Becker y Cefaï PDF
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Problemas públicos
como objetos de investigación
¿La desviación como un problema social?
El giro de los años sesenta*
* Traducción de Sebastián Pereyra y Alicia Márquez Murrieta.
** Daniel Cefaï. Director de Estudios en la ehess-París y director del cems-ehess. daniel.ce-
fai@ehess.fr; Howard Becker. Sociólogo. Investigador asociado al cems-ehess (París). howardsbec-
ker@gmail.com.
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Para la redacción de este texto Daniel Cefaï agrupó y leyó la bibliografía; después inició el
trabajo de escritura, en interacción con Howard Becker, quien, en cada intercambio de correo electró-
nico, iba aportando nuevos datos y confirmando o rectificando aspectos de la interpretación. Otros
datos provienen de entrevistas con David Matza (en Berkeley, 2003), John y Lyn Lofland (en Londres,
2000), David Sudnow (en París, 2002), Aaron Cicourel (en San Diego, 2004) y Philip Selznick (en
Berkeley, Law & Society Center, 2003). Los autores agradecen profundamente a los traductores.
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El término “conducta desviada” (deviate) aparece bajo la pluma de Merton en 1938. Es re-
tomado por Lemert en Social Problems (1951), después por Becker en 1953 en el American Journal of
Sociology. Comienza a difundirse verdaderamente a partir de ese momento. Antes, el término más
utilizado era el de delincuencia, vista a través de los lentes de la patología o de la desorganización social.
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La génesis de Outsiders
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De manera más precisa, el departamento de sociología del Institute for Juvenile Research
(que desde 1926 realizaba investigaciones pagadas por el estado de Illinois) había creado en 1934
el Chicago Area Project, una organización de derecho privado, patrocinada en 1953-1954 por la
Cámara de Comercio de Chicago para “probar nuevos modelos de prevención y de tratamiento de
la delincuencia” sobre el terreno. El Chicago Area Project, que existe aún hoy en día, impulsaba las
comunidades de vecinos desde abajo, buscando que se auto organizaran en “unidades cooperativas
de autoayuda (self-help)” –once organizaciones comunitarias existían en el tiempo en el que Becker
estaba trabajando en ese lugar–. Estos comités de comunidad (community committees) ayudaban a la
organización, al financiamiento y a la administración de programas de educación y de ayuda social;
apoyaban a las instituciones locales y a los servicios públicos a ser más eficaces; se comprometían
con acciones cuyo fin era luchar contra las presumibles causas de la delincuencia. Los proyectos de
Southside y de Russell Square (South Shore Drive y Calle 93) absorbían aproximadamente la mitad
de los gastos del Chicago Area Project. Sobre la tradición Shaw y McKay en criminología, ver el exce-
lente volumen editado por Short (1976).
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Desde un punto de vista institucional, la Society for the Study of Social Pro-
blems (sssp) se fundó el 6 de septiembre de 1951. Se ha presentado muchas
veces esta iniciativa como una reacción por parte de la vieja guardia de la
Universidad de Chicago, que fundó y sostuvo la American Sociologial Asso-
ciation, pero que había perdido su hegemonía durante los años treinta –un
buen indicador fue la fundación de la American Sociological Review, en 1935–
(Lengermann, 1979). Eso sin duda es cierto, pero las cosas son también más
complicadas. Arnold Rose y Alfred McClung Lee son los verdaderos creado-
res. Ellos sentaron las bases de la sssp en una habitación de un hotel en Min-
neapolis, en un ambiente de conspiración, en ocasión de un encuentro de la
Midwest Sociologial Society. Becker se encuentra allí, al igual que un cierto
número de estudiantes de su promoción y, además de Rose y Lee, también
están allí Ernest W. Burgess y Herbert Blumer, quienes se contarán entre
sus primeros presidentes (Lee, 1962). Aliada a la Society for the Psycological
Study of Social Issues (spsso), esta nueva asociación tiene como finalidades
declaradas, favorecer la investigación empírica y teórica sobre los problemas
sociales, desarrollar vínculos con otras disciplinas y elevar los estándares de
investigación y análisis –tomando como ejemplo el Chicago Area Project y el
Highfield Project (Nueva Jersey) (Burgess, 1953; sssp y spssi, 1953).
Pero también tiene finalidades más políticas, bastante radicales para
Lee o Rose, más lábiles para la gran mayoría. El Midwest había sido la cuna
del movimiento progresista y la legislación y la política quedaron allí marca-
das por esa sensibilidad. En todo caso, desde sus primeros números, Social
Problems destaca entre las otras revistas. Incluye muchos artículos sobre la
cuestión del compromiso en la investigación (Burgess, 1953, p. 3), alerta so-
bre los “ataques” contra la “libertad de investigación y enseñanza” por parte
de los “representantes de intereses particulares y de grupos reaccionarios”.
Gouldner (1956) propone un “modelo clínico” de sociología aplicada, en
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Reseñas de Outsiders: Erikson (1964); Sykes (1964); Cohen (1964); Kerckhoff (1964); Har-
tung (1965).
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La siguiente anécdota da una idea de la postura de oposición de Alfred McLung Lee. Lee
hacía publicar en la revista Social Problems los reportes del Consejo de la asa y largas citas de correos
que Parsons, secretario de la asa, le dirigía, en donde a veces maltrataba a la sssp. Becker recuerda
que Parsons se había quejado con él, cuando era editor de la revista, de esta conducta de Lee y que
posteriormente amenazó a Lee con un proceso, argumentando que esta correspondencia tenía un
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El Centro de Estudios
sobre el Derecho y la Sociedad
carácter personal y privado. Lee respondió que, redactadas en papel membretado, por un dirigente
de la asociación, estas cartas eran, desde un punto de vista legal, del orden público. Y publicó un
nuevo reporte en la siguiente entrega de Social Problems.
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Joseph Lohman, cercano al ala progresista del Partido Demócrata, se convertirá en alguacil
(sheriff ) del Cook County (1954-1958), una posición importante que controlaba la atribución de un
gran número de puestos. Después será treasurer del estado de Illinois (1858-1860) y después de haber
perdido en 1960 las elecciones como candidato a gobernador, aceptará la propuesta de Blumer de
convertirse en decano de la Escuela de Criminología (School of Criminology) en Berkeley.
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csls. Report 1961-1962. University of California, pp. 21-22.
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¿En qué aspecto Becker rompe con sus predecesores? Si la ecología de la des-
viación todavía le interesa, ya no le preocupan los problemas de etiología, de
clínica y de epidemiología. El sociólogo no toma por contante y sonante los
problemas sociales que fueron identificados y reconocidos como tales por
la opinión pública o los poderes públicos. Becker se encuentra abiertamen-
te en secesión con el enfoque que defienden Merton y Nisbet (1961). Pone
entre paréntesis la búsqueda de disfunciones y la prescripción de remedios
–rechazando la postura de la ingeniería y la terapéutica de los funcionalis-
tas– y desplaza su mirada hacia el modo en que las actividades ordinarias y
los expertos fabrican entidades científicas, morales y políticas. Su crítica está
orientada a la insuficiencia de los razonamientos que se fundan en términos
de “sistema” y “tensión”, “integración” y “anomia”: siguiendo a Blumer
y Hughes, investiga las actividades conjuntas de personas, desde las pers-
pectivas que tienen las unas sobre las otras y sobre sus definiciones de las
situaciones, cuando “se asocian en relaciones sociales regulares” y “hacen
cosas juntos” (do things together). De allí resulta una experiencia colectiva de
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Troy Duster (1970, p. 63) cuestiona la posición de Lindesmith: “Se sea médico respetable en
una ciudad de tamaño medio del Medio Oeste, o un mono Rhésus en un laboratorio de farmacolo-
gía, uno puede ser dependiente a la morfina o a la heroína”. Pero el estado de malestar psicológico
que se siente no está necesariamente conectado con la experiencia de la abstinencia.
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Culturas desviadas,
profesionales e institucionales
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Al mismo tiempo, como lo muestra Mary Owen Cameron (1964), que Becker reseña (1965),
ciertas formas de delincuencia son solitarias: el robo en escaparates no es precisamente lo más co-
mún entre los criminales, ni entre los cleptómanos, sino que lo es de los clientes, comunes y corrien-
tes, de la clase media que tienen la costumbre de robar, que preparan su golpe, que han adquirido
las claves de la profesión desde la adolescencia, que se han autoconvencido de que no hay ningún
mal en lo que hacen, rechazan ser etiquetados como ladrones y abandonan fácilmente esta actividad
después de su primer arresto.
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Se trata de dos términos utilizados en el estudio de Harold Finestone, “Cats, kicks and color”
(1957b) para describir la experiencia de los usuarios de drogas desde su propio punto de vista (n. de
t.) –(kicks: gozada; hustle: timo).
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Pasa lo mismo con la adicción al juego que no es tratada como una patología individual
por I. K. Zola (1964). Apostar es una actividad de hombres que durante el lapso de una corrida de
caballos se vinculan los unos con los otros; cuando pierden el corredor de apuestas (bookmaker) se
convierte en el objeto de su agresión. La apuesta genera emociones en relación con la pertenencia a
microsociedades y a jerarquías de prestigio y reconocimiento. Puede ir acompañada de culturas de
la suerte y de adivinación, tal como sucede con la simbiosis que describe G. McCall (1964) entre las
prácticas de vudú (hoodoo) y los juegos de lotería (numbers racket).
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logía profesional de los patólogos sociales”. No podía haber, según él, des-
organización social sino desde el punto de vista de los sociólogos, muchas
veces protestantes, obnubilados por el ideal de las pequeñas comunidades
de las cuales provenían, “basadas en justificaciones cristianas o jeffersonia-
nas”. Y todo el discurso sobre la delincuencia individual usualmente no
reflejaba sino las dificultades de la “americanización de los individuos”, tal
como eran experimentadas por los trabajadores sociales, a partir de un dis-
curso eminentemente sociocéntrico y etnocéntrico. Becker no persigue una
crítica política como la de Mills. Pero observa las prácticas interpretativas y
normativas implicadas en los dispositivos de intervención social, e identifica
a los actores que las llevan adelante, las ideologías que los equipan y las ins-
tituciones que los apoyan. Es la misma perspectiva adoptada por Hughes.
El problema social de la desviación es a la vez un producto y un proceso:
resulta de una actividad colectiva y no cesa de deshacerse y rehacerse, de
definirse y redefinirse a través de ella. Armand Mauss (1975) llegará incluso
a hacer del problema social un movimiento social.
Becker reivindica su proximidad con Blumer (1971) cuando este critica
la tesis de la atribución de los problemas sociales a desórdenes (upset) en el
equilibrio del sistema social, al derrumbe (breakdown) de normas sociales, a
conflictos (clash) de valores sociales o a desviaciones (deviance) de la conformi-
dad social. Ello termina atribuyendo a una supuesta estructura social –a condiciones
objetivas y a instituciones sociales– aquello que es del orden de los procesos de defi-
nición colectiva. El problema social es de algún modo la geometría de la plura-
lidad de perspectivas a las que se vincula. Becker (1966b) insiste en el tema:
con las leyes de acceso a la vivienda sin restricción y los diplomáticos inquie-
tos por la percepción que tienen los líderes de los países emergentes de Asia
y África sobre la crisis racial en Estados Unidos (p. 7).
Podríamos ir aún más lejos. Las personas tendrán una actitud diferen-
te según si están comprometidas vis-à-vis un problema social como parien-
tes, electores, vecinos, consumidores, contribuyentes o víctimas potenciales.
Tendrán juicios muy diferentes según si están directamente afectados en sus
vidas, su propiedad material o su integridad moral o si no están concerni-
das más que de lejos, sin que haya un peligro real.
Esta multiplicidad de perspectivas es flagrante cuando los sociólogos
de los años sesenta se ponen a investigar sistemáticamente los mundos pro-
fesionales –del trabajo social, policial, judiciario, político, periodístico, ad-
ministrativo, psiquiátrico, estadístico– que especifican cada vez de modo
diferente cómo se lleva a cabo una reacción social contra la desviación. Allí
incluso, el legado de Mead, Blumer y Hughes es notorio (Plummer, 2003,
pp. 25-26). El problema social se configura así en función de un campo de
cuestiones típicas y de soluciones típicas, disponibles en un momento dado,
para diferentes actores en interacción los unos con los otros. Esos actores
indexan sus juicios y sus decisiones sobre los modelos que pueden movili-
zar y sobre los procedimientos que pueden aplicar. Defienden su jurisdic-
ción profesional, animados por sus expectativas de ingresos, de poder y de
prestigio. Tienen picos de inquietud cuando son afectados por cruzadas
simbólicas o sacudidos por eventos mediáticos. Alinean sus operaciones
de comprensión y de tratamiento de índices de la desviación en corpus de
saberes y de convenciones que están vigentes en sus profesiones, pero que
provienen igualmente de otros medios sociales, cada uno con sus formas
de experiencia. Pero al fin de cuentas, esta concepción de la desviación de-
riva de una idea del problema social como resultado de múltiples cadenas de
actividades colectivas.
huana, dan lugar a una gran variedad de efectos, dependiendo de las circuns-
tancias en que se den. La experiencia del viaje (trip) dependerá del horizonte
de expectativas de la persona: si es un nuevo consumidor, un consumidor
ocasional o regular, del hecho de haber experimentado previamente este
tipo de distorsiones de la sociabilidad, de la espacialidad o de la tempora-
lidad, y que se hayan asociado a estos efectos, por aterradores que sean
para el novato, predicados de placer y de deseo (Becker, 1967a). La parti-
cipación en una subcultura de la delincuencia permite anticipar y apreciar
un placer y reducir los sentimientos de miedo, de vergüenza o de culpa-
bilidad. Una persona no correrá el riesgo de fumar un churro o de tragar
una pastilla si no se da previamente una inversión de normas y de valores
dominantes. En todo caso, transformando la conducta ilegal en conducta
moralmente aceptable. Sykes y Matza (1957) mantienen una tesis ligeramente
diferente de la de Becker. Ellos consideran que una sociedad no es un mo-
saico de subculturas, sino que los desviados transgreden las reglas morales
y legales, y sin embargo continúan creyendo en ellas y participando en la
misma cultura que la de los otros miembros de la sociedad. Los desviados
recurren a técnicas de neutralización para desligarse de toda responsabilidad o
negar toda intención criminal: los controles sociales se vuelven inoperan-
tes y la imagen de sí mismo del desviado no es mermada. Pueden entonces
sostener un discurso paradójico, defendiendo las reglas, al mismo tiempo
que justifican su transgresión. Sin duda, hay una ambigüedad insoslaya-
ble en el hecho de ver que a uno se le atribuye una esencia de desviado.
Los drogadictos se encuentran insertos en esta tensión, entre un deseo de
inclusión y uno de exclusión: pueden ser degradados moralmente, pero
pueden invertir el estigma y reivindicar una superioridad de iniciados;
pueden distanciarse de los squares, haciendo uso de una especie de carisma
negativo que los hace sentir fuera de lo común, al mismo tiempo que sufren
al ser esquivados o rechazados por las personas comunes. Los toxicómanos
están atrapados en una doble dinámica de heterosegregación y de autose-
gregación, en tanto que grupo de marginales (Becker, 1963, p. 95), y sus
esfuerzos por preservar las apariencias o por transgredirlas, sus dilemas
en relación con el estatus y sus conflictos de lealtad, cambiarán a lo largo
de su carrera.
El espectro de respuestas frente a la reacción social cambia depen-
diendo del tipo de desviación. Estamos, por lo tanto, frente a especies
distintas de problemas sociales. En algunas ocasiones, las poblaciones des-
viadas se quedan dispersas y son fantasmagóricas como los carteristas
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coaliciones con otros actores centrales, y los poderes públicos, quienes dis-
ponen de un poder material de apoyo, de coerción o de castigo y de un
poder simbólico de acreditar las pretensiones de verdad y de justicia, lo
que los hace tener un gran peso en la balanza. Al poner el acento sobre la
percepción pública de la protesta, Turner se inscribe dentro de una visión tea-
tral –la de Kenneth Burke, para quien toda acción es un acto de comuni-
cación dirigido a un auditorio– (ver también Erikson, 1962, p. 11). Orrin
Klapp (1962), cercano a Strauss, reseñado por Becker (1962), desarrolla
la idea de que el sentido social de nuestras actividades depende de la iden-
tificación con personajes típicos a través de la cual endosamos papeles o
nos son asignados lugares dentro de un drama social. No puede darse una
percepción de los problemas sociales sin que se establezca una distribución
de papeles: de héroes, de villanos, víctimas y bufones. El drogadicto es una
de estas encarnaciones del mal alrededor de la cual se consolida el orden
público. Los fantasmas de la imaginación popular rondan en las estadís-
ticas, las investigaciones científicas o las políticas públicas. Por su parte,
Gusfield (1963) muestra de qué manera las movilizaciones por la templan-
za (temperance movement), al pelear contra el problema social del alcoholismo,
están sobredeterminadas por luchas de estatus entre las clases superiores, de
protestantes o de nativos, contra las clases inferiores, de católicos o de mi-
grantes. El conflicto por el monopolio de la definición y de la legitimación
de la realidad y por la imposición de una ley o de una política, se ve acom-
pañado con un juego de promoción o de denigración de identidades colec-
tivas. Esta perspectiva será replanteada por Gusfield (1981) en términos
de drama ritual, de chivo expiatorio o de performance catártico. El trabajo de
definición y de resolución de los problemas sociales que realizan la ciencia,
el derecho y la política pretende restaurar un orden público, indisociable-
mente cognitivo y moral.
Lemert (1974) alertará sobre los riesgos de caer en una visión sim-
plista de esta metáfora dramatúrgica. Relacionará la temática con un artículo
de Mead “The psychology of punitive justice” (1918), que hablaba de la
“organización moderna del tabú”, y con las nociones de “dramatización
del mal” de Tannenbaum (1938), así como con la idea de la “ceremonia
de la degradación” de Garfinkel (1956a). Lemert señala que estas lectu-
ras dramatúrgicas, al proponer escenarios previsibles, corren el riesgo de
hacernos perder de vista la multiplicidad de actores en conflicto y la in-
determinación del desarrollo y del desenlace, propios a la constitución de
un problema social. Además, tienden a sobreestimar el consenso social al
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Podríamos preguntarnos si Lemert, quien dice encarnar una West Coast School (en la cual
encontraríamos a Cicourel, Messinger y Kitsuse), pese a una lectura llena de malentendidos de Bec-
ker y sobre todo de Garfinkel, no está más cercano de estos trabajos de lo que él mismo supone. Su
análisis de las “interacciones entre grupos” (Lemert, 1974, p. 463) tiene afinidades con la perspectiva
de Strauss y Bucher, en relación con las arenas sociales, y su remarcable artículo sobre las dinámicas
de exclusión de la paranoia (Lemert, 1962) en situaciones de crisis organizacional es una invitación a com-
plejizar la investigación sobre los procesos psicosociológicos y a anclarlos de nuevo en actividades
concretas, en sus nichos ecológicos (sites écologiques) –aristas que efectivamente han dejado de lado un
cierto número de trabajos sobre la desviación como etiquetamiento. Parecería que esta conferencia
de Lemert, en tanto que Presidente de la sssp, debe ser tomada en cuenta como un discurso de rup-
tura con su propia teoría de la reacción social. Lemert se acerca entonces a la perspectiva de Fred
Cottrell –con quien había estudiado– centrada en estructuras, valores y costos.
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sistemática a las operaciones estadísticas, la cual va mucho más allá que una
simple corrección técnica de una desviación en la manera de cuantificar, y
adopta una perspectiva radical. Un denominador común de los investiga-
dores que se distancian de los trabajos más clásicos sobre los problemas
sociales es su desconfianza en las estadísticas oficiales; así, se esfuerzan por
comprender cómo estas dependen de las agencias gubernamentales y ya no
las utilizan de manera acrítica, como lo hicieron Shaw, Zorbaugh, McKay
y Cottrell (1929) cuando calculaban y cartografiaban las distribuciones de
las conductas delincuentes para el Chicago Area Project. También se distan-
cian de Merton y Nisbet (1961), quienes señalaban sesgos metodológicos,
pero sin invalidar los datos objetivos resultado de estos métodos. Cicourel
es el mejor representante de esta corriente de pensamiento. Publica, junto
con John Kitsuse, un texto que resultará un clásico: “Nota sobre la utiliza-
ción de las estadísticas oficiales” (1963), el cual sintetiza bien las tesis de la
época. En un primer momento, este artículo es rechazado por las revistas
más importantes, Social Forces, American Journal of Sociology y American Sociolo-
gical Review con evaluaciones como: “si esto fuera cierto, lo único que nos
quedaría sería regresar al pizarrón y reorientar investigación y teoría (Dus-
ter, 2001, p. 135). Según Kitsuse y Cicourel las tasas de criminalidad dan
menos cuenta de la existencia de hechos criminales que de las prácticas de
categorización y de registro de la policía y la justicia (Garfinkel, 1956b). Los
datos estadísticos resultan ser más unos indicadores de los procesos institucionales
que unos indicadores de la incidencia de las conductas desviadas.
Lohman había realizado esta crítica tiempo atrás, al narrar las mani-
pulaciones de las estadísticas realizadas por los policías y los políticos. Otro
antecedente habían sido los trabajos de Sutherland (1940) y de Cressey
(1953). Al mostrar que una inculpación de desviación de fondos (embez-
zlement) no permite saber qué tipo de acción ha llevado realmente a cabo
una persona, Cressey continuaba con el razonamiento de Sutherland, para
quien la criminalidad de cuello blanco es un punto ciego para las estadísticas
oficiales; poco o nada percibido, ni penalizado, y muchas veces resuelto
mediante procedimientos amistosos para sofocar el escándalo y recuperar
rápidamente, al menos, una parte del dinero robado. En los años sesenta,
una voz similar se escucha, en el corazón mismo de las instituciones judicia-
les, en todo caso de su ala progresista. La American Bar Association (Becker,
reseña 1961) publica un reporte explicando que las estadísticas criminales
no dan lugar a una visión objetiva de la naturaleza, de la frecuencia o de la
distribución de los hechos criminales, pero sí repercuten en los procedi-
¿La desviación como un problema social? 87
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Las posiciones de Skolnick (1969, p. 246 y ss.), al momento del Free Speech Movement, van
a desacreditarlo en el departamento de policía. Explica que las puertas se le cerraron, así como a sus
estudiantes, cuando Berkeley se convirtió en el símbolo de la protesta contra la guerra de Vietnam
y en defensa del movimiento negro, y cuando sus entrevistados lo ven desfilar por la calle al lado de
los agentes del desorden, representantes de la contracultura. En octubre de 1964, al mismo tiempo que
está a punto de terminar su manuscrito, el departamento de policía de Oakland es llamado al rescate
por el rector de la Universidad. En la plaza de Sproul Hall, el coche de policía en donde Jack Wein-
berg es detenido durante más de 30 horas, es usado como pódium por Mario Savio y los voceros
del fsm. Se vuelve entonces imposible llevar a cabo un trabajo de campo sobre el trabajo policial.
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Lloyd Ohlin desarrollará junto con Richard Cloward, en Delinquency and opportunity (1960)
la tesis según la cual los delincuentes tienen los mismos objetivos que los miembros de las clases
medias o altas, que se esfuerzan por alcanzar los mismos recursos disponibles y según los canales
disponibles, utilizando las oportunidades más racionales y razonables que se puedan. Este análisis
será la base del programa federal de intervención social War on Poverty en los años sesenta.
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Una selección de estos textos será retomada en el volumen colectivo The other side (1964c) –
bajo la solicitud de Jeremiah Kaplan, fundador junto con Charles Liebman y director de la editorial
¿La desviación como un problema social? 93
The Free Press of Glencoe, que se encontraba en esos años en Chicago, antes de migrar a Nueva
York–. Kaplan había contratado como editor a Ned Polsky, un amigo de universidad de Becker
quien publicará más tarde su libro Hustlers, beats and others (1967, en la colección Aldine, de Becker)
sobre una especie de desviación, la estafa en el billar estadunidense. Polsky había insistido para pu-
blicar Outsiders (1963b) contra la opinión de Kaplan y de Becker. El libro fue un gran éxito y las
ediciones de la Free Press se comprometieron con la publicación de esta selección de textos. Es así
que The other side (1964c) fue publicado, no por voluntad colectiva de publicar este manifiesto, sino
en parte como producto de un cálculo editorial de la Free Press, en la ola posterior a Outsiders, y en
parte por la necesidad de reintroducir dinero a las arcas de la sssp. Becker, después de esto, continuó
con su trabajo de director de la colección, por cuenta de Alexander Morin, antiguo editor de Chi-
cago University Press, que había creado su propia empresa, Aldine. Esta colección acogerá trabajos
de campo, de los cuales algunos guardan una relación con la sociología de los problemas sociales:
David Ward y Gene Kassebaum, Women’s prison: Sex and social structure (1965), Tom Scheff, Being men-
tally ill: A sociological theory (1966). Becker se arrepentirá de haber dejado partir el manuscrito de John
Lofland, Doomsday cult (1966), convertido en un gran clásico sobre el proselitismo y la conversión al
interior de la Iglesia Unificada, fundada por el reverendo Moon en 1954.
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Además de los artículos que vamos a mencionar, hay que señalar entre las novedades, im-
pensables tiempo atrás, un suplemento coordinado por Murray y Rosalie Wax en 1964, sobre Formal
education in an American Indian community; y durante el mandato de S. Wheeler, un número especial del
verano 1965, impulsado por S. Messinger, en el cual colaboran tanto la sssp como la asociación Law
and Society, que inicia con un estado del arte de la sociología del derecho realizado por Skolnick.
94 Problemas públicos. como objetos de investigación
o Short. Todos practican una sociología clásica del sistema policíaco y pe-
nitenciario. Becker conoce a Reiss cuando es contratado (tal como G. E.
Swanson o T. Shibutani) para dar los seminarios de graduación entre 1949
y 1952, al interior de un departamento que cuenta en ese momento con 200
estudiantes y diez profesores. Reiss es cercano a O. D. Duncan, y practica
una sociología estadística, fundada sobre grandes muestras, sobre temas
como los tipos psicológicos de los delincuentes. Lleva a cabo una crítica
metodológica de los enfoques de Glueck y de Cohen, y propondrá más tar-
de sus propias tesis sobre la correlación existente entre delincuencia y fra-
caso escolar. En 1966, en tanto director de investigación de la Commission
on Law Enforcement and Administration of Justice del presidente Lyndon
Johnson, investiga a escala nacional el fenómeno de la violencia policiaca.
Su perfil, más bien típico, no le impide publicar su texto sobre los queers and
peers, resultado de una investigación a través de cuestionarios, pero enri-
quecida con experiencias directas, sobre las relaciones entre adultos homo-
sexuales y jóvenes adolescentes pagados para recibir felaciones. Westley,
por su parte, también es un veterano y Lohman le hace ingresar al servicio
de policía de Gary, Indiana, en donde analiza la violencia de la policía y la
solidaridad entre sus miembros como un resultado de la organización de las
actividades profesionales. Pero Westley también investiga la socialización
adolescente y el mito de una cultura de este grupo etario o sobre los grupos
secretos o declarados de la comunidad homosexual. También se encuentra
aquí Finestone, quien es enviado a Chicago por Oswald Hall de McGill,
Montreal y quien es contratado por el Institute for Juvenile Research. Fines-
tone es capaz de utilizar el trabajo de campo hasta el grado de acompañar a
las personas drogadictas en sus trayectos para circular mercancías robadas,
pero también de publicar un artículo clásico, resumiendo su tesis, sobre
las reincidencias de los criminales italianos y polacos. Toda esta diversidad
de investigaciones, que encontramos entre los investigadores formados en
Chicago, se confirma en las páginas de la revista Social Problems. De esta
forma, la experiencia de la desviación puede ser estudiada y descrita en un
modo narrativo, con una gran densidad, como lo hacen, en sus artículos,
hoy en día todavía de gran actualidad, Ray sobre el ciclo de la adicción, de
la desintoxicación y de la recaída de los heroinómanos; o Bryan sobre las
fases de aprendizaje de las profesiones de las prostitutas de la calle o de las
call girl; o Sampson et al. (1961), quienes muestran las transformaciones de
las relaciones entre los miembros de una familia cuya madre o padre son
internados en un establecimiento psiquiátrico. Otros artículos utilizan pro-
¿La desviación como un problema social? 95
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Es interesante observar que Social Problems continúa aceptando artículos escritos en la tradi-
ción de los estudios sobre el comportamiento colectivo (collective behavior), del tiempo en el que Bec-
ker se encontraba en la dirección de la redacción.
100 Problemas públicos. como objetos de investigación
una línea editorial es siguiendo esta pista que lo haríamos. Sin embargo,
Becker recuerda que debía cerrar la entrega trimestral y escoger de entre los
artículos recibidos, en la medida que tuvieran buena calidad. La revista no
era de su propiedad sino que era un bien común de la sssp. Por lo tanto, di-
ferentes corrientes de investigación y de análisis deberían estar representa-
das en dicha selección. Social Problems entre 1961 y 1965 era pluralista: todo
tipo de investigaciones teóricas o empíricas, muchas de ellas inspiradas en
Merton o en Parsons, continuaban teniendo un sitio en ella.
La segunda conclusión es que si nos quedamos con los trabajos más
innovadores, para decirlo rápido, los Neo-Chicagoans (etiqueta que encontra-
mos bajo la pluma de Matza, un grupo de etnógrafos interaccionistas con-
gregados alrededor de Lofland van a reivindicar más tarde el nombre de
los Chicago irregulars) o los etnometodólogos (etiqueta que une a los investi-
gadores formados en ucla y que siguieron los cursos de Garfinkel, entre
quienes algunos como Messinger, Kitsuse o Cicourel, también siguieron los
de Lemert, de donde provenía la reivindicación de sociología de la Costa
Oeste [West Coast Sociology]), la reducción a un denominador común, cómo-
do para los manuales, no es aceptable, ni siquiera para una lectura retros-
pectiva. Lo que unía a todos estos autores era su crítica y puesta en duda
de una buena parte de las investigaciones en criminología (pero algunos de
ellos se inscribían, parcialmente, en la herencia de Sutherland, Lindesmith y
Cressey) o en la sociología de la desorganización social (retomando a Shaw,
sus historias naturales de delincuentes, pero criticando el uso convencional
que hacía de las estadísticas). Más allá de esta intención crítica, estos traba-
jos mantenían entre ellos una gran diversidad.
que las personas designan como tales” (1966b, p. 5). Etiquetar remite a indi-
vidualizar, circunscribir y determinar a través de un nombre, pero esta ope-
ración compromete también una serie de proposiciones articuladas, que van
mucho más allá que la sola aplicación de una palabra. Matza explica que se
trata de un razonamiento inferencial que remite a múltiples redes de signi-
ficaciones, con una serie de sobreentendidos, presupuestos, e implicaciones
que se deben restituir. La calificación de una situación como problemática no
se reduce a una denuncia puesta en palabras. También despliega un contexto
de significaciones sociales, que forman parte de las operaciones de designación,
de categorización, de clasificación y de razonamiento. Y estas operaciones
no son simplemente ideales o simbólicas: se trata de actividades prácticas
que se llevan a cabo dentro de marcos profesionales e institucionales.
Becker no afirma otra cosa, y esclarece su punto de vista diez años
más tarde (1974). El término etiquetamiento no debe transformarse en fetiche:
sólo es evocador de los efectos que tiene el nombrar, lo que explica sin duda
su éxito. Outsiders no se limita solamente a este aspecto: es una obra que se
inscribe en la herencia más pura de la sociología de Chicago –de la ecolo-
gía de las acciones conjuntas de la corriente Park-Hughes y de la psicología
social de los Selves y de las interacciones de Mead-Blumer. Para Becker, lo
importante no sólo es que las instituciones de control social coloquen una
etiqueta sobre una persona y la hagan cambiar de estatus –como sucede
con el Genêt de Sartre (1952), cuando señalado como ladrón, toma la de-
cisión de transformar la mirada del otro en proyecto existencial–. Lo que
busca hacer Outsiders, más allá de dos o tres fórmulas que han sido las más
retenidas, es reseñar las diferentes maneras en que se coproducen los tipos
de desviación, y mostrar cómo, en un momento dado, diferentes actores se
integran en procesos de investigación, en interrogatorios, terapias, castigos
y accionan categorías, procedimientos, rituales y dispositivos instituciona-
les. El problema social de la drogadicción no se reduce entonces al uso del
nombre, se lleva a cabo a través del conjunto de actividades colectivas que lo
van designando como eso –que le van dando forma como patología, como
algo inmoral e ilegal, multiplicando los soportes literarios, cinematográficos
o periodísticos de su existencia, lo van transcribiendo a marcos jurídicos,
administrativos y políticos, creando personal e instituciones de investiga-
ción, de terapia o de represión–. El etiquetamiento de la drogadicción es el
título de una historia hecha a partir de todas estas pequeñas historias.
Pero otro equívoco complicó los debates de los años sesenta y seten-
ta: ¿la desviación es acaso sólo una etiqueta que engendra lo que designa?,
102 Problemas públicos. como objetos de investigación
19
Esta anotación proviene de una historia que Becker cuenta en What about Mozart? What about
murder? (2003) y que fue confirmada en una entrevista con Selznick. En 1963, Becker presenta el pri-
mer capítulo de Outsiders en el seminario del Center for the Study of Law and Society y deconstruye
la noción de “desviación” y el cortejo de categorías negativas que acompañaban a esta noción: “cri-
minal”, “loco”, “anormal”, “perverso”, “no-ético”. Selznick lo escucha bajo el marco de una puerta,
fumando un puro, y mirándolo con un aire irónico, le pregunta gentilmente: “Perfecto, Howie, veo
a dónde quieres llegar, es muy interesante”, antes de pasar al ataque final: “Pero, a final de cuentas,
¿qué podemos decir del asesinato? ¿No es realmente una desviación?” Becker le responde indicán-
dole que el acto de matar será tomado como asesinato en ciertos casos, que puede darse controver-
sia alrededor de esta calificación y que ella va a depender del tipo de personas implicadas y de las
¿La desviación como un problema social? 103
investigaciones llevadas a cabo, que no será la misma según los lugares y los periodos. Parece ser
que cada uno de los protagonistas de la anécdota se quedó con su misma postura.
20
E. Lemert es visto como un precursor de la teoría del etiquetamiento, rechaza la reducción de la
desviación al resultado de las operaciones de control social y de imposición de un orden moral. Por
otro lado, busca atemperar la adhesión que suscita el interaccionismo simbólico: “No me veo a mí
mismo como un sociólogo que no es ni ‘interaccionalista [sic] ni fenomenológico’” (1967, p. v); insiste
sobre la “limitación de los valores y de los significados de los hechos fisiológicos, ecológicos y tecno-
lógicos”. Sin embargo, Lemert da crédito al manual de un antiguo estudiante de Chicago (igualmen-
te influenciado por K. Lewin y por Fuller y Myers), L. Guy Brown, Social problems: Social and personal
disorganization (1942), que utilizó cuando llegó a ucla hacia finales de los años cuarenta, de la pater-
nidad de la concepción de la desviación como proceso de interacción y de la relativización de la frontera
entre lo normal y lo anormal (Laub, 1979). Según Becker, “se paró a mitad de camino”, pensando
que la deconstrucción es, más allá de la negación del realismo, una negación de la realidad.
104 Problemas públicos. como objetos de investigación
¿Pluralismo o relativismo?
de las cuales las patologías sociales son desviaciones. Y el mismo Lemert (1967,
p. 9), más tarde, acentuó la relatividad cultural de los “actos desviados”, lle-
vando a cabo una investigación en Hawai, en diversas islas de la Polinesia
y entre los indios de la costa noroeste del Pacífico. Lemert llega, a través de
una mirada antropológica, a apreciar la variedad de usos culturales que tie-
ne el alcohol. En muchas ocasiones son consideradas desviadas las acciones
que indignan o son insoportables a las personas o los grupos que mantie-
nen estándares conformistas, escribe Lemert, lo cual acarrea problemas en
el mundo moderno, en donde el “pluralismo de valores” ha sido sustituido
por una “jerarquía estricta”. Con respecto a la supuesta desviación de los
subgrupos étnicos en una “sociedad pluralista en donde los valores y las
normas se encuentran en competencia intercultural” –la violación de aque-
llas leyes que regulan el pecado, el juego o el matrimonio, o que prohíben
la poligamia de los hawaianos, la ingesta de marihuana de los mexicanos o
el combate de gallos en Filipinas– preconizaba, que más que la sanción re-
presiva, se trataba de “una variedad de relaciones de acomodamiento que
implican que los valores de los subgrupos étnicos sean satisfechos a través
del uso instrumental” de la economía monetaria, de los equipamientos tec-
nológicos o de los programas del Estado de bienestar. Lemert escribe que
la conformidad no se obtenía por una milagrosa “adhesión a los valores do-
minantes”, sino que estos valores dominantes, los de la técnica, del mercado
o del Estado, debían aparecer a estos subgrupos étnicos como los “medios
alternativos” para “fines no alterados”.
La ruptura en ello no es sólo de perspectiva, sino también de políti-
ca. Becker es también sensible a esto. Fiel a su ethos de “vive y deja vivir a
otros” (live-and-let live the others) defiende en innumerables ocasiones un pun-
to de vista liberal sobre el tratamiento de la drogadicción. A principios de
los años sesenta, el modelo británico de una política de los estupefacientes,
descrito por Schur (1961), es evocado continuamente por el mismo Becker
(1964b), quien publica un artículo sobre el tema desde la primera entrega
de Social Problems, revista de la que es editor en ese momento. Esta crítica re-
suena con otras que, 20 o 30 años antes, habían hecho evidentes los efectos
perversos de la Prohibición, la cual había aumentado tanto las estadísticas
del alcoholismo, como las de la criminalidad. Y tiene también una relación
en el campo de la drogadicción con la denuncia por parte de A. Lindesmith
(1940-1941) del mito del tóxico (dope fiend). Becker lucha contra el “mito de la
epidemia” de la drogadicción y rechaza las políticas represivas que vendrán
a continuación (1964b). La dependencia no es un crimen. Sigue en ello las
106 Problemas públicos. como objetos de investigación
21
“Es más fácil, cuando tiene lugar un Be-in, dar la espalda a las personas que fuman abierta-
mente marihuana, que cargar contra la masa e intentar arrestar a sospechosos, que van a destruir
las pruebas, causarle graves problemas, hacerlo pasar por idiota y producirle mala prensa. Mientras
que si usted le da la espalda, nada horrible va a suceder: ninguna agresión, ni robo, ni violación,
ni disturbio. La policía, más calculadora de lo que aparenta, decide en muchas ocasiones este tipo
de arreglo cuando se trata de comunidades desviadas estables” (Becker y Horowitz, 1971, p. 12)
[Becker y Horowitz hacen referencia al Human Be-In, un evento que tuvo lugar en San Francisco
en enero de 1967 y que se transformó en un símbolo del despliegue de la contracultura hippie de la
psicodelia en la ciudad (n. de t.).
¿La desviación como un problema social? 107
Conclusión
22
Becker, aun si tiene simpatía por los demócratas y una sensibilidad progresista, no era un ac-
tivista. En 1956, cuando aparecieron las calcomanías sobre los automóviles en favor de Eisenhower
o de Stevenson, candidatos a la presidencia, él enarbola un banderín que dice “Insiste con la música
en vivo” (Insist on live music). Se mantiene a distancia de la agitación política de algunos miembros de la
sssp. Por ejemplo de Arnold Rose, quien había hecho su tesis sobre el problema social de las viviendas
de las personas itinerantes o móviles (el título de su tesis era Living arrangements of unattached persons in
American cities, Universidad de Chicago, 1946) y seguía muy comprometido con las luchas contra la dis-
criminación racial (Gerda Koch y la extrema derecha lo acusaban de ser un “colaborador comunista”);
o de Alfred McLung Lee, una figura radical de Nueva York, quien había escrito sobre la propaganda
y sobre los disturbios raciales y quien participaría más adelante en múltiples movimientos sociales (ver
su conferencia en tanto presidente de la asa en 1976, “Sociology for whom?”).
110 Problemas públicos. como objetos de investigación
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