La Persona
La Persona
La Persona
legislación positiva acerca de los derechos fundamentales, los derechos humanos, etc. Y
Del mismo modo, esta noción es básica en otras ciencias humanas, especialmente en la
filosofía reciente, en la ética profesional, etc. ¿Por qué? Porque es un concepto que
apunta a lo que constituye el núcleo más específico de cada ser humano. Nuestro
propósito aquí es abordar la cuestión haciendo una descripción antropológica de ese
núcleo, que sirva en primera lugar para entender por qué el hombre es inviolable y, en
consecuencia, por qué los atentados contra el hombre – aunque posibles en la práctica –
son siempre un desorden. Además, al trazar el perfil de la persona saldrán a la luz los
aspectos más profundos de su ser. Se trata, por tanto, de una descripción, que apunta
Una vez descritos esos rasgos, podremos abordar algunas definiciones del hombre y de
su naturaleza basadas en su condición personal. El ser persona arroja nueva luz sobre lo
dicho en los dos primeros capítulos. Se trata de obtener así una visión global del hombre
a partir de su ser personal. Desde ella se puede acceder fácilmente a los muchos y muy
diferentes ámbitos de la vida humana, al conjunto de los cuales se dirige la antropología:
operaciones inmanentes, tales como conocer, vivir, dormir, leer, en las cuales lo que el
sujeto hace queda en él. Las piedras no tienen un dentro, los vivientes sí. Hay diversos
grados de vida, cuya jerarquía viene establecida por el distinto grado de inmanencia. Los
animales realizan operaciones más inmanentes que las plantas, y el hombre realiza
operaciones más inmanentes que los animales.
mediante el lenguaje, o a través de la conducta, pues nadie puede leer los pensamientos
de otro. Cada uno tiene en sus manos la decisión de comunicarlos.
La primera nota, queda claro con lo que acabamos de decir, es la intimidad. La intimidad
indica un dentro que sólo conoce uno mismo. El hombre tiene dentro, es para sí, y se abre
hacia su propio interior en la medida en que se atreve a conocerse, a introducirse en la
profundidad de su alma. Mis pensamientos no los conoce nadie, hasta que los digo. Tener
interioridad, un mundo interior abierto para mí y oculto para los demás, es intimidad: una
porque tengo interior y me abro a él soy capaz de innovar, de aportar lo que antes no
estaba y ni siquiera era previsible. La intimidad tiene capacidad creativa. Por eso, la
persona es una intimidad de la que brotan novedades, capaz de crecer. Lo propio del
hombre es el ser algo nuevo y causar lo nuevo.
Ahora bien, las novedades que brotan de dentro (por ejemplo, una novela que a uno se le
ocurre que podría escribir) tienden a salir fuera. La persona posee una segunda y
sorprendente capacidad: sacar de sí lo que hay en su intimidad. Esto puede llamarse
que muestra lo que lleva dentro: “Con la palabra y el acto nos insertamos en el mundo
humano, y esta inserción es como un segundo nacimiento (…). Su impulso surge del
dueño de sí mismo y principio de sus actos. Esto nos indica que la libertad es la tercera
nota definitoria de la persona y una de sus características más radicales. El hombre es el
animal que, como origen de sus actos, tiene el dominio de hacer de sí lo que quiere.
Mostrarse a uno mismo y mostrar lo que a uno se le ocurre es de algún modo darlo: otra
nota característica de la persona es la capacidad de dar. La persona humana es efusiva,
capaz de sacar de sí lo que tiene para dar o regalar. Se ve especialmente en la capacidad
de amar. El amor “es el regalo esencial”, en el sentido de que es el darse total del amante
al amado. Quien se guarda, quien no se da, no está amando, y por lo tanto no se cumple
como amante, no es capaz de realizar la actividad más alta para los seres que piensan y
quieren. Pero, para que haya posibilidad de dar o de regalar, es necesario que alguien se
quede con lo que damos. A la capacidad de dar de la persona le corresponde la
capacidad de aceptar, de acoger en nuestra propia intimidad lo que nos dan. En caso
Hay que centrarse en el dar. Puede parecer algo extraño pero nos desvela el núcleo de lo
personal: el hombre, en cuanto persona, no se cumple en solitario, no alcanza su plenitud
centrado en sí sino dándose. Pero ese darse es comunicativo en el sentido de que exige
una reciprocidad: el don debe ser recibido, agradecido, correspondido. De otro modo ese
amor es una sombra, un aborto como amor, pues nadie lo acoge y se pierde. Dar no es
alguien. Por tanto, otra nota característica de la persona es el diálogo con otra intimidad.
Esa apertura que se entrega tiene como receptor lógico a otra persona y así se establece
de la riqueza interior de cada uno de los que se da. Una persona sola no puede ni
manifestarse, ni dar, ni dialogar: se frustraría por completo.
que sólo conoce uno mismo: lo más propio. Intimidad significa mundo interior, el
“santuario” de lo humano, un “lugar” donde sólo puede entrar uno mismo. Lo íntimo es tan
central al hombre que hay un sentimiento natural que lo protege: la vergüenza o pudor.
Éstos son el cubrir u ocultar espontáneamente lo íntimo frente a las miradas extrañas.
Existe el derecho a la intimidad, que asiste a la gente que es espiada sin que lo sepan, o
que es preguntada públicamente por asuntos muy personales.
intimidad sin nosotros quererlo. Lo íntimo se confía a las personas que están en mi
intimidad, pero no a todo el mundo: “yo digo mi canción a quien conmigo va”, no a todos.
Y la vergüenza no aparece por hacer algo malo, sino porque se publica algo que por
de pronto resalta la voz de alguien inadvertido diciendo una tontería, la reacción es la risa
y el enrojecimiento del otro: hay cosas que se pueden decir sólo si se está envuelto dentro
de una masa, pero no individualmente. Uno baila en una fiesta, pero no en un lugar serio:
la expresión de mi interior tiene su contexto, no es indiferente ante las circunstancias. Del
mismo modo, resulta molesto que entre otro y mire lo que estamos escribiendo; nuestros
pensamientos más hondos no los revelamos a cualquiera, sino que exigimos cierta
cualquiera). El pudor se refiere a todo lo que es propio de la persona, que forma parte de
la pregunta ¿quién eres? Persona significa inmediatamente quién, y quién significa un ser
que tiene nombre. Así, el hombre es el animal que usa nombre propio, porque el nombre
designa la persona.
funciones y capacidades que le son propias”. Ser persona significa ser reconocido por los
demás como tal persona concreta. El concepto de persona surgió como respuesta a la
pregunta ¿quién eres?, ¿quién soy? Es decir, respuestas a unas preguntas sobre un yo.
Las personas no son intercambiables, no son individuos numéricos: no son como los
pollos. “tengo tres gallinas” no tiene el mismo contenido que “tengo tres hijos”, aunque
los otros. De hecho nos llamamos siempre por el nombre. Expresiones del tipo “¡Eh, tú!”
son máximamente despreciativas. Además, cada uno tiene conciencia de sí mismo: yo no
puedo cambiar mi personalidad con nadie. Quién significa: intimidad única, un yo interior
irrepetible, consciente de sí. La persona es un absoluto, en el sentido de algo único,
irreductible a cualquier otra cosa. La palabra yo apunta a ese núcleo de carácter
La persona humana experimenta muchas veces que, precisamente por tener una
interioridad, no se identifica con su cuerpo, sino que se encuentra a sí misma en él. “como
cuerpo en el cuerpo”. Somos nuestro cuerpo, y al mismo tiempo lo poseemos, podemos
usarlo como instrumento, porque tenemos un dentro, una conciencia desde la que
gobernarlo. El cuerpo no se identifica con la intimidad de la persona, pero a la vez no es
un añadido que se pone al alma: yo soy también mi cuerpo.
Se trata de una dualidad que nos conforma de raíz: hay “una posición interna” de nosotros
mismos en nuestro cuerpo, y de él dependemos. Precisamente por eso, “la existencia del
hombre en el mundo está determinada por la relación con su cuerpo”, puesto que él es
que “la cara es el espejo del alma”: el hombre no se limita a tener cara, sino que tiene
rostro. El rostro humano, especialmente la mirada, es tremendamente significativo e
interpelante: cruzar la mirada con alguien es entrar en comunicación con él. Si no
queremos saludar a alguien lo mejor es no mirarle, pues cuando nuestras miradas se
crucen se verán necesariamente engarzadas.
Pero también hay que caer en la cuenta de que el cuerpo forma parte de la intimidad: la
persona es también su cuerpo. La intimidad no es algo raro, como un ángel, que habita en
nosotros, sino que es el hombre mismo quien necesita vivir lo íntimo. La tendencia
espontánea a proteger la intimidad de miradas extrañas envuelve también al cuerpo. Por
eso el hombre se viste, cambiando su atuendo según las circunstancias: fiesta, trabajo,
boda, deportes, pues así muestra lo que quiere decir en cada ocasión. A la vez, y no deja
de ser curioso, deja al descubierto su rostro a no ser que realice una acción poco honrada
(los ladrones o los asesinos usan máscaras), necesite ocultar su intimidad (policía en
misión peligrosa) o bien, lleve a cabo una actuación en la que representa algo que no es
cualquiera. En primer lugar, el vestido protege la intimidad del anonimato: yo, al vestirme,
me distingo de los otros, dejo claro quién soy. El vestido contribuye a identificar el quién.
significa la donación de la persona. A este asunto tendremos que tornar al hablar del
amor.
La variación de las modas y los aspectos del vestido, según las épocas y los pueblos, son
variaciones en la intensidad y en la manera en que se vive el sentido del pudor. Esta
diferencia de intensidad tiene que ver con diferencias de intensidad en la relación entre
sexualidad y familia: cuando el ejercicio de la sexualidad queda reservado a la intimidad
familiar, entonces es “pudorosa”, no se muestra fácilmente. Cuando el individuo dispone
mayor facilidad. La sexualidad tiene una relación intensa con la intimidad y la vergüenza.
La sexualidad permisiva tiene que ver con el debilitamiento de la familia: la pérdida del
sentido del pudor corporal, con la aparición del erotismo y la pornografía.
Hemos dicho que una forma de manifestar la intimidad es hablar: el hombre necesita
dialogar. Para hablar nos hace falta un interlocutor, alguien que nos comprenda. Las
personas hablan para que alguien las escuche: no se dirigen al vacío. La condición
dialógica de la persona es estrictamente social, comunitaria. El hombre no puede vivir sin
dialogar, es un ser constitutivamente dialogante. Para crecer hay que poder hablar, de
cuentos los animales hablan, están personificados. Por ser persona, el hombre necesita el
encuentro con el tú. El lenguaje no tiene sentido si no es para esta apertura a los demás.
Esto se comprueba porque la falta de diálogo es lo que motiva casi todas las discordias y
lo que arruina las comunidades humanas (matrimonios, familias, empresas, instituciones
políticas, etc.) Sin comunicación no hay verdadera vida social, a lo sumo apariencia de
equilibrio, pero falta el terreno común sobre el cual poder construir. Muchos estudiosos
preocupación teórica y práctica por el diálogo es hoy más viva que nunca: cuando una
sociedad tiene muchos problemas, hay que celebrar muchas conversaciones para que la
gente se ponga de acuerdo. Pero no basta reunirse: dialogar es compartir la interioridad,
es decir, estar dispuesto a escuchar, a crecer en la compañía de otro. Por eso, tantas
mesas de negociación no son más que farsas, callejones sin salida, pues los que allí se
sientan no abandonan el solipsismo de sus posturas por un bien superior: la mejora de
todos. Que el diálogo sólo tiene lugar cuando se habla y se escucha, si en este
intercambio uno está dispuesto a modificar su opinión cuando el otro muestra una vedad
hasta ahora no conocida. No existe diálogo si no se escucha. Tampoco, como acabamos
de ver, si no se afirma la necesidad de la verdad. La verdad es aquello que comparten (y
modula el propio carácter, se asimilan el idioma, las costumbres y las instituciones d ela
colectividad en que se nace, se incorporan sus valores comunes, sus pautas, etc. La
educación, si busca la eficacia calando en las personas, si quiere evitar el convertirte en
una pátina de datos y frases hechas, debe basarse en un proceso de diálogo constante.
Que el hombre es un ser capaz de dar, quiere decir que se realiza como persona cuando
extrae algo de su intimidad y lo entrega a otra persona como valioso, y ésta lo recibe
como suyo. En esto consiste el uso de la voluntad que llamaremos amor. Tal es el caso,
por ejemplo, de los sentimientos de gratitud hacia los padres: uno queda en deuda con los
que le han dado la vida. La intimidad se constituye y se nutre con aquello que los demás
nos dan, con lo que recibimos como regalo. Por eso nos sentimos obligados a
nacido ser agradecido”, es decir, caer en la cuenta de la deuda que cada uno tiene por
todo lo que ha recibido y, por lo tanto, evitar el egoísmo de quien cree que todo se lo debe
a sí mismo. Dar, devolver, es una consecuencia de la percepción realista de la propia
existencia.
No hay nada más “enriquecedor” que una persona con cosas que enseñar y que decir,
con una intimidad “llena”, rica. El fenómeno del maestro y el discípulo radica en trasmitir
un lugar donde aprender unas técnicas. El maestro congrega porque tiene algo que dar a
los discípulos.
de su destino: elige ambos. Hemos definido lo voluntario como aquello cuyo principio está
en uno mismo. Lo voluntario es lo libre: se hace si no quiere: si no, no.
capacidades o dimensiones hasta aquí mencionadas? ¿Es persona quien está en coma
profundo, el niño no nacido, o el discapacitado? ¿quién no tiene conciencia de sí es ya o
todavía persona? La eutanasia y el aborto voluntario son respuestas negativas a esta
pregunta: si abortar o matar a un anciano o a un enfermo no tiene ningún mal, o incluso
es una conquista de la libertas (?), entonces es que o bien la vida de la persona no es
sagrada o los fetos, embriones, dementes, enfermos y ancianos no son personas.
persona quien no ejerce las capacidades propias de ella. ¿Un feto de tres semanas es
una mera vida humana, pero no una persona? La respuesta más sencilla, que nos
limitaremos a señalar, dice que el hecho de no ejercer, o no haber ejercido aún, las
capacidades propias de la persona no conlleva que ésta no lo sea o deje de serlo, puesto
que quien no es persona nunca podrá actuar como tal, y quien sí puede llegar en el futuro
a actuar como tal tiene esa capacidad porque es ya persona. Quienes dicen que sólo se
es persona una vez que se ha actuado como tal, reducen al hombre a sus acciones, y no
explican de dónde procede esa capacidad: es la explicación materialista. De nuevo,
afirmamos que en ella se da una precipitación metodológica que lleva a reducir la realidad
a lo medible, negando la pregunta por la razón de posibilidad de aquello que se mide.
caso de que nunca la actualice. Un feto tiene tanta capacidad de pensar como un niño de
tres meses, un hombre adulto o un enfermo terminal. Un enfermo mental también (yo
menos – podía estarlo. La dignidad de la persona no puede depender del nivel actual de
autoconciencia que alguien tenga, sino de que cualquier persona se presenta como la
imagen de un absoluto. De otro modo podríamos disponer de la vida de los niños, de los
viejos, de los que duermen, o de los que la ley dictara como no pertenecientes al universo
de las personas (los esclavos, los hebreos, los antiestalinistas, etc.) El dolor que han
causado esos argumentos prepotentes es demasiado grande como para seguir
apoyándolos.
Las notas de la persona que se acaban de mostrar nos hacen, por tanto, verla como una
realidad absoluta, no condicionada por ninguna realidad inferior o del mismo rango.
Siempre debe ser por eso respetada. Respetarla es la actitud más digna del hombre,
porque al hacerlo, se respeta a sí mismo; y al revés: cuando la persona atenta contra la
persona, se prostituye a sí misma, se degrada. La persona es un fin en sí misma. Es un
principio moral fundamental: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, sea en tu
propia persona o en la persona de otro, siempre como un fin, nunca sólo como un medio”.
Según nos dice Kant, usar a las personas es instrumentalizarlas, es decir, tratarlas como
seres no libres. Nunca es lícito negarse a reconocer y aceptar la condición personal, libre
y plenamente humana de los demás. Y por eso, servirse de ellas para conseguir nuestros
propios fines es manipulación, algo criticable, incorrecto. Dirigir a las personas como si
práctico hacia los demás. Todas las personas deben ser reconocidas como personas
concretas, con una identidad propia y diferente a las demás, nacida de su biografía, de su
situación, de su cultura y del ejercicio de su libertad. “La negación del reconocimiento
puede constituir una forma de opresión” significa despojar a la persona de aquello que le
hace ser él mismo y que le da su identidad. Por ejemplo: a nadie se le debe cambiar su
nombre por un número, negarle el derecho a manifestar sus convicciones, a hablar su
propia lengua, a reunirse, etc.
Hemos dicho que la persona tiene un cierto carácter absoluto respecto de sus iguales e
inferiores. ¿Indica eso que puede hacer lo que quiera? No parece, en la medida en que
los otros hombres se le aparecen también como absolutos. El hombre es un absoluto
novum que cada uno somos. Aquí se entra necesariamente en el terreno de lo teológico y
de la revelación.
Si sólo estamos dos iguales, frente a frente, y nada más, quizá puedo decidir no respetar
al otro, si me siento más fuerte que él. Si no tuviera que responder ante ninguna instancia
incondicionalidad que sea fundamento del humano. De otro modo, la violencia es una
tentación demasiado frecuente para el hombre como para no tenerla en cuenta.
plantear una justificación ética y antropológica de una de las tendencias humanas más
La persona no es sólo un “alguien corporal” (J. Marías): somos también nuestro cuerpo y
por tanto nos encontramos instalados en el espacio y en el tiempo. Los hombres son las
personas que viven su vida en un mundo configurado espacio-temporalmente. Este vivir
en se expresa muy bien con el verbo castellano estar: Yo estoy en el mundo; vivo, me
muevo y transcurro con él. Estoy instalado dentro de esas coordenadas.
singular capacidad y la constante tendencia a situarse por encima del tiempo en la medida
en que es capaz de pensar sobre él, de objetivarlo, de considerarlo de una manera
abstracta, atemporal. El hombre lucha contra el tiempo, trata de dejarlo atrás, de estar por
encima de él. Esa lucha no sería posible si no existiera en el hombre algo efectivamente
intemporal, inmaterial e inmortal. Lo temporal y lo intemporal conviven juntos en el hombre
dándole su perfil característico.
El primer modo de superar el tiempo es guardar memoria del pasado, ser capaz de
volverse hacia él y advertir hasta qué punto dependemos de lo que hemos sido. La
segunda manera es desear convertir el presente en algo que permanezca, que quede a
salvo del devenir que todo se lo lleva. Y así, el hombre desea que las cosas buenas y
valiosas duren, que el amor no se marchite, que los momentos felices “se detengan”, que
la muerte no llegue, que lo hermoso se salve por medio del arte o que exista la eternidad.
pasar no pase nunca. Una fiesta, el enamoramiento en sus primero momentos llenos de
ilusión, la madurez de una relación que ha sabido alcanzar su equilibrio perfecto y que la
hace bella: son momentos que reclaman permanencia y que, por eso mismo, marcan la
vida humana con cierta melancolía, amargura o esperanza, según se confíe o no en su
permanencia. Rescatar el tiempo, revivir lo verdadero, son constantes en el
comportamiento humano (de ahí las representaciones populares de las grandes historias
de los pueblos, o las confidencias familiares en torno a la mesa en las grandes fiestas). El
ser humano es reiterativo: quiere volver porque querría quedarse. En ese sentido, la
propuesta cristiana de una eternidad que sacie sin saciarse es antropológicamente
pertinente.
Hay una tercera manera de situarse por encima del tiempo que es anticipar el futuro,
proyectarse con la inteligencia y la imaginación hacia él, para decidir lo que vamos a ser y
cada persona singular e irrepetible, cada biografía es diferente. No hay dos vidas
humanas iguales, porque no hay dos personas iguales. Pero no sólo porque las
circunstancias o movimientos sean distintos (en eso son iguales los animales), sino
porque cada uno es fuente original de novedad. Para captar lo que es una persona hay
que conocer su vida, contar su historia, narrar su existencia. Como toda historia, para ser
mínimamente interesante ha de tener una meta (fin), que se concreta en un proyecto y la
adquisición de los medios para ejecutar ese proyecto (virtudes), a la vez que va
acompañada de obstáculos (externos y la propia debilidad), que dan los toques de
emoción y la posibilidad del fracaso a esa narración. Por la decisión de la propia libertad
cada uno llega a ser, o no, aquel que quiere ser.
El transcurso temporal de la vida humana puede ser contemplado como una unidad
gracias a la memoria. El modo humano de dar cuenta de lo ocurrido a lo largo del tiempo
es la narración, una historia contada, es decir, recreada, depositada como objeto cultural
constante afán del hombre de recuperar, conocer y conservar sus propios orígenes. Sin
Sin embargo, el hombre no depende por completo del pasado, éste no le determina,
porque tiene capacidad creadora. A lo largo del tiempo pueden aparecer asuntos nuevos,
permanente y estable: los hábitos. Estos últimos, por su importancia, requieren una
explicación especial.
El verbo tener se emplea normalmente para expresar el tener con el cuerpo. Uno “tiene” lo
que agarra con la mano o pone (adscribe) en su cuerpo: se tiene un martillo, se tiene un
puesto de vestido, etc. Como veremos, la relación del hombre con el medio físico en el
causa; por eso mismo tiene los paisajes, pues los crea a la vez que es quien tiene
conciencia de ellos; tiene sus posesiones: es joya, un reloj, mis libros, mis cosas (con
unos significados que existen porque yo se los asigno). En general, el tener físico del
hombre es una manera de crear relaciones de sentido entre los cuerpos (que no existirían
si no existiera el ser humano), a la vez que prolongaciones del mismo cuerpo humano.
Esta creación de relaciones nos lleva al segundo nivel del tener: el tener cognoscitivo. Si
Decíamos que el tercer nivel del tener es el hábito. Un hábito es una tendencia no natural,
sino adquirida, que refuerza nuestra conducta, concretando nuestra apertura a la totalidad
de lo real por medio de la adquisición de algunos automatismos que impidan que
tengamos que estar siempre inventándolo todo. Tener hábitos es el modo más perfecto de
tener, porque los hábitos perfeccionan al propio hombre, quedan en él de modo estable
se realiza como tal, porque con ello adquiere hábitos. Los hábitos, desde este punto de
vista, se pueden definir como una segunda naturaleza: de partida todos somos bastante
parecidos; la realidad final dependen en muy buena parte del desarrollo que sepamos
los que se refieren a la conducta pues nos hacen ser de un determinado modo (sonreír,
ser afables, ser rígidos o intransigentes, tener doblez de carácter, fumar después de
sentimientos. La ética trata sobre ellos, y los divide en positivos y negativos dependiendo
de que ayuden a esta armonía o no. A los primeros los llama virtudes, y a los segundos
vicios.
Los hábitos son importantes porque modifican al sujeto que los adquiere, modulando su
naturaleza de una determinada manera, haciéndole ser de un determinado modo. Los que
gustan demasiado de los movimientos en adagio suelen ser más volcados a lo interior, a
la vez que se predisponen a un exceso de sensibilidad (de cuidado por la realidad) que
puede facilitar el sufrimiento ante las situaciones injustas que nos e pueden cambiar.
Construir casas o tocar la cítara es la única manera de hacerse constructores o citaristas”.
“El hombre no hace nada sin que al hacerlo no se produzca alguna modificación de su
propia realidad”. Esto quiere decir que las acciones que el hombre lleva a cabo repercuten
siempre sobre él mismo: “nada funciona sin que al funcionar no se modifique: la máquina,
el animal, el ser humano, en tanto que la acción repercute en él”. El ser humano resulta
afectado por sus propias acciones: lo que hace no es un producto ajeno a su propia
intimidad, sino que le afecta. “El hombre es aquel ser que no puede actuar sin mejorar o
antropológicas son claras, pues para optimizar recursos hay que cuidar al principal
recurso (el trabajador), pero eso sólo se puede hacer tratándole como persona, es decir,
dotándole de iniciativa, responsabilidad, ilusión en su esfera de poder, etc.