Politica de Masas

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Bravo Maya Fátima Lucero

24/03/20

“La Política De Masas Del Cardenismo”.


Arnaldo Córdova

Una de las características esenciales que definen al Estado mexicano lo es, sin
duda alguna, su política de masas, en la que se funda su poder sobre la sociedad
y la cual, es un resultado histórico de la gran conmoción política, económica y
social que constituyó la Revolución Mexicana de 1910-1917. Ella ha determinado
siempre la extensión del poder del Estado y su éxito o su fracaso en el gobierno
del país; la eficacia del Estado como rector de la vida económica y social de
México ha estado siempre en relación directa con la eficacia o el deterioro de su
política de masas o, dicho de otra manera, con el control y el ascendiente del
Estado sobre y en el seno de las amplias capas de la población trabajadora de las
ciudades y del campo.
La reorganización del partido oficial, con el objeto de convertirlo en el partido de
los trabajadores y que Cárdenas comenzó a impulsar, desde septiembre de 1936,
mediante las famosas "consultas" a los trabajadores para elegir candidatos a
diputados, fue vista por todo el mundo como la formación, "en las condiciones de
México", del frente popular de obreros, campesinos, soldados y clases medias.
Dentro de cada sector, y de manera igualmente aislada y desvinculada, los
verdaderos sujetos políticos venían a serlo las organizaciones de masas
constitutivas del partido. En el sector obrero, en aquel tiempo: la Confederación de
Trabajadores de México (CTM), la Confederación Regional Obrera Mexicana
(CROM), la Confederación General de Trabajadores (CGT), el Sindicato Industrial
de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana
(SITMMSRM) y el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), siendo la CTM la
agrupación que reunía a la mayoría aplastante de los trabajadores organizados y
la que, en realidad, decidía la política del sector.
La CTM es también ejemplar, típica, por el control de masas que ejerce y por el
poder de que disfruta en el contexto de la política nacional. Después de las
grandes luchas que entabló durante los años treinta bajo el liderazgo de
Lombardo. Ahora bien, en ese enorme y disperso aparato de dominación, la
verdadera ciudadela del poder de la actual dirigencia cetemista lo es la Federación
de Trabajadores del Distrito Federal, considerada como el "nervio vital”. La CTM
resulta también la organización típica del sistema corporativo mexicano por la
naturaleza de la dominación que la propia organización proporciona, y esto es algo
que, en lo esencial, se debe, asimismo, a la experiencia política del cardenismo.
La autoridad conquistada por la organización en el seno de la clase obrera sirvió
como plataforma para llevar a término la integración del movimiento sindical al
sistema político: habiéndose engullido a la clase la organización cobró vida
independiente. Desde entonces el movimiento organizado sustituyó en el lenguaje
político a la clase obrera, al grado de que los trabajadores no organizados dejaron
prácticamente de existir a los efectos de cualquier acción política que se planteara.
Los principales pilares de la organización política nacional entre ellos la gigantesca
estructura de dominación que pesa sobre las masas trabajadoras. Ella determina
no sólo la política del Estado, sino también la política de las fuerzas que se
encuentran en oposición al Estado mismo; ella explica el porqué de las
dimensiones colosales del poder político imperante y también las razones de los
continuos fracasos de la oposición para imponer su presencia.
Las organizaciones siempre han sido muy minoritarias en el conjunto de las masas
trabajadoras: sus efectivos, sea en la ciudad sea en el agro, jamás han rebasado
el 30 por ciento de la población económicamente activa ocupada; sin embargo,
quienes realmente hacen política son las organizaciones. De manera que, en una
primera acepción, mayoría se refiere a los sujetos políticos que tienen una
existencia real; minoría a todos aquellos elementos sociales que no existen para la
política o que están marginados de ella. Un caso ejemplar de lo dicho lo constituye
el Partido de Acción Nacional (PAN), un partido de derecha que, paradójicamente,
fue organizado en 1939 para competir con el gobierno en el terreno de la lucha de
masas, pero sin proponerse el dar la batalla por las organizaciones de masas.
Mejor papel que el de la derecha es, sin duda y por lo menos en ciertos periodos,
el que ha hecho la izquierda. Desde fines de los años veinte echó profundas
raíces en el movimiento obrero, y aquéllas que fueron las organizaciones clave en
el proceso de unificación que se desarrolló durante la crisis de 1929-1933, en
especial los grandes sindicatos de industria que se formaron entonces (de
ferrocarrileros, mineros y azucareros, sobre todo), estuvieron animadas en gran
parte por destacamentos políticos de izquierda, principalmente comunistas, que
desde entonces dejaron en aquellas organizaciones un sello progresista y
revolucionario.
La historia de la izquierda en el movimiento sindical mexicano ha dejado una
huella profunda también en la política laboral oficial. El que la dirigencia obrera
oficialista sea tan franca y rabiosamente anticomunista sólo puede explicarse
porque el único enemigo de consideración que ha tenido, por lo menos en
determinados momentos, ha sido la izquierda sindical. Es también a raíz de las
experiencias de la insurgencia sindical de la presente década que la izquierda
comienza a evaluar en toda su magnitud otra gran enseñanza del movimiento
ferrocarrilero y es que no hay lucha sindical que no se convierta, sin solución de
continuidad, en un movimiento político que desemboca, irremediablemente, en un
enfrentamiento con el orden político establecido. De esta manera, la izquierda
comienza a estimar en todo lo que vale la lucha reivindicativa de las masas y a
arrinconar fórmulas dogmáticas que nada tienen que ver con nuestra realidad.
Para el régimen político mexicano siempre fue un grave problema digerir dentro de
sus estructuras a la oposición de izquierda, sobre todo porque ésta, por su propia
naturaleza, tendía a competirle violentamente en el terreno en el que aquél tenía el
fundamento de su dominio: la Lucha de masas. Durante los años cincuenta fue un
gran avance el contar con una oposición de izquierda legalizada en el Partido
Popular (PP) de Lombardo, que luego se convirtió en el Partido Popular Socialista
(PPS). Aparentemente, un riesgo previsto es la competencia con la izquierda en el
terreno de la lucha de masas. Pero ésta es una incógnita que, desde luego, no
será la contienda electoral sino el movimiento mismo de las masas el que la
despeje, sobre todo, por la actitud que frente a él adoptará el gobierno. En todo
caso, la responsabilidad de la izquierda es colosal y mal hará si no se apresta a
dar la lucha, además de en las casillas, con organizaciones de masas, así sean
las muy pequeñas y endebles que el movimiento sindical independiente ha venido
poniendo en pie con tantos sacrificios y penalidades en los últimos años. Debe
establecerse con la mayor claridad que la izquierda no tiene más que una vía
institucional para consolidarse y desarrollarse y es la que proporciona la
organización de masas.
Al intensificarse la movilización de los trabajadores, el gobierno de Echeverría
impuso una solución que a la larga acabaría limitando y, finalmente, liquidaría la
acción independiente de los electricistas. En efecto, el 26 de septiembre de 1972,
bajo supervisión del presidente Echeverría y del director de la CFE, José López
Portillo, el STERM y el SNESCRM se fundieron en una nueva organización, el
Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana
(SUTERM); esperando que en este nuevo sindicato los problemas se resolvieran
por mayoría y visto que la mayoría, por lo menos hasta ese momento la
representaban los efectivos del antiguo SNESCRM, el gobierno consideró
finiquitada la cuestión de la división electricista. Muy pronto se vio que ésta
quedaba lejos de ser resuelta. Una nueva fase de lucha se abrió entonces. La
Tendencia Democrática en todo momento buscó soluciones negociadas al
conflicto, preconizando las vías democráticas internas del sindicato para que el
conjunto de los electricistas se pronunciara sobre el conflicto mismo y se
reconstruyera la unidad de la organización. La izquierda, principalmente la
izquierda grupuscular, volvió a demostrar su incapacidad para la lucha de masas,
impidiendo que de la reunión surgiera una auténtica opción para los trabajadores
que luchan por reconquistar sus organizaciones.
En realidad, la reivindicación de la democracia sindical, la bandera tradicional de la
izquierda en la lucha de masas, constituye el fundamento principal del programa.
En ella se compendian todos los problemas que en esta etapa histórica enfrentan
las masas trabajadoras y de ella partirá, indefectiblemente, toda reorganización de
la sociedad que busque implantar el socialismo en México, y esto por la sencilla
razón de que sin una clase obrera libre y beligerante políticamente, no hay lucha
por el socialismo. La causa fundamental de que jamás se haya dado en México un
funcionamiento realmente democrático de los sindicatos radica en la
impresionante dispersión del movimiento obrero y en su atraso ideológico.
La importancia fundamental que la clase obrera misma ha cobrado en el escenario
nacional desde hace ya cerca de seis décadas; por el hecho de que no hay en
nuestra sociedad ninguna fuerza capaz de impulsar una verdadera transformación
política, económica y social de México como la clase obrera; porque el sistema de
dominación que padece el pueblo mexicano se funda ante todo en la dominación
de la clase obrera, por todo ello, la reorganización independiente y democrática de
esta clase se ha vuelto, desde hace mucho tiempo y sin hipérbole, el más alto
interés de la sociedad en su conjunto. Esta perspectiva de lucha y el papel
fundamental que en ella desempeña la organización de clase del proletariado, el
sindicato, no puede por más de poner a la orden del día la vieja cuestión de la
organización política de la clase obrera, que durante mucho tiempo ha sido la
principal preocupación de la izquierda mexicana, pero que todavía se sigue
debatiendo en términos puramente abstractos. La Lucha política en México es una
lucha de masas organizadas. Jamás volverá a ser política de ciudadanos, fúndese
o no en el control de la clase obrera. Suponiendo, como no lo dudamos, que la
clase obrera un día romperá las cadenas organizativas que hoy la mantienen
postrada, la lucha por el poder político será, fatalmente, una lucha de masas; en
este sentido, no puede haber retrocesos.
Ningún partido está hoy en condiciones de desempeñar el papel esencial que
juegan los sindicatos. En estos momentos un sindicato verdaderamente de clase
es más importante que mil partidos que no cuenten con un sólo sindicato. Es en el
sindicato donde está la clase obrera, por lo menos la que existe, es decir, la clase
obrera organizada; sin ella no hay nada que hacer en política. El sindicato es el
instrumento de la dominación política que pesa sobre la clase obrera. Pero es,
asimismo, el único espacio social en el que la lucha de los obreros por su
liberación puede tener algún resultado tangible y, debe decirse, el único espacio
también en el que la lucha de la izquierda tiene un significado digno de tomarse en
cuenta. No hay futuro para la izquierda fuera de la organización sindical. En
realidad, no lo hay para ningún sector social, partido o individuo que quiera dedicar
sus esfuerzos a la política y a la transformación de nuestro país. Pero es evidente
que a ninguna fuerza con cierta presencia en la política mexicana habrá de
beneficiar, como a la izquierda, la lucha del proletariado por su organización de
clase.

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