Barrio Colón - Memorias de Un Descubrimiento PDF
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Los procesos de urbanización acabaron con el buen nombre de uno de los primeros barrios
de Medellín. Tal vez no el mejor, pero sí con mucha historia.
Las calles San Juan, Santiago, Quito, El Sapo, Los Huesos, Andalucía, Alpujarra, México y la Tomás Carrasquilla
(llamada inicialmente Gilberto Alzate Avendaño y posteriormente Avenida La 33) conformaron el marco lineal del
novel asentamiento. Además, al barrio lo cruzaban las carreras Gómez Ángel (honrando al eminente clérigo y
exrector de la U.deA.), San Félix, Pedro de Castro (educador y fundador de la primera escuela elemental en
Medellín) y Palacé.
La calle de Niquitao, que con ese nombre ya llegaba al siglo de existencia, y la Asomadera, sitio al que se le
conocía así desde la fundación de la Villa, limitarían sobre el oriente con la nueva urbanización.
La carrera El Palo, que ya existía, nacía en la calle Maturín. Con el tiempo, un enorme árbol cae sobre la vía,
impidiendo su comunicación al sur, resultando lo que hoy día se conoce como el sector del Huevo, uniéndose
irregularmente a la carrera Gómez Ángel.
Un estrecho camino, conocido como Abejorral, que despertaba en la barranca de San Antonio, en límite con la
calle San Juan, se inundaba de música y llenaba de dicha a quienes pernoctaban ahí.
El parque del barrio Colón, emprende su libertad, entre las calles San Juan y Santiago y las carreras Pedro de
Castro y San Félix. Diagonal a éste se encontraba la escuela para niñas Jorge Isaacs y la de niños, José María
Córdova, les vigilaba el entorno desde San Félix.
Este fresco asentamiento comenzó a llenarse de voces, murmullos y colores y aromas de musgo, cafetal y tierra de
capote. Procedentes del Nordeste, Norte y el Oriente del departamento, fue llegando la nueva oleada humana que
lentamente empezó a construir un nuevo tejido social, a punta de sueños habitados de desafíos, poblados de retos
y llenos de esperanzas.
López, Gómez, Rincón, Londoño, Ramírez, Montoya, Lopera, Hernández y Aguirre eran los apellidos que
empezaban a caminar los frescos senderos de aquel lugar. Era gente “de modito”, honesta y trabajadora, que
venía buscando descubrir su nuevo mundo urbano.
Rafael López, un súbdito español, llegó con su camada de siete hijos y su esposa doña Elvira, después de explorar
y explotar las tierras adyacentes a los municipios de Santo Domingo, San Roque y Yolombó, donde el oro no le fue
esquivo.
Además de barbero, era boticario. Preparaba fórmulas y recetas en su casa de la calle Quito con Gómez Ángel.
Como fígaro estableció numerosos clientes, con su innovador servicio a domicilio, quienes gozaban con sus
célebres apuntes y graciosas anécdotas gallegas.
Oscar de Jesús Montoya, cariñosamente conocido como Oscar Radios, por su afición a reparar electrodomésticos,
fue el conductor más recordado y gentil que recorrió la zona. Empezó trabajando en Tax Pilar, cuando la carrera
mínima costaba 0,50 ctvs.
En la flota de Transportes San Diego, le tocó conducir un bus al que apodaban burlonamente el Escaparate por su
rudimentaria carrocería.
Muchas personas no lo tomaban porque les daba pena que los vieran subirse o apearse en semejante adefesio.
Su desquite económico llego con el Milamores, un Ford 56, que Jorge Iván Velásquez, más conocido como
Chispas, compró al ganarse el 5 y 6.
Este eligió a Radios para que se lo “ruletiara” por ser, en aquel entonces, el mejor conductor-mecánico. De diario
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30/1/2020 Barrio Colón: memorias de un descubrimiento
transportar a Edgar Castro, funcionario del Consulado Americano, consiguió una visa de trabajo para el país del
norte. En su pasaporte como profesión se leía: Mecánico-Eléctrico.
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es la patrona y titular del barrio. Las autoridades eclesiásticas levantaron su
parroquia y cúpulas en la carrera Palacé con la calle 35. La advocación por Santa María del Perpetuo Socorro
viene desde el siglo XV. El Papa Pío IX, designó a los Padres Misioneros Redentoristas propagar su culto por el
orbe.
Su fiesta universal se celebra el 27 de junio, aunque en su parroquia de Medellín es adelantada para el 16 del
mismo. La iglesia durante algún tiempo se conoció como la de “los volados” pues muchas parejas que encontraban
impedimentos para unirse en matrimonio, acudían allí con la seguridad que recibirían además de un perpetuo
socorro, la bendición para su bien de amor.
La Heladería Boreal cautivo con su música, su atención y dedicatorias a sus diarios asistentes. La farmacia Royal
levantó a muchos enfermizos, quienes por tener tan cerca al cementerio de San Lorenzo, hicieron caso omiso a los
ecos del mas allá, siguiendo al pie de la letra las prescripciones y consejos del doctor Gutiérrez. Los aromas de
molienda en la fábrica de café Eureka, como todo buen descubrimiento, despertaban a los vecinos de la calle
Quito. Igual en los comedores de las casas no faltaban las Salsas Naturales, que se elaboraban en la Gómez
Ángel.
Pero más seguro no podía estar cualquier vecino cuando compraba en el granero-mixto del viejo Eliécer; en letras
disparejas había pintado un aviso que ordenaba: pregunte por lo que no vea.
Como en todo barrio que digno de respeto, en la carrera Palacé con la calle Santiago, los sueños llegaron en
technicolor, y el teatro Colón matizó los días y las noches convirtiéndose en el protagonista del lugar.
Sobre la Pedro de Castro, la Colombiana de Tabaco fijó su nueva planta, dando prioridad en empleo a los
habitantes del sector. Su fama siempre voló de boca en boca por los salarios que siempre canceló.
Quizás para acabar con los olores que despedía la Tenería San Diego, ubicada en cercanías donde hoy reposa el
Centro Comercial, la compañía de jabones Lemaitre, con su producto emblema el jabón Sanit, perfumó la vía
Gómez Ángel de la misma forma que lo hizo durante años con las reinas de belleza, como un sueño real.
Se hunde el Colón
Con el nacimiento de la avenida Jorge Eliécer Gaitán en los años setentas, el barrio Colón recibe su estocada
mortal. Ya se venía desangrando cuando en el costado occidental, sobre la carrera Pedro de Castro, la Magola,
Pecadora o Flota Magdalena, hace su arribo acompañada de la Occidental, la Arauca y el entonces Rápido Ochoa;
cómplices de rutas y de rumbas.
Un pequeño ejército de vagos, agiotistas, gitanos, rufianes, tahúres, menesterosos y trastornados, empezaron
apabullando las esquinas, inundando de susto a los transeúntes y negocios, y bañando de un olor vicioso y dulzón
todos los rincones.
Eran los nuevos conquistadores de la periferia. Al unísono todas las familias vendieron sus propiedades; sus
casonas se transformaron en cantinas, restaurantes, panaderías, pensiones, hoteles, talleres e inquilinatos.
Agonizante, con el corazón partido, el costado oriental permutaba mudanzas, despedidas y recuerdos. Quienes
llegaban, saludando el cambio, vestían sus nuevos espacios de tacones, corpiños, ligueros, pendientes, corsés,
camafeos y tentadoras. Las tenues e insinuantes luces de colores, que despertaban las alas de la noche,
iluminaban el sendero de la pálidas Ninfas del Valle….
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