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Osvaldo Picardo - Mar Del Plata PDF

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Mar del plata

Osvaldo Picardo

Goles Rosas
Colección Suplementario
Primera Edición: Edición Martín, Colección La Pecera (2005)

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Índice

Hay que defenderse de todo lo que somos,


pero de tal manera que no lo destruyamos.
I. Las ciudades son absurdas Elías Canetti
II. No hay ciudad eterna
III. Hay un cuadro de Hopper Por más lejos que vayas, lo más lejos que esperes,
IV. Esta ciudad fue construida de nuevo en la misma ciudad te veré.
Ah si tu vida la destruiste aquí
V. La ciudad se va llenando de filiaciones
en este rincón pequeño- en toda la tierra la destruiste.
VI. Hubo también un arroyo Kavafis

VII. A principios del siglo XX, mi abuelo


VIII. Los cadáveres y las estatuas son parecidos
IX. Debería hablar sobre el mar
X. Nada más intrascendente que una hormiga
XI. Quienes viven en la calle
XII. No sabés qué hay al otro lado del horizonte

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No sabés qué hay al otro lado del horizonte,
donde éste termina con el día. No es una barca
que por cierto flota petrificada entre las nubes.

Ni más allá de la escollera


con el Cristo de brazos abiertos. No, no son cosas.
Esta vez, no son cosas.

En todo lo que se configura bajo el atardecer,


en los lobos marinos de Fioravanti,
en la Rambla y la pareja que se retrata,

una sola realidad existe en verdad:


un chico, al fondo, en la orilla
con un puñado de arena entre las manos.

¿Qué historia repite? ¿La misma y la nuestra?


¿Cómo se repite lo que no vuelve?
Él vive antes de que caiga la noche.

Ahí se escribe cuanto has deseado ser


y una deuda infinita
que se ha vuelto tu mirada.

Mar del Plata, 2005

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Las ciudades son absurdas
Se astilla en miles de conciencias hasta que alcanzan
obligadas a la consideración y al lenguaje. la playa del hábito y del amor.
Y pronto, como el aire, todo es un lugar común.
Imponen un tiempo
y una mirada
que no eran tuyas.

He leído que algo parecido


sucede con unos peces
de las profundidades:

Se hunden en la noche del agua


sintiendo la cercanía
de la hembra desconocida.

Y bajo sixtinas de coral


encuentran y descubren
el corazón del instinto.

Basta eso para aplastarse


contra la piel de una vecina
y así, desaparecer día tras día,

hasta que, en la unidad deforme,


pierden los propios ojos
y hasta el primitivo cerebro.

El amor que miente su razón


con tanta entrega, nos abandona
a una práctica insípida:

saludarnos diariamente,
hablar de las mismas cosas
y aplastarnos …

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Quienes viven en la calle
No hay ciudad eterna, llevan una vida de perros. Así un hombre
lo sabemos. que de tanto revolver la basura

Europa tiene plata y dormir entre los cartones,


para cada piedra de la historia. terminó en la peatonal ladrando
Y conserva un simulacro pasajero. la plegaria aprendida en Malvinas.

Las barcas amarillas amarradas Todos en la Feliz, necesitan alguna locura


en la dársena, apretadas una junto a otra, para dejarla afuera a la hora de trabajar.
sobre todo en la niebla, me hablan (Yo, por ejemplo, creo que soy un poeta.)
de la inútil tenacidad de las formas.
Nunca se debieron creer En cambio, esta lápida en el cementerio
volviendo del mar, acierta, sin tantas vueltas, con una frase:
que existirían para siempre. “Aquí está nuestro querido Alberto”.

Por más que intenten sobrevivir No hay grandilocuencia de bronce,


las ciudades mueren ni héroe que decore la putrefacción.
con el que se pierde en sus calles. Esa es su teatralidad entera.
No son ellas sino un mapa
de vísceras dadas vueltas. Ha salido fuera del lenguaje
tanto como de las calles en que era
Debió existir sólo un perro y un ladrido más.
una ciudad de Fidias y otra
de Rembrandt. Otra imaginada ¿Detrás? ¿Qué hay allá? ¿Más allá?
por Le Corbusier y alguna La escoria y los soldados anónimos
por Amancio Williams. que sobreviven por milagro.

No son una postal La escritura de la ciudad excede


con las ramblas de madera, la posibilidad de cantarla,
las casas bajas de piedra. mucho más de oirla.
Y los espigones que la sudestada
de la noche al día, Nada importa que sepan su historia.
desarticula vértebra a vértebra... Ella ocurre. Solamente ocurre,
espontánea como una explosión sorda.

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Nada más intrascendente que una hormiga. Apenas son rastros, casi ruinas,
Leo. Y esa clase de intrascendencia -pienso- y no es poco:
heredará, algún día, la tierra. antes toda distancia era invisible.

Sus antepasados lograron el vuelo


pero se fueron aceptando esclavas
convencidas de su lugar en el mundo.

Un orgullo secreto las revela hermanas


simplemente por la memoria
de un olor al momento de nacer.

Contra todas ellas, las negras, las obreras,


las coloradas, las voladoras,
se levantó la Villa Victoria Ocampo.

Sombra veraniega de San Isidro,


que trajeron, a pedazos, desde Inglaterra,
seguramente llenos de trascendencia.

De aquellas batallas de verano,


contra las hormigas, no quedan
registros epistolares ni diarios íntimos.

Sólo la convicción subterránea


de que serán las que sobrevivan
y el resto, silencio.

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Hay un cuadro de Hopper Debería hablar sobre el mar,
que me recuerda caprichosamente el que le da nombre a la ciudad
la ciudad en que nací. tanto como que la niega.
Ventanas en la noche.
En primer plano, El mar -decir por ejemplo- respira.
por efecto de la luz y la sombra, Suben y bajan, apoyados, tres patos marinos.
una cadera de mujer y un codo Y sobre el ronquido de su sueño
indican un brusco movimiento
que una de las ventanas recorta. se sostiene el insomnio del pescador.
Es una historia que no necesita No está un marinero pensando en las playas
principio ni fin. de un vago, lejano, brumoso país…
La ciudad insiste en aparecer
en la tela del pintor. Me viene en cambio, la imagen del pescador.
De su espera larga, en la escollera.
También, para mí, Horas bajo el farol, horas de termo y de radio.
he creado mi propia tela.
No existió antes ni después. Y el brillo de unos ojos muertos
El inmigrante y el desterrado que traducen la incógnita de otro mundo.
me entienden. No es el mar, sino una caña en el tiempo.

El turista Debería hablar sobre el mar: El que da nombre


nunca ha llegado a estas playas. a la ciudad tanto como que la niega.
Decir algo así como Fogwill dice:

Pero no hay mar: el mar es solo ausencia


en la sílaba mar: pasa el sonido
y queda el hombre frente a un mar que inventa.

Es cierto, no hay sino un invento.


Y sólo, fuera del lenguaje,
es posible que lo miren y que lo vean.

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Esta ciudad fue construida
sólo se vive, cierto: sobre las ruinas de otras. Hubo
Sin olvido. una Costa Galana
Sin perdón.
y un saladero portugués
con una capilla colonial
que aún se conserva.

Dicen
-hay fotos para probarlo-
que también fue Biarritz.

Esta ciudad inventa otra ciudad.


John Berger escribió que
“el último día del año

todas las ciudades


tienen derecho a disfrazarse.
Marrakesh puede impunemente

vestirse de París. Madrid puede


imaginarse libre. Trinidad volar
el Banco de Inglaterra”.

Y cuando llega el verano


también la nuestra
manda a hacer su disfraz.

Y obedecemos una vez más.

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La ciudad se va llenando de filiaciones, Los cadáveres y las estatuas son parecidos,
va zurciendo la memoria mantienen la identidad del frío y se vuelven
con las grietas de la impaciencia. maneras -como en aquel poema de Ritsos-

Los trenes, los aviones, los autos de cuidar contra nosotros mismos
se concentran en la distracción del tiempo. así como contra los enemigos,
Y ellos mismos disuelven los espacios. a nuestros muertos.

Pero es raro un hombre que camina. El ensañamiento de un asesino


Un hombre que olvida qué calle lo lleva o la misma intemperie a la que fueron arrojados
que va en un viaje lento, feliz de los regresos. no borran del todo una existencia.

¿No hay dos lugares que concuerden No son los héroes, tampoco los fundadores.
exactamente? Se pregunta. Estos se elevan del bronce que los militares adoraron
¿No hay dos colores iguales o se olvidan tras el bautismo de una calle.
en los otoños de una plaza?
Los otros cadáveres, en cambio, no tienen lugar:
Esta esquina me recuerda otra María Leticia Filosi, Marlene Michensi,
cuando era chico. Débora San Martín, las prostitutas de La Perla…
Un almacén abandonado
de milnovecientos veinte con un nombre Y Fernando Hallgarten, José Luis Musmeci,
en ruinas: El Progreso. Carlos Mendoza, Lidia Renzi, Ignacio Suárez…
Nombres en lugar de cuerpos, en lugar de un lugar.
El boulevar Colón y una lechería
Laponia con un heladero Ellos abordan la sombra de un "ángel rubio"
gigante y dolicocéfalo... cuando el verano los monstruos disfraza
de socios de una playa grande...
Todo es la fijeza extraña del agua
y en ella, los jeroglíficos Lo desaparecido aparece, entonces,
de un lobo marino entre las barcas. insepulto en el barro del arroyo invisible,
pero todavía adentro, con su oscuridad forzada.

Es en las rocas, a martillazos de olas,


que se interrumpe la huída hacia adelante.
Y si bien no se vive para el recuerdo,

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será la cifra impar de sus hijos. Hubo también un arroyo
que se llamó Las Chacras.
¿Qué otras imágenes unen lo que no existe
a lo que existe, y así en lo sucesivo? Ni siquiera fue un río
como el Arno o el Támesis,
¿Cómo algo tan fuerte lo desata, un día,
un simple, absurdo manotazo de viento ? pero su naturaleza de víbora
y sus desbordes obstinados
hicieron de largo muro
entre las luces del Hotel Bristol
y el miasma de animales y obreros muertos.

Nos dicen, con un apropiado tono elegíaco,


que nada ha quedado de todo eso,
ni el arroyo que yace enterrado bajo el asfalto

ni aquellos pasajeros del Ferrocarril del Sud,


sorprendidos como Paul Groussac
por la eterna demencia de las olas...

Más difícil que creer que ya no existen


es creer que estas cosas existieron:
Un molino harinero, un puerto,
la usina del italiano y las casas de pescadores.

Estas criaturas nunca fueron iguales:


el signo de su clase o el sentido moral de su trabajo
los convenció de las pequeñas diferencias.

Resulta que no fue decisivo el destino


a donde creyeron dirigirse, sino
la ambición con la que estuvieron de paso.

Lo que fue arroyo o construcción a sus orillas


ahora hacia sí mismo arrastra, inunda

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las calles y desbarata los planes de una tarde. A principios del siglo XX, mi abuelo
fue albañil y fue socialista. Algo
Vuelve con el verano y las lluvias, desde su entierro, de su pasado me queda
con el ineluctable convencimiento del agua en una foto perdida y en un cuadro:
amordazada por la época y por los ingenieros. Episodio de la fiebre amarilla.

Subterránea fuerza Ahí, un recinto en sombras contrasta


se lleva el polvo y la miseria con el sol que viene de la calle. Recorta
con el crispado lenguaje de la necesidad. tras la puerta, el gesto de dos médicos famosos.
Y de una mujer que está muerta,
con una criatura llorando al pecho.
Es un día de marzo de 1871
y ella aún se llama Ana Bristiani...

La misma fiebre se llevó al padre de mi abuelo.


Esa peste y esa pobreza los trajo
a la desembocadura de Las Chacras, donde
la publicidad de entonces, prometía esta playa,
como la espuma, pura y saludable.

En esto creyeron una madre y un hijo,


solos en una estación de trenes. Mi abuelo
aparece en esa foto (que ahora se me ha perdido)
de la mano de una mujer que no sonríe.
Tiene aquel niño sus ojos entramados
en el invisible fotógrafo.

Otra puerta se cierra, y apenas


si hay árboles que sujeten el viento del sudeste,
el que desparrama origen y enfermedad.

El albañil y el socialista
harán su casa sobre el arroyo, sobre
lo que fuera inundación y barrio pobre.
Rosa se llamará su amor. Y tres

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