El Zonzo
El Zonzo
El Zonzo
A veces cuando la mamá nos ordena realizar algún mandado, nos da flojera
y hacemos las cosas tan de mala gana que todo sale mal.
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Este era un muchacho muy flojo que vivía durmiendo o subido en el tapanco meneando
las piernas. Su pobre madre, aburrida de que su hijo era tan bueno para nada, pensó en
mandarlo a la iglesia a ver si los santos lo componían. Así que lo mandó a misa; el
muchacho fue y pasó en la parroquia toda la mañana.
Viendo su madre que no aparecía, se entusiasmó pensando que a lo mejor había
encontrado algo que llamara su atención en la vida y que quizá le gustaría aprender para
padrecito.
En esas estaba, cuando vio llegar al muchacho tan cansado como se había ido, y, al
preguntarle qué tanto había estado haciendo en la parroquia, el muchacho sólo pudo decirle:
__Pues allí tienes que el padrecito salió buscando algo; lo buscaba en la mesita, entre las
servilletas y hasta en las hojas de los libros y de cuando en cuando volteaba y nos decía:
“No lo encuentro, no lo encuentro”. Y así siguió, hasta que se puso de rodillas y se fue, yo
creo que aburrido de no hallar nada. Después salió otro y después otro y cada uno distinto,
pero ninguno encontró lo que había perdido.
La mamá se dio cuenta de que su hijo no estaba llamado para el sacerdocio, y decidió
habilitarle un cajoncito de hilos, agujas, botones, encajes de bolillo y listones de colores. Le
colgó el cajón en el cuello y lo mandó a la ciudad.
El muchacho se fue muy contento a la ciudad. La recorrió toda y por más que pregonaba
y pregonaba “¡¡Encaje de bolillo!! ¡¡Encaje de bolillo!!”, no le compraron y, como el muy
zonzo de todo se cansaba, se cansó también de andar en la ciudad y pensó mejor recorrer
caminos, quizá allí encontraría marchante.
En el camino encontró un nicho donde estaba un santo con su cepo para las limosnas. Y
como estaba muy despoblado y el aire soplaba muy fuerte, le meneaba al santo la cabeza.
Al ver esto el Zonzo, le dijo al santo:
__ ¿Quieres comprarme el encaje?
Y como el aire le daba en la cara parecía decir sí. El muchacho alborotado comenzó a sacar
encajes y le enseñaba uno tras otro, y entusiasmado de haber encontrado tan buen
comprador se los dejó todos.
Pascuala Corona, “El zonzo”, en El pozo de los ratones y otros cuentos al calor del fogón.
México, SEP-FCE,2003
tapanco-azotea
marchante-vendedor-cliente
cepo-alcancía para limosna