Conciencia Universo y Mecanica Cuantica
Conciencia Universo y Mecanica Cuantica
Conciencia Universo y Mecanica Cuantica
carencias de la realidad
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17/11/2008
Hoy en día es imposible entender no sólo la ontología del mundo físico, sino también la
del mundo viviente y humano, o sea, entender la ontología del universo, de la vida y del
hombre (la conciencia), sin hacerlo de acuerdo con la imagen de la realidad que nos ha
propuesto la mecánica cuántica. Para Ramón Lapiedra esta imagen cuántica nos lleva a
entender que, detrás de nuestras experiencias o medidas experimentales, se esconde una
enigmática realidad cuántica “con carencias de realidad” que excluye el determinismo
absoluto. Serían, tal vez, “carencias” de “realidad mecano-clásica”, pero, al mismo
tiempo, “nuevas formas” de “realidad mecano-cuántica”.
1) Tiene una línea argumental sencilla expuesta con una extraordinaria claridad y
precisión conceptual que ayudarán a muchos lectores; no es fácil encontrar libros
similares con este nivel de acierto al hablar de cosas que son por su propia naturaleza
muy complejas. 2) Cuando el curso de la explicación desemboca en aquellas cuestiones
más discutidas que hacen más enigmática y desconcertante la mecánica cuántica, aun
manteniéndose en una línea de interpretación ortodoxa, sus propuestas explicativas
abundan en sentido común, sensatez y hacen el mundo cuántico intuitivamente
congruente con nuestra experiencia. 3) Además, y esto es en nuestra opinión muy
importante, se trata de un esfuerzo conceptual que con toda honestidad y sencillez lleva
la explicación y sus consecuencias científicas hasta donde su propia lógica exige,
tocando con ello en toda su profundidad las grandes cuestiones de la filosofía.
Esta, en efecto, representa hoy nuestro conocimiento científico del sustrato más
fundamental y primigenio que constituye el universo. Esta materia es la que se produjo
cuando nació el universo y la que sigue dándose en el fondo profundo de los objetos
macroscópicos. Por tanto, el macrocosmos, el universo, y todos los objetos
macroscópico-clásicos que contiene, accesibles a la experiencia, incluida la conciencia y
su libertad, han sido producidos desde el microcosmos, o mundo germinal de la materia.
Así, tanto el universo como los objetos macroscópico-clásicos en su interior son una
consecuencia de la organización compleja, dada en el tiempo, de la materia, según su
naturaleza y propiedades ontológicas. Por tanto, si la mecánica cuántica representa
nuestro conocimiento actual de la materia microfísica es en ella donde la ciencia deberá
hallar el fundamento para responder (en cuanto podamos) al enigma del universo, al
alcance y modo de entender y valorar el determinismo natural y, por último, al grado de
“realismo” que podamos atribuir al fondo que sustenta nuestro mundo perceptivo de
experiencia.
El profesor Lapiedra, en consecuencia, debe construir la línea argumental que le lleve a
responder las grandes cuestiones planteadas desde la mecánica cuántica. La ciencia
moderna no nos permite otro punto de partida. Y para ello comienza exponiendo
conceptualmente los principios básicos de la imagen de la realidad física en la mecánica
cuántica; todo depende, según lo dicho, de esta imagen (capítulos 1 y 2). En el paso
siguiente aborda Lapiedra, en consecuencia, qué respuesta puede darse a la cuestión del
determinismo y del realismo (capítulo 3). El problema del determinismo debe estudiarse
de forma especial cuando nos referimos a la vida biológica en general y a la vida
humana. Estamos ya ante el hecho de la conciencia (nuestra experiencia de libertad) y
su posible explicación, que Lapiedra entiende también como una derivación
macroscópica de esas mismas propiedades de la mecánica cuántica (capítulo 4). Por
último, cuando entramos en el conocimiento del origen del universo nos hallamos
también en una situación en que sólo los principios de la mecánica cuántica permiten
hacer hipótesis y supuestos congruentes (capítulo 5).
[u]
La imagen cuántica del mundo[/u]
Lapiedra ofrece una visión congruente del mundo cuántico que presenta sus propias
opciones interpretativas que como él mismo dice, aun siendo ortodoxas, quizá no sean
admitidas por todos. Como antes decíamos, su explicación no sólo es defendible, sino
que, a nuestro entender, está respaldada por su congruencia con el mundo de
experiencia inmediata. Con toda brevedad sinteticemos ahora algunas de las ideas que
Lapiedra expone, sin duda, con mayor amplitud y precisión. A él nos referimos para
suplir nuestras imprecisiones expositivas. Los errores son, evidentemente, nuestros.
2) Superposición de estados. Esto nos hace ver que el estado microfísico de un sistema
cuántico descrito por su función de onda puede coincidir con una multitud de estados
propios de esa función (cuando se concretiza en un valor u otro de sus magnitudes). El
principio de dualidad corpúsculo-onda nos dice que el sistema cuántico puede
comportarse como una onda o como una partícula. En general se dice que los sistemas
cuánticos presentan “superposición de estados” y por consiguiente la función de onda
está compuesta por una variedad de estados posibles, ninguno de los cuales se ha
realizado, y que es igual a la suma (superposición) de los estados propios. Así, la
partícula (vg. un electrón) está en todas sus posibles ubicaciones dadas por la función de
onda y no está en ninguna; tiene sus posibles localizaciones superpuestas. La mecánica
cuántica entiende, como sabemos, que el valor de |Psi|2 representa la probabilidad de
encontrar la partícula en unos determinados valores espacio-temporales dentro de la
función de onda.
3) Colapso de la función de onda y medida. La expresión mecano-cuántica “colapso de
la función de onda” se usa para decir que un estado cuántico de superposición (de
indeterminación en cuanto a un cúmulo de posilidades) queda concretado a una de ellas:
el tránsito desde la superposición a la concreción de un valor preciso es el “colapso”.
Así, la onda, que está superpuesta en relación a un abanico de localizaciones posibles
como partícula, se colapsa en una de ellas cuando lo hace en un punto. Este colapso es
el que se produce cuando sobre el sistema cuántico se realiza una medida por una
estrategia invasiva dirigida desde el mundo macroscópico (el observador). Muchos
teóricos entienden que sólo en el proceso de la medida se produce el colapso. Pero el
profesor Lapiedra defiende una interpretación natural más amplia del colapso. Al
margen de observadores y medidas, el fondo cuántico del mundo natural está por sí
mismo en continuas trasiciones reales entre los sistemas cuánticos y continuamente se
producen colapsos que pueden trasmitir sus efectos hacia el mundo macroscópico.
5) Indeterminación y probabilidad. Todo esto nos hace entender que el mundo cuántico
está indeterminado: no es posible predecir (en función de un conjunto de causas
precedentes) qué valores de la medida producidos en el colapso van a hacerse realidad.
Las interacciones de los sistemas cuánticos entre sí y de estos con los macroscópicos va
creando continuamente multitud de incertidumbres en la evolución del universo. En este
sentido la evolución del mundo no refleja una partitura preestablecida sino que es
“creativa”, al elegir continuamente unos valores precisos de entre un conjunto de
posibilidades superpuestas que nunca llegarán a ser realidad, tal como expone el
profesor Lapiedra. Es, por tanto, entendible que la mecánica cuántica describa siempre
la evolución de los sistemas cuánticos por medio de conceptos y de fórmulas
probabilísticas.
Colapso en la mente del observador. Lapiedra rechaza también la teoría que se conoce
como “idealista” (Wigner) de la mecánica cuántica. Según Lapiedra. si no existieran
“observadores”, el mundo real seguiría siendo como es: el universo macroscópico
seguiría donde está con el bullir interactivo de los colapsos y superposiciones en su
ontología cuántica profunda. La teoría de los muchos mundos y la versión idealista son
discutidas por Lapiedra en el marco de un amplio análisis del experimento imaginario
del “gato de Schroedinger”, que consideramos en extremo acertada.
[u]Determinismo y realismo[/u]
Las grandes cuestiones de fondo abordadas por el profesor Lapiedra eran, recordemos,
el origen y naturaleza del universo, el determinismo y el realismo. Por consiguiente,
según la imagen del mundo en la mecánica cuántica (que nos dice qué es la ontología
profunda de la realidad), ¿qué podemos pensar del determinismo y del realismo? En
ambos casos, nuestra manera de pensar está intuitivamente influida por la imagen del
mundo macroscópica, mecano-clásica, y en ella se impone una forma de ver tanto el
“determinismo” como el “realismo”. La imagen cuántica nos obliga, sin embargo, a
matizar.
2) Realismo. Queda fuera de toda duda que Lapiedra no considera apropiada una
interpretación idealista de la mecánica cuántica. La realidad cuántica está ahí,
objetivamente y al margen de cualquier observador; Lapiedra defiende, pues, una
interpretación “realista” del mundo cuántico (aunque sin llegar al “hiperrealismo” que
supondría admitir la existencia real de los “muchos mundos” de Everett). Sin embargo,
la mecánica cuántica supone admitir la existencia de posibilidades “superpuestas” que
nunca llegaron, ni llegarán, a ser “realidad”. Por eso, al mundo cuántico cabe atribuirle,
en expresión de Lapiedra, ciertas carencias de realidad. Se entiende perfectamente lo
que Lapiedra quiere decir, pero, no obstante, cabría pensar si, con más acierto, no se
debería hablar de que la mecánica cuántica nos descubre “nuevas formas de realidad”.
Serían “carencias” de “realidad mecano-clásica”, pero, al mismo tiempo, “nuevas
formas” de “realidad mecano-cuántica”.
Ha existido, y sigue existiendo, una explicación determinista del hombre (y por ende de
los seres vivos) en el marco causal de la mecánica clásica. Las nuevas teorías
computacionales del hombre han supuesto hoy una versión renovada de ese
determinismo, por cuanto la conducta humana estaría producida por el sistema biológico
entendido como computador neuronal que procesa la información y emite las respuestas
deterministas de acuerdo con programas que responden a la evolución natural.
Por consiguiente, ¿dónde hallar un soporte físico apropiado para explicar la conciencia
y la libertad? Lapiedra entiende que este soporte podría estar (e incluso cabe suponer
que debe estar) en la ontología cuántica de la realidad física de que están hechos
nuestros cerebros. Opta, pues, sin ambajes y con toda honestidad, por la línea de
pensamiento que hoy podríamos llamar “neurología cuántica”.
“Es nuestro hardware, el cerebro, nos dice Lapiedra, el que amplificando hasta niveles
macroscópicos las fluctuaciones cuánticas nos convierte, a los humanos, en unos seres
no totalmente predecibles, en contra de lo que establecería nuestra reducción a un mero
software clásico, por más sofisticado que sea” (179). Este indeterminismo viviente de
origen cuántico no sólo se aplicaría al hombre, sino también al mundo viviente en
general.
Como antes veíamos, la indeterminación cuántica podría ser discutida por la apelación a
un fondo de “variables ocultas” que permitiera explicar una última causalidad
determinista de las fluctuaciones cuánticas y de los colapsos. Sin embargo, la violación
de las desigualdades de Bell parece finalmente obligarnos a aceptar el indeterminismo
ontológico real del mundo cuántico. También en relación al mundo de la libertad-
conciencia podría arguirse una causalidad determinista, abierta como posibilidad no
descartable. Por ello, Lapiedra propone una vía que pudiera servir de experimento
crucial para descartar que la explicación de la libertad-conciencia pudiera ser clásica
(determinista) y no cuántica (indeterminista). Por ello, sugiere que esta vía quizá
pudiera consistir en hallar algo parecido a lo que son las desigualdades de Bell para el
mundo físico, pero aplicables al mundo neurológico. Su violación permitiría concluir la
existencia ontológica real de un indeterminismo neuronal.
[u]Perspectivas abiertas[/u]
Las reflexiones expuestas por el profesor Lapiedra llegan hasta ciertos límites
probablemente establecidos para mantener una extensión apropiada del texto. Sin
embargo, el hilo argumental deja abiertas una serie de perspectivas de gran interés.
Hubiera sido enriquecedor conocer el acertado juicio de Lapiedra sobre ellas.
Destacaríamos las siguientes.
Esta propiedad (esencial para explicar la emergencia evolutiva del “sujeto psíquico”)
podría quizá ser explicada por ciertas propiedades “campales” de los sistemas cuánticos:
esto permitiría conectar con la presencia de la materia bosónica, la coherencia cuántica
y los efectos EPR. Muchos autores, en efecto, han planteado estos problemas, con
propuestas variadas, y hubiera sido muy interesante conocer el criterio valorativo del
profesor Lapiedra.
Pero esta hipótesis básica de la neurología cuántica nos lleva a una pregunta más
concreta: ¿qué procesos cuántico-neuronales precisos causan entonces la
indeterminación y el holismo de la conciencia, y cómo se trasmiten sus efectos a la
neurología macroscópica? Como sabemos, responder esta pregunta no es fácil y la
llamada hipótesis de Hameroff-Penrose es hoy la propuesta más compleja y elaborada.
La hipótesis cuántica básica no implica estar a favor de la hipótesis Hameroff-Penrose,
o no poderla discutir o matizar. Lapiedra cita varias veces a Penrose con respeto, pero
no entra en la valoración de sus hipótesis sobre el psiquismo. Creemos que también aquí
hubiera sido enriquecedor conocer el criterio valorativo del profesor Lapiedra.
Lapiedra expone los problemas planteados a una explicación clásica del origen del
universo y, de nuevo, sólo la mecánica cuántica puede suministrar un marco conceptual
apropiado. En resumidas cuentas el origen habría que situarlo en una fluctuación
producida en una dimensión real conocida como “vacío cuántico”. La creación (o
autocreación) no se habría producido desde la nada y, por ello, no tiene sentido la
pregunta por el “qué había antes”. Siempre ha existido algo y no tendría sentido pensar
que de la “nada” pueda producirse algo.
“El lector se equivocará si piensa que las fluctuaciones cuánticas del vacío son meras
especulaciones de teóricos ociosos: algunos efectos de esas fluctuaciones se manifiestan
experimentalmente con una precisión extremada”. “De todas maneras, no son estas
creaciones efímeras de energía, inducidas por las fluctuaciones cuánticas del vacío, lo
que se necesita para crear nuestro Universo, dado que, como se ha dicho antes, la
energía total de éste es justamente cero. Al lado, sin embargo, de la creación de
paquetes de energía positiva, aquellas fluctuaciones pueden crear también, con una
determinada probabilidad, estructuras físicas de energía con un contenido de radiación y
de materia, más un campo gravitatorio, compensados entre sí de manera que la energía
total sea nula. Unas características que este sistema físico primigenio compartiría con el
universo actual. Por ese camino, a la hora de pensar el origen del universo, renunciamos
claramente a la noción de una nada absoluta, lo que nos librará de la extrañeza de un
universo que saldría de esa nada para pasar acto seguido a ser alguna cosa”.
“Llegamos al final de nuestro recorrido, nos dice Lapiedra: esta ha sido la historia de un
Universo que, con su espacio tiempo como escenario, surgió presumiblemente de una
fluctuación de la espuma cuántica primigenia, donde no había ni espacio ni tiempo. Un
tipo de fluctuación de energía total nula que ha preservado hasta hoy esa nulidad, de
acuerdo con el principio de la conservación de la energía total. Desde entonces este
mundo nuestro se ha ido expandiendo, en un corto intervalo temporal remotísimo, muy
rápidamente y después hasta ahora a un ritmo bastante más sosegado. Durante todo ese
tiempo, desde la creación primigenia hasta ahora mismo y en el porvenir, el mundo
continua con su tasa regular de autocreación relativa, anclada en las fluctuaciones
cuánticas del mundo microscópico, aquí y allá amplificadas macroscópicamente”.
Esta consideraciones teístas no son del profesor Lapiedra, sino nuestras. El cristianismo
ha hablado, en efecto, de la creación ex nihilo (de la nada) como algo externo a Dios,
pero la creación se produce desde el supuesto de la ontología divina preexistente. Por
otra parte, el teísmo cristiano actual no pretende llegar, ni por la ciencia ni por la
filosofía, a una “demostración” impositiva de que Dios es el Creador del universo. Esta
racionalidad impositiva no sería fácilmente compatible con un universo cristiano
pensado para la libertad (por ejemplo, en el sentido del “principio antrópico cristiano”
de George Ellis).
¿Por qué existe un universo absoluto y eterno y no, más bien, la nada? ¿Por qué existe
Dios y no, más bien, la nada? ¿Por qué la materia es capaz de producir la sensibilidad y
la conciencia, y no, más bien, puros sistemas robóticos deterministas? Nuestra razón, ni
científica ni filosófica, puede responder estas preguntas. La razón debe atenerse a los
hechos, cuya existencia se constata aposteriori, y tratar de encontrarles una explicación
suficiente.
Ese vacío cuántico, mar holístico de energía de fondo, orden implícito …, tal como ha
sido conceptualmente construido por la mecánica cuántica, podría abrirnos a una
misteriosa “metarealidad”, que quizá pudiera estar bien descrita por las especulaciones
de la teoría de cuerdas y que quizá hubiera podido producir multiuniversos generados en
infinidad de fluctuaciones cuánticas; universos especulativos que incluso probablemente
nunca podríamos comprobar que existen. Esta metarealidad eterna no-divina sería el
fondo que explicaría la existencia, al menos, de nuestro universo.