Didactica de Las Cs Soc Joan Pages
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JOAN PAGÉS
La finalidad de la didáctica de las Ciencias Sociales consiste, por tanto, en analizar las
prácticas de enseñanza, la realidad de la enseñanza de la geografía, la historia y las
otras ciencias sociales, sus finalidades o propósitos, sus contenidos y sus métodos,
para detectar y explicar sus problemas, buscar soluciones y actuar para transformar y
mejorar la práctica de la señal de los aprendizaje es. Por esta razón, la didáctica surge
y es válida para en el terreno mismo de la enseñanza, en la práctica de las a unas. La
práctica, la realidad de las aulas deben ser en opinión de Bronckart (1989: 59), el
centro, el corazón de los dos tipos de intervenciones que pueden hacer aumentar el
conocimiento didáctico: la que ubicación en la modificación de las prácticas. Para
teorizar las prácticas es necesario una toma de conciencia de la naturaleza de las
finalidades, explícitas e implícitas, de la enseñanza de las Ciencias Sociales y, sobre
esta base, identificar un conjunto de objetivos realistas, compatibles con el estado
general de enseñanza de cada disciplina. Se trata de conocer bien rizar el estado de las
prácticas actuales, en situación de clase, sus programas, sus métodos y sus técnicas
de evolución y analizar el grado de coherencia entre los objetivos definidos y las
prácticas efectivas. Por su parte en La modificación de las prácticas consiste en definir
y experimentar estrategias nuevas y diversificadas y evaluar su eficacia real.
Buena parte de la literatura y de las teorías curriculares tratan de las relaciones entre
estos dos polos del sistema curricular, ya que su naturaleza es determinante para
entender el valor político del currículum y su trascendencia como instrumento para la
mejora de la calidad de la enseñanza. En definitiva, las relaciones entre la teoría -el
diseño del currículum- y la práctica -la enseñanza- han constituido y constituyen el
aspecto más problemático de cualquier innovación, cambio o reforma curricular y han
generado teorías y modelos de intervención diferentes según se ponga más énfasis en
el predominio de un polo o de otro (el análisis de estas relaciones puede consultarse,
por ejemplo, en Can/Kemmis, 1988; Gimeno, 1988; Grundy, 1991; Kemmis, 1988,
Rozada, 1989). Asimismo han determinado las modalidades de formación inicial y
continua del profesorado y el papel de la didáctica en la solución de los problemas de
la práctica.
Si entendemos que el objeto de la didáctica son las interrelaciones que se producen -y,
por tanto, que se pueden observar, reconstruir y modificar- entre el profesorado, el
alumnado y el saber, comprenderemos que la influencia del currículum y de las teorías
en que se apoya es fundamental para la didáctica, pues es el currículum quien, en
primera instancia, determina qué saberes han de enseñarse y por qué, y sugiere quién
los ha de enseñar y cómo.
La hegemonía y la virtualidad de este modelo, sin embargo, hace años que ha sido
cuestionada por el profesorado más consciente de los problemas de la enseñanza de la
geografía, la historia y las demás Ciencias Sociales, que ha sido, sin duda, pionero en
la didáctica de las Ciencias Sociales. Este cuestionamiento ha encontrado cobijo en el
currículum práctico. Las relaciones que se establecen en el currículum práctico o
currículum como proceso social entre los tres elementos del sistema didáctico pueden
verse en el cuadro 2 .
Por lo que se sabe hasta ahora, el impacto del currículum práctico en la enseñanza de
las Ciencias Sociales ha sido desigual. En los países donde se ha analizado -como en
los Estados Unidos (por ejemplo, Fenton, 1991)-se ha comprobado que los esfuerzos
realizados en la elaboración de propuestas y materiales curriculares no han tenido los
resultados que se esperaban, entre otras razones, por el esfuerzo que su adecuación a
la práctica de cada aula representaba para el profesorado.
El reto que para el profesorado supone romper con la concepción curricular del modelo
técnico, (tener protagonismo en el diseño y en el desarrollo del currículum, cambiar y
adecuar la práctica para priorizar la formación del pensamiento del alumnado y la
acción más que la transmisión y la acumulación o el descubrimiento de conocimientos),
puede tener efectos positivos para la enseñanza de las Ciencias Sociales y puede
convertir el conocimiento histórico, geográfico y social en un conocimiento útil para los
estudiantes y para la sociedad. Para ello es necesario dar un giro copernicano a la
formación del profesorado en la línea de las teorías de Giroux (1988) -el profesor como
intelectual comprometido-. o Schün (1983)
¿Cuál ha sido y es el papel del profesorado ante el currículum y ante las propuestas de
cambiarlo? ¿Se le ha preparado para tomar decisiones sobre el contenido que enseña?
¿Se le ha enseñado a analizarlo y a cambiarlo cuando no produce aprendizajes?
Existen evidencias más que suficientes que demuestran que el profesorado es, en
última instancia, el responsable principal del éxito o del fracaso del currículum.
También existen evidencias sobre la virtualidad de las distintas teorías curriculares en
relación con el protagonismo y el papel que se otorga al profesorado para tomar
decisiones curriculares. Por tanto, ninguna reforma curricular puede hacerse a sus
espaldas a no ser que se pretenda a priori su fracaso.
En su revisión, Thornton analiza las investigaciones sobre las funciones curriculares del
profesorado en tres ámbitos: el significado que otorga a la enseñanza de las Ciencias
Sociales, la planificación y la instrucción.
En el primer ámbito, llega a las siguientes conclusiones: a) los criterios del profesorado
sobre las disciplinas sociales influyen en gran medida en la toma de decisiones sobre el
currículum y la instrucción; b) estos criterios influyen en la planificación y en el
currículum que realmente se imparte en clase; c) la mayoría de profesores tienen una
gran libertad para definir las Ciencias Sociales aunque no la ejercen e incluso no son
conscientes de poseerla; d) los expertos en Ciencias Sociales -los didactas, para
entendernos- y el profesorado atribuyen significados diferentes a las Ciencias Sociales;
y o hacen falta más investigaciones para saber cómo y. por qué el pro de una
determinada manera.
Para Thornton (1992) es inevitable el papel de controlador del currículum que tiene el
profesorado. De él depende lo que ocurre en clase y, por tanto, los aprendizajes que
realizan o dejan de realizar los alumnos. Por ello sugiere que la formación inicial y
continuada del profesorado ha de estar más relacionada con esta función pues sus
creencias sobre el significado de las Ciencias Sociales, de la geografía y de la historia,
determinan su planificación y su enseñanza. Considera que, en caso contrario, es
improbable que cambien las prácticas de enseñanza pues ninguna reforma ni ninguna
innovación puede ser impuesta en contra de la voluntad de quienes deben
materializarla. Sugiere la necesidad de repensar las relaciones entre los did actas y el
profesorado, y aconseja a los primeros a que se acerquen a los problemas reales de la
enseñanza a través de la propia enseñanza a fin de ayudar al profesorado a ``guardar
la posible" (1992: 74).
Entre los primeros destacan los siguientes: el hecho de estar entrenados para enseñar
diferentes asignaturas (geografía e historia del arte, además de historia), la
experiencia docente acumulada, el hecho que les guste enseñar historia, el
conocimiento que tienen de las dificultades de comprensión de aspectos claves de la
historia por parte del alumnado, la variedad de contenidos trabajados y la utilización
de métodos variados en clase. Entre los segundos, apunta: el escaso interés y
formación en cuestiones psicopedagógicas, el desanimo profesional, el temor de tener
que enseñar a alumnos de 12 a 14 años (por el bajo nivel de conocimientos que creen
que tienen), la identificación de los contenidos sólo como información y los problemas
que tienen en la planificación de sus clases. En relación con este último punto -
trascendental para el desarrollo del currículum y para la enseñanza-, la autora opina
que es donde pueden proveerse más problemas. Como posibles soluciones sugiere
algunas medidas de formación basadas en el paradigma del pensamiento del profesor
y en la investigación acción.
Por su parte, Blanco analiza los problemas relativos a la selección y organización del
contenido, a partir de una situación concreta -un estudio de caso- de enseñanza
aprendizaje de la Historia en el bachillerato. La autora rastrea las razones por las que
la práctica analizada es como es y, por eso, considera que se ha de implicar en la
práctica del profesor trabajando con él, y no para él. Una vez conocida su tarea
educativa, en su propio contexto, busca los marcos más amplios donde se generan y
tienen sus raíces gran parte de las ideas y actuaciones que se hacen presentes en las
aulas.
La aportación más importante de Blanco, que no saca conclusiones sino que plantea
dudas, problemas y cuestiones que hay que debatir y seguir estudiando, consiste en
haber aplicado una metodología cualitativa para informar sobre la realidad educativa
de una clase de Historia y sobre el pensamiento curricular del profesor. En su opinión,
``los estudios de casos permiten reflexionar sobre la enseñanza y posibilitan la mejora
de la práctica. Primero, y muy especialmente, ampliando el conocimiento de los
participantes al ofrecerles perspectivas complementarias a las suyas. (...) En segundo
lugar, y a través de la divulgación de los informes, se ofrece a otros docentes y
estudiantes un ``espejo" en que mirarse" (1992: 440). Por esta razón, sugiere pistas
sobre las claves de la transformación del conocimiento que realizan las escuelas y las
pone en relación con el currículum, el papel de los libros de texto, la investigación, los
especialistas y la formación del profesorado.
La Didáctica de las Ciencias Sociales es, sin embargo, una ciencia joven, con una
importante escasez de investigaciones y con un corpus teórico y conceptual débil y en
evolución. Estos hechos condicionan los programas de formación inicial y continuada
del profesorado. No tanto por no saber cuál debe su contenido sino,
fundamentalmente, por las formas y por las estrategias para lograr un cambio real en
las prácticas curriculares de los profesores que ya ejercen y una preparación de los que
se forman para que puedan ejercer como prácticos reflexivos y como intelectuales
comprometidos.
El papel de la didáctica y de los didactas en estas modalidades suele ser concebido por
el profesorado en ejercicio como el de una ciencia -o pseudociencia- teórica y el de
unos expertos alejados de los problemas de la práctica de la vida en las aulas. No se
establecen con facilidad puentes entre el mundo feliz de la teoría y el mundo complejo
y problemático de la práctica y, cuando se establecen, no suelen generar cambios
sustanciales ni en uno ni en otro ni ofrecen conocimientos teóricos sobre la práctica y
conocimientos prácticos desde la teoría. Son dos mundos que conviven ignorándose.
Los saberes que enseña el profesor, las razones por las que los elige, la manera como
los transmite o los presenta a sus alumnos, los materiales que utiliza, los problemas
que detecta en el aprendizaje del alumnado, la forma como los evalúa, etc... son
aspectos que deberían estar presentes en los programas de formación continuada del
profesorado. Son problemas prácticos sobre los que el profesorado puede y ha de
aportar sus conocimientos y sobre los que la didáctica puede y ha de aportar el
resultado de sus reflexiones e investigaciones.
La preocupación, hoy, de buena parte de los didactas de las Ciencias Sociales y de los
formadores del profesorado es, sin duda, el conocimiento que poseen los profesores y
cómo lo utilizan en sus clases, de tal manera que se puede afirmar que el conocimiento
de los profesores se ha convertido en el centro de cualquier reforma educativa
(Palonsky, 1993). Averiguar qué enseñan y cómo lo enseñan, con qué problemas se
encuentran, qué preparación necesitan y cómo deben adquirirla, está generando un
creciente volumen de investigación que va a beneficiar a la didáctica y
fundamentalmente a la práctica (véanse, por ejemplo, los trabajos dedicados a la
formación del profesorado de estudios sociales en The International Journal of Social
Education, vol. 7, Nº 3 o los trabajos coordinados por Brophy sobre el mismo tema en
Advances in Research on Teaching, vol. 4).
Sus objetivos consisten en que cada profesor o profesora: a) reflexione sobre su estilo
de enseñanza, b) compare y analice, en pequeño grupo, los estilos que presenta Evans
en sus investigaciones y c) debata, en gran grupo, las características de los principales
estilos de enseñanza en historia y las posibilidades de modificarlos o cambiarlos.
-el estilo o método de enseñanza utilizado con más frecuencia en las clases y
las razones por las que se ha optado por este estilo o método (el cómo
enseñar)
-la opinión que creen que tienen sus alumnos o alumnas de sus clases y de la
asignatura;
-la descripción y valoración que creen que haría un observador externo -un
compañero o compañera de profesión de sus clases.
La última actividad consiste en debatir y analizar las relaciones que existen entre los
métodos de enseñanza y las estrategias de aprendizaje con las concepciones del valor
educativo de las disciplinas del área y la necesaria coherencia entre la naturaleza
epistemológica del conocimiento social, su enseñanza y su aprendizaje.
Los resultados de esta estrategia me indican que el profesorado está mucho más
dispuesto a compartir sus problemas, a dialogar y confrontar sus opiniones sobre su
enseñanza con el didacta que en otras modalidades de formación que he
experimentado. Utilizada como punto de partida me ha permitido plantear,
posteriormente, el análisis de problemas de enseñanza y aprendizaje de contenidos
concretos como, por ejemplo, el tiempo histórico, la causalidad, el relativismo
interpretativo o la utilización de fuentes primarias en la enseñanza y sugerir y debatir
proyectos de intervención en la clase.
¿Hasta qué punto experiencias de este tipo e investigaciones como las que he citado
son útiles para hacer progresar el conocimiento en la didáctica de las Ciencias
Sociales? ¿Constituyen elementos que puedan algún día formar parte de una
epistemología de la didáctica de las Ciencias Sociales que ``discipline" este campo de
problemas? Las respuestas no me corresponde plantearlas ahora. En cualquier caso,
creo, con Camilloni (1994: 26) que ``si el objeto de la didáctica, la enseñanza de las
Ciencias Sociales, se presenta como una labor de extrema complejidad cuando se la
encara seriamente, la construcción de una didáctica de las Ciencias Sociales, esto es,
de una teoría de la enseñanza de las Ciencias Sociales, se revela doblemente
intrincada", pero no imposible. En el largo camino que nos queda por hacer no sobra
nadie ni nadie es imprescindible pero sí es necesario, como señala Rozada (1992), que
no se restrinja el pluralismo, la confrontación, el debate y, en definitiva, la democracia,
objetivos que, a mi entender, persigue, en última instancia, tanto la enseñanza de las
Ciencias Sociales como su didáctica.
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