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«El pensamiento teológico de Ratzinger —aparecía en una presentación de su

teología publicada en la antigua República Democrática Alemana— está enraizado en la


Escritura y los Padres»'. Por otra parte, «la predicación desde pulpitos de iglesias y
catedrales —afirmaba un estudioso inglés del pensamiento ratzingeriano—, o desde los
medios de comunicación, ha permitido a Ratzinger llegar a una audiencia más amplia, y
a abordar los temas predilectos de un modo más popular»i ii iii iv v vi. Y no digamos el
pontificado. Era ya un afamado predicador desde sus primeros años de sacerdote, tal
como traía al recuerdo un alumno suyo de Frisinga al evocar un lejano 1954: «Lo
destacable y novedoso de su discurso —recordaba— era la fascinante comunicación que
lograba expresar por medio de imágenes, signos y símbolos, mejor que a través de
definiciones racionales. El pensamiento meditativo, reflexivo —inteligencia
emocional— era la fuerza a través de la cual podía cautivar a sus oyentes, a la vez que su
talento intelectual se unía al don de la palabra y suscitaba la más alta admiración»
Razón e imaginación se unían de esta forma en el discurso del joven Ratzinger,
quien predicaba con palabras y símbolos, tal como ocurría en las parábolas y
discursos pronunciados por el mismo Jesucristo. Nichols añadía ti es aspectos que
caracterizan la predicación de nuestro autor: su carácter trinitario, su inspiración
en la liturgia y su atención al presente y futuro de la Iglesiavii. «Ideas [ expresadas]
con fuerza —concluye—, en las que están grabadas imágenes luminosas,
cristalinas. Todo esto sirve de estímulo para la contemplación y la reflexión»viii.
Imaginación, reflexión y contemplación: Ratzinger intentaba de esta manera
conciliar sus conocimientos de teología con el kerigma, con el simple anuncio de
la fe. «Teología y espiritualidad —añade Nachtwei— se convierten en praxis. Se
fundamentan recíprocamente en una unidad interior, a la que no se puede
renunciar dada la condición humana»ix. Recordemos además que el profesor
Ratzinger alternó durante años sus numerosas conferencias con no pocas homilías,
sus artículos con abundantes textos destinados a la oración y la meditación. El
actual papa emérito no solo fue un buen profesor sino también un inspirado
predicador: consideraba el anunciar la Palabra de Dios como parte de su trabajo
teológico, al combinarse en la predicación fe, reflexión y contemplación.

«A diferencia de otros docentes —afirma el norteamericano John L. Alien—,


Ratzinger nunca dejaba que sus conocimientos sofocaran su fe. Cuando hablaba,
lo hacía primero como sacerdote y después como profesor. ‘‘Después de cada
clase, querías ir a la iglesia a rezar'’, declara John Jay Hughes, un sacerdote
católico americano venido del anglicanismo, quien estudió en Alemania y
conoció a Ratzinger como profesor de teología. Hughes contaba que a veces los
de la ciudad iban antes del trabajo a escuchar las clases de Ratzinger, porque sus
explicaciones eran muy convincentes y accesibles. Ratzinger, decía Hughes, tenía
la habilidad de expresar una tremenda erudición en términos que los no iniciados
podían entender»x.
Sencillez, teología y predicación íntimamente unidas eran su principal estrategia
docente. La predicación fue también objeto de su investigación teológica: reflexionó sobre
la importancia de la predicación en Palabra en la Iglesia (1973), un libro dedicado a su
querido amigo Hans Urs von Balthasar (1905-1988). Allí se contienen artículos de los años
sesenta y primeros setenta, en los que —de algún modo— se hacía referencia a la
predicación. El título original del libro resulta significativo, pues en él se explicitaba la
relación entre el dogma \ la predicación, entre la teología y la proclamación de la 1 a labraxi.
Así, sus experiencias litúrgicas y pastorales le levarán a reflexionar sobre la importancia del
anuncio de la Palabra de Dios, tal como había hecho la mejor tradición reformada. Hablaba
así Ratzinger de cuatro puntos de apoyo del anuncio de la Palabra divina:
«La tensión interna de la predicación sujeta el arco que forman el dogma, la
Escritura, la Iglesia y la actualidad; y no puede quitarse ninguna de estas
columnas sin que todo el conjunto se derrumbe. Siendo esto así, la teología no
puede contentarse con reflexionar sobre la fe en un paraíso científico, y dejar
abandonado a sus propias fuerzas al que tiene que predicar. Debe
proporcionarle señales claras para llegar a la vida misma, y ha de encontrar
modelos de transición de la reflexión a la predicación: la idea solo es válida
cuando es comunicable»15.
Ratzinger intentaba de esta forma conciliar la teología v el kerigma, pues
algunos habían afirmado que la segunda debía abandonar a la primera: según estos,
la predicación debería dejar aparte el dogma, para poder así moverse por sí misma
con más libertad y soltura, sin encadenamientos dogmáticos. Se trataba por tanto de
un problema de contenidos, y no solo del estilo homilético. Por el contrario, para el
profesor y predicador Ratzinger (el número de sermones y homilías publicados lo
testifican, también después como papa), el anuncio de la Palabra debe ir unido a la
doctrina, y el dogma a la predicación: «El camino del dogma hacia la predicación
—resumía esta postura crítica con estas palabras— se nos ha hecho muy penoso.
[...] ¿No sería mejor dejar al dogma aparte? Una solución tan radical como esta —
que a muchos les parece la única salida— convierte a la predicación en un discurso
pronunciado en nombre propio. y le hace perder todo su interés como
predicación»xii. No hablar en nombre propio. La verdad anunciada en toda su
profundidad y plenitud —sostiene Ratzinger— no tiene por qué ocultar la belleza y
el atractivo que, en el fondo. corresponden a la verdad. Splendor veritatis: la belleza
es también esplendor de la verdad. El dogma puede ser presentado de un modo
asequible y agradable, ante un público no especializado, en un domingo normal y
corriente.
La Iglesia, morada de la Palabra
El predicador ha de alcanzar por tanto un difícil equilibrio en el que se encuentra no
solo el predicador y su sufrido y eventual auditorio, sino también toda la comunidad
eclesial. Por un lado, la predicación debe alimentarse hoy día —según repetía Karl
Barth— de la Biblia y el periódico, de la eterna verdad y la «rabiosa actualidad». Pero
además la homilía es formulada dentro de toda una colectividad que custodia la verdad
revelada en Jesucristo en toda su plenitud, es decir, en el seno de la Iglesia. Son pues
estos unos condicionamientos-clave para el predicador: «La tensión interna de la
predicación -habíamos dicho- sujeta el arco que forman el dogma, la Escritura, la Iglesia
y la actualidad: y no puede quitarse ninguna de estas columnas sin que todo el conjunto
se derrumbe»xiii xiv. En este peculiar y equilibrado proceso comunicativo en que consiste
la predicación de la Palabra de Dios, ha de tenerse en cuenta el contexto en el que tiene
lugar el discurso. No se trata sin embargo sin más de un mero ámbito contextual, sino
que este condiciona la naturaleza y el contenido del acto de comunicación: Biblia e
Iglesia serán por tanto dos de los principales pilares —concéntricos, eso sí— que
sustentan todo acto homilético y kerigmádco.
Ratzinger, atento lector de la Escritumls. estudia asila relación entre discurso
y comunidad en la cultura judeo- cristiana, y por eso acude a los testimonios tanto
del Antiguo como del Nuevo Testamento 0. Tras recordar que las consideraciones
del citado libro sobre la predicación se basan sobre todo en la experiencia propia v
de otros pastores, el profesor de Ratisbona realizaba el oportuno análisis exegético
a lo largo de toda la Biblia. Así. En el pueblo de Israel existían distintos modos y
estilos de predicación. En primer lugar, la predicación sacerdotal que surge en
torno a la Torá y a la celebración del sacrificio ofrecido a Yahvé; en ella se unían
íntima e inseparablemente la liturgia y la predicación. Sin embargo, el fracaso de
este tipo de predicación llevó a que surgiera la figura del profeta, llamado y
suscitado por Dios mismo: en él se aprecia «un elemento espontáneo y
carismático» que «surge con fuerza frente a lo institucional». A pesar de todo, el
profeta no se constituye en alguien autónomo, sino que siempre se remite a Israel
y tiene en el fondo «una especie de carácter institucional»; lo que pretende el
profeta es hacer valer el verdadero Israel20.
Sin embargo, el modelo de todo predicador es lógicamente Jesucristo. Así, ambas
dimensiones igualmente son importantes: la cultual-sacerdotal y la profética, anunciar el
Evangelio hacia dentro y hacia fuera. Una Iglesia que solo predicase en su interior —
sostiene Ratzinger—, que diera por sabida siempre la fe y solo la transmitiera y la
desarrollase entre el círculo de los que ya creen, se volvería estéril y perdería fuerza. «Y
por el contrario, una Iglesia que solo mirara hacia fuera, que solo intentara adaptarse a
las posibilidades de comprensión de sus contemporáneos, [...] le vendría la muerte desde
dentro y al final no tendría nada que decir»21. El mundo y la Iglesia constituyen por tanto
los sujetos de toda predicación. En efecto, la Iglesia es el «lugar de la predicación» no
solo para el predicador, sino también para el oyente (de hecho, también los fieles han de
permanecer en la Iglesia, y no salir corriendo de ella). De esta manera se configura una
intrínseca unidad entre la Palabra y la Iglesia. En primer lugar, «el que predica no lo hace
por cuenta propia, ni en nombre de una comunidad particular o de cualquier otro grupo,
sino que lo hace por encargo de la Iglesia, que es una en todo tiempo y lugar»2".
Así, se intenta unir a Cristo, a la fe y a la Palabra con toda la Iglesia, y no solo a una
comunidad determinada. Algunos planteamientos dirían «sí» a Cristo, a la fe y a la
comunidad, pero «no» a la Iglesia; por el contrario, Ratzinger propone formular una
afirmación de ambas instancias. El papel de la Iglesia en la predicación será por tanto
definitivo, pues esta sería «el lugar del servicio a la fe»r\ Una vez más. el predicador no
predica solo, sino en la Iglesia.
Los templos —sigue explicando Ratzinger— son también lugares para estar y
escuchar, lugares en los que se unen la verdad con la vida. Por eso afirmábamos que
no cabría una oposición entre el teólogo y el predicador, sino que se da una íntima
unidad entre ambos ministerios eclesiales: entre ellos existe una mutua implicación,
que los enriquece de modo recíproco. La teología se ciñe a la realidad gracias a la
praxis, mientras la predicación acude a las verdades formuladas por la ciencia
teológica para ganar en amplitud y profundidad. Así. «la teología no puede
contentarse con reflexionar sobre la fe en un paraíso científico, v dejar abandonado
a sus propias fuerzas al que tiene que predicar. Debe proporcionarle señales claras
para llegar a la vida misma, y ha de encontrar modelos de transición de la reflexión
a la predicación; la idea sólo es valida cuando es comunicable»24. Ambas, teología y
predicación, deben mantener una mutua y enriquecedora relación, a la vez que se
mantienen al servicio de la Iglesia, decíamos. Cristo reúne a todos los creyentes en
ella, y esta precisa de ambas instancias. Por eso fe, teología y predicación han de
remitirse de modo continuo a estas grandes fuentes de las que se nutren «Tanto el
que predica como los que escuchan han de estar dispuestos a superarse a sí
mismos»2’, a transcenderse hasta llegar a la misma Palabra y a la Iglesia, ambas
criaturas de Dios. «También la Biblia, en cuanto forma y norma fundamental de toda
predicación, es Palabra de la Iglesia, y solo en un contexto eclesial puede ser
entendida como tal Biblia»26.
2. Dogma y praxis
Tas este desarrollo, el profesor Ratzinger se atrevía también a dar unas serie de pautas
sobre «la predicación en la actualidad. Establecía así cuatro normas que puedan servir
de puntos de referencia para el predicador moderno; junto a las mencionadas Biblia e
Iglesia, añade «el magisterio vivo de la Iglesia» y «la fe que la Iglesia vive en sus
comunidades». La primera norma de la predicación será por tanto la Escritura, tal como
defendió con énfasis la teología patrística frente a los gnósticos. Lutero dio un nuevo
vigor a esta afirmación y habló con decisión de la claridad transparente (perspicuitas)
de la Sagrada Escritura.
«Hoy hemos llegado al otro extremo —sigue diciendo Ratzinger—, en una
situación alarmante, por asi decirlo: el problema hermenéutico absorbe la Escritura
entera, y en la controversia entre historicistas y hermeneutas no ha quedado nada de
aquella claridad que se ilumináis asi misma [...] Personalmente estoy convencido de
que. pese a toda una maraña de problemas, hay una univocidad real de la Escritura,
que consiste en su “imagen” como una afirmación total que se ilumina a sí misma:
el que lee con paz y sosiego la biblia como un todo, puede con toda tranquilidad
plantearse algunas cuestiones, pues sabe distinguir con claridad adonde conduce el
camino y adónde no
Volver o los fuentes
El permanecer en la Iglesia ofrece una serie de pautas para la lectura de la Biblia*
un adecuado contexto
terpretativo para todo predicador: supone también una instancia segura que evita toda
posible distracción. De esta forma se logra además liberar a la Palabra de la posible tiranía
de ciertos expertos que —bajo una maraña de interpretaciones— impiden que hable la
misma ver- dad contenida en la Escritura, al interponerse entre ella y nosotros. Una vez
más, se requiere leer la Escritura en ía Iglesia: la predicación necesita contenidos concretos
y actuales, pero también verdades que iluminen a los creyentes; de ahí la centralidad en el
anuncio de Cristo y de la Palabra, y la fe de la Iglesia como el mejor garante de las verba
Christi. El principio luterano de la sola Scrip- tura constituye, en el fondo, una utopía:
todo texto necesita de un contexto interpretativo, también el sagrado, y este principio no
puede ser obviado por el predicador. De hecho, los mismos reformados afirman sola
Scriptura numquam sola: la sola Escritura nunca se encuentra sola.
Los contenidos del dogma pueden aportar pues claridad y orden a la predicación:
establecer prioridades, distinguir lo esencial de lo accesorio, centrar el objetivo, en
definitiva. Solo de esta manera la fe de la Iglesia puede iluminar la predicación concreta.
La verdad se presenta de esta forma en toda su riqueza y poder salvador. El magisterio de
la Iglesia tiene sin embargo mala fama entre algunos predicadores —continuaba dicien- ?
pues suele ser visto como una instancia limitante. Nos encontramos pues ante un prejuicio
real, que deben vencer los mismos predicadores. Con motivos reales o sin ellos, hoy día el
magisterio de la Iglesia acaba siendo una instancia poco creíble: para mucha gente «el
hecho tan solo ele que haya sido pronunciado por el magisterio, los predispone en
contra»28. Sin embargo, es cierto al mismo tiempo que la «transparencia» por la que
suspiraba Lutero no se desprende de modo directo del texto bíblico, sino «de la viva vox
de la Iglesia, que es siempre el sujeto viviente de la Escritura y de la fe que esta custodia»^.
Esto lo demuestran los excesos hermenéuticos y exegéticos a los que nos hemos referido;
el biblicismo extremo y aislado no tiene por qué aportar más luz al texto revelado.
La sencillez y la dinamicidad de la fe se encuentran igualmente unidas en su raíz.
Vuelve a aparecer por tanto aquí esa «fe de los sencillos» que Ratzinger había defendido
en el ámbito de la teología; será esta también una garantía para que la predicación dé de
lleno con las necesidades de los oyentes. El remitirse a la Iglesia y a los creyentes
constituye un punto de referencia, también para el predicador: «La fe sencilla del hombre
sencillo merece el respeto del predicador; este no tiene derecho a hacer gala de su
superioridad intelectual»30. Al igual que los anawim, los pobres del antiguo testamento,
los «sencillos» participan de la sabiduría, a veces incluso por encima de teólogos e
intelectuales: «El que escandalice a uno de estos pequeños...» (Mt 9,42), sentenciaba jesús.
28

29

30
Ibid., 29. cf. A. Nichols, The theology of Joseph Ratzinger: an inhvductcn
study, 194-195.
31
Palabra en la Iglesia, 28.
32
Ibid., 31.

*
«Creo que estas palabras -añade Ratzinger-, que ya en la tradición
evangélica se dirigen al que ha de predicar, constituyen una advertencia
terriblemente dura. Ningún predicador que sea consciente de la
responsabilidad que tiene ante el Evangelio puede tomar a la ligera estas
palabras, y todos los que se apresuran a servirse de fáciles hallazgos
teológicos harían bien en escucharlas con temor»xv.
El predicador ha de tener por tanto esta \ ish >11 de con- junto y totalidad: «La
Escritura y el dogma hay que leerlos dentro de la fe viva de toda la Iglesia; esta les confit
it uti carácter claro e inequívoco, a la vez que recibe de ellos la orientación que ha de
seguir. Mirar a la totalidad y, de este modo, mirar hacia el Señor: es esta la primera norma
a la que puede confiarse el que ha de predicar, y que luego le guiará —paso a paso— en
su propio caminar y orar con los demás»xvi. Entonces el contexto se convierte en el
hábitat, en el espacio vital, decíamos, en el que la Palabra puede crecer como el grano de
mostaza (cf. Mt 17,20; Le 17, 6). En síntesis podríamos decir que «la norma de la
predicación está en aquello que testifica la Iglesia total de todos los tiempos. Instancia de
este testimonio es el magisterio, que puede exigir total respeto cuando habla de modo
expreso en nombre de toda la Iglesia y de su Señor»xvii.
De esta forma, la predicación se mueve entre los parámetros de la Escritura y el
magisterio, el dogma y la «fe de los sencillos», para hablar con convicción sobre
Jesucristo y su mensaje salvador. El receptor y el contexto se con- viet ten en
condiciones de un discurso eficaz. El dogma se ha de combinar con la pragmática
textual y con los presupuestos hermenéuticos de toda verdadera interpretación. I ara el
predicador, existen por tanto estos dos claros refe- 1 entes en su discurso sobre Dios: el
dogma y la Escritura. «El dogma es, en muchos casos, una norma más bien negativa:
define los límites de la predicación. Simplificando un poco, podríamos formularlo así:
el dogma formula lo dogmático del kerigma\ la Escritura, lo kerigmático. La Escritura
como forma originaria y normativa de toda predicación, indica a esta el camino que ha
de seguir»xviii. El dogma y el kerigma constituyen condiciones de eficacia pragmática
de toda predicación; pero en su núcleo se encuentra esa inagotable verdad predicada.
Dogma y kerigma
De este modo, ambos —doctrina y anuncio— están en íntima relación, pues ambos
proceden de la Escritura. Son sin embargo diferentes en su método y fin, pues mientras
la teología busca una exposición lógica \ ordenada de las verdades cristianas, la
predicación procura «orientar al hombre hacia la fe»; por tanto, ambos se complementan
y se iluminan de modo recíprocoxix. Pero
también se da el inevitable atractivo de la narración, con el que contó el mismo Jesús.
Aquí también se encuentra la eficacia pragmática. Sin embargo, la importancia de la
narración va más allá: «Los predicadores saben desde hace tiempo que se escuchan
las historias bastante mejor que cuando es mi sermón a base de doctrina. [...] En la
predicación cristiana [sin embargo], las historias no son un mero adorno para una
doctrina ahistórica, sino que el núcleo de esa doctrina es histórico»36. Toda la Biblia \
las mismas vidas de los santos están llenas de histoiías \ n laderas. en el sentido más
profundo de la expresión. La narración es mi género ineludible en la predicación, que
lia de alternarse con una continua referencia a los dogmas. Verdad y narración, dogma
e historia deben combinarse de modo estrecho también en el seno de la predicación .
Existen también algunos puntos de referencia irre- nunciables en toda

vivo: «Cristo vive hoy también» es una de las fórmulas repetidas


con frecuencia por el predicador. «El ser di-

predicación. Presentar a Jesús como Cristo, como el Hijo de Dios hecho hombre:
lie aquí una de las orientaciones seguras, sostenía Ratzinger. El cristocentrismo es —
hoy día— sobre todo teocentrismo. La fe común de la Iglesia ofrece sus mejores
garantías al predicador, y el profesor Ratzinger recordaba una vez más que la
predicación tiene a Cristo como su centro
* Ibid.,51.
Veamos algunos de estos dogmas. En un artículo de 1961 abordaba Ratzinger VVrVíi
cr toccntr smo
^ ' en la predicación («Christozentnk in der

vino de Jesús es el actuar de Dios; su obra, fundamento c e la 'actualidad** de la


predicación. En cuanto esta descansa sobre ese actuar [divino de Jesús], mantiene un
interés objetivo; cuando prescinde de él, se muestra como algo que no ofrece el menor
interés, por más que se le presente con un enorme interés subjetivo. Desde aquí ha de
plantearse la cuestión del cristocentrismo en la piedicación. [...] Si Jesús ha resucitado y
yo puedo dirigirme en Él el Hijo— a Dios Padre, entonces la re- Lu ion t on Él puede
vivir y crecer en la oración»58. En el centro de la predicación está la fe en Cristo como
Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado.
Como resulta lógico, la predicación habrá de referirse también a la 1 nnidad. origen
de las verdades centrales del cristianismo, y de hecho constituye una continua fuente de
inspiración: «Si hay que predicar a Dios a partir de Cristo, y a Cristo a partir de Dios,
esto significa que hay que predicar a Dios como Trinidad, pues sin el Espíritu (que une
al Jesús histórico con la Iglesia histórica, y que es la unidad del Hijo con el Padre) no se
puede hablar ni de Cristo ni de Dios»>9. Sin embargo, nos podría también asaltar la duda
de que esta idea pudiera resultar un tema demasiado abstracto. Es cierto que hablar de la
Trinidad requiere un profundo conocimiento de la teología, a la vez que nos remite de
nuevo a Cristo: «Pre-
58
Palabra en la Iglesia, 40; cf. U. Casale,«Introduiione» a Pede, nagione, irritó e amare. La
teología dijoseph Ratzinger. L 'n antologa. Lindau, Tormo 2009, 40-42.
59
Ibid.
dicación trinitaria es lo misino que predicación oristolo- eica es decir, interpretación del
camino de la existencia cristiana hada el Padre por Cristo en el Espíritu» 10. La fórmula
fundamental de la predicación cristiana será «por Cristo en el Espíritu hacia el Padie» (El
2, 18).
«Nuestra predicación será auténticamente trinitaria si tiene por objeto el hecho
de que la Trinidad es determinante para la existencia cristiana. [...] Por el
contrario, nuestra predicación no será trinitaria si, sabiendo decir todo tipo de
especulaciones acerca de la Trinidad, olvida que la vida del cristiano está
injertada en la Trinidad»41.
La historia y la liturgia son instancias concretas e ineludibles también dentro del
kerigma; los santos, las imágenes y el año litúrgico ocupan un lugar importante también
en su predicación, que nos recuerda a los retablos de las iglesias barrocas de sus orígenes
bávaros42. «La predicación cristocéntrica es una predicación histórico* salvífica sobre el
trasfondo de la actuación de Dios en sus santos, desde los días de Abraham hasta hoy»43.
Sin embargo, la verdad intrínseca al mensaje cristiano no impide que se cuide de modo
especial la estrategia retórica y comunicativa: «1 ara que una verdad objetiva sea verdad
40 lbid.,43.
^f ^leo^°Sy rfjosrph llatzwger: an introductory stvdy,
“ Cf. ibid., 200.
41 Palabra en la Iglesia, 52.
se requiere ele una veracidad subjetiva»xx. Esto no implica —necesaria y
afortunadamente— la santidad de vida de todo predicador: «Decir que uno solo puede
predicar aquello que vive es una manifiesta herejía; el predicador anuncia la totalidad de
la fe cristiana, incluido aquello que aún no ha logrado realizar, y su propia palabra —que
le juzga y sentencia— debe quemarle el alma, debe convertirse —como dice la
Escritura— en espada de doble filo (I Ib 4, 12), que corte no solo a los demás, sino
también a uno mismo»xxi. A pesar de que Fray Ejemplo sigue siendo el mejor predicador,
también es cierto que la verdad presenta por sí misma su propia belleza y eficacia.
3. Predicar el Reino
En un apartado con el título «Cómo predicar hoy sobre Dios» presentaba Ratzinger
siete tesis para «no guardar silencio sobre aquél que es fundamento y posibilidad de
nuestra palabra»40. Como hemos mencionado ya, afirmaba el teólogo de Ratisbona en
primer lugar que «hay que predicar sobre Dios como Padre. Hijo y Espíritu santo».
«Llegamos a la afirmación trinitaria, que no es algo marginal en el cristianismo, sino
precisamente su núcleo. Dios existe como amor, es decir, como Trinidad. En cuanto amor
desde siempre —en sí mismo
• „ encuentro fecundo entre tú y yo y, de
ZZZ**-*~ Dios es Padre»-’ EUe,-
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2 Padre puede ofrecer definir,™ luces . todo en,turno, asi col i,...resan.es pistas .1
pred.cador- A su vea, el Padre siempre nos remi.e al H.jO y al Esp.ntu con lo que la
existencia cristiana adquiere un relieve Hasta ahora insospechado. Esto no implica, sin
embargo, caer en especulaciones teológicas:
«Normalmente no es tarea de la predicación exponer una doctrina especulativa
sobre la Irinidad. Pero lo que sí dt ln hacer es dar a conocer a Dios de modo concreto
como Padre, Hijo y Espíritu santo para, precisamente así, anunciar al único Dios que es
uno en cuanto amor fecundo» .
Creación, logos y conversión
En segundo lugar, sostenía Ratzinger que «hay que predicar sobre Dios como creador
y señor». «Con la afirmación uDios es creador" se abre la puerta al ámbito propio de la
razón humana y de las religiones» ’ La Razón creadora —una Razón-amor— se proyecta
y continúa en la razón humana, lo cual ofrece un apoyo
47
Ibid.,85.
IbidM 87. cf. A. Nichols, The theology of Joseph Ratzinger: ari introductora study, 189-176.
6

49
Palabra en La Iglesia, 87.
y una base común al sermón del predicador. La fe cris- t.ana no es una ideología en la
que priman unos principios absolutos ajenos a la inteligencia, sino que entra en directa
relación con la razón y la realidad. Por eso. el guión y la argumentación serán también
importantes’ paia el predicador: «La le, bien entendida, no aturde a la razón, sino que la
despierta: por medio de la fe, nuestro entendimiento es capaz de ver la razón de las cosas
y la
razón creadora —que es nuestro origen y nuestra meta ______
se i cfleja en ellas»50. No bastan las predicaciones pura- mente emocionales, puesto que
el Logos creador es también origen de la razón práctica. Dios no solo es creador sino que
es también señor de nuestra existencia, siempre y cuando le permitamos la entrada por
medio de nuestra libertad. El está también presente en nuestra conciencia: «El Dios
cristiano es el Dios de la conciencia: es el Dios totalmente interior porque es del todo
universal. Él es, en cuanto señor, el centro profundo de nuestro ser»51.
La creación del mundo por parte de Dios y la presencia de Dios en nuestra conciencia
constituyen también otro tema de predicación, según Joseph Ratzinger. La tercera tesis
será consecuencia de la anterior: «Hay que hablar de Dios como logos». «En el
principio...» (Jn *,i) es el origen de la teología en la que el término logos se identifica
con el ‘sentido y con la ‘realidad de las cosas. El mundo que procede del Logos es un
mun-
50
Ibid., 87-88.
51
Ilncl., 88. Cf. también «Schópfungsglaube und Evolutionstlicorie», H. J. Schultz (etf),
Wer ist das eigentlúh - Goit?, Munich 1969, 232-245.
sentido* que se opone al azai, al \ acío do «lógico», con ^ creador5 ei
mundo es creación, o al absurdo. « ^ estoy afirmando no es una
y0he sido c r e a p r o c e s Q de aparición del mun- mera hipótesi ^hombre>>52 E1 iogos prima
entonces
d
°K dei Josv «en el principio era la Palabra», y no S°br<l 6 me el caos, la mera acción, la
casualidad o la
evolución ciega. La »» <•» ““
fundamenta nuestra razón, nuestras acciones y núes-
p_nlie en Dios ambas realidades —verdad tro amor, rorquc . . ,
V amor- se idenüfican en su esencia: Dios es a la vez razón v relación, verdad y amor,
logas y eras. «El Dios cristiano no es solo razón, sentido objetivo, geometría del
universo, sino que es [también] llamada, relación.
palabra y amor»10*
Por eso este mundo que moramos es un mundo «16- gico» —con logas, decíamos—
, y nuestra vida presenta igualmente un sentido y un destino, una naturaleza pro- pia
que se conjuga de modo inseparable con la libertadxxii xxiii xxiv. Así. «hav que predicar a
Dios en el espejo de la ley y del Evangelio», es decir, tanto el Antiguo como el Nue- vo
Testamento. El Antiguo Testamento no es una mera antigualla: forma parte de la Biblia,
aunque —como predicó el mismo san Pablo— la ley ha sido elevada y culminada por
el Evangelio (cf. Rm 7, 6). Los manda-
miemos se completan en las bienaventuranzas predicadas por Jesús en el Sermón de la
Montaña. «Esto quiere decii que hablar de Dios —nos guste o no— tiene algo que ver
con la obligación moral. Quien reduce la religión a la moral, le quita algo decisivo. Pero
quien borra de la imagen de Dios la exigencia moral, se forma una imagen falsa de
Dios»5j. Los mandamientos no son solo un código de conducta para el hombre, sino
también una revelación del mismo Dios. «Los valores morales constituyen una de los
más claras imágenes de Dios: en ellos se puede ver quién es el Dios de la Biblia» xxv xxvi.
La verdad y los valores que forman parte de nuestro modo de ser nos ofrecen la mejor
imagen de ese Dios que es amor, y del cual a su vez nosotros somos su imagenxxvii.
Por otra parte también hará falta hablar de este y del otro mundo, del más allá. Este
mundo resulta a veces «un mundo cruel», una realidad alejada de Dios por el pecado: el
mundo en sentido joánico en definitiva. A la vez este mundo en ocasiones en estado un
tanto salvaje —una verdadera jungla— puede ser edificado, cuidado, limpiado y
convertido en un auténtico jardín, en un lugar
digno de ser vivido58. «El ethos cristiano ante las realida- jes terrenas no puede hacerse
derivar de este concepto negativo del mundo, puesto que el punto de partida y la
amplitud de este concepto apuntan a una dirección completamente distinta» 59. El
trabajo, la ciencia, el arte, el construir un mundo mejor son también partes integrantes
de una visión cristiana del mundo, lo cual también se relaciona a su vez con la
defimtiva salvación del mundo. El cristiano no solo mira al cielo, sino también a esta
tierra para mejorarla. Esto tiene que ver también con la misión de Cristo y su Iglesia,
pues el mundo es algo inseparable de la Iglesia y se remite a ella con urgencia: la
necesita para alcanzar su propia plenitud' ". Sin embargo, lo que la Iglesia ha de ofrecer
al mundo no es solo soluciones concretas sobre cómo organizar la sociedad, sino
«aquello que tan solo ella puede dar: la Palabra de Dios, de la que vive el hombre no
menos que del pan de la tierra» .
Parábolas y testimonios
«Sexta tesis: La predicación sobre Dios ha de orien tarse por la palabra de la Biblia
acerca de Dios, especial
48
Ci. «Aitgesichts tlei Welt von heute. Überlegungen zur Konfrontation n dei Xnche uu
Schema Xlll», Wvrt und Wahrheit 20 (1965) -195 5 Vemón ampliada: «Der Christ und
die Welt von heute. Überlegunge11 »ugcuamiien Schema Xlll des Zweiten Vatikanischen
Konzils», B. Metz ( o Wcltwntómhus un Clauben, Mainz 1965,143-160.
tuLabia en ¿aIgUstu, 155.
60 Cf.itud., 153-155.
61 üud.,163.
mente por las parábolas de Jesús, por las experiencias de los santos y por la reflexión de
la fe que está re- lacionada con estas experiencias»62. Para hablar de la a a ra de Dios
necesitamos palabras humanas, «una lengua secular», como hizo Jesús en sus famosas
parábolas. La Palabra se expresa por medio de palabras, y tiene en buena consideración
todos los discursos que le preceden: «Por más que Él es el Hijo, no comienza de cero,
sino que habla en el marco de la tradición, que Él prosigue recreándola y llevándola a su
culminación»63. La experiencia, la tradición y la historia humanas entran a pleno título
en el discurso sobre Dios, como consecuencia de la doctrina de la encarnación. «La tarea
de la predicación consiste en deletrear el alfabeto del mundo de tal forma que este se
convierta en palabra sobre Dios»64. De hecho será esta la técnica y la táctica seguidas por
Jesús: expresarse a la vez por medio de acciones, palabras e imágenes humanas, harto
humanas.
«Palabra y signos son inseparables. Donde los signos son vistos como meros
milagros, sin su mensaje. Jesús interrumpe su actividad. Pero tampoco permite que su
predicación sea considerada como un mero asunto intelectual, corno tema para los
debates: su palabra exige decisión, produce realidad. Es, en este sentido, pala bra
“encarnada”; la correspondencia de palabra y signo

muestra su estructura “sacramental”»65. La palabra de Cristo es una palabra


creadora, que engendra hechos concretos; a su vez, sus palabras son inseparables de sus
acciones. Verba gestaque Christi, que remiten de modo inevitable al Padre (cf. Jn 5, 43;
7, 16). Él es la Palabra del Padre que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros (cf.
Jn 1,1; 1, 14), por lo que esto traerá consigo claras implicaciones para el que anuncia la
Palabra de Dios. «Para el predicador cristiano esto significa que él no habla de sí, sino
que se convierte en voz de Cristo para crear de esta forma espacio al mismo Logos y, a
través de la comunión con el hombre Jesús, llevar a la comunión con el Dios vivo»66.
Así, también los santos tendrán su importancia a la hora de acercarnos a la figura de
Jesucristo. Ellos no son figuras que existen por sí mismas; son más bien «un puente, una
ventana que remite, más allá de sí mismas, a la eternidad de Dios»: «Los santos son
nuestros hermanos mayores en la familia de Dios, quienes quieren tomarnos de la mano
para llevarnos por el mundo y decirnos: si este o aquel lo han conseguido, tú ¿por qué
no?»6' Como es bien sabido, entre los santos, Agustín de 1 lipona —gran teólogo y
predicador— constituye uno de los principales inspiradores dejoseph Ratzinger. En una
homilía sobre
Convocados en el camino de la fe, Cristiandad, Madrid 2004, 104; cf. tanilu
Evangeltum Katechese - Katechismus, Mlimhen 1995,33-4.4.
Convocados en el camino de la fe, 100.
Palabra en la Iglesia, 305; cf. A. Nicholi, 'Ihetheology ofjoseph IIaftinget. mlroducfory
study, 200200

el obispo hiponense68, el profesor entonces en Tubinga se refería a las sucesivas


conversiones de este gran pecador que le hicieron santo. «Nietzsche dijo una vez que no
podía soportar a san Agustín por lo plebeyo y vulgar que le pai i c ía. En esta
afirmación hay algo de cierto, pero preci- sanu ntc ahí leside la cristiana grandeza del
santo. Pudiera haber sido un aristócrata del espíritu, pero por Cristo y por los hombres
—en quienes veía a Cristo— abandonó su torre de marfil para ser un hombre entre los
hombres, un siervo entre los siervos de Dios. [...] Pues la santidad humana no consiste
en una condición sobrehumana, ni en capacidades exclusivas y privativas de algunos
individuos. La santidad cristiana es sencillamente la obediencia que se pone a
disposición de Dios allí donde la llama»69.
Los santos son por tanto nuestros maestros en la fe. en la oración y en el
encuentro con Cristo, a la vez que excelentes predicadores, aunque no reúnan
siempre todas las condiciones de la elocuencia clásica o moderna. Así, Ratzinger
nos dejaba en último lugar una séptima tesis que es también una recomendación:
«La predicación sobre Dios tiene la oración como punto de llegada y de partida».
De ella nace y a ella debe remitir. Se debe conocer a Dios «de primera mano». >
no simplemente «de oídas». «Que no haya entre vosotros tantos maestros» (St 3,
I), recordaba el teólogo bávaro citando
.... ..... «imi AuiuriMfe», ftr ■» ******* " +****•
wlinerfamilú 22 (1965) 177-181; cf. »>**■>' ~ de lufa 167-170.
R
0 «Predijo tu einci VugusttnstrM*. 1 SO
al apóstol. Hay un exceso teórico —reprobaba Santiago— porque sois «esclavos de
vuestros placeres» (4, 1) y porque no hacéis oración: «No conseguís lo que queréis
porque no se lo pedís a Dios» (4, 2b). «La palabra acerca de Dios pierde su fuerza unitiva
y se convierte en teoría vacía y disgregadora cuando no procede del contexto de la
oración. La predicación sin oración se seca por sí sola»70. Por eso la predicación ha de
mover a la oración, y esta tiene prioridad para conseguir la mejora y la conversión de
cada cristiano. La predicación invita así al silencio y al diálogo interior. «Si no podemos
hacer otra cosa que estar callados delante de Dios, hagámoslo y veremos que este silencio
se cambia a sí mismo, y nos cambia a nosotros, y cambia al tiempo mismo. Si tenemos
tiempo para Dios, si dejamos que nuestro tiempo sea tiempo de Dios, abrimos el eschaton
y, al hacer esto, serv imos a los hombres»71.
Las homilías de Pentling
Ratisbona, la ciudad junto al Danubio, es hoy día una apacible ciudad de provincias
con algunas fábricas de empresas multinacionales. Sin embargo, «la mentalidad de los
habitantes —comenta una buena conocedora de esa ciudad de la antigua ciudad imperial
y la de los de Mü-
Palabra en la í¡rlssta, 98; cf. también «Hacer oración en nuestro tiempo»,
ni( I) son muy distintas. Los regensburger tienen una actitud cordial, pero distante:
están muy orgullosos de sus orígenes y viven su ciudad como si estuvieran en una
fortaleza que encierra maravillas»xxviii. Es también una ciudad con una gran tradición
musical, dotada incluso de un centro de estudios superiores dedicado a la música
sacra. Allívivía su hermano Georg desde 1964, dirigiendo el coro de la catedral, y los
Ratzinger trasladaron al cementerio de Pentling la tumba de sus padres: una sencilla
y moderna lápida blanca con flores y cierto aire celta. Era una prueba clara de que
pensaban acabar allí sus días. Era el sido ideal para que los tres hermanos —Georg,
Joseph y Mana— vivieran juntos, y juntos celebraron el milenario de ese famoso
coro. «Pentling es —en el sentido más profundo de la palabra— un Daheim», un
verdadero hogar, afirma un historiador'3.
En 1967 se había creado en las afueras de la ciudad una universidad de nueva
planta, a pesar de que la ciudad no tenía una gran tradición universitana y académica:
salvo porque allí murió en 1630Johannes Kepier, no era en absoluto comparable al
prolongado pedigree cultural de Tubinga. Para Joseph Ratzinger ir a enseñar allí era
como «bajar de división»... Sin embargo, como el profesor de teología sistemática
había formado parte del comité asesor para la creación de la nueva universidad. no
quería que aquello pareciera trafico de influencias: solo cuando Auer obtuvo su
puesto y fue creada una segunda cátedra de dogmática, decidió acudir a la llamada
y de paso aprovechar para resolver su problema en Tubinga. Así, las razones que
movieron al profesor de Tubinga a cambiarse de universidad fueron un tanto
prosaicas: por un lado, había motivos profesionales; por otro, personales y
familiares: «En 1969 me llegó la oferta de Ratisbona, que acepté porque [...] quería
desarrollar mi teología en un contexto menos agitado, y no quería estar implicado
en continuas polémicas. El hecho de que mi hermano trabajara en Ratisbona fue un
motivo más que me ayudó a decidir que debería ser —estaba del todo decidido a
ello— definitivamente el último»xxix xxx.
La llegada a su nuevo destino en 1969 fue sin embargo un tanto llamativa: los dos
sacerdotes —Ratzinger y su ayudante— fueron detenidos por la policía por llevar el
coche demasiado cargado con libros y maletas...' ’ En Pentling, a unos ochocientos
metros de la recién estrenada universidad, habían construido unas casas muy sencillas
para los nuevos profesores. La de los Ratzinger tenía dos pisos con cinco habitaciones y
una diminuta cocina; eso sí, con un pequeño jardín, con fuente y escultura de gato
incluidas. Aquel iba a ser ese su nuevo hogar. Conservamos también un recuerdo
personal de esos años: «En verano de 1969 había comprado en Pent-
lng un terrenit0 s,n haber
> visto el lugar exacto en que se encontraba. Después mi hermano
me escribió a Tubinga
“ 0nde ensenaba— cociéndome que iba a la iglesia que había aquí, una iglesia muy
sencilla y pobre, pero cuidada con mucho cariño, entrañable y llena de piedad y
devoción. Y me decía que detrás de esto había alguien que tt nía cariño a aquella
iglesia. Enseguida supe quién era: usted decía lefinendose al sacristán—y su
esposa»^.
Allí celebraba a diario la santa misa en todos esos años como profesor y
vicedecano. Fue después nombrado arzobispo de Munich y Frisinga (1977-1982).
Más adelante, en los años ochenta y noventa, siendo entonces prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (1982-1988), llevaba una intensa vida de
trabajo en Roma sin demasiadas novedades. Tan solo de vez en cuando volvía a su
Baviera natal: predicaba entonces allí en la pequeña iglesia local, y «revivía en mí
la pequeña iglesia de mi pueblo y, con ella, la fe, la oración y los cantos de las
personas con las que me encontraba verdaderamente en casa»xxxi xxxii. Volvía
entonces a sus orígenes en distintos momentos del año y pronunciaba allí
inspiradas e interesantes homilías. Podían parecer discursos de circunstancias (y
de hecho lo son en su origen en más de una ocasión), pero en ellos se contienen —
de un modo sencillo— los grandes temas que abordo como pi efecto de la Congre
gación para la Doctrina de la Fe.
En este pequeño libro se contienen diez homilí-, predicadas durante los años 1986
y 1999, en la ig]es¡* jde SanktJohann.es de Pentling, donde el entonces pro fesor
Ratzinger había vivido durante los años de doce,, cia en esta ciudad bávara, hasta que fue
nombrado arzobispo de Munich y Frisinga. El interés de estas pág¡„as no es por tanto tan
solo biográfico, sino también histó rico y teológico. La edición ha sido realizada por ris
pasados»78.
A partir de ocasiones circunstanciales —una fiesta litúrgica, la bendición
de una campana o un homenaje al sacristán—, figuran entre los temas
abordados no solo

ian Schaller, director de la Fundación Papa Benedicto XVI de Ratisbona y editor


habitual de sus Gesatnmelte Schriften, sus obras escogidas, a partir de la transcrip ción
del texto oral. Constituye un valor añadido el breve prólogo del actual papa emérito, en
el que dice, tras expresar su escepticismo inicial en torno al proyecto- <Ha supuesto para
mí no solo un encuentro con la Palabra de Dios, que había intentado interpretar como una
realidad presente, sino como un viaje del corazón a los días ya
el misterio del amor de Dios o la naturaleza sacramental de la Iglesia, sino también el
significado de la adoración y la escatología, la necesidad del esfuerzo personal en la vida
cristiana y la eucaristía como centro de la vida cristiana, la actuación de los católicos en
la vida pública y la santificación del mundo, la relación entre verdad y
” Ibid.

libertad, fe y razón o política y religión. Incluso en la última homilía abordaba el


primado petrino, que el editor lia dejado al final no solo tal vez por ser la última, sino
también por contener un cierto contenido profético. De esta forma, si se cotejan estos
temas con los documentos emanados por las congregaciones romanas en las que el
cardenal bávaro trabajaba, pueden advertirse también interesantes paralelismos. También
como papa tuvo una serie de alusiones a la predicación que nos pueden servir de broche
de oro a esta presentación: «Yo tengo una receta bastante sencilla: combinar la
preparación de la homilía dominical con la meditación personal, para lograr que estas
palabras no solo estén dirigidas a los demás, sino que realmente sean palabras dichas por
el Señor a mí mismo, y maduradas en una conversación personal con el Señor. Para que
esto sea posible, mi consejo consiste en comenzar ya el lunes, porque si se comienza el
sábado es demasiado tarde [...]. Por eso, ya el lunes conviene leer sencillamente las
lecturas del domingo siguiente, que tal vez parecen inaccesibles, como las piedras de
Massá y Menba, ante las cuales Moisés dice: “Pero, ¿cómo puede brotar agua de estas
piedras? » Tal como propuso el teólogo Ratzinger en Dogma uncí Verkilndigung (1973)s()
y como obispo de Roma en la exhortación apostólica Verbum Domiru (n. 27), la
predicación debe tener un trasfondo teológico, si bien ex-
79
Encuentro con seminaristas, Seminario romano (17.2.2007).
"Cf.Dogma und Verkündigung, München1973;trad.casi.:Palabra en la
Iglesia, Sígueme, Salamanca 1976.
presada en un lenguaje distinto, más asequible, a la vez que recuerda que la ciencia
de la fe no debe renunciar a su dimensión kerigmática de anunciar la Palabra de
Dios. Teología y predicación se complementan mutuamente. tal como ha ocurrido
siempre en la producción del profesor Ratzinger, también en estas Homilías de
Pentling. Evidentemente nos encontramos también aquí ante un modelo homilético
expresado con la parresía, con la valentía de la fe. Constituyen estas homilías unas
pequeñas piezas menores, pero también una excelente síntesis de los desarrollos
realizados en sede académica y eclesial por el teólogo alemán que después ha sido
arzobispo, prefecto y papa. Un pequeño tesoro hasta ahora inédito en nuestra
lengua, que saludamos con agradecimiento, también dirigido a Juan Kindelán de
Ediciones Cristiandad, y Gian Maria Vian, director del Osservatore Romano,
inspiradores de esta traducción.
Pablo Blanco Sarto Universidad de Navarra Pamplona, otoño de 201Ó

22
Ibid.,19;cf.A.Nichols,The theclog? cfjostph fatzingn an mívoJtu'tory study, 188-189.
23
Puede verse: «Die anthropologischen GrundUgen der Bruderhebev. Garitasdienst 28
(1970) 45-49; Pro FiUa 58 (19701109-115. .kuvhe Dienst am Glauben», E. Spath
(Hg.), Offene Honzcnte. Fnburgo 19~0. 119-124.

7
W. Kraning, «Einleitung», en W. Kraning (Hg), Ich glaube, Leipzig 1979,9 10.
3
A. Nichols, The theology ofjoseph Ratzinger: an introductory study, 188.
ii
E. Gruber, «Er zeigte uns den Weg zu Gottes Liebe», P. Seewald (Hg.),
dcutsche Papst, Bild, Augsburg-Hamburg 2005, 62. Pueden verse tam ^
las reflexiones de Ratzinger en «Gedanken zur Krise der Verkün
KlerusbLatt 38 (1958) 211-235, así como la «Einleitung» de Nac ,twe^Yg
Nachtwei (Hg.), Umkehr zur Mitte. Meditationen tiñes Theologen, 1981,6-8.
,0
Cf A. Nichols, The theology ofjoseph Ratzinger: an introductory study, 1S9.
viii
Ibid.,204.
ix
G. Nachtwei, «Einleitung» de Nachtwei en G. Nachtwei (Hg.), l'mkehr zur Mitte. Meditationen eines
Theologen, 8.
J.L. Alien, Cardinal Ratzinger. The Vaticans hnforcer <j the haith, Nueva York 2000, 103.
x
xi
Cf. Dogma und Verkündigung, Miinchcn 1973.
18
ibid.
xiii
ibid.
xiv
Cf. P. Blanco. «Biblia. Iglesia y teología según Joseph Ratr.ngen>. G. Aranda
- J.L. Caballero (eds.). La Sagrada Escritura, palahv Semcto de
Publicaciones de la Universidad de Navarra. Pamplona ¿005, 5S9-400; id.. Joseph Ratzinger. Razón
y cristianismo. Rialp. Madrid ¿005.165 1 "5; hi..Jos<p* Ratzinger\ Vida y teología. Rialp, Madrid
2006,50-59; T Soding. «Die .Vele de; Theologie. Ihre Einheit aus dem Geist der Heilige: Schntt m
Peí K-Son uno bei Joseph Ratzinger», Communio 55 (2006) 545-55'; id.. «I a vitalidad ,ie la Palabra
de Dios». F. Meier - Hamidi - K Schumacher (ed< bl
Ratzinger, Heider. Barcelona ¿007,15-95. Gf. Palabra en la
l!)

Iglesia, 13-18.
xv
Ibid.,31-32.
31
Ibid.,36.
xvii
Ibid.
xviii
Ibid.,49.
xix
Cf.ibid., 49-51.
xx
ibid.
xxi
Ibid.,53.
4fi
Cf.ibid.,84.
Palabra en la Iglesia. 89.
xxii

Ibid., 90; c£ A. Nkhols, The theclogy of Joseph Ratzinger: an introductory study, 196-199.
xxiv
Cf.Palabra en la Itlesia. 151.
xxv
Ibid.,93.
xxvi
Ibid.
xxvii
Dios a su vez perdona, y se comporta como un padre, y no como un patrón indiferente ni como «un
abuelito» (cf. ibid., 93-94. Puede verse también: A. Nichols, The theology of Joseph Ratzinger: an
introducto!y study, 190-192). Por eso el predicador deberá hablar también de gracia, pecado y salvación
(sobre este tema puede verse: «Gratia praesupponit naturam. Erwágungen über Sinn und Grenze eines
scholastischen Axioms», H. Fries - J. Ratzinger (Hg.), Einsicht und Glaube. Festschrift für Gottlieb
Sóhngen zum /O. Geburtstag, Freiburg 1962 (1963) 135-149).
xxviii
A.Borghese,Tras las huellas de Joseph Ratzinger,LibrosLibres. Madrid 2007,131.
75
Cf.J.Chélini, Benedicto Al7,heredero del concilio,Mensaje», Bilbao5008,122-123; AA.W., Mein Herx schlagt bamsch.
Der Wegblcgeiter tu den hayenischen Lebenstatumen x>on Papst Rcnedikt AT7,SaniaMiohaelsb.mo München
2006,262.
xxix
Mi vida. Recuerdos (1927-1977), Encuentro, Madrid 1997, 117-118.
xxx
Cf.G.Valente,Ratzinger profcssore. Gli anni dello studio e deLVinsegnarnento nel ricordo dei colleghi e
degli allievi (1946-1977), SanPaolo, Torino2008,I
xxxi
xxxii
Pentlinrer Predicen, Schnell und Steiner, Regensburg 2015,52.
Ibid.,7.

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