Tomo 1
Tomo 1
Tomo 1
INTRODUCCIÓN
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Fuentes
La fuente principal de dónde saca Juan Eudes su
doctrina es la Escritura. Su libro es un tejido de citas o de
alusiones bíblicas, en especial de san Pablo y san Juan, que
se incorporan con toda naturalidad a la exposición. Guiado
por sus maestros oratorianos Juan Eudes se había
impregnado de la palabra de Dios durante su permanencia en
Aubervilliers, en 1626-1627; desde entonces no había cesado
de explorarla.
La encontraba también en la enseñanza de los padres
de Bérulle y Condren. Se había compenetrado con ella al
escuchar sus conferencias durante su formación oratoriana.
Había leído también los escritos de Bérulle. A veces los
reproduce casi literalmente, por ejemplo en la segunda parte
cuando habla del triple "voto" que hicimos en el bautismo.
Más a menudo presenta a su manera y con su propio
vocabulario los pensamientos de que se había alimentado.
Deja de lado las consideraciones demasiado difíciles como la
meditación, a menudo tratada por Bérulle sobre la humanidad
de Cristo despojado de "subsistencia" propia. También tuvo
otras influencias. La de algunos Padres de la Iglesia, muy
leídos en el Oratorio, como Agustín y el Pseudo Dionisio...
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Ediciones
En los cuarenta años que siguieron a su primera
aparición, Vida y Reino: conoció unas treinta ediciones, a
veces a espaldas de su autor. En el solo año de 1647, décimo
aniversario de su publicación, se cuentan cuatro ediciones
diferentes, de las cuales dos al menos desconocidas por el
padre Eudes, Caen, París, Ruan y Mons.
Mons era una ciudad de los Países Bajos (más o menos
la actual Bélgica), en m entonces provincia española. En
efecto, se ha podido descubrir recientemente que "Vida y
Reino" había tenido allí difusión, probablemente por iniciativa
de los oratorianos: Mons en 1643 y 1647, Bruselas en 1662.
Es picante ver el libro de Juan Eudes ampliamente difundido
por sus antiguos hermanos.
En Caen, en 1642, el texto se enriqueció con las
Profesiones cristianas. En 1648 Juan Eudes añade a la sexta
parte un largo comentario sobre "el honor debido a los
lugares sagrados". Finalmente, en 1662 hace aprobar una
octava parte compuesta de dos pequeños tratados:
Meditaciones sobre la humildad y Coloquios interiores del
alma cristiana con su Dios.
La edición de París de 1670 es probablemente la última que
se hizo en vida del padre Eudes. En las ediciones más
recientes, por ejemplo en la que abre las obras completas
(1905) y que hace autoridad, no se conservó el Tratado del
honor debido a los lugares sagrados que no pertenece a la
misma inspiración que el resto de la obra. Y se han puesto
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Plan y Doctrina
El carácter propio de este libro es su orientación
eminentemente práctica. Es ella la que impone su plan, un
poco desconcertante para los amantes de la lógica. Condene
siete partes, a lo largo de las cuales se distribuyen los
consejos que deben ayudarnos a "formar a Jesús en
nosotros". Muy deliberadamente Juan Eudes admite en ellas
numerosas repeticiones. He aquí el plan:
1. Algunos ejercicios de uso corriente y general:
2. "Lo que debe hacerse en toda nuestra vida", para
desarrollar en nosotros la vida y las virtudes cristianas, que
son la vida y virtudes de Jesús en nosotros;
3. "Lo que debe hacerse en cada año": cómo santificar al
comienzo y el fin de nuestros años y cómo vivir en ellos los
misterios de Cristo al compás del ciclo litúrgico;
4. “Lo que debe hacer en cada mes" para que esté totalmente
animado por el amor a Jesús;
5. «... en cada semana", que debe vivirse como un mini ciclo
litúrgico en el que nos vuelve a ocupar todo el misterio de
Cristo;
6. «... en cada día": es una invitación a vivir las "acciones
ordinarias", renunciándonos a nosotros mismos y dándonos a
Cristo para vivir de su vida;
7. Ejercicios para hacer memoria de nuestro nacimiento y de
nuestro bautismo y para prepararnos a la muerte, a fin de vivir
toda nuestra existencia en comunión con Jesús.
todo en todas las cosas (Cf. Ef 1,22-23; Col 3, 11). Por eso
nuestra preocupación principal debe ser formarlo y
establecerlo dentro de nosotros para que él sea nuestra vida,
nuestra santificación, nuestra fuerza y tesoro, nuestra gloria y
nuestro todo".
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PREFACIO
Jesús, Dios y hombre, es, al decir de su apóstol, Todo
en todas las cosas (Col 3, 11). Pero debe serio especialmente
en los cristianos como lo es la cabeza en los miembros y el
espíritu en el cuerpo. Por eso nuestra preocupación principal
debe ser formarlo y establecerlo dentro de nosotros, hacer
que allí viva y reine, para que sea nuestra vida, nuestra
santificación, nuestra fuerza y tesoro, nuestra gloria y nuestro
todo. Se trata, en una palabra, de que Jesús viva en nosotros,
que en nosotros sea santificado y glorificado, que en nosotros
establezca el reino de su espíritu, de su amor y de sus demás
virtudes.
Para este fin ya hice imprimir el librito titulado Ejercicio
de piedad, que muchos recibieron bien, lo apreciaron e
hicieron buen uso de él. Como se necesitaba una segunda
edición, lo he revisado cuidadosamente, le he cambiado el
título y le he añadido muchas cosas útiles y necesarias a
todos ¡os cristianos que desean servir a Dios en espíritu y en
verdad.
Hablo de «todos los cristianos» porque ha sido
compuesto no sólo para religiosos sino para cuantos desean
vivir cristiana y santamente. Y esta es obligación de todo
cristiano, de cualquier estado y condición, porque, en
lenguaje celestial, ser cristiano y ser santo es una misma
cosa. La palabra de Dios, en efecto, nos declara que su
voluntad es que no solamente los que se encuentran en los
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PRIMERA PARTE
Ejercicios necesarios para vivir cristianamente
y para formar, santificar y hacer vivir y reinar
a Jesús en nosotros
En la mañana
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II. Al vestirte
Recuerda que nuestro Señor Jesucristo, al encarnarse,
se revistió por amor a ti, de nuestra humanidad, mortalidad,
miserias y necesidades. Que, por lo mismo, necesitó de
vestido como tú. Luego eleva hacia él tu corazón para decirle:
Bendito seas Señor, por siempre, porque de esa manera
te has humillado por mi amor. Te ofrezco lo que estoy
realizando en estos momentos para honrarte por haber
revestido tu divinidad con nuestra humanidad y por haber
usado vestidos semejantes a los nuestros. Deseo realizar
esta acción con tus mismas disposiciones e intenciones.
Piensa también en tantos pobres que nada tienen para
cubrirse aunque no han ofendido a Dios corno tú, y que
nuestro Señor, en extremo bondadoso, te ha dado con qué
cubrirte, y por lo mismo dirás:
Te bendigo mil veces, Dios mío por tantas misericordias
conmigo. Te suplico alivies las necesidades de los pobres. Y
así como me has dado con qué vestir mi cuerpo, reviste mi
alma de ti mismo, de tu espíritu, de tu amor, de tu humildad,
bondad, paciencia, obediencia y demás virtudes.
que sea nuestra Madre; a sus ángeles y santos para que nos
protejan e intercedan por nosotros; las criaturas del ciclo y de
la tierra para nuestro servicio.
Nos ha dado, además, su propia persona en la
Encarnación. Todos los instantes de su vida los empleó
por nosotros; sus pensamientos, palabras y acciones y
los pasos que dio estuvieron consagrados a nuestra
salvación. En la Eucaristía nos ha dado su cuerpo y su
sangre, con su alma y su divinidad, con todas sus maravillas
y tesoros infinitos; y esto cada día y cuantas veces nos
disponemos a recibirlo.
De ahí nuestra obligación de darnos enteramente a él,
de ofrecerle y consagrarle todas las actividades y ejercicios
de nuestra vida. Si fueran nuestras todas las vidas de los
ángeles y de los hombres de todos los tiempos, debiéramos
consumirlas en su servicio. Aunque sólo hubiera empleado
por nosotros un instante de su vida, él vale más que mil
eternidades, si así se puede hablar, de las vidas de todos los
ángeles y seres humanos. Con mayor razón debernos
consagrar a su gloria y a su servicio el poco de vida y de
tiempo que pasamos sobre la tierra.
Con ese fin, lo primero y principal que debes hacer es
conservarte en su gracia y amistad. Huirás del pecado, que
puede hacértela perder, más que dela muerte y de los más
terribles males del mundo. Si, por desgracia, caes en algún
pecado, levántate cuanto antes mediante la confesión.
Porque como las ramas, las hojas, flores y frutos pertenecen
al dueño del tronco del árbol, así mientras pertenezcas a
Jesucristo y estés por la gracia unido a él, toda tu vida, con
sus dependencias, y todas tus buenas acciones, a él
pertenecen. Deseo proponerte otros tres medios fáciles de
usar para que nuestra vida sea mucho más perfecta y
santamente empleada en el amor y la gloria de Jesús.
IV. Cómo hacer de nuestra vida un ejercicio continuo de
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acciones
Dios mío, mi Creador y soberano Señor, si te pertenezco
por infinidad de títulos, también debe ser tuyo cuanto procede
de mí. Me has creado para ti: por lo tanto me ofrezco a mi
mismo y a todas mis acciones que no tendrían valor alguno si
no las refiero a ti. Yo, pobrísima criatura tuya, me ofrezco a ti
ahora y por toda mi vida. Te entrego todas mis obras en
especial las que voy a hacer hoy, las buenas y las
indiferentes, las libres y las naturales.
Y para que sean más de tu agrado las uno a las de
Jesucristo, nuestro Señor, a las de la santa Virgen María, su
Madre, a las de los espíritus bienaventurados y de los justos
de todos los tiempos, los del cielo y los de la tierra. Te
consagro todos mis pasos, palabras, miradas, cada
movimiento de mi cuerpo y cada pensamiento de mi espíritu,
con la intención de tributarte por ellos gloria infinita y de
amarte con amor sin límites
Te ofrezco también las acciones de las demás criaturas:
la perfección de todos los ángeles, las virtudes de los
patriarcas, de los profetas y de los apóstoles, los sufrimientos
de los mártires, las penitencias de los confesores, la pureza
de las vírgenes, la santidad de todos los bienaventurados. Y
finalmente te ofrezco a ti mismo. No lo hago para alcanzar
nada de ti, ni siquiera el paraíso, sino para agradarte cada día
más y tributarte mayor gloria.
Quiero, además, ofrecerte desde ahora, en estado de
libertad, los actos de amor y de las demás virtudes con que te
mostraré necesariamente mi amor en la dichosa eternidad,
como lo espero de tu bondad. Quiero igualmente en todas
mis acciones, no sólo ajustar mi voluntad a la tuya sino hacer
únicamente lo que más te agrada, para que sea tu voluntad y
no la mía la que se cumpla en todas las cosas. Quiero decirte
siempre con los labios y de corazón y en todos los actos de
¡ni vida: "Señor, que se haga tu voluntad en la tierra como en
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el cielo".
Concédeme, Señor, esta gracia, para poder amarte con
mayor fervor, servirte con mayor perfección y buscar
únicamente tu gloria. Que yo me transforme de tal manera en
ti que solo viva para ti y en ti, y que agradarte sea mi paraíso,
en el tiempo y en la eternidad.
A la santísima Virgen.
Madre de Jesús, Reina del ciclo y de la tierra: te saludo y
venero como a mi soberana Señora; a u pertenezco después
de Dios. Te tributo todo el honor que me es posible y que te
debo según Dios y según tus grandezas. Me doy enteramente
a ti para que tú me ofrezcas a tu Hijo. Que, por tus ruegos,
todo cuanto hay en mí quede consagrado a su gloria y a la
tuya y que prefiera morir a perder su gracia.
A san José.
Bienaventurado san José, excelso padre de Jesús y
dignísimo esposo de María: te pido que seas para m í padre,
protector y guía en el día de hoy y en toda mi vida.
Al ángel de la guarda.
Santo ángel de mi guarda: me ofrezco a ti para que me
entregues a Jesús y a su santa Madre. Pídeles para mí la
gracia de honrarlos y amarlos con toda la perfección que
exigen de mí.
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tu santo amor?
Oh Madre de Jesús, muestra que de verdad lo eres:
fórmalo y hazlo vivir en mí.
Madre de amor, ama a tu Hijo por mí.
Oh Jesús, tribútale a ti mismo, centuplicado, el amor que
yo hubiera debido darte en toda mi vida y que debían
tributarte todas las criaturas.
Te ofrezco, oh Jesús, todo el amor del cielo y de la tierra.
Te doy mi corazón para que lo colmes de tu santo amor. Que
todos mis pasos rindan homenaje a tu caminar sobre la tierra.
Te consagro mis pensamientos para honrar los tuyos, mis
Palabras para honrar tus santas palabras. Que todas mis
acciones glorifiquen las tuyas divinas.
Tú eres mi gloria: haz que a tu gloria me inmole
eternamente. Tú eres mi todo: renuncio a todo lo que no eres
tú y me entrego a ti para siempre.
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X. Examen de conciencia
Te adoro, Señor Jesús, como a mi soberano juez. Me
someto gustoso al poder que tienes de juzgarme.
Comunícame algo dela luz con que me harás ver mis
pecados cuando me presente ante tu tribunal a la hora de mi
muerte para que, con la claridad de esa luz pueda
comprender mis ofensas contra ti. Comunícame también el
celo de tu justicia y el odio que tienes al pecado para que
deteste el pecado como tú lo detestas.
Después de esto pasarás brevemente en revista toda la
jornada, para descubrir y reconocerlos pecados con que has
ofendido a Dios. Acúsate de ellos ante su presencia y pídele
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PARA LA CONFESIÓN
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XV. La contrición
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PROFESIONES CRISTIANAS
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Esta oración es literalmente tomada del Cardenal de Bérulle.
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SEGUNDA PARTE
CÓMO HACER VIVIR Y REINAR A JESÚS EN NOSOTROS
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que no ora por el mundo (3Jn 17, 9). Lo dijo el mismo día en
que dio muestra de los mayores excesos de su bondad, en la
víspera de su muerte, cuando estaba listo a derramar su
sangre y a entregar su vida por la salvación de los hombres.
Así fulmina un anatema, maldición y excomunión contra el
mundo y lo declara indigno de sus plegarias y de su
misericordia.
Finalmente, nos asegura que el juicio del mundo es
asunto concluido y que el príncipe de este mundo ya está
juzgado (Jn 12, 13). Y, de hecho, apenas el mundo se
corrompió por el pecado, la justicia divina lo juzgó y condenó
a ser consumido por el fuego. Y aunque se difiera el
cumplimiento de la sentencia, de todos modos, se ejecutará
en la consumación de los siglos. Por eso Jesucristo lo mira
como el objeto de su odio y maldición.
Comparte, pues, estos sentimientos de Jesús frente al
mundo y las cosas del mundo. Míralo como lo mira Jesús.
Mirarlo como algo que él te prohíbe amar si no quieres perder
su amistad, y que por estar excomulgado y maldecido por él
no te es lícito frecuentar sin participar de su maldición.
Mira las cosas que el mundo aprecia y ama de
preferencia: los placeres, honores, riquezas, amistades,
apegos mundanos y cosas semejantes, como algo efímero,
conforme al oráculo divino: el mundo pasa con sus codicias (1
Jn 2, 17); que sólo son humo, ilusión, vanidad y atrapar
vientos. Lee y medita a menudo Y para disponerte a ello,
destina diariamente unos momentos; para adorar a Jesucristo
en su perfecto desprendimiento del mundo: suplícale que te
desprenda totalmente de él y que imprima en tu corazón odio,
horror, abominación por las cosas del mundo. Ten cuidado de
no enredarte en las visitas y tratos inútiles que se estilan en el
mundo: aparte de ellos cueste lo que cueste y huye, más que
de la peste, de los sitios, personas y compañías en donde
sólo se habla del mundo y de temas mundanas. Porque corno
allí se habla de cosas con deleite y apego es fácil que dejen
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Agustín, Trac in Joannem 3, 8
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Homilía XI de los evangelios
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R. de Capua. Vida de santa Catalina, I, cp. VI
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te basta decir. Quiero Dios mío, con tu gracia, por amor a ti,
colocar todo mi gozo en querer, hacer o padecer esto o
aquello porque tal es tu gozo y beneplácito. Por este medio
tendrás gozo en tu espíritu y voluntad. Esta práctica
frecuentemente reiterada disminuirá y destruirá la
repugnancia natural que pudieras sentir y hará que
encuentres dulzura y contento, aún sensible, allí donde antes
sólo sentías amargura y molestia.
Y para que esa práctica se te haga más familiar,
acostúmbrate, en todo acontecimiento, a levantar tu corazón
a Jesús, para decirle:
Ante lo que te cause repugnancia dirás: Oh Jesús, a
pesar de las repugnancias de ¡ni propia voluntad y de mi
amor propio, quiero soportar esta pena y aflicción ( o quiero
realizar esta acción) con tanto amor a ti que en ello encuentre
mi felicidad y mi paraíso porque esa es tu divina voluntad.
Ante cosas que te agradan di: Oh Jesús, me alegro de
que esto haya sucedido de esta manera, (o quiero realizar
esta acción) no porque me agrada sino porque ésa es tu
voluntad y beneplácito.
Si actúas así empezarás tu paraíso desde este mundo y
gozarás de paz y contento perpetuo; harás tus acciones como
Dios hace las suyas y como actuó Jesucristo cuando estaba
en la tierra, es decir con alegría. Eso es lo que él desea y lo
que pidió a su Padre para nosotros la víspera de su muerte:
que tengan en sí mismos alegría colmada (Jn 17. 13).
En ello reside la perfección suprema de la sumisión
cristiana y del puro amor de Dios. Porque la cumbre del amor
divino consiste en hacer, sufrir y aceptar todas las cosas por
amor a Dios con gozo y contento. Y el que haga uso
semejante de cuanto sucede en el mundo, el que con esta
disposición soporte las aflicciones y ejecute sus acciones,
dará más gloria y agrado a Dios y adelantará más en un día
en el camino de su amor que en toda una vida con otro
comportamiento.
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mi corazón.
Me doy a ti para hacer y sufrir por ella todo lo que te
plazca. Esfuérzate por hablarle y por realizar actos exteriores
de caridad con ella hasta que hayas eliminado en ti ese
sentimiento de aversión y de repugnancia.
Si te ofendieren, o si hubieres ofendido a alguien, no
esperes a que vengan a buscarte. Recuerda las palabras del
Señor: si al momento de presentar tu ofrenda al altar, te
acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu
ofrenda, allí, ante el altar, y anda primero a reconciliarte con
tu hermano (Mt 5, 24). En obediencia a estas palabras del
Salvador y para honrarlo porque él, nuestro gran bienhechor,
es el primero en buscarnos, a pesar de tantas ofensas
nuestras, anda y busca a aquél a quien ofendiste o que te
ofendió, para reconciliarte con él, dispuesto a hablarle con
toda mansedumbre, paz y humildad.
Si en presencia tuya se tejen comentarios desfavorables
a alguien, desvía, a ser posible, la conversación con
prudencia y suavidad, de manera que no des motivo a que se
diga más todavía: porque, en este caso, mejor sería callar y
contentarse con no manifestar interés ni complacencia en lo
que se dice.
Ruega especialmente a nuestro Señor que imprima en tu
corazón caridad y tierno afecto hacia los pobres, los
extranjeros, las viudas y los huérfanos.
Mira a esas personas como recomendadas por Jesús, el
mejor de tus amigos. El, en sus santas Escrituras, las
recomienda muy a menudo, con encarecimiento y como si se
tratara de sí mismo, con este pensamiento háblales con
suavidad, trátalas con caridad y préstales toda la ayuda que
te sea posible.
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Inicio de ad Harmonium
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en nosotros.
4. Pero como la gran tarea de formar a Jesús en nosotros
supera excesivamente nuestras fuerzas, debemos acudir,
ante todo, al poder de la gracia divina y a la intercesión de la
Virgen y de los santos.
Roguemos, pues, con insistencia a la Virgen, a los
ángeles y a los santos que nos ayuden con sus oraciones.
Entreguémonos al poder de] eterno Padre y al amor ardiente
que tiene a su Hijo; entreguémonos también a su Espíritu
Santo y supliquémosle que nos aniquile enteramente para
que Jesús viva y reine en nosotros.
Anonadémonos a menudo a los pies de Jesús y
supliquémosle, por el gran amor con que se anonadó a sí
mismo que emplee su divino poder para aniquilarnos y para
establecerse en nosotros. Digámosle con este fin:
Oh buen Jesús, te adoro en aquel anonadamiento de que nos
habla tu apóstol citando nos dice: se anonadó a sí mismo (Fp
2,7). Adoro tu inmenso y poderoso amor que te condujo a
ello. Me entrego y me abandono al poder de ese amor para
que me aniquiles totalmente. Emplea, oh Jesús, tu poder y tu
bondad infinita para vivir en mí y destruir mi amor propio, mi
voluntad propia y mi espíritu, mi orgullo y todas mis pasiones,
sentimientos, inclinaciones para que reinen en mí tu santo
amor, tu voluntad, tu espíritu, tu profunda humildad y todas
tus virtudes, sentimientos e inclinaciones.
Elimina también en mí todas las criaturas y destrúyeme
en el espíritu y en el corazón de todas ellas y ponte tú mismo
en su lugar y en el mío, para que una vez instalado tú en
todas las cosas, no se vea, n i aprecie, ni desee, ni busque, ni
ame nada fuera de ti, no hable sino de ti, no actúe sino por ti.
De esa manera lo serás todo y lo harás todo en todos, y serás
tú quien ames y glorifiques a tu Padre en nosotros y para
nosotros, con un amor y una gloria dignos de él y de ti.
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Común de mártires
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Exhortación al martirio 12,6
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Etimologías I. VII. 11
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S. Th. 2,2, q. 124, ad 3
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somos del Señor. Para eso murió Cristo y resucitó para ser el
Señor de vivos y muertos (Ro 14, 7-9).
2. Porque Dios nos dio el ser y la vida sólo para su gloria.
Estamos, pues, obligados a darle gloria en la manera más
perfecta posible, es a saber, sacrificándoselos en homenaje a
su vida y ser supremos, para testimoniarle que solo él es
digno de existir y de vivir y que toda otra vida debe inmolarse
y aniquilarse ante su vida soberana e inmortal.
3. Dios nos ordena amarlo con todo nuestro corazón, con
toda el alma y todas nuestras fuerzas, es decir, con el amor
más perfecto. Para amarlo de esa manera debemos amarlo
hasta derramar nuestra sangre y entregar la vida por él.
Porque esa es la cumbre del amor como dice el Hijo de Dios:
no hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn
15, 13).
4. Como nuestro Señor Jesucristo sintió, desde el primer
instante de su Encarnación, un deseo y sed ardientes de
derramar su sangre y dar la vida por la gloria de su Padre y
por nuestro amor, pero no podía realizarlo por no haber
llegado aún la hora señalada por el Padre, escogió a los
santos Inocentes para realizar en ellos ese deseo, muriendo
en cierta manera en ellos. De igual manera, después de su
resurrección y ascensión al cielo ha conservado ese deseo de
sufrir y morir por la gloria de su Padre y por nuestro amor. Y
al no poder hacerlo por sí mismo, en cierto modo, quiere sufrir
y morir en sus miembros. Busca por doquier personas en que
pueda realizar ese deseo. Si tenernos algún celo por dar
satisfacción a los deseos de Jesús, debemos ofrecemos a él
para que, en nosotros, desaltere, si podemos hablar así, esa
sed ardiente y cumpla su deseo inmenso de derramar su
sangre y de entregar su vida por el amor de su Padre.
5. En el bautismo hicimos profesión de adherir a Jesucristo,
de seguirlo e imitarlo, y por lo mismo de ser hostias y víctimas
consagradas y sacrificadas a su gloria. Lo cual implica
imitarlo en su muerte tanto como en su vida y estar
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TERCERA PARTE
Hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros
a lo largo del año
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curso del año, y por las fiestas de su santa Madre, por encima
de las demás. Y debemos disponer de tal manera nuestro
tiempo y Nuestros ejercicios de piedad que honremos toda la
vida de Jesús con sus estados y misterios a lo largo de cada
año. Para lo cual Le sugiero el orden siguiente:
VI. Como honrar los misterios de Jesús en el curso del
año
Comenzando por el primero de los estados de Jesús que
es el de su vida divina en el seno de su Padre desde toda la
eternidad, antes de honrarlo en su vida en el seno de la
Virgen, en la plenitud de los tiempos, lo honraremos en el
tiempo que precede al adviento, en los meses de octubre y
noviembre.
Sin embargo, las dos últimas semanas de noviembre las
reservo para honrar la vida que tuvo Jesús en la tierra desde
la creación del mundo hasta la encarnación del autor del
mundo. Porque durante ese tiempo vivía, en cierta manera,
en los espíritus y corazones de los ángeles del cielo y de los
patriarcas, profetas y justos de la tierra. Ellos sabían de su
futura venida al mundo, lo amaban, lo deseaban, lo
esperaban y lo pedían incesantemente a Dios. Vivía
igualmente en los espíritus de los santos Padres que se
hallaban en el limbo. Vivía también en el estado de la ley
mosaica que sólo era anuncio y figura suya y que preparaba
al mundo para que creyera en él y lo acogiera a su llegada.
En el tiempo de adviento honraremos el misterio de la
encarnación y de la vida de Jesús en María durante nueve
meses.
Desde navidad a la purificación honraremos la santa
infancia de Jesús y los misterios en ella incluidos, según los
diversos tiempos en que la Iglesia los propone a nuestra
veneración. Tales son el misterio de su nacimiento, de su
residencia en el establo de Belén, de su circuncisión, de su
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RETIRO ANUAL
Y otros ejercicios espirituales
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CUARTA PARTE
Ejercicios de cada mes para vivir cristiana y santamente
y para hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros
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día más.
4. Escucha mi súplica, tú, el deseado de mi alma: oye los
suspiros de mi corazón y apiádate de mí. Bien sabes, Señor,
lo que quiero pedirte, ¡pues te lo he manifestado tantas
veces! Sólo Le pido la perfección en tu santo amor. Ya nada
quiero sino amarte y crecer siempre en ese deseo que tú me
has dado de amarte: pero que sea tan férvido y poderoso que
en adelante viva languideciendo por el deseo de tu amor.
5. Enciende en mí, Jesús amabilísimo, tan ardiente sed y
hambre tan extrema de tu santo amor que considere un
martirio permanente no amarte lo suficiente y que nada me
apesadumbre tanto en este mundo como el amarte
demasiado poco.
6. ¿Quién no querría amarte, buen Jesús? ¿Quién no
desearía amar cada día más una bondad tan digna de amor?
Dios mío, mi vida y mi todo: nunca me cansaré de decirte que
deseo amarte de la manera más perfecta y tanto lo deseo
que, si fuera posible, querría para ello que mi espíritu se
convirtiera en anhelo, mi alma en deseo, mi corazón en
suspiro y mi vida en ansia vehemente.
.7. Rey de mi corazón, apiádate de mi miseria. Tú sabes que
quiero amarte, pero estás viendo cuántas cosas en mí se
oponen a tu amor. La multitud de mis pecados, mi propia
voluntad, mi amor propio, mi orgullo y demás vicios e
imperfecciones me impiden amarte perfectamente. ¡Detesto
todas esas cosas que obstaculizan mi deseo de amarte!
Estoy listo para hacerlo y sufrirlo Lodo para aniquilarlas. Si yo
pudiera, Señor, y se me permitiera reducirme en añicos y en
polvo y ceniza y aniquilarme totalmente para destruir en mí
todo cuanto es Contrario a tu amor, gustoso lo haría,
mediante tu gracia. Pero necesito que tú intervengas,
Salvador mío. Emplea el poder de tu brazo para exterminar
en mí a los enemigos de tu amor.
.8. Nada hay en ti, oh Jesús, que no sea todo amor, y todo
amor por mí. También yo debería ser todo amor por ti. Pero
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Agustín, Conf. 1, X. XXXVII
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Agustín, Manuale XXIV
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Jn 21, 15 y Manuale, cap. X.
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QUINTA PARTE
Lo que debe hacerse cada semana
para vivir cristiana y santamente
para hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros
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Para el domingo
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Para el unes
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Para el martes
La santa infancia de Jesús.
1. No te has contentado, admirable Jesús, con hacerte
hombre por amor a los hombres: quisiste también ser niño y
sujetarte a la pequeñez y debilidades de la infancia, para
honrar a tu Padre en todos los estados de la vida humana y
santificar los estados de nuestra propia vida. ¡Bendito seas
por todo ello, oh Jesús! Que tus ángeles y santos te bendigan
eternamente. Te ofrezco, amabilísimo niño, mi propio estado
de infancia y te suplico, por la virtud de la tuya que borres las
imperfecciones de mi infancia y la conviertas en eterno
homenaje a tu infancia adorable.
2. En tu infancia oh Jesús, no estás ocioso, sino que
obras maravillas. Con relación a tu Padre te ocupas
incesantemente en su contemplación, adoración y amor. A tu
santa Madre la estás colmando de gracias y bendiciones.
Estás produciendo frutos admirables de luz y de santidad en
san José, en el pequeño Juan Bautista y en los demás santos
y santas que tuvieron trato contigo en tu infancia. Te adoro, te
amo y Le bendigo en estas divinas ocupaciones y en los
efectos maravillosos de tu santa infancia. Te ofrezco el honor
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Para el miércoles
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Para el jueves
La convivencia de Jesús en la tierra
y en el Santísimo Sacramento
Para el viernes
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Para el sábado
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tuya.
3. ¡Jesús, Dios de mi vida y de mi corazón! Tú tienes un
deseo inmenso de vivir en mí y de hacerme vivir en ti con una
vida santa Y celestial. Te suplico me perdones los obstáculos
que con mis pecados e infidelidades he puesto al
cumplimiento de este deseo tuyo. Extingue en mí la vida
corrompida del viejo Adán y reemplázala por tu vida santa y
perfecta, Vive en plenitud en mi espíritu y en mi corazón:
realiza allí todo cuanto deseas para tu gloria. Amate a ti
mismo en mí y glorifícate en todas las formas que deseas.
Alcánzame de tu Hijo, Madre de Jesús, que todas estas
cosas se cumplan en mí.
Sobre la vida gloriosa de Jesús en el cielo después de su
ascensión.
Para el domingo
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SEXTA PARTE
Lo que se debe hacer cada día
para vivir cristiana y santamente
para hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros
Al tomar el alimento
Dios mío, por tu inmensa caridad me das esta comida:
quiero tomarla por amor a ti y uniéndome al amor con que tú
me la otorgas. Deseo que cada bocado que tome sea un acto
de alabanza y de amor a ti.
Te ofrezco, oh Jesús, esta comida en honor de las que
tomaste en la tierra. Renuncio a todo amor propio y deseo
tomarla uniéndome al mismo amor con que te sometiste a la
necesidad de comer y de beber, y con las santas
disposiciones o intenciones con que tomaste tus alimentos.
Al ir de recreo
Te ofrezco, oh Jesús, este recreo en honor y unión de
los santos recreos y divinas alegrías de tu vida mortal, con tu
Padre eterno, con tu Espíritu Santo, con tu santa Madre y con
tus ángeles y santos. Porque hablando de ti mismo dices: Me
deleitaba en todo tiempo en su presencia, jugaba con la
esfera de la tierra y mis delicias eran estar con los hijos delos
hombres'. Y tú evangelio nos refiere que te alegraste en el
Espíritu Santo y que recomendaste a tus apóstoles que
descansaran después de su trabajo.
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Al escribir
Ofrécele a Jesús esta acción diciéndole:
Te ofrezco esta acción, oh buen Jesús, en honor de la
que tú realizaste cuando escribiste. Deseo hacerla
ateniéndome a la caridad y demás disposiciones e
intenciones tuyas. Que cada palabra y cada letra que voy a
escribir sea una alabanza y bendición a ti.
Guía, amado Jesús, mi espíritu y mi pluma para que
nada escriba que no venga de ti, por ti y para d. Te ruego que
mientras escribo, tú escribas e imprimas en mi corazón la ley
de tu divino amor y las virtudes de tu vida.
Al dar limosnas
Quiero, oh Jesús, realizar esta acción únicamente por tu
amor y en honor y unión de tu caridad hacia los pobres.
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En las aflicciones
Cuando te sobrevenga una aflicción corporal o espiritual,
póstrate de inmediato a los pies del que dijo: Al que viene a
mí no lo echaré fuera (Jn 6, 37). Venid a mí los que estáis
cansados y abrumados y yo os aliviaré (Mt 11, 28). Adora su
divina voluntad, humíllate ante él a la vista de tus pecados,
que son la causa de todos los males; ofrécele tu aflicción,
pídele su gracia para sobrellevarla santamente y reconcíliate
con él mediante la confesión y la comunión. Porque si no
estás en su gracia y en su amor, todos los martirios del
mundo serían inútiles para la gloria de Dios y para tu
santificación: privarías a Dios de un gran honor que podrías
tributarle en el momento de la tribulación y tú perderías
inestimables tesoros de gracia y de gloria.
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tu inmenso amor por mí. Dios mío, arrojo todos mis pecados
en tu preciosa sangre, en el piélago de tus misericordias y en
el fuego de tu divino amor. Bórralos y consúmelos
enteramente. Repara todas mis faltas, oh Jesús, y acepta en
satisfacción este santo sacrificio de tu cuerpo y sangre que
ofreciste en la cruz y que ahora te ofrezco con el mismo fin. El
amor desordenado a mí mismo y al mundo han sido el origen
de todas mis ofensas: renuncio a él para siempre y con todas
mis fuerzas, amadísimo Jesús: destrúyelo en mí y establece
el reino de tu divino amor.
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amen eternamente.
Adoro, Jesús poderosísimo, el poder de tus palabras que
cambian la naturaleza grosera y terrestre del pan y del vino
en la sustancia de tu precioso cuerpo y sangre. Me entrego
totalmente a ese mismo poder para que cambie la pesadez,
frialdad y aridez de mi corazón terrestre y árido por el ardor,
la ternura y agilidad de los afectos y disposiciones de tu
Corazón celestial y divino. Que me transforme de tal manera
en ti que ya no tenga sino un corazón, un espíritu, una
voluntad, un alma y una vida contigo.
Tú, mi Redentor, estás presente sobre este altar para
recordamos y hacer presente tu dolorosa pasión y tu santa
muerte. Concédeme hacer memoria continua y tener un vivo
sentimiento de lo que has hecho y padecido por mí;
concédeme sufrir con humildad, sumisión y amor a ti las
contrariedades que me ocurrirán hoy y en toda mi vida. Tú,
buen Jesús, odias tanto el ~o, que mueres para darle muerte;
y tanto aprecias y amas mi alma, que pierdes tu vida para
devolverle la vida. Te pido, Salvador mío, no temer ni
aborrecer ya nada fuera del pecado y no buscar y estimar
cosa distinta de tu gloria.
Elevación a Jesucristo, sumo sacerdote que
se sacrifica a sí mismo en la misa
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SÉPTIMA PARTE
Ejercicios para rendir a Dios los deberes que hubiéramos
debido darle en nuestro nacimiento y nuestro bautismo,
y para prepararnos a morir cristiana y santamente
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vida nueva, del todo celestial y divina. Por todo ello seas
eternamente bendito.
Pero, lástima grande, he destruido en mí por mis
pecados esos efectos tan señalados de tu bondad. Por ello te
pido perdón humilde y contritamente como nunca lo he
hecho. Me entrego a ti, oh amado Jesús, me entrego al
espíritu y al poder del misterio de tu muerte, de tu sepultura y
tu Resurrección, para que de nuevo me hagas morir a todo;
dígnate sumergirme en ti y contigo en el Padre; hunde mi
espíritu en tu espíritu, mi corazón en tu corazón, mi alma en
tu alma, mi vida en tu vida; establece en mí la nueva vida a la
que entraste por tu Resurrección a fin de que no viva ya sino
en ti, para ti y de ti.
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Revelationes… libro V, cap. 27
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Crisóstomo, Homilía 83 en san Mateo; Jerónimo, Carta a Hesiquio 3; Tomás de Aquio III, 81, 1
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Citan algunos Jn 14, 3; Hech 7, 56
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