Medicina Energetica - Jill Blakeway
Medicina Energetica - Jill Blakeway
JILL BLAKEWAY
MEDICINA ENERGÉTICA
La ciencia de la acupuntura, la Medicina Tradicional China y otras
técnicas curativas
URANO
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay
Título original: Energy Medicine – The Science and Mystery of Healing
Editor original: Harper Wave, An Imprint of HarperCollinsPublishers. New York
Traducción: Laura Fernández
Descargo de responsabilidades: La presente obra contiene consejos e información relacionados con el cuidado de la salud. La
información contenida en este libro en modo alguno puede sustituir el consejo de un profesional de la medicina. Siempre se debe
acudir a un facultativo antes de poner en práctica cualquier programa o tratamiento. El uso que los lectores hagan de la
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ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
ISBN: 978-84-17780-49-4
INTRODUCCIÓN
1. EN LAS YEMAS DE MIS DEDOS
2. LA CIENCIA DE LA CONEXIÓN
3. Y DIOS, ¿QUÉ TIENE QUE VER CON TODO ESTO?
4. EN EL LABORATORIO
5. MOVIENDO LA AGUJA
6. ACTIVIDADES CON LAS MANOS
7. EL MISTICISMO QUE NOS RODEA
8. ¿QUÉ ES UN PLACEBO?
9. SÉ TU PROPIO SANADOR
10. Y SE HIZO LA LUZ
AGRADECIMIENTOS
NOTA SOBRE LA AUTORA
INTRODUCCIÓN
En la década de 1840, la fiebre puerperal o «fiebre posparto», una infección bacteriana en el útero que
algunas madres desarrollaban después del parto, hizo aparición en una de las dos clínicas de
maternidad que había en el Hospital General de Viena, en Austria. En la primera clínica, la tasa de
mortalidad entre las madres que daban a luz era del 10 por ciento; en la otra, de menos del 4 por
ciento. Las dos clínicas admitían a sus pacientes en días alternos. Cuando las mujeres descubrían que
se habían puesto de parto uno de los días reservados a la clínica asediada por la fiebre posparto solían
suplicar de rodillas que no las ingresaran allí. Algunas mujeres iban más lejos y esperaban tanto que
acababan dando a luz en la calle. Esas mujeres —las que habían tenido «partos callejeros», pues así se
acabó por conocer aquella práctica— seguían optando a las ayudas que les correspondían para sus hijos
sin necesidad de ingresar en la clínica. Y, como descubrieron más adelante, raramente contraían la
fiebre posparto que se propagaba en el interior de la clínica.
Ignaz Semmelweis, un médico húngaro que hacía poco que había empezado a trabajar en la primera
clínica, se preguntó qué protegería a aquellas mujeres de contraer una infección tan contagiosa. A fin
de cuentas, ambas clínicas empleaban casi las mismas técnicas. La única diferencia era que en la
primera clínica trabajaban estudiantes de medicina y en la segunda las empleadas eran comadronas.
Tras un meticuloso proceso de eliminación, Semmelweis concluyó que él y los estudiantes de medicina
tenían «partículas cadavéricas» en las manos, mientras que las comadronas, que no hacían autopsias y
no tenían contacto con cadáveres, no llevaban esos gérmenes en las manos. (Y las mujeres que habían
dado a luz en la calle habían evitado la infección porque no habían tenido ningún contacto con los
médicos durante el parto.)
A partir de entonces, Semmelweis les pidió a los médicos de la primera clínica que se lavaran las
manos con agua mezclada con hipoclorito de calcio después de hacer las autopsias y antes de examinar
a las pacientes. Cuando todos los médicos empezaron a seguir aquellas instrucciones, la tasa de
mortalidad de las pacientes de la primera clínica disminuyó un asombroso 90 por ciento. Y entonces
Semmelweis les pidió a las comadronas de la segunda clínica que hicieran lo mismo. Y de nuevo,
aquella práctica consiguió reducir la tasa de mortalidad del hospital de forma drástica.
Y, sin embargo, a pesar de la clara evidencia de que la teoría de Semmelweis y su puesta en práctica
salvaba vidas, sus colegas, que se aferraban a sus férreas creencias, se negaban a aceptar que aquellos
resultados fueran más que una mera coincidencia. A fin de cuentas, no veían la causa de la muerte: las
bacterias microscópicas. Y lo más importante, los datos de Semmelweis no se correspondían con su
forma de ver el funcionamiento del cuerpo humano. La teoría de la enfermedad causada por gérmenes
todavía no había sido aceptada en Viena; en aquella época las enfermedades se atribuían a una gran
variedad de causas sin relacionar. Los colegas de Semmelweis lo ridiculizaron y terminaron por dejar de
seguir sus directrices. Poco después, Semmelweis perdió su trabajo. Pasó el resto de su vida
discutiendo con la comunidad médica sobre el tema de la esterilización y la limpieza, y a los cuarenta y
siete años este pensador vanguardista fue internado en un psiquiátrico, donde murió de una
septicemia.
***
Los cimientos de la medicina energética son tan antiguos como la historia. En Egipto se encontró en el
Papiro Ebers (uno de los documentos médicos más antiguos que se conservan, del año 1550 aC) la
descripción de una imposición de manos como forma de ayudar al cuerpo a aliviar el dolor. Pitágoras,
el filósofo y físico griego, estaba muy interesado en la curación y consideraba que el pneuma —que
literalmente significa «aliento»— era el espíritu de las personas. En la medicina ayurvédica, un sistema
desarrollado hace miles de años en la India, llaman «prana» a la fuerza que da la vida; las creencias
judeocristianas lo llaman «aliento de la vida». Y en la medicina tradicional china (MTC), que es lo que
yo he practicado durante veinte años, la fuerza vital que juega un papel esencial manteniendo y
restaurando la salud se llama «qi». Por tanto, hubo un tiempo en que espiritualidad, filosofía y ciencia
estuvieron conectadas y conformaron una parte esencial de nuestra historia, pero desde entonces nos
hemos desviado considerablemente de esa noción. Muchas veces me pregunto si algún día miraremos
atrás pensando en la medicina energética y negaremos con la cabeza incrédulos, igual que lo hacemos
cuando escuchamos la historia de Semmelweis, y nos preguntaremos cómo es posible que alguien se
haya resistido a un enfoque que nos ofrece tantos beneficios solo porque no encajaba en el sistema
médico que imperaba en el momento.
Y, sin embargo, debo admitir algo: yo también tardé lo mío en convencerme de esta teoría. Mi
carrera comenzó cuando empecé a dejarme guiar por un instinto que me empujaba a ayudar a los
demás; fue tan amplio e ingenuo como eso. Pero a medida que mi trabajo iba cogiendo forma —
después de estudiar un posgrado de medicina asiática, estuve haciendo prácticas de acupuntura en un
hospital para enfermos terminales antes de montar mi propia consulta en Nueva York— me fui dando
cuenta de lo profundamente compleja que era la naturaleza de la curación.
Para empezar, cuando practicaba la acupuntura, recibí con absoluta modestia y el mayor de los
intereses la forma que tenían mis pacientes de mejorar gracias a mis cuidados. Aquello reafirmó la fe
que yo tenía en esta práctica tan antigua —que consiste en utilizar agujas finas para alterar las
corrientes energéticas del cuerpo— y en sus efectivos resultados. Sin embargo, también empecé a
hacerme sorprendentes preguntas. Básicamente: ¿por qué sería tan efectiva aquella manipulación de la
energía? ¿Sería porque yo actuaba como placebo? ¿O sería que yo era una especie de conducto, tal
como me había sentido a veces, de la energía que emanaba de mí mientras trabajaba?
La filosofía china sugiere que una energía vital —lo que ellos llaman qi— rodea y circula por nuestro
cuerpo como complemento de la vida. Contiene la inteligencia innata del cuerpo, la forma intangible
aunque mensurable que tenemos de conservar lo que se conoce como homeostasis, o la habilidad del
cuerpo para regular su entorno interior con el objetivo de crear una buena salud. Pero también se
entiende que el qi forma parte de un esquema mayor, un gran campo de energía a través del cual todos
estamos conectados.
A medida que iba adquiriendo experiencia en mi trabajo, empecé a tener la sensación de que había
algo que yo no podía ver que estaba influyendo en lo que ocurría; quizá no fuera algo muy distinto al
golpe de intuición que el doctor Semmelweis tuvo en su clínica. Empecé a sospechar que las agujas y
las plantas (que yo recetaba como complemento a la acupuntura) solo suponían una parte de lo que
fuera que estaba ayudando a mis pacientes. Y cada vez tenía una sensación más potente cuando
trabajaba. Físicamente sentía como si alguien me estuviera vertiendo tónica por la espalda;
mentalmente, percibía un instinto muy agudo de estar absorbiendo energía del exterior para
canalizársela a mis pacientes.
Aquello me dejó fascinada, pero también sentí miedo, ansiedad, recelé de su validez. Yo era
consciente —y me sentía cohibida por ello— de que el campo de la medicina energética estaba —por
decirlo sin rodeos— plagado de charlatanes. Mientras que los profesionales de la MTC (medicina
tradicional china) como yo estamos licenciados y nos regimos por unos estándares específicos tanto
médicos como éticos, muchas otras clases de prácticas energéticas no se rigen por ningún patrón
preestablecido, cosa que las convierte en un campo muy precario, pues está lleno de practicantes
capaces de sostener una piedra en la mano y pedirle a sus clientes que tengan fe en lo que hacen. Y lo
último que quería hacer yo era dar falsas esperanzas, ni a mis pacientes ni a mí misma. No me gusta
prometer cosas que no sé si podré cumplir ni dejar de cumplir lo prometido. (También debo decir que
mi política siempre ha sido la de recomendar, y en algunos casos demandar, que mis pacientes se traten
con los médicos adecuados en combinación con mis tratamientos.) Pero también sentía el fuerte
impulso de seguir explorando aquel sistema médico de la antigüedad que buscaba la forma de unificar
el plano físico y el energético y comprenderlo dentro de los mundos de la ciencia, la espiritualidad y la
filosofía de hoy día.
A mí me gusta registrar metódicamente todos mis progresos, y no pensaba aceptar sin más que una
combinación enigmática de agujas y campos energéticos invisibles iba a ayudar a mis pacientes. Quería
saber por qué. Y también tenía muchas ganas de entenderlo yo. Así que me puse en contacto con
distintos especialistas expertos y dinámicos —sanadores, académicos, médicos, científicos e
investigadores del innovador campo de la medicina energética— y descubrí que todos partían de una
serie de teorías sorprendente y tranquilizadoramente similares e interconectadas.
Este libro se debate entre la ciencia y el misticismo y para mí ha sido un proyecto muy personal y, al
mismo tiempo, una necesidad profesional. Para mí es tan importante poder analizar lo que pueda
experimentar como sanadora como medir los cambios que surjan de las intervenciones energéticas, y
validar los resultados con investigaciones basadas en pruebas.
Y por eso, estos últimos años, he estudiado el trabajo de investigación del antiguo decano de
ingeniería de la Universidad de Princeton Robert Jahn, cofundador del PEAR, el Princeton
Engineering Anomalies Research (Laboratorio de Investigación de Anomalías Técnicas de Princeton),
que desarrolló su propio plan experimental para investigar la conciencia colectiva y los efectos que tiene
sobre nosotros. Recibí consejo sobre espiritualidad y curación de Neale Donald Walsch, autor de la
serie de superventas Conversaciones con Dios. En Japón visité al sanador Hiroyuki Abe, que aplica
energía a los puntos de acupuntura y lo hace sin utilizar agujas. Le pedí a un experto en psicofisiología
que evaluara lo que ocurría en mi cuerpo cuando yo estaba trabajando con un paciente, publiqué la
investigación en el Journal of Alternative and Complementary Medicine, y hablé con un médico
inglés que tiene un enfoque muy interesante sobre cómo funcionan los meridianos de acupuntura.
También me entrevisté con William Bengston, doctorado y autor de La Curación Energética: el
misterio de la sanación con las manos, que es sanador y científico. El doctor Bengston formó a un
grupo de colegas escépticos y les enseñó a practicar la sanación con las manos con unos ratones de
laboratorio a los que les habían provocado cáncer de mama con ayuda de inyecciones. ¿El resultado? El
doctor Bengston y su equipo curaron a los ratones una y otra vez, en todos los experimentos.
Este libro es un resumen de todo lo que he aprendido sobre las formas más fiables e impresionantes
de emplear la medicina energética y de qué forma podemos aprovechar esta fuerza tan poderosa.
Espero que los lectores terminen esta lectura no solo habiendo comprendido lo que es la energía
sanadora, sino con confianza en ella, y que se sientan motivados para explorar sus propias necesidades
de una forma más informada. Y, como creo que todo el mundo tiene la habilidad innata de acceder a la
energía sanadora que llevan dentro y que está en el mundo que los rodea, he incluido ejercicios en todo
el libro que ayudarán a los lectores a trabajar sus propias capacidades.
A pesar de que la medicina china siempre será la base de mis cimientos y mi foco, mi forma de
trabajar ahora es muy distinta a como era cuando comencé mi carrera, es el resultado de diferentes
disciplinas que se extienden por muchas culturas y creencias. Y, tal como esperaba, mis pacientes se
han beneficiado de ello. Sin embargo, lo más inesperado es que esta investigación me ha hecho sentir
una fe inquebrantable en que aquello que no podemos explicar, la pizca de misterio que siempre estará
fuera de nuestro alcance, podría estar sintonizado con nuestras necesidades.
1
EN LAS YEMAS DE MIS DEDOS
La primera paciente de acupuntura con la que trabajé por mi cuenta fue una mujer que se había roto
las dos piernas. Había ido a visitar un parque de bomberos con un grupo de mujeres y la habían
animado —con muy poco acierto, como se vio después— a deslizarse por la barra. Cuando la conocí
seguía caminando con ayuda de dos bastones, y ya había pasado un año del accidente.
Yo estaba empezando a cursar el tercer año de un máster en acupuntura y medicina china de cuatro
años en San Diego, California, y estaba muy lejos de Inglaterra, mi país natal. Antes de tratar a aquella
paciente, yo solo le había practicado acupuntura a un paciente haciendo las veces de ayudante de un
estudiante de un curso superior; antes de eso había practicado con sacos llenos de arroz. Aquel era el
primer día que ejercía como acupunturista y especialista en hierbas en la clínica de la escuela y, aunque
tenía un supervisor, éste también estaba controlando a otros estudiantes, pues todos estábamos
practicando la acupuntura en solitario por primera vez.
En la consulta, la mujer me miraba muy expectante y me entregó una serie de radiografías que le
había hecho su médico. Yo las sostuve contra la luz e intenté, por lo menos, parecer segura mientras
trataba de descifrar lo que estaba viendo. Justo en ese momento, mi supervisor asomó la cabeza en la
consulta para comprobar cómo me iba: entró en la sala y le dio la vuelta a la radiografía que yo tenía en
la mano. «Hazle el tratamiento básico», me dijo en voz baja.
Yo seguí adelante. Le pedí a la mujer que se pusiera una bata y se tumbara boca abajo en la camilla.
Cuando estuvo preparada empecé a colocarle agujas en una serie de puntos de acupuntura básicos para
aliviarle el dolor. La mujer permaneció en silencio absoluto y muy quieta durante toda la sesión. A
decir verdad, yo no tenía ni idea de si algo de lo que estaba haciendo le estaba causando algún efecto.
La sesión pareció bastante ordinaria —y decepcionante— hasta el final. Lo que ocurrió a continuación
os parecerá demasiado bueno para ser cierto, pero no os impacientéis: el objetivo de esta anécdota es
comprender lo fácil que resulta atribuir recuperaciones que no comprendemos a los milagros cuando,
en realidad, solo son recuperaciones que no comprendemos.
Cuando le hube quitado la última aguja y le había susurrado un «gracias» para indicarle que el
tratamiento había finalizado, la mujer abrió los ojos y dijo: «¡He tenido una sensación alucinante!» Se
sentó en la camilla y afirmo: «Voy a intentar caminar sin los bastones». Y eso hizo. Caminó lentamente
por la habitación. Yo me sentía como si estuviera en un programa de entretenimiento de la televisión,
porque todo parecía muy surrealista. Hubo un momento en que me pregunté si aquello sería alguna
especie de prueba o de broma que los profesores harían a los novatos.
Pero allí estaba, aquella mujer que había entrado cojeando en la consulta hacía solo una hora.
Incluso se dejó los bastones apoyados en la pared. Se los llevé al aparcamiento, donde la vi subiéndose
al coche. Cuando la alcancé, se limitó a asentir con la cabeza y darme las gracias; supongo que era lo
que ella había esperado después de una sesión de acupuntura. Le devolví los bastones con la cabeza
todavía hecha un lío y le di las gracias yo también.
«¿Qué diantre has hecho?», me preguntó el supervisor cuando volví. No tenía ni idea. Sin embargo,
me quedó claro enseguida que, por muy tentador que fuera, no podía atribuirme el mérito. Para
empezar, no estaba segura de que el repentino impulso de la paciente de ponerse a caminar, por muy
dramático que fuera, hubiera sido tan milagroso. Después de haber pasado un año utilizando los
bastones, era de esperar que llegara el día en que se sintiera lo bastante segura como para dejar de
utilizarlos. Quizá la acupuntura le hubiera aliviado la intensidad del dolor lo suficiente como para que
ella sintiera que era el día adecuado para intentarlo. También existía la posibilidad de que yo hubiera
hecho las veces de placebo y le hubiera ofrecido a aquella mujer la fuerza psicológica que necesitaba
para volver a ponerse en pie (literalmente).
En cualquier caso, fue una experiencia clave porque me ayudó a comprender que las personas se
pueden curar de formas increíbles. Y sentí, por primera vez, lo satisfactorio que es ayudar a las
personas para que disfruten de una salud mejor, incluso aunque no tenga del todo claro cómo se ha
producido la curación. Cuando ayudé a aliviar el sufrimiento de mi paciente no solo sentí una profunda
determinación, sino una absoluta certeza; o, para expresarlo con mayor dramatismo: sentí la fuerza del
destino. Ese día supe que yo estaba predestinada a desempeñar esa profesión. Aquella mujer con las
dos piernas rotas y su increíble reacción al tratamiento —ya fuera como consecuencia de la acupuntura,
o de un efecto placebo, o de una energía más expansiva o, tal como creo ahora mismo, alguna
combinación de las tres cosas— me mostró el camino a seguir. Empecé a comprender con más matices
y profundidad que la curación no es magia, sino más bien una compleja interactuación entre las
circunstancias, la habilidad y el propio campo energético del cuerpo, o lo que los chinos llaman qi.
***
Los chinos no son los únicos que han identificado una fuerza animada que tiene un papel esencial en
el mantenimiento y la recuperación de la salud. En realidad, la mayor parte de las tradiciones culturales
han identificado una energía vital que gobierna procesos físicos y mentales y proporciona a los seres
vivos la huella de la salud y la abundancia.
Lo que estas tradiciones de la antigüedad observaron en un plano más generalista es que la vida tiene
dos aspectos: la materia y la energía. Veían el cuerpo como materia y denominaron a la fuerza vital que
lo gobernaba energía, a la que llamaron pneuma, prana o aliento.
Es evidente que los filósofos y los científicos occidentales también se esforzaron en comprender qué
es aquello que nos anima. El filósofo griego Aristóteles acuñó el término enérgeia, que en griego
significa «energía». Al mismo Aristóteles le costaba definir lo que significaba la palabra, pues la
empleaba para referirse a varias ideas, una de ellas relacionada con la intención,1 un deseo de
manifestar las decisiones de la mente. En el siglo diecisiete se utilizó por primera vez la palabra
«energía» en inglés para referirse a la electricidad, y en el siglo diecinueve adquirió un sentido más
científico para designar la propiedad que debe transferirse a un objeto para que funcione o genere
calor. En el año 1905, Albert Einstein ofreció al mundo una nueva forma de ver la relación entre la
energía y la materia cuando publicó un artículo que contenía la famosa ecuación E=mc2, donde E
significaba energía, m se refería a la masa (que es la forma que tenemos de medir la materia) y c2
procedía de la palabra latina celeritas, que significa velocidad, por la velocidad de la luz.
Los científicos ya se habían planteado que la energía podía ser una propiedad de la materia antes de
aquello, pero la teoría de Einstein sugería que la materia y la energía están relacionadas y que, solo por
tener masa, la materia posee una cantidad inherente de energía. En los contados casos en los que la
materia se convierte del todo en energía, la ecuación de Einstein nos ayuda a calcular la cantidad de
energía que se producirá.
La idea de que la materia puede transformarse en energía puede sonar esotérica, pero es un principio
que nos resulta familiar. Es lo que sucede cuando quemamos madera para generar calor. Es lo que
condujo al desarrollo de la bomba atómica. ¿Y la idea contraria también es cierta? ¿La materia no es
más que energía condensada? El Big Bang sugeriría que sí; en esa teoría hay una gran cantidad de
energía que se convierte en materia al formarse el universo. Sin embargo, es difícil demostrarlo de
forma práctica debido al elemento C2 de la ecuación de Einstein: la velocidad de la luz al cuadrado.
Crear la velocidad suficiente —y, en consecuencia, la energía suficiente— para recrear tal fenómeno se
consideró una tarea imposible.
Hasta el año 2012, cuando los científicos de la Organización Europea para la Investigación Nuclear
(conocida como CERN, por Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), el laboratorio de física
de partículas situado cerca de Ginebra, consiguieron crear con éxito el bosón de Higgs, al que a veces
se denomina la partícula de Dios.2 Para conseguirlo, dos partículas que viajaban en direcciones
opuestas en un anillo de 27 kilómetros de diámetro colisionaban a altísimas energías. Esta colisión
tuvo lugar en el gran colisionador de hadrones del CERN —el acelerador de partículas más famoso del
mundo—, que tardaron treinta años en construir, costó 6.400 millones de dólares y su extensión
ocupa, literalmente, dos países (para rodearlo los científicos utilizan bicicletas, pues se extiende entre
Francia y Suiza).
La creación de la partícula de Higgs fue un éxito magnífico; sin embargo, se formuló con una
advertencia: el experimento había requerido de una pequeña cantidad de materia para iniciar el
proceso, cosa que significaba que no se había establecido de forma concluyente que la energía pueda
convertirse en materia. Hasta el año 2014, cuando un grupo de físicos del Imperial College de Londres
y del Instituto Max Planck de Física Nuclear de Alemania propuso una solución elegante.3
Demostraron matemáticamente que dos partículas de luz (conocidas como fotones) podrían colisionar
para crear materia.4
Según el sistema de creencias judeocristiana, el primer día de la creación Dios dijo: «Que se haga la
luz». En este sentido, resulta que, por lo que se refiere a la transformación de la energía pura en
materia, la ciencia está de acuerdo con la espiritualidad.
***
La versión taoísta de la historia de la creación, como se la conoce en la filosofía china, empieza con la
nada, de la que emerge la dualidad. Esta dualidad —incluida en la idea del qi como «energía vital»—
se compone de conceptos opuestos pero interconectados: el yin y el yang. Uno no puede existir sin el
otro. Se complementan el uno al otro en el mundo conformando un todo. El frío es yin y no existiría si
no se lo pudiera comparar con el calor, que es el yang. El día es el yang, la noche el yin. Sin embargo,
en medicina el yin se refiere a la materia, más específicamente al cuerpo: los huesos, los órganos, los
músculos, los vasos sanguíneos. El yang describe nuestra fuerza vital circulatoria o, como a mí me
gusta verla, nuestra inteligencia corporal. El yin y el yang están en equilibrio. El yin se puede convertir
en yang, el yang puede convertirse en yin. Cuando uno es excesivo el otro disminuye, y viceversa; la
relación está en un cambio permanente. La MTC advierte que puede haber tanto influencias externas
(algo que esté fuera de nosotros, como los gérmenes o una mala alimentación) como internas (que
incluye las emociones, además de los gérmenes) que afectan al yin y al yang.
La medicina china también planteó —hace ya miles de años— las consecuencias que existen entre
los factores externos y los internos, en forma semejante a como las investigaciones epigenéticas de hoy
día que sugieren, por ejemplo, que los alimentos que consumimos5 pueden provocarnos modificaciones
negativas en el ADN. Del mismo modo, las enseñanzas de la MTC sugieren que las emociones
negativas o aquellas que no expresamos generadas por nuestras experiencias vitales pueden provocarnos
enfermedades, pues crean estancamientos o bloqueos. Y ahí es donde entra la medicina energética: nos
ayuda a restablecer el flujo de la energía, reequilibrando el yin y el yang y revitalizando el qi.
***
La filosofía china también plantea que nuestro campo de energía personal forma parte de un campo
energético mayor conocido como tao. El tao, del que se dice que es tan infinito que desafía su
definición, es el orden natural del universo y el recipiente de todas nuestras experiencias como seres
humanos. El texto chino del siglo sexto, el «Hsin-Hsin Ming» (que significa «Versos sobre la mente y
la fe») describe el tao como «ese vasto espacio donde no hay carencia ni exceso de nada».6
Suena apacible, ¿verdad? Y lo sería, pero cada sentimiento que experimentamos, cada pensamiento
que albergamos, cada acción que emprendemos, provoca una onda que perturba el tao, como una
piedrecita lanzada sobre la superficie de un lago en calma. Y esas ondas no solo nos afectan a nosotros,
sino a todo el mundo, porque, como nos recuerda el «Hsin-Hsin Ming», no somos dos, es decir, nada
es independiente, nada queda excluido.7 En otras palabras: todos los seres están conectados.
Esta conexión a través del tao, el recipiente que compartimos —al que a veces se hace referencia
como el «campo energético universal»—, también puede reflejarse en uno de los descubrimientos más
extraños de la física cuántica, el principio de la no localidad. Los científicos han descubierto que,
cuando las partículas subatómicas (partículas más pequeñas que un átomo) se separan, se comportan
como si el tiempo y el espacio no existieran y se comunican las unas con las otras instantáneamente. Si
una partícula toma una «decisión», la otra la entiende inmediatamente y reacciona. Por ejemplo,
cuando se ilumina con un láser cierta clase de cristal, las partículas de la luz se separan y se mezclan
incluso aunque estén separadas por una gran distancia; en esas circunstancias, se ha observado que uno
de los fotones emparejados gira hacia arriba mientras que su pareja gira hacia abajo. El equilibrio es
sorprendentemente parecido a la relación que los chinos observaron entre el yin y el yang. Es más, esta
comunicación entre partículas ocurre a una velocidad que es, por lo menos, diez mil veces la velocidad
de la luz y, probablemente, espontánea. Esto desconcertó a Einstein, quien creía haber demostrado
que la velocidad de la luz era la velocidad máxima a la que podía viajar cualquier elemento del
universo. Einstein se refería a estos fenómenos sin darles mayor importancia diciendo que eran
«acciones a distancia espontáneas»,8 pero hoy día en el mundo cuántico es un hecho consumado que
estas «acciones a distancia» son reales. Además, cuando las partículas se enredan se quedan vinculadas
de forma permanente de tal forma que se comportan como si fueran una única entidad, incluso aunque
estén a mucha distancia las unas de las otras.
Los físicos insisten en afirmar que, como los humanos somos seres hechos de miles de millones de
átomos, es más probable que respondamos a las leyes estadísticas que a leyes cuánticas. Pero ¿y si se
equivocan? ¿Y si estamos conectados de formas que todavía no comprendemos? ¿Y si estamos
conectados e influidos por un campo energético muy extenso que se trata del mismo fenómeno que los
antiguos chinos llamaban tao?
***
Yo creo que los humanos podrían estar «enredados» de esa misma forma y que todos estamos
conectados a un campo energético superior. A menudo me viene esta idea a la cabeza cuando estoy
tratando a un paciente. La mayor parte de la información que tengo de un paciente sale de los
procedimientos de la MTC —tomarle el pulso, examinarle la lengua (existe todo un sistema de
diagnóstico basado en la forma y el recubrimiento de la lengua), conocer todo el historial médico de la
persona—, pero a veces lo que deduzco lo percibo de otras formas. Hace poco me encontré con un
paciente que había tenido durante muchos años, un joven llamado Alex al que había estado tratando
durante más de una década. Su médico le había diagnosticado una neumonía y, aunque se había
tomado toda la caja de antibióticos, seguía teniendo mucha tos y estaba cansado. Estos dos síntomas
bastaron para que le recomendara que volviera a la consulta del médico. Debería haber notado alguna
mejoría gracias a la medicación y era evidente que seguía sin estar bien. La experiencia me ha enseñado
que, a veces, puedo notar zonas de estancamiento en el campo energético de una persona desplazando
las manos algunos centímetros por encima de su cuerpo en busca de puntos en los que percibo una
sensación más densa, y por donde me cuesta más pasar las manos. Encontré una de esas zonas en el
pulmón derecho de Alex, y detuve la mano en ese punto tratando de comprender lo que estaba
sintiendo. Me di cuenta de que era una corazonada. Debí de parecer preocupada, porque Alex se dio
cuenta. «Ah, se me ha olvidado decírtelo, pero ahí me duele un poco», me dijo. Me describió el
malestar como un «dolor intenso». También me explicó que se estaba esforzando todo lo que podía por
descansar y recuperarse, porque al día siguiente tenía que marcharse de viaje a Europa por temas de
trabajo.
«No puedes irte de viaje sin que te vea primero el médico», le dije con firmeza. Hasta yo me
sorprendí de la aspereza de mi tono. Había sentido temor al decirlo, pero no podía explicar el porqué, y
enseguida rectifiqué con la esperanza de no parecer tan seca: «Lo que quiero decir es que es importante
que le expliques a tu médico que el antibiótico no te ha curado», comenté tratando de basar mi
respuesta en la lógica. «Y deberías pedirle que te examinara los pulmones; no deberías seguir
experimentando dolor». Había conseguido transmitirle el consejo con argumentos médicos, es cierto,
pero mi sensación de incomodidad la percibí en forma de una intensa intuición. Durante la época que
pasé trabajando en un hospital conocí a un médico fabuloso con el que trabajaba de vez en cuando y
que solía decir: «Si tu paciente está en coma y tú te sientes incómoda, es probable que él también se
sienta incómodo». Lo que quería decir era que podemos percibir cosas de nuestros pacientes de forma
intuitiva. Y esto puede ser, en parte, porque tenemos tan arraigada nuestra experiencia como
practicantes que, a veces, nuestra experiencia nos parece algo secundario. Y, sin embargo, sigo
pensando que hay algo más, como ocurrió con Alex. Mi temor me pareció tan desproporcionado y
abrumador en ese momento que creo que no solo estaba recibiendo la información de Alex, sino
también de ese campo al que estamos todos conectados.
Esa noche, la mujer de Alex me llamó desde el hospital, donde habían ingresado a Alex para tenerlo
observado. Alex había acudido a la consulta del médico aquella tarde tal como yo le había pedido y
había descubierto que el diagnóstico de neumonía era incorrecto. En realidad, sus síntomas eran fruto
de una embolia pulmonar, un bloqueo en una de las arterias de los pulmones. Su médico le explicó que
si hubiera hecho un viaje aéreo podría haber sufrido un ataque al corazón debido a la falta de sangre en
los pulmones.
Entiendo que haya personas a las que esta historia pueda parecerles extraña. En realidad, incluso yo
misma me pregunto a veces si estas cosas realmente suceden de la forma en que las recuerdo. Con el
tiempo puedo hacer agujeros en estas historias, pequeños orificios que dejan salir el aire y las
deshinchan hasta convertirlas en pensamientos más racionales. Y, sin embargo, siempre que tengo una
experiencia como esta —y ocurre algo inevitable que reaviva mi percepción de los hechos
extraordinarios—, me acerca un paso más a la comprensión de la red de conexiones energéticas que
respalda la capacidad que tenemos para sanarnos a nosotros mismos además de los unos a los otros.
Por tanto, aunque yo me dedicaba —y lo seguiré haciendo siempre— a cuestionar las experiencias que
vivía y a buscar explicaciones, también había empezado a desarrollar una nueva fe en mí misma como
conductora de energía sanadora, así como en el universo por ser la fuente de todo ello.
***
Aunque estoy firmemente convencida de que cualquiera puede desarrollar esta energía sanadora,
también he descubierto que existen ciertas experiencias que hacen que algunos estemos en mayor
sintonía que otros. Una de las cosas que tenemos en común las personas que estamos sintonizadas con
la energía que nos rodea es que muchas hemos experimentado traumas o hemos pasado por situaciones
de mucho estrés de pequeños. Y, desde luego, yo soy una de esas personas.
Mi madre era una mujer con problemas, muy infeliz. De niña sufrió malos tratos y buscó la forma de
escapar de su casa cuanto antes casándose con mi padre a los veinte años; a los veintiún años ya tenía
un bebé —yo— y después tuvo otro hijo, mi hermano, tres años después. A pesar de sus intentos por
escapar de los malos tratos formando su propia familia, pronto descubrió que tenía que enfrentarse a
nuevos problemas.
Mi padre era piloto de motos profesional y muy conocido en Inglaterra en aquella época, pues solía
aparecer en televisión. Lo patrocinaba un importante fabricante de motos y no paraba de viajar para
competir por toda Europa. Uno de los primeros recuerdos que conservo es del día que acompañé a mi
padre en una vuelta de honor sentada con él en la moto, para celebrar que había ganado la carrera. El
ruido de la moto y los entusiastas rugidos de la multitud fueron demasiado para mí, que solo tenía dos
años. Recuerdo haber llorado hasta que me devolvieron con mi madre para que me tranquilizara.
Pero yo no era la única abrumada por el éxito de mi padre: mi madre, que apenas había superado la
adolescencia, con dos hijos pequeños, tenía que esforzarse mucho para aguantar aquel ritmo de vida,
en especial teniendo en cuenta que su marido viajaba tanto. Mi abuela paterna vivía al lado de casa; sin
embargo, en lugar de ofrecerle ayuda a mi madre, siempre la estaba criticando, y sus comentarios
rozaban el desprecio. Mi abuela había tenido una infancia privilegiada y no le había gustado que mi
padre se hubiera casado —tal como ella lo veía— con alguien de un nivel inferior. Y a pesar de ser
seguidora de la Iglesia metodista, nunca perdía la oportunidad de criticar a mi madre. Mi madre era
joven y vulnerable y estaba muy agobiada, y empezó a implosionar.
Pasó una temporada peleando contra una enfermedad mental que ya amenazaba con apropiarse de
su conciencia. Por aquel entonces no existía la terapia psiquiátrica ni la medicación que tenemos ahora.
Si hubiera recibido la atención adecuada, estoy segura de que la habrían medicado para tratar la severa
depresión y los furiosos ataques paranoides que sufría. Quizás hubiera logrado encontrar el equilibrio
lo bastante rápido como para no haber tenido que pasar por la angustia y las explosiones de rabia que
sufrió durante aquellos años. Pero le dieron muy malos consejos y, al final, recibió tratamiento de
electrochoque. Aquello la dejaba insensible y entumecida durante meses, y terminó provocándole una
pérdida de memoria permanente y la sensación de estar desconectada del mundo.
Ahora entiendo que era una mujer en condiciones psicológicas insostenibles que intentaba criar a
dos niños pequeños. Pero de pequeña lo único que veía era una madre impredecible y aterradora: tan
pronto era encantadora como empezaba a gritar y se ponía violenta. Me debatía entre las certezas «me
va a matar» y «no me va a matar» casi a cada minuto mientras vacilaba entre el miedo y el amor. Yo
tenía tres años más que mi hermano y me sentía responsable de la seguridad de ambos. Y para
conseguirlo me veía obligada a interpretar los estados de ánimo de mi madre con tal precisión que
sentía que nuestras vidas dependían de ello. Me convertí en una niña en hiperalerta permanente que
siempre estaba analizando a los adultos que la rodeaban en busca de pistas no verbales. En particular,
examinaba el rostro y el cuerpo de mi madre en busca de la tensión en su mandíbula o la ligereza de
gestos que predijeran la tormenta que se estuviera preparando en su interior. Uno de los recuerdos más
tempranos que conservo de mi infancia es de una tarde en la que asumí una posición fetal en el suelo,
con mi hermano acurrucado en mi barriga, con las manos rodeándonos la cabeza, mientras ella nos
golpeaba presa de uno de esos momentos oscuros de desarreglo emocional.
Pero yo creo que el sufrimiento que padecí de niña también me ayudó a cultivar —instintiva o
conscientemente— la conciencia dinámica necesaria para la curación energética. Muchos años
después, cuando trataba de aprender más sobre mi profesión, conocí a una mujer que ha impartido
clases a los mejores médiums. Ella me explicó que los traumas también suelen estar conectados a las
habilidades psíquicas: las personas que han crecido en entornos inestables son más propensas a haber
desarrollado capacidades premonitorias, y se les da mejor captar información del campo energético.
Y pude confirmar esta teoría cuando, después del ataque terrorista al World Trade Center en el año
2001, me encontraba tratando a un grupo de agentes de inteligencia del FBI en Nueva York que lo
estaban pasando muy mal; no dejaban de autocuestionarse, enfermaban literalmente pensando que
habían pasado por alto alguna información clave que podría haber evitado el ataque. Lo más fascinante
del tratamiento —y era algo que les ocurría a todos— era que sentían el pinchazo de las agujas de
acupuntura antes de que los pinchara. Tumbados en la mesa, con los ojos cerrados o mirando al techo,
todos hacían una mueca justo antes de que les clavara las agujas en los brazos, las piernas o los pies.
Hay quien dirá que aquellos agentes estaban tan alerta que probablemente reaccionaran ante cualquier
cosa que se les acercara. Sin embargo, en la medicina china, diríamos que habían desplazado el qi —o,
para ser más exactos, el wei qi (que significa «energía defensiva»)— fuera de sus cuerpos para poder
estar siempre en alerta. Estaban devastados por la tragedia que acababa de ocurrir, pero pasaban los
días reuniendo datos de inteligencia en busca de alguna pista que determinara si se iba a producir otro
ataque. Y como resultado estaban extrañamente receptivos a la energía que los rodeaba, hasta el punto
de sentir físicamente algo antes de que ocurriera.
***
A pesar de mi complicada infancia, considero que recibí una educación correcta. Mis abuelos me
pagaban carísimas escuelas privadas, donde intentaba pasar desapercibida y ocultar lo que estaba
ocurriendo en mi casa. La necesidad que sentía de pasar desapercibida —y la vergüenza que sentía de
saberme diferente— significaba que me sentía muy atraída por las formas de vida convencionales. Lo
peor que podía imaginar era que alguien me viera como una niña rara. Todavía hoy día tengo que
pelear contra el instinto que me dice que ser sanadora energética está demasiado alejado del reino de lo
aceptable para mí, que en realidad debería estar viviendo en una casa de campo en mi Yorkshire natal
con una estufa AGA y rodeada de niños y perros, sin dejar que mis percepciones extrasensoriales
escaparan de los confines de la tradición.
Mi vida había sido reconducida para que siguiera una existencia tradicional, primero trabajando
como corredora de bolsa y después comprometiéndome a los veinticinco años —con mi jefe, cosa que
tal vez no encajara del todo con mi búsqueda de convencionalismos—, y después empecé a recaudar
fondos para una fundación benéfica de algunos miembros de la familia real británica. Pero, cuando tres
años después me separé de mi marido solo unas cuantas semanas después de haber dado a luz a mi hija
(al final resultó que casarse con el jefe no había sido una buena idea), me encontré en una encrucijada
y me dejé arrastrar por una existencia nueva y, decididamente, menos convencional.
Me trasladé con mi hija recién nacida a Key West, Florida, para trabajar para una compañía de venta
por correo. En su catálogo ofrecían un montón de parafernalia para la comunidad homosexual. Yo me
dedicaba a llevar el catálogo, básicamente —cosa que podía hacer en cualquier parte—, y me llevaba el
portátil (un Apple de primera generación, cosa que era más parecida a llevar a cuestas un microondas),
una sombrilla, una silla plegable y a la pequeña Emma a la playa, donde nos sentábamos durante horas
mientras yo hacía mi «trabajo».
Pero también fue en Key West donde me quedé fascinada por la acupuntura. Fui a ver a un
practicante que me recomendó una mujer en una tienda de ultramarinos cuando me quejé de una serie
de pequeños pero irritables problemillas de salud. Me asombraron el ritual —aquellas finísimas agujas
que equilibraban mi energía— y mi rápida recuperación tras la sesión. Sentí curiosidad por aprender
más cosas sobre aquella fantástica técnica, y también le pregunté al practicante si podía asistir a alguna
de sus sesiones con permiso del paciente.
Había llegado a Key West a principios de la década de 1990 y era una madre primeriza y soltera
desorientada, justo cuando también llegaban a la isla tantos jóvenes homosexuales, exiliándose de
familias y comunidades donde los habían repudiado por haber contraído el sida. Ellos fueron algunas
de las personas más increíbles que he conocido en mi vida, brillantes, cálidos y prometedores, también
costaba mucho comprender que ellos tendrían que dejar la tierra más pronto de lo que deberían.
Muchos de ellos acudían al acupunturista con el que yo estaba aprendiendo, y yo observaba mientras él
los trataba. Era un practicante excelente y un gran defensor de la comunidad homosexual. Yo le
observaba cuidar de aquellos hombres, cómo los animaba a medida que ellos estaban cada vez más
delgados y pálidos; veía el alivio que se reflejaba en sus rostros cuando él conseguía quitarles el dolor y
ofrecerles un poco más de tiempo en unos cuerpos que no los traicionaban del todo. También vi una
posibilidad para mí. Sentí una especie de llamada en la lejanía; yo quería proporcionar a la gente esa
misma clase de alivio y apoyo: eso lo tenía claro. También supe que quería aprender medicina oriental
en combinación con la medicina occidental. Quería formar parte de una comunidad médica que se
mostraba rigurosa y respetuosa con ambos mundos. Y solicité una plaza en el Pacific College of
Oriental Medicine en San Diego, California —una de las mejores escuelas de Estados Unidos para
estudiar medicina asiática—, y me aceptaron en su programa de maestría universitaria en ciencias.
No estaba muy segura de lo que esperaba encontrarme allí, pero la medicina oriental me pareció un
tema completamente absorbente. Los practicantes de acupuntura son profesionales licenciados en la
mayoría de estados estadounidenses, por lo que están sometidos a las mismas regulaciones que afectan
a la comunidad médica general, cosa que significa que deben cursar muchas de las mismas materias
que cualquier otro estudiante de medicina, entre los que se cuentan clases de anatomía (con disección
de cadáveres), química, biofísica, fisiopatología, farmacología y métodos de investigación. Estas clases
se intercalan con cursos de filosofía china y el estudio de su impacto en el diagnóstico y los
tratamientos. Mientras me sumergía en las clases de herboristería y de localización de puntos de
acupuntura, al mismo tiempo que aprendía biología y física, tuve una revelación: la dicotomía, el
conflicto que se expresaba en mis estudios, era la misma con la que tantos años llevaban peleándose los
científicos, es decir, la relación entre materia y energía.
La medicina occidental está anclada en los estudios de sir Isaac Newton, el físico del siglo diecisiete
a quien se considera el padre de la ciencia moderna. Newton veía el universo como un enorme sistema
mecánico donde el espacio y el tiempo son absolutos.9 Y es sobre la base de esta teoría que se les
enseña a los médicos a pensar en el cuerpo como una máquina controlada por el cerebro a través del
sistema nervioso y conformada por otros sistemas con diversas funciones que, por tanto, pueden fallar.
Sin embargo, el pensamiento oriental siempre ha contemplado la idea de que nuestra esencia es
energética; que, en realidad, somos energía condensada.
***
***
Irónicamente, mientras trabajaba en un hospital para enfermos terminales ayudando a los pacientes a
pasar por esa experiencia, la vida de mi madre estaba llegando a su fin después de una batalla de cuatro
años contra el cáncer de mama. Cuando mi padre me llamó y me dijo que creía que mi madre estaba a
punto de morir, cogí un avión rumbo a Escocia, que era donde vivían mis padres. Entré en el
dormitorio con mi hija de ocho años de la mano y me di cuenta de que mi madre ya había superado la
fase más complicada: se estaba rindiendo a la muerte. Yo había pasado la mayor parte de mi vida
adulta tratando de animar a mi madre después de la complicada etapa que habíamos pasado juntas
durante mi infancia. La había llevado a ver médicos y psiquiatras y a talleres de autoestima y, por
supuesto, también la había tratado con acupuntura. Y aunque se estabilizó un poco, nunca fue una
persona a la que pudiera describir como alguien feliz. Aun así, habíamos conseguido forjar una relación
sólida. Yo había madurado lo suficiente como para dejar atrás los resentimientos y los rencores de la
infancia; sabía que ella había hecho lo que había podido, dadas las circunstancias. Era consciente de lo
duros que habían sido los sacrificios de la maternidad para ella en particular: había cargado con los
problemas habituales además de su propia lucha interior, de intentar controlar su mente. Y ahora que
estaba con ella al final de su vida, también pude utilizar los conocimientos que había adquirido en el
hospital para guiarla. Me senté a su lado. «Ya estoy aquí, mamá», susurré. Me estrechó la mano.
Llevaba varios días debatiéndose entre la conciencia y la inconsciencia; creo que estaba esperando a
que yo llegara. Pusimos la música de guitarra clásica que tanto le gustaba, abrimos la ventana y
dejamos entrar el sol y un poco de aire fresco (cosa que no es fácil de conseguir en Escocia, donde es
muy raro que haga buen tiempo), y le hice un tratamiento de acupuntura suave para aliviarle la
incomodidad. Después de ver tantas muertes en el hospital para enfermos terminales —y la resistencia
instintiva y la lucha que acompañan a este proceso— fui capaz de reconocer la elegancia con la que mi
madre estaba aceptando su fin. De una forma un poco extraña, fue un placer ver la calma que estaba
experimentando aquella mujer tan inestable. No me había dado cuenta de cómo el empeño por ofrecer
a mi madre la paz que encontró en su lecho de muerte se había convertido en el motor de mi vida
adulta hasta que una amiga mía me dijo: «Me parece muy interesante que después de la infancia tan
aterradora que has pasado te ganes la vida intentando sanar a los demás y tratando de hacerlos sentir
seguros».
***
En el año 1999 inauguré mi propia consulta de acupuntura en la ciudad de Nueva York. Tenía 35
años, era una madre entregada de una niña de nueve años y acababa de iniciar una relación con otro
acupunturista llamado Noah, quien, con el tiempo, se convertiría en mi marido. Mi consulta era un
espacio alquilado en un edificio de despachos que estaba cerca de Union Square. Pero mi pequeño
negocio funcionó muy bien desde el principio. A los dos años de empezar ya había ampliado el
gabinete a cuatro consultas y recibía a más de cien pacientes a la semana gracias, básicamente, al boca
a boca. La demanda era tan alta que tuve que empezar a poner a los pacientes en lista de espera.
Uno de mis primeros clientes, un hombre llamado Andrew, era un ejecutivo financiero con mucho
éxito en el mercado de acciones; venía en helicóptero cada semana para tratarse el dolor de espalda.
Cuando ya llevaba un año tratándole, Andrew llegó a su visita más serio de lo habitual. Cuando nos
sentamos a hablar como hacíamos antes de cada sesión me dijo que le habían diagnosticado cáncer de
próstata. Pero era un hombre muy optimista y estaba decidido a recuperar la salud. Hubo un momento
de la conversación en que me dijo: «Creo que juntos podemos darle la vuelta a esto».
Yo estaba aterrorizada. Desde que había empezado a recibir pacientes en mi consulta había
experimentado, en ocasiones, con la práctica de canalizar energía a través de mis manos y las agujas de
acupuntura cuando me había parecido oportuno. Todavía no podía generar esa energía cada vez que yo
quería, pero a veces, cuando sentía que podía utilizarla, la dejaba fluir. De vez en cuando, los pacientes
incluso comentaban que notaban algo diferente cuando lo hacía. Algunos decían que se sentían como
recargados, otros notaban calor o un cosquilleo, y en más de una ocasión los pacientes calificaban mis
manos de magnéticas. Pero nunca me había enfrentado a una enfermedad tan grave, como
acupunturista. Es más, jamás le he recomendado a ningún paciente que se trate solo con acupuntura o
con alguna otra medicina energética sin consultar con un médico; soy una firme creyente en los
tratamientos integrales.
Pero Andrew estaba dispuesto a hacerlo. Había llegado a un acuerdo con sus médicos (no era un
hombre que afrontara las situaciones sin estar completamente preparado, se había tratado en Johns
Hopkins y después había pedido una segunda opinión en Sloan Kettering): Andrew podía tomarse tres
meses: su cáncer estaba en un estadio en el que los médicos pensaban que progresaría despacio y solo
tenía que irse controlando durante ese tiempo. Teníamos que trabajar juntos para ver si podíamos
reducir los resultados que le habían salido en la escala de Gleason (la escala que los médicos utilizan
para especificar la severidad de un cáncer de próstata), que era de 6,7. A pesar de que el resultado de la
Gleason era bastante alto, su PSA (antígeno prostático específico) era bajo, cosa que no era habitual.
Evidentemente, Andrew quería superar el cáncer, pero también estaba decidido a no pasar por la
operación que se aconseja en casos de cáncer de próstata más avanzados, que conlleva riesgo de
impotencia, entre otras consecuencias.
Así que diseñamos un régimen de colaboración. Yo le hacía tratamientos semanales de acupuntura y
le encargaba a acupunturistas con más experiencia de la que yo tenía por aquel entonces la preparación
de sus medicamentos a base de hierbas. Siempre que podía, utilizaba la energía curativa en nuestras
sesiones. Pasé por una transición desconcertante; me debatía entre el agradecimiento y la confusión.
«¿Qué estoy haciendo?», me preguntaba más de una vez. Había trabajado con pacientes de cáncer en el
hospital para enfermos terminales, pero aquellas personas estaban condenadas a la muerte sin remedio.
En aquel caso me habían pedido que ayudara a otra persona a invertir el curso de su enfermedad. Me
lo tomé como una responsabilidad muy seria, cosa que hacía imposible no experimentar una saludable
dosis de duda. Pero Andrew tenía casi más fe en mí de la que tenía yo. Hablamos sobre la importancia
de adoptar un enfoque holístico al intentar hacer una transformación de la salud de esta clase. Le
aconsejé que repasara los posibles traumas o conflictos que pudiera tener con el objetivo de sacar a la
luz posibles conflictos emocionales sin resolver; la falta de flujo puede dificultar la posibilidad de
superar un problema de salud. Como estaba más comprometido que nunca, Andrew se puso en
contacto con algunos miembros de su familia a los que había estado evitando en lugar de enfrentarse a
las dificultades emocionales. Buscó el apoyo de la comunidad católica de su zona y reconectó con la
idea de que en el mundo existía una fuerza misteriosa superior. Se concentró en su dieta y empezó a
hacer deporte de forma regular. Todo lo que le aconsejé a Andrew —la acupuntura, el trabajo
energético, la curación emocional, conectar con su espíritu, un estilo de vida saludable— estaba
diseñado para aumentar sus posibilidades de recuperación, siempre basándome en lo que sabía sobre la
inteligencia innata del cuerpo y el deseo de curarse energéticamente.
También notaba que la energía me recorría con más fuerza que nunca. Tiempo después descubrí que
esto me ocurre cuando estoy tratando a alguien que me necesita mucho. No sé si eso significa que la
energía se vuelve más poderosa o que la persona está más abierta a ella, quizá sea un poco de cada. En
cualquier caso, la energía se expresaba en mí provocándome una sensación física diferente: notaba un
estiramiento en la espalda y una especie de cosquilleo por todo el cuerpo. Era refrescante, como si una
oleada de agua tonificante me recorriera la columna vertebral.
Cuando pasaron los tres meses, Andrew fue de nuevo a ver a su médico, que le hizo otra biopsia.
Para nuestro asombro y alivio, la prueba demostró que el cáncer había desaparecido. Cuando intentó
explicarles a los médicos que creía que la acupuntura, además de las desagradables hierbas chinas que
había tomado siguiendo mis prescripciones, lo habían ayudado a cambiar las cosas, ellos ignoraron sus
explicaciones y prefirieron explicarlo aduciendo que él había sido uno de los pacientes afortunados que
habían experimentado una «curación espontánea». En cualquier caso, quince años después, Andrew
sigue estando sano; el cáncer no ha vuelto a aparecer.
Aquella experiencia cambió muchas cosas para mí. Para empezar, me dio más seguridad en mis
instintos y mis procedimientos. Era imposible desmadejar los entresijos de nuestra colaboración —la
curación energética, la acupuntura, su compromiso, la exploración psicológica, el apoyo que recibió de
su comunidad— para averiguar qué era lo que había tenido mayor efecto en él, pero me sentí
reconfortada de saber que nuestros esfuerzos concentrados habían valido la pena. Sin embargo, lo más
importante es que me ayudó a comprender que la energía y el trabajo son muy superiores a mí. En el
hospital para enfermos terminales había aprendido a dejar mis necesidades en segundo plano para
poder encontrar la forma de ayudar a un paciente, pero no me había dado cuenta del todo de que el
poder curativo que ofrecía no procedía exactamente de mí. Trabajando con Andrew me di cuenta de
que la energía que yo utilizaba para curar procedía de fuera de mí. Y cada vez tenía más capacidad para
reunirla. Y a medida que iba utilizando la energía en mi consulta empecé a darme cuenta de que, a
pesar de que la intensidad y la duración de la energía estaban basadas en la necesidad de los pacientes,
siempre procedía de la misma fuente: el universo.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Experimentar la energía
Comprender que tu cuerpo es materia es sencillo. Es tan sencillo como mirarte las manos, pero
experimentar la energía que estimula el cuerpo requiere más sutileza. Puedes practicar para percibir tu
campo energético haciendo el siguiente ejercicio. Experimentar tu propio campo energético es el
primer paso para conectar con el de otras personas y utilizar esa conexión para ayudarlos.
Siéntate y ponte cómodo, con la espalda recta. Pasa algunos minutos respirando
profundamente con el abdomen hasta relajar la mente.
Coloca las manos frente a ti con las palmas mirándose entre sí. Relaja las manos de forma que
los dedos estén ligeramente curvados.
Acerca las manos muy despacio hasta que estén a unos 60 centímetros la una de la otra.
Dibuja pequeños círculos con las manos con las palmas mirándose. Siente las variaciones en las
sensaciones.
Después separa las manos, con las palmas siempre mirándose, y acércalas y sepáralas la una de
la otra.
Repite este proceso varias veces juntando y separando las manos lentamente.
Mientras lo haces presta mucha atención a las palmas de tus manos. Quizás algunos notéis
cierta presión entre ellas, algo parecido a dos imanes cuando se repelen. Quizá también sientas
calor o algún hormigueo o palpitaciones.
Repite este ejercicio durante cinco minutos cada día. Cuando termines el ejercicio anota lo que
has experimentado y cualquier sensación o pensamiento que hayas advertido.
No te preocupes si sientes alguna cosa distinta a las que he descrito anteriormente. Las personas
experimentan la energía de formas diferentes. Y no te agobies si no sientes nada. Estoy convencida de
que si sigues leyendo y practicando los ejercicios que encontrarás en el libro notarás cómo se intensifica
la energía cuando lo termines.
1. W. Beere, Doing and Being: An Interpretation of Aristotle’s Metaphysics Theta (Oxford University Press, Oxford, Reino
Unido, 2009), p. 160.
3. O. J. Pike y otros, «A Photon–Photon Collider in a Vacuum Hohlraum», Nature Photonics 8 (2014): pp. 434-436.
4. Ibidem.
5. A. El-Osta y otros, «Transient High Glucose Causes Persistent Epigenetic Changes and Altered Gene Expression
During Subsequent Normoglycemia», Journal of Experimental Medicine 205, n.o 10 (2008): pp. 2409-2417.
6. Third Ch’an Patriarch Chien-chih Seng-ts’an, «Hsin-hsin Ming», Faith Mind Inscription, http://www.sacred-
texts.com/bud/zen/fm/fm.htm.
7. Ibidem.
9. Sir Isaac Newton, Principia: The Mathematical Principles of Natural Philosophy (Geo. P. Putnam, Nueva York, 1850),
https://books.google.com/books/about/Newton_s_Principia.html?id=N-
hHAQAAMAAJ&printsec=frontcover&source=kp_read_button#v=onepage&q&f=true.
2
LA CIENCIA DE LA CONEXIÓN
Hay una cosa en la que estamos de acuerdo —tanto la medicina oriental como la occidental—: los
campos existen. Un campo, en este contexto, es una región invisible que conecta puntos en el espacio.
De un mismo objeto emanan diferentes campos. Y, como te diría cualquier físico, estos campos se
extienden por el espacio de forma infinita. La primera persona que sugirió la noción de campo fue
Isaac Newton. Se cuenta que comprendió la idea de gravedad cuando vio caer una manzana de un
árbol y se cuestionó la fuerza que lo hacía posible. En 1687, Newton publicó Philosophia Naturalis
Principia Mathematica,10 un ensayo en el que exponía el concepto de la existencia de un campo
gravitatorio para explicar el campo de influencia que un objeto con masa extiende por el espacio que lo
rodea, produciendo una fuerza de atracción en otro objeto o cuerpo.
Después de Newton, nuestra comprensión de los campos siguió evolucionando, y quizá la mayor
revelación llegó cuando supimos cómo interactúan la electricidad y el magnetismo, formando lo que
ahora llamamos campo electromagnético. Sin embargo, este importante descubrimiento requería un
cambio radical en la forma de pensar y, como ocurre con todos los cambios radicales de pensamiento,
necesitaba tiempo. De ese modo, nuestra comprensión de los campos electromagnéticos evolucionó
gracias a una serie de investigaciones científicas que abarcaron la vida de tres hombres.
Michael Faraday, nacido en Inglaterra en 1791, era hijo de un herrero y no estudió mucho, pero se
convirtió, en contra de todo pronóstico, en un científico respetado muy influyente. Descubrió el
benceno e inventó una primera versión del quemador Bunsen, pero su mayor contribución a la ciencia
fue establecer la noción del electromagnetismo. Mientras que la física clásica o newtoniana se basaba
en una serie de leyes que describían el movimiento bajo la influencia de la fuerza, el concepto de
Faraday era que las «líneas de flujo» —o las líneas de fuerza magnéticas— emanaban de los cuerpos
cargados y los imanes, creando campos electromagnéticos. A partir de entonces empezamos a ver que
un campo no era solo una forma de calcular la fuerza que se ejercía sobre otro objeto, sino también
como una área a través de la cual se puede transmitir la energía de una forma más general. Faraday
también fue el primero en proponer que los campos se extienden de forma infinita. (A propósito, la
jaula de Faraday, un recipiente que se utilizaba para bloquear campos electromagnéticos, inventado por
Faraday en 1836, todavía se utiliza mucho en experimentos que se realizan hoy día.)
De la misma forma que el médico Ignaz Semmelweis, el pionero de la antisepsia en los hospitales,
Faraday fue ridiculizado por sus coetáneos; no solo sus Leyes sobre la Inducción Electromagnética
implican fuerzas ocultas, además alteraron la actual forma de ver el universo dictaminada por Newton.
Faraday estaba alterando el foco de la teoría de campo derivada de la macroperspectiva de Newton
poniendo el foco en la mecánica, y llevándola a una microperspectiva, que examinaba la transferencia
de la energía a un nivel microscópico.
***
Aunque Faraday no viviría para verlo, la comunidad científica terminó por aceptar su propuesta.
En 1865, un matemático escocés llamado James Clerk Maxwell se propuso expresar la teoría de
Faraday en términos matemáticos. Faraday era un científico brillante, pero no era un matemático muy
ágil; en realidad, ninguno de sus experimentos estaba formulado con fórmulas matemáticas muy
avanzadas. Y Maxwell formuló una serie de ecuaciones que demostraban que los campos eléctricos y
magnéticos se generan por cargas y corrientes y los cambios que se producen en ellas cuando
interactúan. Uno de los componentes más críticos del trabajo de Maxwell fue la sugerencia de que las
ondas electromagnéticas de un campo se desplazan a la velocidad de la luz. Según la teoría de
Maxwell, incluso la luz era una onda electromagnética. Su trabajo no solo legitimaba la investigación
de Faraday; además, ayudó a trasladarla al futuro. Incluso hoy día, las ecuaciones de Maxwell son
aceptadas como base de todas las teorías modernas de los fenómenos electromagnéticos.
Un poco más de dos décadas después, un físico alemán llamado Heinrich Hertz demostró de forma
concluyente la existencia de los campos electromagnéticos, convirtiendo las «líneas de flujo» de Faraday
en un fenómeno confirmado. Para ello, Hertz diseñó una serie de experimentos11 empleando un
oscilador para conducir una corriente eléctrica hasta un receptor circular colocado a varios metros de
distancia que demostraba que una carga eléctrica en movimiento irradia ondas electromagnéticas.
Hertz también midió las ondas de Maxwell, demostrando que su velocidad era igual a la velocidad de
la luz. Las ondas electromagnéticas se miden por su longitud de onda, la energía y la frecuencia. La
frecuencia se refiere al número de veces que una onda oscila en un periodo de tiempo en particular.
Hoy día medimos la frecuencia de las corrientes eléctricas alternas, el sonido y las ondas
electromagnéticas con una unidad llamada hercio (Hz) en honor del revolucionario trabajo de Heinrich
Hertz.
Juntos estos tres hombres —Faraday, Maxwell y Hertz— abrieron la puerta a revolucionarias áreas
nuevas de conocimiento científico. Primero llegó el telégrafo inalámbrico, que se utilizaba para
transmitir código Morse, y después llegaron los rayos X, la radio, la televisión, el radar y el teléfono
móvil, que hoy día está por todas partes.
Cuando Herz estableció que tanto Faraday como Maxwell habían estado acertados al afirmar que los
campos electromagnéticos existen, los científicos aceptaron la idea de que el universo se extiende más
allá del mundo que percibimos con los sentidos. Y eso allanó el camino para los grandes
descubrimientos del siglo xx, incluyendo la teoría de la relatividad de Einstein —que, básicamente,
propone que el espacio y el tiempo no son entidades independientes— y el modelo estándar de física
de partículas. También cambió la forma en que los científicos piensan en el mundo físico, cosa que dio
pie a la aparición de la física cuántica.
La física cuántica estudia las formas en que la materia y la energía se comportan en la escala de
átomos y partículas y ondas subatómicas. Max Planck, un pionero en ese mundo emergente, ganó el
Premio Nobel de Física en 1918 por haber formulado la teoría que afirmaba que la energía
electromagnética se absorbe o se emite en paquetes discretos, también conocidos como cuantos.
Considerado el padre de la física cuántica, Planck a veces habla de sus descubrimientos de formas que
resultan algo místicas. «Siendo un hombre que ha dedicado toda su vida a la ciencia más lúcida, al
estudio de la materia, puedo afirmar una cosa después de haber estudiado los átomos: ¡la materia no
existe como tal!», dijo al público de una conferencia que ofreció en Florencia, Italia, en 1944. «Toda
materia se crea y existe solo por virtud de una fuerza que hace vibrar las partículas de un átomo y
mantiene unido el sistema solar del átomo… Debemos asumir que detrás de esta fuerza existe una
Mente consciente e inteligente. Y esta Mente es la matriz de la materia».12
Esta matriz, en física cuántica, se llama campo del punto cero (ZPF).13 Imagina que estás en una
playa observando dos piedras que ruedan en la arena al unísono empujadas por las olas. Si no
comprendieras el papel que juega el océano moviendo las piedras sería comprensible que pensaras que
una de las dos piedras se está comunicando con la otra; que, como diría Einstein, estás viendo
«acciones a distancia». En este caso el océano sería el campo del punto cero, el campo invisible
generado por el intercambio de energía entre partículas subatómicas.14
Según la teoría del Big Bang, durante las primeras minúsculas fracciones de segundo después de que
ocurriera el Big Bang no había partículas de materia, solo «partículas virtuales»15 que aparecieron
fugazmente para intercambiar energía con otras partículas cuánticas, combinándose y destruyéndose las
unas a las otras durante el proceso, y provocando fluctuaciones de energía arbitrarias. Este «tango
subatómico»16, como lo llama Lynne McTaggart en su libro El Campo: en busca de la fuerza secreta
que mueve el universo,17 sigue ocurriendo hoy día; estas partículas entran y salen de la existencia en el
vacío. La mecánica cuántica ha demostrado que ese vacío no es la nada, como asumimos la mayoría de
nosotros, sino un frenesí de actividad cuántica. Este estado fundamental es un sistema a temperatura
cero llamado energía del punto cero, que es el estado de energía más bajo posible, cuando la materia ha
desaparecido y se supone que ya no queda nada que pueda generar movimiento.18
«La energía del punto cero de cualquier transacción particular de un campo electromagnético es
inconcebiblemente minúscula, equivalente a medio protón —explica McTaggart—. Pero si sumamos
todas las partículas del universo que no paran de aparecer y desaparecer obtendremos una fuente de
energía inagotable (igual o mayor a la densidad energética de un núcleo atómico) allí parada tan
tranquila al fondo de un espacio vacío que nos rodea, como si fuera un [ubicuo] telón de fondo
sobrecargado.»19 Este telón sobrecargado es el campo del punto cero o, como a veces se lo denomina,
el campo de los campos. Estos cálculos cuánticos demuestran que vivimos en medio de un vasto y
constante mar de energía. Este mar de energía, como ilustró el físico Hal Puthoff en 1990,20 está en
relación dinámica con todas las partículas subatómicas del universo. El movimiento de cada una de
ellas empuja a la otra hacia delante. Esta interacción «constituye un subyacente y estable… estado de
vacío —declaró Puthoff— en el que una mayor interacción del ZPF solo reproduce el estado existente
en una base dinámica-equilibrio21. El ZPF, en otras palabras, se está renovando constantemente, y es
continuamente renovado por el movimiento cuántico del universo. Esto también sugiere que el
universo —y toda la materia que hay en él— está conectado por las ondas del campo del punto cero y
la infinita reserva de energía subyacente.
Cosa que, a mí, me recuerda mucho al tao.
***
En la medicina energética se cree que existe un campo que abarca el cuerpo como un todo. Los chinos
lo llaman qi. Y es este campo —al que también suelen referirse como campo etérico— en el que puede
influir un buen especialista en medicina energética para mejorar la salud de un paciente. Aunque no
existen pruebas concluyentes sobre la existencia de este campo energético, lo mismo ocurre con la
noción hoy día aceptada científicamente del campo gravitatorio; los científicos infieren que el campo
gravitatorio existe porque ofrece una explicación sistemática y razonable sobre la forma en que los
objetos existen en el espacio.
Y, sin embargo, el campo energético del cuerpo tiene una gran importancia científica. En 1935,
Harold S. Burr, un profesor de anatomía de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale, hizo
una serie de experimentos con animales —como salamandras y gallinas22— empleando un voltímetro
adaptado especialmente diseñado para conseguir lecturas de voltajes muy bajos con el objetivo de
detectar el potencial eléctrico del cuerpo. Concluyó que todos los sistemas vivientes tenían campos
bioeléctricos. Los llamó «campos de vida»23. Burr no solo consideraba que la vida exhibía propiedades
electromagnéticas, sino que estos se componían de un «principio organizado»24 que evitaba que
nuestros cuerpos se dejaran arrastrar por el caos. Nuestros campos electromagnéticos individuales
mantienen un patrón que proporciona la «integridad, la organización y la continuidad» de todos
nuestros sistemas corporales.25
En 1939, más o menos cuando Burr estaba en plena investigación, Semyon Kirlian, un electricista
de la ciudad soviética de Krasnodar, se topó con lo que consideró que era una prueba fotográfica del
campo energético humano.26 Mientras estaba haciendo una reparación eléctrica en un instituto de
investigaciones médicas, observó a los pacientes que se trataban con electroterapia; se dio cuenta de
que había unos minúsculos destellos de luz que eran visibles entre los electrodos y la piel de los
pacientes durante el tratamiento. Intrigado por lo que podría significar, Kirlian decidió intentar
capturarlo por su cuenta en casa. Colocó papel fotográfico entre los electrodos y la piel de su mano y
capturó una imagen. Cuando reveló la fotografía, descubrió un brillo luminiscente que le rodeaba la
mano y los dedos.
Kirlian descubrió que existe un término científico para describir lo que él creía haber capturado en
su fotografía: efecto corona. La palabra corona viene del griego antiguo y significa «guirnalda»; es el
aura de plasma que rodea el sol y otras estrellas. Pero «efecto corona» es un término que se emplea en
física para describir el brillo eléctrico que se ve sobre o alrededor de un conductor cargado.27 Kirlian
creía que había capturado el efecto corona que salía de su mano. Cuando adaptó este método y empezó
a colocar un objeto entre una plancha metálica y un trozo de papel fotográfico al mismo tiempo que
aplicaba corriente de alto voltaje a la plancha metálica —un proceso que se empezó a conocer como la
fotografía de Kirlian— descubrió que los objetos inanimados, como una moneda, desprendían un
efecto corona distinto; era más bien un brillo uniforme.28 Pero los seres vivos —como él mismo o una
planta— generaban descargas intensas de muchos colores, desprendían fulgores turquesas, granates y
violetas. Kirlian concluyó que eran fotogramas del vibrante campo energético que rodea a todos los
seres vivos.
En un experimento que se convirtió en una de las investigaciones más famosas de Kirlian, hizo una
fotografía de una hoja fresca —exhibiendo su «aura» de colores vivos— y después la cortó por la mitad
y tomó una segunda fotografía. En la segunda fotografía volvía a aparecer una aura, pero en lugar de
brillar alrededor de la mitad de la hoja que había quedado, seguía brillando alrededor de la forma
original, a pesar de que la otra mitad ya no estaba. Aquello se conoció como el efecto de la hoja
fantasma,29 y desde entonces se ha reproducido muchas veces y tomado como referencia por
practicantes de medicina alternativa como prueba de la existencia de un campo de energía que rodea el
cuerpo.
Esta teoría también ha sido denunciada por el mundo científico.30 La explicación del mundo
científico es que la frecuencia de alto voltaje aplicada sobre la plancha de metal desprende los
electrones de los átomos, cosa que provoca que el aire que rodea el objeto fotografiado se cargue de
iones. Si ese aire contiene un poco de agua, eso generará una silueta brillante alrededor del objeto.
Cuanta más agua haya, más potente será esa silueta. Por tanto, la causa del efecto de la hoja fantasma
era la humedad residual que había quedado en la zona donde se había cortado la hoja. Sin embargo,
poco después, un investigador de la California State University extendió el experimento de la hoja de
Kirlian fotografiando la parte de la hoja amputada a través de un bloque de Lucite translúcido, a través
del cual no podía pasar la humedad.31 Y la vibrante silueta de toda la hoja seguía apareciendo en la
imagen. Como ocurre con muchos temas científicos, no hay una respuesta concluyente para esto, solo
algunas pruebas que pueden ofrecernos distintas perspectivas para comprender esas cosas de las que
todavía no podemos estar seguros.
Y, sin embargo, existen otras observaciones científicas que sugieren que es posible que Kirlian
hubiera dado con algo. En realidad, parte de la investigación de Harold Burr complementa
poderosamente el trabajo de Kerr. La mayoría de los experimentos de Burr fueron con salamandras,
que resultan muy útiles en el laboratorio porque se las puede observar desde que están en el huevo
hasta que son adultas, permitiendo que puedan observarse los cambios de forma y anotarlos con
precisión. Utilizando su voltímetro, Burr descubrió que los huevos de salamandra tienen un campo
energético eléctrico casi idéntico a la forma del propio animal.32 Teniendo esto en cuenta, Burr teorizó
que, teniendo en cuenta el eje del campo energético eléctrico, la línea central alrededor de la que se
mueve esta energía está alineada con el sistema nervioso de una salamandra adulta. Para explorar este
concepto inyectó algunas gotas de tinta negra imborrable en el eje del campo energético en algunos
huevos de salamandra. Y en todos los casos ocurrió que la tinta se incorporaba al interior del cerebro y
la columna vertebral de la salamandra en gestación. Fue un descubrimiento radical muy provocador:
¿aquello significaba que las salamandras poseían su cianotipo energético adulto al nacer? Era como si la
salamandra poseyera, en estado embrionario, el contorno energético de su yo futuro.
También existen pruebas de que lo contrario es cierto (siguiendo la línea del estudio de la hoja de
Kirlian): un campo eléctrico permanece después de haber perdido las extremidades. Robert O. Becker,
un cirujano ortopédico, publicó un estudio que había llevado a cabo en las décadas de 1940 y 1950,
principalmente en el Journal of Bone and Joint Surgery, que ilustraba una «corriente de la herida»,
cosa que se refería a la corriente eléctrica que emanaba desde la parte central del cuerpo hasta un nervio
o un músculo lesionado, en animales. El tejido lesionado registraba un voltaje negativo al compararlo
con el resto del cuerpo.33
Becker también utilizó salamandras para hacer sus estudios porque son uno de los pocos animales
capaces de regenerar sus miembros. Sí, una salamandra adulta con una pata amputada podrá, en el
transcurso de las siguientes semanas, reproducir una nueva en el mismo lugar donde se le ha quitado la
anterior. Becker también investigó con ranas, para comparar, para estudiar a un animal que no fuera
capaz de regenerar tejidos. Cuando Becker les amputó los miembros a los animales, descubrió que
generaban la misma corriente de la herida, un voltaje positivo. Pero poco después descubrió que la
salamandra desarrollaba un cambio de carga en el muñón: cambiaba de una polaridad positiva a una
negativa antes de decantarse —indicando un potencial energético— y después, una vez que la
regeneración del miembro hubo terminado, volvía a cero. Entretanto, el voltaje de la rana pasó a cero
en cuanto le amputó la pata y permaneció igual mientras se le cicatrizaba el muñón.34
Antes de haber leído estos estudios conocí un paciente en el hospital para enfermos terminales que
me dijo que sentía dolor en una pierna que ya no tenía. Le pedí que se tumbara y, actuando por
instinto, empecé a tratarle la pierna desaparecida. Me limité a clavar las agujas en la cama, donde
deberían haber estado su pierna y el llamado «canal de la vejiga», que se extiende por toda la pierna
hasta llegar al pie. Después de unos diez minutos, el paciente dijo que tenía la sensación de que el
dolor estaba disminuyendo. «¿Sí?», le pregunté un poco incrédula. Cuando terminamos con el
tratamiento, más o menos una hora después, dijo que el dolor había bajado de una intensidad de ocho
(de diez) a tres. En aquel momento, a pesar de estar un poco sorprendida de que mi plan improvisado
hubiera funcionado, lo atribuí al efecto placebo. El paciente había creído que la acupuntura le
ayudaría, pensé, y lo había hecho. Pero con el tiempo empecé a creer que mis agujas de acupuntura
provocaron pequeñas intervenciones eléctricas en una parte de su cuerpo que ya no estaba allí. En otras
palabras, era posible intervenir en el campo —y desplazar la energía— que rodeaba a su pierna ausente.
***
La fuerza electromagnética, tal como la entiende la biomedicina convencional, gobierna las fugaces
interacciones entre las moléculas. Sin embargo, la bioelectromagnética necesita los campos
electromagnéticos, eléctricos y magnéticos para explicar el campo general que se emplea para regular
las funciones vitales. La medicina energética lleva la comprensión de los campos electromagnéticos un
paso más lejos y propone que un intercambio energético entre el practicante y el paciente puede sanar.
A medida que iba tomando conciencia de que había algo en mi interior durante mi primera época
como practicante de acupuntura, mis pacientes también empezaron a sentirlo. Muchos explicaban
haber percibido una sensación de calor y movimiento. Yo trataba todo tipo de enfermedades, desde
dolor crónico hasta alergias y cada vez a más mujeres con problemas de fertilidad, y siempre obtenía
efectos impresionantes. En particular, cuando veía cómo se equilibraban las hormonas de aquellas
mujeres, cómo mejoraba el grosor de sus recubrimientos uterinos y se les regulaba el ciclo menstrual,
me preguntaba si estaría ofreciendo a sus cuerpos una información que hacía que sus sistemas
reproductivos se reorganizaran.
También pensé que quizá mi cuerpo también se viera afectado por el proceso. En aquella época yo
había ganado bastante peso (a pesar de que mis hábitos alimenticios no habían cambiado), y también
sufría palpitaciones espontáneas muy agresivas llamadas taquicardias. De vez en cuando, mientras
estaba en plena sesión en un día normal tratando a mis pacientes en la clínica, de pronto, en vez de
sentir el flujo de mi energía, me daba la sensación de que estaba a punto de sufrir un ataque al
corazón.
Cuando me diagnosticaron taquicardias también descubrí que sufría un desorden genético llamado
síndrome de Wolff-Parkinson-White, que significa que nací con una hilera de células de más que
conducen actividad eléctrica al corazón. (A veces bromeo diciendo que eso es lo que me proporciona
un qi adicional en el corazón.) Es una enfermedad congénita, pero no había tenido ningún síntoma
hasta que empecé a canalizar energía mientras practicaba la acupuntura. Normalmente podía controlar
la taquicardia yo sola masajeándome la arteria carótida del cuello y poniéndome hielo en la cara, ambos
métodos demostrados para bajar el ritmo del corazón que me había enseñado mi exmarido. Aun así, en
un par de ocasiones, los episodios fueron tan intensos que tuvieron que llevarme a urgencias. Una vez
allí, los médicos me administraron adenosina intravenosa provocándome lo que se conoce como
asistolia —o un paro cardíaco— durante algunos segundos. Básicamente, lo que se consigue es que el
corazón retome su ritmo habitual. Pero también provoca un intenso dolor en el pecho, por no
mencionar la macabra comprensión de que podría ser el fin.
Quizás estuviera sufriendo aquellos episodios de taquicardia porque trabajaba demasiado, pero no
podía quitarme de la cabeza la idea de que a mi corazón le estaba costando ajustarse a las diferentes
frecuencias que yo tenía la sensación de estar absorbiendo de los campos que me rodeaban. De hecho,
existen campos que emanan de nuestro interior. Nuestros cerebros y corazones, por ejemplo, todos
tienen sus propios campos electromagnéticos mensurables. Los médicos monitorizan el campo
vibratorio del cerebro con un electroencefalograma o EEG. Las células de nuestro cerebro también se
comunican utilizando impulsos eléctricos, que siempre están activos, incluso mientras dormimos; estos
movimientos son las líneas onduladas que aparecen en las lecturas de los EEG, que son medidores de
frecuencia.
El corazón, sin embargo, proyecta el campo electromagnético más grande del cuerpo. Se puede
medir utilizando un electrocardiograma, también llamado ECG o EKG. En realidad, el campo del
corazón es tan impresionante que hoy día el equipamiento médico moderno puede medir su frecuencia
desde cuatro metros de distancia.35
Mediante sus campos palpitantes, estos dos órganos —el corazón y el cerebro— siempre se están
comunicando. Los médicos monitorizan cautelosamente los campos de energía del corazón y del
cerebro individualmente, pero prestan menos atención a las formas en que se afectan entre ellos
electromagnéticamente. Pero hay investigadores, como el doctor Gary Schwartz, profesor de psiquiatría
y medicina de la Universidad de Arizona, y un grupo del HeartMath Institute,36 fundado tanto por
científicos como por sanadores energéticos, que han liderado un movimiento para investigar esta
conexión.
Schwartz y sus colegas, las doctoras Linda Russek y Linda Song —mediante experimentos que
monitorizaban simultáneamente las lecturas EEG y EKG de los participantes— descubrieron que
cuando se les pedía a los participantes que se concentraran en los latidos de su corazón no solo veían
un aumento general de las señales del latido del corazón en las ondas de sus cerebros, también se
registraba un aumento de la onda P, que es la primera parte del latido cardíaco, cuando la sangre se
bombea a los ventrículos, y cuesta sentirlo fisiológicamente.37 Y esto nos da la prueba de que, como
dice Schwartz, «cuando nos concentramos en nuestro corazón, nuestro cerebro amplifica los campos
eléctricos que proceden de nuestro corazón incluso durante esos momentos —los periodos de onda P
— durante los que las sensaciones del corazón todavía no han llegado a nuestro cerebro».38 Dicho de
otra forma, el cerebro tiene una percepción implícita del corazón que sobrepasa las rutas comunicativas
del cuerpo. Me pregunté si esas comunicaciones inherentes entre el cerebro y el corazón conocían las
adaptaciones que estaba haciendo mi cuerpo cuando la energía fluía a través de mí.
El filósofo chino Lao Tzu dijo en una ocasión: «Cuando el estudiante esté preparado, el maestro
aparecerá», y yo he descubierto que en mi vida ha sido así. En este caso, mi maestro apareció en la
forma de una psicóloga clínica y deportiva llamada Leah Lagos. Se puso en contacto conmigo después
de que yo tratara a una de sus pacientes, una actriz con pánico escénico. Me dijo que había percibido
un «cambio evidente»39 en el estado de su paciente y me invitó a su consulta para que le hablara sobre
mi trabajo. Sentí curiosidad. Entre otras cosas, estaba interesada en descubrir qué era lo que ella estaba
midiendo exactamente, y concertamos una cita.
La doctora Lagos es una especialista en la respuesta biológica de la variabilidad del ritmo cardíaco
(VRC)40 que emplea para ayudar a sus pacientes a mejorar su salud cardíaca además de enseñarles
técnicas para gestionar la ansiedad. Muchos de sus clientes son atletas profesionales, directores de
empresas y actores, personas que se enfrentan al equivalente emocional de una actuación en la cuerda
floja cada vez que se ponen frente al público; tienen que poder controlar sus pensamientos y emociones
para poder hacer su trabajo.
Solemos pensar que un ritmo cardíaco saludable es regular, pero en realidad el corazón varía el
tiempo entre latidos cuando se adapta a distintas circunstancias. Lagos identifica estas variaciones
utilizando una máquina EKG para poder documentar los momentos en los que una persona está
respirando a un ritmo que produce una variación cardíaca óptima: «Cuando inhalas, tu frecuencia
cardíaca sube, y cuando exhalas, tu frecuencia cardíaca baja —dice—. Lo que queremos es que esas
oscilaciones sean lo más grandes que se pueda, pero también queremos que sean ordenadas. Cuando
estás estresado, frustrado, molesto, tu ritmo cardíaco se vuelve irregular. Cuando estas relajado,
produces esta hermosa onda parecida a las olas del océano. Y, como el corazón es un músculo, ese
movimiento se puede trabajar».41 Su protocolo, que, tal como ella dice, «permite a los pacientes la
capacidad de conseguir el control de su fisiología y su psicología a través de su ritmo cardíaco»42, es un
programa de diez semanas, que incluye reuniones en su consulta una vez a la semana y hacer ejercicios
de respiración dos veces al día. Lagos cree que el corazón es el centro del control emocional y que ha
sido ignorado porque nos hemos concentrado demasiado en el cerebro. (También cree que en el futuro
las personas irán a ver cada semana a un especialista en psicofisiología en lugar de ir al psicoterapeuta.)
Básicamente, Lagos busca la forma de alterar la respuesta del sistema nervioso autónomo del cuerpo
al estrés. El sistema nervioso autónomo tiene dos reacciones básicas: la simpática y la parasimpática.
Cuando cruzas una calle llena de gente y el semáforo cambia y los coches empiezan a avanzar, el
cuerpo se pone en modo lucha o huida, que también se conoce como respuesta simpática. Es una
reacción muy útil: te estimula y te empuja a correr hasta la acera antes de que te alcancen los coches.
Pero una vez has llegado a la acera, si no tienes una respuesta parasimpática fuerte que te ayude a
recuperar el equilibrio, te quedas en ese estado de supervivencia durante más tiempo del necesario. Y
las personas que padecen de estrés crónico pueden quedarse en ese estado durante horas, a veces
incluso días. La rutina de Lagos permite a sus pacientes potenciar la respuesta parasimpática —que
provoca una mayor variabilidad del ritmo cardíaco y un menor ritmo cardíaco— para poder interrumpir
más pronto la reacción parasimpática.
«Imagina a un jugador de tenis que se está preparando para el US Open: no está pensando en los
músculos que debe ejercitar, para eso está la memoria muscular, y ocurre lo mismo con el corazón —
explica Lagos—. Si hacemos las repeticiones suficientes de una frecuencia específica, el corazón acepta
el ritmo y lo adopta de forma funcional en momentos de estrés. Y eso cambia tu actividad y la
respuesta al estrés.»43
Lagos estudia las frecuencias cardíacas de sus pacientes midiendo la actividad eléctrica de su corazón
con un EKG mientras respiran a un ritmo específico. Cuando el ritmo de la respiración y la frecuencia
cardíaca coinciden, maximizando las oscilaciones cardíacas, el paciente ha alcanzado lo que ella
considera el estado ideal: están en resonancia. «Cuando respiras en tu frecuencia de resonancia, estás
fortaleciendo la influencia parasimpática para que aparezca y destruya esa tendencia de lucha o huida
—comenta Lagos—, y te devuelve a la homeostasis.»44 Durante la resonancia, los ritmos del corazón
provocan señales tranquilizadoras que resuenan por todo el sistema nervioso autónomo.
La resonancia también es un concepto importante en física. A grandes rasgos, se utiliza para definir
el momento en el que un objeto vibra en la misma frecuencia natural que un segundo objeto,
aumentando por tanto la amplitud y provocando que el segundo objeto entre en un movimiento
vibratorio. Es el motivo por el que una copa de vino se rompe cuando una cantante de ópera alcanza
una nota extraordinariamente alta (la palabra «resonancia» procede del término latino que significa
«eco» o «retumbar»). Cuando la voz de la cantante alcanza un tono tan alto que crees que te van a
estallar los tímpanos —el mismo tono que resuena con la frecuencia de la copa—, la vibración
resultante la rompe. Sin embargo, en la consulta de Lagos, alcanzar un estado de resonancia es lo
opuesto a estallar: en realidad es cuando la persona está funcionando a su más alto nivel.
Cuando Lagos había examinado a la actriz, aquella paciente que teníamos en común, después de
que yo le hubiera hecho el tratamiento de acupuntura con trabajo energético, había notado que la
mujer había entrado en resonancia con mucha más facilidad que antes al medirla con sus instrumentos
de respuesta biológica. Le expliqué los puntos de acupuntura que le había tratado, y también admití
que había notado cómo una energía salía a través de mí mientras le practicaba la acupuntura.
Decidimos conectarme al equipo de respuesta biológica para ver si descubríamos algo. Cuando Lagos
me puso los nódulos del EKG, yo adopté por instinto el estado que adopto cuando estoy sanando a
alguien, y en quince segundos estaba en resonancia. Por lo visto, yo me había acostumbrado a hacerlo
sin darme cuenta mientras practicaba la acupuntura. La teoría de Lagos era que yo había llegado a
aquel estado de forma natural porque mi mayor variabilidad cardíaca me confería mayor flexibilidad
para abrirme y transferir energía a mis pacientes.
Intrigada por el resultado, Lagos me invitó a volver para hacerme otra evaluación, un EEG del
cerebro simultaneo a un EKG del corazón. Y de nuevo, y casi de forma inmediata, mi cerebro y mi
corazón entraron en resonancia el uno con el otro. Aquellos experimentos en la consulta de Lagos me
ayudaron a comprender que lo que yo estaba sintiendo durante las sesiones de curación era el resultado
de un cambio perceptible en mi respiración, los latidos de mi corazón y las ondas de mi cerebro. Fue
un descubrimiento significativo, que sugería que todo mi sistema nervioso autónomo se estaba
aclimatando durante las sesiones de curación. La forma más evidente de hacerlo es a través del nervio
vago, que conecta el corazón y el cerebro y ayuda al sistema nervioso parasimpático a recuperar el orden
en el corazón y el sistema respiratorio, además del sistema digestivo, después de un episodio de estrés.
Lagos estaba de acuerdo en que mi taquicardia debía de haber sido el resultado de que yo estuviera
practicando esa técnica de forma inconsciente en mis sesiones. Y aunque entraba en estado de
resonancia, quizá también hubiera afectado de vez en cuando a mi nervio vago, que habría provocado
un aumento de pulsaciones. Y, debido a mi síndrome Wolff-Parkinson-White, a veces la situación se
descontrolaba. El equilibrio entre los sistemas simpático y parasimpático es un baile delicado para
cualquiera. La mayor parte de las veces conseguía seguir adelante, pero de vez en cuando, mientras me
recorría la energía, creo que mi cuerpo no conseguía adaptarse adecuadamente. También debía de
haber encontrado una forma de modular mi sistema nervioso autónomo para alinearme con mis
pacientes, sincronizarme con sus frecuencias y establecer una resonancia con ellos.
Por lo menos así es como lo percibía yo y, aunque puede sonar improbable, no es una hipótesis del
todo contraria a la ciencia. El doctor Gary Schwartz también tenía la corazonada de que, dado lo
poderoso que era el campo electromagnético del corazón, era posible que las personas pudiéramos
percibir señales de otros. Schwartz tiene el humor suficiente —y la humildad— como para sugerir que
algunas personas podrían calificar su teoría como «las reflexiones new age de un investigador
anciano»,45 pero también tiene la integridad que le confiere su educación científica, que lo empuja a
buscar pruebas que confirmen sus creencias.
Y con eso en mente analizó las transcripciones EKG y EEG del investigador Russek y de veinte
participantes. Todos aquellos hombres habían participado en el estudio veinte años antes, cuando eran
estudiantes en Harvard. En aquel experimento inicial les pidieron que puntuaran a sus madres y padres
en una escala numérica teniendo en cuenta seis rasgos posibles: afecto, severidad, justicia, inteligencia,
trabajo duro y fuerza.
Schwartz descubrió que, «si los sujetos percibieron a sus padres como seres cariñosos cuando estaban
en la universidad, establecían una conexión energética con el entrevistador que significaba que
registraban la presencia de las ondas del corazón del entrevistador en su cerebro cuando ya eran adultos
maduros».46 Por otra parte, las ondas cerebrales de los participantes que habían puntuado a sus padres
con cifras más bajas en la categoría de cariño conectaban con las ondas del corazón del entrevistador de
formas más débiles y más espaciadas. Estos mismos resultados se repitieron cuando el HeartMath
Institute hizo el experimento más adelante de forma independiente.47
Este estudio representa un concepto muy profundo: que las ondas del corazón de una persona, que
emanan del campo electromagnético de su corazón, pueden detectar —y afectar— las ondas cerebrales
de otra persona, y viceversa. Y yo creo que esto también puede estar ocurriendo cuando hago mis
tratamientos en la consulta: de la misma forma que la doctora Lagos descubrió que yo entraba en
resonancia interna cuando estaba en la consulta, este estudio sugiere que quizá también entre en
resonancia con mis pacientes, y eso significa que las ondas de nuestros corazones y cerebros se
sincronizan temporalmente durante el transcurso de un tratamiento de curación.
Se pueden encontrar más pruebas de estos estudios que demuestran que los cambios provocados
deliberadamente en el cerebro de una persona pueden provocar un cambio similar en el cerebro de otra
persona. Específicamente, en un estudio publicado en la revista Science en 1965, dos investigadores
estudiaron los resultados de EEG de quince pares de gemelos idénticos que estaban sentados en
habitaciones distintas. En dos de estas parejas, cuando los investigadores indujeron deliberadamente
en uno de los gemelos idénticos los ritmos alfa —las oscilaciones eléctricas del cerebro que aparecen
cuando una persona está despierta y relajada—, aparecieron de forma espontánea y simultanea en el
otro.48
Más recientemente, en 2010, tres investigadores —los doctores Luke Hendricks, William Bengston
y Jay Gunkelman— estudiaron a un sanador a distancia que trataba a pacientes que estaban en
habitaciones distantes diez metros una de otra, y midieron las señales eléctricas de sus cerebros
simultáneamente mediante un EEG.49 Descubrieron que el sanador tenía una onda electromagnética
constante de unos 7,81 Hz, que era más fuerte y más frecuente que la de sus pacientes. Al rato, sin
embargo, la onda de los pacientes parecía reiniciarse y sincronizarse con la del sanador. En otras
palabras, el sanador y el paciente resonaban, incluso estando separados. Y el vínculo entre el sanador y
el paciente creaba una resonancia más poderosa de la que ninguno de los dos era capaz de crear de
forma individual.
Bengston hizo un estudio de seguimiento en la Universidad de Connecticut, que tiempo después
repitió en el Thomas Jefferson University’s Sidney Kimmel Medical College, en el que él mismo
practicaba un ejercicio de meditación para sanar mientras se hacía un EEG.50 Al mismo tiempo
conectaron a otra persona a otra máquina de EEG. Mientras Bengston hacía el ejercicio de
meditación, se registraba una evidente diferencia en el cerebro de la otra persona que coincidía con la
lectura del EEG de Bengston. Cuando Bengston dejó de hacer el ejercicio mental, la sincronización de
las ondas cerebrales también se detuvo.
Estos experimentos sugieren que los campos energéticos de nuestros corazones y cerebros pueden —
y consiguen— conectar con otros. En esencia, estamos en silenciosa colaboración los unos con los
otros.
***
Existe otro cuerpo de investigación científica que indica que podríamos estar conectados de un modo
esencial pero imperceptible. El Princeton Engineering Anomalies Research (PEAR) era un laboratorio
patrocinado por la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas de la Universidad de Princeton que se
dedicó durante casi tres décadas al estudio de la conciencia humana y sus efectos, en particular si la
conciencia colectiva tiene el poder de alterar las cosas. El difunto Robert Jahn, un físico que era decano
de la Escuela de Ingeniería en Princeton, fundó el PEAR en 1979 después de que una estudiante
universitaria le pidiera que supervisara su estudio sobre el impacto de la intención humana sobre un
artefacto mecánico, en este caso una pequeña máquina con forma de caja llamada generador de eventos
arbitrarios (REG), diseñada para producir una serie de bits digitales impredecibles traducidos a unos y
ceros en un ordenador que servía de base de datos.51 En esencia, este artefacto es como un lanzador de
monedas al aire electrónico con una probabilidad del cincuenta por ciento de producir un uno o un
cero.
Al principio, Jahn se sintió interesado por el REG —pensó que examinar su diseño sería un buen
estudio independiente para su estudiante—, pero, a medida que progresaba el trabajo de su estudiante,
cada vez se mostraba más interesado por sus datos y los resultados. A lo largo de las décadas siguientes,
y en colaboración con Brenda Dunne —una psicóloga del desarrollo que se convirtió en la directora del
laboratorio del PEAR—, John y su equipo hicieron miles de experimentos. Después de diseñar su
propia versión más sofisticada de la máquina, estudiaron al REG en diversas circunstancias y
escenarios, tratando de determinar si los humanos podían marcar la diferencia en la producción de los
números.
Y lo hicieron. La diferencia, en promedio, es el equivalente a alguien que es capaz de alterar el
resultado del lanzamiento de esa moneda cada dos de tres lanzamientos por diez mil.52 Es una cifra
pequeña, pero significativa estadísticamente hablando. «El fenómeno es real —afirma Dunne—. No
son fluctuaciones fruto del azar. Hay un sutil proceso de ordenación que está influyendo en estos
eventos aparentemente fortuitos.»53 Jahn y su equipo hicieron miles de experimentos con el REG
durante el periodo de veintiocho años que el laboratorio estuvo funcionando: en casi todos, la
diferencia estadística era ligeramente mayor de lo que habría sido en un grupo de número
completamente fortuito.54
Los investigadores del PEAR creyeron que aquellas anomalías estaban muy asociadas con dos
factores: si existía una intención o necesidad que afectara a la persona que estaba haciendo funcionar la
máquina, y si existía una fuerte sensación de resonancia, cosa que en este contexto significaba que las
frecuencias de dos campos electromagnéticos (ya fuera entre dos personas o entre una persona y la
máquina) se alineaban.55
Los experimentos que se hicieron en el laboratorio del PEAR también investigaron los efectos sobre
el REG cuando una persona sin pareja y cuando una pareja —con una relación romántica o no— se
conectaban a la máquina y la alimentaban con intenciones preestablecidas de antemano. Los resultados
demostraron que, en cualquiera de los dos casos, los campos electromagnéticos humanos podían influir
en los de la máquina; y lo más interesante es que dos personas pueden provocar un efecto más intenso
que una sola, y que una pareja con un vínculo emocional produce los resultados más notables. Como
Jahn dijo en una ocasión, «si pones tu mente en resonancia con el procesador, la máquina demostrará
una preferencia por seguir tu deseo».56
El PEAR también estudió la resonancia que se daba en grupos. «Desarrollamos un pequeño REG
portátil que pudiéramos llevarnos al campo —explica Dunne— y lo llevábamos a distintos entornos
donde era probable que hubiera una fuerte resonancia colectiva.»57 Entre los eventos elegidos había
desde una conferencia sobre el humor hasta conciertos de música pasando por grupos de meditación,
eventos que considerábamos «carismáticos». Los números volvieron a demostrar, una vez más, un
ligero pero significativo patrón; eran más organizados que los números al azar que se produjeron con el
grupo de control. En comparación, los eventos más aburridos, como conferencias académicas y
reuniones de negocios, demostraban menos alteraciones.
El laboratorio del PEAR concluyó sus investigaciones en 2007. «Hemos conseguido lo que nos
habíamos propuesto en un principio… es decir, determinar si estas diferencias son reales e identificar
las correlaciones más importantes —anunciaron Jahn y Dunne en declaraciones conjuntas—. Ha
llegado el momento de que la próxima generación de eruditos coja el relevo.»
Desde entonces, Roger Nelson, un psicólogo experimental que había estudiado física y métodos
estadísticos, quien también era el coordinador de operaciones del PEAR, creó el Global Consciousness
Project (GCP).58 Se trata de un proyecto internacional que desarrolla el trabajo del PEAR, aunque
opera de forma independiente. El grupo ha instalado una red de REG por todo el mundo —desde
Francia a Nueva Zelanda y de Kenya a Nueva York— y todos envían datos continuamente a un
servidor de Princeton, en Nueva Jersey. Estas máquinas se parecen un poco a los electrodos, como
explica Nelson, «registran el EEG del planeta».59 Por tanto, el GCP quiere medir los efectos de la
conciencia colectiva global.
Para ello, los investigadores examinan los datos que recogen las máquinas en momentos en los que
suceden eventos clave en el mundo, desde la celebración de Año Nuevo en Nueva York hasta el
terremoto de 2010 en Haiti o la investidura de Donald Trump en 2016.60 «Buscamos momentos en
los que un grupo de personas estén en resonancia los unos con los otros —explica Nelson—.
Identificamos un suceso que pensamos que representa un momento en el tiempo en el que las personas
se unen y comparten emociones de una forma profunda»61, y después hacen un análisis estadístico de
la información que producen las máquinas durante ese momento.
En concreto, determinan el significado que sale de los diferentes REG que hay repartidos por el
mundo, determinando si los números obedecen a una referencia o si aumentan o disminuyen. La
medición formal busca las correlaciones por pares. Comparan los datos del REG de Nueva York con
las demás máquinas de la red, por ejemplo, para ver si existe alguna correlación con París.
Estadísticamente no debería haber relación en absoluto más allá de una pequeña variación por encima
de cero. Pero el GCP ha descubierto que muchos de estos eventos han proporcionado datos paralelos
entre la información que procedía de las diferentes máquinas.62
En Año Nuevo, por ejemplo, han descubierto que si se reflejan los datos sobre un papel crean una
curva en forma de uve, y la medianoche representa el punto inferior de la uve.63 Eso significa que las
máquinas tienden a relacionarse durante el aumento de excitación mundial que asciende hasta esa
medianoche y después, de nuevo, cuando la tensión decrece justo después de medianoche.
«Nadie tiene una teoría adecuada para explicar por qué ocurre esto —admite Nelson—. Pero yo creo
que todos tenemos nuestra conciencia individual… Imaginamos que está en nuestras cabezas, quizás
en el cerebro, pero la experiencia de miles de años y las recientes pruebas empíricas científicas indican
que la mente se extiende al mundo. La conciencia no es una unidad confinada o completamente
encerrada tras la piel y los huesos; es mucho más expansiva.»64
El GCP también analiza sus descubrimientos por categorías, dividiendo los eventos por tamaño y
teniendo en cuenta si el evento provocó emociones positivas o negativas. Nelson puntualiza que la
compasión parece ser uno de los mayores determinantes de correlación. «Es una emoción que nos
conecta, y hemos descubierto que los eventos que provocan compasión generan una mayor desviación
de los datos65 —explica—. Pero el miedo también es bastante fuerte. Me encantaría poder decir que el
miedo no provoca cambios, pero esa emoción también genera una especie de interconexión.»
A veces ambas emociones están mezcladas, como ocurrió el 11 de Septiembre. El GCP descubrió
que las cifras demostraban una gran variación durante aquella crisis, aunque la tendencia comenzó
cuatro o cinco horas antes de que el primer avión chocara contra la torre y se alargó hasta tres días
después. Aunque Nelson deja claro que no es una conclusión científica, él interpreta esta temprana
desviación como una premonición colectiva y el cambio sostenido posterior como un reflejo de las
continuas emociones tan intensas que se vivieron a nivel mundial. Sin embargo, los críticos señalan
este dato como un ejemplo de la falta de fiabilidad de los resultados y la predisposición a darles sentido
con una explicación. En cualquier caso, el GCP calcula que las desviaciones estadísticas durante la
recogida de datos formal de quinientos eventos mundiales específicos tienen una posibilidad entre un
billón de que ocurran solo por casualidad.
«Somos un poco como neuronas. Hay cien mil millones de neuronas en el cerebro humano. Cuando
hacen su función, el resultado es una cosa nueva completamente inesperada que experimentamos como
conciencia, reflexión y emoción —dice Nelson—. Pronto habrá diez mil millones de personas en el
mundo; estamos diseñados para estar interconectados. Y hay un potencial despertando para nosotros,
para alcanzar un campo de conciencia más unificado, para crear una capa de inteligencia que recubra la
Tierra. Creo que es importante que comprendamos que estamos interconectados de alguna forma, para
aceptarlo y aprender de ello».66
***
Aunque todavía no es posible explicar del todo los efectos de la medicina energética a través de la lente
de la ciencia —las relaciones de la curación contienen elementos intangibles que siempre serán un
misterio—, para mí está muy claro que la práctica obedece las leyes de la física de formas muy
significativas. En términos prácticos, todos estamos conectados a través de nuestros campos
electromagnéticos, ya sean los de todo nuestro cuerpo, los del cerebro o los del corazón, pero yo creo —
tal como sugieren los estudios del doctor Gary Schwartz, el HeartMath Institute y el laboratorio del
PEAR— que somos capaces de relacionarnos los unos con los otros con nuestros campos de energía.
De esta forma estamos creando un movimiento comunitario que, tal como intenta medir el Global
Consciousness Project, fluye empujado por una marea de emoción colectiva. Como las «acciones a
distancia» de Einstein, estamos conectados de formas que pueden atisbarse, e incluso explicarse
parcialmente, mediante la ciencia. El misterio sigue residiendo básicamente en el campo de energía
universal —lo que la filosofía china llama tao y la física cuántica llama campo del punto cero—, que yo
considero inteligente. Ese campo de energía superior está interactuando con nosotros en todo
momento; mantenemos una especie de conversación con él. Tiene cierto grado de control sobre
nuestras vidas, pero también podemos influir en él con nuestros pensamientos y nuestras acciones. Los
estudios científicos recientes nos están ofreciendo la posibilidad de vislumbrar un fenómeno que las
personas religiosas han integrado en su fe, que existe una fuerza invisible que todos experimentamos, y
que puede afectarnos, tanto si somos conscientes de ella como si no.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Respiración resonante
Los estudios sugieren que los sanadores adaptan su fisiología para curar. En mi caso, la doctora Lagos
descubrió que las frecuencias de mi cerebro y de mi corazón empiezan a resonar. Otros estudios han
demostrado que los pacientes se adaptan al sanador y, a medida que sus frecuencias se van alineando,
se crea un vínculo de resonancia. Y ese vínculo parece ser la conexión óptima para la transferencia de
información energética. La primera fase de este proceso es practicar una técnica de respiración que
fomenta la resonancia interior. A continuación encontrarás el ejercicio que la doctora Lagos les pide a
sus pacientes que hagan. Es sencillo pero eficaz.
El ritmo de respiración óptimo para crear la mayor variabilidad del ritmo cardíaco es cinco
respiraciones por minuto. Eso significa que cada inhalación y exhalación duran seis segundos.
Intenta inhalar con suavidad mientras cuentas hasta seis y después suelta el aire con delicadeza
contando también hasta seis. No te presiones. El objetivo es equilibrar tu sistema nervioso simpático
—el responsable de tu respuesta de lucha o huida— con tu sistema nervioso parasimpático, que reduce
tu frecuencia cardíaca. Por el mismo motivo, te recomiendo que no cuentes en voz alta ni utilices
ninguna guía visual (como una aplicación) para controlar la duración de tus respiraciones, pues podría
activar ligeramente tu sistema nervioso simpático.
10. Sir Isaac Newton, Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
11. J. Z. Buchwald, The Creation of Scientific Effects: Heinrich Hertz and Electric Waves (University of Chicago Press,
Chicago, 1994); I. Adawi, «Centennial of Hertz’ Radio Waves», American Journal of Physics 57 (1989): pp. 125–127.
12. Max Planck, «Das Wesen der Materie» [La Naturaleza de la Materia] (conferencia en Florencia, Italia, 1944), del
Archiv zur Geschichte der Max-Planck-Gesellschaft, Abt. Va, Rep. 11 Planck, Nr. 1797).
13. L. McTaggart, The Field: The Quest for the Secret Force of the Universe (HarperCollins Publishers, Nueva York, 2008), 32.
[L. McTaggart, El Campo: en busca de la fuerza secreta que mueve el universo, Sirio, Málaga, 2014.]
15. M. Lincoln y A. Wasser, «Spontaneous Creation of the Universe Ex Nihilo», Physics of the Dark Universe 2, n.o 4
(2013): pp. 195-199.
16. L. McTaggart, The Field: The Quest for the Secret Force of the Universe (HarperCollins Publishers, Nueva York, 2008), 19
[L. McTaggart, El Campo: en busca de la fuerza secreta que mueve el universo, Sirio, Málaga, 2014.]
17. Ibidem.
20. H. Puthoff, «Everything for Nothing», New Scientist (Julio 28, 1990): pp. 52–55.
21. H.Puthoff, «The Energetic Vacuum: Implications for Energy Research», Speculations in Science and Technology 13
(1990): pp. 247–257.
22. H. S. Burr, C. T. Lane y L. F. Nims, «A Vacuum Tube Microvoltmeter for the Measurement of Bioelectric
Phenomena,» Yale Journal of Biology and Medicine 10 (1936): pp. 65–76.
24. H. S. Burr, C. T. Lane y L. F. Nims, «A Vacuum Tube Microvoltmeter for the Measurement of Bioelectric
Phenomena», Yale Journal of Biology and Medicine 10 (1936): pp. 65–76.
25. H. Burr, The Fields of Life (Ballantine, Nueva York, 1972), pp. 12–13.
26. W. Thomas, The Force Is with Us: The Higher Consciousness That Science Refuses to Accept (Quest Books, Wheaton, IL,
2009), 46, Kindle.
27. M. Goldman, A. Goldman y R. S. Sigmond, «The Corona Discharge, Its Properties and Specific Uses», Pure and
Applied Chemistry 57, n.o 9 (1985): pp. 1353–1362.
28. W. Thomas, The Force Is with Us: The Higher Consciousness That Science Refuses to Accept (Quest Books, Wheaton, IL,
2009), 46, Kindle.
29. J. Hubacher,«The Phantom Leaf Effect: A Replication, Part1», Journal of Alternative and Complementary Medicine 21,
n.o 2 (2015): pp. 83–90.
30. P. Brook, «Aura Portraits Make Good Art, Bad Science», Wired.com, 25 de diciembre, 2011,
https://www.wired.com/2011/02/aura-portraits/.
31. T. Moss, «Puzzles and Promises», Osteopathic Physician (febrero de 1976), pp. 30–37.
33. R. O. Becker y G. Selden, The Body Electric (Morrow, Nueva York, 1985): pp. 73–74.
34. Ibidem.
35. Leah Lagos, en conversación con la autora, septiembre de 2017, Nueva York.
36. www.heartmath.org.
37. L. Song, G. Schwartz y L. Russek, «Heart-Focused Attention and Heart-Brain Synchronization: Energetic and
Physiological Mechanisms», Journal of Alternative and Complementary Medicine 4, n.o 5 (1998): pp. 44–52, pp. 54–60, p.
62.
38. G. E. Schwartz, The Energy Healing Experiments: Science Reveals Our Natural Power to Heal (Astria Books, Nueva York,
2007), 78.
39. Leah Lagos, en conversación con la autora, septiembre de 2017, Nueva York.
40. P. M. Lehrer y R. Gevirtz, «Heart Rate Variability Biofeedback: How and Why Does It Work?» Frontiers in Psychology
5 (2014): 756.
41. Leah Lagos, en conversación con la autora, septiembre de 2017, Nueva York.
42. Ibidem.
43. Ibidem.
44. Ibidem.
45. G. E. Schwartz, The Energy Healing Experiments: Science Reveals Our Natural Power to Heal (Astria Books, Nueva York,
2007), 81.
47. www.heartmath.org.
48. T. D. Duane y T. Behrendt, «Extrasensory Electroencephalographic Induction Between Identical Twins», Science 150,
n.o 3694 (1965): 3367.
49. L. Hendricks, W. F. Bengston y J. Gunkelman, «The Healing Connection: EEG Harmonics, Entrainment and
Schumann’s Resonances», Journal of Scientific Exploration 25, n.o 3 (1965): pp. 419–430.
50. L. Hendricks W. Bengston y J. Gunkleman, «The Healing Connection: EEG Harmonics, Entrainment, and
Schumann’s Resonances», Journal of Scientific Exploration 24, n.o 4 (2010): pp. 655–666.
51. B. J. Dunne, R. D. Nelson y R. G. Jahn, «Operator-Related Anomalies in a Random Mechanical Cascade», Journal of
Scientific Exploration 2, n.o 2 (1988): pp. 155–179.
53. Ibidem.
54. Ibidem.
55. La relación entre la mente y la máquina es cada vez más compleja. Empresas como Cyberkinetics han estado
desarrollando, durante los últimos veinte años, la tecnología para crear interfaces cerebro-computadoras (BMI), que son
chips que se pueden insertar en el cerebro para permitir que una persona pueda controlar artefactos electrónicos con la
mente.
56. «Mind Over Matter», The New York Times, consultado el 1 de mayo de 2017,
https://www.nytimes.com/2003/03/09/nyregion/mind-over-matter.html.
58. «The Global Consciousness Project Meaningful Correlations in Random Data» The Global Consciousness Project,
consultado el 1 de mayo de 2017, http://noosphere.princeton.edu./
60. «Trump Inauguration», The Global Consciousness Project, consultado el 1 de mayo de 2017, http://teilhard.global-
mind.org/events/trump.inaug.html; «Haiti Earthquake», The Global Consciousness Project, consultado el 1 de mayo de
2017, http://teilhard.global-mind.org/haiti.quake.html.
62. B. J. Dunne y R. G. Jahn, «Experiments in Remote Human/Machine Interaction», Journal of Scientific Exploration 6
(1992): pp. 311–332.
63. R. D. Nelson, «Anomolous Structure in GCP Data: A Focus on New Years», Global Consciousness Project, Princeton.
65. Ibidem.
66. Ibidem.
3
Y DIOS, ¿QUÉ TIENE QUE VER CON TODO ESTO?
Mi madre intentó quitarse la vida en una ocasión. Fue treinta años antes de que falleciera, durante uno
de los periodos más oscuros de su depresión; se tomó una sobredosis de pastillas después de una serie
de discusiones con mi abuela. Yo estaba en casa —aunque era demasiado pequeña como para entender
lo que estaba ocurriendo— cuando mi padre la encontró inconsciente en la bañera y llamó a una
ambulancia para que pudieran llevarla al hospital.
Después mi madre dijo que mientras estaba en la camilla en el hospital, rodeada de personal médico
que intentaba reanimarla, ella salió de su cuerpo. Sintió como si algo la separara de su cuerpo, atraída
por una luz, y se vio a ella misma abajo rodeada de médicos. Me dijo que al ver aquella luz se sintió
más segura que nunca. Y que escuchó voces. Le decían que podía volver, que tenía dos hijos pequeños
que la necesitaban, pero también le dijeron que tenía que decidirlo ella. Tenía que elegir volver a su
vida. Le costó tomar la decisión de abandonar aquella protección y aquella tranquilidad tan absolutas
para volver a su dolorosa existencia, pero al final decidió volver con nosotros, con sus hijos. Y cuando
tomó la decisión notó cómo volvía de golpe a su cuerpo. Abrió los ojos y vio al personal médico, que
ahora se cernía sobre ella, después de haberla resucitado.
Mi madre me explicó esa historia cuando yo todavía era una niña, solo tenía diez años. Más tarde me
di cuenta, después de trabajar en el hospital de enfermos terminales, que mi madre había pasado por la
clásica experiencia cercana a la muerte. Cuando mi madre pasó por aquella experiencia —antes de que
las personas hablaran abiertamente de esta clase de incidentes y mucho antes de que Internet se
convirtiera en la extensísima fuente de información que es—, mi madre no tenía ni idea de que muchas
otras personas experimentaban un fenómeno parecido. Pero yo solía escuchar historias parecidas de mis
pacientes los días previos a su muerte. Algunos, como le ocurrió a mi madre, veían una luz y
experimentaban un sentimiento similar de consoladora tranquilidad, mientras que otros veían
recreaciones del cielo o a familiares fallecidos. Uno de mis pacientes era un niño de siete años —no
todos los hospitales para terminales aceptaban casos pediátricos, pero el nuestro sí— que padecía una
extraña forma de cáncer de huesos. Mientras agonizaba le dijo a su madre que podía ver a su abuela, la
madre de su madre, que había muerto algunos años antes. «Ve con ella», le dijo su madre guiándolo
con generosidad precisamente hacia el lugar adonde no quería que se marchara.
Existen algunas explicaciones científicas sobre lo que ocurre durante las experiencias cercanas a la
muerte (ECM). Por ejemplo, la falta de oxígeno puede provocar alucinaciones; el cerebro puede
producir endorfinas que provocan esa sensación de paz; una disfunción del lóbulo temporoparietal, una
zona del cerebro que contribuye a la percepción general que tenemos del cuerpo, puede provocar la
sensación de estar fuera de nuestro cuerpo. Y, aun así, ninguna de estas teorías ofrece la prueba
definitiva de que una experiencia cercana a la muerte no sea más que una fantasía provocada por un
cerebro desconcertado, ni tampoco explican que todas esas historias se parezcan tanto. Algunas de las
personas que investigan las ECM son médicos y neurocientíficos que, después de haber experimentado
un incidente de ese tipo ellos mismos, sugieren que esos hechos revelan nuestra esencia, algo de
nuestro interior inexplicablemente conectado a nuestro circuito neuronal.67
Yo creo que la parte de nosotros que se marcha es nuestro aspecto energético, también llamado
espíritu o alma. El parecido entre todas las experiencias cercanas a la muerte me sugiere que cuando
nuestra energía está abandonando nuestro cuerpo, experimentamos una breve conexión con el campo
energético universal. Yo suelo llamar a ese campo «fuente», porque es precisamente eso —un punto de
partida, una fuente, el origen—, pero otros lo llaman Dios o Yaveh o Alá o Brahma o, aquellos que
sienten menos inclinación por el misticismo, campo del punto cero. Tal como ya hemos comentado, en
la filosofía china lo llaman tao, que en general se puede traducir como «el camino». Lo cierto es que se
puede llamar de cualquier forma, y de ninguna. Hay una explicación en la filosofía china que captura
lo que estoy queriendo decir de una forma muy hermosa: «El tao del que se puede hablar no es un tao
eterno».68
***
A medida que iba creciendo mi negocio de acupuntura, cada vez creía más en lo que hacía y también
sentía más presión. Había llegado a Nueva York con una inyección de entusiasmo ingenuo: pensaba
que haría cosas buenas, que ayudaría a las personas a curarse y que el mundo haría cola para apoyarme.
Aunque en realidad no sentía tanta seguridad.
A pesar de que mis habilidades se expandían, todavía no había descubierto cómo manejarlas de una
forma responsable. No era capaz de rechazar a ningún paciente, y eso significaba que daba las citas
seguidas y me dedicaba con más energía de la que tenía; estaba agotada y abrumada. Tampoco estaba
bien equipada para llevar la parte financiera del negocio. Pasaba tanto tiempo construyendo una base
de confianza y afinidad con los pacientes —creando una atmósfera para sanar en la clínica— que me
costaba mucho cambiar de papel fuera de la consulta para tomar decisiones prácticas. Y eso acaba
pasando factura. Lo que más me dolió es que un colega con el que había estado trabajando en un
proyecto durante más de un año fingió que todo el trabajo lo había hecho él y puso en marcha un
negocio que rivalizaba con el mío. Ahora ya he aceptado que en los negocios, igual que sucede en la
vida, me encontraré con personas con potencial para ser impredecibles, pero en aquel momento sentí
que me había atacado por la espalda.
Recuerdo un libro titulado Conversaciones con Dios69 que una amiga se había dejado en mi casa. Yo
lo había cogido y había hojeado la primera página, y descubrí que no podía dejarlo. El autor, a pesar de
utilizar la palabra «Dios», ofrecía una orientación aconfesional y libre de crítica que conectó conmigo
de una forma clarísima y sorprendente y, tiempo después me di cuenta, puso palabras a algunas de las
experiencias más poderosas de mi trabajo energético.
Me puse en contacto con Neale Donald Walsch, el autor del libro, con la intención de proponerle
un proyecto sobre la variedad de formas que tenemos de definir a Dios. Sin embargo, cuando al fin
conectamos, hablamos sobre lo exhausta que me sentía y la ansiedad que me provocaba el futuro. En
medio de nuestra conversación, quizá percibiendo que yo no estaba en un momento de mi vida en el
que fuera a embarcarme en ningún proyecto, Neale me preguntó sin rodeos: «¿Necesitas un mentor?»
Y así comenzó nuestra enriquecedora relación de amistad.
***
A principio de la década de 1990, Neale acababa de cumplir los cincuenta años y le pasaron una serie
de desgracias: un incendio destruyó su casa y perdió todas sus pertenencias, su matrimonio hizo aguas
y sufrió un grave accidente de coche en el que se fracturó el cuello. Cuando se recuperó físicamente y
fue capaz de mirar a su alrededor, vio que su vida estaba destrozada. Estaba solo, sin casa y sin trabajo.
Empezó a vivir en una tienda de campaña a las afueras de Ashland, Oregón. Con el tiempo fue capaz
de reunir el dinero suficiente como para alquilar una pequeña casita, y mientras vivía allí durante la
primavera de 1992, Neale cogió una libreta y se puso a escribirle una carta cargada de ira a Dios, en la
que se lamentaba de su mala suerte.
Y Dios le contestó.
«Para mi sorpresa, mientras escribía las últimas palabras de mis amargas preguntas sin contestación y
estaba a punto de soltar el bolígrafo, mi mano siguió posada sobre el papel, como si allí hubiera alguna
fuerza invisible»,70 escribió Neale en lo que se convertiría en Conversaciones con Dios, el primer libro
de una trilogía que desde entonces se ha traducido a treinta y siete idiomas. «… No tenía ni idea de lo
que estaba a punto de escribir, pero en mi mente parecía empezar a formarse una idea, así que decidí
dejarme llevar».71
Y lo que vino a continuación fue una sorprendente, fresca y perspicaz conversación en la que Neale
hacía una serie de difíciles preguntas y alguien, algo, que él percibía como Dios, le ofrecía las
respuestas que él anotaba, exactamente (tal como lo describió más tarde) como si fuera una persona
escribiendo lo que le dictaban. El tono de su Dios no es amenazante, castigador ni abstracto, sino
humano y accesible.
Una vez le pregunté a Neale, que por entonces había entrado en la setentena y desprendía una
especie de atractivo celestial, por qué pensaba que su comunicador, aquella voz que le había hablado,
había elegido llamarse Dios, un nombre que, en general, a algunas personas, entre las que me incluyo a
mí, las hace vacilar. Mis reticencias están relacionadas con la iglesia metodista de mi infancia a la que
iba mi abuela; ella y el resto de nuestra comunidad eclesiástica solían utilizar a Dios como
representación y justificación de sus juicios, creando una sensación de fe punitiva. Yo me daba cuenta
de eso a pesar de mi corta edad en Inglaterra. Y de adulta me he dado cuenta de que la religión, en
general, puede ser muy limitante. En algunos casos, como ocurría con la iglesia metodista de mi
infancia, se debe al dogma que va ligado a la historia de su fe; otras veces es porque la religión suele
antropomorfizar lo que yo veo como una energía que es más amplia y más flexible en relación con
nosotros. Aunque en general creo que todos estamos percibiendo lo mismo: existe una fuerza
inteligente que nos rige en cierto modo. Tal como yo lo veo, esta fuerza, o campo energético —o fuente
— es un poco más predecible porque también responde a lo que nosotros desprendemos con nuestros
propios campos energéticos, individual o colectivamente.
Y en ese sentido, Neale contestó a mi pregunta diciendo que no tenemos por qué dejar de utilizar la
palabra Dios, sino plantearnos cuál es el verdadero significado de la palabra. «¿Dónde está Dios en
todo esto? —preguntó—. Esa es la pregunta a la que se enfrenta toda la humanidad. ¿Hay algo que no
acabamos de comprender del todo ahí, la comprensión de lo que podría cambiarlo todo?»72
***
Le conté a Neale lo enfadada que estaba —lo absurda e irremediablemente furiosa que estaba— con el
hombre que se había apropiado de mi trabajo, me había robado los clientes y había dejado mi negocio
en un estado financiero precario. Le conté que aquella noche me había quedado despierta haciendo
rechinar los dientes y pensando en cómo aquel hombre —alguien a quien yo había ofrecido
generosamente mi tiempo, mi energía y mi creatividad— me había quitado tanto. ¿Por qué me había
sucedido?, le pregunté a Neale. ¿Qué diría Dios?
«Si yo fuera Dios —dijo Neale—, te diría que eres una malagradecida. Tienes muchas de las cosas
que querías, tu primer libro es un éxito, has montado una consulta lo bastante sólida como para
sobrevivir a esa clase de golpes. ¿Qué es lo que ese hombre te ha quitado en realidad? ¿Y si esta
persona ha aparecido en tu vida para que puedas aprender a perfeccionar tus ideas y desarrollar una
auténtica forma de comunicárselas a los demás?»73 Básicamente, Neale me animó a sentirme
agradecida por todo lo que ya tenía, pero también, y curiosamente, por el hecho de que aquel hombre
hubiera entrado en mi vida. «La gratitud es la parte más importante, la herramienta más importante de
nuestra caja que nos han dado para superar la experiencia humana —dijo—. Aquello a lo que ofreces
resistencia persiste. Pero las cosas que miras con gratitud dejan de ser ilusorias».74
Al final comprendí que lo que Neale estaba diciendo estaba anclado en una fe más profunda de la
que yo tenía. Como Dios —o el tao o la fuente o como prefieras llamar a ese apoyo divino— le explicó
a Neale, el proceso de construir nuestras vidas «debe incluir convicción, o conocimiento. Eso es la fe
absoluta. Eso está más allá de la esperanza… Ese lugar del conocimiento es un lugar de una intensa e
increíble gratitud. Es un agradecimiento por adelantado. Y eso, tal vez, es la mayor clave de la
creación: ser agradecido antes, y por la creación».75
Neale lleva el concepto de gratitud un paso más allá y le da un giro terapéutico. Dice que no solo es
importante ser agradecido durante los traspiés y las tragedias, sino que ese acto te ayudará a avanzar.
«Cuando dejamos de resistirnos a lo que creemos que no es bien recibido en nuestras vidas, el cambio
en nuestra energía interior empieza a impactar en la circunstancia exterior de una forma que puede ser
salvadora —me dijo Neale—. Puede dar la vuelta a las cosas».
Y entonces me resultó muy sencillo olvidarme del resentimiento que me había atormentado durante
un año. Me serví una copa de vino, la alcé en honor del hombre que me había estafado y dije:
«Gracias». Y lo decía en serio. Al final entendí que, aunque el camino había sido difícil, todo era como
debía ser. Era un consejo tan simple que me provocó profundos efectos. A fin de cuentas, aquel
hombre no me había quitado nada esencial. Y aquello me ayudó a ver con claridad que me sentía
agradecida por la vida que ya llevaba. De vez en cuando me enteraba de alguna nueva forma en que
utilizaba mi trabajo para promocionar su negocio y, aunque cada nueva traición me dejaba sin aire en
los pulmones, siempre era capaz de superar mi rabia y sentirme agradecida.
Además de la gratitud, tener la capacidad para creer en algo es otra de las cosas que genera un gran
impacto en la vida de las personas. «La capacidad para creer trae a nuestras vidas lo que esperamos que
atraiga», me explicó Neale. Y resultó ser verdad cuando yo me dejé ir. Cuando conseguí creer que
aquel hombre no tenía la capacidad para despreciarme, bueno, ya nunca fue capaz de despreciarme. Yo
le había estado dando el poder de hacerlo, y ahora se lo estaba quitando. Pero en un sentido más
profundo, para mí lo de creer significaba rendirme al misterio de la energía que sentía recorrerme en la
consulta, que, como he acabado por descubrir, extraigo de la fuente. Me di cuenta de que necesitaba
aceptar que era una fuerza positiva a la que no debía temer ni a la que debiera intentar controlar.
La gratitud y la capacidad para creer no son compatibles con ninguna clase de anhelo porque, en
eso, existe un pensamiento original u oculto, lo que Neale (o el Dios de Neale) llamaría Pensamiento
Patrocinado. Ese pensamiento original —de que eres, pongamos por caso, una persona incapaz de
conseguir lo que quiere o está abocada a la tragedia— se acaba convirtiendo en la realidad. Puede
parecer una especie de acertijo, pero el principio básico es que la capacidad para creer y la gratitud
deberían venir de un lugar donde ya hubiera, que es lo contrario de querer más. Si estamos pidiendo
algo —por favor, haz que dejen de pasarme cosas malas— estamos enviando el mensaje de que
estamos en un estado de deficiencia y, por tanto, eso es lo que el universo nos devolverá. Sin embargo,
si vivimos en un estado de gratitud, le estamos diciendo al universo que ya tenemos lo que queremos.
En este sentido, la fuente está conversando con nosotros, contribuyendo a dar forma a nuestras vidas.
«Tú eres una gran máquina de creación y estás produciendo una nueva manifestación literalmente
tan rápido como piensas76 —nos advierte el Dios de Neal—. Los sucesos, las ocurrencias, los
acontecimientos, las condiciones, las circunstancias, todos se crean a partir de la conciencia. Y la
conciencia individual es muy poderosa. Imagina la clase de energía creativa que se desata cuando dos o
más personas se reúnen en mi nombre. ¿Y la conciencia de la masa? Pues es tan poderosa que puede
provocar acontecimientos y circunstancias con repercusiones a nivel mundial y planetaria. No sería
exacto decir —no en el sentido al que tú te refieres— que eres tú quien elige esas consecuencias. Tú ya
no las eliges [sic] más que yo. De la misma forma que yo, tú las estás observando. Y decidiendo quién
eres respecto a ellas».77
Inicialmente, esto es un tema de percepción: si empezamos a ver las cosas de una forma más
positiva, es probable que nos sintamos mejor. Pero, una vez cambiamos de verdad nuestras emociones,
también estamos creando una realidad nueva. (Y esto es, en esencia, lo que está rastreando el Global
Consciousness Project con su red de REG mundial.) Es decir, todos estamos proyectando información
al mundo que tiene el poder de modificar no solo nuestras vidas, sino también nuestras circunstancias
colectivas. La clave es que tienes que sentir de verdad el cambio hacia la gratitud, no puede ser un
pensamiento repetitivo o una táctica.
También me di cuenta de que yo estaba interactuando con la fuente y provocando cambios en mi
clínica. Cuando estaba con Andrew, mi paciente con cáncer de próstata, y sentía cómo me recorría la
energía —ese hormigueo que me resbalaba por la columna—, recuerdo que si pensaba para mis
adentros algo como: «Por favor, haz que Andrew se recupere» o, básicamente, cuando pedía que el
poder lo curase, la sensación se reducía o desaparecía del todo. Pero si conseguía distraerme —y
desprenderme de mi Pensamiento Patrocinado, que transmitía sensación de necesidad—, la energía
volvía a fluir a través de mí con intensidad. Ese pensamiento que hay detrás del pensamiento que
Neale me enseñó, y que ahora creo firmemente que es «la energía pura que acciona el motor de la
experiencia humana».78
Y, como Neale me explicó, todos los Pensamientos Patrocinados —realmente todos los
pensamientos humanos, y cada palabra y acto— están basados en el miedo o en el amor. «El miedo es
la energía que se contrae, se cierra, se encoge, se esconde, se acumula, lastima —dijo—. El amor es la
energía que se expande, se abre, se transmite, revela, comparte, sana. Y puedes elegir con libertad entre
cuál de las dos elegir.»
Aquello fue tan esclarecedor para mí —tan sincero y, al mismo tiempo, con tal capacidad para
cambiar vidas— que tomé una decisión consciente antes de tomar cualquier decisión de ese momento
en adelante, en especial las de negocios, pues eran las que no siempre conseguía basar en el instinto.
Incluso empecé a llevar una goma elástica en la muñeca de la que pudiera estirar siempre que tenía que
tomar una decisión, para mantenerme alerta sobre la cuestión esencial: ¿amor o miedo?
***
Y sin embargo, a pesar de esas significativas revelaciones, no dejo de llegar al mismo desafío cuando
converso con Neale. Si existe un Dios, o una fuente, algo que quiere responsabilizarse de nosotros de
formas positivas, ¿por qué les ocurren cosas tan horribles a las buenas personas? Si me considero una
persona agradecida, y elijo el amor al miedo, ¿eso me protegerá? ¿Había elegido el miedo cuando le
había ofrecido trabajo al hombre que terminó robándome el trabajo? ¿Mi madre se había instalado en
el miedo cuando peleaba por superar sus depresiones? Aquel hombre irlandés del hospital para
enfermos terminales había parecido una persona tan agradecida como cualquiera que yo conociera. Y,
sin embargo, murió a una edad en la que la mayoría de las personas están empezando a construir sus
vidas y sus familias.
Las respuestas concretas fueron: sí, elegiste el miedo cuando te obsesionaste con la idea de que aquel
hombre te había humillado y engañado. Tu madre actuaba con miedo porque había percibido el
mundo como un lugar hostil basándose en su complicada infancia, cosa que la condujo a la depresión.
¿Cómo sabes que aquel hombre irlandés no tuvo una muerte apacible en su casa porque era un hombre
agradecido? Elegir entre el amor y el miedo no nos protege de los conflictos de la vida, pero influye en
la forma que tenemos de reaccionar a las cartas que nos han tocado, y en la forma en que el universo
nos rodeará con su energía.
La respuesta más amplia era: somos uno. Somos aspectos de una misma cosa. Estamos aquí, cada
uno en su propia encarnación física, pero unidos por una misma fuente. Experimentamos la dualidad
—el yin y el yang, la materia y la energía, el bien y el mal— por la fuente, y por nosotros, para que
comprendamos todo el espectro de la experiencia humana. Según la filosofía china, como ya he
mencionado, todos los aspectos del mundo tienen un opuesto: yin es la cara oscura de la montaña,
mientras que el yang es la luz. Los dos aspectos, el yin y el yang, están siempre en un estado de
equilibrio dinámico en la vida y, por tanto, siempre sutilmente —o a veces no tan sutilmente—
cambiantes. Este fenómeno también podría describirse como un intercambio cambiante entre la fuente
y nosotros y entre unos y otros.
Y esta, y por casualidad, es otra de las formas en la que la religión y la energía divergen. La religión
propone un poder superior, un poder independiente de nosotros, que crea, en palabras de Neale, «una
teología independiente: Dios está allí y nosotros aquí, cosa que crea una cosmología independiente,
que a su vez produce una separación psicológica —yo estoy separado de todos los demás— que
produce una separación sociológica —sociedades enteras que creen que son independientes— y que,
inevitablemente, produce una separación patológica observable en la especie humana desde el
comienzo de la historia humana. El pensamiento más dañino y la creencia o la confusión más crítica de
los seres humanos es la idea de la separación. La solución es abrazar por lo menos la noción de que
todos somos uno».79
Un día, mientras hablábamos de esto, Neale levantó la mano con los dedos separados. «¿El hecho de
que mis dedos estén pegados a una mano los convierte en elementos no individuales? —preguntó con
la mano extendida—. El hecho de que todo esté conectado no hace que los dedos dejen de ser
completamente individuales. La unidad no elimina la individualidad». Aquello fue crucial para mí.
Mientras trabajaba mi agradecimiento y tiraba de la goma elástica que llevaba en la muñeca para
esforzarme en elegir siempre el amor, a veces también me preocupaba que otros pudieran aprovecharse
de mí debido a mi trabajo energético. (Cosa que, tal como señaló Neale, significaba que yo estaba
eligiendo el miedo.) Pero la idea de la individualidad me ayudó a comprender cómo debía tener la
unidad en mente y establecer límites.
Cuando forjaba los vínculos energéticos solidos con mis pacientes, me costaba comprender dónde
terminaba yo y dónde empezaban los demás. Necesitaba aquel recordatorio crucial de que, a pesar del
hecho de que todos formamos parte de lo mismo, no somos todos iguales, que una persona puede
actuar por miedo mientras que otra puede hacerlo por amor, y que forjar cimientos de autoprotección
psicológica y energética era necesario. Desde entonces he sido bastante capaz de moverme de forma
fluida entre el amor trascendental que siento cuando estoy en la clínica —que es la sensación más pura
que he sentido en mi vida, algo que ni siquiera he experimentado en mis lazos familiares más íntimos
— y las interacciones ordinarias y escabrosas del día a día. Una requiere un sentimiento de fe
inquebrantable; la otra requiere una clara visión de mis necesidades y la disposición a comunicarlas
honestamente.
***
En Conversaciones con Dios80 hay un momento en el que Dios explica cómo los pensamientos crean
una forma de energía sutil pero influyente. Sugiere que una vez se ponen en marcha los pensamientos
negativos, en particular cuando han tomado forma física, como la enfermedad, hay que cambiar la
perspectiva para darle la vuelta a la situación. Aquello me llamó la atención porque coincidía con el
concepto de estancamiento de la medicina china, cuando la energía se quedaba estancada debido a las
emociones extremas no expresadas.
Mientras leía, el corazón empezó a latirme un poco más rápido, pues las palabras tomaron un cariz
un poco más personal para mí: «Los sanadores tienen esa clase de fe —escribe Neale—. Es una fe que
se convierte en un Conocimiento Absoluto… Este conocimiento también es un pensamiento, y es muy
poderoso. Tiene el poder de mover montañas, por no hablar de las moléculas de nuestro cuerpo».81
Aunque era la tercera vez que leía el libro, no recordaba haber leído aquel pasaje. Sin embargo, aquella
vez, dado que yo había empezado a considerar la energía que extraía del universo como una fuerza muy
potente, me impactó mucho la profundidad de aquellas palabras. Interpreté aquel pasaje como un grito
de guerra: creo que soy capaz de canalizar la energía procedente de una fuente que ofrece el poder de
sanar, y es mi privilegio y mi responsabilidad ayudar a otros.
***
Con Neale como mentor había aprendido una lección espiritual, pero también había emergido con una
visión más clara de aquello a lo que estaba accediendo con mi trabajo energético y de acupuntura.
Neale me ayudó a confiar en lo que yo había intuido como practicante: que estamos comunicados con
la fuente, ese campo de energía superior, más a menudo de lo que creemos. Dar el salto de fe necesario
para creer en aquello fue, tal vez, la tarea que me resultó más complicada, pero, dadas mis experiencias
en el hospital para enfermos terminales y con mis pacientes de la consulta, estaba preparada para darlo.
Aun así, como tenía más ganas que nunca de encontrar más puntos desde los que comprender el
papel que juega la energía en nuestras vidas, me puse en contacto con otras personas que habían vivido
experiencias similares con esta energía además de aquellas que estaban estudiando su existencia. En
aquel momento también había empezado a estudiar física cuántica. Y justo cuando estaba empezando
a atisbar una imagen de conjunto —en la que la parte espiritual y la científica empezaban a integrarse
— conocí a Kiran Trace. Una vieja amiga de la escuela de acupuntura, que en ese momento era una
respetada psicóloga y practicante de medina china, me mencionó a Kiran y me explicó que las dos
compartíamos el interés por esa intersección entre la ciencia y la espiritualidad. Ella ya había acudido a
Kiran en busca de consejo y creía que quizás ella podría compartir conmigo sus perspectivas sobre la
medicina energética. Yo confiaba ciegamente en aquella amiga, así que me puse en contacto con Kiran
de inmediato.
Kiran se definía como coach de vida y maestra, pero para mí también era una conexión entre las
interpretaciones espirituales y científicas de la energía. Aunque yo ya había recorrido un largo camino
con Neale y había desarrollado una firme creencia en ese campo de energía universal, o la fuente,
seguía teniendo dificultades para comprender la función general que tenía en el mundo. Me había
hecho cierta idea de la función que hacía en la curación —eso ya lo había experimentado por mí misma
—, pero ¿cómo interactuábamos con esa fuente en la vida cotidiana? ¿Qué aspecto tenía? Era un
concepto tan impreciso que me costaba darle forma.
Pero Kiran encarna esa idea, literalmente. Permitid que me explique: en 2005 Kiran experimentó un
despertar. Estaba sentada en la cama, poniéndose los zapatos, y pensó: «Realmente no somos
conscientes de lo hermosos que son nuestros cuerpos, están llenos de luz».82 Fue un pensmaiento
extraño y no estaba segura de cómo le había venido a la cabeza, pero resultó que sería el último que
albergaría en su vida tal como la conocía hasta entonces. Cuando levantó los ojos, «miré la pared y no
había pared, no había habitación, en ese momento hasta la luz había desaparecido —me dijo—. Y me
quedé con el pensamiento y nada más».83
Tal como me explicó, «en lugar de ver la pared de mi habitación, lo único que veía era una elección.
Solo veía la elección de ver aquel espacio como una pared. Veía una profunda y colectiva historia de
elecciones en las que aquel espacio en particular había sido visto como una “pared”».
Kiran cree que en ese momento se desprendió de una especie de filtro de su mente y, con él, de la
sensación de ser una entidad independiente. «¿Sabéis que en la escuela nos enseñan que todo está
compuesto por átomos?84 —escribe en su libro Tools for Sanity 85—. Un átomo está formado por un
electrón que circula alrededor de un neutrón, atraído magnéticamente al protón de su interior, y todo
está hecho de estos átomos que se mueven por el espacio. Las cosas solo parecen ser una pared o una
mesa, pero en realidad están hechas de un extenso espacio hecho de átomos. Yo podía ver el espacio
que había dentro de las paredes y las mesas. Las cosas empezaron a parecerme más cuánticas, más
como elecciones, como potencial: energía potencial, espacio que se traduce en formas».86 La «energía
potencial» que describe me recuerda al tao, el vacío del que fluye el universo.
Sin embargo, para Kiran aquello no fue una revelación espiritual. «Yo enseño realidad, no
espiritualidad»,87 te diría; era más bien como si de pronto fuera capaz de ver el mundo en su vacío
original, desprovisto de forma. Y fue tan drástico que lo describe como una muerte. «Recuerdo ir
paseando por la calle un par de días después de morir88 —escribe—. Estaba observando toda aquella
locura, sintiéndome como la única persona sobria en un mundo de borrachos locos… Ni siquiera sabía
hablar. Tenía la sensación de que todas las palabras que pronunciaba era [re-crear] el infierno que
había aprendido a explicar desde mi identidad equivocada».89
Al final Kiran aprendió a asimilar lo que había ocurrido y el lenguaje de aquel otro mundo. Ella cree
que está funcionando desde el nivel más básico de la identidad, que es desde donde ella sugiere que
funcionamos todos, pero que no nos damos cuenta porque no somos capaces de ver más allá de
nuestras propias identidades y egos, o de nuestros «cuerpos de dolor», como los llama Kiran. En ese
nuevo lugar —un vasto vacío que es un sueño en sí mismo— se sentía como si estuviera viendo una
película en la que salían, por ejemplo, Brad Pitt y Angelina Jolie conduciendo su coche. «Estás sentada
en el cine y sabes que solo es una proyección de luz lo que genera las imágenes y que en realidad no
hay ningún actor frente a ti —dice—. Así es como me di cuenta de que el mundo también era una
representación».
En mis estudios sobre las culturas antiguas había aprendido que los chamanes sudamericanos habían
creído desde hacía muchos años que el mundo es una proyección de nuestros sueños, por lo que aquel
concepto de la realidad proyectada no me era del todo desconocido. También hacía poco que había
descubierto en mis investigaciones científicas que algunos de los mejores físicos del mundo tenían la
teoría de que nuestra realidad física era una proyección —como un holograma—, y que lo que
percibimos como una realidad tridimensional está metida dentro de una superficie bidimensional en un
extremo del universo.
«La idea es parecida a la de los hologramas tridimensionales normales, que están codificados en una
superficie bidimensional, como el holograma que hay en las tarjetas de crédito»,90 tal como lo describe
Kostas Skenderis, profesor de ciencias matemáticas en la Universidad de Southampton. «Sin embargo,
en esta ocasión, es todo el universo lo que está codificado».91 En otras palabras, el mundo
aparentemente sólido que nos rodea y la dimensión del tiempo son la proyección de una información
contenida en una superficie bidimensional.92
Como podéis imaginar, esta no es una hipótesis fácil de demostrar, pero Skenderis formaba parte de
un equipo que proporcionó la primera prueba de que nuestro universo podría ser un vasto y casi
incomprensible holograma. Los investigadores de la Universidad de Southampton (Reino Unido), la
Universidad de Waterloo (Canadá), el Perimeter Institute (Canadá), L’Istituto Nazionale di Fisica
Nucleare (INFN) de Lecce (Italia), y la Universidad de Salento (Italia) publicaron sus descubrimientos
en el Physical Review Letters.93 Los avances en la construcción de telescopios y otros instrumentos de
detección han permitido que los científicos extraigan información oculta en el «ruido blanco» del
universo, también conocido como el fondo cósmico de microondas, o el resplandor posterior al Big
Bang.
Como Skenderis explicó a los investigadores cuando su estudio se publicó en enero de 2017, «la
holografía es un gran salto adelante en la forma que tenemos de pensar sobre la estructura y la creación
del universo. La teoría de la relatividad de Einstein explica muy bien casi todo lo que existe en el
universo a gran escala, pero empieza a desmontarse cuando examinamos sus orígenes y mecanismos a
nivel cuántico. Los científicos llevan décadas trabajando para combinar la teoría de la gravedad de
Einstein y la teoría cuántica. Hay quien piensa que el concepto de un universo holográfico tiene el
potencial de reconciliar ambas cosas. Espero que nuestra investigación nos ayude a dar otro paso
adelante».94
De hecho, la última teoría del famoso cosmólogo Stephen Hawking, que presentó antes de su
muerte, pero que se hizo púbica de forma póstuma en The Jounal of High Energy Physics en marzo
de 2018, abraza esta idea de un universo holográfico, y propone que no estamos proyectando una
dimensión espacial sino que estamos proyectando desde la dimensión del tiempo anterior al Big
Bang.95 Antes de morir, Hawking afirmó: «No somos atraídos por un único universo, sino por una
cadena más pequeña de posibles universos».96
Si la realidad que percibimos es más holográfica de lo que entendemos, entonces Kiran, como si
fuera un personaje de The Matrix, es capaz de ver el espacio que hay detrás de esa ilusión. La
experiencia de Kiran me sugiere que la vida emana de un campo energético unificado lleno de
información. Nos comunicamos con ese campo a través de nuestros pensamientos, sentimientos,
palabras y acciones, y al hacerlo no solo afectamos nuestras propias vidas, también las de los demás.
***
Con el tiempo, Kiran no solo ha aprendido a vivir con su perspectiva única de la vida, también ha
descubierto cómo utilizar su conciencia para ayudar a los demás. Y aunque Kiran no se considera una
sanadora, yo aprendí mucho sobre sanación de ella.
«Esta vasta y espaciosa inteligencia no es inmóvil —me explicó Kiran—. Y cuando se mueve a veces
puede asumir formas energéticas densas, como una herida, dolor, alguna clase de dolor en nuestro
sistema. Podemos sentir ese dolor física, emocional y mentalmente. Ese dolor tiene una voz, un bucle
muy agresivo en tu cabeza, y nos dice toda clase de cosas aterradoras… Ese es el auténtico motivo por
el que experimentamos carencias y limitaciones: debido a esta continua historia de miedo que tenemos
siempre en la cabeza».
A lo largo de mi experiencia como acupunturista he visto a muchos pacientes superados por las
emociones al insertarles la primera aguja. Y siempre dicen: «No sé por qué me siento tan triste»,
mientras sollozan en la camilla de mi pequeña consulta. Yo creo que la memoria no existe solo en
nuestro cerebro, también está presente a nivel celular en nuestros cuerpos. Cuando mis pacientes se
sentían abrumados por la tristeza durante una sesión de acupuntura, parecía que yo hubiera tocado un
trauma emocional, la «densa forma energética» que describía Kiran pero que la medicina china
entiende como estancamiento del qi. Y creo que al liberarla los pacientes expresaban el dolor —tanto
emocional como energético— que había estado atrapado allí. En realidad, un estudio que llevó a cabo
un grupo de investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles, en el año 2015, demuestra
que en los núcleos de las células se pueden almacenar trazas de memoria y pueden liberarse mediante
un pequeño estímulo, cosa que indica que los recuerdos pueden almacenarse, casi literalmente, en el
cuerpo.97
Kiran toma una ruta distinta para encontrar esos puntos de energía estancada. Ella tiene la capacidad
de visualizar los bloqueos en los cuerpos de las personas. «Todo el mundo me resalta cosas diferentes y
así es como sé en qué tengo que trabajar —me dijo—. Yo los guío para que centren su conciencia allí
donde se ha creado el obstáculo. Puedo percibir un destello de dolor, un problema entre alguien y su
pareja, por ejemplo, pero normalmente el obstáculo tiene raíces mucho más profundas. Las recorremos
juntos. Hablamos sobre el momento en el que comenzó ese patrón, como lo programaron en sus
sistemas».
Hablo habitualmente con Kiran. Su perspectiva tan única me ayudó a afrontar los problemas a
medida que mi negocio iba creciendo. Pero, como con cada paso del viaje, yo debía ajustarme. La
primera vez que lo consulté con Kiran, me informó de que tenía un bloqueo en el plexo solar,
localizado en la parte superior del abdomen. Me dijo que procedía de mi infancia, del miedo que tenía
por mi supervivencia, pero yo creía que, si hubiera tenido un bloqueo allí, yo lo habría sabido; a fin de
cuentas, yo me dedicaba a revelar aquellas cosas a mis pacientes. Así que la escuché con educación
mientras me explicaba que podía ver aquel estancamiento y no le di mayor importancia. Pero más
tarde, cuando estaba en casa, empecé a pensar en cuando era pequeña, acurrucada en posición fetal,
con las manos posadas sobre el abdomen, mientras mi madre me golpeaba. Estaba protegiendo de
forma instintiva la zona en la que Karen me había dicho que tenía el dolor. Y me di cuenta de que si
tenía algún punto débil era la parte superior del abdomen. Yo había sufrido alergias alimentarias y
problemas digestivos toda la vida. En diferentes momentos de mi vida me habían diagnosticado desde
pólipos en la vesícula hasta hernia de hiato. Y me di cuenta de que todos los problemas estaban
localizados en la zona del plexo solar. ¿Podía ser que hubiera almacenado un montón de energía
negativa en aquella zona de mi cuerpo? ¿Tendría una densidad almacenada, y liberarla podría mejorar
mi salud?
Cuando por fin me rendí y le reconocí a Kiran que pensaba que tenía razón, ella me enseñó a mover
esa energía. Me enseñó a concentrarme en un recuerdo que me provocara felicidad. Repasé una serie
de recuerdos en busca de alguno que me provocara una sensación de calidez y seguridad, sintiéndome
un poco angustiada al descubrir lo mucho que tuve que esforzarme, hasta que al final encontré algo.
En una pequeña esquina de mi casa había una ventana manchada. Cuando era pequeña me escondía
debajo de esa ventana y, cuando brillaba el sol, se proyectaba a través del cristal un haz de luz roja y yo
me acurrucaba bajo su luz. Siguiendo las instrucciones de Kiran, recordé la calidez y el consuelo que
me provocaba aquel haz de luz roja, y después la imaginé dirigiéndose hacia mi plexo solar. E imaginé
esa cálida energía consoladora colisionando contra la densidad del dolor y el nudo empezó a
deshacerse. Al principio los cambios eran imperceptibles, pero con el tiempo mi malestar abdominal
fue aminorando, y un día me di cuenta de que ya no lo notaba con tanta intensidad.
Lo que me enseñó Kiran —algo que, si tengo que ser sincera, ya debería haber sabido gracias a mi
trabajo como acupunturista— es que no se puede desplazar la energía estancada mediante la fuerza o la
coacción. Solo se puede mover con ternura y amor. Y Kiran cree —y es algo muy parecido a la idea de
Neale sobre esa elección entre el miedo y el amor— que es muy propio de la naturaleza humana el
aferrarse al dolor en vez de a la felicidad. Tanto Kiran como Neale mantienen que esa fuente reacciona
a esas elecciones y a la energía resultante.
Ahora Kiran existe en un yo «separado de todos los demás». Tiene mayor acceso a la elección, al
espacio, al campo conectado de la unidad que recuerda a la paz y a la inmensa luz que describían mis
pacientes del hospital para enfermos terminales. Yo comprendo este concepto a nivel intelectual, y soy
capaz de sentir esa relajación y esa paz cuando estoy hablando con ella, incluso aunque no siempre la
experimente. Pero puedo acceder a ella a través de mi trabajo como sanadora.
Sin embargo, cuando conecto mi perspectiva espiritual con la ciencia, tengo una mayor sensación de
comprender tanto de la sanación energética como de la vida en sí misma. Allá donde la espiritualidad
asume que el mundo es vasto e infinito, la ciencia busca definir y limitar, discernir solo aquello que es
mensurable, aunque en el fondo ambas disciplinas busquen lo mismo. Las dos tratan de comprender el
universo.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Asentarse y abrirse
Algunos sanadores utilizan rituales para protegerse de la energía que consideran negativa. A mí eso
siempre me ha parecido el reflejo de un miedo subyacente (que es más susceptible de provocar
restricción y contracción). Este ejercicio está diseñado para ayudarte a asentarte y abrir tu cuerpo con el
objetivo de conectar con la vasta matriz de inteligencia que hay en el campo que te rodea y en tu
interior, un campo que yo llamo la fuente, pero al que también se puede llamar Dios o tao. La fuente
fluye por tu interior, de forma que nunca te separas de ella, aunque a veces puedas tener la sensación
de que es así. Esta visualización ayuda a fortalecer la conexión.
Ponte en pie con los pies separados a la altura de los hombros y los brazos extendidos a ambos
lados del cuerpo. Flexiona un poco las rodillas y reparte bien el peso del cuerpo hasta que te
sientas estable.
Inclina la pelvis ligeramente hacia delante y estira la columna vertebral.
Centra tu conciencia en la base de la columna vertebral e imagina un cordón de energía, como
un rayo láser, que se desplaza desde la base de tu columna vertebral hasta el interior de la
tierra. Siente el contacto de tus pies con el suelo, y advierte que te sientes un poco más pesado
y más asentado.
Imagina una bola de luz brillante sobre ti y después visualiza esa luz entrando en tu cuerpo por
tu coronilla. Siente cómo la luz te llena el cuerpo y se extiende por tu tronco y las
extremidades.
A medida que vayas practicando este ejercicio, es posible que vayas empezando a sentir tu conexión
con la energía de la fuente. Y, según mi experiencia, cuanto más lo practiques, más inteligente te
resultará esa energía. Por ejemplo, últimamente, cuando pierdo las llaves (cosa que parece ocurrirme a
menudo), me coloco en esta postura, me asiento, conecto y pido orientación. Y siempre encuentro las
llaves poco después.
67. B. Greyson, «Varieties of Near-Death Experience», Psychiatry 56, n.o 4 (1993): pp. 390–399.
68. Burton Watson, Lao Tzu: Tao Te Ching (Hackett Publishing Company Inc., Indianápolis, 1993).
71. Ibidem.
73. Ibidem.
74. Ibidem.
82. Kiran Trace, en conversación con la autora, julio de 2017, Nueva York.
83. Ibidem.
84. Kiran Trace, Tools for Sanity: Peace, Freedom and Fulfillment in Every Moment (Mystic Girl in the City, 2013), 28,
Kindle.
85. Kiran Trace, Tools for Sanity: Peace, Freedom and Fulfillment in Every Moment (Mystic Girl in the City, 2013), Kindle.
87. Kiran Trace, en conversación con la autora, julio de 2017, Nueva York.
88. Kiran Trace, Tools for Sanity: Peace, Freedom and Fulfillment in Every Moment (Mystic Girl in the City, 2013), 893,
Kindle.
92. S. W. Hawking y T. Hertog, «A Smooth Exit From Eternal Inflation?» Journal of High Energy Physics 147 (2018).
93. N. Afshord y otros, «From Planck Data to Planck Era: Observational Tests of Holographic Cosmology», Physical
Review Letters 118 (2017).
94. A. Beall, «Theory Claims to Offer the First “Evidence” Our Universe Is a Hologram», Wired,
http://www.wired.co.uk/article/our-universe-is-a-hologram.
95. S. W. Hawking y T. Hertog, «A Smooth Exit from Eternal Inflation?» Journal of High Energy Physics 147 (2018).
96. Ibidem.
97. S. Cosier, «Could Memory Traces Exist in Cell Bodies?» Scientific American, 2015,
https://www.scientificamerican.com/article/could-memory-traces-exist-in-cell-bodies/.
4
EN EL LABORATORIO
Un precioso día de verano de 2017, Bill Bengston, un profesor de sociología del St. Joseph College,
subió al escenario del auditorio de Yale y le presentó al público a un físico de 87 años, Robert Jahn, un
hombre que por aquel entonces estaba un poco frágil pero no por ello menos decidido a conseguir su
objetivo. El público lo recibió con calidez y admiración: Jahn era un gigante en su campo. (Por
desgracia, Jahn moriría solo cinco meses después de este evento.) Yo asistí a la trigésima sexta
conferencia anual de la Society for Scientific Exploration (SSE), que en aquella ocasión se celebraba en
la Universidad de Yale. Allí se habían congregado un grupo de científicos, físicos, psiquiatras,
ingenieros y filósofos, todos unidos por el interés en las investigaciones científicas desarrolladas más
allá de los límites convencionales. Ya se habían celebrado presentaciones sobre la coincidencia, el dolor
en las extremidades fantasma y las experiencias extracorporales. Sin embargo, como aquellas
conferencias se ofrecían dentro del ámbito académico, se amparaban bajo títulos sobrios que
mantenían a raya sus excéntricos temas: «Dogma, herejía y la religión de la ciencia: ¿ha llegado la hora
de reformar el empirismo?»; «Una réplica a multifrecuencia de los experimentos megaREG»; «Un
emergente paradigma nuevo para la medicina complementaria».98
El público estaba formado, mayoritariamente, por profesores e investigadores que habían asumido
un gran riesgo profesional al divergir de los senderos académicos prefijados para explorar el mundo
esotérico. (Aunque todos los miembros con experiencia aconsejaban a los académicos jóvenes con una
inclinación mística que obtuvieran una plaza de profesor primero.) Estas personas, a las que les habían
enseñado que debían reunir pruebas analíticas antes de redactar sus teorías, habían aplicado los rigores
de la ciencia y la investigación a la curación energética. Es una suma de contrarios, como intentar llenar
un vaso con intuición, y, como tal, es el camino que más resistencias encuentra entre las sagradas
paredes del mundo académico.
Sin embargo, en la conferencia de la SSE, aquellos científicos radicales estaban entre iguales. El
público se puso en pie tras el discurso de Jahn, que había sufrido las sospechas de muchos de sus
colegas de Princeton cuando encabezó la «anómala» investigación —tal como los integrantes de la SSE
describen su trabajo— que tanto había inspirado a las personas que estaban reunidas en aquella sala.
Bengston, que estaba junto a Jahn en el escenario, ofrecería otra conferencia más tarde —«El Proyecto
de Curación de Ingeniería Inversa»— en la que detallaría experimentos en los que les habían inyectado
células cancerosas a un grupo de ratones y después los habían curado con una técnica energética
aplicada solo con las manos. Hay que tener mucho valor para perseguir una carrera de esa clase e
insistir en llevar a cabo experimentos en laboratorios que la ciencia convencional rechaza de plano.
Aquel fue el momento de honor de Jahn, pero también estaba pasando el testigo: en Bengston había
encontrado un seguidor incondicional, un visionario místico con curiosidad científica que avanzaba en
su trabajo experimental concentrado en la curación.
Bengston es una persona muy objetiva, y está preparado para afrontar los inevitables prejuicios.
Tiene una actitud muy práctica, a veces hasta le divierte la elusiva naturaleza de la curación en general.
«El mensaje que debemos llevarnos a casa es que nos lo estamos inventando todo —advierte con una
sonrisa traviesa mientras imparte su curso, «El Método de Curación Energética de Bengston»—. Es
como ir en busca de una opinión médica y que te digan que busques una segunda opinión. ¿Y eso qué
significa? Que nos lo estamos inventando. La medicina convencional suele ser una serie de las mejores
intuiciones. Sabemos muy poco sobre la curación convencional y la no convencional. Diferentes
personas te dirán diferentes cosas. Pregúntenles a todos». Él no busca a Dios, ni la gloria, ni la fortuna
(dice que una vez curó a un hombre que tenía cáncer de cuello a cambio de unos calabacines de su
huerto), pero, como les ocurre a todas las personas que he conocido a lo largo de este camino, está
atrapado. A lo largo del transcurso de su carrera de cuatro décadas, afirma no solo haber tratado a los
ratones (en el laboratorio), sino también humanos (en la vida real) con diferentes clases de cáncer —de
hueso, de pecho, de cerebro, y de páncreas entre otros—, además de una gran variedad de otras
enfermedades menos graves. (Hablé con una mujer de 68 años que se había tratado con Bill —lo había
conocido gracias a su marido, que era médico de familia— de cáncer de páncreas en etapa IIB. A pesar
de que según su diagnóstico solo le quedaban algunos meses de vida, ya lleva casi un año sin tener
cáncer.) Y en lo que Bill está más interesado es en saber cómo ocurre esto.
***
Conocí a Bill a través de Kell Julliard, que por aquel entonces era el director de investigación del NYU
Lutheran Medical Center (ahora se llama NYU Langone Hospital-Brooklyn) en el año 2004. Yo
había montado un programa de acupuntura en el ala de partos de ese hospital hacía una década y había
seguido manteniendo el contacto con Kell. Cuando le dije que llevaba un tiempo buscando la causa
empírica que había tras la curación —es decir, las investigaciones hechas en el laboratorio que
investigaran lo que ocurría durante ese proceso—, inmediatamente me sugirió que conociera a un
profesor que, por lo que él sabía, había estado curando el cáncer de mama en ratones. Resultó que yo
ya había leído sobre ese asombroso trabajo en un libro llamado La Curación Energética,99 escrito por
el mismo Bill Bengston. La semana siguiente, Kell me presentó a Bill en persona y comimos juntos en
Brooklyn.
Bill, un hombre con gafas que viste ropa informal, es un tipo fascinante, divertido e irreverente. Es
un excéntrico de la vieja escuela, con una sinceridad refrescante, desprovisto de arrogancia e hipocresía.
El negocio de la curación está plagado de mentirosos (ya llegaremos a eso en el capítulo 9), pero los
conocimientos de Bill son tan sólidos como los de los mejores científicos: todavía sigue impactado por
los increíbles resultados que descubrió en el laboratorio. Y sus teorías sobre lo que podría estar
ocurriendo —la transferencia de información que ocurre entre sanador y paciente— son muy
persuasivas. Tuve la sensación de que había conocido a un compañero de viaje.
***
En 1971, cuando Bengston era un chico de 21 años que vivía con sus padres en Great Douglaston,
Long Island, tratando de ganarse la vida trabajando como socorrista en una piscina municipal, conoció
a un hombre de 48 años llamado Bennett Mayrick. Otro socorrista había señalado a Mayrick una tarde
y se había burlado de él diciendo que era vidente. Bengston por aquel entonces «era una persona
abierta a ese fenómeno100 —escribe—, pero intensamente escéptico hacia aquellas personas que
afirmaban tener esos poderes. Es la misma forma de pensar que tiene hoy día. Y, sin embargo, tanto
por aquel entonces como le ocurre ahora, sentía la curiosidad suficiente como para descubrir en qué
consistía realmente aquella capacidad extrasensorial. De modo que entabló una cita con Mayrick.
En su primer encuentro, Mayrick consiguió impresionar a Bengston. Entre otras cosas, fue capaz de
intuir con precisión algunas cosas sobre la vida de Bengston sosteniendo su cartera sobre la palma de
su mano. «Cuando sostengo un objeto —le confió Mayrick— siento la necesidad de decir algo, pero
no sé lo que es hasta que no me escucho decirlo».101 La extraordinaria habilidad de Mayrick y la
ambivalencia que demostraba al respecto —pues parecía emocionado y amenazado al mismo tiempo
por lo que era capaz de hacer— captó la atención de Bengston.
Los dos empezaron a hacer negocios juntos enseguida, aunque de una forma muy inesperada.
Mayrick se ganaba la vida limpiando y le propuso a Bengston que trabajara con él. (Al mismo tiempo,
Bengston estaba estudiando un máster en sociología en la Universidad St. John.) Pero fue gracias a
aquella alianza cuando Bengston pudo convencer a Mayrick para que buscaran la forma de conseguir
una visión más oficial de sus habilidades psíquicas. Descubrió que Mayrick tenía la capacidad de
sintonizar con el dolor de los demás, cosa que descubrió el día que Mayrick cogió una carta y sintió un
repentino dolor de cabeza, y cuando se pusieron en contacto con la persona que había enviado la carta
les dijo que sufría de migrañas. Cuando Mayrick se concentró en eliminar el dolor de cabeza que le
había sobrevenido —imaginándose que el dolor se disolvía—, la mujer también notó que su dolor
amainaba. Bengston se sintió muy intrigado por aquel fenómeno y le pidió a Mayrick que le tratara el
dolor crónico que sentía en la zona lumbar. Cuando Mayrick le posó la mano en la parte inferior de la
espalda, Bengston notó una inmediata sensación de calidez. «A medida que el calor me iba penetrando
en la columna vertebral, sentí cómo se me iba entumeciendo la zona lumbar en un radio de diez
centímetros, fue como si me hubieran inyectado novocaína102 —explica Bengston—. Mientras Ben
seguía con la mano en mi espalda, el entumecimiento fue desapareciendo de fuera hacia dentro.
Cuando quitó la mano desapareció el último punto de entumecimiento». Toda la maniobra duró diez
minutos, y Bengston no ha vuelto a sentir dolor en la espalda desde entonces.
Mayrick empezó a practicar con amigos y conocidos; y Bengston sentía tanta curiosidad que empezó
a estudiar lo que estaba ocurriendo en busca de alguna explicación pragmática. Presenció muchas
situaciones extrañas y maravillosas entre Mayrick y las personas a las que curaba: una persona recuperó
la vista parcialmente, otro volvió a oír, a una mujer le desapareció la gangrena justo unos días antes de
que le amputaran el pie y al final, cuando Mayrick ya estaba más acostumbrado al talento que poseía,
consiguió curar distintos casos de cáncer. Entretanto, Bengston hacía las veces de gestor y analista, y se
ocupaba de organizar la consulta mientras intentaba descifrar lo que ocurría cuando Mayrick curaba.
Una de las muchas cosas que fascinaron a Bengston sobre las peculiares características de aquellos
encuentros fue la confusión que le provocaban las reacciones de inquietud que algunas personas tenían
cuando se sometían a la curación. «Muchas de las personas que entraban en el mundo “mágico” de la
curación con las manos parecían esperar una curación instantánea —señala Bengston—, algo muy
contrario a las frustraciones que estaban dispuestos a sufrir cuando acudían a la consulta de un médico
convencional».103 Muchos de los pacientes que mejoraron tras una sesión pero no se recuperaron del
todo no regresaron nunca. Pero el procedimiento era no invasivo, no suponía ningún riesgo, cosa que lo
convertía en una opción en la que el paciente no tenía nada que perder; ¿entonces por qué lo
rechazaban o se ofendían?
No era una curación basada en la fe. Mayrick nunca transmitía la sensación de estar trabajando al
servicio de un ser espiritual superior; en realidad prefería que sus pacientes no afrontaran el encuentro
con fe o expectativas de ninguna clase. La única creencia que tenía Mayrick respecto a lo que era capaz
de hacer era que estaba aprovechando alguna clase de energía masiva existente en el mundo, que estaba
disponible para todos nosotros. La visión de Mayrick sobre el proceso de curación era tan funcional
que creía que se le podía enseñar a cualquiera.
Cuando ya llevaba un año ejerciendo, Mayrick convenció a Bengston para que intentara convertirse
en sanador, insistiendo en que no solo había sentido que Bengston generaba energía durante las
sesiones, sino que él también se había estado nutriendo de ella. Y, con ciertas reticencias, Bengston
empezó a tratar dolores y enfermedades leves. Cuando lo hacía, sentía —de la misma forma que le
ocurría a Mayrick— un brote de energía y se le calentaban las manos cuando las acercaba al cuerpo del
paciente. Bengston, que era un hombre de naturaleza práctica, estaba convencido: si lo podía hacer él,
aquello no tenía nada de sobrenatural. En aquella época, Mayrick decidió empezar a enseñar a sus
pacientes a sanar. Quería que las personas con las que trabajaba tuvieran un papel más activo en la
sociedad, de forma que comprendieran lo que estaba ocurriendo cuando trabajaba con ellos. Tal vez
también quisiera compartir la responsabilidad de algo tan intangible, pero con resultados tan
significativos.
Mayrick y Bengston estaban decididos a demostrar que aquella forma de curación no era el resultado
de una empatía extraordinaria, ni de haber sido «elegidos» de alguna forma, sino de una habilidad
práctica y cultivada. Mediante sus análisis descubrieron que uno de los componentes cruciales para
que la sanación tuviera éxito era que el practicante mantuviera las distancias durante el tratamiento.
Mayrick lo describía como «buscar la forma de distraer su mente para que no pensara en lo que estaban
haciendo sus manos» de forma que la energía no fuera obstaculizada por el intelecto o el ego. (Algo no
muy distinto de la forma que tengo yo de desviar la atención cuando estoy en la consulta con un
paciente.) Mayrick y Bengston, convencidos de que este intercambio de energía era una calle de doble
dirección, diseñaron un método para que los pacientes también pudieran distraerse de las afecciones
que tantas ganas tenían de superar.
Ambos les pedían a sus pacientes que entraran en «bucle»,104 para lo cual tenían que imaginar un
carrusel mental de veinte imágenes que no tuvieran nada que ver con la curación. Esas imágenes tienen
el objetivo de representar deseos personales: objetos, premios, deseos físicos o psicológicos. Deberían
verse como deseos cumplidos; es decir, como si ya fueran reales. Ese bucle del deseo tiene el objetivo
de alimentar el ego para apartarlo del medio. Su teoría era que uno debía ser egoísta mientras trataba:
el bucle sirve para pensar en lo que deseas en lugar de ponerte en una posición altruista.
«El altruismo provoca resentimiento», explicaría Bengston tiempo después cuando asistí a su curso, y
con eso quiere decir que si un practicante piensa que solo hace lo que hace por los demás, como si
fuera un absoluto sacrificio, existe la tentación de sentirse como un mártir. Pero la curación parte del
entusiasmo y la alegría; si no, no nos abrimos a la energía. Yo he descubierto, durante todos los años
que llevo ejerciendo mi profesión, que la energía fluye con mayor libertad cuando experimento una
sincera aceptación de todas mis motivaciones. Está claro que quiero curar a otras personas, y claro que
me siento bien conmigo misma cuando lo consigo. «Dad gracias al sanador —les aconseja Bengston a
sus estudiantes para que sean agradecidos—, pues os están dando lo que queréis».105
Cuando una persona empieza a ser capaz de pasar esas imágenes más rápido —lo ideal es que adopte
un estado en el que viajan tan rápido por su mente que entran en una especie de borrón—, la persona
aumenta sus posibilidades de dar y recibir energía. Tal como lo describió el mismo Bill en una ocasión:
«La curación es una respuesta autónoma (es decir, inconsciente) a la necesidad».106 Si la mente de la
persona está ocupada por alguna otra cosa —como, por ejemplo, la brillante imagen de una casa en la
playa, que, curiosamente, es una de las imágenes que utilizaba yo cuando hacía el bucle—, no se está
concentrando en la curación. Y si no se concentran en la curación, esta ocurre de forma natural, como
una respuesta autónoma a la necesidad». (Más adelante Bengston dirigiría un estudio diseñado para
poner a prueba esta teoría: empleando una máquina de imagen por resonancia magnética funcional
[IRMf] le pidió a un técnico que sostuviera una serie de sobres con la mano. Algunos estaban vacíos;
otros contenían mechones de pelo de perro con cáncer [que le proporcionó un veterinario]. Sin saber
qué sobre le estaban colocando en la mano, la IRM demostró que su cerebro reaccionaba de formas
dramáticamente diferentes cuando entraba en contacto con el pelo del perro con cáncer.)107
Las ideas de que la curación se podía enseñar y de que el bucle era la forma de aprender se
convertirían en las piedras angulares del trabajo de Bengston de ahí en adelante. Bengston siguió
refinando la técnica del bucle, y enseguida la llevaría al laboratorio —sin Mayrick— para hacer una
investigación del proceso de la curación. Mientras Bengston se volvía más pragmático en su impulso
por entender la curación, Mayrick empezó a dejarse arrastrar por un estado emocional más oscuro, y
cada vez estaba más supeditado a la enseñanza como forma de apoyar sus propias creencias. Y cada vez
se resistía más a los esfuerzos que hacía Bengston por comprender lo que estaba ocurriendo desde un
punto de vista clínico.
A medida que los dos hombres se distanciaban, Bengston conoció a David Krinsley, que había
asistido a las clases de Mayrick durante un periodo corto de tiempo. Krinsley era un profesor de
geología del Queens College de la City University de Nueva York. Había escrito cientos de artículos
científicos, incluyendo historias de portada para las revistas Science108 y Nature,109 que captaron el
interés de Bengston, pues se trata de las publicaciones más prestigiosas del campo. También compartía
la ambición de Bengston de explorar la curación en el laboratorio. Por suerte, Krinsley también había
sido decano interino en el Queens College, cosa que le daba un gran acceso a la institución; consiguió
convencer al director del departamento de biología para que les permitiera hacer un experimento que
ellos mismos habían diseñado bajo el patrocinio de la universidad.
Uno de los investigadores del departamento de biología les proporcionó doce ratones con una cepa
concreta de cáncer de mama: seis de ellos recibirían curación diaria con las manos y los otros seis serían
el grupo de control. Los ratones a los que les inducían esta clase de cáncer de las glándulas mamarias,
según los informes de todas las investigaciones científicas, morían todos entre catorce y veintisiete días
después.110 Por lo que, si alguno de los ratones se recuperaba, sería de interés científico.
Krinsley le encargó a Bengston la tarea de la curación durante el experimento. Después de un primer
ataque de pánico durante el que pensó que no iba a ser capaz de hacerlo, Bengston aplicó el sistema
del bucle que había enseñado a otras personas. Al hacerlo, y cuando colocaba las manos a ambos lados
de la jaula, notó cómo se le calentaba la mano derecha y después «el comienzo de una corriente» que
empezaba a recorrerlo. Con el tiempo, Bengston adquiriría tanta experiencia asumiendo el estado que
debía adoptar que a veces se sentía completamente relajado. «El desapego que siento de mis manos, y
después de todo mi cuerpo, se fusionó con una sensación de unidad con los ratones —escribe
Bengston sobre su propia experiencia—. Todas las dudas que tenía sobre mi capacidad para curar
parecían triviales, y sentía paz y bienestar. Mi mente se vaciaba de todo pensamiento. Simplemente,
era.»111
Bengston trataba a los ratones durante una hora cada día y, justo después de una semana, empezaron
a tener unos tumores tan grandes que les deformaron el cuerpo. Bengston dijo que el experimento
había sido un fracaso. Pero Krinsley objetó aduciendo que, a pesar de su apariencia física, los ratones
se movían por la jaula con normalidad. Bengston siguió adelante. Entonces aparecieron unos pequeños
puntos negros «como puntos dibujados a lápiz»112 sobre los tumores. Bengston le suplicó a Krinsley
que pusieran fin al proyecto; no soportaba ver sufrir a los ratones. Krinsley lo animó diciéndole que si
un solo ratón sobrevivía más de veintisiete días sería todo un fenómeno científico. A fin de cuentas, el
biólogo que había estado trabajando con aquellos mismos ratones durante los últimos veinte años
todavía no había encontrado la forma de conseguir que sobrevivieran durante tanto tiempo, y mucho
menos lograr la remisión.
Poco después, los tumores de los ratones que había tratado Bengston empezaron a ulcerarse
convirtiéndose en heridas rojas supurantes. Parecía un nuevo golpe, aunque los ratones seguían
correteando por la jaula como si todo fuera bien. Llegó el día veintiocho y pasó, y los ratones seguían
con vida. A continuación, las úlceras pasaron de ser rojas a blancas; y los tumores empezaron a
encoger. A los ratones empezó a crecerles el pelo de nuevo. Fue como si el tiempo estuviera corriendo
hacia atrás hasta que, finalmente, los ratones tenían el mismo aspecto que tenían el día que había
empezado el experimento. Cuando el biólogo que les había inyectado el cáncer los examinó, los ratones
ya no tenían cáncer.
Fue una noticia tan abrumadora, y que ponía en entredicho todo lo que se sabía hasta entonces, que
se quedaron literalmente sin habla. Los dos hombres tuvieron que tomarse un respiro, tanto entre ellos
como del trabajo, de algunas semanas. Cuando volvieron al laboratorio se propusieron repetir el
experimento. También recibieron una noticia posterior a los resultados de su último experimento: los
cuatro ratones que seguían con vida en el grupo de control habían entrado en remisión.113
Bengston y Krinsley hicieron otros cuatro experimentos de curación con ratones a los que les habían
provocado cáncer, con algunos cambios de diseño. En uno de ellos Bengston no hizo las veces de
sanador y se concentró únicamente en la investigación; primero lo sustituyó Krinsley y después los
catedráticos de los departamentos de biología de las dos universidades donde se estaban llevando a
cabo los experimentos —Queens College y St. Joseph College—, además de un pequeño grupo de
estudiantes, cuyos integrantes no creían en la curación con las manos. «No aceptaba a ningún
estudiante que no fuera escéptico —cuenta Bengston con su habitual tono despreocupado—. Los
creyentes me asustan. Pasan demasiado tiempo defendiendo sus creencias en lugar de tratando de
comprender lo que está ocurriendo.»114 En cada uno de los experimentos, Bengston les enseñó a los
participantes el método del bucle. También añadió un segundo grupo de control de ratones a los que
enviaron fuera del campus.
En total expusieron a la curación a 48 ratones —sumando a todos los ratones a los que trataron en
todos los experimentos—, de los cuales se curaron 44. De la suma de los ratones del primer grupo —
los que se quedaron en el campus—, entraron en remisión 33 de 41. Y de los del último grupo, los
ratones que mandaron fuera del campus durante el experimento, no sobrevivió ninguno.115
Bengston sabía que habían conseguido algo increíble: el 87,9 por ciento de los ratones tratados
habían recuperado la salud, cosa que, según incluso la evaluación más razonable, sugería que se habían
curado gracias al método de la sanación con las manos y no debido a una remisión espontánea, pero no
comprendía lo que había ocurrido con los ratones del grupo de control. ¿Por qué se habían recuperado
tantos ratones del primer grupo de control pero los del segundo no?
Bengston todavía no tenía la respuesta a esa pregunta, pero quería publicar sus descubrimientos sin
pérdida de tiempo. Él y Krinsley enviaron su investigación a las revistas Science y Nature, donde
Krinsley ya había publicado otras veces. Sin embargo, de inmediato descubrieron que ninguna de las
dos publicaciones pensaba molestarse siquiera en enviar sus descubrimientos a otros colegas para que
los revisaran. «No publican esa clase de investigaciones —recuerda haber descubierto Bengston—. Fue
casi como una cuestión de orgullo para ellos. Solo publican cosas “reales”».
Al final, en el año 2000, Bengston y Krinsley consiguieron publicar su estudio «The Effect of the
“Laying On Hands” on Transplanted Breast Cancer in Mice», en el Journal of Scientific Exploration.
116
Bengston decidió darse un respiro del camino tan poco ortodoxo que había elegido que se convirtió
en una ausencia bastante prolongada. Después de pasar un par de décadas reflexionando —durante las
que regresó al convencional mundo de la sociología, primero para conseguir su doctorado en la
Universidad Fordham y después para dar clases sobre sociología de la religión, además de métodos de
investigación y estadística en el St. John’s College—, a Bengston se le ocurrió una teoría sobre el
motivo por el que el primer grupo de ratones había entrado en remisión.
«Fue mi momento eureka: la separación espacial no siempre significa independencia117 —recuerda
Bengston—. A pesar de que los ratones que recibieron tratamiento y los que formaban parte del grupo
de control estaban en lugares diferentes, algo invisible debió de permanecer conectado entre ellos de
forma que lo que les ocurriera a los ratones que recibieron el tratamiento también les ocurrió a la
mayoría de los que formaban parte del grupo de control». La mayoría de los ratones del primer grupo
de control, razonó, se convirtieron en parte de lo que él llama «vínculo resonante»,118 o lo que algunos
investigadores, basándose en una teoría propuesta por un profesor de psicología del Kings College,
Imants Barušs, había empezado a llamar «campo signi cativo».119 Esto significa que los ratones del
grupo de control que entraron en remisión fueron capaces de hacerlo porque estaban en un campo
dinámico de energía e intención creado por los sanadores-investigadores. En cada uno de los
experimentos, alguien sentía curiosidad por el estado de los ratones del primer grupo de control y se
saltaba el protocolo e iba a visitarlos a la estancia contigua donde estaban. Bengston lo hizo en el
primer experimento; el director del departamento de biología lo hizo en el siguiente; y los estudiantes
que hicieron de sanadores lo hicieron en el resto. Sin embargo, ninguna de las personas que formaron
parte de los experimentos en los que se incluyó a un segundo grupo de ratones entró en contacto con
ellos. Y todos los ratones de aquel grupo murieron.
«De la misma forma que podemos experimentar la conexión y la desconexión de forma subjetiva —
teoriza Bengston—, también se puede experimentar la conexión y la desconexión de forma
experimental».120 El primer grupo de control había sido incluido en un vínculo curativo —quizás a
través de los sanadores que los conectaban con su conciencia—, mientras que el segundo grupo había
sido excluido. «Se pueden construir y deconstruir vínculos de resonancia a través de la conciencia —
concluye Bengston—. Pero la pregunta sigue siendo: ¿Cómo ocurre?»121
Bengston ve los campos significativos como una extensión, o como una ramificación, de algo
llamado teoría del campo mórfico122 planteada por el biólogo y filósofo Rupert Sheldrake. Esta teoría
sugiere que las formas de los seres vivos autoorganizados —desde las moléculas hasta las personas o
galaxias enteras— están conformadas por una memoria colectiva acumulativa y colectiva que se
remonta a varias generaciones atrás; la información se transmite en forma de huella dentro del campo
de energía superior. Para exponerlo con mayor claridad, Sheldrake cree que los humanos, como especie,
junto a los animales y las plantas, «recuerdan» cómo deben actuar basándose en el comportamiento de
las generaciones anteriores, un proceso que él denomina «resonancia mórfica».123
«Sheldrake pronosticaría que, si establecieras un campo de curación (o campo significativo), todos
los ratones que estuvieran dentro de la esfera de influencia de ese campo se verían afectados —dice
Bengston—, pero en mi caso, yo tengo ratones en un grupo de control que no se han visto afectados.
Creo que la idea de Sheldrake sobre la resonancia mórfica es maravillosa, pero es incompleta.124 Tiene
que haber algo que uno conecte relajadamente para crear ese vínculo de resonancia». Cuando dice
«relajadamente» se refiere a algo que se hace de pasada; por ejemplo, cuando yo creo un vínculo de
resonancia con mis pacientes, no suele durar más que cuando estamos juntos en la cabina de
tratamiento; y ese vínculo puede conectarse y desconectarse con bastante facilidad. Bengston cree que
podemos formar esa clase de vínculos en masa y que eso puede afectar a todo el grupo, como ocurrió
con los ratones del grupo de control de su experimento. Desde entonces, Bengston ha repetido ese
experimento con ratones con cáncer once veces más, y siempre ha obtenido los mismos resultados. (Y,
al hacerlo, ha descubierto que siempre nota que la energía curativa procede de su mano izquierda. Es
más, los ratones enfermos tendían a acercarse a esa mano de forma instintiva cada vez que repetía el
procedimiento.)
***
Cuando estaba estudiando, antes de que Bengston hubiera conocido a Mayrick, ya había descubierto
el trabajo del doctor Bernard Grad, un oncólogo que se dedicaba a investigar en la Universidad McGill
de Toronto. Y fue ese investigador quien, en su mayor parte, inspiró la carrera de Bengston. Grad —o
«el Gran Grad» como a Bengston le gusta llamarle— también estaba decidido a sacar la curación
energética del reino de lo abstracto para incluirla en el mundo exacto de la ciencia. Durante las décadas
de 1960 y 1970, Grad estudió a Oskar Estebany, un húngaro sin estudios que, en apariencia, curaba
con las manos. Estebany se había dado cuenta del talento que tenía mientras trabajaba en el cuerpo de
caballería del ejército húngaro, pues siempre que acariciaba algún caballo enfermo el animal sanaba.
Estebany no afirmaba ser sanador. En realidad insistía en que solo se dedicaba a acariciar a los caballos
y en que no tenía ni idea de por qué a los demás les parecía algo notable. Sin embargo, permitió que
Grad lo estudiara en el laboratorio.125
En un experimento parecido a otro que Bengston realizaría más adelante, Grad dividió a los ratones
enfermos en dos grupos; a uno de los grupos lo trataría Grad, y al otro no. Durante el tiempo que se
alargó el experimento, Estebany sostuvo las jaulas de esos ratones durante quince minutos, dos veces al
día. Al final, los ratones de Estebany se curaron más rápido que los del grupo de control.126
A continuación, Grad quiso comprobar si las manos de Estebany generaban una energía capaz de
cargar otras sustancias. Grad expuso a un grupo de ratones a los que les había provocado el bocio a
unos trozos de algodón y lana que Estebany había estado sosteniendo durante un rato, mientras que los
ratones del grupo de control solo estuvieron en contacto con los retales que Estebany no había tocado.
Los ratones que estuvieron en contacto con los retales que Estebany había tocado demostraron una
formación del bocio significativamente más lenta, cosa que sugería que las manos de Estebany habían
transmitido la energía al material.
Inspirado por Grad y Estebany, Bengston también intentó transmitir energía al algodón. Una vez le
dio un trozo de algodón que había cargado —caminando en círculos con el retal en las manos mientras
lo hacía— a una mujer que sabía que tenía un carcinoma ductal, un tipo de cáncer de mama. Primero
había hecho una sesión de tratamiento con las manos con ella en persona, pero después, como la mujer
vivía muy lejos, le dio el retal de algodón para que se tratara ella misma. Un año después, cuando su
doctor le comunicó que su cáncer había entrado en remisión, Bengston fue a visitarla a su casa. Ella le
pidió si le podría cargar un poco más de tela, para asegurarse, y le dio un trozo de algodón. Bengston
sintió un repentino dolor en la axila. Cuando se llevó la mano a la zona notó que tenía un bultito.
Cuando le preguntó a la mujer a qué se podía deber aquello, ella le dijo que aquel era el algodón que él
había cargado, y que ella había dormido con él cuando estaba enferma. «Creo que el algodón tiene
memoria —explica Bengston—. Y creo que absorbe aquello para lo que se utilizó.»127 Ahora Bengston
les dice a todos sus alumnos que tiren los algodones después de una semana. Y, aunque Bengston solo
se considera un investigador y solo cura a amigos y a miembros de su familia obedeciendo a alguna
petición especial, también se cura a sí mismo con algodón de vez en cuando. (Por casualidad, cuando
hice el curso de sanación de Bengston, le pedí a la persona que estaba colaborando conmigo para este
libro que me acompañara. Él aceptó mi petición, pero se mostraba escéptico, por decirlo con suavidad.
Aun así, cargó su propio retal de algodón, como hicimos todos los demás que asistíamos al curso, y
después durmió con él adherido a una lesión que tenía en la espalda. Una semana más tarde confesó,
con simpática indignación, que notaba una «estúpida mejoría» en la espalda.)
Bengston diseñó un estudio para investigar este fenómeno. En la Universidad de Brown, Bengston y
sus investigadores colocaron algodón al que se le había transmitido energía y algodón al que no cerca
de heridas punzantes y descubrió que las células respondían genómicamente al algodón energizado. «Si
tienen motilidad —expone Bengston—, nadarán hacia el algodón de la misma forma que los ratones se
acercaban a mi mano izquierda.»128
A lo largo de la historia, casi todas las tradiciones religiosas han incorporado la noción de que a los
objetos se les puede infundir poder que cura o protege a las personas. El concepto cristiano del agua
bendita es uno de los ejemplos más tempranos sobre ello. (Como no era partidario de dejar ni un solo
cabo suelto, Bengston también exploró la posibilidad de transmitir energía al agua en el laboratorio. En
un estudio realizado en la Universidad de Connecticut, energizó agua y después la utilizó para tratar a
ratones con cáncer, y los ratones entraron en remisión.) Los nativos americanos y otros grupos
indígenas siempre han creído que los cristales y los minerales generan energía curativa y que los
chamanes más habilidosos pueden manipularlas para generar patrones y frecuencias específicas para
curar.
Mi madre, cuando estaba a punto de morir de cáncer, sintió mucha fe en un pequeño colgante de
metal que le regaló una de mis colegas de la escuela de acupuntura. Mi amiga era una budista ferviente
que había pasado muchos años en la India y en Nepal; cuando le dio el colgante a mi madre, le dijo
que había sido bendecido por el dalái lama. Y aquello reconfortó mucho a mi madre. Lo llevó consigo
durante los tratamientos de quimioterapia, y lo encontré junto a su cama cuando murió. Está claro que
no le salvó la vida, pero ¿desprendía alguna energía reconstituyente? Desde luego, mi madre, una mujer
que no tenía ninguna conexión con el budismo ni con el dalái lama, extrajo cierta fuerza protectora de
aquel amuleto, y los estudios de Bengston lo apoyarían.
Cuando Bengston consiguió energizar algodón y agua con éxito, quiso ir un poco más allá de los
límites. Últimamente ha empezado a energizar cultivos celulares —introduciéndoles lo que él llama
«información»,129 su término preferido para referirse a la energía en estos experimentos, puesto que
parece que lo que sea que esté extrayendo lo puede transferir a los objetos inanimados— y descubrió
que, cuando introdujo células cancerígenas en ese cultivo, el tejido cancerígeno se energizó de nueve
formas mensurables.
Básicamente, Bengston especula que esa energía —o información— se suma130 a una frecuencia. Y
si eso es cierto, entonces la información que utiliza para sanar debería ser capaz de encontrar una
frecuencia a través de cualquier fuente. Y por eso Bengston ha empezado a grabar sonidos cuando
energiza trozos de algodón y los analiza en el laboratorio de la Universidad de Brown, fundada por el
Emerald Gate Charitable Trust, para comprobar si también pueden provocar cambios. «De momento
hemos comprobado 167 genes cancerígenos —dice Bengston—. Si reproduces esta grabación… una
buena parte de esos genes cambian genómicamente. Y es un efecto fiable. En general, hemos visto
cambios genómicos en cánceres tanto si lo haces con las manos como si utilizas algodón o lo haces con
esta grabación. Generamos cambios en la longitud de los telómeros, la inflamación y la inmunología. Y
estamos empezando a comprender el mecanismo que cura el cáncer».131
Bengston afirma —y se refiere a su estudio para corroborar sus palabras— que los tres métodos
curativos (las manos, el algodón energizado y las grabaciones) provocan apoptosis, la muerte célular
que ocurre como cosa normal dentro del crecimiento de cualquier organismo. Y esto es vital en el caso
del cáncer, que provoca que las células crezcan de forma incontrolada en lugar de morir. (Es
interesante advertir que Bengston mantiene que él no es capaz de curar a las personas con cánceres que
ya se han tratado con radioterapia o quimioterapia porque él cree que la información no puede afectar a
una célula dañada. Sin embargo, Bengston señala que tiene estudiantes quienes, después de haber
aprendido esta técnica de curación, le han dicho que han conseguido tratar con éxito a personas que
han pasado por la radioterapia y la quimio.) Evidentemente, la ambición de Bengston no se detiene
ahí: ahora quiere desarrollar una aplicación capaz de transmitir una frecuencia curativa desde el
iPhone.
Yo he pasado mucho tiempo estudiando el trabajo de Bengston. He revisado sus estudios, he leído
su libro y he asistido a su curso; le he entrevistado durante incontables horas. Y al final me he dado
cuenta de que, a pesar de todo su rigor científico y sus ideas progresistas, me ha hecho conectar, con
mas seguridad, con mi instinto y con la antigua creencia china que afirma que las agujas de acupuntura
son, en realidad, como pequeñas antenas que recogen información curativa del campo de energía que
nos rodea.
SÉ TU PROPIO SANADOR
100. Ibidem.
101. Ibidem.
102. Ibidem.
103. Ibidem.
104. Ibidem.
105. Ibidem.
108. D. Krinsley y T. Takahashi, «Surface Textures of Sand Grains: An Application of Electron Microscopy», Science 135
(1962): pp. 923–925.
109. D. Krinsley y W. Wellendorf, «Wind Velocities Determined from the Surface Textures of Sand Grains», Nature 283
(1980): pp. 372–373.
116. W. F. Bengston y D. Krinsley, «The Effect of the “Laying On of Hands” on Transplanted Breast Cancer in Mice»,
Journal of Scientific Exploration 14 (2000): pp. 353–364.
118. W. F. Bengston y M. Moga, «Resonance, Placebo Effects, and Type II Errors: Some Implications from Healing
Research for Experimental Methods», Journal of Scientific Exploration 13, n.o 3 (2007): pp. 317–327.
119. Imants Barušs, «Beyond Scienti c Materialism Toward a Transcendent eory of Consciousness», Journal of
Consciousness Studies 17 (2010): pp. 213–231.
120. W. Bengston y S. Fraser, La Curación Energética, Sirio, Málaga, 2014.
122. R. Sheldrake, A New Science of Life: The Hypothesis of Formative Causation (Blond and Briggs, Londres, 1981); R.
Sheldrake, The Presence of the Past: Morphic Resonance and the Habits of Nature (Icon Books Ltd., Londres, 2011).
123. Ibidem.
128. Ibidem.
129. Ibidem.
130. Ibidem.
132. W. F. Bengston, «Commentary: A Method Used to Train Skeptical Volunteers to Heal in an Experimental Setting»,
Journal of Complementary and Alternative Medicine 13, n.o 3 (2007): pp. 329–331.
5
MOVIENDO LA AGUJA
En el año 1996, un grupo de científicos del Instituto Roslin de Edimburgo, Escocia, mantenía un
proyecto radical en secreto. Sin que lo supiera el resto del mundo, incluidos sus colegas de la
comunidad científica, intentaba clonar una oveja. Su plan era sencillo, o eso pensaban ellos. Primero
tenían que extraer un óvulo sin fertilizar de una oveja hembra adulta y le extraían el ADN. Gracias a
un proceso llamado meiosis, el ADN de un óvulo es incompleto, cosa que permite que se combine con
el ADN del esperma para crear un embrión. Sin embargo, en lugar de esperma, los investigadores
extrajeron el ADN incompleto del óvulo y lo reemplazaron por el ADN completo que habían extraído
de una célula del cuerpo de esa misma oveja hembra adulta.
Y entonces los investigadores toparon con un muro. El ADN de una célula madura es técnicamente
completo, pero también ha perdido parte de su capacidad. A medida que envejece, una célula adulta
activa partes de su ADN, las que necesite para desempeñar funciones específicas —como crear un
hueso o incluso una peca— y después las vuelve a desactivar cuando ha concluido con sus tareas. Los
científicos de Edimburgo se dieron cuenta de que tenían los ingredientes para crear vida al alcance de
la mano, siempre que encontraran la forma de desbloquear ese potencial de la célula, consiguiendo que
se comportara como si volviera a ser joven. Entonces tuvieron la idea —y echando mano de un
concepto un poco Frankenstein— de introducir una pequeña corriente eléctrica al proceso. Y,
sorprendentemente, fue la chispa que necesitaban para darle vida al óvulo. Y así nació la oveja Dolly, el
primer mamífero clonado partiendo de la célula de un animal adulto y nuestra primera celebridad
ovina, y la presentaron al mundo en 1997.
En aquella época yo estaba estudiando en la escuela de medicina china, y la noticia me generó
mucha curiosidad. La idea de que la electricidad fuera el impulso necesario para crear vida me pareció
muy significativa: una energía eléctrica que era una fuente vital animada me sonó muy parecido al
concepto chino del qi.
La idea de que el cuerpo tiene propiedades eléctricas se remonta a 1789, cuando un físico italiano,
Luigi Galvani, hizo un descubrimiento mientras diseccionaba una rana muerta. Tocó el nervio ciático
expuesto de la rana con un escalpelo metálico cargado y advirtió que la rana flexionaba la pata como si
estuviera viva. (la palabra «galvanizar», que significa estimular o dar vida utilizando electricidad, se
acuñó en honor a Galvani.) Dos años después informó de aquellos descubrimientos en una publicación
académica, Proceedings of the Bologna Academy;133 y de aquella sencilla observación nació el campo
moderno del bioelectromagnetismo, el estudio de los fenómenos eléctricos y electromagnéticos, como
las corrientes eléctricas que fluyen por nuestros nervios y músculos, que son cruciales para que nuestro
cuerpo pueda funcionar con normalidad.
Si observamos la fisiología humana, la unidad bioelectromagnética básica es la célula. La mayoría de
las clases de células exhiben alguna forma de polaridad, cosa que significa que existe una diferencia
eléctrica en la membrana celular que crea un gradiente de tensión, también llamado potencial eléctrico.
Algunas células, incluyendo las neuronas y las células musculares, poseen potenciales eléctricos
potencialmente altos debido a las membranas eléctricamente excitables que envían señales a nuestros
cuerpos.
El qi no es muy distinto a esa actividad eléctrica, pues también es invisible y se comprende
básicamente por sus efectos. Pero existe un factor diferenciador: la ciencia cree en uno pero no en el
otro. Quizá se deba a que el concepto del qi puede parecer demasiado abstracto a los científicos. La
palabra suele traducirse como «energía», aunque el qi no siempre se corresponde con la definición
científica de energía. La traducción literal de la palabra qi es «aliento» o «aire», y el carácter que le da
nombre representa el vapor que emana de una cacerola de arroz, simbolizando la forma en que la
comida se convierte en energía. Pero, como ya he comentado antes, el qi es mucho más que eso. El qi
es la inteligencia del cuerpo y su sistema de organización, y está conectado con el campo superior del
tao.
Cuando formaba parte del equipo de acupuntura en el ala de partos del Lutheran Medical Center,
aprendí una lección importante sobre el qi por lo que se refiere a la energía eléctrica del cuerpo.
Durante dos años, además de gestionar mi consulta privada, dirigía los servicios de acupuntura de
aquel centro médico, donde parte de mi trabajo consistía en aliviar el dolor de las mujeres que estaban
dando a luz. Mis pacientes, mujeres con muy pocos medios, solían llegar con muchas cargas y pocos
recursos. Cuando las cosas se ponían feas —cosa inevitable en un parto— me resultaba muy
gratificante poder ofrecer un respiro a aquellas mujeres. A veces el dolor era tan intenso y caótico que
apenas eran conscientes de que les estaba clavando agujas, pero sí que notaban el alivio del dolor.
Para conseguirlo, les clavaba una aguja en un punto de acupuntura llamado «Bazo 6», que está unos
tres dedos por encima del maléolo, el hueso abultado que tenemos en el tobillo. El Bazo 6 es un punto
donde se cruzan tres canales de acupuntura, y todos afectan directamente a los órganos reproductores,
y por eso se utiliza para aliviar el dolor uterino y los calambres menstruales, además de ayudar a acelerar
el proceso del parto. Cuando ya había insertado la aguja le «añadía un poco de qi», como me gusta
decir, lo que significaba estimularla girándola ligeramente con los dedos durante un minuto. Sabía que
había terminado cuando notaba que la aguja se agarraba, es decir, notaba un tirón, casi como si un pez
cuando muerde el anzuelo. Los chinos llaman a esta sensación de qi; los pacientes también lo notan en
su cuerpo, a veces en forma de hormigueo o de dolor agudo alrededor de la aguja. Fue mientras ponía
en práctica esta técnica, al repetir una y otra vez lo mismo con mujeres necesitadas de alivio urgente,
cuando me di cuenta de que era esencial que la aguja se agarrara.
Cuando notaba ese satisfactorio tironcito, no solo el dolor empezaba a aliviarse más rápido, además
la cerviz de aquellas mujeres empezaba a dilatar con más rapidez; lo confirmaban comadronas,
enfermeras y médicos que venían a examinarlas. Yo también me dedicaba a supervisar a los estudiantes
de acupuntura que estaban matriculados a aquel programa, por lo que, en cuanto tuve claro que
aquello marcaba una clara diferencia, empecé a vigilarlos con ojo de águila para asegurarme de que mis
estudiantes también conseguían que sus agujas se agarrasen. Incluso empecé a ser capaz de darme
cuenta desde la puerta de la habitación de la paciente si alguno de mis estudiantes solo había insertado
la aguja de forma superficial, la había dejado inclinada hacia un lado o había conseguido establecer
aquella profunda relación. «Menos agujas», recuerdo haber gritado a menudo. «¡Y más de qi!»
En realidad, el efecto era tan intenso que uno de los médicos que supervisaban los partos nos sugirió
que dejáramos constancia de lo que estábamos haciendo con las pacientes en los gráficos impresos de
las contracciones. (Sí, por aquel entonces todavía se imprimían.) Empezamos a apuntar en los gráficos
de las contracciones cuando habíamos iniciado el tratamiento con acupuntura, en qué momento
notábamos que la aguja se agarraba y el efecto que eso provocaba en la paciente. Al hacerlo creamos un
registro claro de que, al tratar el punto Bazo 6 y cuando ello iba acompañado de una evidente
sensación de la aguja, conseguíamos aumentar la duración de la contracción y la frecuencia, además de
dilatar más rápido la cérvix.
Siempre es un alivio encontrar formas de verificar las prácticas instintivas de formas concretas y, sin
embargo, a pesar del hecho de haber sido capaces de dejar constancia del éxito de la sensación del de qi
en ese punto de acupuntura, todavía no tenía una idea clara de lo que ocurría internamente en el
cuerpo. O más bien debería decir que no lo tuve claro hasta una década después, cuando me topé con
unas investigaciones nuevas que especificaba específicamente este fenómeno y el efecto fisiológico que
tiene en el cuerpo.
Helene M. Langevin,134 una endocrinóloga que sintió curiosidad por el interés que demostraban sus
pacientes por la acupuntura y se matriculó en un curso de medicina china para después llevar sus
descubrimientos al laboratorio en el departamento de neurología del Vermont College of Medicine,
dirigió un estudio que descubrió135 una evidente «extracción de fuerza» cada vez que una aguja se
agarraba. Y la fuerza de ese agarre era, en promedio, un 18 por ciento mayor cuando se medía
utilizando los puntos de acupuntura, al contrario de lo que ocurría en puntos que no eran de
acupuntura. Para mí, aquello era una corroboración de la anatomía tal como la concibe la medicina
china; la aguja se agarra con más fuerza en esos puntos porque hay una mayor conductividad de energía
eléctrica.
Sin embargo, todavía hubo algo más importante, y es que cuando Langevin y sus colegas
experimentaron con acupuntura en un tejido de pared abdominal de rata, y al rotar las agujas —
añadiéndoles un poco de qi—, el tejido conectivo que tenían bajo la piel se «conectó mecánicamente».
Langevin escribió: «Con tan solo un poco de rotación conseguíamos que el tejido conectivo envolviera
la aguja, como si fueran espaguetis enroscándose alrededor de un tenedor».136 Langevin también
descubrió que el tejido permanece estirado de esa forma mientras dura el tratamiento de acupuntura,
cosa que provoca cambios químicos a nivel celular que aumentan la conductividad eléctrica.137
El tejido conectivo, largamente ignorado por la medicina y la ciencia occidental, ha empezado a
suscitar mayor interés, en particular entre los investigadores moleculares y fisiológicos, pues nuevas
pruebas han demostrado que tal estimulación del tejido conectivo se puede percibir a nivel celular,
disminuyendo la inflamación crónica, aliviando el dolor e incluso con una capacidad potencial de
inhibir el crecimiento de las células cancerígenas o el tejido fibroso.
El tejido conectivo está presente en todo nuestro cuerpo. «Se podría dibujar una línea que conectara
dos puntos cualesquiera de nuestro cuerpo a través del tejido conectivo»,138 señala Langevin. Y tiene
muchas funciones: mantiene los órganos en su sitio, ofrece una ruta para nervios y vasos sanguíneos,
almacena energía y pega el músculo al hueso además de, sí, conducir la electricidad. Esta última
capacidad se debe a un componente primordial del tejido conectivo: el colágeno. Hay capas de agua
pegadas a las fibras de colágeno que conforman un sendero conductor único, permitiendo que una
carga eléctrica viaje rápidamente a través del cuerpo, tal como ocurrió cuando Dolly, la oveja clonada,
cobró vida de repente.
Cuando descubrí este estudio me sentí reivindicada de una forma nueva. «Notaba el qi en ese tirón
de la aguja», pensé. Y no se trataba solo de activar el tejido conectivo, sino de conducir energía
eléctrica, mandando un mensaje de alivio a través de los cuerpos de las mujeres del Lutheran,
permitiendo que se relajaran, por lo menos durante un rato, mientras el parto culminaba.
***
Richard Nixon, quién lo iba a decir, tuvo mucho que ver con la introducción de la acupuntura en
Estados Unidos. Antes de que Nixon hiciera su famosa visita a China en 1972 —permitiendo que los
estadounidenses pudieran tener contacto con el país por primera vez después de más de dos décadas
(desde que el Partido Comunista asumió el poder en 1949)—, Henry Kissinger, consejero de
Seguridad Nacional, visitó el país con el objeto de preparar la visita del presidente. James Reston, un
periodista del New York Times, también estaba en China pues formaba parte de la avanzadilla que se
había desplazado hasta allí antes de la visita de Nixon. Al poco tiempo de estar en China, Reston tuvo
que someterse a una apendicectomía de emergencia. Después de someterse a la intervención en un
hospital de Beijing y mientras se recuperaba, empezó a sentir molestias. «Li Chang-yuan, un médico
de acupuntura del hospital, me insertó, con mi aprobación, tres largas y finas agujas en la parte externa
de mi codo derecho y por debajo de mis rodillas, y las manipuló para estimular el intestino y aliviar la
presión y la distensión de mi estómago139 —escribió Reston en un artículo de primera página del New
York Times, dejando constancia de su sorprendente introducción a la medicina tradicional china—. El
doctor Li encendió dos conos compuestos por una hierba llamada ai [ye], que parecían las puntas
encendidas de un puro barato, y me las acercó al abdomen mientras iba girando las agujas de vez en
cuando». Reston siguió escribiendo hasta confesar que experimentó «una notable relajación de la
presión y distensión en cuestión de una hora, y que no volvió a encontrarse mal después».140
Este artículo fue la primera introducción importante de la acupuntura al mundo occidental. El año
siguiente se fundó en Estados Unidos la Asociación Nacional de Acupuntura, que ayudó a
proporcionar formación en acupuntura a los médicos occidentales. Un poco más tarde, ese mismo año,
Nixon hizo su viaje por China; después, el general Walter R. Tkach, el médico personal de Nixon, se
unió a la cruzada mediática de Reston y escribió un artículo para el Reader’s Digest titulado: «Yo he
visto que la acupuntura funciona». Y habló sobre el uso de la acupuntura como anestésico durante las
operaciones en China. Otros médicos estadunidenses no tardaron mucho en viajar a China y al regresar
afirmaron cosas similares, incluido al anterior médico del presidente Eisenhower, quien afirmó que
había presenciado cómo un paciente fue anestesiado solo con acupuntura para someterlo a una
complicada operación cerebral. La consecuencia fue un aumento del interés público sobre el tema en
Estados Unidos, y aquella información también captó el interés de la comunidad médica. Un poco
después, en 1973, el Servicio de Rentas Internas empezó a permitir que la acupuntura pudiera
deducirse como gasto médico. El interés por las modalidades de curación complementarias creció tanto
después de aquello que el Congreso de Estados Unidos acabó creando, en 1992, la Oficina de
Medicina Alternativa. En 1998, los National Institutes of Health (NIH) (Institutos Nacionales de
Salud) crearon el Centro Nacional de Medicina Complementaria y Alternativa, al que en el año 2014
le cambiaron el nombre para empezar a llamarlo Centro Nacional de Salud Complementaria
Integral,141 una agencia gubernamental diseñada para definir la utilidad y la seguridad de los cuidados
médicos y de salud que, por lo general, no se consideran parte de la medicina convencional según los
contextos científicos más rigurosos. (Estudios recientes han empezado a investigar el uso de la terapia
musical para aliviar el estrés; la forma que tienen las personas de percibir dolores potenciales y reales y
cómo afecta esto al sistema nervioso autónomo; y, mi preferida, cómo una taza de café puede reducir
los efectos de la acupuntura sobre el dolor.142)
En la actualidad, más de tres millones de estadounidenses han probado la acupuntura, y la mayoría
de los principales hospitales han integrado el tratamiento de alguna forma, como lo hicimos en el
Lutheran. Centros médicos como la Cleveland Clinic prescriben las hierbas chinas. (En mi clínica
también recetamos hierbas y utilizamos la moxa o la moxibustión, el mismo ai ye, el «puro barato roto»
que Reston mencionaba en su artículo.) Además, los Institutos Nacionales de Salud ahora
recomiendan que se enseñe acupuntura en las facultades de medicina.143
Recientemente, también ha habido una proliferación de estudios que demuestran que la acupuntura
tiene efectos fisiológicos demostrables, en contraposición a la idea que en su momento dominó el
mundo médico según la cual la acupuntura no era más que un «placebo teatral»,144 como afirmó una
revista. Se han utilizado ecografías Doppler para demostrar que la acupuntura aumenta el riegos
sanguíneo y la circulación,145 y las imágenes por resonancia magnética han demostrado que la
acupuntura puede provocar cambios observables en el cerebro. Y existen amplias investigaciones que
sugieren que con acupuntura se puede conseguir cualquier cosa, desde mejorar la calidad del sueño146
hasta aumentar el riego sanguíneo del cordón umbilical de las mujeres embarazadas y aliviar los
problemas de salud mental. (Un estudio de 2013 publicado en el Journal of Alternative and
Complementary Medicine descubrió que la electroacupuntura —una forma de acupuntura en la que
se transmiten leves corrientes eléctricas a través de las agujas— era tan efectiva como el Prozac para
reducir los síntomas de la depresión.147)
Y, sin embargo, seguimos sin tener una explicación clara de por qué funciona la acupuntura. La
ciencia —con su eterno deseo de encontrar una respuesta exacta— se ha esforzado mucho para
encontrar un motivo razonable. Y, como resultado, se han propuesto diferentes teorías a lo largo de
estas últimas décadas.
Una de las primeras explicaciones que se dio es conocida como la teoría de las endorfinas. Los
investigadores estadounidenses, intrigados por la posibilidad de que la acupuntura se utilice como un
potente anestésico (basándose en los informes del médico de Nixon y otros doctores) pero incapaces de
aceptar la explicación de la MTC sobre los «canales» energéticos del cuerpo, sugirió que al insertar las
agujas en el cuerpo el paciente liberaba una ráfaga de endorfinas, los analgésicos naturales del cuerpo.
En realidad, los estudios han demostrado que al administrar la acupuntura los humanos, y también
algunos animales,148 liberan endorfinas —lo que podría explicar el estado placentero y esa sensación
como de estar flotando que sienten algunas personas después del tratamiento—, pero hay dudas
respeto al hecho de que esas endorfinas sean directamente responsables de la reducción del dolor como
afirman los pacientes.149 En uno de esos estudios,150 por ejemplo, los investigadores emplearon la
acupuntura para aliviar el dolor durante varias intervenciones de cirugía dental. Cuando los pacientes
habían experimentado un alivio considerable gracias a la acupuntura, se les administraba un opiáceo
antagónico llamado Naloxone. Este medicamento se suele administrar a personas que han consumido
una sobredosis de narcóticos, porque bloquea los efectos. Y funciona igual de bien bloqueando los
efectos de los opiáceos endógenos, el sistema innato para aliviar el dolor que incluye las endorfinas. La
idea era la siguiente: si la presencia de endorfinas explica los efectos de la acupuntura aliviando el
dolor, el sufrimiento del paciente aumentaría cuando le administraran el Naloxone. Pero eso no ocurría
en la mayoría de los estudios, aunque algunos sí que hablan de un efecto moderado. Esto dejó claro
que un aumento del analgésico natural del cuerpo, a pesar de ser útil, no explica que la acupuntura
alivie el dolor suficiente como para anestesiar a los pacientes durante una operación.
La idea de las endorfinas pronto se fusionó con otra teoría adaptada de una noción que ya estaba
bastante arraigada en la medicina occidental llamada la «teoría del control sobre la puerta del dolor».
La «puerta» del enunciado se refiere a la columna vertebral, que actúa como filtro del sistema nervioso,
que controla las señales que deben llegar al cerebro. Una estimulación constante terminaría por cerrar
la puerta; la falta de estimulación dejará la puerta abierta para que el cerebro pueda registrar una
sensación nueva. Cuando esta teoría se aplica a la acupuntura la idea es que las agujas, al ofrecer
estimulación, cierran la puerta, no dejan entrar el dolor en el cuerpo y posiblemente provoquen un
cambio en la fisiología del cerebro que liberaría endorfinas o neurotransmisores que reducirían la
sensación de dolor.151
Más adelante, otra hipótesis sugirió que las casi imperceptibles —y, debería añadir, indoloras—
heridas que provocan las agujas en el cuerpo de una persona refuerzan el sistema inmune, cosa que
pone en funcionamiento el proceso curativo. En concreto, el escozor de la herida envía un mensaje al
cuerpo que genera proteínas inflamatorias y otras formas de luchar contra las infecciones, aspirantes a
agentes químicos curativos que inundan la zona de la herida, revolucionando el sistema inmune para
que también pueda enfrentarse a mayores problemas.152
Cada una de estas teorías ofrece una interpretación diferente para explicar los efectos de la
acupuntura en el cuerpo, y todas son correctas, aunque incompletas. Con eso me refiero a que la
acupuntura no es solo una clase de intervención. Como acupunturista, yo utilizo agujas de formas
diferentes en respuesta a las necesidades particulares de cada paciente. Si alguien tiene ciática, clavo los
agujas a lo largo del nervio ciático, interrumpiendo su señal —cosa que podría incluirse en la teoría de
la puerta—, pero también podría elegir clavar las agujas directamente en un espasmo muscular para
deshacer los nudos, cosa que sería más bien una intervención mecánica parecida en el resultado al
mensaje. También trataría los puntos de acupuntura que hay a lo largo del cuerpo que provocan la
liberación de endorfinas en el paciente con el objetivo de ayudarlo a relajarse. (A veces los pacientes me
preguntan: «¿Qué les pones a las agujas?» Se relajan tanto durante las sesiones que dan por hecho que
he sumergido las agujas en alguna clase de sedante. Les explico que están experimentando una
reacción química natural, una reacción que puede hacer sentir a una persona como si se acabara de
tomar un Valium, sin tener que tomarlo realmente.)
Como la introducción de la acupuntura en Estados Unidos se hizo a través de la lente del alivio del
dolor, la mayoría de las hipótesis que se han hecho sobre cómo funcionaba se centraron en sus efectos
analgésicos. Pero los efectos de la acupuntura sobre el cuerpo son más complejos y sofisticados de lo
que entiende la mayoría de la gente. Yo misma me dedico, principalmente, a practicar la medicina
interna: busco la forma de mejorar el estado de algún órgano en particular o ayudo a algunas mujeres a
quedarse embarazadas equilibrando las hormonas reproductivas. Por tanto, desde mi perspectiva, estas
teorías solo explican una parte de la historia. A fin de cuentas, no responden algunas de las más
profundas y misteriosas preguntas sobre la potencia de la acupuntura. ¿Por qué la cérvix de las mujeres
que estaban de parto en el Lutheran dilataban más deprisa con ayuda de la acupuntura? ¿Cómo es
posible que clavando una aguja en un punto de la pierna o el pie se provoque una reacción en el útero,
un órgano que, según toda lógica médica, no está conectado con esas partes del cuerpo? ¿Cómo puede
ser que practicando acupuntura en el cuero cabelludo de personas que han sufrido una apoplejía en
una zona específica del cerebro, como aprendí a hacer observando a un practicante chino, los pacientes
recuperen la movilidad del brazo izquierdo que antes tenían paralizado?153
Por tanto, me embarqué en busca de una teoría que englobara todos los poderes de la acupuntura,
desde el alivio del dolor hasta los tratamientos de fertilidad o las recuperaciones espectaculares. Y
desde el principio tuve la sensación de que la clave de la investigación estaría en esa forma que tienen
de agarrarse las agujas.
Y para ello tuve que volver al principio. Tuve que investigar sobre el desarrollo del embrión y la
forma que tiene de organizarse para encontrar la forma de comunicarse internamente por todo el
cuerpo.
Hace algunos años, en una conferencia sobre acupuntura en Vancouver, conocí a un cirujano y
especialista en urgencias médicas británico llamado Dan Keown. Había acudido a esa conferencia
porque resulta que también es acupunturista titulado. En aquella época, Keown había provocado
mucho revuelo en los círculos de medicina china porque acababa de publicar un libro en el que se
hacía una sencilla pero desarmadora pregunta (y que él era el único preparado para contestar): ¿qué
aprenderían los médicos occidentales si estudiaran medicina oriental?
En su libro, The Spark in the Machine: How the Science of Acupuncture Explains the Mysteries
of Western Medicine,154 Keown hace una afirmación sólida —basada, en gran parte, en la
investigación de Charles Shang, un profesor e investigador del Baylor College of Medicine— y explica
que el embrión humano desarrolla nódulos que funcionan como centros de organización, dictando
cómo nuestro cuerpo toma forma además de crear una red eléctrica que se corresponde con los puntos
y los canales de acupuntura de la medicina china.
Tal como lo describe Keown, no hay otro momento en el que la capacidad de sistematizar sea más
impresionante que durante el estado embrionario. «El nivel de [organización] necesario para crear un
bebé humano es sencillamente asombroso —escribe—. En nueve meses una sola célula se multiplica
hasta haberse convertido en 10.000.000.000.000 de células. Ya solo eso es toda una gesta, pero
mientras hace eso se [organizará] para conseguir todo lo que damos por hecho para garantizar que ese
ser humano gozará de una buena salud».155
Como la mayoría de las comunicaciones que se dan en el cuerpo humano se hacen o bien mediante
el sistema nervioso o bien a través de la sangre, el sentido común nos empuja a creer que estos mismos
sistemas son los que están en funcionamiento durante la embriogénesis. Y, sin embargo, al estudiarlo
más detenidamente, no es algo que parezca muy probable. En la cuarta semana de embarazo, el
embrión solo mide medio centímetro, es más pequeño que un grano de arroz. El sistema nervioso y los
vasos sanguíneos han empezado a formarse, pero todavía no están lo bastante desarrollados como para
funcionar como canales de comunicación. Y sin embargo, y de algún modo, cada una de esas células
—y hay más de veinte mil llegados a este punto— sabe exactamente lo que debe hacer.
El proceso biológico responsable de que un organismo desarrolle su forma se llama morfogénesis (de
la palabra griega morphê, que literalmente significa «comienzo de la forma»). En el embrión, esto
ocurre gracias a los morfógenos, poderosos factores de crecimiento específicos de las células
embrionarias. Los morfógenos no tienen que viajar por la sangre para funcionar. Lo que hacen es
diseminarse a través de los espacios que hay entre las células. Si una clase específica de morfógeno
alcanza un nivel específico de concentración, entonces empuja al embrión a formar una nueva
extremidad, un órgano o alguna otra estructura, y lo hace activando los genes involucrados en ese
proceso. El término «morfógeno» fue acuñado, sorprendentemente, por un conocido especialista en
descifrar los códigos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, Alan Turing, quien escribió un
artículo en 1952 titulado «The Chemical Basis for Morphogenesis»,156 donde describe un modelo
químico y matemático para explicar cómo crece el embrión.
Según la teoría de los sistemas, muchos componentes interactúan los unos con los otros, utilizando
centros organizativos, donde las líneas de comunicación se cruzan y se dispersan de forma eficiente,
creando una cadena de mando. Y, según la teoría de Turing, así es como el embrión dirige su
crecimiento. Los centros organizativos, o nódulos, de nuestros cuerpos son colecciones de células
especializadas. Sin embargo, al contrario que sucede con las células que los rodean, no se mueven, ni
crecen ni se diferencian. Lo que hacen es regular y controlar las células que los rodean dando órdenes
para formar un brazo, un riñón o el cristalino de un ojo.
La existencia de esos nódulos se descubrió en la década de 1930, aunque fue en anfibios, y ocurrió
cuando un embriologista alemán llamado Hans Spemann identificó las zonas de los embriones que
dirigen el desarrollo de grupos de células en tejidos específicos y órganos y extremidades. Spemann
también fue capaz de trasplantar nódulos en un segundo embrión en sus experimentos y, al hacerlo,
también trasplantó su control de crecimiento y desarrollo. En realidad, Spemann fue capaz de dar vida
a criaturas dalinianas al manipular esos centros organizativos, y creó salamandras con dos cabezas y
ranas con párpados por todo el cuerpo. (En 1928, Spemann fue el primero en conseguir, por accidente,
la transferencia nuclear de células somáticas —creando un embrión viable partiendo de un óvulo y una
célula somática—, cosa que sentó un precedente para la clonación.) Siete años después, en 1935, le
concedieron el Premio Nobel en Fisiología «por haber descubierto el efecto organizativo en el
desarrollo embrionario».
Estos centros organizativos, o nódulos, señala Keown, están localizados en los puntos de acupuntura
más importantes. Y forman una red que se parece mucho al mapa de los canales de acupuntura de la
medicina china. (Los puntos y los canales de acupuntura se han identificado claramente mediante
distintas investigaciones: un estudio del año 2014,157 publicado en el Journal of Electron Spectroscopy
and Related Phenomena, se sirvió de tomografías computarizadas [TC] con radiación de sincrotrón
[que ofrece lecturas más sofisticadas] de los puntos de acupuntura y los que no lo son. Demostró que
los puntos de acupuntura tenían un número mucho mayor de diminutos vasos sanguíneos que se
enroscan hacia dentro o se bifurcan alrededor de otros vasos mayores o más gruesos. Además, estos
puntos y canales se han identificado en otros experimentos donde se han utilizado imágenes por
resonancia magnética,158 imágenes por infrarrojos, fotografía térmica LCD159 y ultrasonidos.160)
¿Eso significa que los puntos de acupuntura son restos de anteriores centros organizativos
embrionarios? Charles Shang, licenciado en Harvard y profesor adjunto de medicina en Baylor —cuyos
estudios desarrolla Keown en su libro161—, ha investigado este fenómeno en una serie162 de artículos
que se empezaron a publicar en el año 2001.163 En esos artículos, Shang introduce su Teoría de la
Acupuntura sobre el Control de Crecimiento, ofreciendo una ilustración bioenergética del mapa de
acupuntura del cuerpo. A lo largo de su trabajo, Shang también ha demostrado que las células
especializadas que forman nuestros nódulos continúan teniendo una función regular durante el resto de
nuestras vidas. «Cuando los humanos alcanzan la madurez, tienen que conservar el control en lugar de
instalarlo», escribe Keown, lo que significa que el sistema organizativo del cuerpo —y la energía
eléctrica, lo que la medicina china llamaría qi, que circula a través de él— está en su nivel más
poderoso cuando somos jóvenes y después envejece con nosotros, y no desaparece, sino que cambia de
función.
Si los nódulos se traducen en puntos de acupuntura, entonces ¿cuál es la explicación biológica para
los canales —o caminos— por los que viaja nuestra energía eléctrica? A medida que el embrión va
creciendo y se convierte en un organismo más complejo, se divide en compartimentos, delineando
claramente una parte del cuerpo de otra. Estos compartimentos están envueltos de un tejido conectivo
especial confeccionado, principalmente, de colágeno, conocido como «fascia».
La fascia está por todo el cuerpo. Nos apuntala la piel; también pega, estabiliza, encierra y separa los
músculos y otros órganos internos. Hay tres formas: superficial, profunda (que es el tejido conectivo
que se ve afectado por la acupuntura) y visceral; está íntimamente implicada con la nutrición de todas
las células del cuerpo, incluidas las de las enfermedades. También es extremadamente fuerte, «tan
fuerte», como señala Keown, «que en la época de los tenistas profesionales Bjön Borg y John
McEnroe, las cuerdas de las raquetas se hacían con fascia de estómago de vaca».164 La fascia es
impenetrable para casi todas las sustancias biológicas; es tan infranqueable que se convierte en una
especie de tobogán, o camino resbaladizo, para un gran número de sustancias de nuestro cuerpo: el
agua, el aire, la sangre, incluso la electricidad. En realidad, la fascia no solo es un conductor y resistor
eléctrico capaz de transmitir señales eléctricas a través del cuerpo; además —y de forma sorprendente
—, también puede generar su propia electricidad.165
Por tanto, se dice que la fascia es lo que conduce la energía eléctrica, o el qi, cuando viaja por
nuestro cuerpo. «Los especialistas en anatomía han definido muy bien estos senderos de fascia —
señala Keown—, aunque no estaban describiendo la fascia, sino los tejidos que encierra.»166 Es incluso
un principio de la cirugía, que aboga por cortar siguiendo los planos fasciales —tratando siempre de no
cortar la fascia a menos que sea absolutamente necesario pues conlleva mayor riesgo de adherencias,
esencialmente al cortar el sistema organizativo del cuerpo—, sin darse cuenta de que estos caminos no
están ahí solo para facilitarles las incisiones. «Cuando Occidente habla de planos fasciales, Oriente
habla de canales de acupuntura —comenta Keown—. No es que ambas visiones sean contradictorias;
solo es una cuestión de interpretación. Es posible que Occidente todavía no tenga una fuerza
comparable al qi, pero eso solo es porque no ha intentado explicar el poder holístico que se esconde
detrás de la autoorganización embrionaria».167
(Por casualidad, la fascia también ha tenido su importancia a la hora de desmitificar una anomalía
que a veces se da en los estudios de acupuntura. En algunos estudios los investigadores utilizan «falsa
acupuntura», que puede significar clavar agujas en puntos que no son de acupuntura o utilizar agujas
retractables que no penetran la piel, para medir los efectos de la acupuntura «auténtica». En algunos de
estos estudios, la acupuntura legítima solo funciona ligeramente mejor que la falsa, cosa que ha llevado
a algunos investigadores a concluir que la acupuntura, en general, no es más que un placebo. Sin
embargo, dada la naturaleza conductiva de la fascia, clavar agujas en cualquier punto de un plano
fascial debería tener un efecto conductivo, aunque no sea tan potente como cuando se tratan
directamente los puntos de acupuntura. En cuanto a las agujas que no penetran la piel, la acupresión o
las agujas superficiales pueden provocar una pequeña oscilación que estimula la actividad eléctrica lo
suficiente como para activar ligeramente los puntos de acupuntura.168)
Sin embargo, la medicina occidental ha empezado a investigar —y a aceptar— la idea de que las
señales bioeléctricas son necesarias para la formación del cuerpo. En el año 2011, dos biólogos de la
Universidad de Tufts publicaron un estudio acompañado de un vídeo169 (que se ganó la mala
reputación en Google de ser conocido como «cara de la rana eléctrica») donde afirmaban haber
descubierto que las señales bioeléctricas pueden conseguir que grupos de células enteros formaran los
patrones necesarios para crear la formación facial y de la cabeza de una rana, y habían capturado el
proceso en un vídeo a cámara rápida.
«Nuestro estudio demuestra que el estado eléctrico de una célula es fundamental para el desarrollo.
Las señales bioeléctricas parecen regular una secuencia de hechos, no solo uno —dijo Laura
Vandenberg, la primera autora del artículo publicado en Developmental Dynamics—. Los biólogos
especializados en el desarrollo están acostumbrados a pensar en secuencias en las que un gen produce
una proteína que, a su vez, acaba conduciendo al desarrollo de un ojo o de la boca. Pero nuestra
investigación sugiere que se necesita algo más —una señal bioeléctrica— para que esto pueda
ocurrir.»170
El equipo de la Universidad de Tufts también descubrió que interrumpir las señales bioeléctricas
estaba relacionado con las anomalías craneofaciales. Algunos embriones fabricaban dos cerebros en
lugar de uno; otros tenían nervios ópticos más gruesos de lo normal o tenían carencias en el desarrollo
de la nariz o la mandíbula.
«Estos descubrimientos sugieren que lo que pensábamos sobre cómo las células saben lo que tienen
que hacer es incompleto —concluyo Vandenberg—, y esta es una forma de terminar esa historia. O de
tomar una ruta nueva para esa historia.» O incluso de revisar las investigaciones del pasado: recordemos
los estudios de Robert O. Becker con aquellas salamandras amputadas (de los que hablamos en el
capítulo 2) y cómo descubrió que había un cambio en la carga eléctrica en el muñón —cosa que
sugería potencial eléctrico— cuando la extremidad empezaba a crecer de nuevo.
«Cara de la rana eléctrica» no solo se basa en el trabajo de Becker, también reafirma las
investigaciones de Keown y Shang, y ambos proponen que existe una clase específica de señal eléctrica
—que ellos ven como el qi— que está dirigiendo el patrón celular.
Sin embargo, la medicina china pone el énfasis en cambiar la naturaleza del qi, que es —al mismo
tiempo— una sustancia material y una fuerza etérea que integra mente, cuerpo y espíritu. Todas las
cosas del universo, desde nuestros cuerpos hasta las estrellas, son el resultado de un ciclo continuo, la
reunión y la dispersión del qi. «Si definimos el qi como una energía organizativa, funcionaría en el
cosmos. Allí también hay orden —como me dijo Keown cuando hablamos—171, que es el gran
objetivo de la física: el santo grial de la física. La idea de que existe una fuerza que lo explica todo».
Nuestro campo de energía personal, nuestro qi, no es solo la inteligencia del cuerpo y el sistema de
organización, también es un microcosmos del mayor campo de todos, el campo del que emerge la vida,
el tao.
Nunca entendí todo esto mejor que cuando todavía estudiaba en la escuela de San Diego y me
encontré con uno de mis profesores, Z’ev Rosenberg, cuando yo estaba paseando por la playa. Estaba
en la orilla contemplando el agua. En medicina china, las pistas iniciales para establecer un diagnóstico
las obtenemos tomándole el pulso al paciente, que nos ofrece varias velocidades y profundidades para
los distintos órganos. Cuando le pregunté a Z’ev qué estaba haciendo, me contestó que estaba
practicando para tomar mejor el pulso. «Las ondas de la orilla son el resultado de las olas grandes que
hay a lo lejos, y se reflejan en ellas», me dijo. Y de una forma similar, el pulso de la muñeca contiene
una vibración energética procedente de las profundidades del cuerpo. Los antiguos chinos se basaban
en esa información porque no disponían de herramientas de diagnóstico como las que tenemos hoy día.
Y, sin embargo, el complejo sistema de diagnóstico a través del pulso sigue funcionando igual de bien
hoy que hace miles de años. Hay un motivo por el que la acupuntura ha perdurado en el tiempo. En
esencia demuestra que somos capaces de sanar en respuesta a una carga, una ráfaga de información
nueva, igual que el universo, o el tao, está cambiando constantemente en respuesta a la información
que enviamos nosotros.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Acupresión
Dada la importancia embriológica de los puntos de acupuntura, ha llegado la hora de conocer cuáles
son algunos de los más importantes del cuerpo. Puedes masajear esos puntos, utilizando una técnica
conocida como acupresión, que generará y transmitirá energía a través del cuerpo. Un acupunturista
experimentado utilizaría esos puntos como parte de un tratamiento completo, empleando una amplia
variedad de ubicaciones para estudiar la sintomatología completa del paciente. Sin embargo, para lo
que nos ocupa ahora, vamos a emplearlos para centrarnos en una zona específica del cuerpo.
Intestino grueso 4
Si te miras el reverso de la mano y pegas el pulgar al lateral de la mano, verás que se forma una arruga.
En la base de esa arruga hay un bulto. Utiliza el pulgar de la mano opuesta para presionar el músculo
que se encuentra en el punto más alto de ese bulto. Presiona en dirección a la mano. Masajéalo hasta
que encuentre una zona sensible. Aguanta, ejerciendo una presión continua, durante algunos minutos
o hasta que notes que la sensibilidad disminuye.
Puedes utilizar este punto para cualquier problema de la cabeza y el cuello, incluyendo el dolor
facial, el dolor dental, el dolor de cabeza o la tensión acumulada en el cuello y los hombros.
Estómago 36
Desliza la mano por la parte exterior de tu rodilla hasta el extremo del hueso de la espinilla y
encontrarás una pequeña hendidura unos cuatro dedos por debajo de la rodilla. Masajea esa zona
ejerciendo una presión continua durante algunos minutos o hasta que notes que la sensibilidad
disminuye.
Los chinos llaman a este punto Zu San Li, que suele traducirse como «la pierna de las tres millas».
En la antigüedad, animaban a los soldados chinos a masajearse ese punto para ayudarlos a caminar tres
millas más. También puedes utilizarlo para generar energía, además de para tratar los problemas
digestivos.
Bazo 6
Alarga la mano hasta la cara interior del tobillo y busca el hueso que sobresale (se llama maléolo
medial). Desliza el dedo unos tres dedos hacia arriba desde el centro del maléolo medial (en la
ilustración, el cuarto dedo de debajo está descansando sobre el maléolo medial) y encuentra una zona
que notes especialmente sensible. Masajéate esa zona ejerciendo una presión continua durante algunos
minutos o hasta que notes que la sensibilidad disminuye.
Este es el punto de acupuntura que yo utilizaba en el hospital para aliviar los dolores de parto.
Debido a los efectos que produce en el útero, no debería utilizarse durante el embarazo excepto
durante el parto. Si no estás embarazada, puedes utilizarlo para aliviar cualquier incomodidad que
sientas en la parte inferior del abdomen, incluidos los calambres menstruales, los gases o los calambres
del estómago.
133. Luigi Galvani (1737–1798). De viribus electricitatis in motu musculari commentarius (Bolonia, Ex Typographia Instituti
Scientiarum, 1791).
134. «The Science of Stretch», The Scientist, consultado el 1 de octubre de 2017, https://www.the-
scientist.com/features/the-science-of-stretch-39407.
135. H. M. Langevin, D. L. Churchill y M. J. Cipolla, «Mechanical Signaling through Connective Tissue: A Mechanism
for the Therapeutic Effect of Acupuncture», FASEB Journal 15, n.o 12 (2001): pp. 2275–2282.
136. Ibidem.
137. H. M. Langevin y otros, «Biomechanical Response to Acupuncture Needling in Humans», Journal of Applied Physiology
91, n.o 6 (2001): pp. 2471–2478.
138. http://www.biologyreference.com/Ce-Co/Connective-Tissue.html.
139. James Reston, «Now, About My Operation in Peking», The New York Times, 26 de julio de 1971,
https://www.nytimes.com/1971/07/26/archives/now-about-my-operation-in-peking-now-let-me-tell-you-about-my.html.
140. Ibidem.
141. «NCCIH Facts-at-a-Glance and Mission», The National Center for Complementary and Integrative Health,
consultado el 1 de enero de 2018, https://nccih.nih.gov/about/ataglance.
142. «Needles and Coffee May Not Mix; Even a Low Dose of Caffeine Blocks Acupuncture’s Pain Relief in Mice», The
National Center for Complementary and Integrative Health, consultado el 1 de enero de 2018,
https://nccih.nih.gov/research/results/spotlight/needles-coffee.
143. Dominic P. Lu, D. D. S. y Gabriel P. Lu, «An Historical Review and Perspective on the Impact of Acupuncture»,
Medical Acupuncture 25, n.o 5 (2013): pp. 311–316.
144. D. Colquhoun y S. P. Novella, «Acupuncture Is Theatrical Placebo», Anesthesia & Analgesia 116, n.o 6 (2013): pp.
1360–1363.
145. S. Takayama y otros, «Evaluation of the Effects of Acupuncture on Blood Flow in Humans with Ultrasound Color
Doppler Imaging», Evidence-Based Complementary and Alternative Medicine (2012).
146. D. W. Spence y otros, «Acupuncture Increases Nocturnal Melatonin Secretion and Reduces Insomnia and Anxiety: A
Preliminary Report», Journal of Neuropsychiatry and Clinical Neurosciences 16, n.o 1 (2004): pp. 19–28.
147. S. Hua y otros, «Effects of Electroacupuncture on Depression and the Production of Glial Cell Line–Derived
Neurotrophic Factor Compared with Fluoxetine: A Randomized Controlled Pilot Study», Journal of Alternative and
Complementary Medicine 19, n.o 9 (2013): pp. 733–739.
148. C. H. Peng, M. M. Yang, S. H. Kok, y Y. K. Woo, «Endorphin Release: A Possible Mechanism of Acupuncture
Analgesia», American Journal of Chinese Medicine 6, n.o 1 (1978): pp. 57–60.
149. J. N. Kenyon, C. J. Knight y C. Wells, «Randomized Double-Blind Trial on the Immediate Effects of Naloxone on
Classical Chinese Acupuncture Therapy for Chronic Pain», Acupuncture & Electro-Therapeutics Research 8, n.o 1 (1983): pp.
17–24.
150. C. R. Chapman, C. Benedetti, Y. H. Colpitts y R. Gerlach, «Naloxone Fails to Reverse Pain Thresholds Elevated by
Acupuncture: Acupuncture Analgesia Reconsidered», Pain 16, n.o 1 (1983): pp. 13–31.
151. Markham Heid, «Does Acupuncture Work?» TIME, 29 de junio de 2016, http://time.com/4383611/acupuncture-
alternative-medicine-pain/.
152. Ibidem.
153. Ming Qing Zhu y Moyee Siu, «Can Acupuncture Really Benefit Stroke Recovery?», Pacific College of Oriental
Medicine, https://www.pacificcollege.edu/news/blog/2015/07/27/can-acupuncture-really-benefit-stroke-recovery.
154. D. Keown, The Spark in the Machine: How the Science of Acupuncture Explains the Mysteries of Western Medicine (Singing
Dragon Publishers, Londres, 2014).
156. A. M. Turing, F. R. S., «The Chemical Basis of Morphogenesis», The Royal Society Publishing, 14 de agosto de
1952, DOI: 10.1098/rstb.1952.0012
157. «CT Scans Reveal Acupuncture Points», HealthCMi, 4 de enero de 2014, http://www.healthcmi.com/Acupuncture-
Continuing-Education-News/1230-new-ct-scans-reveal-acupuncture-points.
158. Ibidem.
159. A. Ovechkin, S. M. Lee y K. S. Kim, «Thermovisual Evaluation of Acupuncture Points», Acupuncture & Electro-
Therapeutics Research, 26, n.o 1–2 (2001): pp. 11–23.
160. N. Tsuruoka, M. Watanabe, T. Seki, T. Matsunaga y Y. Hagaa, «Acupoint Stimulation Device Using Focused
Ultrasound», Conference Proceedings: IEEE Engineering in Medicine and Biology Annual Conference (2010): pp. 1258–
1261.
161. D. Keown, The Spark in the Machine: How the Science of Acupuncture Explains the Mysteries of Western Medicine (Singing
Dragon Publishers, Londres, 2014).
162. C. Shang, «Prospective Tests on Biological Models of Acupuncture», Evidence-Based Complementary and Alternative
Medicine 6, n.o 1 (2009): 31-39.
163. C. Shang, «Electrophysiology of Growth Control and Acupuncture», Life Science 68, n.o 12 (2001): pp. 1333–1342.
164. D. Keown, The Spark in the Machine: How the Science of Acupuncture Explains the Mysteries of Western Medicine (Singing
Dragon Publishers, Londres, 2014), p. 77.
165. T. W. Findley, «Fascia Research from a Clinician/Scientist’s Perspective», International Journal of Therapeutic Massage
& Bodywork 4, n.o 4 (2011): 1–6.
168. D. Church and D. Feinstein, «Manual Stimulation of Acupuncture Points in the Treatment of Post-Traumatic Stress
Disorder: A Review of Clinical Emotional Freedom Techniques», Medical Acupuncture 29, n.o 4 (2017): pp. 194–205.
169. Tufts University, https://www.youtube.com/watch?v=ndFe5CaDTlI.
En el año 2012, Yinova, mi consulta privada, se estaba expandiendo y contraté una naturópata llamada
Carla Kreft para que trabajara con nuestros pacientes. Los médicos naturópatas son doctores que han
estudiado las mismas ciencias básicas que los médicos convencionales y utilizan los mismos
diagnósticos médicos occidentales, pero adoptan un enfoque holístico, animando a sus pacientes a
pensar en las causas subyacentes que puedan estar causando sus enfermedades, y, básicamente, tratan a
sus pacientes con remedios naturales. Lo primero que había escuchado decir sobre Carla —aparte de
que la respetada directora de su escuela de naturopatía me dijo que era la estudiante más brillante que
había pasado por sus aulas— fue que procede de una larga estirpe de sanadores y místicos peruanos y
que había quien afirmaba haber visto cómo un espíritu malvado la lanzaba contra la pared de una
habitación. Y pensé que, como mínimo, tenía que conocer a aquella mujer.
Carla no solo enriqueció mi consulta, además transformó mi forma de verme como practicante. Su
ética laboral se alineó perfectamente con la mía —ella es una rigurosa naturópata con una inclinación
biomédica, además de una solvente sanadora—, pero también poseía una claridad de propósito a la que
yo no siempre conseguía acceder. En otras palabras, tenía una actitud vigorizante que me encantaba,
aquella chica no estaba para tonterías.
Un día, cuando hacía poco que trabajaba en Yinova, después de observar cómo yo trataba a un
paciente en una sesión de acupuntura, se quedó junto a la puerta de la consulta. La impresión que
causaba era fabulosa: era una madre de Quenns con un ligero aire chamánico. Aquel día llevaba la
melena negra recogida en un moño informal —ese pelo salpicado de tonos grises— y sus juguetones e
inteligentes ojos marrones me transmitieron que tenía algo que decirme. Así que le hice un gesto como
diciendo: adelante.
Ella sonrió y dijo: «Ya sabes que ya no necesitas las agujas, ¿verdad?» Sí, la verdad era que sí que lo
sabía, y lo sabía desde hacía un tiempo, aunque me resistía a admitirlo incluso para mis adentros. Pero
Carla tenía razón: las agujas ya no eran esenciales para el trabajo que yo hacía.
Y, aun así, me resistía a dejarlas. Había aprendido a depender de las agujas, y en la acupuntura como
un todo. Para empezar, sentía que ser una profesional licenciada me había proporcionado un lugar
respetado dentro de la comunidad médica. Me enorgullecía de practicar medicina china. Me había
esforzado mucho para obtener una licencia de acupunturista. Había necesitado mucho rigor y mucha
disciplina para pasar los exámenes para obtener el título. Y, cuando me convertí en acupunturista
diplomada, descubrí que los cimientos de la medicina china me proporcionaban la estructura que
necesitaba para manejar los casos de mis pacientes de la forma que más les ayudaba. Y aquello no solo
me ayudó a seguir siendo una persona humilde —sabía que vivía entre gigantes—, también me ayudó a
seguir siendo honrada. Para mí era básico ofrecer un servicio que consideraba beneficioso.
Entonces empecé a preocuparme por la posibilidad de desviarme del legítimo campo del trabajo
energético con tan nobles valores educativos y éticos172 y adentrarme en un mundo prácticamente
desprovisto de normas. Me sentía un poco como si me estuviera aventurando por el Salvaje Oeste. Hay
muchas personas que se dedican a la curación energética con mucho talento y son muy eficaces —yo
misma he conocido a un buen número de ellas mientras me esforzaba por comprender cómo funciona
la medicina energética—, pero también hay falsos sanadores sin escrúpulos, los estafadores y los gurús
de medio pelo. Estas personas pululan en los límites de la medicina alternativa, donde la formación es
opcional y las negligencias quedan impunes. Yo misma me he topado con esa clase de personas a lo
largo de los años, y también he visto cómo me quitaban algunos pacientes.
También me sentía segura con la acupuntura a nivel personal. Desde que había empezado a tener
conciencia de la habilidad que poseía para curar, siempre había tenido también la sensación de que era
algo muy raro. Peleé contra ello, pues sabía por lógica que era una inhibición inútil, pero no pude
evitar dejar de sentir un profundo rechazo cuando se me ocurrió la posibilidad de cambiar mi
ocupación y pasar a ser una «sanadora energética». (A pesar de que la acupuntura también es un tipo
de trabajo energético —cosa que significaba que técnicamente ya era una sanadora energética—, este
nuevo reino de medicina energética en el que emplearía solo mis manos como conductor me resultaba
completamente diferente.) Cuando había trabajado con Andrew, aquel paciente con cáncer de próstata
que tuve doce años atrás, yo había empleado la curación mediante la imposición de manos, y a pesar de
que había notado la fuerza que me recorría el cuerpo en cada una de nuestras sesiones, me había
sentido un poco insegura sin las agujas que me hacían sentir como una auténtica sanadora. Desde
entonces, yo había tratado a pacientes de ambas formas. Podía respaldarme en la seguridad de las
agujas y el sólido historial de la acupuntura, además de tener el espacio para explorar la posibilidad de
conectar con una fuente de energía superior cuando me parecía oportuno.
En aquella época intenté, con menos fluidez e inteligibilidad, como he comentado antes, explicarle
todo esto a Carla. Pero ella no me hacía caso. «Tienes más poder del que imaginas —me animó—. Me
he dado cuenta de que solo utilizas una fracción de tus habilidades porque tienes miedo.»
Y le pedí que me enseñara cómo curaba a la gente con su propia clase de curación energética. Por
aquella época yo ya había conocido a Bill Bengston y conocía su técnica y, por supuesto, ya tenía
mucha experiencia con mi método, mucho más intuitivo. Pero tenía mucha curiosidad por aprender de
Carla, porque su método era una combinación de las lecciones que había aprendido de expertos
espiritistas de su familia peruana y una inusual tradición curativa gnóstica egipcia. Entre esas dos
influencias, ella había aprendido a ver y utilizar la guía de los espíritus para conectar con los chacras del
cuerpo para conseguir información y acceder a dimensiones de otros mundos. («Puedo describirte con
todo detalle la alfombra que hay en la escalera de la casa donde creciste», me dijo a modo de ejemplo
para demostrarme cómo podía colarse en un reino aparentemente inaccesible.)
Aunque la propia Carla no se considera chamán por respeto a sus tradiciones tribales, la mayor parte
de las técnicas que practica proceden de esa tradición. El chamanismo, en su forma primitiva —
desprovisto de las indignantes capas de interpretaciones new age que nosotros, en Occidente, hemos
proyectado en esas prácticas durante los últimos años de la historia—, encarna la sabiduría espiritual de
una gran variedad de tribus autóctonas. En realidad, el término «chamanismo» lo emplearon por
primera vez un grupo de arqueólogos occidentales que habían estado observando las antiguas religiones
de turcos y mongoles, además de las tribus afincadas en Siberia, China y el norte de Eurasia. Los
antropólogos occidentales empezaron a utilizar el término en un sentido amplio, abarcando rituales
independientes que habían descubierto en religiones de otras partes de Asia, África, Australasia y
algunas zonas del continente americano. Últimamente, el chamanismo ha sido absorbido por una
cultura nueva de sanadores que practican sus métodos en grandes ciudades, como Manhattan, Los
Ángeles y Sidney, y que ofrecen una combinación de curación energética, meditación, orientación
astrológica y —y no estoy de broma— sesiones en jets privados.
Sin embargo, básicamente el chamanismo describe la capacidad de una persona para hacer las veces
de intermediario, o mensajero, entre el mundo espiritual y el humano. Lo habitual es que un chamán
tenga la habilidad de entrar en estado de trance —o, como lo llamó el historiador de las religiones
rumano Mircea Eliade, un «éxtasis religioso»173— con el objetivo de ofrecer orientación y curación.
Carla se describe a ella misma en particular y a los chamanes en general como «alguien que posee una
conexión muy fuerte con la naturaleza y comprende el mundo a través de esas fuerzas naturales».174 Sin
embargo, la práctica del chamanismo varía geográficamente. Carla, cuya familia es de una pequeña
aldea de la jungla cerca de Iquitos, la ciudad más grande de la Amazonia peruana, me explicó que
incluso dentro del chamanismo peruano existe una gran diferencia entre los que lo practican en la
jungla y los que lo practican en las montañas. «Es una diferencia cosmológica —dice—. En las
montañas tienen un vocabulario diferente; las ceremonias son distintas; la música es distinta; la dieta es
distinta; todo el proceso es distinto debido a la región».175
Iquitos también es un destino muy popular para las personas interesadas en hacer el «turismo de la
ayahuasca», donde los occidentales se reúnen para tomar el alucinógeno. Aunque algunos grupos
poseen permisos especiales por motivos religiosos, en general es ilegal distribuir ayahuasca en Estados
Unidos. Sin embargo, su popularidad es tal que mucha gente, entre la que me incluyo, la han probado,
y a menudo viajan al extranjero solo para poder hacerlo. La ayahuasca solo es uno de los miles de
remedios que utilizan los chamanes, y Carla cree que debería tratarse con respeto y no tomarse a la
ligera. Como me explicó, «la ayahuasca requiere un compromiso con un estilo de vida específico; los
indígenas utilizan rituales para prepararse para tomarla».176 La preparación puede incluir periodos de
celibato sexual, dietas estrictas y pruebas especiales, como pasar tres días solo en la jungla con el
objetivo de afrontar los miedos propios. El objeto de la preparación es reducir los deseos y las
ambiciones por los placeres terrenales como el sexo o la comida, además de ayudar a enfrentarse a sus
propios demonios. Con esta clase de preparación, el participante puede interpretar el viaje de
ayahuasca con más claridad y menos miedo, y el resultado puede ser una experiencia profundamente
espiritual.177
Me pareció muy interesante descubrir que Carla había tenido una infancia bastante traumática,
como yo. Su padre era alcohólico y eso la hacía sentir que «había peligros en casa» y, en consecuencia,
describe una sensación parecida de estar siempre en alerta. «Nunca sabía lo que iba a pasar —me
confesó—. Y por eso aprendí a calar a las personas.»178
Por eso sentí que me estaba poniendo en manos de una persona capaz y compasiva la tarde que entré
en mi propia consulta y me tendí en la camilla para que Carla pudiera tratarme. Al principio me ayudó
a ir haciendo unos ejercicios muy parecidos a los que he incluido en este libro: visualicé una cuerda
afianzada en el suelo, como un ancla, que me aferraba a la tierra y después imaginé cómo la luz salía de
mí. Sin embargo, en este caso, yo aprendía, observando a Carla, cómo explicarle al paciente a hacerlo
también. Carla estaba de pie detrás mío y narraba lo que iba visualizando, que en ese momento era mi
energía espiritual en forma de caudaloso río de luz. Ella guio aquel río de luz para que se colara a través
de mi chacra y entrara en mi cuerpo. Me sentí eufórica y ligera cuando lo hizo, como un globo
aerostático que fuera a despegar en cualquier momento. Después se colocó en el otro extremo de la
camilla, a mis pies, y se visualizó extrayendo la energía de la tierra, cosa que solidificó la ligera
sensación que yo estaba experimentando y me hizo sentir mucha paz. Metió esa energía en mi cuerpo a
través de mis pies para que se mezclara con la luz. Cerré los ojos y empecé a ver colores vivos. Era
consciente de que Carla tenía los brazos sobre mí, y notaba movimiento en mi cuerpo cuando
reaccionaba.
Su formación chamánica proporciona a Carla acceso a la energía que circula entre nosotros, que ella
ve como si fuera una red de líneas que se conectan al cruzarse las unas con las otras. Eso también
significa que, como Kiran, ella puede ver áreas de esa energía. Esta sensación de conexión también está
expresada en la medicina china. Para los filósofos chinos somos un microcosmos del campo de energía
superior, representaciones individuales del tao; los chamanes dicen que estamos conectados a un reino
espiritual que no podemos ver pero podemos sentir. Esta idea está representada en las leyes de la física,
que afirman que somos energía condensada en forma física, la misma energía que existe en grandes
cantidades en el universo.
Yo ya había llegado a algunas partes del ritual de Carla de forma natural —por ejemplo, ya me había
imaginado llenando de luz a mis pacientes durante los tratamientos—, pero no les había pedido a mis
pacientes que ellos también lo visualizaran durante el tratamiento. Dada mi ambivalencia respecto a la
posibilidad de anunciar mis habilidades sanadoras, no me había permitido estructurarlo. Carla me
ayudó a aceptar —y a afrontar con disciplina— mi aptitud natural para practicar la curación energética.
En aquella misma sesión me habló de los chacras. Evidentemente, yo ya había considerado los
chacras —en especial cuando trabajaba en el hospital para enfermos terminales y podía sentir la energía
de un paciente moribundo saliendo de su cuerpo a través del chacra corona—, pero todavía no lo había
integrado en mi día a día como fuente de curación. A pesar de que los chacras se consideran un
concepto indio («chacra» es una palabra que procede del sánscrito) y coinciden con la acupuntura en
eso de que están situados en los puntos de acupuntura más importantes, Carla los consideraba
poderosos centros de energía y los había integrado en su trabajo. Carla, basándose en los cimientos de
su herencia cultural, extrae conocimientos de las diferentes partes de su formación ecléctica para crear
un tratamiento curativo propio.
«Cuando estoy curando a algunas personas noto algo más físico; es más profundo y dentro de las
fronteras de su cuerpo. Con otros, siento algo fuera del cuerpo pero dentro de su campo de energía —
me explicó Carla aquel día—. En cualquier caso, siempre soy capaz de sentir sus chacras. Los chacras
están en la frontera entre lo físico y lo no físico.»179 Carla no solo era capaz de percibir esos remolinos
de los centros de energía, también el campo de energía que rodea el cuerpo, a veces denominado aura
(y también «la descarga de la corona» por Kirlian, el fotógrafo del capítulo 2). Los chacras y el campo
de energía del cuerpo funcionan juntos como un sistema integrado, los chacras son los puntos por los
que la información entra y sale del cuerpo.
Hay siete chacras principales, o «ruedas» si traducimos el sentido exacto de la palabra del sánscrito.
Se cree que cada uno de ellos tiene un papel específico para mantener a la persona en equilibrio. El
primero, por ejemplo, es el chacra raíz (Muladhara), que se ocupa de ayudar a la supervivencia diaria
de la persona o, como lo describe Carla, el sentido que tiene cada persona de «pertenecer a este
mundo; la pregunta más básica: “¿Tengo derecho a estar aquí?”» (Consulta la meditación que
encontrarás al final de este capítulo y encontrarás una explicación sobre todos los chacras.)
«Yo, personalmente, trabajo con las personas casi como si se tratara de un chequeo —me explicó
Carla—. Voy uno por uno, a cada chacra, y proyecto un poco de energía con mi mano a través de la
parte de delante [del cuerpo de una persona] y siento cómo sale por detrás. Si el chacra está sano, si
tiene el tamaño apropiado, el movimiento es sencillo, puedo notar la energía que he proyectado por
delante saliendo por detrás. Pero si hay algún problema, puede ser muy débil o desplazarse muy
despacio, como el pulso. A veces, si alguien está muy bloqueado, proyecto energía desde la parte de
delante y desaparece en la nada.» También existe la posibilidad de que alguien tenga demasiada
actividad —el equivalente a un pulso descompensado—180 y, según Carla, a estas personas se les
escapa la energía y necesitan volver a controlarla. Me enseñó a sentir los chacras; todos tienen forma de
cono y están colocados de forma que señalan hacia la parte delantera del cuerpo de una persona,
ensanchándose por la parte de detrás. Si la persona está sana, el chacra gira.
Carla también me explicó que alcanzaba un estado meditativo, casi hipnótico, en las sesiones más
intensas, desplazándose hacia otros reinos externos, hasta que llegaba a un lugar donde no existían las
leyes del tiempo y el espacio. «Si quisiera podría tocar a alguien del campo energético de mi familia de
Perú ahora mismo —me dijo—. Es casi como una autopista, hay líneas, o frecuencias, que se cruzan
siempre. Cuanto más tiempo puedas pasar allí, más se te abre esa dimensión».181
Carla posee una despreocupación seductora, y una confianza que ojalá pudiera capturar sobre el
papel de una forma más visceral. Algunas de estas ideas son difíciles de comprender; están demasiado
alejadas del reino de las cosas en las que pensamos cada día. Carla tiene una forma de comunicar; no
solo lo hace abiertamente, también lo hace de una forma tan brillante y vanguardista que no puedes
evitar dejarte llevar. Carla me explicó que llegar al reino del que me hablaba —donde no existía el
tiempo ni el espacio— no es como alcanzar la iluminación ni tiene nada que ver con el tao. «Vemos la
iluminación como algo que requiere que nos esforcemos para alcanzarla, pero cualquier tradición te
dirá que está en tu interior —me recordó—. No están exagerando. Y no están diciendo: “Está dentro
de ti en una caverna profunda y oscura que nunca podrás encontrar”. No está fuera del alcance…, pero
yo solo consigo permanecer en ese estado durante algunos minutos cada vez. Sin embargo, durante esos
minutos, no deseo nada. La sensación que tengo es de una absoluta satisfacción física y emocional,
cosa que me permite tomarme la vida con una ligereza que procede de saber, con absoluta seguridad,
que hay una fuente de calma que existe paralela a nuestro día a día y en el aquí y el ahora. La
capacidad para cambiar la perspectiva es solo una cuestión de voluntad. Yo experimento ese estado
como el estar presente en los espacios entre nuestras células. Es una hiperconciencia de ser la
conciencia que es la observadora de la vida, y en este estado te liberas del peso del esfuerzo. Ese es el
estado al que intento acceder en algún punto de una sesión de curación».182
Pensé en Kiran Trace —que perdió de una forma tan abrupta su sentido de identidad y empezó a
«ver donde lo amorfo, o el espacio, se codifica para convertirse en forma»183— y en Bill Bengston, que
había descrito sentirse «impregnado de paz y bienestar. Mi mente se vació de todo pensamiento»184
mientras curaba a los ratones en el laboratorio. Me pregunté si todos los que tratábamos de narrar
aquellas experiencias estábamos llegando a la misma conclusión —o reino— y solo estábamos
intentando encontrar la forma adecuada de describirlo.
Tras aquella lección —y un poco más de persuasión por parte de Carla— empecé a practicar la
medicina energética de una forma más abierta con algunos de mis pacientes de acupuntura más
antiguos. Les explicaba que la acupuntura es una forma de medicina energética y les preguntaba si se
sentirían cómodos si yo empezaba a emplear la medicina energética en nuestras sesiones. Para mí fue
un cambio muy importante —eso de anunciar abiertamente que quería incluir aquella disciplina como
parte de mis tratamientos—, y resultó muy útil. A medida que me fui acostumbrando, y empecé a
sentirme menos cohibida por ello, fui capaz de conectar con la técnica con más seguridad.
Y aprendí muchísimo. Descubrí que si me concentraba en abrir mi propio chacra corona, como
había hecho con Carla, y dejaba que la energía me penetrara, sentía el mismo cosquilleo en la columna
vertebral que había experimentado con Andrew y que de pronto mi mano derecha se levantaba de
forma instintiva mientras que la mano izquierda, que sostenía sobre los cuerpos de mis pacientes, se
calentaba. Me sentía agradecida de que muchos de mis pacientes se durmieran, o por lo menos
cerrasen los ojos, mientras trabajaba con ellos, pues todavía me sentía un poco cohibida al dejarme ir
de aquella forma. Sin embargo, una de mis pacientes, que se había mantenido despierta y había
observado todo el ritual, dijo que yo parecía un jeroglífico egipcio. Pero, al margen de que me vieran
como un jeroglífico egipcio o no, la mayoría de ellos respondían con mucho entusiasmo a aquellos
tratamientos: no solo sanaban físicamente, además adquirían equilibrio emocional.
El trabajo energético, además de la acupuntura, parecía acelerar la curación. Parecía particularmente
adecuado para tratar los casos crónicos más complejos, como si la información que viajaba a través de
mí permitiera que sus cuerpos se reorganizaran. Los pacientes también me decían que se sentían
menos deprimidos o ansiosos, que dormían mejor. Un paciente que llevaba años acudiendo a mi
consulta para que lo tratara con acupuntura, al principio, cuando empecé a utilizar el trabajo
energético, se rio del cambio que había adoptado. Pero también es verdad que siempre había sido un
hombre bastante sano, y venía a verme para hacer un poco de mantenimiento más que para otra cosa,
hasta que se rompió las dos piernas en un accidente de esquí. Cuando le traté después de aquello,
coloqué las manos sobre las zonas lesionadas y le empezaron a temblar las piernas y se le curvaron los
dedos de los pies de forma involuntaria. Los dos nos quedamos un poco sorprendidos por la fuerza de
la conexión; por lo visto, yo estaba respondiendo con más intensidad debido a su necesidad. Y después
de aquello empezó a referirse a mí como «sanadora energética» sin sonreír siquiera.
Con la acupuntura tenía la sensación de estar afectando el campo energético personal de los
pacientes, mientras que cuando dejé de utilizar las agujas me sentí como si estuviera dirigiendo la
energía desde el campo de energía superior, desde el tao, o la fuente, hasta el paciente. Ambas formas
eran efectivas —y, por tanto, me satisfacían como sanadora—, pero me sentía como si hubiera entrado
en un estadio más grande, por decirlo de alguna forma, cuando empecé a probar la curación energética
con las manos. Cuando empecé a profundizar en mi trabajo, yo también experimenté periodos de
tiempo en los que era capaz de observar mi propio cuerpo desde fuera y experimentar mi conciencia
independientemente a mi cuerpo. En esos momentos me sentía conectada a una fuente gigantesca de
inteligencia; podía sentir cómo me recorría y me conectaba a un reino donde sentía que todos éramos
uno. En esos momentos yo comprendía, de una forma profunda y certera que no había alcanzado
antes, que mi cuerpo, una expresión física temporal, también era una forma en la que la fuente podía
expresarse.
***
Alrededor de la misma época en la que estaba ocurriendo este cambio hacia el trabajo energético en mi
consulta, recibí una llamada de una joven de Londres que me dijo que era la secretaria de un príncipe
de Oriente Próximo a quien en adelante me referiría, sencillamente, como «el príncipe». El príncipe
había escuchado hablar sobre una mujer de Nueva York con «manos magnéticas» y le había pedido a
su secretaria que la localizara. Yo ni siquiera estaba segura de que yo fuera la persona que él estaba
buscando, pero después de una recomendación del masajista del príncipe (una persona a la que yo
había conocido profesionalmente) su búsqueda la había conducido hasta mí. La joven me preguntó si
estaría dispuesta a ir a trabajar con el príncipe durante tres semanas a su yate aquel verano. Me
comentó que al príncipe no le gustaban las agujas y que no quería tratarse con acupuntura. Quería una
sanadora energética.
A medida que se iba acercando el día en que debía partir, no dejaban de cambiar los planes mientras
el yate navegaba en el Mediterráneo. Primero debía de encontrarme con ellos en Santorini, después en
Cerdeña y, al final, otra vez en Grecia, en Atenas. Me enviaron un billete de avión, me dijeron que
fuera a un hotel en particular y allí esperara instrucciones. Cuando llegué me dijeron que por la
mañana me recogería un coche que me llevaría a la costa, donde me recogería una embarcación que me
llevaría hasta el yate. Estaba empezando a sentirme como si formara parte del reparto de Ocean’s
Eleven.
Sin embargo, al final, embarqué en el superyate —era del tamaño de un crucero; me costaba mucho
creer que todo estuviera al servicio de una sola persona— con mi maleta en una mano y mi equipo de
acupuntura en la otra (me lo había traído por si acaso, por si no funcionara la curación energética). Me
instalé en mi camarote con su baño privado que daba a un ojo de buey desde donde se divisaba una
preciosa vista de la costa griega. Conocí al príncipe brevemente aquella misma noche e intercambiamos
unas amables palabras, aunque yo no dije mucho (tal como sus empleados me habían aconsejado que
hiciera aquella misma tarde). La situación parecía tan formal que tuve que reprimirme para no hacerle
una reverencia. Fue una experiencia surrealista, por todos los motivos obvios, pero también porque yo
estaba muy acostumbrada a construir una relación con mis pacientes. Sin embargo, con el príncipe
había una fría distancia y un protocolo que por lo visto imposibilitaría la cercanía.
La mañana siguiente, el capitán del barco, un compatriota británico, se me acercó y me dijo: «Señora
Jill, su alteza me ha pedido que anclemos delante del templo de Delfos esta tarde para que usted pueda
reunir energía de ese lugar durante el tratamiento». No hay duda de que aquella fue la conversación
más extraña que han mantenido dos británicos sin que ninguno de los dos sonriera siquiera. Solo
continuamos con lo nuestro: «Ha dicho que le gustaría que esté usted un par de horas en cubierta
antes del tratamiento para que pueda prepararse meditando —prosiguió el capitán—. Le prepararemos
un espacio para usted en la cubierta privada de su alteza». Acepté y me fui a mi camarote para buscar
Delfos en Google.
Según descubrí gracias a mi búsqueda en Internet, Delfos se consideraba el centro, o el «ombligo»,
de la tierra por los antiguos griegos y era conocida por su oráculo, la principal sacerdotisa del templo de
Apolo, a la que a veces se referían como Pitia, a quien consultaban las decisiones importantes. Según
la leyenda, cuando Apolo mató a una serpiente pitón, su cuerpo cayó en una grieta y de su cadáver en
descomposición emanaron unos vapores. El oráculo, suspendido sobre la grieta de la tierra, se intoxicó
debido a esos vapores y entró en trance. Entonces Apolo poseyó su espíritu y, en ese estado, dijo las
profecías.
Me fui a meditar a la cubierta buscando mi Pitia interior y sintiéndome muy intimidada. Sin
embargo, mientras estaba allí practicando los ejercicios que había aprendido con Carla, afianzándome y
llenándome con mi propia luz sanadora, empecé a relajarme. Al rato sentí un zumbido energético que
me resultaba familiar, esa placentera sensación efervescente que me había acostumbrado a percibir
durante los tratamientos. Me sentí muy aliviada al darme cuenta de que estaba sintiendo la misma
energía que había sentido en mi clínica, de que disponía de algo real para ofrecerle al príncipe. Todo se
volvió un poco irreal. Su alteza llegó a la hora acordada, me dio las gracias por adelantado y se colocó
en la camilla que había junto a la piscina. Lo afiancé y lo llené con su propia luz antes de comprobar y
abrir sus chacras. El príncipe se durmió. Yo seguí trabajando y dejé que mi cuerpo se convirtiera en
conductor. Mientras trabajaba podía sentir el movimiento de sus chacras, y descubrí que podía ver
zonas bloqueadas que se me mostraban como zonas opacas por encima de su cuerpo —con una zona
particularmente cargada en sus hombros—, e intenté empujar toda esa energía hasta su cordón de
anclaje (le había pedido que imaginara que tenía uno). Cuando terminó la sesión, el príncipe se levantó
y me dijo que se sentía más ligero. Y después se fue a pasear en moto acuática.
Mis obligaciones durante la estancia en el yate —eso de tener que pasar todo el día preparándome
para tratar al príncipe meditando, haciendo yoga y comiendo bien— habrían sido ideales en cualquier
momento de mi vida, pero, en particular en ese momento me ayudó a potenciar mi confianza y a
acelerar mis habilidades como sanadora. Y, al tener tanto tiempo para dedicar a mi oficio, ocurrieron
cosas muy atrevidas. Una vez, por ejemplo, estaba trabajando con el príncipe mientras me encontraba
en ese estado onírico al que ya estaba tan acostumbrada a experimentar. De pronto vi una mano —que
no era la mía— que le acariciaba la cabeza. Fue una imagen muy clara: la elegante e incorpórea mano
de una mujer. Tras aquella sesión, el príncipe me comentó: «Tienes una habilidad asombrosa. Tienes
suerte de poseer este talento». Yo estaba demasiado condicionada por el decoro que se suponía que
debía mostrar estando en el yate como para preguntarle nada más, pero todavía me pregunto en qué
estaría pensando o soñando mientras yo lo trataba aquel día.
Volví a casa completamente convencida de mi capacidad para utilizar la energía para sanar. Y, sin
embargo, también sabía que nunca abandonaría las agujas. No tenía ninguna necesidad: las dos
prácticas no son excluyentes. Dada mi recién descubierta convicción en mis habilidades, sin embargo,
decidí concentrarme en la exploración chamánica.
Recuerdo un peregrinaje que había hecho para conocer a una mujer a la que llamaré Master Yang,
una practicante de chi Kung de la que me había hablado una colega; se suponía que era capaz de
materializar las hierbas en sus manos. El chi kung es un sistema holístico basado en el movimiento, la
respiración, la meditación y las hierbas que se utiliza para cultivar la salud y la espiritualidad. Tiene sus
raíces en la medicina, la filosofía y las artes marciales chinas; de la misma forma que la acupuntura, su
objetivo principal es equilibrar el qi en el cuerpo. Su elemento más importante, en mi opinión, es el
autoaprendizaje y la disciplina; los sanadores aprenden a controlar su propio qi para poder guiarlo hasta
el cuerpo de los pacientes. Sin embargo, la práctica actual del chi kung tiene muchos enfoques en la
actualidad, desde las personas que lo basan en una serie de movimientos parecido al tai chi o al yoga
hasta los que lo enfocan de un modo más ritual, como la fórmula de Master Yang, que le daba un
enfoque más chamánico.
A pesar de ese fabuloso título de «Master», cuando conocí a Yang me sorprendió agradablemente
descubrir a una abuela china que enseguida nos hizo pasar a su casa —mi marido, Noah, también se
había sumado a la expedición— y nos hizo dumplings. Cuando ya habíamos charlado y comido, la
mujer empezó el tratamiento con un barrido visual. Para ello solo teníamos que sentarnos delante de
ella mientras ella nos «estudiaba con su conciencia» desplazando sus ojos por nuestros cuerpos.
Cuando finalizó mi examen reveló que tenía un estancamiento en el útero. Hacía poco que me habían
diagnosticado pólipos en el útero, y lo que me dijo aquella mujer me pareció impresionante. (Aunque
también era bastante evidente tratándose de una mujer premenopáusica de cincuenta años como era
yo.) Después hizo una serie de movimientos rituales con la mano y sostuvo la palma de su mano frente
a mí. En ella apareció una pequeña montañita de polvo. Parecía que acabara de emerger de su mano.
Yo la había estado observando con cuidado y seguía confusa. Tras darme el polvo y decirme que debía
mezclarlo con agua y tomármelo, se volvió hacia Noah y le dijo que necesitaba algo que lo ayudara a
experimentar más amor. (Era la primera vez que escuchábamos algo parecido, pero le seguimos la
corriente.) La mujer hizo chocar sus dedos pulgar e índice una, dos veces, y le apareció una pequeña
hendidura en el pulgar, y tras la tercera vez apareció una pastilla entre ellos. Aquello me dejó
impresionada. Yo estaba pegada a las manos de Master Yang mientras hacía aquello. Y aun así era
incapaz de dar otra explicación que no fuera que, efectivamente, estaba materializando aquellas cosas.
Su hija me dijo que Master Yang nunca sabe qué forma van a adoptar las hierbas; a veces produce
líquido y todo el mundo tiene que salir corriendo en busca de un vaso.
Me había quedado tan impactada que llamé a Bill Bengston desde el hotel para explicarle casi sin
aliento: «Acabo de conocer a una practicante de chi kung en Orange County, California, que hace
aparecer polvos y pastillas por arte de magia en sus manos».
«El término correcto —me corrigió— es materialización».
«Un momento, ¿tú ya lo sabías?, ¿es algo a tener en cuenta?»
«Pues claro, hay antropólogos que lo estudian —contestó con despreocupación—. Yo pensaba que
solo se hacía en el extranjero, ¿pero dices que conoces a alguien que lo hace en California? ¿Puedes
traerte los polvos para que podamos analizarlos en el laboratorio?»
«Me los he tomado», le contesté dándome cuenta de repente de mi temeraria decisión.
Nunca llegué al fondo de lo que había ocurrido con Master Yang y su medicina espontánea aquel
día. No me podía quitar de encima la sensación de que había visto un increíble truco de magia, cosa
que había impedido que me comprometiera del todo con la experiencia. Pero la verdad es que fue casi
un alivio sentir un poco de duda. La duda fue el motivo principal por el que escribí este libro; no
quería perderla de vista.
Aunque más adelante sí que investigué un poco sobre la efectividad del chi kung, nada explicaría el
conjuro sobrenatural de hierbas o medicinas. Aun así, me resultó curioso encontrar un estudio185 sobre
sanadores chi kung que se llevó a cabo en Japón en 1992. Utilizando un magnetómetro, los
investigadores habían descubierto que los campos electromagnéticos que rodean la cabeza, el cuerpo y
las manos de las personas que practican chi kung durante las respiraciones de la meditación eran
extraordinariamente extensos, como mil veces más grandes que los campos electromagnéticos más
potentes, los que rodean el corazón humano. Y esto resulta todavía más interesante en el contexto del
trabajo llevado a cabo por el fallecido doctor Andrew L. Bassett, profesor de cirugía ortopédica de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia. Él y sus colegas, frente al gran escepticismo de
sus iguales, demostraron que los campos electromagnéticos se podían utilizar para curar las
extremidades fracturadas. Esta conclusión se basó en un descubrimiento anterior, según el cual las
funciones celulares podían controlarse utilizando campos electromagnéticos externos.186 (Cuando
murió Bassett, en el año 1994, su técnica electromagnética, según la Universidad de Columbia, se
había empleado con éxito en más de cien mil pacientes de todo el país para curar huesos rotos que, de
no haber sido así, habrían precisado de la cirugía para soldar.)187 Quizá, como propone en su libro
Energy medicine: The Scientific Basis188 el doctor James Oschman, biólogo y biofísico, los
practicantes de chi kung eran capaces de «emitir poderosos campos biomagnéticos de la misma gama
de frecuencias que los investigadores biomédicos habían identificado para empezar a curar el tejido
suave y duro de las heridas».189
Oschman también echa un vistazo más general en su libro al estudio sobre «terapias de imposición
de manos», entre las que se incluyen el chi kung, el reiki y el tacto terapéutico (TT). Cita el trabajo del
doctor John Zimmerman,190 que midió las frecuencias de los campos magnéticos de los practicantes de
reiki y otros terapeutas energéticos mientras trabajaban con sus clientes, y descubrió que todos emitían
frecuencias extremadamente bajas (FLB) por las manos, que también son la frecuencia
electromagnética óptima que los investigadores médicos identificaron para estimular la reparación de
los tejidos. «En esencia —concluye el doctor Oschman—, los campos electromagnéticos producidos
por las manos de los practicantes pueden inducir flujos de corriente en los tejidos y las células de los
individuos que están cerca».191 Cuando leí aquellos estudios de investigación recordé aquel paciente
que había tenido hacía poco, el hombre que se había roto ambas piernas esquiando. Él había notado la
energía que salía de mis manos con tanta fuerza que le habían temblado las piernas y, según sus
médicos, se recuperó extrañamente rápido. La investigación de Zimmerman demostró que era posible
que yo estuviera emitiendo una frecuencia similar a las que se utilizaban en los hospitales ortopédicos
para acelerar la curación de los huesos.
Quizás esta explicación, igual que ocurre con la teoría según la cual la acupuntura puede afectar al
tejido conductivo provocando cambios químicos a nivel celular, es lo más lejos que nos puede llevar la
ciencia para iluminar el proceso. Pero sigue quedando también un elemento misterioso, algo que no
dista mucho del inenarrable elemento del proceso que consigue que los ratones de Bengston se
recuperen de las inyecciones cancerígenas, o que consigue que los clientes de Carla respondan a sus
evocadoras corrientes de luz, o que hace desaparecer los bultos de los pechos de las mujeres después de
pasar por el tratamiento de Hiroyuki Abe, un monje y sanador energético de Japón.
Conocí el trabajo de Hiroyuki Abe a través de Etik Peper, a quien había conocido gracias a Leah
Lagos. Peper, que era profesor del Instituto de Estudios sobre Salud Holística, en la Universidad
estatal de San Francisco, le pidió a Abe en 2007 que impartiera una conferencia en su clase de
Perspectivas Occidentales de Salud Holística. Después de la conferencia en la que Abe describió su
método, se ofreció a practicar curaciones a los estudiantes. Las reacciones de los estudiantes —se
quedaron asombrados de las mejoras que habían experimentado casi de forma inmediata— animaron a
Peper a investigar formalmente el proceso curativo de Abe. En el estudio que siguió a continuación,
Peper descubrió que, después de un tratamiento, el 65 por ciento de los treinta estudiantes afirmó
notar una reducción de sus síntomas.192 Tres meses después, aquellos mismos estudiantes afirmaban
seguir sintiendo mejorías gracias al tratamiento recibido. Y, si los estudiantes recibían más de una
sesión de tratamiento, los resultados eran considerablemente más notables.
El propio Peper se sometió a un tratamiento de Abe y se dio cuenta de que los limitados
movimientos de su rodilla —debido a una fractura de menisco que había sufrido nueve meses antes—
se solucionaron después de una sola sesión de tratamiento. Aquella sesión fue hace once años. Peper y
Abe han seguido en contacto desde entonces. Quizás el momento más importante fue cuando Abe
trató al hijo de uno de los colegas de Peper. En 2013, Peper le pidió a Abe que trabajara con Yuval
Oded, un psicólogo israelí cuyo hijo había nacido con una extraña deficiencia llamada corectopia, que
supone que la pupila no está en el sitio correcto. Esta enfermedad puede provocar una miopía grave,
pero, en el caso del hijo de Yuval, le había provocado ceguera en el ojo izquierdo. Cuando el niño tenía
diez meses, ya lo habían operado un buen número de excelentes doctores, pero ninguna de las
intervenciones había funcionado. A pesar de las dudas que tenían acerca de la curación energética,
Yuval y su esposa decidieron probarlo y dejaron que Abe tratara a su hijo. Después de una sesión a
través de Skype, durante la cual Abe identificó una enfermedad leve que sufría la esposa de Yuval a
pesar de que la pareja no la había mencionado, viajaron a Japón para conocerlo en persona. «Abe no
tocó al niño —recuerda Tuval sobre el trabajo que Abe hizo con su hijo—. Básicamente, se limitó a
desplazar las manos a algunos centímetros de él, concentrándose mucho y chasqueando los dedos.» La
familia lo visitó seis veces más durante el transcurso de una estancia de diez días en el país. Tras el
último tratamiento, cuando salieron, de pronto el niño parecía «aturdido y deslumbrado». Había
recuperado la vista. Yuval, cuyo hijo de cuatro años se ha desarrollado estupendamente y ve bien con
los dos ojos, todavía está, como él mismo me dijo, «asombrado y muy, muy agradecido» por el
tratamiento de Abe. «Ahora comprendemos —me comentó— que los poderes curativos existen más
allá de nuestra comprensión.»
***
Cuando Noah y yo llegamos al aeropuerto de Osaka, Abe nos estaba esperando para recibirnos
acompañado de un traductor. (Abe no habla inglés y, como descubrí, es muy meticuloso por lo que se
refiere a cómo los demás interpretan lo que les dice. En realidad, cuando tiene que transmitir algún
matiz particular o alguien tiene que observarlo mientras hace su trabajo, Abe trae un segundo traductor
de Tokio.) Abe es un hombre alto, con un rostro amable y una presencia paternal. Lo primero que hizo
fue pedirnos que pasáramos algún tiempo juntos para conocernos mejor y para que pudiéramos
observarlo en su consulta antes de entrevistarlo sobre su trabajo. Y enseguida nos metió en su mundo,
nos llevó a un restaurante, nos ofreció una visita a la ciudad y viajamos a Kioto con él en el tren bala. A
pesar de que nuestra conversación tenía que pasar por la interpretación del traductor, su calidez
resultaba palpable. Abe es exuberante, hablador y divertido. Disfruta de mucha libertad con sus vicios
—bebe y fuma mucho— y fue, en resumen, una compañía excelente. Cuando ya podíamos
considerarnos conocidos, me permitió observar su trabajo durante dos días en la consulta que dirigía
junto a uno de sus estudiantes en un suburbio a las afueras de Kobe. (Abe pasa consulta allí de vez en
cuando para trabajar con los pacientes con los que su estudiante, que trabaja como sanador, o su
equipo de acupunturistas tienen problemas.) Fue un torbellino maravilloso y, fiel a su palabra, no
hablamos sobre la naturaleza de su trabajo hasta que no hubo terminado.
Para cuando por fin nos sentamos a hablar sobre sus prácticas curativas, yo ya había podido entrever
un poco su vida gracias a los sitios a los que nos había llevado. Abe creció en una ciudad que está al
oeste de Tokio, en el seno de una familia muy unida con su padre, su madre y su hermana mayor.
Perdió a su padre cuando tenía seis años. Justo después de que falleciera su padre, a su madre le
diagnosticaron cáncer en el cerebro. Una monja de su barrio que había estudiado para sanadora empezó
a visitar a su madre. Escribió sutras en un papel, según me explicó Abe, y le pidió a su madre que se
tragara el papel. Él era un niño pequeño, y recuerda que su madre se comió el papel como si fuera un
medicamento, tragándose literalmente las lecciones budistas que le había impartido la monja. Y,
sorprendentemente, su madre fue mejorando a lo largo de los cuatro años siguientes. No recibió
ningún tratamiento médico convencional; solo le recetaron medicinas naturales, un té de hierbas y
pequeños trocitos de papel. Aquello impactó profundamente a Abe. Desarrolló un sentido de la
espiritualidad y una fuerte creencia en el poder de la oración, pues, cuando era pequeño, había rezado
para que su madre viviera.
No fue a la universidad, pero estuvo en una escuela técnica durante dos años y después trabajó en el
sector de la construcción cuando era veinteañero. Su fe religiosa nunca disminuyó, pero todavía no
había encontrado el objetivo de su vida. Se casó joven y, cuando tenía casi treinta años, el matrimonio
empezó a romperse. El día que cumplió treinta años fue a visitar a su madre y le dijo que tenía malas
noticias porque su relación estaba a punto de terminar. Mientras estaba sentado con ella tomando té se
le apareció una diosa. Tenía un rostro hermoso y vestía la túnica de los monjes. Miró a su madre para
ver su reacción, pero enseguida le quedó claro que ella no veía a la diosa. Al final decidió no
mencionárselo a su madre, me dijo entre risas, porque «no quería darle más malas noticias después de
haberle dicho lo de su divorcio».
Abe descubrió que la diosa era Shinto, la diosa de la compasión. Y lo ha acompañado desde
entonces. El sintoísmo, además del budismo, es la religión tradicional de Japón, aunque «Shinto»
también tiene diferentes significados para los japoneses; hay personas no muy religiosas que visitan los
templos dedicados a Shinto. Pero la mayoría de japoneses creen en kami, que abarca los espíritus
sagrados que toman forma de cosas —el viento, las montañas, los árboles y los ríos—, y conceptos,
como la fertilidad o la sensación de asombro. Kami, sin embargo, también se refiere a muchos dioses
—más de ocho mil— que veneran los sintoístas. En este contexto es menos extraño que una diosa se le
apareciera a Abe y que su presencia permaneciera en su vida, hablando con él de la forma en que lo
hace y guiándole.
Peper ofrece más información sobre la influencia de la religión y el sistema de creencias en las formas
en que los sanadores configuran sus prácticas. «Los sanadores canalizan y adaptan el poder para sanar a
sus propias creencias culturales —dice—. De forma que, si eres cristiano, quizá sea la Virgen María.
Abe ve una diosa. El proceso es el mismo, pero la forma que cobra está codificada por las preferencias
culturales de cada cual».193 Peper sugiere que esta preferencia cultural también se hace extensible a la
ceremonia de la curación. «Si hablas con los sanadores nativos del continente americano te dirán que
pasan días ayunando, agradeciendo y… fumando, pero solo son rituales que evocan ese lugar en el que
uno se siente concentrado y abierto.»194
Fue la diosa quien condujo a Abe a la curación. La primera vez que curó a alguien —una mujer que
era nadadora y tenía artritis en la espalda y las articulaciones— lo hizo siguiendo las instrucciones de la
diosa. Ella le dijo lo que debía hacer: los gestos que efectúa con las manos incluso hoy día, los
chasquidos y los golpecitos con los dedos. Y la mujer notó cómo su dolor se disipaba. «¿Está segura?»,
le preguntó Abe varias veces a lo largo del tratamiento. Mientras me explicaba aquello, recordé los
primeros días que trabajé en la clínica y en el desconcierto que sentía cuando mis pacientes
progresaban de manera evidente. Aquella sensación había propiciado el viaje que me había llevado
hasta Kobe, para hablar con aquel hombre que ahora era un sanador con la experiencia suficiente como
para confiar en sus habilidades.
Con el tiempo aprendió a desarrollar y perfeccionar su habilidad. Empezó a tener visiones mientras
trataba a sus pacientes, como si pudiera ver el interior de sus cuerpos. Los músculos los veía de un rojo
brillante; los huesos se le aparecían de un blanco intenso. Pero él quería ser capaz de ofrecer
explicaciones más sustanciales a sus pacientes, que habían empezado a acudir a él guiados por el boca a
boca. Por eso empezó a estudiar anatomía, fisiología, patología. Se sumergió en toda clase de manuales
de medicina. Entretanto, la diosa también le ayudaba, ofreciéndole información e instrucciones
durante sus sesiones, y a veces incluso discutía con él. («Era mandona y anticuada»; Abe se quejó con
alegría de aquella época en la que la diosa acababa de llegar a su vida, cuando solían discutir a
menudo.)
A medida que iba aprendiendo más sobre las funciones del cuerpo y su curación, empezó a aceptar
estudiantes. En Asia es muy común que los maestros sanadores tengan aprendices, pues forma parte
de la tradición que las habilidades se traspasen tras un periodo de iniciación. (Se emplea un modelo
similar para enseñar reiki, que también es una práctica japonesa.) Abe dice que es capaz de ofrecer una
especie de comienzo acelerado a sus estudiantes —haciendo una poderosa ceremonia de apertura de
chacras que elimina algunos de los impedimentos para la canalización— y después ya depende de ellos
el desarrollo que puedan hacer a partir de ahí. Su visión de la curación es sorprendentemente didáctica,
pues él cree que todo el mundo puede aprender y que la práctica, no la intuición ni la iluminación, es
lo que convierte una persona en un buen sanador. También cree que todos sus estudiantes tienen
guías, igual que él, pero que no todos ellos son capaces de conectar de una forma tan intensa con ellos.
Conocí a tres de sus estudiantes cuando estaba allí; todos ellos hablaban con admiración y con
agradecimiento de las lecciones que les había impartido Abe.
Uno de esos estudiantes dirige la clínica de las afueras de Kobe que yo visité para observar cómo
trabajaba Abe. Allí presencié cómo pasaba consulta a poco más de una docena de pacientes en un día,
a algunos de los cuales ya había tratado anteriormente. Todos llegaron aquejados de dolores —
fibromialgia, dolores en la zona lumbar, en el hombro— y, después de los chasquidos y los golpecitos
con los dedos de Abe, identificando el dolor y dirigiendo su energía, todos decían que se sentían
mucho más aliviados. Lo que me fascinó fue advertir que Abe solía trabajar con los mismos puntos y
meridianos que yo, aunque él daba golpecitos en lugar de utilizar agujas.
Cuando una mujer cincuentona apareció quejándose de rigidez en el hombro, Abe se dio cuenta de
que tenía escoliosis en la columna. Le posó la palma de la mano sobre el hombro y, con la otra mano,
fue golpeando los puntos de acupuntura alrededor de la escápula izquierda. Cuando notó que su poder
disminuía en aquel tratamiento, empezó a rezarle a su guía. Al final me pidió que le hiciera una sesión
de acupuntura a la paciente como la haría para tratar un caso de rigidez en el hombro. Cuando le clavé
las agujas en la parte baja de la pierna, Abe colocó su mano sobre la mía y proyectó energía desde mi
dedo hasta la aguja. Yo noté un instantáneo e intenso dolor en la mano y una sensación de vibración
que no había notado jamás.
Aunque esa experiencia me confirmó que Abe tiene unas manos que conducen electricidad, lo que
reforzó la autenticidad de sus habilidades en mi mente fue que la mayoría de sus pacientes sanaban de
forma gradual en el tiempo, y que solía tratar problemas más bien mundanos. No había fuegos
artificiales en todas las sesiones. Era una relación terapéutica —a menudo se daban dos pasos adelante
y uno para atrás— y, por tanto, más sutil, y más real, que una artimaña milagrosa. Abe también es muy
modesto cuando habla sobre su trabajo. «Conocerás muchos sanadores que afirman tener un guía —
me confió—. Por favor, utilízame como punto de comparación cuando evalúes sus habilidades. Lo que
yo hago es de lo más básico; por tanto, si no son capaces de trabajar a mi nivel quiere decir que lo más
probable es que sean un fraude».
Y, sin embargo, Peper describió a Abe como un sanador del máximo nivel, un hombre que trabaja
en un estado al que muchos otros todavía intentan llegar. «Cuando está allí, está allí. Puede que beba y
fume. A mi me gusta llamarlo mi sanador de la nicotina. Pero cuando está con una persona a la que
está curando, está absolutamente concentrado y en paz. Te sientes completamente aceptado. No hay
amenaza. Y, gracias al efecto espejo, tú evocas también ese estado tan centrado. Notas cómo te
disminuyen la ansiedad, el pánico, todos tus pensamientos. En ese momento es cuando ocurre la
curación».195
***
La última noche en que estuvimos juntos, Abe nos llevó a cenar a un restaurante shabu shabu (los
elementos de este cocido japonés se cocinan en ollas de hierro fundido directamente en la mesa) con
algunos de sus estudiantes. Todos nos sentamos juntos en tatamis, apiñados alrededor de una mesa
minúscula, y todo el mundo iba metiendo los diferentes ingredientes en la olla que había en el centro
de la mesa. En plena cena, cuando todos estábamos bebiendo y riendo, empecé a sufrir uno de mis
ataques de taquicardia. (Con mi dolencia cardiaca es una posibilidad que siempre está presente, pero
creo que en este caso fue provocada por una sintonización que Abe me había practicado aquel mismo
día, y del que hablaré con más profundidad en el capítulo 10.) En aquel momento, esos episodios me
ocurrían tan pocas veces que ya no llevaba betabloqueantes encima. Empecé a hacer algunas maniobras
discretas que afectan al nervio vago, presionando hacia abajo mientras intentaba masajearme la arteria
carótida del cuello, con el objetivo de intentar reducir la velocidad de mi corazón. El esfuerzo fue en
vano y empecé a sentir pánico. Me imaginaba que tendrían que llevarme corriendo a un hospital de
Japón, donde me tendrían que parar el corazón para volver a ponerlo en marcha con ayuda de la
adenosina. A medida que mi corazón iba subiendo de ritmo y cada vez me llegaba menos oxígeno al
cerebro, empecé a tener la sensación de que iba a desmayarme. Allí atrapada entre los estudiantes de
Abe y recibiendo codazos cada vez que alguien metía una verdura dentro de la olla y removía los
ingredientes, me encontraba fatal. Miré a Noah y le hice señas con discreción para darle a entender que
lo estaba pasando mal. Abe se dio cuenta del intercambio. Se inclinó hacia Noah y le murmuró algo.
Después me miró, me señaló con dos dedos, los agitó una vez, como si estuviera disparándome
directamente al corazón con una pistola imaginaria. Mi corazón recuperó el ritmo normal
inmediatamente.
Al día siguiente, todavía asombrada por la experiencia que había vivido la noche anterior, me despedí
de Abe, que fue a despedirnos a Noah y a mí a la estación de tren de Kobe, e iniciamos nuestro viaje
hacia Fukuoka, en la costa norte de la isla japonesa de Kyushu. Sentía que el tiempo que había pasado
con Abe me había enriquecido, era un hombre del que había aprendido mucho en el sentido espiritual
y humano. Cuando le di la espalda —literalmente, pues se quedó en el andén de la estación
despidiéndose con la mano hasta el amargo final— ya empecé a pensar en mi siguiente reunión, pues
iba a conocer a Master Mitsumasa Kawakami, otro sanador de renombre, en parte por sus
impresionantes demostraciones de autocontrol, entre ellas la de perforarse la lengua con un pincho.
Peper me había enviado fotografías y un vídeo, y la violenta imagen se me había quedado grabada en la
mente desde entonces. Para ser sincera, todavía no estaba segura de cómo conectar aquello con la
sanación —en realidad, parecía contradecirla de hito en hito—. Pero, conforme el tren se desplazaba,
supe que me dirigía inexorablemente hacia un gran descubrimiento.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Meditación de chacras
Las experiencias sobrenaturales que describen tanto Carla como Abe son el resultado de una
preparación espiritual que requiere mucha disciplina y claridad. Sus experiencias también son
el resultado de sus creencias. Como Erik Peper, yo también creo que los sanadores canalizan la
misma fuente de energía, pero la forma en que la perciben depende de su sistema de creencias.
A pesar de esas diferencias, la mayoría de los sanadores (incluidos tanto Carla como Abe)
perciben los chacras como poderosos centros de energía, y esta meditación está diseñada para
que tu conectes con los tuyos.
Cada chacra está asociado a un color específico. El color solo es una onda que viaja por el
espacio. Dependiendo de la longitud de onda, nuestros ojos registran distintos colores.
Visualizar un color en particular puede provocar que tu cuerpo estimule la longitud de onda de
ese color.
Siéntate relajadamente con la espalda recta y concéntrate en respirar profundamente con el
abdomen.
Proyecta tu energía para anclarte desde la base de tu columna hasta el centro de la tierra.
Visualiza el chacra corona que tienes en la coronilla. Imagina un haz de luz violeta entrando
por tu cabeza y extendiéndose por todo tu cuerpo. El chacra corona está vinculado a la fe, a la
confianza, a la inspiración y con nuestra conexión con la fuente. Cuando este chacra está
abierto, notarás la cabeza abierta y aireada, y experimentarás una sensación de alegría y
expansión.
Mientras notas cómo se abre ese chacra, concéntrate en el centro de tu frente imaginando que
toda la zona es de color azul oscuro. Es el chacra del tercer ojo, y cuando está abierto nos
proporciona claridad, sabiduría, conocimiento espiritual y, a veces, clarividencia.
Cuando hayas notado bien ese chacra, concéntrate en tu garganta e imagina que la luz azul se
desliza por ella. El chacra de la garganta tiene que ver con la seguridad, la verdad y la
expresión.
Desplázate desde la garganta hasta la zona que rodea el corazón, imaginando un embudo de
luz verde que entra y sale de tu pecho. El chacra del corazón es el centro del amor, la conexión
con los demás, el perdón, la compasión y la generosidad.
Después viene el chacra del plexo solar, que está situado en la parte superior del abdomen (más
o menos en el mismo sitio donde sientes las mariposas en el estómago, lo que es muy
apropiado porque es el chacra relacionado con los presentimientos y las emociones). Utiliza la
imaginación para deslizar un haz de luz amarilla por ese chacra para limpiar el dolor residual.
El chacra sacral está en la zona inferior del abdomen y reacciona a la luz naranja, así que
visualiza ese chacra de color naranja. Está asociado a tu sexualidad y la creatividad, además de
a nuestra identidad en el mundo.
El último chacra es el chacra raíz, que está situado en la base de la columna. Puedes
fortalecerlo enviando luz roja a esa zona. Como es el chacra que está más cerca de la tierra, se
asocia al asentamiento, la resiliencia y la supervivencia física.
172. L. Katerina y T. Cynthia, «The Regulation of the Practice of Acupuncture by Physicians in the United States»,
Medical Acupuncture 29, n.o 3 (2017): pp. 121–127.
173. M. Eliade, Shamanism: Archaic Techniques of Ecstasy (Princeton: The Princeton/Bollingen Series in World Mythology,
2004).
175. Ibidem.
176. Ibidem.
177. Ibidem.
178. Ibidem.
179. Ibidem.
180. Ibidem.
181. Ibidem.
182. Ibidem.
183. «AndrewBassett, Orthopedist, Is Dead at 70», Columbia University Record, Volume 20, Columbia University,
consultado el 3 de febrero de 2018, http://www.columbia.edu/cu/record/archives/vol20/vol20_iss12/record2012.34.html.
185. A. Seto y otros, «Detection of Extraordinary Large Bio-Magnetic Field Strength from Human Hand During External
Qi Emission», Acupuncture & Electro-Therapeutics Research 17, n.o 2 (1992): pp. 75–94.
186. C. Andrew L. Bassett, «Beneficial Effects of Electromagnetic Fields», Journal of Cellular Biochemistry 51 (1993): pp.
387–393.
187. Columbia University Record, Volume 20, Columbia University, consultado el 1 de septiembre de 2017,
http://www.columbia.edu/cu/record/archives/vol20/vol20_iss12/record2012.34.html.
188. James L. Oschman, Energy Medicine: The Scientific Basis (Elsevier Ltd., Nueva York, 2016).
190. Bernadette Doran, BS, RMT, «The Science Behind Reiki», https://www.equilibrium-
e3.com/images/PDF/Science%20Behind%20Reiki.pdf.
191. Para más información consúltese «The Electricity of Touch» del HeartMath Institute.
193. Ibidem.
194. Ibidem.
195. Ibidem.
7
EL MISTICISMO QUE NOS RODEA
Cuando llegamos al Kawakami Slow Yoga Studio en Fukuoka, estaban celebrando una fiesta. Master
Kawakami me había mencionado que habría una pequeña reunión en su estudio para celebrar la
próxima publicación de su decimosexto libro, un estudio psicológico del joven Buda, aunque se le
había olvidado mencionar que sería una gran celebración, con canciones y bailes que interpretaría el
propio Kawakami, seguidas de una comida de cinco platos en un restaurante italiano que había allí al
lado. Yo iba muy mal vestida y estaba un poco cansada del viaje, pero cada vez estaba más cómoda con
la idea de dejarme llevar por la aventura. Así que encontré el sitio que me habían asignado en la mesa
—me habían colocado junto al invitado de honor— y me puse cómoda.
Al contrario de las sorprendentes imágenes que no dejaban de pasarme por la cabeza en las que veía
a Kawakami con un pincho clavado en la lengua, me sentí encantada de encontrarme con uno de los
seres humanos más felices y sencillos que he conocido en mi vida. Me cogió de la mano cuando se
sentó a mi lado para cenar, vestido con total pulcritud con un traje azul marino a rayas y una corbata
violeta a juego con el pañuelo que lucía en el bolsillo, y me miró con calidez: «Conozco el dolor que te
provocó tu madre cuando eras niña», me dijo a través de su traductor, y después añadió que lamentaba
que hubiera fallecido. Como era imposible que hubiera descubierto aquella información sobre mi vida
buscando en Internet, sus palabras me resultaron reconfortantes e inquietantes a un mismo tiempo.
Sonreí y asentí, pensando que esperaba acabar descubriendo de dónde había sacado esa información.
Después, Kawakami me presentó a su equipo del centro de yoga, y todos me habían traído un
regalito (y a Noah también), incluido un bolso que una mujer había tejido con la tela del kimono de su
madre. (Tal como aprendí una y otra vez durante aquel viaje, la cultura japonesa es muy bondadosa;
nos sentíamos permanentemente agradecidos de todos los regalos, los buenos consejos, las comidas que
compartimos y la gran cantidad de sabias palabras que compartieron con nosotros.) Varias de las
personas que conocí se presentaron como aprendices de Kawakami. Cuando le pregunté a Kawakami
qué estaban aprendiendo, me explicó que estaban practicando la «canalización» para poder ayudar a los
pacientes. Aquello, como observaría más adelante en persona, significaba que estaban ayudando a los
pacientes a recibir información mediante la escritura automática. Esta información se consideraba de
gran importancia para ayudar tanto al sanador como al paciente a comprender el propósito de su alma y
las vidas pasadas, cosa que daba mucha información de los problemas actuales que tenían. La idea de
las vidas pasadas es un principio básico del budismo y de la práctica de Kawakami: él cree que nuestras
vidas actuales están indisolublemente ligadas a las anteriores. «A menos que una persona limpie los
traumas del pasado, no puede alcanzar la iluminación», me dijo, explicándome que para ser
verdaderamente expansivo, para comprender cuán amplia era nuestra existencia en el mundo —que es
lo mismo que decir más allá de la conciencia personal—, necesitamos desprendernos de las
experiencias dolorosas de nuestra vida actual y las pasadas que nos habitan. Esto es, en esencia, otra
visión de la medicina china del estancamiento o de las «formas de energía densa» de Kiran o la
memoria celular, como ya comentamos en el capítulo 3, que algunos biólogos de UCLA han estado
estudiando. Para Kawakami, este estado es necesario tanto para el paciente como para el sanador; el
paciente debe hacer las paces con los sufrimientos pasados para conseguir un mejor estado de salud, y
el sanador tiene que hacerlo para poder alcanzar la quietud y la abnegación necesarias para ayudar a
otros.
Canalizar información desde la fuente de energía —o lo que Kawakami llamaría «lectura del
alma»— es el primer y mayor paso en el proceso para convertirse en sanador según la técnica de
Kawakami (muchos de sus aprendices siguen practicando este paso tan importante después de veinte
años de entrenamiento; es difícil avanzar, porque la sanación requiere alcanzar un nivel de altruismo, o
un ego desprendido, que Kawakami cree que requiere décadas de práctica). Además de tener en
consideración las vidas pasadas, también es esencial, según el programa holístico de Kawakami,
trabajar para lograr una salud física y mental óptimas. El propio Kawakami, a sus setenta y nueve años,
sigue una dieta y un régimen de ejercicio muy estrictos; no fuma, solo se permite tomar una bebida
alcohólica a la semana y levanta pesas, practica yoga y medita cada día. (Esta forma de vida supone un
gran contraste con Hiroyuki Abe, que bebió y fumó sin restricciones durante todo el tiempo que pasé
con él la semana anterior.) Hacia el final de la noche, una joven muy estilosa con el pelo cortado con
un pulcro estilo bob a la altura del hombro vino a presentarse. Me dijo que era psicóloga y que
trabajaba con Kawakami y sus aprendices. Kawakami me explicó que su trabajo consistía en ayudar a
sus pacientes a cambiar las conductas mentales nocivas para que pudieran convertirse en personas más
abiertas que respondieran mejor a sus técnicas curativas. Cuando terminó mi primera noche allí ya me
había hecho una ligera idea de cómo funcionaba el enfoque único —místico y metódico al mismo
tiempo— que Kawakami aplica en su consulta.
***
Kawakami nació en 1938 en Nagasaki, que, tras siglos de aislamiento de Japón debido a las estrictas
regulaciones comerciales y las relaciones internacionales, fue una de las pocas ciudades que se
comunicaban con el resto del mundo. La isla cercana de Dejima —que literalmente significa «Isla de
la Salida»— había sido el único punto de comercio e intercambio con otros países. Cuando era un niño
y vivía en Dejima, Kawakami conoció a gentes muy diversas procedentes de diferentes entornos y
tradiciones religiosas. Su padre, que era capitán de un buque mercante, viajaba con frecuencia.
Kawakami dice que su padre también le ofreció diferentes ideas y maneras de ver el mundo. Mientras
hablábamos, Kawakami se sacó de la cartera una fotografía de su padre, que ya no está vivo: era la
imagen de un atractivo hombre con gorro de capitán, el rostro arrugado y pensativo. «Nunca se
enfadaba ni me regañaba», comentó agradecido Kawakami.
Su madre —de la que, como él mismo me señaló, no lleva una fotografía en la cartera— era muy
estricta. Sin embargo, también era una budista devota y le enseñó a Kawakami importantes lecciones
espirituales. Como parte de su instrucción religiosa, le enseñó a Kawakami que debía ayudar a otras
personas y contribuir a la sociedad. Cuando de niño se preguntó cuál sería su recompensa por dichas
contribuciones, ella le enfatizó la importancia de dar sin recibir nada a cambio. (Esta lección se puso
de manifiesto en 1945, cuando Kawakami tenía seis años y Estados Unidos lanzó la bomba atómica
sobre Nagasaki. Por suerte, por aquel entonces Kawakami y su familia vivían en Hirado, que estaba a
unos 73 kilómetros de Nagasaki, pero él recuerda haber visto «el destello de la bomba y la nube en
forma de champiñón» desde lo lejos. Después de aquello, la lección de su madre —dar a los demás sin
esperar nada a cambio— se le quedó grabada con mayor intensidad.) A veces, cuando era pequeño, su
madre lo bañaba fuera, en un barreño, como es costumbre hacer en Japón. Colocaba una hoja en el
agua, fuera del alcance de su hijo. Cuando él intentaba cogerla, la hoja solía hundirse o se alejaba
flotando, pero cuando se sentaba tranquilamente en el agua, ella le enseñaba a mover con suavidad la
corriente del agua para que la hoja flotara hacia él de forma natural. «Cuando hay un propósito siempre
encontramos el camino», le decía, explicándole que eso suele conseguirse encontrando la quietud en
lugar de provocando un alboroto.
Pero también le transmitió un involuntario mensaje espiritual a su hijo cuando un día Kawakami,
mientras estaba jugando, rompió la querida estatua de Buda de su madre. Se puso muy furiosa y le
advirtió que podía recibir graves consecuencias por haber lastimado a Buda de aquella forma. Él esperó
y esperó. Al principio estaba aterrorizado, pero cuando se dio cuenta de que en realidad no iba a
suceder nada, que no iba a recibir ningún castigo del otro mundo, se liberó. Su madre se había
equivocado. Y en ese momento dejó de creer en las supersticiones que suelen acompañar a las creencias
religiosas.
***
Kawakami es una especie de celebridad en Japón. Hoy día es conocido por sus habilidades para sanar,
pero se hizo famoso en 1972, cuando lo proclamaron Mr. Japón tras participar en su primera
competición de culturismo. (Más tarde participaría en la competición de Mr. Universo.) En aquella
época no había gimnasios en Japón. Fascinado por los culturistas americanos, Kawakami se entrenó
con pesas y un equipo que se fabricó él mismo, modelando las piezas según los patrones que había
visto en la revista Strength and Health 196 (que traducía él mismo para poder leer los artículos). Me
enseñó unas fotografías de esa época en las que se puede ver a un joven y sorprendentemente
musculoso Kawakami rodeando con el brazo a Arnold Schwarzenegger.
Kawakami disfrutó del duro entrenamiento del culturismo y comprendió la potencia energética que
poseía al hacerlo. Pero, cuando llegó a cierto punto, se dio cuenta de que había topado con una pared.
Quería ampliar su entrenamiento, conseguir una mayor concentración. Cuando Kawakami tenía 33
años, participó en un concurso de culturismo internacional en Iraq donde conoció a un culturista indio
llamado Monotosh Roy. Los dos se hicieron grandes amigos. Con el tiempo, Roy se convirtió en el
maestro de Kawakami y le enseñó a ir más allá de la agresividad del culturismo y adentrarse en una
disciplina mucho más disciplinada y meditativa, el yoga. Pronto Kawakami abandonó la práctica del
culturismo para dedicarse en cuerpo y alma al estudio del yoga. Se quedó cautivado por la resolución
del esfuerzo, la completa absorción que se requería de mente y cuerpo. Hasta ese momento, su
determinación era contundente, y ahora notaba que estaba ganando un firme control de su cuerpo
mientras, al mismo tiempo, profundizaba en su habilidades meditativas. Aquellos dos atributos —el
control de su cuerpo y de la quietud mental— se convertirían en la pieza principal de la filosofía y la
práctica de Kawakami.
Gracias a la práctica del yoga desarrolló un método de respiración propio en el que toma aire dos
veces por minuto durante un periodo de veinte minutos, reduciendo el ritmo cardíaco además de
inhibir sus reacciones a los estímulos internos y externos. (Una vez realizó este ejercicio en la consulta
de un médico; cuando la enfermera le tomó el pulso fue incapaz de encontrarlo.) Kawakami se sentía
tan seguro practicando esa clase de respiración, y se sentía tan profundamente apacible al hacerlo, que
empezó a verlo como una especie de iluminación. «Soy capaz de alcanzar un estado espiritual de
perfecta quietud —me dijo—, y al hacerlo puedo controlar mis cinco sentidos para no sentir nada».197
Siguiendo una ruta completamente única, Kawakami alcanza una trascendencia que otros como Kiran,
Bill y Abe también han descrito: él ya no siente la separación de sí mismo porque se ha unido
completamente con la fuente.
Y es en este punto de la historia donde saltan a escena los pinchos de la lengua. Para poner a prueba
su habilidad para expandir su conciencia, Kawakami empezó a someterse a actos brutales de
automutilación. Una vez que había alcanzado un estado de meditación profunda, por ejemplo, se
sujetaba la lengua con una mano mientras se clavaba un pincho con la otra, y descubrió que no sentía
ningún dolor al hacerlo.
«La única forma de saber si has alcanzado el control de tu conciencia es poniéndote a prueba de
alguna forma —reflexiona Peper, que ha observado a Kawakami en su laboratorio en varias ocasiones
mientras éste lo hacía—. Cuando descubrió que podía perforarse, supo que realmente había dominado
la técnica. No es tan distinto de cuando se convirtió en Mr. Japón. En esencia, es como cualquier otro
atleta o meditador, alguien que ha ido desarrollando esta práctica a lo largo del tiempo y, como
resultado, ha alcanzado un nivel de control extraordinario.»198
Además del estudio que Peper hizo sobre Kawakami199 —durante el que estuvo conectado a un
EKG y un EEG, y ambos demostraron que Kawakami apenas demostraba reactividad física mientras
el pincho le perforaba la lengua—, también se sometió a un estudio de un grupo de investigadores de
Japón, que le quemaron los pies con láseres médicos (que se utilizan para quemar tejidos) mientras él
estaba inmóvil en una máquina de resonancia magnética. También descubrieron que no se registraba
ningún indicador de dolor en su cerebro. Sin embargo, cuando le extrajeron sangre después del
experimento, descubrieron un aumento significativo de endorfinas, cosa que sugería que su cuerpo
había respondido al dolor produciendo sus analgésicos naturales, incluso aunque su cerebro no hubiera
registrado la sensación de dolor.
Aunque ni siquiera Kawakami es capaz de ofrecer una explicación sobre este alterado estado —el
acto nació, y lo practica por puro instinto—, Peper cree que existen dos componentes que ayudan a
descifrar el fenómeno. «No experimenta anticipación al dolor [mientras lo atraviesa el pincho]… En
algún rincón de lo más recóndito de su mente se siente completamente a salvo —sugiere Peper—. Y la
segunda parte: utiliza la respiración como mecanismo para no sentir dolor, para controlarlo y no
reaccionar».200
La idea de que la respiración de Kawakami pueda ayudarlo a bloquear el dolor nos vuelve a conectar,
en realidad, a la teoría de Leah Lagos sobre la variabilidad del ritmo del corazón, la medición de esa
variación entre latidos. Lagos, como ya comentamos en el capítulo 2, les enseña a sus pacientes
ejercicios de respiración con el objetivo de ayudarlos a desarrollar la «habilidad para controlar su
fisiología y psicología mediante el ritmo cardíaco».201 Al alterar el sistema nervioso autónomo del
cuerpo —que abarca las reacciones simpáticas (lucha o huida) y parasimpáticas (relajantes)— mediante
la respiración, los pacientes de Lagos son capaces de modificar su respuesta al estrés. Kawakami,
aunque es evidente que es un caso extremo, en lo fundamental está aplicando el mismo mecanismo.
Cuando inhala, al estar activado simpatéticamente, detiene todo movimiento; en plena exhalación,
cuando hay un aumento de la actividad parasimpática o, tal como lo describe Peper, «regeneración», se
atraviesa el cuerpo con el pincho. En la fase de exhalación, en otras palabras, no siente la herida. (Y
aquí me siento obligada a decir: por favor, ¡no lo intentéis en casa! Ni que decir tiene que Kawakami es
una criatura extraña; nunca he visto una persona igual, y tal vez no vuelva a ver ninguna más.) Está
claro que existe una relación compleja entre los aspectos fisiológicos y psicológicos —e incluso
espirituales— que permite que Kawakami consiga hacer lo que hace sin sentir ningún dolor. Pero yo
creo que su técnica de respiración y el control que ha logrado tener sobre su sistema nervioso juegan un
papel crucial, no solo desarrollando su resistencia, también en su capacidad como sanador.
***
El control que tiene Kawakami sobre su cuerpo y su mente le permite disponer del espacio necesario
para sanar a otras personas. Al expandir su propia conciencia, me explicó, es capaz de obtener una clara
visión de las necesidades del paciente, además de un camino directo hacia la energía necesaria para
sanar. Aunque su técnica parezca drástica, en realidad solo es una variación de lo que todos los
sanadores que aparecen en este libro, incluyéndome a mí misma, describen como la condición
necesaria para ayudar a los demás: es decir, someterse a la percepción del yo de forma independiente.
Kawakami también insiste en la importancia de mantener un equilibrio emocional estable. Las
intromisiones diarias de la mente que experimentamos la mayoría de personas —ya sea por ansiedad,
rabia o tristeza— nos mantienen a nosotros y a nuestra energía anclados a una conciencia estrecha y
aislada. Y es esta separación la que conlleva la clase de problemas que Kawakami llama «emergencia
espiritual», una crisis emocional o física que obliga a una persona a hacer frente al sufrimiento, tanto el
pasado como el presente.
Y es en esa coyuntura cuando las personas suelen acudir a Kawakami en busca de orientación y
sanación. En sus sesiones, como ya he explicado antes, sus aprendices ayudan a los pacientes a acceder
a la información de sus vidas pasadas a través de la escritura automática; a veces también les piden a los
pacientes que escriban. Cuando estaba en Fukoka presencié como Kawakami trabajaba con una joven
que tenía un eccema en gran parte del cuerpo. Kawakami posó las manos sobre las partes del cuerpo de
la mujer en las que la enfermedad estaba más concentrada y empezó a cantar. El sonido que emitía era,
al principio, penetrante —como una alarma—, pero también era un tono puro, con una cualidad
chamánica clásica. «Cuesta mucho albergar pensamientos al mismo tiempo que escuchas ese tono —
me explicó Peper en una ocasión hablando sobre los cantos de Kawakami—. Casi se podría decir que
elimina los pensamientos y las preocupaciones porque te sientes invadido por el tono.» Yo pensé que
era una maniobra muy astuta. Es decir, cuando nos dejamos absorber por un sonido, en particular uno
que requiere concentración para poder adaptarse a él, también estamos desviando la atención de la
desconfianza, la autoprotección o la vergüenza, sentimientos que podrían evitar que nos abramos a una
sesión curativa. (Exploraré el uso del sonido con más detalle en el capítulo 9.) La joven cerró los ojos y
se quedó muy quieta. Kawakami le dio a la chica un sujetapapeles y un bolígrafo. Sin abrir los ojos, y
como si estuviera en trance, ella empezó a escribir una historia. Era una historia, según me explicó el
traductor de Kawakami, de su vida pasada, cuando había sido un hombre que trabajaba como médico.
Había tenido mucho éxito y un doctor rival le había vertido aceite hirviendo en la mano empujado por
un ataque de celos. La piel de la mano se le gangrenó y se le llenó de gusanos.
«Desde una perspectiva fisiológica, si observas el cerebro de Kawakami o de sus aprendices, o
incluso el de sus pacientes cuando están siendo tratados por Kawakami y hacen ejercicios de escritura
automática, se observa que están en un modo más receptivo durante ese tiempo —comenta Peper, que
expuso a algunos de los aprendices de Kawakami a un EEG mientras hacían ejercicios de escritura
automática—. En ese momento no están orientados a la reacción o al estímulo. Se relajan tanto, se
desprenden de sí mismos, están pasivamente abiertos; es parte de la práctica del yoga. Y ellos escriben
todos los mensajes que acuden a su mente. Creo que todo el mundo puede aprender a hacerlo».202 Y
ya lo creo que sí: eso es lo que hizo Neale Donald Walsch cuando escribió Conversaciones con Dios.
Kawakami descubrió sus vidas pasadas, tal como lo cuenta él mismo, cuando meditó durante 29 días
seguidos y después se puso a escribir. Sintió que estaba accediendo a una fuente de información masiva
del universo. Descubrió que el destino de su espíritu siempre había sido el de ayudar a otras personas;
él cree que es algo que se ha repetido a lo largo de varias vidas y encarnaciones. «He tenido el mismo
trabajo durante cinco mil años», me manifestó. La experiencia cristalizó para él la idea de que otras
encarnaciones se quedan con nosotros, y que su papel es sanar los traumas acumulados y el dolor como
camino a la felicidad.
«Yo diría que a medida que vas desarrollando la técnica de la meditación desarrollas habilidades
psíquicas. A medida que Kawakami [desarrollaba su técnica de meditación]… y desarrollaba una
profunda empatía, empezó a comprender su conciencia en sus múltiples niveles, cosa que, si tengo que
ser sincero, no acabo de comprender del todo —dice Peper sobre la experiencia de la escritura
automática de Kawakami—. Estoy convencido de que para él es cierto (me refiero a su interpretación
de esa realidad energética), de que es el modelo que ha creado porque encaja en sus condicionantes
culturales. Y lo cierto es que le he visto hacer cosas increíbles». Para mí, la escritura automática es otra
manifestación resultante de haber eliminado el filtro entre la persona y ese campo de energía superior.
Es evidente que hay muchas trampas en esta práctica (he visto a muchas personas que creían estar
escribiendo automáticamente cuando en realidad era su subconsciente o su ego el que hablaba), pero
creo que también es posible encontrar un ritmo, como le ocurrió a Neale, como hace Kawakami, y
empezar a transcribir información que está flotando en el campo. La escritura automática auténtica no
es diferente a la inspiración artística, cuando una persona consigue acceso total a las ideas o los
conocimientos o incluso las instrucciones que proceden del campo de energía superior. Y por eso creo
que Kawakami estaba haciendo una especie de versión mental de la escritura automática cuando nos
conocimos y me habló de la tristeza que me había provocado mi madre cuando yo era niña; no hay
duda de que es uno de los sanadores más evolucionados que he conocido —desprende una arrolladora
sensación de calidez y seguridad—, y no me sorprende que sea capaz de conseguir información sobre
otras personas de esa forma.
***
Lo que más me sorprendió sobre Kawakami fue que su feroz disciplina no tiene nada que ver con el
ascetismo o las privaciones. En realidad, está relacionada con la expansión. Aunque los ejercicios para
expandir la mente y la conciencia se han puesto de moda últimamente («Todo el mundo está
intentando alterar su conciencia»,203 como dijo un joven emprendedor hace poco) —cosa que ha dado
pie a la creación de aplicaciones de mindfulness y flotariums—, suelen estar motivados por el deseo de
aumentar el rendimiento y la felicidad (además de potenciar los negocios), mientras que en el caso de
Kawakami es un empeño por reducir la percepción de sí mismo, en lugar de potenciarla. Sus practicas
de yoga, de respiración y meditación persiguen un objetivo: conectar con un campo de energía superior.
La prueba de ello queda clarísimamente reflejada en su capacidad de autoinfligirse dolor, pero, de una
forma más sutil, en su apacible temperamento y su fortaleza como sanador. Muchas tradiciones
relacionadas con la curación suponen un aumento de la conciencia o el acceso a otros reinos, pero a
menudo esto se suele conseguir con la ayuda de alucinógenos. Los chamanes, por ejemplo, toman
ayahuasca, un preparado hecho con ingredientes naturales, incluyendo la hoja de ayahuasca
(Banisteriopsis caapi) y un arbusto llamado chacruna (Psychotria viridis).204 El preparado contiene la
droga alucinógena llamada dimetiltriptamina (DMT), a veces llamada la molécula espiritual, porque
provoca experiencias espirituales.205
Para inducir este estado místico, los nativos americanos ingieren peyote de un pequeño cactus sin
espinas que contiene mescalina, un alcaloide psicoactivo que provoca efectos alucinógenos similares a
los del LSD y los hongos alucinógenos. La medicina occidental también está empezando a reconocer el
valor terapéutico de los alucinógenos: durante la última década ha empezado a considerarse una
práctica beneficiosa la administración de microdosis de estas sustancias en muchos círculos. Los
investigadores han empezado a analizar los efectos de la psilocibina206 (provocando a sus pacientes
«viajes» controlados en sus clínicas con música relajante y terapeutas a su servicio) con la esperanza de
que se pueda utilizar con eficacia para tratar diferentes enfermedades mentales como la depresión, la
adicción y la ansiedad. En un experimento clínico en la Universidad de California en Los Ángeles,207
descubrieron que doce pacientes con cáncer terminal redujeron sus niveles de ansiedad durante tres
meses después de tomar la droga, y la mejoría en el estado de ánimo duró hasta seis meses. En
experimentos para estudiar el fármaco en la Johns Hopkins University, que se publicaron en 2006,208
2008209 y 2011,210 les administraron diferentes dosis de psilocibina a 36 sujetos «sanos, normales» con
una orientación espiritual de alguna clase (desde personas que asistían a la iglesia o a la sinagoga hasta
las que participaban en grupos de meditación). En el estudio de seguimiento a los catorces meses del
inicio del experimento en el año 2011, el 94 por ciento de los voluntarios catalogaban su experiencia
como una de las cinco experiencias espirituales más significativas de sus vidas; el 83 por ciento afirmó
que había aumentado su sensación general de bienestar. Robin Carhart-Harris, psicofarmacólogo y
principal director de los estudios sobre fármacos psicodélicos del Imperial College de Londres, utilizó
un MRI para analizar la actividad del cerebro cuando los sujetos estaban bajo el efecto de la
psilocibina.211 El equipo de Carhart-Harris descubrió que el fármaco disminuye la actividad en dos
zonas: la corteza prefrontal medial (CPM) y la corteza cingulada posterior (CCP). Se sabe que la
CPM está más aciva durante los periodos de depresión, y se entiende que la CCP tiene su función en
todo lo que tiene que ver con la percepción y la identidad personal. Carhart-Harris explica: «Aumentar
la actividad en esto [la red del cerebro] está relacionado con una excesiva introspección, quedarse
atrapado en la cabeza de uno mismo y separado del mundo exterior».212
Mientras que sus métodos son diferentes —y no requieren alucinógenos de ninguna clase—, esto es
exactamente lo que Kawakami es capaz de conseguir: desprenderse de la identidad con todo su dolor y
sus distracciones. Y eso también viene acompañado de la dramática habilidad de permitir que pase la
energía, o la información, de ese campo superior. Regresé, después de haber conocido a Kawakami,
con la sensación de que aquel hombre era la prueba viviente de que tenemos más potencial de sanarnos
a nosotros mismos y a los demás de lo que podemos imaginar, por no mencionar que es posible abrir
nuestra mente a la información del campo energético sin necesidad de alucinógenos, ya sean naturales
o de cualquier otra clase. Resulta un desafío someterse a nuevas experiencias, particularmente cuando
son incómodas y requieren que ajustemos nuestra actitud hacia convenciones tan afincadas, pero los
resultados pueden ser increíbles. Peper describe la actitud de Kawakami de la siguiente forma: «Su
respuesta innata es: “vamos a explorar a ver qué encontramos”».213 Yo también me di cuenta de ello;
hay una desinhibición crucial en su disciplina. Esa apertura suprema, sumada al compromiso
inquebrantable con su disciplina y el deseo de ayudar a otros, parece haberle proporcionado
posibilidades ilimitadas.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Respiración circular
Las habilidades sanadoras del maestro Kawakami se basan en su capacidad para controlar su
respiración. Él expande su conciencia respirando anormalmente despacio. Para los que no tenemos esa
capacidad, acelerar un poco nuestra respiración puede ayudarnos a comprender cómo las técnicas de
respiración pueden alterar la conciencia y hacernos más receptivos a la información del campo superior.
Túmbate boca arriba, relájate y practica el ejercicio de respiración resonante del capítulo 2
inspirando mientras cuentas hasta seis y exhalando mientras cuentas hasta seis.
Cuando te sientas calmado y relajado, empieza a cambiar tu respiración. Respira lentamente
por la nariz permitiendo que el aire te expanda los pulmones y te hinche el abdomen. Cuando
termines de inhalar, empieza a exhalar inmediatamente por la boca a la misma velocidad.
Cuando termines de exhalar, empieza a inhalar inmediatamente otra vez por la nariz, lenta y
regularmente.
Concéntrate en esta respiración circular asegurándote de que no estás aguantando la
respiración. No tiene que haber pausas entre la inspiración y la exhalación, de forma que
cuando tus pulmones estén casi llenos debes empezar a exhalar, y cuando estén casi vacíos,
empieces a inhalar de nuevo.
A medida que repites esta respiración circular notarás que estás respirando un poco más rápido
de lo normal, pero ten cuidado de no acelerar demasiado. No estoy intentando que
hiperventiles, y no deberías ponerte nervioso. Al contrario, este ejercicio debería salirte sin
esfuerzo, y tu cuerpo debería estar calmado y relajado.
Cuando lleves unos diez minutos es posible que empieces a notar un cambio en tu conciencia.
Algunas personas describen sentir euforia o un hormigueo. Llegados a este punto es posible
que te sientas anormalmente receptivo a la inspiración.
Para cuando lleves veinte minutos, y respira con normalidad durante algunos minutos.
Normalmente, es justo en este momento cuando yo me siento más conectada a la fuente.
Escribe todos los pensamientos que te vengan a la mente. Suelen ser reveladores.
Este ejercicio puede provocar mareos a algunas personas. No lo hagas si no te encuentras bien y, en
especial, si estás embarazada o tienes la tensión alta o alguna enfermedad cardiovascular.
196. La publicación dejó de imprimirse en 1986 y (por desgracia) no existe versión electrónica.
199. P. Arambula, E. Peper, M. Kawakami y K. Hughes Gibney, «The Physiological Correlates of Kundalini Yoga
Meditation: A Study of a Yoga Master», Applied Psychophysiology and Biofeedback 26, n.o 2 (2001): pp. 147–153.
203. Kevin Gray, «Inside Silicon Valley’s New Non-Religion: Consciousness Hacking», 1 de noviembre de 2017,
https://www.wired.co.uk/article/consciousness-hacking-silicon-valley-enlightenment-brain.
204. J. Riba, S. Romero, E. Grasa, E. Mena, I. Carrió y M. J. Barbanoj, «Increased Frontal and Paralimbic Activation
Following Ayahuasca, the Pan-Amazonian Inebriant», Psychopharmacology 186, n.o 1 (2006): pp. 93–98.
205. Nuestros cuerpos son capaces de producir DMT de forma natural. Una de las explicaciones más fascinantes y
controvertidas sobre las experiencias cercanas a la muerte fue expuesta por el doctor Rick Strassman, profesor de psiquiatría
de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nuevo México que, en la década de 1990, propuso que la glándula pineal
libera grandes cantidades de DMT en las horas previas a la muerte y cuando nacemos. Dependiendo de nuestro punto de
vista, esto significa que, o bien el DMT nos conecta con nuestro espíritu en los momentos en que estamos entrando y
saliendo de este mundo (que es como lo vería un chamán), o bien el DMT provoca un «viaje» espiritual que nos provoca la
ilusión de estar conectados con algo superior.
206. Nell Casey, «Just Don’t Mention Timothy Leary», Whole Health Report,
http://www.nellcaseywriter.com/pdfs/psych.pdf.
207. C. S. Grob, A. L. Danforth, G. S. Chopra, M. Hagerty, C. R. McKay, A. L Halberstadt y G. R. Greer, «Pilot Study
of Psilocybin Treatment for Anxiety in Patients with Advanced-stage Cancer», Archives of General Psychiatry 68, n.o 1
(2011): pp. 71–78.
208. R. R.Griffiths, W. A.Richards, U. McCann y R. Jesse,«Psilocybin Can Occasion Mystical-Type Experiences Having
Substantial and Sustained Personal Meaning and Spiritual Significance», Psychopharmacology 187, n.o 3 (2006).
211. R. L. Carhart-Harris, «Neural Correlates of the LSD Experience Revealed by Multimodal Neuroimaging», PNAS
113, n.o 17 (2016): pp. 4853–4858.
212. Ibidem.
213. Erik Peper, en conversación con la autora en 2017.
8
¿QUÉ ES UN PLACEBO?
Hace unos años visité a un sanador de renombre en Nueva York. Llevaba más de una década
escuchando hablar sobre sus éxitos, aunque últimamente la gente ya no parecía nombrarlo tanto. Llegó
a lo más alto en la década de 1980 y era conocido por una energía particular que le salía de las manos
cuando las pasaba por encima del cuerpo de sus pacientes. La sensación, según me la había descrito la
gente, no se parecía a nada de lo que yo había experimentado hasta entonces. Lo que explicaban
parecía auténtica brujería, y utilizaban palabras como «chisporroteo» e «intenso» y «agudo». Cuando
por fin fui a ver a ese sanador —un hombre mayor en aquella época, que me esperaba en una oficina
llena de fotografías en las que se le veía posando con personalidades de su época (Melanie Griffith,
Don Johnson y Barbra Streisand entre otras)—, confieso que yo también me quedé sobrecogida.
Mientras sostenía las manos a unos quince centímetros de mi cuerpo sentí una palpable —y, sí,
chisporroteante— electricidad. Mientras aquella extraña corriente me recorría, el sanador me iba
hablando sobre su vida.
Hacía ya casi cuarenta años, me dijo, adoptando el tono relajado del que cuenta una historia bien
mascada, los alienígenas lo habían abducido. No recordaba lo que había ocurrido mientras estaba con
ellos, pero cuando lo soltaron descubrió que tenía la capacidad para conjurar la energía que ahora
emanaba de sus manos. Pronto descubrió que aquel contacto eléctrico también era un contacto sanador
y, cuando las personas a las que había ayudado empezaron a compartir su historia, empezaron a acudir
a él personas de toda condición. Desconcertada por su historia —y por el hecho de que, mientras
hablaba, me sentí como si fuera un disco sobre el que estuviera deslizando una aguja—, salí de la
consulta del sanador sintiendo un absoluto estupor.
Mientras recorría Manhattan, desde su consulta hasta la mía, pensé en su inverosímil historia,
sumada a su evidente habilidad para canalizar aquella energía tan vigorosa. Comprendía que la gente se
dejara impresionar por aquella experiencia: la dramática historia y la extraña pero innegable sensación
que provocaban sus manos. Pero entonces me pregunté: ¿qué pasa si eso es todo? ¿Y si este hombre es
verdaderamente capaz de generar una energía que los demás pueden sentir, y después les habla sobre
ese increíble encuentro y la esperanza —y la promesa— de todo junto los convence de que se han
curado? Y, por tanto, se curan?
Entonces me di cuenta de que debería de hacerme las mismas preguntas sobre mí misma. ¿Y si yo
también me estaba limitando a convencer a mis pacientes de mis habilidades? La idea me hizo sentir
extremadamente incómoda. Para empezar, no estaba dispuesta a dejar que me metieran en el mismo
saco que una persona que decía que había sido abducida por extraterrestres. Y lo más importante es
que no me gustaba pensar que mi trabajo podía reducirse a poco más que un truco psicológico, o un
placebo. Como le ocurría a cualquier otra trabajadora sanitaria, me habían entrenado rigurosamente
para que viera el efecto placebo —que se refiere al resultado beneficioso producido por un fármaco o
tratamiento inactivo que funciona debido a la fe que tiene el paciente en su poder— como algo a
evitar. En una investigación, los científicos hacen todo lo posible para controlar el efecto placebo y lo
aíslan siempre que les es posible con el objetivo de discernir la consecuencia «real» del tratamiento
contra la consecuencia de la sugestión.
Esa idea —de que yo misma pudiera ser solo un placebo— me asustó tanto que me puse a investigar
el efecto placebo y no volví a asomarme hasta que estuve preparada para pronunciar una conferencia
online sobre el tema. Cosa que terminé haciendo en la conferencia TEDGlobal de Edimburgo en
2012.
***
Antes de poder hacer ningún juicio sobre los placebos tenía que entender mejor el papel que jugaban
en el terreno de la sanación. Como enseguida descubrí, los placebos han tenido mala prensa desde que
se acuñó el concepto. La palabra «placebo» viene del latín y significa «complacer». Cuando en la época
medieval se contrataban plañideras para participar en las velas de los difuntos, estas solían entonar un
verso del salmo 116: «Complaceré a los difuntos en la tierra de los vivos».214 Sin embargo, como
aquellas plañideras solo estaban actuando, no se las consideraba sinceras y la gente las llamaba
«placebos». El término se acabo colando en el mundo médico: a finales de siglo xviii, se utilizaba para
describir un método o un medicamento normal y corriente. Con el tiempo la definición fue cambiando,
y ya en el año 1811 el término «placebo» se definía como «cualquier medicamento adaptado más bien
para complacer que para beneficiar al paciente».215
En la medicina contemporánea, un placebo se suele definir como un tratamiento —como una
pastilla, una inyección o un procedimiento— que tiene un efecto inocuo, y normalmente se administra
sin que el paciente lo sepa. Lo interesante del caso es que las investigaciones han demostrado que
incluso la aparición de un placebo puede beneficiar la reacción del paciente al fármaco. Por ejemplo,
cuanto más grande es la pastilla, mayor es el efecto placebo que la acompaña, y dos pastillas provocan
un efecto más intenso que una. Los pacientes demuestran una reacción más positiva a pastillas de
marca que a las genéricas, y las reacciones más fuertes se observan en los placebos que se administran
por vía intravenosa.216 Incluso el color de las pastillas del placebo puede alterar los resultados: las
azules son más efectivas que las rojas para ayudar a la gente a dormir, y los pacientes suelen preferir las
pastillas verdes para tratar los trastornos relacionados con la ansiedad.217 Estos son la clase de detalles
caprichosos que han provocado que tanto médicos como científicos renieguen de los placebos por
considerarlos un trivial juego mental.
Y aun así, a pesar de sus asociaciones negativas, el placebo ha tenido un papel engañosamente
positivo en nuestras vidas. Se lo ha visto desde el principio como algo que tiene un efecto
psicológicamente gratificante, aunque superficial. Sin embargo, en 1955, Henry Beecher, anestesista,
autor de temas de ética y medicina y profesor de la Harvard Medical School, publicó un artículo muy
influyente titulado «The Powerful Placebo»,218 que cambió nuestra conciencia, si no nuestra
inclinación, por los placebos. Beecher expuso la sencilla pero radical idea de que nuestras emociones y
creencias pueden alterar de forma significativa nuestra percepción del dolor y que los beneficios y la
eficacia de los placebos —que se utilizaban con más frecuencia en aquella época, señaló, que cualquier
otro medicamento— debía ser reconocida.
La clarividente consideración de los placebos de Beecher fue apoyada por un estudio llevado a cabo
más de dos décadas después por tres científicos de la Universidad de California en San Francisco: Jon
Levine, Newton Gordon y Howard Fields. Se propusieron investigar si las endorfinas —un grupo de
hormonas segregadas en el cerebro y el sistema nervioso que activan el receptor opioide del cuerpo,
cosa que significa que actúan como analgésicos naturales— ofrecían una explicación bioquímica para el
efecto placebo. Para ello, los tres científicos les dijeron a un grupo de pacientes que se estaban
recuperando de una cirugía dental que estaban a punto de recibir una dosis de morfina, una solución
salina o un fármaco que podía aumentarles el dolor. Los dos últimos fármacos, desconocidos por los
pacientes, eran placebos.
Por último, los investigadores eliminaron a los que habían recibido morfina y dividieron al resto de
participantes en dos grupos: los que habían reaccionado a los placebos y los que no. A todos ellos les
habían administrado Naloxone, un fármaco sintético que bloquea los receptores opioides del sistema
nervioso a través de un gotero intravenoso. El Naloxone se utiliza para contrarrestar las sobredosis de
heroína y morfina, pero también bloquea el efecto analgésico de las endorfinas. Y, por tanto, los
participantes que habían reaccionado de forma positiva al placebo experimentaban un repentino
aumento del dolor cuando les administraban el Naloxone. Cuando les administraban el Naloxone a
aquellos que no habían reaccionado al placebo, no notaban ninguna diferencia en la intensidad del
dolor que sentían. Aquello fue revolucionario: fue el primer estudio que sugería que los placebos
pueden incitar respuestas químicas en el cerebro similares a los de los fármacos activos. Y eso
significaba que los placebos no solo eran psicológicamente importantes, sino que así mismo, de la
misma forma que el resto de medicamentos, también fisiológicamente. (Ni que decir tiene que
Kawakami, en cierto sentido, se convirtiera en su propio placebo: él también se llenaba el cuerpo de
endorfinas cuando se atravesaba la lengua con aquel pincho.) Posteriores estudios que empleaban
escáneres cerebrales han confirmado desde entonces el descubrimiento de la UCSF y posteriores
investigadores, el más notable de todos es el neurocientífico Fabrizio Benedetti de la Universidad de
Turin, han demostrado que los placebos tienen un efecto demostrable sobre los neurotransmisores.
Uno de los estudios de Benedetti,219 por ejemplo, descubrió que los placebos salinos no solo reducen
los síntomas de la enfermedad del Parkinson, sino que también pueden aumentar la producción de
dopamina, el neurotransmisor que el Parkinson le roba al cerebro.
Las investigaciones también sugirieron la existencia del efecto nocebo, que ocurre cuando un
«tratamiento ficticio», como se llama en ocasiones a los placebos, provoca consecuencias psicológicas y
fisiológicas con resultados negativos. (Nocebo en latín significa «haré daño»). En un estudio pionero,220
a quince pacientes que recibieron punciones lumbares, un procedimiento mediante el cual se extrae
líquido de la columna con una aguja, les dijeron que después les dolería la cabeza. Al final, siete de los
quince pacientes dijeron que habían tenido dolor de cabeza. Por otra parte, cuando a otros trece
pacientes no les advirtieron del posible efecto secundario, ninguno de ellos experimentó el dolor de
cabeza. De forma similar, en un estudio controlado aleatorio, a las mujeres que recibían la epidural
durante el parto se les informó sobre el proceso utilizando dos enfoques diferentes. A un grupo se le
dijo: «Vamos a administrarte un anestésico local que adormecerá la zona y te sentirás cómoda durante
el proceso», mientras que al otro grupo se le advirtió: «Vas a notar un gran pinchazo; es la peor parte
del procedimiento».221 Las mujeres a las que se les explicó la versión positiva informaron haber sentido
mucho menos dolor que aquellas a las que se les había explicado la versión negativa, a pesar de que
ambos grupos de mujeres habían pasado por el mismo procedimiento.
Aparte de nuestras expectativas, que a un nivel subconsciente nos empujan a disfrutar de una salud
mejor —o, en este caso del nocebo, a algo peor—, nuestras interacciones con los médicos y el personal
médico también pueden mejorar nuestra sensación de bienestar. Esto es conocido como el efecto
Hawthorne,222 o el efecto observador, según el cual las personas modifican un aspecto de su
comportamiento en respuesta al hecho de saberse observadas. En un contexto médico esto se expresa,
según han demostrado los estudios, cuando una persona tiene la sensación de que un médico es
particularmente atento, y su salud mejora más rápido.
Ted Kaptchuk, un destacado profesor de la Harvard Medical School (además de antiguo
acupunturista) y director del Harvard’s Program in Placebo Studies y el Therapeutic Encounter (PiPS)
en el Beth Israel Deaconess Medical Center, ha recibido millones de dólares en becas de los Institutos
Nacionales de Salud (NIH) para estudiar los placebos y ha publicado muchos artículos sobre su
investigación en prestigiosas publicaciones médicas.223 Haciendo un esfuerzo por ofrecer pruebas
científicas de este efecto placebo secundario —eso de que existen beneficios de salud asociados a una
transacción positiva entre un médico y un paciente—, Kaptchuk diseñó un estudio fascinante.224
Kaptchuk colaboró con un gastroenterólogo y estudió a un grupo de pacientes que padecían síndrome
de colon irritable, un desorden gástrico crónico acompañado de dolor y estreñimiento. Dividieron a los
262 participantes en tres grupos: un grupo de control, a los que les dijeron que estaban en lista de
espera para recibir un tratamiento; un grupo que recibió acupuntura «falsa» —que, como ya expliqué
en el capítulo 5, consiste en utilizar agujas retractiles o administrar los pinchazos en puntos que no son
de acupuntura—, y no tuvieron mucha interacción con el médico; y, por último, un grupo que recibió
una acupuntura falsa con un trato especial, cosa que significaba que los pacientes disfrutaban de
charlas de por lo menos veinte minutos en los que el médico se preocupaba por expresar sentimientos
empáticos y esperanza diciendo cosas como «sé que esto es difícil para usted» y «este tratamiento tiene
unos resultados excelentes» mientras, en ocasiones, les tocaba las manos o los hombros. Además, le
pidieron al médico que pasara por lo menos veinte segundos perdido en un silencio reflexivo, como si
estuviera fascinado por aquel dilema médico en particular, mientras hablaba con el paciente. A
Kaptchuk no le sorprendió descubrir que los pacientes que experimentaron mayor alivio de los
síntomas fueron aquellos a los que se trató con más cariño.225 Pero este estudio que ofrecía pruebas de
respuestas a la «dosisdependencia» de los placebos —en el que la atención personal también era uno de
los falsos remedios— generó un gran impacto en la comunidad médica: la posibilidad de tratar a sus
pacientes con compasión y atención era algo que los médicos podían alterar de forma realista e
inmediata para conseguir mejores resultados.226
Erik Peper sugiere que los resultados del estudio de Kaptchuk pueden ayudarnos a entender mejor la
dinámica del trabajo con energía. «Estamos programados para interpretar el mundo como un lugar
peligroso o seguro y esta es una cualidad no verbal, energética», dice. En referencia a cualquier
interacción entre dos personas, comenta: «También existe el procedimiento de las neuronas espejo [que
se ha descubierto que se desencadena cuando una persona observa la misma reacción en otra persona, y
entonces las neuronas «imitan» el comportamiento de la otra persona, como si el observador estuviera
actuando]. Por tanto, cuando un sanador está presente y tú estás nervioso, tienes a una persona segura
y cómoda, por lo que te sientes a salvo y ya empiezas a aumentar tu potencial curativo. Y entonces el
sanador hace algo y tú crees que está haciendo algo positivo e interpretas que te sientes diferente, y eso
restaura tus creencias».227
El descubrimiento de Kaptchuk también es un reproche del enfoque tradicional acerca de los
placebos: no se puede eliminar el efecto placebo de la ecuación porque no se pueden aislar las
emociones y las impresiones que se desencadenan en una transacción médica. O te sientes seguro o no,
y, en cualquier caso, eso tiene un papel, por lo menos en cierto nivel, en el resultado. Incluso antes de
aprender esta lección ofrecida por los placebos, yo siempre había sido muy clara con el personal de mi
clínica de acupuntura respecto a la atmósfera que quería promover. Es de sentido común que un
entorno compasivo y fiable ayudará a mejorar a cualquier paciente, pero también creo que el apoyo
debería acompañar todas las interacciones, no solo entre el médico y el paciente, sino entre todas las
personas de la clínica. Y creo que esta creencia fundamental de nuestra clínica ha tenido que ver con
nuestro éxito.
Sin embargo, existen algunas pruebas inquietantes que sugieren que los placebos no siempre son lo
inocuos o poco invasivos que queremos creer. Ian Harris, profesor de cirugía ortopédica en la
Universidad de Nueva Gales del Sur y autor de Surgery, the Ultimate Placebo,228 manifiesta que
incluso los procedimientos quirúrgicos pueden tener un efecto placebo. Según su experiencia y sus
investigaciones ha descubierto que, en algunos casos, se hacen operaciones más bien como gesto de
consuelo que porque la intervención sea necesaria. «Si quisieras obtener el placebo perfecto —dice—
sería invasivo, sería caro, sería administrado en un entorno rodeado de alta tecnología y lleno de
profesionales, y la persona que lo administrara sería un médico muy seguro de sí mismo. Y estas son
todas las cosas que convierten a la cirugía en un placebo tan potente».229 Mientras que los pacientes se
dejan influir por toda esta pompa, sugiere Harris, a los cirujanos les cuesta deprenderse tanto de las
tradiciones de toda la vida y de la inversión en su propio éxito. «Es muy difícil decirles [a los cirujanos]
que un procedimiento que llevan practicando toda su carrera no funciona»,230 argumenta Harris.
Señala la fusión espinal como un procedimiento que se ha demostrado —en la mayoría de las ocasiones
— que no es verdaderamente efectivo. Según Harris, se han hecho varios estudios231 que han
comparado el procedimiento de la fusión espinal para ciertas dolorosas enfermedades degenerativas de
la espalda con programas no invasivos como la terapia física o la terapia cognitiva conductual. Estos
estudios han demostrado de forma unilateral que los pacientes que se someten a la cirugía no se
encuentran mejor que aquellos que se someten a terapias cognitivas conductuales o físicas. «Por lo que
nos encontramos con un interrogante sobre la efectividad —dice Harris—. Comparado con
operaciones como la cirugía para un reemplazo de cadera, donde la tasa de éxito es extremadamente
alta, ronda el 95 por ciento, y las probabilidades de tener que operarse otra vez de la cadera son muy
bajas… Mientras que la tasa de fracaso en la fusión espinal es muy alta, y la necesidad de pasar por
otra cirugía de seguimiento es del 20 por ciento después de solo dos años».232 Además, Harris señaló
que la artroscopia de la rodilla, un procedimiento en el que se hace una pequeña incisión en la rodilla y
se inserta una cámara para poder ver las articulaciones, es una cirugía que se ha estudiado en
comparación con grupos de placebo que han recibido cirugías falsas, y no se ha observado diferencia
alguna en los resultados de ambos grupos.233
Peper cree que es importante establecer una distinción entre utilizar placebos activos y pasivos
cuando se estudia el efecto placebo. Por lo general, los placebos activos provocan efectos secundarios
leves (como las pastillas que contienen dosis bajas de cafeína, que pueden provocar un aumento del
ritmo cardíaco); los placebos pasivos no provocan efectos secundarios como ocurre, por ejemplo, con
una pastilla que contenga una dosis baja de azúcar. Las investigaciones de Peper han demostrado que
los placebos activos pueden provocar reacciones diferentes porque, cuando las personas notan un efecto
secundario, empiezan a creer que están mejorando. «Muchas medicaciones o procedimientos
quirúrgicos pueden parecer efectivos y pueden serlo —explica Peper—. Sin embargo, muchos nunca se
han comparado con los efectos de un placebo activo, solo con un placebo pasivo. En especial con los
fármacos psiquiátricos o algunos de los medicamentos que se administran para el dolor, el efecto que
puedas notar puede no deberse al ingrediente activo de la medicación, sino al efecto placebo, las
sensaciones físicas provocadas por los efectos secundarios de la medicación».234 En el caso de la
artroscopia en la rodilla, Peper cree que un placebo activo —es decir, una intervención ficticia en la
que al paciente se le administra una anestesia local y se le practica una incisión pero no se le somete a
ningún procedimiento quirúrgico— es necesario para utilizarlo en comparación a la cirugía real porque
el paciente experimenta un poco de dolor debido a la incisión y eso puede llevar al participante a creer
que se ha recuperado basándose únicamente en ese «efecto secundario».235 Los críticos han apuntado
que los placebos, en particular cuando se pasa por un procedimiento invasivo innecesario para obtener
resultados para algún estudio, son engañosos y, por tanto, no se administran de una forma ética. Por
otra parte, existen pruebas de que los pacientes se muestran perfectamente dispuestos a ser tratados
con placebos, y que eso no afecta al resultado si son conscientes de que se trata de un tratamiento
falso. En una ocasión, Kaptchuk diseñó un experimento236 en el que informó explícitamente a los
participantes de que iban a recibir pastillas inertes, explicándoles que los placebos suelen ser tan
efectivos como los medicamentos, y aun así casi el 60 por ciento de los participantes afirmaron sentirse
mejor.237
Últimamente se han publicado muchos estudios innovadores sobre el efecto placebo, varios de los
cuales sugieren que la efectividad de las medicaciones para el dolor puede ser atribuida en gran parte a
su valor como placebos. Un estudio del año 2015238 publicado en la revista Pain concluyó que a lo
largo de 17 años la eficacia de los analgésicos en los experimentos clínicos ha disminuido
drásticamente. En el año 1996 los experimentos revelaban que los medicamentos aliviaban el dolor en
un 27 por ciento más que los placebos, mientras que en el año 2013 esa distancia se habría reducido a
un 9 por ciento. Se han hecho estudios similares sobre el uso de Valium, y se ha descubierto que el
medicamento no tiene un efecto aparente sobre la ansiedad a menos que la persona sepa que la ha
tomado.
Los investigadores siguen buscando una razón coherente para explicar por qué el efecto placebo es
tan fuerte, y lo es cada vez más. Una teoría surge del descubrimiento de Kaptchuk sobre el hecho de
que la interacción entre médico y paciente provoca su propio efecto placebo. Los experimentos clínicos
que se han hecho últimamente en Estados Unidos son de mayor alcance y han incluido más
participantes en las casi dos décadas que separan los años 1996 y 2013. En 1990, un estudio medio
duraba cuatro semanas, mientras que en 2013 duró doce semanas; en la misma línea, el estudio medio
en 1990 incluía a cincuenta personas o menos, pero en el año 2013 los estudios incluían 700
participantes de media. A medida que han ido creciendo estos estudios, los investigadores han ido
incluyendo más elementos personales en el proceso, como contratar enfermeras que pudieran hablar
con los participantes. (Y probablemente no sea una coincidencia que, en una era en la que el contacto
personal con el médico ha ido disminuyendo debido a la intervención de la organización para el
mantenimiento de la salud y las políticas de las aseguradoras, los pacientes estén cada vez más
necesitados de esa clase de atención reconfortante). Otra teoría sugiere que estos estudios son cada vez
más rigurosos y que solo revelan las conclusiones que siempre han estado ahí: los analgésicos y los
antidepresivos o la cirugía pueden ser menos eficaces de lo que pensamos.239
Aun así, otros aseguran que el efecto placebo no es psicológico y químico por naturaleza, sino más
bien sociológico y energético. De hecho, Bill Bengston, a quien recordaréis de los estudios con ratones
con cáncer de los que hablamos en el capítulo 4, ofrece una hipótesis radicalmente distinta. Basándose
en su teoría del vínculo resonante, que sugiere que un vínculo energético creado por la conexión entre
investigador y participante puede hacerse extensible a otras personas dentro de un «campo
significativo» (recuerda los ratones del grupo de control que se curaron de forma inesperada en el
experimento de Bengston cuando entraron en contacto con los sanadores que tomaban parte en el
estudio). Él cree que los dos grupos (el de control y el otro) de los estudios sobre el efecto placebo se
están entremezclando, de forma que el estímulo real que se le da a un grupo afecta al otro.240 En otras
palabras, los grupos de control de estos experimentos son similares a los ratones del grupo de control
de sus experimentos: se están recuperando porque han empezado a formar parte del campo
significativo.
***
He investigado muchísimo sobre los placebos y, sin embargo, persiste la misma pregunta: ¿qué parte
de lo que consigo con mis pacientes puede atribuirse al efecto placebo? Al final he llegado a la
conclusión de que, de la misma forma que ocurre con la medicación, la acupuntura y la energía
curativa en general, es probable que contengan elementos de placebo. En su sentido más amplio, el
efecto placebo es cualquier cosa inocua que consigue que nuestro cuerpo se cure solo —tanto si es una
pastilla de azúcar como una conversación amigable con un médico—, una categoría en la que se puede
incluir tanto la acupuntura como la curación. Al llegar a esa conclusión también me di cuenta de que
los placebos no son el enemigo. En lugar de luchar, negar o aislar el efecto placebo deberíamos estar
aceptándolo. Si está funcionando como parte del proceso curativo, y cada vez más como parece ser,
¿por qué temerlo?
Igual que la descripción que hace Kaptchuk sobre los discretos hilos que se entrelazan para crear el
efecto placebo —nuestros cerebros, nuestros cuerpos, el método como se administra el placebo, el
entorno físico, la actitud del médico—, yo también creo que la curación energética es un
entrelazamiento de una variedad de elementos que no siempre son cuantificables. Por ejemplo, en
acupuntura, el efecto placebo puede ocurrir al combinarlo con la intervención eléctrica que se extiende
a través de la fascia. O quizá potencie el empuje de la curación por imposición de manos, que provoca
una mensurable resonancia entre el sanador y el paciente, lo que resulta en una sensación de seguridad
que abre al paciente a la información que cambia el mecanismo de curación del cuerpo. Al final me he
dado cuenta de que la compasión y la fe son antídotos poderosos, y deberían aprovecharse en cualquier
forma en la que se presenten.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Escaneo corporal
Túmbate en un sitio donde estés cómodo, como en tu cama o en un colchón para hacer yoga en el
suelo.
Pasa unos cuantos minutos practicando la respiración resonante del capítulo 2 inspirando con
suavidad mientras cuentas hasta seis y exhalando mientras cuentas hasta 6.
Cuando notes que tu mente se relaja, examina tu cuerpo con tranquilidad en busca de las zonas
donde notes tensión o incomodidad.
Cuando identifiques esas zonas, concéntrate en ellas sin emitir juicios.
Permite que tus pensamientos, sentimientos y creencias asociados a esa zona de tu cuerpo estén
presentes y que te informen de la raíz de tu incomodidad, pero no te ates a ellas.
Cuando te parezca bien, busca un recuerdo que invoque una sensación de seguridad y calidez.
Coge esa energía y dirígela a la zona de tensión.
Permite que la calidez vaya liberando la densidad y el sufrimiento.
Mientras notas cómo se te relaja la zona, vuelve a concentrarte en tu respiración.
Prosigue con el examen de tu cuerpo deteniéndote para disipar la tensión que encuentres en otras
zonas de tu cuerpo.
Debería tomarte unos treinta minutos. Cuando termines, quédate tumbado durante algunos minutos
más y date cuenta de cómo ha cambiado la experiencia de tu cuerpo.
214. M. Spencer, «The Power of Nothing: Could Studying the Placebo Ef-fect Change the Way We Think about
Medicine?» The New Yorker, diciembre 12, 2011, https://www.newyorker.com/magazine/2011/12/12/the-power-of-
nothing.
215. Ibidem.
216. Ibidem.
217. Ibidem.
218. H. K. Beecher, «The Powerful Placebo», Journal of the American Medical Association 159, n.o 17 (1955): pp. 1602–
1606.
219. F. Benedetti y otros, «Teaching Neurons to Respond to Placebos», Journal of Physiology 594, n.o 19 (2016): pp. 5647–
5660.
220. R. Klinger, M. Blasini, J. Schmitz y L. Colloca, «Nocebo Effects in Clinical Studies: Hints for Pain Therapy», Pain
Reports 2, n.o 2 (2017).
221. Ibidem.
222. M. Spencer, «The Power of Nothing: Could Studying the Placebo Effect Change the Way We Think about
Medicine?» The New Yorker, 12 de diciembre de 2011, https://www.newyorker.com/magazine/2011/12/12/the-power-of-
nothing.
223. J. Kong y otros, «A Functional Magnetic Resonance Imaging Study on the Neural Mechanisms of Hyperalgesic
Nocebo Effect», Journal of Neuroscience 28, n.o 49 (2008): pp. 13354–13362; J. Kong y otros, «Brain Activity Associated
with Expectancy-Enhanced Placebo Analgesia as Measured by Functional Magnetic Resonance Imaging», Journal of
Neuroscience 26, n.o 2 (2006): pp. 381–388; T. J. Kaptchuk, P. Goldman, D. A. Stone y W. B. Stason, «Do Medical
Devices Have Enhanced Placebo Effects?» Journal of Clinical Epidemiology 53 (2000): pp. 786–792.
224. T. J. Kaptchuk y otros, «Components of Placebo Effect: Randomized Controlled Trial in Patients with Irritable
Bowel Syndrome», British Medical Journal 332 (2006): pp. 391–397.
225. Ibidem.
226. Ian Harris, Surgery, the Ultimate Placebo: A Surgeon Cuts Through the Evidence (NewSouth Publishing, Sídney, 2016),
Kindle location 2309.
228. Ian Harris, Surgery, the Ultimate Placebo: A Surgeon Cuts Through the Evidence (Sídney, NewSouth Publishing, 2016).
230. Ibidem.
231. Richard Deyo, «Epidemiology of Spinal Surgery: Rates and Trends», School of Public Health, University of
Washington, http://depts.washington.edu/ccor/studies/SpineSurgEpi.shtml; J. T. Street y otros, «Morbidity and Mortality
of Major Adult Spinal Surgery: A Prospective Cohort Analysis of 942 Consecutive Patients», Spine Journal 12, n.o 1
(2012): pp. 22–34; A. J. Schoenfeld, L. M. Ochoa, J. O. Bader, P. J. Belmont Jr., «Risk Factors for Immediate
Postoperative Complications and Mortality Following Spine Surgery: A Study of 3475 Patients from the National Surgical
Quality Improvement Program», Journal of Bone and Joint Surgery (American) 3, n.o 17 (2011): pp. 1577–1582; Richard
Deyo y otros, «Trends, Major Medical Complications, and Charges Associated with Surgery for Lumbar Spinal Stenosis in
Older Adults», Journal of the American Medical Association 303, n.o 13 (2010): pp. 1259–1265.
233. Ian Harris, Surgery, the Ultimate Placebo: A Surgeon Cuts Through the Evidence (NewSouth Publishing, Sídney, 2016),
Kindle locations 981–982.
235. Ibidem.
236. C. Carvalho, J. M. Caetano, L. Cunha, P. Rebouta, T. J. Kaptchuk y I. Kirsch, «Open-Label Placebo Treatment in
Chronic Low Back Pain: A Randomized Controlled Trial», Journal of Pain (2016).
237. Reuters, «Placebos Help, Even When Patients Know About Them», https://www.reuters.com/article/us-
placebo/placebos-help-even-when-patients-know-about-them-idUSTRE6BL4IU20101222.
239. Melissa Dahl, «The Placebo Effect Is Getting Stronger–But Only in the U.S.», The Cut, 9 de octubre de 2015,
https://www.thecut.com/2015/10/placebo-effect-is-getting-stronger.html.
240. W. F. Bengston y M. Moga, «Resonance, Placebo Effects, and Type II Errors: Some Implications from Healing
Research for Experimental Methods», Journal of Alternative and Complementary Medicine 13, n.o 3 (2007): pp. 317–327.
9
SÉ TU PROPIO SANADOR
Madhu Anziani tenía 23 años cuando se cayó accidentalmente por la ventana de un segundo piso de
su casa de San Francisco, California. Sus compañeros de piso escucharon sus gritos y encontraron a
Anziani hecho un ovillo muerto de dolor en el patio de ladrillos que había abajo. Cuando Anziani llegó
al centro médico de la Universidad de California en San Francisco lo sometieron a una intervención
que duró trece horas para recomponerle múltiples vértebras del cuello. Sus padres, que estaban en
Nueva York cuidando de su abuela, dieron el permiso para la operación: «Mi vida dependía de ello»,
comentó Anziani. Su padre y su hermana volaron inmediatamente a San Francisco, y cuando llegaron
descubrieron que Anziani había superado la intervención pero estaba en coma. Aunque su columna
vertebral no se había roto del todo, estaba tan lastimada que los médicos advirtieron a sus familiares
que lo más probable era que quedara paralítico del cuello para abajo.
«Estaban preocupados por que me quedara tetrapléjico. Las probabilidades no me eran muy
favorables —cuenta Anziani—. Por suerte mi lesión era incompleta, no me había fracturado la
columna del todo. Si te rompes la columna tienes un 99,9 por ciento de probabilidades de que no se
cure. Pero cuando la fractura es incompleta hay potencial, todavía hay alguna posibilidad.»241
Y esa oportunidad fue la abertura —la luz que todavía se colaba por las rendijas— a la que se aferró
Anziani. En cierto modo ya se había estado preparando para eso. Estudiaba en el programa del
Instituto para el Estudio de la Salud Holística de la Universidad Estatal de San Francisco —y Erik
Peper era uno de sus profesores—, y estudiaba las distintas modalidades de curación energética, con
especial atención al reiki y a la curación por medio de sonidos. El programa enseña una concienciación
holística de la enfermedad y el tratamiento, y reconoce la interdependencia de las emociones, los
procesos fisiológicos y el entorno, al mismo tiempo que se alimenta de las distintas culturas de todo el
mundo para integrar una gran variedad de tradiciones curativas.
El padre y la hermana de Anziani contactaron con la profesora de reiki de Anziani un día después de
llegar a San Francisco y le pidieron que les enseñara reiki, que surgió en Japón en 1922 y emplea una
técnica llamada «curación palmar», a la que se suele aludir más comúnmente como curación por
imposición de manos, lo que significa que un sanador canaliza la energía con suavidad colocando las
manos sobre la cabeza y el torso del paciente. La profesora de reiki invitó a la hermana y el padre de
Anziani a trabajar con ella durante un día; les practicó tratamientos a los dos para ayudarlos a entender
aquella terapia curativa. También les enseñó los rudimentos del reiki para que pudieran probarlo
también con Anziani. Tanto el padre de Anziani como su hermana y su profesora practicaron con
Anziani cada día mientras él estaba en coma; pidieron a sus familiares y amigos que fueran a visitarlo,
que hablaran con él, que rezaran por él.
Cuando Anziani recuperó la conciencia después de 18 días, descubrió que no podía hablar.
Permaneció en silencio durante mucho tiempo, observando mientras los demás se afanaban a su
alrededor. Un mes después, sin embargo, cuando volvió a intentar encontrar su voz, le salió un sonido,
se escuchó un débil «ah». A partir de entonces, «lo que sabía hacer era ese sonido “ah” —cuenta—.
Notaba la vibración por mi cuerpo, recorriendo mi sistema nervioso, deslizándose por mis piernas. Y
repetía ese sonido durante cinco minutos seguidos. No dejé de intentar aumentar la cantidad de
tiempo que podía hacerlo».242 Eso le provocó un sentimiento de «vitalidad» en el cuerpo, como dice
Anziani, «y no era sutil». Aquel sonido, convertido en un extenso canto «aaaaaah», le resultaba
relajante. A medida que Anziani se iba poniendo más fuerte y empezaba a ser capaz de expandir los
sonidos que podía vocalizar, empezó a recitar un mantra en sánscrito, el primer mantra que le habían
enseñado: Om mani padme hum. «Om» simboliza el cuerpo, el habla y la mente impura del hablante;
«mani», que literalmente significa «joya», simboliza la compasiva intención de alcanzar la iluminación;
«padme», que significa «loto», simboliza la sabiduría; la última sílaba, «hum», sugiere invisibilidad.243
Esta frase se suele grabar en el exterior de una rueda de plegaria —o se escribe en un papel y se mete
dentro de una rueda de plegaria— que se supone que se debe hacer girar mientras se canta. Anziani
también tenía una rueda de plegaria y, aunque no era capaz de hacerla girar, su padre le ayudaba a
alargar la mano y tocar la rueda mientras cantaba el mantra.
Cuando asistía a la clase de Erick Peper en la Universidad Estatal de San Fracisco, Anziani había
estudiado, según él mismo lo describe, «el poder de nuestra mente y el poder del efecto placebo y el
poder de nuestras palabras y el poder de la visualización para conseguir resultados reales».244 También
mencionó —y aquello fue una sorpresa para ambos— a un conferenciante invitado que había ido a
visitarlos y había sido una de las personas que más le había influido para creer en la curación
energética: Hiroyuki Abe. «Le vi practicarle una sesión de curación instantánea a una mujer —dice
Anziani—. La mujer no era capaz de inclinarse hacia delante y tocarse los pies y, después de un
minuto de trabajo energético [con Abe] consiguió hacerlo».245
Anziani cree que sus conocimientos y la seguridad que tenía en la curación energética fueron una
parte esencial de su rehabilitación. Los médicos lo apoyaron, incluso se mostraban asombrados con
Anziani, pues se dieron cuenta de que estaba recuperando más movimientos en un periodo más corto
de tiempo del que habían esperado. «Una de mis enfermeras me llamaba “el maestro” —dice Anziani
—, porque había presenciado la curación devota que ocurría a mi alrededor y la que estaba
consiguiendo por mí mismo». Pero seguían teniendo muchas dudas de que pudiera recuperarse del
todo. «Hay muchas personas con fracturas incompletas de columna que se han quedado en una silla de
ruedas para toda la vida —señala Anziani—, por lo que cuesta saber lo que puede ocurrir. El programa
de rehabilitación se basa en intentar hacer todo lo que uno pueda y ver qué cosas puedes recuperar. Si
tienes suerte, quizá consigas sentarte, o quizás incluso ponerte de pie durante cinco minutos».246 Aun
así, Anziani siempre tuvo en la mente una imagen de si mismo saliendo por su propio pie del hospital.
Cuando se lo confesó a una de las enfermeras, ella le contestó con delicadeza que no debía albergar esa
clase de pensamientos y le animó a concentrarse en aprender a acostumbrarse a su nueva vida como
tetrapléjico.
«Siempre que me decían que tendría que vivir de cierta forma, que tendría que llevar una vida
adaptada, yo no dejaba que hiciera mella en mi ánimo —relata Anziani—. No dejaba que aquello se
convirtiera en mi sistema de creencias. Sencillamente, lo dejaba ahí. Por supuesto, existía la posibilidad
de que fuera a convertirme en una persona discapacitada. Pero también sabía que mis pensamientos
son poderosos, que los sentimientos son poderosos, que generan energía y sustancias químicas en el
cuerpo. Yo sabía que visualizarme caminando era una opción mucho mejor que contarme una historia
sobre una vida de discapacitado. Así que utilicé mi mente para trascender la realidad percibida y
acceder al océano de amor curativo que existe en todo momento. Dejé que hubiera alegría en mi
cuerpo, porque sé que la presencia de la alegría y la gratitud curan».247
Después de dos meses y medio, Anziani fue capaz, con ayuda de un caminador, de salir del hospital
por su propio pie. Solo podía caminar entre cuatro y seis metros antes de volver a sentarse, pero salió
caminando. Un año después ya podía moverse lo suficiente como para viajar en avión desde California
hasta Nueva York para ver a su familia. «Aquello fue un gran logro para mí —dice—, salir al mundo,
no era un tetrapléjico en una silla de ruedas, sino alguien capaz de ir a cualquier espacio público y
mezclarse con la gente».
Aunque es una historia asombrosa, realmente la única que he escuchado de esa clase, no es un
milagro. Lo digo porque la palabra «milagro» tiene connotaciones misteriosas y, aunque hay un
elemento de la recuperación de Anziani que sigue siendo desconocido incluso para él, también hay
elementos que podemos identificar y practicar, aunque de formas menos radicales, en nuestras vidas
cotidianas.
***
Lo que me parece fascinante —e inspirador— sobre Anziani es la elegancia con la que manejó eso de
ser el sanador y el paciente, cosa que requiere compromiso y entrega. Como paciente, Anziani estaba lo
bastante comprometido como para seguir haciendo el esfuerzo (ejercitar su voz, los pulmones, el
cuerpo) a pesar de la batalla tan compleja a la que se enfrentaba. Y sin embargo, como sanador, se
desprendió de su ego y de la sensación de que era capaz de controlar lo que ocurriría. Anziani aceptó la
posibilidad de que podría no volver a caminar, pero permitió que aquella opción coexistiera con la
comprensión de que visualizar una posibilidad distinta le proporcionaba tanto placer como potencial.
Creo que Anziani fue capaz de aquella gesta porque comprendió que en el fondo somos seres
completos y seguros, esa es la parte de nosotros que está conectada a la fuente. Seguros, en este
sentido, no significa «protegidos de algo», como en el caso de Anziani, de la parálisis o, más
ampliamente, de la enfermedad o la muerte; significa que todos estamos conectados a un campo de
energía superior iluminado y altruista, y dispuestos a colaborar si conectamos con él. Es esa parte de
nosotros, ese aspecto completo y seguro, a la que los buenos sanadores intentan reconectar a sus
pacientes proporcionando un empujón a la inteligencia del cuerpo y a su capacidad de curarse solo.
Muchas modalidades de curación tienen la habilidad de acompañar al cuerpo hacia la salud de esa
forma: la acupuntura, el reiki, el chamanismo, las curaciones por imposición de manos como Bill
Bengston demostró en su laboratorio, por nombrar algunas. Pero también es posible crear ese
acompañamiento por uno mismo.
El primer paso es confiar es tu habilidad inherente para sanar de varias formas. Como espero que
este libro haya demostrado, es posible documentar el proceso de la autocuración de una gran variedad
de formas: científicas, espirituales y empíricas. Yo creo que nuestra mayor fortaleza para sanar procede
de la aceptación de que nuestros cuerpos —y espíritus— tienen una capacidad innata, cosa que se
contrapone a su vulnerabilidad. Cuando las personas enferman, suelen culparse a sí mismas de formas
claras y sutiles, y creen que de alguna forma han diseñado su propia enfermedad. Pero la enfermedad
no tiene nada que ver con la debilidad o la culpa; y lo natural es que devolvamos a nuestros cuerpos a
la coherencia. A veces la medicina energética nos puede ayudar a conseguirlo y otras veces no, de la
misma forma que, en general, a veces las enfermedades se curan y otras veces no. Todos enfermaremos
y acabaremos muriendo; como aprendí cuando trabajaba en el hospital para enfermos terminales, morir
es una transición, no un final, y, como sanadora, mi trabajo consiste en ayudar a aquellos pacientes a
cruzarla con la mayor fortaleza y paz posible. «Sanar y curar no son siempre sinónimos. Para algunas
personas la curación es algo que ocurre a nivel físico de forma inmediata —escribe Diane Goldner en
su fantástico libro Yes, You Can Heal: The Secret to Transforming Illness and Creating a Radiant
Life—. A veces no se transfiere del todo al plano físico, quizá se trate de ganar un poco de perspectiva
en la vida. Incluso puede tener que ver con morir de una forma más libre y consciente. En cualquier
caso, sanar tiene que ver con un estado excitante y expansivo».
Y todos podemos dirigirnos hacia ese espacio expansivo, primero identificando donde está el bloqueo
(los pasos específicos para conseguirlo los encontrarás en el ejercicio que hay al final del capítulo 8) y
alterando nuestra energía para conectar con nuestra vitalidad esencial. El campo energético es una
plantilla para el cuerpo; trabajar con ella crea un cambio que después puede afectar a nuestros estados
físicos.
Asombrosamente, Anziani fue capaz de desplazar su energía empleando el único método disponible
para él, el sonido. El maestro Kawakami, a quien recordaréis del capítulo 7, también canta durante sus
sesiones de sanación a fin de entrar en un estado más receptivo además de permitir a sus pacientes
abrirse. Él y Anziani se nutren de una idea que ha estado presente en muchas culturas de la historia,
los antiguos egipcios, los monjes tibetanos, los aborígenes australianos, los chamanes nativos
americanos y los sanadores hindúes entre otros, que han empleado cánticos y mantras e instrumentos
como los cuencos tibetanos para restaurar las frecuencias vibradoras del cuerpo y la mente.
El sonido se produce solo cuando su vibración se convierte en una onda que alcanza el tímpano y es
reconocida por nuestros centros nerviosos. Mientras que es patente que el sonido —cánticos,
campanadas, los sonoros «ommmmm» que se entonan al final de las clases de yoga— puede ayudarnos
a sentirnos más relajados, los efectos del sonido son más que psicológicos, son fisiológicos: la energía
vibratoria del sonido impacta en nuestro cuerpo a nivel celular y tiene la habilidad de disminuir la
variabilidad de la frecuencia cardíaca y relajar las ondas cerebrales. Los estudios también han
demostrado que entonar ciertos mantras puede estimular el nervio vago,248 el nervio craneal más largo
del cuerpo, que interactúa con el control parasimpático del corazón, los pulmones y el tracto digestivo;
es muy apropiado que en latín la palabra vagus signifique «viajero», pues ese nervio hace precisamente
eso: desplazarse por todo el cuerpo para conectar con varios de los órganos más importantes. Quizá
también recuerdes que ése es el nervio que Leah Lagos me sugirió que podría resultar afectado cuando
yo trataba a mis pacientes, provocando un aumento de mi ritmo cardíaco que desembocaba en
episodios de taquicardia. Sin embargo, cantar y entonar estimula positivamente la actividad del nervio
vago provocando ondas relajantes por todo el cuerpo y, como han demostrado los estudios,
aumentando la producción de oxitocina, a la que a veces llaman «la hormona del amor», que evoca una
sensación de bienestar.249
Sin embargo, las vibraciones no se generan únicamente con el sonido, también se pueden conseguir
con luz e incluso mediante el contacto humano. Las puedes producir dentro de ti mismo practicando
la respiración resonante (que expliqué en el ejercicio que encontrarás al final del capítulo 2), entonando
o cantando. Esto sirve para mover la energía que llevamos dentro, porque las vibraciones permiten que
la energía viaje en ondas.
Aunque Anziani no solo se cantaba buscando bienestar. El proceso de sanación también pasa por
influir en nuestra energía y en nuestros campos energéticos, además de conseguir hacer un cambio en
nuestros sistemas de creencias. Anziani estaba completamente abierto a la posibilidad; no albergaba
ningún pensamiento limitador, ni lo que Neale Donald Walsch llamaría Pensamiento Patrocinado. Un
Pensamiento Patrocinado es, como recordarás, un deseo oculto o una emoción oculta —tengo tanto
miedo de no ponerme mejor— que está dirigiendo tu comportamiento. (También he visto pacientes
cuyo deseo estaba conectado a la atención que su enfermedad les había proporcionado; no es raro
encontrar una especie de consuelo en el hecho de que los demás tengan que cuidar de ti, por no
mencionar que eso ayuda a que el mundo vaya un poco más despacio.) Eso puede ser difícil de
gestionar, y puede ser más difícil todavía desprenderse de ello —pocas personas, yo incluida, son
capaces de alcanzar esa apertura absoluta de Abe, Kawakami o Anziani—, pero es posible reconocer
cuándo el miedo, la rabia o la vergüenza son los factores principales que estimulan tus acciones. Estas
emociones crean obstáculos que se alinean con la versión general de ti mismo con el objetivo de
habitarla más plenamente. Y he descubierto que los cambios ocurren cuando un paciente permite que
se dé una alteración liberadora en su forma de pensar, que a menudo suele tener que ver con afrontar
directamente emociones incómodas y formas de pensar.
Las emociones, tal como han demostrado los estudios neurocientíficos,250 operan a una velocidad
muy superior a la de los pensamientos porque a menudo evitan el proceso resonante lineal de la mente.
Como tal, las emociones negativas —como el miedo y la ansiedad— pueden descompensar los latidos
de nuestro corazón, dando a entender al cuerpo que el sistema nervioso no está en sintonía e iniciando
una cascada de hasta 1.400 cambios bioquímicos que tiene una gran variedad de efectos en el
cuerpo.251
La fallecida doctora Candance Pert, neurocientífica, farmacóloga y la primera mujer que dirigió el
Instituto Nacional de Salud Mental, como directora de bioquímica cerebral, fue reconocida
internacionalmente cuando solo era una estudiante en la Universidad Johns Hopkins por tener un
papel clave en el descubrimiento del receptor opioide, el sitio de unión celular de las endorfinas, los
analgésicos naturales del cuerpo, en el cerebro. Sin embargo, Pert también es conocida por convertirse
en la principal defensora de la medicina Mente Cuerpo —prefirió no unirlas con un guión para
enfatizar lo conectadas que están—, y una gran partidaria de un enfoque más holístico de comprender
la salud.
«He acabado creyendo que casi todas las enfermedades, aunque no tienen una base psicosomática,
tienen sin duda un componente psicosomático», escribió en su libro Molecules of Emotion: The
Science Behind Mind-Body Medicine.252 Basándose en sus investigaciones, Pert afirmaba que las
emociones tenían un papel esencial en las enfermedades. Hay receptores en todas las células del
cuerpo, explicó, y cuando nuestras «moléculas de las emociones» los activan —los neuropéptidos
(sustancias químicas utilizadas por el cerebro para comunicarse con el cuerpo) que inundan nuestros
sistemas—, el receptor envía una carga a la célula cambiando su frecuencia eléctrica además de su
composición química. «La mente no domina el cuerpo —concluyó Pert—, se convierte en el cuerpo».
También tuvo la sensación de que, mientras nuestras células individuales tienen una carga eléctrica,
también lo hacen nuestros cuerpos. «Estamos vibrando como un afinador, mandamos vibraciones a
otras personas. Emitimos y recibimos —declaró Pert en una entrevista—. Los sentimientos alteran,
literalmente, las frecuencias eléctricas generadas por nuestros cuerpos produciendo comunicación no
verbal».
Que no es lo mismo que decir que nunca deberías experimentar una emoción negativa o tener alguna
contradicción; evidentemente, es imposible alcanzar el camino perfecto hacia el equilibrio emocional.
De hecho, en algún punto del proceso curativo te encontrarás con alguna resistencia. Eso puede
hacerte sentir como una pérdida de fe o una depresión general o frustración profunda. Pero no te
rindas: suele tratarse de una resistencia al cambio que es totalmente necesaria para lograr la sanación. A
menudo los pacientes que pasan por esta fase proyectan sus emociones hacia fuera, algo que no es muy
distinto de la transferencia que perciben con sus terapeutas. Yo he visto cómo algunos de mis pacientes
echaba a llorar en la consulta, mientras que otros salían cargados de energía. Una vez le hice un
tratamiento de acupuntura a una mujer y cuando volví a la consulta para ver cómo se encontraba me
encontré un montón de agujas encima de la camilla. Se había enfadado tanto debido a las emociones
que le habían provocado los movimientos de energía estimulados por la acupuntura que se había
arrancado las agujas y se había marchado de la consulta mientras yo estaba con otro paciente. Cuando
la llamé para preguntarle qué había pasado, por suerte ya se había calmado y estaba de buenas, pero
cuando le pregunté por qué no me había llamado mientras todavía estaba en la consulta (todos mis
pacientes tienen un botón que pueden apretar para llamarme cuando tienen las agujas clavadas), me
dijo: «No quería verte». Lo que había querido era escapar a escondidas de la confusión que le estaba
provocando el proceso curativo.
Pero la agitación y la resistencia es el movimiento dinámico de energía necesario para lograr los
cambios. Por eso vale la pena pasar por ello. Y para atravesar una fase turbulenta es importante
recordar que, como me enseñó Kiran Trace, no se puede mover la energía o quebrantar el
estancamiento mediante la fuerza o la coacción. Debes intentar emplear la misma delicadeza y apoyarte
de la misma forma en que esperarías que lo hicieran tus familiares o médicos. De la misma forma, la
gratitud, como dice Neale Donald Walsch, crea movimiento en el campo energético. «Aquello a lo que
te resistes, persiste —según Walsch—. Pero aquellas cosas que ves con gratitud dejan de ser ilusorias».
Ambos están diciendo lo mismo: alinearse con la versión energética de uno mismo, con tu cianotipo,
que es completo y está exento de todo sufrimiento, debes resonar con ella. Y para conseguirlo tienes
que aceptar y confiar en tu ingenuidad además de la de la fuente. Anziani hizo precisamente eso
cuando «dejó que hubiera felicidad en su cuerpo», como él mismo explica, incluso cuando era incapaz
de moverse. También lo facilitó empleando la visualización, que es una herramienta increíblemente útil
para acceder a un sentimiento más positivo. Es importante recordar también que nunca estás solo. El
campo superior está ahí para que puedas recurrir a él y, una vez hayas traspasado la resistencia y seas
capaz de convencerte, accederás a un intercambio más productivo con el campo de energía o fuente
superior.
Aunque yo creo que todos poseemos el poder de curarnos a nosotros mismos, también es crucial
comprender que, especialmente en un caso extremo como es el de la recuperación de Anziani, la
recuperación es el resultado de una combinación de intervenciones. La medicina occidental es rigurosa
y profunda, y ofrece un poderoso modo de curación que es completamente diferente a la curación
energética, motivo por el que soy una firme creyente en las asociaciones integradas entre los médicos
convencionales y los practicantes de medicina energética. (Esta clase de alianza se ha institucionalizado
en lugares tan respetados como el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, la Clínica Mayo, el
Centro Médico de la Universidad Estatal de California en San Francisco y la Duke University School
of Medicine, que han integrado a un grupo de acupunturistas en su equipo para poder ofrecer un
enfoque integral a sus pacientes.)
Busca consejo, encuentra ayuda y reúne al mejor equipo de profesionales que puedas, pero también
debes recordar que tú eres tu mejor sanador. Lo que más me sorprendió sobre el caso de Anziani —
que fue capaz de destacar incluso entre su maravillosa recuperación— fue el hecho de que él, a la edad
de 23 años, nunca dejó ver el poder que tenía. Él comprendió los recursos de los que disponía y utilizó
apropiadamente las habilidades de todos cuantos le rodeaban mientras se aferraba a sus propias
creencias, incluso a pesar de que otros, incluyendo a profesionales médicos con mucha autoridad,
intentaban disuadirlo. Y demostró que ejercitando la fe es posible descubrir la increíble capacidad para
sanar que se esconde en nuestro interior.
Hay algo excelentemente democrático sobre esto, algo que lleva consigo un intrínseco y crucial matiz
de ego. Como los sanadores son personas corrientes, cada uno aporta su carácter individual a su
trabajo. Algunos expresan su talento con un enfoque dramático —recuerda a Kawakami con ese
pincho clavado en la lengua—, mientras que otros tienen un enfoque más científico, como Bengston
con sus ratones de laboratorio. Pero, al comprender que la profesión de sanador es tan variada como
cualquier otra, también resulta cierto que no todos los sanadores poseen las mismas intenciones e
integridad. A lo largo de mi carrera he conocido docenas de sanadores muy capacitados que realizan un
trabajo comprometido y compasivo. Pero también he conocido otros, aunque son una minoría, que
utilizan su posición para manipular y engañar. Siempre es sorprendente conocer a una persona a la que
ya no le es posible diferenciar sus necesidades compulsivas de sus acciones. Ni que decir tiene que las
relaciones terapéuticas dañinas ocurren en cualquier campo de la medicina, pero puede resultar
particularmente horrible en los reinos de los profesionales sin licencia para ejercer, cuando es más
probable que los sanadores hayan tenido formaciones no ortodoxas y sea menos probable confiar en
ellos. (Un profesional con licencia se enfrenta a la posibilidad de perder la licencia y su medio de vida
si cruza la línea que lo separa del comportamiento no profesional.)
Y aunque he presenciado pocas infracciones entre otros sanadores, he visto las suficientes banderas
rojas como para consultar a un psiquiatra forense especializado en las formas de mantener los límites
dentro de las prácticas clínicas. El doctor Thomas Gutheil, profesor de psiquiatría, cofundador del
programa de psiquiatría y ley en el Beth Israel Deaconess Medical Center de la Harvard Medical
School y autor del libro Preventing Boundary Violations in Clinical Practice,253 ha visto abusos
profesionales de toda clase, desde un sanador convenciendo a un paciente para que no fuera a pedir
una segunda opinión hasta otros que se aprovechaban de su propia posición de poder para acostarse
con pacientes vulnerables, y otro que obligaba a sus pacientes a que les hicieran recados personales.254
«A esas personas hay que verlas como a una secta», dice Gutheil.
Muchas de estas relaciones tóxicas comienzan cuando el sanador despliega una ofensiva encantadora
creando una sensación de credibilidad y fiabilidad, seguida por una sensación de intimidad emocional
y, para terminar, dependencia. Dada la naturaleza de la relación —a menudo una en la que el paciente
tiene la sensación de que el practicante tiene cierto grado de autoridad sobre su bienestar—, los
pacientes suelen sentirse vulnerables y bajan la guardia con más rapidez de lo habitual. La
confirmación o la tendencia a interpretar las pruebas nuevas como afirmaciones de creencias o teorías
existentes también juegan un papel importante. Dada la inusual relación entre creencias médicas y
espirituales de la mayoría de las prácticas médicas, los pacientes tienen tendencia a creer que el sanador
goza de una posición única para ayudarlos, cosa que los lleva a ignorar pistas que podrían demostrar
falibilidad o limitaciones en sus habilidades.
También he visto cómo algunos practicantes utilizan el precio de sus servicios como una forma de
ejercer una especie de dominación sobre el paciente. Cuando un sanador cobra facturas desorbitadas,
los pacientes tienen tendencia a sobrevalorar sus servicios para conseguir que la inversión les parezca
útil. Paradójicamente, también he conocido sanadores tipo Svengali que no cobraban por sus servicios.
Eso genera en los pacientes una falsa sensación de seguridad, mientras que el sanador tiene la
posibilidad de solidificar su «marca» para terminar monetizando su seguimiento.
La mayor señal de alarma para Gutheil es cuando un practicante declara que es la única persona que
puede ayudar al paciente. Y a mí —como le ocurría a Gutheil— me cuesta mucho imaginar una
situación en la que esto pueda ser cierto. En algunos de los casos que investigó Gutheil, el sanador
prometió que le proporcionaría al paciente todos los cuidados que necesitara, y el paciente estaba
encantado de haber encontrado a alguien que pudiera —y quisiera— cuidar de él de aquella forma.
Para Gutheil, el supuesto es que la terapia no solo le ayudaría a resolver los problemas de salud por los
que había buscado ayuda, sino también todas las dificultades de su vida.
«En teoría, cualquier médico (y practicante) solo debería preocuparse por dos cosas en la relación con
su paciente —explica sucintamente Gutheil—. Una es el cobro de sus servicios, y la otra es la
satisfacción de hacer bien su trabajo.»255 Si el practicante está utilizando la relación terapéutica para
conseguir más cosas, existe el riesgo de que esté explotando a su paciente. Por suerte, los sanadores sin
escrúpulos no abundan, y tenemos una forma muy sencilla de protegernos. Cuando estaba postrado en
la camilla de aquel hospital, Anziani empleó todas las herramientas a su alcance para conseguir que la
inteligencia de su cuerpo recuperara el orden, y nunca se desprendió de ese poder. Yo creo que esa fue
la clave de su recuperación, porque él comprendió que, en el nivel más fundamental, todos somos
sanadores.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Autocuración
Todos los días nos curamos de formas que pasan desapercibidas. Eso es porque nuestros cuerpos están
diseñados para recuperar relajadamente la homeostasis y volver a un estado de equilibrio. Cuando nos
excedemos, nuestro sistema digestivo y los órganos de desintoxicación trabajan a destajo para reparar
los daños. Cuando cogemos algún virus, nuestro sistema inmunitario se pone en marcha para luchar. Si
nos cortamos, nuestra sangre reúne células para formar un tapón y frenar el sangrado. Es fácil dar por
supuestos esos milagros cotidianos, pero son el resultado de la inteligencia y la coherencia innatas del
cuerpo. La medicina energética puede darle a tu cuerpo la información o el empujón que necesita para
reorganizarse. Esta idea sirve para reunir los ejercicios que he explicado en los capítulos anteriores del
libro para potenciar la capacidad de autocuración de tu cuerpo.
Puedes practicar este ejercicio tumbado o sentado cómodamente con la columna recta.
Empieza a meditar abriendo el campo energético universal utilizando el ejercicio de apertura
del capítulo 3. Visualiza un láser que sale del final de tu columna y se clava en la tierra.
Siéntete más pesado. Después, imagina una bola de luz, tu luz espiritual, entrando en tu
cuerpo por lo alto de tu cabeza y fluyendo a través de tu cuerpo.
Para poner a tu cuerpo en un estado receptivo, pasa unos cuantos minutos practicando la
respiración resonante del capítulo 2 inspirando con suavidad mientras cuentas hasta seis, y
después exhalando mientras cuentas hasta seis.
A medida que tu mente se vaya relajando, siente la vitalidad de tu cuerpo utilizando el ejercicio
para experimentar la energía del capítulo 1.
Una vez llegados a este punto, voy a proponerte una elección: a lo largo de este libro hemos
aprendido varias técnicas distintas para ayudar al cuerpo a reorganizarse. Elige la que más te
convenza y pasa diez minutos poniéndola en práctica.
Para aislarte a tu manera y dejar que tu cuerpo acceda a la información que necesita,
utiliza el ejercicio del bucle de imágenes del capítulo 4.
Para síntomas específicos y para afectar los canales de energía, utiliza el ejercicio de
acupresión del capítulo 5.
Para una sintonización general, utiliza la meditación de chacras propuesta en el capítulo
6.
Para profundizar en tu intuición expandiendo tu conciencia, utiliza el ejercicio de
respiración circular del capítulo 7.
Para encontrar zonas con energía densa y disiparlas, utiliza el ejercicio del examen
corporal propuesto en el capítulo 8.
Es posible que en algún momento, durante este ejercicio, puedas notar algo de resistencia.
Puede tomar la forma de pensamiento invasivo de incomodidad física. No tienes por qué pelear
contra esa resistencia. Limítate a reconocerla por lo que es y siente la misma compasión por ti
mismo que sentirías por otra persona. Leah Lagos, la psicóloga del capítulo 2, me facilitó este
ejercicio de respiración para ayudar a alterar el ritmo cardíaco con el objetivo de generar
cambios en la energía del cuerpo. Y dice que los atletas a los que ella trata lo utilizan para
descargarse después de una mala actuación.
A medida que vayas percibiendo la energía de tu cuerpo, deja que esa sensación de alegría te
proporcione alegría y da las gracias. Expresar gratitud es una forma de alinearte con la futura
versión de tu mismo que estás visualizando.
Cuando creas que has terminado, levántate y presta atención a cualquier cambio que notes en
tu cuerpo.
241. Madhu Anziani, en conversación con la autora.
243. «On the Meaning of: OM MANI PADME HUM», Sacred Texts, consultado el 21 de enero de 2017,
http://www.sacred-texts.com/bud/tib/omph.htm.
245. Ibidem.
246. Ibidem.
247. Ibidem.
248. B. G. Kalyani y otros, «Neurohemodynamic Correlates of “OM” Chanting: A Pilot Functional Magnetic Resonance
Imaging Study», International Journal of Yoga 4, n.o 1 (2011): pp. 3–6.
249. C. Grape y otros, «Does Singing Promote Well-Being?: An Empirical Study of Professional and Amateur Singers
During a Singing Lesson», Integrative Physiological and Behavioral Science 38, n.o 1 (2003): pp. 65–74.
250. «Inside Stressing Out: What Works and What Doesn’t in the Face of Stress», The Institute of HeartMath,
https://www.heartmath.com/articles/inside-stressing-out-what-works-and-what-doesnt-in-the-face-of-stress/.
251. Ibidem.
252. C. B. Pert, Molecules of Emotion: The Science Behind Mind-Body Medicine (Simon & Schuster, Nueva York, 2010), e-
book.
253. T. G. Gutheiland y A. Brodsky, Preventing Boundary Violations in Clinical Practice (Guilford Press, Nueva York,
2008).
255. T. G. Gutheil y A. Brodsky, Preventing Boundary Violations in Clinical Practice (Guilford Press, Nueva York, 2008), p.
30.
10
Y SE HIZO LA LUZ
El último día que pasé con Hiroyuki Abe en Japón le acompañé a la clínica de su aprendiz en Kobe,
donde de vez en cuando participa en alguna sesión curativa. Después de pasar varias horas en una
pequeña aula observando cómo Abe y algunos de sus aprendices trataban a sus pacientes, empezamos
a preparar nuestras cosas para marcharnos. Estábamos a punto de salir por la puerta para ir al
restaurante shabu-shabu donde cenaríamos (precisamente aquel restaurante donde Abu conseguiría —
con solo sacudir dos dedos en dirección a mi pecho— que mi corazón recuperase su ritmo durante un
ataque de taquicardia). Sin embargo, justo en ese momento, Abe nos impidió salir del aula y se volvió
hacia mí para preguntarme a través de su traductor si quería que me sintonizara con su energía y me
abriera los chacras, la misma ceremonia que hace para sus aprendices cuando empiezan a trabajar para
él. Por la reacción que vi en sus estudiantes, me di cuenta de que se trataba de una oferta poco
habitual. Sentí que era un gran honor y acepté.
Abe me hizo señas para que me sentara delante de él. Yo lo hice y cerré los ojos. Escuché cómo Abe
chasqueaba los dedos a mis espaldas y noté cómo movía las manos por detrás de mi cabeza y mi
espalda, aunque no me estaba tocando. Casi de forma inmediata, vi una luz blanca y después
aparecieron unos colores brillantes que giraban dentro de la luz. Mi cuerpo empezó a zumbar con una
energía eléctrica. Noté una extraña sensación de expectativa, una versión exagerada de lo que siento
cuando estoy en un avión a punto de despegar. Los colores seguían moviéndose en espiral, como un
caleidoscopio, y yo respiré hondo tres veces tratando de relajarme. (Más tarde, cuando vi el vídeo que
mi marido grabó mientras estaba ocurriendo todo aquello, vería que Abe estaba presionando hacia
abajo con las manos, como si estuviera intentando contener la energía que se estaba generando y
situándola en un nivel más cómodo, al mismo tiempo que hacía una mueca de esfuerzo.) Yo estaba
mareada, eufórica y un poco abrumada. Sentí que necesitaba volver a la realidad y abrí los ojos.
Algo había cambiado. De pronto en la habitación flotaba una luz más cálida y envolvente. No pude
evitar pensar en la luz que mi madre dijo haber visto el día que la resucitaron en una camilla del
hospital cuando estaba a punto de morir. Aquella luz también me pareció acogedora. Mi madre había
descrito aquel momento como el instante en el que se había sentido más segura de toda su vida. Yo
tenía la sensación de que de pronto los aprendices de Abe brillaban, bañados por aquella luz tan
radiante. Tenía la sensación de estar viendo a todas las personas que me rodeaban como si fueran pura
energía. Comprendí, de la forma más visceral y completa de mi vida, que nuestra vitalidad, nuestra
fuerza animada, aquello que nos convierte en individuos, también es, paradójicamente, lo que nos
conecta los unos a los otros. Todos compartimos esa luz, esa energía. Es expansiva; se comunica con
nosotros, es esencialmente lo que somos. Y yo estaba viendo y sintiendo nuestra verdadera naturaleza.
Según la filosofía china, todas las cosas del mundo tienen un opuesto, y es de ese modo por un
motivo. El yin-yang se traduce literalmente como «oscuro-luminoso»; se utiliza para explicar que las
fuerzas contrarias pueden ser complementarias y estar interconectadas al mismo tiempo. Contrarios
como la oscuridad y la luz, o la energía y la materia, como afirma la filosofía china, son
representaciones físicas de la dualidad en la naturaleza y se consideran una manifestación de nuestra
unidad, y del tao. Tal como lo entiende Neale Donald Walsch: todo ser vivo es, en esencia, una fuente
pasando por una experiencia física, y por eso la fuente es capaz de experimentar la dualidad: la luz y la
oscuridad.
Y yo he entendido que la luz —así como la dualidad que describen esas creencias filosóficas y
espirituales— puede jugar un papel muy importante en el proceso curativo. Lo cierto es que el cuerpo
humano puede, y esto es casi literal, emitir luz en pequeñas cantidades. En realidad, todas las criaturas
vivientes emiten una luz muy débil. Es visible, aunque no a través del ojo humano. En el año 2009, un
grupo de investigadores de Japón, empleando un sistema de imagen muy sensible equipado con un
«dispositivo de carga acoplada criogénico», capturó imágenes de la emisión de biofotones —partículas
de luz producidas por un sistema biológico— del cuerpo humano.256 Estudiaron a cinco varones sanos
veinteañeros y que se colocaron con el pecho descubierto delante de los dispositivos en absoluta
oscuridad durante veinte minutos cada tres horas, desde las diez de la mañana hasta las diez de la
noche, tres días seguidos. Las imágenes demostraron que, como los investigadores escribieron en sus
conclusiones, «el cuerpo humano emite vida de forma directa y rítmica». El brillo del cuerpo de
aquellos hombres estaba en su nivel más bajo a las diez de la mañana y alcanzaba su punto más álgido
a las cuatro de la tarde, cosa que sugería que las emisiones estaban conectadas al reloj natural del
cuerpo. Los investigadores concluyeron que estos cambios diurnos podían estar conectados a las
fluctuaciones de energía del metabolismo.
No estoy sugiriendo que Abe despertara en mí la capacidad de ver las emisiones biofotónicas
ultraleves de los demás —me parece que la ciencia no puede explicar lo que yo experimenté—, pero sí
que creo que esta investigación es importante cuando nos planteamos cómo podemos canalizar la
energía para curarnos los unos a los otros.
Existe un interesante precedente de los descubrimientos de ese grupo de investigadores japoneses.
Estaban basados en el trabajo de Fritz-Albert Popp, un biofísico alemán que, en la década de 1970,
presentó el primer análisis completo sobre los biofotones. Popp también fue la primera persona en
especular que el cuerpo humano produce emisiones de biofotones muy débiles y que conforman los
biorritmos particulares del cuerpo y del mundo, teorías que, ahora lo sabemos, fueron corroboradas más
adelante.
Aunque lo que tal vez resultara más crucial fue que Popp dedujo que nuestras emisiones de
biofotones podrían proporcionar información sobre nuestra salud. Al principio, Popp descubrió que la
molécula del benzo(a)pireno, una molécula cancerígena, absorbe la luz ultravioleta pero después la
volvía a emitir a una frecuencia completamente diferente, lo que Popp denominó «codificador de luz».
Sin embargo, la molécula de benzo(e)pireno, que es inofensiva para los humanos, deja pasar la luz
ultravioleta sin cambios.257 Fascinado por esta diferencia, siguió investigando los efectos de la luz
ultravioleta en otros compuestos, algunos de ellos cancerígenos y otros no. En todos los casos, las
sustancias cancerígenas absorbían la luz ultravioleta a una frecuencia específica: 380 nanómetros (nm).
Independientemente, en un proceso llamado fotorreparación, si se dirige un haz de luz ultravioleta a
una célula de forma que el 99 por ciento de esta quede destruido, incluyendo el ADN, los daños se
pueden reparar en un solo día iluminando la célula con luz a una frecuencia en particular, y Popp
descubrió que esa frecuencia es también 380 nm.258 Esta asombrosa coincidencia llevó a Popp a
concluir que el cáncer aparecía en los seres humanos cuando los agentes cancerígenos hacían que la
fotorreparación fuera imposible. Sugirió que la emisión de fotones de un ser humano sano es
coherente, según los biorritmos que él observó, mientras que la emisión de fotones de las personas que
están gravemente enfermas, como las que padecen cáncer, pierde su ritmo diurno.
Posteriormente, Popp estudió la luz de unas muestras de ADN —empleando bromuro de etidio,
que se inserta en los espacios que hay entre los pares de bases de la doble hélice provocando que se
desenrosque el ADN— y descubrió que cuanto más se desenrosca el ADN, mayor es la intensidad de
la luz. Terminó creyendo que el ADN era la fuente original de los biofotones y que actuaba como un
diapasón en el cuerpo, provocando una frecuencia particular que, a su vez, provocaba que ciertas
moléculas lo siguieran.259
Más adelante, Popp y sus colegas realizaron una serie de experimentos en los que observaron las
emisiones de luz de pulgas y pescados, y descubrieron que absorbían la luz que emanaban los unos de
los otros, una acción que Popp denominó «absorción de fotones».260 Especuló que podía ser una forma
de intercambiar información, y que podría proporcionar una explicación para algunos de los misterios
del reino animal, como por ejemplo por qué los bancos de peces o las bandadas de pájaros se fusionan
en una coordinación perfecta e instantánea. Él creía que en el caso de los humanos existía esa
posibilidad: si pudiéramos absorber los fotones de otras personas, podríamos ser capaces de utilizar esa
información para corregir nuestra propia luz en caso de que algo anduviera mal.
Como ocurre con el sonido, la luz es una vibración del espectro electromagnético; la única diferencia
entre ellos es la frecuencia. Nuestros cuerpos suelen interpretar las frecuencias de forma inconsciente, y
lo hacemos mucho más a menudo de lo que nos damos cuenta. Los diferentes colores, por ejemplo, no
son más que distintas frecuencias de luz que nuestro cerebro interpreta como un espectro de colores.
Lo mismo ocurre para explicar cómo desciframos las sensaciones de calor o frío o el dolor y el placer:
todo son frecuencias que filtramos e interpretamos. Yo he acabado llegando a la conclusión de que las
diferentes vibraciones —ya procedan de la luz o del sonido— constituyen la información que se
transfiere de una persona a otra en la curación energética.
La clave para intercambiar esa información de forma efectiva —según la cual una persona es capaz
de cambiar con sutileza la frecuencia o la vibración de otra— es la resonancia. Y eso ocurre, hablando
en términos generales, cuando se da un intercambio de energía entre dos sistemas. Como descubrí
cuando trabajé con la psicóloga Leah Lagos, cuando estoy sanando alcanzo una resonancia interna en
la que las ondas de mi corazón y mi cerebro se sincronizan, creando una serie de señales relajantes que
reverberan a través de mi sistema nervioso autónomo. Y eso, a su vez, me permite tanto abrirme a la
energía sanadora como a la posibilidad de ofrecérsela más libremente a mis pacientes. Como explicó
Erik Peper, el fenómeno de las neuronas espejo —que se ha descubierto que se activa cuando una
persona percibe las acciones de otra como si de verdad estuvieran haciendo esa acción— es lo que hace
que mis pacientes sigan mi ejemplo. En ese sentido, cuando soy capaz de sincronizar mi respiración y
las ondas de mi corazón creando una sensación de calma, el paciente también es capaz de hacerlo; y es
a través de ese proceso cuando somos capaces de resonar el uno con el otro. Como expliqué en el
capítulo 2, Bill Bengston y sus colegas diseñaron un experimento para dejar constancia de los efectos
físicos que ocurren cuando un sanador y un paciente entran en resonancia. Descubrieron que incluso
cuando el sanador y el paciente están separados, en estancias separadas por 10 metros de distancia, las
ondas del cerebro del sanador, inicialmente más fuertes y más frecuentes, acababan sincronizándose
con el paciente. En otras palabras, alcanzaban la resonancia.
La sensación que experimento cuando consigo alcanzar esta conexión durante una sesión de curación
es apacible; es una sensación de no tener ningún límite que no experimento en ningún otro aspecto de
mi vida. Una vez le pedí a Bill Bengston que me describiera la energía curativa. Tenía curiosidad por
escuchar su explicación porque, básicamente, es una reacción emocional, y él es una persona técnica y
orientada al detalle. Bill llevó a cabo una de las investigaciones más detalladas sobre la curación que he
visto en mi vida. A fin de cuentas, es el hombre que ha llevado al laboratorio todos los fenómenos que
ha experimentado con la curación, desde la curación mediante la imposición de manos con ratones
hasta el acto de «cargar» algodón con energía para estudiar sus efectos genómicos sobre el cáncer. Sus
estudiantes son rigurosos, y su trabajo en el laboratorio es meticuloso. Es posible que Bengston sea el
sanador más escéptico que he conocido.
Y, sin embargo, Bill contestó a mi pregunta diciendo: «Sanar es un acto de amor».
Ese amor procede de la fuente de energía. Tiene inteligencia. Brota del campo universal como un
movimiento que fluye a través de nosotros y emana de nosotros. Es compasión y el reconocimiento de
nuestra unidad. Permite toda clase de posibilidades. Y como sanadores absorbemos de ese lugar
incondicional —del tao— para ayudar a que nuestro paciente libere una interferencia o un bloqueo que
ha interrumpido el flujo energético del cuerpo.
Todos somos capaces de crear esa conexión. Los sanadores no son más que conductores. Yo he
aprendido a abrir mi cuerpo y mi mente para permitir que esto pueda suceder. Todos los sanadores
mencionados en este libro han aprendido a hacerlo, aunque todos han creado su propio método de
abrirse a la energía. Bill Bengston se distrae con el bucle para distraer a su ego; la naturópata Carla
Kreft, que trabajó conmigo en Yinova, visualiza un haz de luz que atraviesa a sus pacientes; Hiroyuki
Abe se comunica con Shinto, la diosa de la compasión, chasqueando los dedos y dando unos
golpecitos en ciertas partes del cuerpo. El maestro Mitsumasa Kawakami medita sobre vidas pasadas y
canta en tonos muy penetrantes; Madhu Anziani utilizó el único sonido que era capaz de emitir para
cantar mientras estaba paralizado en la cama de un hospital. Cuando Bill Bengston imparte su curso
de sanación, lo primero que hace es entregar una tarjeta a todos sus alumnos. En ella hay dos
instrucciones: nada de rituales y pásatelo bien. El objetivo es que cada cual se sienta libre de enfocar la
sanación a su manera. Los rituales terminarán por llevarte por el mal camino; la curación es un proceso
dinámico y, por tanto, está en cambio permanente.
«La luz sin bloqueos es puro flujo —dijo Kiran Trace cuando le expliqué la experiencia que había
vivido con Abe en su consulta—. Así de natural es la conciencia. Siempre estamos absorbiendo energía
de ese espacio. Si sigues ese flujo a lugares más y más profundos, te proporciona claridad e información
y, al final, alcanzarás un espacio vasto, puro y vacío. [En uno de los extremos de esto], la energía se
mueve para adoptar formas, pero en el otro no solo hay silencio, hay amor, y después hay una luz pura
y radiante.»261
Cuando empecé a escribir este libro, lo que estaba buscando era una prueba tangible de existencia de
la curación energética. Quería proporcionar una explicación sistemática —tanto a mí misma como a
mis pacientes— de lo que sentía en las manos y hormigueando por mi columna. Quería saber qué era
lo que estaba ofreciendo. A lo largo de mi investigación me crucé con un sinfín de personas fascinantes
y explicaciones plausibles procedentes de una gran variedad de disciplinas: filosóficas, científicas y
espirituales. Y al final he aprendido que, a pesar de que todos podemos experimentar este fenómeno,
jamás seremos capaces de explicarlo del todo.
El tao que se puede nombrar no es el tao eterno.
SÉ TU PROPIO SANADOR
Como espero haber dejado claro a estas alturas, un sanador energético es, básicamente, un conducto de
energía —que recorre el cuerpo en forma de vibración u onda— y no alguien que ha sido bendecido
con un don especial. Aunque hay personas que están más sintonizadas con su capacidad que otras,
todo el mundo tiene esta habilidad en su interior. Este ejercicio te ayudará a utilizar la información de
este libro, además de a incorporar los ejercicios que has estado practicando hasta ahora, a descubrir tu
potencial como sanador. Está basado en mi propia experiencia combinada con lo que aprendí de los
sanadores energéticos y científicos que conocí mientras escribía este libro. Es una forma segura de
proporcionar información curativa a otras personas, y puedes utilizarla para ayudar a tus familiares y
amigos. No te convertirá en un sanador energético de un día para otro, pero si practicas irás mejorando
y empezarás a crear tu propio proceso. Lo que te ofrezco a continuación es una corta rutina que
conducirá tu cuerpo hacia la resonancia necesaria que te permitirá transmitir la información de tu
campo energético al campo de otra persona. El objetivo es llevar tanto al sanador como al paciente a un
estado en el que sea posible la transferencia de información. Y eso no requiere de ninguna técnica
elegante ni ritual concreto. Es más bien un estado que reconoce nuestra conexión con la fuente y la
conexión entre tú y la persona a la que estás intentando ayudar.
Todo lo expuesto en este libro no sustituye a los cuidados médicos convencionales, y es importante
que así se lo comuniques a los que aspiras sanar. No los animes a dejar de tomar la medicación que
tengan pautada ni les des consejos que son del dominio de los profesionales médicos.
256. M. Kobayashi, D. Kikuchi y H. Okamura, «Imaging of Ultraweak Spontaneous Photon Emission from Human Body
Displaying Diurnal Rhythm», PLOS ONE 4, n.o 7 (2009): e6256, https://doi.org/10.1371/journal.pone.0006256.
257. F. A. Popp, «MO-Rechnungen an 3,4-Benzpyren und 1,2-Benzpyren legen ein Mod-ell zur Deutung der
chemischen Karzinogenese nahe», Zeitschrift für Natur-forschung 27b (1972): 731; F. A. Popp, «Einige Möglichkeiten für
Biosignale zur Steuerung des Zellwachstums», Archiv für Geschwulstforschung 44 (1974): 295-306.
258. Ibidem.
259. «Dr. Fritz-Albert Popp Thought He Had Discovered a Cure for Cancer», Biontology Arizona,
https://www.biontologyarizona.com/fritz-albert-popp-cure-for-cancer/.
260. L. McTaggart, The Field-The Quest for the Secret Force of the Universe, (HarperCollins Publishers, Nueva York, 2008),
53.
261. Kiran Trace, en conversación con la autora en febrero de 2018 en Nueva York.
AGRADECIMIENTOS
Mis pacientes me han enseñado muchas cosas. Les estoy muy agradecida por haberme confiado el
cuidado de su salud y por compartir sus historias conmigo.
Y hablando de historias, Nell Casey me ayudó a contar esta. Nell me ayudó a tejer los hilos de mi
propia experiencia con las historias de los sanadores que conocí y la investigación científica que apoya
su trabajo. Nell y yo tuvimos la suerte de colaborar con el investigador Michael Lowell, un meticuloso
verificador de información que leyó un montón de libros y cientos de artículos y entrevistó a docenas de
personas mientras trabajábamos en este proyecto. Kristina Grish colaboró con el concepto original de
este libro y contribuyó a su estructura final. Les estoy muy agradecida a todos por su duro trabajo y su
gran talento.
Laura Nolan es mi agente literaria y me ha guiado con mucha habilidad. Ha tenido un papel muy
importante en la creación de este libro y le agradezco su paciencia y apoyo.
Enseguida aproveché la oportunidad de que fuera HarperCollins quien publicara mi libro, y valoro
mucho la fe que demostró en este proyecto. Harper Wave ha publicado algunos de mis libros sobre
salud que más me gustan, y no podía desear una editorial mejor como autora. El equipo de Harper
Wave, encabezado por Karen Rinaldi, está formado por profesionales con talento y cultura, y me alegro
de tenerlos de mi lado. Nuestra editora, Julie Will, aportó claridad y perspicacia, y valoro su
experiencia y el duro trabajo que hizo para transformar nuestro manuscrito en este libro.
Ha habido momentos en los que me he sentido abrumada por este viaje, y agradezco mucho haber
contado con la paciencia de mi familia. Mi marido, Noah, y mi hija, Emma, trabajan conmigo en
Yinova (Noah dirige la clínica y Emma dirige el departamento de marketing), y los dos trabajaron el
doble para que yo pudiera concentrarme en este libro. Es más, ambos fueron una fuente de inspiración,
animo y abrazos. Louie, nuestro perro, se sentaba en mis rodillas y me hacía compañía mientras
escribía. Y les estoy muy agradecida a los tres.
Desde sus modestos comienzos, ahora Yinova es un consultorio importante. En realidad ha crecido
tanto que no puedo nombrar a todos mis colegas por su nombre, pero ellos saben quiénes son. Adoro
trabajar con un equipo de practicantes con tanto talento y que demuestran tanto apoyo con los que
crear un entorno curativo. Me gustaría hacer una mención especial a Liz Henning, nuestra jefa de
operaciones, que es la persona más organizada que conozco y quien se encargaba de dirigir Yinova
mientras yo estaba escribiendo este libro. Mi secretaria, Hemaalya Omrao, también merece el
reconocimiento de haberme mantenido informada de todo con tanto cariño.
Hay varios académicos y científicos que hicieron contribuciones a este libro. Me gustaría dar las
gracias al doctor Jeremy Pulsifer, que enseña física a acupunturistas y que es un gran practicante de
medicina china, por haberme ayudado a identificar las investigaciones relevantes para nuestro trabajo.
El doctor Bill Bengston, el doctor Erik Peper, la doctora Leah Lagos, Brenda J. Dunne y el doctor
Roger Nelson, todos nos hablaron de su trabajo con mucha paciencia y fueron muy generosos, tanto
con su tiempo como con sus investigaciones.
En Japón conté con la colaboración de un pequeño ejército de traductores, y cada uno de ellos aportó
su propia personalidad al proyecto. Kuzuhara Kaori es una mujer delicada con una risa cantarina. Me
maravilló lo bien que conoce la lengua inglesa, y su sentido del humor y sus conocimientos de la
cultura local hicieron que nuestro viaje a Kioto, con Hiroyuki Abe, fuera una experiencia muy especial.
Katsunori Kojima es un comentarista deportivo especializado en béisbol, de Tokio, que vivió en
Estados Unidos mientras trabajaba como traductor para Tsuyoshi Shinjo cuando era jugador de los
New York Mets y después de los San Francisco Giants. Se desplazó hasta Kobe para fungir como
intérprete de mi entrevista con Hiroyuki Abe, y su experiencia se hizo evidente cuando dejó claro que
era capaz de traducir conceptos muy complejos manteniéndose completamente neutral. Volvimos a
encontramos con él en Tokio, donde nos brindó su amistad y nos llevó a conocer a sus padres y nos
acompañaba cuando salíamos a comer. A Kojima le ayudaba Sakiko Matsumoto, y le proporcionaba su
apoyo en algunas traducciones debido a la naturaleza esotérica del asunto que teníamos entre manos.
Takayuki Kawamoto fue nuestro traductor en Fukuoka. Él aportó mucho humor y mucha calidez al
proyecto, y nos fue de gran ayuda para entender el trabajo del maestro Kawakami. A veces lo ayudaba
Erika Ashima, cuyo humor irónico era un regalo para todos. Todos se tomaron su trabajo muy en serio
e hicieron una gran contribución a este libro.
Conocí a grandes sanadores a lo largo de mi viaje y no todos ellos han acabado en las páginas de este
libro, pero todos me enseñaron algo, y les estoy muy agradecida a todos por permitirme observar su
trabajo y aprender de ellos.
NOTA SOBRE LA AUTORA