La Transacción

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La transacción

Indice
1. Introducción
2. Concepto
3. La transacción por diversos autores
4. La improcedencia de la transacción como medio extintivo del juicio de expropiación
5. Importancia de la transacción
6. Clases de transacción
7. La transacción es un contrato
8. ¿Es la transacción un modo de extinguir derechos?
9. Naturaleza jurídica de la transacción
10. Conclusiones
11. Bibliografía

1. Introducción
La transacción es un contrato por el cual las partes convienen en resolver un litigio de común acuerdo
y en forma definitiva, antes o después de iniciado el proceso civil, laboral o contencioso-administrativo.
En lo laboral se llama conciliación y no puede recaer sobre derechos ciertos y causados; pero si hay
proceso ordinario, el derecho ya no es cierto.
Como todo contrato, solo puede celebrarlo la persona que sea capaz y que además pueda disponer
de los objetos comprendidos en la transacción. El mandatario o apoderado extrajudicial no puede
transigir sin autorización especial en la cual se especifiquen los bienes, derechos y acciones sobre los
cuales se quiera transigir.
La transacción o conciliación produce el efecto de una sentencia ejecutoriada, con valor de cosa. Por
lo tanto, cuando ha sido anterior a la demanda, puede oponerse como excepción previa o como
perentoria; debe ponérsele término al proceso, una vez se haga saber al juez, mediante auto en el
cual éste ordena estarse a lo estipulado en ella.
En la presente investigación se describe el concepto de transacción y se analizan las clases, porque
se dice que es un contrato y su importancia, el porque algunos autores alegan que es una
inmoralidad, si es un modo de extinguir derechos.

2. Concepto
La voz transacción de latín “transactio”, designa dos operaciones distintas. En sentido corriente o
vulgar esta expresión significa todo acuerdo de voluntades sobre un objeto cualquiera, o más
concretamente, una operación mercantil o bursátil. Se dice así, que se realiza una transacción, para
referirse, por ejemplo, a la venta o compra-venta de un bien, a operaciones efectuadas por una bolsa
de comercio, etc,
Según el Novísimo Diccionario de la Lengua Castellana. En sentido gramatical, en cambio
“Acomodamiento amistoso sobre cualquier diferencia entre partes”.
Según el código civil francés, Colin y Capitan “es un contrato por el que las partes ponen término a un
litigio ya nacido o previenen un litigio por nacer.

3. La transacción por diversos autores


La transacción es un contrato por el cual las partes, dando, prometiendo o reteniendo cada una alguna
cosa, evitan la provocación de un pleito o ponen término al que había comenzado.
Según la doctrina Parra Quijano "la transacción es un contrato por el cual las partes, mediante
recíprocas concesiones, terminan un litigio pendiente o precaven un litigio eventual".
Planiol y Ripert usan, en cambio, el término controversia” y los Mazeud “pleito”, en ves de litigio,
aunque son considerados equivalentes. Nuestro código civil dice que la transacción es: “La
transacción es un contrato por el cual las partes, dando prometiendo o reteniendo cada una alguna
cosa, evitan la provocación de un pleito o ponen término al que había comenzado.
De las definiciones anteriores se desprende que existen dos tipos de transacción, a saber: la
extrajudicial mediante la cual las partes se ponen de acuerdo con el fin de evitar un litigio, y la judicial
objeto del presente análisis en la cual las partes manifiestan su mutuo consenso para poner fin a un
juicio ya iniciado.
Ahora bien, la doctrina Carnelutti, Couture, Guasp, Rengel-Romberg, Parra Quijano, Henríquez La
Roche coincide en admitir que la transacción es un negocio jurídico complejo y no un acto procesal, en
virtud del cual se establece un contrato entre las partes transigentes cuyo objeto es la causa o relación
sustancial que se ventila o ventilará en el juicio de que se trate. Con la transacción lo que se busca es
solventar, mediante recíprocas concesiones, las causas que dieron o darán origen a la relación
procesal entre las partes. De lo expresado por la doctrina puede deducirse que la transacción tiene las
siguientes características:
Como medio de terminación anómala del proceso, la transacción es un contrato bilateral, que se
conforma con la manifestación de voluntad del actor y del demandado de poner fin al juicio. Así, para
que se configure la transacción es necesaria la concurrencia de dos elementos: uno de carácter
subjetivo (animus transigendi), esto es, el ánimo de transar y otro objetivo, representado por las
concesiones recíprocas de ambas partes, para las cuales es menester tener la capacidad de disponer
del objeto litigioso.
Pone fin a la controversia o litigio pendiente. De otra parte, Rengel-Romberg señala que la transacción
constituye una especie del negocio de declaración de certeza (negocio de acertamento), que es una
convención celebrada por las partes con el objeto de establecer la certeza de sus propias relaciones
jurídicas, o regular relaciones precedentes, eliminando ciertas faltas de certeza, al amparo del principio
general de la autonomía de la voluntad, en aquellas zonas del derecho en que las partes pueden
disponer del objeto que desean regular (resaltado nuestro) (Cfr. Rengel-Romberg, Arístides, Ob. cit.,
Tomo II, página 333.)
De allí que la transacción es un contrato en el que las partes disponen de sus legítimos derechos e
intereses en el proceso, dado que se producen recíprocas concesiones para las cuales, es necesario
poseer la facultad de disponer de los derechos que se transijan. 

4. La improcedencia de la transacción como medio extintivo del juicio de expropiación


Siendo la expropiación «[...] una institución de derecho público mediante la cual la administración, para
el cumplimiento de los fines públicos, logra coactivamente la adquisición de bienes muebles o
inmuebles, siguiendo un procedimiento determinado y pagando una justa compensación [...]» debe
inadmitirse la posibilidad de transigir en la expropiación.
Las circunstancias de que en esa materia la Administración ejerce una potestad dirigida a la
satisfacción de intereses públicos y de que se establece una garantía constitucional para la
salvaguarda de los derechos del expropiado, aunadas a la ausencia de una norma que expresamente
la permita, impiden que por vía de interpretación se admita esta figura en el ámbito expropiatorio.
La expropiación Diez, Marienhoff, Sayagués, Laubadère, Lares Martínez, Muci Borjas es un
mecanismo de adquisición forzosa de la propiedad del que la Administración se vale para satisfacer el
interés público o colectivo que está llamado a tutelar.
La especial referencia que hace tanto la doctrina como la jurisprudencia acerca del fin público del
instituto expropiatorio, se debe a que la expropiación es una institución en la que aparecen en pugna
intereses privados y generales, por lo que está regulada esencialmente por normas de Derecho
Público. Las normas que la rigen implican una limitación a un derecho garantizado constitucionalmente
como es el de propiedad.
Derivado de la característica de ser una institución de Derecho Público, la expropiación es una
potestad o poder de la Administración para enfrentar y hacer ceder el derecho de propiedad, por tanto,
se trata de una institución jurídica esencial para el cumplimiento de los fines del Estado, cuyo ejercicio
es absolutamente irrenunciable.
De allí que, debe necesariamente concluirse que la Administración no posee facultades de disposición
sobre estas potestades y, si entendemos que la característica fundamental de la transacción como ha
expresado la doctrina es precisamente, la realización de recíprocas concesiones entre las partes, que
implican necesariamente la disposición de los derechos e intereses de que se trate en aquellas zonas
del derecho en que éstas pueden disponer del objeto que desean regular, quedaría descartada
cualquier posibilidad de que la Administración pueda transar en el juicio expropiatorio.
La doctrina niega la posibilidad de aplicar la transacción en el juicio expropiatorio, pues ésta sólo
puede versar sobre aquellas materias respecto de las cuales las partes tienen poder de disposición,
supuesto que dista mucho del sometido a nuestra consideración, en el que el ejercicio del poder
público se encuentra estrictamente sujeto al principio de legalidad y al interés público que por
definición son intransables.
En ese sentido, podemos concluir que la transacción sólo es aplicable en el derecho administrativo en
aquellas zonas donde no esté inmerso el interés público que la Administración está llamada a tutelar,
por lo que, desde ningún punto de vista puede aceptarse, que la Administración pueda transar en un
juicio de expropiación, dado que, el fin primordial del instituto expropiatorio es la satisfacción del
interés público, el cual no puede ser dispuesto por el Estado bajo ningún concepto.
Se ha señalado que "En el campo de la Administración, y como nos lo recuerda el profesor Ruan
Santos, la generalidad de los autores coinciden en afirmar que el ámbito de aplicación de la
transacción a la actividad pública es limitado, porque el poder de disposición de los órganos de ésta
sobre las materias regidas por el derecho público es sumamente restringido, en tanto el ejercicio del
poder público se encuentra encauzado rigurosamente por el principio de la legalidad y condicionado
por el interés público, que constituye la finalidad primordial del ejercicio de ese poder en sus diversas
manifestaciones". Es con base a ello que ha afirmado Ruan Santos que el instituto de la transacción,
así como todos aquellos que presuponen la existencia del poder de disposición en la materia, es por
principio inaplicable en el campo de la actividad pública regida por el derecho público.
La transacción en materia expropiatoria no es posible ni respecto de la ejercicio de la potestad ni
respecto de la indemnización. En este sentido, el particular puede aceptar el acto expropiatorio, lo cual
hace cuando se abstiene de impugnar su legalidad, pero ello en modo alguno significa, como es
evidente, transacción. Por lo que se refiere a la indemnización, la Administración no puede hacer
concesión, porque ello iría en contra del interés público que impone que se pague lo que es justo y no
más de ello, pero además iría en contra de una garantía constitucional que en protección del
expropiado impone que éste reciba, igualmente, lo que es justo, y no menos que ello. Al expropiado le
corresponde una suma equivalente a la pérdida sufrida, por concepto de reparación, de modo que ésta
no traiga como resultado el empobrecimiento del expropiado, como tampoco su enriquecimiento.
En este orden de ideas, es importante precisar que aceptar que en el juicio expropiatorio le pueda
estar dado a las partes transar en cuanto al precio, implicaría desnaturalizar la expropiación, pues
pactar el precio es una característica de la compra-venta en la que las partes a través de un proceso
de negociación llegan a un acuerdo en cuanto al mismo, pero resulta incompatible con la expropiación,
dado que en ella no se trata de establecer un precio, sino de determinar una justa indemnización,
configurada por la conversión económica del derecho de propiedad del que se priva al particular
afectado.
Por ello, la determinación del monto a pagar en la expropiación se hace mediante peritos, a manera de
garantizar que se establezca una justa indemnización, con la cual ni se enriquezca ni se empobrezca
al administrado expropiado.
En este sentido, si bien dentro del procedimiento de expropiación existen las figuras del arreglo
amigable y el avenimiento, ellas en modo alguno se asemejan a la institución de la transacción como
mecanismo de autocomposición procesal, pues las características antes apuntadas lo impiden, antes
bien, permiten establecer claras diferencias entre ellas.
Respecto del arreglo amigable, la Sala Político Administrativa de la Corte Suprema de Justicia en
sentencia de fecha 15 de Agosto de 1988, señaló lo siguiente: «[...] el arreglo amigable es una etapa
administrativa previa a la fase judicial, que tiene como consecuencia lógica e inmediata, en caso de
realizarse satisfactoriamente, el de evitar precisamente el procedimiento jurisdiccional y lograr en sede
administrativa el avenimiento a la expropiación [...]».
De la definición anterior, puede colegirse que el arreglo amigable tiene por objeto precaver un litigio
eventual al igual que la transacción extrajudicial, pero, aun cuando la Administración y el administrado
pueden llegar a un acuerdo en cuanto al objeto de la expropiación, ello no implica, como antes se
indicó transacción alguna y en todo caso no les está dado hacerlo en cuanto al precio del bien, lo que
desvirtúa el principio de la autonomía de la voluntad que es característica fundamental de la
transacción.
Ello es así desde que por mandato expreso de la Ley de Expropiación para el arreglo amigable
también debe realizarse un avalúo a los fines de la determinación del justiprecio, el cual será
determinado por peritos y será el precio que arroje la experticia y no otro el que la Administración
deberá pagar y el particular aceptar, sin que les esté dado a las partes negociar y hacer recíprocas
concesiones en cuanto al monto de la indemnización, lo que es determinante en la distinción de
ambas figuras.
La Corte Primera de lo Contencioso Administrativo, estableció, con perfecta precisión y claridad, la
naturaleza jurídica del arreglo amigable, en sentencia del 22 de mayo de 1997, al señalar:
El arrego amigable, está regido principalmente por normas de Derecho Público, por estar inmerso en
el procedimiento expropiatorio...No obstante, el arreglo amigable participa de la naturaleza de la
Transacción, la cual es un convenio que tiene por objeto, mediante recíprocas concesiones, terminar
un litigio pendiente, o precaver un litigio eventual...El arreglo amigable se diferencia de la transacción
de Derecho Privado, entre otras características, en que no tiene su causa en recíprocas
concesiones, pues las partes no discuten en igualdad de condiciones, sino en cumplimiento del fin
público, y la garantía de la justa indemnización... Se asemeja el arreglo amigable con la transacción
extrajudicial, por la necesidad de solicitar su cumplimiento ante el Juez competente, el cual no es
otro que aquél que debió conocer de la expropiación de no haberse logrado el arreglo amigable [...]»
Así pues, el arreglo amigable puede definirse como aquel acto del proceso expropiatorio sometido a la
voluntad de las partes, y mediante el cual el sujeto pasivo acepta los términos del decreto
expropiatorio, esto es, que implica una renuncia a la facultad de oponerse al mencionado acto
administrativo, pero en el que deben someterse a las normas legales para la determinación de la justa
indemnización que la Administración ha de pagar al expropiado. De ahí que tal figura encuentre su
justificación en la celeridad del procedimiento expropiatorio, pues si el sujeto expropiado no pretende
formular oposición alguna, no tendría sentido entonces acudir a la fase judicial.
Conforme a la norma que da sustento al arreglo amigable, la realización del avalúo a los fines de
determinar el justiprecio es absolutamente necesaria, y «en todo caso» se ajustará a las normas
previstas en la Ley. Este avalúo constituye una verdadera experticia extrajudicial estimatoria, mediante
la cual se llega a establecer el monto que por indemnización deberá pagar el ente expropiante al
propietario que ha consentido en aceptar la transferencia del dominio del bien.
De cualquier manera, la forma como deberá justipreciarse el bien es aquella a la que se refieren las
normas que regulan el avalúo en la Ley de Expropiación, con lo que se descarta, en cualquier caso, el
que las partes conforme a su arbitrio fijen la suma de dinero a ser pagada. Así entonces, los artículos
33, 34 y 35 de la Ley de Expropiación son las normas rectoras del avalúo que arrojará el monto a
pagar en virtud del arreglo amigable.
Cuestión distinta es la relativa a la posibilidad de que una de las partes sea la que realice el avalúo y la
otra simplemente se avenga. En forma negativa a considerar que las partes puedan realizar el avalúo,
se pronunció la Sala Federal de la antigua Corte Federal y de Casación, en sentencia del 14 de marzo
de 1952, señalando que las gestiones amigables «[...] se limitan, en síntesis, a entenderse respecto al
perito o peritos que han de fijar el precio, pues no permite la citada disposición (parágrafo único del
artículo 3 de la Ley de Expropiación) que las partes lo fijen directamente [...]».
Pero de manera afirmativa lo han hecho algunos autores, entre ellos, Enrique Lagrange, quien estima
que dado que con ocasión del avenimiento una de las partes puede elaborar el avalúo sujeto a la
aprobación de la otra, no se encuentra razón alguna para que ello no pueda realizarse igualmente en
el caso del arreglo amigable, lo cual –dice- no ha encontrado oposición por parte de la Corte Suprema
de Justicia. De igual opinión es el maestro Lares Martínez, para quien
«[...] la disposición de la ley no es suficientemente clara y dada la circunstancia de que en la fase
judicial la ley permite el avenimiento de las partes en cuanto al precio, a nuestro entender podrían las
partes en el arreglo amigable acordarse en cuanto a la determinación de la indemnización, o en fin,
convenir en que ésta sea fijada por uno o tres expertos que en el propio acto designen [...]».
Pero en todo caso, se insiste, no puede obviarse el justiprecio, de manera que la determinación de la
indemnización no podría ser arbitraria, ni sería aceptable el otorgamiento de recíprocas concesiones
una vez que ésta indemnización haya sido, mediante avalúo, previamente establecida.
La otra figura que debe también diferenciarse de la transacción es el avenimiento, el cual, a diferencia
del arreglo amigable, ocurre dentro del proceso judicial expropiatorio.
En este sentido, una vez declarada en forma definitiva por la autoridad judicial la expropiación, esto es
la necesidad de adquirir el todo o parte de la propiedad o algún otro derecho, de conformidad con el
artículo 32 de la Ley de Expropiación, el Tribunal indicará el día y la hora para que las partes
concurran con el objeto de lograr que el particular expropiado acepte el precio que la experticia previa
arroje del bien.
Ahora bien, no puede confundirse el avenimiento consagrado en el artículo 32 de la Ley de
Expropiación con una transacción que tenga por objeto dar fin al juicio expropiatorio, dado que en la
expropiación, en cuanto al precio, no le está dado a las partes negociar y hacer recíprocas
concesiones, pues el mismo se deriva de un avalúo realizado por peritos, siendo el precio que arroje el
peritaje y no otro, el que la Administración expropiante debe pagar al particular afectado.
El particular con el avenimiento simplemente conviene en la expropiación y en el justiprecio que arroje
el peritaje, pero en ningún momento negocia con la Administración el monto de la indemnización.
Debemos recordar que la transacción supone la realización de recíprocas concesiones entre las
partes, lo que necesariamente implicaría, en la expropiación, disponer del interés público, que por
definición es indisponible.
En la expropiación la Administración y el particular no pueden negociar el precio de la expropiación,
pues no se trata de una compra-venta regida por normas de derecho privado, en la que las partes
pueden negociar y acordar un precio para traspasar la propiedad del bien, sino por el contrario, como
ya lo hemos señalado, la expropiación es un instituto de derecho público, regido por normas de
derecho público, que tiene por finalidad la transmisión coactiva de la propiedad, a través del pago de
un justiprecio arrojado por el avalúo de rigor, en aras de tutelar el interés colectivo que el ente
expropiante está llamado a salvaguardar y el derecho a la justa indemnización del particular afectado.

5. Importancia de la transacción
Algunos autores critican el contrato de transacción alegando que el mismo constituye una
inmoralidad, ya que los hombres sin escrúpulos se aprovechan del miedo que generalmente se tiene a
los procesos judiciales para lograr, transacciones ventajosas. Por tratar de mantener la paz social
dicen se sacrifica la justicia. Se sostiene también que la parte económicamente más poderosa le
impone a la más débil, a la que carece de recursos suficientes para costear los gastos que demanda
un largo proceso, las condiciones de la transacción.
No cabe duda de que tales críticas son exageradas. Prueba de que la transacción no constituye una
inmoralidad es que todas las legislaciones, a excepción de la Suiza, conservan esta institución, que
tiene gran aplicación principalmente en los países anglosajones. En primer lugar, porque mediante
este contrato se arreglan asuntos de interés particular, que no afectan el orden público. Además, es
evidente que en virtud de ella las partes evitan las molestias, las preocupaciones, los disgustos y los
gastos que los juicios, generalmente largos y costosos, suelen ocasionar. Asimismo, se evita o se le
pone término a una controversia, que ninguna de las partes tiene la seguridad de que será fallada a su
favor, mediante concesiones recíprocas, elemento que es de la esencia de la transacción. Cada parte
tiene, pues, que sacrificar algo de su pretendido derecho, aun cuando la ley no exige que dicho
sacrifico sea de la misma magnitud.
Por las razones anteriores estimamos con Maseaud y la doctrina dominante, que su utilidad es
innegable.

6. Clases de transacción
En atención a sus efectos, la transacción puede ser declarativa o translativa, clasificación de la que
nos ocupemos más adelante cuando consideremos su naturaleza jurídica. Se clasifica, además, en
extrajudicial y judicial, y en simple o pura y compleja. A continuación se explica las dos últimas
clasificaciones.

1. Transacción extrajudicial y transacción judicial


Es importante comenzar por advertir que en ambos casos la transacción constituye un contrato.
A este respecto nos dice Manresa. El Código llama igualmente transacción, puesto que iguales son
sus efectos, tanto a la que judicial o extrajudicialmente se produce para poner término a un pleito
comenzado, como a la que tiene por objeto evitar la provocación de alguno resolviendo una diferencia
sobre la existencia de un derecho, su nacimiento, su extensión o extinción. En este segundo caso de
transacción preventiva bastará. para la validez del contrato que el derecho sea dudoso en opinión de
las partes de transiguen, aun cuando no lo parezca a un tercero desinteresado y competente. En otros
términos; la cuestión de saber si el derecho objeto de la transacción es o no dudoso debe apreciarse
subjetivamente”.
La transacción extrajudicial sólo presta mérito ejecutivo cuando conste en escritura pública (art. 1166,
ord. 1°); en cambio, la judicial, lo presta, además, conforme al ord. 6° del mismo artículo, cuando en la
actuación judicial relativa a la transacción “aparezca claramente que una persona ha contraído la
obligación de pagar una cantidad, o de entregar, hacer o dejar de hacer alguna cosa”, siempre, en
ambos casos, que “de ellos resulte obligación clara y de plazo cumplido, de pagar alguna cantidad
líquida o de entregar, hacer o dejar de hacer alguna cosa determinada (art. 1169 del C. judicial). Por
otra parte, en la transacción judicial, procede la vía de apremio, esto es, su ejecución, en el último de
los dos supuestos que vimos, en la extrajudical, en cambio, no procede.
Ahora bien, hay que considerar conveniente extenderse un poco más sobre la transacción judicial, ya
que no ha sido muy estudiada en nuestro país, además de que no ha sido reglamentada ni por el
código civil ni por el código. judicial. El código civil español en el art. 1816 se refiere a ella al disponer
que “no procederá la vía de apremio sino tratándose del cumplimiento de la transacción judicial”,
norma que nuestro legislador no incorporó al art. 1506 de nuestro código. civil, que es el
correspondiente al 1816 antes citado. El código judicial hace una leve alusión a este tipo de
transacción en el art. 433, al dispone que “para terminar el pleito por transacción necesita el
apoderado facultad especial”. La carencia de reglamentación naturalmente da lugar a que importantes
aspectos de la misma resulten controvertidos. Su concepto, su naturaleza jurídica, las normas que le
son aplicables, sus requisitos, etc.
¿Qué se entiende por transacción judicial?. Algunos autores sostienen que “Si el litigio está pendiente
(se ha traducido ya en un proceso judicial), la transacción se llama “judicial” y se caracteriza porque
pone fin al pleito”. Este criterio es expuesto por Aguilar Gorrondona (op. cit., p. 435), quien agrega que
si el litigio es eventual no se ha traducido aun en proceso judicial) la transacción se denomina
“Extrajudicial” y se caracteriza por precaver el litigio” (p, 436).
Según este criterio la transacción extrajudicial tiene por objeto evitar el pleito y la judicial ponerle fin o
términos. Como se advierten se trata de un concepto amplio de transacción judicial, y restringido de la
extrajudicial. Este criterio ha sido acogido por un sector de la doctrina y por el Tribunal Supremo de
España, quien en Sent. de 22 de abril de 1911, sostuvo que debe entenderse por transición judicial
aquella que recae en un asunto puesto ya en litigio y pendiente de la resolución de los Tribunales,
criterio que acoge CASTAN (op.cit, p. 384).
En el mismo sentido Gullon (Curso de Derecho civil, p. 295) dice que “es la que recae sobre una
controversia llevada ante los órganos jurisdiccionales”. De Pina (op. cit., voL IV, p. 310’) luego de
indicar que se dice “que es la concertada durante un proceso”, o la que se concluye ante un juzgado, o
bien, la que se lleva a efecto después de iniciado un proceso judicial y que versa sobre la cuestión que
es objeto de éste”, concluye definiéndola “como aquella que tiene objeto terminar un juicio pendiente,
mediante el acuerdo privado de las partes”. Con relación a este punto Pérez y Alguer (op. cit., p. 506)
sostienen en cambio lo siguiente: “Creemos que se ha de entender por transacción judicial aquella que
se concluye ante un Juzgado o Tribuna, pues no bastaría para caracterizar la transacción judicial el
que fuera para terminar un pleito comenzado porque según el art. 1.809, es indiferente para el
concepto de la transacción en general, el que tienda a evitar la provocación de un pleito o poner
término al que habla comenzado”.
Puig Brutau (ob. cít., p. 570 y ss.) comparte la tesis expuesta por Pérez y Alguer. A este respecto dice:
“Cabe, pues que la transacción tenga carácter preventivo o que ponga termino en un estado litigioso.
Pero esta doble posibilidad no basta para señalar la diferencia entre transacción extrajudicial y judicial.
Para advertirlo claramente hay que tener en cuenta, además, los arts. 1.816 y 1.817, párrafo segundo,
del mismo Código Civil”. Y concluye que únicamente tiene el carácter de la transacción judicial “la que
forma el contenido de una acto procesal” (p. 571 y 572). Eduardo Pallares (Diccionario de Der.
Procesal.

2. Transacción pura y compleja


Se entiende por transacción pura la que sólo comprende cosas que son motivo de la controversia, y,
por transacción compleja, la que comprende, además, cosas que no son motivo de la controversia
surgida entre las partes. La distinción tiene importancia, entre otras cosas, para lo relativo a la
naturaleza jurídica y los efectos de la transacción, como en su oportunidad se verá. Sin embargo, esta
clasificación no es aceptada por un sector de la doctrina, que no admite la llamada transacción
compleja.
Así, para algunos autores, como Potihiler, D’argentre, Peirano, Facio, Gullo Ballesteros, etc., lo que no
está comprendido en la controversia, es objeto de otro negocio jurídico (venta, donación, etc.), pero no
de transacción que sólo tiene por Objeto lo que es materia de la controversia surgida entre las partes.
Empero, para otros autores, esto no le hace perder al contrato el carácter declarativo indicado no
excluye que la transacción sea traslativa o constitutiva de derechos sobre los cuales no versaba el
litigio, ni que las partes pacten saneamiento o novación” (op. cit., o. 400). También a Espin Conovas
(op. cit., p. 533) , quien se pronuncia así:
“Sin embargo, junto a la transacción pura a que hasta ahora nos hemos referido, la doctrina sitúa la
transacción compleja, en que además de los recíprocos reconocimientos de derechos de una parte a
otra, como por ejemplo, si una de las partes renuncia a un derecho, en la cosa discutida cediéndolo a
la otra, a cambio de una compensación pecuniaria. En este sentido Puig Peña considera que en la
transacción compleja se produce un doble efecto declarativo, por lo que se refiere al reciproco
reconocimiento de derechos, y traslativo, por lo que atañe a la atribución dc derechos dc una parte a
la otra en materia que no era objeto de controversia”.

7. La transacción es un contrato
El hecho de que la transacción sea una institución que se encuentre colocada en el limite del Derecho
civil, y del Derecho procesal, ha dado lugar a que surjan en ocasiones serios problemas al analizar
algunos ángulos de la misma. Así, no faltan autores como Carnelutti que le nieguen el carácter de
contrato, alegando que en ella hay dos negocios coligados, pero no fundidos, que son heterogéneos.
Existen dice actos jurídicos unilaterales: uno de renuncia y otro de reconocimiento de derechos. Por su
parte, Colmo estima que constituye una “convención liberatoria, no un contrato, pues extingue
obligaciones, en vez de hacerlas contraer que es, hasta en la palabra, lo propio de un contrato. Ello,
naturalmente con base en el código civil argentino, ya extingue obligaciones. En efecto, el art. 724
incluye la transacción entre los modos de extinguir obligaciones, y el c. civil la regula entre los
contratos.
No obstante, lo cierto es que nuestra legislación, al igual que la generalidad de los civiles, incluyendo
el francés, el alemán y el italiano, la califica de manera de contrato en el art. 1500.
1. Es un contrato consensual
Existen legislaciones, como la uruguaya (art. 2147) que le dan carácter solemne. La misma exige para
su validez, cualquiera que sea la entidad del objeto sobre que verse, “que conste por acto judicial, o
por escritura pública o privada”. El código civil mexicano (art. 2945) requiere que conste por escrito
cuando previene controversias por un valor de mayor de 200 pesos.
Nuestra legislación, si bien supone que lo normal es que el contrato conste por escrito (art. 1505), lo
cierto es que, por regla general, para que se perfeccione basta el mero consentimiento ya que no
existe ninguna disposición que exija que sea solemne. Y decimos por regla general, pues cuando
versa sobre bienes inmuebles es solemne. La solemnidad consiste en que conste por escrito, si bien
para que sea posible su inscripción en el Registro Público es necesario que conste por escritura
pública, conforme a las reglas generales (V. Arts 1109 inc. 2°, 1129, 1130, inc. 2° y 1131, ord. lo). No
es necesaria, en cambio, la inscripción para que el contrato se perfeccione, como se sostuvo
erróneamente en un fallo de 23 de julio de 1924 (Jur. De Herrera, T. III, N 01082). También deberá
constar por escrito la transacción judicial, si bien no es una solemnidad del contrato, sino algo
necesario para la incorporación de la misma al proceso. Deberá constar por escrito, además, en el
caso del art. 1103, o sea, cuando el contrato verse sobre obligaciones que valgan más de quinientos
balboas. Pero en este supuesto se trata de una mera formalidad adprobationem.
Nos parece que como la transacción tiene por propósito evitar o poner fin a controversias o litios
surgidos o que puedan surgir entre las panes, no resulta conveniente, en la práctica, atribuirle como lo
hace nuestro. Código, carácter consensual, ya que si no costa al menos por escrito surgirán
problemas en la interpretación del contrato cuando existan divergencias entre las partes. Por ello
consideramos más acertado el código civil francés, que exige que conste por escrito en todo caso, aun
cuando esta exigencia tenga el carácter de una mera formalidad adprobationem.
Como todo contrato, el de transacción debe estar exento de vicios y puede celebrarse personalmente
o por medio de representantes (arts. 1507 y 1508.

2. Es un contrato accesorio
Debemos advertir que no lo es en el sentido de que constituya un contrato de los llamados accesorios
y de garantía, v. gr. La fianza, la prenda, la hipoteca, etc., que requieren para subsistir la existencia de
una obligación principal válida, a la cual acceden y garantizan. Como dice Manresa. “Es accesorio, en
el concepto especial que en el orden jurídico tiene dicho término, en cuanto supone una cuestión,
litigiosa o no anterior sobre una relación de derecho determinada, a cuya cuestión pone término”. Así
lo ha reconocido el Tribunal supremo de España al sostener en s. De 17 octubre de 1942 que “la
transacción requiere una cuestión anterior que le dé vida”. Lo es porque supone, como sostuvo Correa
García, “la existencia anterior de derechos discutidos o que puedan discutirse”.

3. Es un contrato bilateral o plurilateral


La doctrina dominante considera que es un contrato bilateral porque le impone obligaciones reciprocas
a las partes, que pueden ser dos o más (Manresa, op cit., p.
Los Manzeaud (op. cit., p. 619) observan que cada una de las partes se obliga no emprender o a no
seguir un procedimiento, o sea, contrae una obligación de no hacer. No obstante, algunos autores,
como Carnelutti, que consideran que la acción no es un contrato, niegan que sea bilateral. En el
contrato bilateral dice promesa de una parte tiene que ser aceptada por la otra.
Pero esto no ocurre en la transacción, pues la renuncia de quien pretende, como el reconocimiento de
la otra parte, operan sin necesidad de aceptación. Según Peirano Facio (op.cit., p.169) Su carácter
bilateral es discutible. Cuando es declarativa no crea obligaciones, pero sí cuando es constitutiva. Por
consiguiente, la transacción por si no es unilateral ni bilateral. Ello depende dice de su naturaleza
jurídica.
Gullon, conforme a la doctrina dominante, estima que es bilateral porque una parte renuncia a la
pretensión total o parcialmente a cambio del reconocimiento parcial que de ella hace la otra parte, o de
la entrega de otro objeto o una suma de dinero”. Curso de Der. Civil, p. 385). Así lo ha admitido
también el Tribunal Supremo de España en S. de 7 de diciembre de 1929 y de 15 de junio de 1957. El
código civil argentino, en el art. 832, expresamente reconoce que tiene naturaleza bilateral, criterio que
compartimos. Y es que si fuera unilateral se trataría de una renuncia o reconocimiento y no de una
transacción.

4. Es un contrato oneroso
Aunque no han faltado autores, como Carresi (Cit. Por Gullon, La Transacción, p. 48) que lo nieguen,
lo cierto es que la doctrina dominante y la jurisprudencia le han reconocido dicho carácter, y es
oneroso, porque es de la esencia del contrato que las partes se hagan reciprocas concesiones, nota
que nuestro código exige cuando establece, en el art. 1.500, que cada una dé, promete o retenga
alguna cosa. Así lo ha reconocido el Tribunal supremo de España en 5. de 9 de marzo de 1948. Y es
que si el contrato es gratuito faltaría la reciprocidad de concesiones que exige la ley para que haya
transacción.

5. Generalmente es un contrato conmutativo


Porque normalmente las prestaciones de las partes quedan definitivamente determinadas al
perfeccionarse el contrato y son más o menos equivalentes. Sin embargo, como antes vimos, la ley no
exige que las concesiones de las partes sean de la misma magnitud. Pero excepcionalmente puede
ser aleatorio. Por ej., si dos personas que se disputan la propiedad de una finca conviene (transan) en
que una se quede con ella, pero obligándose a darle a la otra una renta vitalicia. El contrato es
aleatorio porque dicha renta va a depender de los años que viva dicha persona, o sea, de un
acontecimiento incierto.

6. Es un contrato obligatorio
Hemos visto que nuestro Derecho sigue la teoría del titulo y el modo (art. 980 del código civil) y que,
en consecuencia, del contrato (titulo) por lo general sólo emanan obligaciones, derechos personales y
derechos reales. Para que éstos se constituyan o se traspasen es preciso que opere un modo de
adquirir (la tradición). Tampoco aparece configurada la transacción en nuestro Derecho como un
contrato real, o sea, que requiera necesariamente la entrega de la cosa perfeccionarse. Cuando el
código civil dice en el art. 1.500 que “La transacción es un contrato por el cual las partes, dando,
prometiendo o reteniendo cada una alguna cosa” hay que entender, por lo anteriormente dicho, que no
es indispensable que la cosa se dé para que el contrato se perfeccione, sino que basta con que las
panes se obliguen a dar; con que prometan hacerlo, como dice este precepto. Así lo ha admitido el
Tribunal Supremo de España en S. de 14 de marzo de 1955.

7. ¿Es la transacción un contrato intuito personae?


Existen legislaciones, como la chilena (art. 2456), que parten del supuesto de que la transacción es un
contrato que se celebra intuito personae. “La transacción dice esta disposición se presume haberse
aceptado por consideración a la persona con quien se transige. Si se cree, pues, transigir con una
persona y se transige con otra, podrá rescindirse la transacción”. En este caso, y conforme a las reglas
generales, el error en la persona vieja el consentimiento.
La doctrina, no obstante, se encuentra dividida. Algunos autores sostienen que, daba la naturaleza de
set contrato, no cabe duda de que la consideración de la persona desempeña en él un papel de
importancia. Empero, la doctrina dominante (Manresa, Baijdry Lacantinerie, etc.) estima que la
consideración de la persona es accidental, ya que en la transacción prevalece el elemento patrimonial,
ya sea el temor a los pleitos, la inseguridad en el triunfo, el afán de obtener más rápidamente la
prestación debida, etc.
A nosotros nos parece mejor fundada esta última tesis, aunque esto es algo que no puede resolverse
a priori, sino en atención a cada caso concreto. Del examen del contrato podrá sacarse en claro si éste
fue celebrado en el carácter de intuito personae o no, aunque lo normal, en nuestro concepto, es que
carezca de él, máxime cuando por regla general los contratos no se celebran intuito personae (V. art.
1117).
Por ello advierten Colin y Capitán que aun “cuando el art. 2.053 (del C.C. francés) nos dice que la
transacción puede ser anulada por causa de error en cuanto a la persona, todos están de acuerdo en
decidir que este articulo se debe combinar con el 1110 y que, por consiguiente, el error sólo es una
causa de nulidad cuando “la consideración de la persona ha sido causa principal de la convención” y
cuando el error ha versado sobre la calidad de la persona que se tenía en el animo al estipular el
contrato” (Ob. cit., p. 722 y 723).
8. ¿Es la transacción un modo de extinguir derechos?
El Derecho antiguo consideró la transacción como un modo de extinguir obligaciones, criterio que fue
seguido por algunos códigos, como el chileno (art. 1567), el colombiano (art. 1.625), el argentino (arts.
724, 832, 850), etc. Empero, después, prevaleció el criterio contrario, cuya influencia se hizo evidente
en el código civil. francés, que siguiendo a Pothier, no la incluyó entre los modos de extinguir
obligaciones. Dicho código fue imitado por la generalidad de los códigos modernos en este punto,
entre ellos, el español y el nuestro que la regulan como contrato.
Actualmente la doctrina considera que la transacción en si no es un modo de extinguir obligaciones.
Primero, por el carácter declarativo de derechos que generalmente se le atribuyen; y en segundo
lugar, porque si bien en virtud de ellas pueden resultar extinguir obligaciones, como la renuncia o
remisión, la compensación, el pago, la novación, etc. Como no es la transacción la que directamente
origina la extinción, no puede considerarse como un modo autónomo de extinguir obligaciones.

9. Naturaleza jurídica de la transacción


¿Es la transacción declarativa, traslativa o constitutiva de derechos? Se trata de un asunto que ha sido
sumamente debatido por la doctrina. Con relación a él se han expuesto varios criterios:
a) que tiene carácter traslativo;
b) que es declarativa;
c) que es de naturaleza constitutiva; y
d) que puede ser declarativa y traslativa o constitutiva al mismo tiempo, según las circunstancias.
Primero prevaleció el criterio de que la transacción era traslativa de derechos. Se sostuvo así que
transigir era enajenar, principio que todavía se mantienen algunos códigos. Pero luego este criterio fue
abandonado, considerándose que tenía carácter declarativo. Aunque el código civil. francés guardó
silencio con relación a este asunto, no obstante que Pothier le atribuía carácter declarativo, las
legislaciones que se inspiran en él, por lo general acogieron este criterio, e incluso algunas lo
formularon de manera expresa y terminante. Así, el código civil del Uruguay (art. 2160), inspirado en el
argentino (art. 836) establece que “Por la transacción no se trasmiten sino que se declaran o
reconocen los derechos que hacen el objeto de las diferencias sobre que ellas recae”. En igual sentido
se pronuncia el código civil mexicano (art. 2961). Este criterio es el que actualmente predomina en la
doctrina y el que impera en casi todas las legislaciones.

10. Conclusiones
1. La transacción es un contrato en el que las partes disponen de sus legítimos derechos e
intereses, dado que se producen recíprocas concesiones para las cuales, es necesario poseer
la facultad de disponer de los derechos que se pretendan transigir.
2. La expropiación se caracteriza por ser una institución jurídica esencial para el cumplimiento de los
fines del Estado, cuyo ejercicio es absolutamente irrenunciable.
3. Dado que la expropiación es una potestad que se dirige a dar cumplimiento a los fines públicos
del Estado, la Administración no posee facultades de disposición, y por ser la característica
fundamental de la transacción, precisamente, la realización de recíprocas concesiones entre las
partes, concesiones que implican necesariamente la disposición de los derechos e intereses de que
se trate, queda descartada cualquier posibilidad de que la Administración pueda transar en el juicio
expropiatorio.
4.Dado que la justa indemnización es una garantía constitucional que protege el derecho a la
conversión económica de la propiedad de que se priva a los particulares mediante la institución
expropiatoria, y dada la ausencia de una norma que lo permita, la transacción no debe ser admitida.
5.Conforme a la ley, en la expropiación el monto de la indemnización debe necesariamente derivar
de un avalúo realizado por peritos, sin que le esté dado a las partes negociar la suma indemnizatoria.

11. Bibliografía
CABANELLAS, de Torres, Diccionario Jurídico Elemental. Buenos Aires, Editorial Heliasta, S.R.L.
1993.
ECHONDIA, Devis, Hernando. Compendio de Derecho Procesal, Teoría General del Proceso. Tomo
1, 13 edición biblioteca Jurídica, Dike, 1994.
FABREGA, Jorge. Instituciones de Derecho Procesal Civil. Panamá, Editora Jurídica Panameña. 1998.
GONZÁLEZ RAMÍREZ, Augusto. Introducción al derecho. Colombia Ediciones Librería del Profesional.
1995.
MORENO PUJOL, José Martín. Código Civil y Código de la Familia. Editorial Miazrachi & Pujol, S.A.
1996.

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