Análisis A Carta A Meneceo

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Análisis, comentarios y juicios críticos de la Carta a Meneceo, en el que se destaque su

estructura argumentativa.

Carta a Meneceo (Fragmento)

1. Parte de nuestros deseos son naturales, y otra parte son vanos deseos; entre los naturales,
unos son necesarios y otros no; y entre los necesarios, unos lo son para la felicidad, otros para
el bienestar del cuerpo y otros para la vida misma. Conociendo bien estas clases de deseos es
posible referir toda elección a la salud del cuerpo y a la serenidad del alma, porque en ello
consiste la vida feliz. Pues actuamos siempre para no sufrir dolor ni pesar, y una vez que lo
hemos conseguido ya no necesitamos de nada más.

2. Por eso decimos que el placer es el principio y fin del vivir feliz. Pues lo hemos reconocido
como bien primero y connatural, y a partir de él hacemos cualquier elección o rechazo, y en él
concluimos cuando juzgamos acerca del bien, teniendo la sensación como norma o criterio. Y
puesto que el placer es el bien primero y connatural, no elegimos cualquier placer, sino que a
veces evitamos muchos placeres cuando de ellos se sigue una molestia mayor. Consideramos
que muchos dolores son preferibles a los placeres, si, a la larga, se siguen de ellos mayores
placeres. Todo placer es por naturaleza un bien, pero no todo placer ha de ser aceptado. Y
todo dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser evitado siempre. Hay que obrar con buen
cálculo en estas cuestiones, atendiendo a las consecuencias de la acción, ya que a veces
podemos servirnos de algo bueno como de un mal, o de algo malo como de un bien.

3. La autosuficiencia la consideramos como un gran bien, no para que siempre nos sirvamos de
poco, sino para que cuando no tenemos mucho nos contentemos con ese poco; ya que más
gozosamente disfrutan de la abundancia quienes menos necesidad tienen de ella, y porque
todo lo natural es fácil de conseguir y lo superfluo difícil de obtener. Los alimentos sencillos
procuran igual placer que una comida costosa y refinada, una vez que se elimina el dolor de la
necesidad.

Por ello, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de
los viciosos -como creen algunos que ignoran, no están de acuerdo o interpretan mal nuestra
doctrina-, sino al no sufrir dolores en el cuerpo ni estar perturbado en el alma. Porque ni
banquetes ni juergas constantes dan la felicidad, sino el sobrio cálculo que investiga las causas
de toda elección o rechazo y extirpa las falsas opiniones de las que procede la gran
perturbación que se apodera del alma.

4. El más grande bien es la prudencia, incluso mayor que la filosofía. De ella nacen las demás
virtudes, ya que enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir sensata, honesta y
justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir con placer. Las virtudes están
unidas naturalmente al vivir placentero, y la vida placentera es inseparable de ellas

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