Discípulos en Tiempos de Crisis Extenso
Discípulos en Tiempos de Crisis Extenso
Discípulos en Tiempos de Crisis Extenso
Habrá signos prodigiosos en sol y luna y estrellas; y en la tierra angustia de las gentes,
perplejas ante el estruendo del oleaje del mar, mientras que los hombres enloquecerán
esperando aterrorizados lo que va a venir sobre el orbe, pues las fuerzas de los cielos se
tambalearán.
Y entonces verán al Hijo del hombre que llega en una nube, con gran poder y esplendor.
Cuando comience a suceder esto, pónganse en pie y levanten la cabeza, porque ha llegado su
liberación.
Ser discípulos significa estar en una vigilante actitud de preparació n. Es caminar por el sendero
seguro propuesto por Jesú s a sus seguidores.
Ante los acontecimientos que hoy hacen sufrir a la gente ¿me desespero? ¿Cuá l es la fuente de mi
esperanza?
También las exhortaciones de esos discursos representan en buena parte las exhortaciones que se
hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesú s. Esa llamada a vivir
despiertos cuidando la oració n y la confianza es un rasgo original y característico del Profeta de
Galilea.
«Levantaos», anímense unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo
desde vuestros cá lculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberació n». Un día ya no viviréis
encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.
Pero hay maneras de vivir que nos impiden caminar con la cabeza levantada confiando en esa
liberació n definitiva. Por eso «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os
acostumbréis a vivir con un corazó n insensible y endurecido, buscando llenar su vida de bienestar
y dinero, de espaldas al Padre del cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os
hará cada vez menos humanos.
Jesú s no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran
correctamente y la difundieran luego por todas partes. No era este su objetivo. É l les hablaba de un
«acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que
las cosas cambien. Solo busca que la vida sea má s digna y feliz para todos».
Jesú s llamaba a esto el «reino de Dios». Hemos de estar muy atentos a su venida. Hemos de vivir
despiertos: abrir bien los ojos del corazó n; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en
esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de
actuar; vivir buscando y acogiendo el «reino de Dios».
No es extrañ o que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente:
«vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a
vivir la vida como la vivió Jesú s. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.
«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo.
No dejar que nuestro corazó n se endurezca. No quedarnos solo en quejas, críticas y condenas.
Despertar activamente la esperanza.
«Vivir despiertos» significa vivir de manera má s lú cida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez
que a veces parece invadirlo todo. Atrevernos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros
el deseo de buscar el bien para todos.
«Vivir despiertos» significa vivir con pasió n la pequeñ a aventura de cada día. No desentendernos
de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeñ os gestos» que aparentemente no sirven para
nada, pero que sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco má s amable.
«Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscar a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo
muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir no solo de
nuestros pequeñ os proyectos, sino atentos al proyecto de Dios.
Cuidar la esperanza
Todos vivimos con la mirada puesta en el futuro. Siempre pensando en lo que nos espera. No solo
eso. En el fondo, casi todos andamos buscando «algo mejor», una seguridad, un bienestar mayor.
Queremos que todo nos salga bien y, si es posible, que nos vaya mejor. Es esa confianza bá sica la
que nos sostiene en el trabajo y los esfuerzos de cada día.
Por eso, cuando la esperanza se apaga, se apaga también la vida. La persona ya no crece, no busca,
no lucha. Al contrario, se empequeñ ece, se hunde, se deja llevar por los acontecimientos. Si se
pierde la esperanza, se pierde todo. Por eso, lo primero que hay que cuidar en el corazó n de la
persona, en el seno de la sociedad o en la relació n con Dios es la esperanza.
La esperanza no es una actitud pasiva, es un estímulo que impulsa a la acció n. Quien vive animado
por la esperanza no cae en la inercia. Al contrario, se esfuerza por cambiar la realidad y hacerla
mejor. Quien vive con esperanza es realista, asume los problemas y las dificultades, pero lo hace
de manera creativa, dando pasos, buscando soluciones y contagiando confianza.
La esperanza no se sostiene en el aire. Tiene sus raíces en la vida. Por lo general, las personas
viven de «pequeñ as esperanzas» que se van cumpliendo o se van frustrando. Hemos de valorar y
cuidar esas pequeñ as esperanzas, pero el ser humano necesita una esperanza má s radical e
indestructible, que se pueda sostener cuando toda otra esperanza se hunde. Así es la esperanza en
Dios, ú ltimo salvador del ser humano. Cuando caminamos cabizbajos y con el corazó n
desalentado, hemos de escuchar esas inolvidables palabras de Jesú s: «Alzad vuestra cabeza, pues
se acerca vuestra liberació n».
Jesú s fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los
demá s la esperanza que él mismo vivía desde lo má s hondo de su ser. Hoy escuchamos su grito de
alerta: «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberació n. Pero tened cuidado: no se os
embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupació n del dinero».
Las palabras de Jesú s no han perdido actualidad, pues también hoy seguimos matando la
esperanza y estropeando la vida de muchas maneras. No pensemos en los que, al margen de toda
fe, viven segú n aquello de «comamos y bebamos, que mañ ana moriremos», sino en quienes,
llamá ndonos cristianos, podemos caer en una actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos,
que mañ ana vendrá el Mesías».
Cuando en una sociedad se tiene como objetivo casi ú nico de la vida la satisfacció n ciega de las
apetencias y se encierra cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza.
Los satisfechos no buscan nada realmente nuevo. No trabajan por cambiar el mundo. No les
interesa un futuro mejor. No se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo
presente. En realidad, este mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre.
Pueden permitirse el lujo de no esperar nada mejor.
Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todos los seres humanos sufre al ver que
todavía una inmensa mayoría no puede vivir de manera digna. Este sufrimiento es signo de que
aú n seguimos vivos y somos conscientes de que algo va mal. Hemos de seguir buscando el reino de
Dios y su justicia.
Muchas veces había pensado en la importancia que tiene el contexto socio-político en nuestra
manera de leer el Evangelio, pero solo tomé conciencia viva de ello cuando estuve viviendo una
temporada un poco má s larga en Ruanda.
Todavía recuerdo bien la sensació n que tuve al leer este texto del evangelio de Lucas. No es lo
mismo escuchar este discurso apocalíptico desde el bienestar de Europa o desde la miseria y el
sufrimiento de Á frica.
A pesar de todas las crisis y problemas, en Europa se sigue pensando que el mundo irá siempre a
mejor. Nadie espera ni quiere el fin de la historia. Nadie desea que cambien mucho las cosas. En el
fondo nos va bastante bien. Desde esta perspectiva, oír hablar de que un día todo puede
desaparecer «suena» a «visiones apocalípticas» nacidas del desvarío de mentes tenebrosas.
Todo cambia cuando el mismo Evangelio es leído desde el sufrimiento del Tercer Mundo. Cuando
la miseria es ya insoportable y el momento presente es vivido solo como sufrimiento destructor,
es fá cil sentir exactamente lo contrario. «Gracias a Dios esto no durará para siempre».
Los ú ltimos de la Tierra son quienes mejor pueden comprender el mensaje de Jesú s: «Dichosos los
que lloran, porque de ellos es el reino de Dios». Estos hombres y mujeres, cuya existencia es
hambre y miseria, está n esperando algo nuevo y diferente que responda a sus anhelos má s hondos
de vida y de paz.
Un día «el sol, la luna y las estrellas temblará n», es decir, todo aquello en que creíamos poder
confiar para siempre se hundirá . Nuestras ideas de poder, seguridad y progreso se tambaleará n.
Todo aquello que no conduce al ser humano a la verdad, la justicia y la fraternidad se derrumbará ,
y «en la tierra habrá angustia de las gentes».
3. Oració n
Ansiedad
Amén.
4. Contemplació n (en un profundo silencio interior nos abandonamos por unos minutos de un
modo contemplativo en el amor del Padre y en la gracia del Hijo, permitiendo que el Espíritu Santo
nos inunde. En resumen, intentamos prolongar en el tiempo este momento de paz en la presencia
de Dios).
5. Acció n
Los tiempos malos son una gran bendició n para todos, pero no todos lo entienden así. Vale la pena
que vengan tiempos malos; sin estos careceríamos de perspectiva.
Es bueno ver nuestra incompetencia, nuestra pereza, la poco diligencia de nuestros pasos; eso es
pan para hoy y mañ ana.
En estos dias de crisis es cuando podemos, con la ayuda de Dios, encontrar un camino mejor,
renovar nuestro espíritu de lucha. El huir de los problemas hará que estos queden atrá s
temporalmente, pero vamos al encuentro de problemas aú n mayores, pues si no aprobamos el
curso uno, saltar la verja para entrar en el dos no ayudará .
FERNANDO CHOMALI
«Vivir el Evangelio en tiempos de crisis»
"No está n los tiempos para ser cató lico. Está n los tiempos para ser un gran cató lico"
Este tiempo, ha sido de mucho dolor, pero ha abierto el camino hacia la verdad. El ambiente
generado por el Santo Padre con sus palabras, gestos y acciones ha hecho que muchas personas se
atrevan a contar y denunciar las experiencias negativas que en su momento tuvieron al interior de
la Iglesia con personas consagradas. Es por ello que esta Carta Pastoral la escribo con tristeza,
dolor y vergü enza, pero al mismo tiempo con la convicció n que las medidas a corto, mediano y
largo plazo que el Papa está tomando, y nos está ayudando a tomar, logrará n alcanzar lo que la
Iglesia siempre debió haber sido: un lugar donde reine la cultura del cuidado, especialmente de los
má s vulnerables, del crecimiento en la fe y la esperanza, y del amor a Dios y al pró jimo.
En esta tarea, o nos alineamos todos con las enseñ anzas de Jesú s y lo demostramos en obras
concretas, o sencillamente dejaremos de ser la Iglesia de los primeros apó stoles. La crisis que
estamos viviendo no es superficial, sino profunda, porque atraviesa muchas estructuras eclesiales.
El cambio al que se nos invita es radical, o sencillamente no será .
Frente a la tentació n de mirar para el lado y decir: «son los otros, los demá s, pero no yo», el Señ or
nos recuerda que no hay que fijarse tanto en la paja en el ojo ajeno, sino en la viga que tenemos en
nuestro propio ojo.
Ello exige mirar la realidad tal cual es. No se trata aquí de una estrategia de marketing o
comunicacional. Se trata de preguntarnos de cara a Dios si aspiramos a vivir los valores
evangélicos a los que nos invita Jesú s, a ser discípulos y misioneros suyos, y santos como el mismo
Dios es santo. Si no lo hacemos, nuestra vida será cualquier cosa menos la que quiere Jesú s y en
vez de manifestar el Reino de Dios y su justicia haremos mucho dañ o. Esto vale para todos,
especialmente para quienes tenemos responsabilidades ministeriales al interior de la Iglesia.
Dicho con palabras de Francisco: «Seremos fecundos en la medida que potenciemos comunidades
abiertas desde su interior y así se liberen pensamientos cerrados y auto-referenciales llenos de
promesas y espejismos que prometen vida, pero que en definitiva favorecen la cultura del abuso».
Conclusió n
La Iglesia está llagada, usando las palabras del Papa Francisco. Ello nos debiese llevar a ser má s
humildes y sencillos, y a comprender y acompañ ar mejor los dolores de los demá s. Una vez que la
verdad surja y se haga justicia respecto de aquellos que han sufrido abusos, y se vuelva a repetir
con claridad que no hay espacio para quienes abusan en la vida consagrada, podremos mirar el
futuro con esperanza. Será el tiempo de poner má s atenció n en el Resucitado que en nosotros
mismos y no dejarle espacio a una vida que nos aleje de Jesú s y de sus mandamientos. Para ello es
importante tener claro que «la penitencia y la oració n nos ayudará n a sensibilizar nuestros ojos y
nuestro corazó n ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afá n de dominio y posesió n que muchas
veces se vuelve raíz de estos males».
Estoy cierto que meditar la vida de la Virgen María puede ser de gran ayuda, así como de los
primeros apó stoles. María, desde su sencillez, comprendió que el sentido de su vida era hacer la
voluntad de Dios. Esta disposició n de ponerse en Sus manos la llevó a tener una actitud de
servicio: visitó a su prima Isabel y fue fuente de gran alegría; estaba atenta a las necesidades de los
invitados a la boda en Caná ; y acompañ ó hasta la cruz a su hijo, Jesú s.
También, los primeros apó stoles nos ayudan a comprender que nuestra vocació n, como discípulos
y misioneros de Jesú s, es llevar una vida de oració n, de servicio, de compartir el pan con los
demá s, de celebrar al Señ or que se hace presente en la eucaristía. Fue esa vida, y no otra, la que los
llevó a ganarse la simpatía de todo el pueblo, como nos relata los Hechos de los Apó stoles.
Volver a las raíces mismas de la vida evangélica segú n el estilo y el querer de Jesú s, estar cerca de
los pobres y vivir con alegría la fe recibida, generará una corriente nueva al interior de la Iglesia.
La invitació n es a vivir con renovado ardor las Bienaventuranzas. Para ello es fundamental pedirle
a Dios la gracia de ser mansos y humildes de corazó n. Só lo así veremos a Dios y todo lo que ello
significa.
+Fernando Chomali G.
Arzobispo de Concepció n, Chile.
Septiembre, 2018
Antes de que se ponga en camino, un desconocido se acerca a Jesú s corriendo. Al parecer tiene
prisa para resolver su problema: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?». No le preocupan
los problemas de esta vida. Es rico. Todo lo tienen resuelto.
Jesú s lo pone ante la Ley de Moisés. Curiosamente, no le recuerda los diez mandamientos, sino
solo los que prohíben actuar contra el pró jimo. El joven es un hombre bueno, observante fiel de la
religió n judía: «Todo eso lo he cumplido desde joven».
Jesú s se le queda mirando con cariñ o. Es admirable la vida de una persona que no ha hecho dañ o a
nadie. Jesú s lo quiere atraer ahora para que colabore con él en su proyecto de hacer un mundo
má s humano, y le hace una propuesta sorprendente: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que
tienes, dale el dinero a los pobres… y luego ven y sígueme».
El rico posee muchas cosas, pero le falta lo ú nico que permite seguir a Jesú s de verdad. Es bueno,
pero vive apegado a su dinero. Jesú s le pide que renuncie a su riqueza y la ponga al servicio de los
pobres. Solo compartiendo lo suyo con los necesitados podrá seguir a Jesú s colaborando en su
proyecto.
El hombre se siente incapaz. Necesita bienestar. No tiene fuerzas para vivir sin su riqueza. Su
dinero está por encima de todo. Renuncia a seguir a Jesú s. Había venido corriendo entusiasmado
hacia él. Ahora se aleja triste. No conocerá nunca la alegría de colaborar con Jesú s.
La crisis econó mica nos está invitando a los seguidores de Jesú s a dar pasos hacia una vida má s
sobria, para compartir con los necesitados lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para
vivir con dignidad. Hemos de hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesú s en
estos momentos.
Lo primero es revisar nuestra relació n con el dinero: ¿qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué
ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro
consumo para hacerlo má s responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿qué compramos?
¿Dó nde compramos? ¿Para qué compramos? ¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que
necesitan?
Son preguntas que hemos de hacernos en el fondo de nuestra conciencia y también en nuestras
familias, comunidades cristianas e instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero, si
damos pequeñ os pasos en esta direcció n, conoceremos la alegría de seguir a Jesú s contribuyendo
a hacer la crisis de algunos un poco má s humana y llevadera. Si no es así, nos sentiremos buenos
cristianos, pero a nuestra religió n le faltará alegría.
En el evangelio de Marcos se percibe con claridad el itinerario que siguen los Doce en compañ ía de
Jesú s. Después de una primera oleada de entusiasmo (3,7), la euforia desciende. Muchos siguen
esperando de Jesú s signos llamativos y se vuelven atrá s cuando su mensaje pretende, má s bien,
llegar al fondo de sus vidas. También los apó stoles acusan esta decepció n, que experimentan casi
como un timo: Jesú s parece defraudar sus expectativas. Su falta de entendimiento provoca algunas
reacciones por parte de Jesú s (8,17-21). Pedro personaliza el descontento del grupo, su
desacuerdo con la forma con que se está n desenvolviendo las cosas. Pero ya antes, en el capítulo 4,
aparecen esbozadas las tres crisis de los discípulos, a las que Jesú s da respuesta mediante tres
pará bolas. Por esa razó n, este capítulo 4 se conoce como «el capítulo de las crisis».
– Crisis de eficacia. La palabra de Dios es eficaz, pero no produce un fruto automá tico (4,1-9). La
semilla no fructifica si es comida por los pá jaros (deseo de triunfo y de ser má s), si no echa raíces
(aceptació n puramente exterior, estética y esnobista) o si es ahogada (por las preocupaciones de
la vida presente, por el atractivo del dinero o del poder).
– Crisis de responsabilidad. Aunque la semilla se adapta a las diversas condiciones del terreno,
también es verdad -contrapunto necesario- que crece sola (4,26- 29). De esta manera Jesú s quiere
enseñ ar a los suyos que la palabra da fruto a su tiempo, que no se desanimen, que es necesario
sembrar con confianza, que ella sola dará su fruto.
– Crisis de relevancia. La pará bola de la semilla de mostaza (4,30-32) pretende ser la respuesta a
otra situació n del grupo. Los apó stoles comprueban que poco a poco el grupo de seguidores se
reduce, que mucha gente no toma en serio al Maestro. Jesú s educa su confianza, les pide firmar
una letra en blanco. El Reino de Dios desarrollará una inmensidad a partir de algo minú sculo. Esa
es su extrañ a ló gica de crecimiento.
LAS CRISIS DE LOS APÓ STOLES EN EL EVANGELIO DE MARCOS
En el evangelio de Marcos se percibe con claridad el itinerario que siguen los Doce en compañ ía de
Jesú s. Después de una primera oleada de entusiasmo (3,7), la euforia desciende. Muchos siguen
esperando de Jesú s signos llamativos y se vuelven atrá s cuando su mensaje pretende, má s bien,
llegar al fondo de sus vidas. También los apó stoles acusan esta decepció n, que experimentan casi
como un timo: Jesú s parece defraudar sus expectativas. Su falta de entendimiento provoca algunas
reacciones por parte de Jesú s (8,17-21). Pedro personaliza el descontento del grupo, su
desacuerdo con la forma con que se está n desenvolviendo las cosas. Pero ya antes, en el capítulo 4,
aparecen esbozadas las tres crisis de los discípulos, a las que Jesú s da respuesta mediante tres
pará bolas. Por esa razó n, este capítulo 4 se conoce como «el capítulo de las crisis».
– Crisis de eficacia. La palabra de Dios es eficaz, pero no produce un fruto automá tico (4,1-9). La
semilla no fructifica si es comida por los pá jaros (deseo de triunfo y de ser má s), si no echa raíces
(aceptació n puramente exterior, estética y esnobista) o si es ahogada (por las preocupaciones de
la vida presente, por el atractivo del dinero o del poder).
– Crisis de responsabilidad. Aunque la semilla se adapta a las diversas condiciones del terreno,
también es verdad -contrapunto necesario- que crece sola (4,26- 29). De esta manera Jesú s quiere
enseñ ar a los suyos que la palabra da fruto a su tiempo, que no se desanimen, que es necesario
sembrar con confianza, que ella sola dará su fruto.
– Crisis de relevancia. La pará bola de la semilla de mostaza (4,30-32) pretende ser la respuesta a
otra situació n del grupo. Los apó stoles comprueban que poco a poco el grupo de seguidores se
reduce, que mucha gente no toma en serio al Maestro. Jesú s educa su confianza, les pide firmar
una letra en blanco. El Reino de Dios desarrollará una inmensidad a partir de algo minú sculo. Esa
es su extrañ a ló gica de crecimiento.
Estamos viviendo tiempos peligrosos y polarizadores como nació n, con una peligrosa crisis de
liderazgo moral y político en los má s altos niveles de nuestro gobierno y en nuestras
iglesias. Creemos que el alma de la nació n y la integridad de la fe está n en juego.
Es hora de ser seguidores de Jesú s antes que cualquier otra cosa -nacionalidad, partido político,
raza, etnia, género, geografía- nuestra identidad en Cristo precede a cualquier otra
identidad. Oramos para que nuestra nació n vea las palabras de Jesú s en nosotros. “En esto
conocerá n todos que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Juan 13:35).
Cuando la política socava nuestra teología, debemos examinar esa política. El papel de la iglesia es
cambiar el mundo a través de la vida y el amor de Jesucristo. El papel del gobierno es servir al bien
comú n protegiendo la justicia y la paz, recompensando el buen comportamiento mientras se
restringe el mal comportamiento (Romanos 13). Cuando ese rol es socavado por el liderazgo
político, los líderes religiosos deben ponerse de pie y hablar. El reverendo Dr. Martin Luther King
Jr. dijo: “Debe recordarse a la iglesia que no es el amo o el servidor del estado, sino la conciencia
del estado”.
A menudo es deber de los líderes cristianos, especialmente los ancianos, decir la verdad con amor
a nuestras iglesias y nombrar y advertir contra las tentaciones, cautividades raciales y culturales,
falsas doctrinas e idolatrías políticas, e incluso nuestra complicidad en ellas. Aquí lo hacemos con
humildad, oració n y una profunda dependencia de la gracia y el Espíritu Santo de Dios.
Esta carta proviene de un retiro el Miércoles de Ceniza de 2018. En esta temporada de Cuaresma,
sentimos lamentos profundos por el estado de nuestra nació n, y nuestros propios corazones está n
llenos de confesió n por los pecados que sentimos llamados a enfrentar. El verdadero significado
de la palabra arrepentimiento es dar la vuelta. Es hora de lamentarse, confesarse, arrepentirse y
volverse. En tiempos de crisis, la iglesia histó ricamente ha aprendido a regresar a Jesucristo.
Jesus es el Señ or. Esa es nuestra confesió n fundamental. Fue central para la iglesia primitiva y
necesita volver a ser central para nosotros. Si Jesú s es el Señ or, entonces César no lo era, ni
tampoco ningú n otro gobernante político desde entonces. Si Jesú s es Señ or, ninguna otra
autoridad es absoluta. Jesucristo, y el reino de Dios que anunció , es la primera lealtad del cristiano,
por encima de todos los demá s. Oramos, “Venga a nosotros tu reino, há gase tu voluntad, así en la
tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Nuestra fe es personal pero nunca privada, significada no
solo para el cielo, sino para esta tierra.
La pregunta que enfrentamos es esta: ¿Quién es Jesucristo para nosotros hoy? ¿Qué requiere
nuestra lealtad a Cristo, como discípulos, en este momento de nuestra historia? Creemos que es
hora de renovar nuestra teología del discipulado pú blico y el testimonio. La aplicació n de lo que
“Jesú s es el Señ or” significa hoy es el mensaje que encomendamos como ancianos a nuestras
iglesias.
Lo que creemos nos lleva a lo que debemos rechazar. Nuestro “Sí” es la base de nuestro “No”. Lo
que confesamos es que nuestra fe nos lleva a lo que enfrentamos. Por lo tanto, ofrecemos las
siguientes seis afirmaciones de lo que creemos, y los rechazos resultantes de prá cticas y políticas
por parte de los líderes políticos que corroen peligrosamente el alma de la nació n y amenazan
profundamente la integridad pú blica de nuestra fe. Oramos para que nosotros, como seguidores
de Jesú s, encontremos la profundidad de la fe para que coincida con el peligro de nuestra crisis
política.
I. CREEMOS que cada ser humano está hecho a la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26). Esa
imagen y semejanza confiere a todos nosotros, como hijos del ú nico Dios que es el Creador de
todas las cosas, una dignidad, valor y dignidad divinamente decretada. El fanatismo racial es una
negació n brutal de la imagen de Dios (la imago dei) en algunos de los hijos de Dios. Nuestra
participació n en la comunidad global de Cristo impide absolutamente cualquier tolerancia al
fanatismo racial. La justicia racial y la curació n son cuestiones bíblicas y teoló gicas para nosotros,
y son fundamentales para la misió n del cuerpo de Cristo en el mundo. Damos gracias por el papel
profético de las iglesias negras histó ricas en América cuando han pedido un evangelio má s fiel.
POR LO TANTO, RECHAZAMOS el resurgimiento del nacionalismo blanco y el racismo en nuestra
nació n en muchos frentes, incluidos los niveles má s altos de liderazgo político. Nosotros, como
seguidores de Jesú s, debemos rechazar claramente el uso del fanatismo racial con fines políticos
que hemos visto. En vista de tal intolerancia, el silencio es complicidad. En particular, rechazamos
la supremacía blanca y nos comprometemos a ayudar a desmantelar los sistemas y estructuras
que perpetú an la preferencia y la ventaja de los blancos. Ademá s, cualquier doctrina o estrategia
política que use resentimientos, temores o lenguaje racista debe ser nombrada como pecado
pú blico, una que se remonta a los cimientos de nuestra nació n y persiste. El fanatismo racial debe
ser antitético para aquellos que pertenecen al cuerpo de Cristo, porque niega la verdad del
evangelio que profesamos.
II. CREEMOS que somos un solo cuerpo. En Cristo, no habrá opresió n basada en raza, género,
identidad o clase (Gá latas 3:28). El cuerpo de Cristo, donde se superará n esas grandes divisiones
humanas, debe ser un ejemplo para el resto de la sociedad. Cuando no superamos estos obstá culos
opresivos, e incluso los perpetuamos, hemos fallado en nuestra vocació n al mundo: proclamar y
vivir el evangelio reconciliador de Cristo.
POR LO TANTO, RECHAZAMOS la misoginia, el maltrato, el abuso violento, el acoso sexual y el
asalto a mujeres que se han revelado aú n má s en nuestra cultura y política, incluidas nuestras
iglesias, y la opresió n de cualquier otro hijo de Dios. Nos lamentamos cuando tales prá cticas
parecen ignoradas pú blicamente, y por lo tanto toleradas en privado, por aquellos en altos cargos
de liderazgo. Defendemos el respeto, la protecció n y la afirmació n de las mujeres en nuestras
familias, comunidades, lugares de trabajo, política e iglesias. Apoyamos las valientes voces de
mujeres que dicen la verdad y que han ayudado a la nació n a reconocer estos abusos. Confesamos
el sexismo como un pecado, que requiere nuestro arrepentimiento y resistencia.
III. CREEMOS có mo tratamos a los hambrientos, a los sedientos, a los desnudos, a los extrañ os, a
los enfermos, y al prisionero es la forma en que tratamos a Cristo mismo. (Mateo 25: 31-46) “En
verdad te digo, así como lo hiciste con uno de los má s pequeñ os que son miembros de mi familia,
me lo hiciste a mí.” Dios nos llama a proteger y buscar justicia para aquellos quienes son pobres y
vulnerables, y nuestro tratamiento de las personas que son “oprimidas”, “extrañ as”, “forasteras” o
consideradas de otra manera como “marginales” es una prueba de nuestra relació n con Dios, que
nos hizo a todos iguales en dignidad divina y amor . Nuestra proclamació n del señ orío de
Jesucristo está en juego en nuestra solidaridad con los má s vulnerables. Si nuestro evangelio no es
“buenas noticias para los pobres”, no es el evangelio de Jesucristo (Lucas 4:18).
POR LO TANTO, RECHAZAMOSel lenguaje y las políticas de los líderes políticos que degradarían y
abandonarían a los hijos má s vulnerables de Dios. Deploramos con fuerza los crecientes ataques
contra inmigrantes y refugiados, que se está n convirtiendo en objetivos culturales y políticos, y
debemos recordarles a nuestras iglesias que Dios hace que el tratamiento de los “extrañ os” entre
nosotros sea una prueba de fe (Levítico 19: 33- 34). No aceptaremos el descuido del bienestar de
las familias y niñ os de bajos ingresos, y nos resistiremos a los reiterados intentos de denegar
atenció n médica a quienes má s lo necesitan. Confesamos nuestro creciente pecado nacional de
poner a los ricos sobre los pobres. Rechazamos la ló gica inmoral de recortar servicios y programas
para los pobres y, a la vez, recortar los impuestos para los ricos. Los presupuestos son documentos
morales. Nos comprometemos a oponernos e invertir esas políticas y encontrar soluciones que
reflejen la sabiduría de personas de diferentes partidos políticos y filosofías para buscar el bien
comú n. Proteger a los pobres es un compromiso central del discipulado cristiano, al cual
atestiguan 2.000 versículos de la Biblia.
IV. CREEMOS que la verdad es moralmente central para nuestra vida personal y pú blica. La
narració n de la verdad es fundamental para la tradició n bíblica profética, cuya vocació n incluye
hablar la Palabra de Dios en sus sociedades y decir la verdad al poder. Un compromiso de decir la
verdad, el noveno mandamiento del Decá logo, “No dará s falso testimonio” (É xodo 20:16), es
fundamental para la confianza compartida en la sociedad. La falsedad puede esclavizarnos, pero
Jesú s promete: “Conocerá n la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32). La bú squeda y el
respeto por la verdad es crucial para cualquiera que siga a Cristo.
POR LO TANTO, RECHAZAMOS la prá ctica y el patró n de mentira que está invadiendo nuestra vida
política y civil. Los políticos, como el resto de nosotros, somos humanos, falibles, pecaminosos y
mortales. Pero cuando la mentira pú blica se vuelve tan persistente que deliberadamente trata de
cambiar los hechos para beneficio ideoló gico, político o personal, la responsabilidad pú blica hacia
la verdad se ve socavada. La entrega regular de falsedades y mentiras consistentes por parte de los
líderes má s altos de la nació n pueden cambiar las expectativas morales dentro de una cultura, la
responsabilidad de una sociedad civil e incluso el comportamiento de las familias y los niñ os. La
normalizació n de la mentira presenta un profundo peligro moral para el tejido de la
sociedad. Frente a las mentiras que traen la oscuridad, Jesú s es nuestra verdad y nuestra luz.
V. CREEMOS que el camino de liderazgo de Cristo es el servicio, no la dominació n. Jesú s dijo:
“Sabes que los gobernantes de los gentiles (el mundo) se enseñ orean de ellos, y sus grandes son
tiranos sobre ellos. No será así entre ustedes; pero el que quiera hacerse grande entre ustedes,
será su servidor “(Mateo 20: 25-26). Creemos que nuestros funcionarios electos está n llamados al
servicio pú blico, no a la tiranía pú blica, por lo que debemos proteger los límites, controles y
equilibrios de la democracia y alentar la humildad y la cortesía de parte de los funcionarios
electos. Apoyamos la democracia, no porque creemos en la perfecció n humana, sino porque no lo
hacemos. La autoridad del gobierno es instituida por Dios para ordenar una sociedad no redimida
por el bien de la justicia y la paz, pero la autoridad final pertenece solo a Dios.
POR LO TANTO, RECHAZAMOS cualquier movimiento hacia el liderazgo político autocrá tico y el
gobierno autoritario. Creemos que el liderazgo político autoritario es un peligro teoló gico que
amenaza la democracia y el bien comú n, y lo resistiremos. La falta de respeto por el estado de
derecho, el no reconocer la igual importancia de nuestras tres ramas del gobierno y el reemplazo
de la civilidad por una hostilidad deshumanizante hacia los oponentes son de gran preocupació n
para nosotros. Descuidar la ética del servicio pú blico y la rendició n de cuentas, a favor del
reconocimiento y la ganancia personal a menudo caracterizado por una arrogancia ofensiva, no
son solo cuestiones políticas para nosotros. Plantean preocupaciones má s profundas sobre la
idolatría política, acompañ adas de nociones falsas e inconstitucionales de autoridad.
VI. CREEMOS a Jesú s cuando nos dice que vayamos a todas las naciones haciendo discípulos
(Mateo 28:18). Nuestras iglesias y nuestras naciones son parte de una comunidad internacional
cuyos intereses siempre superan las fronteras nacionales. El verso má s conocido en el Nuevo
Testamento comienza con “Porque tanto amó Dios al mundo” (Juan 3:16). Nosotros, a su vez,
debemos amar y servir al mundo y a todos sus habitantes, en lugar de buscar primero estrechas
prerrogativas nacionalistas.
POR LO TANTO, RECHAZAMOS “América primero” como una herejía teoló gica para los seguidores
de Cristo. Si bien compartimos un amor patrió tico por nuestro país, rechazamos el nacionalismo
xenó fobo o étnico que coloca a una nació n sobre otras como un objetivo político. Rechazamos la
dominació n en lugar de la administració n de los recursos de la tierra, hacia el desarrollo global
genuino que trae florecimiento humano para todos los hijos de Dios. Servir a nuestras propias
comunidades es esencial, pero las conexiones globales entre nosotros son innegables. La pobreza
global, el dañ o ambiental, los conflictos violentos, las armas de destrucció n masiva y las
enfermedades mortales en algunos lugares afectan finalmente a todos los lugares, y necesitamos
un liderazgo político sensato para tratar con cada uno de estos.
ESTAMOS PROFUNDAMENTE PREOCUPADOS por el alma de nuestra nació n, pero también por
nuestras iglesias y la integridad de nuestra fe. La crisis actual nos llama a profundizar má s
profundamente en nuestra relació n con Dios; má s profundo en nuestras relaciones con los demá s,
especialmente a través de líneas raciales, étnicas y nacionales; má s profundo en nuestras
relaciones con los má s vulnerables, que está n en mayor riesgo.
La iglesia siempre está sujeta a tentaciones de poder, conformidad cultural y divisiones raciales,
de clase y de género, como nos enseñ a Gá latas 3:28. Pero nuestra respuesta es estar “en Cristo” y
“no conformarse a este mundo, sino ser transformados por la renovació n de sus mentes, para que
puedan discernir cuá l es la voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable, y perfecto. “(Romanos
12: 1-2)
La mejor respuesta a nuestras idolatrías políticas, materiales, culturales, raciales o nacionales es el
Primer Mandamiento: “No tendrá s dioses ajenos delante de mí” (É xodo 20: 3). Jesú s resume el
Mandamiento má s grandioso: “Amará s al Señ or tu Dios con todo tu corazó n, tu alma y tu
mente”. Este es el primer mandamiento. Y el segundo es similar a eso. Amará s a tu pró jimo como a
ti mismo. De estos mandamientos depende toda la ley y los profetas “(Mateo 22:38). En cuanto a
amar a nuestros vecinos, agregaríamos “sin excepciones”.
Encomendamos esta carta a pastores, iglesias locales y jó venes que está n observando y esperando
para ver qué dirá n y hará n las iglesias en un momento como este.
Nuestra necesidad urgente, en un momento de crisis moral y política, es recuperar el poder de
confesar nuestra fe. Lamentar, arrepentirse y luego reparar. Si Jesú s es el Señ or, siempre hay
espacio para la gracia. Creemos que es hora de hablar y actuar con fe y conciencia, no debido a la
política, sino porque somos discípulos de Jesucristo, a quienes seremos toda autoridad, honor y
gloria. Es hora de una nueva confesió n de fe. Jesus es el Señ or. É l es la luz en nuestra
oscuridad. “Soy la luz del mundo. El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de
la vida “(Juan 8:12).
¿Có mo podemos elevar hacia Dios nuestros momentos má s oscuros, má s deprimidos y solitarios?
¿Có mo podemos orar cuando nos sentimos tan profundamente solos, desamparados, y todo
nuestro mundo parece estar derrumbá ndose?
Podemos aprender de Jesú s y de có mo él oró la noche antes de su muerte en el Huerto de
Getsemaní, en su hora má s oscura: Era tarde en la noche, acababa de tener su ú ltima cena con sus
amigos má s cercanos, y tenía una hora para prepararse para enfrentar a su muerte. Su humanidad
se abre paso y Jesú s se encuentra postrado en el suelo, pidiendo una vía de escape. Así es como los
Evangelios lo describen:
"Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti, si quieres, pasa de mí esta copa. Sin embargo,
que se haga tu voluntad y no la mía".
Y al regreso encontró a sus discípulos durmiendo. Así que se retiró otra vez y oraba con una
angustia aú n má s intensa, y su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre. Cuando se
levantó de la oració n, fue a donde estaban los discípulos y los encontró dormidos por pura
tristeza. Y él les dijo: "¿Por qué está n durmiendo? Levantaos y orad para que no sean puestos a
prueba." Y él oró por tercera vez, y un á ngel vino y lo fortaleció , y se levantó para enfrentar con
fuerza lo que le esperaba.
Esta oració n de Jesú s en Getsemanípuede servir como un modelo de có mo podemos orar cuando
estamos en crisis. En cuanto a la oració n, podemos destacar siete elementos, cada uno de los
cuales tiene algo que enseñ arnos en términos de có mo orar en nuestros momentos má s oscuros:
1. Los temas de la oració n nacen en la soledad:
Los Evangelios destacan esto, tanto en términos de que la oració n tiene lugar en un jardín (el lugar
arquetípico para el amor) y en que Jesú s esta "a la distancia de un tiro de piedra" de sus seres
queridos quienes no pueden estar presentes ante lo que él está pasando. En nuestras má s
profundas crisis, siempre estamos dolorosamente solos, a dos pasos de distancia de los demá s.
Una profunda oració n se debe hacer desde ese lugar.
2. La oració n es de una gran familiaridad:
Comienza la oració n llamando a su padre "Abba", el término má s familiar posible, la frase que un
niñ o usaría sentado en su regazo o el de su padre. En nuestros momentos má s oscuros, tenemos
que estar con mayor familiaridad con Dios.
3. La oració n es de una total honestidad:
Clá sicamente oració n se define como " la elevació n de la mente y el corazó n hacia Dios". Jesú s hace
esto, radicalmente, siendo completamente honesto. Le pide a Dios que le quite el sufrimiento, que
le dé una salida. Su humanidad se estremece ante el deber y pide una vía de escape. Esa es oració n
sincera, verdadera oració n.
4. La oració n es de una total impotencia:
É l cae al suelo, postrado, sin convicció n sobre su propia fuerza. Su oració n contiene la petició n de
que si Dios va a hacer esto a través de él, Dios necesita darle la fuerza para ello.
5. La oració n es de apertura, a pesar de la resistencia personal:
A pesar de que él se encoge ante lo que se le está pidiendo que se someta y pide un escape, él
todavía le da a Dios el permiso radical para entrar en su libertad. Su oració n le abre a la voluntad
de Dios, si eso es lo que en ú ltima instancia se pide de él.
6. La oració n es de repetició n:
Repite la oració n varias veces, cada vez con má s insistencia, sudando sangre, y no só lo una vez,
sino varias veces.
7. La oració n es de transformació n:
"Aunque ahora tengo miedo. Las personas me está n buscando por liderazgo, y si me presento ante
ellos sin fuerza y valor, ellos también se tambaleará n. Estoy al final de mis poderes. No me queda
nada. He llegado hasta el punto donde no puedo afrontarlo solo." Luego añ ade: "En ese momento
sentí la presencia de Dios como nunca lo había experimentado antes." Un á ngel le encontró .
Cuando oramos sinceramente, cualquiera que sea nuestro dolor, un á ngel de Dios siempre nos
encontrará .
¡Oh Salvador de nuestras almas, que nos has llamado al seguimiento de tus má ximas y a la
imitació n de tu vida humilde y despreciada! Pon en nosotros las disposiciones necesarias para
sufrir, de la manera que tú deseas, las persecuciones que tengas a bien enviarnos. Afírmanos en
ese estado bienaventurado que has prometido a las personas afligidas y perseguidas. Haz que nos
mantengamos firmes en la persecució n, sin huir ni doblegarnos ante los ataques del mundo. Te lo
pido por el mérito de tus sufrimientos.
Conferencia de 1659, sobre las privaciones que impone a la comunidad la helada de los
trigales y de las viñas
El padre Vicente pone el ejemplo de las ciudades sitiadas y de los barcos en apuros, donde se
reduce el alimento y la bebida. Anuncia a la comunidad que la ració n de vino se reducirá a un
cuarto de litro y la invita a someterse a la voluntad de la providencia.
Un día, habiéndose helado los trigos y las viñ as con los fríos tardíos, el santo habló a los suyos y
terminó su discurso con estas palabras: Hemos de gemir bajo la carga de los pobres y sufrir con los
que sufren; si no, no somos discípulos de Jesucristo. ¿Qué vamos a hacer? Los habitantes de una
ciudad asediada miran de vez en cuando los víveres de que disponen. ¿Cuá nto trigo tenemos?
Tanto. ¿Cuá ntas bocas? Tantas. Y segú n esto tasan el pan que debe tener cada uno y dicen: “Con
dos libras por día, podemos tirar hasta tal fecha”. Y cuando ven que el asedio puede durar má s y
que los víveres van disminuyendo, se limitan a una libra de pan, a diez onzas, a seis o a cuatro
onzas para resistir má s tiempo e impedir ser conquistados por el hambre. Y en el mar, ¿qué es lo
que hacen cuando un barco ha sido arrojado por la tempestad y detenido mucho tiempo en algú n
rincó n? Cuentan las galletas, toman nota del agua que queda y, si hay poco para poder llegar
adonde desean ir, disminuyen la ració n; y cuanto má s tardan, má s la racionan. Pues bien, si los
gobernadores de las ciudades y los capitanes de los barcos obran de ese modo, y si la prudencia
misma requiere que obren con esa precaució n, ya que de otra forma podrían perecer, ¿por qué no
vamos a hacer nosotros lo mismo? ¿Acaso los demá s ciudadanos no recortan también su
presupuesto y las mejores casas no miden también su vino, al ver que este añ o no se podrá
vendimiar y quizá s resulte difícil encontrar vino el añ o que viene?
Todo esto, hermanos míos, nos ha hecho pensar en lo que teníamos que hacer; ayer reuní a los
sacerdotes antiguos de la compañ ía para pedirles su parecer; hemos creído conveniente reducir el
vino a un cuarto de litro por comida, por este añ o. Esto les disgustará a algunos que creen
necesitar un poco má s; pero como está n acostumbrados a someterse a las ó rdenes de la
providencia y a superar sus apetitos, sabrá n aceptar este contratiempo, lo mismo que hacen
cuando se trata de otra clase de mortificació n, que no se quejan. Quizá s algunos se quejen por
estar apegados a sus propias satisfacciones: espíritus carnales, hombres sensuales e inclinados a
sus placeres, que no quieren perder ninguno y que murmuran de todo lo que no les sale a su gusto.
¡Oh Salvador, líbranos de este espíritu de sensualidad!