente no toda La Pus ni todos los artistas que desfilaron por sus
páginas compartían los códigos neomexicanistas, aunque quizá sí lo posmoderno. En todo
caso, incluso si se reconocen coincidencias entre varios de estos artistas habría que usar el
plural de neomexicanismos, siempre enfatizando que tampoco todos los artistas podrían
identificarse como tales.
Es importante recordar a los artistas visuales que circularon por las páginas de La Pus
moderna, entre otros: Rubén Ortiz, Aldofotógrafo, Damián Ortega, Abraham Cruzvillegas,
Carla Rippey, Armando Cristeto, los hermanos Néstor y Héctor Quiñones, Julio Galán,
Felipe Ehrenberg, Teresa Margolles, los grupos SEMEFO y Sindicato del Terror, Carlos
Somonte, Miguel Ventura, Coco Fusco y Guillermo Gómez Peña, y textos de personajes
como Guillermo Santamarina, Osvaldo Sánchez, Olivier Debroise y Mónica Mayer, Jesse
Lerner y Pedro Meyer, entre otros. En la literatura participaron J.M. Servín, Guillermo
Fadanelli, Ernesto Priego, Mauricio Bares y, entre muchos más, Sergio González Rodríguez.
Sin embargo, más allá de estos rasgos fijados en la historiografía de la cultura visual, incluso
después de haber sido sancionados y frivolizados por el establishment, la experiencia de esas
escenas durante aquel periodo también legó muchos hallazgos aún vigentes, como la creación
de espacios independientes de práctica y congregación cultural, por lo que podríamos
considerarlo un periodo bisagra que dio lugar, para bien y para mal, a la escena cultural en
general, entre ellas a la del arte contemporáneo actual.
Sin embargo, más allá de estos rasgos fijados en la historiografía de la cultura visual, incluso
después de haber sido sancionados y frivolizados por el establishment, la experiencia de esas
escenas durante aquel periodo también legó muchos hallazgos aún vigentes, como la creación
de espacios independientes de práctica y congregación cultural.
En dado caso, podría intentar también una caracterización del periodo a partir de la
configuración de esos espacios y la búsqueda de esas formas de gestión directa sobre los
recursos y sobre esos espacios, que hablarían desde la microempresa, la asociación de grupos
creativos con empresas consolidadas, los colectivos, la empresa familiar, hasta la autogestión
consciente.
Podríamos incluso recapitular a los artistas que dieron el salto hacia lo conceptual y ver cómo
muchos de ellos provienen de la reflexión de la ciudad y la vida marginal urbanita, que podría
considerarse hoy un rasgo neomexicanista, pero que fue una apropiación espacial y
generacional de la ciudad como un desmarcaje de la idea de ciudad recreada por la
intelectualidad ya establecida en aquellos lustros. ®
Notas
2 Paredes Pacho, “Un rostro sin espinillas es como un cielo sin estrellas”, en La Pus moderna
no. 3, enero-marzo de 1991.
4 Fredric Jameson, “El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío”, Casa de
las Américas no. 155-156, marzo-junio de 1986.
[15] El posmodernismo “se trata más bien de una amplia modificación del carácter mismo
de la producción artística: no surge como movimiento organizado, sino como convergencia
espontánea de intereses, desordenada y ecléctica. Además, no ha tenido —hasta el
momento— la visibilidad que otorga un aparato de conceptualizaciones”, en O. Debroise,
“Un Pos modernismo en México”.
16 Para ver los artistas considerados neomexicanistas por Debroise véase Debroise y Medina,
La Era de la Discrepancia.
17 El proyecto fue “diseñado por los propietarios de las galerías OMR, Arte Actual de
Monterrey y Galería de Arte Mexicano, con financiamiento del Estado mexicano, que se
presentó en paralelo a la muestra ‘México: esplendores de treinta siglos’, en espacios
alquilados, en tres ciudades de Estados Unidos: Nueva York, San Antonio y Los Ángeles”,
O. Debroise y C. Medina, La Era de la Discrepancia.
https://www.replica21.com/archivo/articulos/q_r/092_rippey_varios.html
Si hubiera escrito este texto hace diez años ó hace diez días hubiera sido otro.
Afortunadamente lo escribí hasta ahora, con las vivencias de las chicanas y los comentarios
útiles de mis colegas frescos en la memoria. Así pude darme cuenta de que entre las chilangas
de la ciudad de México y entre las chicanas se están implantando dos estrategias de
sobrevivencia diametralmente opuestas.
Cuando las chicanas usan su arte como herramienta de sobrevivencia, por medio de ello
construyen su territorio, sanan su heridas, definen sus existencias, y se rescatan mutuamente
en el contexto de sus raíces y de su comunidad. Desde ahí pueden lidiar, fortalecidas, con la
sociedad en general. La situación para las artistas de la ciudad de México es bastante distinta.
Somos participantes en el mundo del arte de una ciudad grande del tercer mundo. Estamos
insertas en una situación de élites, relativamente aisladas, y tratando de mantenernos a flote.
De repente a alguien se le ocurre hacerte daño”, escribe el artista. En esta línea, otra de las
piezas de piso se compone de una imagen enigmática con una franja que la censura junto a
un texto, probablemente tomado de los medios, que, tras mencionar la muerte de 116 mujeres,
ensaya una reflexión absurdamente académica sobre la indefensión de los débiles frente a los
más fuertes.
México en este siglo ha tenido dos proyectos culturales paralelos, cada uno privilegiado en
su momento. Uno se enfoca en establecer una identidad cultural nacional y a veces,
latinoamericana. El otro intenta integrar a México a los movimientos culturales
internacionales.
Quisiera subrrayar tres ideas que me han servido como metáforas para organizar el caos de
este ensayo, y por ende, el asunto de la sobrevivencia. Estas son: la espiral ascendente, la
pared de la historia y la maldición del segundo milenio.
Carla RippeyCarla Rippey: Dama del cartel, ca.1979. Astrid HaddadAstrid Haddad.
La maldición del segundo milenio. Leí hace muchos años un libro bastante original, llamado
"El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral," de Julian Jaynes. El autor
pretende probar que los humanos, antes del segundo milenio antes de Cristo, operábamos con
el cerebro dividido orgánicamente de forma más tajante que hoy en día, entonces, para que
el lado cognitivo se comunicara con el lado instintivo, tenía que gritar. Así es que la gente de
esa época escuchaba voces, un poco al modo de los esquizofrénicos de ahora. Según Jaynes,
en el segundo milenio hubo una serie de desastres naturales, incluyendo la erupción de un
volcán en el Mediterráneo seguida por una inundación de las regiones costeras, seguida por
una época de guerra y barbarie por todas partes protagonizado por los asirios. En el caos que
siguió, las civilizaciones estables pero frágiles se derrumbaron y la gente que sobrevivió bajo
el estrés de las nuevas condiciones fue la que logró coordinar los dos lados de su cerebro lo
suficiente para poder pensar de formar subjetiva y así reaccionar con más rapidez e
inteligencia.
Los setenta
Pensando en mis colegas de jóvenes, les voy a platicar una teoría seguramente nada científica
pero que aplicada a mis experiencias en México me ha funcionado bien. Ahí les va...Los
pintores hombres, provenían en general de hogares en los cuales el padre era débil o ausente.
Supongo que al estar presente, habría dirigido al hijo hacia otra profesión más razonable
como arquitecto. El único artista que conozco que es hijo de empresario está peleado a muerte
con su papá. Las mujeres artistas, por el otro lado, tendían a venir de familias logradas, con
un padre presente y exitoso. No sé si la cultura y la seguridad económica de su familia les
daba un apoyo crítico, o si heredaron la energía de sus padres, pero al parecer a sus familias
no les molestaba que una mujer fuera a embarcarse en una carrera poco práctica. Por ende,
en mi generación, las mujeres ostentaban a menudo un origen social más privilegiado que los
hombres. Yo por mi parte soy otra historia, y mi padre es un desmadre simpático, pero entre
tanto, en 1979 me divorcié, en un país extranjero, sin apoyo mas que moral de mi familia
lejana, y con la responsabilidad de mantener y cuidar a mis dos pequeños hijos.
Los ochenta
Betsabee RomeroBetsabee Romero: Milagro y
accidente en Vocho, 2001.
Por aquellos años Mónica Mayer hizo una encuesta entre los artistas de mi generación: resulta
que la mayoría de ellos, de ambos sexos, complementaban sus ingresos de alguna forma.
Mónica me comentó que en el último censo hubo 17 mil mujeres dedicadas a la cultura de
alguna forma, y 16 mil de ellas ganaban menos del salario mínimo. Pero en aquel entonces
la posibilidad de vivir de "eso" existía, y era fácil imaginarse (y tengo mucha imaginación)
siguiendo los pasos de Tamayo y Toledo.
Quisiera hacer un paréntesis para comentar algo de la obra de mujeres en esa época. Existían
esfuerzos valientes para hacer un arte o comunitario o feminista o las dos cosas, notablemente
de parte de Mónica Mayer y Maris Bustamante, pero el tono en general que recuerdo era más
bien intimista. Este intimismo a veces se acercaba a tendencias como el Neomexicanismo,
como en el caso de Dulce María Núñez. Pero en general, aunque hubo coqueteo, no hubo
casamiento. De paso, me parece interesante como Betsabé Romero ha retomado esta
iconografía recientemente de modo muy propio. Como es sabido, cuando estaba vigente el
Neomexicanismo la iconografía mexicana se acercaba a la chicana.
Los noventa
Así, primero lentamente y luego con más rapidez, se fue construyendo la pared de la historia.
La pared de la historia fue en esta instancia la llegada de la globalización a México, el cambio
radical de soportes preferidos de pintura, a video, instalación, y sus variantes, y la
reconformación del mundo de la cultura en su imagen. Como toda pared de la historia fue un
hecho histórico que no se pudo evitar y que cambió el curso de muchísimas vidas. No la he
estudiado formalmente, pero la he observado.
Lo pude observar, por ejemplo, en la reinauguración del museo Rufino Tamayo bajo la
dirección de Osvaldo Sánchez, hace unos meses. Se presentaron dos exposiciones mayores.
Una, "Arte Operativo", op-art contemporáneo, piezas grandes y vistosas. Otra, una
retrospectiva de escultura contemporánea, con explicaciones muy detalladas en las paredes
sobre el significado de las piezas. Además, el lugar que antes estaba destinado a los cócteles
había sido felizmente transformado en un centro de difusión de información, donde se puede
consultar computadoras con información especializada en las artes u hojear cómodamente,
sentado en un sofá, una gran diversidad de revistas de arte. Ahora hay una cafetería con tienda
de regalos y librería. Y todo con excelente gusto. Fue tan vistoso como la entrada de Cristo
a Bruselas.
Fue la entrada del primer mundo museístico a México. La verdad, me gustó. Pero me dejó
con algunas inquietudes. El museo ya es didáctico, y no templo. Bien. Pero, me fijé, no había
ni un objeto expuesto que pudiera colgarse o ponerse en una casa particular sin violentar el
espacio.
Al otro extremo del espectro está el arte conceptual, el arte de lectura sofisticada, el arte de
las nueva tecnologías. Recuerdo un cuento de ciencia ficción-- se llamaba "Tiger by the Tail"-
- en que se encuentra una bolsa de mano que adentro conduce a otra dimensión. Los
científicos tratan de enganchar a la otra dimensión para jalarla para fuera, pero son jalados
para adentro por una fuerza superior. Sospecho que esta bolsa está por este lado del espectro,
y que adentro del la bolsa está nuestro futuro. Este es el lado de la luz. Pero también es el
lado más estéril. Y sospecho que hay otra bolsa por el lado de la idiosincrasia, que también
conduce a otra dimensión, pero esa vez a la del pasado, a los orígenes. Y este es el lado denso,
fértil, oscuro, ¿femenino? Siempre habrá una dialéctica entre los dos lados. Hay que ver con
atención cómo se desarrolla.