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6/4/2020 “El Tao de la ecología”: La ecología es emocional - nosolocine

“El Tao de la ecología”: La ecología es emocional


JLP jose julio 28, 2014 Ecología, Libros, Revistas Leave a comment

Afortunadamente, la “biblia” del ecologismo, “El Tao de la ecología”, la obra maestra del desaparecido
Edward Goldsmith, vuelve a estar disponible. Lo podréis encontrar en www.theecologist.net De esa obra
imprescindible extraemos uno de sus capítulos, que nos urge a tener una relación con la Naturaleza
emocional y no “científica”, capítulo muy adecuado para este monográfico dedicado a ecología
contemplativa. Goldsmith le pide a la sociedad que vuelva a tener una de la Naturaleza surgida de sus
sentimientos, de sus emociones, y no de consideraciones científicas y/o económkicas.

Un fisiólogo no es un hombre común: es un científico, poseído y absorbido por la idea científica que persigue. No
escucha los gritos de los animales, no ve la sangre que derraman, solo ve un organismo en el que se oculta el
problema que él busca resolver

Claude Bernard

La razón es esclava de las pasiones y así debe ser

David Hume

La razón surge de la amalgama de pensamientos racionales y sentimientos. Si separamos ls dos funciones, el


pensamiento se deteriora en actividad intelectual esquizoide y el sentimiento en pasiones neuróticas perjudiciales
para la vida

Erich Fromm

Las personas necesitan algo más que entender sus obligaciones hacia los demás y la tierra: también necesitan
sentirlas

Wendell Berry

Los naturalistas del siglo XIX no tenían vergüenza de ser emotivos en sus descripciones de la naturaleza. Esto es
particularmente visible en el gran geólogo y naturalista alemán Alexander von Humboldt. Charles Darwin, admirador
de Humboldt, se refirió a las selvas de Brasil en el mismo tono, en una carta al profesor Henslow: “Aquí vi por primera
vez una selva tropical en toda su sublime grandeza… sólo la realidad puede darnos una idea de cuán maravillosa y
magnífica es… Antes admiraba a Humboldt, ahora prácticamente lo adoro; sólo él transmite alguna noción de los
sentimientos… cuando se interna por primera vez en el trópico”. (Darwin C., 1952, p. 39 cit., WORSTER, 1977, p.
137)
Esto está muy lejos de la aproximación distante, impersonal, “objetiva” de los científicos actuales, para quienes, en
palabras de Donald Worster, la selva tropical no es sino: “Un recurso a cartografiar y disecar, cuyos componentes se
clasifican y catalogan, cada vez más, para beneficio de alguna organización que sólo se interesa en su potencial

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utilitario” (Worster, 1977 p. 137).

CIENCIA MODERNA
La ciencia moderna ha prohibido las emociones. Es la consecuencia inevitable
de decretar que el conocimiento científico debe ser objetivo, un decreto vano,
pues el ser humano, por su propia naturaleza, es incapaz de producir
conocimiento objetivo, del mismo modo que es incapaz de producir
conocimiento objetivo, del mismo modo que es incapaz de suprimir
efectivamente sus emociones. Michel Polanyi (POLANYI M. 1978, p. 134)
habla del “abrumador regocijo que sienten los científicos cuando hacen un
descubrimiento, un regocijo que sólo un científico puede sentir y que sólo la
ciencia puede evocar en él”. Cita como ejemplo el júbilo de Kepeler al descubrir
su Tercera Ley: “Nada me retiene —escribió-. Daré rienda suelta a mi furia
sagrada”.
Los científicos exhiben el mismo grado de pasión en sus diatribas contra
quienes atacan sus creencias o amenazan su “estructura cognoscitiva”. Contra estos críticos se han montado
verdaderas cazas de brujas, comparables a las que la Iglesia medieval dirigió contra los partidarios de las nuevas
herejías. Tomemos como ejemplo la caza de brujas desatada contra Rachel Carson, quien se atrevió a sugerir que
los pesticidas sintéticos, cuyo desarrollo en la década del cuarenta era considerado uno de los grandes logros
científicos del momento, provocaban más daños que beneficios y deberían ser dejados de lado (CARSON; 1962, cit.,
GRAHAM, 1980, p.75). El mensaje de Rachel Carson resultó sin duda muy subversivo y mucho más de lo que los
científicos podían asimilar: la reacción fue rápida y virulenta. William B. Bean escribió en Archives of Internal
Medicine que, desde un punto de vista científico, Primavera silenciosa era un cúmulo de “patrañas” (BEAN, cit.,
GRAHAM, 1980, pp.75-77). Los límites del crecimiento (el primer informe del Club de Roma escrito por Donella y
Dennis Meadows) (Ver Medows, 1972) también encendió las hogueras. Fue denostado porNature y Science, las dos
principales revistas científicas del mundo de habla inglesa, y por Lord Zuckerman, por entonces director de ciencias
del gobierno británico, como “especulación arbitraria” e “insensatez” (Ver ZUCKERMAN, 1972).

LA HISTERIA CIENTÍFICA

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La reacción del mundo científico al herético libro de Immanuel


Velidowsky, Ages in Chaos, fue aún más histérica, según lo ha documentado
Harold Brown (BROWN, 1979, p.162). Entre otras cosas, hubo un esfuerzo
concertado para forzar al editor a retirar el libro de circulación. Los científicos
escribieron numerosas cartas airadas a la editorial y boicotearon a sus
vendedores y libros de texto. El ataque fue tan poderoso, que la editorial tuvo
que ceder a pesar de que el libro era uno de los más rentables. Ésta no
parece ser la forma en que los científicos verdaderamente objetivos deberían
reaccionar ante la publicación de un libro que disiente de sus teorías. Más
bien es la reacción altamente emocional de gente histérica que sentía que el
disentir de un autor de las teorías establecidas por la clase científica
amenazaba con socavar las doctrinas científicas con las cuales se hallaban
comprometidos profesional y psicológicamente. La verdad es que no está en
la naturaleza humana comportarse de forma no emocional, lo cual es una de
las razones por las que el ser humano es incapaz de elaborar conocimiento
objetivo o comportarse de manera racional. Quienes están comprometidos con el paradigma de la ciencia ven esta
insuprimible emocionalidad humana como una terrible falla. Algunos llegan incluso a atribuirla a un defecto de
nuestra evolución neuropsicológica que no ha permitido que nuestra neocorteza cerebral, asiento de la inteligencia,
domine nuestro primitivo cerebro reptiliano, asiento de las emociones. Arthur Koestler considera que esta terrible
carencia evolutiva sólo puede remediarse mediante el sometimiento sistemático del ser humano a alguna forma de
quimioterapia (ver KOESTLER, 1967, pp. 267-312). Sin embargo, la supresión de las emociones humanas significaría
el eclipse de los valores que se hallan estrechamente asociados con ellas, la espiritualidad, la capacidad de cantar y
bailar, reírse y llorar, amar y odiar, en definitiva, de todo lo que lo hace humano. Hay una pretensión de hacer el
cerebro humano más racional y maquinal, más apto para el aberrante, artificial y necesariamente efímero mundo que
la tecnociencia al servicio de ejércitos, empresas y estados ha contribuido a crear.

COSIFICACIÓN Y DESTRUCCIÓN
Hasta cierto punto, el ser humano puede aislarse, según la expresión de Sigmund Freud, de sus emociones y
separar “la cognición del afecto” (FREUD, 1953, cit., NANDY, 1983, p.202). Freud veía esto como una “defensa del
yo” o, en palabras de Ashis Nandy, “un mecanismo psicológico que ayuda a la mente humana a lidiar con impulsos
inaceptables o ajenos al yo y amenazas externas” (NANDY, 1983, p. 206). Implica tomar distancia emocional de una
situación o hecho que para un ser humano de emociones normales resultaría intolerable. Bruno Bettelheim observa
que esta “distancia es un artificio psicológico que tanto la víctima como el victimario deben usar (BETTELHEIM. B.,
1979, cit. NANDY, 1983, p.206). Es precisamente reducir la víctima a un objeto que el victimario puede tratarla en
forma inhumana, razón por la cual Aimé Césaire equipara colonialismo con “cosificación” (cit. NANDY; 1983, p.206).
Los cientifícos comprometidos con el diseño de instrumentos de destrucción masiva, como las bombas nucleares,
también deben ser capaces de tomar distancia emocional. Robert Jungk describe su encuentro con un matemático
durante su última visita a Los Álamos. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa casi angélica. Su mirada parecía
contemplar un mundo de armonías. Más tarde me contó que estaba pensando en un problema matemático cuya
solución era esencial para la construcción de un nuevo tipo de bomba H ( JUNGK, 1958, cit. VISTANATHAN en
NANDY, 1988, p.13). Jungk agrega que este científico jamás Se tomó la molestia de presenciar los ensayos de las

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bombas que había ayudado a producir. Para él, “la investigación para la producción de armas nucleares era
matemática pura, sin mácula de sangre, veneno o destrucción”.

LA ECOLOGÍA QUE NECESITAMOS


Sin embargo, ¿acaso el matemático Jungk es tan insensible como parece? Indudablemente no. La educación
científica no suprime las emociones, sino que meramente desplaza su objeto. En vez de enseñar a las personas a
sentir emociones respecto de su familia, su comunidad, su cultura tradicional, su espiritualidad y la belleza de su
entorno natural, se les enseña a emocionarse con la empresa científica y el mundo artificial que ésta crea. El apego
emocional de un científico con su trabajo tampoco resulta irrelevante para sus logros. Polanyi observa que “las
pasiones científicas no son solamente un efecto psicológico secundario”, sino que constituyen una función lógica
que aporta un elemento indispensable para la ciencia: “Las pasiones cargan de emoción a los objetos, tornándolos
repulsivos o atractivos, las pasiones positivas afirman la preciosidad de algo” (POLANYI, M.,1978).
De esto se desprende que “la excitación de los científicos que hacen un descubrimiento es una pasión intelectual,
que hace que algo sea intelectualmente precioso, más precisamente, precioso para la ciencia”. Del mismo modo
podríamos argumentar que las cazas de brujas lanzadas por la comunidad científica contra los que amenazan la
credibilidad de la empresa científica también son “preciosas para la ciencia”.
La ecología que necesitamos no es la ecología que supone ver la ecosfera de la que dependemos para nuestra
supervivencia con distancia y desapego científico.
No salvaremos nuestro planeta con una decisión consciente, racional y carente de emociones ni con la firma de un
contrato ecológico con él en base a un análisis de costos y beneficios. Se necesita un compromiso moral y
emocional. Más aún, una de las tareas cruciales de la ecología debe ser reorientar nuestras emociones a fin de que
cumplan el papel para el cual fueron diseñadas y contribuyan a la preservación de orden crítico de la ecosfera.

Edward Goldsmith

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