El Hombre Rico y Lázaro
El Hombre Rico y Lázaro
El Hombre Rico y Lázaro
LUCAS 16:14-31
Jesús les ha dado a sus discípulos buenos consejos sobre cómo usar las riquezas. Pero no solo lo
han escuchado ellos, también están presentes algunos fariseos, quienes deberían tomar en serio
estos consejos, pues aman el dinero. Sin embargo, al oír las palabras de Jesús, empiezan a “hacerle
gestos de desprecio” (Lucas 15:2; 16:13, 14).
Jesús no se deja intimidar, sino que les dice: “Ustedes son los que se declaran justos delante de la
gente, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que la gente considera muy valioso es
repugnante desde el punto de vista de Dios” (Lucas 16:15).
Durante mucho tiempo, la gente ha considerado muy valiosos o importantes a los fariseos, pero ha
llegado el momento de que las cosas cambien. Quienes disfrutan de una posición privilegiada,
porque son ricos y tienen influencia política y religiosa, serán humillados. Por otro lado, la gente
común que se da cuenta de que necesita aprender más de Dios será ensalzada. Jesús deja claro
que se acerca un gran cambio:
“La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan. Desde entonces se anuncia el Reino de Dios como
buenas noticias, y todo tipo de personas avanza con empeño hacia él. En realidad, es más fácil que
desaparezcan el cielo y la tierra que no que se quede sin cumplir un solo trazo de una letra de la
Ley” (Lucas 3:18; 16:16, 17). ¿Cómo indican estas palabras que la situación está a punto de
cambiar?
Los líderes religiosos judíos afirman con orgullo que siguen la Ley de Moisés. Recordemos que,
cuando Jesús le devolvió la vista a un hombre en Jerusalén, los fariseos dijeron orgullosos:
“Nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios le habló a Moisés” (Juan 9:13, 28, 29).
Uno de los objetivos de la Ley de Moisés era conducir a las personas humildes hasta el Mesías, es
decir, Jesús. Juan el Bautista lo identificó como tal al llamarlo el Cordero de Dios (Juan 1:29-34).
Desde que Juan empezó a predicar, los judíos humildes de corazón, especialmente los pobres, han
oído hablar del “Reino de Dios”. Así es, hay “buenas noticias” para todos los que quieren que el
Reino de Dios los gobierne y disfrutar de las bendiciones que traerá.
La Ley de Moisés ya ha cumplido su objetivo: ha guiado a los judíos hasta el Mesías. De hecho,
pronto será quitada. Por ejemplo, la Ley permitía el divorcio por varias razones, pero ahora Jesús
dice que “todo el que se divorcia de su esposa y se casa con otra mujer comete adulterio, y
cualquiera que se case con una mujer que está divorciada de su esposo comete adulterio” (Lucas
16:18). Estas palabras enojan muchísimo a los fariseos, que solo prestan atención a la letra de la
Ley.
A continuación, Jesús cuenta una historia que destaca el enorme cambio que está teniendo lugar.
Habla de dos hombres y explica cómo su situación cambia por completo. Repasemos esta historia y
tengamos presente que también la escuchan los fariseos, que aman el dinero y reciben muchos
elogios de la gente.
Jesús relata: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y llevaba una vida de placeres y
lujo. Pero junto a su puerta solían dejar a un mendigo llamado Lázaro que estaba lleno de úlceras y
que deseaba saciar su hambre con las cosas que caían de la mesa del rico. Hasta venían los perros
y le lamían las úlceras” (Lucas 16:19-21).
No hay duda de que el hombre rico representa a los fariseos, ya que a ellos les encanta el dinero.
A estos líderes religiosos judíos también les gusta vestirse con ropa costosa y elegante. Sin importar
las riquezas materiales que tengan, parecen ricos porque disfrutan de muchos privilegios y
oportunidades para servir a Dios. Para indicar su posición favorecida, se les describe como un
hombre vestido de púrpura, el color de los reyes. Además, el lino blanco transmite la idea de que se
consideran justos (Daniel 5:7).
¿Qué piensan estos líderes ricos y orgullosos de la gente común y pobre? La desprecian y la llaman
‛am ha’árets, o gente de la tierra, que no conoce la Ley ni merece aprender de ella (Juan 7:49). Esto
se representa con la situación del “mendigo llamado Lázaro”, que desea saciar su hambre con las
cosas que caen de la mesa del rico. Tal como Lázaro está lleno de úlceras, los fariseos consideran
que la gente común está enferma en sentido espiritual y la desprecian.
Aunque esta triste situación ha existido durante bastante tiempo, Jesús sabe que ha llegado el
momento de un gran cambio para los que son como el hombre rico y para los que son como Lázaro.
Jesús ahora explica que las circunstancias de los dos personajes cambian totalmente: “Con el
tiempo, el mendigo murió y los ángeles lo llevaron al lado de Abrahán. El rico también murió y fue
sepultado. Y en la Tumba, en medio de tormentos, levantó la vista y vio a Abrahán de lejos y a
Lázaro al lado de él” (Lucas 16:22, 23).
Los que escuchan a Jesús saben que Abrahán lleva muerto mucho tiempo y está en la Tumba.
La Biblia explica claramente que nadie que esté en la Tumba o Seol puede ver ni hablar, y lo mismo
puede decirse de Abrahán (Eclesiastés 9:5, 10). Entonces, ¿qué entienden los líderes religiosos con
esta historia? ¿Qué podría estar enseñando Jesús sobre la gente común y sobre los líderes
religiosos que tanto aman el dinero?
Jesús acaba de indicar un cambio de circunstancias al decir que “la Ley y los Profetas llegaron hasta
Juan” y que “desde entonces se anuncia el Reino de Dios como buenas noticias”. Así que, con la
predicación de Juan el Bautista y de Jesucristo, tanto Lázaro como el hombre rico mueren, en el
sentido de que su situación cambia, y pasan a ocupar una nueva posición ante Dios.
Las personas humildes y pobres han estado desfavorecidas en sentido espiritual durante mucho
tiempo. Pero ahora reciben ayuda porque aceptan el mensaje del Reino, que predicó primero Juan el
Bautista y después Jesús. Hasta entonces tenían que sobrevivir, por decirlo así, con “las cosas que
caían de la mesa” espiritual de los líderes religiosos. Sin embargo, ahora están siendo bien
alimentadas con las enseñanzas básicas de las Escrituras, especialmente las cosas tan maravillosas
que Jesús está explicando. De modo que por fin están en una posición privilegiada a los ojos de
Jehová.
En cambio, los líderes religiosos ricos e influyentes rechazan el mensaje del Reino que Juan anunció
y que Jesús ha estado predicando por todo Israel (Mateo 3:1, 2; 4:17). De hecho, los irrita o
atormenta ese mensaje, el cual indica que les espera un duro castigo de parte de Dios ( Mateo 3:7-
12). Los codiciosos líderes religiosos sentirían un gran alivio si Jesús y sus discípulos dejaran de
anunciar el mensaje de Dios. Estos líderes son como el hombre rico de la historia, que dice: “Padre
Abrahán, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y
refresque mi lengua, porque estoy angustiado en las llamas de este fuego” (Lucas 16:24).
Pero eso no sucederá, pues la mayoría de los líderes religiosos no van a cambiar. No han querido
escuchar a Moisés ni a los Profetas. Lo que estos escribieron debería haberles impulsado a aceptar
a Jesús como el Mesías y el Rey prometido por Dios (Lucas 16:29, 31; Gálatas 3:24). Estos líderes
tampoco son humildes ni se dejan convencer por las personas pobres que aceptan a Jesús y que
ahora cuentan con la aprobación de Dios. Los discípulos de Jesús no pueden dejar de predicar
ni cambiar la verdad solo para complacer a los líderes religiosos o para darles alivio. En su historia,
Jesús describe este hecho con las palabras que el “Padre Abrahán” le dirige al hombre rico:
“Hijo, recuerda que en tu vida te saciaste de cosas buenas, pero Lázaro, por su parte, recibió cosas
malas. En cambio, ahora él está aquí recibiendo consuelo, pero tú estás angustiado. Además de
todo esto, se ha establecido un gran abismo entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran
pasar de aquí para el lado de ustedes no puedan, ni tampoco pueda la gente cruzar de allá para
nuestro lado” (Lucas 16:25, 26).
Sin duda, se trata de un cambio justo y apropiado. Ahora, las personas humildes que aceptan el
yugo de Jesús y por fin reciben consuelo y alimento espiritual ocupan la posición que antes tenían
los orgullosos líderes religiosos, y al revés (Mateo 11:28-30). Este cambio se hará todavía más
evidente dentro de unos meses, cuando el nuevo pacto sustituya al pacto de la Ley ( Jeremías 31:31-
33; Colosenses 2:14; Hebreos 8:7-13). Cuando Dios derrame espíritu santo en el Pentecostés del
año 33, quedará totalmente claro que quienes tienen la aprobación de Dios no son los fariseos ni los
líderes religiosos que los apoyan, sino los discípulos de Jesús.
¿Qué diferencia hay entre la situación de los líderes religiosos judíos y la de la gente común?
Según las palabras de Jesús, ¿qué cambio tiene lugar cuando Juan empieza a predicar?
En la historia que cuenta Jesús, ¿a quiénes representa el hombre rico, y a quiénes
representa Lázaro?
¿Cuál es la reacción de los líderes religiosos ante el mensaje que predican Juan y Jesús?
¿Cómo lo explica Jesús en su historia?
¿Qué les gustaría a los líderes religiosos que ocurriera, pero por qué no sucederá eso nunca?
¿Cuándo se hará todavía más evidente el abismo que separa a los líderes religiosos de los
discípulos de Jesús?
¿Qué representa Babilonia?
Babilonia fue un reino poderoso y temible. Hoy, su antigua capital no es más
que un montón de escombros. ¿qué representa la Babilonia profética?
Tanto la antigua como la futura Babilonia son temas de gran importancia en la Biblia.
Babel (en hebreo) o Babilonia (en griego) fue una de las ciudades del reino que Nimrod estableció en los
comienzos de la historia humana (Génesis 10:10). Algunos piensan que fue ahí donde se originó la vida
humana, y las Escrituras revelan que fue el lugar donde una de las primeras civilizaciones intentó construir una
torre que llegara al cielo (Génesis 11:1-4).
Cuando esto sucedió, Dios decidió confundir el lenguaje humano para impedir que la torre fuese terminada.
Dado que “Babel” significa “confusión”, fue un nombre apropiado para la ciudad que había desobedecido a
Dios y que luego llegó a ser la capital del imperio con el mismo nombre. Y, debido a tal desobediencia,
Babilonia también se convirtió en el símbolo bíblico de todo tipo de idolatría.
Aproximadamente 1.500 años después de la fundación de Babilonia, Dios reveló el futuro de esta ciudad a
través del profeta Isaías, quien escribe: “Cayó, cayó Babilonia; y todos los ídolos de sus dioses quebrantó en
tierra” (Isaías 21:9).
El reino de Babilonia fue destruido en el año 539 a.C., 200 años después de la muerte de Isaías. Y la ciudad de
Babilonia asolada durante la invasión islámica del año 650 d.C.
Sin embargo, la profecía de Isaías era dual; no sólo se refería a la antigua Babilonia, sino también a una segunda
Babilonia, la del libro de Apocalipsis (Apocalipsis 14:8; 18:2).
La segunda Babilonia
Apocalipsis nos habla de una Babilonia muy diferente a la descrita en el Antiguo Testamento. Si bien esta
segunda Babilonia también representa un reino poderoso, además se describe como una mujer sentada sobre una
bestia.
En Apocalipsis 17:3, 5, Juan relata su visión diciendo: “me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer
sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos…y en
su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y
DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA”.
Pero el significado de esta Babilonia sólo lo tendremos claro cuando hayamos comprendido el simbolismo
utilizado en el libro de Apocalipsis. ¿Qué representan la “mujer”, la “bestia”, “las siete cabezas y diez cuernos”
y “Babilonia la grande”? La verdad es que existen muchas ideas y opiniones divergentes con respecto a este
tema. Y una de las razones de tanta incertidumbre es que la mayoría de personas intenta interpretar estos
símbolos según su propio criterio, lo cual a menudo conduce al error.
En primer lugar, debemos comprender que la Biblia siempre nos revelará el significado de los símbolos que
utiliza; nunca tendremos que adivinarlo por nosotros mismos. En este caso, dado que Pablo describe a la Iglesia
que será presentada ante Cristo como “una virgen pura” (2 Corintios 11:2) y Jesús describe a su novia o esposa
como una mujer (Apocalipsis 19:7), es evidente que el símbolo bíblico de la “mujer” se refiere a una iglesia—
un grupo de personas.
Entonces, la mujer de Apocalipsis 17 representa a una iglesia. Pero, en Apocalipsis 17:6, Juan escribe que la
mujer de su visión está “ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi,
quedé asombrado con gran asombro”. Por lo tanto, esta mujer, llamada Babilonia la Grande, no es la iglesia que
Jesucristo estableció, sino una iglesia apóstata que ha martirizado a muchos de los seguidores de Jesús.
Finalmente, la misma mujer es identificada en Apocalipsis 17:18 como “la gran ciudad que reina sobre los reyes
de la tierra”. Y, tanto en los tiempos de Juan como en los siglos siguientes, la única iglesia que ha conformado
una ciudad y reinado sobre los reyes de la tierra es la Iglesia Católica, cuya sede se ubica en Roma.
Además, el Adam Clarke Commentary [Comentario bíblico de Adam Clarke] añade: “Como ha sido
demostrado, la mujer sentada sobre la bestia de siete cabezas representa a la iglesia latina [romana]. La prueba
más contundente es que aquí se describe como una ciudad, que es un símbolo mucho más claro de una iglesia,
pues esta palabra es utilizada en tantas Escrituras con el mismo significado que no podríamos confundirnos”
(comentarios sobre Apocalipsis 17:18).
La Biblia también nos habla de una bestia escarlata sobre la cual se sienta la mujer (Apocalipsis 17:3). Como
leemos en Apocalipsis 13:2, esta bestia es “semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca como
boca de león. Y el dragón [Satanás; Apocalipsis 12:9] le dio su poder y su trono, y grande autoridad”.
Esta bestia escarlata no representa a una iglesia, sino al gobierno civil del Imperio romano.
Apocalipsis 13:3-4 nos dice que la bestia fue “herida de muerte” y luego “su herida mortal fue sanada”. Y,
similarmente, el Imperio romano fue invadido y derrocado en el año 476 d.C., para posteriormente ser
restaurado. Los diez cuernos que la bestia posee (Apocalipsis 13:1) representan diez resurrecciones del Imperio
Romano. La primera de ellas se llevó a cabo los pueblos bárbaros llamados vándalos (429-533), hérulos (476-
493) y ostrogodos (493-554).
Luego, la segunda resurrección tuvo lugar en el año 554, cuando Justiniano, emperador de Bizancio (Imperio
Romano de Oriente), recobró las provincias occidentales y logró la “restauración del Imperio”. Las
resurrecciones subsiguientes fueron lideradas por Carlo Magno (800 d.C.), Otto el Grande (962 d.C.), Carlos V
el Grande (1520 d.C.) y Napoleón (1805 d.C.), a quienes los respectivos papas católicos otorgaron el título de
Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Y la más reciente de las resurrecciones del Imperio Romano
fue la unificación de Italia llevada a cabo por Garibaldi (1870 a 1945 d.C.).
Pero, ¿cómo es que el Imperio Romano recibió el título de “sacro”? La respuesta está en Apocalipsis 13:11-12,
donde leemos sobre una segunda bestia “que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un
cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace
que la tierra y los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada”.
Esta segunda bestia es la mujer (iglesia) de Apocalipsis 17, Babilonia la Grande, que se disfraza de cordero para
asemejarse a Jesucristo pero a la vez habla “como dragón”—Satanás. Y es esta bestia quien, a través de su
cabeza, el papa, ha coronado a los distintos líderes como emperadores del Sacro Imperio Romano.
Pero, en realidad, la profecía de esta unión entre iglesia y estado no comienza en Apocalipsis, sino en el capítulo
7 del libro de Daniel. Los primeros seis versículos de Daniel 7 describen el sueño que este profeta tuvo en
relación con los tres primeros grandes imperios del mundo antiguo: Babilonia, representada por el león, Persia,
por el oso, y Grecia, por el leopardo.
Luego Daniel escribe: “Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia,
espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y
desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y
tenía diez cuernos” (v. 7).
Como la historia ha mostrado, esta cuarta bestia con dientes de hierro representa al Imperio Romano (compare
con el sueño de Nabucodonosor de Daniel 2:40).
En el versículo 8, el profeta continúa: “Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño
salía entre ellos…y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas”.
Este cuerno pequeño acompaña a la bestia y a sus diez reyes, que “de aquel reino se levantarán” (v. 24). Y,
como leemos en el versículo 21: “hacía guerra contra los santos, y los vencía”, al igual que la mujer de
Apocalipsis 17:6—Babilonia la Grande.
En otras palabras, tanto el “cuerno pequeño” de Daniel 7 como la segunda bestia de Apocalipsis 13 y la mujer
de Apocalipsis 17 representan a la misma Babilonia del Nuevo Testamento: la Iglesia Católica.
Hasta ahora hemos hablado brevemente sobre las profecías de Babilonia que se han cumplido en los últimos
2.000 años y hemos mencionado a grandes rasgos lo que hará esta bestia profética en el futuro. Pero, ¿qué más
nos dice la Biblia acerca del futuro de esta iglesia apóstata llamada Babilonia la Grande?
En Mateo 24:21, describiendo los eventos previos a su regreso, Jesucristo reveló que “habrá entonces gran
tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”. Y luego nos advierte
sobre el gran engaño religioso de falsos profetas, que “engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (vv. 23-
24).
Más adelante, en su carta a la Iglesia de Tesalónica, el apóstol Pablo explica la manera en que se manifestará
este engaño: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá [Jesucristo] sin que antes venga la
apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo
que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar
por Dios” (2 Tesalonicenses 2:3-4). Este pasaje claramente nos remite al título de “vicario de Cristo” que los
papas católicos se han adjudicado diciendo tener la autoridad de “tomar el lugar de Jesucristo”.
Según el Comentario bíblico de Adam Clarke, el “hombre de pecado” de 2 Tesalonicenses 2:4 “tiene el rango y
la autoridad más altos de la iglesia cristiana, actúa como si fuera Dios—se atribuye los títulos y características
de Dios y asume la autoridad que solo le pertenece al Altísimo” (comentarios sobre 2 Tesalonicenses 2:4).
Como Dios ha revelado,este individuo y el sistema religioso que lidera engañarán a muchas personas antes de
que Jesucristo regrese a la tierra.
Sin embargo, Babilonia la Grande—con todo su sistema basado Roma y su último papa, el falso profeta
(Apocalipsis 19:20)—será destruida fulminantemente cuando Jesucristo regrese a la tierra. De hecho, “la gran
ciudad” será destruida “en un solo día” y “en una hora” (Apocalipsis 18: 2, 8, 10, 17, 19, 21), y Dios la hará
responsable por el martirio de los verdaderos siervos de Jesucristo (vv. 20, 24).
Dios ha sentenciado a la Gran Babilonaa una pena muy severa por haberse rebelado contra Él y tratado a su
pueblo cruelmente. Como explica Albert Barnes, “la imagen evoca destrucción absoluta; la implicación es que
la Babilonia espiritual—Roma papal—será reducida al mismo estado de desolación que la Babilonia literal”
(Notes on the Bible [Notas de la Biblia], Apocalipsis 18:2).
Advertencia final
Además de anunciar el fin de Babilonia, las Escrituras nos exhortan a actuar antes de que sea demasiado tarde
diciendo: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas”
(Apocalipsis 18:4).
Ésta es una advertencia que todos deberíamos escuchar, pues seguramente no querríamos compartir los pecados
de la Babilonia moderna ni recibir su castigo. Si desea saber más sobre las profecías del falso líder religioso que
surgirá en los tiempos del fin, le invitamos a leer nuestro artículo sobre “El anticristo”.
El Rico y Lázaro: ¿Cómo Interpretar la Parábola?
Algunos sugieren que el relato de Lucas 16: 19-31 debe interpretarse literalmente, como una descripción del
estado del hombre en la muerte. Pero esta interpretación nos llevaría a una serie de conclusiones inconsistentes
con el resto de la Escritura. En primer lugar, tendríamos que admitir que el cielo y el infierno se
encuentran suficientemente cerca como para permitir la conversación entre las personas de ambos lugares
(versos 23-31). Tendríamos que creer también en la vida después de la muerte, mientras que el cuerpo yace en
la tumba, continúa existiendo de forma consciente una especie de alma espiritual que tiene “ojos”, “dedo” y
“lengua”, e incluso puede sentir sed (versos 23 y 24).
Si esto fuera una descripción real del estado del hombre en la muerte, entonces el Cielo ciertamente no sea un
lugar de alegría y felicidad, pues los salvados podrían seguir de cerca el sufrimiento sin fin de sus seres queridos
que se perdieron e incluso hablar con ellos (líneas 23-31). ¿Cómo podría una madre sentirse feliz en el cielo,
mirando al mismo tiempo las agonías incesantes, en el infierno, de su hijo amado? En un contexto como
éste, sería prácticamente imposible el cumplimiento de la promesa bíblica de que entonces “no habrá llanto, ni
clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21: 4).
Por lo tanto, la mayoría de los eruditos bíblicos contemporáneos consideran la historia del hombre rico y
Lázaro (Lucas 16: 19-31) como una parábola, de la cual no todos los detalles pueden ser interpretados
literalmente. George E. Ladd, por ejemplo, dice que esta historia era probablemente “una parábola de uso
corriente en el pensamiento judío y no pretende enseñar nada sobre el estado de los muertos.” (O Novo
Dicionário da Bíblia [São Paulo: Vida Nova, 1962], vol. 1, p. 512). Siendo ese el caso, hay que buscar a
entender cual es el verdadero propósito de la parábola.
La segunda lección es que el destino eterno de cada persona se decide en esta vida, y nunca se podrá
revertir en la era venidera, ni siquiera por la intervención de Abraham (Lucas 16:25, 26). La referencia a la
imposibilidad de Abraham para salvar al hombre rico de su castigo reprueba al orgullo étnico de los fariseos,
que se consideraban dignos de la salvación por ser descendientes de Abraham (ver Lucas 3: 8; 13:28; Juan 8:39
y 40, 52 -59).
Es importante recordar que uno de los principios básicos de la interpretación bíblica es que no debemos apoyar
las doctrinas en detalles incidentales de una parábola, sin comprobar primero si las conclusiones están en
perfecta armonía con el consenso general de las Escrituras. La misma parábola de Lucas 16: 19-31 afirma que
para obtener la vida eterna, el ser humano debe vivir en plena conformidad con la voluntad de Dios revelada a
través de “Moisés y los profetas” (verso 29; comparar con Mt 07:21), o sea, a través de la”totalidad de la
Escritura” (LL Morris).
Aunque no se pretende clarificar el estado del hombre en la muerte, esta parábola declara, en armonía con el
resto de las Escrituras, que los muertos sólo puede volver a comunicarse con los vivos a través resurrrección
(Lucas 16:31). Y si examinamos más de cerca lo que “Moisés y los profetas” tienen que decir sobre el
estado de la muerte, nos damos cuenta de que los muertos permanecen inconscientes en la tumba hasta el
día de la resurrección final (ver Job 14: 10-12; Sal 6: 4-5; Ec 9: 5, 10; Juan 5:28, 29; 11: 1-44; 1 Cor 15: 16-
18; 1 Ts 4: 13-15).