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ITALA MELA

PENSAMIENTOS
SOBRE LA
ESPIRITUALIDAD
BENEDICTINA
2 ÍTALA MELA

Contenido
Carta del 16 de abril de 1953 ...................................................... 3
PUNTOS DE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA ..................... 4
1. «Si verdaderamente busca a Dios»....................................... 4
2. «Si es pronto a la obediencia» ([RB 58,7] En el monasterio de
San Pablo de Roma, 1953). ......................................................... 5
a) La búsqueda de Dios en la obediencia.- .............................. 5
b) Los caracteres de la obediencia benedictina.- ..................... 6
c) ¿A quien prestar la obediencia?- ......................................... 7
d) El ejemplo.- ........................................................................ 9
Carta fechada en La Spezia, 21 de octubre de 1953. .................. 9
Carta fechada en la Epifanía de 1954........................................ 10
Carta con motivo de la Presentación de María Santísima, Fiesta
de los oblatos............................................................................. 12
Las pequeñas virtudes. .............................................................. 13
PENSAMIENTOS SOBRE VIDA MONÁSTICA BENEDICTINA
EN RELACIÓN CON LA PIEDAD TRINITARIA Y EL DON DE
LA INHABITACIÓN.................................................................... 14
1. La búsqueda de Dios. ............................................................ 14
2. El itinerario de la búsqueda: escala de la humildad, camino de
la unión...................................................................................... 16
3. El amor de la humillación. .................................................... 18
4. El silencio (RB 6).................................................................. 18
5. Camino de la alabanza, de la caridad y de la paz .................. 19
a) El Opus Dei (Oficio divino según San Benito) ................. 19
b) La vida en la caridad. ........................................................ 21
c) La vida en la paz.- ............................................................. 22
d) «En una misma esperanza de vuestra vocación» (Ef 4,4).-23
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 3

En 1952, por inspiración de Itala, comenzó a reunirse en La Spezia un


grupo pequeño de oblatas benedictinas que en los años siguientes
aumentó, comprendiendo oblatas de diversos monasterios. Itala, que
era considerada como la «abadesa», no pudiendo participar en las
reuniones por razón de su enfermedad, se sentía unida a ellas y, en
cierto modo, responsable de su fidelidad al espíritu benedictino. Por eso
de viva voz, cuando las oblatas la visitaban, o por escrito, se ocupaba de
ayudar a todas a penetrar y vivir el espíritu benedictino de la santa
Regla. Los escritos que siguen son algunas de estas intervenciones
luminosas. Una selección mucho más amplia de sus escritos, junto con
su biografía, se encuentran en: ITALA MELA, En las fuentes de la Trinidad
/ Intr. biográfica, selec. y trad. de escritos por Manuel Garrido Bonaño.-
Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002 (Estudios y ensayos, 38).

Carta del 16 de abril de 1953


«Carísimas, mientras espero la llegada de la pequeña ‘Regla’ os
envío también por deseo de Monseñor Ricchetti algunos puntos de
meditación sobre el espíritu de la Regla benedictina. Son puntos
brevísimos, sea porque ahora no podréis hacer más, sea porque quien
los redacta está muy ocupada, sea también porque sobre otros textos
poco a poco encontraréis otros pensamientos. Es suficiente por ahora
que juntas nos propongamos algunas líneas fundamentales de nuestra
vida y que nos sintamos unidas.
He comenzado por las condiciones requeridas a los novicios («Si
verdaderamente busca a Dios», etc.) y espero que antes de junio
podremos meditar juntas sobre los cuatro puntos fundamentales. Os
estoy muy cercana con fraternal afecto...»

En otras cartas anuncia que envía una circular sobre el Opus Dei (el
Oficio divino, según la Regla de San Benito) y que el abad de San Pablo
de Roma desea que continúe difundiendo estos simplicísimos apuntes
sobre los fundamentos de la vida benedictina y que las bendice. En otra
carta del 12 de julio del mismo año las exhorta a comenzar el noviciado
con toda seriedad pues con frecuencia da la impronta a toda una vida y
desea que escriban al abad de San Pablo de Roma, Dom Ildebrando
Vannucci, sucesor de Schuster en la abadía de San Pablo.
4 ÍTALA MELA

PUNTOS DE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA

1. «Si verdaderamente busca a Dios»

La actitud fundamental que San Benito pide a un alma monástica es


la sinceridad de su búsqueda de Dios: «Si verdaderamente busca a
Dios» (Santa Regla [en adelante, RB] 58,7).
La espiritualidad benedictina es, en sus raíces, esencialmente
cristiana, porque es propio de toda vida cristianamente vivida el anhelo
hacia Dios, Bien infinito.
El bautizado que viva en gracia, es al mismo tiempo un poseedor y
un buscador de Dios. Lo posee, Uno y Trino, en el templo de su alma: lo
busca sin tregua para poseerlo más íntimamente. En esta búsqueda que
tiene por término el cielo, la Iglesia guía a sus hijos como Maestra de la
verdad, como Madre que da en los sacramentos la vida divina. San
Benito no nos conduce por nuevos caminos, sino que nos inserta más a
fondo en la vida y en el espíritu de la Iglesia, y nos indica los medios
para encontrar al que es objeto de nuestra perenne búsqueda.
Nosotros meditaremos en seguida sobre estos medios, pero antes de
todo debemos orientar hacia Dios nuestra alma, de modo que podamos
repetir: «He buscado al que ama mi alma» (Cant 3,1).
La característica de un alma benedictina es buscar a Dios no en el
aislamiento, sino en el cenobio. Por esto hemos deseado formar parte
de una Orden, la más antigua de Occidente, de un monasterio que tiene
la gloria de guardar al Apóstol de las Gentes (San Pablo).
Desde el momento en que hemos pedido humildemente ser
agregados a una comunidad monástica, aun permaneciendo en el
mundo, nuestra búsqueda personal de Dios viene a ser una con la de
nuestra familia religiosa. Estamos en camino hacia el Señor, bajo la guía
de un abad, padre de esta familia. Lo tenemos lejos, algunas de
nosotras no lo conoce aún, pero todas debemos considerarlo como al
Cristo viviente en la comunidad: todo monje, todo oblato debe orar por
él.
Estamos en camino con nuestros hermanos los monjes: la plegaria
que diariamente ellos elevan en la basílica de San Pablo, a la que toda la
cristiandad mira como una fuente perenne de luz, es nuestra. Cada día
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 5

visitamos en espíritu la tumba de San Pablo. Él sea nuestro guía y


nuestro maestro en la búsqueda de Dios, que entre los trabajos del
apostolado, encontró a Dios en la contemplación, antes de poseerlo a
través del martirio. Cuando la liturgia nos presenta la palabra del
Apóstol meditémosla con particular amor. Nuestra búsqueda debe
realizarse en la noche terrena: tenemos necesidad de estas luces que
iluminen nuestros senderos.
Al término del camino nos esperan aquellos que ya no buscan a Dios
porque lo poseen en el cielo: San Benito, Santa Escolástica y miles y
miles de santos que durante quince siglos ha dado nuestra Orden a la
Iglesia: nosotros miramos hacia arriba, como a la única meta. Mientras
nos proponemos de no desistir jamás en la búsqueda de Dios aquí
abajo, en el destierro.
Estamos en el Tiempo Pascual. En el jueves de Pascua la Iglesia nos
recordaba la búsqueda de Jesús por parte de María Magdalena. Había
vuelto sola al sepulcro; y lloraba al que creía que había perdido. Se le
aparece el mismo Jesús; primero sin revelarse y le pregunta: ‘Quem
quaeris?’ También lo pregunta a nosotros: «¿A quién buscas?» (Jn
20,15). También se manifestará a nosotros, si ve toda nuestra alma
dirigida hacia Él, anhelante de Él, por encima de todo.
«Unde contigit ut eum sola tunc, quae remanserat ut quaereret...»
Por lo cual sucedió que entonces lo viese únicamente la que había
perseverado en buscarlo... Lo buscó antes y no lo encontró; continuó
buscándolo y logró encontrarlo (SAN GREGORIO MAGNO, Homilía 25 sobre
el Evangelio).

2. «Si es pronto a la obediencia» ([RB 58,7] En el


monasterio de San Pablo de Roma, 1953).

a) La búsqueda de Dios en la obediencia.- El alma


benedictina que promete buscar a Dios, tiene la certeza de encontrarlo
visiblemente en la autoridad sagrada que lo representa, según la
palabra del Señor: «el que a vosotros escucha, me escucha a mí» (Lc
10,16). «La obediencia que se da a los superiores, se da Dios» (RB
5,6.15).
6 ÍTALA MELA

La conversión de costumbres, inspiración fundamental de la vida


monástica, es, según San Benito, una vuelta, a través de los caminos de
la obediencia, a Aquel del cual el alma, más o menos, se ha alejado para
vivir una libertad engañosa: «Acoge de buen grado la admonición de un
padre amoroso... a fin de que vuelvas a través del esfuerzo de la
obediencia a Aquél del que te habías alejado con la desobediencia» (RB
Pról. 1-2).
Este camino, incluso si es difícil a nuestra rebelde naturaleza,
conduce con seguridad al encuentro con Cristo, porque Él vive en la
autoridad que lo representa: «Se cree que el abad hace las veces de
Cristo» (RB 2,2).
«Sabiendo que por los caminos de la obediencia alcanzaremos a
Dios» (RB 71,2). Por esta certeza el alma benedictina no sólo acepta,
sino que desea estar sometida a la autoridad: «desean que les gobierne
un abad» (RB 5,12). El mismo anhelo que la eleva a Dios en la sagrada
liturgia, la somete a Él, reconocido en quien hace sus veces.

b) Los caracteres de la obediencia benedictina.- Para


un alma monástica la vocación a la solemne plegaria litúrgica está
íntimamente unida con el ejercicio de la obediencia.
En el misterio litúrgico ella se une a Cristo inmolado: «hecho
obediente hasta la muerte» (Flp 2,8). En la vida cotidiana quiere
permanecer unida a Él imitándolo: «No he venido a hacer mi voluntad,
sino la del que me envió» (Jn 6, 38; cf. RB 7,32). En unión con Cristo se
ofrece, recordando que el mismo nombre de abad reclama el título que
Cristo nos ha enseñado a dar a Dios en sus grandes oraciones: nos hace
exclamar: Abbá, Padre» (Rom 8,15; cf. RB 2,3).
La obediencia benedictina, porque está animada, como toda
obediencia cristiana, por el espíritu de fe, tiene una importancia
sobrenatural y está invadida de paz y de alegría. El alma se somete a
Cristo mismo, viviente en el superior, donde su obediencia es serena,
preparada, voluntariosa, sin murmuraciones, y, mucho menos, sin
rechazos: «de buen grado» (RB 5,16). La prontitud en la ejecución de un
mandato, sobre lo que tanto insiste la Santa Regla, expresa la
instantánea y amorosa adhesión del alma a la voluntad de Dios.
Junto a la fe, la sostiene la esperanza y la caridad. Con filial
abandono el alma sigue la voz de Jesús que la guía sensiblemente sin
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 7

posibilidad de engaño: «como si recibiese el mandato del cielo» (cf. RB


5,4). Por amor de Cristo (cf. RB 7,34.69), avanza por los senderos de la
obediencia, le ama en los superiores; sus relaciones con ellos tienen el
carácter de los vínculos sobrenaturales: profundidad divina y desapego
humano: «Amen a su abad con sincera y humilde caridad» (RB 72,10).
Renunciando a la propia independencia, esto es, al propio yo, a sus
egoísmos, a sus errores, el alma benedictina ejercita, juntamente con
las virtudes teologales, la virtud de la humildad, escala las cimas de la
perfección. No pone límites a su abnegación, obedece también en los
casos duros y difíciles (RB 7,35-43; 4º grado de humildad), incluso a un
mandato aparentemente imposible, si bien le es permitido exponer
humildemente al superior sus dificultades: «movida por la caridad,
confiando en la ayuda de Dios, obedezca» (RB 68,5). Esta exhortación
de la Regla mira con incisiva caridad a la actitud de un alma que no se
pliega con amargura, sino que se ofrece, dócil, serena, confiando en la
obediencia y ejercita, en el sacrificio mismo de sus puntos de vista, su
libertad en grado eminente, anteponiendo libremente a su voluntad el
querer de Dios manifestado por el superior. Son éstas las extremas
consecuencias a que nos conduce, antes que la Santa Regla, la Palabra
del Evangelio, ya citada: «el que a vosotros os escucha a Mí me
escucha» (Lc 10,16).
c) ¿A quien prestar la obediencia?- El oblato que vive en
el mundo, ¿a quién debe o puede prestar obediencia? Como miembro
de la comunidad monástica reconoce a Cristo en el abad del
monasterio; en la lejanía es difícil prestarle obediencia, pero los oblatos
se sienten unidos filialmente a él, oran según sus intenciones, están
dispuestos a seguir sus órdenes, consejos, exhortaciones y consideran
siempre una gracia la posibilidad de tenerlo cerca, como si encontraran
a Jesús. A una famosa comunidad monástica, cuando el abad general le
comunicó la confirmación pontificia por el nombramiento del nuevo
abad, dijo: «Os llevo a Jesús».
Cada uno de vosotros tendrá ancho campo para ejercitar la
obediencia con espíritu benedictino, en el mundo en que vive.
Veamos ante todo a Cristo en la jerarquía eclesiástica: el oblato ha
de ser ejemplo de indefectible fidelidad al Sumo Pontífice, obediencia
sin reserva al propio obispo y al párroco, padre de la comunidad
parroquial en que vive. Sea modelo de disciplina en el trabajo de la
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Acción Católica, dando el tributo de su personalidad en inteligente


colaboración, pero ordenada según los superiores. Sobre los jefes de la
jerarquía gravita la tremenda responsabilidad de la autoridad, nosotros
debemos aliviar su peso: «Sed obedientes a vuestros prelados y sujetos
a ellos. Ellos velan efectivamente cómo deben dar cuenta de vuestras
almas, para que lo hagan con gusto» (Hb, 13, 17). Especialmente ante
las órdenes, los consejos y las simples exhortaciones de los superiores
eclesiásticos, recuerden los oblatos que San Benito condena con
severidad extrema la murmuración.
«Ante todo mandamos que se abstengan de la murmuración» (RB
40,9) Ella manifiesta una visión puramente humana de la autoridad
constituida por Dios; niega las virtudes teologales que deben sostener
nuestra sumisión; hiere el principio de orden sobrenatural y también
natural, base de toda sociedad.
«Ante todo no aparezca jamás el mal de la murmuración» (RB 34,6).
«Si murmurase en su corazón, aunque cumpliese el mandato, no será
grato a Dios que ve el corazón del que murmura» (RB 5,19).
En el foro interno el oblato ejercita la obediencia humilde en las
relaciones con su directos espiritual, que sustituye normalmente, como
maestro y y padre, al abad lejano. Recuerde que la Regla insiste sobre la
necesidad de un guía al que confía el alma todas sus dificultades, como
sus esfuerzos y aspiraciones, para dejarse dirigir en su búsqueda de
Dios: «Manifieste al padre espiritual los malos pensamientos que le
asalten en el corazón» (RB 4,50), todas las culpas, incluso secretas (RB
7,44-48; quinto grado de humildad), todo lo que quiere ofrecer a Dios
(RB 49,8-10), «pues lo que se hace sin el permiso del padre espiritual
será considerado a presunción y vanagloria, y no al mérito» (Ibid.)
Además de esto, el ejercicio de la obediencia, obligado desde el
punto de vista cristiano, el oblato en los límites posibles (nunca en
contraste con los sagrados derechos del alma) ejercite la virtud de la
obediencia a toda autoridad legítima en la sociedad, en la familia, en el
trabajo, según las exhortaciones muchas veces repetidas en las Cartas
de San Pablo (Col 3,18-25; 1Tes, 5,2; Tit 2,9; 1Ped 2, 27).
Recordamos que San Benito exhorta también la sumisión entre los
iguales; magnífico ejercicio de humildad y de caridad fraterna, cuando
no contraste con la obediencia a la autoridad superior (RB 71).
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 9

d) El ejemplo.- El oblato está obligado particularmente a irradiar


en el mundo en que vive el espíritu del Evangelio.
Entre tantos hermanos alejados de Dios, ignorantes de El, quiere
llevar un humilde, pero fiel testimonio de un cristianismo vivido según
el espíritu de una Regla que fue espléndida luz en una sociedad todavía
llena de paganismo. También hoy nuestra sociedad es tal, aunque se
llamen cristianos. Uno de sus males más profundos es precisamente su
espíritu de autonomía, peor, de rebelión, que es el espíritu de Satanás.
El orden social está amenazado en sus bases por la tendencia a una
libertad desenfrenada, que se aparta de toda autoridad y de todo
límite.
El oblato sea testimonio de la verdadera libertad, la de los hijos de
Dios: en la Iglesia, en el Estado, en la familia, en el trabajo, en las
relaciones sociales testimonie con toda su vida que la más alta
afirmación de la propia libertad está en insertarse conscientemente en
el orden establecido por la sabiduría providente de Dios, según la
doctrina de la Iglesia. Contra la afanosa búsqueda de una libertad
indiscriminada que es una esclavitud bajo las pasiones humanas, afirme
la liberación de los lazos del egoísmo en la búsqueda del «bien de la
obediencia»: obedientiae bonum. En esta definición está la síntesis de
toda la enseñanza de San Benito.

Carta fechada en La Spezia, 21 de octubre de 1953.

«Carísimas hermanas: hubiera querido escribir a cada una de


vosotras en particular, pero me lo impiden mis condiciones. Permitidme
comunicar como puedo con vosotras, a las que llevo siempre en mi
corazón, acordándome de los deseos y de las pruebas de cada una. El
verano ha supuesto una parada en la vida del pequeño grupo de las
oblatas. Dispongámonos ahora a cerrar con gran fervor el año litúrgico
que camina hacia su fin: Os ha traído a cada una gracias particulares y
ha sellado casi el comienzo de nuestra minúscula ‘familia monástica’.
En este tiempo las fiestas gratas a nuestra Orden nos ofrecerán la
posibilidad de conseguir más largamente la gracia del Señor.
Ante todo la fiesta de Cristo Rey, aunque de reciente institución,
(naturalmente alude al calendario anterior. Ahora se celebra en el
10 ÍTALA MELA

último domingo del tiempo ordinario), recuerda un título que San


Benito atribuye a Jesucristo en el Prólogo de la Santa Regla: «mi palabra
se dirige ahora a ti, que renunciando a la propia voluntad, asumes las
armas fortísimas de la obediencia para militar bajo el verdadero Rey,
Cristo Señor» (RB Pról. 3). Recordemos el compromiso que nos une a
Cristo después de haber reconocido su soberanía sobre nuestra vida.
En noviembre después de la conmemoración de todos los Santos y
de los Difuntos, propios de la Iglesia universal, tendremos el 13 y el 14
que nos llevará a orar y a imitar la escuadra de nuestros Santos y
ofrecer sufragios por los monjes y oblatos difuntos, especialmente de
nuestro monasterio.
El 17 recordaremos a la gran Gertrudis que fue precursora de la
devoción al Corazón de Jesús, la santa de la que cantamos: «Oh
dignísima Esposa de Cristo que, ilustrada por la luz de la profecía,
inflamad de celo apostólico, coronada con la guirnalda de la Vírgenes,
consumada por el incendio del amor divino».
El 18, la Dedicación de la basílica de San Pablo, en Roma, nos
conducirá animosamente a ese lugar de nuestro monasterio, a la tumba
del Apóstol, para hacer nuestra, confiadas, la plegaria de la sagrada
liturgia: «Haz, Señor, que todos los que entran aquí para orar se alegren
de haber impetrado todo».
Finalmente el 21, la Presentación de la Virgen María en el templo,
será la gran solemnidad de nuestra ofrenda, la fiesta propia de los
oblatos.
Tal vez en este tiempo tendremos el don de dos profesiones. Ya que
la gracia de cada una es la gracia de todas, roguemos junto con ellas
que se preparan a este sagrado compromiso.
«Llevad los unos el peso de los otros» (Gal 6,2). Con caridad fraterna
recordemos al Señor todas las necesidades, las aspiraciones, las
pruebas de nuestras hermanas; las más probadas se sientan
confortadas y sostenidas por la oración de todas.
A una por una os saludos con profundo amor en Cristo. Itala».

Carta fechada en la Epifanía de 1954.


Con ocasión del decenio de la consagración episcopal de S. E. Rvma.
Monseñor José Stella.
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 11

«Carísimas hermanas: Una efemérides tan querida de todo fiel de


nuestra diócesis, me ofrece la ocasión de enviaros el primer
‘pensamiento’ del nuevo año. Estamos para celebrar el decenio de la
consagración episcopal y entrada en nuestra diócesis de S. E. Rvma.
Monseñor José Stella.
Hce diez años nosotras estábamos dispersas, algunas entre los más
duros y amargos peligros. Ahora formamos un grupo minúsculo, un
pequeño núcleo separado de la Familia monástica que vela en oración
junto al sepulcro del Apóstol Pablo, De ese sepulcro llega a nosotros la
voz que habla todavía con acentos sublimes de las relaciones del obispo
y los fieles y exhorta a estos a vivir en la caridad y en la obediencia bajo
sus Pastores.
«Obedeced a vuestros Pastores y estadles sujetos, que ellos velan
sobre vuestras almas, como quien ha de dar cuenta de ellas, para que lo
hagan con alegría y sin gemidos» (Hb 13, 17).
La devoción indefectible por el obispo, alimentada por una caridad
filial y dispuesta siempre a la obediencia hasta los supremos sacrificios
ha de ser la característica de las almas que han abrazado una Regla que
evoca a cada paso la idea de Cristo viviente en la autoridad. Meditando
sobre la obediencia nos hemos propuesto ser ejemplo de sumisión y de
devoción a la autoridad religiosa en un mundo que tiende a quebrantar
el principio de dependencia.
Pero en esta ocasión nosotros debemos ofrecer a Dios otro
propósito como don espiritual a nuestro Pastor.
El centro de la vida monástica es, como lo hemos dicho, el Opus Dei
(Oficio divino según la Regla de San Benito), que en la vida de un laico
se traduce, además del amor y fidelidad a la vida litúrgica, en espíritu de
oración, en adoración, en alabanza, en la súplica, que pueden ser
manifiestas por toda nuestra vida, incluso en sus aspectos más
humildes y prácticos. Carísimas hermanas, mientras se multiplican,
incluso necesariamente las obras, no olvidemos jamás que nuestra
vocación fundamental es la plegaria, la transformación íntima en Cristo
para ser nosotras mismas, en nuestra pobreza, entre los miles deberes
de nuestra vida en el mundo, una liturgia viviente, almas que quieren
vivir ‘in laudem gloriae’. El «nada se te aponga al Oficio divino» de la
Santa Regla (RB 43,3) consigue este profundo significado para los laicos
que tal vez no pueden rezar el Oficio divino como sus hermanos los
12 ÍTALA MELA

monjes, pero quieren transformar en realidad todo momento vivido en


el suscipe («recibe», cf. RB 58,21) de su oblación.
Este es nuestro primer puesto en la diócesis: ser un pequeño núcleo
de orantes, almas que tienden a la unión más íntima con Cristo, aun
permaneciendo en el mundo. La primera obra que nosotros debemos
ofrecer a nuestro Pastor, la primera promesa es ésta: ser fieles al
espíritu de una vocación benedictina.
Tenemos la certeza que la alabanza a Dios es la actividad más
sublime y también la más fecunda para la diócesis, para la Iglesia. S. E.
Rvma. nos pidió esta enseñanza cuando quiso en la diócesis un
monasterio de contemplativas y llamó a monjas de nuestra Orden para
celebrar el Opus Dei bajo nuestro cielo. Nosotras le debemos una
perenne gratitud por este don que él quiso para su grey.
Mientras todas las asociaciones y todos los fieles se recogen en
oración por esta circunstancia sagrada, presentemos a nuestro Pastor
nuestra pobre oferta espiritual: renovemos nuestra oblación, abrazando
con nuevo fervor al compromiso sagrado.
Una a una os saluda en Cristo, Itala».

Carta con motivo de la Presentación de María


Santísima, Fiesta de los oblatos.

Con profunda conmoción os anuncio que el primer Domingo de


Adviento, el 27 de noviembre (que también es la fiesta de la
Inmaculada de la Medalla Milagrosa) está consagrado el nuevo abad de
San Pablo, Monseñor Cesareo d’Amato, monje de nuestro monasterio,
ya muy cercano al venerable abad Vannucci en cargos delicados, y
Profesor en los Ateneos Pontificios y Seminarios romanos.
En nombre de todas le he presentado nuestra felicitación y tengo la
alegría de presentaros un párrafo de su respuesta:
«¡No teman los oblatos de La Spezia! El nuevo abad de San Pablo,
antes novicio del llorado Monseñor Vannucci, luego doce años
secretario y durante veinticinco canciller, no podrá más que continuar
su amor a ellos. Rueguen por mí... El Domingo 27, primero de Adviento,
seré consagrado obispo y esto es una cosa tremenda. Bendigo de todo
corazón a todos».
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 13

Parece que el venerado abad Vannucci ha querido transmitir su


mandato a uno de los hijos que ha tenido más cercano. Los abades se
suceden según los designios de Dios: en cada uno vive por nosotros
Cristo: «Se cree efectivamente que él hace en el monasterio las veces
de Cristo» (RB 2,2).
Con inmutable devoción nosotros le estamos unidos, como antes a
Monseñor Vannucci, cuyo recuerdo permanecerá siempre vivo en
nuestros corazones, al nuevo padre de nuestra comunidad monástica.
Hemos exultado por la glorificación del santo Plácido Riccardi (monje
de San Pablo de Roma) y he aquí que ya la figura del cardenal Schuster,
que salió de la comunidad monástica de San Pablo de Roma para subir a
la cátedra de San Ambrosio, refulge con una fama de santidad que
edifica a toda a toda la Iglesia.
Al terminar este año litúrgico tan rico de acontecimientos dolorosos
y gloriosos, al comienzo del año con la consagración del abad abre San
Pablo un nuevo período de vida, parece que brota desde la tumba del
Apóstol una renovada invitación a la santidad: Induimini Iesum
Christum: «Revestíos del Señor Jesucristo» (Rom 13,14; epístola del
Domingo primero de Adviento).
Creo, carísimas hermanas, que no podemos presentar al nuevo
abad-obispo un don más preciado que la promesa de acoger esta
invitación a seguir, aunque sea con nuestros pequeños pasos, el camino
que nos han enseñado y nuestros Santos y nuestros abades.
Selle el Adviento el comienzo de una más profunda venida del Señor
a nuestras almas para que también nuestro pequeño grupo celebre
cada día junto a la gran comunidad monástica su liturgia de alabanza al
Padre celeste: ut simus in laudem gloriae: «para que seamos alabanza
de su gloria» (Ef 1, 12).
Vuestra en Cristo, Itala».

Las pequeñas virtudes.

Ofrecemos un párrafo de una carta a Stella Louvier, que luego se


convirtió en Hermana María Magdalena de la Trinidad, en el monasterio
de San José de Roma.
14 ÍTALA MELA

«Espero que tú cuidarás las pequeñas virtudes crean la santidad y


unen a Dios bastante más que los grandes sacrificios y no se apartan en
todo momento de nuestra vida. Por eso, como madrina, te recomiendo
especialmente las cosas pequeñísimas, tan pequeñas e insignificantes
que no pueden darnos tentación de complacencia, pero tan gratas al
Señor y tan aptas para sumergirse en todo instante en el océano de su
Querer. La santidad que siempre he deseado para ti es esa perfección
escondida, hecha de pequeñísimas cosas a Jesús, tan mínimas que hasta
se escapan a nuestros ojos. Son estas pequeñas cosas, pero incesantes
golpes de escalpelo, las que crean la criatura nueva, la deseada por
Cristo, la que El quiere formar para Sí, a fin de que le dé gloria. Son
estos pequeños golpes que resuenan en todo el Cuerpo Místico, si los
ofrecemos a Dios como un tributo de amor no sólo en nuestro nombre,
sino en el de todos nuestros hermanos. Deseo que mi hijita trabaje por
la causa de la Iglesia no con obras estrepitosas, sino en los silencios
profundos de una incesante oblación de amor y de humilde sacrificio»

PENSAMIENTOS SOBRE VIDA MONÁSTICA


BENEDICTINA EN RELACIÓN CON LA PIEDAD
TRINITARIA Y EL DON DE LA INHABITACIÓN
«Si realmente busca a Dios, y está siempre dispuesto para el Oficio
divino, para la obediencia y las contrariedades» (RB cap. 58: «Sobre el
modo de recibir a los hermanos»).

1. La búsqueda de Dios.

La búsqueda de Dios es la actitud fundamental que se requiere a


quien llama a las puertas del monasterio; las otras tres condiciones:
estar siempre dispuesto para el Opus Dei («Oficio divino»), para la
obediencia y para las humillaciones, no son, bien consideradas, sino
aspectos de la búsqueda de Dios. El monje es, pues, esencialmente un
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 15

buscador de Dios, un ordenado que corre hacia la primera fuente de la


vida y de su vocación; vive hasta las consecuencias externas, por
profesión explícita, la búsqueda que debería ser la primera solicitud de
todo cristiano. Pues todo cristiano es ya un «poseedor de Dios».
Por la gracia divina, desde que la posee y cada vez que la recupera, si
ha tenido la desgracia de perderla, es el templo vivo de la Trinidad
augusta, según expresión de San Pablo (2Cor 6,16). Nosotros nos
movemos hacia la búsqueda de Aquél que esperamos ya vive en
nuestros corazones, porque nuestra posesión es un germen, susceptible
de crecimiento.
El don, que es la gran realidad de nuestra vida cristiana, está como
cubierto con un velo y debe ser principalmente profundizado.
Cada uno de nosotros, y el monje más que ningún otro, camina en el
destierro, buscando un aumento de la gracia y, por lo mismo, de la
unión con Dios Uno y Trino que ya posee en el corazón por el sello
divino bautismal; participando de esta primera posesión, el alma se
dirige hacia los grados, también supremos, de la unión con Dios.
En el cielo no buscaremos más: poseeremos al que hemos buscado
aquí abajo y la profundidad de nuestra posesión será proporcionada a la
sinceridad y a la fidelidad de nuestra búsqueda por la correspondencia
entre la gloria y el grado de gracia.
En esta búsqueda («Busqué al que ama mi alma» Cant 3, 1), el monje
tiene la dulce guía de Cristo en el Evangelio y del abad.
«Asume las fortísimas armas de la obediencia para militar bajo el
Rey, Cristo Jesús» (RB Pról. 3). «Bajo la guía del Evangelio nos
encaminamos por sus senderos, de modo que merezcamos la visión de
aquel que nos ha llamado a su Reino» (RB Pról. 21).
La Santa Regla es cristocéntrica: Cristo es el Maestro, el Camino, el
Guía en el abad, el Hermano entre los hermanos, el Huésped en los
huéspedes, el Enfermo en los enfermos.
Pero Cristo conduce al Padre: «Nadie va al Padre sino por Mí» «Yo y
el Padre somos uno» (Jn 14, 6; 10, 30).
Cristo conduce inevitablemente a encontrar la Trinidad en cuyo seno
El vive como Verbo, conduce «a su Reino», donde contemplaremos a
Dios en su Unidad y Trinidad; ya en la tierra El guía a las almas a vivir el
don de la gracia que su sacrificio nos ha conquistado: «Si alguno me
ama...vendremos a él y haremos en él nuestra morada» (Jn 14, 23).
16 ÍTALA MELA

Antes de conseguir el Reino celestial el alma penetra con El los


esplendores del reino interior que es su riqueza; lo penetrará en una fe
adorante y, si al Él le place, puede alegrarse y también con la
experiencia.
El Señor responde generosamente a una búsqueda perseverante.
San Gregorio Magno dice de María Magdalena lo que se podría repetir
como programa y como promesa de toda vida monástica: «Mas a quien
ama no basta haber mirado una sola vez (el sepulcro de Cristo); porque
la fuerza del amor aumenta la tensión de la búsqueda. Magdalena lo
buscó antes y no lo encontró; continuó buscándolo y logró encontrarlo»
(Cfr. Cant. 3, 14; Homilía 25 sobre los Evangelios).

2. El itinerario de la búsqueda: escala de la


humildad, camino de la unión.

RB 7: Sobre la humildad.- La escala de la humildad es el camino por


el que el monje sube a Dios. Es el camino de su Búsqueda.
El yo es el obstáculo que se opone al encuentro de Dios, es el
diafragma entre el alma y el Señor: cuanto más mueren al yo con el
amor propio y sus pasiones, tanto más se hace transparente el
diafragma.

a) La vida bajo la mirada de Dios.- Los dos primeros grados de la


humildad colocan al alma en la presencia de Dios, en una actitud de fe
adorante (en el abandono dócil a su Querer). El alma vive bajo su
mirada y busca su Voluntad, como un bien supremo. Es una actitud por
la cual la criatura toma su puesto ante el Creador.
La conciencia de la inhabitación hace fácil e inmediata esta actitud.
El alma no busca al Señor en una lejanía remota, sino en su centro más
profundo y con una simple mirada, encontrándolo en sí, vive en la
presencia de la augusta Trinidad en todo instante de su jornada.
En el templo interior contempla al Verbo que se ofrece al Padre bajo
el impulso del Espíritu Santo y con El repite: «En el comienzo del libro
está escrito de mí, que haga tu voluntad, esto lo quiero, Dios mío» (Hb
10,7).
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 17

De esta contemplación brota la plenitud del abandono, la aceptación


amorosa de todo querer o permisión divina.

b) La obediencia (RB 6).- Pero el camino más seguro para conocer y


realizar el Querer divino es para el monje la obediencia (tercero, cuarto
y quinto grados de la humildad en RB 7).
Si el alma monástica busca sinceramente a Dios, es para ella más
que un medio ascético de abnegación, un medio positivo para
encontrar a Cristo Jesús y para subir con Él al Padre.
«El abad hace las veces de Cristo» (RB 2,2).- En su abad encuentra el
monje a cada paso a Cristo, reconoce su voz, acoge su voluntad; es un
encontrarse continuo con El, viviente en la autoridad.
Para el alma que quiere vivir la Santa Regla sin capciosos pactos la
obediencia es el camino real de la búsqueda, sin peligro de
desviaciones, incluso cuando es dura para el yo que quiere afirmarse;
también cuando ha de encontrar el valor del heroísmo «Cuando se le
manda cosas imposibles» (RB 68).
Para el alma que en la dificultad de la obediencia lucha con la propia
voluntad recalcitrante, con su amor propio herido, será fuente de luz,
de fuerza, de generosidad contemplar «en el seno de la Trinidad» al
Verbo que se ha ofrecido al Padre por todas las humillaciones de la
Encarnación, repetir con el Hijo que ha descendido de los esplendores
de la Trinidad a los dolores de la Pasión, «no vine a hacer mi voluntad,
sino la del que me envió» (Jn 6,38).
El que reconoce en la voluntad del abad el Querer de Dios y lo
realiza con espíritu de amor vivirá en la verdad, esto es, en Dios; la
búsqueda de Él desaparece fuera de este camino; todo otro sendero,
aunque aparezca inundado de luz no conduce sino a las tinieblas del
error.
También en este sentido el monje que busca a Dios por los caminos
seguros de la obediencia puede repetir como programa la palabra del
Apóstol: «haciendo la verdad en la caridad» (Ef 4,15). En la obediencia
vivida en la caridad, como fue la obediencia del Verbo encarnado, está
la verdad, esto es, Dios.
18 ÍTALA MELA

3. El amor de la humillación.

El alma que desde la contemplación del Verbo «en el seno del


Padre» (Jn 1,18) pasará a la de Cristo en los abatimientos de su vida
terrena anhelará a seguirlo en las humillaciones, después de haberlo
imitado en su perfectísima obediencia. La vida escondida y la pobreza
de Nazaret, los sacrificios de la vida pública, los anonadamientos de la
Pasión, invitarán al monje a vivir el sexto, el séptimo y el octavo grado
de la humildad, según la Santa Regla (RB 7,49-55), a través de los cuales
deberá tender a todos los despojamientos, a cancelarse entre los
demás.
Desde el momento en que el Verbo ha velado su esplendor en la
pequeña humanidad del más pobre entre los niños, desde la hora en
que la Belleza encarnada ha podido decir de sí non est species neque
decor («no tiene apariencia ni belleza» Is. 53, 2), no hay abismo de
humillación ni de despojamiento bastante profundo para la criatura. El
amor de toda abyección (Sexto grado de la humildad), la sed de estar en
el último puesto (Séptimo grado de humildad), el cuidado de perderse
en la multitud, evitando toda singularidad, incluso piadosa (Octavo
grado de humildad) han de brotar de una contemplación que pasa de la
gloria celeste del Verbo a la figura del «Varón de dolores» (Is 53,3). La
meditación del precio de la Redención engendra la compunción del
corazón que es un aspecto fundamental de la vida interior del monje.
Están enfrente el Todo y la nada, pero la nada es ya partícipe de la vida
divina: «Habéis sido comprados a un gran precio: glorificad y llevad a
Dios vuestro corazón» (1Cor 6,20).

4. El silencio (RB 6)

El ejercicio del silencio (contemplado en los últimos grados de la


escala de la humildad) es sólo una manifestación externa de la
compunción del corazón, del silencio íntimo al que el monje añade una
muerte consciente del yo. El alma establecida en la presencia de Dios,
abismada en su Querer a través del abandono en toda circunstancia y la
obediencia en todo instante, consciente de su miseria y de su
poquedad, y por eso llena de vida oculta, vive en la verdad y está
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 19

preparada para participar más íntimamente en los misterios celeste y


contemplarlos más de cerca.
El silencio externo de la palabra, del gesto, de la modestia no debe
ser para el monje observancia mecánica, sino de un lado preparación a
la contemplación y de otro, expresión de su unión con Dios. Un
monasterio en el que se guardase completamente el silencio, no sería
todavía una «Casa de Dios» (RB 31,19; 53,22; 64,5), si esa observancia
no fuese la expresión de la incesante adoración de las almas que viven
con Cristo en Dios.
En el abismo de la vida divina no resuena más que una palabra: el
Verbo. El alma unida a Cristo en una creciente transformación en Él, es
un silencio viviente por sí misma, pero precisamente por esto es en el
Verbo, por Él y con Él una voz de alabanza del coro de la Iglesia. El
poder de esta voz es proporcionado a la profundidad del silencio del yo.
Toda la vida del alma está potenciada por este silencio y viene a ser vida
celeste.
Al término de la escala de la humildad el monje encuentra al que ha
buscado muriendo a sí mismo; es una posesión llena de amor, fecundo
para toda la Iglesia, rico de gracias divinas: «Lo que por obra del Espíritu
Santo, el Señor se dignará hacer manifiesto en su siervo» (RB 7,70).

5. Camino de la alabanza, de la caridad y de la paz

a) El Opus Dei (Oficio divino según San Benito).- En la


Santa Regla los largos capítulos que regulan el Opus Dei siguen
inmediatamente al capítulo de la humildad, como para expresar que la
ascesis de la abnegación del yo es la verdadera preparación a la
alabanza.
«Nada se anteponga a la Obra de Dios (el Oficio divino)» (RB 43,3).
En el seno de la Iglesia el monje es esencialmente consagrado a la
alabanza a través de su vida litúrgica. Ninguna obra, por muy grande
que sea, es para él más importante ni más urgente. Toda la vida
monástica gravita en torno al altar.
El Opus Dei se centra y culmina efectivamente en la Misa. La
alabanza litúrgica se identifica con la vida eucarística y la vida
eucarística eleva el alma con Cristo, en Cristo y por Cristo hasta el trono
20 ÍTALA MELA

de Dios, a los pies de la augusta Trinidad. De este modo el Opus Dei


lleva a encontrar lo que buscamos. «Yo soy la pequeña gota de agua
que absorbe el vino de la Misa. Y el vino de la Misa se convierte en la
Sangre del Hombre-Dios. La gota pequeña de agua es llevada en los
efluvios de la vida de la Santísima Trinidad» (Cardenal Mercier).
Cada mañana el alma monástica une su oblación a la de Cristo para
ser con El inmolada para la gloria de la Trinidad augusta.
El Oficio divino prepara y sigue a la Misa, gran plegaria que el Cuerpo
Místico eleva en unión con su Cabeza divina, la alabanza por excelencia
de la Santísima Trinidad. Todo el ánimo durante el Oficio divino ha de
ser una actividad adorante a los pies del Trono: la majestad de las
ceremonias es sólo la manifestación externa de esta adoración: «Para
que nuestra mente concuerde con nuestra voz» (RB 19,7): «Cómo
recitar los salmos» (RB 19). «Cantar con humildad, gravedad y
reverencia» (RB 47,4).
Entretejido de salmos y pasajes escriturísticos el Opus Dei es la
plegaria que el cielo ha enseñado a los hombres para que ellos eleven a
Dios su alabanza en el modo más perfecto; ella pone en los labios del
monje los gemidos inenarrables del Espíritu Santo para que los haga
subir al Padre en unión con el Verbo encarnado.
Pero el Opus Dei no termina con la conclusión de las Horas
canónicas. El monje puede y debe continuarla en toda su jornada en el
templo interior, porque toda su vida es una ofrenda y debe
transformarse en alabanza. No hay una ocupación por muy humilde que
sea que no asuma en la vida religiosa un carácter casi sagrado y no
pueda llegar a ser oblación en la liturgia celeste que «en el seno de la
Trinidad» se perpetúa en lo alto de los cielos como en la profundidad de
toda alma.
Toda culpa, toda infidelidad es una disonancia en la «alabanza de la
gloria» que el alma monástica debe elevar a Dios y es una disonancia en
el coro de la Iglesia universal. La nota falsa viene siempre de la voz del
yo; por esto sólo el alma que llega a las cimas de la escala de la
humildad glorifica al Señor del modo más perfecto para una criatura;
allá arriba el yo calla, en cuanto es posible a la condición humana, y la
voz del alma se funde con la de Cristo para perderse en Dios.
El Opus Dei alimenta para el monje también la oración mental (RB
20: «Sobre la reverencia de la oración»). La lectio divina, que es una de
sus ocupaciones principales (RB 48,1), lo ha preparado a la comprensión
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 21

de los textos sagrados; por la liturgia él vive el dogma, donde la oración


se nutre de verdad; si permanece así insertada en el Verbo de Dios, se
pone al abrigo de las ilusiones y guía al alma a aquellas cimas de la
doctrina y de las virtudes, que son la corona de la vida monástica (RB
73).
San Benito no ignora los dones, también libres, del Espíritu Santo:
«lo que se dignará mostrar el Espíritu Santo» (RB 7,70); «muchas veces
el Señor revela a los más jóvenes lo que es mejor» (RB 3,4). Pero él
considera esta efusión en una atmósfera de tranquilo y sereno
equilibrio. La unión con Dios centrada también aquí abajo en el Reino
del Amor, que es la meta a la que el Santo Patriarca San Benito quiere
guiar a sus hijos (RB 7,34.67-69), es también la respuesta fiel de Dios al
alma que le ha buscado fielmente.

b) La vida en la caridad.- «Solícitos en conservar la unidad


del Espíritu». «Dios es caridad» (Ef 4,3; 1Jn 4,8.16). El alma que vive
«sepultada con Cristo en Dios» (Rom 6,4) alcanza en el seno mismo de
Dios la llama de la caridad: de la vida de unión con Dios Uno y Trino
nace la unidad entre las almas.
«Para que también ellos sean uno con nosotros» (Jn 17,21). El
monasterio es una escuela del divino servicio (RB Pról. 45), es una
familia que vive en la unidad de la caridad y la irradia. La cabeza es el
abad, que «siempre debe de acordarse del nombre que se le da: Abbá,
Padre» (RB 2,3).
Los hijos están unidos a este Padre con caridad sincera y humilde; a
él recurren en toda lucha interior (quinto grado de la humildad RB 7,44-
48), de él esperan todo lo necesario (RB 33,5). Y él vela sobre todo y
sobre todos, midiendo las fuerzas de cada uno, para que los fuertes
sean sostenidos y los débiles no sean despreciados (RB 64,19); para que
no se pierda ninguna de las ovejas que se le han confiado (RB 27,5).
El abad debe saber castigar, pero debe cuidar que las almas no
lleguen a la desesperación. Lo ayudan los ancianos, tanto en los
consejos como en los procedimientos disciplinares (RB 27,2). Mientras
que los que tienen la misión de curar las almas, la comunidad ruega con
un solo corazón por los culpables (RB 28,4-5).
La plegaria fraterna cuida también de los ausentes por motivos
legítimos. Nada hay más conmovedor que la plegaria por ellos al final
22 ÍTALA MELA

del Opus Dei (RB 67,2). Tengan la caridad de la fraternidad con amor
casto (RB 72,8). Cada uno es solícito del bien de los demás más que del
propio, cada uno debe tolerar con gran paciencia las debilidades físicas
y morales de los hermanos, cada uno debe estar dispuesto a
condescender a la voluntad de los demás, salvo el principio de
obediencia al abad y al que lo represente, porque en esta garantía de la
obediencia, incluso recíproca, encontrarán grandes compensaciones de
Dios (RB 71 y 72).
Toda discordia ha de ser rápidamente arrancada con una humilde
reparación de la ofensa, porque Dios está allí solamente donde hay
caridad, «anticípense a honrarse unos a otros» (RB 72,4). Una visión
sobrenatural regula de este modo las relaciones fraternales como las
filiales. Objeto especial de caridad serán los ancianos, los niños y los
enfermos (RB 36 y 37), los pobres y los huéspedes (RB 53) en lo que el
mismo Cristo será acogido. De este modo la caridad de la «Casa de
Dios» irradie también al exterior.
Hasta en el comercio eventual de los productos del monasterio los
extraños deben notar la solicitud del desprendimiento, en la búsqueda
de los medios necesarios para la vida (RB 48 y 57). La codicia ha de ser
arrancada en estas relaciones con el mundo, «para que en todo sea
Dios glorificado» (1Pe 4,11; RB 57,9).

c) La vida en la paz.- «En el vínculo de la paz» (Ef 4,3). «Y la


paz de Dios que supera todo sentido guarde vuestros corazones y
vuestras inteligencias en Cristo Jesús» (Flp 4,7).
El cenobio es la casa de la paz, de una paz que brota de la vida en el
amor, es la paz que inunda el Reino de Dios.
El Patriarca de los monjes occidentales no ignora que el demonio
está al acecho para turbar a las almas, pero la guía del abad (tercer
grado de humildad, RB 7,34) y el apoyo de los hermanos son una
poderosa defensa contra el adversario. Solamente las almas maduradas
largamente en la seguridad del cenobio pueden afrontar, solas en el
eremitorio, la lucha contra el enemigo (RB 1,2-5).
Traspasar de estas líneas la cálida visión que San Benito tiene del
cenobio, donde los hermanos se ayudan mutuamente en la lucha que
juntos han emprendido luchando bajo las banderas de Cristo Rey (RB,
Pról. 3). San Benito exige que la paz sea guardada, tanto en lo profundo
PENSAMIENTOS SOBRE ESPIRITUALIDAD BENEDICTINA 23

de los corazones, como en la vida común (RB 34,5). Reconoce un


elemento importante en la discreción. No quiere pedir «nada grave ni
áspero» (RB, Pról. 46).
Con delicadeza hay que velar para que todo sea proporcionado a las
fuerzas, adaptado al ambiente y a cada uno (RB, 34): la comida (RB, 39-
41), el hábito (RB, 55), el reposo (RB, 8,1-2; 22; 47,5), los cuidados a
enfermos, ancianos y niños (RB 36 y 37). Los oficios no deben ser de tal
modo graves que quebrante a quien los cumple, ya se trate del
mayordomo con sus graves responsabilidades (RB, 31), o de los
humildes cocineros (RB 35): «Sin murmuración ni grave trabajo» (RB
35,13). «Esta ha de ser la consideración común en todos los oficios» (RB
53,19).
«No contriste a los hermanos» (RB 31,6). Las almas no han de ser
angustiadas por la falta de comprensión ni de discreción. Han de vivir
serenas en la familia y en la casa de Dios: «nadie se perturbe ni
entristezca en la casa de Dios» (RB 31,19).
Las almas cansadas están inclinadas a la murmuración y esto es un
peligro demoledor en la vida espiritual y en la comunidad: «que no
aparezca por ningún motivo el mal de la murmuración» (RB 34,6).
No hay que olvidar que el elemento de la paz para todas las almas es
también la pobreza, la renuncia a cualquier posesión: «han de saber
que no son dueños ni de sus propios cuerpos» (RB 58,25), con respecto
también a los que el monje puede recibir desde fuera, el abad puede
disponer de eso en favor de otros: «y no se entristezca el hermano a
quien se le hizo el regalo desde fuera» (RB 54,4).
De este modo el monje vive sin ansiedades materiales, abandonado
a la Providencia que cuida de él a través del padre de la comunidad.
Todo está ordenado en la «Casa de Dios»; aun en la pobreza, todo
objeto está diligentemente cuidado porque pertenece a la casa de Dios,
«como si fueran vasos sagrados del altar» (RB 31,10). La paz brota
también de este orden que regula los horarios de la oración, del
trabajo, del reposo, disponiendo todo con sabiduría y prudencia, con
fortaleza y dulzura.

d) «En una misma esperanza de vuestra vocación»


(Ef 4,4).- Guiada en su camino por el abad, reconfortada con el
ejemplo y la caridad de los hermanos, el alma monástica vive en el
24 ÍTALA MELA

destierro esperando la Patria. Ella espera cambiar su alabanza de la


tierra por la del cielo. El monje se prepara cada día para la muerte:
«Diariamente tenga ante sus ojos la muerte» (RB 4,47), pero no la
aguarda con temor, porque no desespera de la misericordia de Dios:
«no desesperar nunca de la misericordia de Dios» (RB 4,74). Como «con
gozo de espiritual deseo» espera la Pascua después de la observancia
cuaresmal (RB 49,7), así anhela la Pascua eterna: «esperar con gozo
espiritual la vida eterna» (RB 4,46).
El anhelo por el cielo aparece en toda la Santa Regla: San Benito
evoca a cada paso para sus hijos su destino eterno y en toda dificultad
inherente a ellos les evoca el Reino donde recibirán el premio por todo
sacrificio: «Para que merezcamos ver a Aquel que nos llamó a su Reino»
(RB, Pról. 21).
«No anteponer absolutamente nada a Cristo que nos conduce a la
vida eterna» (RB 72,12). Esta es la verdadera conclusión de la Santa
Regla, aunque es el capítulo penúltimo. El monje que la lee revive la
gran ceremonia de la profesión solemne; entonces, en medio del coro,
con los brazos abiertos en cruz, de pie, como San Benito en la ofrenda
suprema de su vida (en su muerte), canta tres veces el Suscipe me,
Domine, secundum eloquium tuum et vivam et non confundas me ab
expectatione mea: «Acéptame, Señor, según tu Palabra y no me
defraudes en mi esperanza» (Sal 118,116; RB 58,21). Tres veces el coro
de la comunidad ha repetido con él y por él este verso y cada hermano
ha revivido su oblación a Dios y ha hecho suya la del neo-profeso.
La vida monástica es un suscipe perenne, en la oración, en el trabajo,
en la alegría interior, en la prueba, en la austeridad de la ascesis y en el
consuelo de la caridad. El monje que haya vivido fielmente el suscipe no
será defraudado de Dios en su esperanza.
Contemplará en su Reino al que ha buscado aquí abajo con un
esfuerzo constante, en unión creciente: «Si perseveramos en el
monasterio seremos herederos del Reino de los cielos» (RB, Pról. 50)

Traducción: Manuel GARRIDO BONAÑO OSB


ABADÍA SANTA CRUZ DEL VALLE DE LOS CAÍDOS (MADRID)

U. I. O. G. D.

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