Ciencia No Ciencia y Pseudo Ciencia

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20 junio, 2017

UN CRITERIO DE
DEMARCACIÓN PARA LA
CIENCIA, LA NO-CIENCIA Y
LA PSEUDOCIENCIA
Por Angelo Fasce

El problema relativo a la naturaleza de la ciencia es el problema central


de la filosofía de la ciencia. Del mismo modo que la filosofía de la mente
elucida el concepto de mente y la epistemología se ocupa del
de conocimiento, la filosofía de la ciencia debe hacer lo mismo con el
de ciencia. De hecho, esta cuestión era la principal preocupación de los
primeros filósofos involucrados en el campo. Tras un período de olvido o
incluso de negación del problema, marcado por el giro histórico y
algunas corrientes relacionadas con el constructivismo y el
sociologismo, los años 80′ vieron un retorno de la actitud
demarcacionista con los principales autores del giro cognitivo y las
diversas propuestas multicriterio. Hoy en día estamos viviendo un
nuevo renacimiento, con algunos autores especialmente preocupados
por los peligros de la pseudociencia.

Es importante señalar que todos estos resurgimientos vinieron


motivados por el ambiente sociológico. La actitud demarcacionista del
Círculo de Viena y de Popper fue motivada por la pseudociencia nazi y
comunista, el empuje de los años 80′ fue motivado por la New Age, y
hoy en día vemos una infiltración generalizada de pseudociencia,
industrializada, sofisticada y muy dañina, en la educación y en los
contextos sanitarios. La pseudociencia es una práctica muy peligrosa,
no sólo porque perjudica la comprensión pública de la ciencia, sino
porque puede conllevar daños médicos, morales y psicológicos, incluso
ocasionando muertes evitables. La tarea de ofrecer un criterio de
demarcación sólido y funcional es una responsabilidad social de la
ciencia filosófica, y debemos responder a esta necesidad social. Sería
inadmisible, en vistas a la magnitud de la problemática social,
continuar delegando esta responsabilidad en los divulgadores científicos
o en las organizaciones de pensadores escépticos, como lo ha estado
haciendo una gran parte de los filósofos de la ciencia en las últimas
décadas.

En este trabajo pretendo abordar esta cuestión, aportando algo más de


concreción al criterio de demarcación de Sven Ove Hansson (Ver Anexo
I), que articula mi propia propuesta. Se trata de un criterio que tiene
como intención deshacerse de los problemas lógicos y metodológicos de
los intentos anteriores. En este sentido, apela a comprender la ciencia
como un sistema de garantía epistémica aplicado sobre la base un
determinado dominio específico de estudio. Sin embargo, en su estado
actual, supone más bien un marco general basado en tres premisas que
un criterio de demarcación propiamente dicho. Como marco general es
altamente últil, ofreciendo una base sólida sobre la que trabajar, pero
en un sentido práctico resulta tremendamente ambiguo, dificultando su
aplicación a problemas sofisticados en los que demarcar entre ciencia,
no-ciencia y pseudociencia pueda requerir de una serie de matices que
Hansson no introduce. Cada uno de los puntos de su esquema merece
una elucidación pormenorizada, una tarea que encararé en lo siguiente.
Con ello pretendo ofrecer un criterio sofisticado aunque funcional.

La nueva aproximación de Hansson


A lo largo de la tradición filosófica han tenido lugar multitud de intentos
de desarrollar un criterio de demarcación sólido entre la ciencia y la no-
ciencia (Nickles, 2013). El primer intento fue el verificacionista, que
entendía la ciencia como un «marco lingüístico» basado en la
manipulación de símbolos plenamente significativos (Carnap, 1935;
1937; Neurath, 1931). Una idea que, además de presentar problemas
filosóficos y prácticos notables, ha recibido refutación empírica (Varley,
2002). Otro intento fue el de comprender la ciencia como un método
(Gower, 1997; Nola, 2007), calificando como «científico» aquello que lo
emplee en la producción de teorías acerca del mundo. Aquí se sitúan los
intentos falsacionista, las teorizaciones acerca del método hipotético-
deductivo, el falsacionismo ingenuo y, con muchos matices, también el
sofisticado. Sin embargo, ninguno de estos intentos ha conseguido
explicar la totalidad de la metodología científica, e incluso alguno de
ellos, como el falsacionismo popperiano, ha recibido críticas al no
corresponderse con una descripción adecuada de la ciencia (Hansson,
2006). Ante esta situación de insatisfacción se ha llegado a negar la
posibilidad de unificar los métodos que calificamos como «científicos»,
relativizando la idea desde diversos enfoques (Kuhn, 1962; Feyerabend,
1989). Hoy en día, sin embargo, existe consenso respecto a la existencia
de un pluralismo metodológico dentro de la ciencia (Bell y Newby, 1977,
Kellert, Longino y Waters, 2006), aunque no existe consenso respecto a
qué rasgos unifican a todos estos métodos. Todo ello ha evidenciado al
camino metodológico como estéril en relación al establecimiento de un
criterio de demarcación.

En los 80′ surgieron dos nuevos intentos. El primero de ellos vino de la


mano del denominado «giro cognitivo» (Martínez-Freire, 1997), con
autores como Giere (1988), Thagard (1988) y Goldman (1986). Sin
embargo, si bien entender la ciencia como un determinado proceso o
conjuntos de procesos cognitivos resultó muy prometedor, y hoy en día
es un idea bastante intuitiva, el giro cognitivo nos ha legado intentos
muy poco sólidos de criterios de demarcación (Giere, 1979; Thagard,
1978; 1988). También durante la misma década tuvieron lugar una
gran cantidad de propuestas multicriterio (Dutch, 1982; Bunge, 1982;
Radner y Radner, 1982; Kitcher, 1982; Hansson, 1983; Groove 1985).
De hecho, la propuesta de Hansson que este escrito tiene como objetivo
ampliar, pese a ser muy reciente, continúa siendo de tipo multicriterio.
Es habitual, además, que cuando los tribunales requieren de un criterio
de demarcación hagan frente a su elaboración empleando un punto de
vista de este tipo, combinando factores lógicos, epistemológicos y
sociológicos (Claramonte, 2011). Sin embargo, el principal problema de
estas propuestas es que habitualmente se construyen de una manera
relativamente aleatoria. Todas ellas son diferentes debido a que sus
respectivos autores han recogido distintas características que piensan
son las correctas, pero no llevan a cabo una fundamentación realmente
profunda de su selección.

Sin embargo, el enfoque de Hansson es algo diferente al de otras


propuestas multicriterio anteriores. Este nuevo enfoque enfatiza el tipo
de justificación epistémica de la que gozan las teorías científicas, en
contraste con el resto de teorías, prácticas o simplemente ideas. Alvin
Goldman fue el primero en destacar sistemáticamente esta cuestión
respecto a las peculiaridados en la justificación doxástica de la ciencia
(Goldman, 1992). Las creencias científicas estarían más justificadas que
otras porque se basarían en procesos que resultarían
más fiables (Goldman, 1986; 1988). Pero, ¿qué entender por «fiable»?
Para Goldman, esto es la tendencia de un proceso a conducirnos a
verdades en lugar de a falsedades (Goldman, 1979). Es sencillo, sin
embargo, notar cuán vaga es esta idea, al menos en la formulación que
Goldman hace de ella. El fiabilismo —el nombre que recibe su teoría de
la justificación doxástica— no es un marco adecuado para el análisis de
la naturaleza de la ciencia. No lo es porque no considera muchos rasgos
importantes de la justificación epistémica de la ciencia, como los
requisitos especiales para la evidencia, la irrelevancia del concepto
de verdad en ciencia o la posible suspensión del juicio, siendo una
teoría general de la justificación doxástica que pretende ser aplicable a
cualquier tipo de creencia.

Hansson sigue esta idea de la justificación epistémica como la cuestión


clave para demarcar entre ciencia, no ciencia y pseudociencia (Hansson,
2007, 2013), pero no sigue estrictamente, ni mucho menos, los
desarrollos de Goldman —de hecho, y hasta donde tengo noticia por el
propio Hansson, no se vio influenciado por Goldman durante el
desarrollo de su criterio—.

El criterio que propone para evaluar un campo o una idea en cuanto a


su estatus de cientificidad es:
1) Se refiere a un problema dentro del dominio de la ciencia en un
sentido amplio (criterio de dominio científico).
2) Adolece de una grave falta de fiabilidad, tal que no resulta en
absoluto ser de confianza (criterio de fiabilidad).
3) Es parte de una doctrina para la que sus defensores tratan de crear
la impresión de que representa el conocimiento más confiable de su
temática (criterio de doctrina desviada).
De este modo, algo constituirá no-ciencia siempre que 1) no pertenezca
al dominio de la ciencia en un sentido amplio y/o 2) adolezca de una
falta grave de fiabilidad. Y constituirá pseudociencia si, además, 3)
pretende hacerse pasar por ciencia. El principal problema de su
propuesta es que Hansson no define —y lo hace de forma consciente—
qué es el «dominio científico en un sentido amplio», cuándo algo
presenta una «grave falta de fiabilidad», y cuándo alguien está creando
la impresión de ser ciencia.

Pese que el esquema de Hansson es muy intuitivo y no tiene


contraejemplos claros, es posible tener serias reticencias respecto a
varios de los fundamentos teóricos desde los que parte. El problema de
base es la propia concepción que Hansson sostiene de la ciencia,
porque, si bien es cierto que la concibe como una garantia epistémica
muy particular, la extiende hacia dominios que no sólo la relativizan
históricamente, sino que la expande hacia campos de conocimiento que
nos resistiríamos a denominar como «científicos», como es el caso de las
humanidades. Afirma respecto a los campos que considera científicos,
siguiendo el concepto alemán de Wissenschaft, que «su raison d’etre es
proporcionarnos los enunciados más epistémicamente justificadas que
puedan llevarse a cabo, en un tiempo determinado, acerca de un tema
que esté dentro de sus respectivos dominios. Juntos conforman una
comunidad de disciplinas de conocimiento caracterizada por el respeto
mutuo hacia los resultados y métodos de cada uno» (Hansson, 2013,
63). En este sentido, llega a afirmar que «la filosofía, por supuesto, es
una ciencia en este sentido amplio de la palabra» (Hansson, 2013, p.
63).
Encuentro cuatro problemas básicos en su planteamiento. En primer
lugar, que las características sociológicas y metodológicas de la ciencia
y de la humanidades no son lo suficientemente parecidas como para
considerarlas del mismo modo. De hecho, en algunos casos, como el de
la crítica literaria —que incluye de forma explícita—, el método es
prácticamente inexistente. Ello hace que los mecanismos que se
consideran aceptables para considerar una teoría como «fiable» o
«garantizada» en ambas esferas sean muy diferentes. En segundo lugar,
que los dominios de ambas parcelas no siempre se parecen. Un ejemplo
de esto es la filosofía, que se encarga de elucidaciones semánticas,
manteniendo perspectivas normativas que requieren de consenso y que
apelan a lo razonable en lugar de a lo evidencial. En tercer lugar, que la
ciencia sea la mejor explicación disponible «en un tiempo determinado»,
sin establecer más características necesarias, hace que tengamos que
considerar como científicas ideas que nos resistiríamos a considerar de
este modo desde un punto de vista histórico, como el sistema
ptolemáico o incluso la idea sostenida en la antigüedad de que la tierra
era plana. Al fin y al cabo, estas eran las mejores explicaciones
disponibles en determinados momentos históricos. Y, por último, que
una de las cláusulas más importantes que propone Hansson para
considerar campos de conocimiento como parte de la ciencia, la
congruencia entre disciplinas y el mutuo respeto, no siempre tiene lugar
entre la ciencia y las humanidades. La química y la biología mantienen
esta clase de relación, pero no siempre sucede así entre la psicología y
la filosofía, o entre la física y la crítica literaria.
Por todas estas razones, Hansson prefiere mantener el esquema general
en la máxima ambigüedad, dado que introducir alguna característica
propia de la justificación doxástica específica de la ciencia en su sentido
habitual produciría como efecto colateral tener que volver a dar un
estatus de no-ciencia a las humanidades. El origen de su reticencia,
cabe decirlo, es bastante sorprendente. Proviene de querer eliminar el
concepto de «pseudohumanidad» —como el negacionismo del holocausto
o la sindonología—, pretendiendo incluir también estos casos bajo el
paraguas del concepto de pseudociencia. Pero, pese a que ambas
cuestiones se parecen mucho y a que para valorarlas emplearíamos un
esquema general parecido —el que él mismo plantea—, las
características específicas de ambos tipos de fraudes intelectuales son
tan diferentes que considero que vale la pena mantener la noción de
«pseudohumanidad» presente en nuestro análisis de los fraudes
intelectuales. No separar ambas cuestiones supone retorcer de forma
innecesaria muchos conceptos ya establecidos y nos incapacita a fin de
concretar el criterio lo suficiente como para que este gane en detalle y,
con ello, en funcionalidad. No veo ningún problema en mantener ambas
nociones separadas aunque estrechamente relacionadas, y sí muchos
en considerar que ciertas parcelas de la filosofía o de la teoría literaria
puedan ser pseudociencia.

Hansson es perfectamente consciente de las consecuencias de su


preferencia por la ambigüedad en relación a su asimilación de las
pseudohumanidades como pseudociencias —«la justificación para elegir
un criterio que no es directamente aplicable a cuestiones concretas de
demarcación es que dicha aplicabilidad directa tiene un precio elevado:
es incompatible con la exhaustividad deseada de la definición»
(Hansson, 2013, 73)—. Sin embargo, introduce una razón que reduce la
arbitrariedad de su elección: «la razón de esta incompatibilidad a la que
he hecho referencia es que la unidad de las diferentes ramas de la
ciencia no incluye la uniformidad metodológica» (Hansson, 2013, 73).
En este punto Hansson, bajo mi punto de vista, confunde pluralismo
metodológico con anarquismo metodológico. La ciencia, como he
indicado anteriormente, tiene múltiples metodologías, pero eso no
quiere decir que las metodologías que denominamos como «científicas»
sean compatibles con las metodologías de la filosofía o de otras
humanidades. No todo vale en ciencia. Este punto es realmente crucial,
dado que Hansson realmente está haciendo explícita una de las
principales carencias de los defensores del pluralismo metodológico: no
existe un consenso acerca de las caracteristicas necesarias y suficientes
que hacen de un método «científico» en el sentido habitual del término.
Con la definición que me propongo llevar a cabo acerca de la garantia
epistémica de la ciencia, el punto dos del su esquema general, pretendo
solventar esta carencia teórica, fundamentando la posibilidad de
unificar los métodos de la ciencia en torno a ella y separándolos de los
empleados en las humanidades.

1) Criterio de dominio científico


Este primer criterio, relativo al dominio de la ciencia, nos permite
discernir a priori si una idea puede o no ser científica. En este sentido,
supone una importante herramienta demarcativa, dado que,
independientemente de las complicaciones de los otros dos criterios, lo
cierto es que con este bastaría para eliminar muchas ideas
pseudocientíficas. Una gran cantidad del contenido doctrinal de
diversas pseudociencias es metafísico, como las «subluxaciones» de
la quiropraxia, la «memoria del agua» de la homeopatía, el «Qi» de
laacupuntura o la «energía» que dicen manipular los practicantes
de reiki. Intentar contrastar ideas metafísicas siempre es una mala
idea. En primer lugar, porque si lo intentamos la ciencia les otorga
estatus social, haciéndolas parecer hipótesis científicas válidas. En
segundo lugar, porque intentar contrastaciones experimentales de estas
ideas es un esfuerzo vano, dado que obtener resultados es imposible
por definición; e incluso si probamos su radical improbabilidad sus
defensores siempre podrán refugiarse en el nivel de la posibilidad lógica
y salvar así su creencia —o su negocio—. Y, en tercer lugar, y debido a
lo anterior, porque es un desperdicio de recursos y de energía.
En lo siguiente defenderé que el dominio de la ciencia es lo
«científicamente confirmable», un conjunto de fenómenos naturales
biológicamente contrastables que permiten un tipo de contrastaciones
empíricas muy determinadas. Se trata de una visión apoyada en la
teoría de la confirmación, pero que define lo confirmable en términos
biológicos y que, además, exige a las hipótesis biológicamente
confirmables una serie de condiciones iniciales a fin de ser
consideradas como hipótesis válidas. De este modo, realizaré dos
ejercicios demarcativos. Lo biológicamente contrastable hace referencia
a los límites de la percepción humana, siendo la condición de
posibilidad de una clase de fenómenos más acotada, lo científicamente
confirmable, que definiré en base a cuatro las características
necesarias. En todo el desarrollo teórico, los compromisos filosóficos
serán mínimos, al igual que las aspiraciones demarcativas. Con ello
pretendo desarrollar una propuesta para el primer punto del criterio
capaz de conseguir el mayor consenso posible.

La definición del dominio de la ciencia que defenderé, lo científicamente


confirmable, será la siguiente:
(criterio de dominio científico) hipótesis semánticamente elucidada,
internamente congruente, biológicamente confirmable y disconfirmable,
que no incurre en falacias y que no implica sesgos en su contrastación,
que pretende servir como propuesta a fin de resolver un problema
científico.
Donde,
hipótesis: un proceso imaginativo que puede ser llevado a cabo ya sea
de forma totalmente original o mediante la deducción parcial a partir de
conocimiento ya establecido que tiene como fin explicar o predecir
hechos.
problema científico: un problema abarcable por una hipótesis
científicamente confirmable.

En una formulación más accesible habría que plantear la pregunta


«¿Cumple la hipótesis presentada los requisitos necesarios para ser
científicamente confirmable?» a fin de dilucidar si pertenece o no al
dominio de la ciencia.

1.1) Las cuatro necesidades de la confirmabilidad científica


Existen mucho ejemplos de cuestiones biológicamente confirmables que
no lo son en un sentido científico. Por ejemplo, diversos tipos de falacias
de ambigüedad —de oscuridad, de vaguedad, etc.—, en las que las
afirmaciones son contrastables pero el valor de la contrastación varía
según la interpretación que se realice de la hipótesis —este es el caso,
por ejemplo, de las mancias o de cuestiones relacionadas con la
adivinación del futuro, donde las anfibologías y ambigüedades son
constantes—. Todo esto hace que también existan grises en relación a la
capacidad de una hipótesis para ser contrastada empíricamente de
forma fiable, lo cual ocasiona que, por ejemplo, la psicologia
evolucionista, aunque científica, no pueda ser considerada al mismo
nivel de cientificidad que la física de péndulos (Sokal, 2008).

En este sentido han sido muy habituales en la tradición filosófica las


listas de valores científicos (Kuhn, 1977; Merton, 1973; Hansson, 2007;
Lacey, 2004; Laudan, 1984), que han intentado establecer una
valoración axiológica de las teorías e hipótesis científicas que permita
diferenciarlas de otro tipo de ideas o que permita decidir en contextos
de cambio interteórico. Estas listas, sin embargo, suponen un ejercicio
teórico que confunde en todas sus versiones entre valores positivos y
requisitos necesarios para que una hipótesis pueda ser ser considerada
por la ciencia. Por ejemplo, la falsabilidad no es un valor, es una
necesidad lógica, mientras que la parsimonia o la reproducibilidad
suponen valores, deseables, pero también prescindibles en ciertos
contextos. Ninguna de estas cuestiones debería ser consideraba como
una necesidad de la investigación científica, dado que es posible que
exista ciencia no reproducible, inútil y/o carente de parsimonia.

La investigación científica tiene cuatro necesidades ineludibles:


A) Elucidación semántica: La elucidación semántica ha sido una
aspiración tradicional de la filosofía de la ciencia (Carnap, 1950; Coffa,
1975). Toda hipótesis científica ha de esforzarse por definir sus
términos hasta conseguir la mayor claridad posible, propiciando con
ello que todos los conceptos e ideas que contenga sean confirmables por
medio de un método científico. Por supuesto, pueden existir diferentes
interpretaciones de la hipótesis o de la teoría, pero todas esas
interpretaciones han de estar claramente separadas unas de otras y
definir sus respectivos términos de un modo claro. En caso contrario, la
investigación respecto a dichas hipótesis caerá en falacias de
ambigüedad, de vaguedad, de oscuridad, del francotirador, etc.,
haciendo que la no-ciencia sea inevitable. El lenguaje de la ciencia no
sólo consiste en la matemática y, por ello, en ocasiones presenta
ambigüedades, pero estas siempre han de ser minimizadas y, por
supuesto, nunca pueden constituir un lastre para la interpretación de
la evidencia.

Pese a que hay un cierto nivel de tolerancia, por ejemplo con términos
tan centrales como «especie» (Wilkins, 2006; Stamos, 2003) o «gen»
(Dietrich, 2000), lo cierto es que una alta tasa de ambigüedad
imposibilita la ciencia. Un caso claro es el del estudio de ciertos
trastornos mentales, como el autismo o la esquizofrenia, que presentan
problemas de ambigüedad que necesitarán de una decisión semántica
en alguno de los futuros manuales diagnósticos. Muchos de estos
trastornos, se sospecha, denominan a etiologías y cuadros clínicos
diferentes con el mismo nombre por razones de solapamiento
conductual, lo cual hace que construir grupos de sujetos para la
investigación o extrapolar resultados sea muy problemático. La falta de
elucidación facilita, además, que las hipótesis no sean falsables, al
poder cambiar los significados de sus términos como más les convenga
en un momento dado.

B) Congruencia interna: La congruencia externa generalizada, la


unificación o consilience(Wilson, 1998), es una de las grandes
aspiraciones axiológicas de la ciencia. Existe una tendencia innata en el
ser humano por buscar la congruencia externa entre las creencias que
sostiene, dado que, pese a la aparición recurrente de disonancias
cognitivas (Festinger, 1962), lo cierto es que las contradicciones dentro
de un sistema conceptual resultan tremendamente molestas,
especialmente cuando son recalcitrantes. Pero hay que distinguir entre
dos tipos de congruencia cuando nos referimos a las hipótesis: la
externa y la interna. La distinción es crítica dado que la interna es una
necesidad lógica y no un valor. En este sentido, argumentaré en contra
de quienes consideran la congruencia externa una necesidad de una
hipótesis o teoría científica (Bunge, 1982, Dutch, 1982), aunque es
evidente que existen grados de gravedad dentro de la incongruencia. No
es lo mismo ser incongruente respecto a una teoría reciente en relación
a la función del ADN mitocondrial que ser incongruente con los
principios básicos de la teoría de la relatividad. Pero esta es una
cuestión de valoración contextual en relación a la altura a la que se
encuentra la incongruencia en el edificio del conocimiento científico.
Considero que incluir como un rasgo necesario la congruencia externa
ahoga la actividad científica, además de ser incompatible con la historia
de la ciencia, que se suele basar en debates entre posturas
encontradas.

La congruencia interna, en cambio, sí es una necesidad de toda


hipótesis que pretenda entrar al corpus del conocimiento científico. Una
idea que resulte contradictoria entre sus propias partes es una idea que
hay que descartar hasta que consiga, mediante trabajo teórico,
reconstruirse hasta alcanzar que sus postulados sean congruentes
entre sí. La ciencia se caracteriza por el rigor lógico de sus afirmaciones,
siendo la falta de este rigor y las contradicciones características típicas
de la pseudociencia o de la no-ciencia menos rigurosa. En este sentido,
la lógica es implacable, dado que cualquier incongruencia supone un
problema mayor tanto en la contrastación como en la interpretación de
los resultados experimentales, dado que resulta imposible confirmar
una hipótesis internamente incongruente. Es posible contrastar
pequeñas parcelas de ella que no presenten problemas lógicos, pero si
es incongruente la confirmación de dicha parcela constituirá la
disconfirmación del resto. Cabe mencionar que aquí estoy apelando a la
incongruencia, no a la falta de una adecuada cadena causal entre las
diversas partes de la hipótesis. En ese caso, es posible confirmarla por
partes en un estudio correlacional, aunque el problema será unirlas
todas bajo un marco teórico o, en los casos más extremos de
correlaciones intrascendentes, encontrarle sentido alguno a
mantenerlas unidas.

C) Confirmabilidad y disconfirmabilidad: Ya he definido la


confirmabilidad en un sentido biológico como los limites de nuestros
sentidos, a lo que hay que sumar la disconfirmabilidad. Centrarse sólo
en una de estas cuestiones, asumiendo que la ciencia avanza
unicamente atendiendo a la confirmaciones de sus hipótesis, en un
sesgo de confirmación metodológico, o pensando, como hacía Popper,
que la ciencia funciona atendiendo unicamente a las falsaciones —
entendidas como disconfirmaciones radicales—, son visiones
parcializadas del funcionamiento real de la ciencia. La asimetría lógica
entre ambos procesos existe, pero la lógica formal no se corresponde
con una práctica real que la mayoría de las veces es mucho más
compleja y convierte en ciencia ficción suponer que existen
verificaciones y falsaciones en el sentido más taxativo de lo términos.

Para que un método científico pueda hacerse cargo de una hipótesis,


esta no debe presentar círculos argumentales, explicándolo o
prediciéndolo todo (Boudry y Braeckman, 2011; 2012). En este sentido,
son famosos los casos de círculos argumentales dentro del
psicoanálisis. Si presentas complejo de Edipo será porque lo tienes,
pero si no entonces es porque lo reprimes; si aceptas la interpretación
del psicoanalista es porque es correcta, pero si la niegas es porque
presentas un caso de negación. En estos casos, no haría falta recurrir a
lo absurdo del complejo de Edipo desde un punto de vista biológico y
psicológico, ni tampoco a la deficiente calidad de la psicometría y
dignóstico de los psicoanalistas: basta con que una idea presente este
rasgo para que, por definición, no pueda ser científica. El psicoanálisis,
debido a esto, no aspiraría a ser ni siquiera una hipótesis
científicamente confirmable, dado que una confirmación científica no
puede confirmar la teoría en un 100%; ninguna teoría científica puede
tener un 100% de confirmación dado que siempre hay un margen de
error y existe la posibilidad de que tenga disconfirmaciones en el futuro.

D) No incurrir en falacias o sesgos: Dejando de lado las falacias de


ambigüedad, ya eliminadas durante el proceso de elucidación
conceptual, la hipótesis no debe contener otras falacias o proponer que
la contrastación incluya sesgos. Por ejemplo, hipótesis como «la
acupuntura funciona como cura para el cáncer porque es muy antigua»,
«las estrellas no desaparecerán del firmamento cuando la expansión del
universo acelere por encima de la velocidad de la luz porque en caso
contrario los seres humanos no podrán verlas», o «más neurogénesis
aumenta la inteligencia porque trabajo en Oxford y mi rival trabaja en
una universidad sin renombre», son hipótesis que no califican como
científicas al contener diversas falacias —en estos casos de apelación a
la tradición, de apelación a las consecuencias y de autoridad—. Las
razones que esgrimen para ser tenidas en cuenta para una
contrastación científicas no son válidas. También hipótesis que
propongan sesgos, como generalizaciones apresuradas,
pensamiento bandwagon, de anclaje o percepciones selectivas. Entre
este tipo de hipótesis «sesgantes» podríamos incluir la astrología y el
«efecto Forer» o alguna versión de la homeopatía que afirme que sus
preparados sólo sirven para aquellos que son conscientes de haber
tomado homeopatía y sienten mejoría.

Siempre se ha supuesto que en el contexto de descubrimiento todo vale,


pero la práctica científica establece ciertas normas. Por supuesto, no es
estrictamente necesario que una falacia o un sesgo genere una hipótesis
que, al menos en parte, no pueda ser contrastada, pero hemos de tener
en cuenta dos factores. En primer lugar, que las hipótesis suelen ser
una afirmación y una razón, y que la práctica científica consistirá en
contrastar la razón a fin de confirmar la afirmación. La persona que
creía que la neurogénesis aumenta los niveles de inteligencia podría
tener razón en la afirmación básica, pero no en la razón que ofrece,
porque, por definición, esa razón está fuera del marco científico —como
lo están todas las falacias descritas—. Por propia definición, toda
afirmación que contenga una falacia no podrá ser contrastada dentro
del discurso de la ciencia. No puede pasar que algo sea mejor porque lo
diga tal o cual persona, o algo no puede funcionar porque es muy
antiguo. En el caso de sesgar la contrastación, más que un problema
lógico, el problema reside en atentar por definición contra la fiabilidad
científica. Ambas, falacias y sesgos intrínsecos, son un límite, junto a la
metafísica y la falsabilidad, para el contexto de descubrimiento, en el
que, sin duda, no vale todo. No todas las ideas merecen una
oportunidad científica.

2) Criterio de fiabilidad
La fuente de la mayor fiabilidad de la ciencia, en comparación a otras
formas de conocimiento, emana de la estrica garantía epistémica de la
que gozan sus teorías. Una garantía que quedaría definida del siguiente
modo:
(Criterio de fiabilidad) Si S cree que p en un momento t basándose en la
evidencia científica, obtenida mediante el uso de un método cientifico,
de la que dispone la comunidad científica, y no existe ninguna otra
opción rival q que goce claramente de mayor evidencia, entonces la
creencia de S en p en el momento t será más fiable en un sentido
científico que la creencia en q.
Donde:
 evidencia científica: es toda implicación fáctica contrastada de la
hipótesis, obtenida mediante un método científico, que aumenta su
probabilidad como solución a un problema científico determinado.
 método científico: es un proceso cognitivo reglado basado en
procesos sensitivos del sistema nervioso humano, intersubjetivamente
compartido, estable en el tiempo respecto a sus resultados y que
reduzca al mínimo posible la presencia de sesgos y de falacias, capaz
por ello de obtener una evidencia tan justificada que diremos que es
«evidencia científica».
 problema científico: explicar o predecir hechos científicamente
confirmables.
 otra opción q que resulte claramente más fiable: hace referencia a
algún otro programa de investigación rival claramente más progresivo
de forma sostenida en el tiempo (donde «más progresivo» y «de forma
sostenida en el tiempo» mantienen un cierto margen de interpretación).
En relación a esta definición, hemos de plantear tres preguntas
adicionales al segundo punto del criterio de Hansson:
– ¿Existe evidencia científica que confirme la teoría?
– En caso de existir esta evidencia, ¿existe una explicación alternativa
que esté apoyada por más evidencia?
– ¿Se trata de una teoría que busque encontrar y fundamentarse en
esta evidencia?
De este modo, una teoría o práctica científicamente confirmables puede
ser ajena a la ciencia si 1) no tiene evidencia científica que la apoye —
por ejemplo, la homeopatía— o 2) hay evidencia científica, pero tenemos
mejores explicaciones —por ejemplo, el EMDR—. Algo relevante de esta
definición es que prácticamente articula a toda la filosofía de la
ciencia alrededor de ella —evidencia, método, progresividad, comunidad
científica, cambio interteórico, etc.— .

2.1) ¿Qué entender por «evidencia»?


Resulta sencillo notar que una gran parte del peso de esta definición
descansa en el concepto de evidencia. Se han dado otros intentos de
establecer la justificación doxástica apelando a este concepto, como el
evidencialismo (Conee y Feldman, 2004) o el reciente fiabilismo
evidencialista (Comesaña, 2010), pero la ciencia está muy alejada de
ellos. La razón principal es que, igual que el fiabilismo, estos otros
intentos pretenden ser teorías universales de la justificación doxástica;
gobernar sobre todas las creencias, y, además, presentan varias
carencias (Iranzo, 1996; Dougherty, 2011). Son dos los principales
desencuentros entre estas ideas y la ciencia. En primer lugar, que la
ciencia presenta un tipo muy particular de evidencia, alejada de la
noción informal que barajamos en el día a día evidencia científica —
ellos consideran todo tipo de evidencia, en un uso más general del
término—. Y, en segundo lugar, que el evidencialismo es profundamente
internista al juzgar la valoración de la evidencia. La ciencia, por su
parte, es claramente externista en sus justificaciones doxásticas,
considerando que la evidencia que respalda una teoría es la evidencia
total de la que se dispone en un momento dado, y no la evidencia de la
que dispone un determinado investigador.

La bayesiana es la definición más aceptada respecto a la evidencia: «e es


una evidencia parah, dado b, si y sólo si P (h/eb) > P (h/b)». Esto quiere
decir que e es una evidencia en favor de una hipótesis sí y sólo sí su
probabilidad es más alta después de saber e que antes. Esta es una
visión probabilística de la ciencia muy relacionada con las teorías de la
confirmación (Carnap, 1936, Hàjek y Joyce, 2008), en la que una
hipótesis científica se confirma o disconfirma gradualmente
contrastándola repetidamente. Por supuesto, una pregunta muy lógica
viene a nuestras mentes cuando pensamos en esta cuestión: ¿Cuándo
podemos considerar una hipótesis como «confirmada», la frontera de la
alta probabilidad? Lo cierto es que no tenemos una respuesta final a
esta pregunta, porque el nivel satisfactorio de confirmación es una
cuestión consensuada y contextual —por ejemplo, exigimos mucha más
confirmación en contextos médicos que en históricos—.

Existen dos interpretaciones diferentes de esta definición bayesiana de


«evidencia» (Achinstein, 2011). Una de ellas es la interpretación
bayesiana subjetiva (Joyce, 2011). Sus defensores afirman que e es una
evidencia para h sólo si P la considera como tal, con la única restricción
de ser coherente con el resto de su sistema conceptual —además, los
valores iniciales de probabilidad de e, en caso de ser aceptada como
evidencia, serían enteramente subjetivos—. Esta concepción relativiza
parcialmente la evidencia a un sujeto cognitivo en un momento
determinado. Algo puede ser una evidencia en un momento t y dejar de
serlo en t1 después de algún cambio en el sistema conceptual del sujeto
cognitivo. Aunque el requisito de coherencia es generalizado dentro de
esta posición, la creencia de P en h tiene que ser coherente con su
creencia en h1, h2 y así sucesivamente. Algo puede ser una evidencia
para mí, pero no para ti. Evidencia para un investigador, pero no para
otro. Para los médicos, pero no para los homeópatas…

Sin embargo, esta interpretación, pese a encajar con algunos de


nuestros usos coloquiales del término, no es el concepto de evidencia
que la ciencia demanda para garantizar sus teorías (Malmgren, 2013;
Maher, 1996). En ciencia, la conexión lógica entre las evidencias y las
teorías se asegura al máximo, por ello existe disciplina con respecto a la
consideración de la evidencia en tanto que evidencia. Los científicos
siempre tienen intención de universalidad en sus declaraciones, no la
intención de encontrar evidencia únicamente para ellos. Por estas
razones, la concepción subjetiva no encaja con la práctica de la ciencia,
con la epistemología de la ciencia, con la retórica de la ciencia y, por
supuesto, con la evidencia que denominamos «científica».
La otra interpretación bayesiana es la objetiva (Howson y Urbach,
2006). Como sugiere su nombre, aquí la evidencia es objetiva,
intersubjetivamente compartida y todos tienen la obligación epistémica
de aceptarla una vez que se descubre como un hecho por medio de un
método científico. En ciencia, la evidencia es el resultado de usar un
método científico ajeno a sesgos y falacias, y por ello es objetiva de la
manera más fuerte en la que podamos hablar de objetividad con
sentido. Incluso la asignación incial de probabilidad, aunque pueda ser
valorativa, acaba alcanzando niveles consensuables debido a la
investigación iterativa. Por supuesto, consideramos suficiente o no la
evidencia científica dependiendo del contexto, una idea que estuvo
presente incluso en la extensa teorización de Carnap sobre
confirmación probabilística (Carnap, 1950). Pero estamos justificados a
considerar que el umbral de alta probabilidad es contextual, mas no la
evidencia en sí misma. Esta es la razón por la cual, en la definición
presentada, la apelación a «ninguna otra opción rival qclaramente
respaldada por más evidencia» está abierta a la interpretación.

3) Criterio de doctrina desviada


Este tercer criterio es el único imprescindible para definir a la
pseudociencia, dado que los dos anteriores son compartidos con otros
tipos de creencias carentes de garantía epistémica. Para una discusión
psicocognitiva en profundidad respecto a los mecanismos de
impostación que emplea el engaño pseudocientífico ver (Fasce, 2017). El
estatus de pseudociencia, sin embargo, no tiene por qué ser fijo; una
idea o práctica puede entrar o salir del mismo dependiendo de sus
formas y de su contexto en un momento dado. Por ejemplo, una
presentación de las constelaciones familiares en un centro de
crecimiento espiritual puede contener una cantidad mayoritaria de
pensamiento paranormal, sin embargo, una presentación de las mismas
ideas en una universidad o en un colegio profesional tendrá un efecto
psicológico en el oyente mucho más acorde a lo que esperaríamos de un
discurso pseudocientífico. Tampoco es necesaria una declaración
explícita; el estatus de pseudociencia puede provenir de formas
implícitas de presentación. Por ejemplo, aunque algunos psicoanalistas
insistan en que ellos no pretenden ser una ciencia, lo cierto es que
llamar «colegas» a otros psicólogos y luchar por tener presencia en
colegios profesionales y facultades ya es razón suficiente para constituir
pseudociencia —dejando de lado la enorme cantidad de declaraciones
abiertamiente pseudocientíficas presentes en la historia del
psicoanálisis, ya desde Freud—.

(criterio de doctrina desviada) toda práctica o propuesta teórica que, sin


cumplir el criterio de dominio científico y/o el criterio de fiabilidad, se
presenta públicamente como ciencia.
Donde,
 presentarse públicamente como ciencia: consiste en parasitar los
espacios de enseñanza y organización profesional de la ciencia, así
como sus medios de divulgación, su lenguaje, sus formas tecnológicas
y/o su estética.

Por Angelo Fasce

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Anexo I: El criterio de demarcación al completo


1) Se refiere a un problema dentro del dominio de la ciencia en un
sentido amplio (criterio de dominio científico).
(criterio de dominio científico) hipótesis semánticamente elucidada,
internamente congruente, biológicamente confirmable y disconfirmable,
que no incurre en falacias y que no implica sesgos en su contrastación,
que pretende servir como propuesta a fin de resolver un problema
científico.
Donde,
 hipótesis: un proceso imaginativo que puede ser llevado a cabo ya
sea de forma totalmente original o mediante la deducción parcial a
partir de conocimiento ya establecido que tiene como fin explicar o
predecir hechos.
 problema científico: un problema abarcable por una hipótesis
científicamente confirmable.
2) Adolece de una grave falta de fiabilidad, tal que no resulta en
absoluto ser de confianza (criterio de fiabilidad).
(Criterio de fiabilidad) Si S cree que p en un momento t basándose en la
evidencia científica, obtenida mediante el uso de un método cientifico,
de la que dispone la comunidad científica, y no existe ninguna otra
opción rival q que goce claramente de mayor evidencia, entonces la
creencia de S en p en el momento t será más fiable en un sentido
científico que la creencia en q.
Donde:
 evidencia científica: es toda implicación fáctica contrastada de la
hipótesis, obtenida mediante un método científico, que aumenta su
probabilidad como solución a un problema científico determinado.
 método científico: es un proceso cognitivo reglado basado en
procesos sensitivos del sistema nervioso humano, intersubjetivamente
compartido, estable en el tiempo respecto a sus resultados y que
reduzca al mínimo posible la presencia de sesgos y de falacias, capaz
por ello de obtener una evidencia tan justificada que diremos que es
«evidencia científica».
 problema científico: explicar o predecir hechos científicamente
confirmables.
 otra opción q que resulte claramente más fiable: hace referencia a
algún otro programa de investigación rival claramente más progresivo
de forma sostenida en el tiempo (donde «más progresivo» y «de forma
sostenida en el tiempo» mantienen un cierto margen de interpretación).
3) Es parte de una doctrina para la que sus defensores tratan de crear
la impresión de que representa el conocimiento más confiable de su
temática (criterio de la doctrina desviada).
(criterio de doctrina desviada) toda práctica o propuesta teórica que, sin
cumplir el criterio de dominio científico y/o el criterio de fiabilidad, se
presenta públicamente como ciencia.
Donde,
 presentarse públicamente como ciencia: consiste en parasitar los
espacios de enseñanza y organización profesional de la ciencia, así
como sus medios de divulgación, su lenguaje, sus formas tecnológicas
y/o su estética.

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crítico, pseudocienciaEtiquetado criterio, demarcación, escepticismo, filosofía de la
ciencia, Pseudociencia5 comentarios

5 COMENTARIOS EN “UN CRITERIO DE


DEMARCACIÓN PARA LA CIENCIA, LA NO-CIENCIA Y
LA PSEUDOCIENCIA”
1. LOSSEUDOESCEPTICOS
20 junio, 2017 en 10:30 pm
Tenia que pasar, tu respuesta fue excelente pero recibirar una mejor. XD

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Responder

2. ECHIRDB

20 junio, 2017 en 11:04 pm


Muy interesante aporte. Tengo una pregunta que no tiene mucha relación con el análisis
teórico.

Según esta propuesta ¿Cómo se enmarcaría la Teoría de Cuerdas? No es por la mera


diversión de catalogar ideas cual pokemones. Sino por las consecuencias prácticas, como
destinar las mejores mentes físicas y matemáticas a su desarrollo (una cuestión de costes
de oportunidad).

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Responder

1. LOSSEUDOESCEPTICOS

21 junio, 2017 en 12:12 am


Según el amigo Bunge la T. de cuerdas no es falsabe, y de hecho no lo es. ¿Tienes
alguna forma de plantear que sea falsable?

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Responder

3. MARIO

21 junio, 2017 en 3:31 am


Fantástica entrada, Angelo. Estudio psicología y es terreno fertil para todo tipo de teorías y
tratamientos pseudocientíficos; así que este tipo de información le vendría bien a más de
uno mis profesores y compañeros que andan repitiendo ad nauseam que en “psicología
todo vale” y “todas las teorías y tratamientos merecen el mismo estatus”.

Quisiera comentar que, desde mi experiencia en la universidad, me resulta curioso como


incluso entre mis profesores más rigurosos y críticos de las pseudociencias en la
Psicología, predomine en su mentalidad el criterio popperiano del falsacionismo como el
mayor indicador que permite discenir lo que es ciencia de aquello que no lo es. Por cosas
tan sencillas como esa me parece que en las carreras universitarias debería brindarse
algún curso de filosofía de la ciencia, y uno como profesional tener un mínimo de interés
en el tema para utilizarlo como herramienta que permita mejorar la comprensión del
propio quéhacer, de las hipótesis de trabajo, de las teorías psicológicas que abundan a
patadas, etc.

Por cierto, me has dado bastante para leer con toda esa lista de referencias

Saludos.

https://lavenganzadehipatia.wordpress.com/2017/06/20/un-criterio-de-
demarcacion-para-la-ciencia-la-no-ciencia-y-la-pseudociencia/

Consulta: 210617

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