El Arte de La Observación

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EL ARTE DE LA OBSERVACIÓN: APRENDER A VER

Aprender a ver los detalles es una capacidad que no desarrollamos de manera natural, sino por
medio de la práctica. El relato siguiente es un clásico acerca de la iniciación de un estudiante en el
arte de la observación.

EL ESTUDIANTE, EL PEZ Y AGASSIZ


Por el estudiante

Hace más de quince años entré al laboratorio del profesor Agassiz, y le dije que me había inscrito
en la facultad de ciencia como estudiante de Historia natural. Él me hizo algunas preguntas
respecto al objeto de mi visita, el modo en que me proponía usar el conocimiento que pudiera
adquirir y finalmente, si quería estudiar alguna rama especial. A esto último respondí que, si bien
quería estar bien fundamentado en todos los departamentos de la Zoología, quería dedicarme a
los insectos.

«¿Cuándo desea comenzar?» me preguntó.

«Ahora», le contesté.

Esta respuesta pareció agradarle, y con un enérgico «muy bien», tomó de la estantería un enorme
frasco de especímenes conservados en alcohol amarillo.

«Observe este pez», dijo, «y fíjese en él; le llamamos haemulon; dentro de un rato le preguntaré lo
que ha visto».

Con estas palabras me dejó. A los diez minutos ya había visto todo lo que podía verse de aquel
pez, y comencé a buscar al profesor, que había salido del museo; cuando volví, después de
haberme entretenido observando los extraños animales del departamento superior, el pez que me
había encomendado el profesor se había secado completamente. Eché algo de líquido sobre el pez
como para resucitarle de su desmayo, y miré con ansiedad esperando el regreso de un aspecto
viscoso normal. Pasado este pequeño incidente, no tenía otra cosa que hacer que volver a mirar
con detenimiento a mi mudo compañero. Pasó media hora, una hora, y otra; el pez comenzaba a
parecerme repulsivo. Le di una vuelta por un lado y por el otro; observé sus facciones: espantosas;
desde atrás, por debajo, por arriba, por los lados… igual de espantoso. Estaba desesperado; un
poco antes de la hora habitual concluí que era tiempo de comer; de modo que, con un alivio
infinito, devolví el pez cuidadosamente a su frasco, y durante una hora fui libre.

A mi regreso, me enteré de que el profesor Agassiz había estado en el museo, pero había salido de
nuevo y no regresaría hasta varias horas más tarde. Lentamente volví a sacar de su frasco aquel
pez horrible, y con un sentimiento de desesperación comencé de nuevo a observarlo. No podía
utilizar ningún cristal de aumento; me estaba prohibido el uso de cualquier clase de instrumento.
Allí estaba yo con mis dos manos, mi dos ojos, y el pez; parecía una exploración de lo más limitada.
Le introduje los dedos en la boca para comprobar lo afilados que tenía los dientes. Comencé a
contar distintas hileras de escamas hasta que me convencí de que era un ejercicio absurdo. Por fin
se me ocurrió una idea agradable: iba a hacer un dibujo del pez; y ahora con sorpresa comencé a
descubrir nuevas características de aquella criatura. Precisamente entonces regresó el profesor.
«Muy bien», dijo, «el lápiz es uno de los mejores ojos. También me alegro de observar, que
mantienes la humedad del espécimen y la botella bien tapada.

Con estas alentadoras palabras añadió, «Bien, ¿cómo es?»

Escuchó con atención mi breve intento de describir la estructura de las partes cuyos nombres me
eran todavía desconocidos: branquias distribuidas en hileras, labios carnosos, ojos sin párpados; la
línea lateral, las aletas espinosas y la cola bifurcada. Cuando terminé, se quedó aguardando como
si esperara más, y entonces, con aire de frustración:

«No te has concentrado demasiado —siguió diciendo más solemnemente— no has reparado en
uno de los rasgos más evidentes del animal, que está claramente ante ti. Observa de nuevo;
¡observa de nuevo!» y se marchó dejándome perplejo.

Me sentía desazonado. ¿Tenía que seguir escrutando aquel miserable pez? Sin embargo, ahora me
entregué a la tarea con amor propio, y pronto comencé a descubrir cosas nuevas, una tras otra,
hasta que entendí lo justo que había sido el profesor en su crítica. La tarde pasó con rapidez, y
cuando hacia el final el profesor inquirió «¿Lo ves ya?»

«No», le contesté. «Estoy seguro de que no, pero lo que sí veo ahora es lo poco que veía antes».

«Esto está muy bien», dijo él, «pero ahora no quiero hablar de ello; guarda el pez y vete a casa;
quizá tendrás una respuesta mejor por la mañana. Hablaremos antes de que mires el pez».

Estas palabras fueron desconcertantes; no solo tenía que estar pensando en el pez toda la noche,
sin poder ver el objeto de mi estudio, planteándome qué puede ser este rasgo desconocido pero
muy visible, sino que también, sin poder repasar mis nuevos descubrimientos, he de dar una
exacta explicación de ellos al día siguiente.

El cordial saludo del profesor a la mañana siguiente fue reconfortante; aquel hombre parecía estar
tan anheloso como yo de que yo viera por mí mismo lo que veía él.

«¿Quiere quizá decir», le pregunté, «que el pez tiene lados simétricos con órganos emparejados?»

Su completamente satisfecho, «¡por supuesto, por supuesto!» compensó las horas en vela de la
noche anterior. Después de dejar que hablara felizmente y con gran entusiasmo —por supuesto, lo
hacía sobre la importancia de este punto— me aventuré a preguntarle qué tenía que hacer a
continuación.

«¡Observa un poco más tu pez!» dijo, y me abandonó de nuevo a mis propios recursos. Al cabo de
poco más de una hora regresó y escuchó mi nuevo catálogo.

«¡Esto está bien, esto está bien!» repitió, «no obstante no es todo; sigue observando». Y durante
tres largos días, puso aquel pez delante de mis ojos, impidiéndome mirar ninguna otra cosa, o
utilizar ninguna ayuda artificial. «Busca, busca, busca», fue su reiterado encargo.

Aquella fue la mejor lección de entomología que he tenido jamás (una lección cuya influencia se
ha extendido a los detalles de todos mis estudios posteriores); un legado que el profesor me ha
dejado a mí, igual que a muchos otros, de un valor inestimable, algo que no podía comprar y que
me acompañará el resto de mi vida.
¿Ves similitudes entre estudiar la Palabra de Dios y el estudio del pez en esta anécdota? Lee la
Biblia cuidadosamente. Busca los elementos de que hemos hablado en el Capítulo 2. Busca
también otros detalles. ¡Observa! Busca un poco más. Observa un poco más. Mira de nuevo. Hazle
preguntas al texto. Mira de nuevo. Observa más. ¡Profundiza! Toma notas. Marca las
observaciones que veas. Lee de nuevo el pasaje. Busca otros detalles. ¡Hay más! ¡Sigue
profundizando! ¿Entiendes lo que quiero decir?

Vamos a avanzar y a aprender más acerca de las cosas que hemos de buscar en los párrafos.

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