El poema describe a los inmortales, que viven en las "frescas mansiones del éter cuajado de mil claridades" sin preocupaciones como el tiempo, el sexo o la edad. A diferencia de la humanidad, que se consume a sí misma en sus pasiones y pecados, los inmortales observan tranquilamente el desfile de las estrellas y los planetas. Disfrutan de una existencia serena e inmutable, unidos en amistad con el dragón celeste.
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El poema describe a los inmortales, que viven en las "frescas mansiones del éter cuajado de mil claridades" sin preocupaciones como el tiempo, el sexo o la edad. A diferencia de la humanidad, que se consume a sí misma en sus pasiones y pecados, los inmortales observan tranquilamente el desfile de las estrellas y los planetas. Disfrutan de una existencia serena e inmutable, unidos en amistad con el dragón celeste.
El poema describe a los inmortales, que viven en las "frescas mansiones del éter cuajado de mil claridades" sin preocupaciones como el tiempo, el sexo o la edad. A diferencia de la humanidad, que se consume a sí misma en sus pasiones y pecados, los inmortales observan tranquilamente el desfile de las estrellas y los planetas. Disfrutan de una existencia serena e inmutable, unidos en amistad con el dragón celeste.
El poema describe a los inmortales, que viven en las "frescas mansiones del éter cuajado de mil claridades" sin preocupaciones como el tiempo, el sexo o la edad. A diferencia de la humanidad, que se consume a sí misma en sus pasiones y pecados, los inmortales observan tranquilamente el desfile de las estrellas y los planetas. Disfrutan de una existencia serena e inmutable, unidos en amistad con el dragón celeste.
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Los inmortales
Hasta nosotros sube de los confines del mundo el anhelo febril
de la vida: con el lujo la miseria confundida, vaho sangriento de mil fúnebres festines, espasmos de deleite, afanes, espantos, manos de criminales, de usureros, de santos; la humanidad con sus ansias y temores, a la vez que sus cálidos y pútridos olores, transpira santidades y pasiones groseras, se devora ella misma y devuelve después lo tragado, incuba nobles artes y bélicas quimeras, y adorna de ilusión la casa en llamas del pecado; se retuerce y consume y degrada en los goces de feria de su mundo infantil, a todos les resurge radiante y renovada, Y al final se les trueca en polvo vil.
Nosotros, en cambio, vivimos las frías
mansiones del éter cuajado de mil claridades sin horas ni días, sin sexo ni edades. Y vuestros pecados y vuestras pasiones y hasta vuestros crímenes no son distracciones, igual que el desfile de tantas estrellas por el firmamento. Infinito y único es para nosotros el menor momento. Viendo silenciosos vuestras pobres vidas inquietas, mirando en silencio girar los planetas, gozamos del gélido invierno espacial. Al dragón celeste nos une una amistad perdurable; es nuestra existencia serena, inmutable, nuestra eterna risa, serena y astral.