03 - de La Torre - N. Avellaneda
03 - de La Torre - N. Avellaneda
03 - de La Torre - N. Avellaneda
Capítulo XIII
El primer año
Presidente a los 38
Sofocada la rebelión, Nicolás Avellaneda empieza realmente su presidencia. No
sospecha que estará “comprendida entre dos sediciones, como un día sin sol entre
una aurora de borrasca y una tarde de temporal”.(1) En ese momento, tiene 38
años. Nadie había llevado sobre los hombros, a esa edad, la conducción de la
República. Urquiza asumió a los 54, Derqui a los 50, Mitre a los 41 y Sarmiento a
los 57.
El último día del mes, una turba incendia nada menos que el colegio jesuita de El
Salvador: brutal derivación del mítin estudiantil de protesta por las medidas del
arzobispo y diputado León Federico Aneiros (modificar jurisdicciones
parroquiales y entregar a la Compañía el templo de San Ignacio), en un contexto
de perturbaciones en otros puntos de la ciudad, incluyendo un ataque al Palacio
Arzobispal. El Ejecutivo se vio forzado a decretar nuevamente el estado de sitio,
y poner a disposición del gobierno porteño las fuerzas de línea para reprimir.
Había aparecido el extremismo, como lo reveló el descubrimiento de una
organización de foráneos franceses sobre todo supuestamente vinculados a la
Internacional.(7)
Militares son las soluciones que se dan a un viejo asunto. Suena la hora final para
la dinastía de los Taboada, en Santiago del Estero, tras un cuarto de siglo de
ejercer o controlar el gobierno. Con el pretexto de garantizarla pureza de la
elección de diputados nacionales, y ante el pedido del juez federal, Avellaneda y
Alsina resuelven reventar ese bastión mitrista. Envían a la provincia dos
batallones del 9 de Infantería y el 6 de Caballería de Línea, al mando del coronel
Octavio Olascoaga: una “verdadera intervención militar”, sin “decreto legal ni
sanción legislativa”, la califica Alén Lascano. El 28 de marzo, los soldados entran
en Santiago y estallan los enconos acumulados durante décadas contra los
Taboada. El general Antonino debe refugiarse en Tucumán, donde permanecerá
hasta su muerte, en tanto su hermano Felipe escapa a Catamarca. Las
propiedades de los Taboada son invadidas y saqueadas, entre otras tropelías, y se
reprimen violentamente los levantamientos rurales que intentan apoyarlos. Bajo
el gobierno de Gregorio Santillán, en adelante Santiago del Estero queda alineada
con la conducción nacional.(10)
A cerrar divisiones
Entretanto, los dos Consejos de Guerra seguían el juicio a los cabecillas de la
rebelión de 1874. En Buenos Aires, los abogados bordaban sobre las
contradicciones que rodearon la capitulación de Mitre, en Junín, y sobre la
naturaleza jurídica de la revuelta: sostenían que era delito político, y por tanto
debía juzgarlo la justicia civil. En el Consejo de Guerra de Mendoza, el general
Arredondo afrontaba el riesgo de ser fusilado, porque no tenía capitulación y se lo
responsabilizaba de la muerte de Ivanowsky. La posibilidad de que terminase ante
el pelotón el antiguo camarada que derrotó en Santa Rosa amargaba a Roca:
primero intercedió por su vida ante Avellaneda y después prefirió dejarlo escapar
de la prisión, en febrero. De cualquier manera, era evidente que algo habría que
hacer con estos juicios, si se buscaba pacificar el país. Arrestado en el cuartel de
Retiro, el general Mitre era constantemente visitado, y tenía a La Nación para
hacerse oír.
Sobre su viaje, el presidente diría semanas después al Congreso que había querido
“dar testimonio” de la pacificación del país, “atravesando la provincia ayer tan
conmovida de Entre Ríos, y trasladándome sin un soldado hasta el extremo límite
de nuestras fronteras del Este, sin que haya encontrado sino pueblos y hombres
penetrados de adhesión a la Nación y a su gobierno, y sólo agitados por miras de
progreso”.(15)
En cuanto a las finanzas analizaba el presupuesto, y concluía que “la causa única
del déficit” era la disminución de la importación, mientras la cifra de ventas al
exterior permanecía casi idéntica. “Un país vale, en el lenguaje del economista y
antela verdad severa de los hechos, lo que produce; y mientras que su poder
productivo no haya disminuido, conserva su aptitud para recobrar
inmediatamente su anterior situación económica, aunque haya soportado
transitorias perturbaciones en sus cambios, en la circulación de sus valores o en
sus consumos”.
Era consciente de la crisis. En los últimos años, hubo abundante dinero para
crédito, a causa de los empréstitos contraídos en Londres por la Nación y la
Provincia. Sobrevino entonces la especulación, en lugar del “trabajo
reproductivo”, y a “la hora inevitable de los reembolsos, ha sobrevenido la crisis
que principia ya a encontrar su principal remedio en la disminución de los gastos
privados y público”, decía optimista el presidente. Eso sí, se había mantenido
celosamente el servicio de las obligaciones en Europa.
Sobre los ferrocarriles, estaban próximas a abrirse las dos primeras secciones
delde Córdoba a Tucumán, que se construía aceleradamente. También quedaría
lista este año la sección Río IV-Mercedes, del Ferrocarril Andino. Pedía al
Congreso una ley que autorizase, en el Ferrocarril del Este, el ramal de Monte
Caseros, Corrientes, a Paso de los Libres. Ya estaban listos los estudios para que
esa línea se internase en Entre Ríos, en los 258 kilómetros que iban de Concordia
a Gualeguaychú.
El censo escolar se había retrasado por la guerra. Pero tenía datos alentadores:
por ejemplo, que en Mendoza había un alumno sobre cada cinco habitantes.
Sobre la formación de maestros, la Escuela Normal de Paraná había doblado su
matricula, y la de Tucumán se abría en pocos días más. También era inminente el
comienzo del edificio de la Normal de Mujeres de Buenos Aires. Ya estaban
francas las puertas del Nacional de Rosario.
El mismo día, el presidente resolvía una cuestión más grave. Se había expedido el
Consejo de Guerra, que entendía en la causa a Mitre, Rivas y demás vencidos en
la revolución de 1874. Aprobaba su fallo, pero modificaba sustancialmente la
forma en que se ejecutaría. No podía olvidar, subrayaba, que los jefes procesados
habían servido al país en “la guerra extranjera” y que algunos, como el ex
brigadier Bartolomé Mitre, habían tenido “una parte principal en los
acontecimientos que prepararon y consolidaron la unidad nacional”; pero
entendía que, a pesar de todo, en “honor a las tradiciones” del Ejército, debía
“hacer sentir alguna represión” sobre estos jefes. Por todo eso, y queriendo
asociar a la fecha patria “un acto de conciliación y de clemencia”, disponía que
Mitre y los ex coroneles Jacinto González, Emilio Vidal y Martiniano Charras,
fueran puestos en libertad, compensándose con la prisión sufrida la pena de
destierro que les imponía el Consejo. En cuanto al ex general Ignacio Rivas, y los
ex coroneles Nicolás Ocampo y Julián Murga, rebajaba su destierro de 8 años a 18
meses. Perdonaba igualmente su delito militar al ex coronel Benito Machado, sin
perjuicio de ponerlo a disposición de la Justicia Nacional por el fusilamiento de
dos ciudadanos.(20)
Promulga otra ley que encrespará a los chilenos. Es la que dispone subvencionar
las comunicaciones maritimas entre el puerto de Buenos Aires y las costas
patagónicas, “tocando necesariamente en los establecimientos del Chubut y al
sur del Río Negro”; podían concederse, además, hasta diez leguas de tierras a las
empresas que hicieran ese trayecto. De acuerdo con la ley, se aceptará luego la
propuesta de la empresa Gallés y Compañía, para cubrir el tramo, “en vapores de
primera clase en combinación con otro de vela”. La situación se pone tensa
antela aspereza del reclamo chileno, tan amenazante que el canciller del Perú
ofrece sus buenos oficios, para alejar la posibilidad de guerra. El canciller
Irigoyen lo tranquiliza: todavía se puede conversar.(21)
Pero, si por el momento no tiene problemas con el ejército, hay otros hombres
armados cuya actividad preocupará al gobierno. En julio, se desbaratan dos
conspiraciones. Una, cuyos miembros sesionaban en la calle San José quería
buscar como jefe al general Arredondo, exiliado en Montevideo, y planeaba
eliminaren primer lugar, en una emboscada, al ministro Adolfo Alsina. El otro
grupo de conspiradores se reunía en la calle México. En un momento dado
aunaron esfuerzos y hasta buscaron el concurso de Mitre, quien contestó con una
rotunda negativa. Por su parte Arredondo, cauteloso, dijo que actuaran primero y
luego él se presentaría. De todos modos, algunos resolvieron lanzarse solos, pero
alguien los delata y se dispersan. Fue la primera conspiración del año, y no seria
la última.(24)
Ese mismo mes promulga la ley que destina 100.000 pesos para las obras en el
puerto de Santa Fe. También, gira al Congreso la convención sobre el Sistema
Métrico Decimal firmada en París, y a la cual debe adherirla República.
Representa, dice, obtener “un nuevo vínculo entre las naciones: la unidad general
de pesas y medidas”.
Por esos días, el gabinete sufre la primera baja, a la que seguirá otra a comienzos
de agosto. La estrategia del ministro de Hacienda, Santiago Cortínez centrada
sobretodo en la supresión de puestos y recorte de sueldos, no logra modificar el
panorama económico, cuya creciente aflicción se expresa en todas partes. El
Banco Nacional eleva en julio su tasa de interés del 12 al 18 por ciento, y en
agosto empezará a retirar oro de las sucursales del interior que se ponen así al
borde del colapso para evitarla caída de la casa central. Todo esto es demasiado
para Cortínez. Avellaneda acepta su renuncia el 14 de julio: lo reemplazará Lucas
González, en ese momento cónsul general en Londres, quien se embarca rumbo a
Buenos Aires. Entretanto, queda a cargo el titular de Justicia, doctor Onésimo
Leguizamón. Semanas después, la cartera de Relaciones Exteriores, para la que
estaba nombrado y nunca asumió Félix Frías y desempeñaba interinamente
Pedro Pardo, es cubierta en propiedad por una prestigiosa figura: el doctor
Bernardo de Irigoyen.(25)
La frontera interior
Pero estas preocupaciones no apartan a Avellaneda de ciertos asuntostroncales
que tiene muy claros, como que los ha expuesto en su mensaje inaugural. Uno, y
clave, es el de las fronteras interiores. Quiere escribe al coronel Álvaro Barros,
someter al indio, pero a la vez suprimir “el desierto que lo engendra”, y
reemplazarlo por pobladores y civilización. Las fronteras desaparecerían, cuando
dejemos de ser dueños del suelo por herencia de España, “y lo seamos por la
población que lo fecunda y por el trabajo que lo apropia”. Tal era, decía, “el
programa de administración, y lo será todavía de las que vengan a completar
nuestra obra”.(26)
Inmigración y colonización
Ese mes de agosto, en el Congreso, hombres como Vicente López, Miguel Cané,
Carlos Pellegrini y Dardo Rocha empiezan a definirse por el proteccionismo, en
debates donde se filia un tema básico de la historia económica nacional. También
se funda el Club Industrial. Mientras, Avellaneda va elevando iniciativas de mucho
vuelo al Poder Legislativo.
Siguen las medidas de adecuamiento del ejército. Reorganiza los cuerpos de línea
que participaron en la rebelión de 1874, y en otro decreto crea un “Depósito
Correccional de Menores” en un buque del Estado, para “formar marineros”, que
irán “oportuna y gradualmente a buques de guerra o mercantes”.(31)
Leyes en tropel
Pocos días después, el Congreso sanciona la ley sobre moneda metálica nacional.
Avellaneda se apresura a promulgarla, pero será inaplicable por la crisis.(35)
En Santa Fe y Córdoba
El 16 de octubre, el presidente parte a inaugurar el ferrocarril de Río Cuarto a
Villa Mercedes.(41) Es un viaje que se prolongará hasta comienzos del mes
siguiente, y donde pasa días en Rosario, en Santa Fe y en Córdoba.
En Santa Fe, uno de los actos del programa es la visita al colegio jesuita de la
Inmaculada. El adolescente Celestino Le Pera pudo ver al presidente, rodeado de
comitiva y público, recorriendo el viejo edificio: “con ese aire indiferente que le
caracterizaba, marchaba lentamente, mirando al suelo y peinando suavemente
entre el pulgar y el índice las hebras negras de su pera ensortijada”. Emocionó a
Avellaneda que, entre el homenaje de los chicos, estuvieran unos versos
pergeñados y declamados por Le Pera a la memoria del “Mártir de Metán”.
Sacó su cartera, anotó el nombre y aseguró ver en el jovencito “condiciones de
orador”, que debía desarrollar leyendo a los clásicos y a Lacordaire, entre
otros.(42) En Rosario, la recepción sería “cordial y digna” a la ida y a la vuelta,
narraba Federico de la Barra a Roca, no sin deplorar la “falta de costumbres en
estos actos oficiales, y luego esa hambruna de secuestrar al personaje para
explotar en favor propio el aura presidencial”.(43)
Por otro lado, el general no está de buen humor por esos meses. Entre octubre y
diciembre intercambia minuciosas cartas con Adolfo Alsina sobre la estrategia
para luchar con el indio. El ministro es partidario de ir conquistando el desierto
en base a fortines y poblaciones que permitan ir ensanchando la línea: es la
política que expone Avellaneda en sus mensajes al Congreso. Roca opina todo lo
contrario. “Para mí, el mayor fuerte, la mejor muralla para guerrear contra los
indios de la pampa, y reducirlos de una vez, es un regimiento o una fracción de
tropas de las dos armas, bien montadas, y que anden constantemente recorriendo
las guaridas de los indios y apareciéndoseles por donde menos lo piensen... yo
pienso que se debe avanzar hasta los últimos confines habitados por los indios, en
Salinas y en territorio Ranquelino, no por fuertes fijos sino por fuertes
ambulantes, movibles como los enemigos que se combaten”. A todo eso, ofrece
hacerlo en dos años, “uno para prepararme y otro para efectuarlo”. Alsina no
estará para nada de acuerdo con esa tesitura, que Roca expone con viva
franqueza, a pesar de su condición de subordinado del ministro de la Guerra.(47)
El Parque 3 de Febrero
Entretanto, Avellaneda ha regresado de su viaje y reasume la presidencia el 2 de
noviembre. Una semana más tarde, promulga el presupuesto para 1876: son
20.259.205 pesos fuertes.(48)
Avellaneda proclamó que todo lo que contribuyese a ataviara Buenos Aires “en
sus galas de pueblo civilizado y libre, da tono y grandeza al orgullo, al
sentimiento, a la dignidad Argentina”. Había que apresurarse. Rosas, en su
destierro, había cumplido ya ochenta años, “y puesto que le ha sido acordada una
vida tan larga, era necesario que no continuara arrojándonos al rostro una ironía
sangrienta, al mostrar en su Palermo de San Benito el paseo favorito de Buenos
Aires”.
En ese último mes del año, también van dando frutos las gestiones del canciller
Irigoyen para arreglarla cuestión pendiente con el Paraguay, donde desde el mes
de setiembre existe una legación argentina. El encargado de negocios, doctor
Manuel Derqui, ha trabajado concienzudamente, de acuerdo con las instrucciones
de Avellaneda. Hace saber al gobierno paraguayo que las dificultades en las
relaciones empezaron cuando ese país firmó, unilateralmente, tratados
definitivos con el Brasil: la Argentina ha demostrado su tesitura generosa hacia el
Paraguay y se ha impuesto la norma de no intervenir en sus cuestiones internas,
lo que constituye, escribe Luis Santiago Sanz, una firme resolución política”.
Tampoco quiere obrar a las apuradas y, lo que es muy importante, hay resolución
de terminarla cuestión limítrofe prescindiendo del Brasil. El enviado Derqui se
maneja bien. Logra que se fije a Buenos Aires como asiento de las negociaciones
de fondo, y el 4 de diciembre, en Asunción, firma con el paraguayo Manuel
Machain un protocolo que establece que desde el Pilcomayo al Norte, incluida
Villa Occidental, se someterá al arbitraje.(55)
*
* *