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LA RELACIÓN
M Á S TEMPRANA
Padres, bebés y el drama
del apego inicial
T. Berry Brazelton
Bertrand G. Cramer
Paidós Psicología Profunda
ir
*
Parte I
EL EMBARAZO: EL NACIMIENTO
DEL VINCULO
La misma alma gobierna los dos cuer
pos... las cosas que desea la madre a me
nudo se encuentran impresas en los miem
bros del niño que ella lleva en su vientre
en el momento de sentir el deseo.
L eonardo da V in c i,
Quaderni
INTRODUCCION
23
riamente diferentes en los hombres y en las mujeres, en
el capítulo 3 trataremos los modos como se adapta el
padre al hijo por nacer.
24
1. LA PREHISTORIA DEL VINCULO
IDENTIDAD DE GENERO
25
tiva de pertenecer a un sexo) parece desarrollarse des
de el comienzo de la vida, bajo la influencia de fuerzas
tanto biológicas como ambientales.
26
nante en el desarrollo de la identidad de género. Mo-
ney y Ehrhardt han demostrado esto de fórma ca
tegórica en su estudio de niños nacidos con genitales ex
ternos que difieren de su orientación sexual cro-
mosómica (Money y Ehrhardt, 1972). Este es el caso de
los fetos femeninos antes mencionados, que fueron ex
puestos a influencias hormonales andrógenas y que
mostraban genitales “masculinos” al nacer. Estos niños
son criados como varones, y las percepciones y la con
ducta de quienes los rodean determinan su convicción
subjetiva de ser varones. Monpy v Ehrhardt probaron
que para los dos años de edad, la identidad de género
Eajpie~HacIo fijada en la mente del nino.'
De manera similar, un feto genéticamente masculi
no que es insensible a la influencia de los andrógenos
durante la vida fetal tendrá una apariencia femenina
al nacer, con una vagina y con las características exter
nas de una mujer. Estos bebés serán criados como niñas.
Desde el principio, los padres los tratarán como niñas,
y crecerán considerándose niñas. Sólo cuando la puber
tad o la infertilidad las lleve a buscar atención médi
ca se descubrirá su verdadero sexo genético. Mientras
tanto, habiéndose considerado ellas mismas como mu
jeres, se habrán comportado como tales.
Estos “experimentos de la naturaleza” demuestran
con cuánta potencia pueden las expectativas paternas,
maternas y sociales basadas en el sexo asignado refor-
zar las influencias hormonales intrauterinas. En el caso
de estos niños, las prácticas de crianza se ven influidas
por la apariencia de los genitales, y no lo son en abso
luto por el sexo genético. Las presiones sociales, la asig
nación de roles y la expectativa paterna y materna de
terminan el sentido subjetivo de identidad de género y
la consiguiente conducta de estos niños.
27
3. Diferencias conductuales innatas. Aunque muchos
investigadores han tratado de distinguir diferencias
conductuales congénitas entre varones y niñas recién
nacidos, son pocas las diferencias comprobadas de for
ma concluyente. Los~~varones récién nacidoFlTcTexñf beñ
una mayor actividad motora que las niñas, pero la ca
lidad de su conducta"motora puede ser diferenteTT^Pac-
Tfvttfád“ mutriz del bebé' masculino parece "ser'más vigo
rosa, pero de breve duración en cada acto motor, mien
tras que la misma conducta motriz es más moderada y
decae con mayor lentitud en las niñas. Si bien los va
rones tienden a mostrar niveles más elevados de irri
tabilidad, esto puede relacionarse con la mayor inciden
cia de complicaciones prenatales y obstétricas en los va
rones (Parmelee y Stern, 1972). Los varones recién na
cidos parecen fijar la vista en objetos durante lapsos
más breves pero más activos, mientras que las niñas
recién nacidas muestran mayor lentitud en fijar la aten
ción, pero prestan atención durante lapsos más prolon
gados. Es posible que los bebés de sexo femenino sean
más sensibles al tacto, el gusto y el olor, y que tengan
más actividad y conducta orales (Maccoby y Jacklin,
1974; Korner, 1974). Aunque estas diferencias sexuales
innatas son menos pronunciadas que las diferencias in
dividuales no relacionadas con el sexo, pueden influir
en la interacción temprana (Cramer, 1971).
28
inconscientes determinan, en cierta medida, la forma
como los progenitores tratarán al bebé. Dado que nues
tras culturas han fomentado durante mucho tiempo una
conducta fuertemente estereotipada según el sexo, es
casi inevitable que con un varón se juegue más vigo
rosamente y a una niña se la cuide con más delicade
za. El padre tenderá, por ejemplo, a alzar en sus bra
zos a un varón; la madre tenderá a proteger a su hija
de ese tipo de juego. Nuestra conducta vocal también
está determinada por nuestras propias experiencias pa
sadas. Tendemos a hablarle con suavidad y dulzura a
una niña, y a tratar de animar y estimular a un varón
con las mismas palabras. El ritmo de la interacción en
tre progenitor e hijo probablemente será moderado y
lento con una niña, y tendrá altibajos más marcados e
intervalos más cortos con los varones. Hay crecientes
pruebas de que las madres tienden a hablarles y a al
zar más a las niñas que a los varones. Estas conduc
tas diferenciales nos son inculcadas con tanta fuerza por
el trato que todos recibimos por parte de nuestros pro
pios padres que es poco probable que podamos cambiar
las por medio de una determinación consciente. El modo
de sentir de los progenitores la masculinidad y la femi
nidad tendrá una poderosa influencia en la identidad de
género y se transmitirá al bebé de maneras sutiles a
través de cada interacción. La identificación con la con
ducta de su madre hacia ella y la participación del pa
dre en la conducta afectiva de una niñita pueden refor
zar su deseo de convertirse en madre más adelante en
su vida.
29
al tacto del niño mismo y de quien lo cuida, las expe
riencias tempranas con la exploración, la masturbación
v la valoración de los propios genitales pueden deter
minar una mayor propensión al exhibicionismo y a la
exteriorización de la sexualidad en el varón. La niña tie
ne más tendencia a la intimidad, a la curiosidad por sus
genitales y por el significado y el valor de éstos, y a in
teriorizar la sensación. Estas diferencias en la experien
cia sensual, basadas en diferencias en las característi
cas sexuales del cuerpo, se profundizarán e incremen
tarán en el curso de la vida y continuarán influyendo
la identidad de género. A medida que crece, la niña hará
preguntas recurrentes sobre la función prevista de sus
genitales y sus pechos. Al llegar a la edad de la mens
truación, estas preguntas volverán a cobrar importan
cia. Sus órganos reproductores, no vistos ni puestos a
prueba, se entrelazarán con sus fantasías sobre el em
barazo. Robert Stoller afirma que estas fantasías son vi
tales para el desarrollo de la identidad de la mujer y
sostiene la validez del concepto de feminidad primaría
(Stoller, 1976*. Según su punto de vista, una niña des
arrolla una identidad femenina desde muy temprano en
la primera infancia. Esta noción de la primacía de la
identidad femenina ha alterado las teorías freudianas
de la envidia del pene. Freud sostuvo que la niña pro
curaba reemplazar lo que no tenía, el pene, usando su
cuerpo para engendrar un bebé. Las mujeres necesita
ban la prueba material de la integridad de sus cuerpos
que provenía de dar a luz a un hijo. Un bebé saluda
ble se convertía en una prueba tranquilizadora de que
los órganos internos de la mujer eran productivos y sa
nos, y resolvía su “inevitable” envidia del pene. Freud
también señaló que las fantasías de una niñita en tor
no a un bebé propio le permitían imaginarse a sí mis
ma como una igual de su madre, todopoderosa y dado
ra de vida. Estos supuestos de la teoría psicoanalítica
30
de los primeros tiempos se generaron en una sociedad
sexista que no sólo segregaba la psicodinámica mascu
lina de la femenina, sino que interpretaba la psicología
femenina desde el punto de vista del anhelo de la mu
jer de ser hombre. Hasta que la psicoanalista Helene
Deutsch escribió The Psychology o f Wornen, en dos to
mos, de hecho se le había prestado poca atención al de
sarrollo de la psicología de la mujer. En la obra de
Deutsch se sigue insistiendo en la envidia de la mujer
hacia el varón dominante. Sólo hace relativamente poco
tiempo, los analistas han comenzado a buscar una “iden
tidad central femenina” en el desarrollo de las mujeres
jóvenes que no esté determinada por la “envidia del
pene”. Las sensaciones corporales y las imágenes men
tales de la niña forman los primeros cimientos. Mucho
más adelante, el trabajo psicológico efectuado durante
el embarazo y los primeros contactos con el bebé com
pletarán el proceso de esta identidad en evolución.
31
de convertirse en la persona que cuida, en lugar de la
que es cuidada. A medida que desarrolle su propia au
tonomía, comenzará a asumir las posturas de las mu
jeres cercanas a ella. Aprenderá por imitación cómo se
comportan las figuras maternas. Los que la rodean pro
bablemente se deleiten con sus imitaciones, por lo que
las reforzarán y fortalecerán su identificación incons
ciente con la madre y las figuras maternales.
A principios de su segundo año de vida, la niña abra
zará con ternura un muñeco o un animalito de jugue
te. Sostendrá al “bebé’’ cerca de su pecho izquierdo, con
aire solícito, como lo hacía su madre. Al tenerlo en sus
brazos, lo mecerá con delicadeza, lo mirará con dulzu
ra y con expresión receptiva, y le hablará con voz airu
lladora, como si esperara que el muñeco le fuera a de
volver la mirada y los arrullos. Cuando la niña deam
bula con “su bebé1', se hace más alta. Su porte se vuel
ve más adulto y sus pasos más seguros. Los pies de la
niña generalmente están muy separados y se mueven
en forma tentativa en las ocasiones en que está explo
rando su mundo, pero cuando toma en brazos a su ama
do juguete, se convierte en la persona adulta que está
imitando. Sus gestos, sus ritmos, su conducta facial y
vocal, no le podrían haber sido enseñados. Los ha ab
sorbido por imitación, a través de sus propias experien
cias de ser abrazada y mecida y a través de la identi
ficación con su madre o con otras figuras maternas con
las que ha estado en contacto. No es ninguna casuali
dad que esta conducta se manifieste principalmente en
su segundo año de vida, coincidiendo con su impulso ha
cia la autonomía. A medida que su necesidad de inde
pendencia se alterna con su deseo de ser tratada como
un bebé, la niña representa cada uno de estos roles: el
de la madre independiente y el del bebé desvalido.
Cuando se le pregunta cómo se llama el “bebé” que tie
ne en brazos, lo más probable es que le dé su propio
32
nombre. Al avanzar en su segundo y tercer año de vida,
las palabras que utilice para referirse al bebé expre
sarán las ambivalencias de su identidad en desarrollo:
en cierto momento, el ‘'bebé bueno" que ella quiere ser,
y en otro momento, el “bebé malo” que también quie
re ser. A medida que evoluciona su identidad, el juego
con el bebé pone en evidencia que la niña está incor
porando partes importantes de su madre.
A los cinco o seis años, es posible que la niña comien
ce en ocasiones a negar este rol maternal. Puede em
pezar a identiñcarse con ciertas conductas más mascu
linas, a repudiar todo deseo de jugar con muñecas o con
un “bebé" y a preferir jugar con cochecitos o trepar. En
nuestra sociedad actual, con su tendencia hacia el tra
tamiento unisexual de los niños pequeños, es posible
que nos encontremos con niñas que sólo usan pantalo
nes o que, delante de otras personas, caminan con el
porte “a lo macho” que suelen adoptar los niños pe
queños, Pero el juego maternal suele reaparecer cuan
do la niña está sola con otras niñas o con su madre.
34
través de un hijo es más diferenciado: la madre contem
plará al hijo deseado ante todo como una extensión de
su propio sí-mismo, como un apéndice a su cuerpo; la
niña realza su imagen corporal, dándole una dimensión
adicional que puede ser exhibida con orgullo.
35
sible que asuma una profesión que caracteriza a la fa
milia, o el nombre de un antepasado famoso. Los nu
merosos rituales en torno al nacimiento, como el bau
tismo y otras tradiciones, fortalecen este poderoso y ne
cesario sentimiento de identidad entre los hijos y sus
familias.
El término “reflejar” se ha empleado por lo general
para describir una función vital de la madre: la de pro
porcionarle al bebé una imagen de su propio sí-mismo.
Los bebes ven en el rostro de su madre jyggeíectos_jig'
_st^ propía" conducta^ aimendiendoasi algo sobre ellos
mismos (Winnicott. 1958b Aquí usamos la palabra “re
flejar” para referirnos al sueño de la mujer de tener un
bebé que corresponda a su ideal a la perfección, que du
plique el sí-mismo ideal de ella y que le haga saber lo
satisfactoria que es como madre. Todo temor de tener
un bebé imperfecto amenaza esta autoimagen y debe ser
repudiado, fb deseo de tener un hijo incluye eí deseo de
ver reflejadas en el hijo las marcas de la propia crea
tividad y de la capacidad de la mujer de ser madre.5
36
dua búsqueda de omnipotencia. El futuro hijo es no sólo
una extensión del cuerpo de la madre, sino una exten
sión de lo que Kohut (1977) denominó la outoimagen
grandiosa de ella. El hijo de fantasía, por lo tanto, debe
ser perfecto; debe concretar todo el potencial latente en
los progenitores.
Las pruebas de estos deseos abundan, tanto en la ex
periencia cotidiana como en los consultorios de los psi
quiatras de niños. Los progenitores ponen mucho afán
en el aspecto físico del hijo, en su desempeño motor v,
más tarde, en su rendimiento escolar. Los valores que
han sido altamente preciados por los progenitores pue
den convertirse en una “obligación’’ para el hijo. Cuan
to más han fracasado los padres, tanto más han de pre
sionar al hijo para que tenga éxito. Si la madre desea
ser más independiente, su niño tendrá que ser
autónomo. Si el padre cree ser una persona poco instrui
da, su hijo tendrá que ir a la Universidad de Harvard.
Por más oculto y grandioso que sea el deseo, el futuro
hijo tendrá la misión de cumplirlo. La contrapartida de
esta grandiosidad es el inevitable temor de que el bebé
resulte un fracaso. Este temor, también, debe ser repri
mido, porque amenaza confirmar una vez más los fra
casos de los propios progenitores.
Así como es fácil advertir que estos deseos narcisis-
tas pueden interferir más adelante el desarrollo^ ef
niño, es vital entender que también son indispensables.
Estos deseos preparan a la madre para el vínculo: ella
debe ver a su hijo como algo único, como un potencial
redentor de esperanzas perdidas y como un ser con ple
no poder para cumplir sus deseos. ¿De qué otro modo
podría desarrollar el sentimiento de que su bebé es la
cosa más preciosa en su vida, digna de toda su atención?
¿De qué otro modo podría desarrollar lo que Winnicott
ha denominado la “preocupación maternal primaria”,
compuesta de un estado de absoluto altruismo y auto-
37
denigración que en otras circunstancias resultaría total
mente inaceptable?
La madre puede dejar de lado por completo sus pro
pias necesidades narcisistas después del parto porque
ahora están depositadas en el bebé. Puede desatender
las en ella misma, porque su hijo las gratificará todas
más adelante. Las madres pueden tolerar el tremendo
egoísmo de los bebés porque, al cuidarlos, están satis
faciendo en forma vicaria sus propias necesidades y de
seos egoístas. Cuanto más logre darse la madre a su fu
turo hijo, tanto más cumplirá sus propios deseos y ex
pectativas de ser una persona adulta plena.
La naturaleza les da a las madres nueve meses para
albergar dudas, temores y ambivalencia en tomo al hijo
que vendrá. Estos sentimientos aparecen contrarresta
dos por la importante fantasía del hijo perfecto. Cuan
do llegue el momento, el bebé le ofrecerá a la madre la
certeza de que ella puede crear, que su cuerpo funcio
na bien y que sus ideales y esperanzas incumplidos por
fin se harán realidad. Esta esperanza contribuye a man
tener a las madres en un estado de ilusión anticipante
positiva durante el embarazo y a protegerlas del ago
bio de la duda y la ansiedad.6
38
var viejas relaciones. En la cuarta parte del libro, ve
remos de qué modo esto afecta la interacción tempra
na. La expectativa de recobrar vínculos pasados es un
incentivo para tener un hijo. Al hijo de fantasía se le
adjudican poderes mágicos: el poder de reparar las vie
jas separaciones, de negar el paso del tiempo y el do
lor de la muerte y la desaparición.
Un nuevo hijo nunca es un total desconocido. Los pa
dres ven en cada futuro bebé una posibilidad de revi
vir vínculos que pueden haber estado inactivos duran
te años, una nueva oportunidad de concretarlos.
Los sentimientos contenidos en estas relaciones pre
vias se pondrán en juego una vez más, en un esfuerzo
por resolverlos.
En una situación de análisis, diríamos que el futu
ro Kiio es uñ"objeto de transferencia, es decir, que los
sentimientos y relaciones inconscientes de los padres
serán transferidos al hijo. El proceso de la transferen
cia* en sí mismo, tiene efectos curativos. precisamente
porque revive viejos lazos perdidos. En este "sentido,
podríamos describir al futuro hijo como un reparador,
por cuanto encierra la promesa de recrear relaciones in
activas que fueron gratificantes en el pasado.7
39
a ella y su sensación de inferioridad en la rivalidad
edípica. Ahora puede convertirse en la Madre Univer
sal y concretar su potencial creativo, mientras que su
madre de la vida real probablemente estará lamentan
do la pérdida de su propia capacidad de tener hijos. Si
bien esto puede provocar un sentimiento de culpa, tanj-
bién aporta una fuente de renovada autoestima. El de
seo de tener un hijo también puede incluir un deseo de
restaurar imágenes de la madre, a la que la mujer sien
te haber dañado debido a su envidia. Una mujer pue
de soñar con ofrecerle su nuevo hijo a su madre, como
muestra de gratitud. El resurgimiento de la relación con
su propia madre es un proceso -muy intenso durante eT
embarazo. Se puede revelar en los sueños, en los temo
res, y en un acercamiento a la madre. Podría surgir una
nueva relación. En los casos en que esta relación se forjó
con muchos conflictos, es posible que esta evolución que
de frenada y que el conflicto se intensifique.
Los anhelos y fantasías que acabamos de describir no
agotan la diversidad de fuerzas y presiones sociales que
se entrelazan en el deseo de tener un hijo. Pero espe
ramos que sean suficientes para indicar el poder y la
complejidad de este deseo. Las identificaciones, las sa
nas necesidades narcisistas, el afán de recrear viejas re
laciones, son todos factores que contribuyen a darle vi
gor a la capacidad de la mujer de ser madre y cuidar
a su hijo. Al reacomodar los sueños y las emociones de
la madre, estos factores preparan las condiciones para
el vínculo con el bebé.
40
2. LOS ALBORES DEL VINCULO
41
Tanto los futuros padres como quienes los atienden
deben comprender la fuerza y la ambivalencia de los
sentimientos que acompañan al embarazo. Las consul
tas prenatales, ya sea con tocólogos, enfermeras, pedia
tras o, en ciertos casos, con psiquiatras, deben posibi
litar la expresión de un amplio espectro de sentimien
tos positivos y negativos. De acuerdo con la experien
cia de los autores, el embarazo —al igual que muchas
otras fases críticas de la vida— es percibido de mane
ra diferente por los psiquiatras y por los pediatras. A
los primeros se los consulta en casos de crisis y suce
sos complicados, por lo que están alertas ante posibles
problemas neuróticos o psicóticos durante el embarazo.
Los segundos tenderán a prestar más atención a la sor
prendente capacidad de la madre para reacomodar toda
su vida en función del bienestar de su hijo. Consideran
do las etapas del embarazo desde nuestro punto de vis
ta doble, esperamos esclarecer este admirable período
y también rastrear dentro de él el nacimiento del ape
go paren tal.
El proceso del embarazo puede contemplarse como
tres tareas separadas," cada una de ellas asociada^con
una etapa del desarroIIo_ffsieo d e lle tp.Tln laprimera
etapa, los progenitores se adaptan a la “noticia” del em
barazo, que va acompañada por cambios en el cuerpo
de la madre, pero no aún por pruebas de la existencia
real del feto. En la segunda etapa, los progenitores co
mienzan a reconocer al feto como a un ser que a su de
bido tiempo quedará separado de la madre. Este recono
cimiento se confirma en el momento de la percepción de
los primeros movimientos fetales por la madre, cuando
el feto anuncia por primera vez su presencia física. Por
último, en la tercera etapa, los progenitores empiezan
a experimentar al futuro hijo como a un individuo, y el
feto contribuye a su propia individuación por medio de
movimientos, ritmos y niveles de activiclad distintivos.
42
PRIMERA ETAPA: ACEPTACION DE LA NOTICIA
43
futuros padres es la de evitar los conflictos de su pro
pia infancia v convertirse en progenitores perfectosTT^o
seré^como mi madre.” “MÍ padre se esforzó, pero hizo
todo mal.” “¡Por cierto que espero hacerlo mejor que
ellos!” ;,Qué_es 1^. que los futuros padres desean hacer
mejor? ¿.Proteger a su hijo deHInTnTmdo imperfecto, o
He Tos aspectoFnhgltivos que perciben en ellos mismosT
Ca segunda alternativa es la más probable! Cmno
señalamos anteriormente, todos los progenitores espe
ran ser capaces de proteger al nuevo hijo de sus pro
pios sentimientos de inadecuación o de los fracasos per
cibidos en sus propias vidas. Con esta esperanza mágica
de poder superar sus propias inadecuaciones, los padres
se consideran a sí mismos completamente propicios y
positivos, listos para crear al hijo perfecto. Detrás de
esta fantasía hay también ambivalencia. En un momen
to dado todos los progenitores empiezan a preguntarse
por qué se prestaron a someterse a semejante adapta
ción. “¿Deseo realmente convertirme en madre, en pa
dre? Si no lo deseo, ¿habré perjudicado ya a este bebé?
¿Puedo perjudicar a un bebé aún no nacido con mis te
mores y mis sentimientos negativos?” Especialmente en
el caso de la mujer embarazada, la profundidad de la
inquietud implícita en esta adaptación la torna tan vul
nerable que su pensamiento mágico sobre la posibilidad
de perjudicar a su feto se vuelve muy real. Todas las
mujeres embarazadas temen la posibilidad de tener un
hijo defectuoso. No sólo imaginan todas las aberracio
nes posibles, sino que al despertar ensayan lo que
harían si su hijo naciera con algún defecto. Todo peli
gro para el feto sobre el que puedan haber leído u oído
hablar será recordado en algún momento durante el em
barazo. El bombardeo de información actualmente exis
tente sobre los efectos de ciertas drogas y comidas, del
tabaco, el alcohol o la contaminación ambiental sobre el
feto en desarrollo no hace sino exacerbar los temores
que umversalmente acosan a las mujeres embarazadas.
Para sobreponerse a estos temores y a su ambivalen
cia subyacente, la futura madre tiene que movilizar más
y más defensas. Debe comenzar a idealizar a su hijo,
a representárselo como un bebé perfecto y plenamente
deseado. La tarea de sobreponerse a las fuerzas nega
tivas intensifica los deseos positivos respecto al hijo y
los de ser un progenitor perfecto,
Mientras se debate a través de este tumulto de emo
ciones ambivalentes, la mujer embarazada estará par
ticularmente dispuesta a recibir el apoyo de otras per
sonas. Aceptará de buen grado la ayuda de un médico,
una enfermera o una amiga que sea una madre expe
rimentada. La futura madre suele desarrollar una fuer
te transferencia hacia cualquier profesional que la res
palde en este período. Anhela comprender sus podero
sas emociones y recibir cuidados maternos mientras se
prepara para ser madre. Los profesionales o miembros
de la familia que puedan aceptar esta dependencia pa
sajera por parte de la futura madre sin sentirse abru
mados estarán contribuyendo a dar principio a una fa
milia más sólida.
Durante este período, muchas mujeres tienden tam
bién a replegarse en sí mismas. El reequilibrio de hor
monas y otros procesos físicos va acompañado de ajus
tes emocionales, y se requiere mucho tiempo y energía
para alcanzar una nueva estabilidad. La mujer puede
pasar días soñando despierta y noches luchando con
sueños fuertemente ambivalentes. Cuando este traba
jo interior se realiza en forma satisfactoria, a su debi
do tiempo la futura madre podrá contemplar con expec
tativas positivas su nuevo rol. Pero tal vez gaste mu
cha de su propia energía y de la de su familia en la ta
rea. Durante este proceso, es muy probable que se dis
tancie un tanto de sus relaciones previas. Hasta pue
de culpar inconscientemente a su marido y a otras per
45
sonas por su condición, aun experimentando simul
táneamente una sensación de júbilo. De vez en cuando,
quizá sienta que ha sido obligada a asumir este rol. Es-
tos sentimientos pueden representar un intento de com
partir o trasladar la responsabilidad correspondiente a
la abrumadora adaptación que está efectuando, y tam
bién pueden constituir una reacción realista frente a
ciertas condiciones sociales y económicas.
La tarea más inmediata de_la muier es aceptar el
“cuerpo" extraño” ahora"implantado dentro de ella. Fs
posible que perciba al embrión como una intrusión por
parte de su compañero, y que quiera, temporalmente,
apartarse del hombre que la ha dejado embarazada. Así
como su cuerpo va disminuyendo sus defensas contra
este “cuerpo extraño” y pasa a aceptarlo y albergarlo,
también la madre debe llegar a experimentar al futu
ro hijo como una parte benigna de ella misma.
Muchas veces, en un esfuerzo por aceptar su nueva
condición, la mujer se vuelca hacia su propia madre o
su suegra. Pero también en este caso es muy posible que
se sienta ambivalente. Las náuseas matinales y otros
síntomas fisiológicos pueden expresar el lado negativo
de la ambivalencia de la mujer, mientras que conscien
temente ella puede estar adaptándose con entusiasmo
a su rol. Todas las mujeres embarazadas enfrentan esta
ambivalencia, lo que las sorprende y decepciona. Sus
sentimientos de desvalimiento o inadecuación pueden
incluso manifestarse en un deseo de tener un aborto es
pontáneo. Si bien la desilusión y los sentimientos de cul
pa que acompañan un aborto o una hemorragia que hace
temer un aborto desmienten la ambivalencia, ésta siem
pre está presente. No es sino en forma gradual que el
impulso hacia la maternidad, con todos los poderosos
componentes que vimos anteriormente, transforma esta
ambivalencia en un incentivo para el trabajo del emba
razo, en la anticipación y la energía positivas de los últi
mos meses.
46
SEGUNDA PARTE: LOS PRIMEROS INDICIOS
DE UN SER SEPARADO
49
ella períodos de depresión y de júbilo, de manera ím-
predecible. Sus fantasías en torno al bebé se vuelven
más específicas. Durante este período, tal vez comien
ce a soñar con el varoncito perfecto o con la niña per
fecta. Es posible que su preferencia por uno u otro sexo
se empiece a poner de manifiesto, o que reprima sus ver
daderos deseos por temor a poner en peligro al feto. La
creencia tradicional en el “mal de ojo" y los rituales su
persticiosos que rodean al embarazo son expresiones del
deseo universal de tener un hijo perfecto y del temor
asociado de que la madre pueda hacer algo que perju
dique al feto. Tan preocupadas están las futuras madres
por sus propios conflictos que hasta las mujeres inte
ligentes suelen mostrarse sorprendidas y gratificadas
cuando se les dice que todas las mujeres tienen apren
siones durante el embarazo.
El ensayo relativo a la posibilidad de tener un bebé
anormal continúa durante este período. Cuando nazca
el niño, la mujer ya se habrá preocupado por todas las
clases de problemas que puede presentar su hijo. Habrá
ensavado en sus sueños y fantasías lo que debe hacer
si tiene un bebé con el síndrome de Down, o con paráli
sis cerebral, o con cualquiera de las anomalías de las
que ha oído hablar ya sea en su propia familia o en la
de su mando. Por lo tanto, un bebé prematuro o con pro
blemas significa no tanto una sorpresa para la madre,
como una decepción por su falta de éxito en todo el es
fuerzo que ha realizado durante el embarazo. La ma
dre va habrá ensayado y hasta movilizado fuerzas que
la ayuden a luchar contra el problema, pero aún debe
afrontar el dolor de perder al bebé “perfecto” con el que
soñó como recompensa por su trabajo.
La amniocentesis diagnóstica y las ecografías para
visqflhyar a n m oH,íeñ eñ u n efecto complejo sobre esté
trabajo de adaptarse a un bebé y a un nuevo_rol. Aun-
"quelas madres, y los padres, dicen estar ansiosos por
50
saber cuál es el sexo del hijo ^el que puede determinar
se mediante la amniocentesis), una cantidad sorpren
dente de ellos (alrededor del 40 por ciento) no desean
que se les informe al respecto. La curiosidad v el asom
bro de la embarazada al ver a su hijo en una pantalla
al tercer mes de embarazo van acompañados tanto de
admiración como del temor de mirar con demasiada pro
fundidad debajo de la superficie. El trabajo de adaptar
se a sus sentimientos ambivalentes y sus temores res
pecto al feto apenas ha comenzado. La mujer todavía no
está preparada para ver al bebé como una realidad. Mu
chas futuras madres primerizas que observan la pan
talla en la que se están viendo los movimientos fetales
expresan emociones mezcladas. Ven al feto como inade
cuado, temible o incompleto. Desvían la vista de la pan
talla como si lo que allí se ve fuera demasiado atemo-
rizador o impresionante. “¿Eso es un bebé de verdad9”
“Parece tan diminuto y desvalido.” Les resulta increíble
la afirmación tranquilizadora del tocólogo de que el feto
es normal, y necesitan escucharla una y otra vez. Has
ta que ellas mismas sienten el movimiento del feto en
el quinto mes, es probable que esta criatura vaga y es
casamente visualizada les parezca irreal, vulnerable y
temible. Estos sentimientos son un reflejo del conflicto'
d é la madre con su propia ambivalencia. Ella necesita
más tiempo para prepararse para el bebé.
Elizabeth Keller, colaboradora en Desarrollo Infantil
del Centro Médico del Hospital de Niños de Boston, com
paró a un grupo de madres y padres a quienes se les
informó el sexo de su hijo tras una amniocentesis o eco-
grafía, con otros futuros progenitores que no supieron
cuál era el sexo de su bebé hasta el momento del na
cimiento. Se podría suponer que el vínculo con el recién
nacido y su temprana personificación resultarán forta
lecidos por el conocimiento previo de su sexo. Pues no
es así. A los padres que sabían cuál era el sexo de su
51
hijo Jpfi- más tiempo personificar y reconocer la
individualida^^eTTeBF^ésHñ^S'^enráKmaen^. Al pa
recer, podría haber un sistema protector en funciona
miento que protege a los padres y al hijo de un víncu
lo demasiado temprano. El proceso de crear un víncu
lo con un bebé individual lleva tiempo y los intentos
tempranos de consolidarlo pueden ser rechazados. Una
vez más, esto apunta al problema de adaptarse a un
bebé prematuro, para el cual este proceso ha sido abre
viado.
* G r a c i a s a la s e c o g r a f í a s , e s t a c r o n o lo g ía e s o b je t o d e c o n t in u o s
a ju s t e s .
53
Alrededor de las 13-14 semanas hay movimientos de
flexión y extensión, de abrir y cerrar las manos, de tra
gar, y movimientos respiratorios. Los estímulos mecáni
cos producen una respuesta de sobresalto, y se puede
demostrar la capacidad del feto para habituarse a los
estímulos.
Alrededor de las 15 semanas, el feto suele chuparse
el dedo.
Entre las 16 y las 20 semanas, las madres perciben
por primera vez los movimientos fetales.
Alrededor de las 20-21 semanas, se pueden ver mo
vimientos segméntales aislados de los dedos, pies y
párpados.
Alrededor de las 26-28 semanas, un estímulo sonoro
suscitará una respuesta de sobresalto o la rotación de
tronco y cabeza, y un aumento de la frecuencia cardíaca
áTnrmruberi.o v Tniari. 1981
Puede haber aranaes variaciones Ge un tet a n otro.
Miéntras que los registros efectuados muestran que la
cantidad media de movimientos fetales aumenta desde
unos 200 en la semana 20 hasta un máximo de 575 en
la semana 32 (y luego a una media de 282 en el par
to), la cantidad de movimientos en un feto particular
puede oscilar entre 50 y 956.
Los informes de las madres coinciden con las medi
ciones objetivas de los movimientos fetales en el 80 al
90 por ciento de los casos.
Los movimientos fetales son afectados por diversos
estímulos, aumentando como consecuencia de laf expo
sición "^ un sonido~~v también dé~uña~~estimulación
lumíñicaT El noventa por ciento dejo s fe t o s se mueve
durante la exposición al ultrasonuJÓTEl tacto y la pre
sión sobffe el abdomen" ele la madre también provocan
un aumento de movimientos.
54
2 . Ciclos de actividad. I xís estados de conciencia
observables en el recién nacido —quietud, alerta, sueño,
sueño activo, etcétera (véase la tercera parte)— también
pueden observarse en el feto. Estos estados parecen ocu
rrir en ciclos. Durante el sueño materno, hace más de
veinte años se observó un ciclo rítmico de descanso-ac
tividad de 40-60 minutos (Sterman, 1967). Más recien
temente se advirtió un ciclo rítmico de descanso-activi
dad de 40-80 minutos, tanto en madres despiertas como
dormidas (Granat y otros, 1979). También se ha cons
tatado un marcado ritmo circadiano en los movimien
tos fetales (Roberts y otros, 1977). No se comprobó que
esta periodicidad en la actividad fetal guarde relación
con la edad gestacional, con el sexo del feto, con el peso
al nacer ni con los resultados de tests de la conducta
neonatal como el índice de Apgar. Parece vincularse, en
cambio, con las propiedades fisiológicas intrínsecas del
"Teto, y~resul tari a afectada por la actividad d éla madre.
En los últimos meses del embarazo, toda mujerípuír-
de decir a qué horas del día su feto estará activo. La
mayoría de las mujeres predice que los picos de movi
miento fetal ocurrirán en momentos de inactividad para
ellas. Aunque esta asociación ha sido atribuida al he
cho de que las madres están más atentas durante sus
períodos de descanso, hay razones para creer que la ob
servación es correcta. El feto puede comenzar a “ adap
tarse” al descanso-actividad de la madre por vía de una
recíproca actividad-inactividad. Cuando la madre está
activa, el feto permanecerá quieto. Cuando ella está
quieta, el feto empezará a “trepar” las paredes uterinas.
Se piensa que el ácido láctico de la actividad muscular,
que se eleva al máximo cuando la madre descansa des
pués de haber estado en actividad, estimula los movi
mientos fetales.
El hecho de que pueda predecir los movimientos del
feto y su adaptación a los ritmos de la madre son una
55
nueva prueba para ella de la existencia de su hijo como
persona: como una persona que puede '‘adaptarse a
ella”, así como a las presiones de su vida.
Cuando se les pide que lleven un registro del descan
so y la actividad del feto, las madres pueden hacer pre
dicciones sumamente certeras tras dos o tres días de
prestarles una atención consciente a estos ciclos. Esos
ciclos organizados v regulares dominan la conducta~fe-
tal. Las~Hiferencias entre los estados de actividad eñ~eh
feto se van volviendo cada vez más evidentes para la
madre. En el último trimestre de embarazo, las muje
res pueden determinar cuándo su bebé está (1) profun
damente dormido (quieto y esencialmente no receptivo
a estímulos externos, como máximo con una sacudida
ocasional de una extremidad). (2) ligeramente dormido
(quieto, pero con arranques de movimientos repetitivos
de las extremidades, hipo y , ocasionalmente, empujes
más lentos de los brazos o piernas, o del tronco), (3) ac
tivamente despierto (“trepando” la pared uterina, con
súbitos empujes y movimiento vigoroso) y (4) alerta pero
quieto (al parecer esperando y receptivo a estímulos ex
ternos, con movimientos más suaves y más dirigidos, a
menudo en respuesta a acontecimientos externos).
56
En un tiempo tan temprano como son los 49 días tras
la fertilización, el feto apartará la cabeza cuando se lo
estimule tocándole la cara, cerca de la boca. En algún
momento entre los 90 y los 120 días, comienzan a apa
recer los así llamados “reflejos de enderezamiento”, con
los que el feto intenta mantener en equilibrio la cabe
za. Alrededor de ios seis meses, el feto puede respon
der a una estimulación auditiva. En esta época, se han
registrado cambios en la frecuencia cardíaca fetal en
respuesta a la estimulación sonora.
En el tercer trimestre, hay respuestas evocadas dis
continuas de la corteza fetal que pueden medirse me
diante técnicas no invasivas (Rosen y Rosen, 1975). La
aplicación de electrodos directamente al cuero cabellu
do del feto tras la ruptura de las membranas muestra
una rica gama de respuestas a estímulos sonoros, tácti
les y visuales. Un modo de evaluar el bienestar fetal con
siste en observar si el feto es o no capaz de habituar
se a estos estímulos; si continúa respondiendo sin mos
trar ningún cambio, puede haber estrés fetal (Hon y
Quilligan, 1967). Basándonos en Ia; información facili
tada por las madres r.onflrmaRaXtravés de la observa
ción de la conducta fetal mediante las ecografías, llega
mos a la convicción de que en el último trimestre el feto
respóncfe~en forma fiable a la estimulación visuaLam
ditiva y cínestésica (Brazelton, 1981a).
Cuando se arroja una luz brillante sobre el abdomen
de lam adre en la línea de visión del feto, éste se so
bresalta. Si se utiliza una luz mas suave'en la mismaj
posición, el feto se vuelve de forma activa pero suave
hacia ella. Un sonido fuerte cerca del abdomen también
provocará un sobresalto, mientras que si el sonido es
suave, el feto se volverá hacia él. Cuando se envían
estímulos mientras el feto está en un estado de quie
tud semejante al sueño, las respuestas son menos pre
decibles, más apagadas, y el feto se habitúa a ellos con
57
mavor rapidez. Estas respuestas diferenciadas a los
estímulos externos pueden ser percibidas como señales
por la madre. Si estas señales coinciden con las respues
tas de ella, pueden iniciar los comienzos de una sin
cronía entre madre e hijo.
Mientras se encuentra en el útero, el feto está sien
do precondicionado a los ritmos maternos de sueño-vi
gilia y al estilo de reacción de la madre. Los recién na
cidos no sólo han experimentado los ritmos de su ma
dre en el útero, sino que los indicios auditivos y ci-
nestéticos que reciben de ella ahora les son “familiares'1.
No es de extrañar que un recién nacido prefiera una voz
femenina a una voz masculina ya en el momento de na
cer (Brazelton, 1979).
Los patrones de reacción del feto son moldeados y
preparados para los indicios “apropiados’1 después del
nacimiento.
Mientras tanto, los progenitores adquieren un cono
cimiento sobre su hijo. Hacia el final del embarazo, las
madres advierten respuestas más y más diferenciadas.
Informan que sus bebés reaccionan de una manera a un
concierto de Bach (con pataditas suaves y rítmicas) y
de otra manera totalmente distinta a un concierto de
rock (con movimientos bruscos y sacudidas). Al trans
mitir esta información, las madres están afirmando con
orgullo que el bebé ya es un ser alerta y competente.
El bebé no sólo tiene conciencia del medio, sino que está
mostrando su disposición a conocerlo. Los progenitores
comienzan a considerar ahora que su hijo es lo bastante
fuerte como para sobrevivir en el mundo exterior. Cuan
to más puedan imaginar los padres a su hijo aún no na
cido como un individuo competente e interactivo, tan
to más confianza podrán tener en la capacidad del bebé
para sobrevivir al esfuerzo de parto y al parto.
A medida que la madre se aproxima a la fecha del
58
parto, sin embargo, su temor de haber perjudicado a su
bebé vuelve a cobrar más peso.
De hecho este temor es tan agudo que pocas muje
res pueden siquiera mencionarlo en el último mes del
embarazo. Debe ser reprimido o podría volverse abru
mador. Para compensar este temor, los progenitores
continúan personificando a su hijo. Los movimientos y
las respuestas característicos del feto adquieren mayor
valor y demuestran así la integridad de éste. Cuanto
más pueda percibir la madre a su hijo aún no nacido
como a una persona separada, tanto más protegida se
sentirá de la inadecuación y la incompetencia que ella
imagina tener. Las madres que pueden ver a su futu
ro hijo como a un ser fuerte y resistente hasta podrían
percibirlo como a un aliado en la difícil tarea del parto.
59
la satisfacción de los deseos y el reconocimiento de la
realidad.
Cuando llega el momento del parto, la madre debe
estar lista para crear un nuevo vínculo, y también ex
traordinariamente dispuesta a ingresar en esa condi
ción que Winnicott describió como una forma de “enfer
medad normal”, como un estado de entusiasmo en el que
las madres se vuelven capaces de “calzarse los zapatos
del bebé” (Winnicott, 1986). Entre las colosales misio
nes que tiene que asumir la madre en el momento del
nacimiento se cuentan:
1. E l a b r u p t o t é r m i n o d e la s e n s a c i ó n d e f u s i ó n c o n el f e t o , de
l a s f a n t a s í a s d e i n t e g r i d a d y o m n i p o t e n c i a p r o p i c i a d a s p o r el e m b a
razo.
3. L l o r a r al h i j o ( p e r f e c t o ) i m a g i n a r i o y a d a p t a r s e a l a s c a r a c
t e r í s t i c a s e s p e c í f i c a s del b e b é r e a l .
4. L u c h a r c o n t r a el t e m o r d e d a ñ a r al b e b é i n d e f e n s o ( a m e n u
d o e x p e r i m e n t a d o p o r l a s m a d r e s p r i m e r i z a s , c o m o p o r e j e m p l o el
t e m o r d e a h o g a r al n i ñ o al b a ñ a r l o ) .
5. A p r e n d e r a t o l e r a r y d i s f r u t a r l a s e n o r m e s e x i g e n c i a s q u e le
im p o n e la to ta l d e p e n d e n c i a del b e b é ; e n p a r t i c u l a r , la m a d r e t i e
n e q u e s o p o r t a r l a s i n t e n s a s a p e t e n c i a s o r a l e s d el b e b é y g r a t i f i c a r
la s co n su c u e r p o .
60
ción de los afectos de la mujer y la capacidad de reco
nocer y adaptarse a una nueva realidad ineludible (Bra-
zelton, 1981b).
Durante este período, otras personas (el marido, los
parientes, el médico) pueden aportar un apoyo vital. Por
ejemplo, una consulta prenatal con el futuro pediatra
puede ser de gran ayuda. Los progenitores jóvenes están
particularmente deseosos de entablar una relación po
sitiva con alguna figura benevolente interesada en el
bienestar del futuro niño ÍBibring y otros, 1961). Has
ta una breve consulta puede servar de mucho para mi
tigar los temores de los padres y preparar las cosas pa^a
una cooperación mutua en las posteriores consultas de
rutina. Uno de los factores inconscientes que suelen in
cidir en esto es el deseo de que el médico alivie los sen
timientos de culpa de la madre “dándole permiso" para
tener un hijo, asegurándole que su cuerpo es apto para
gestar y dar a luz a un bebé sano.
Además del pediatra o de un tocólogo comprensivo,
la madre cuenta, por supuesto, con dos aliados impor
tantes en el proceso de hacer acopio de energías para
afrontar esta exigencia. Como veremos en el siguiente
capítulo, el padre del bebé está experimentando muchos
trastornos, algunos diferentes y otros paralelos a los de
la mujer. Y como veremos en la segunda parte, su hijo
recién nacido constituirá una poderosa fuerza en su nue
va vida, capaz de contribuir desde el principio a la re
lación en desarrollo.
61
3. EL VINCULO EXPERIMENTADO
POR EL FUTURO PADRE
63
barazo de la mujer y colaborar como padre en la crian
za de los hijos. El conflicto lleva a soluciones basadas
en la adaptación, preparando al varón para su rol de
padre afectuoso.
Los padres tradicionales de nuestro pasado a menu
do han sido descritos como hombres ‘‘adustos”, ausen
tes, que no manifestaban ninguna emoción ' Bell, 1984 ■.
Fuera esto realmente cierto o no. en el pasado la ma
yoría de los varones recordaba a su padre como una per
sona poco afectuosa. 6Era ésta una observación real, o
se trataba de un rol asignado? 0Los padres eran más
afectuosos, en el pasado, de lo que se dice9 ^Sus así lla
madas inclinaciones y conductas femeninas estaban me
ramente encubiertas por una superficie adusta o distan
te? ¿Ha habido siempre fuerzas afectivas ocultas en los
hombres que hasta hace poco éstos no se permitían ex
presar? ¿Podrían los padres del presente mostrar un
vínculo positivo tan evidente con sus c.-posas emba
razadas y con sus bebés si no hubieran percibido mo
delos al respecto en sus propios padres, así como en
sus madres? Lo más probable es que el modelo afecti
vo de sus padres haya desempeñado algún papel, aun
que de ninguna manera paralelo al de las madres.
¿Cambiará esto en el futuro, o este desequilibrio será
perdurable?
La principal tarea de desarrollo del varón, en la gra
dual consecución de la paternidad, es renunciar a su de
seo de ser igual a la madre y tener hijos como ella. No
todos los hombres lo aceptan. Algunos envidian la ca
pacidad de tener hijos de las mujeres y nunca aceptan
que ellos deben quedar excluidos de este proceso. In
conscientemente, compiten con sus esposas, exhibiendo
síntomas similares a la couuade de ciertas tribus pri
mitivas (en las que los hombres manifiestan síntomas
de embarazo y parto), o bien rehúyen estos deseos au
sentándose durante el embarazo de su esposa.
Los hombres que pueden sublimar satisfactoriamen-
64
te estos deseos probablemente experimentarán una re
novada creatividad o una mayor productividad profesio
nal durante el embarazo de su mujer. La nueva cana
lización de estos deseos puede convertirse incluso en el
incentivo para elegir una carrera en una profesión vin
culada con la atención a niños.
65
Para el padre, el hijo varón tiene más probabilida
des que la hija de convertirse en el portador de sus am
biciones insatisfechas. Los padres tienden a interesar
se más por los logros de sus hijos varones, en el pro
greso de éstos en los dominios del desarrollo motor, las
capacidades cognitivas y el rendimiento escolar. Un
varón con frecuencia tiene la misión de aplacar las du
das del padre respecto de su autoimagen masculina. Es
por esto por lo que los padres se ponen tan ansiosos
cuando advierten signos de debilidad, inseguridad y fal
ta de empuje en sus hijos varones. Estas debilidades pa
recen reflejar, de forma amplificada y socialmente visi
ble, la propia inseguridad del padre. Un factor que quiza
contribuya a esta fuerte identificación es el sentimien
to profundamente arraigado del hombre de que él pue
de influir en la identificación masculina de su hijo
varón, pero no en el destino de su hija.
La mujer, como hemos visto, anhela tener un hijo
para aplacar sus dudas respecto de su propia fertilidad
y su capacidad reproductora.
El sentimiento equivalente, en el hombre, se expre
sa de forma de dudas respecto a su potencia y su ca
pacidad de dejar embarazada a su esposa. De ahí la ne
cesidad del padre de criar a un varón que muestre to
dos los signos de una futura hombría. Si bien estos es
tereotipos sexuales están cambiando, el deseo de los pa
dres de duplicar su masculinidad y su poder en sus hi
jos sigue siendo fuerte.
Los padres, como las madres, también necesitan re
novar viejas relaciones con personas importantes de su
pasado, y esperan que sus hijos les proporcionen este
vínculo. Los padres desean asegurar la continuidad de
su linaje, “nuestro único camino a la inmortalidad", dijo
Freud en La interpretación de los sueños (Freud, 1955).
Freud mismo les puso a sus hijos los nombres de hom
bres a los que él estimaba: maestros queridos y figuras
66
históricas admiradas. La práctica de ponerle al hijo el
nombre de pila que el padre heredó a su vez de su pro
pio padre es un testimonio del fuerte impulso a man
tener la filiación y a encontrar en el hijo los preciados
atributos de los antecesores de uno.
El deseo del hombre de tener un hijo también se ve
influido por su vieja rivalidad edípica; tener un hijo no
sólo le brinda un modo de igualarse a su propio padre,
sino que criarlo le da la oportunidad de hacer las co
sas mejor que el padre. Todo nuevo padre está resuel
to a ser un padre mejor. Hoy en día, suele recurrir a
la abundante bibliografía existente sobre la crianza in
fantil para adquirir los conocimientos técnicos necesa
rios acerca de cómo ser padre, con la esperanza de que
esta información en tomo a la paternidad ha de reno
var totalmente y superar los métodos pasados.
Todos los hilos aquí descritos se entretejen para for
mar el incentivo de tener un hijo, suscitando nuevos
conflictos y a la vez ofreciendo soluciones a conflictos an
teriores. El embarazo de la esposa es una ocasión im
portante para la consolidación de la identidad de un
hombre. Con él aparecen toda la ansiedad y el autocues-
tionamiento que acosan a las madres. Cada etapa del
embarazo es un nuevo desafío para los hombres, como
lo es para las mujeres.
67
una sensación de exclusión. Pese a que, cuando el hijo
es deseado, tanto el marido como la mujer comparten
la euforia de la noticia a amigos y familiares, el futu
ro padre pronto se sentirá desplazado. La mujer no sólo
empieza a centrar su atención —su energía y su inte
rés— en el niño no nacido, sino que también se convier
te en el centro de atención de otras personas. Todos se
interesan por su estado de ánimo y su salud; a nadie
le importan los del marido. Quienes rodean a una mu
jer embarazada se ven impulsados a cuidarla, y ella es
pera recibir la misma solícita atención por parte del ma
rido.
Esta sensación de exclusión se complica por el sen
timiento de responsabilidad del padre respecto del em
barazo. El hombre se siente desplazado, pero al mismo
tiempo piensa que él es el único que tiene la culpa. Cual
quier cosa que experimenta su mujer, náuseas o fatiga,
le parece que es culpa de él. El padre asume la respon
sabilidad a un grado irracional.
Ahora que los padres intervienen más en los planes
relativos al hijo y participan en las consultas prenata
les con el tocólogo y el pediatra, por ejemplo, desde tem
prano se establece una competencia entre los futuros
progenitores. La competencia por el rol de mentor se
agrega a la competencia entre cada uno de ellos con el
bebé por el otro. Esta clase de competencia puede ser
alarmante, a menos que ambos progenitores compren
dan que es una parte natural, y también necesaria, de
su apego creciente con el futuro hijo. Estos sentimien
tos no sólo propician el vínculo con el futuro hijo sino
que también pueden fortalecer, y no debilitar, el víncu
lo entre los progenitores.
En tanto la mujer embarazada comienza a hacer sus
adaptaciones internas, a deslizarse en el mundo de fan
tasía que describimos, el futuro padre tiene que efectuar
su propia adaptación. ¿Será un buen protector? ¿Podrá
68
sacrificar parte del tiempo de su trabajo para ser un pa
dre solícito, así como un apoyo firme y fiable para su
esposa? Todas estas dudas, esta conmoción, surgen en
cuanto se conoce la noticia del embarazo y contribuyen
a preparar al padre para su nueva identidad.
Mientras que las mujeres no pueden huir del hecho
del embarazo, los futuros padres tienen más libertad en
cuanto al grado en que se comprometerán con el mis
mo. Pueden optar por retraerse, haciendo caso omiso de
lo que está ocurriendo, mientras que las mujeres tienen
que someterse al proceso físico del embarazo. Algunos
padres pueden sentirse tan conmocionados por el em
barazo que preferirán distanciarse de este hecho,
lanzándose a las aventuras extramatrimoniales o cayen
do en el alcoholismo o la impotencia sexual. Este tipo
de conducta puede deberse al resurgimiento de conflic
tos bisexuales. También refleja otro factor importante:
la sensación del hombre de verse desplazado. Un futu
ro padre puede percibir al hijo que ha de nacer como
a un rival que lo despoja de su mujer, tal como su pa
dre o un hermano lo despojaron de su madre en la in
fancia. Dado que, como señalamos antes, un varón se
identifica primero con su propia madre y luego debe re
pudiar esta identificación, es muy probable que estos
sentimientos se reaviven. Por todas estas razones, los
hombres tienden a sentirse ambivalentes hacia el futu
ro hijo.
James Herzog señaló que los futuros padres se
podían clasificar en dos grupos (Herzog, 1982). Los de
un grupo reconocían sus sentimientos respecto a la lle
gada del primer hijo mostrándose comprensivos y solíci
tos con sus esposas. El otro grupo estaba compuesto por
futuros padres que demostraban tener poca conciencia
de sus sentimientos. Los hombres “solidarios” se sentían
impulsados, hacia el final del primer trimestre del em
barazo, a alimentar —en su fantasía— a la madre y al
69
feto. Imaginaban el hecho de hacer el amor como una
forma de nutrir a su esposa embarazada y, de algún
modo, también al feto en crecimiento. Los hombres me
nos solidarios se quejaban de que sus necesidades se
xuales no estaban siendo satisfechas. Decían cosas
como: “Tengo una constante avidez sexual”, con lo que
delataban su propio deseo de ser alimentados, en com
petencia con el feto. Los futuros padres se dividían,
pues, entre los que nutrían a sus esposas y los que se
sentían decepcionados por no ser nutridos ellos mismos
y estaban celosos de su mujer y del hijo.
Cuando el embarazo entra en el segundo trimestre,
el futuro padre tiende a mostrar una mayor preocupa
ción por su propio cuerpo. Su identificación inconscien
te con la esposa se intensifica, dando a veces lugar a
fantasías bisexuales y hermafroditas. Este cambio le
vuelve a brindar una oportunidad de reorganizar los fac
tores que intervienen en su identidad masculina (Gur-
witt, 1976).
En muchas culturas del Tercer Mundo, esta mayor
identificación con la esposa embarazada se expresa en
el síndrome de la couvade mencionado anteriormente.
Los hombres simulan el proceso del parto, pasando por
sus diversas fases y manifestaciones. Quienes los ro
dean los tratan como si estuvieran sufriendo; los atien
den. A través de este ‘juego”, los hombres escenifican
su envidia hacia la mujer procreadora y su decepción
por ser dejados de lado. Al asumir el dolor deí traba
jo de parto de la mujer, participan en el proceso que
ella atraviesa y se considera que la están protegien
do. En el mundo desarrollado se encuentran formas
más benignas de esta identificación, como diversos do
lores y dolencias. Los futuros padres padecen más
náuseas, vómitos, trastornos gastrointestinales y dolo
res de muelas que los hombres que no están esperan
do un hijo.
70
Estos trastornos y síntomas demuestran de forma
convincente que el deseo del hombre de estar embara
zado, de ser como la madre y la esposa, resurge duran
te el embarazo de su mujer. Cuando adopta la forma de
dolores y síntomas, esto se debe a que su identificación
está inconscientemente cargada de conflicto y no pue
de expresarse. Al repudiar su lado femenino, los hom
bres se sienten enojados por el embarazo. Una vez que
resuelven estos conflictos, pueden sentir una identifica
ción empática con sus esposas embarazadas.
En la última etapa del embarazo, los futuros padres
tienden a resolver su relación con sus propios padres.
Así como las mujeres tienden a reincidir en sus relacio
nes tempranas con sus madres, los padres necesitan vol
carse hacia sus propios padres (en su fantasía o en la
realidad) para fortalecer su incipiente rol paternal. Esta
atadura de nuevos roles a viejos modelos de la infan
cia es un tema que vuelve a surgir a medida que se de
sarrolla la identidad paternal durante el embarazo. Un
hombre que disfruta de un vínculo sólido con su padre
está protegido contra el temor de volverse demasiado pa
recido al padre.
En el tercer trimestre del embarazo, los padres, como
las madres, se preocupan con ansiedad por la salud del
futuro hijo. Ellos también tienen dudas en cuanto a que
su hijo haya estado adecuadamente protegido contra su
ambivalencia, su rivalidad y su resentimiento. Sienten
ansiedad respecto a la normalidad e integridad del fu
turo bebé y necesitan ser tranquilizados. Un padre que
“huye” al final del embarazo lo hará ya sea en la rea
lidad (abandonando a la familia) o, con mayor frecuen
cia, mostrando simplemente una indiferencia emocio
nal o una falta de participación. Esta huida es una de
fensa contra sus sentimientos hostiles hacia la esposa
—por cuanto percibe que ella prefiere al bebé— o con
tra temores no resueltos de identificación con ella.
71
Muchos padres confiesan haber tenido estos sentí*
mientas:
E n to n c e s m e p u s e a p e n sa r cu e r e a lm e n t e p od ía estar a lb e r g a n
d o u n r e n c o r s e c r e t o h a c i a la n iñ a . A n t e s d e q u e n a c i e r a , y o s o lía
h acer ch istes b a s ta n te sá d icos a cerca de d e fe cto s con g én ítos y a b u
s o s c o n t r a n i ñ o s , h a s t a q u e m i e s p o s a m e p r e g u n t ó p o r q u é lo h a c ia .
M e di c u e n t a d e q u e e r a m i m o d o d e l i b e r a r m e , p o r m e d i o d el h u
m o r , d e l a s f a n t a s í a s q u e m e a c o s a b a n y q u e n o p o d í a v e r b a l i z a r de
n i n g u n a o t r a m a n e r a . B á s i c a m e n t e , h e l l e g a d o a c o m p r e n d e r q u e se
t r a t a b a d e s e n t i m i e n t o s b a s t a n t e p r i m i t i v o s c o n t r a la n i ñ a p o r h a
b e r m e d e s p l a z a d o . P a r a u n h o m b r e , t e n e r u n hijo e n t r a ñ a v e r s e p r i
v ado de c ie r t a s e n s a c ió n de ¿e r e s p e c ia l, y s ig n ific a q u e d a r r e l e g a
do e n c u a n t o c e n t r o d e a t e n c i ó n ( B e l l , 1 9 8 4 '.
EL PADRE “AUSENTE"
72
Con todo, debemos reconocer que los persistentes ves
tigios de la sensación de exclusión que aún experimen
ta el padre tienen profundas raíces en prácticas históri
cas y transculturales generalizadas. La actitud de
“guardabarreras” que asumen incluso las madres que
trabajan sigue teniendo el efecto de mantener a los pa
dres a distancia.
En sólo el 4 por ciento de las culturas estudiadas exis
te una visible “relación estrecha y regular” entre padre
e hijo (West y Konner, 1982). En muchas culturas se ob
serva una estricta separación entre hombres y mujeres
durante el parto y en los días siguientes al alumbra
miento; en el 79 por ciento de las sociedades del mun
do, el padre no duerme con la madre y el bebé duran
te el período de lactancia (Hahn y Paige, 1980).
En nuestra propia sociedad, además del hecho de que
la mayoría de las madres trabaja fuera de su casa, los
grupos de educación para el parto y el personal médi
co son también importantes agentes de cambio. Pueden
tener una fuerte influencia futura destinada a determi
nar los nuevos modelos de paternidad, promover una
participación más activa y fortalecer la propensión a
cuidar de los hijos en el hombre.
73
sitiva (Parke, 1986). La actitud del marido también in
fluye en la competencia de la madre para amamantar
o alimentar con biberón a su hijo (Pedersen y otros,
1982). La índole de las relaciones matrimoniales duran
te el primer trimestre del embarazo permite predecir
con bastante acierto el grado de adaptación de la ma
dre en el período inmediatamente posterior al parto. Tal
vez aún más significativa sea la correlación entre la opi
nión de la madre acerca del compromiso del padre du
rante el embarazo y las observaciones clínicas del alcan
ce de su propio compromiso con el hijo durante los pri
meros cuatro años (Barnard, 1982). Muchos otros estu
dios más recientes confirman las observaciones clínicas,
por no mencionar la intuición cotidiana: la presencia y
el apoyo afectuoso del futuro padre ayudan a la mujer
a desarrollar su rol materno. Dado que las familias mo
dernas rara vez dan cabida al mantenimiento del sis
tema de apoyo basado en la familia extensa (la madre
de la esposa, las tías, etcétera), los padres cumplen un
rol mayor en el desarrollo y la conservación de las ca
pacidades maternales. Si el padre también sigue man
teniendo una estrecha relación afectiva con su mujer,
esto lo ayudará a prepararse para renunciar a la gra
tificación de un vínculo excluyente con su bebé.
A su vez, como es lógico, el compromiso del padre con
el embarazo y el parto refuerza su propia identidad
como agente activo y participante, reduciendo la proba
bilidad de su exclusión (Barnard, 1982). El padre se está
preparando para desempeñar un rol más directo tras el
nacimiento del hijo. Su continua presencia es, pues, gra
tificante de dos modos: sirve para mantener su propio
vínculo con la esposa y le permite comenzar a sabo
rear la alegría de la paternidad.
74
R E C O N O C E R L O S M E R IT O S D E L P A D R E
75
relación entre la madre y el bebé haya influido inclu
so en quienes estudiaron precisamente esa relación, im
pidiéndoles advertir los aspectos benéficos del rol del
padre.
Dado que aprender a ser padre es un proceso evolu
tivo, éste está determinado al mismo tiempo por la
energía psíquica básica y la experiencia, y por facto
res ambientales. Las actitudes psicológicas básicas son
fomentadas o bien debilitadas por los acontecimientos,
las presiones sociales y las instituciones (Klaus y Ken-
nell, 1982; Brazelton, 1981b). Ciertos sucesos cruciales,
como la consulta prenatal, las clases prenatales y el apo
yo del padre durante el parto y el alumbramiento brin
dan oportunidades para fomentar el desarrollo de la pa
ternidad. Y como veremos en la segunda parte del li
bro, los propios recién nacidos son capaces de discernir
las respuestas de ios pa uros y paree: v- m.nr prepara
dos para captar la atención del padre, aun sin adiestra
miento previo.
76
Parte III
OBSERVACIONES DE
LA INTERACCION TEMPRANA
Un bebé no puede existir solo, sino que es
esencialmente parte de una relación.
D. W . W i n n i c o t t
The Child, the Family and
the Outside World
INTRODUCCION
137
ticular en el que han de nacer. Los indicios que recibie
ron ¿n útero de la madre han moldeado sus respuestas
y los han preparado para poder responder a los ritmos
y las señales de su madre después del parto.
Las admirables capacidades de prestar atención v
asurnirulna conducta interactiva que tiene el recién na-
cido ante un adulto qué lo toma en brazos y~To cuida
se noshan vuelto cada vez más evidentesTa"partir de
nuestra propia investigación y nuestro trabajo clínico,
así 'como los~~cTe muchos otros especialistas. Vemos al
bebdlío~como a un ser indefenso, caótico o impredecl-
bleTsino" como a algmerTequipado con respuestas alta-
mente predecibles a los estímulos provenienteshdel mun
do extenor, tanto positivos (apropiados para el bebé)
como negativos (inapropiados .o excesivos). Estas res
puestas, a su vez, moldean las de la persona que lo cui
da para establecer un sistema de realimentación mutua
apropiado para ese bebé. Naturaleza y crianza van que
dando indisolublemente entrelazadas a través de la re-
alimentación recíproca que posibilita cada interacción a
partir del momento mismo del nacimiento.
138
10. ESTUDIOS DE LA INTERACCION:
UNA RESEÑA
139
drásticos de la naturaleza subrayaron el carácter pode-
roso del vínculo entre madre e hiio. Las descripciones
de la grave patología resultante de la privación del cui
dado materno nos brindaron un conocimiento más pro
fundo de la índole crítica de esta relación temprana.
Este modelo de la privación se mantuvo fírme y fue mo-
tivoji e investigación hasta mediados de la década de
19607!Entre los estudios más influyentes se contaron los
de'Sally Provence y Rose Lipton (1963), James Robert-
son (1962), John Bowlby (1958) y Myriam David y Ge-
nevieve Appell (1961). Heinz Hartmann (1958) se basó
en este tipo de estudios para formular su concepto del
desarrollo del yo en el bebé, al que consideró dependien
te de la calidad del vínculo con los padres.
Margaret Mahler fue una de las primeras estudiosas
de los correlatos interactivos observables de las relacio
nes interpersonales en niños muy pequeños, en especial
en lo que ella denominó la “fase simbiótica” (Mahler y
otros, 1975). Si bien Mahler no estudió bebés menores
de cuatro meses, muchas de sus descripciones se refie
ren a aspectos de la interacción pertinentes a una edad
más temprana. Un ejemplo típico al respecto es la noción
de “reabastecimiento”. Mientras que los analistas siem
pre han preferido el término relación al de interacción,
su objeto de estudio era el aspecto intrapstquico de las
relaciones. Spitz (1965) escribió que el proceso “de ‘amol
damiento’ consiste en una serie de intercambios entre
dos socios, la madre y el hijo, que se íniluyen recípro
camente de-una manera circular'7. A estos intercambios
algunos autores los han denominado “transaccionales”.
definición que se ajusta a lo que hoy en día llamamos
interacción.
El psicoanálisis también ha contribuido a revelar la
enorme conmoción que les provoca a los progenitores el
proceso de adaptarse a un bebé, esté catalogado como
difícil o no. Como veremos en la cuarta y la quinta par
140
tes del libro, esta conmoción crea no sólo una necesidad
de apoyo sino también una oportunidad única para el
cambio y el crecimiento.
El término “interacción” fue utilizado por primera vez
por Bowlbv en un famoso artículo, “La índole del
vínculo del hijo con su madre”, publicado en 1958. El
trabajo de Bowlbv, que ha tenido una enorme influen
cia entre todos los que estudian el vínculo, condujo a un
creciente empleo por parte de los investigadores del mo
delo observacional o etológico en los estudios de la re
lación progenitor-bebé. Bowlbv, a diferencia de los psi
coanalistas anteriores, sostuvo que el intercambio con
la madre no se basa únicamente en la simple gratifi
cación oral y su concomitante reducción de la tensión.
A su entender, existen muchas modalidades de respues
ta básicas,primarias, a los socios humanos. Las denomi
nó “respuestas instintivas componentes”, subrayando su
carácter innato. Tomó de la etología la idea de la exis
tencia de mecanismos innatos “específicos de la especie”.
Según Bowlbv, succionar, aferrarse, asir, llorar y son
reír son modalidades innatas y básicas de interacción
y vínculo con la madre. Bowlbv vinculó su premisa
del vinculo primario con los últimos trabajos de Me-
lanie Klein, en los cuales, según señaló, se veía “algo
más en la relación del bebé con su madre que la satis
facción de las necesidades fisiológicas” (Bowlby, 1958).
Ej_ trabajo de D.W. Winnicott hizo hincapié en el
carácter crucial de lo que ocurre entre la madre y el bebé
a los efectos de fomentar el desarrullu del rímoTAVmni-
cott üsó la palabra "pecho" para referirslf a “la técnica
de prodigar- cuidúdos miíTernalesr, asi conícTa ¿‘la ver
dadera carne”. La alimentación, a su entender, era"sólo
una entre varias esferas importantes de interacción.
Subrayó la importancia de la experiencia de la mutuali
dad entre el bebé y la madre (1970). También sostuvo
141
que los bebés deben ser estudiados con sus madres, “No
me gustaría tener que describir lo que se sabe sobre el
recién nacido aislado... Prefiero partir de la base de que
si vemos un bebé, también vemos la previsión ambien
tal, y detrás de ella vemos a la madre" ¿Winnicott, 1986).
La premisa de Bowlby de que el recién nacido está pre
adaptado a cumplir un rol en el intercambio social con
la persona que lo cuida y el punto de vista de Winni-
cott de_la madre y el hijo como una unidad única y sin
cronizada han tenido una profunda influencia en los es
tudios de la interacción, incluyendo el nuestro, hasta el
día de hov.
OBSERVACIONES ETOLOGICAS
142
bebé como un participante activo en el proceso de for
mación de la relación progenitor-bebé. Otras observacio
nes similares condujeron~aT reconocimiento de que los
bebés~¡sé crean "gratificaciones para ellos mismos, lo que
incremento la percepción del niño pequeño como'un
agenttTéñ la relación con cierto grado cíe independencia!
Entre otras aportaciones de los estudios con anima
les se cuentan los conceptos de Konrad Lorenz de fase
crítica, impronta y mecanismos desencadenantes inna-_
tos (Lorenz, 1957). Las fases críticas son periodos en
los que hay una energía elevada en el bebé y en el pro
genitor para la receptividad de los respectivos indicios
y para adaptarse uno al otro. Las horas que siguen in
mediatamente al nacimiento, así como otros períodos de
rápido cambio, pueden considerarse “fases críticas”. El
concepto de “impronta” deriva de las observaciones que
hizo Lorenz de polluelos de ganso, los que, inmediata
mente después de salir del cascarón, siguen a una fi
gura parental y recuerdan de forma especial todas las
señales recibidas de esa figura. Los mecanismos desen
cadenantes innatos son las respuestas conductuales he
reditarias e incorporadas que las señales apropiadas de
los progenitores provocan en el bebé. Estos términos
etológicos, surgidos de los estudios de madre e hijo ani
males, se han aplicado convenientemente a la primera
infancia humana. Aunque el bebé y el progenitor huma
nos son mucho más dúctiles y están más abiertos al
cambio necesario para la adaptación, estos términos sir
ven para denotar las poderosas fuerzas innatas y la
energía elevada presentes en el nuevo progenitor y en
el bebé que los llevan a apegarse y a aprender a cono
cerse mutuamente.
El método de estudio propio de la etología tuvo tan
ta influencia como los conceptos en la investigación de
la relación progenitor-bebé. La observación naturalista,
en ambientes naturales, con particular atención al in-
143
tercambio de señales, ha producido un cúmulo de cono
cimientos. A partir del análisis detallado de las conduc
tas observadas se formulan “etogramas”: catálogos del
repertorio conductual de una especie. Estos han dado
lugar a estudios humanos en los que se utilizan técni
cas microanalíticas para observar y registrar conductas.
Robert Hinde, una de las autoridades más destacadas
en este campo, observa que “la primera etapa en el es
tudio de las relaciones interactivas debe dedicarse a la
descripción y la clasificación”. Este investigador subra
ya que en los estudios de animales, el “entramado de
objetivos” —reciprocidad y complementariedad, térmi
nos pertinentes a los estudios de la interacción huma
na— es fundamental )Hinde, 1976).
La influencia de la etología condujo a la realización
de estudios de la interacción limitados a descripciones
de la conducta manifiesta o superficial, sin extrapola
ción de motivaciones o significados ocultos. Sin embar
go, Hinde destacó que “también debemos recordar que
los datos conductuales objetivos pueden ser engañosos
si están desprovistos de significado, y que la vía más
rápida —y a veces la única— de acceder al significado
puede radicar en el empleo de datos introspectivos”. Tal
como se pone en claro en este libro, el estudioso de las
relaciones interpersonales debe avanzar sobre el filo de
una navaja: los datos objetivos son esenciales a efectos
de la descripción y la comunicación, pero siempre exis
te el peligro de pasar por alto la complejidad y la in
tersubjetividad inherentes a las relaciones. A modo de
ejemplo, la observación de una conducta autogratifican-
te como la de chuparse el dedo en un bebé debe ir acom
pañada de la comprensión de lo que esta independen
cia, este aflojamiento temprano del lazo simbiótico, sig
nifica para la madre. Este es un desafío continuo en to
dos los estudios de la relación progenitor-bebé.
Hinde también postuló que una descripción de inter
144
acciones debe incluir no sólo qué hacen los socios sino
también cómo lo están haciendo, dado que las cualida
des de las interacciones humanas pueden ser más im
portantes que lo que de hecho tiene lugar. Los estudios
etológicos también revelan la necesidad de describir
cómo están pautadas esas interacciones en el tiempo, es
decir, sus frecuencias absolutas y relativas y el modo
como se afectan unas a otras.
APRENDIZAJE E INTERACCION
145
do los bebés recién nacidos empiezan a reconocer el
pezón o el biberón como fuente de alimento y gratifica
ción, se preparan para gratificarse adoptando todas las
conductas necesarias para la alimentación: postura, ac
titud. atención, succión y coordinación de los patrones
respiratorios. Más adelante, también desplegarán una
conducta interactiva, y se prepararán para entablar una
interacción positiva con la persona que los cuida como
la fuente de esta gratificación.
Uno de los primeros estudios del condicionamiento en
los recién nacidos fue efectuado por Anderson Aldrich
(1928), quien hacía sonar una campana al tiempo que
pinchaba con un alfiler la planta del pie del bebé. El
bebé, por supuesto, apartaba el pie del alfiler. Tras una
docena de aplicaciones de ambos estímulos en forma si
multánea, el sonido solo de la campana bastaba para ha
cer que el bebé retirara el pie. H. Raye (1967) utilizó
el reflejo de Babkin para estudiar el condicionamiento.
Este reflejo, definido como un conjunto de movimientos
con los cuales los recién nacidos se llevan las manos a
la boca para chuparlas, puede provocarse presionando
las palmas de las manos del bebé. Raye le levantaba los
brazos al bebé, desde los costados del cuerpo hacia la
cabeza, justo antes de aplicar la presión en la palma.
Muy pronto, este movimiento de los brazos por sí solo
desencadenaba todo el patrón del reflejo, sin la habitual
presión en las palmas. Kevin Connolly y Peter Stratton
(1968) también condicionaron este reflejo utilizando una
campana al tiempo que movían la mano del bebé
llevándola hacia la boca. Pronto era posible provocar el
movimiento mano-a-boca haciendo sonar la campana. Si
bien estos estudios y otros posteriores demuestran la po
sibilidad de producir un condicionamiento a principios
de la primera infancia, no toman en cuenta las respues
tas emocionales que pueden almacenarse en el bebé con
cada estímulo-respuesta. En qué momento estas res-
146
puestas pasan a tener importancia es algo que todavía
no se sabe.
La capacidad del bebé para reconocer la importancia
incluso de reforzadores muy menores ya está presente
en el momento del nacimiento. En diversos estudios se
han inducido cambios en la conducta normal de succión
del recién nacido a través del empleo de incentivos po
sitivos. Por ejemplo, animando al recién nacido y cam
biando el grado de presión negativa en la boca (Same-
roff, 1968), o sustituyendo un líquido natural por otro
dulce (Kobre y Lipsitt, 1972) se puede inducir al recién
nacido a aumentar su actividad de succión.
Uno de los estudios más concluyentes que ilustran la
capacidad de aprendizaje rápido del recién nacido fue
realizado por Ernest Siqueland y Lewis Lipsitt (1966).
En el primer día posterior al nacimiento, los recién na
cidos aprendían a volver la cabeza hacia un lado el 83
por ciento de las veces cuando se les ofrecía agua azu
carada después de haber vuelto la cabeza. Una vez que
dominaban la acción de volver la cabeza, se les enseñaba
a volverla hacia la izquierda al oír el sonido de una cam
pana o a la derecha al oír un timbre, dándoles el refuer
zo del agua azucarada sólo en respuesta a los movimien
tos efectuados en la dirección “correcta”. La tarea se
hacía luego más compleja por vía de invertir todo: se tro
caban la campana y el timbre y se concedía el refuer
zo sólo cuando el bebé hacía los movimientos opuestos
a los anteriores. Esta tarea era todo un desafío, pues
exigía discriminar los sonidos, volver la cabeza hacia la
izquierda y la derecha y aprender una nueva disposi
ción para obtener el refuerzo del agua azucarada. Los
bebés que habían aprendido la pauta campana-izquier
da y timbre-derecha ahora tenían que olvidarla y apren
der la pauta campana-derecha y timbre-izquierda. To
dos los bebés pudieron hacerlo en poco tiempo: en unos
treinta minutos. Este contundente estudio demuestra el
147
poder del condicionamiento positivo para reforzar con
ductas aprendidas en las primeras semanas de la pri
mera infancia.
Para los padres, a su vez, las respuestas inmediata
mente accesibles del bebé actúan como reforzadores.
Las pruebas de que el bebé los reconoce son profunda
mente gratiticantes. Los progenitores aprenden a basar-
se en éstas respuestas "del bebé — ün cambio de estado
de laTTomnolencia a la animación, una expresión vivaz
en el rostro, un aplacamiento de los gestos én respues
ta '«~Ta_ respuesta~de~los~'padres=:: como~güTas paraTsu
propia conducta. "Cuando las respuestas del bebé son
negativas o no están presentes, la ansiedad de los~pa-
dres tiende a aumentai\~Si entonces el progenitor sobre
carga al bebé con estímulos, la posibilidad de reíbrzár
la taita de respuesta se acrecienta rápidamente. Aun-
que e l fracaso resultante de la interacción deriva d é l a
avidez^ de los~padres por trabar "contacto con el bebé,
para un observador (y para el bebé) aparecerá como el
res\ritádb^d^una~serie de intentos insensibles elirsrpro-
piados.
T iafácu ltad de la memoria está implícita en todas las
actividades en las que los recién nacidos aprenden por
experiencia. Cuando expresan sus preferencias, o cuan
do se habitúan a un estímulo, están dando pruebas de
una especie de memoria primitiva. Con el fin de veri
ficar la memoria de los recién nacidos en relación con
determinadas palabras, Peter Eimas, Ernest Siqueland
y otros (1971) les pidieron a las madres que repitieran
ciertas palabras poco familiares (como ‘oferta o frau
de”) diez veces seguidas en seis momentos distintos del
día durante dos semanas, a partir de los catorce días
de vida del bebé. Tras una demora de 42 horas al final
del período de entrenamiento, los bebés mostraban cla
ros signos de reconocer estas palabras, según lo demos
traban su movimiento ocular y el gesto de volver la ca-
148
beza y levantar las cejas. Dado que reconocían y res
pondían a estas palabras (y no a sus propios nombres
durante este mismo período), se piensa que la exposi
ción frecuente y regular a las palabras fue el factor de
cisivo para codificar y almacenar la información.
4]j?unos experimentos con bebés de pocos meses han
reveladlo la capacidad del niño para la memoria tanto
de corto como de largo plazo (Cohén y Salapatek, 1975).
Los iñtentos de interferir de forma deliberada enla me-
moria por la vía de insertar material no pertinente mos
traron que (1) la memoria del bebé es relativamente vi-
gorosa e insensible a un cúmulo de estímulos interfe-
rentes; (2) la memoria puede retenerse ^durante ün
período prolongado, v id) los bebés tienden aTeteñer por
más tiempo aquellas características de los ohjet.np qnp
son las más salientes e importantes para ellos.
Ninguno de estos estudios de laboratorio puede ser
tan eficaz para reforzar la memoria de un bebé como
lo son las ocasiones en que el progenitor y el hijo en
tablan una interacción espontánea y recíproca, dando y
recibiendo cada uno de ellos indicios gratificantes.
Cuando la madre emite una señal gratificante, como
una vocalización vivaz, que ha dado buen resultado con
anterioridad, ya tiene la expectativa de que esto hará
que la carita del bebé se ilumine, que sus movimientos
maquinales se aquieten y que su cabeza se vuelva en
dirección a la voz de ella. Cuando el bebé vuelve la ca
beza de inmediato y responde como guiado por la me
moria, la madre se siente doblemente reforzada. “¡El
bebé conoce mi voz!” “ ¡Miren cómo me escucha!” Los es
fuerzos de la madre por producir estas respuestas se re
doblan. A medida que aumenta su capacidad para ha
cerlo, se incentivan su motivación y las recompensas
que le ofrece al bebé.
149
LA INVESTIGACION CUANTITATIVA EN LOS ESTUDIOS
DE LA INTERACCION EN LA PRIMERA INFANCIA
150
de socialización. la acción de un progenitor sobre un
hijo^es demasiado limitado para dar cabida a los da
tos surgidos de estudios recientes. Sedebe reconocer el
efecto que tienen los hnos sobredos padres" (Bell. 1968).
Bell destacó, por ejemplo, la influencia que tienen los
rasgos típicos del bebé (desde los movimientos es-
pasmódicos y descontrolados del recién nacido hasta la
forma de su cabeza, etc.) en impulsar al nuevo proge
nitor a asumir la tarea de proteger v cuidar' a s u lr ágil
hijito. En prmcipio~Bell criticó la teoría del vínculo por
no'prestarle suficiente atención al carácter específico de
cada interactuante. Esto incentivó el interés en ciertas
competencias conductuaies más sutiles, pero tal vez más
importantes, de los bebés, que podían tener influencia
para captar al progenitor. La evidente necesidad de con
tar con descripciones cuantificadas y objetivas de cada
interactuante dio ímpetu al desarrollo de técnicas mi-
croanalíticas para evaluar las interacciones de la ma
dre y el bebé.
La cuantificacíón aportó dimensiones esenciales al es
tudio de la interacción. La cuantificación de la conduc
ta revela tendencias y sienta las bases para la califica
ción de la conducta (intrusiva, huidiza, hiperactiva, re
cíproca, etc.). La objetivación de la conducta interacti
va secuencial brinda una comprensión de las relaciones
de “causa y efecto” entre los interactuantes y entre dis
tintos aspectos de la conducta. La distribución temporal
permite descubrir ciclos y ritmos. Por último, la cuanti
ficación puede ayudar a interpretar “intenciones” o “sig
nificados”. Frecuencias distintas de desviación de la mi
rada, por ejemplo, pueden indicar que~se evita el con
tacto, una clausura dé la interacción o una~conducfa de
tipo aurista. Ciertas pequeñas variaciones pueden iñclu-
so revelar"conflictos~o~Intenciones agresivas. Los datos
cuantificados sin duda deben complementarse con otras
clases de observación para confirmar estas interpreta
ciones.
151
Algunas conductas no se advierten a simple vista. Se
descubren sólo a través del análisis de unidades de tiem
po separadas, como se efectúa, por ejemplo, en el análi
sis de encuadres de filmaciones en vídeo. El análisis de
datos interactivos condujo al empleo de maquinarias
más refinadas. La descripción de las entonaciones de la
voz se efectúa con espectrógrafos de sonido. Las se
cuencias de conductas interactivas se examinan anali
zando uno por uno los encuadres de una filmación. Al
gunos patrones de conducta surgen solamente cuando se
aplican estos registros mecánicos. Para estudiar los mo
vimientos, observó Colwyn Trevarthan, “hasta la inven
ción de la cinefotografía, los detalles de los movimien
tos estaban tan lejos de la visión humana como lo es
taban los planetas antes de la invención del telesco
pio” (Trevarthan, 1977).
152
11. INTERACCION EN CONTEXTO
153
cías individuales entre los bebés descritas en la segun
da parte de este libro afectan a los progenitores, cuyas
historias y fantasías, según se expuso en la primera par
te, determinan su capacidad de ser moldeados y respon
der a su vez.
La dimensión comunicativa de la interacción también
ha sido objeto de estudio. La conducta se puede consi
derar una señal que determina la respuesta del socio.
Las expresiones faciales, el juego, el tono de voz son uti
lizados como indicadores por cada socio. La intensidad
de las manifestaciones afectivas posee valor comunica
tivo. Estos mensajes tienen dos aspectos: un aspecto de
contenido y un aspecto regulatorio (Brazelton, 1976). El
contenido se refiere a un acontecimiento o un objeto y
es similar a lo que Watzlawick, Beavin y Jackson (1967)
denominan un "informe". El aspecto regulatorio com
prende información acerca de la aceptación, el rechazo
o la modificación del estado actual de la interacción por
parte de uno de los participantes en la comunicación.
Es una “metacomunicación” (es decir, una comunicación
acerca de una comunicación).
Mientras que cada gesto o expresión por separado
constituyen una comunicación, la distribución en el
tiempo y el agrupamiento sensible de conductas comu
nica más que las conductas mismas. P or^em plo, una
madre se inclina para acercarse a~su bebé, toma en su
mano una extremidad que éste está agitando, lo sostie
ne en sus brazos y lo cobija en una envoltura formada
por su intensa mirada y sus suaves vocalizaciones. De
este conglomerado de cinco conductas, la madre inten
sifica una de ellas, su voz, para suscitar una respues
ta. Al levantar ella suavemente la voz, el bebé respon
de con una serie de conductas: relajación de todo el cuer
po, ablandamiento de los rasgos faciales, intensas mi
radas a la madre y luego un suave “arrullo”. El agru-
pamiento de conductas de la madre en torno a cada vo-
154
calizacián_es tan importante para producir la respues
ta como su voz por~sí solafE l bebe debe^éT^conteni
do ’ para que "atienda a 'la madre7"Esta también debe
aprender el sistema de seríes de conductas de su beFé.
La capacidad de una madre de íormar~üna envoltura
conductual para contener al bebé, de mantenerlo en e$-
taaode alerta y de posibilitar los ritmos necesarios de
atención y retraimiento es un factor crucial para su ca
pacidad de comunicarse. Por lo tanto, es importante que
pueda alternar roles. Si la madre logra crear una ex
pectativa o predecibilidad dentro de la cual el bebé pue
da aprender qué indicios son pertinentes y cuáles no lo
son, entonces le habrá suministrado a su hijo la base
necesaria para que aprenda a comunicarse con ella.
La comunicación no verbal requiere que el bebé ten
ga cierto nivel de control sobre el sistema neuromotor
y el psicoñsiológico. Los bebés deben ser capaces de po
nerse alerta y prestar una atención prolongada a los
estímulos provenientes del exterior. Al mismo tiempo,
deben saber lo suficiente acerca de ellos mismos como
para no sentirse abrumados por los estímulos externos.
El sistema nervioso central, a medida que se desarro
lla, lleva a los bebés a adquirir un dominio de sí mis
mos y de su mundo. Al alcanzar cada nivel de dominio,
los bebés buscan una especie de homeostasis, hasta que
el sistema nervioso los impulsa hacia el siguiente nivel.
El equilibrio interno se ve continuamente trastornado
por cada nuevo desequilibrio que se crea a medida que
el sistema nervioso madura. La maduración del siste
ma nervioso, acompañada por una creciente diferencia
ción de las capacidades, lleva a los bebés a reorganizar
sus sistemas de control. A cada paso, también los pro
genitores deben readaptarse, encontrando un modo nue
vo y más apropiado de ponerse en contacto con su hijo.
Esta realimentación recíproca que se da en un siste
ma mutuamente regulado parece ser aprehendida, me-
155
jor que por ningún otro, por el concepto de la cibernéti
ca (Walcher y Peters, 1971). Dentro de un ciclo conti
nuo de realimentación se pueden describir las parejas
madre-bebé y padre-bebé, así como la tríada madre-pa
dre-bebé (Tronick y otros, 1977; Brazelton, 1979; Dixon
y otros, 1981). El bebé aprende la sincronización, así
como la diferenciación, con cada socio, y éstos, a su vez,
aprenden con el bebé. Cada ruptura del sistema posi
bilita la separación, diferenciación e individuación de
cada miembro de la tríada. Con la reorganización, cada
miembro obtiene la sensación de equilibrio y de resin
cronización.
FUENTES DE INCENTIVACION
156
tativas del adulto. Cuando un bebé vocaliza un “ooh”,
el progenitor podría agregarle: “¡Oh, sí!”. De este modo,
los padres le brindan al bebé un refuerzo positivo y agre
gan una meta a alcanzar.
En condiciones ideales, estas dos fuentes de energía
—desde dentro v desde fuera^-„están en eoullifirio y su
ministran la energía para el futuro desarrollo. La ex
periencia que hace el bebé de cada una de estas fuen
tes acrecienta un reconocimiento preconsciente de su do
minio; una sensación de competencia en desarrollo. Esta
representación interna, junto con el cierre de los circui
tos de realimentación para los pasos correspondientes
al control del sistema nervioso central y autónomo, es
precursora del reconocimiento emocional, y luego cog-
nitivo, de la propia competencia y contribuye al desa
rrollo del yo del bebé (Brazelton, 1981).
Cuando todo va bien para el bebé, el logro de cada
nuevo acto"tiene estas dobles recompensas. Las~carac-
terísticas genéticas, sin embargo, determinan la clase
de sistemas de realimentación interna y externa dispo
nibles. Cuando uno u otro de estos sistemas es deficien
te, el control del bebé sobre los estados afectivos y cog-
nitivos puede verse debilitado. Esto sucede cuando un
bebé (1) por diversas razones noresponde a los eStitnu'-
los, ó~{2) tieñiT un umbral bajo para la asimilación de
estímulos, por lo que éstos lo abruman. Si el ambien-
te también le responde al bebé de maneralnaprÓpiacTa
(ya sea excesiva o insuficiente), las I nteracciones no
serán gratificantes. Cuando la falla es sistemática, es
posible que el bebé no logre desarrollarse en ciertos as
pectos-críticos v que se vuelva retraído, áp~át!co o inclu
so que no adelante.
La^TúerzsTde litro tipo de incentivo para estas inter
acciones tempranas, la experiencia pasada de los pro
genitores, ya se comentó en la primera parte del libro.
En la cuarta parte exploraremos la variedad de fan
157
tasías de los padres y su repercusión, así como los di
versos guiones en los que pueden desplegarse estas fan
tasías.
E L B E B E Y LO S O B JE TO S
158
ve el objeto a un lado o al otro, el bebé tiende a cam
biar la posición del cuerpo. Encorva los hombros, como
si estuviera por “abalanzarse”. Sus extremidades están
inmóviles, flexionadas en los codos y las rodillas, con los
dedos de las manos y los pies apuntando al objeto. Las
manos están semiflexionadas o cerradas, pero los dedos
de las manos y los pies se agitan reiteradamente para
apuntar al objeto. De vez en cuando, el bebé agita un
brazo o una pierna en dirección al objeto. Durante este
período, el bebé parece reprimir cualquier conducta in-
terferente que pudiera quebrar este prolongado estado
de atención. Gradualmente, va aumentando la tensión
en todas las partes del cuerpo del bebé, hasta que fi
nalmente sobreviene una abrupta caída de la atención,
como un inevitable y necesario alivio.
La conducta aquí descrita se vuelve más notoria entre
las 12 y 16 semanas de vida, pero se la puede obser
var ya a las cuatro semanas, mucho antes de estar el
bebé en condiciones de alcanzar el objeto observado.
E L B E B E Y L O S P R O G E N IT O R E S
159
aproximarse y luego replegarse a esperar una respues
ta del otro participante. Dentro de este ciclo, los estímu
los que controlan el tiempo de la respuesta de cada in
teractuante al otro son series de conductas, más que
conductas simples. Una sonrisa por sí sola no provoca
necesariamente una sonrisa, ni una vocalización sola da
lugar a otra vocalización. Pero si éstas se dan en el mar
co de otras varias conductas, la probabilidad de que ob
tengan una respuesta aumenta notablemente. Para
comprender qué series de conductas darán por resulta
do una serie de conductas de respuesta por parte del
otro miembro de la pareja, hay que comprender también
el estado de atención afectiva que existe entre ambos.
En otras palabras, la fuerza de la interacción misma do
mina el significado de la conducta de cada miembro. Si
la madre responde de un modo, la energía interactiva
se vigoriza; si responde de otro modo, el bebé podría re
traerse. Lo mismo sucede con las respuestas de la ma
dre a la conducta del bebé. Las predicciones de la con-
ducta_interactiva, por lo tanto, son de unjTcomplejidad
varios órdenes mavor que la de las prediccioñeÍ~dé~la
atención que le prestará un bebé a un objeto.
Esta complejidad de la interacción de madre e hijo se
puede representar mejor gráficamente (Brazelton y
otros, 1974). Las figuras que aquí se incluyen son dia
gramas de los períodos de interacción entre la madre y
el bebé. El tiempo se representa en el eje horizontal, y
la cantidad de conductas en el vertical. Las curvas que
figuran por encima del eje horizontal indican que el in
dividuo cuya conducta representa esa curva estaba mi
rando a su socio. Las curvas por debajo del eje indican
que estaba mirando en otra dirección. Las líneas llenas
representan la conducta de la madre; las líneas puntea
das, la del bebé. Por consiguiente, una línea punteada
profunda por debajo del eje horizontal indica que el bebé
160
estaba mirando en otra dirección mientras asumía va
rias conductas.
O acre
Beí'e
N 3 ÜF CON Di IOTAS
\
\
a
\
OEVPG
F ig u ra 1
acre
NJ DE CONDUCTAS
Figura 2
161
ga conductas — sonreír, vocalizar, tocar la mano del
bebé, tomarle una pierna— para acelerar la interacción.
El bebé responde aumentando la cantidad de sus pro
pias conductas (sonreír, vocalizar y mover brazos y pier
nas en círculos) hasta el pico máximo en el punto (a).
Tras llegar a este punto, el bebé comienza a aminorar
sus conductas y a reducirlas gradualmente hacia el fi
nal de la interacción. La madre sigue el ejemplo del bebé
aminorando sus conductas más rápidamente y termina
su parte del ciclo desviando la vista justo antes que el
bebé. La figura 2 (interacción de 5 segundos) muestra
el caso de un bebé que inicia un ciclo mirando a la ma
dre. Esta lo sigue, mirando al bebé y agregando cuatro
conductas más en rápida sucesión: tocarlo, sonreír, ha
blarle y mover la cabeza. El bebé la contempla, voca
liza, le devuelve la sonrisa, hace movimientos circula
res brevemente y luego comienza a disminuir sus res
puestas y desvía la vista en el punto (a). La madre deja
de sonreír cuando el bebé comienza a desviar la vista,
pero rápidamente agrega gestos faciales para tratar de
volver a captar la atención del bebé. La madre continúa
hablando, tocándolo, moviendo la cabeza y haciendo ges
tos faciales hasta el punto (b). Al llegar a este punto,
interrumpe los gestos pero comienza a acariciar al bebé.
En el punto (c), deja de hablar brevemente y deja de mo
ver la cabeza. En el punto (d), hace gestos con la mano
además de los faciales, pero luego detiene ambos tipos
de gestos de allí en adelante. En el punto (e), deja de
vocalizar y el bebé empieza a mirarla de nuevo. El bebé
vocaliza brevemente y luego vuelve a desviar la mira
da cuando la actividad de la madre continúa.
En la figura 3 (también un período de 5 segundos),
la madre y el bebé se están mirando, sonriendo y vo
calizando juntos. El bebé comienza a hacer movimien
tos circulares y a dirigirse hacia la madre. En el pun
to (a), el bebé empieza a apartarse de la madre. Esta
162
responde mirándose las manos, y detiene su actividad
brevemente. Esto hace que el bebé vuelva a mirarla en
el punto (c). La madre sonríe, vocaliza y se inclina ha
cia el bebé, que le responde con una sonrisa. Además,
el bebé mueve brazos y piernas en círculos y emite ale
gres arrullos mientras mira a la madre. Cuando el bebé
desvía la vista, la madre primero agrega otras conduc
tas y gestos. El bebé, sin embargo, agrega actividades
—no haciendo caso de las señales de la madre— y se
aparta de ella. La madre disminuye gradualmente toda
su actividad y en el punto (e) deja de mirar al bebé. In
mediatamente después, el bebé comienza a mirarla otra
vez y el ciclo de mirarse uno a otro vuelve a empezar
en el punto (f).
N« DE CONDUCTAS
Figura 3
163
ciclos de esa atención-desatención. Los lapsos de aten
ción y de mirar hacia otro lado no sólo demostraron ser
de menor duración que con los objetos, sino también más
Huidos a medida que la atención crece, llega a su pico
y luego disminuye de forma gradual. Tanto el crecimien
to como la disminución de la atención son graduales y
por lo general Huidamente acompasados.
La técnica más eficaz de la madre para mantener una
interacción parece consistir en ser sensible a la capa
cidad" de prestar atención y la necesidad de reTraerse
—parcial o totalmente— de su hijo tras haberla aten
dido durante^ cierto pe nodo. Todos los periodos de inter
acción prolongada parecen estar basados en ciclos bre
ves de atención y desatención. Aunque aparentemente
el bebé atiende a la madre de forma continuada, el
análisis de imágenes detenidas de una filmación reve
la el carácter cíclico de la actividad de mirar y no mi
rar del bebé. Desmando la mirada, los bebés conservan
cierto control sobre la cantidad de estimulación que ab
sorben durante esos intensos períodos de interacción.
Este ritmo de atención-desatención es un elemento
básico del modelo homeostático antes descrito. La ma
dre'^ébe^esHfEnFyTespetarlanecesidad que tiene su
bebé de la regulación que esto le proporciona, o de lo
contrario sobrecargará el sistema psicofisiológico inma
duro de su hijo y éste deberá protegerse apartándose por
completo de la madre (Brazelton y otros, 1975). Dentro
de esta configuración rítmica coherente, la madre y el
bebé pueden introducir los elementos mudables de la co
municación: sonrisas, vocalizaciones, posturas y señales
táctiles. Estos elementos pueden ser intercambiados a
voluntad, en tanto se los mantenga dentro de la estruc
tura rítmica. Las diferencias individuales en el acom-
pasamiento de esa estructura fijan los correspondien
tes límites. La madre tiene entonces la oportunidad de
adaptar su tempo dentro de estos límites. Si lo acele
ra, puede reducir el nivel de comunicación del bebé. Si
lo retarda, podrá esperar un nivel más elevado de par
ticipación y conducta comunicativa por parte del niño
(Stem, 1974a). El uso que hace la madre del tempo para
influir en la respuesta de su hijo probablemente sea la
base del aprendizaje que hace el bebé respecto de sus
propios sistemas de control. Al variarse suavemente el
nivel de estimulación, el niño aprende a conocer su au
torregulación básica.
La madre, a su vez, aprende a conocerse y a conocer
su rol. Las madres deben aprender cómo mantener una
base reguladora calma, sin sobrecargar al bebé con de-
masiadá~ésdmulación y reduciendo su propia actividad
para sincronizarla con la necesidad de su bebé de apar
tarse y regularse a sí mismo. En cada etapa, la madre
aprende mucho sobre eFproceso de cnar a"su hijo.
D IF E R E N C IA S E N T R E L A S M A D R E S Y L O S P A D R E S
E N LA I N T E R A C C IO N TE M PR A N A
165
nen con las madres, se caracterizan por un ritmo de pi
cos elevados y períodos de recupéracitSíTmás la rg os/
Estas diferencias se mantienen al pasar eFtíempo y
quedan registradas en series conductuales predecibles.
Le indican al socio adulto que el bebé lo reconoce y es-
pfira~un cierto patrón de respuesta aca m b ioTTambién
son indicativas de los roles distintos que puede asumir
el adulto, como por ejemplo que la madre brinde una
envoltura para las conductas interactivas, v el padre,
una base de la que puede, surgir el juep^L La estabili
dad dél^TtoíTpatroñestambién implica la necesidad del
niño de recibir las respuestas que esperaba de cada pro
genitor. El hecho de contar con dos series de respues
tas diferentes enriquecerá la expectativa cognitiva y
afectiva del bebé respecto del mundo.
El padre aprende su rol al practicarlo, al igual que
la madre. Va adaptando su conducta y sus propios rit
mos a los del bebé, y aprende acerca de su capacidad
de responder y criar al hijo. Las conductas especiales
que le están reservadas lo hacen sentirse importante y
le dan confianza en lo relativo a su rol. Un padre aten
to se desarrolla casi en la misma serie de etapas que
la madre. Ambos progenitores aprenden a conocerse y
a conocer su función de padres a medida que respon
den a las señales no verbales de su bebé e interactúan
con ellas.
166
12. ESTUDIOS CON ROSTRO INEXPRESIVO
167
minuto, hacíamos que volviera junto al bebé para per
manecer con él un segundo período de tres minutos. Le
indicábamos ahora que mostrara un rostro absoluta
mente inexpresivo y que no le respondiera al bebé. Al
proceder así, la madre dejaba insatisfecha la expecta-
tiVa"créad5~^Tna situación de juego precedente. La~nue-
va situación serviría para verificar el grado en que el
bebé se atenía a la expectativa creada y para demos
trar la índole de las conductas que empleaba para su
perar la frustración. Durante los últimos diez años, he
mos estudiado y analizado cientos de parejas madre-
hijo, con bebés de uno a cuatro meses. En época más
reciente, con Suzanne Dixon y Michael Yogman (Dixon
y otros, 1981), estudiamos a padres e hijos en esta si
tuación. También hemos variado los estudios para in
cluir a bebés ciegos con progenitores videntes, a proge
nitores ciegos con bebés videntes (Ais y otros, 1980), a
bebés con lesión cerebral, a bebés con anomalías facia
les congénitas y, más recientemente, a bebés prematu
ros con sus progenitores (Ais y Brazelton, 1981).
En una sesión típica, la respuesta de una niña de tres
meses a la situación podría desarrollarse de la siguien
te manera. Antes del segundo período de tres minutos,
mientras aún está sola, la niña podría estar con
templándose las manos y jugueteando con sus deditos.
Al entrar la madre, sus movimientos manuales cesan.
La niña levanta la vista hacia la madre, la mira a los
oios~y sonríe. La expresión impasible de la madre no se
altera. La niña~desvía rápidamente la mirada y se que-
da quieta, con una expresión facial seria. Mantiene la
mirada desviada durante veinte segundos. Luego vuel
ve admirar el rostro de la madre, alzando las^cejas y los
nárnadoR v^éxtendiendo levemente los brazos y las pier-
nas h a ría jp madre. Al no encontrar respuesta, baja
rápidamente la vista otra vez para mirarse las manos,
juguetea con ellas durante unos ocho segundos y lue
168
go vuelve a espiar el rostro de la madre. Esta vez, su
mirada es interrumpida por un bosfezoTqiie le hace vol
ver los ojos y la cara hacia arriba. La niña tira de los
dedos de una mano con la otra, mientras el resto de su
cuerpo permanece inmóvil. El bostezo y los estiramien
tos del cuello duran unos cinco segundos. La niña ex
tiende un brazo con un leve sacudón y mira brevemen
te el rostro de la madre. Sus brazos se mueven de un
modo espasmódico. Su boca se curva hacia abajo, al
tiempo que entrecierra los ojos. La niña vuelve la cara
hacia un lado, pero mantiene a la madre en su visión
periférica. Juguetea nuevamente con las manos, estira
las piernas hacia la madre y rápidamente las vuelve a
encoger. Se arquea hacia adelante, se deja caer en el
asiento, hunde el mentón en un hombro, pero levanta
la vista, con las cejas fruncidas, hacia el rostro de la ma
dre. Mantiene esta posición durante más de un minu
to, dirigiendo breves miradas a la madre casi cada diez
segundos. Gesticula brevemente y adopta una expresión
facial más seria, frunciendo el ceño. Por último, la niña
se retrae por completo, se acurruca vdeTa caer HT ca-
bezáTNo vuelve a mirar a la madre. Comienza a tocar-
se la boca, se chupa el déc?o7 mueve la cabeza acompa-
sadamente y se mira los pies, be la ve cautelosa, inde-
fensa y replegada en sí misma. Cuando la madre sale
dersector encortinado ai término de los tres minutos,
la niña levanta a medias la vista hacia ella, pero sin
que se modifiquen su expresión facial sombría ni la po
sición acurrucada de su cuerpo.
El patrón uniforme de la conducta infantil en la si
tuación del “rostro inexpresivo” consiste en reiterados
intentos de suscitar una respuesta de la~m~adre. segui
dos de una expresión sombría, desvío de la mirada y,
p o rjíltimo, retraimiento -Todo -esto tiene l u g a r pn m e
nos de tres minutos. El hecho de que los bebés, en esta
situación, se muestren tan uniforme y evidentemente
169
decepcionados por su fracaso en reconquistar a la ma
dre, y tan vulnerables- ^ t e lo que perciBén” como el re
chazo de ésta, es prueba- flé~su enorme dependencia de
la “envoltura” suministrada por la madre, deTairespues-
ta predecible cíe ella. Tras los esíuerzds~y~proTestas ini-
ciales^ los bebés caen en un estado de autoprotección.
Primero procuran evitar la necesidad que" tienen dtTmi-
rar a la madre. Luego tratan de “cancelar” por comple
to el medio que los rodea. Por último, ensayan sus pro
pias técnicas para autoconfortarse. Esta secuencia de
conductas demuestra tanto la- vulnerabilidad de los
bebés como su fuerte expectativa respecto de los nive
les de interacción que les han enseñado sus madres. Las
tres etapas de la respuesta se han comparado con las
etapas de la conducta observada en los bebés hospita
lizados (Bowibv, 1969).
Esta situación del “rostro inexpresivo” ha sido ensa
yada con muchas variaciones. Cuando se pedía a las
madres que, mientras miraban a sus hijos, imaginaran
estar pasando por un momento de agotamiento y depre
sión, las manifestaciones de los bebés cambiaban de
forma significativa. Mostraban una mayor frecuencia
de intentos breves y positivos de suscitar una reacción
de parte de la madre, seguidos por mayor proporción de
respuestas negativas, como protestas o circunspección
(Cohn y Tronick, 1983).
Cuando iniciamos estas investigaciones, pretendía
mos demostrar que el bebé espera reacciones predeci
bles de su madre o su padre. No nos proponíamos con
siderar el efecto que tenía en los padres la evidente de
cepción del hijo. Comprobamos que cuando el bebé se
mostraba decepcionado y retraído, también la madre se
agitaba y deprimía. Las madres que intervinieron en
nuestros estudios nos hablaron del efecto que producía
en ellas la experiencia. Mientras estaban frente a sus
hijos, sin poder responder a los intentos de éstos de sus
170
citar una respuesta, sentían entusiasmo al ver lo impor
tantes que eran para sus bebés y lo competentes que
eran los intentos de éstos, pero también una sensación
de pérdida personal. Todas se expresaban en términos
semejantes a éstos: “Apenas me podía contener para no
responderle. Me parecía estar desamparando a mi hija.
Sentía que me la estaban arrancando y era como si es
tuviera perdiendo una parte de mí misma. Me sentí ora
triste, ora enojada y desesperada. No quiero volver a ha
cerlo nunca más. Cuando me permitieron regresar a su
lado y responderle, sentí un enorme alivio y una sen
sación de verdadero logro por lo mucho que significa
mos una para la otra. ¡Cuánto hemos aprendido ya una
de la otra!”.
Este breve paréntesis en la comunicación hace, al
principio, que la madre se sienta impotente, ineficaz y
hasta asustada. También ella es aún vulnerable y no
confía en su capacidad para lograr y mantener una in
teracción. Cuando la interacción se está _des arrollando
de manera satisfactoria, la realimentación que suminis-
tra el bebé le sirve de incentivo a la madre y recompen-
sa sus esfuerzos. En la situación del “rostro mexpresi-
vo’^cuando ve al bebé venirse abajo ante sus ojos, la
madre advierte tanto la vulnerabilidad de su hijo como
la endeblez de sus propios logros hasta ese momento.
La situación afecta su propia confianza en cuanto a ha
ber logrado consolidar estas primeras etapas de diálogo.
El alivio que manifiesta una vez que la situación ha ce
sado es casi eufórico. La madre percibe cuán necesaria
es y cuán poderoso es el equipo que forma con su hijo:
lo bastante poderoso como para manejar la vulnerabi
lidad del bebé y proporcionarle a ella las señales que
precisa para poder continuar desarrollándose como ma
dre. Esta “violación” de las expectativas subraya la im
portancia de la labor que ya han realizado madre e hijo
para establecer un contacto mutuo.
171
Al comprobar lo doloroso que les resultaba a las ma
dres presenciar la intensa reacción emocional y el re
traimiento de sus hijos, las invitamos a que vieran con
nosotros las grabaciones después de la situación expe
rimental. Cuando veían la secuencia de conductas de
sus bebés, las madres primero comentaban: “Yo no sabía
que era tan importante para mi hijo”. Luego se apre
suraban a volver junto a sus bebés para resarcirlos. Al
reemprender la interacción normal, se advertía que ésta
había resultado afectada; los bebés generalmente dedi
caban el período inicial a vigilar con cautela a la ma
dre. Algunos hasta se apartaban de ella, arqueando el
cuerpo. Las madres por lo general les pedían disculpas
a sus hijos, diciéndoles cosas como “Ya soy yo misma,
otra vez”. En un lapso de treinta segundos, los bebés re
tomaban la secuencia normal de interacción.
Como veremos en la quinta parte de este libro, las ma
dres deprimidas a menudo cometen esta violación de la
expectativa d e sú s bebés. Cuando están en condiciones
de interaüfúar normalmente de vez en cuando, les
crean la expectativa a sus hijos. Pero en otros momen
tos se retraen debido a sus propias necesidades, dejan
do al bebé en un estado de depresión y desesperanza.
La reiteración de este patrón puede dar cuenta de los
síntomas clásicos de evitación de la mirada (debido a
que es doloroso permitir que se vuelva a crear la expec
tativa), de hipermotilidad gastrointestinal (en condicio
nes de estrés), de fragilidad neurovegetativa (por la an
siedad generada), de incapacidad o renuencia para in
teractuar socialmente con un adulto estimulante. in
vestigación del “rostro inexpresivo” nos ayuda a enten
der estas interacciones distorsionadas como una exage-
ración de procesos normalesi-
La interacción^social es un sistema gobernado por re
glas y orientado hacia objetivos, en el que ambos socios
participan activamente. La condición del rostro inexpre
172
sivo viola las reglas de este sistema pues en ella se
transmite información contradictoria acerca del objeti
vo o la intención del socio. La madre, al entrar en el lu
gar preparado y colocarse frente al bebé, está inician
do y disponiendo las cosas para una interacción, pero
su falta de respuesta indica una desvinculación o replie
gue. Está comunicando “hola” y “adiós” simultáneamen
te. Los bebés, que captan esto, se ven atrapados en la
contradicción. Responden a la intención aparente y sa
ludan a la madre, luego se vuelven en otra dirección y
se retraen temporalmente, sólo para volver a iniciar sus
intentos. Si los esfuerzos del bebé no logran reencauzar
la interacción y establecer una reciprocidad, a la larga
el resultado será un total retraimiento.
173
13. CUATRO ETAPAS EN
LA INTERACCION TEMPRANA
C O N T R O L H O M E O S T A T IC O
175
ben ser capaces tanto de excluir como de recibir estímu-
losTv también de controlar sus propios estados y siste
mas fisiológicos. Con el fin de prestarles atención a los
adultos con los que interactúan, los bebés deben contro
lar su actividad motriz, sus estados de conciencia y sus
respuestas autonómicas. Prestar atención a los estímu
los provenientes de un adulto requiere el control de to
das estas condiciones. Para lograr un estado de aten
ción, los bebés tienen que aprender las condiciones pre
vias que conducen a dicho estado, así como las condi
ciones en torno a las respuestas conductuales cuando las
logran. En los bebés normales esto ocurre en la prime
ra semana o los primeros diez días de vida. La tarea de
los progenitores, ya lo hemos visto, es aprenclir cómo
ron tener al bebé, cómo reducir la estimulación que pro
porcionan. a efectos de no abrumar el delicado equili
brio del bebé, y cómo ajustar sus propias respuestas con
ductuales a los umbrales individuales particulares de su
hijo. Este es el primer paso en el aprendizaje de cómo
cuidar a un niño.
Un profundo sentimiento de empatia pone a las ma
dres en contacto con los sistemas de control de sus pe
queños hijos. Una madre ha descrito esta experiencia
así: “Sentía como si yo estuviera dentro de mi hijita...
como si yo fuera un bebé otra vez, como si fuera ese
bebé. Pero cuando veo lo competente que es mi niña, me
doy cuenta de que se trata más bien del sentimiento de
experimentar lo que ella está pasando para controlar
se y prestar atención. En un primer momento, tengo el
impulso de hacerlo todo por ella, pero mientras la ob
servo, veo que es mucho más importante ‘ayudarla’ a
que lo haga por sí misma. Se esfuerza tanto, y yo me
esfuerzo con ella. Apenas me puedo contener para no
abrazarla todo el tiempo”.
La intensa identificación que describimos en la pri
mera parte ayuda a la madre a comprender los esfuer
176
zos de su bebé por adquirir control en este período de
desorganización. En tanto la madre se debate con su
propia sensación de separación, depresión y desorgani
zación tras el enorme esfuerzo del parto y el alumbra
miento, sin duda debe resultarle tranquilizador adver
tir la incipiente competencia de su bebé. Cuando le
transmitimos la EECN a una nueva madre, notamos lo
significativa que puede ser la constatación de la com
petencia del bebé. La identificación de la madre con el
bebé le permite llevar adelante la tarea, a menudo
difícil, de aceptar la separación física, y también la de
atender a las necesidades de un individuo separado.
P R O L O N G A M I E N T O D E LA A T E N C IO N
177
tes necesarios para un sistema interactivo mutuamen
te gratificante y prolongado.
Durante este mismo tiempo, la madre ha estado
aprendiendo del bebé y construyendo una nueva ima
gen de sí misma. Todo el proceso del embarazo ha~in-
t-pnsifTmHo sn necesidad de aprender su nuevoToIr El
lado negativo de su ambivalencia tiene el efecto de man
tenerla insegura. También la incita a buscar indicios
fuera de ella misma. La autocomplacencia no es posi
ble en este período. La madre no sólo se vuelca hacia
todos los que la rodean —su marido, su propia madre,
un médico, una enfermera, amigos y pares— sino que
también es sumamente sensible a las respuestas de su
bebé. Cada indicio, por más leve que sea, una respues
ta alegre, la interrupción del movimiento, por no men
cionar una sonrisa, actúa como una recompensa a su
búsqueda. En su anhelo de obtener estas recompensas,
la madre continúa aprendiendo acerca de los umbrales
de su bebé, del temperamento y el estilo de respuesta
de su hijo. Revive su pasado y observa con avidez a su
propia madre o a sus pares cuando juegan con su bebé.
Se vuelca hacia cualquier experiencia y cualquier saber
tradicional para obrar a partir de ellos.
A medida que la madre aprende que los ritmos del
bebé determinan la capacidad de éste para prestarle
atención, empieza a sincronizar su propia conducta con
la del hijo. A prende a ajustarse a los indicios propor
cionados por el bebé y a acompasar sus respuestas.
Aprende a interrumpir o disminuir su actividad cuan
do lo'hace el bebé. Y apfendé~qúe ella puede~ámpliar
un poco cada conducta para guiar al bebé. Cuando el
bebé sonríe, la madre le devuelve una sonrisa aún más
ancha, enseñándole cómo prolongar la sonrisa. Cuando
el bebé vocaliza, ella agrega una palabra o un trino para
que él los imite. Ajustando sus ritmos y sus conductas
a los del bebé, la madre entra en el mundo de su hijo.
178
ofreciéndole un incentivo para que entre en contacto con
ella. Al hacer todo esto, su propia necesidad de conver
tirse en el progenitor anhelado comienza a satisfacer
se. La madre puede incluso experimentar una identifi
cación con su propia madre.
P U E S T A A P R U E B A DE LO S L IM IT E S
179
cidad de comprender al hijo y, en especial, de fomen
tar el desarrollo de éste.
Al jugar juntos, la madre y el bebé experimentan una
sensación de dominio. Para el bebé, éste radica en la ca
pacidad de utilizar una secuencia de controles y de pro
ducir señales. La madre también está adquiriendo una
sensación de control, no sólo sobre las respuestas del
bebé sino también sobre ella misma y su propia impa
ciencia, sobre su necesidad de huir al mundo adulto. La
madre experimenta la sensación de estar a total dispo
sición de otro ser. Pone a prueba su capacidad de ser
una persona verdaderamente sustentadora, capaz de
identificarse en varios niveles con otro ser dependien
te. Sus temores de ser deficiente comienzan a desvane
cerse y prácticamente desaparecen en estos breves
períodos de juego. Durante este mismo período, la ma
dre suele experimentar un renovado sentido de ella mis
ma como persona que da amor. Puede permitirse amar
más profundamente a su marido y a su propia madre.
A medida que empieza a percibir su poder, su depresión
posparto comienza a esfumarse y la madre experimen
ta plenamente la alegría de tener un hijo. Este es el
período que las madres recuerdan más tarde como el
punto más alto del vínculo, del sentimiento de amor ha
cia el bebé.
Si la interacción no se vuelve gratificante durante el
tercero o el cuarto mes, si no tienen lugar esta pues-
ta a prueba ni este juego, la adaptación entre progeni-
tor y bebé puede correr un serio peligro. La sensación
de alegría en este juego es el mejor signo de una bue
na adaptación. Como veremos en la quinta parte, la eva
luación y la intervención durante este período depen
derán de esos indicios.
180
S U R G IM IE N T O D E L A A U TON OM IA
181
^es, o cuatro meses y medio, después del intenso período
de juego del tercero y el cuarto mes. Esta etapa, a la
que Margaret Mahler ha llamado de “salida del cas
carón", va acompañada de una especie de conciencia de
la autonomía del bebé por parte tanto de él como de la
madre (Mahler y otros, 1975). Hasta este momento, la
madre (o el padre) ha dirigido la interacción. La mayoría
de los “juegos” eran modelados por el progenitor a par
tir de las manifestaciones conductuales del bebé. Hacia
los cuatro meses de vida, nuestros análisis muestran
que el bebé dirige la organización del juego con tanta
frecuencia como el progenitor (Brazelton y Ais, 1979).
Una interacción típica podría desarrollarse del si
guiente modo. Una madre y su hijito se sientan uno
frente al otro: el bebé responde con una sonrisa o un ges
to a la propuesta de interacción iniciada por la madre.
Ella le devuelve la sonrisa con afecto. Intercambian una
breve (de 10 a 15 segundos) serie de respuestas. Hay
un reconocimiento de los ritmos de movimiento de cada
uno v de su grado de atención. Esto es luego quebra
do por el bebé. El niño desvía la mirada, como por ca
sualidad. Con frecuencia, se mirará un zapato. La ma
dre trata de volver a captar la mirada del bebé, inten
sificando sus señales. El bebé no la mira, sino que fija
la vista en su otro zapato. La madre trata de entrar en
la línea de visión del bebé. Este la elude hábilmente y
vuelve a mirarse el primer zapato. En una secuencia de
hasta tres minutos, el bebé controla la mayor parte de
ella, llevando a la madre de un lado a otro mientras él
examina cada zapato. Cuando la madre cede y desvía
la mirada, el bebé vuelve a fijar la vista en ella y a cap
tar su atención. Dentro de la seguridad de su interac
ción, el niño ha puesto en práctica su autonomía cre
ciente, pero aún frágil.
Hasta este momento, la madre ha estado aprendien
do a “controlar” al bebé y a provocar sus respuestas. Ha
182
ensayado diferentes técnicas, probablemente aprendi
das en su propio pasado, pero también a partir de en
sayos v errores. Cuando esas técnicas dan resultado, es
decir, cuando sirven para prolongar el estado de aten
ción del bebé, la madre se siente sumamente gratifica
da. Cuando puede inducir al bebé a que sonría o voca
lice dirigiéndose a ella, se siente una madre cálida y
afectuosa. Controlar las respuestas del bebé le da la sen
sación de estar en estrecho contacto con él. Incluso las
respuestas negativas del hijo —llorar, demostrar fas
tidio debido a desequilibrios internos— son vistas por
la madre como muestras de su capacidad de ayudar al
bebé. Durante estos primeros cuatro meses, la conduc
ta del bebé es un factor crucial para la percepción que
tiene la madre de ella misma como progenitor satisfac
torio y propicio.
Ahora, en la cuarta etapa de la interacción, cuando
hace su aparición la autonomía, la madre de pronto se
vuelve incapaz de predecir la conducta del bebé. Las
señales que ha aprendido a considerar negativas, como
el desvío de la mirada, la evitación y el retraimiento de
parte del bebé, tenderán a producirle desazón. Hasta
que sea capaz de verlas como un signo de fortaleza, como
una prueba de la autonomía del bebé, es probable que
se sienta abandonada. Su normal ambivalencia la lle
vará a cuestionar su autoimagen. Si toma en serio la
manipulación de que la hace objeto el bebé, tal vez se
sienta rechazada. Las madres que están amamantan
do a sus hijos en esta etapa llamarán al pediatra para
preguntarle: “¿No es tiempo ya de que el niño deje el
pecho?”. Cuando se les pregunta al respecto, las madres
aclaran que el nuevo interés del bebé por el medio que
lo rodea está compitiendo con la lactancia. Para la ma
dre, esta competencia es un rudo golpe. La intensa re
ciprocidad, los mensajes sincronizados que han estado
yendo y viniendo entre madre e hijo han cobrado mu
183
cha importancia para ella. En su necesidad de recibir
realimentación por parte del bebé, la madre tiende a re
doblar sus esfuerzos por mantenerlo vinculado a ella.
Estos esfuerzos redoblados no sólo son una recompen
sa al juego que practica el bebé sino que, al sobrecar
garlo, hacen que sea aún más importante que éste se
"desconecte” de la madre de vez en cuando. El recha
zo puede hacer renacer en la madre viejos sentimien
tos de ineficacia o abandono, provenientes de su pasa
do. Estos sentimientos tal vez la lleven a alejarse del
bebé o bien pueden inducirla a volverse más conscien
te, más sensible a la necesidad que tiene su hijo de
“tiempo propio”, de espacio.
Una madre que no puede tolerar la independencia pa
sará por alto o contrarrestará este salto en el desarro
llo de su hijo. Una madre con problemas en su propia
vida, que se encuentra bajo presión —por ejemplo, una
madre soltera que trabaja y que se siente apartada a
la fuerza de su bebé— tendrá dificultades para recono
cer esta etapa del desarrollo y necesitará ayuda para
alentarla. Si no puede hacerlo, el costo futuro podría ser
muy alto, pues el hijo necesitará rebelarse o alejarse de
ella con mayor ímpetu más adelante. Si todo marcha
bien, en cambio, la madre (y el padre) aceptará esta im
portante etapa del desarrollo. Los progenitores valo
rarán la creciente autonomía de su hijo y hasta la verán
como un objetivo deseable. En términos psicoanalíticos,
el desarrollo del yo del niño estará entonces bien enca
minado.
Es interesante observar que en esta misma época, el
electroencefalograma del bebé muestra un cambio
madurativo (Emde y otros, 1976). Esto indica la crecien
te capacidad de su cerebro para almacenar aprendiza
jes cognitivos y afectivos. Junto con este cambio, hay
otras señales del rápido crecimiento de sus capacidades
cognitivas, como los primeros signos de la noción de la
184
permanencia de los objetos anteriormente mencionada.
Esta es también la edad en la que aparece el percata-
miento de la presencia de un extraño, que lleva al bebé
a aferrarse a su madre. Si de forma brusca, una per
sona desconocida se pone frente al bebé y le mira a la
cara, el niño romperá a llorar o a sollozar. La capaci
dad motriz de tender las manos, colocarlas en posición
de asir y tomar objetos para llevárselos a la boca o ju
gar con ellos se concreta también en esta etapa. Este
es un periodo en el que hasta el sueño nocturno está
madurando. La mayoría de los bebés comienzan ahora
a ampliar hasta ocho horas su período de sueño. Apren
der a dormir, pasar de los ciclos de sueño paradójico
nuevamente al sueño profundo, es parte de la crecien
te autonomía del bebé.
Todas estas capacidades —cognitivas y motrices_
impulsan al bebé hacia un nivel de ajuste totalmente
nuevo, a la vez más independiente y adquisitivo, pero
también dependiente de la ñrme base suministrada por
los padres. Aunque el progenitor pueda sentirse recha
zado, también es posible que se sienta más necesario
para fomentar nuevas experiencias y confirmar la com
petencia del bebé reforzándola con su reconocimiento y
su complacencia.
185
14. ASPECTOS ESENCIALES DE
LA INTERACCION TEMPRANA
S IN C R O N IA
187
sus conductas autonómicas y motrices, así como en las
correspondientes a sus estados y su atención, los padres
pueden sincronizar sus propios estados de atención y
desatención con los del hijo. Pueden ayudar al bebé a
prestar atención y luego a prolongarla dentro de la in
teracción. En el logro de esta sincronía, los padres dan
el primer paso.
Durante la comunicación sincrónica, el bebé aprende
a ver a su progenitor como a un ser merecedor de con
fianza y receptivo, y empieza a intervenir en el diálogo.
A través de la sincronía, los padres, a su vez, experi
mentan su propia competencia. En nuestro trabajo, he
mos comprobado que es posible demostrar y modelar la
atención y el repliegue sincrónicos para los padres.
Cuando logran ponerlos en práctica ellos solos, hasta los
más inseguros de los progenitores podrán sentir que
ejercen control sobre la vulnerabilidad de su hijo y sobre
la suya propia (Brazelton y Yogman, 1986).
SIMETRIA
188
aportación de cada miembro es fundamental y activa.
El progenitor, sin lugar a dudas, es responsable de esta
simetría. Todo progenitor debe ser a la vez desintere
sado e interesado: desinteresado por cuanto respeta la
independencia del bebé, e interesado por cuanto desea
retroalimentación por parte de éste. El progenitor debe
estar dispuesto a renunciar a una parte de sí mismo
para suscitar los ritmos y las respuestas del bebé.
Sobre la importancia de reconocer la aportación es
pecífica de cada miembro de la diada hablaremos en la
quinta parte del libro. Si nosotros, como clínicos, que
remos evaluar y ayudar a las diadas con problemas, de
bemos ser capaces de ayudar al progenitor a cambiar
su rol para ajustarse a la individualidad de su hijo. Esto
probablemente requiera “adultomorfologizar” la aporta
ción del bebé, traduciendo el diálogo de modo que el pro
genitor lo comprenda. Las modalidades de comunicación
del bebé, los umbrales más allá de los cuales el niño ten
derá a retraerse y las respuestas conductuales que los
señalan, pueden ser descifrados y explicados para ayu
dar al progenitor a entender cómo puede establecer con
tacto con su hijo.
C O N T IN G E N C IA
189
pende de su posibilidad de autorregularse. No es de ex
trañar, por consiguiente, que las sonrisas o las vocali
zaciones sociales no se vuelvan significativas como par
te del repertorio del bebé durante sus primeras sema
nas de vida. Una madre muy perceptiva nos señaló que
su hijito aprendía a conocer el mundo circundante cuan
do prestaba atención, mientras que cuando se replega
ba para recobrarse, aprendía a conocerse a sí mismo.
En los períodos de atención, los bebés empiezan a
emitir señales a sus madres mediante sonrisas o frun
cimiento de entrecejo, vocalizaciones, manifestaciones
motrices como las de inclinarse hacia adelante, tender
las manos, arquear la cabeza, etc. Las madres respon
den eventualmente cuando pueden interpretar los men
sajes transmitidos en esas señales. Al responder, la ma
dre aprende a partir del éxito o el fracaso de cada una
de sus respuestas, determinados por la conducta del
bebé. De este modo, la madre va refinando la eventua
lidad de sus respuestas y desarrollando un repertorio
de “lo que da resultado” y “lo que no da”. En los años
sesenta, se realizaron estudios en los que se trató de re
flejar esta eventualidad con un modelo de estímulo-res
puesta (Rheingold, 1961). La calidad del mutuo ajuste
de la madre y el hijo se medía por la ocurrencia de son
risas del bebé respondidas con sonrisas de parte de la
madre. La cantidad de vocalizaciones de cada miembro
se tomaba como un reflejo del grado de respuesta mu
tua. Esta técnica resultó ser demasiado simple para eva
luar la interacción de la diada madre e hijo. Las con
ductas aisladas de cualquier tipo particular tienen una
importancia muy secundaria en cuanto a la relación de
ese solo acto con los ritmos y patrones de significado del
diálogo entre progenitor y bebé. La contingencia requie
re que la madre esté accesible, tanto cognitiva como
emocionalmente. El resultado de las respuestas even
tuales de modo predecible de su parte también se re
190
laciona con lo que se ha denominado armonización se
lectiva (Stem, 1985).
ARRASTRE
191
parecido al de la madre. Ella dice, complacida: “Ooh,
¿qué?”. El niño suspira, desvía brevemente la mirada y
vuelve a fijar la vista en la boca, las cejas alzadas y la
cara de la madre. Mientras mira el rostro materno ex
pectante, el bebé vocaliza un “Oooh” aún más enfático.
La madre espera hasta que él ha terminado, y luego
vuelve a hablar, diciéndole de forma suave pero estimu
lante: “Oooh, sí”. Los “ooh” de la madre están en el mis
mo nivel que los del hijo; se ajustan a éstos en inten
sidad y duración. El niño vuelve a desviar la vista y res
pira profundamente antes de mirar otra vez el rostro
expectante de la madre. Esta vez, el bebé dice: “Oh-oh”,
con un segundo sonido más grave, en una especie de tri
no musical. Al oírlo, a la madre se le ilumina aún más
el rostro, deja caer los hombros y extiende la mano para
tocarle las piernas al bebé, imitando luego su cadencia
de dos tonos exactamente, al decir: “¡Oh-oh, sí!”. El niño
reconoce la imitación directa de su emisión. Su carita
y sus hombros se alzan casi al máximo, mientras repi
te el trino de “Oh-oh”. Esta vez, la cadencia de dos to
nos es clara y marcada. La madre está tan complacida
con esta prueba de que el hijo ha reconocido su voca
lización, que cambia la secuencia diciéndole con delei
te: “ ¡Eres maravilloso!”. El bebé parece abrumado por
el tono agudo de la voz de la madre y por el entusias
mo de ella, de manera que desvía la vista para mirar
se los pies. La secuencia ha concluido por el momento.
Durante esta breve secuencia de 30 segundos, cada
participante ha utilizado la imitación de los ritmos y vo
calizaciones del otro para captar, retener y guiarlo a una
forma de interacción cada vez más rica. Este arras
tre es un incentivo tanto para la madre como para el
bebé, así como un poderoso factor en el crecimiento del
vínculo.
192
JU EG O
193
arrastre permite que cada uno de ellos controle la in
tensificación, el mantenimiento o la amortiguación del
nivel de su diálogo. El bebé está aprendiendo a contro
lar tanto al progenitor como la interacción misma. En
última instancia, el bebé está aprendiendo a conocerse
a sí mismo. La madre, a su vez, aprende maneras de
retener la atención del bebé y de inducirlo a ampliar su
repertorio, sin perder esa atención.
A U T O N O M IA Y F L E X IB IL ID A D
194
nos que el objetivo del bebé es la autonomía, más que
el de escapar de una sobreestimulación. Dado que, como
hemos señalado, en este período el bebé realiza nuevos
esfuerzos visuales, auditivos y motores, hay muchos
otros estímulos compitiendo por su atención y aumen
tando su necesidad de control.
La autonomía surge de la seguridad que le dan al niño
las respuestas predecibles del progenitor. Los bebés me
nos seguros, según hemos constatado, alcanzan este ni
vel de independencia a una edad más avanzada. Com
probamos que los bebés con lesiones o prematuros que
eran objeto de especial preocupación y cuidado por par
te de los padres a menudo llegaban a los seis o siete me
ses de vida antes de atreverse a alcanzar ese mismo ni
vel de autonomía (Ais y Brazelton, 1981). La conducta
autónoma de los bebés de cinco meses es signo de una
relación saludable, mientras que la ausencia de esa con
ducta, una aparente simbiosis o fusión, es signo de un
vínculo deficiente. Las madres de niños con problemas
o trastornos necesitan que se las ayude a fomentar la
autonomía de sus hijos. Tras todo el esfuerzo que han
realizado para establecer contacto con bebés retraídos
o con trastornos, tendrán menos posibilidades de reco
nocer la necesidad de sus hijos de “salir del cascarón”,
o sea, de tener autonomía.
Implícita en el concepto de autonomía se encuentra
otra característica de la interacción temprana saluda
ble: la flexibilidad. Un diálogo que se vuelve demasia
do predecible, unas respuestas rigurosamente ajus
tadas, son indicio de que la relación ha quedado de
algún modo detenida. Como señaló Louis Sander (1977)
al describir la regulación del intercambio entre los bebés
y las personas que los cuidan, la presencia de subsis
temas de ajuste laxo da cabida a una independencia
temporal en relación con el sistema principal. En los sis
temas estables pero flexibles, las perturbaciones que
195
puedan producirse en un subsistema no tienen por qué
afectar seriamente la estabilidad global. Pero cuando un
subsistema es inflexible, cualquier perturbación proba
blemente afectará la estabilidad global. Esas condicio
nes de estricto y excesivo control podrían dar lugar a
una relación extremadamente simbiótica entre madre y
bebé, o padre y bebé, en la cual el trabajo de la auto
nomía y separación no podrá llevarse a un ritmo salu
dable.
196
con sorprendente eficacia. Como veremos en la parte si
guiente, sin embargo, existen fuerzas emocionales e
históricas que influyen sobre la interacción del adulto,
las cuales enriquecen y complican a la vez la incipien
te relación.
197