Nietzsche Selectividad
Nietzsche Selectividad
Nietzsche Selectividad
TEXTO DE SELECTIVIDAD
El más grande de los últimos acontecimientos –que «Dios ha muerto»,
que la fe en el Dios cristiano se ha hecho increíble– comienza ya a lanzar sus
primeras sombras sobre Europa. Por lo menos para aquellos pocos cuyos ojos y cuya
suspicacia en sus ojos es lo bastante fuerte y fina para este espectáculo, precisamente
parece que algún Sol se haya puesto, que una antigua y profunda confianza se ha
trocado en duda. Nuestro viejo mundo tiene que parecerles a estos cada día más
vespertino, más desconfiado, más extraño y «más viejo». Pero en lo esencial puede uno
decir que el acontecimiento mismo es mucho mayor, mucho más lejano y más apartado
de la capacidad de muchos que cuanto su conocimiento siquiera se permitiera tener po r
alcanzado. Y no hablemos de que muchos sepan ya lo que propiamente ha
acontecido con esto, y todo cuanto en lo sucesivo tiene que desmoronarse, una
vez que esta fe se ha corrompido, porque estaba edificado sobre ella; por
ejemplo, toda nuestra moral europea. Esta amplia plenitud con sus consecuencias de
ruptura, destrucción, hundimiento, derrumbamiento que ahora tenemos ante nosotros,
¿quién sería capaz de adivinar ya hoy bastante de todo ello, para tener que hacerse el
maestro y pregonero de esta ingente lógica de horror, el profeta de un oscurecimiento y
eclipse de Sol, cuales no hubo probablemente nunca sobre la Tierra?… Nosotros mismos,
adivinadores de enigmas por nacimiento, quienes esperamos por así decirlo sobre las
montañas, situados entre hoy y mañana y tendidos en la contradicción entre hoy y
mañana. Nosotros, primicias y primogénitos del siglo futuro, a quienes debieron haber
llegado ahora ya a la cara propiamente las sombras que han de envolver en seguida a
Europa, ¿en qué consiste, pues, que nosotros mismos, sin una justa participación en este
oscurecimiento, esperemos con ansia su llegada, sobre todo sin preocupación y sin temor
por nosotros? Puede que estemos aún demasiado bajo las consecuencias
inmediatas de este acontecimiento, y estas consecuencias inmediatas, sus
consecuencias, no son para nosotros, al contrario de lo que se pudiera esperar,
tristes y tenebrosas en absoluto, antes bien como una nueva especie de luz
difícil de describir, como una felicidad, un alivio, un recreo, un sustento, una
aurora… Efectivamente, nosotros, filósofos y «espíritus libres», ante la noticia de
que el «viejo Dios ha muerto», nos sentimos como iluminados por una nueva
aurora; nuestro corazón se inunda entonces de gratitud, de admiración, de
presentimiento y de esperanza. Finalmente se nos aparece el horizonte otra vez
libre, por el hecho mismo de que no está claro, y por fin es lícito a nuestros barcos
zarpar de nuevo, rumbo hacia cualquier peligro; de nuevo está permitida toda
COMENTARIO DE TEXTO