El Puñal Del Tirano - Eduardo Gutierrez PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 329

DRA~IAS DEL TERROR

EL

PUÑAL DEL
POR

EDUARDQ GUTIERR,EZ

1 ,

BUENOS AIRES

5. TO:'UIASI & C.a - EDITORES

1888
DRAMAS D~L TERROR

EL PUÑAL DEL TIRANO


UNA TRAJEDIA DE DOCÉ AÑOS

La conjuracion de Ramon Maza y la revolucion del Sur, habian


puesto al tirano Rosas de un humor tremendo.
Sus agentes le habian avisado desde el Estado Oriental que el ge-
neral Lavalle se habia movidu protegido por los franceses, con bue-
nos elementos, para unirse á la revolucion del Sur.
Su dictatura peligraba entónces amenazando el derrumbe, y era
necesario contenerlo, haciendo esfuerzos de ferocidad.
y su sistema de dominar por medio del terror, volvió á ser implan-
tado con más finneza que nunca.
Ya no se fusilaba en los cuarteles á altas horas de la noche, ni se
degollaba en el interior de las casas unitarias, para hacerlo con más
cautela.
Se oantaba la refalosa en plena calle y se degol}.aba á sierra me-
llada a l:ls doce del día en la misma plaza de la Victoria, como al
doctor Zorrilla.
Era necesario aterrar al pueblo, y para lograrlo nada mejor que
hacerlo presenciar la manera cómo se aplicaba el sistema federal.
Los degolladores hacian público alarde de sus crímenes.
1.0 ,mas natural y frecuente era ver una partida de estos, dete-
niendo un hombre, por el delito de llevar barba unitaria.
Y sin mas tramite ni motivo sacaban sus facones y lo afeitaban en
seco, como castigo señalado de antemano.
Era infalible que junto con la barba fueran tambien algunas reba-
nadas de carne.
Pero €?sto era hecho intencionalmente y no habia que parar en e1llo
la atenClOn.
~ra ~implemente un nuevo motivo de fiesta y algazara.
\ CUidado que el que así salia podia contarse por bienaventurado.
Pue~ Id que de cualquier modo protestaba de aquel hecho brutal,
le a~eltaban el cuello dejando á la policía el trabajo de recoger el
cadaver.
Por esta causa era frecuente encontrar á un faeitado en seco reír
á la par de los verdugos y festejar la feder'a ocurrencia.
4: que llevaban cha, ueta
los un;t~~la ('1":ln despojad:)!! de cita en la
calÍe prévia aplicacion ae una pa,¿a. .( hecha por la mazorc~,
y 'la persecucion á las prendas e ~edlr, federales eran persegUl-
llegó al punto de que los m,ismo s ers r ea ;s sin duda, habian hecho
de.s y amonestados porque Impensa amen e,
uso (le ellas. t n ¿ue el gobernador apercibe ágria-
TenemoS delante a. C:. ole.'
una no dlClenc
mente a1 com~s . ario Lopez
d' 1 celador que está á su servICIO . . usa
_Hago saber á uste que e
Isted usa capote verde, •
calz('nes .celestes Y. que t ue si no tienen cómo vestirse uno Y otro,
El golnerno
l' d,pr~vlene q
tales colores unitarios, es méno s maI o que cesen en
~~ne~scl:;I~~e ~ausar semeja~te escándalo un funclO na·TÍ ? público de
"Uc1a~e, por lo que el gobierno dispone se le dé de baja en el De-
partamento.
Asl es que nadie se atrevía á prw;entarse en pu'bl'ICO con ntnguno
.
deLas
estos coloresnnitarias
familias en el traje. .
más exaltadas los usabalfl en la porcelana ~
en- el entapizado, pero muchas de ellas pagaron con la Vida temen-
dadLostanunttarios
gra se n d e . 'entonce!l que en Buenos Aires
convencieron , .no
habia cómo conservar la vida y la fortuna, Y aquellos que podl an
fletar un barco cualquiera, emigraban á Montevideo, abandonando sus
intereses.
Al principio Rosas se contentaba con apoderarse de los bienes
dejados por éstos.
Pero poco despues pensó que era mejor apoderarse tambien de la
cabeza de sus dueños, y los comisarios Cuitiño y Parra fueron
I"s encargados de vigilar la ribera, en toda su estension, Y pasar á
cuchillo á todo el que fuera tomado embarcándose ó por embarcarse.
Muchos plltriotas perecieron á manos de estas partidas emboscadas
en todos los puntos, pero no por esto abandonaron este medio de
. salvacion.
Lo que hacian era juntarse por grupOS, bien armados, y correr el
azar de una lucha.
Sí eran sorprendidos, peleaban con todo el ardor del que 'disputa
su cabeza.
Unas veces sucumbían, pero otras lograban poner en fuga á los
degolladores. y embarcarse en la lancha ó ballenera que los esperaba
en pttrage fiJO.
MUdh~S de estos unitarios fueron vendidos por el mismo barquero
qUé e. la salvarlos, per? esto no era bastante á hacerlos desistir.
deg~~~d:sa~~~~b~~c~~a pi~~ ~~:t ó ~~es personas h~bian sido
chn noche do noche. eVI eo, y nuevas partidas se ha-
Unas de
trajedia de estas
familiaescursion
d eÓs d esgracla
. d as d'16 onJen
.. á una verdadera
El señor don J 'éc¡uMe íurS tanto como la tirama misma,
os ar a ah"adores unita' . t ..
va1~r personal á prueba del ma "or r' n~ In ra~s~Jen~e Y con un
tevldeo, pues señalado co \ pe IgrO, habla decidido Irse á Mon-
eada por los degolladoresmo ~a vage pertinaz, su cabeza estaba mar-
propicia. ' qUienes esperaban solamente una ocasion
En los primeros gru os
aquella dictadura ferozP fig~~:b se formaron ~ara huir los peligros de
glado de antemauo todos sus n~ge oci~~or ~~ vadores, que habia arre-
y len estar de su familia.
5
Pero aquella caravana fué sOTprendida y atacada en momentos de
embarcarse por soldados de Cuitiño.
Habian sido delatados por el mismo barquero que debia conducirlos
á Montevideo, y á quien habian pagado anticipamente el precio del
viage.
A los barqueros que tal conducta federal observaban, el gobierno
les permitia guardar el importe del viage, dándoles además una re-
compensa en dinero.
Como los que emigraban no habian contado c0!l la sorpresa, ni
siquiera se habian amlado y tomado otras precaucIOnes del caso.
Como al llegar al punto donde les esperaba la ballenera no vieran
nada que les llamara la atencion, iiguieron adelante, considerándos6
ya ialvos.
Pero apénas se habian quitado los botines y arremangado los pan-
talones para entrar al rio y caminar hasta el barco, los soldados de
Cuitiño, guiados. por éste mismo, cayeron sobre ellos soble en mano.
Aquellos hombres, en tan duro trance, no se amedrentaron.
Comprendieron que estaban perdidos y decidieron morir causando
á los asesinos todo el mal posible.
Quien con el baston que llevaba, quien con sus propios botines, y
quien en fin, á puño limpio, cada (:ual trató de hacer IDla defen:.;a
mas ó menos desesperada.
Pero aquel era caso irremediablemente perdido.
Los asesinos eran muchos, estaban armados de sable, y á caballo.
Cuando cayeron sobre los fugitivos, Salvadores estaba sentado aún
sobre el verde sacándose los botines.
Completamente dueño de sí, esperó el jira que tomara la aventura,
tratando de pasar desapercibido.
No queria abandonar á sus compafleros en tan amargo trance, si
su ayuda podia darles la menor posibilidad de escapar.
Pero si todo estaba perdido, DO queria tampoco sacrificarse esté-
rilmente. .
y no era solo la conservacion de la vida lo que así lo hacia pensar.
Era su familia, que necesitaba su ayuda y el sosten que podia pro-
poroionarle su trabajo honrado y activo.
Salvadores logró pasar desapercibido.
Los asesinos se echaron sobre aquel grupo de hombres de pié,
que dominaba el cuadro, y no se fijaron en el pequeño grupo del
suelo que se encojió cuanto le fué posíble.
No tuvo mucho que esperar, para apreciar el resultado sangriento
que aquello podia tener.
Salvadores se escurrió hasta un pozo oscuro, donde se metió, re-
duciéndose al menor volúmen posible.
y fué desde allí que sintió la matanza de sus compañeros.
Todos fueron muertos y degollados en seguida para llevar sus ca-
bezas como constancia dd hecho. .
Rosas habia exigido aquella formalidad, para evitar que le fueran
con falsas narraciones.
C~ando hubieron ter~inad~ el. degüello, empezó el registro de los
cadaveres, que los aseSlDOS bmplaron de cuanto llevaban encima.
Como el que tenia, generalmente llevaba sobre si todo el dinero
y a~hajas, el botin de estas matanzas daba á las partidas una ga-
nacl~ .pingüe, así es que la vigilancia de la co;:¡ta se haci¡¡. ~on suma
prohgldad. ..
G
-Pero aqui {alta uno! dijo de pronto el que parecía sa rg'ellto de
a1luella partida. . t as que cinco aqui.
El gringo dijo. que ~ran ~els y yo no cuen o m
Ya le ensei'lare yo a equivocarse.. ..
_ Tal vez el que falte ande p~r aquI cerca, diJo. otro.
Vamos á buscarlo V si está c0":lpletemos I~ media docena. .
Salvadores, que habia oido el d¡álogolal ntendor, se aCt!Irrulcó malts den
su pozo, á riesgo de asfixiarse y esperó eno e angus la e resu a u
de aquella propuesta. d' d
. Estaban tan eerca de allí, que si lo buscaban, no .po lan tar ar en
hallarlo. , b h b'· 1 'd d
Pero pronto pudo tranC),uilizarse y reco ~~~ su a It!la serem a •
- Eso es al boton habla contes.tado Cl1Itmo.
Si se nos ha escapado alguno, ya estará bien lejos de aquí.
El buscarlo solo servirá para mostrar que hemos andado con tor-
peza y hacern'os echar una pelucil en vez de recibir una gratíficadon.
Vamos, pues, que de todos modos es tarde.
- y no los echamos al agua? preguntó el sargento. _
-N~ faltará quien lo haga-ahora, vamos! conCluyó Cujtiño echando
á andar.
Los bandidos lo siguieron sin hacer la menor observacion.
Cuando Salvadores los sintió á alguna distancia, sacó poco á poco
la cabeza del pozo, y miró rápidamente en todas direcciones.
, Aunque no había oido decirlo, temia que alguno se hubiese quedado
allí de cen tinela.
Pero qué tenian que hacer des pues del saqueo y degüello?
A qué habian de quedarse? .
Cuando se cercioró qu~ no habia allí ninguna persona, salió de su
~ozo, y hechó. á andar sIempre con recato, y ocultándose entre los
arboles del baJO.
En cuanto llegó á la esquina de Temple subió rápidamente la
barranca.
Allí se detuvo y se puso los botines, colgándose las divisas que
por un exceso de prudencia, no habia tirado como sus compafleros'
Y enfiló á trote gatuno, el camino de su casa. .
El señor Salvadores vivia en la calle de Temple ent e M . .
Esmeralda. , r alpu y
h C.uando llegó .fué grande la Sorpresa de su gentil esposa que ]
aCla ya en. camIno lara Montevideo. ,o
sak:o°a:r:~I~:s~e! l:;ü;l~oe )ar~gis~ro habialsido larga y, habiendo
cuand? regresó. oc e, eran as 3 de la madrugada
Reclen cuando cerró la puerta d . •
e] momento, pues si los asesinos e ~u casa se consIderó salvo por
no tardarían en venirlo á bu~car ásabJan. ~~Ilolllbre del que faltaba
eho con otros muchos. su misma cllaa, como habian he~
E] resto de aquella noche l d' . .
gustia para Salvadores y su ~s e la slg~lente, fué de Suprema an-
narrar la manera providencial posa, á qUI(;n este no se cansaba de
segur
Al ad,. :. con que habla escapado á muerte tan
la siguiente mandó á .
que se decia sobre la matanzun damllgo para que se impusiera de ]0
Este no tardó mucho al e a noche anterior
Se d . en vo ver con C I d .
- eCla que la Policia habia so o.nso ~ oras noticias.
que se escapaban para el ejército d rrentdo CInco sah'ages unitarios
e ava e y se los habia limPiado.
7
Pero no ~e agregab~ una ~ola pa'abra referente á un sesto qUé' se
hubiese escapado, ni mucho menos que este sesto fuera el sellor
Sal\"adores.
Podia estar tranquilo á este respecto.
Cuitií'lo habia callado y hecho callar á los suyos para no ser tratado
de imbécil ó inepto, que era peor aun.
Queria conservar su fama, su terrible fama del mas astuto y mas
federal de todos los servidores de aquel bandido erigido en Restau-
rador de las leyes.
Cuando el coronel Cuitiño fué á Palermo á dar cuenta de lo succ-
dido recibió una gratificacion de mil pesos para si, y quinientos para
cad; uno de los soldados que 10 habian acompañado.
Era el precio de aquellas cinco cabezas sangrientas que fueron
entregadas al edecan de servicio.
Ya se sabe que Rosas queria siempre hacer recaer sobre otros la
responsabilidad de aquellos horrores, mucho mas entónces que el
general Lavalle se habia puesto en campaña y no era posible lleg<lr
á vencerlo.
Así es que cuando Cuitiilo le preguntó si estaba satisfecho del
cumplimiento de sus órdenes, Rósas responctió:
- Ya sabe, coronel, que yo soy enemigo de proceder con tanto
rigor, y que solo he ordenado la prision de los que se van á engrosar
las filas del asesino Juan Lavalle.
No está demás que se moderen un poco; niiren que Lavalle puede
triunfar y tomarles cuenta de todas estas cosas.
-De la santa federacion no hay enemigo capaz de triunfar, replicó
d asesino poniéndose de pié.
Es mucho el ardor de los buenos federales, y muchos ellos mismos·
para que puedan ser vencidos por el gran salvaje unitario y asesino
luan Lavalle.
o Y des pues de esta perorata, pidió algunas órdenes .•
- Nada tengo que decirle, sinó volver á recomenoar -la vigilanCIa
en la costa.
Es necesario evitar que las filas de los inmundos salvajes, puedan
engrosar con gente de Buenos Aires.
-Pierda cuidado V. E., contestó el bandido, y se retiró embolsando
el importe de los asesinatos, ansiándo cometer otros nuevos para que
no le faltara aquella suma estraordinaria.
Salvadores, por su parte, viendo que nada se decia de él, y que
nada contra él se intentaba, empezó á salir á la calle ocupándose de
sus asuntos, como si nada hubiera pasado por él.
Solo tres ó cuatro amigos íntimos estaban en el secreto de ]a trá-
jica aventura! y de estos no podía abrigar la menor desconfianza.
El patron (lel barco que los habia vendido, no podia saber su nom-
brf', y por consiguiente nada habia que temer por ese la.do.
Él apenas sabia cómo se lIamaba el que lo habia tratado y ninO"un
mal podía hacerle. o
Lejos de escarmentar con 10 que habia sucedido, Salvadores em-
;ezú al poco tiempo á tramar una nueva tentativa de fuo-a promc-
li~ndose ser mas precavido en adebnte. '" ,
El poder de Rosa~ se hacia senti~ más feroz de dia en dia; perma-
n·xer en Buenos AIres era renuncIar al derecho de vida.
los disgustos terribles que causaban á Don Lean, padre de Rosas,
los crímenes de su hijo, habían concluido por postrado en cama.
8 . • nse'ado cuanto habia podido Y
El bueno de don Lean le. habla a~o es Jeranza de enmienda.
habia concluido por renunCIar áh tb~ sid~ el golpe final de aquella
La muerte del doct?r Maza a la .
série de disgustos ternbles. a vieja amistad y porque cre!a
D Leon estaba unido á Maza Pdo r un t an un f.reno que contenta
. l J. os e es e er
inocentemente que os c<?n.se endiente de sangre.
á su hijo en aquella vertlgmosa P h b la menor duda de que el
P~ra el buen viej.o dohn bl:-eon.'d~oorde;ado y preparado por Juan
afesmato de su amIgo a la SI .'
Manuel. ...... 1 rte de Maza y el crimen de su hIJO,
Aquel doble dlSgusrn, a ~ue .
envenenaron su delicada exIstenCIa. ,
No volvió á levantarse Ill:as del lec:~o. or los pesares aglomerados
Pocos meses despues mona conswru o p
en su corazon noble.y bueno. a nueva en el espíritu.
Aquel hombre mona con otra ama~r
Que. raza maldita habia engendrado. . ?
Porqué lo habia condenado Dios á tamañ~ desesperaclOn . t .
Las iniquidades del general don PrudenCIa no e~an. un mIs eno,
como las muchas maldades del general don. Gervaslo. .
Solo sus hijas no le habian dado ningun dlS~stO, pero ~sto no Im-
pediría por santas que fuesen, á que su apelhdo se perdIera en una
cadena' de maldiciones. S
Por fin aquel hombre noble rindió su espíritu al Creador upremo,
sin haber gozado un momento de dicha, desde que Juan Manuel Rosas
subió al poder. .
Este tuvo la audacia infinita de asistir á sus últImos momentos,
fingiendo el dolor mas intenso.
Con este motivo la mazorca se lanzó á todo genero de manifesta-
ci(;nes de público pesar. .
Los frailes mazorqueros convocaban en La Gaceta MercantIl al
pueblo de la Provincia, á las pompas fúnebes que cada uno de ellos
celebrati.a.
y como no habia quien quisiera cargar con una seDtencia de muerte,
federales y unitarios se apresuraban á asistir á aquellos funerales
padoquiales de riguroso luto, y fingiendo un pesar que en parte sen-
tian. realmente, pues don Lean era .un corazon honrado que habia
dedIcado todo el esfuerzo de ~us úlbmos años, en mostrar á su hijo
el camino del bien y del honor, camino que este desconocia de todo
punto.
Don Juan Manuel no suspendió por esto su sempiterna orgía de
sangre.
Por el contrario, redobló su zaña contra las víctimas de su cruel.
dad, hasta ~onde .pa~ece imposible. .
Los salvajes umtanos degollados por la"!I1azorca, eran enterrados
como perros.
No. habia quien, po~ ninguna suma, quisiera vender á sus deudos
un mIserable ata ud, nI cura que se atreviese á rezar una mi a
descanso eterno! s por su
El que·á tales cosas se hubiera prestado hubiera corrid • al
ment~ el c1asi~cado de sal\·aje unitario.' o 19u -
D~n:t Agustma madrt" de Rosas, tamwen cayó ;i la cama postrada
por a muerte de su compañero para no levantarse mas '
Pero nada de esto ablandó aquella:; entraüas de tig;re:
9
Siguió cada vez mas implacable en su sistema de terror y de sangre.
No habia en la ciudad un solo unitario que se atreviese á contar
con el dia de mañana.
Asl es que apesar de los consejos y reflexiones de su noble y al¡-
negada esposa, Salvadores preparó su segunda espedicion de huida
hasta Montevideo.
Debian embarcarse juntos él, don Pedro Echenagucia y don Cle-
mente Zañudo.
La primera aventura lo habia hecho sumamente precavido y des-
confiado, sobre todo del bot.ero que habia de llevarlos hasta un buque
francés donde debian embarcarse.
Llegó por fin la noche de la huida, en medio de la mayor zozobra.
La esposa de Salvadores estaba agitadfsima, pues tema el presen-
timiento que, como la vez primera, iban á ser sorprendidos. .
-No tengas el menor cwdado, respondia Salvadores para tranqui-
lizarla. •
El hombre que nos va á llevar hasta el buque es de entera con-
fianza.
Es el mismo que ha llevado hasta Montevideo otros amigos.
, Ademas, agregaba chanceándose-no en vano me llamo' Salvadores
-ya vés que la primera escapada no ha estado mala.
Pues asi me he de salvar esta noche, aunque nos estuvieran espe-
rando.
-Es que no me conformo con que te vaya á suceder una desgracia!
respondla la buena señora.
Voy á vivir en una ansiedad mortal hasta el dia de mañana, en
que, si no ~las vuelto, podré recien saber si has logrado fugar.
Despues de tranquilizar á la sei'lora y dar un beso á los chiquilines,
Salvadores salió de su casa en direccion al bajo, por la ~alle de
Paraguay. .
Era mas ó menos la hora en que Zañudo y Echenagucia debian
estarlo esperando.
Al llegar en la esquina de San Martín, encontró á estos que creían
se hubiera echado atrás. .
- Ya lo dábamos por desertor! murmuraron silenciosamente-el
tiempo corre y es preciso no desperdiciarlo.
Son las 9, y si á las 9 1 [2 no estamos en la orilla, el botero se irá:
esto es lo convenido.
Los tres amigos prepararon sus pistolas y caminaron hasta la bar-
raca de Balcarce.
Apenas habian pisado el Paseo de Julio, sintieron un gran tropel
y grandes voces de muerte.
Era gente de á caballo que, sable en mano, trataban de detener á
un pequeño I?!upo de hombres, que se defendian con seis pistolas
tratando de disparar.
Indudablemente aquellos eran unitarios sorprendidos en el momento
de embarcarse, como 10 fué Salvadores y sus amigos pocos meses
antes.
La noche estaba bastante oscura, de modo que puede decirse que
los tres amigos habian adivinado aquella escena al resplandor de
los fogonazos, pues apenas podían distinguirse los bultos .
. Perseguidos y perseguidores vinieron á detenerse frente á don(~e
estaban los tres amigos, á unas cincuenta varas de distancia.
y d~tuviéron.se los tre~, pre~as del mayor terror, pues cualtluier
ca~ualidad podia descubr~los. .
10
-¿Qué hac"mos? preguntO Zañmlo, que era hombre resuelto y de
pocas palabras.
-No hay que pensar en seguir adelante esta noche, contestó Sal-
vadores.
Lo mejor es pegar' una vuelta y damos por bien servidos.
Si nos apresuramos cinco minutos mas, es decir, si yo no tardo
tanto, caimos en la volteada.
Entre tanto se habia trabado una lucha desesperada entre degolla-
dores y unitarios.
Solo se ola el choque de los sables contra los cuerpos, mezclado
á mald;ci~nes terrible y lastimeros ayes.
-No hay que esperar mas, dijo Salvadores.
Ahora la del humo!
y los tres dieron vuelta, emprendiendo una rápida retirada.
En aquel mismo momento salió del grupo una voz que beló de es-
panto á los tres amigos, haciéndolos apurar el paso rápidamente.
Allí se van otros! allí se van otros! habia gritado aquella voz á
la que siguió el galope de un caballo. '
-Es uno no mas, murmuró Salvadores, y apuró la carrera de sus
ágiles piernas.
Al llegar á la esquina de San Mártin, como si hubieran estado con-
venidos de antemano, cada uno tomó direccion distinta.
Echenagucia siguió San Martin hacia la plaza, Sañudo siguió Pa-
raguay derecho, y Salvadores, mas corajudo ó mas travieso, dobló
la derecha y se echó de barriga contra la pared, montando sus pis-
tolas.
La noche era oscura y como los que corrian debian llamar la aten-
cion del ginete, era fácil no reparar en él.
y en último caso, para librarse de aquel hombre tenia un par de
buenas pistolas.
El ginete llegó á la esquina, y como Salvadores 10 habia pensado,
miró primero al que huia por la calle Paraguay y luego al que cami-
naba por San Martin.
y detuvo su caballo como si vacilase á cuál habia de dar la pre-
ferencia.
y como ningun rumor se sintiese á la derecha, ni siquiera se le
ocurrió mirar por .aquel lado. .
-Por la gran perra! esclamó, como si hubiese renunciado á todo
proyecto de persecucion.
y cómo disparan los muy hijos de una unitaria! chico debe ser
el jabon que llevan!
Si no fuera por el reparto de lo que estos llevan, que me pueden
dejar en blanco si me tardo, yo los alcanzaba, sí.
y volvió á media rienda al bajo, donde las carcajadas y chacota
habian sucedido á las maldiciones y golpes de sable.
Cuando las pisadas del caballo se hubieron alejado bastante, recien
Salvadores respiró con fuerza.
Habia estado á tres varas de aquel bellaco y habia contenido su
respiracion cuanto le fué posible, por no hacerse notar.
En el bajo parecia que todo ya habia concluido .
• Los asesinos debian estar registrando los cadáveres y :t:Iingun mo-
mento más á propósito para emprender la huida.
Así lo entendió Salvadores, y encomendándose á su piernas, echó
por la calle del Paraguay con bastante rapidéz, aunque no tanta que
pudiera despertar las sospechas de algun Sereno con quien tropezara.
11

V doblü la esquina de Maypú en .dírec~ioti á su casa, que le pa-
recia estar todavia á un legua de dIstancIa.
A pesar de su valor personal á cada momento le parecia sentir
detrás un grupo de ginetes que le seguia piditndole la. cabeza.
y se estremecia de espanto al pensar que no volvena á ver mas
á sus hijos si era alcanzado.
Al t:egar á la esquina de Temple, se encontró con un grupo. de
mazorqueros que venian por la acera opuesta, dando grandes gntos
de muerte.
El esterior de Salvadores era el de un cumplidísimo federal.
Llevaba chaleco punzó y la chaqueta federal,-gr~ndes divisas en
los ojales de la chaqueta y sombrero, y una barba l~tachable. .
Al enfrentar al grupo de mazorqueros, estos le mIraron detenIda-
mente y con curiosidad.
A Salvadores se le desprendieron las carnes de los huesos.
Si entre los prójimos de aquel grupo habia algun~ á q,!ien se le
antojara tantearle el pescue~o, era. hombre muerto lDmedIata~ente.
-¡Viva la santa federacwn! grItaron los mazorqueros, dejando
brillar en sus manos los largos facones.
Salvadores se rehizo, dominó todo temor y sacándose el sombrero
gritó con la alegria de una carcajada:
-¡Viva la gran Sociedad Popular Restauradora!
Mueran los inmundos ladrones y asesinos salvajes unitarios! y a-
gitó su sombrero con gran entusiasmo.
Tanta jovialidad habia en el timbre de su voz y en la manera con
que dió sus gritos, que los mazorqueros se echaron á reir.
-Dios guarde á la buena gente! gritó el que parecia cabeza de
ellos, y siguieron en direccion al Retiro.
Para ellos Salvadores era un cumplido federal y hombre de pelo
en pecho.
-Malditos bandidos, pensó, mientras seguia rápidamente á. su casa.
Siquiera los partiera un rayo antes de l1egar á la esquina 1
Fué á llamar á la puerta de su casa con cierta precipitacion por-
que por la calle de Esmeralda se sentia otra mazorcada, cuando
notó con estremado placer que la puerta se hallaba entornada.
Su esposa, en previson de cualquier accidente, habia dejado la
puerta apenas apretada, para que no perdiera tiempo en hacerse
abrir.
Salvadores abrió precipitadamente, entró con tanta rapidez, como
si lo vinieran persiguiendo, y se dejó caer pesadamente sobre el sofá
del comedor.
Allí estaba su leal ·esposa, que no había tenido el coraje de reco-
jerse, pensando en él y en los peligros que lo rodeaban antes de
pisar el buque. salvador.
-Qué. es eso, por Dios? preguntó aterrada, ¿vienes herido -acaso?
(. te persIguen?
. -Ni un rasguño traigo, se apresuró á decir Salvadores, pero dé-
Jame reposar un momento el horror de esta noche maldecida.
Creo que aunque viva cien años bajo igual e5tado de cosas, no
"olveré á pasar un momento más amargo.
y era verda~, Salvadores necesitaba algun reposo para tranquili-
zarse, pues re cIen empezaban á pesar sobre su espíritu f1:lerte los
momentos de suprema angustia por que habia pasado en pocas ho(as.
~ señora se puso á llorar conmovida pensando en que por otro
milagro del buen Dios volvía á ver vivo á su esposo.
19
.-Qué noch.e I querida mia dijo al fin de un momento de reposo.
F!arece que una estrella fatal me persigue, pero al mismo tiempo la.
Providenci \ divina proteje mi cabeza.
No créi que dos veces pudiera hacerse la misma escapada.
-Pero qué ha sucedido? preguntó la señora ahogada por los so-
llozos.
Acaso ha vuelto á venderlos el barquero y han muerto á Echena-
gucia y á ZarlUdo ;
--No, gracias' Dios-todo .ha sido ?bra de la estrella maldita que
me persigue,. y de una casualidad ternbl~. .
y C:onmovt(jo aun por el recuerdo terrible, refinó á su esposa con
sus detalles mas sombrios la escena de que habian sido testigos y
la manera cómo habian escapado ilesqi.
- y DiQS nos ha protejido en toda regla, contilJ.uó, porque nadie
nos ha conocido.
El bandido que nos vió huir y nos siguió hasta la esquina San
Martin, ni siqulera podria dar nuestras sei'las.
-Quiere decir que tus dos amigos han salvado tambien?
-Como yo, porque supongo que no kls habrán muerto en la ca-
lle porque ni slquiera son sospechosc.s.
La Providencia ha sidó magnánima con los tres.
Efectivamente.
Zañudci y Echenagucia habian llegado ilesos á SU3 casas, aunque
para caer presas meses despues bajo el puilal de la mazorca, en su
segunda tentativa de huida.
-Supongo que habrás escannentado ya, y que no incurrirás en
otra tentatlva de fuga, sollozó la sel10ra.
. No te metas en nada y hazte pasar como hasta ahora por un
buen federal, y asegurarás tu vida.
De otra manera te espones á un nuevo chasco, y tres veces no
sucede la misma casualidad.
- Tienes x:azon, repuso Salvadores, para aliviar la angustia de la
señora.
Seguiré tu buen consejo.
El sa~ia .que no har razon capaz ~e c~mv~ncer á ~na mujer contra
sus senbmtentos, y eVltaba una discuslon mutil, ahorrandole un pesar.
Cómo hacerle comprender que no podia renegar de sus creencias
ni desertar su bandera, aun en la seguridad de perder la cabeza?
- Tienes primero que conservarte para ti y tu famili~, que están
arriba de todo, le habia dicho esta.
Tus hijos valen mas que tus amigos de causa.
-Es que mi honor es el de mis hijos, y es preciso sacrificarse
muchas veces para que nadie tenga una sombra 'que enrostrarles, ha-
bia contestado.
Para una madre y una esposa amantes estas razones son. nulas.
Para ellas no hay nada, nada, en el mundo que esté arriba de la
conservacion del objeto amado.
,-Yo quiero mi esposo vivo y mis hijos quieren vivo á su padre,
responde una muger en igual situacion. ~
Lo demás, todo lo demás, que se lo lleve el diablo.
La causa llar que se sacrifican los hombres, desde Cristo hasta la
fecha, no abmenta los hijos de los que caen .
. Pr~nto su n.ombrc:: se olvida por: t?dos, y los hijos pueden pedir
una ,limoslla ~l n.o tlcnep de c¡ue V~Vlr.
13
y por Dil)S santo qut' ~o ~ejan de tener tazon en este punto.
Pero no perdamos la hJlaClOn de nuestro capitulo, que llega á su
parte más Ilramá tica. . .
Salvadores no pudo olvidar en toda aquella noche y el dla sigUIente,
]a escena del bajo.
Siempre le parecia estar escuchando el golpe de los sables y el
quejio de los que caian. . . . .
y al recordar las carcap.das que sIguIeron á aquel pruner momento,
le parecía estar viendo !as cabezas de las víct!mas separadas del
cuerpo y fuertemente aSIdas de los cabellos, de aquellos cabellos
unidos por la sangre congulada.
A la siguiente noche se vió con ZarJUdo y Echenagucia en la ter·
tulia hahitual.
Los tres amigos so estrecharon con un fuerte abrazo, sin cambiar
una sola pala' 'l<l.
En aquel abrazo silencioso habia algo más elocuente que toda pa·
labra humana.
Eran tres hombres que se abrazaban vivos, despues de haber te-
nido la muerte á dos dedos del cuello.
Per el momento los tres habian renunciado á probar fortuna.
Con aquella salvada milagrosa tenian para mucho tiem:po.
Podia ser que despues de aquel vértigo de sangre vimera alguna
reaccion saludable, pues continuando de aquella manera, medio Bue-
nos' Aires desapareceria pronto.
Pero la mazorca seguia apretando la mano de manera de no de-
jar la menor esperanza de escape.
Cada dia se nombraban tres ó cuatro personas de lo más conocido,
asesinadas por la mazorca, sin contar las que eran fusiladas en la
Policia y cuarteles sin que el pueblo conociera sus nombres.
Su facultad no lIegalra más que á contar las descargas que sona-
ban durante la noche, cada una de las cuales anunciaba la muerte
de algun salvage unitario.
Pensar, pues, que en Buenos Aires se podia conserval' la cabeza
sin pertenecer a la mazorca ó á algun grupo suelto de asesinos, era
una ilusion completa. -
El espionaje se habia establecido con una habilidad diabólica.
Doña Maria Josefa, la tremenda DOIia Maria Josefa, hennana del
tirano Rosas, tenia organizado el s'ervicio doméstico, por secciones y
con su jefe correspondiente, de modo que no se entendía sino con
estos jefes, tanto paca atender á las delaciones, cuanto para dar sus
órdenes.
y las familias estaban vendidas sin poderlo evitar.
Porque las que despedian el servicIO y se guedaban solas para
librarse de espiones, eran clasificadas de salvajes unitarias, sin más
trámite, y no tardaban en sentir las consecuencias de tan terrible
clasíficacion.
Diariamente emigraban grupos de salvajes unitarios y diariamente
eran sorprendidos otros que inten-aban hacer 10 mismo.
La noticia de los degollados por quererse ir con Lavalle, se hacia
circular en toda la poblacion, para escanniento de los que iguales
intenciones abngaban.
Pero no por eso dejaban los unitarios de hacer y realizar sus ten·
tativas de fuga. .
14
De todas maneras tenian perdida la cabeza pues siquiera arries-
garla de finne corriendo al~un buen albur.
En las reuniones que teman secretamente los unitarios, se hallaron
una noche José Maria Salvadores, el coronel Francisco Linch, CárIos
Maison, Isidro Oliden y otros muchos.
Segun los avisos que se tenian, pues tambien los unitarios, si no
espias, tenian algunos amigos le~les t:n el fo~o de la federacion, los
cuatro que hemos nombrad.o hablan sido clasificados de salvajes uni-
tarios, dándose órden á laPolicia para que los vigilase.
Esto y una sentenciá de muerte, era lo mismo.
Se les habia acus~do de tener c0l!espondencia con el salvaje La-
valle, y no se necesItaba mayor dehto para hacer rodar una. y cien
éabezas.
-Lo que se yo, dijo el coronel Linch, me ma.ndo mudar á Mon-
tevideo, ~ntes que den contra nosotros una árden de degüello, si no
la han dado ya.
-Yo haré 10 mismo, dijo Salvadores, aunque debia estar escamado
-y refirió sus dos tentativas con sus menores detalles. '
De todos mod01 perdidos por perdidos, puede ser que Dios nos
ayude, fugando, mientras que quedando aquí es seguro que nos to-
can el violin mas grande que un contrabajo.
Me animo, pues, y lo acompaño, aunque hemos de tomar las ma-
yores precauciones. .
-Acepto y venga esa mano, respondió el coronel Linch.
De todos modos si nos pillan y no podemos salvar el bulto, pelea-
remos por la vida.
Dos hombres bien armados y resueltos, bien pueden abrirse paso
por entre una partida de asesinos, cobardes como todos ellos.
Acostumbrados á la impunidad y á la conformidad con que se de-
jan matar las víctimas, un poco de dura resistencia les ha de causar
algun escozor y hado de concluir por abandonar el campo.
Qué dice de esto Salvadores?
-Aceptado sin observacion, replicó este, decidido á correr aquelia
tercera aventura, aunque ya la fuga se hacia mucho mas difícil.
-Pues yo sostengo que tres hombres resueltos y bien annados
ofrecen mas resistencia y probabilidades de triunfo que dos hombres
en iguales condiciones. .
DiJo á su vez Cárlos Maison:
Me agrego á la partida sin mas trámite.
-Pues diablo interrumpió á su vez Isidoro Oliden, si tres son tan
famosos, mejor seremos cuatro.
Yo tambien me agrego, y por lo menos algunos han de caer con
nosotros en caso de ser descubiertos.
-Bueno, mis amigos, esclamó José Maria Riglos que se hallaba en
la reunion y que estaba tambien vigilado por la policia.
No me negarán ustedes que, segun las cuentas que van echando,
cinco hombres resueltos y bien armados seremos por lo menos como
un ejército.
Si no les parezco un maula inservible, yo tambien me agrego á la
carabana, dispuesto á hacer por la vida cuanto esté á mi alcance.
A pesar de la tremenda situacion por que todos pasaban, aquel
ejércltp de cinco unitarios, levantó una lluvia de bromas alegres y
joviales.
:-Mejor es que se queden', decia uno, y con cinco más que nos
agreguemos, podemos concluir aquí con la federacion.
15
-El plan no es malo, decia otr".
Hagamos una espedicion de diez, y entónces no hay peligro de que
nos detengan. .
-Diez seriamos sentidos en el acto por las Jl<'lrtIdas que recorren
el bajo, observó Salvadores.
y aun cinco mismo somos demasiado, pero se puede correr el albur
en honor y p.ovecho de una resistencia ventajosa en caso de ataque.
-Basta de bromas, amigos mios, que el asunto es sério, segun creo,
interrumpió el coronel Linch.
No me parece tan descabellado el plan que merezca tanta broma.
No por esto se interrumpió el buen honor.
Los cinco amigos se comprometieron solamente á probar fortuna
juntos, y Linch y Oliden se comprometieron á arbitrar los medios
prontamente, pues una hora perdida, en aquellos momentos, impor-
taba la pérdida de la cabeza.
-Yo tengo el hombl:e que necesitamos, dijo Linch.
Un unitario á toda prueba, que nos proporcionará ballenera segura.
Así es que el punto delacion puede ser desterrado de nuestras pro-
babilidades en contra.
-Todos los que perecen en sus tentativas de ernigracion es debido
, la delacion de los bar'}.ueros que los han de salvar.
Hay quien les p~aue a peso de oro cada delacion y aquella gente
no se pára en pelillos.
Así como nos salva por una cantidad dada nos vende por otra
mayor.
Así es que asegurando este punto, 110 hay nada que temer y si
solo esperar el momento más á propósito.
El barco nos puede esperar de ocho á once, por ejemplo, dijo Maison.
'Me parece que en tres horas se puede eltgir momento, pues las
partidas recorren el bajo sin detenerse en punto dado. .
-Bueno, coronel, dijo, Oliden: si su hombre falla por algun motivo
ajeno á él, yo tengo con quien reemplazarlo.
Es un tipo cuya lealtad garanto con mi pescuezo, y que nos ser-
virá activa é inteligentemente.
-Mi hombre pasa hábilmente la plana de federal, dijo Linch-por
esto sus servicios pueden ser famosos.
Mañana lo veremos juntos y resolveremos lo que ha de hacerse y
el partido que se debe tomar. .
Convenidos en esto y en verse á la noche siguiente para resolver
de una manera definitiva y fijar la noche de la fuga, los amigos se
despidieron y se retiraron á sus casas usando de mil precauciones.
Salvadores comunicó á su esposa el plan de la nueva fuga, para
irla preparando, pues esta debia ejecutarse tal vez dentro de dos dias.
Por supuesto que le pintó la cosa de una manera risuel'la y con
todas las probabilidades de éxito.
Me voy con personas bien relacionadas con algunos federales de
respeto, quienes les guardan las espaldas.
Ya ves que no puede existir mejor ocasiono
-No te vayas por Dios! esclamó la señor¡r, que esta vez te van
á matar!
No te vayas, te lo suplico-qué peligro te amenaza tan sério, que
te haga arrostrar la muerte y el abandono de los tuyos?
- La muerte misma, hija mia, replicó entónces el patriota.
Est~ ~oche nos han avisado á los cinco que estamos vigilados por
la policla, y que pronto se vá á dar órden de degollamos.
16
Si tú quieres me quedaré, peto yil. "es qUé q1.:eJándome Corro ul1
pe1í¡.;ro seguro.
D,~cide tú misma, haré lo que digas, te lo juro.
Quieres que me quede?
- Y cómo he de guerer que te maten? santo cielo!
Dios mio! Dios mlOl creo que me voy á volver loca!
Puesto que dices que huyendo aseguras la vida, huye que mis rue-
gos te acompañarán hasta el buque si Dios quiere que llegues salvo.
- y llegaré, no tengas duda.
Ya ves que Dios no me ha abandonado las otras veces.
-No sé por fJ.ué tengo un presentimiento fatal que les vá á suce-
der una desgraCIa I
- Vivir así, te aseguro, es cien veces peor que morir.
P(';~ me quedaré, tranquilízate hija mia, me quedaré, y haz cuenta
que nada te he dicho.
-Pero cómo has de quedarte, Dios bendito, si la policía te vigila
y van á dar contra ti órden de degüello?
Huye con ellos si tantas seguridades tienes, y que el Señor te pro-
teja.
Pero tén presente, que si te sucede alguna desgracia y te matan,
na tardaré en seguirte.
Con mil delicadas caricias, Salvadores trató de borrar del ánimo
de su esposa aquellos tristes presentimientos, y asilo logró aparen-
temente.
Todo el dia si~uiente fué de nuevos preparativos de marcha.
La señora de Salvadores finjia la mayor conformidad, pero en su
espíritu ardia un mundo de terrores. .
Cuando su esposo salió para asistir á la reunion convenida, el dolor
la \'enció y se echó á llorar por todo 10 que habia disimulado du-
rante el pla.
Salvadores fué exacto á la cita en casa de Oliden, como sé habian
convenido. "
Era el único que faltaba. .-
Los otros cuatro lo esperaban con buenas noticia."rá juzgar por sus
semblantes risueños.
Veamos 10 que habia hecho el coronel Linch acompañado de Oliden.
Al dia siguiente muy de mañana,. Be juntaron, y como quien no quiere
la cosa se fueron á ver á Juan Santos Merlo, que era el hombre leal
V !le confianza con quien Linch contaba y de quien daba las más
¡as garantias .
.; ~an Santos Merlo era un reconocedor de carnes, hombre á quien
todos con ocian como sumamente honrado y de corazon inmejorable.
Juan Santos Merlo era tenido por los umtarios como un partidario
ac¿rrimo que les podia ser de suma utilidad, y le sacaban el cuerpo
y hasta se espresaban de él con profundo desagrado, para no hacerlo
sospechoso á los federales con quienes estaba íntimamente relacio-
nado.
Porque Juan Santos 'Merlo pasaba por un federal formidable, amigo
del santo sistema y profundo adorador de la persona del Restaurador.
Juan Santos Merlo no degollaba! r,ero habla he~ho entender ~ Cui-
tiilO y oemás degolladores con qUienes se entendla, que no tema co-
rage para tanto.
Esto era al menos lo que los unitarios se decian entre si:tI oeu-
pf!TSe d· Juan Santos l\le~lo, person 1 utillsima, por la clase de rela-
ciones federales que posela.
17
En cuanto á Cuitll'io y Parra, otra cosa pensaban del honrado re-
I conocedor de carne. . ., ,
Lo tenian por uno de los suyos, a carta cabal-y SI no lo InvItaban
á los degüellos era para no hac,erlo sospechoso á los unitarios, entre
los que no era más que un espla.
y esto era la verdad, fatalmente.
Con toda la apariencia de un hombre honrado y manso, y .todo el
aspecto de unitario "\>acífico, Juan Santos Merlo era un nuserable
digno de la gente á que servia de todas maneras .
• }:ra el espla de más confianza que tenia Cuitiño y el autor obli-
gado de terribles delaciones.
Los unitarios se confiaban á él creyéndolo un centinela avanzado
en las filas fe,derales y éll~s vendia miserablemente, poniend? :á Cui-
tiño en poseslOn de los mas graves secretos de fuga ó noticias de
Lavalle,
Era tal el talento que para finjir tenia este individuo, que á ninguno
se le ocurrió jamás sospechar de su proceder.
Lo creian, como hemos dicho, un unitario decidido, que tenia la
fortuna de pasar por un cumplido federal.
Este era el hombre de quien el coronel Lynch respondia de todos
modos, y á quien habia ido á ver en compañia de Oliden.
-Qué lo trae por aquí, señor coronel? preguntó Merlo con un aire
bonachon y honrado.
Quiere saber con certeza la noticia que ya debe haber llegado á
sus oidos? .
-Cuál noticia? J?reguntó á su vez Lynch.
-La de las clasdlcaciones.
-En efecto, qué hay de cierto en ello?
- Todo, coronel, todo.
Parece que ha habido alguna delacion, pues han dato órden de
vigilarlo de cuando en cuando para saber qué hace.
Como lo 1:an visto hablar conmigo otras veces, me han pedido in-
formes sobre usted.
Como pintarlo federalmente hubiera sido descubrir mi juego, he
d.icho qU,e creo que no es usted amigo del gobierno, pero que jura-
na tamblen que no se mete en nada contra él, porque no quiere
! perder su tranquilidad. t .
-Ha hecho bien, amigo mio, rep$o Lynch, y de' ello le estoy
profundameQ1:e grato.
Conociendo su b,uena voluntad hácia mi, he venido hoy, á ocuparlo,
referente á esto mismo, recordando sus frecuentes ofrecimientos.
Puedo siempre contar con etlos?
-y CÓmo no? Usted me conoce demasiado y sabe que pudiendo
hacer un servicio soy feliz .
. -Bueno, entónces es necesario que hablemos de una manera reser-
vada, porque es muy grave lo que voy á decirle.
-:-Supt;nor: voy á concluir mi tarea para no dar nada que maliciar,
y a la Siesta, que están más solas las calles, me tiene usted en su
casa.
Váyase tranquilo.
I.ynch y Oliden se retiraron, muy satisfecho este último del hom-
bre qu~ acababa de conocer.
~ Entre once y media y doce del dia Juan Santos Merlo entraba á
El puñal del tirano. l

.-
lB
la, ('a~a de Lynch, ~in golpear la puerta, para no hacerse notar, segun
diJo, pero co'n un fin muy dlyersn, '
Cu~mclo lo;; dos amig;lls se, hubie~on desp~di(~o, Merlo habia aban.
d~mado su trab,a;o y tr~~sbdadllse a la COlTI\Sana de Cuitiño, a (uien
lllzo una sella Impercetlble, 1
Este se levantó y se fueron ambos á una pieza reservada,
-Parece que "ó'n á caer algun,\s pájaros de "¡os más famosQs, dijo
apena;; se sentaron,
Vamos á estar de fiesta dentro de poco.
¿ Qué hay? hemos olido algo bueno'? •
- Ya lo creo que sí.
Parece que tenemos fugada.
y quiénes son los que se ván?
- l-'~r ahora solo sé de dos - el coronel Lynch y don Isidoro
Oliden.
y refirió su conversacion en aquella maiíana con los dos unitarios.
- Es preciso que si hay alguna vigilancia en casa del coronel la
retiren, porque seria hacerme sospechoso para ellos. '
- Hay. un vigilante que ronda de tarde en tarde, pero lo voy á
hacer retirar.
Es preciso ser vivo, amigo Merlo, pues esos pájaros son de la
mayor importancia.
Apunte los nombres de todos para agarrarlos en seg\lida, si acaso
alguno pudiera escapar.
- Si apunto me pierdo.
¿Qué objeto tendria en apuntarlos?
Nada, ya sabe que tengo la memoria larga y que aunque (ueran
veinte, no se me olvidaria uno solo.
Para ver si puedo pescar algo que no quisieron decirme por un
esceso de prudencia, tengo ya mi plan.
Voy á meterme de golpe en la casa, bajo el pretesto de no hacerme
ver de la calle.
Así lo que esté á la vista, lo conoceremos.
- Superior - vaya no más, amigo, que de esta hecha nos acredi.
tamos más que gobierno.
Merlo salió de la comisaria de Cuitiño y se dirigió rápidamente á
casa de Lynch.
Hé aquí esplicado el por qué de aquella entrada tan franca, que
los dos amígos hallaron muy puesta en razono
No convenia de ninguna manera que Merlo se hiciera sospechoso.
Est~ ,era sagaz '1 previsor como ninguno, obs~rvaba e~ detalle más
insigmficante, y SIempre era preparado á destruir cual~wer sospecha.
Era difícil que lo hubiera ~isto alg~i~ entra.r y sahr á lo de Cuí·
tii'lo pues ambas cosas las hIZO prévla mspecclon de calle.
E;a, pues, urgente parar anticipadame!lte la mal~ .impresíon .q~e
tal noticia hubiera hecho en 109 dos amIgos: la notlcla ae su Vlslta
á Cuitii'lo.
Así es que cuando se tomaron todas las preca~ciones para no ser
interrumpidos, fué lo primero que espuso aquel miserable.
- AqUÍ donde ustedes me ven, diJO con la mayor frescura, vengo
de la comisaria de Cuitiño.
Para abordar una situacion, no hay mejor cosa que cO,nocerla con
toda exactitud: así antes da venir quise informarme de SI algo nuevo
babia referente á ustedes.
19
Pero nada hay ml1s de lo que ya. coilocen.
Como supongo que era lo que ustedes me iban A ped) , me he an-
ticipado al pensamiento. • . .
Les garanto entónces q';le no hay nada de nuevo y que SI la pohcla
los vigila es muy por encima.
He acertado?
Merlo habia sospechado que se trataba de fuga, pero se habia guar-
dado muy bien de darlo á conocer.
Era mejor dejarlos venir sin el menor esfuerzo.
_ Ya sabia que e!! usted hombre precavido, dijo Lynch hacien<1O
una señal de complacencia á Oliden, como si dijera ~que le parece
mi hombre?' •
Pero se trata de algo mAs grave;, así es que el servicio que le tengo
que pedir es importante.
Para un hombre menos sagaz y prudente, podria ser de algun com-
promiso, pero en usted no hay cuidado.
Hable no mds sin reserva, que si hay compromiso 10 serviré con
mayor comp.lacencia.
De otra manera y si la cosa hubiera sido lo que yo pensé, no
valqria la pena de tanto.
- Pues bien, mi amigo, se trata de evitar que el dia menos pen-
sado nos den una mazorca da, y hemos resuelto irnos.
Como usted tiene tantos amIgos en una y otra parte, he pensado
en usted para que me proporcione un barquero de absoluta confianza.
Ya sabe usted que los emigrados que son sorprendidosj, es, en su
mayor parte, por delaciones de los que loa deben embarcar.
Por eso hemos resuelto suspender el viaje hasta no tener una per-
sona de quien usted mismo pueda responderme.
-Eso si que es grave, es clamó Merlo, fingiendo un gran embarazo,
-no por mi sinó por ustedes.
La costa está muy vigilada, Cuithlo y Parra no se duermen en las
pajas, y embarcarse hoyes tan difícil como volar.
Merlo sabia por esperiencia ~ue con aconsejarlos así no se perdia
nada, pues ningun consejo podia detener al que se resolvia A fugar,
mucho más con hombres como el Coronel Lynch.
Demasiado sabia todo el pueblo las grandes dificultades con que
habia que luchar.
-Yo les aconsejo que no hagan locuras, prosiguió Merlo.
Esperen un poc,?, que tal vez el embarque sea más fácil y menos
peligroso.
Hoyes de un gran peligro.
-Agradezco su interés, dijo Lynch, pero encuentro que mayor
peligro 8e' corre quedándose, cuando estamos ya seI'íalados.
~~s que si los toman en el bajo los van á pasar á cuchillo.
-Puede ser que n6, qué diablo!
Somos vario~ y estamos resueltos á pelear en último caso.
Algo o uera, pero alguno!! tambien nos salvaremos.
- Tamb~en tienen razon, dijo Merlo, fingiendo gran preocupacion.
Tan peh¡rosa es una cosa CQlIlO otra. •
Al fin y al cabo si todos los que se van son hombres como usted,
peleando se puede hacer mucho.
-\a lo cr~o que lo son! dijo Lynch-el que menos es capaz de
cambIar su vlda con otra.
-Supeñ'or, superior, dijo Merlo-pero no se descuiden, miren que
Aa cosa es del e'ás sério peligro.
20
No me conformaría jamás con que, habiendo yo mediado en esto
fuera á acontecerles una desgracia! ' ,
-No tenga cuidado-de todos modos nunca habria que hacerle el
más. leve reproche.
Puedo garantirle para satisfaccion propia, que tengo tanta confianza
en usted come en mi mismo.
Merlo sintió que un resto de vergüenza le salia al semblante.
Por miserable gue fuera, aquella ciega confi~nza en su hOtlrAdez no
dejaba de causarle algun remordimiento. .
Qu~ mal le habían becho aquellos hombres leales 1 que así prepa-
raba el abismo de muerte a que los iba á hacer rOdar?
Qu~ interés de venganza ~ de pasion podia llevarlo ~ cometer aquel
crimen vil y repugnante? •
~inguno, absolutamente ninguno.
St. fmico interés era quedar bien con-Cuitil'1o y partir con este la
comision de la buena presa y alguna alhajita de los cadáveres. .
Esto era el único móvil que guiaba á aquel cobarde en su obra
maldita.
Asl es que 186 últimas palabras del Coronel Linch, no dejaron de
hacerle alguna impresiono
-Conque, qué nos dice? concluyó aquel-tiene algun barquero tan
seguro como usted mismo y á qUien podamos fiarle la cabeza.?
-Conozco dos ó tres, diJo Merlo, acostumbrados á este gwero de
espediciones.
Sobre todo hay uno que ha hecho tres viajes con unitarios y de
quien puedo responder como de mi mismo.
Pero para saber si les conviene, necesitaría hacer una pregunta que
desde hoy no quiero hacer, porque parece curiosidad inmotivada.
-Pregunte no más, Merlo, sin el menor temor, ya le he dicho que
tengo en usted tanta confianza como en mi mismo, y una prueba de
ello es lo que estamos tratando.
-Como le he oido decir que los que van son varios, para saber
si les conviene esta embarcacion, la más segura, necesitamos saber
cuántos son, porque es chica.
- y para preguntar eso andaba deteniendo sus recatos.
-Somos CIOCO: nosotros dos, José Maria Salvadbres, Maison y Riglos.
Supongo que ahora se dejará de delicadezas, pues sabe la cosa por
completo.
Merlo sintió una emocion que apenas pudo disimular, al conocer
aquellos nombres, importantes todos ellos.
-Cristo mio! esc1amó, por si acaso se habia traslucido algo de su
emocion-jamás me conformaria con que á tales personas fuera á
sucederles lo que á tanto otro mártir!
En el barco de mi hombre caben hasta ocho, apretados-seis idn
con comodidad. .
Les garanto que con el barquero pueden tener una confianza ciega.
Por este lado pueden estar tranquilos.
No les queda ¡:ra dificultad que burlar la vigilancia de las partidas
del bajo.
-Si nos sorprenden nos hemos de batir bien, repuso Linch con
una fé profunda.
. Para que nos degüellen será preciso que la casualidad venga en
nuestra contra.
-Dios no lo quiera!
21
Yo me voy ahot'a misttlo á ver al de la ballenera, para que no se
comprometa con otro. '
D~nde quieren que lo lleve para que hablen con él.?
-Es inútil, repuso Lynch-hable con él usted mismo y trate el
precio.
Pregúntele si podemos disponer del barco hoy ó mai'lana, y usted
nos contesta. '
De este modo evitamos el ser vistos hablando con un barquero.
No le parece, co~pai'¡~r~?
Oliden, que a él Iba dmJlda la pregunta, aprobó por completo lo
que Lynch habia dicho.
-Ya que el seflor nos sirve de tan buen.corazon, dijo I es mejor
que complete as! el servicio.
-Entónces no hay mas que hablar-fijo précio.
-El que pida, y adelantado.
-No hay neeesidad, basta que yo lo vea, para que sepa que se
trata de caballeros cumplidos.
Entónces ahora mismo me voy á hablar con él.
La contestacion la traeré yo mismo antes de la noche, para poder
fijar 1!a y punto-hasta luego.
-Hasta luego, contestaron los dos amigos, y miraron salir á aquel
hombre con una especie de respeto.
-Qué opina? pregunto Lynch á Oliden-le parece hombre en quien
uno pueda fiarse?
-Basta oirlo hablar y mirarle la cara. para comprender que es un
hombre honrado y leal.
Aunq,ue usted no hubiera garantido su fidelidad, no trepidaria yo
en congarme á él.
Apruebo, pues, en un todo su proceder, y declaro que tengo fé en
el resultado de nuestra empresa.
Estoy contento, y algo me dice en el corazon que llegaremos sanos
y salvos á Montevideo.
La únjca dificultad que se presenta es que el barquero esté com-
prometido, y esto solo importaría una demora.
-Es que una demora en nuestra situacion vale la vida.
Soy de opinion entón ces que se busque otro.
No ha de encerrarse en esto toda bienaventuranza.
- y en último. caso, observó Oliden, yo tengo de 'quien valerme,
aunque mi hombre vale menos que Merlo, porque no conoce como
este á la gente federal, ni anda entre ella.
De todos modos, esperemos su vuelta, tal vez traiga buena noticia.
Los dos amigos resolvieron esperar, pues á la hora de reunirse
los cinco, era preciso que todo estuviera arreglado.
Entre tanto Merlo se habia dirijido rápidamente á su casa, desde
donde habia, mandado llamar á Cuitii'lo.
Volver a la comisaria no era prudente, pues ya no tenia una dis-
culpa séria.
Miéntras que Cuitiño podia ir á su casa, aunque fuese visto, pues
no estaba en su mano evitarlo.
Cuitiño concurrió con tanta premura como á u¡) llamado del mis-
mo Rosas.
~ra indudable que Merlo lo mandaba llamar porque tenia todo el
ovillo.
-Qué tal? dijo en cuanto entró-tenemos ya la lista.
22
- y qué lista! cinero unitarios de lus más importantes .
. Esta va a ser l~ más famosa .pescada de todas,-conque prepárese
a tender el aparejo en la segundad de que todo es pescado fino--
no hay ni un solo sábalo.
~Vaya echando pues, no me haga lamer de curio~idad.
-Pues me parece que de la espedicion hacen cabeza el coronel
Lynch y Oliden, don Isidoro.
-Buenas cabezas porque son pesadas! y quiénes son los otros?
- Tres más, Salvadores, l\1aison y Riglos.
-Al fin caen tambien esos! esclarn6 Cuitino-Unitarios flor y nata
Qué dia va á pasar el Restaurador! .
Y cuándo es el viaje?
-No lo sé todavia porque debo ir á ver un barquero que les he
ofrecido, para arre~larlo.
PfVO me parece mútil desde que los van á atajar.
-No está de más, véalo y haga el trato.
Bueno es estar prevenido á cualquier desconfianza que pudiera
ocurrir á última hora.
Y, tiene la seguridad que son los que me ru-ce?
Mire que seria lástima faltase alguno!
-El mismo Lynch me los ha nombrado: tienen en mi una con-
fian~a ilimitada.
-Pues no hay que perder tiempo.
Trate el barquero-cuál és? don Cárlos?
-El mismo;
-Bien: tdtelo, y me avisa 10 que resulte.
-Ah! bueno es saber que el fandango va á ofrecer alguna difi-
cultad.
Segun me han dicho, si los descubren, ván dispuestos á pelear de
firme y causar todo el mal posible.
-Cu~dado, porque tengo entendido que es gente brava y de en-
trañas de buen temple.
-Llevaré la flor de mi gente, para llevar poca, dijo Cuitiño como
hablando consigo mismo. .
Podría avisar á Parra que me auxiliara en caso de apuro, pero e:;¡
una lástima partir con álguien la gloria de esta batida.
Por resueltos que sean, llevaré yo con qué amansarlos. No hay
que dejarse ~aliciar el juego, mire que de es.ta echa nos vamos á
lucir de lo lmdo.
Merlo, asi que se fué Cuitiño, montó á cab~llo y se largó á lo del
nombrado don Cárlas. E5te era un genovés franco y noble, que se
habia puesto al servicio de la gran causa, sin el DleDor interés.
Si le pagaban, recibía, pero no negaba sus barcos al que le mani-
festaba no tener con qué pagarle por el momento.
Don Cárlos estaba en el bajo, en su punto de parada habitual.
Conocía á Merlo por un unitario decidido, como todos ellos, hasta. ,
romper lanzas con el que le hubiera dicho que era un traidor. .,
Así es que en cuanto aquel le hizo una sefla, lo siguió disimulada-
mente.
Merlo se dingió. con él á un paraje solitario entre los árboles, y
allí le dijo sencillamente:
-Le tengo cinco viajeros que le pagarán lo que se pida .
. Le conviene la bolada?
-Ya lo creo que sí, por Cristo! para trabajar estamos, per Dio
~Ilcramento, y para servir de paso, si 'se puede¡ á la buena gente.
23
-Esta desocupado por ahora, es decir, libre de compromiso con
algun otro? . .
-Si, pueden disponer. de ,"?I cuando qUleran-¿ qué hay que hacer?
-Llevarlos á MonteVideo o ú la Colonia.
Se pagará adelentado, si quiere.
-No hay necesidad. .
Cuando usted los recomIenda, sera porque valen.
Alantunze, me diga cuándo tei'limo que ir.
-Esta noche á las 8, vaya por casa, allí le contestaré.
Hasta luego, pues, y de t"dos mod?s, esté preparado para el viaje.
-Bueno hasta luego-no faltaré ni por un sacramento.
Merlo se' retiró en direccion á casa de Lynch, miéntras que el
bravo Cárlos iba á comprar algunas provisiones de boc~.
El tiempo no estaba muy firme y un temporal no hubiera tomado
de sorpresa ó. ningun patron de buque.
_ Todo está listo - dijo Merlo al entrar.
He demorado más de lo que creia, porque Cárlos, que es el bar-
quero, no estaba donde creí encontrarlo.
No solo no tenia compromiso sino que está dispuesto al primer
aviso.
-Gracias, amigo mio, respondió Lynch, estrechando aquella mano
cobarde y traidora.
-No esperaba ménos de Vd.
y acercándose á un mueble agregó:
-Ahora diga en cuánto 10 ha tratado, para que lo pague al fijarle
el momento.
-No hay necesidad, lo harán ustedes una vez que estén á bordo.
-Gracias otra vez.
-Esta noche me parece imposible, pues los compañeros no están
preparados.
Le parece bien así, Oliden?
-Creo 10 mismo.
Mañana será mucho mejor.
It-:::-Bueno, dijo Lynch á Merlo.
Que nos espere mañana desde las ocho, hasta las once de la noche.
-En que paraje?
Cual es el menos vijilado? eso usted lo debe saber.
-Me parece mejor el bajo, á la altura de Temple.
De la Recoleta adelante, como son parajes más solitarios, son los
que vijilan.
No se supone que nadie venga á embarcarse en un punto tan vi-
sible.
-Pues mañana entre ocho y once, frente á la calle de Temple,
concluyó Lynch. •
Que no falte, haga el tiempo que haga que si es malo es mejor
para nosotros.
Cu~n~en con que allí estará todo. el tiempo convenido.
Fel~cldad y b~ena fortuna, que SI se toca algun inconveniente yo
lo aVIsaré con tiempo.
y estrechó la mano que le tendieron Oliden y Lynch.
- Un momento, esc1amó este.
Felices ó afor~unad~s, quiero que .nos recuerde sier:npre y á cada
m?m~nto, ('11 la segun.d~d de que sIempre ~tamos dispuestos á r~
tubUlr este noble ¡en'leIO. •
24
y :,;ac:;Ill.do del bolsillo uno. de aquellos enormes relojes de oro y
de rl"petlclOn que se usauan entónces, lo alargó á Merlo con cadena
y ad,)rnos.
- Guarde ese reloj en recuerdo nuestro y de su noble ayuda.
Merlo rechazó el pre:;;ente.
Palideció intensamente y bajó la mirada.
- Este es un recuerdo de amistad, continuó Linch, y espero que
no lo habrá interpretado de otro modo.
Siento en el alma si esto puede haberlo herido, pero no ha sido
esa la intencion.
Quiero que guarde un recuerdo de este dia.
Merlo estaba avergonzado.
Aquel presente era un reproche terrible á su accion villana.
y algo parecido al remordimiento asaltó á su esplritu.
Lynch le obligó á aceptar el reloj poniéndoselo en el bolsillo y
Me.K> salió de allf como si la presencia de aquellos hombres le iu-
ciera daño.
Era l~ vez primera que sentia el mal que había causado.
Pero esto no tenia ya remedio.
Para un esplritu envilecido y cobarde como el suyo, no habia me-
dio de eludir el compromiso con Cuitiño, que tan entusiasmado
estaba.
Podia este descubrir su mal juego, y hacérselo pagar caro.
- A lo hecho pecho! esclamó por fin, borrando de su esplritu
aquella parodia de remordimiento. . .
Siento mucho, pero ya no hay remedio.
Cuando don Cárlos vino á obtener ]a respuesta, Merlo le dió la
hora y sitio convenido, recomendándole la mayor exactitud, cualquiera
que fuese el tiempo.
- Porco dun Papa! esclamó el genovés, vamos á tener un tiempo
de todo lo diablos1
- No .importa - esto es lo convenido.
- Alatunze no habremo más.
Saró aHI, de la ochos á la onces.
- Adios.
-Addio.
y se fué á 10 de Cuitiño.
Este estaba haciendo una lista, muy apurado, pues 110 sabia si el
fandango seria aquella misma noche.
- Estoy arreglando la partida con la mejor gente, dijo.
- Es esta noche?
- No, mañana.
- Entónces hay tiempo, y se hech6 la lista al bolsillo.
Los dos bandidos, de~es de conocer Cuitmo la hora y el punto
de embarque, estuvieron bebiendo hasta hora avanzada, pensando en
el efecto que iba á causar tamaiia presa.
Cuando se des'p~dieronr q~edaron en verse la noche siguient~ á las
doce, en que CUluño narran a á Merlo, el resultado del negocIO.
Pues aquello, para ellos, no era más que un buen negocio, bajo
todo punto de VIsta.

Los cinco amigos, inocentes de la inícua tráicion que se prepaba


sQbre sus cabezas, se hallaban reunidos en casa de Lynch, quien daba
minuciosa noticia de los felices trabajos que se hablan hecho.
25
_ Qué les parece?" preguntaba alegremente.
Tienen fé en resultado?
_ Completa respondieron todos, aprobando lo que se habia hecho.
_ Seguros de no ser vendidos, no hay que tener recelo, dijo Sal-
vadores.
Es á lo único que yo tengo miedo.
No se puede dudar de la honradez de Merlo, á quien yo tambit:m
conozco y desde que él responde plenamente del referido don Cár-
los no hay porqué abrigar el menor recelo.
lh punto de embarque es superior, porque es .el menos vigilado:
de cohsiguiente, los resultados tienen que ser buenos, salvo una ca-
sualidad fatal.
-Bueno, dijo Lynch, es preciso que ahora nos pongamos de acuerdo
sobre lo que se ha de hacer.
Voy oí dar una idea general que ustedes aprobarán ó modificarán,
segun le parezca. _ .
Como no podemos andar juntos por la calle, porque sena delatar-
nO$, es necesario que vayamos de á uno y por distintos rumbos al
pu!lto c.onvenido, ó á la e~q~na de Temple y Reconquista, para estar
Juntos si un apuro sObreVInIera.
Como la Policía nos vijila, segun dicen, cada cual, al salir de su
casa, debe observar si es seguido.
En caso que lo fuera y no pueda burlar al espía, debe regresar á
su casa y renunciar á la fuga.
Todos debemos ir llegando al' punto de cita, desde las 8, como sea
posible á cada uno.
A las diez se embarcarán los que estén á esa hora, pues el que
falte será porque no ha podido burlar la vigilancia.
Las armas que deben llevarse son un par de pistolas y una arma
blanca - puñal seria mejor.
Qué les parece?
- Bien todo, menos un punto que se puede enmendar ventajosa-
mente.
Como todos estamos ó debemos estar vijilados, es natural que la
vigilancia se ejerzia sobre nuestras casas, para saber á qué hora en-
trarnos y salimos.
Propongo, pues, que mañana salgamos tempranO" todos.
En el momento que cada uno vea que no es observado, ganará la
casa de un amigo, en donde permanecerá hasta la noche.
De esta manera burlamos toda vigilancia y miéntras cuidan nues-
tras casas nosotros quedarnos libres de contratiempos.
Esta reforma fué calorosameDte apoyada por los otros cuatro, que
la hallaron intachable.
En los demás se adoptó lo que habia dicho Lynch.
- Entónces; en el caso de lier sorprendidos, concluyó éste, cada
cual hará lo que pueda.
A todos nos interesa defender la vida lo mejor posible.
Así arregladas las cosas, y de acuerdo en todo, los cinco amigos
se fueron retirando de á uno, \lara no llamar la atendon.
~l dia siguiente, como lo haóia indicado Salvadores, cada uno fué
saliendo de su casa ya algo avanzada la maiiana.
A esa hora los agentes de la federacion reposaban de las fatigas
d~ .la n?che, y suponiendo que todos dormian, nadie se ocupaba en
VIgIlanCIa.
26
As.1 es que .conform~ iban adquiriendo la se~lIridad de que no eran
segUIdos, se Iban metiendo en casa de los amigo..; menos sospecha-
dos, donde permanecerian hasta la noche.
No podia darse nada más sagáz y bien combinado.
Así cuando los espías "ijitaran las casas á la noche, si lo hacian,
ellos irian en (:amino de ~alvacion.
Cada uno llevaba sobre sí todo lo que constituia su equipage á
saber: dinero, pistolas y un puñal de buen temple. , '
Era el 3 de Mayo de 1840.
Este dia, como el anterior, habia amanecido lluvioso y amenazando
tempestad. •
Er~ el tiempo gue convenia á n~estros fujitivos,.porque era el peor
enemigo que podlan tener las partidas ~ue recorneran el bajo.
A la calda de la tarde empezó á soplar un buen pampero que
arreció poco á roco hasta convertirse en un verdadero tempo'ral.
I:.~ embarque Iba á ser dificil porque el rio estaria bajo y la Ina-
rejada fuerte, pero en cambio el bajo se hallaria limpio de espías.
Los fujitivos miraron aquel tiempo como una ayuda del cielo y no
dudaron ya del éxito de la empresa.
Quién habia de suponer que con semejante noche se habia nadie
de atrever á embarcarse? .
Ah! solo el que necesitaba salvar la cabeza podia intentarlo!
y efectivamente, bajo una lluvia torrencial, las partidas fueron ga-
nando las pulp@rias del tránsito.
Solamente esperando un golpe seguro, se podia permanecer en el
bajo.
y allí estaba Cuitilio desde las siete de la noche.
No pudiendo calcular el plan de Salvadores, él mismo dió los pasos
necesarios para hacer cesar cualquier vigilancia que hubiera en casa
de los fugitivos, para facilitarles más el camino.
y á las siete de la noche se emboscó con quince hombres elegidos
entre S\lS soldados más bravos; entre los árboles del bajo.
Allí esperó con una paciencia de gato, á que apareciese el grupo
de amigos para caer sobre ellos.
El viento y la lluvia eran insoportables.
E1 dudaba que se resolvieran á embarcarse con semejante noche,
pero esperaba porque Merlo le habia dicho:
-Se embarcarán con cualquier tiempo.
Es gente resuelta á todo y no es el viento ni el agua lo que ha
de detenerlos.
Los q\le provoCíln y desafian una tormenta de sangre, no se han de
detener ante un aguacero y un ventarron.
y así era efectivamente.
A las ocho de la noche, los cinco amigos que habían puesto igua1es
sus relojes, salieron cada cual de la casa donde se habia albergado
durante el dia.
y sigilosamente y sin {lreocuparse del agua que á torrentes le cala
encima, se dirigian por distinto camino al punto de reunion.
y un cuarto de hora despues los cinco se hallaban en la esquina
de Temple y Reconquista, sin que les hubiera sucedido el menor
contratiempo.
La lluvia habia disminuido notablemente, siendo de esperar que en
cinco minutos más el aguacero habia pasado.
La noche era serenísima y el viento :silbaQa causando \In ruido tí·
27
pico é imponente, entre los corpulentos sauces del bajo, que han des-
a¡urecido ya de aquel parage.
Allá, á lo lej')s y frente mismo á la calle del Temple se veía un
farol encendido, que no podia scr otro que el de la ballenera que los
c!'If)eraba .
• a partida de Cuitiño habia salido un poco de su emboscada para
estar prevenida, pues la oscuridad era completa.
No se veían 105 objetos sinó teniéndolos muy eerca.
El frio era intenso y desconsolador.
Los cinco amigos escuchaban atentamente, pero no podian darse
cuenta ~e los ruidos que llegaban confusos It sus oidos, alterados por
el fragor del viento entre los árboles.
De cuando en cuando un relámpago vivo venia á iluminar la escena
dejándola sumida en seguida, en las más densas tinieblas.
Parece que debemos aprovechar los momentos, dijo el coronel
Lynch.
No me parece que haya partida capaz de llevar su aficion al de-
güello hasta afrontar esta noche terrible.
Por otra parte, no se siente nada que pueda hacernos sospechar
la proximidad de una partida.
Allí está el baroo salvador-un esfuerzo mlts y habremos llegado.
-Vamos, pues contestó Maison.
Se pueden llevar las pistolíl-s montadas, para mayor precaucion.
Los relámpagos irán poco a poco mostrándonos el camino.
Los cinf;o amigos, formando una especie de ala de ba ~alla, a van-
zaron silenciosamente, las pistolas en la mano y el oido atento al ru-
mor más leve.
De cuando en cuando, algun relámpago más vivo que los anteriores,
iluminaba el camino, permitiéndoles ver á cierta distancia.
Estos mistos relampagos sirvieron para que los asesinos los vieran
lleO"ar.
euitiño que sabía el punto preciso por donde habian de venir, no
habia quitado de allí su vista de lince.
De modo que cUlindo los cinco unitarios desembocaban al bajo,' este
hacia montar su gente preparándola al momento que no podía tar-
dilor ya. .
. Los cinco amigos se detuvieron despues de andar unos treinta pa-
sos, esperando un nuevo relámpago que les enseñara el camino.
. y esperándolo tJmbien, los asesinos se. habian movido para caer
sobre las victimas asl que irradiara iU luz.
Más de tres minutos estuvieron así aquellos dos grupos, que espe-
raban la luz de un relampago con tan diverso objeto.
Por fin el relámpago se produjo y lus verdugos y víctimas pudie-
ron contemplarse frente á frente.
Una quintuple maldicion partió del grupo de los que huían y el re-
lámpago de muerte de sus pistolas volvió á iluminar el terreno.
Dos ginetes. rodaron al suelo, produciendo cierta. desorganizacion
entre los aseSInOs.
A los salvages! que no puedan escapar! gritó Cuitiño.
Si se van, luego los he de fusilar á todos ustedes.
-Firmes y ánimo! dijo á su vez el coronel Lynch.
Este canalla está ya vencido por nuestra agresion inesperada.
Otra descarga y huyen como perros.
LQS cinCQ amigos se asruparon y volvieron á h¡lcer fllego, guián-
28
dose para ello por el sonido de las voceS y el ruido que producían
105 caballos.
Otros dos ginetes cayeron al suelo, desmoralizando por completo
á los asesinos.
No ,habia aun causado el menor mal y ya habían perdido cuatro
hombres.
Pero ya los einco amigos no tenian mb que sus pUñales.
Maison tuvo una idea salvadora, que puso en práctica inmediata-
mente.
Aprovechemos las otras pistolas! gritó, pero para hacer fuego, apro-
vechemos un buen momento.
-Avanzemos! av~nzemos 1 gritó el coronel Lynch, haciendo fuego
cuando sea necesario.
Ante semejante amenaza y sin sosllechar que los enemigos mentian
pa: a aterrrarlos, los asesinos Se abneron y diseminaron al rededor,
para esquivar las balas de las pistolas y hacer imposible el fuego al
monton.
Los cinco amigos empezaron é avanzar, tratando de ganar tiempo
y entrarse al agua, antes que el enemigo se repusiera y apercibiera
de que no tenian con qué hacer fuego.
Cuitiño atropelló á los suyos eon el caballo, obligándolos á cortar
la retirada de los fugitivos.
Estos cargaron á sable y empezó entónces una lucha terrible.
Los cinco amigos se batian con su pW1ales entre la oscuridad de
la noche, con una bravura imponderable.
Sabian además que este era el único medio de salir de allf con
~~ I

Se prendian de las piernas de los asesinos y é las bridas de los


caballos y trataban de nuir y herian c~ una desesperacion creciente.
Oliden y Naison hahian sido heridos también, y Salvadores, al
evitar llh ha¡::hazo que te habria partido la cabeza, recibia una pro-
funda herida en la mano derecha.
Sin em?~rgo, los asesinos" que ignoraban estas heridas, perdian
terreno VIsiblemente acobardados.
Estaban acostumbrados á degollar impunemente y aquella heróica
resistencia los habia desconcertado desde un prinCIpio.
Fuera de duda los amigos estaban salvos.
El coronel Lynch habia logrado arrebatar un sable y con él dirigia
golpes terribles. .
En vano eran los esfuerzos desesperados de Cuitit'lo, que veia que
á pesar de todas sus precauciones, las víctimas se escapaban.
Varias veces intentó agredir él mismo, pero otras tantas retrocedió
ante el sable de Lynch.
El gran degollador tenia tanto miedo como sus mismos soldados.
Ya llegaóan los amigos á la playa, perseguidos muy débilment.=,
cuando se cambió por completo la escena y la situacion de los com-
batientes.
Con un estrépido infernal, acababa de presentarse en la playa un
nuevo y numeroso grupo de combatientes. .
Eran el coronel Parra y su gente que estaban en una esquma y
habían sentido las detonaciones.
-Esos no pueden ser sinó unitarios que, sorprendidos, se han
'visto obligados á pelear, dijo Parra.
Es precIso acudIr, porque cuando se atreven á tanto, es porque
ban de ser muchos: el fuego así lo atestigua.
29
La gente montó á caballo y acudieron presurosos d donde se es-
taba combatiendo.
-Qué gente es esta? qué sucede aqui? preguntó Parra detenien-
do su caballo.
-No podia llegar más á tiempo I yo soy el coronel Cuitiño! gritó
éste.
Acudid pronto, coronel Parra, que se nos van-han conseguido
acobardar á estos trompetas!
Parra lOe adelantó impetuoso sobre los que huian, cargándolos con
sus soldados.
La suerte de los cinco amigos acababa de decidirse. .
Qué podrian hacer, heridos ya tres, contra má~ .de doce soldados
de refresco, W1ídos á los que aun conservaba CUltJño?
Desde el primer momento 10 entendieron así y se dispusieron no
ya á luchar ('or la vida, sinó á morir haciendo el mayor daño que
les fuera posible.
Fué Malson el primero que cayó, con una segunda herida terrible.
Varios soldados habian hechado pié á tierra, y W10 de ellos le
habia sepultado su daga en el costado derecho.
-A dios, compañeros! gritó al caer-ya soy .nos menos!
-A mí bandidosl á mí asesinos! gritó el coronel Lynch saltando
adelante.
y cayó tambien CQn el cráneo partido de un sablazo y herido el
corazon de W1a pui'lalada.
Tan cerca estaban W10S de otros, que los tres que quedaban de
pié, lo vieron caer.
Salvadores, herido en la mano, ni siquiera podia defenderse; no
ya agredir.
La muerte era inevitable.
y tentó otra vez la buena fortuna que lo habia salvado anterior-
mente.
Aprovechando la oscuridad, se deslizó á la derecha todo lo que
pudo y empezó á retroceder rápidamente hácia la ciudad.
En aquel mismo momento caia tambien Oliden rendido por las
muchas heridas recibidas, pero postrando al caer á otro asesino.
Solo quedaba en pié Riglos.
Los asesinos, engolfados en el triunfo, que tocaba ya á su fin, no
vieron á Salvadores que habia retrocedido con pasmosa rapidéz.
Como no podian ver los caídos, cuandb cayó Riglos, no encon-
trando ya resistencia, creyeron haber concJuido con los cinco.
Fué entónces que prendieron fuego y revisaron el terreno del
combate.
-Ni W10 ha escapado! vociferó el feróz Cuitiño-ni uno para que
cuente el cuento! •
-Cuántos eran? preguntó Parra.
-Cinco, cinco de los más importantes, pues entre ellos _figura el
coronel Lynch.
-Pero algo les ha costado, eh?
Veo aquí algunos cuerpos que son de nuestra gente.
Dos, .cuatro, seis, siete, siguió contando á la luz de una linterna
los soldados tendidos en el suelo.
No se puede negar que han hecho lo posible por sacarla bien.
Me part;ce que si no caigo yo se hacen el. gusto.
-Efectivamente, repuso Cuitiño algo corrido-estos sin vergüenzas
:se habian dejado arrollar con la parada.
-Con la. parada 110, mi coronel, ~epuso Ul\ sargento que alguh;1
tranca debla tener cuando se permltla hacer observaciones.
Habíamos perdido ya cinco hombres.
:-Por maulas! y yo que los eleJÍ como una gran cosa! . . .
-Será, mi cor~nell pero la gente era .dura como la mejor.
-Bueno. á reIPs.t~arlos ahora, á ver ;;1 llevaban c(;mllntcacione~.
La órden era mutl1, pues ya los aseSInOS, no solo registraban sinó
que desnudaban ya los cadáveres, calientes todavia. '
-Mi coronel, dijo el sargento que habia hablado antes, yo no en-
cuentra aquí más que cuatro.
A no ser que el otro haya ido á caer mas lejos 1....
-Poder del diablo! aulló Cuitiño-se habrA escapado a1guno-
pronto, A ver si éstá p'0r ah!.
Se buscó, pero inútIlmente.
11., habia alli más que cuatro cadáveres.
y esta seguro que eran cinco? preguntó Parra.
-y cómo no! los conté en medio del gran relampago.
y aunque no fuera asl, conozco hasta sus nombres.
-Iremos A dar una batida. .
-Es inútil, terminó Cllitii'lo.
Si se ha salvado volviendo á la cillQad, ya sé quién es y pronto
le pediré el vuelto.
Si se ha embarcado durante el combate, ya no hay remedio.
Cuitiño miró hacia el rio, y vió el farolito de la ballenera que
apenas se distinguia ya.
O va allí, ó mai'lana será conmigo.
y tomó la linterna de manos del sargento, y se fué él mismo á
revisar los cadáveres.
Con qué satisfaccion íntima los nombró uno por uno, así que fué
viéndoles la cara!
-Salvadores! esc1amó de prontoj-josé Maria Salvadores! chilló;
ese es el que falta.
De poco te vá á servir la gauchada, siguió vociferando, si es que
te has quedado I
Los bandidos se entregaron con un entusiasmo febril al saqueo y
mutilacion de los cadáveres.
Cuando hubieron concluido, el sargento entregó á su ve;¡ :í Cuitii'io
las alhajas y dínero que los soldados le entregaron de lo que indu-
dablemente faltaba una buena parte.
y allí mismo, á la luz de los cigarros y de la linterna, se hizo el
reparto del botin entre los diez y ocho soldados que se habian ido
entreteniendo en desnudar tamblen á sus compañeros.
A pesar de la fuga de Salvadores y de las bajas tenidas, Cuitiño
estaba alegre.
Lynch y Maison, y de yapa Oliden, decia, esto si que es portarse
en toda regla.
Me quemo por hablar con el señor gobernador.
Concluido el reparto, Cuitiño se acercó á Parra y le dijo:
-Me parece que podemos hacer retirar los muchachos, porque ya
no hemos de necesitarlos.
Yo me voy á Palermo á dar cuenta; si quiere iremos juntos.
- Ya es tarde y el gobernador estará recojido.
No, porque me espera, pues él ¡¡abia la bolada y me habia dado
órdenes.
31
-EntónceS estoy dem&s-yo me voy con la gente y mai'iana nos
veremos.
Los dos asesinos se despidieron cordialmente, Parra fl la ciudad,
despues de mandar retirar la. sol?adesca, y Cuitiño l~ácia Palel mo.
El tirano esperaba al bandido, pero apenas lo VH~ el edecan de
servicio, le dijo:
-Entre coronel, entre; aunque es tarde, tengo órden de S. E. de
hacerlo entrar en cuanto llegase.
Cuitiño se metió A una pieza, donde estaba el tirano con su gorro
de pastel sumido hasta las orejas y haciéndose el distraido, se~al in
falible de mal humor.
Omitimos aquí una descripcion detallada de aquella pieza y de los
locos que se veian en los nncones acurrucados y durmiendo, porque
ella estará en nuestros capitulos describiendo minuciosamente lo que
era Palermo de San Benito.
Cuitiño se detuvo en la puerta, esperando que Rosas le hablara,
pero este pareció no haberlo sentido llegar.
- Buenas noches S. E., dijo por fin, puedo entrar?
- Ah! coronel, repuso el tirano como si recien lo viera - entre,
no se esté ahi parado.
- Es que como donde me siento dejo el charco de agua, no sé 8i
deho ....
- Entre no más, y no tenga recelo.
Cuitil"¡o venia efectivamente aterido de frio y chorreando agua.
Despues de los degüellos del bajo y cuando venia á Palermo, le
habia caido encima el segundo aguacero de aquella terrible noche.
- La noche no está muy mansa, agregó Rosas, y como usted ha-
brá estadQ de servicio esta noche, ya me imajino que ha de estar
calado hasta los huesos.
Cómo le ha ido de campaña?
Supongo que habrá escarmentado á esos insolentes.
Cuitil,,¡o habia impuesto á Rosas aquella mal"¡ana de lo que se tra-
taba.
Por eso es que el tirano estaba esperando á Cuitiño, y le hacia
aquellas preguntas.
La empresa ha sido un poco dura, pues ya sabe V. E. de la clase
de gente que se trataba.
Dura para morir como no he visto otra.
- y los cinco?
- Hubieran ca ido, contestó Cuitiño algo confuso - pero ya vé V.
E. la noche, no se veian ni las manos.
- Hubieran caido! quiere decir que se han salvado! esclamó en-
furecido el tirano.
Bien digo yo que no tengo un solo agente que valga cuatro reales
en las empresas difíciles. '
Sj viene Lavalle, no sé que vamos á hacer con semejante chusma!
nos vá á llevar por delante!
Cuitiñ? t~mbla.ba como un niño ante aquella mirada de tigre, y no
se atrevla a rephcar una palabra.
- Hable de una vez! con mil diablos i supongo que ni siquiera me
traerán la cabeza de Lynch!
- Algo más, V. E., se atrevió entónces á decir el degollador.
~olo ha escapado uno, y el que menos vale.
<;00 escepcion del salvaje José Maria Sah'adores todos han caido
baJO el pulial just;ciero de la feueracion. '

32
Al oir esto la cara del tirano tomó una espresíon más humana son-
rió á Cuitiño y le dijo: '
Entónces Lynch, Maison, eL ..
:-- Todos V. E., todos han caido pagando su infame delito.
Solo la gran oscuridad de la noche ha podido hacer que se ñOli
escape aquel salvaje sabandija.
Pero no importa, otros me proporcionarán el desquite!
Rosas habia concluido por ponerse alegre y charlador.
- y sabe que se ha mojado de lo lindo, dijo.
Yo 10 voy á secar por dentro, miéntras usted se seca por fuera
y dió un gran alarido. .
Los locos estuvieron de pié tan rápidamente, que parecía hubieran
finjido dormir.
La gorra voló por la cabeza de uno, el tintero por la de otro y
un ~ran puntapié alcanzó al que le quedaba' más cerca. '
- Qué ordena mi padre? preguntó don Eusebio, que no era tal
loco, sinó un vividor que pasaba la p'aza de tal.
- Pronto" bellacos - un vaso de cualquier bebida fina para el co-
ronel Cuitiño, que tiene frio.
Los locos se desparramaron prontamente merced á otros mil objetos
que les llovieron por la cabeza, re~n:sando poco despues cada uno
con un vaso ó una botera de bebiaa.
-Dispense V. E. que muestre mis manos súcias, dijo Cuitiño, to-
mando un vaso con la mano roja aun por la sangre derramada esa
noche.
-Haga no más, haga no más, coronel!
-Cuando uno está de servicio, no si~mpre puede andar tan limpio
como quisiera.
-Haga no más y cuente cómo fué aquello.
CuitÍlio se echó al coleto, de un trago, el contenido del vaso, é
inventó una historia en que él y sus so:dados hicieron un papel he-
róico.
-Al último, concluyó, el amigo Parra, que habia sentido la jarana,
acudió en mi ayuda y me echó una manita.
-Ah! Parra! siempre activo en el servicio!
_y cómo no, V. E.!
Demasiado compensado está uno con merecer la confianza del su-
premo gobierno.
-=-Bueno, retirese á descansar po más, pero tenga presente que el
que se ha salvado, será un enemigo más con gue tienen que contar.
-Tal vez esté en la ciudad, señor, repuso Cuitiño.
Entónces no le vá á valer la mayor oscuridad de esta vida.
-No crea que se ha ido en el bote que los esperaba.
-Yo lo creo así, pero nada se pierde con registrar la casa dentro
de uno ó dos días.
-Esto sí que será inútil, pero nada se pierde.
-No hay necesidad-ya sabremos si está aquí, y entónces se pro-
cederá.
Cuitiño se despidió del gobernador asegurándole que si Salvadores
no se habia podIdo escapar y estaba en la Ciudad, le habria pagado
bien cara la gauchada de aquella noche.
Veamos lo, que fué de Salvadores despues de haber salva~o por la
tercera vez y tan milagrosamente su pescuezo amenazad~ ~~namente.
La circunstancia de encontrarse los mazorqueros de Cwtmo y Parra


33 ,
en el bajo ocupados en el degllello ,d-el infortun:tdo grup9 que bus-
caba sah'acion en la fuga, habia alejado de los alrededores de la casa
de Salvadores toda vigilancia; por eso fué que, aprovechando la os-
curidad de la noche una vez alejadose de los asesmos alglmas varas,
Salvadores enfiló po~ calle Temple y tan lijero como pudo se metió
á su casa que como la vez anterior, encontró apenas ap,retada, salu-
dar precaucion tomada por su pobre esposa en prevenclOD de cual-
quier contratiempo, ,"
La 5eiiora de Salvadores, á ]a que Di le habla habla pasado por la
cabeza irse á acostar, estaba echada sobre un sof~ del comedor, llo-
rando amargamente la partid~ de su infelíz esposo. . ,
-Que le sucederál Di.os mlO, cuanto soy desgr~d~~a en mi vld~!
Fi 10 descubren los asesmos lo matarán! hay de mis hIJOS, pobres chi-
cos que ni el consuelo tendrán de poseer una madre, pues yo seguiré
á mi esposo en la tumba.
y ]a pobre madre echaba á llorar más desesperadamente; hubiera
conmovido hasta las piedras.
De pronto la puerta del comedor se abre subitamente entrando Sal-
vadores con los ojos desencajados presa del mayo,r esp~nto. .
La sangre que brotaba de su herida y que habla tenido 511 traJe,
el aspecto desfigurado de su rostro, hicieron estremecer de miedo la
pobre seilora, y si no cayó desmayada al verlo fué que habiéndolo
llorado tanto durante su corta ausencia, considerándolo perdido, al tener
la dicha de vérse]o adelante, vivo, le parecia como un milagro de la
providencia
-Sah'adores cayó sobre una silla como cuerpo muerto, no teniendo
la menor fuerza de articular palabra.
Verdaderamente debia ser terrible su estado si se tiene en cuenta
que el puñal de la mazorca ya le acariciaba el pescuezo cu'ando su
buena estrella le dió los medios de salvacion.
-Salvadores !-querido esposo l que ha sucedido ?-bien te ]0 decia
yo que los ase¡:;inos te iban á sorprender !-estás herido ¡-Dios mio,
habla pronto, donde está la herida, habla José Maria, si no quieres
que muera de espanto.
La situacion de ]a pobre señora hizo volver en sí a Salvadores, que
haciendo un esfuerzo sobrehumano empezó á articular algunas palabras
-No te alarmes, hija mia, no es nada; estoy herido pero no es nada~
es ,una herida de poca €onsecuencia ¡ pero los otros, Dios mio, lo~
otros.... Lynch, pobre Lynch, pobre Oliden ....
-Contáme lo q,ue os ha pasado, contámeIo ..... ah gradas á Dios tu
estás salvo y te Juro que en adelante no te permitiré por nada in-
tentar nuevas fugas dado el resultado pésimo de cuántas has querido
probar.
Salvadores poco á poco iba recobrando su habitnal serenidad; llegó
mo~ento en que pudo hablar francamente y apreciar su terrible si-
tuaClOn.
Su esposa mientras tanto le habia vendado la herida y prestado los
primeros auxilios del caso.
-Pierdas cuidado, .querida mia, que no habrá necesidad de intentar
nueva fuga; me co~sldero feliz que Dios me haya permitido de vo}...
verte á ver, pues SI esta noche me he salvado no tardará mucho en
que. el.puñal de los asesinos tome desquite de ml.-Es inútil hacerse
de ¡)uslOneSj mañana ó quizás dentro de poco los bandidos de la ma-
El puñal del nrano. :3
84
zorea, golpearán A l1uestra casa y de seguro no habré salvaciob po-
!ible para mI.
Resígnate pues, y sea lo que Dios disponga!
-¡Que dices!.... ¡ah infelices de nosotros 1.... pero antes de vengarse
los bandidos sobre ti tendrán que pasar sobre los cadáveres mio y
el de tus hijos !..... ¿porque, Dios mio, nos castigas de este modo L ....
que es lo que hemos hecho para merecer tanta desgracia?
. Y la pobre, seguía llorando desesperadamente.
En vano buscaba José Maria la mejor manera de darle algun con-
suelo; en vano se esforzaba de convencerla que podia ser que algun
medio de ~alvacíon le enviara aún la Providencia.
De pronto la. señora ~e Sah-:a~ores, se puso de pié y mirando á su
e5.lfoso como SI alguna Idea divma cruzala· por su pensamiento ex-
clamó:
-¡Ah si!.... la PrQvídencia nos ayuda.... tu no morirás .... tu vivirás
para mi consuelo, para la vida de tus hijos; dices que el General La-
valle está en campaña para abatir el gobi~rno del cobarde tirano·
dices que seguramente vencerá y librará nuestra patria del puñal d~
los asesino s.-Pues bien; entonces la cuestion se reduce á esconderse
hasta que el Pabellon Argentino no pueda flamear libremente sobre
nuestras casas; tu te escunderás, aquí, cerca de mí, en esta casa ....
Ah! Dios mio'! gracIas, gracias por la ayuda que me has dado en este
momento.
Salvadores no comprendia lo que queria decir su esposa y la mi-
raba con cierta compasion, como temiendo que su pensamiento em-
pezara á extraviarse.
En el fondo de la casa de Salvadores habia un sotana <lue por
quedar fuera de mano para cualquier uso, lo habian dejado Sin apro-
vechar hasta entonces. ,
La esposa de Salvadores, buscando en su cabeza algun medio de
sal\'acion para su marido, se detuvo ante la idea del sotano y ese
mnlio era el que creia oportunísimo, hasta rendir gracias á Dios por
hal'erle sugerido idea tan salvadora.
Comunicó á su esposo tal pensamiento y él lejos de detenerse en
apreciaciones, abrazó á su esposa, dando muestras de verdadera apro-
bacion á cuanto le proponia. .
-Seguramente .... nada de mejor, decia Salvad?res j ~s u~a idea su-
blime.... Los degolladores, aunque vengan á revisar mmuclOsamente
la casa no vendrán en el sotano, pues es ignorado de todos. Creerán
que haya logrado escaparme á Montevideo, como nada podrán tener
en contra, no viéndome y haciendo tu saber á todos que recibistes
noticias mias de allá.
Luego conversando entre ellos y buscando el mejor modo de que
tal cosa quedase escond~da á todos, resol vieron que. desde ~sa mi~ma
noche Salvadores entrana á su sotano, pues convema que m sus hiJOS
supieran que se hall8;ba en Buenos Aires, p~diend~ ellos, tan peque-
ños, manifestarlo facIlmente con la mayor inocencIa.
Se convinieron tambien de verse muy á menudo, pues la esposa,
de noche v cuando los chicos durmieran lo iria á ver, llevándole todo
cuanto neéesitaría para su iiubsistencia. . ...
En seguida Salvadores y su eS1?osa se dln)leron al. sotan.o para
arreglarlo de la mejor manera pOSIble á fin de Clue la eXlstencl~ en él
fuera ménos penosa. Llevaron un colchon, una Silla, lo necesano para
escribir, y otras cosas que creyeron oportunas al caso.
B&
Temiendo que los bandidos de la mazorca fueron esa tnisma no.che
1\ asaltar su do.micilio., la espo.sa se quedó con Salvado.res hasta el
amanecer, dispuesta á presentarse si lo.s bandido.s llamasen A la puerta
de su casa. •
Recien cuando. amaneció la buena y desgraciada seño.ra salió de la
cdrcel vo.luntaria á la que habia acudido. su marido., abrazándo.lo. antes
y asegurándo.le que ella velaria po.r sus hijo.s co.mo. si él estuviera
presente, y que.á menudo. y cuando. meno.s fuera observada iria á di-
vidir su desventura, acompañándo.lo. co.n iU presencia.
Poco. ma1 tarde y cuando. 1M hijo.S fuero.n levantado.s, manifestó á
011o.s que su I;ladre estaba en salVo. en la vecina o.rilla, diciéndo.les que
pro.nto. vo.lvena entre ello.s, segun él le habia asegurado..
Lo. mismo. hizo. entender á to.das sus relacio.nes, á la familia de Sal·
vado.res y á la suya, haciéndo.las quedar satisfechas, po.r la situacio.n
critica á la que se hacia escapado. el ho.mbre que tanto. querian.
A la no.che siguiente y co.mo á las diez, la seño.ra de Salvado.res
que acababa de llevar á la cama sus hijo.s, fu6 so.rprendida po.r rudo.s
go.lpes repetido.s á la puerta de su casa.
Eran lo.s asesino.s de Cuitiño., que venian á reclamar la victima que
se les habia escapado.; bien lo. supuso. la seño.ra, que armándo.se de'
to.do. su co.raje y de la mayo.r tranquilidad fué á respo.nder al llamado..
-Quién es y que se les ofrece, preguntó al llegar á la puerta.
-Somos qmen nos parece, y po.co. te ha de importar á lo. que ve-
nimo.s, co.ntestó una vo.z de bo.rracho.
Abri, si no. quieres que echemo.s la puerta abajo., sabandija salvajo.na.
La seño.ra no. opuso. la menor resistencia. Abrió la puerta y dejó
entrar los seis co.bardes asesino.s facon esa mano..
-¿ Donde está el salvaje de tu marido. ?-Sabemo.s que está esco.n-
dido. aquí y si no. lo. entregas pro.nto. vas á pagar vo.s po.r él la deuda
que tiene co.n no.so.tro.s.-Pues á mo.verse pro.nto. si no. quieres pasar
una no.che mas buena que la de Navidad.
y así diciendo. lo.s seis energumeno.s pénetraron á la casa.
-Mi espo.so. falta de casa hace dos dIas, contestó la señora de Sal-
vado.res, mal pueden buscarlo. aquí, pues segun me dijo. y en vista de
ser perseguido., pensaba embarcarse para Montevideo..
-Yate daremo.s Mo.ntevideo. si no. lo. hallamo.s, cara de co.nejo., ya
te daremo.s Mo.ntevideo., pierdas cuidado., si no. no.s dices do.nde está
esco.ndido. tu macho..
La seño.ra, que bien sabia cuan co.bardes eran aquello.s asesino.s, po.co.
caso. hizo. á lo.s insulto.s que le dirijian, quedándo.se po.r satisfecha co.n
la certeza de que no. lo. enco.ntrarian po.r mas que lo. buscaran.
y lo.s seis bandido.s foe diero.n á registrar po.r to.da la casa.
Viendo. la inutilidad de sus pezquizas, pues ya habian revisado. hasta
el mas apartado. esco.ndite, empezaro.n á azo.tar la po.bre seño.ra hasta
hacerla desmayar po.r el inmenso. do.lo.r.
Lo.s chico.s de Salvado.res, los que desnudo.s y asustado.s se habian
leva~tado. del lecho, suplicaban á lo.s bandido.s que no. mataran su
mamlt~, l'ero. nl? consiguiero.n mas qu~ puntapiés pegado.s co.n la mas
cruel mdIferencla.
Al fin Cuitiño. que capitaneaba aquello.s asesino.s, co.nvencido. co.mo.
antes .dudaba, de que Salvadores hubiera lógrado. escaparse, dijo.:
-Nl la pena vale de o.cuparse de semejante fritura, vamo.no.s pues
esto es d.esperdiciar tiempo. inútilmente; puede bien cantar un Te-
deum meJo.r que de Catedral el tal salvaje inmundisimo., ii se ha·
escapado. de nuestras uñas.
y al irse pegaron unos ll2!otes mas á la infeliz seliora que ~e 11[\.
liaba aun desmayada.
Despues que se fueron los bandidos, los chicos Porliria nii'lita her-
mosisima, José M~ria, Nicefero y Mateo, rodearon la pobre madre
llorando y llamándola, a!lustados por creerla muerta. '
La señora de Salvadores no tardó mucho en volver en sí haciendo
esfuerzos para ponerse de pié, pues los azotes la habían medio muerta.
Abrazó á sus hijos diciéndoles no temieran por ella; les aseguró
que los bandidos no volverian á asaltar su casa, habiéndose ellos ven-
gado lo suficiente por la huida del papá y diciéndoles de rogar á Dios
para que protejiera á su esposo contra la mala suerte que lo perse-
guia.
Los bandidos al abandonar la casa habian llevado consi<>"o cuanto
encontraron de fácil transporte. Dinero, alhajas, ropa de ve~tir y todo
cuanto se prestaba al botin. Lo que no habian podido llevarse lo ha-
biall· estropeado y roto.
La familia de Salvadores se quedó de tal modo swnida el la mas
desesperante miseria y en la necesidad de trabajar por ~l sustento
de la vida.
As! lo aprendieron los infelices esposos, la noche siguiente, cuando
la señora de Salvadores fué á ver en el sotano á su marido.
-¿ Que hemos de hacerle? decia el desgraciado hombre á su se-
ñora. Trabajaremos si es que Dios nos proporciona los medios y nos
da vida.
y la infeliz familia empezó desde entonces á buscar trabajo para
vivir, á cuyo efecto la señora se dirijió al sastre Simon Pereyra para
que le diera á coser chaquetas y chalecos rogandolo y haciendole
presente que de lo contrario no tendria como sustentar á sus hijos.
Pereyra accedió gustoso al pedido de la señora y le aseguró de que
baria 10 posible para no hacerle faltar nunca trabajo.
Salvadores desde su escondite empezó á ejercitarse en el manejo
de la aguja y tanto fué el empello con que se puso á la obra que
al poco tiempo su trabajo era como el de un hábil sastre.
- Las familias, de Salvadores y de su esposa, viendo la pobre seño-
ra que se mataba en trabajar le ofrecieron' sus casas para que fue-
ra á vivir en ellas con sus pequeñoa hijos. .
Pero á la primer tentativa tuvieron que renunciar, tal fué la firmeza
con que ella se escusó.
- Es inútil, les dijo, quiero vivir de esta manera hasta donde me
sea posible, para que cuando venga Salvadores vea que aun soy digna
de todo su cariño.
No insistan mas, que demasiado carga liOy para ustedes con lo que
me ayudan.
Este pretesto le valió el tilde de rara y aun el de maniática, pero
no insistieron más.
Así vivieron los dos primeros años, en medio de una situacion tan
amarga y desesperante.
Los hijos de Salvadores resignadamente le habian adaptado á las
circunstancias.
José María habia concluido por hacerse un cocinero de profesion,
miéntras Tomás se habia convertido en lo que las señoras llaman un
excelente mucamo .
. Nicéforo babia crecido tambien un par de años y ya servia para
tebar mate y hacer uno q'\e otro mandado á la esquma •

37
Se puede decir que la sei'lora vivia sin pasar necesidades, porque
los parientes la socurrian mucho.
Todos los sabados y domingos, la señora los dedicaba á. lavar en
el fondo de la casa, toda la ropa de la familia, que Salvadores plan-
chaba en el sótano, en dos dias tambien.
Para esto habia hecho en el sótano dos respiraderos, teniendo cui-
dado de que le bajaran el fuego muy bien prendido.
La cambiada del brasero era una de las operaciones mb dificiles,
pues para hacerla, tenia que encerrar los hijos en la última pieza, con
el pretesto de esconderlos de una partida que iba á venir.
y como los niños se acordaban de los puntapiés recibidos el dia
del registro, se dejaban encerrar sin hacer la menor observacion.
Entónces ella venia al cuarto del sótano, y llevaba nuevo fuego
para el brasero.
- y quién te plancha la ropa? 5elía preguntarle Porfiria al ver la
cantidad de ropa planchada.
-Yo, mientras ustedes duermen, respondia la sef'lora sonriendo.
y esta misma esplicacion hacia á los parientes que venian á visi-
tarla.
Cada dia se hacia Salvadores más hábil en su ~ficio de sastre, ~l
estremo de que solia reformar los cortes de las cllaquetas, dándoles
una forma más elegante, con profunda alegria de don Simon Pereyra,
que no encontraba ya palabras bastante espresivas para ponderar
la habilidad de la señora de Salvadores, para quien reservaba siem-
pre las costuras que exigian mayor cuidado.
Este entusiasmo llegó hast1l confiarle la confeccioD. de la ropa que
él c1ebia usar, como la de otros amigos paquetes.
y esta ropa, por supuesto, era pagada á un precio mejor que el
que se pagaba por lo qua llamaban ropa de tropa.
Durante este tiempo, es decir, estos dos años, la sellora de Salva-
dores, á pesar de todos sus trabajos, se consideró feliz, rogando á
Dios poder seguir viviendo de aquella manera hasta que á Salvadores
le fuera dado salir de su encierro.
Pero no hay felicidad completa en la tierra, aunque sea aquella que
se consigue de ti mari era más penosa, y que se cifre en el mendrugo
de pan con que uno alimenta diariamente la vida de sus hijos.
A la seflOra de Salvadores le esperaba una desgraci.a más terrible
todavia que cuantas habia pasado, porque era una de aquellas des-
p"acias para las que no tiene resistencia el corazon de una mujer
virtuosa hasta ese estremo.
Aquel miserable hogar no habia sido abatido aún mas qua por el
6dio de sus enemigos y las desgracias que este habia engendrado.
Faltaba ahora que se uniera á esto el ódio de sus amigos, de los
parientes, el desprecio y la vergüenza de I?ropios y estraños.
Veamos en que circunstancias habia vemdo aquella fatalidad tanto
mas terrible cuanto que en ella no habian pensado ni remotamente
los dos esposos.
Para impedir que los niños se criaran como salvajes y favorecerlos
lo más que se pudiera, la señora los habia puesto en la escuela de
Garcia, próxima á la casa, quien le hacia la caridad de enseñárselos
gratuitamente.
Los niños. asistian á. la escuela todo el tiempo que les dejaba libre
el servicio de la casa, lo que fué un motivo de elogio para la pobre
seño~ cuya abnegacion por la familia habia llegado á hacerse pro-
verblaL -
José M~ria, que era el mayor, era quien la acompañaba á la roperia
de don SImon Pereyra, para llevar el alto de ropa concluida y traer
las nuevas costuras.
En estos dos ai'lOs, Salvadores, se habia desfigura~ tanto que
hubiera podido salir á la calle sin que lo hubiese conocido sli mas
íntimo amigo.
La humedad y falta absoluta de sol en el sótano, le habia hecho
adquirir un color pálido amarillento, que á la luz artificial con que
lo contemplaba su esposa, parecia un cadáver.
Su barba y su cabellera habian crecido enormemente, matizados
c0D: algunas hebras de plata, arrancadas por el dolor y la desespe-
raClOn. .
Como habia concluido con el calzado que tenia, y su esposa no se
atrevía á comprarlo p'ara su medida, él mismo se remendaba los bo-
tines con los recortes de paño que sobraban.
EIl~e calzado mortificante y lleno de costUTones, unido , aquella
inmovilidad forzada, le habían hinchado los piés de una manera mons-
truosa.
Era tal el esfuerzo que necesitaba hacer para caminar, que parecia
un anciano achacoso.
La seflora, 'por su parte, habia enflaquecido de una manera que
inspiraba lástIma.
Además de la fatiga del dia y de la noche, cuando hacia dormir
á Nicéforo qu,~ era el menor, era para emprender otro trabajo que,
aunque agradable para ella, no por esto dejaba de serIe harto pesado,
pues lo hacia en las horas que el cuerpo necesitaba reposo imperio-
samente.
La señora á aquella hora se ponia á hacer algun platito, para llevar
á Salvadores, y evitar de este modo que toda la comida fuese reca-
lentada.
Salvadores la habia prohibido muchas veces hasta que le calentara
la comida.
Pero en esto ella no le hacia caso, desarmando su enojo con una
dulzura irresistible.
Una de estas noches en que los esposos se entregaban á las es-
pansiones cj.el corazon, mientras .Salvadores tomaba su miserable co-
mida, ella le dió una noticia que al principio le fué agradable, porque
no se dió cuenta de los inconvenientes que ella traia aparejados.
La señora estaba en cinta y en estado bastante avanzadísimo.
-Esto es terrible, decia la señora, porque una criatura chica me
va á quitar el tiempo que tanto necesito, y me va á privar de aten-
derte como es debIdo el tiempo que esté en la cama.
Esto es lo menos, decia sonriendo Salvadores.
Me dejas costura {lara ocho dias, un poco de galleta y. charque,
que lo puedo ir haCIendo yo mismo, y esperaré así tan distraído
como pueda, tu vuelta á mi prision.
-Pero piensa que, sin servicio, voy á tener que dedicarme á la
criatura por completo, y entonces adios costura, y adios tanto que
hacer menudo que hay en la casa!
-Eso no es nada, decia Salvadores, la cuestion es que tú estés
buena.
Lo que es por mf, ya me arreglaré como pueda.
Era el año' 42 y el furor de los crímenes y mazorcadas babia recru-
decido de una manera terrible, así es que habia que guardar mas
reserva que nunca.
La tná20rca podía venir cualquier noche á. asustar á ]a familia, y
descubrir cuan Jo menos ]0 esperaba, un secreto que habla estado
tlln bien guardado durante dos al~os. .
Estos fueron los ÚniCOS contratiempos que vIeron los esposos en
aquel trance apurado, festejando alegremente la noticia que ella venia
de darle. •
y la pobre señora, con esa abnegacion que solo .poseen las madre.s,
no vió mas inconveniente que los que para el trabajo de costura podla
traerle aquel nuevo hijo.
Fué desde aquel dia que empezó á preparar la ropa necesaria para
el sér que venia al mundo en situacion tan terrible, y l?s alimentos
que debia dejar á su esposo en el sótano, para los dlas que ella
faltase, pues por bien que pasara el trance, no podria moverse antes
de ocho dias. -
El tiempo pasó en medio de la situacion mas terrible, aunque tran-
quila respecto á Salvadores.
El estado de la señora fué avanzando poco á poco, hasta que
llegó el trance fatal.
Era preciso buscar alguna persona que la ayudara, y esta fué la
primera amargura que esperimentó.
No estaba la dificultad en que faltara la persona á. propósito, pues
su familia era numerosa.
El inconveniente estaba en el testigo que cohartaria sus pasos en
la casa.
En fin, era preciso resolverse, por que de un momento á otro podia
llegar el trance fatal.
El dia que le pareció que no podia tardar, bajó al sótano, llevando
á Salvadores todo cuanto pudiera necesitar en ocho dias, sin olvidar
las costuras que era lo prmcipal.
-Bueno, le dijo, ahora hasta dentro de ocho dias no podremos
vemos.
Puede ser que antes venga, pero ya sabes que no es seguro; depen-
derá de la mayor 6 menor felicidad del lance.
-Paciencia, hija mia, respondió el pobre hombre, pensando en la
reclusion terrible á que iba ser condenado durante ocho dias.
-Dios, que tanto nos ha protejido, concluyó la señora, no ha de
abandonamos en este amargo trance. .
Entonces hasta muy pronto y piensa en mí.
- y en qué mas he de pensar, cielo santo!
Que Dios nos ayude.
Para Sah-adores empezaron á contarse desde el siguiente, OCllO
dias de prueba durísima.
Una preocupacion terrible lo mortificaba.
La espesa podia pasar bien aqUella enfermedad natural.
Pero p~dia presentarse de una manera grave, que pusiera en peli-
gro su VIda.
y no habia medio ninguno para salir de esta ansíe dad desespe-
rante.
Se necesitaba una conformidad á toda prueba, para no hacer saltar
de un golpe la puerta del s6tano y correr hasta el aposento de la
esposa.
A esta la esperaban otros tormentos terribles que en su honesta
inocencia no habia podido calcular.

-
40
Cúmo podia ella afrontar aquella ~ituacion de madre, a los dos
ai10S dI! aus<.:nte su esposu?
Cúmo apreciarian aljud hecho la familia y la sociedad?
Estl! era el Jadu verdaderal~lente terrilJje dd trance, que ella no
pudo calcular hasta que el pnmér reproc'" no lleglJ á herir su oído.
Cuma todo el que obra bien, no pensó que alguien pudiera haberle
tomado cuenta dI! su situacion, ni que su conducta fuese sospechada
de una manera vergonzosa.
Inocente de la maldad ajenae y de que todo la condenaba de una
manera fatal, mandó llamar á su hermana mayor para que la asis-
tiera.
Esta acudió presurosa y alarmada, sin saber de que enfermedad
se trataba.
Pero cuando supo que Mercedes estaba por salir de cuidado, no
pudo reprimir un asombro y un sentimiento 4e indignacion, que no
pasó pesapercibido para Mercedes.
-Pero de qué te asombras? preguntó sonriente.
-Otras veces me has asistido sin estrañeza: te parezco acaso muy
grave?
-No es eso, respondió la hermana bruscamente y palideciendo.
Es que las otras veces Salvadores estaba aqui y ahora hace dos
años que falta.
-Yeso qué importa? volvió á replicar la senora sin comprender
todavia.
Esta vez nos faltará su ayuda carif"¡osa, pero no por eso nos ha
de ir mal.
y mientras hablaba así, con gran entereza de ánimo arreglaba la
cama y las ropitas que habia de necesitar.
Lahermana la miraba cada vez mas asombrada, atribuyendo aquella
ingenuidad á una gran dósis de desvergüenza.
Así es que sin pensar lo poco á propósito del momento, ni el ter-
rible alcance de sus palabras, dió paso á su tremenda sospecha en
la forma siguiente:
- y dime, Pepa, cómo puedes esplicar tu estado, haciendo mas
de dos años que tu esposo falta del país?
Ni un rayo caido á lOil pié s de ,la señora hubiera producido un
efecto más espantoso que aquellai malignas palabras.
Toda la sangre se agolpó á IU rostro juvenil, tembló de una ma-
nera poderosa, palideció en seguida como un cadáver, y esclamó:
-Es verdad! no habiamos pensado en ello!
-Sin embargo, era preciso pensar lo que vas á responder ahora
á la familia, á la misma familia de Salvadores y á la sociedad?
Es preciso dar una esplicacion clara y terminante y una esplicacion
que levante la sospecha de una afrenta que cae sobre todos nosotros,
sobre tu mismo marido y sobre tus inocentes hijos.
La señora de Salvadores estaba tan confusa y tan consternada,
como si realmente estuviese bajo el peso de la falta que se le im-
putaba.
y era esta confusion lo que mas hacia creer á su hermana su cul-
pabilidad.
La justificacion estaba en su mano, clara y terminante.
Pero para ello era necesario descubrir un secreto que podia costar
la vida á su esposo, y ant~s q~e descubrirlo preferia pasar por tL dl.
vérgüenza y por toda humillaCIOQ.

41
Aterrada y sin saber qué responde~ á la imprudente, hermana,
rompió á llorar con toda la dest:speraclOn natural á semepnte mo-
mento.
La sospecha de su hermana seria la sospecha de todos, indudable-
mente, y el desprecio mas profundo vendria á ser el colmo de todas
sus desventuras.
-No importa, pensó aquel espíritu. fuerte.y noble.. .
Caigan sobre mí todas las desgraCias posibles, pero viva él, que
es ]0 que mas me importa en este mundo.
y afrontó aquella situacion terrible, con todo el valor de la heroi-
cidad.
Para librarse de toda recriminadon en aquellos momentos, y dar
algllna esplicacion mas ó menos aceptable, dijo á su hermana =
-SaI"adores ha venido de Montevideo varias veces y ha vuelto á ir.
~l me habia encargado que guardase secreto para poder seguir
haciendo lo mismo, pero no habíamos contado con el caso actual.
Todo el mundo sabia que aquello no podia ser cierto.
El emigrado que habia logrado burlar una vez la vijilancia de la
costa, no se hubiera prestado, por nada de este mundo, á correr
igual suerte desafiando de nuevo el mismo peligro.
Esto era por demás evidente, mucho más tratándose de un hombre
como Salvadores, que habia logrado emigrar por un milagro de la
Providencia, despues de dos ten~tivas en que habia salvado la vida
casualmente.
As[ es que si las palabras de la set'lora eran una esplicacion mo-
mentánEla, no eran una esplicacion aceptable.
Salvadores, como cualquier otro emigrado, no podia haber estado
en BUCllOS Aires, con la tranquilidad y el ,descanso que daba á enten-
der la seflOra.
En aquellos tiempos no babia parteras.
Hacian el oficio de tales unas mulatas viejas prácticas, que se de-
sempefla.bau como la casualidad queria.
José Mária fué á buscar á la mujer que la habia asistldo otras
veces, la que vino sin atinar á que, porque el niño no habia sabido
darle la menor esplicacion.
Cuando vió de lo que S6 trataba, no pudo dominar la misma es-
trañeza que dejó ver la hermana, estrañeza demostrada, como es na-
turaJ, con más grosería y de una manera más hiriente;
La señora de Salvadorest embargada con el sufrimiento del espíritu,
apenai sentia los dolores oel parto.
Cuan~o este .se hubo producido,' por suerte eon toda felicidad, las
dos mUjeres dejaron reposar á la enferma y se fueron á otra pieza á
charlar sobre el lance y hacer conjeturas á cual mas ofensiva y per-
versa.
-Pero esta sei'íora no ha sabido ocultarse, decia la comadre.
Qué van á hablar ahora las gentes, que tan poco necesitan para
armar un enredo.!
-Lo mismo digo yo!
y Salvadores! qué vá á hacer cuando vuelva y se encuentre con
esta novedad?
-Pobre sei'íora! mire en que trance se encuentra I
-y qué vergüenza para todos nosotros!
Ah! para faltas así no debe baber perdon posible.
La maledicencia y la calqmnia empezaban ya i cebarse e¡¡ l~
pobre l5etlor¡.
42
La comadre llevó et cuento á la vecindad y la he¡rnana al seno
de las dos familias.
Lo~ miembros de estas, indignados, tal vez mas de 10 que corres-
pondJa, empezaron á llegar á hacer su visita á la enferma.
y con cada uno de ellos se fué repitiendo la terrible escena de la
noc.he anterior, cada vez más hiriente y más incisiva.
Todos querian tomarle estrecha cuenta de lo sucedido y la señora
tenia que salir del paso con la misma disculpa. '
-Esa es la verdad, decia, dejen que vuelva Salvodores, y entonces
me condenarán junto con él, é me pedirán perdon de la ofensa gue
me hacen en estos momentos.
El estado de la senora, á los dos dias, llegó á ser tan delicado
con la repeticion de estas escenas, que fué necesario llamar médico'
el que ordenó ante todo absoluta tranquilidad, y que no se molestar~
á la señora.
~racias á esta prescrlpci~~, pudo entregarljje al reposo del cuerpo,
baJO 1.a tormenta ae su espmtu.
La familia se limitaba entónces ti enviar un simple recado, que era
contestado por la hermana que habia quedado como enfermera.
Deseando verse libre de ella tambien, sin estar buena, Pepa dejó
la cama á los seis dias.
Ansiaba ardientemente poder hablar con su marido para referirle
lo que pasaba y encontrar consuelo en sus amorosos brazos.
-Puedes irte, le dijo entónces, que ya mi asistencia de convales-
ciente pueden hacérmela los niños.
Tú tambien necesitas descanso y demasiado has hecho ya por mí.
La hermana, que no queria otra cosa, se quedó por cumplimiento
hasta el dia siguiente, en que se retiró para volver diariamente.
Pepa sintió que una montaña se levantaba en su corazon al que-
darse sola!
Por fin, despues de siete dias 'de suprema angustia iba á poder
ver á Salvadores y desahogarse en su pecho.
A pesar de estar muy débil aún, se quedó levantada hasta que su
último hijo estuvo durmiendo.
Recien entóncf>s se decidió á venir al sótano.
Al primer ruido producido por los ladrillos que la señora removia,
Salvadores sintió agitarse su corazon á impulso de una alegría in-
mensa.
Su esposa estaba buena é iba poder estrecharla sobre su pecho!
Pero bien pronto aquella alegria se trocó en un presentimiento
terrible.
Al rumor de los ladrillos se unia un llanto lastimero, que se per-
cibia de una manera clara.
¿?abria muerto el pequeño hijo?
No podia ser otra cosa. -
A no ser que quien abria el sótano fuera Porfiria, poseedora del
secreto por la muerte de su esposa. .
Amargos, terriblemente amargos fueron para él aquellos pocos m1-
nutos que lo separaron de la persona que llegaba.
Así es que cuando vió asomar el rostro descompuesto y lloroso
de su esposa, se avalanzó á ella preguntando:
-¿Qué sucede, por Dios? dime que dt'sgracia ha sucedido, pronto,
porque la ansiedad me está matando.
. -~inguna de las que puedes temer, respondió ella concluyendo
de bajar, tranquilízate.
43
-¿Pero por qué lloras? ¿se ha muerto acaso el nil"lo?
-No no ha sucedido nada, es otra cosa.
y tit~beando y sin saber cómo empezar, esclamó:
-Es que dicen que tú no eres su padre! . •
y rompió entónces á llorar de una manera lánguIda y sentida.
Salvadores quedó tan aterrado, como lo habia quedado ella misma
ante la sospecha de su hen:!lana.
-Pero esto es infame! rugió.
y sin embargo lógico.
Hace dos años que .para t?dos,. yo falto de Buenos Aires! .
-Es preciso destrwr esa mfamIa! esclamó obedeciendo á los Im-
pulsos de su corazon generoso. .
Es preciso revelar nuestro secreto, porque no puedo consentlr en
sospecha tan tremenda para ti. . . .
\ abrió los brazos á su esposa que se preCipItó en ellos áVIda de
consuelo.
-Por Dios vivo que no habia contado yo con la maldad de los
demás I
- y o no quiero desubrir el secreto que importa tu vida, por nada
de este mundo! replicó la esposa con suprema energia.
Teniendo tu estimacion y tu cariño, poco me importa el de los
demás.
Además, que el sacrificio seria inútil.
Imponiendo á tu familia y á la mia de tu permanencia en casa,
ellos quedarian satisfechos.·
Pero y la sociedad'? y las relaciones'? y la vecindad misma que me
condena?
Habria que publicar tu secreto y entregar tu cabeza.
y á ese precio nó, mil veces nó: deja no más que me acusen, que
mi pureza ha de ser reconocida más tarde ó más temprano.
-Sí, mi cautiverio no ha de ser eterne, porque Rosas ha de caer.
y entónces, oh! entónces los mismos que dudaron de tí, han de
venir á implorar el perdon que yo no les daré porque una mujer
como tú, debia estar á cubierto de toda sospecha.
y sobre todo, por qué condenar sin pruebas.
¿No has dado tú una esplicacion que está entre los límites de 10
posible?
Ay! alma mia! cuánto vás á tener que sufrir I
Déjame salir de aquí! por lo menos nuestros hijos sabran que tienen
un padre, y que su madre es la mas pura de las mujeres I
-No qUIero! no <I,uiero! renuncio hasta el consuelo de mostrar la
verdad á nuestros hIjoS.
Son muy jóvenes y tal secreto en la boca de un niño seria la
muerte.
La señora lloró y suplicó hasta que obtuvo de Salvadores la pro-
mesa de que se habia de conformar á aquel1lliltuacion.
y aquí empezó una verdadera vida de m~ para la señora.
La vecindad y la familia la espiaban constantemente para conocer
el amante.
Pero por mas que aguzaban sus sentidos, no podian llegar á des.-
cubrir lo que no habia.
y esto mismo los intrigaba profundamente. A casa de Salvadores
no .se veía entrar ningun hombre, ni habia entrado nunca, segun se
creul,
44
Era ent6nces en otra parte c!ue tenían lugar las entrevistas crimi-
nales.
y cuando la señora salia á la calle cada ocho ó diez dias era se-
guida de muchas personas av idas de descubrir su secreto. '
Pero Pepa no salia sino á entregar svs costuras y traer nuevas
por lo que empezaron á atribuirle amores cOIl don Simon Pereyra'
único hombre con quien se le habia visto haWlar. '
La señora estaba completamente perdida.
Todos mwmuraban: los parientes á penas la veian y los conocidos
sonreian de una manera infame CUiUlpo la veian pasar, siguiendo su
pobre hijo cargado con el atado de costuras.
y ella no se atrevia á referir esto a Salvadores, por no amargar
el único momento alegre de su vida: cuando ella bajaba al s6tano
noche á noche á llevarle la comida.
tos recursos pecuniarios se habian -reducido enormemente, desde
aquella calumnia. -
Las familias suya y de su marido habian dejado de socorrerla con
dinero y comestibles, como antes, ¡mes decían:
-Ahora tiene quien le dé-seria rldiculo estarla socorriendo cuando
!lo lo ne:cesita.
Cómo su amante no ha de atender é sus necesidades1
Ya no tenían para vivir mas que el producto de las costuras.
La crianza de su pobre hijito, nacido de aquella manera desven-
turada, le absorvia gran parte de su tiempo, atando así sus brazos
paca el trabajo.
No habia, pues, mas que lo que cosia en su sótano Salvadores, y
lo muy poco que podia coser la tierna Portiria.
Las necesidades eran grandes, pues el producto de estas costuras
apenas alcanzaba para dar de comer á los hijos y comer ellos mismos.
Los ninos tenian ahora una lidia, pesada y engorrosa para ellos.
Tenian qu.e atender las ropas del ¡1equeñuelo, porque los momentos
libres que tenia la señora, eran para coser, y aumentar en lo posible
las entradas.
Nicéforo era el encargado de lavar los pañales del hermano menor.
Una vez lavados y secos, los entregaba á José Maria, que era el
encargado de plancharlos.
Tomas que, ,>omo hemos dicho, hacia de mucamo, era el encar-
gado de hacer los mandados de la casa, y de vigilarla, así es que
poca atencion podia exigírsele en las cosas caser.as. .
Cómo reia Salvadores cuando su esposa le refena los OfiClOS adop-
tados por sus hijos I -
Ya les recompensaré yo tanto sacrificio, decía.
Por ahora es precis. que sufran los pobrecitos lo que nosotros
mismos sufrimos.
Ya vendrán tiem~ejores!
Así transcurrieroi:lllllPfos dos años, en que nuevas desventuras vi-
nieron á concluir de asolar a la pobre familia.
El trabajo habia disminuido mucho, porque ya el ejército estaba
equipado.
y las costuras no podian ser dadas en la cantid~d que anterior-
mente, á pesar de toda la buena voluntad de don Suno~ Pereyr~..
y la miseria em'pezó á batir sus alas sobre la de.sgraclada faml!la.
¿Pero cÓmo pedir dinero á gente que la despreciaba y <¡ue teman
CfeeIlci~5 tan inféUIles resllecto ti elllll
45
~n tan terribles moMentos la seflora "olvió l1 tener un hijo nuevo;
lo que alborotó el cotarro sancio~and.o su terrible deshonra.
¿Pero quién era este amante mIsterioso?
Hé aquí lo que más alborotados traía :í los curiosos, que habian
llegado hasta Interrogar á los nillos.
La seflora soportó con m<Í'5 valor que nunca el desprecio de todos,
la ruptura completa con su familia y la miseria tc;rrible que la agoviaba.
y siguió ocultando á su csposo todos sus sinsabores.
En estos cuatro arIOS, solo dos veces Salvadores se habia atrevido
ti salir del sótano, un par de mi~~tos, para ver á sus hijos, dormidos,
sin atreverse á hacerles una cancla por no despertarlos.
y era tal el aspecto de miseria de que lo~ habia visto rodeados,
que habia sentido conmoverse hasta las lágnmas.
Desde que las costuras diminuyeron, la familia fué puesta á racion,
para poder comer todos los dias. .
Por la mañana, los nii'los tomaban un poco de famla, una galleta
y un vaso de agua.
Despues de este frugal almuerzo iban á la. c;scuela un par de horas
y volvian á entregarse cada cual á su serVICIO.
Como era necesario que uno quedara en la casa para lo que pu-
diera ofrecerse, se turnaban por semana para que todos pudieran
aprovechar la escuela que la sei'iora pagaba con pequellos regalos
de flUta ó dulce.
A la tarde José Maria hacia un puchero bueno y abundante infal-
table cada vemte y cuatro horas.
En los fondos de la casa habia muchos árboles frutales.
Pero en tiempo de fruta, y para que esta le durase más, los niños
eran tambien sometidos á racion, como en los demás alimentos.
El traje de los niflos era lo mas miserable.
Solo habia uno bueno, y este se lo ponia el que iba á salir á la
calle con la madre.
Por la noche ó á la madrugada, Nicéforo y Tomás salian armados
de varios pedazos de hilo, al próximo hueco de la basura.
Cada" de esos representaba la medida del pié de éada uno de
ellos y ......os otros hermanos.
y con aquellos hilos, elegían entre la basura lai suelitas de botin
y botines despedazados arrojados por completamente inservibles.
Con aquellas suelitas y los recortes del pallo de las .costuras, el
sei'ior Salvadores les fabricaba botines bastante aceptables.
Esos botines les servian para salir, pues entre la casa no usaban
otro calzado que el pié limpio.
La sellora de Salvadores estaba completamente perdida ante cuantos
la conocían.
Cuando llegó á tener tres hijos, quedó en el concepto de una mujer
de la última especie. .
y con una valentia magnifica aceptó todo aquello, con tal de salvar
la vida á su marido
Esto era para ella la cuestion capital.
Se recoItocía pura, y bastaba esta íntima satisfaccion para su alma.
Una mañana, José Maria vino de la escuela malamente estropeado.
La amable seiiora preguntó á s~ hijo la causa de aquellos golpes
que ensangrentaban su cara juvenil.
No es nada, madre, respondió el niño, es que he peleado con otros
muchachos.
46
-y por qu~ te has peleado á ese eS,tremo? preguntó la aflijida
señora.
, El nino, con toda la inocencia de sus años, refirió así la causa de
su pelea.
- Tú no tienes padre? le habia pre~ntado un condiscípulo
-Si lo tengo, pero está en Montevideo. .
-¿Y cómo se llama?
-Cómo yo, José Maria Salvadores.
-Miéntes, tu padre es el lechero!
-Ese será el tuyo.
-y el padre de Tomás es el cura y el de Nicéforo el senmo.
-Miéntes, trompeta!
-Cállate, guacho! y quién es el padre <le los menores?
Aquí el niño no habia podido contenerse y se habia lanzado sobre
el compai'lero.
Otros acudieron en su ayuda y José Maria fué estropeado de una
manera terrible.
Aqut:llo fué un~. pU:ñala~a para la. pobre sei'lora que se puso á llorar.
-Es verdad, hiJO de mi alma, diJO, tu padre está en Montevideo
pero pronto volverá, no tengas cuidado. '
Y devoró en silencio aquella nueva afrenta, mas dolorosa que todas
sin decir una palabra á Salvadores. '
¿Por qué amargar su existencia?
¿Por qué hacerle odioso aquel único momento que en su compañia
llevaba un triste bocado á los lábios?
Y las escenas del colegio se repitieron en la calle y los hijos de
Salvadores fueron señalados como hijos del público.
y sin embargo aquel amante misterioso no pudo nW1ca sw descu-
bierto.
Durante diez años de esta vida terrible, ni la familia de Salvadores
ni la suya propia se acordaron de ella para nada.
Habia sido olvidada como si hubiera muerto.
En este tiempo, las necesidades de la vida se llenaba. el pro-
ducto de las costuras de los esposos y la niña Porfiria, trabajo
ya podia tomarse en cuenta.
En aquellos diez años, la señora tuvo cinco hijos más, que ninguno
de ellos podia aliviar en su trabajo á los veteranos José Maria, Tomás
y Nicéforo.
Por el contrario, la ropa á lavar habia aumentado y era siempre
Nicéforo el que lavaba, Tomás el que enjuagaba y secaba y José
Maria el que planchaba.
Porfiria demasiado hacia con pasar el dia doblada sobre la costura.
y la virtuosa señora sufrió hasta los reproches de su protector, el
señor Pereyra, sin decir W1a sola palabra en su justificadon.
Todo para ella era preferible, antes que vender el secreto de su
esposo, tan fielmente guardado durante diez años, como diez siglos.
El mismo José Maria era un jóven de diez y siete años, que por
mas que callara, alguna estrañeza debia causarle aquel misterioso
aumento de famiaa.
Cuántas veces la madre s.e vió obligada á bajar los suyos ante los
ojos del hijo! .. . .
Cuántas veces SlDtiÓ en el corazon el deseo de Justificarse á sus
ojos! .. . .
Pero esto no podia ser SID descubnr que alh estaba Salvador~~ l
era preciso entónces hasta afrontar las sospechas de los mlsmos ruJos,
Ellos se habian criado y crecido en el servicio doméstico, como
personas del pueblo.
y como puede decirse que no habian conocido otro género de vida,
estaban tan habituados, que no se les ocurria otro porvenir.
Además de todo, llevaban sobr~ la frente un sello maldito: ser hijos
del salvaje unitario Salvadores.
Esto era causa suficiente para que el vigilante que los hallara al
paso los azotara sin compasion ó para que el sereno vecino los atro-
pellara con el ca?allo. . . . ..
l Y á qué autondad podlan haber ocurndo en demanda de Justicia
los hijos 'de un salvaje unitario emigrado?
La infancia no habia existido para ellos, que, la edad de los juguetes
y diversiones, la habian empleado en trabajos de todo género.
A la noche podian haber gozado de al~una distraccion, pero caian
rendidos por la fatiga, y as! mismo teruan que ayudar á la buena
madre en el cuidado nocturno de sus hermanos menores.
Como al lado de la casa vivia un sereno, varias noches, por asustar
á la familia, este, acompañado de otros colegas, se habia dejado caer
por los fondos para asustarlos y rGbar algo de paso.
Pero qué iban á robar en aquel refugio de la miseria?
Al principio, la señora se habia aterrado antes tales visitas.
Creyó que su secreto habia sido descubierto y que venian á buscar
á Salvadores.
Pero pronto concluyó por habituarse y comprender que aquellos
no eran más que sustos.
Una noche los serenos invadieron la casa, en momentos que ella
se hallaba en el patio con su hijo Nicéforo.
La señora no tuvo tiempo de encerrarse en las habitaciones como
lo habia hecho otras veces, y fué cruelmente maltratada.
Quiso Nicéforo acudir en defensa de la madre pero un lomazo de
sable sobre la espalda le hizo comprender que debía renunciar á toda
tentativa de defensa.
Los serenos entraron al comedor y se llevaron la comida destinada
á Salvadores, no teniendo más que llevar.
Porque todo 10 que representaba el valor más insignificante, habia
sido vendido para comer. .
Esa noche no pudo bajar al sótano hasta muy tarde, porque los
golpes la habian postrado.
. y como además de esto no tenia comida para llevar á su esposo,
fué preciso referir 10 que habia pasado.
-Este es un entretenimiento de malvados que no tienen nada mejor
que hacer, decia Salvadores.
Si me buscaran á mí ó tuvieran alguna sospecha, otra seria su con-
ducta.
y se convino en que antes de oscurecer, la señora cerraría todas
las puertas y no saldrían más á los patios.
Entónces la operacion de llevar y traer costuras fué hecha por la
mañ~~a, despues que José María regresaba de hacer sus compras y
provlslOnes.
De~amos sin narrar mil episodios curiosos de barrio y aventuras de
los Diñas, porque para esta sola leyenda, necesitaríamos un libro.
E~ ~ector puede bien calcular lo que aquella familia, numerosa ya,
sufnna entre el desprecio de propios y estraños, la miseria más es.
pantosa y las persecuciones de la autoridad.
48
. Cuando se mandó pintar de col.orado 1a~ puertas de hi" casas, pOr,
ejemplo, en lo de Salvadores habla apenas el dinero necesario para
curper.
La señora tuvo que vender media docena de si\1as, para comprar
la pintura necesaria, que habia subido á un l?recio fabuloso.
y ella misma, ayuuada de sus .tres hijos, pmtó el frente de su casa
como mejor pudo.
Si no, hubiera sido azotada como 10 fueron otras familias que no
quisieron ó no pudieron dar cumplimiento al decreto, porque veinte
y cuatro oras despues de ser publicado éste, no habia en Buenos Aires
una sola libra de pintura colorada.
-Pero esta dictadura será eterna? pensaba el desgraciado Salva-
dores. .
TLfldremos que esperar á que este bandido muera de viejo 6 tendré
que resignarme yo á morir primero en esta tumba?
Por fin llegó el memorable 3 de Febrero de 18521
y Buenos Aires pudo al fin respirar libremente, despues de veinte
años de esclavitud y de muerte. .
El tigre de Montie 1, como se llamó más tarde el General Urquiza,
habia vencido al tigre de Palermo. •
Omitimos aquí la descripcion de este gran dia, porque no es el sitio
que le corresponde en esta obra.
La ciudad presentaba un aspecto de alegria indescriptible.
A los primeros tiros y vivas de las fuerzas libertadoras que entra-
ron 8 la ciudad la Se'110ra de Salvadores salió á la puerta á imponerse
de la verdad de lo que sucedia.
A ella le pa~aba lo que á todas las familias unitarias.
No se atrevian á creer en la caida de la tiranía.
Pero no habia cómo dudar.
De todas partes se arrojaban á la calle las divisas, los retratos, y
todo lo que constituia una prenda de la federacion.
Se gritaba en plena calle ¡muera el tirano Rosas! y los trapos azu-
les y celestes, de todas formas y calidades, flameaban en todas las
azoteas y ventanas.
Era preciso creer en la caida de la tiranla, en la muerte de Rosa!',
pues solo asi b poblacion de Buenos Aires podia entregarse á se-
mejantes demostraciones.
La señora de Salvadores, media loca y sin saber lo que le pasaba,
mandó á sus hijos al centro á averiguar la verdad de lo sucedido.
y ellos, como los demás, rebosando en entusiasmo, volvieron gri-
tando i muera el tirano Rosas! muera la federacion I viva el ejército
libertador!
Ya no habia que dudar.
Salvadores estaba libre j ya podia respirar el aire puro de los pA-
tios y abrazar y conocer á sus hijos.
-Híjos mios! hijos de mi alma! gritaba en los patios y en el fondo
aquella santa madre.
Dentro de poco van A poder abrazar A su padre! él viene ahí, entre
10$ que han aplastado la tiranía.
_y los l1ill0S se figuraban ver entrar á la casa algtmos de aquellos
militares que habian visto en la calle, armados de luciente lanza y mon-
tando soberbios caballos
-Por fin ya no nos llamarán mAs los hijos del lechero y del vi-'
¡ilante, decian los jóvenes.
'l Tenemos un padre que nos hará resPE?tar d nosotros y á ti
ladre mi a, de los charlatanes y calurnmadores.
m~s:a,
Trémula de emocion y temblando como si fuera á cometer un de-
'to empezó á levantar, ayudada Jlor sus hijos, los ladrillos que cer-
!rab:m aquel sótano cuya éxistencla ninguno de ellos conociera.
, La seii.ora estaba doblemente conmovida, pues la caida de Rosas
¡iimportaba para ella la vida de su esposo y la justificacion pública
¡:de todas las infamias que de ella se habian dicho.
Salvadores sabia, porque lo sabia su señOl"a como todo el pueblo,
i:¡ue en aquellos dias debia tener lugar una batalla decisiva.
y e5'peraba por momentos que le traj~an noticias del resultado.
Así es que cuando sintió que abrian el sótano, de di a, y apercibió
i.a voz temblorosa de sU~'mujer, acompañada de otras más, no dudó
lilue la suerte de las armas habia sido favorable para la causa de la
Hibertad.
l' La señora, apenas abierto el sótano, no pudo contenerse y bajó de
\ID brinco prescindiendo de la pequeña escalera fabricada por Salva-
¡flores con duelas de barrica,
l· -Libre! libre! gritó colgándose á su cuello.
I! Ya puedes salir ahora porque Rosas ha caido. ..
11 El ejército libertador ocupa ya la ciudad.
¡l.-Libre! es clamó Salvadores, de una manera hambrienta, retroce-
ipiendo hasta la pared del sótano,
i' Conque al fin puedo ver la luz del dia, respirar aire puro y mirar
i ~ mis hijos!
~! Y la emocion que esperimentaba ahogó su palabra, necesitando apo-
"¡-arse en su esposa para no C3.6r, pues lo habia acometido un vahído,
,: Cuando volvió en sí, hasta el sótano llegaba el rumor de la alga-
'~ara popular y los gritos contra el tirano Rosas .
. : -Si, muera Rosas! gritó tambien, y se avalanzó á la escalera, que
lalvó valiéndose de los piés y de las manos.
: Apenas est~lvo en el cuarto, cuya puerta al pátio estaba comple-
. lamente abierta, Salvadores se detuvo y llevó la mano á los ójos lan-
rando un grito de dolor.
El ojo, habituado durante doce años á vivir á la luz de la vela de
iebo, r.o habia podido resistir la luz del dia.
i' Mucho tiem¡>o estuvo así, sin poder abrir los ojos.
0
1 Fué necesarlO cerrar las puertas, é ir graq.ualmente haciendo la luz,
:.asta que el ojo pudo recibirla sin mayor mortificacion.
i La señora abrazaba á Salvadores pródigándole mil caricias.
, -Este es vuestro padre, hijos mios, decía á los niños, que llenaban
l~l cuarto, dominados por un franco espanto. .
t Este es vuestro padre, vengan á abrazarlo y á pedirle la bendicion,
flue harto ha sufrido.
P~ro cu~do Salvadores. tendía los brazos hácia ellos, todos retro-
I red,an, poméndose en actitud de disparar.
': -: Será nuestro padre, desde que tú lo acaricias así, decia José
'llana, pero nosotros no lo conocemos.
¡ Déjanos por lo ménos acostumbramos á mirarlo.
y se comprendia claramente la resistencia que habia en los nmos,
creer lo que la madre les decia. .
Es que. Salvado~es tenia una catadura patibularia, que á los niños
'S parecla m~s bien I.a ~e' ~ ladro~ q.ue la de su padre.'
Como la senora habla Ido VIe1ldo dianamente aquella trasformacion
I El puñal del ttrano. ., 4
50
tan completa, se habia habituado insensiblemente y no le llamaba
la atenClOn.
Pero no sucedía lo ?l.ismo con los niños, que veían por primera
vez aquella estampa SIniestra.
y mientras los más grandes retrocedian huyendo de su contacto
los más pequeños echaban á. llorar de miedo. '
Salvadores tenia entúllces una barba espesa y algo canosa que
llerraba más abajo de su cintura. '
13arba descuidada absolutamente y poco peinada, tenia un aspecto
súdo y descolorido, que hablaba muy poco en favor de su dueño.
Sus bigotes habian crecido en relacion á la barba.
Eran dos larguísimos bigotes enroscados al rededor de las orejas,
do'nde se los acomodaba para que no le estorbaran.
Su pelo caia tambien hasta la cintura, cubriendo su espalda como
un manto gris súcio, pues el cabello acusaba tanto descuido como
la barba.
En ~quella fi~onomia. encerrada en. tan. espeso ~arco de pelo,
apareclan dos oJos hundidos entre las órbItas, dos oJos sin brillo y
puede decirse sin vida.
l)os ojos enfermizos que inspiraban más desconfianza que otra cosa.
Unase á. esto dos pómulos agudos y fuertemente salientes, un color
cadavérico y unos lábios lívLIOS y estenuados y tendremos el con-
junto de aquell.a fisonomía de presidiario.
Los piés de Sah"adores estaban monstruosamente hinchados por la
humedad y la falta de movimiento.
El mismo no se esplicaba cómo habia podido llegar hasta á.llí.
El complemento de aquella individualidad tan poco atrayente, era
un trage ql,le, aunque se veia cuidadosamente cosido y remendado,
por otro lado dejaba ver la carne amarillenta de su dueño.
¿ Cómo iban á acercarse los nÍi'los á semejante tipo?
En vano la sellora lo colmaba de caricias para inspirarles confianza
y les rogaba que se acercasen, asegurándoles que era su padre.
Ellos retrocedian siempre y siempre se negaban á obedecer.
- Ese no es nuestro padre, decia Nicéforo que era el más travieso,
como que apenas tenia quince años.
Ese no puede ser nuestro padre, porque es demasiado rotoso y
tiene mala cara.
- y se aproximaba á la puerta para asegurar su retirada, creyendo
que aquello pudi.::ra cm.tarle un Vuntapié.
y el desgraciado Salvadores sonreia bondadosamente, compren-
diendo que aquello era 10 natural y que bien pronto habría vencido
toda repugnancia.
Apoyado en su señera y en su hija, porque no podía caminar,
Salvadores fué á. la sala, para participar por las ventanas del rego-
cijo de la ciudad.
y allí fueron llamados los niños para escuchar de boca del mismo
padre, la historia de aquellos doce años terribles.
La ninl!lma educacion que habian recibido los niños, les hacia
escuchar ~quella terrible narracion, con aires de la mas completa
chacota.
El corazon nada les decía, y no se hallaban dispuestos , creer ni
aquella fábula, ni que aquel era su padre.
- Mire, amigo, :le dijo Tomás, apenas concluyó.
Usted podrá decir lo que quiera, pero usted no es mi tatL
51
11ft tata esti en Monte\;deo, y no hay que qUl"rer ocupar ~ lugar,
.aunaue mamá lo acaricie para que creamos cuanto se ha dIcho.
C¿nque abur, que nos vamos á divertir.
y todos tres se fueron á la calle, dejando á los esposos entr.egados
a di\'ersos pensamientos. . . ._ .
Para la seúora, aquella resIstencIa de los Dll10S er.a. tem?le.
Los creia capaces hasta de abandonar el hogar, SI mSlsha en ha-
cerlo reconocer en su carácter de padre.
- Pero si es natural, pobrecitos! le decia Salvadores.
Si mi facha debe ser la de un criminal!
Cómo quiéres que así de golpe y zumbido me acepten como
pl-dre?
Ellos saben cómo se llama su padre; cuando yo me dé á conecer,
10 que algun trabaio ha de costar, y vean que todos me dan mi
nombre, verás como creerán nuestra triste historia y me cobrarán el
cariño que hoy no pueden tenerme.
Aquel dia la casa fUt un des0rden.
La gente que pasaba por las ventanas miraba á aquel desconocido
de tan sin;estro aspecto, sin darse cuenta de quién podia ser.
Tal vez fuera alguno de los oficiales ó soldados del ejército que
conocia ó no conocia á la familia, pues á la seilora de Sah'adores la
creían capaz de todo, tal era la fama que habia adquirido.
Aquel dia no se hizo de comer.
Entregada la sefiora al completo gozo de ten&r su marido al lado,
ni se habia sIquiera acordado de ofrecerle alguna cosa. .
Por otra parte, ni el cocinero, ni el mucamo, ni el lavandero, ha-
bian vuelto de su paseo, y no habia quien hiciera de comer.
Pero como ya las circunstancias habian cambiado, doiJa Pepa
enyió á bascar una morena de la vecindad, que otras veces se le
habia ofrecido, y á quien no habia ocupado, siempre por mejor guar-
dar su secreto.
y la mandó llamar con aquel primer hijo que motivó la primer
.::ahunnia, diciéndole que era el seúor Salvadores quien la llamaba.
L~ moren~ vino en. el. acto, contenta porque con la venida del
mando cesanan las mlsenas de la señora.
. Era una ~e aquellas antiguas y lealt;s morenas, cuyo cariño está
~Iempre arrIba de toda habladuria.
Cuando .la morena ~ntró á' la. sala y vió á aquel hombre, retrocedió
como hablan retrocedIdo los nUlOS.
- Es Salvadores, Mauricia, dijo la señora, - qué! no lo conoces?
- No, señora, pero cuando su merced lo dice debe ser así.
Mauricia fu~ llevada al cuarto del sótano, donde la señora la hizo
bajar.
-Aqui, le dijo, ha pasado desde el año cuarenta, en que creyeron
~e habla ido á Montevideo.
S~lo yo conocía el secreto y nunca lo hubiera revelado .
.'Y el estado del sótano corroboraba perfectamente lo que habia
dicho la seilora.
-Dios bendito! esclamó la buena morena, qué dirán ahora los que
tanto han hablado de su merced!
Por eSO es que en vano espiaban: no podían dar con el hombre
-que decian vivla aquí.
y cómo habian de dar si estaba tan bien guarda~o?
Animas benditas!
52
Qué va á decir ahora su familia, que tan mal ha tratado Ii su
merced?
y la morena volvió á la sala, ya convencida de que realmente
aquel era Salvadores.
Poco á poco lo fué reconociendo, hasta que esclamó:
- Pero como no ha de estar desconodo con semejante encierro!
Dios lo conserve, al amo!
Pepa habia entrado en todos esos detalles porque sabia que la
morena, apenas saliera de allí, habia de referir la historia á cuantos
se le quisieran oir. .
y así llegaria á oidos de su familia, que quedaria confundida y sin
sab~ qué hacer. .
La morena Mauricia hizo la comida, y todos se sentaron á comer
cuidadosos con la tardanza de los tres niilos.
Quién sabe si en el barullo de la soldadesca no les habia sucedido
una desgracia?
Por fin entraron los tres, agitados y cansados.
Venian de Palermo, ocupado ya por las tropas de Urquiza, donde
todo 10 habian curioseado v averiguado.
Aunque miraron á Salvadores con menos miedo, no por eso lo mi-
raron con menos aversion.
Venian de Palermo de ver caras patibularias y ya la dI! su padre
no les llamaba la atencion.
Despues que refirieron largamente, mientras comian, todo cuanto
habian visto, ia señora insistió en hacerles reconocer i su padre, pero
se hallaban tan poco dispuestos á ello como antes de ~alir.
- Basta de jaranas, señora, dijo José Maria, por ahora yo no re-
conozco á eSe hombre como mi padre.
:Mas adelante, cuando me convenza de ello, seré el primero en
atacarlo.
La morena Mauricia, conocida de todos los niños, vino en apoyo
de la seli.ora, corroborando lo que ella decia, pero fué inútil.
- Que va á ser tata! decia Nicéforo - tiene la misma cara de todos
esos hombres que hemos visto en Palermo.
y Salvadores no podia dejar de reir ante aquella actitud de sus
hijos, al mismo tiempo que sen tia una íntima amargura al ver que el
corazon nada les d e c i a . · •
Despues de comer, Salvadores y su esposa volvieron á la sala.
La ciudad ofrecia un aspecto tan alegre y entusiasta, que no se
podia prescindir de tomar parte en el regocijo de todos.
Los tres mocitos, José Maria, Tomás y Nicéforo, quedaron en el
comedor, deliberando lo que debian de hacer con aquel padre que
les habia llovido del cielo cuando menos 10' esperaban.
- Ese no es tata, volvia á decir Nicéforo.
Aunque mamita le hace cariños para que tengamos mas confianza,
yo creo que ese no es tata.
- y cómo si ha estado siempre en el sótano no lo habíamos de
haber sospechado nosotros!
Es imposible que no hubiera salido cualqui~ dia y sobre todo, á
tí que eres el mayor, no te habian de haber ocultado el secreto.
- Eso es claro, agregaba José Maria, lo que es nuestro padre. no
es, yo lo puedo jurar, porque no soy tan tonto que se me hublera
escapado su estado aquí durante doce años. . .
Ahora, si nos prueban que es él, nuestros tlOS, por ejemplo, yo no
diré que nó, pero antes, ni á palos.
63
- Claro, concluyeron los demás. ,
_ y digo yo, preguntó Tomás, no pensarA irse esta noche?
Parece que tiene el aire de instalarse en la casa, yeso no se le
puede permitir.
_ No, lo que es eso nó, respondió.José Maria. Si á las once no se
ha ido es preciso preguntarle qué pIensa hacer.
- ..¡o creo que lo que debemos hacer, concluyó Nicéforo, es sa-
carlo á palos si no quiere irse por las buenas.
y tal vez mama se enoje, pero qué le hemos de hacer!
Nosotros no podemos'consentir que semejante tipo pase aquí la
noche.
- Por supuesto!
- Por supuesto! ..
A~uí los tres decidieron intimar á Salvadores que se mandara mu-
dar o á eso de las diez de la noche, sacarlo á palos.
- Es bueno que sepa que, aunque muchachos, habia dicho José
?tIaria, somos capaces de hacer respetar la casa.
Ageno á lo que sus hijos traI?aban c~mtra él, Salvadores charlaba
alegremente con su señora, hacIendo mil proyectos para hacer cesar
aqudla miseria espantosa.
- Ahora los unitarios estamos triunfantes, le decia, y nos va á
sobrar el trabajo.
La señora por su parte lo escuchaba estasiada y arrobada por la
felicidad suprema de ver terminadas todas sus desdichas.
- Ya no tenemos nada que temer, gracias al cielo, respondia.
Ahora podrás ocuparte de la educacion de nuestros pobres hijos,
que tanto la necesitan, entregándote al descanso qfte te hará recu-
perar la salud perdida.
- Mi primer descanso está en el espíritu, y para lograrlo necesito
hacer cesar esta miseria que me hiela el alma y que tú me habias
ocultado.
Estaban entregados á esta conversacion, interrumpida por las mu-
chas músicas que pasaban, cuando los tres jóvenes ap¡recieron en
la sala de una manera gracia sí sima para el padre, y alarmante para
la señora.
José Maria venia armado de un gran garrote de durazno, recien
cortado de los árboles del fondo, Tomás tenia una pata de un si1lon
de caoba, y Nicéforo, que como el más jóven era el más entonado,
se habia venido COD el cuchillo mocho de la cocina.
Los tres se pararon' delante de Salvadores, á unos seis ú ocho
pasos de distancia.
Este soltó una carcaJ$da llena de carii'lo, comprendiendo lo que
a.q1:lello significaba, y. 8Dlpezó á mirarlos mansamente, mientras aca-
Tlclaba su larga barba.
Al revés de 10 que Salvadores pensaba, fué Nicéforo, el que, con
una gracia infinita tomó la palabra.
- Oiga, amigo barbudo, dijo el. chiquilin con gracia infinita: es
preciso que usted se largue con los pelos á otra parte, porque ya es
hora de cerrar la puerta y usted no 'puede quedarse á dormir aquí,
porque esto no es fonda.
- Hijo de mi alma! es tu padre y el dueño de la casa! es clamó
aterrada la señora.
- Déjalos, dijo Salvadores; me están dando un placer inmenso.
-Usted se dará un placer inmenso, dijo Tomás blandiendo su
54
rnacanita de silla, pero lo que es nosotros, si no se larga de aqul
le vamos á dar una paliza mas inmensa todavia. '
A volar, pues, so roñoso, que vamos á cerrar la puerta.
Salv~uores ~eia pl~centeramente y se ~eguia a<;:ariciando su barba.
0- Mire, anugo, diJO entónces José Mana blandiendo su garrote de
durazno.
No crea que por que somos muchachos nos va á asustar.
Mándase mudar de una vez porque le vamos á reventar la crisma
de una paliza.
Los muchachos estaban dispuestos á hacer lo que decian, á juzgar
por su ademan resuelto.
Er,. pues, preciso conjurar aquel cataclismo-.
La sei'Iora, á pesar de Salvadores, se lanz.ó sobre sus hijos, dando
un pescozon á Nicéforo y ordenando á los demás que se fueran á
acostar mientras Salvadores se guia riendo como si le hicieran cos-
quillas.
Pera José Maria se rebeló por primera vez contra el poder de la
madre y dijo:
-Usted no puede obligarnos á consentir en que un hombre ex-
trai'lo duerma en nuestra casa.
Basta con todo lo que se habla, madre mia!
-Pero hijos mios, si es su padre, gritaba la señora afligidísima,
temienuo que sus hijos realizáran la amenaza.
-No seiior! fuera el peludo!
-Fuera el peludo! dijeron los otros dos.
-Conque, á ver amigo, ó á la calle, ó le rompemos el alma!
y luchando con la madre, arremetieron á garrotazo limpio sobre
Salvadores.
Este, riendo siempre de la gracia de los muchachos, tuvo que po-
nerse de pié y retroceder.
y como sus hijos avanzaban empezó á obstruirles el paso tomando
las sillas y arrojándoselas por delante.
Por fin, para verse libre del l?eligro de recibir algun garrotazo, ar-
rojó por delante una mesa, y pidió la palabra.
-Un momento, chiquilines, dijo sin dejar de reir.
He dicho que soy el padre de ustedes, y se lo voy á probar en
un momento.
Mercedes, dame dinero.
La sei'lora entregó á Salvadores unos noventa pesos, que era todo
el dinero que poseian.
-?llatlana, yo les probaré lo que les digo, con el testimonio de
sus mismos tíos porque ahora es tarde para andar en estas bromas.
Por el momento, tomen para que festeje mi libertad.
Tú, Nicéforo, toma estos veinte pesos por ser el mas zafao.
Ustedes repártanse estos cincuenta, por ser mas mozos.
Mañana bien temprano yo les probaré lo que les digo.
Qué les pare<:~? . . .
-Caramba, dIJO Nlcéforo á sus hermanos, nurando los vemte gra-
naderos que le habian tocado.
. Cuando así de golpe y zumbido nos da tanta plata, debe ser nues-
tro tata, caramba!
Esperémonos hasta ma!'iana.
-Sí, agregó Tomás, si no fuera tata no nos daria tanto, porque
solo los padres dan plata.
55
-Bueno amigo, concluyó José Maria, eSpeTlImOS hasta ma'-lana.
Pero si m:ti'lana no queda probarlo que es usted nuestro padre, le
compemos el alma,. téngalo por seguro.
y se metió debajO del brazo su gran garrote de durazno.
Así quedó conjurada por el moment? aquel!a torm~nta.
A la edad de 19 alios, entónces, habla más mocenCla y ménos ma-
licia que hoy á los diez. .
No es estrai'lo pues, que .aquel reparto de dmero .fue~a una prueba
fehaciente, para aquellos n~i'los desventurados, que Jamas hablan re-
-cibido un centavo en propIedad.
Pero las \'oces y el ruido de las sillas que hacia rodar Salvadores,
habian atraido muchos vecinos y gente que pasaba, entre la que
habia much"s amigos de la familia.
Creyendo que se trataba de alguna .lucha, segun lo daban á en.t~nder
las voces de la sei'lora, muchos hablan entrado á ofrecer auxIlio.
y al ver á Sal\'adores, con aquella estampa de facineroso, no solo
se habian confirmado en la creencia, sinó que habian avanzado hácia
él de una manera resuelta.
Pensaron que seria algun soldado de los de Urquiza, que al ver
aquella' familia desamparada, habia entrado á robar.
-Qué hace usted aquí, bribon? le habia preguntado un señor
Garcia, antiguo amigo de Salvadores, y que se habia retirado de la
casa, con su familia, cuando se produjo la calumnia que hemos na-
rrado.
-Cómo que hago aquí? contestó Salvadores sonriendo.
Lo que hace en su casa cualquier individuo de este mundo.
Estaba jugando con mis hijos.
-Es' un borracho, señora, dijo otro de los que habian entrado,
tambien amigo de la casa.
No tenga cuidado que ya vamos á hacerlo salir.
-A ver amigo, añadió tomando de un brazo á Salvadores.
Retírese en paz y gracia de Dios, sino quiere salir de una manera
violenta. .
Salvadores se puso á reir alegremente, é hizo á su esposa una
señal imperceptible _para que guardara silencio.
-Pobre, añadió Garcia, tal vez sea algun loco.
Mir~, .amigo, retíres~ porque usted no puede quedar aquí.
Esta mcomodando a la señora. .
Los niños apenas habian recibido el dinero, se habian ido, de modo
que no estaban allí más que los esposos y los que habían entrado.
-He dicho á usted, amigo Garcia, que estoy en mi casa, añadió
Salvadores, siempre sonriente.
No comprendo, pues, el derecho con que ustedes me mandan salir
á la calle.
. García quedó atónito al verse llamar tan familiarmente por aquel
tipo, y tanto él como los demás estaban asombrwlos del silencio con
que la ~eñora aceptaba aquella audaz afirmaciotf.l'
~staria acaso em?a!gada por el espanto, ó aquel hombre estaria
allí con su consentimiento?
. ~ara salir pronto de aquella situacion, Garcia se dirijió á la señora
d lCléndole:
1 -Es cierto lo que dice este hombre, doña Pepa? quiere usted que
o hagamos salir de aquí?
Indudablemente cuando nosotros hemos entrado habia aquí una
lucha entre ustedes y este hombre.
56
--:-Lo que él ha dicho es la tm\s pura verdad, replicó sonriente la
señora, mirando á Garcia y demás personas presentes.
Está en su casa y no habia tal lucha, sinó que se entretenía en
jugar con sus hijos.
-Perdon, entónces, mi señora, esclamó Garcia desconcertado com-
pletamente.
y deseando desahogar la rábia que le habia causado el chasco
agregó de una manera hiriente, como si deseara vengarse: '
-Tenia entendido que el dueño de esta casa y el padre de estos
niños era José Maria Salvadores, pero veo que me he equivocado.
y se puso el sombrero que se habia quitado al entrar en señal
del ~.ás profundo desprecio. . '
-¿ y quién le dice que usted se ha equivocado? preguntó Salva-
dores sonriendo siempre.
El padre de estos nii'los, de todos ellos, y marcó estas palabras,
como el duei'lo de la casa es efectivamente José Maria Salvadores.
-Entendamos de una vez, replicó Garcia amostazado, y no lleve-
mos al último estremo esta cínica farsa.
Si usted se proclama dueño de la casa, no lo es Salvadores, y si
lo es Sal \"adores, usted no es más que un intruso y esta señora una
farsante, por no decir otra cosa.
Es verdad que su conducta durante estos últimos años no dejaba
esperar otra cosa, pero por lo ménos debia respetar el recuerdo y el
nombre de su esposo.
Buenas noches, señores.
Las personas que estaban con Garcia y otros que habian entrado
des pues, pues la escena pasaba á ventanas abierta, no sabian qué
hacer ni qué partido tomar.
Aquello era ve~daderamente una comedia, pero una comedia que
tenia olor á risueño desenlace.
-Un momento, un momento, habia dicho Salvadores deteniendo
á Garcia. .
Comprendo que en doce años de encierro en un sótano, cambie
el físico hasta el punto de ser totalmente desconocido.
Pero la voz, el ,acento y la mirada misma no cambian hasta ese
estremo!
Amigo Garcia! está ustedhablándo con José Maria Salvadores,
para cuyo nombre acaba de pedir respeto, y ofendiendo á la más
pura y virtuosa de todas las mujeres. .
Basta por Dios de infamias y calumnias; mi esposa no ha deJado
de ser nunca la mujer honesta que todos han conocido, antes de la
muerte de mis amigos y de mi sal,*cion milagrosa.
Garcia habia abIerto desmesuradamente los ojos sin atraverse á
creer lo que oia.
Cómo era posible ae aquel hombre fuera Salva~ores? . .
A!lí estaba su esp.,a radiante de ale~ría, colm~ndolo de canctas:
Pero aquello podia ser tambien una farsa admIrablemente combI-
nada.
. Sin embargo, el lenguaje y las maneras distinguidas de aquel
hombre, estaban reñidas con su catadura funesta.
Como penetrar la verdad de aquello? . . .
-De una manera muy fácil, dijó Salvadores, como SI les hubIera adi-
vinado el pensarr; ~nto.
Tomen ustedes -nto y yo les voy á poner en conocimiento de
lo sucedido.
57
Es una historia larga y triste, pero yo omitiré todo aquello que
<:arezca de interés para ustedes y no tienda á identificar mi persona.
Cada vez mas asombrados, Garcia y los que pudieron, tomaron
asiento.
Los demás se prepararon de la manera más cómoda á escuchar
.aquella historia que prometia ser interesantísima.
Con un lenguaje sencillo y conmovedor, Salvadores refirió la
matanza del 3 de Mayo y la .manera cóm? habia .escapado herido.
Narró tristemente la hlstona de su ternble enCIerro en el sótano,
durante doce años, con todas las amarguras y sinsabores que hábia
tenido que apurar, la infamia lanzada sobre su familia y la abnega-
<:ion suprema de su esposa.
y conclu1ó por refirir e orijen y causa de la lucha que los habia
.atraido allí.
A medida que Salvadores hablaba, García lo habia ido recoDo-
<:iendo poco á poco.
Su modo, el timbre de su voz, su gesticulacion, todo en fin, le
babia puesto por delante, al travéz de aquella gran barqa y de aque-
lla fisonomia demacrada, á su antiguo amigo y compañero que creian
muerto.
As! es que cuando este concluyó de hablar, se leyantó y lo abrazó
-estrechamente.
-Sí, te conozco, te conozco, amigo desventurado, le dijo.
El dolor y el encierro ten han desfigurado terriblemente, fero tu
espíritu hidalgo te hace reconoce~ á pesar de la mudanza de físico.
-Ahora, continuó Salvadores, despues de devolver todas las feli-
<:itaciones que le dirigian, solo me resta probar lo dicho.
Voy á llevarlos á ver el sótano que he habitado durante doce años,
desde aquella fatal noche del 3 de Mayo hasta hace unas pocas
horas.
-Como prueba, lo rechazo, se apresuró á decir Garcia.
Lo admito solamente como una visita curiosa, para ver de qué
manera esta santa señora ha podido ocultar su secreto hasta de sus
mismos hijos. .
Todos fueron á visitar el sótano.
Alli habia todavia una buena cantidad de costuras,' pues la señora
sacaba costuras de muchas casas, y el resto de la comida que le
llevara su ~sposa la noche anterior.
Era tal la pesantez de la atmósfera 9,ue allí habia, á pesar de que
el sótano estaba abierto desde que saltó Salvadores, que todos se
a~ombraron de que un sér humano hubiera podi~ vivir allí doce
.anos. a
. Los pulmones se fatigaban á "los cinco minutos de estar allí, ha-
<:lendo temer una asfixia inmediata. .,
Es q~e Salvadores se habia habituado poco á poco á respirar
aquel arre, ~omo los que se habituan á tomar una fuerte dósis de
'Veneno, hablend? empezado por tomar un centígramo.
La permanenCIa de Salvadores allí quedaba constatada, y destruida
por completo la infamia que las apariencias habían hecho caer sobre
la desventurada señora. _ I

No se sabia qué admirar más, si la resistencia de Salve dores á


tanta desventura y tan largo encierro, ó la abnegacion sublime de
~,\uella señora, que todo lo habia arrostrarlo y sufrido hasta lo mas
ro ama~te, antes que revelar el secreto que comprometia la vida de
5U mando.


58
Aquella nO,che fué una especie de fiesta para la familia al estremo
de gue los ,nuios se lavantar(~n. de sus camas y vinieron á tomar parte
en la alegna de todos, conn1Ul:ndose por fin, qUe aquel era real-
mente su padre,
Muchos se habian reti~ado á repetir la historia que escucharan
pero la mayor parte hablan quedaJo con Garcia, 'á oir los detalle~
intimos que seguia dando Salvadores.
-Perd«?ne!lme, mis amigos, habia dicho éste, pero nada hay aquí
con que mVltarlos.
Esta es toda nuestra riqueza, añadia mostrando los veinte pesos
que le habian quedado.
Poco importa, habia respondido Garcia, pues nosotros pagamos
gustíioS el festejo de tal acvntecimiento. '. .
y él Y muchos otros habían salido, volviendo al poco rato carga-
dos de masas y de algunas botellas de buen vino.
La pobre señora estaba radiante de felicidad.
Parecia haber rejuvenecido aquellos, doce años maldecidos.
Por fin podia levantar su frente pura ante los mismos que la ha-
bian escarnecido y despreciado.
Por fin podria salir del brazo de su marido, á tomar cuenta de
aquel desprecio inmotivado.
- y nosotros hubiéramos sido felices, decia, todo lo felices que se
puede ser en tal situacion, si nuestras familias me hubieran creído
y no nos hubieran retirado su apoyo.
Pero sin mas recursos quel el de nuestras costuras, cuando estas
escasearon por la quiebra de don Simon Pereira, muchas veces tuvi-
mos que dejar de comer nosotros, para que comieran nuestros hijos!
Felizmente Dios ha oído mis súplicas y Salvadores no ha enfer-
mado en tan largo tiempo. .
Cómo II!e habria yo decidido á llamar un médico, poniéndolo en
el secreto que tanto importaba guardar!
Puedo asegurar que este temor ha sido el que me ha hecho der-
ramar más lágrimas.
La concurrencia á 10 de Salvadores se habia ido renovando toda
la noche.
La negra Mauricia por una parte, y los que habian escuchado la
tocante historia por otra, la habian referido en el seno de otras fa-
milias y á los grupos de amigos que encontraban en la calle.
y todos habian querido ver á Salvadores en su terrible aspecto y
oír de sus lábios algunos detalles .de aquella verdade,a leyenda.
Asi es que la concurrencia habia ido aumentando progresivamente,
al estremo de que á la mañana siguiente estaba la casa materialmente
llena de amigos y desconocidos que lban á felicitarlo y á cumpli-
menta¡ á la señora por su noble conducta. .
Al dia siguiente muy de madrugada, la familia de Salvadores des-
pertó con aquella novedad que corria ya de boca en boca.
Salvadores habia estado doce alios escondido en un s,\tano de su casa.
Inmediatamente se vistieron todos y se fueron á buscar á la fa-
milia de Pepa, que ya sabia la noticia y se preparaba á salir.
-Pero qué le parece, pobre Pepa! decian todJs .
. Con <lué le compensamos toi.os el abandono en que la hemos te-
nido, pnvándola de los recursos más necesarios, porque creíamos que
tenia quien la atendiera?
y las mujeres lloraban amargamente, miéntras el más cruel remor-
dimiento roia el coruon de los hombres.
59
Todos habian ere ido que Pepa no tenia servicio, no porque no pu-
diera pagarlo, sinó. por entr~gar~e más libre~el1te ~ su vida licenci?~a,
y ;::.hora comprendan las mIsenas que habna ~ufndo aquella fanllha.
Todos fueron juntos á la casa que no pisaban desde hacia diez
.años v entraron llenos del m:.\s agudo remordimiento.
Ni~guno de ellos pudo mirar sin conmoverse hasta las lágrimas el
cambio miserable de Salvadores.
~i él ni su esposa les hicieron la menor recriminacion.
Los recibieron con los brazos abietos, respondiendo á sus disculpas
con estas senci!las palabras:
-Es natural, todas, todas las apariencias estaban en mi contra y
me condenaban.
Yo no podia justificarme y ustedes tenían razon en dudar.
Pero todo queda olvidado, pues que en adelante, gracias al buen
Dios, n:l.da tenemos que temer, y el daño recibido en mi reputacion
-queda remediado.
La familia se habia entregado á la inmensa felicidad de ver vivo
á S.llvadores, á quien creyeron muerto, y en saber que Pepa era mas
-<ligna que nunca del aprecio que le habian retirado.
Ellos tomaron á su cargo el preparar una comida opípara para
festejar el acontecimiento y pasar el día entregados al íntimo goce
.;!e la familia.
Los esposos Salvadores no habian dormido la noche anterior y era
I,reciso que descansaran.
No solo el desvelo, sino las emociones sufridas los habían rendido
completamente.
y como nadie reparara en esto, distraidos con el bullicio y la con-
versacion, fué necesario que Salvadores lo hiciera presente.
-Perdonen, dijo; pero necesitamos un poco de reposo, porque
aún no hemos dormido y las emociones recibidas, una en pos de otra,
nos han vencido, como no nos habían vencido la fatiga y los pesares.
VamGs, pues, á descansar un poco, sin que esto sea despedir á nadie.
Nuestra familia queda haciendo los honores de la casa.
Todos reprobaron á Salvadores su falta de franqueza, instándolo
para que se fueran pronto á dormir.
- Ya los despertaremos á la hora de comer! dijeron.
Antes de recojerse, Salvadores n~uni6 á sus hijos en el fondo.
La qljnta estaba hermosa, los árboles cargados de fruta y las pa-
nas cubiertas de tentadores racimos.
Hacia doce años que los niños deseaban fruta, pues por muy abun-
dante que hubiera sido, siempre habian estado á raclOn, por órden
del mismo Salvadores, para qUe! les durara.
-Hijos mios, les dijo, la miseria en que hemos vivido llegó ya á
su término, gracias á Dios.
Ya no tenemos que hacer economías sobre el miserable pedazo de
pan y el pW1ado de frutas.
Toda esa fruta, como todo lo que hay en la casa, es de ustedes
y pueden hacer de ello lo que mejor les parezca.
Suban á los árboles y coman cuanta fruta quieran, rompan y des-
troz~n, si se les ocurre hasta echar abajo todas los árboles, que de-
·masJadas privaciones han sufrido.
No tebKan reparo, hijos mios, su padre que tanto los ama, les ase-
.gura que todo es de ustedes y para ustedes.
Hasta luego ,mis queridos.
60
y despues de prodigarles sus mas sentidas caricias se retiró é.
dormir.
Los niños no sabian lo que les pasaba!
Les p~recia mentira que ell,?s fuera!l dueños de toda aquella fruta
que hablan deseado hasta el dla antenor y qu ~ no se habian atrevido
á tocar, porque profesaban á la madre un respeto sin limites y ella
se los habia prohibido.
. Así es que no bien Salvadores habia andado diez pasos cuando
todos se habian trepado á .l~s árboles, con una agilidad insospechable,
y empezado ! comer v.::rtlglnosamente.
-Ahora si que yo juro que es tata! gritaba Nicéforo desde un
damasco, con la boca llena. '
Ah.:fta sí que no se puede dudar que es tata, aunque nadie nos
hubiera dicho nada.
y casi le hemos roto el alma á palos! qué bárbaros!
-Qué bárbaros, repitieron Tomás y José Maria que se habian tre-
pado al zarzo de la parra.
Pero qué culpa teníamos nosotros? porque no nos dijeron que es-
taba en el sótano?
Los jóvenes no abandonaron los arboles y las parras, hasta que
materialmente no les cupo en el estómago una sola uva más.
Entónces se bajaron y empezaron a jugar á la rayuela con los
damascos y pelones, y á tirarse unos á otros con los racimos de uva.
Era el primer dia en su vida que aquellos nÍlios desventurados se
entregaban á un recreo franco, sm límites y sin tener que pensar en
el rudo trabajo de la casa.
Aquel atracon de fruta les produjo una descomposicion de todos
los diablos.
Al recordarla Nicéforo Salvadores, cuando nos daba estos datos
hace dias, nos decía:
-Caramba! dolores de barriga como aquellos, creo que nadie los
habrá tenido!
A mi me hacian dar diente con diente.
Así el que crea que hemos exagerado en la narracion de esta
historia, puede preguntarlo á él, que nos ha proporcionado los datos
mas interesantes, desde la época que él recuerda.
La familia siguió recibiendo las numerosas visitas que llenaron la
casa durante aquel dia.
Ya estaban fatigados de referir la misma historia y mostrar el só-
tano salvador.
Los esposos durmieron hasta la tarde, en que fueron recordados
para comer.
La familia, deseando remediar en lo posible el mal que habia cau-
sado, dejándose llevar de apariencias engañosas, cuidó de que al des-
pertar tuviera Salvadores cuanto necesitaba.
Le habian preparado un baño á un temple agradable y la ropa ne-
cesaria para que se mudara completamente'.
Cuánto lo agradeció el pobre!
Limpio, fresco y recien mudado, á pesar de su cabello, de su barba
y <le su demacracion cadavérica, había cambiado de aspecto, per-
diendo todo el aspecto de presidario.
Con qué placer se sentó á la mesa, despues de doce años, rodeado
de su famiha y sus hijos!
-Caramba! decia á cada momento-yo voy á tomar una indigestioD
espantosa.
.. 61
Esta comida es demasiado para nosotros ¿!lo es. verdad, Pep~?
Acostumbrados no Y3: al puchero, que hubIer~ sIdo un lUJo, S1l:1O á
un simple her"ido, contieso que como estos manjares con gran mIedo
de que me hagan mal. . .
y todos reian echando aquello á graceJo, para dIstraer la pena que
tales bromas les causaba. . . .
Aquella comida fué memorable por su ~ordla1tdad y alegna.
Habiéndose sentado á la mesa á las seIS de la tarde, no se levan-
taron hasta las cuatro de la mañana. ... .
Es que las '1l'isitas que no cesaban de Ilegal' hablan sIdo rec1bldalS
en el .comedor, don¡;le habian permanecido todas hasta que se retiró
·la última.
Sah-adores permaneció como una semana sin salir á la calle.
Habia necesitado hacerse cortar el cabello y la barba y esperar á.
que 5ie le deshincharan los piés.
En SOíO ocho dias de felicidad y descanso del espíritu, Salvadores
habia recobrado su antiguo aspecto.
Parecia mas jóven y habia empezado á engrosar.

~~~ .
No podia dedicarse aún al trabajo, pero no le faltaron ya recursos

Se habia vuelto á recibir de sus bienes v quedaba en las mismas


condiciones que antes de entrar al sótano, más, su completa libertad
de acciono
Todo en su casa era alegria, bullicio y felicidad.
Empezaban á olvidar algo las amarguras pasadas .....
Poco tiempo duró esta felicidad apacible, aunque ella fué interrum-
pida por contratiempos mas pasables, y por una corta época.
El memorable sitio del 52 habia yenido á. dar el grito de guerra,
y la Guardia Nacional de Buenos Aires, siempre entusiasta, siempre
braya, siempre abnegada, acudió á los cuarteles y cantones, con un
entusiasmo análogo al que le vimos desplegar el a110 80 en el Puente
Alsina y la meseta de Lagos.
y Salvadores padre y Sah'adores hijos, corrrieron á formar en sus
filas, ofreciendo el contingente de su sangre á la provincia madre.
y la Guardia Nacional de Buenos Aires, c0ucluyó de dar cima, con
brazo de Hércules, al moyimiento regenerador que habia: de cimentar
los principios y derechos perdidos hoynue\'amente.
No es este el sitio para describir aquel movimiento sublime, y que
será descrito en su lugar correspo diente.
Este capitulo pertenece solo á la historia de Salvadores.
Todos los días se tomaban al enemigo diferentes prisioneros, que
se entregaban á la justicia ordinaria, SI ellos habian formado entre
los mazorqueros y degolladores de la federacion.
Un dia, en la cuadra de la casa de Salvadores tenia lugar una es-
cena tocante por más de un motivo.
E~tre algunos prisioneros que se habian tomado á los de «afuera,»
yema el terrible bandido Troncoso, á quien no había conocido nin-
guno de los que 10 conducian.
Sal~~dores, q~e en ese momento salia de su casa para su canton,
.conoclO. al aseSInO y quedó clavado en medio de la vereda, trémulo
por ~a mdignacion y la ira que habia despertado en su alma, la pr..
senCla de aquel hombre.
e l;I~os omitido referir que Troncoso.. formaba parte de la gente de
Wtiño, la terrible noche del 3 de Mayo.
62
Fué él quien dió muerte á Oliden y fué el mismo quien hirió á
Salvadores.
'El grupo CJ.ue conducia á Troncoso y demás prisioneros, se detuvo
al ver la actltud de Salvadores.
-Qué es eso? qué le pasa? preguntó uno de los guardias nacionales.
Viene entre estos algun pariente que desea salvar?
La gvar~a nacional de Buenos ~ires siempre se ha distinguido por
su generosIdad.
As! es que DO solo no hacia mal á los prisioneros que tomaba, sino
que ni siquiera se preocupaba de desarmarlos. •
:-No es e50, respondió Salvadores, una vez que hubo pasado su
primer sorpresa.
~s que entre esos hombres viene uno deJos asesinos mas infames
y crueles que ha tenido la mazorca.
-Cuitiño? préguntó uno.
-Peor que ese, contestó Salvadores señalando al bandido.
Ese hombre es el feroz Troncuso, el asesino de Oliden, del noble
Oliden, el Que me hirió á mí mismo aquella noche de muerte!
Troncoso1 repitieron todos, mirando al bandido de una manera
amenazadora. •
El degollador Troncoso!
-El mismo, continuó Salvadores, preparando su fusil.
Ese hombre no puede figurar entre los prisioneros, porque es un
asesino.
Es preciso fusilarlo aquí mismo por la espalda.
Aterrado Troncoso y presintiendo un mal fin, habia desnudado el
sable de que venia armado y retrocedió hasta el mismo umbral de
la casa de Salvadores.
En las personas que rodeaban al bandido se veia claramente la
resolúcion de secundar lo que habia propuesto la antigua víctima.
Fusilarlo!
En aquel momento, llegó milagrosamente al teatro del suceso, el
patriota doctor don Miguel Esteves Sagui, espíritu incansable ,en
aquellos dias inolvidables.
-Qué es esto? qué van á hacer? preguntó aquel corazon noble y
sereno, colocándose entre troncos y Salvadores que se habia echado
ya el fusil á la cara.
-Ese es el degollador Troncoso! el asesino de Oliden y de tanto
otro ilustre patriota! Es necesario fusilarlo. '
-Salvadores! Salvadores! gritó aquel espíritu bizarro-este hombre
es hoy un prisionero de guerra y hay quien lo juzgue. •
No nos manchemos por Dios con actos semejantes.
-Ese hombre es un. asesino! gritó Salvadores, y el más feroz de
todos! .
-Pues lo juzgarán y condenarán los tribunales, nunca nosotros!
Salvadores! continuó el doctor Esteves Sagui, bajando el fusil que
aqyel tenia aún levantado.
Este hombre será todo lo que sea, pero de este umbral para adentro,
es sagrado á usted y á todos.
Su cabeza ~ert~n~cerá á.1a ley. .
y con un mOVImIento VIgoroso empuJó á Troncoso dentro de la
casa de Salvadores.
-Ahora, repitió, este hombre es sagrado - se atreveria á matarlo?
Salvadores estaba cominado PQJ' la noble palabra de Esteves Sagui,
63
que dirigiéndose á
."
Troncoso, le pidió sus armas, que eran el sable
y un trabuco de bronce.
-No, porque me van á asesinar, dijo temblando el _band.ido.
_ Nadie tocará á usted al pelo de la ropa, le empeno mi palabra
de honor!
_ y quién es usted para pedirme mis armas?
_ El ~ue le salva la vida. contestó el doctor.
_ El Gefe de Policia! respondió un guardia nacional.
Troncoso entregó sus armas y fué acompañado hasta la cárcel, teatro
antes de sus mismos crímenes, por el mismo doctor Esteves Saguí.
-Gracias doctor, le dijo SahTadores al despedirse, más calmado ya.
Me ha evitado usted cometer una mala acciono
Lo sabia, contestó el patriota, y siguió .su camino, escol.tl7do por
los mismos Guardias NaciOnales que conduclan los demás pnsloneros.
Este es el drama de los doce años, con el que cerramos el cuarto
libro de los Dramas del terror.
En el siguiente trataremos la vida de Palermo y los asesinatos
incomprensibles y sangrientos del 40 y 42.

LA RETIRADA DE LA VALLE
.
En Agosto de 1840 se suponia derrotado en Entre-Rios al brillante
general Lavalle.
F~U', ues, una sorpresa completa cuando se supo que habia pasado
el P . y que se hallaba en San Pedro.
F hecho admirable del que no se supo sacar partido.
Ros que habia festejado con cohetes y músicas la derrota de La-
valle, quedó aterrado, miéntras un rayo de esr.eranza volvió á brillar
en el espíritu de los unitarios, que habian recIbido en medio del co-
razon, como un golpe de muerte, la noticia de aquella derrota.
La ciudad tan alegre poco antes, por las músicas federales y el
desborde de la mazorca, quedó sumida en un silencio de muerte.
La federacion tenia miedo.
. Es que no solo se sabia que el heróico Lavalle estaba en S. Pedro,
sino que !Se dirijia sobre Buenos Aires, sobre Palermo ·mismo, levan-
tando toda la campaña á su paso triunfal.
La revolucion del Sur lo esperaba con todos los elementos, reuni-
dos con una actividad febril por el patriota Marcelino Martinez Castro.
Los avisos llegaban uno en pos de otro, y el tirano veía llegado
'5U último momento.
A él no se le ocultaba que en la ciudad como en la campaña, el
elem~nto unitario era superior al federal, y que entrando Lavalle, se
alzana como un solo hombre aquella poblacion dominada hasta en-
tónces por el puñal de la mazorca .
. A toda prisa !Sacó Rosas las fuerzas que habia en la ciudad para
librarlas de un golpe de mano ó de una fácil seduccion, pues eran
ft1erzas ya tocadas por el desgraciado coronel Maza, y trató de formar
-con ellas un campamento en Santos Lugares.
Des~e entónces data ese horroroso campament9, destructor de vidas
y haCiendas, y teatro de los crímenes más brutales.
A~n vive D: Antonino Reyes, jefe militar y Gobernador de aquel
paraje maldeCIdo, regado con tanta sangre inocente.
fI4.
Cuánto dato estupendo podria él darnos pa. la historia de Santos
Lugares!
Ya nos ocuparemos á su tiempo de aquel parage sombrío.
. Ejército qu~ invade y que se retira, es ejército perdido, con rarí-
simas escepclOnes.
Y esto fué lo que sucedió al ejército del benemerito general La-
valle.
Narremos la historia de aquella retirada inesplicables para muchos,
y desconocida para la mayor parte.
La hemos recogido de las fuentes más puras y exactas.
El señor don Mariano Baudrix, que conservaba amistad con Rosas
ei
para ser útil á los unitarios, sabia. ir de cuando en cuando, con ob!
Jeto de hacerse presente y fingir por la causa de la tederacion un
interés que estaba léjos de sentir.
Uvalle estaba sitiando la ciudad por el Sur, acampado en Barra-
cas, y esperando el momento oportuno de entrar.
En su trayecto se habian ido Incorporando algunas milicias de cam-
paña, faltas ~~ annas, y la mayor parte de los ju~ces de paz y co-
mandantes mlhtares de los pueblos por donde ha.bla pasado, y otros
ocupados por la revoluciono
En momentos en que Baudrix llegaba á Palermo, salia de alll, des-
pedido por el mismo Rosas, un paisano montado en un caballo overo
negro, conocido parejero del tirano.
-Que tal, Exmo. Señor? preguntó jovialmente el señor Baudrix,

.no
sin dejar de notar algunos inequívocos preparativos de fuga que se
veían por allí.
Qu~ noticias nos dá de los invasores?
-Vé usted ese hombre? preguntó Rosas, mostrándole el
del l'arejero que se perdia en aquel momento por uno de los os
del camino.
-Sí, le he visto ya-y qué bien montado vá!
-Pues ese homhre va á derrotar á Lavalle.
Baudrix no pudo menos que reir maliciosamente, atribuyendo aquel
dicho á una de las tantas originalidades de Rosas.
-No se ria usted, continuó éste.
Por· estraño que le parezca, ese hombre solo que usted ha visto,
vaá derrotar á Lavalle.
El va á morir, es cierto, pero Lavalle, mañana al toque de diana,
DO estará más en Barracas.
El Sr. Baudrix viendo que no se le daban más esplicaciones, con-
vino en la cosa y es clamó :
-Será sorprendente-solo porque es V. E. quien lo dice lo creo l
pues los tiempos no están para chacotas.
Despues de conversar un buen rato, sobre cosas indiferentes, el
sei1~r Baudrix se retiró. .
-No olvide lo que le he dicho! esclamó Ro~as al despedirlo.
Ese solo gaucho va á derrotar á Lavalle-mañana tendrá la prueba
de ello.
Veamos nosotros cuál era la esplicacion de aquel dicho, y la se-
guridad que en él tenia el astuto Rosas. .
Comprendiendo que no tenia ni fuerzas ni elementos para luchar
con Lavalle, soldado hábil y denodado, se dedicó á buscar una es-
tratagema que lo hiciera desistir de su entr~da á Buenos Ai~es.
. y su espíritu diabólico no tardó en sugenrle una que deb19. darle
los mejores resultados. .
El día antes 4 aquel en que fué ~audrix: Ii su .cal?pame~to de P~­
lerrno, llamó Rosas á un ~ulato aSistente 9u e; tema c,mslgo haCia
mucho tiempo, a quien debla encargar lo mas Importante de su es-
tratagema. ,. • 1d
El mulato aquel era un desalmado, espmtu perverso como e e su
amo y astuto y sagáz como él. .
-Lúcas, le dijo el tirano, necesito que ahora mIsmo montes á ca-
ballo y te pases á las fuerzas de Lavalle, que están del otro lado del
puente de Barracas.
-Es el caso que yo no quiero pasarme, dijo el mulato.
Me encuentro muy bien aquí y allí es posible que desconfien y me
fusilen.
~Es que yo aecesito que te pases y te aseguro que no te han de
fusilar.
En cambio si no obedeces te fusilo yo en un segundo.
-Parece que va de veras! es clamó entónces el mulato, que como
todos los locos y sirvientes viejos de ,Rosas, se permitia ciertas
libertades.
y qué tengo que hacer una vez que me pase y me quieran fusilar?
-Aseguras que eres un pasado y que vas á hacer, en prueba de
lo que dices, una revelacion á Lavalle.
-Si, esto es cierto, agregas, ya ve usted que es verdad que me
he pasado. Si no, siempre habrá tiempo de fusilarme.
- y cuál es esa revelacion?
-La siguiente j retiénela bien.
Tú dices á Layalle que mañana ha de salir de aquí un chasque
<:on comunicaciones para el general Lopez, que viene en marcha.
Das las señas de Torres y dices que ya montado en un caballo overo
que es el mas ligero de todos mis parejeros.
En prueba de que sé lo que digo, añadirás, Torres, que es un
buen servidor ~el &obierno, ha de negar todo, pero yo sé donde
trae las comurucaclOnes, y asegwas que ellas van cosidas en los
bastos del recado.
Dices que tú mismo, por órden mia, le ayudaste á coserlas.
Como viendo que esto es cierto te han dé creer lo demas, asegura
~ue yo tengo muchos soldados, así como cinco mil, segun crees, y
que aquí se dice que sí Lopez recibe á tiempo lo que le neva To-
rres no va á quedar un unitario la"allista, ni para remedio.
y a ves pues que no te han de fusilar y que por el' contrario yo
te voy á hacer un regalo que ni te sueñas.
Lavalle se ha de retirar despues de tomar á Torres.
Entónces, bien montado, puedes volverte aquí.
Demasiado vivo eres para q4e tenga que decirte cómo te has de
escapar.
-y cuando tendré que pasarme?
Esta noche para que la cosa sea mejor hecha.
Es preciso que antes des unos buenos galopes al caballo que mon-
tes, y te vas sobre el pucho, para llegar bien sudado al campamento
y como corresp~mde á un individuo que huye.
Lleva estas pIstolas y otro caballo.como prendas que me has
robado.
b. E1 diabólico mulato se hizo repetir la leccion, y seguro de sacarla
len, se preparó á la marcha, sonriendo 4i.e una manera infernal
pues habia compredido que la víctima de todo aquello iba á ser Torres:
El pUlial del tirano. !i •
66
En las primeras horas de la noche, el mulato se present6 á Rosas
con el caballo bien sudado, para que éste le diera un vistazo.
-Superior, dijo el tirano-vas hecho un verdadero pasado tanto
que siento .ganas de fu~ilarte, porq~e me parece que es de ~eras. '
-Nó, dejémonos de Juguetes, gntó el mulato que sabia era Rosas
capaz de hacer lo que decia.
Ya me voy.
-Bueno, largo y cuidado cómo se cumple.
-No hay cuidado, que al ñudo no nos ha elegido usia para cosa
tan peluda.
Cuando el mulato salió, Rosas mandó llamar á Torres.
Era este un paisano de aquellós que toman cariño á un hombre y
lo sItven con la lealtad de un perro, sin averiguar siquiera qué pe-
ligro van corriendo en el servicio que prestan.
Bravo como .las armas, segun su propia espresion, servia á Rosas
porque lo quena y porque le estaba agradeCido á algunos servicios
que le prestó en otra época, como patrono
Por él, por hacerle el gusto simplemente, hubiera desafiado sereno
el mayor peligro.
Y Rosas que sabia esto, 10 elegia como víctima de aquel plan dia-
bólico y casI sin necesidad.
La misma lealtad de Torre le sujirió la idea de que ninguno mejor
que él habia de desempeñar la comisiono
Torres se presentó como siempre, con su franca sonrisa y su ade-
man cariñoso. .
- Te necesito para una comision peluda, le djo el tirano.
-Muchas graCias, patron, por haber pensado en mí.
-No te alegres porque la cosa tiene pelos.
-Ra2on de más, rorque eso me prueba que todavia me tiene fé.
-Ya sabes que e loco asesino Lavalle está encima y que vA á
entrar.
-Si lo pela será durazno!
-Pues para eso necesito que hagas una gauchada.
Tengo que mandar al general Lopez que viene en camino, una
órden para que se apure con el ejército que trae, y he pensado en
ti como el más á propósito para salvar los inconveruentes del camino.
-La entregaré, contestó Torres con una com'Íccion profunda.
-Yate voy á dar un parejero de los mios y hemos de esconder
la nota para que no te la encuentren aunqne caigas plisionero.
-Montado así no caeré.
-Bueno, prel?ara tus cosas para marchar mañana.
Torres se retIró lleno de alegria por la confianza que en él depo-
sitaba el patron, y Rosas se entregó á escribir la comuriicacion que
iba á costar la vida á aquel infeliz.
Era una nota en la que decia á Lopez:
~ Lo supongo á estas horas muy cerca de la ciudad. . .
Es necesario que apure la marQba de una columna de CInCO mll hom-
Dres, de los diez que trae, para~aer sobre Lavalle, de sorpresa y
.:uando él ménos lo espere. ... .
-Yo, para atacarlo con todo mi eJérCito, {ue';1e de doce mil ~om.
bres, no espero más <lue su llega~a,. para co~bIné'~ el. doble y Simul-
táneo ataque y destrwr hasta el últiino salvaje UUltano de los que
lo acompañan.
67
Con mis elementos de la ciudad, tengo de sobra para vencerlo y
obli<Tarlo á retirar, hecho pedazos.
P~ro YO quiero más: qUIero que no sobre uno solo.
Apuré, pues, la marcha aunque mate las caballadas, para llegar
cuanto Antes.
Siempre su affmo.
Juan Manuel Rosas.
Cuando Lavalle lea esta nota, pensaba Rosas, no hay duda que se
retirará, porque creerá positivo cuanto contiene.
y Lopez no se habia movido ni pensaba moverse de Santa-Fé·
sobre Buenos Aires.
Al dia siguiente cuando se presentó Torres, este se hizo dar su
célebre caballo overo y le mandó le llevase los bastos de su recado.
Entre uno de ellos, el mismo Rosas cosió el oficio, diciendo á Torres:
-Así, aunque te agarraran, por una casualidad, ni el mismo diablo
dA con el pliego.
Puedes decir lo que quieras, hasta que te has desertado, que todos
creerán, pues no pueden imajinarse lo que llevas aquí adentro de
los bastos.
-Yo digo que no me han de agarrar, respondió el paisano, y tan
seguro lo tengo, que llevaria el papel en el tirado~.
Pero en fin, para que usted quede bien tranqwlo, lo llevaremos
ahí escondido.
Hasta la vuelta entónces, patrono .
Mira, no te olvides que en negar la verdad está tu salvacion, si te
agarran.
Al fin te pondrán en libertad y podrás volverte.
Mira que si descubren la verdad, puede llevarme el diablo, porque
entonces Lavalle se animará y yo tengo pocas fuerzas.
- No hay que tener cuidado, ya sabe que para tomar el papel, ten-
drían que carnearme primero.
Como se vé, Rosas preparaba la muerte de este infeliz, con una
crueldad bárbara.
T odas sus instrucciones eran tendentes á que fuera fusilado.
- Porque es claro, decía, si Lavalle intercepta de otra manera el
oficio, puede oler la verdad y apresusar el ataque en vez de retirarse.
Esta es la razon por la que Rosas aseguraba á Baudrix que aquel
ginete moriria, pero que iba á derrotar á Lavalle.
El mulato se presentó en el campamento unitario, pidiendo hablar
con el general Lavalle.
-Qué se te ofrece? le preguntó uno de los gefes; de donde vienes?
- Soy un pasado de Palermo, que tengo que darle una noticia de
primer órden.
Los gefes desconfiaban que aquel pudiera ser un asesino enviado
por Rosas, y no querían deiarlo hablar con el general.
- Es lo mismo que me dIgas á mi lo que quieres.
-No puedo, insistió el mulato, ha de ser al mismo general.
- y se te hago fusilar?
- Peor para ustedes porque mi noticia vale su salvacion.
Lavalle.• para qui~n la significacion del miedo era completamente
r
I
esconOClda, mando que llevaran el pasado á su presencia .
. y sus ayudantes introdujeron al mulato con las mayores precau-
Iones. .
68
- Quién eres tú? preguntó el general.
- Un pasado, señor.
:Fui condenado el año ultimo al servicio de las armas, por una pelea
f]ue tuve, y he aprovec.hado la b~lad.a de estar usted aqui para deser."
tarme, porque yo tamblen soy umtano.
Pero ~o vengo solo, agregó el mulato guiñando el ojo picaresca-
mente.
Traigo .conmigo un contingente de mi tIor.
- Qué vi6llen más soldados?
- No, señor, pero traigo una noticia que no sé cómo me ha cabido
en el pecho.
- Habla entonces de una vez.
- El bandido Rosas, perdone usia la mala palabra, está haciendo'
un" 410ta para mandarla con un chasque, cuya nota dice que es su
perdicion de usted.
- Poder de Dios, y qué dice esa nota?
- Yo no lo sé, pero si sé que lo que dice es gordo.
- y entónces cuál es tu noticia?
- Que la nota la van á mandar al general Lopez con un chasque
de estas señas. '
y el mulato dió las de Torres.
Torres va á salir mañana de Palermo, y va ! ser montado en un
parejero overo del gobernador.
- y todo esto no será mentira tuya?
- No, seflOr, dijo el mulato palideciendo.
- Es que si eres espía te vamor á fusilar sobre tablas.
- No, señor, yo soy unitario, y para mayores señas, le aseguro que
Torres trae la nota cosida entre los bastos.
El mismo gobernador la cosió por su mano esta noche.
- Bueno, dijo el general Lavalle.
- Tú puedes ser el pasado que dices, pero tambien puedes ser un
espia.
Te vamos á tener preso hasta mañana; si aparece el chasque, que-
das en libertad, y yo te recompensaré como se debe.
Si no, eres un espia y tienes que confesarlo 6 te hago fusilar.
El mulato sintió entónces un miedo de todos los diablos.
y si no venia el chasque?
y si Rosas se olvidaba, ó no necesitaba ya enviarlo?
Seria fusilado sobre tablas.
- Pá los patos! pensó el mulato, antes que me peguen cuatro tiros
canto la verdad. As! puede que me salve.
El mulato fué conducido al cúerpo de guardia y en el acto dispuso
el general que marchasen numerosas comisiones estendiéndose hácia
el norte, para tomar aquel chasque, á quien tanta importancia daba
el pasado. -
El mulato fué interrogado nuevamemte por los otros gefes que se-
guian creyéndolo un traldor 6 un asesino, pero él siempre se mantenia
exactamente en lo que habia dicho desde el principio.
y como los gefes le pidieron datos sobre lo que sucedia adentro
y las tropas con que el gobierno contaba, les decia que él, como uni-
tario, les aconsejaba no se hiciesen ilusiones.
- El gobierno está muy fuerte, agregaba, y tiene muchos soldados
de los buenos.
Pero en fin, esto no seria nada, porque tan buenos serian unos
como otros.
69
La cosa es esa comunicacion que debe ser muy importante, porque
-cuando el mismo gobernador la cosia en el recado de Torres, decia:
_ Veremos si con esta sacudida le qtledan ganas de meterse nue-
vamente á redentor de pillos. '
Ko le vamos á dejar ni aliento ni para correr!
Toda aquella noche y á la mañana siguiente, las comisiones andaban
por todas partes, esperando el chasque.
Pero no se veia venir ningun ginete montado como el mulato decia.
_ Me parece que no te escapas de cuatro tiros, dijo el oficial de
guardia.
Ese tal chasque ha sido un pretesto para introducirte y nada mas.
Confiesa la partida, mulato viejo, que tal vez te salves asÍ.
_ Si todos los cuatro tiros que han de darme en mi vida son como
esos, ya puedo acostarme á do~mir.
Yo aseguro que el chasque VIene, á no ser que los que esperan lo
-dejan ir.
- No tengas miedo por eso.
Si él sale de Palermo, yo te aseguro que lo tomamos.
_ Pues entónces en vez de cuatro tiros, váyanme preparando cuatro
azumbres de caña que bien los merezco.
- Eso se hará á su tiempo.
N o tengas miedo que tu servicio ha de ser bien recompensado.
- y qué mas recompensa que estar con los mios, entre ustede5.?
Pues esta es la mejor que me pueden dar.
Viva el general Lavalle! gritó como dominado por el entu!asmo.
Pero á pesar de todo esto, aunque las mitigó en algo, no por e~to
destruyó las sospechas que abrigaban los gefes.
Por fin, á eso de las cinco de la tarde se sintió en el campamento
del general Lavalle, un movimiento estraño.
Los oficiales andaban en todas direcciones y los gefes conversaban
entre sí alegremente....
Se preparaba acaso el ejército á entrar en la ciudad?
Aquel movimiento era producido por algo muy diverso.
Por un chasque, acababa de llegar la nOticia de que el paisano del
~vero y sei'las de que dió cuenta el mulato habia caido prisionero de
una de las partidas que lo esperaban.
- Ahora si creo que te salvas, dijo al mulato, al pasar,' el gefe que
más habia desconfiado de él.
Ab.,i traen bien asegurado al hombre de la nota.
Veremos si has mentido ó si realmente eres un buen amigo de
causa.
Efectivamente, Torres habia caído en una emboscada hábilmente
tendida, á la altura de Belgrano.
El habia tomado todas las precauciones imaginables, saliendo por
un lado en que no podia estar el enemigo.
Pero el 'infeliz no contaba con la delacion infame, y lo que más
1éjos estaba en su espíritu, era que lo hubieran estado esperando.
Así .es que en el pri~er momen~o trató ~e negarlo todo y persuadió
~~ ~fi.c181 que era un paisano que Iba en vlage á las Conchas, donde
V1Vla.
- T~ vienes de Palermo y vas al campamento santafesino, le dijo
! e 1 ofiCial.
'1 -Yo nunca he estado en Palermo, ni sé dónde es ese campamento,
eontestó con firmeza el paisano.
70
Registrado prolijamente por el oficial no se le halló nada que co-
rroborára la sospecha. •
El oficial no conocía el secreto de los bastos.
Este registro era lo que Torres esperaba para ser puesto en li-
bertad.
AlJi es que cuando vió que en vez de dejarlo seguir su camino se
trataba de desarmarlo para conducirlo al cuartel general, se res¡'stió
con toda energía.
y convencido de que á pesar de todo el oficial estaba firmemente
resuelto á desarmarlo, saC0 su sable y se dispuso á pelear, tratando
de acercarse á su' C? baIlo.
Pero si bravo era Torres, bravo eran tambien el oficial y los cincos
s~dados que lo habian detenido: así es que su resistencia heróica.
solo sirvió para agravar su causa. .
Desarmada despues de recibir algunos golpes, fué conduCldo al
cuartel general, donde se le interrogó nuevamente.
Torres persistió en lo que habia dicho al oficial, con tal aplomo,
que á nG sabe. se el secreto de los bastos, hubiera sido creído.
- Tú miéntes, le dijeron.
Tú vas de chasque llevando pliegos para el general Lopez.
Entrega eSlJs pliegos y no trates de negar la verdad por más
tiempo) podrás salvarte.
-Yo no ~oy chasque, ni llevo pliegos ningunos.
-Mia que todo es inútil pues hasta sabemos dónde llevas los
pliegos.
Pues saben ustedes mas que yo.
Si es que quieren limpiarme de puro vicio, limpienme de una vez,
pero no me amuelen más con los tales pliegos y el cuento del chasque.
Registrado nuevamente no se le halló nada.
-A ver, gritó entónces el jefe que 10 interrogaba traigan los bastos
del recado de este hombre!
Al oir esto, Torres palideció visiblemente, pero no dijo una palabra.
Los bastos fueron descosidos en su presencia; y sacado de allí el
oficio que tanto habia defendido.
Para el fiel paisano, era indudable que allí habia habido una traicion,
puesto que los bastos fueron pedidos á cosa hecha.
Pero por mas que pensaba no podia darse cuenta de dónde esta
partia.
Solo él y Rosas con ocian el secreto, y era claro para él qUe á
Rosas no le convenia hacerlo tomar.
-¿Qué dices ahora? le preguntó el·jefe, entregando el ot¡cio al
general Lavalle.
Persistirás todavia en negar?
-y cómo no?
Lo que yo he dicho es la verdad.
- y cómo esplicas entónces esta nota entre tu recado?
-Muy fácilmente.
Yo no quise decir la verdad, porque á nadie le gusta meterse en
cosas feas.
Pero como ahora es preciso decirla allá va.
Yo me iba para las Conchas, de donde vine ayer, á cobrar UD di·
nero que me deben.
Al pasar por la pulpería de la barranca del Retiro, vi este overo
que me pareció de Aguante y bastante buen pingo.
71
Entónct"s me hice el zonzo, me dejé caer de mi sotreta aplastado
v me le enhorqueté al ove~o, par.a hacer !Dás pro~to la jornada .
. Nadie es adivino por Cnstol SI vo hubIera sabIdo lo que trae sI
overo, á buen seg~ro que no lo habria codiciado.
-No está. malo el cuento, pero él no te salva.
Qué sucedia en Palermo cuando saliste?
-Pero si yo nunca he estado en Palermo!
-Qué fuerzas tiene allí el gobiemo?
-Nada sé, . , he dicho todo lo que puedo, replicó resueltamente
el bravo y leal paisano.
El mulato {ué mandado buscar para carearlo con Torres.
Cuando· el paisano hubo reconocido al mulato se esplicó re cien lo
que pasaba.
No podia ser otro el autor de la denuncia.
-Quién es este hombre? lo conoces? preguntaron á aquel en
cuanto entró.
- y cómo no he de conocerlo?
Es el amigo Torres, asistente del gobernador.
-Qué dices ahora? persistes en negar?
-Yo nunca he visto á semejante DHlMto! es clamó Torres con un
.desprecio magnífico, mirando de arriba abajo á aquel miserable.
El puede decir todo lo que quiera, yo nunca he estado en Palermo.
-No embrome, paisano, y cante claro, dijo el mulato, porque todo
lo saben ya y es al cohete andar negando.
Torres volvió á mirarlo con un desprecio terrible y no le hizo el
honor de contestarle una palabra.
-y es este el mismo hombre que debia llevar la nota?
-El mismo, si señor, que de puro tonto lo está negando.
Es el asistente de confianza del gobemador y el mismo á quien
mandan de chasque.
-Persistes todavia en negar y en no responder á lo que se te
pregunta?
-y por qué he de mentir?
Ya he dicho toda la verdad, ahora si no me creen, poco me importa.
-Mira que tu negativa te puede costar cara.
Mira que te vamos á fusilar!
- y acaso la vida es para siempre? ~espondió aquel hómbre noble.
Más tarde, más temprano todos hemos de morir, sin saber de qué.
Yo no tengo el cuero para negocio, así es que poco cuidado se
me dá.
Yo sabia ya que los salvages eran asesinos.
Torres fué sometido á un consejo de guerra y fusilado dos horas
despues, sin haber confesado una palabra, ni querer decir cuáles eran
los recursos de la ciudad.
Este fusilamiento mortificó mucho á Lavalle, que desde la muerte
de Dorrego habia cobrado horror á las sentencias de muerte.
Pero era preciso conformarse con la aplicacion de la ley militar.
La n<?ta tomada á Torres fué leida en consejo de gefes, y puesta
á votaclOn la actitud que debia asumir el ejército libertador.
Es imposible resistir con estas fuerzas mal armadas y poco orga-
niza~s, ~jo Lavalle,' á un doble ataque de fuerzas numerosas y en
combmaclon.
Parece indudable que la ciudad está fuerte y su entrada costaria
mucha sangre.

72
.t3ero esto poco importaria teniendo tantas probabilidaúes á ta"or
nuestro.
, .Pero este ataque que puede traernos de un momento á otro un
fuerte ejército con el que no se contaba, hace ínsostenible nuestra
posiciono
Quedaríamos en~re dos f~ego.s y sin tener retirada posible.
Esta comunlcaclOn ha SIdo mterceptada, pero lo lógico es que
Rosas la haya repetido por dos, cuatro, ó mas chasques.
Sin emba~go espero la opÍl:lÍon de todos. •
Todos opmaron que la retirada era lo más prudente y que debia
emprenderse sin pérdida de tiempo.
El general Lavalle, tal vez contra todo el torrente de su voluntad
aCi tó lo deliberado por el consejo y dió las órdenes para levanta:
campamento y marchar inmediatamente.
Así, aquel ejército que hubiera entrado fácilmente á la ciudad
llena de partidarios que lo esperaban para pronunciarse, emprendiÓ
su retirada, engañado 'por aquella nota tan bien can culada y de tan
seguros resultados.
El mulato fué puesto en libertad aunque- se observó sobre él una
vigilancia que no le permitió regresar, por temor de correr la suerte
de Torres.
A.l cono.cerse .en la ciudad la ret,irada de Lav.al1~, retirada que
nadIe podla esphcarse, la desesperaclOn de los umtanos fué crueL
Quién se ammaria á intentar nada contra la tiranía, sin apoyo de
ninguna clase?
Es que el mismo terror que pesaba sobre los unitarios, perdia á
Lavalle.
Si dos 6 tres hombres de la ciudad se hubieran ido al campamento
del general. y lo hubieran impuesto de la verdadera situacion de
Rosa!>.
Si le hubieran mostrado los elementos con que él mismo podia
-contar una vez en la ciudad, otro habria sido el resultado.
El general Lavalle, en vez de retirarse, hubiese atacado, y la caída
de la tirania se hubiera anticipado doce años.
El .aspecto de Buenos Aires, cuando se supo aquella fatal nueva,
fué conmovedor.
Las familias que tenian preparada~ las coronas y banderas celes-
tes con que habian de recibir al libertador, se escondían en sus casas
aterradas, temiendo las iniquidades que á aquella fatal retirada se
sucederian.
La mazorca recorria las calles lanzado los mas terribles gritos de
esterminio y muerte.
Entraban á todas aquellas casas donde vivian ó suponian vivir
unitarios y comentian todo género de escesos y viC?lenclas ..
Las damas mas distinguidas eran azotadas por aquella canalla que
no encontrando esto bastante les cortaba los cabellos y les pegaba
con brea el terrible moño colorado.
Los hombres eran degollados en plena calle, con menos formali-
dad que la que se emplea en los mataderos para degollar una res.
y aquellos escesos y crímenes, no solo eran tolerados por la .auto-
ridad policial, que sabia. era~ motiva.do~ por ?rdenes del Gobierno,
sino alentados con su sllenclO y su m~lferencla. .
A las ocho 6 diez de la noche, salia la mazorca de la orgIa de
vino en que habia pasado la tarde V se entregaba á la orgía de san-
gre unitaria.
73
Esto es inaudito, parece la invencion de un loco, 6 exajeraciones
brutales para hacer efecto.
y sin embargo nada mas exacto que lo que vamos narrando.
Todavia hay muchas 'personas "ivas, que pueden corroborar nues-
tra palabras, y decir SI exageramos.
"1{hí están don Marcelino Martinez, Don José Gregorio Botet, el
noble doctOl' Esteves Saguí, los hermanos Mones Ruiz, los _Varangot,
don Mariano Bill~~hurst y tantos otros que. p~sar~n en Buenos
Aires aquella te!rlb1C: é~a, ~r no haber P.Odldo en:ngrar.
. Ellos son' testímomos ViVOS, de esta narraClOn, á. qUienes se puede
referir el que dude de la exactitud de estos hechos.
A la una 6 dos de la mañana, el que capitaneaba el grupo mas
importante de mazorqueros quemaba tres cohetes voladores.
Esta señal, repetida por los demas grupos, era para que la policia
enriara sus carros á recoger los cadáveres.
y era entónces cuando á la madrugada y aun á la siesta los car-
reros conducian al carnero las cabezas que se habian cortado durante
la noche, bajo el grito terrible de: duraznos blancos y amarillos!
Era ent6nces cuando el bandido Moreira recoma las calles cn su
brioso caballo, a cuya cola iba compadreando la cabeza de algun
unitario, cortada por su propia mano.
y esto mismo, que parece el colmo de toda exageracion, es pálido
al lado de otros horrores que hemos de narrar en seguida.
Muchas de las rersonas que acompaJ.1aron a Lavalle hasta Barra-
cas y que no pudieron segwrlo, fueron víctimas de su patriotismo.
Ellos, entre los que habia muchas autoridades de campal1a, creian
no ser descubiertos ó poder disculparse, pero pronto pagaron su
error.

EL PUÑAL COMO LEY

Fué el distinguido j6ven Viamont hijo del general Viamont, una


de las primeras víctimas en quienes se cebó el puñal de la mazorca,
erijido en ley suprema.
Este jóven, patriota entusiasta, al pasar Lavalle por su estancia,
le mandó todos los caballos que tenia disponibles y algunas reses
para su heróica tropa.
Más tarde el mismo Viamont se incorporó á Lavalle y lo acom-
pañó hasta el punto de su retirada.
Cuando Lavalle se fué, Viamont regresó á su estancia, como otros
muchos, creyendo que nadie sabia la proteccion que le habia pr~.
tado y su estadía en Barracas. ,
Pero no faltó un miserable que con el solo objeto de quedar bien,
y tal vez de tapar igual delito, vendió el secreto de V.iamont, exa-
Jerando las cosas, como era natural.
De todos modos aguella dela¡;ion, exajerada ó no, habia de costar
la cab~ al distinguIdo jóven.
Inmediatamente de tener Rosas conocimiento de la delacion dió
las órdenes necesarias para que aquel fuera preso en su estan~ia y
conducido á la ciudad. . •
El peligro era inminente.
Pero asi como no faltó un miserable que lo delatara no faltó tam-
poco un alma noble que le diera aviso de que se ocu'aara.
74
Cómo hacerlo en la estancia, y en el campo mismo, rodeado de
e5pias por todas partes?
Era preciso ponerse en salvo y sin perder tiempo pues de un mo-
mento á otro podia 1I.egar la partida que de~ia pre~derlo.
Jóven y bravo, cUIdándose poco del pehgro personal, Viam,gnt
decidió venir á la ciudad. •
, Aqu\ t~nia m~s facilidad 'para ocultarse, para intentar una fuga
a Montevideo, y aun más recursos de empeños, por la posicion de
su familia.
Viamont tomó entónces los pocos caballos que le habian quedado,
y acompañado de un peon de t.,,! l su confianza se puso en viaje al
oscurecer.
A la madrugada llegaba á Quilme i, donde entre otras relaciones
contaba con la amistad del Juez Ué Paz, don Paulino Barreiro.
Era este hombre una áutoridad escepcional en aquellos tiempos
luctuosos.
Obligado á permanecer en Buenos Aires, por su inmensa familia
y algunos intereses, Barreiro consentia en pasar por federal, al estre-
mo de ser nombrado Juez de Paz.
Muchas veces hubiera podido emigrar, junto con otros cuyo em-
bargue habia protejido, I,>ero el cariño á la familia lo detuvo siempre.
SI él emigraba, sus bienes serian declarados de sah-aje unitario,
como habia sucedido con los otros, embargados y vendidos en re-
mate.
Que perspectiva quedaba entónces t\ su familia?
El hambre y la muerte, porque en aquel año: ni los mismas pa-
rientes se atrevian á socorrer á las familias unitarias, cuyos bienes
se embargaban.
Ante este pensamiento y no pudiendo llevar la familia consigo,
Barreiro habla resuelto quedarse, pasando por federal y á' cubierto
dé la autoridad que investía.
Hombre honrado y de nobles sentimientos, léjos de hacer mal,
habia tratado de ayudar siempre, por todos los medios á su alcance,
al que lo necesitaba, sin averi¡;uar nunca á qué partido p~rtenecia.
y cuando algun unitario habia llegado ocultamente á su casa á
implorar su ayuda, lo habia ocultado y ayudado á embarcarse en
primera oportunidad.
Así se habia hecho amar de estos, y estimar de los otros que lo
creian un federal de primer órden.
Viamont conocia á Barreiro de muchos ai'los atrás, eran amigos, y
fué á su casa donde llegó á salvar de su primer apuro.
El Juez de Paz de Quilmes1 como ~odos los de la ca~paña, tenian
órden de echar el guante al Jóven, SI llegaba á su partido.
Como no se podia transitar sin pase seria fácil tomarlo, pues todo
el que andaba sin aquel requisito era detenido por la autoridad como
sospechoso,.hasta tanto probara ser buen federal.
Barreiro se vió en un compromiso de .t<?d.os los diablos. .
Viamont estaba perseguido y era c(;mocldISImO por aquellos para]e~.
Amparándolo él, si esto llegaba á sabe.rse, no solo. ~e comprometla
sinó lo que era mucho peor, comprometla.á su famlha.
Viamont mismo vino á sacarlo de situaclOn tan apurada.
- No voy á quedarme aquí, amigo, le dijo, porque mayores recur-
sos tengo en la ciudad, entre la familia.
Lo que hay es, que para ir allí, necesito pase con que salvarme
en caso de ser detenido.
75
_ Peto UD pase- te delatar! al momento.
- No, un pase á nombre ageno.
En caso de ser descubierto, esto no lo compromete en nada, pues
de usted no desconfia nadie y yo mismo diria que lo quité al dueño,
6 !lue lo robé para venir á la ciudad.
Comv donde me· buscan es en la Estancia Ó sus inmediaciones,
tengo la esperanza de que podré pasar sin inspirar desconfianza.
Baireiro aemostró al Jóven el peligro ~ue ambos corrian, Viamont
empeñándose en ir é. la ciudad y él facibtándole el pase pedido.
Pero como el jóven insistiera, Barreiro le dió el pase, recomendán-
dole la mayor reserva.
El ju.zgade de paz estaba sitnado en la misma casa de la familia,
asi es que no hubo necesidad de salir de allí para nada.
En momentos que Barreiro entregaba el pase á Viamont entró al
Juzgado, por asuntos de servicio, el alcade M. G. Lopez, quien sor-
prendió el ademan.
Lepez IU) sole era amigo de Barreiro, sino que le debia servicios
de cOBSideracion, así es que léjos de abrigar la menor desconfianza,
el Juez de Paz ni siquiera se inq.uietó por la llegada del alcalde.
Rste además, por la indiferenCia con que miró al j6ven, parecía no
conocerlo ni sospechar de lo que se trataba.
- Si estorbo, dijo, volveré más tarde: no corre prisa mi asunto.
- Que esperanza, amigo! ya sabe que usted siempre es bien
venido.
Diga no más 19 que necesita.
El alcalde hizo la: consulta que allí lo llevaba y se retiró en segui-
da, despues de saludar comedidamente al jóven.
- Caramba! dijo este cuando quedaron solos.
Si habrá olido este de lo que tratamos.
- No lo creo, y aunque asi sea, poco importa, repuso Barreiro.
Es un hombre de toda mi confianza y además me e.s deudor de
muchos servicios.
Entre tanto el alcalde, no solo habia sorprendido el negocio del
pase, sinó que habia conocido á Viamont.
Sabia, como toda autoridad, que habia órden de prenderlo, y con-
cibió en el acto la idea de quedar bien con el Gobierno entregándole
el unitario que con tanto interés se buscaba y librarse de Barreiro
á quien detestaba por lo mismo que le debia servicios y á quien creia
poder reemplazar en el Juzgado de Paz.
A~i.~ que, s.in perder tiempo, se fué á su casa, mudó caballo y
se diriJó é. la CIudad á hacer cuanto antes su delacion infame.
Viamont habia quedado en casa de Barreiro, con la idea de tomar
un bocado y descansar un momento.
B~rreiro le .aconsejó que se embarcara esa misma noche, que él
podla proporcIOnarle un bote.
Pero el. jóven no acept 9.
~n la ~Iuda.d pue?o escondenne mientras pr.eparo mi fuga, repuso .
. No qwero lrme sm dar un abrazo á la familia que estará agltadí-
¡¡Ima. ,
Así que hubo descansado un poco y comido algo, se despidió de
a9.uel hombre noble y montando en su mejor caballo se vino á la
CIUdad tranquilamente, para no despertar la menor sospecha.
Q u¡}mes
~ero á pes~r de .su actitud tranquila y reposada, antes de salirde
habla terudo que hacer uso de su pase, por lo menos tre~
veces.
16
Su aspecto indudable de llegar re cien de afuera, lo hada sospe-
choso, ú causa de las órdenes que se habian impartido.
El alcalde Lopez, entretanto, se habia venido á Palenno <1 toero lo
que le daba el caballo, solicitando hablar con el Gobernador.
Pero este era entónces muy e«>nómico de su persona y !\ !.os que
iban á buscarlo los hacia habl.ar primero con su edecan de servicio.
bopez tuvo que hacer su nuserable delacion, como l\1artinez Fon-
tes al coronel Corvalan, encargado de transmitirla.
- El traidor salvaje unitario Viamont, dijo, esti oculto en casa
del juez de Paz de Quilmes, Paulino Barreuo, que es un unitario
esJ:lía que las echa de federal.
~upongo que. va a venirse á la ciudad, por'1.lle BarreÍJlo k ha dado
un pase, á sabIendas de que con ello contrana 6rdenes terminantes
del Supremo Restaurador. .
-y cómo sabe usted todo eso? preguntó Corvalan, dejando ver
todo el desprecio que el delator le inspiraba.
Mire que su denuncia es muy grave.
Barreiro es considerado como uno de los federales mas decididos
y el Gobernador castigaría severamente al autor de cualquier ca-
lumnia en su contra.
-No tengo que temer ningun castigo, porque sé que estoy pres-
tando un gran servicio á la causa de la federacion.
Lo que he dicho me consta, porque he visto á Viamont en el mismo
despacho del juzgado y á Barreiro entregarle un pase, haciéndole
mil recomendaciones.
Corvalan estuvo tentado de hacer con aquel miserable una herejia.
Pero tuvo miedo a las malas consecuencias que esto podia traerle.
Si el Gobernador llegaba a saber que él habia ocultado una de-
nunCia, podia hacer su testamento.
Mas arriba que él estaba colocado el doctor Maza, y ya se sabia
lo que le h!l:bia pasado, por una simple sospecha.
Así es que el coronel Corvalan no se atrevió á cumplir su deseo
y trasmitió á Rosas la delacion' del alcade Lopez.
-Ah! bandidos! dijo el tirano.
No pasa día sin que se descubra un nuevo traIdor.
Tentado estoy de quemar vivo <1 uno de ellos, á ver si los demás
escarmientan en pellejo ajeno.
Hágame buscar en el acto al coronel Cuitiño y que se me presente
en seguida.
A ese otro traidor dígale que está bien, que el Gobier,.no estima el
servicio prestado y que puede retirars~,
Que vljile prolijamente todo lo que pase en el Juzgado y que venga
mañana á dar exacta cuenta.
Agregue quinientos pesos, porque es preciso estimular estas trai-
ciones, como es preciso castigar las otras.
Corvalan entregó á aquel canalla los quinientos pesos que recibió
sin inmutarse r le trasmitió las órdenes del Gobierno.
-No hay CUIdado, repuso Lopez, que se creyó ya juez de Paz de
Quilmes. I
Puede ase<Turar á S. E. que no se moverá una paja en casa de
Barreiro, sin "'que él tenga inmediatamente conocimiento.
y el traidor se retiró acariciando sus quinientos granaderos y la
esperanza de reemplazar á su víctima en el Juzgado. .,
Una hora y media despues, llegaba el coronel y el COm1sano de
Policia Cuitiño.
77
-Es inútil buscar al traidor salvaje unitario Viamont, dijo el gran
bandido.
En estos momentos está en Quilmes, pero ~iene en viaj«: á la dudad.
Seria bueno despachar eh aquella direcclOn gente vlvi y que lo
conozca, para prenderlo.
Los traidores deben morir, porque no hay crimen mas miserable
que el de la traiciono ..
-Iré yo mismo, replicó el asesino.
Conozco al vil sabandija de que se trata, y conozco tambien aquellos
lugares, siéndome así muy fácil tomar todos los pasos.
y Cuitiño dió media vuelta dtspuesto á asesinar á Vi_amont, porque
aquellas palabras sobre los traidores no querian decir para él otra
cosa que la muerte del jóven.
Rosas no le daba sus órdenes de matanza sÍnÓ en una forma pa-
recida.
-Un momento, gritó Rosas.
El pillo ese debe llevar un. pase firmado por el Juez de Paz de
Quilmes, Paulino Barreiro.
Despues de arreglar á Viamont, es preciso trasladarse á Quilmes,
y pedIr al mencionado Barreiro reconozca la firma del pase.
Si la reconoce, seria saludable fusilarlo en el acto, pero allá veremos
lo que ha de hacerse.
Es preciso concluir de una vez con todos los traidores y sospe-
chados unitarios lavallistas.
De otra manera no hacemos ~ino alimentar los reptiles que han de
comerme el corazon.
Cuitiño se retiró á cumplir aquellas dos órdenes de asesinato, porque
no era otra cosa.
En su comisaria tomó la gente necesaria y acompañado del feroz
Gaetan, se dirijió á Barracas, organizando su cacena y aleccionando
sus perros. '
y llegaron al puente, sin haber hallado en el camino á la víctima
que buscaban .
. Allí se embosca~n para esperar que esta se presentara.
Pero pasó un buen par de horas sin que pasára por el puente per-
sona alguna.
-Caramba! esclamaba Cuitiño de cuando ~n cuando .
. Tengo miedo que hay~mos llegado tarde y que nuestra espera sea
mfructuosa. .
Tal vez el cuento haya tardado en llegar, y mientras yo recibia las
órdenes, el galgo esté bajo buena guarida.
-No lo crea, respondió Gaetan. .
1fs q';1e fiado en la segurida~ del pase, el hombre no se ha de haber
dado nmguna prisa. .
Ya verá cómo no tarda en llegar, sí es que no se le ocurre esperar
hasta mañana. .
. Ya los t~mores . de Cuitiño empezaban á hacerse sérios, cuando
Y~eron vemr un gmete para quien parecia no existir el menor peligro
vista su tranquilidad. '
-Pues si es él no se escapa! esclamó alegremente el asesino.
Atentos muchachos á la primera sel1al.
. Cua~do el jóven est~vo á diez ó quince varas del puente y juzgó
lmpo~lble su fuga, Cuitiño mandó á su gente salir de la emboscad?
y atajar al ginete.
78
. Viam~l}t, que era él en efecto, di siquiera se inmutó al ver sobre
51 el grupo.
Había ~echo u.so del pase tantas vece:;, con fj!licidad, que le pareció
que §~ld. 10 I'\llsmo de aquel apuro.
-SU} duda esperan á otro, pensó, y se van á dar un chasco so-
beran o.
45'1 ~ que el\ cuanto le intimaron hiciera alto, detuvo su caballo
y c;lPer~ tranll,wlo la interrogacion.
Fué entOnces que se le acercó Cuitiño, preguntándole de dOnde
venia, quién era y á donde iba. .
Soy Pablo Moreno, repUSD el jóven. vengo de Quilmes y paso! la
c.iudad por unos dias. , .
-y su pase dónde está 1
-Aquí lo tengo.
-Muestre entónces.
-El jóven sacó el pase que le diera su amigo Barreiro, y lo mostró
cOPlo lo habia' hecho otras veces. • '
Cuitino lo examinó ligeramente y se lo echó al bolsillo.
- y por qué me quita mi pase?
-Vuélvamelo porque sinO no 1>odré pa<;ar.A la ciudad.
-Con el pase me quedo yo, por la senéilla razon que no le per-
tenec;e.
-Cómo que no me pertenece?
Porqué razon me salen ahora con esa simpleza?
. -F>(uq~e un pase de Moreno, sea quien sea, no puede servir para
nmgun Vlamont.
Viamont palideció al sentirse descubierto.
Quiso hUir, pero no pudo, pues estaba rodeado de bandidos.
-Quiso defenderse entOnces, pero todos lo rodearon al momento,
desarmándolo merced á un buen palo en la cabeza que lo volteó del
caballo privado de sentido.
-A concluir con él, dijo Cuitiño sin la menor consideracion, que
aún nos falta el mejOT. . •
Los bandidos se echaron entónces al suelo cuchillo en mano.
En aquel mismo momento el desgraciado Viamont recobraba el sen-
tido y sabiendo ya lo que iba A sucederle, sacO sus pistolas y se pre-
paró A vender cara la vida.
De poco le sirvió su herOica resolucion..
Aturdido todavía con el golpe recibido en la cabeza, aunque dis-
paró las pistolas casi sobre el pecho de los asesinos, no logró cau-
sarles mal alguno.
Estos lo acometieron, y en el momento que levantaba las dos pis-
tolas para defenderse con el ~olpe de sus culatas, recibió dos pUl1a-
ladas terribles, á las que se siguieron tres más.
Viarnont cavó bailado en sangre, peto todavia amenazador.
Los asesinos empezaron entónces á lanzar sus epígramas más nau-
seabundos, prep ..uándose á degollarlo ántes que muriese, para no
perder el espectó.cu10 de su desesperacion.
-Aquí hay UD mellado! gritó uno.
y una de esas cuchillas preparadas como sierras para cantar la re-
falosa, fué pasada á los asesinos que tenian al j':'veu asido ya de los
cabellos. .
Este cerró los ojos ya empañados por la muerte, y esperó resignado
el momento supremo.
79
y aquel acto brutal y estúpido, fué c?n~umado entre u~. coro de
rislls y obcénid~des, sin arrancar á la Vlctlma un solo queJido.
Separada la cabeza del tronco, fllé atada á los tientos de uno de
ellos y siguieron viaje á Quilmes, por supuesto, despues de haber ro-
bado cuanto tenia aquel cuerpo tan bestialmente mutilado.
Cuando llegaron á Quilmes era aún demasiado temprano y BarreiJlO
n..J s~ hallaba en el juzgado.
-No importa, dijo Cuitmo al soldadQ que se hallaba e~ la puerta.
Ahf no. mAs en el despac~o-esperaremos, porque es preCIso que nos
acompafte á prender unos salvajes. que se han refugiado en este par-
tido.
Miéntl'as el soldado abria la puerta, Cuítii'1o mandó rodea!' la cuadra
para asegurarse contra una evasion.
En aquel mom~nto pasó por el juzgado un hombre que los saludé
con la mano canñosamente.
Eca el miserable alcalde Lopez que espiaba las consecuencia de su
ddacion.
Habia visto la lívida cabeza del j6ven Viamont á los tientos de uno
de los recados y no le cabia duda que igual suerte esperaba á su
~0 ~arreiro.· -
y- apuró ei galúpe de su caballo en direcclon á la alcaldia, pues
era indudable p~ra él que muy pronto 10 irian á buscar para que que-
dase al frente del Juzgado. El soldado, apenas entraron Cuitiño y
Gaetan, seguido de dos soldados, fué.á prevenir al Juez lo que su-
cedia. .
El_desgraciado Barreiro ni siquiera sospechó de lo que se trataba.
Se vistió apresuradamente pensando quiénes serian las víctimas de
que se trataba, y vino al despacho.
C~andp vió que los visitantes eran Cuitiño y Gaetan, 4 quienes 00-
noCla, no le cupo duda que se trataba de algun gran crimen.
Si este hubiera sido insigt]ificante como el degüello de alguna per-
son~ poco conocida, se habrian c()ntentado con pasarle un oficio or-
denán~olo, 6 h~bie~an II?-andad? ';1n asesino de menor importa?cia.
¿Qwénes senan o sena la v1ctlma señalada á aquellos bandIdos?
Barreiro entró sonriente al despacho, saludó con afabilidad á los
dos bandidos, y por cumplimiento no quiso sentarse al escritorio, ca-
sualidad que de' algo vino á servirle.
-De~eo saber, dijo, en qué puedo ser ótil á la gran causa de la
rederaclOn.
Cuando ustedes vienen á mi casa algo grave debe suceder.
-Algo hay, dijo Cui\iño, de alguna gravedad, pero que con su ayuda
puede reducirse á una cosa mUf sencilla.
-~~eden ustedes disponer de mí como lo estimen más conveniente.
CwtIño se puso. entónces de pié, fingiendo gran tranquilidad, sacó
un papel del bolsillos y acercándose á Barreiro le dijo:
-El Sr. Gobernador sospecha que alguien ha falslficado su firma
d.e usted, y para los fines naturales me encarga pida á usted declare
SI es esta ó no su firma. •
y desdobló ante los ojos dp. Barreiro aquel pase fatal
-Es esta su firma? continuó.
Baneiro quedó helaao ante aquella pregunta que envolvia una ame-
lIlaza terrible.
Comprendió que la víctima que se buscaba era él mismo y tembló
fd,~ .una.manera poderosa ante la mirada de tigre de Cuitiño que re-
tIl;a.): '
1:30 .
-Reconoce usted por ~uya e~t::t ñr"ma?
-Si, balbuceó el infeliz, la reconozco, pero este pase es el de un
cumplido federal. . .'
No bien habia concluido de decir- esto, cuando en las manos de
Gaetan brilló la larga y filosa daga.
El mismo miedo dió alas ~ Barreiro, que de un brinco estuvo en
el zaguan y echó ~ correr hácia su aposento, donde se encerró tran-
cando la puerta.
Allí estaba su esposa, Rosa Leyva,'Y su hija menor Dolores inte-
resante jóven que tenia por él un. cariño entrañable. '
Grande fué el espanto de estas al ver encerrarse ~ Barreiro de
aquella manera y notar la fan alteracion de Sus facciones.
-~Qué es eso, por Dios. qué te pasa?
-',¿ué sucede papá querido <}.ue Vlenes tan ajitado? preguntaron si-
multáneamente la mame y la hlja.
-No es nada, no se alarmen, es que han entrado ladrones.
y se dirigió ~ la mesa de luz buscando una pistola que sabia usar
sin acordarse que la tenia en el despacha. '
-Por Dios, Barreiro! gritó la señora saltando de la cama.
La presencia de ladrones no basta para aterrarte así.
Qué peligro te ameÍlaza? .
Y la señora y la hermosa niña lloraban amargamente.
En aquel momento y como si hubieran querido satisfacerla, se sintió
en la puerta un tumulto infernal, seguido de voces y gritos de muete.
-Abrí salvaje! abrí la :puerta, gritaban, ó la hacemos volarl
Mueran los salvajes Umtarios!
-Ya lo ves, balbuceó Barreiro sonriendo amargamente, la cosa no
tiene remedio!
la proximidad del trance terrible habia devuelto á aquel hombre
todo su aplomo.
-Allá voy! gritó á su vez, un momellto, señores asesinos. ,
Pero aquella no era gente de esperar mucho á una víctima que p~
dia escapársele, de un momento á otro.
-Abrí, salvaje, ó echamos la puerta abajo.
Y empezaron á golpearla de una manera desaforada.
-Hija mia, murmuró el desgraciado al oido de su esposa.
Es preciso que yo salga, aunque. solo sea para que nuestra hija no
me vea asesinar.
Y quiso dirijirse a la puerta..
-No quiero! no quiero! gritó la señora, escóndete aquí, abajo de
los colchones, y yo diré que te has ido.
-Papá! Papá querido! gritó Doloces, prendiéndose del padre-no
te vayas que te van á matar!
Escóndete como te dice mamita! yo te lo pido de rodillas!
La escena no podia ser más desgarradora.
Aquel hombre sufria de una manera terrible, pensañdo que podia
ser degollado alH, en presencia de aquellos dos seres queridos y lu-
chaba por desprenderse de los cuatro brazos que lo sujetaban.
En aquel momento saltó la puerta hecha pedazos, y cuatro asesinos,
guiados por el mismo Cuitii1o, entraron al apQsento, puñal en mano.
-Allá voy! no se acerquen! gritó Barreiro desesperadamente.
Lo único que pido es que no me maten aquÍ- .
Pero la señora con un valor asombroso saltaba al cuello de CUl-
tií'lo mientras la 'nii1a, abrazada de su padre, pedia por todo y de
, 1 .
un modo cOl1moveu:r que no o mataran.
Sl
Pero qu~ ruego ér1c:'\!,az de ablandar tas entrañas de aquellos
malvados. .
Por el contrario, aquella triple y honda desesperacion los. hacIa
gozar inmensamente, al estremo de mover sus pui'iales como SI estu-
vieran degollando.
Apurado Cuitii'lo por las uñas de .la se~ora, que á todo trat¡ce
queria elavárselas en el cuello, se VIÓ obhgado á darle de golpes
con el cabo de su rebenque.
La pobre señora retrocedió por el dolor de los golpes, hasta que
perdió pié y cayó bañada en sangre.
Tenia la cabeza rota en varias partes.
-Concluyamos de una vez I gritó Barreiro, tratando de deshacirse
de su hija.
Matenme 1?ronto, que este espectáculo es superior á toda resistencia.
Pero su hija Dolores lo habla abrazado tan estrechamente, que era
imposible librarse de aquel abrazo íntimo.
A una seña de CuitirlO los cuatro se acercaron y tratarc'l11 da arran-
carlo 4e los brazos de la jóven, pero tuvieron que renunciar á ello.
La j6ven que creia que así salvaba al padre, lo defendia cun un
escarnizamiento creciente.
Era tal la preslon nerviosa de sus brazos, que aún queriéndolo,
tal vez no hubieran podido abrirlos.
Ent6nces uno de los asesinos pasó á la espalda de Barreiro, le
echó líl cabeza atrás tomándolo de los cabellos y con una facilidad ~
que acusaba su larga práctica, le. pasó el cuchillo por el cuello.
Tan afilada estaba la arma y tan vigorosa fué la herida~ que la
cabeza cayó hAcia la espalda, donde quedó pendiente.
y el asesino se retiró á contemplar su obra desde un punto de
vista mejor, soltando una carcajada.
Un golpe de sangre tibia cayó d~l cuello del padre, sobre la ca-
beza de la hija, bai'landola pQ.r completo.
Esta, en el parasismo del horror, no atinaba á soltar el cuerpo ú
que estaba abrazada, que se estremecia de una manera poderosa
bajo las convulsiones de la muerte.
La sangre que seguía saliendo del cuello de aquel cuerpo, la aho-
gaba y la enceguecia.
y aquellos cinco bandidos contemplaban sonrientes aquel cuadro
de horror infinito, mientras la señora, postrada por la pérdida de
sangre, se arrastraba hácia el grupo que se movía sobre un gran
charco de sangre.
El cuerpo de Barreiro, cadáver ya, buscó su centro de gravedad,
y cayó pesadamente sobre el charco de sangre, arrastrando á la hija,
prendida aún á él.
La jóven no lloraba ya, ni decia una palabra.
Tenia sus ojos desmesuradamente abiertos y movia los l{¡bios agi-
tadamente como si hablara.
Pero su garganta no producia mas ruido que un ronquido gutural
intraducible .
.Poco á poco fué entreabriendo los brazos hasta que aquel cadáver
{no se e~capó de ello!>, y fué empujado por el pié, por los asesinos,
que quenan llevar su cabeza como testimonio de haber cumplido la
6rden. '
-Qué tal mocita? preguntó Cuitiño á la jóven. mientras seis hom-
bres se apoderaban de la cabeza de Barreiro.
El Puiial elel ttrano. 6
82
Dolores s~ apa~t6 penosa~ente el pelo que la sangre habia pegade
subre ~us oJos, mIró al asesl~o, de una manera incoherente, diremos.
y sonrIó de una manera estuplda,
Era de esperarse I
La escena que presenció tenía que haber turbado su razon pro-
duciendo la locura ó la estupidéz. '
La pobre señora ~e habia cubierto el semblante con ambas manos
y gemía dolorosamente.
Con la cabeza sangrienta asida por los cabellos, los asesinos salie.
ron del aposento, no sin haber sacado lo que habia en los bolsillos
cl~l cadáver, y apoderádose de algunas !tI.hajas y objetos de valor
que habia sobre los muebles.
La noticia habia corrido en un momento por todo Quilmes.
A,si es q~e cuando lo degolladores sali.eron al patio mostrando el
ternble trofeo, fueron saludados á los grltos de ¡mueran los sal\'aO'es
unitarios! <>
Viva ef Restaurador de las leyes!
Viva el coronel Cuitiño!
y aquella no era toda gente federal!
Es que el terror se habla apoderado del pueblo, al estremo de que
muchos unitarios iban á festejar y aplaudir frenéticamente lo degüe-
llos, para hacerse notar y garantir de este modo su cuello contra el
puii.al de la mazorca, que degollaba ya á las ocho de la mañana á
la primer autoridad del pueblo, en el mismo juzgado, y entre los
brazos de la familia.
Cuitiüo salió á su vez, se apoderó de los papeles que habia en el
juzgado y montó á caballo seguido de los asesinos.
A los tientos de estos, se veian las dos cabezas lívidas y ensan-
grentadas.
Contra todas las esperanzas del tráidor miserable Lopez, Cuitiño
se alejaba sin dejar persona alguna al frente del Juzgado.
La familia de Barreiro quedaba allí, rodeando el cadáver, sin re-
cibir de nadie el menor socorro.
Quien se atreveria á tender la mano á personas que habian caido
en semejante desgracia?
Hubiera sido esponerse á correr igual suerte.
Cada cual desconfiaba de la pErrsona que tenía al lado, temiendo
una delacion así es que los mismos amigos de la familia huían 10
mas léjos que les era posible, por temor de que los vieran hasta en
la manzana donde estaba la casa.
Los sirvientes de la casa se fueron á la calle y hasta los mismos
parientes, devorando su desesperacion, no se atrevieron á ir en so-
corro de las dos mugeres. '
Así pasó la mañana y gran parte de la tarde.
Algunas personas se habian detenido á dos ó tres cuadras de la
casa, por SI salian dofia Rosa y Dolores, pero estas no daban sefia-
les de vida.
Por fin, á eso de las cuatro de la tarde llegó á Quilmes un comi-
sari.o seguido de seis vigilantes que iba á embargar los bienes de
Barreiro y á quedar en el Juzgado, mientras se nombraba el mazor-
quero que debia sustituir al degollado.
Como la casa donde estaba el Juzgado era propiedad de Barreiro,
fué esta lo primero que se embargó.
La esposa y la hija fueron arrojadas á la calle á puntapiés y re-
83
bencazos, sin siquiera permitirles que tomáran un pañuelo para ta-
parse.
Y asi cubiertas de sangre y desgreñadas, se I es d ' sa l'leran
or eno
de Quil~les inmediatamente, bajo pena de ser azotadas en plena calle.
y así emrrendieron ~l camino d~. la ciudad, postradas po~ los
golpes recibIdos y hundIdos los espmtus en el abismo de la mas te-
rrible desventura.
La senora, por el a,?or de s~ hija, pretendia. sobreponerse á l~
situ3cion tremenda, é mterrumpla su llanto nerVIOso ya, para acan-
ciarla y darle algun consuelo. •
La pobre niña marchaba á su lado como una idiota.
A todo sonreia con una estupidéz tremenda para la pobre madre
y parecia agena á cuanto la rodeaba y sucedia.
Todas las personas huian al paso de aquellos desventurados. como
al paso de leprosos.
Todos temian que detrás de ellas viniese algun espia, encargado
de ver quienes las socorrian.
y marchando sin descanso, como locas que han huido de un ma-
nicomio, insensibles á toda fatiga corporal, pasaron aquella noche
terrible creyendo ,'er en cada bulto, en cada sombra del ánimo un
hombre que los acomete rebenque en mano.
-Vamos pronto mamá, decía estúpidamente la niña de cuando en
cuando.
Vamos pronto, mira que si demoramos van á a~esinar á papá.
Estas palabras penetraban en el corazon de la madre, como el frio
de un cuchillo, pues por ellas veia que su pobre hija habia perdido
la razono
No es posible humanamente sufrir más de lo que sufrió en aquella
Doche, la viuda de Barreiro.
Habia momentos en que se le ocurria ponerse á gritar, muera
Rosas! para que alguno la matara y dejar así de sufrir.
Pero el pensar la suerte que correria su hija si ella moria, ahogaba
en su garganta el grito terrible, pronto á ser lanzado.
Su entrada á la ciudad, fué mas terrible que el viaje desde Quilmes
y la salida de alli bajo el rebenque de la mazorca.
Su aspecto era una cosa indescriptible.
El polvo del camino se habia pegado sobre la sangre, cubriéndola
de una capa indefinible.
Parecian dos borrachos que hubieran dormido la tranca en los re-
siduos de un matadero.
y el pueblo federal, ávido de iniquidades, sospechando que eran
unitarias castigadas, las seguia en grupos, llenándolas de improperios
y apedreándolas hasta voltearlas sobre la vereda.
y la pobre niña reia siempre, aún bajo el golpe de piedra que le
partia la frente, mientras la madre trataba de cubrirla con su cuerpo
mutilado, para protejerla de nuevos golpes.
y el populacho se aumentaba de una manera tremenda, aumentán-
dose tambien las piedras y los dicterios.
Así llegaron aquellas dos desventuradas, sin saber ellas mismas
cómo podian sostenerse de pié, hasta la casa de doii.a Andrea Rosas;
donde se dirijian.
Doña Andrea, alma buena y piadosa, habia sido siempre la protec-
I tora de Rosa Leyva, como de muchas otras desgraciadas.

A~ma buena y piadosa, no temia las fúrias de su hermano, que


habla llegado hasta calificar á su esposo de salvaje unitario.
Este era el único amparo que quedaba en el mnndo á la pnbrJ
viuda.
Si doña Andrea se negaba ó no podia socorrerla, no le quedaba!
más que vivir en la calle, con su hija, bajo las pedradas de la co-.
barde chusma federal.
A la puerta de aquelIa casa que al fin pertenecia á la hermana
del Restaurador, se detuvo la chusma que las seguia, no sin haberles.
arrojado las últimas piedras.
La pobre viuda se t'ntró á la casa, como á la Suya propia, pero
a11l le estaba reservad.m nuevo trago de amargura.
Los sirvientes que nabian acudido al tumulto no solo se negaban
• dejarlas pasar adentro, sinó que querian echarlas á la calle nueva-
mente.
Cómo dejar entrar hasta donde estaba la señora, á aquel par de,
seres estraños, á quienes perseguia -:1 populacho!
Felizmente á los gritos y escándalo, acudió doña Andrea, qu~ es-
taba en casa, y que entreabrió una puerta preguntando lo que sucedia.
-Son estas dos locas que se han entrado y no quieren salir, resol
pondió un negro atlético, sirviente de confianza.
-Doña Andrea! dOlia Andrea! gritó la pobre "mujer.
Soy Rosa Leyva con mi hija Dolores! socórrame usted, por ca-,
ridad, que ya no podemos más! ':
La noble señora se estremeció de espanto, al reconocer en la voz'
á aquella mujer, que hubiera mirado un año sin saber quien era.
Como conocerla bajo el lodo sangriento que la cubria. en aquel
desórden horrible y bajo las heridas y golpes que se veian en todo
su roslro I .
lmpresionada profundamente, toda trémula y llorosa, doña Andrea
llegó apresuradamente hasta donde estaban las mujeres detenidas
por los sirvientes y tomándolas de la mano las arrastró adentro pre-
guntando:
-Pero por Dios, qué sucede? de dónde salen en este estado?
Dónde está Barreiro?
La viuda echó á llorar nuevamente.
El nombre de !'!u esposo y el sonido de una voz amiga, habian
logrado despertar nuevamente su sensibilidad.
-Lo han degollado! gdtó la desgraciada, 10 han degollado sobre
nosotras mismas.
y con acento desgarrador y sollozante, narró la historia que co-
nocen ya nuestros lectores.
-Pero esto es inaudito! esclamó la noble dama.
Esto es espantoso! continuó secando el llanto que aquella narracion
desesperante le habia hecho derramar. .
La espresion de estupidez de Dolores, sobre todo, aquel d~lor mudo
y reconcentrado, era una de las cosas que mas la conmOV1an.
-Pero ante todo, es preciso lavarse y mudaTse, esclamó.
Ustedes no puede~ estar así un minuto mas. . .
y uniendo la aCClOn á la palabra, las llevó á sus habltacl<?nes
donde limpió ella misma las heridas y las ayudó á lavarse y vestirse.
-Yo no puedo tenerme mas en pié dijo entonces Rosa, y esta po-
brecita, que no se da cuenta <fe nada, no sé cómo puede mante-
nerse asi.
. -Pues á acostarse, dijo doña Andrea.
y les preparó camas y les hizo dar un poco de alimento.
85
Un minuto despues de acost~rse! la vill:da de Barreiro· caia bajo
un suelio profundo, que le duro m!is de dIez horas. .
Pobre mujer! cuando se desperto, creyendo que saha de un sueño
abrumador y se encontró con la realidad de su situacion, rompió á
llorar nuevamente.
Su hija Dolores habia tomado inconcientemente el alim,ento que
le dieron, pero no durmió ni un minuto.
Doña Andrea mandó llamar médicos que la pusieran en el acto'
bajo un réjimen curativo. .
-Vamos á ver ahora lo que se puede hacer, esclamó doña Andrea
leon qué cuenta usted?
-Con nada! todo lo han embargado!
• Aquí tenemos la casa de la calle de Córdoba pero lo embargarán
tambien.
Estamos en la calle.
-Pues trataremes de salvar aunque solo sea esa casa, pues siquiera
así tendrán dónde vivir.
Yo voy á hacer las. diligencia necesaria para ello, ahora mismo.
Doña Andrea se vistió y dejando á las dos desgraciadas rodeadas
de cuanto podian necesitar, se fué no a casa de don Juan Manuel,
como era lo más espeditivo, sino á casa de doña Agustma, postrada
ya por la enfermedad que la llevó á la tumba.
Doi'la Andrea conocia demasiado á su hermano y sabia que una
súplica suya seria contestada con una sátira:
Doña Agustina escuchó horrorizada la narradon que le hacia su
hija, esclamando:
-Ah! Juan Manuel! Juan Manuel!
Estás maldido de Dios, criatura desgraciada.
Como todo empeño seria ineficaz, las dos mujeres convinieron en
que doña Agustina haria pasar por suya la casa de la calle de Cór-
doba para salvarla del embargo, y que ambas socorrerian á las, dos
desventuradas, hasta que se hallase una oportunidad de ablandar á
Juan Manuel.
Así escaparon ~~ hambre y á una mu~r~e horrible aquellas dos des-
venturadas, proteJldas por el noble espmtu de doña Andrea.

ASESINATO DE VARANGOT

Corria el tremendo mes de Octubre, mes· de sangrienta memoria,


que los federales habian bautizado de mes de Rosas.
E~ta aduloneria era para conmemorar aquella entrada de los colo-
rados de que ya hemos hablado, en Octubre del año 20, cuando la •
revolucion al general Rodríguez.
El bloqueo francés estaba entónces en lo mas recio, teniendo á
su bordo los buques, segun se anunciaba, poderosas fuerzas de
desemque.
Algo se decia de que los franceses debian ayudar al general Lavalle
con poderosos elementos de gUerra, lo que habia enfurecido á Rosas
de una manera terrible.
L:l mazorca fué lanzada entónces contra los ciudadanos franceses
al grito de: ¡muera Luis Felipe el guarda chanchos! para aterrarlos
de esta manera y evitar que tomaran parte en cualquier movimiento
contra su gobierno.
86
Las pri~eras vfctimas fuer~m los hermanos Varangot y el señor
Dupuy, cuyos cobardes asesmatos vamos é. narrar con preciosos
datos que poseemos.
Las calles estaban desiertas, no solo ya de noche sinó de dia.
El puñal de la mazorca era 10 único que imperaba, al estremo de
que los mismos federales poco conocidos, no se atrevian á salir por
temor de ser asesinados.
Fué en este mes que se cometieron los crímenes més bestiales y
repugnantes.
Martinez Eguilaz, quemado sobre una barrica de alquitran, el doctor
Zorrilla, el señor Mones Ruiz, Nóbrega y tantos otros, son episodios
trájicos y sangrientos que iremos narrando uno é. uno, para mostrar
I'} terrible de aquella dictadura cobarde Y' criminal. •
El <l.ue se atrevía á salir á la calle, lo hacia merced á una nece-
sidad Imperiosa, y adoptando todo género de precauciones.
El que sentía pasos detrás de sí, no se atrevia tí dar vuelta yapre-
suraba el paso, ganando el primer zaguan abierto si los pasos se
aproximaban.
y el que venia atrás retardaba su marcha, temiendo alcanzar al
que venia delante, por temor de encontrarse con algun asesino.
Los edictos de policia eran obedecidos por el pueblo con una rapi-
dez asombrosa, al estremo que, cuando se ordenó que las puertas de
calle y frente de las casas fueran pintadas de colorado, la órden
fué cumplida en una noche.
El que no habia hallado pintores salió él mismo á pintAr su puerta
y frente, y él que no encontró pintura, porque en el acto se agotó
la que habia, la fabricó él mismo con polvu de ladrillo ó con 10 que
pudo.
Es que en la ciudad no habia más autoridad que la mazorca, que
cometla cuanta infamia se le ocurria al más miserable de sus miem-
bros.
Era gente que vivia en un perpétuo estado de ebriedad, y bajo el
delirio del crimen.
La policia, conociendo lo que pasaba en la ciudad, no se atrevia
á tomar la menor medida, porque sabia que cuanto se hacia era orde-
nado por el mismo Rosas, desde Palermo.
Por la mañana enviaba sus carros á recoger los cadáveres, y daba
asi por terminada su misiono
y llegaba á tal estremo el terror de inmiscuirse en aquellas cosas
que tenian los empleados de policia, que cuando amanecia alguna ó
algunas cabezas clavadas en las rejas de la pirámide, ninguno de
ellos se atrevia á sacarlas.
Ellos mismos temblaban á la mazorca!
Los crímenes y degüellos que se cometían durante la noche eran
tantos, que no era ya cosa estraña en las más centrales calles de la
ciudad poder contar por la mañana diez 6 veinte charcos de sangre.
Fué entónces que Rosas ordenó la matanza de perros, por los
presos, parIJ que se comprendieran los rastros de sangre, y atribuirlo
todo á aq1,lella operacion material.
AsI la policia podia asegurar que aquellos charcos de sangre pro-
venian de la matanza de perros.
La poblacion se recojía así en las primeras horas de la nücbe, bajo'
los gntos de la mazorca, las voces que pedian un socorro que nunca
babia de llegar, y las descargas en los cuarteles.
81
y despertaha ~\ la madrugada bajo, la gritería espantosa de los
presos, que andaban matando perros ~ la:w, y garrote.
y los carros de policia l~\'anta~an. llldlstmtamcnte, los cadáveres
de los perros y de lo salvajes umtanos degollados durante la no~he.
Aún viven muchas de las personas que pasaron en Buenos AIres
aquella época maldita.
A ellas puede recurrir el lector que dude de la veracidad de nuestra
narracion.
No exageramos nada, porque no es necesario exag<lrar.
No hay exageracÍon posible en la narracion de aquellos crlmenes
brutales.
Vengamos pues al asesinato del Sellar Varangot, tema de este
ca~ítulo.
Cuando el ilustre Bernardino Rivadavia, el apóstol manso de los
principios y derechos, presidia los destinos de la patria, vinieron á
Buenos Aires, como tantos otros, dos distinguidísimos jóvenes fran-
ceses.
Los hermanos Juan Pedro y Cárlos Varangot.
Dueños de un fuerte capital, los hermanos Varangot venian A es-
tablecerse en el país, halagados por el porvenir que ofrecia, garantido
por aquel gobierno puro y patriótico.
Estudiando las necesidades del país y las industrias que más se
prestaban á una esplotacion brillante, pasaron algunos meses hasta
que se decidieron á plantear dos empresas industriales.
Esto, mientras adquirian algun establecimiento de campo, que era
á lo que daban su preferencia.
Así Juan Pedro estableció una gran fábrica de sombreros, primera
que hubo en el pa¡~, y Cárlos otra de naipes á la española, que eran
los de general y gran consumo.
Deseando dar á ambos negocios el mayor incremento posible, man-
daron buscar á Francia, no solo las máquinas necesarias, sinó los
obreros y oficiales más inteligentes del ramo de cada fábrica, pues
aquí no los hubieran hallado.
En cambio dieron colocacion á una buena cantidad de hijos del
país, como aprendices y como dependientes en las fábricas.
Las fábricas empezaron á producir beneficios de ,primer órden.
Atendidas con una dedicaclOn é inteligencia especIal, los negocios
marchaban desde lID principio de una manera brillante.
Al poco tiempo de haber planteado las fábricas, los hermanos Va-
ran~ot colmaron su ambician, estableciendo en sociedad un estable-
cimIento de campo en grande escala.
Al efecto, y para poder dedicar sus capitales á la adquisicion de
hacienda y plante ó del establecimiento, tomaron campos de pastoreo
en enfitéusis, cuyo cánon pagaban anualmente.
Gracias á una dedicacion estrema y á una actividad asombr<Jsa, el
establecimiento de campo empezó á prosperar como habían prosperado
las fábricas, compensando desde el primer momento los sacrificios
hechos.
Jóvenes de una educacion esmerada y con el carácter afable y franco
de t,do franc~s de esa~ condicio~es, pronto se abrier~n las puertas
de nuestra pnmera SOCIedad, haCIendo en ella numerosas relaciones,
y aun amistades estrechas.
L:1s famili3:s porteñas, en su sencillez encantadora de aquellos tiern-
po~, los cautivaban, al estremo de no echar de menos la patria recien
~~ ,
88
Los dos ha~l.aban el esparlOl con la misma conecion que el francés
lo que les facilItó enormemente su contacto Clln las familias mas dis~
ting-uidas.
Su conducta era irreprochable y proverbial su modo de vivir lo
ql1'~ concluy6 de captarles las generales simpatias. '
As! vivieron mucho tiemp.o, complet~~ente felices. y satisfechos
de haber dado su preferencIa para reSidir, á la provincia de Buenos
Aires.
Los negocios seguian dando resultados brillantes y prometiendo un
porvenir de los mas hennosos.
Es que los hennanos no descansaban, atendiendo tan presto á las
fábrica~, corno al establecimiento 'de campo.
l¡ntónces la ambician, que siempre anida en el corazon del hombre
los pinchó por otro lado. '
Algo les faltaba, y este algo era una familia con quien compartir
la fecilidad que por todas partes les salia al encuentro.
- Pues construyámonos un hogar aqul, dijo un dia á Cárlos, su
hennano.
Creo que este seria el colmo de nuestra felicided y lo que endul-
zaria de una manera celeste esta existencia monótona que llevamos.
- Construyamos un hogar, repuso Cárlos.
Aquí hay bellezas en donde elejir, corazones buenos y honrados
y espíritus gentiles hasta el idilio.
Has tenido u!la idea espléndida!
Yo notaba que á mi me faltaba algo para completar mi vida, pero
no me daba cuenta de lo que podria ser.
Ahora caigo que es una esposa amante y una familia que ge crie
á la lumbre de nuestro espíritu.
Des?~ aquel dia .se decidier~:m á ele~rl entre las muchas familias
que vIsltab.:m, la niña que hablan de solICItar como eterna compañera.
La eleccion no era muy fácil, pues todas las niñas que trataban
les parecian igualmente dignas de hacerlas sus compañeras.
Por fin, des pues de muchas vacilaciones y consultas entre ellos
mismos t empezaron á visitar con mas asiduidad, á las respetables fa-
milias Oe Agüero y Aranzo.
En ambas casas habian hallado la mujer que les parecia mas com-
pleta y mas digna de tomar por consorte.
Don Cárlos se habia enamorado apasionadam~nte de la hermosa
señorita Francisca Aranzo y don JUln Pedro de la bella jóven Juana
Agüero.
Renunciamos á narrar aquellos amores purísimos y discretos, en
honor de la seriedad de los actores. .
Pero decimos que ámbos hermanos se habian enamorado verdade-
ramente, con toda la pasion de su edad juvenil y corazón ardiente.
Poco tiempo despues, con satisfaccion de las familias á que se en-
lazaban y de toda la sociedad á que estaban relacionados, se unieron
á las distinguidas niñas que dejamos nombradas.
Aquellos matrimonios fueron un idilio de amor, pue$ I~ J;¡ase de
aquellos hogares era un carmo sin límite y un mútuo respeto encan-
tador.
Así, al amor de aquel cariño y bajo la sombra de aquel respeto,
empezaron á crecer los séres queridos que debian constituir la fa-
milia.
Don Juan Pedro fué en esto menos afortunado que su ~ennanf),
pues la naturale~al rebelde á sus deseos, no le daba suceSlOn.
89
En cambio don Carlos aumentaba su familia rápidamente.
Aun viven sus hijos don A velino, honorable empleado de la Aduana,
dO:-la Carlota, Dorila y Madgalena.
Así don Cárlos al lado de su familia, y don Juan Pedro alIado d~
su esposa vivieron felices, hasta el afIO 40 que empezó Rosas á aph-
car á los 'franceses su sistema de terror.
Los negocios de ambos habian seguido prosperando, hasta dar á
sus dueñtlS una hermosa fortuna.
Don CArlos Varangot fué la primera víctima.
A pesar de que acataban todas las disposiciones del Gobierno y ni
por broma se mezclaban e~ los ~co~tecimientos ~olíticos, empezaron
á ser clasificados de salvajes umtanos y persegUIdos como tales.
Habia un doble é inicuo objeto en la p~rsecucion de los Varangot.
Rosas lo habia ordenado, porque eran dos personas las mas espec-
tables de la poblacion francesa y porque la clasificacion de salvajes
unitarios fulminada contra ellos, debia producir el embargo de sus
riquezas.
y era este el aliciente que para perseguirlos tenia la mazorca, que
sabia habia de sacar la mejor tajada.
Don Cárlos empezó á notar ciertos grupos sospechosos al rededor
de su casa. No faltó quien le dijera que b miraban como á unitario
y trató entónces de demostrar que, en su calidad de estranjero, no
se mezclaba en la política del país.
- Poco me es el tiempo, decia, para preocuparme de mis intereses
y de mi familia.
Don Cárlos no tenia miedo por sí.
Se creia garantido con ser estranjero y jamás pensó que el mise-
rable tirano, {lar esa misma razon, resolviera persegu!rlo.
Pero el pelIgro que podia correr su familia lo aterraba al es tremo
de hacerle perder la cabeza.
Una noche que entraba á su casa, á la hora que tenia de costum-
bre, se encontró con· uno de tantos grupos de foragidos, cuyo jefe le
intimó órden de prision. •
¿Quien se atrevia en aquel tiempo á resistirse á una órden semejante?
El hecho solo de no obedecer á la mazorca, porque mazorqueros
eran, equivalia á hacerse degollar sin mas trámite.
-Tal vez sea por asustarme, pensó, ó por hacerme pagar una multa.
Si fuera para degollarme, lo habrían hecho aquí, no más, sin pér-
dida de tiempo y sin tomarse el trabajo de llevarme á otra parte.
y como esta era la práctica, se afirmó más en su idea.
-Estoy pronto, dijo, pero agradeceria á ustedes me permitieran
entrar .A prevenir á mi familia para que no tenga cuidado por mi
ausenCia.
-N? señor, respondió el que encabezaba el grupo, con federal in-
solenCia.•
y marche pronto, antes que le hagamos marchar a la fuerza.
y miéntras algunos enarbolaban los tradicionales nervios de toro,
otros hacian relucir sus puñales.
-En marcha pues, contestó Varangot tranquilamente.
Esto no puede ser más qne un error, porque yo no tengo nada que
temer.
-Eso lo sabras pronto, salvajon francés.
Me parece 9ue. de la caricia que te van á hacer en el pescue~o,
no te salva IU cnsto padre.
90
y á los gritos de ¡mueran tos f~nces~s!. ¡muera Luis Felipe el
guarda. chanchos! ¡m?-~ran l.os salvajes umta.nos! 10 llevaron á gülpes
y estr~Jones á la Policla, sIendo pasado d~ al11 á la cárcel, donde
lo alOjaron en un calabozo despues de u.otlficarle que si decia una
palabra seria fusilado.
Recien comprendió Varangot que cuanto se le habia dicho era ter-
riblemente cierto.
Pensó entónces que. su familia qued~b~ sumida en la desesperacion
y el abandono, y smtló que se le oprlmla el corazon baj~el peso de
aquella primera desventura que se cruzaba en su camino.
Su familia entretanto, estaba entregada á la desesperacion mas
tocante.
La senara 11 los gritos que habia sentido en la caUe, salió á la
}Alerta, guiada por un presentimiento fatal.
y al sentir desde allí los gritos lejanos de ¡mueran los franceses!
etc., no le cupo duda que á su marido le habia sucedido una desgracia.
Como una desesperada. salió á la calle, llorando y llamando á su
esposo.
-No siga adelante, señora, le dijo un vecino.
Al señor Varangot lo acaban de llevar preso por una equivocacion,
sin duda, como él mismo 10 ha dicho.
No se aflija que mañana 10 han de poner en libertad.
Era tal el significado de la palabra prision, en aquel tiempo, que
al oirla la señora se lanzó á la calle velozmente diciendo:
-¡Pues me voy á la Policla, yo no quiero que lo maten!
Entre muchos otros vecinos que hablan salido tambien á la puerta,
detuvieron á la noble dama, haciéndola notar el peligro que corria
ella misma y el que hacia correr á su esposo con aquel paso imprudente.
-Esto los va á irritar contra ustedes, y será causa de otras pet-
secuciones.
Piense usted que ahora tiene <J.ue protejer á sus hijos, que no ten-
drán amparo miéntras dure la pnsion de Varangot.
Esta última reflexion obró de 1,Jna manera poderosa en el espiritu
de la señora, que regresó á su casa con el corazon oprimido por el
dolor.
En el acto envió á llamar á don Juan Pedro, que se presentó lleno
de agitacion '1 de zozobra.
Por el cammo habia tenido conocimiento de la prision de su her-
mano, y por más que pensaba, no podia atinar con las causas que la
habian producido.
-Cárlos, que yo sepa, no se mezcla en la política, pensaba.
Este debe ser forzosamente un error sin consecuencia.
Pero cuando le dijeron 9.ue su hermano habia sido clasificado de
salvaje, y le refirieron el diálogo que habia tenido lugar en la puerta
de la calle, tembló por la vida de Cárlos.
-¡Sabe Dios! sabe Dios! pensó, si no ha hecho una calaverada tan
grande, que me la á ocultado á mí mismo, para quien no tiene secTeto~.
y entró á consolar á su cuñada, que estaba entregada á la mam-
festacion del dolor más íntimo.
Pero quién consuela á una mujer enamorada de su marido, cuando
crée que este corre un peligro de muerte!
Vanas fueron todas las reflexiones de su cutiado.
No habia medio de consolarla'Jretendiendo irse esa misma nade
á la Policía, á hacerse entre2"ar preso.
91
-Es preciso que te calmes, dijo por fin don Juan Pedro, revistién-
dose de una energia que estaba muy lejos de sentir, puesto que el
mismo golpe lo habia él sentido en medio del corazon,
Yo voy ahora mismo á averiguar lo que sucede y vengo á traerte
la contestacion.
Cierras la puerta y no abras á nadie.
Qué será de tus hiJOS y de tí misma, si esa canalla vuelve y logra
entrar en la casa!
La señora se calmó un poco ante esta promesa y se resolvió esperar,
bien encerrada, la vuelta de su cuñado.
Este, sin reflexionar el peli~o que él mismo corria, y sin oir los
consejos de los amigos, se dingió á la Policia.
Se trataba de la vida de un hermano y de un hermano á quien
amaba 'con una idolatria insuperable.
El hecho solo de ir á preguntar por Varangot hizo que el empleado
que lo recibió le pusiera una cara de todos los diablos.
Probablemente si hubiera sabido qu~ era hermano del preso por
quien preguntaba, lo deja preso á él mismo.
-¿Y qué le importa á usted de la prision de ese salvaje franchute,
ó viene á empeñarse por él?
Comprendiendo por aquella actitud lo peligroso que seria darse á
conocer, don Juan Pedro replicó con toda naturalidad.
-De él no' me importa nada, pero soy amigo de la familia y qui-
siera llevarle algun consuelo.
-Amigo de la mujer, ¿eh? preguntó aquel verdarero salvaje con
una espresion brutal.
Pues ya puede consolarse porque me parece que muy pronto enviuda.
Don Juan Pedro saludó tratando de sonreir y salió rápidamente.
Sintió que el llanto lo ahogaba y temió que su emocion fuera á
traicionarlo.
-Caramba, si le dado buena noticia! pensó el empleado-ha salido
como un cohete!
El pobre Varangot, en cuanto salió de la Policia, se puso á llorar
como un niño.
¿Cómo podía él consolar d su cuñada, cuando necesitaba consuelo
él mismo.
Sin embargo, hizo un supremo esfuerzo de voluntad y regresó al
seno de la desgraciada familia.
- No hay nada que temer, dijo á doña Francisca.
Carlos está preso porque ha sido denunciado como salvaje unitario.
En cuanto se convenzan que esto no es cierto lo pondrán ,en )i- .
bertad. ';
Pero ~abia tal acento de dolor en las palabras de Varangot, que
en ~l pnmer momento no pudo engañar á su cuilada.
lb esposo corre un peligro de muerte, dijo ésta resueltamente, y
yo debo est¡tr á su lado.
Me voy á la Policia ó á donde esté.
- Eso e~. una imprudencia que puede reduñdar en perjuicio tuyo
y de tus hiJOS.
Ya sabes que hoy no se respeta nada: lo mismo se maltrata á un
un hombre que á una mujer.
Lo único que lograrias seria hacerte estropear ó poner presa tal
vez, y entónces ¿ qué seria de tus hijos?
Por otra parte Cárlos no corre peligro alguno por su calidad de
estrangero.
99
De otra manera no estana yo aqul tan tranquilo, sabes lo que-Jo
quiero y que no le habria de abandonar en su desventura .
. Estas dos últimas reflexiones {lesaron sobre el ánimo de la seii.ora
que prometió esperar hasta el SIguiente dia. '
-Eso sí, dijo, si á la tarde Cárlos no está aquí, yo voy á su lado
porque allí está tambien mi puesto. '
En todo caso llevaré nuestros hijos.
- Eso seria lo peor de todo, pues no hay nec:esisad de que los
es pongas á ellos tambien.
En fin, mañana veremos lo que sea más acertado hacer.
y don Juan Pedro se retiró, porque necesitaba estar solo, para
entregarse por complet.o á su dolor.
Tenia miedo, un miedo terrible por la suerte de su hermano, por-
que ignoraba la causa de su prision, y una prision en aquella época,
era la muerte en la mayor parte de los casos.
¿ Cómo podia figurarse que ~}. simple hecho de ser ciudadanos fran-
ceses era causa bastante para que fuesen perseguidos á muerte?
En tQda la noche no pudo conciliar el sueño.
Cada descarga que sen tia en los cuarteles ó en la Policia, le pa-
recia que era lo que ponia fin á los días de su hermano.
Al dia siguiente salió á la calle á hacer sus averiguaciones, y se
encontró con la novedad que la mazorca habia asaltado en la noche
anterior la casa de varios franceses.
Los' franceses empezaban pues á ser puestos fuera de la ley y
entregados al puñal de la mazorca.
De averiguadon en averiguacion, supo que su hermano habia sido
p~sado á la cárcel.
Todo Buenos Aires conoda ya la prision de don Cárlos Varangot
aconsejando sus amigos á don Juan Pedro que se pusiera á salvo con
tiempo, para no correr igual suerte.
¿Pero como se ausentaba del país abandonando á su hermano en
aquella situacion desesperante y cuando su huida podía ser muy bien
causa de su muerte?
En aquella triste situacion de espíritu volvió á casa de su hermano.
Su cuñada estaba desesperada.
En las primeras horas de la mañana habia mandado buscar varios
amigos que alguna influencia podian tener, pero ninguno habia acu-
dido al llamado.
Quién se atrevla á poner los piés en una casa de familia, cuyo
jefe habia sido arrestado por la autoridad, clasificado de salvaje
unitari.o?
Hubiera sido atraer sobre sí las denuncias más odiosas y las per-
se.:uciones más sangrientas.
En cuanto vió venir á su cuñado, le dijo:
- Yo me voy, yo me voy á salir de angustias, y suceda lo que
Dios quiera.
No puedo ya dejar de correr al lado de mi esposo, cuando tal vez
me esté reprochando el martirio de morir sin verme por última vez.
Don Juan Pedro logró detener momentáneamente á la seriora con
algunas reflexiones, pero ésta salió al fin á la calle, pidiéndole cui-
dara miéntras á sus hijitos.
Don Juan Pedro le aconsejó que fuese prudente hasta la exagera-
cion, y quedó á reparar á la pequeña familia, esperando que su C~·
fiada lograria lo que él no logró;
93
Ver al desgraciado Cárlos.. . .
Este habia pasad u una noche tern~)p, pues á sufrImIentos morales
se habian unido toda clase de brutabdades.
Tratándolo con los calificativos más groseros y bestiales, fué con-
ducido a la cárcel á golpes y amenazas de muerte.
_ Pero ¿ I?or que me tratan así? preguntó pudiendo apenas contener
la indignaclOn que lo sofocaba.
¿ Cuál es el delito de que se me acusa?
_ Cállate, francés salvajon, que te dirán en el pesquezo de lo que
se trata!
y le golpeaban con el cabo de los puñales ó le daban de bofe"
tones.
Varangot quiso terminar de una vez aquella escena repugnante, y
se dispuso á volver golpe por golpe, para provocar una muerte rá-
pida que pusiera término á aquella situacion angustiosa, pero el re-
cuerdo de sus hijos y de su amante esposa lo contuvo.
Pensó en la cadena de sufrimientos que podia pesar sobre aquellos
séres queridos y se resignó á sufrirlo todo, pensando en que seria
puesto en libertad despues de aquellos vejámenes, pues en realidad
no encontraba una sola razon que justificára aquel proceder violento.
Una vez en el calabozo que debia ocupar, 10 golpearon de nuevo,
notificándole que si queria dormir ahí tenia el suelo, y que si tenia
hambre esperara al siguiente dia.
Varangot se consideró feliz con el simple hecho de quedarse solo.
Fué entónces que se entregó á pensar en los suyos y en el peligrq
que tal vez estaban corriendo en aquel mismo momento.
y volvió á desear la muerte si es que no habia de salir más de
aquel calabozo.
Varangot pasó una noche ternole, mortificado por sus tristes pen-
samientos y por el dolor de los golpes recibidos, dolor que recien
empezaba á sentir en toda su intensidad.
El dia siguiente lo sorprendió en medio de aquella angustia su-
prema.
,Le habian llevado un zoquete de carne que á penas se atrevió á
mIrar.
El pobre esperaba que las diligencias practicadas ese dia por su
hermano y sus amigos, darian por resultado su libertad.
Esta era su situadon cuando su desgraciada señora, llorosa y con-
movida, entró al despacho de Policia.
En ~uanto s~ nom~ró, los empleados empezaron á tratarla con la
brutalIdad habItual a todo empleado, pues el que no lo hacia por
naturaleza, lo hacia temiendo que sus .modales comedidos tratándose
de unitarios, lo hiciera caer en desgr:acia. '
Entónces se entabló el siguiente diálogo entre la dama y los em-
pleados.
-:- Yo no pi~o más que ver á mi esposo, verlo solamente y me
rebro en seguIda.
-No se puede ver á ese franchute salvaje.
-Un momento no mas.
-L?s ~alvajes no pueden hablar con nadie.
-SI mI esposo no es unitario!
Si él no se m~zcla. en. nada á la política!
-Es un salvaje umtano y un franchute inmundo y asqueroso.
Largo de aqui prontol
94
La pobre sell.ora, sin más armas que su dolor y su llanto se des-
quitaba con llorar de una manera conmovedora. '
¡Pero que desgracia de la vida era capaz de conmover un corazon
federal!
Tanto insi~tió y tan~~ lloró la noble dama, (¡ue fué arrojada á la
calle á empujones pudlendose dar por muy bien servida de no haber
sido estropeada.
Pero no era esta una señora capaz de dejarse vencer por aquel
maltrato.
-Por lo ménos, imploró, juntando sus hermosas manos díganme
uste~es dónde está y permítanme mandarle una cama y ~ poco de
cCl¡llda. .
Pero entónces ya no le contestaron más y la hicier0n ir á empu-
jones hasta la calle de la Federacion (hoy Rivadavia). .'
La sefiora regresó á su casa abatida por el dolor y la vergüenza
y se desquitó con llorar, prendida á sus hijos. '
Así pasó una semana, semana mortal, aunque ella trajo un mise-
rable consuelo á su desolada familia.
Si Varangot no habia sido muerto ya, es porque no habia la inten-
cion de matarlo. . •
De otro modo se hubieran librado ya de un preso y hubieran cum-
plido el programa.
La familia sabia que don Cárlos vivia, aunque tratado con suma
dureza, por personas que la informaban sin que nadie pudiera sospe-
charlo.
y Varangot, soportaba con paciencia todos aquellos martirios, pen-
sando que pronto habían de ponerlo en libertad.
Ya Varangot habia sido sacado de su calabozo, y dejado en la
crujía, frente á la puerta de la calle, lo que demostraba claramente
que no habia la intencion de matarlo.
Sabiendo esto, la señora quiso darle algun consuelo, enviando á su
hijo A velino para que se dejara ver por él, aunque solo fuera dliSde
la puerta de calle, sí no lo dejaban entrar.
El señor don Avelino Varangot, empleado en la aduana, como ya
lo hemos dicho, tenia entónces doce aflos.
Querido entrañablemente por su desgraciado padre, su vista debía
proporcionarle un placer que compensára las torturas que pasaba.
Vestido con la mayor prolijidad y esmero, salió el niño de su casa,
acompañado de Juana Francisca Varangot, pardita criada en la casa,
cuyo apellido llevaba por ser hija de esclava de la misma familia.
Esta era costumbre de todas las familias.
Los hijos de sus esclavos, llevaban su mismo. apellido.
El niño y la pardita se pararon delante de la puerta de la cárcel,
mirando fijamente á la crujía, donde les habian dicho estar Varangot.
-¿No me deja entrar amigo? preguntó el niño al centinela, con toda
la inocencia de su edad infantil.
-Ahí no hay más que salvajes, repuso el soldado, y nada tenés
que ha,cer con el'os. . . .
El mño se quedó en la puerta, mIrando sIempre con aVIdez á la
crujía. ,
Tenia un vehemente deseo de ver á su noble padre, que tan can-
110so era con él.
Desde allí, al poco rato, alcanzó á distinguir una mano blanca y
pálida como la muerte, que por entre las rejas de fierro lo saludaba.
El nii'\o sintió que el cabello se enderezaba sobre su cabeza.
95
Era la mano de su padre que lo habia conocido, y que lo saludaba
envi::índole un beso y hac.iéndole. señas de quedarse .dónde .estaba..
Guiado solo por su carlllO y SIO saber lo que hacIa, el mño cornó
con sus bracitos tendidos, ávido de besar aquella noble mano.
Pero el centinela lo contuvo en la puertt
Quiso lanzarse de nuevo hácia la crujía, pero no bien habia dado
dos pasos, rodaba en el pavimento, lanzando gritos de dolor y es-
panto.
Aquel salvaje habia dado vuelta el fusil de que estaba armado y
le habia dado un culatazo capaz de postrar á un hombre.
El pobre nÍllo no pudo levantarse, agoviado por el terrible dolor
que el golpe le habia producido.
Fué la pardita quien lo alzó en sus brazos, sacándolo de allí pron-
tamente, por temor á un nue\'o golpe.
Amargo y terrible fué aquel momento para el infeliz Varangot, que
habia visto el golpe y el efecto producido en su tierno hijo.
Se prendió á la reja, y sacudiéndola con violencia, apostrofó de
una manera tremenda al centinela.
Sus compañeros de presidio lo sacaron de allí, y 10 hicieron callar,
temiendo que si sentian lo que gritaba le fusilarian inmediatamente.
El nmo A velino fué vuelto á su casa, con la pobre mulata que llo-
raba amargamente.
Terrible fué el susto que esperimentó la pobre señoral
Cuando vió el estado de su hiju y supo el golpe que habia reci-
bido, lo creyó muerto.
Era preciso entónces renunciar á toda tentativa de consuelo para
Varangot, dejándole ver algwlos de los séres que tanto queria.
No era prudente exponerse á un nuevo golpe que pudiese ser más
funesto.
y solo esto y algunos avisos que le dieron, decidió á D. Juan Pedro
á emigrar para Montevideo.
No queria verse espuesto á correr la misma suerte de Sil hermano,
y que su esposa, más sensible que su cuñada, muriese de des es pe-
raClOn, Ó por lo menos, enfermase gra"emente.
Así, se resolvió á ausentarse, aún abandonando sus cuantiosos in-
tereses en manos de un apoderado.

Ese mismo dia Varangot fué á ver á su cuñada y á prevenirle su


determinacion.
-Me parece prudente que te vengas conmigo, acompañada de los
tuyos.
Tal vez esto fuera salvador para el pobre Cárlos, pues para morti-
ficarl<? más, puede ser que dén en perseguirlos.
- "\ o ~o me muevo de Buenos Aires miéntras Cárlos esté preso,
respondio la pobre señora.
Yo debo q';ledarme aquí, porque debo atenderlo aunque sea de léjos.
En MonteVIdeo me marina de angustia y de incertidumbre!
-Pue.s yo me voy, no pur mí mismo, sinó por Juana, que ya sabes
lo P?qwta que es, y la impresion que le haria si me prendieran como
á Carlos.
1e Ya sabes que yo no creo le suceda á éste ningun daño, pues ya
habría sucedido.
~or esto es que me voy tranquilo y si te invito á que me acam-
panes es para mayor tranquilidad de él mismo.
96
-Mucho te lo agradezco pero es inútil.
Creo que mi deber es quedarme aqul y me quedo.
Si esto me ocasiona alguna desgracia, la soportaré con paciencia '
pues no será mayor de lo que me ha sucedido.
Yo aplaud,o tu idea ~~ i~te con Juana á Montevideo, pues si han
hecho con CArlos una InIqUidad, no será estraño que el dia ménos
pensado te suceda lo mismo.
Sintiendo que su cuñada no hubiera aceptado la invitacion don
J';lan Pedro se retiró par~ concluir sus arreglos y dar sus in~truc­
ClOnes al apoderado qu«: iba á queda~ .al frente de s!-ls. negocios.
Desplles de comer, hizo algunas ViSitas de cumphmlento, r. salió
en seguida acompañado de su señora, á despedirse de la famtlia de
t.5ta y de sus amistades mas íntimas. .
Todos le aplaudian su determinacion, estrañando no se hubiera
ausentado cuando prendieron á su hermano.
lO Don Juan Pedro no ocultaba su viaje, porque en su calidad de
estrangero creia no tener nada que temer.
Habia sacado su pasaporte y puesto en regla sus papeles para
embarcarse al siguiente dia á la tarde.
Serian las nueve de la noche, cuando los esposos Varangot resol-
vieron volver á su casa, pues á esa misma hora era ya imprudente
andar por las calles, mucho mas, acompañado de una señora.
Don Juan Pedro, como de costumbre, no llevaba consigo arma
alguna, pues la consideraba inútiles, primero porque nada tenia que
temer, segun pensaba, y despues, porque para defenderse de uno de
aquellos numerosos grupos de mazorca, hubiera sido necesario llevar
consigo un arsenal.
Tomaron la calle de Maypú y siguieron en direccion á la de Cha-
cabuco.
Don Pedro vivia en esta última, entre Belgrano y Venezuela, casa
de su propiedad.
Las calles estaban desiertas, como de costumbre.
Solo se veia cruzar de cuando en cuando, alguna sombra que apu-
raba la marcha, por. haberse retardado fuera de su casa á hora tan
avanzada.
-Apuremos el paso, ipor-Dios! decía la señora.
Tengo fria en el corazon y un miedo que no puedo dominar.
No veo el momento de llegar á casa, porque creo que si tardamos
mucho me voy á descomponer.
-No tengas cuidado, respondía alegremente don Juan Pedro.
Ya mañana estaremos libres de todo temor.
¿Qué quieres que nos suceda á tan corta distancia de casa.
-No sé, no sé, decia la señora, pero me parece. que nunca lle-
gamos.
Me va á parecer un sueño verme á bordo, libre de todo temor.
Es estraño este sobresalto que me ha invadido desde que nos acer-
camos á casa?
Conozco que es una locura, si quieres, pero tengo miedo!
Así temblando ella bajo el brazo de su marido que estrechaba á
su cu~rpo, y tratando él de disipar sus temores, llegaron á la puerta
de la casa.
La puerta estaba cerrada, lo que no era estraño por lo avanzado
de la hora.
-Han tenido miedo estos tontos y se han encerraJo, dijo don
Juan Pedro tocando al llamador.
97
-¡Prento, pronto! ¡llama prontu! gritó la seiiora, oprimiéndole el
brazo-yo tengo miedo! estoy enfenna.
y palideció de pronto, como ~i hubiera visto á su lado un peligro
de muerte.
Oh! el corazon de las mujeres es muy leal en sus anuncios. .
Don Juan Pedro, alarmado, dejó el llamador para atenderla, al miS-
mo tiempo que le decia:
_ ¡Pero hija! ¿no ves que no hay nadie en la calle? no ves que no
se siente el rumor mas leve? .
-Llama por Dios qué me muero! no puedo resistir más esta im-
presiono
Don Juan Pedro tomó el llamado~ y dió ~os golpes vjgoroso~.
El Dliedo de su seliora empezaba a producirle un vago desasociego.
Algunos segundos des pues, se sintieron pasos leves, como de per-
sona descalza que veliÍa del interior de la casa.
-Tengo tan oprimido el corazon, que hasta te juro que me dan
ganas de disparar de aquí-dijo la sei'lora.
-Ya estamos seguros, ya nos abren, no temas, dijo donjuan Pedro
gritando á la persona que habia llegado á la puerta:
-Abre pronto, con mil diablos, que la sei'iora está enferma.
La puerta se abrió entónces de par en par.
La seliora lanzó un alarido terrible, y se prendió á su esposo que
habia quedado alli aterrado, sin poderse dar cuenta de lo que sucedía.
Los presentimientos de la pobre señora acababan de cumplirse.
Al querer entrar precipitadamente, se habian encontrado con un
grupo de unos diez hombres de la mazorca, á cuyo frente se hallaba
el feroz Cuitilio, que era quien habia abierto la puerta.
Para tomar mas desprevenidas á las víctimas el grupo de mazor-
queros se indrodujo en la casa en las primeras horas de la noche,
con el mayor sigilo, á esperar la vuelta de los esposos Varangot.
Apenas cerraron la puerta unos, entraron otros á aseglirar la gente
de sen·icio, lo que les fué fúcil, porc¡ue ella se componia de tres
mula tillas y un moreno demasiado Jóven para oponerse. á tanta
gente.
Atados y amordazados todos, despues que recibieron algunos punta-
piés y pui'ietazos, los mazorqueros se desparramaron por la casa, á
zaquear lo que estuviera á mano, y aún en los mUebles que pudieran
forzarse sin hacer estrépito que llamara la atendon del vecindario.
Concluido este saqueo á la ligera, se venieron á situar en el zaguan
acompaflados de algunas botellas de buen vino que habian hallado
en los aparadores del comedor.
Para matar el tiempo, y á- medida que el vino iba haciendo su
efecto, se levantaban de rato en rato, dos Ó tres, con en único objeto
de mortificar á las mulatillas 'f al negrito, atad.Js en la cocina.
Les preguntaban dónde tema Varangot el dinero, y como contes-
~aban que no sabian, los pinchaban con las puntas de los pui'iales
o los quemaban con la brasa de los puchos. .
E.n esta situacion estaban, cuando sintieron el diálogo que man-
tema Varangot con su esposa.
A una señal de Cuitilio, todos guardaron un silencio de muerte, y
cuando. sonaron los golpes en la puerta, caminó uno de ellos que
se habla descalzado anticipadamente con aquel solo objeto.
Este fué el cuadro que hirió la vísta de Varangot y su aterrada
esposa, en el primer momento.
El puíial del tirano. 7
99
A asegurarlo pronto y sin bulla! dijo Cuitiño, y todos se lanzaron
sobre Varangot.
La impresilln misma de aquella situacion terrible arrancó a don
Juan Pedro de la esp~cie de estupor que le causó ~quella sorpresa.
y tratando de cubrir con su cuerpo 1\ su consorte dió un pode-
roso empujon á los que lo asaltaban. '
La sel10ra, prendida de su marido, lanzaba poderosos gritos en
demanda de socorro, tratando de ponerse adelante para defender al
esposo querido.
La situacion la habia convertido en una leona.
-¡I:obardes! ¡malvadosl gritaba, déjennos entrar! ¿qué quieren de
nosotros?
Dtras veces, creyendo sacar mejor partido con la ternura, les supli-
caba con las palabras más dulces y cariñosas que no hicieran mal
á su esposo, que ella les daria cuanto tenia, haciéndolos ricos.
Varangot, que habia dominado al fin la situacion, trataba siempre
de rechazar á los que se le aproximaban, preguntándoles:
-¿Pero qué pretenden ustedes? digan pronto lo que han venido
A hacer aquí!
-Queremos llevarte preso no mAs, respondian los bandidos, no te
resistas franchute, porque entónces te matamos.
-Pero no hay inconveniente alguno-yo voy á seguirlos pn el acto.
Permítanme tan solo tranquilizar á la señora y vamos en seguida.
-iNo quiero! ¡no quiero! gritaba ésta dando rienda suelta al terror
<]ue la dominaba.
Si te llevan te van á matar!
-No quiero que vayas!
El escándalo era tal, que debia de sentirse á más de tres cuadras.
Sin embargo, era tal e! pánico que dominaba á la poblacion, que
ni siquiera hubo quien se atreviera á abrir una ventana para inves-
tigar lo que pasaba.
-Pronto, gritó Cuitiño, á concluÍr de una vez, agárrenlo y llévenlo
al instante!
Los asesinos se lanzaron sobre Varengot, dando principio A una'
lucha repugnante y horrible.
Varangot, estrechado por su esposa, no podia defenderse contra
los que lo atacaban, dándole de golpes con los rebenques y con el
cabo de los puñales.
La señora, con una desesperacion sobrehumana, hacia uso de todos
los elementos de defensa.
Se prendía de la cara de unos, clavándole las uñas, ó mordia con
un encarnizamiento canino, al que venia á separarla de su esposo.
Cuitiiio, para terminar pron.to aquella escena, pues sjn duda no
querian matar alli á Varangot, sacó e! largo sable que usaba eterna-
mente y dió con él tan terrible golpe de dor~o sobre la cabeza de
la seilora, que e:sta cayó al suelo corno herida por un rayo, con el
cráneo partido y privada de todo conocimiento.
Varan<Tot, golpeado y estropeado con toda cobardia y bestialidad,
fué obligado á marchar, á empujones, en direcciono al cuartel de Cui-
tiño, quedando allí abandonado el cuerpo exámme de la esnosa
querida.
Esta pet:rnaneció así más de cinco horas. .
Sus SIrVIentes estaban atados y los que la vieron nü se atrevieron
á alzada y llevarla adentro por temor A la mazorca.
99
El unitario que cai:l en de!'gtacia, era como un leproso nI que
nadie se atrena á acercarse'.
Avisada la familia de Agüero, vino á recojer aquel cuerpo exánime,
que condujo á su casa, volviéndolo á la vida, gracias á una asistencia
cariliQsa y esmerada.
Entre tanto Varangot habia sido conducido al cuartel de Cuitiño,
donde esperaba Troncoso, sin duda invitado para la terminacion del
crimen.
El ¡:rolpe dado á su esp?sa habia exa~perado de tal modo á Va!a!lg?t,
que de ;preciando el peligro que corna, empezó á llenar de lDJunas
á aquella turba de asesinos.
Esto le valió que le dieran dos pUlialadas, calculadas á no matarlo,
pero si á hacerle sentir algun dolor.
Así es que cuando Varangot llegó al cuartel de Cultiño, estaba ya
insensible por la impresion tremt:"nda que habia pasado su espíritu
y los golpes recibidos durante el camino, rematados con las dos pu-
lialadas.
Fué lIe\'ado hasta el fondo, donde le notificaron que iban á dego-
lIarlo, pero esto no le produjo la menor impresiono
Estaba aturdido, insensible á todo.
-¿No tiene nada que disponer el franchute? pregunt6 Troncoso
dándole un bofeton, como para hacerle pasar el aturdimiento.
Pero Varan~ot lo miró con espresion sublime y sonrió con todo
el desprecio de su alma noble y elevada.
Los bandidos desnudaron sus dagas y empezó la refalosa, á cuyo
efecto se hizo traer no ya el cuchillo mellado, sinó el serrucho que,
d.::stinado á esos casos, estaba en el despacho del comisario y coronel
Cuitiño.
Don Juan Pedro Varangot, fué así degollado á serrucho destem-.
pIado, por el solo delito de ser francés y querer Rosas aterrar á los
súbditos de aquella nacían.
Su cadáver fué entregado al otro dia á los carros de limpieza que
hacian la recogida, como ellos decian, de los cuerpos unitarios sin
cabeza.
Al otro día el gobierno embargaba los cuantiosos bienes de ]os
dos hermanos, cuyas casas eran saqueadas, por la mazorca, como
era de práctica federal.
Aque~las familias no tenían pues nada que esperar sinó miseria y
de:iolaclOn.
El. asesinato de Varangot produjo un efecto terrible entre la po-
bla~lOn francesa, que vió suspendido sobre si el puñal de la mazorca.
'\. los franceses empezaron á emigrar como habian emigrauo antes
los salvajes unitarios. .
La familia de don Cárlos quedó verdaderamente aterrada.
D~~olJad«? don Juan Pedro, era indudable para ella que aquel co-.
rrena la mIsma suerte. . í
~s~e desgraciado, tratado en su prision de une manera infernnl .
reCIbIÓ allí la noticia de aquel crÍmen noticia que le fué dada COl~
una complacencia maldida. '
-Lo hemos degollado con serrucho destemplado le dijeron que
es lo que te ,:amos á hacer dentro de p o c o . ' ,
~ cómo chIllaba el puercu! no podia negar que era franchute!
C ues cu~nto an~es concluyan conmigo, ¡mucho mejor! replicó don
árlos, aSI conclweremos de una vez I
100
y agubió su noble cabeza v~ncido por el dolor.
Aquella triste noticia le habia hecho una impresion tremenda.
Amaba á su hermano, á cuyo lado habia crecido con verdadera
pasion y no podia conformarse de ninguna manera ~on su muerte.
Era indudable que con él harian lo mismo.
y este pensamiento lo hacia estIemecer, á la idea de la suprema
d-:sventura por que pasaria su familia.
Para mortificarlo .mas y lle';"ar el dol?~ á su último límite en aquel
cor~un noble, le dieron tamblen la notiCia de que sus bienes habian
sido embargado~ y que su. familia que~~ba así en la indigencia.
. ¿Qué mas tenia que sufnr aquel espmtu?
* La muerte, para él, debia de ser un consuelo en vez de la última
angustia. •
y deseó entónces la muerte, como la única manera de escapar á
aquellos tormentos físicos y morales.
La ruina tenía que producirse en sus negocios.
Era. una consecuencia lógica y forzosa de su prision y el embargo.
Hendo así en el corazon y en el cuerpo, no pudiendo resistir
aquella cadena de desventuras, don Cárlos enfermó gravemente.
Devorado por la fiebre y la vigilia, permanecia dia y noche ten-
dido sobre el duro suelo, sin fuerzas para pedir ya que le permitieran
Vl'f á su familia, su clamor diario.
Su estado empez,) á inspirar sérios temores, y fué entónces que
lo remitieron al hospital en calidad de preso y con centinela de vista.
Aquel centinela tenia órden de no separarse de su cama mas de
dos varas, y de matarlo al primer movimiento que hiciese para salir
de ella.
Sus compai1eros de prision y amigos, los doctores Baez y Denis,
presos y enfermos tambien, desde mucho tiempo atrás, fueron remi-
tidos en su compaiiia al hospital.
y Varangot bendijo fervorosamente aquella enfermedad que ame-
n: :.zaba su vida; pues ella le proporcionó el único consuelo á que as-
piraba su alma. ..
¡Estar al lado de su familia!
Su valiente esposa que no omitia em{>eño ni sacrificios tendente á
aquel resultado, obtuvo por fin el pemuso que tanto anhelaba.
Se le dio licencia para ver á su es~so en el hospital. durante
unas cuantas horas cada di a, pero la Visita debia hacerse delante del
centinela á quien no se habia alterado la consigna.
Sin perder un momento, la señora se trasladó al hospital rodeada
de sus hijos, y fueron la providencia del pobre enfermo, que no ne-
cesitó otro remedio para que su fiebre empezára á declinar.
Conmovedor fué aquel momento, al estremo de hacer lagrimear al
mismo centinela!
Don Cárlos reia y lloraba como un loco, sin creer en la felicidad
que acababa de sorprenderlo.
,y acariciaba á su esposa y á sus hijos, dudando aún si soñaba!
Una débil esperanza asaltó entónces su espíritu.
Tal vez el asesinato de su hermano fuera una mentira inventada
para mortificarlo mas.
Pero la triste noticia fué corroborada por los suyos, con los deta-
lles mas tristes.
La esposa de don Juan Pedro seguia con la razo~ estraviada.
Si fem habia sido la entrada, dura fué la despedida.
101
Ellos no se hubieran separado ya de don Cál:los, pero f!lé pr¡>ciso
salir, bajo la amenaza de .las. culata~ de los fusiles de chispa, y la
de no dejarlos entrar al sIgUIente dla.
Necesario fué entónces conformarse!
Las horas de ausencia las mitigaria el inmenso placer de volver á
verse al siguiente dia. .. ..
Miéntras duraban las VISItas, los hiJos y den16s personas de la fa-
milia rodeaban en cfrculo compacto la cama del enfermo.
De' este modo su esposa podla hablar con él sin ser oida por el
centinela, pues el bullicio de los nh'lbs apagaba su V'lZ.
De esta manera la seilOra lo imponia de lo que pru;aba en el pue J
bIo y quienes eran los amigos que habian pagado con la cabeza el
delito de ser unitarios.
Las familias de Varangot, como todas las de los unitarios, qu~ su-
cumbian. á la cuchilla de la mazorca, no pudieron lIévar luto por la
muerte de don Juan Pedro.
Rosas habia prohibido bajo severas penas aquella manifestacion de
duelo y los contraventores hubieran pagado la falta con la cabeza.
Así don Carlos lloró en silencio la muerte de su hermano, y el
luto lo llevó solo en el corazon.
A la conn'ncion del 29 de Octubre de 18.10 debió don Cárlos el
haber salvado su "ida y conseguido su libertad, pero completaml-"l'Ite
arruinado en su salud y en sus negocios. .
Las penas morales y físicas habian minado la primera, y los em-
bargos y el ab:mdllDo concluyeron con los segundos.
Con una constancia digna de su corazon elevado y amante, afrontó
la lu~ha terrible por la vida.
Los sacrificios eran enormes para atender á las necesidades pro-
pias y las de la familia. .
Pero no por esto desmayaba' su valor para el trabajo diario.
Cuando empezaba recien á respirar con alguna holgura á los dos
años de estar en libeltad, nuevas persecuciones vinieron á turbar su
reposo.
La mazorca empezó á concurrir á su casa á aterrar á la familia,
con sus gritos de muerte y de amenaza. .
Temiendo ser victima de un nuevo atentado que revistiera un ca-
rácter más grave, don Cárlos resol vió irse de Buenos Aires á toda
costa.
Era el único medio de asegurar su vida y la existencia de ]ós suyos.
Fué entónces que, protegido por el ministro francés y disfrazado
de marinero de guerra de aquella nacion consiguió embarcarse en
una lancha, entre los demas que ]a tripulaban. '
De esta lancha pasó el buque de guerra que lo condujo á Monte-
video, país de hospitalidad para los infelices unitarios.
Don Cárlos llevaba consigo una profunda pena.
Habia te~lÍdo que de~ar aqu.í su familia,. para despues m~ndar por
ella,.y tenua que su mismo vlage le ocasIOnara alguna séne de des-
graCias.
Felizmente esto no sucedió.
En los últimos dias de diciembre de 1842 salia de Buenos A'Ires,
~ ~a barca francesa Eufrosina y con rumbo á Montevideo, la fa-
mIlia de don Cárlos Varangot.
Allí la esperaba aquel.
Habia escrito á su esposa, días antes, encargándole de vender por
102
lo que dieran, los muebles y los grandes depósito de leña de durazno
{lue aún conservaban salvados del embargo.
Con esta leña, vendida al menudeo, era con lo que se habia ali-
mentado la familia y con lo que contaba para obtener algun dinero
y atender las necesidades del viage.
Conseguido esto, la familia se habia puesto en marcha.
Pero aún no estaban agotados sus padecimientos.
Al ir a embarcar~~, los em,pleados de la Capitania y Resguardo
sa'luearon á l~ famIlla, ~espoJándola de to~o su dinero y de' los do-
cumentos de ~~portancla que llevaba conslgo y que creia ya salva-
dos de la rapma federal, ;por haber logrado colocarlos ya en las
carretillas que venian entonces de conductoras hasta las lanchas
~rque en aquella época no se conocían lllS muelles que se constru~
yeron desI,>ues.
Eo;te ÚltlffiO descalabro fué para Varangot un golpe terrible pues
no contaba ni siquiera con el dinero necesario para cubrir ei valor
<le los pasages.
El que¡ esperaba ,á su familia con, recursos suficientes siquiera para
atender íí las mas lmpenosas neceSldades durante el primer tiempo
de la emigracion, se halló con que, por el contrario, estas necesida-
<les habian aumentado de una manera terrible.
¿Cómo haria él, desconocido en aquella sociedad, para dar de co-
mer á sus hijos mientras buscaba cualquier trabajo?
Triste problema, que muchos resuelven con una pistola sobre la
sit.>nl
Pero hombre valiente, en toda la estension de la palabra, la idea
dd suiciJio ni siquiera cruzó por su pensamiento.
Se sentia con fuerzas suficientes para luchar con la vida y vencer
todos lo~obstáculos de la mala suerte.
Felizmente, en la noble Montevideo, los emigrados argentinos no
eran considerados como estrangeros sinó como hermanos.
Allí se complacian en facilitarles todos los medios de vida; hacién-
dú!es mas lle.vadera su situacion angustiosa.
Don Cárlos Varangot, a pesar de todos sus esfuerzos y empeños,.
no llegó á resolver este formidable problema.
¿Cómo mantengo yo á mi familia, cómo la alimento siquiera mien-
tras no encuentro trabajo?
y la resolucion de este problema apuraba porque era cuestion de
hambre para su familia.
Por fin cuando ya empezaba á desesperar, Varangot pudo tomar
á interés' una cantidad de dinero que lo sacó, de apuros.
Aunque no conocían su persona, no sucedia lo mismo con su firma
respetable.
Así es que, á pesar de no poseer un cen~vo, le facilitaron ~nero,
que pudo cu~rir despues merced á ~ ~rabaJo perseverante, SIO que
1m buen crédIto sufnera en lo mas mIOlmo.
Lo que aquella fa~ili~ padeció en ~a emigr~cion, como lo que pa-
decieron todos los umtanos en MontevIdeo, sena largo y enternecedor,
saliendo del titulo de este libro.
Así para terminar este capítulo narramos solo los últimos instantes
de aquella vida amarga y valiente.' . ..
A los pocos dias de haber llegado á MontevIdeo la familia de Va·
ranO'üt el general Oribe puso sitio á la plaza.
r5~n' Cárlos Varangot y su hijo Avelino, tierna y noble criatura,
ofrecieron y dieron á la defensa su corazon y su brazo.
103
Como se sabe aquella her(lica defensa fué dirigida por el hábil
t.'lctico, general d?l1 Jo.sé M. Paz.
Siempre el partido liberal lo contó en sus filas y cuando el Salto
Oriental fué tomado por don Servando Gomez, (Enero 7 del 47) Va-
rangat padre é hijo se encontraban entre los defensores de aquel
pueblo de h~roes.
Despues de esta campaña, y de regreso ya en Montevideo, el señor
Varangot enfermó de una manera ~rave.
Aquella existencia tan feliz en su Juventud y tan duramente azotada
por la desgracia más tarde, tocaba á su término.
El sei'lor Varangot sintió lle~ar y afrontó la muerte, como toda alma
grande y serena: que nada tIene que reprocharse en su paso por
el mundo.
Rodeado de los suyos, murió noblemente, despues de haber estre-
chado y bendecido, sobre su pecho hidalgo, á su gentil compañera
y á sus queridos hijos.
Tocó al jóven Avelino ponerse al frente de la desconsolada familia,
que quedaba en la mayor pobreza y postrada por este último golpe,
el mas tremendo de todos, porque les arrebataba una existencia que-
rida v venerada.
El 'trabajo asiduo y 110nrado de don Avelino, alimentó desde en-
túnces á su buena madre y hermanos.
Así concluyeron aquellos dos hermanos que habian venido á Buenos
Aires bajo tan felices auspicios y risueñas esperanzas.
Creemos que el único heredero de ese apellido es hoy don Avelino
Varangot, empleado en la aduana, como lo hemos dicho ya.

UN HOMBRE QUEMADO

El parasismo del crimen habia llegado ya á su último límite.


La mazorca necesitaba diariamente nuevos alicientes á su ferocidacf,
creciente siempre.
El cuchillo mellado y la sierra destemplada les parecia poco para
entretener el espíritu, ávido de espectáculos nuevos. '
Ya las mazorcadas á las casas de familias, los degüellos y el azote
á las esposas é hijas de unitarios no les llamab'aba la atencion.
Estaban fastidiados de estas escenas, que solo ponian en práctica
muchas veces, por el aliciente del saqueo.
La ciudad era, desde la caída de la noche hasta la madrugada si-
guiente, una orgía de borrachos y asesinos, que cruzaban sus calles
en grupos más ó menos numerosos; de ébrios donde formaba la hez
de la canalla.
Las orejas y otros miembros del cuerpo humano, figuraban como
adornos inestlmables en los salones de los grandes federales .
. ~l célebre Mariño las usaba hasta sobre el piano, para que se ins-
plraran los que fuesen á tocarlo.
En los salones de Rosas se veian sartas de orejas de las que to-
maba algunas para obsequiar á los amigos que lo visitaban.
y no era estra~o ver aparecer en medio .de sus reuniones, alguno
de aqnellos bandidos, que, como un obseqUlo especial, llevaba la ca-
beza de tal 6 cual salvaje unitario, que pasaba entónces de mano en
m~no, para que cada cual le dirigiera algun insulto ó alguna sátira
¡wserable,
104
y cada uno festej:1ba á su modo la~ lh'idas faccionl'~, la e~presion
rk los ojos, á alguna particularidad que nutaban .
. Algunas veces suce~!a que llegaba á Palermo alguna bolsa, en ca-
lIdad de urgente, remitida por el Juez de Paz de tal 6 cual partido
Generalmente de esta bolsa salia el olor nauseabundo que produce~
los cuerpos en estado de descomposicion.
Era indudable que en aquella bolsa venia alguna cabeza humana
que por los dias de viaje que tenia, estaba ya putrefacta. '
Rosas se complacia entónces en hacer s!lcar aquella cabeza y cir-
cular entre los presentes, que no se atrevlan á rechazarla ni hacer
la menor mueca, temerosos de provocar las iras del gobernador.
Así fué exhibida la cabeza del desgraciado comandante Zelarrayan
dL. cuyo episodio dimos cuenta oportunamente. '
La mayor parte de los mazorqueros bien colocados, es decir los
mas ladrones e infames tenian pul perias establecidas como la de' Mo-
reyra, en la parte mas central de la ciudad.
Era allí donde los diversos grupos de mazorca iban á armar el be-
berage, que servia de excitante á sus pasiones brutales.
En este desborde inaudito tuvo lugar el asesinato del señor Mar-
tinez Eguilaz, el crimen más bestial, tal vez, de todos los cometidos
por la mazorca.
Martinez Eguilaz, era un jóven español, de educadon esmerada y
de conducta intachable.
De una actividad asombrosa y de una labor incesante habia hecho
una fortuna regular, que fue aumentanJo poco á poco hasta hacerse
algo respetable.
En la calle de Tacuarí escuina á Moreno, entónces general Rosas,
tenia un gran almancen en cuyo negocio ganaba algunos centenares
de miles. -
Liberal y desprendido era sumamente apreciado entre sus relaciones
y querido en la sociedad que frecuentaba.
Alegre y locuaz, como buen espailol, era pierna buscada con em-
peilo para bailes y reuniones alegres.
En su calidad de estrangero, no se mezclaha para nada en la po-
lítica, siéndole escaso el tiempo para atender á sus negocios.
Pero estaba relacionado con lo principal de la federacion, asegu-
rando que los hombres valían por sus prendas y que por tener esta
opinion política no se les podia acusar de los crímenes que cometia
Rosas, á cuyos crímenes eran completamente agenos.
As[ se Je veia andar frecuentemente con los hombres que ocupaban
mejor posicion social, sin averiguar si eran 6 no miembros de la So-
ciedad Popular Resta~rador.a. . ., .
-Si yo me pongo a avenguar como pIensan mIs amIgos, decla, ya
puedo Ir cerrando mi casa de negocio y marchar con la música á
otra parte.
No por est<?, MaT~ine:z Eguilaz dejaba de tener sus relac}ones con
algunos salvajes umtanos, entre los que hab.an muchos senalados ya
por el dedo fatídico de la mazorca.
y los ayud~ba en sus J>0brez~s'y e~~a~gos, no s?lo enviándoles ar-
tículos de pnmera neceSidad, smLl facilitando les dmero de la manera
más delicada y desprendida.
A pesar de estas relaciones que solian costar ~a ca?ez~ á muchos,
Martinez Eguilaz se creía insospechable de salvaje: ullItano.
Para eso tenia amigos en lo principal de la SOCiedad federal, que
105
pudier:tn l'alvarlo de cualquier sospecha de este género, garantiendo
su proceder. .
Muchas veces estos grandes federales le aconsejaban que rompiera
con aquellas amistades perjudiciales. . .
Pero el se tncogia graciosamente de hombros respondiendo:
_¿ y porqué? yo no dejo de ser quien soy por protejer á un infelizl
y sobre todo, á mi nada me han hecho ni conozco tengan hecho
mal á nadie. .
-¡No importa! por -esto solo pueden clasificarlo de salvaje unitario
y hacerle pasar un mal rato.
Para eso están ustedes, que saben cómo pienso yo, política y co-
mercialmente.
y no era solamente á sus amigos federales á los que Martinez
Eguilaz servia con dinero y con artículos.
Algunos de los personages más encumbrados entónces y que go-
zaban el favor de Rosas le eran deudores de fuertes sumas de dinero
que les prestaba sin el menor interés.
y los mismos mazorqueros de condicion infame, como Troncoso,
Cuitii'lo, Mariño y algunos otros, le eran deudores de mercaderias
que compraban en su casa y que pagaban tarde, mal y nunca.
l\Iartinez Eguilaz sabia esto, pero les abria un crépito limitado,
porque al fin y al cabo, por un poco de dinero perdido, no valía la
pena de echar:¡,e encima el ódio de semejantes personajes.
¡'i no es que Martinez Eguilaz fuera flojo!
Por el contrario! para ponerse de pique con aquella gentuza, era
para que lo señalaran con el dedo y le trajeran algunas dificultades.
Rico y trabajando con la mejor suerte, poco se le importaba aquella
pet~ueña pérdida que al fin y al cabo lo libraba de mayorer pedidos.
Cuando los crímenes de la mazorca subieron de punto y esta em-
pezó á degollar á personas conocidas, como al doctor Zorrilla, Nó-
brega y otros, Martmez Eguilaz tomó algunas precauciones personales,
no porque temiera contra él una medida gubernativa, sinó porque
aquel estado de cosas traía consigo el desborde de las masas.
y la mazorca, como lo hizo ebria y buscaooo solo cuellos que cortar,
asa'taria á cualquiera, sin averiguar quién fuere, para robarlo ó tener
el placer de darle una buena reJalosa.
Entónces, cuando salia de noche, se echaba al bolsillo del seno un
largo puñal de soberbio temple.
y con esto se creía tan seguro como en medio de un batallon.
Es que Martinez era valiente, y creía á puño cerrado en la teoría
de que los asesinos y grandes criminales, son todos cobardes.
y es seguro que el mazorquero que lo hubiera detenido, hubiese
recibido un buen golpe de put'io, como primera prevencion, y hubiera
visto brillar en sus manos, si insistia, aquella soberbia hoja de To-
I~do que pe~aba, como el decia, sin hacer escándalo y sin que la
tlerra lo smtIera.
Sus amigos sabian que era bravo como un leon, así es que lo res-
petaban, á la par que lo querian.
y de esta bravura tenia noticias exactas la misma mazorca!
Uha tarde habia entrado á su almacen un grupo de unos tres 6
cuatro de aquellos .séres repugnantes, y habian hecho un buen gasto.
Ml~ntras más baja era la condicion del mazorquero, más insolente
era este.
Así es que cuando el dependiente que los habia servido les malli-
106
festó lo que debian y.que era necesario pagarlo, los mazorqueros se
desataron en un rosano de denuestos.
y uno de ellos sacando de la cintura la enorme daga la chaireó
sobre el mostrador al mismo tiempo que decia: '
-Lo que es yo puede ser que te pague á puñaladas, á una por
peso!
Alg~m salvaje unitario ha de ser el dueño de este negocio!
-Dlgale, repuso otro, que se lo· ponga en cuenta al General La-
valle!
Como lo comprad.o. impor~aba ~lgun. diner.o, el dependiente, para
salv.ar su responsabilIdad, hl~o aVisar a Martmez Eguilaz lo que su-
cedla .
•Y cuando éste acudió al llamado de su dependiente, el bochinche
estaba en todo su apogeo.
El de la daga estaba aún con ella en la mano, amenazando al de-
pendiente, y gritando desaforados mueras á los salvajes unitarios lo
que atrajo á la puerta una regular concurrencia. '
-Ea, amiguitos! les dijo, ni aquí hay unitarios ni permito yo que
ningun borrachon arme escándalo en la casa.
-Es que el mocito ese nos quiere hacer pagar no sé cuántol
-El valor de lo que han comprado, y es justo, vive Cristo!
Arreglen pues de una vez la cuenta y retírense porque no me con-
vienen los escándalos aquí.
-Yo no arreglo ninguna cuenta sinó á puñaladas,· volvió á decir
el de la daga, y si usted quiere que le paguemos con plata, es porque
usted es salvaje unitario.
¡Mueran los salvajes unitario!
-Bien, añadió Eguilaz, no paguen lo que llevan, que al fin y al
cabo no han de tener con que, pero ahora mismo se mandan mudar
á la calle, porque estoy harto de escándalos.
¡Ea! ¡fuera pues!
-Pues poco le pide el cuerpo! añadió el bandido, blandiendo siempre
su daga.
Puede que yo lo echeacal otro lado del charco» para que no se
meta á compadre! •
eón que venga ahora un poco de plata, para que nos retiremos sin
romperle el alma.
Martinez Eguilaz, que habia perdido ya su buen humor, tomó un
gran garrote de que se habia armado su dependiente, dispuesto á
meter en órden á aquella canalla.
Al efecto, agarró lo que aquellos terribles clientes habian comprado
y lo tiró á la calle.
y en seguida les notificó que siguieran el mismo camino.
,Entónces el de la daga, sin decir una palabra, cargó sobre el jóven,
con la marcada intencion de darle de puñaladas.
Pero éste, que esperaba el momento, enarboló su gran garrote y
lo dejó caer como una maza de armas, sobre el cráneo de aquel mI-
serable que cayó pesadamente.
En el acto Eguilaz, tratando de ganar tiempo y concluir con aque-
llos bellacos, se vino sobre ellos y mediante una media docena de
buenos garrotazos, los hizo salir á buen paso.
Lueao entre él y sus dependientes, sacaron el cuerpo del asesino,
que e~taba como muerto, y lo arrojaron á la calle.
Grande fijé la impresion de;: los que presenciaron el lance.
107
¿Quién era ese tipo que se atrevia :\ garrotear y echar de su casa
un grupo de mazorqueros que habian pretendido asesinarlo?
Aquel debia ser por fuerza algun fe~eral bien col~cado y de re-
putacion á toda prueba, cuando se atrevIa á_hacer semeJant~ escándalo.
El herido fué levantado por sus campaneros y conducIdo hasta la
pulperia del asesino Moreira, que, como hemos dicho cuando nos
ocupamos de este bandido, estaba situada en la esquina de Chacabuco
y Belgrano.
Moreira fué invitado por ellos á degollar á Martinez Eguilaz, re-
firiéndole lo que habia pasado.
Pero el gran bandido les hizo conocer quién era Eguilaz y los mu-
chos apoyos que tenia entre los federales copetudos.
_ No hay mas remedio que conformarse con lo sucedido, les dijo,
y tener paciencia.
Tal vez no esté léjos el día en que podamos tomar nuestro des-
quite, porque en estos tiempos el que se cree 'hlás firme es el que
rueda primero..
Esta aventura fué muy útil para Martinez Eguilaz pues muchos
bandidos que hubieran podido darle un mal rato, lo temian y lo creian
algun agente secreto del gobierno.
O esta aventura no llegó á oídos de Rosas, ó éste no quiso tomar
medida alguna, por los informes que habia recibido del distinguido
espaiiol.
Lo cierto es que en el almacen de Eguilaz, no iban á meter bo-
chinche, ni á provocar los escándalos de que era teatro la ciudad.
Poco tiempo, sin embargo, duró al pobre jóven aquel bienestar fe-
nomenal.
Las denuncias empezaron á llover contra él, de una manera cruel
é injusta.
Unos hacian llegar á Rosas la noticia de que mantenia relacion con
salvajes unitarios.
Otros aseguraban que era el intermediario de la cocrespondencia
entre Lavalle y los unitarios de Buenos Aires.
y otros en fin, que era el espía no solo de Lavalle, sinó de los
mismos franceses.
y aquellos famosos federales que otras veces habian sacado III cara
por él, guardaban entónces silencio y lo dejaban condenar.
Es que segun los hombres de aquella época, con quienes hemos
hablado, estos amigos eran los más interesados en que se perdiera.
Debian á Martinez Eguilaz una suma enorme, que no podian ó no
querian pagar, y trataban de saldarla, contribuyendo con su silencio
á que Rosas lo hiciera matar Con sus verdugos.
Nosotros no aseguramos que esto fuera verdad. Consignamos el
rtm:;I0r! tal cual llegó á nosotros, y seguimos la narracion de aquella
traJedla.
~artinez Eguilaz, entre tant6, ignoraba lo que sucedia, pues sus
amIgos se lo ocultaban.
Quién iba á animarse á prevenirlo del peligro que corria?
Le hubiera él contestado con su habitual jovialidad:
- Ya se encargarán ustedes de destruir todos esos disparates!
. Asl es que, armado siempre de su excelente toledano, salia como
~Iempre, á cualquier hora y hácia cualquier rumbo, sin preocuparse
Jamás de lo que podia sucederle.
Ya e~taba señalado por el dedo de la mazorca, y una desgracia
no debla tardar en sucederle.
108
Una de 81']uellas !,!oches del m~~ de Or.!uhrC', en que las iniquidades
de todo género hablan recrudecido, se dló un gran baile t>11 el teatlo
de la V!ctoria .en fe.stej? d,,? una derrota s~ll!uesta del G("Ilt>ral Lavalle.
Al baIle hablan SIdo lI1vltadas las famIlias de los federales mas
acreditados, y algunos estranjeros que pasallan como tale~ Ó (Iue se
habian vinculado á familias Rosistas. '
Martinez Eguilaz fué uno de tantos invitados, yendo á entusiasnurlo
muchos de ellos para que asistiera á la f~deral fiesta.
Español j ,ven y por consiguente gran amigo del bullicio y la aleU'ri:t
desde el primer momento aceptó la invitacion preparándose á p~sa;
una de las noches mas saladas de su vida. .
¿Cómo faltar á un baile oficial, puede decirse, donde iba á concu-
ni--. la sociedad que componia el gran mundo federal?
Por nada de esta vida se hubiera permitido faltar I
. ~omió ese ~ia. ma~. temprano que de <:ostum~re, para andar mas
liVIano, y se VIStiÓ con un esmero de novIo en vlsperas de convertirse
en marido .
. YestLo y perfumado esperó ¡l que vinieran algunos amigos, para
Ir Juntos.
Pero como el tiempo pasaba y no se presentaba ninguno de ellos, re-
solvió irse solo.
Al efecto, se echó al bolsillo del pecho su toledano compañero, y
salió á la calle.
En aquellos momentos tenia lugar en las mismas cuatro esquinas
de su casa, una fiesta que estaba en voga, entre la canalla de la
mazorca.
En medio de las cuatro esquinas, habia una barrica de azucar, en
cuyo interior se habian arrujado maderas impregnadas de a!quitran,
aceite, aguardiente y algunos otros combustibles.
En seguida habian prendido fuego á la barrica, que se convirtió
en una inmensa hoguera.
Alrededor de aquella barrica en combustion, cuyas enormes llamas
se elevaban culebreando y arrojando un resplandor rojizo, daban
vuelta can'ando todo género de obscenidades y compadradas, una
docena de borrachos, poi cuyos largos facones puestos á la cintura
y sus enormes trapos colorados, envueltos en todo el cuerpo, se veia
un grupo de la mazorca, de su capa más abominable.
Aquellos miserables giraban alrededor de la hoguera, como en una
refalosa, retirándose de cuando en cuando á mitigar el calor de las
llamas con un vaso de caña ó aguardiente.
Aglomerados en la puerta de la pulperia de donde se habia sacado
la barrica, s~ veia otra buena cantidad de compadrones, borrachos,
aplaudiendo á los que cantaban, y pidiendo de cuando en cuando un
barato alrededor de la barrica. .
Allí quemaban cohetes, con infemíll algarabia, atronando los aires
á pequeños intérvalos, con los gritos de ¡mueran los salvajes unitario sI
En la esquina de enfrente, y separados de estos grupos, como si
ellos se consideráran superiores á los que estaban en la puerta de
la pulperia, se veia otro grupo, que parecia entusiasmadísimo con
aquel San Juan inesperado. .
Entre este grupo y en primera linea, se podi~ conocer fá<:ilmente
por la luz de la hoguera, á loz tremendos bandIdos Bernardmo Ca·
brera, el sereno Moreira, Gaetan y Badia.
Los demás del grupo era gentuza más ó menos de la esfera de los
de la otra esquina.
109
Mllrtill:.'z F:.;uilaz se sorprcl1,li.') del lJlIl~icio y la fogata, pero creyó
que era una de tantas escenas que se velan con frecuencia.
En otra situacion, hubiera dado vuelta por otro lado.
Pero preocupado con el baile y tal vez con la cert~za de hallar
en él :i la dama de sus pensamientos, no se preocupo de que era
religroso el cruzar entre semejante gente y atravesó la esquina rápi-
damente.
j Cómo habia de figurarse el desgraciado jóven que todas aquellas
medidas se tomaban por él esclusivamente!
Al cruzar frente á este ~ruro de los asesino que acabamos de
nombrar, Martinez Eguilaz DI siquiera fijó la atencion en ellos.
Siguió caminando rápidamente, sin notar siquiera que de aquel
gTupo se desprendieron tres hombres que siguieron sus pasos sigi.
fosamente.
Estos tres hombres eran Gaetan, Moreira y Cabrera.
El resto quedó como una línea de reserva.
Sabian que Martinez Eguilaz era exajeradamente bravo, y que-
rian lograr el tiro con todas las reglas del arte federal.
Es decir entre muchos y por la espalda.
Llegaba el jóven á esa pequeña crucesita que aún se vé en la
pared del convento de San Juan, por la calle de Tacuarí cuando fué
detenido de una manera terrilJle.
Bernardino Cabrera acababa de sepultarle su daga en el costado
izquierdo.
Al mismo tiempo, el bandido Moreira le bandeaba el pulrnon dere-
cho de una feroz pui'ialada.
Así mi:"mo, el Jóven Martinez Eguilaz tuvo tiempo y ánimo de
desnudar su toledano y dar vuelta sobre sus asesinos, pero vaciló y
cayó, bañando la vereda con un abundante vómito de sangre.
N~ \ludo articular la meno~ palabra! ,pues en el acto de caer, se
precipitaron sobre él los asesmos, haclendolo pedazos á puñaladas.
Todos habian concurrido á herirlo, ha~ta los que giraban alrededor
de la barrica.
Terrible fué entónces la algazara y escándalo que se armó con
este motivo.
Todos se disputaban el derecho de herirlo nuevamente, y sobre
todo, de despOjarlo del dinero que llevaba en el bolsillo, y las alhajas
que tenia puestas.
Concluida esta operacion importantísima, el saqueo del cadáver,
brotó del alma de aquellos miserables.- una idea infernal.
-¡Vamos á echarlo á la barrica! dijo uno.
Asi se irá mas pronto al infierno.
-¡Sí, sí, apoyaron otros, vamos á quemarlo! ¡lástima que no esté
vivo. así podria contarle al diablo lo que hacemos nosotros los buenos
federalesf
-jA la barrica! á la barrica! gritaron todos, con un entusiasmo
indescriptible.
Qu~ arda el muy salvaje unitario, y así Satanás tendrá menos
trabaJO.
y el cadáver de Martinez Eguilaz fué levantado entre todos aque-
llos' malvados y arrojado de cabeza entre la barrica en combustion.
Pueden figurarse nuestros lectores todo lo tremendo de aquella
escena I
Los piés del cadáver salian fuera de la barrica envuelto en un
torbellino de llamas.
110
y a'1uetlos bar.,~.idos rodealxln la imponente hoguera, bailando y
c\ntanclo sus cancIOnes mas deshonestas.
y cuando el fUl"go empezaba á ceder por consumirse los combus-
tibles, estos eran renovados con precipitacion inaudita.
Vejigas de grasa, paquetes de velas, leña y hasta aguardiente todo
era arrojado dentro de la barrica para mantener el fuego. '
De la casa de don Juan Manuel se veia perfectamente la horuera
pues hasta alli llegaban los rojizos resplandores del incendio. e. ,
- ¿ Que es eso? ¿ qué sucede? habia preguntado el Cornel edecan
de S. E. por encargo de este.
-No es nada, le habian dicho.
Son los muchachos de la Sociedad Popular Restauradora que están
to!>l'bndo á un gallego unitario. .
-¡Ah! yo creí qué era otra cosa! dijo, y se volvió á dar cuenta
de lo que sucedia.
La bulla, la algazara y el espectáculo habia reunido alrededor de
la barrica en combustion á toda la mazorca, que iba cayendo por
grupos. .
De modo que á las dos de la mañana aquello era una saturnal
completa.
Las mujerzuelas se mezclaban á los hombres, ebrias y repugnantes,
tirando de las piernas rígidas del cadáver, que colgaban de la barrica,
y la orgía asumia ya un carácter gigantesco.
Solo cuando el pulpero dijo que no tenia mas elementos conr¡ue
sostener el incendio, dejaron de avivarlo.
y allí, bailando, bebIendo y dando gritos de toda especie, conti-
nuaron en la orgía, hasta que cayó reducido á brasa el último pedazo
de la barrica.
Del cuerpo del desventurado Martinez Eguilaz, no quedaban mas
que las piernas.
Todo lo demás habia sido reducido á cenizas.
Recien entónces empezaron á retirarse por grupos, aquellos ban-
didos, escitados por el aguardiente y el espectáculo que acababan
de tener.
Desgraciado del que se encontró con ellos.
Sin meterse á averiguar si era ó no federal, apuñalearon á cuanto
desgraciado hallaron.
Fué este una de las más terrib!es noches durante el tenible des-
borde de la mazorca.
y allí quedaron las piernas de Martinez Eguilaz, á medio carbo-
nizar, sobre un monton de ceniza y de botellas rotas como para dar
una idea de lo que allí había pasado.
Fué esa madrugada que, los que se retiraban del baile del teatro
de la Victoria, pudieron contemplar aquellas pierna~ entre el m~m­
ton de cenizas y el charco de sang-re formado baJO la cruceclta,
donde el desgraciado jóven habia caldo herido y donde lo ultimaron
en seguida. .
y muchas personas que lo vieron durante ese dia y el siguiente
están aún viva~, pudiendo ocurrir á ellas el que dude de la mons-
truosidad que venimos de narrar.
Es inútil decir que el almacen de Martinez Eguilaz, fué saqueado
esa misma madrugada y la noche siguiente al crímen, llevándose
hasta los libros comerciales, lo que indica que habia alguien intere-
sado en aquel crimen.
111
De este modo, los que debían al jóven gnlesas sumas, pudieron
saldclr sus cuentas de aquella manera terriLlt: y respirar con libertad.
Destruidos los libros, no quedaba ni la menor noticia de aquellas
deudas.
¿Quién se atreveria d hacer el reclamo, por mas <{ue conociese el
monto de los préstamos y las personas que los deblan?
Lo hemos dicho que era gente altamente colocada entre la fede-
raeíon, que meterse con ella era meterse con el patibulo.
Si el hecho de prestar dinero habia costado la vida d Martinez
Eguilaz: ¿qué le costaria al que intentara cobrarle, y exigirle la devo-
lucion?
Nadie hubiera sido tan tonto; mas con el ejemplo de la hoguera.
Asl todos saldaron con Martinez sus cuentas, pasando sus bienes
A poder de la mazorca.
Es imposible calcular hasta dónde habia llegado el desborde de la
mazorca, y de la 1?lebe embrutecida y aterrorizada ya, que la seguia
en sus manifestaCIOnes.
No teniendo ya de qué manera mostrar su amor d la federacion
y á sus insignias, muchos mazorqueros llegaban hasta pintarrajearse
el rostro de colorado, y usar vincha en vez de sombrero, con grandes
letreros de mueras á los salvajes, rodeando el retrato del restaurador.
Las mismas compañias de los teatros tenian que prestarse á las
mayores bajeZds, pues de otro modo habrian caido en desgracia con
el gobernador, ¿y quié.n se hubiera atrevido á asistir á las funciones?
y hasta al teatro mIsmo se llevaban escenas de degüello, pues el
público gustaba de estas cosas hasta el delirio.
Se entiende que hablamos del público federal, que era el único
que tenia cartas y puñal en aquellas fiestas.
Así se veia que, antes de empezar la funcion, aparecia la compañia
sobre la escena, con el único objeto de gritar:
¡Viva la Confederacion Argentina!
iMueran los inmundos asquerosos salvajes Unitarios!
Vespues de esa formalidad ineludible, empezaba la funciono
Este estad.o social estupendo, llevó á las compañias que actuaban
entónces, á mtercalar en las obras que se daban, frases de admira-
cion hácia el gran Rosas.
Así una compañia que trajaba en el teatro de la Victoria, llegó
hasta componer y poner en escena una peti-pieza titulada un duelo
federal, en. la. cual no se hacia, sin6 repetir las escenas de las calles.
Est~ petl-pleza 6 farsa gusto de tal manera, que siempre que se
anuncIaba se llenaba el teatro.
Y. para que el lector no abrigue la menor duda de lo que decimos,
copIamos de la Gaceta Mercantil de Dicembre 23 del 41 el siguiente
párrafo del aviso de espectáculo. '
Despues de grandes elogios y bombos terminaba el aviso:
.EI espectáculo concluirá con la admirable y nunca vista prueba:
.El duelo de un Federal con un salvaje UllItario.
Nota importante:
El Federal degollacl al Unitario d la vista 'del público.:.
. ?or esto pueden calcular nuestros lectores, lo que pasaba en Buenos
AIres.
Por. supuesto que en la escena como en la calle, el unitario su-
cumbla despues de sufrir mil martirios.
Y.la delVadacion y el servilismo llegaban á su más repugnante
manifestaclOn.
112
~osas habia dado en su quinta una fiesta para celehrar las fre-
cuentes farsas que hacia él mismo, sobre asesinatos contra su per-
sona milagrosaments frustrados.
Con este moti.vo, y des, ues. de la fiesta, el jefe de Policia pasaba
la nota que copiamos en seguida y que tomamos del indice de esa
reparticion, en nuestro' poder:
«Ningun quehacer dieron á la Polida los millares de concurrentes
á la quinta de V. E., á escepcion que,' cuando V. E. honró á sus
conciudadanos con su presencia!
«.t\'l.~.ellos grupos ~e movian .gozosos y entusiastas hácia donde V. E.
se dmJla, con el objeto de victorearlo, de verlo y aún muchos de
tocJrlo. .
«Así es que V. E. sabe cuántas felicitaciones recibió, cuc"mta infi-
nidad de personas le tomaron la mano y se la besaron.
«Era tal el entusiasmo, Exmo. Sr., que las personas no sentian los
golpes y los encontrones que se daban, por abrirse paso y poder
oír, ver y aún tocar á V. E.
«Este entusí.asmo patriótico, e~a pasion hasta el delirio, que ani-
maba á aquel mmenso pluebo, aSI grandes conao pequeflos y de todos
sexos y edades, por la ilustre pers na de V. E., ocasionaron alcrunos
leyes daños en los jardines, por que tanto el que firma, com~ sus
demás empleados, estaban estasiados á la par de los demás.»
Este solo documento muestra el estado terrible de c1esgradacion
moral, ocasionado por el terror á que habia llegado el pueblo y sus
autoridades.
Habian ido hasta mirar en Rosas una especie de Dios, á quien se
adoraba en el altar de los templos y cuyas manos se besaban en las
fiestas.
y la autoridad no podia impedir algunos destrozos causados en los
jardines, por estar estasiada en la contemplacion del tirano.
S"lo así se comprenden las escenas bestiales y degradantes que
hemos narrado en el transcurso de este libro.
y aún nos faltan tal vez las mas conmovedoras y tocantes de que
fue teatro Santos Lugares de Rosas.
V eamos algunos de estos crímenes sin precedente.

FUSILAMIENTOS

No era solo la mazorca la que asesinaba á los ciudadanos mas dis-


tinguidos en plena calle. . .
El mismo Rosas, que habla llegado ya al vértIgo -del crimen, no
se contentaba con las órdenes indirectas y las espedia él mismo, con
su firma y escritas de su puño y letra.
Era tal la exaltacion criminal de aquellos malvados, que bastaba
el simple hecho de no usar bigote, para que un hombre fuese man-
dado fusilar.
Una simple farsa, una palabra irónica, era bastante motivo para
llevar á la cárcel á las señoras mi~mas.
y sabido es que los que entraban á la cárcel salian en su mayor
parte cadáveres. . .
Casi todos hu estros lectores, que no han VIVIdo en aquella época
nefanda, creerán que exejeramos y aún mentimos.
113
Pero en la historia de Rosas .no cape ni exageracion. ni mentira ..
La verdad pura es más ternble aun que lo que pudiera producir
la inventiva de un novelista.
En prueba de ello, copiamos á continuacion algunos estractos del
índice de Policia de aquella época; que tenemos á la vista, y que
puede confrontar cualquí.e~a de nuestros lectores. . ..
En el libro 113 de Pohcla, que está en ese archivo, pAJma 811 y
anotado bajo el número 22t' se lee lo siguiente, con fecha 1° de Fe-
brero de 1840: _ .
«El gobierno ordena pase á la cárcel la presa dona Tránsito O. Pu-
lido aprehendida segun parte del, Comisario Cuitiño, por haber ha-
blado contra el sistema santo de la federacion, dándole el título de
TATA EN PIFIA, al señor gobernador, y manifestando que la ilustre
señora finada doña Encarnacion, debia estar en el cielo colorado,
tratando al mismo tiempo de ENGRASADOS á los federales.~
En el libro 119 del mismo archivo, página 825, y anotado bajo los
nÍlmeros 45, 46, 62, 64, 72, Y 73, se leen los siguientes es tractos :
«Pastor Albarracin-patría Buenos Aires, no ha prestado servicio
á la federacion.
«Fué preso por ser un hablantin contra el superior Gobierno, y no
usar bigote.~
-«Juan Navarro, pAtria Buenos Aires, 31 años.
o: Este individuo fué preso por ser paquete de frac unitario y recibir
en su casa salvajes sabandijas.~
- «Sinforiano Huertas, Buenos Aires, 48 años.
Se ha quitado el bigote, por cuya razon y la de ser salvaje Unita-
rio, fué preso yor el coronel Parra.»
- c Martin <;¿uintana, Buenos Aires, 30 años.
c Lo prendió el Coronel Cuitiño, porque siendo paquete de frac y
no usando divisa, no puede ser otra cosa que un salvaje Unitario.»
- «Juan Cruz Ocampo, catamarquel10, 20 años¡ fué remitido por
el Juez de Paz de Moron por haberse quitado el bigote.
.c Este individuo no ha prestado servicio á la federacion.»
- c Faustino Uberna, San Luis, 25 años, dice haber prestado ser-
vicios á la federacion, pero lo ha mandado preso el señor general don
Prudencio Rosas, por unitario y haberse quitado el bigote.»
Bajo el número 83 del mismo libro, se lee el siguiente estracto:
. Setiembre 17.
. El señor gobernador ordena al Juez de Paz de San Fernando, re-
mita preso y entre~e al Jefe de l>olicia, al cura de ese partido, por
salvaje unitario traidor; y previene cuide de todo indiVIduo clasifi-
cad? por tal Q.ue haya ó hubiese en el mismo partido, lo prenda y
r~mlta al ejérCito .de .Santos .Lugares, debiendo en consecuencia lim-
piarlo de todo umtano salvaje, barriéndolo como con una escoba.
c Núm. 87, Octubre 12. Comunica el edecan de S. E. don Nicolás
Mariño, haber dispuesto el señor Gobernador se proceda á la venta
de todas las casas y cuanto pertenece al finado salvaje unitario
Lúcas Gonzalez, de cuya venta se esceptuarán las estancias porque
,'estas quedan para el premio acordado al ejército.
i El delito de no ser espía, era tambien penado con clircel segun
'teste otro estracto, de pui'lo y letra de don Juan Manuel que ~e halla
¡len el número 11] del mismo libro. . '
. El puñal de tirano. a
114
Oc;:tubre 8.. R~~it3.s~ ~l Jefe de Policia para que tenga entrada en
la careel el IndIVIduo flll1oteo Armaya por el delito de ser sirviente
de Manuel Ojeda.y no. de!1unciarlo. de la convetsacion que so.~tenia
este con la ~alvaJe umtana Marcehna Buteler, la que tamLien debe
ser presa en la cárcel.'
JUAN M. DE ROSAS.
Con <:sa .misma fecha yen. el mismo libro, bajo el número 29, se
lee la sIgUIente carpeta, tamblen de puilo y letra de Rosas, referente
al noble doctor Gamboa, ddensor de Reynafé:
pJnstrucciones que debe observar el edec¡m de Gobierno don Ma.
nuel Corvalán, acerca del illsolente l pícaro, impio, lo¡tista "nitario, .
Marcelo Gamboa, quien ha pedido permiso para publicar la defensa
que hizo en favor de los reos de Barranca Yaco, y al cual se le dá
la ciudad por cárcel, con pr~veneion que si llega á infrinjir las órde·
nes que se le dan, será paseado por las calles en un burro vestido
de celeste y castigado además, segun la falta, como tambien si tra·
tase de fugar del país, será inmediatamente fusilado .•
Todos estos documentos que tenemos á la vista, son insignifican.
tes al lado de aquellos que iban se~uidos de una sentencia de muerte,
sin juicio y hasta sin oir al acusa(lo Ó preso.
y para que el lector pueda formarse una idea de cómo se daban
esas órdenes de matanza, en los cuarteles y en la cárcel, vamos a
transcribir algunas de ellas.
En el libro I2S del archivio de Policia y bajo el número lO, halla·
mos la siguiente clasific3.cion:
«Manuel Adame, espai'lol, 33 años, fué remitido de Zárate por el
comandante Juan Navarrete como tercer piloto del queche Gelleral
ROlldeau, apresado por el prácti..:o Julian Gomez.
« Fusílesele en la cárcel el lunes próximo.
JUAN 1\1. DE ROSAS.
e Febrero 13-Juan Gomez, sanjuanino, 2S años ,-fué preso por el
coronel Cuitiño, porque siendo peon de confianza del salvaje unitario
Eusebio Antonio Miguenz, trajo, asociado á un tal Trinidad, conoci·
miento del estado del ejercito de los Santos Lugares de Rosas.•
~Fusilese el lúnes próximo en la cárcel.
JUAN M. DE ROSAS.
Bajo el núme~o 11 del mismo libro, y c~n fecha de Febrero 13, se
encuentra tamblen esta órden seca y termInante:
«Fusílese en la cárcel ellúnes próximo, al salvaje unitario Antonio
Tomás Villabra.
JUAN ·M. DE ROSAS.'
Febrero I3.-Manuel Ortega, Buenos Aires, 23 añ9~' .
«Tuvo entrada en la cárcel el 8 de Enero, comopn~lOnero del eJér.
cito del asesino Lavalle-fué oficial del batallon Guardia Argentina.
«Fusilese el lúnes próximo en la cárcel.
JUAN M. DE ROSAS.
Bajo el número 19 del mismo libro y con fecha de Marzo 4,' hay
este otro decreto:
cFusilese el salvaje unitario José Felipe Quintana, y el ~inero <1ue
A este se le encontró, entréguesele para sí al alcade don Pauhno Nunez
116
qne lo 3I'rel1enllit'l, dándo!;~le .al mismo t.iempo á dicho alcalde, como
J,.naci"n 'lu~ le hace el Gobierno, dosclc~1tas cabezas de ganado .de
un ~111() para arriba, de una de las estanCiaS que fueron de salvajes
unitarios.
JUAN M. DE ROSAS.
Las clasificaciones que se hacían en los Santos Lugares de Rosas
eran mucho mas odiosas, si caben en lo posible.
AIlf iba el preso, con la nota que lo acompañaba.
A esa nota ponia don Antonino Reyes una carpeta con la clasifi-
cadon del preso,. y la. remitia á Pa~ermo para su re~ol~cion.
De este procedimiento puede dar Idea al lector lo slgwente, que se
registra en el archivo de gobierno, legajo núm. 21.
cEl Juez de paz de Dolores remite preso al individuo José Maria
Cab2Lliero, por haber pisotea~o el retrato de~ ilustre .Restaura~ll)r de
las leyes cuando la sublevaclOn de los salvajes en dicho partido.
«Es'te individuo es no solo salvaje unitario, sino que tambien tiene
su fraque de tal y es cajetilla de bota fuerte.
ANTONINO REYSE.
Fusílese-
JUAN M. DE ROSAS.
cEnero 18, mismo archivo, número 6:
El Superior Gobierno dispone que el dia de mañana, 1 I de Enero,
el gefe de Policia haga fusilar ~ ex-teniente coronel Telésforo Hios,
sin quitarle los grillos con que fué remitido del Parallá hasta despues
de la ejecucion.
JUAN M. DE ROSAS.

«El edecan de S. E. don l\ianuel Cbrvalan, de órden de S. E. el


Gobernador, dice al Jefe de Policía que:
«Mañana miércoles 2 del corriente, á las 4 Ó 4 112 de la mañana,
hara fusilar á los salvajes unitarios l\1úrcos Leguizamon, José Gimenez,
Manuel Velez, Pedro Burgos, Lorenzo Cabral, Pablo Ramirez y An-
lonio Helguero, á quienes se les facilitarán uno ó dos sacerdotes para
que los confiesen.»
Esta nota lleva fecha 10 de Febrero y está en el archivo de Policia,
líbro 127, número 20.
Como se vé, Rosas decretaba los fusilamientos por grandes grupos.
Uno 6 dos 110 hubieran bastado á calmar su sed de sangre.
Podríamos transcribir mil órdenes análogas, pero creemos que las
publicadas ya, son bastantes para dejar bien demostrado la clase de
bandido que era Rosas, y el derecho que asiste á los que se pre-
s~ntan hoy al Congreso Argentino, reclamando la propiedad de los
bl~ne~ de aquel malvado, que dejó á tanta familia en la más horrible
mlsena.
La lista sola de las personas inmoladas por el puñal de la mazorca
y cuyos bienes fueron robados,· llenaria nuestro folletin durante mu-
chos dias. .
La venta de sus bienes, en aquellos célebres remates de que ya
hemos hablado, solo comprendia á los que no er. establecimientos
de cam.po, ,que quedaban para premio del ejército y de los esbirros
de la mama.
E~ ~nero que producian estas ventas era entregado al depósito de
Policla, del que el tirano disponia á su antojo.
116
Era este el dinero con que se pagaba á los mismos asesinos y que
ya habian cobrado su mejor parte, en el saqueo del cadáver y {;asa
de la víctima. .
El ódio estúpido contra los unitarios, llegó en Rosas hasta mandar
degollar á las personas que vestían bien, clasificándolas de paquetes,
y á los que no perteneclan á la canalla que lo rodeaba á quienes
se clasificaban de decentes, último delito que se podia co~eter contra
la federacion.
y para confinnar lo que dejamos dicho, transcribimos este último
documento, escrito de puño y letra de Rosas, aunque aparece como
si lo hubiera escrito su edecan.
Este documento se encuentra original en la· voluminosa causa cri-
mina» que se siguió al tirano, donde pueden verlo nuestros lectores.
El Coronel Edeean de S. E.
Santos Lugares de Rosas,
Setiembre 10 de 1840.
Viva la Federacion!
Año 31 de la libertad, 25 de la Independencia y II de la Confede-
rae ion Argentina.
Al Comandante en Jefe del número 3, Coronel don Vicente Gon-
zales.
El infrascrito ha recibido órden de nuestro ilustre Gobernador,
Restaurador de las leyes, Brigadier don Juan Manuel de Rosas, para
avisar. á V. S. el recibo de su nota fecha de hoy, con que adjunta
unas notas del Comandante accidental Navarro, por si importase algo
para el conocimiento de S. E., pues de todos ellos se puede tener
confianza porque dicen que los llevaron á la fuerza, y al que sola-
mente cree V. S. que es uno que estando en las guerrillas vino con
el caballo cansado y se fué á mudar y al llegar al arro.yo dice que
le dieron alcance.
Pero esto nadie lo vió y el alcalde que mandaba al Comandante
con comunicacion para V. S. que sin presentarse á los unitarios se
ha venido con la carta del salvaje Lavalle, que los ha retado fuer-
temente y los ha hecho degollar por no cerrar la puerta á otros que
lo hagan de buena fé.
S. E. considera que estos hombres en la actualidad se están vi-
niendo de buena fé.
y aun cuando son así considerados algo se av.entura, es c~nv~niente
hacerlo mientras se vea que no se vuelven á 11" para el ejérCIto de
los salvajes enemigos y que se advierta que de la gente que ha reu-
nido por bien ó por fuerza se están viniendo. .
No asi dice S. E. que debe hacerse, respecto de los ncos y de los
que se titulan decentes, porque de estos ninguno el> bueno, en cuya
virtud debieran ser pasados por las annas, 6 degollados, todos los
que aparecieran de esta clase de salvajes.
Dios guarde á V. S.
ANTONINO REYES.
Como se vé el degüello de la gente rica y decente quedaba de-
cretado por ei Gobernador, cuyos servidores mas famosos estaban
reclutados en're la hez de la canalla.
¡Hé ahí el sisteAa de gobierno de aquel gran bandido I
117

SANTOS LUGARES DE ROSAS

Es~e es el parage. m~ldecido donde se cometieron los crímenes


mas mfames de la brama. .
La historia de Santos Lugares, por si solo, con .tituye el proceso
m:lS sangriento que puede hacerse de la época de Rosas.
Allí era donde se asesinaba de la manera mas brutal y cobarde,
Ilev:mdo el martirio de las víctimas hasta el mas bestial refinamiento
de barbarie. .
Allí se azotaba y se llevaba el crimen hasta arrancar 6 cortar los
miembros de aquellos que mas tarde habian de ser degollados, cuyos
miembros sangrientos se clavaban en palos, para ser puestos á la
espectacion pú blica.
Alli se obligaba á los unitarios condenados á muerte, á cavar el
pozo donde de.bi.an de ser enterr~dos, á cuyb borde se les hacia
parar para ·reclbrr la muerte y eVitarse de este modo, hasta el tra-
bajo de arrojark's á la fosa!
Cuando eran varios los desgraciados á quienes se habia de fusilar,
se les ejecutaba por parejas, acoIlarados con pesadas barras de grillos.
Entónces se obligaba á las parejas que iban quedando vivas ente-
rrasen á los que morian, sometiéndolos aún á torturas espantosas.
La pena de azotes estaba en su apojeo.
El no haber saludado á un jefe á tiempo, el no haber sido bastante
cruel con un prisionero, el no haber recibido con placer un garrotazo
ó un palo, eran delitos qU; se castigaban con azotes.
Por cualquiera de ellos se condenaba á un soldado y muchas veces
á un oficial á recibir de quinientos azotes arriba.
y al que se quejaba le aumentaban los dias al estremo de que
muchos de ellos morian con el cuerpo horriblemente mutilado.
Los gefes sabian prácticamente que un hombre, por fuerte que
fuese, no podia resistir á la aplicacion de tres mil azotes, por ejem-
plo, pero le mandaban dar hasta cinco mil muchas veces, porque
matando á un soldado Q& esa manera, se daba prueba de un ciego
ardor y celo federal.
A Santos Lugares il1an los reos de todo género de i:Ielitos, tanto
el acusado de ser salvaje unitario como el que habia robado un ca-
ballo, 6 el que habia tenido una simple pelea en una pulperia.
y como el tirano necesitaba soldados á todo trance, cualquier de-
lito insignificante era castigado con una condena al servicio de las
armas, condena que nunca bajaba de un par de aiios.
Don Antonino Reyes era el pequeño Restaurador de las leyes' en
aquel punto.
Siend.o el hombre de confianza de don Juan Manuel, su palabra
era teruda como la misma palabra del tirano, obedeciéndose sus ór-
denes inmediatamente, pues se sabia emanaba de a.quel.
. Hay tormentos aplicados en Santos Lugares que hubieran sorpren-
d.ld.o agradablemente á los frailes perversos, familiares de la inqui-
SlClon.
Por9 ue el espíritu cobarde de Rosas, era diabólicamente fecundo
para lDventar martirios.
Su diversion favorita era llenar de viento por medio de un fuelle
118
á las mismas personas que lo rodeaban, aunque fuesen estos sus
servidores mas leales.
y cuando la barriga del paciente se estiraba hasta amenazar rom-
perse, lo hacia acostar de espaldas, y llamaba á dos ó tres soldados
para que le bailaran encima un gato Ó un mal ambo.
Eñtónces se veía al tirano reir de una manera descomunal é in-
citar ! los. bailarines con todo género de dicterios, para que pisasen
m~s fuerte y fuesen mayores los dolores de la víctima.
y plagiando al amo en Palermo, los lacayos de Santos Lugares ha-
bian adoptado las infladas, como una díversion oficial.
Pira m~tiriza~lo y divertirse con sus quejidos ó gestos de dolor,
tocIos teman alh derecho pal a usar de \In prel"o, desde el jefe más
nombrado, hasta el más rwn escribiente de secretaria.
y de los presos que por unitarios remitian allí de la campafla, touos
escogian sus sirvientes para los oficios m:lS deO'radantes.
La amenaza sola de ser enviado á Santos L~gares era un castigo
para cualquiera que supiera lo que allí pasaba.
¡Y quién no lo sal)i~ entónces!
¿Qwén no tenia conocimiento de aquel horror de la federacion?
Nada se hacia allí sinó por órden de Rosas, pero esas órden(~s las
obtenía á su entera' satisfaccion el Gobernador D. Aptonino }{eyes.
Él recibía los presos con los partes que eran remitidos.
Allí estractaba el parte y lo remitía á Palermo con una, carpeta
que no era otra cosa que la clasificacion del preso.
Esta clasificacion era susceptible de mil refonnas y de mil giros
que Antonino- Reyes conocia admirablemente.
Así es que él bien sabia cómo redactar la clasificacion, para ob-
tener' una órden de fusilamiento, de azotes ó de condena. á las armas.
Porque pensar en salir de Santos Lugares sin haber recibido algun
castigo, era pensar 11n disparate!
Todavia vive en Montevideo, el Coronel edecan de S. E., Anto-
n:no Reyes, jefe supremo de Santos Lugares.
¡Cuanto horror podria narramos si quisiera!
¡Cuántas veces se estremecerá el cuerpo de este hombre, al re-
cordar las escenas tremendas de Santos Lugares!
Si aquella boca se decidiera á hablar cuc'mta trajedia podria nar-
rarnos! _. .
Don Antonino Reyes es uno de los pocos protagonistas vivos, de
aquellos horrores.
1 ha llegado á una edad ava~za~al ~omo la que llegó Rosas.
El Señor sabe para qué lo dep VIVir. '
Refresquémosle nosotros su memoria entumecida por la eaad, y des-
mienta, si le parece, algunos de los infames crímenes que entramos
á narrar. .
Diga si no es cierto que en aquel campamento se mataba á bo1a~os
á los indios que incurrian e~ alguna falta y se fusilab~ á los salvaJes
unitarios, acollarados con gnllos de la manera que dejamos refendo
mas arriba, y si no se aplicaban alli los tormentos feroces que, con-
taremos, hasta el fusilamiento estúpido y cobarde de la hermosa Jóven
Camila O'Gonnan.
Su silencio será entónces la confirmacion de nuestra palabra.
De .los primeros que 1 egaron con su sangre aquel campam~nto mal-
dt:cido, fueron dos capitanes Iriarte y l\1anuel Ortega, fUSilados en
Santos Lugares.
119
Estos dos j6venes cayeron prisIOneros, Junto con el Coronel Diaz,
en uno de los tantos combates librados entre el general Lavalle y el
célebre general Ech;tglle. .
Remitidos por este jefe á Santos Lugares, fueron allí fusIlados, des-
pues de haberles hecho apurar todo género de humilIaciunes y mar-
tirios.
Antes de ser fusilado!':, á ambos se les hizo 'cabar la fosa en que
habian de ser enterrados, haciéndolos arrodillar á su borde para mayor
segurida<l.
Allí se exhibieron tambien las orejas del honorable Sr. don J. M. Du-
puy, padre de los señ.ores hncendados d.el partido de la Ballenera.
El seilor Dupuy saha de su casa á pnsa, una noche, en busca de
algunos medicamento para su señora, que habia salido de cuidado
ese dia.
El señor Dupuy fué asaltado al salir de su casa por un grupo de
mazorqueros que gritaban desaforadamente sus terribles muera~ á los
salvajes unitarios, á los franceses y á Luis Felipe el guarda chanchos.
Sorprendido de esta agresion, pues en nada se mezclaba que pu-
diera hacerlo sospechoso, cleyó que aquello sería una equivocaclOn
y preguntó al jefe del grupo qué era lo que con él querian.
Una puñalada en un costado fué la contestacion.
Dupuy, que era un hombre bravo y robusto, quiso defenderse, pero
otras puñaladas lo postraron privándole de toda acciono .
Allí mismo. y sin darle tiempo para nada, lo ultimaron, degoll¡m-
dolo en seguIda. .
Su cuerpo fué arrastrado hasta la plaza del Retiro, donde lo col-
garon en un arbol, adornándolo con trofeos celestes y una cantidad
de verdura, para que sirviera de burla á los federales que pasaran
por allí.
y fué entónces que para mayor escarnio le cortaron las orejas re-
mitiéndolas á Santos Lugares, donde fueron saladas para que se con-
servaran más tiempo.
La estupidez de Rosas, llamada ardor federal, llegaba hasta cometer
los actos más ridículos y pequei'los. .
Como una prueba de eUo, tra·nscribimos aquí una nota que figura
en el libro número 121 del Archivo de Policia, bajo el número 3 y
fechada en Junio 30. .
. Esta nota dirijida al jefe de esa reparticion de puño y letra de Rosas,
dice:
cEl Gobernador hace presente el sumo desagrado con que han visto
los federal~s el que en las rifas del mes de Améria (Mayo), se hayan
pu~sto vanos artículos con colores verde y celeste, de salvajes uni-
tanos.
. cOrdena en consecuencia que si ya se han comprado los que deban
Jugar~e en .las próximas fiestas de Julio y tienen los mismos colores,
sean I~medlatam~nte quemados y reemplazadas por otros federales,
cualqwera que sea su costo. •
JUAN M. DE ROSAS.

Como. se vé, Rosa~ llevab 1 su ódio por los unitarios, hasta los sim-
ples objetos que teman una leve pincetada de celeste ó verde.
Todo lo que no era coror de sangre debia ser execrado.
120

ASESINA TOS DE PRISIONEROS

Siempre combatiendo contra fuerzas superiores, mal armadas y peor


disciplinadas las suyas, el arriesgado y brillante General Lavalle no
desmayaba un momento.
Oribe, aquella hiena estúpida y ávida de crímenes, con llll fuerte
ejército; el General Lopez Mascarilla con sus santafecinos, cometiendo
toda clase de horrores; el General Pacheco, que no era tan feroz
c~mo ellos, al frent.e de las tropas. de ~osas, eran los poderosos ene-
mlp>s que I?ersegulan ~ I:avalle SIn dejarle "un momento de reposo.
Aquel tema que multIphcarse para atender á todos estos enemigos
é irlos batiendo en detalle, llegando á darles algunos golpes que lo~
dejaron algo mal parados.
EI"h,abia logrado sitiar en ~anta Fé -al ~eneral Lopez, y ponerlo
en sénos apuros, porque vencIdo este, podna entónces darse la mano
con el valiente y neróico Lamadrid, que esperaba por momentos su
incorporacion.
Pero estando en lo más interesante del sitio, el General Pacheco
con una fuerte division, le pisó la retaguardia obligándolo á retirarse:
No era solo la division del General Pacheco la que hacia retirar
á Lavalle.
Es que detrás de aquel estaba Oribe, y veia que no podia luchar
contra tales fuerzas y tales elementos.
Sus soldados pésimamente armados y con escasa mumClOn, no
tenian más recurso que el arma blanca, y esta era ins~1fic\ente para
luchar con tantos, sobre todo con el ejército de Oribe que era el
mejor equipado.
El General Lavalle abandonó la Provincia de Santa Fé, dirigién-
dose á Entre Rios, con la esperanza .ie seguir batiendo en detalle
á aquel enemigo poderoso.
Pero éste, como si le ,adivinase el pensamiento, siempre unido, y
á una jornada uno de otro, emprendió la persecucion, dividido en
tres cuerpos, mandados por los generales Pacheco, Lopez y Oribe.
El 28 de Noviembre de 1840, fué alcanzado por la vanguardia del
General Lopez, en los campos del Quebracho y se vió obligado á
aceptar un combate cuyas consecuencias fatales no eran difíciles de
prever.
Pero Lavalle tenia confianza en su gente, y una fé profunda en
su corazon hidalgo y valiente, así es que aceptó el combate con mu-
chas esperanzas de triunfo.
y así hubiera sido, si el único enemigo con que tenia que luchar,
hubiera sido la vanguardia de Lopez.
Sus valientes paisanos y aquella juventud distinguida y brava que
lo acompañaba, hacían prodigios de valor.
Sus cargas de cabaUenas eran tan continuas y tan hábilmente
dispuestas, que el enemigo por fin vaciló.
Roto su centro, el t error ganó sus filas, y sus alas empezaron á
perder la formacion.
Entónes Lavalle llevó personalmente una carga á fondo, y la der-
rota empezó á pronunciarse en las tropas de Lopez de una manera
tremenda, iniciando entónces aquel una persecucion tenaz y encar-
nizada.
121
Pero estaba de Dios que aquella jornada debia ser fatal á las
annas unitarias. .
Apenas iniciaba Lavalle la persecuclOn, cuando se presentó á su
frente V flancos el ejército del General Pacheco reforzado con algunos
batallones de Oribe. . .
Pacheco se presentó ya formado en llJ~ea de ba~alla y rompió
sobre el ejército de Lavalle un fuego nutndo y mortlfero.
Los cuerpos de este, lanzados á la persecucion, fueron sorpreJll-
didos por aquel nuevo ejército en completo desórden y fuera de toda
formacion.
Reorganizado bajo aquel terrible fuego y dispuesto á disputar el
terreno conquistado, aceptó el intrépido Lavalle aquella nueva batalla
que empezó más recia y más sangrienta que la primera. .
Agotadas sus municiones, el sable y la la~za de sus buenos gau-
.os se abrian paso por entre las filas enemIgas.
Los libres de Sur, lucidísimo regimiento que mandaba el coronel
Rico, dió una carga sobre el flancho derecho del enemigo con esplén-
dido éxito.
Aquel regimiento hubiera hecho vacilar y tal vez hubiera arrollado
la fuerza de caballeria que cubda aquel flanco, cuand'Ú el noble Coro-
nel R co cayó de su caballo para no levantarse más.
Una bala 'le habia atravesado el pecho.
Desheclw y acuchilleado, el Regimiento Libres del Sur tuvo que
retirarse, no sin haber tentado en vaao levantar el cadáver de su
jefe.
Fué en esta empresa donde tuvo más bajas, pues al v.erlo sin jefe
y vacilante, el enemigo ca~g6 sobre él con á~imo de concluirlo.
El General Pacheco tomo entónces la ofenSiva, el toque de ataque
sonó en toda la línea y al mismo tiempo que la infantería rompia
un fuego tremendo la caballeria toda cargaba, tratando de envolverlo
por ambos flancos.
La derrota era inevitable.
Muchos cuerpos empezaban á envolverse, á pesar de las hábiles
disposiciones de Lavalle, y otros á dispersarse, aterrados con la idea
de una derrota que iba á ser sangrienta y sin cuartel.
En vano Lavalle quiso mantener la formacion en sus filas, para
emprender una retirada con éxito, en vano se lanzó con aquel objeto
en lo mas recio del combate, su pobre ejército, estenuado de fatiga,
despues de dos batallas, y desmoralizado ya con las bajas que sufria
empezó á desbordarse.
Desesperado entónces y como último recurso de salvacion, hizo
tocar retirada, la que se emprendió con la mayor precipitacion.
La cal1alleria de Lopez, rehecha á la espalda del ejército de Pa-
checo, empezó entónces á tomar una revancha, digna de la causa
que defendia; el herido como el prisionero, como el muerto mismo,
eran degollados y sometidos al saqueo más impío.
y el ejército, no ya el ejército sinó los pocos grupo:;; de hombres
que habian quedado al general Lavalle, huian en todas direcciones
para escapar á un esterminio seguro.
El General Lavalle hubiera quedado allí á seguir la suerte de sus
cdmpañeros, pero el benemérito coronel Vilela lo obligó á huir con
reflexiones como esta:
-Su muerte, General, será la muerte de nuestra santa causa.
Es su prestigio lo único que puede contrarestar el poder de Rosas
en ~::a la República, que quedaria bajo su gobierno impío sabe Dios 1,1
hasta cuando.
Una derrota no es nada, General, ya combatiremos con mejor '1
suerte.
y sobre todo, su muerte seria un suicidio que usted no tiene dere-
cho de consumar y que yo le prohibo en nombre de la patria ensan-
grentada!
El General Lavalle escuchó aquellas leales palabras y agobiando
la noble frente cargada de sombrás, siguió á los últimos restos de
su valiente ejército.
i!-a batalla de Quebracho estaba concluida!
Pero aún el enemigo tenia que hacer un esfuerzo tremendo para
c~ronar aquel triunfo. .
Aún quedaba sobre el'campo de batalla un grupo de infantes que
en fonnacion impoñente, parecia dispuesto á pelear hasta caer .1
último. '
Era una brigada de infanteria, empuesta de unos quinientos hom-
bres al mando del bizarro y bravo Coronel don Paolo José Diaz.
E~te jefe habia comprendido que lare tirada. á ,Pie era la muerte, y
habla formado dos cuadros, con los que podna Imponer al enemiero
yu obligarlo á una batalla por demás sangrienta cuanto staba lis-
pesto á combatir hasta el último aliento.
Dos cargas terribles y encarnizadas trajo sobre él el enemi<To, pero
las dos veces tuvo que retirarse con grandes pérdidad y en c~mpleto
desórden.
Aquello era la heroicidad llevada hasta su último grado.
El Coronel Diaz calculaba que el enemigo postrado por la batalla
y la persecucion, tendria que dejarlo retirar, mal de su grado.
Así es que sostenia su posicion con una bizarria imponente.
El General Pacheco comprendió por su parte, que aquella tropa
estaba dispuesta á morir matando.
Él podria concluir con ella, pero á costa de grandes sacrificios y
sin lograr hacer un prisionero.
Conocia demasiado al Coronel Diaz para calcular que todo ataque'
llevado sobre él seria rechazado como los dos anteriores, con pér-
didas enormes.
E inició entonces proposiciones de capitulacion, de manera que
fueran aceptadas.
Respetarles la vida, si se entregaban á discrecion.
Aquella primera proposicion fué rechazada Con toda soberbia por
el Coronel Diaz, que agregó:
- Diga usted al general Pacheco que si no tiene otra cosa que
proponer que mande atacar no más. ,
Aún podemos resistir y ofender hasta agotar la municiono
y cuando no tengamos otra cosa, aún nos quedarán los fusiles para
hacerlos pedazos sobre el cráneo de la canalla que comanda.
Aquella respuesta altiva y valiente no dejaba lugar á dudas.
Los dos ataques llevªdos sobre los cuadros de Diaz, tan bravamente
rechazados, habian acobardado algo á los soldados de Pacheco, al
estremo de temer este no fueran capaces de llevar un tercero.
y envió un nuevo parlamento con proposiciones más aceptables.
Rendir las armas á cambio de la vida y de la libertad.
Pero el Coronel Diaz las rechazó de nuevo, añadiendo:
- Diera usted al Gc:ner:ll Pachecho que )'0 no puedo entrar en
arreglo; sinó bajo estas bases inmodificables.
123
Respeto cumplido de la yida Y; libl'rtad de todos los que formamos
f'sta brigada, que depolldna entllnc,;s sus armas COIl todos los hono-
res de la guerra.
Oue lo creo un militar digno, incapaz de faltar á una capitulacion.
qu;' no haría á buen seguro COIl Oribe, ni con Lopez.
Que bajo estas bases, puede formular un tratado.
Entre tanto, much~s soldados ~e l.a caballeria, dispersos. Y huyendo
de las partidas enemIgas, se hablan mcorporado á la heróIca brigada,
aumentándola en unos cien hombres más .
Trasmitida esta respuesta al general Pacheco, este se apresuró á
aceptar las bases, pasando en persona al sitio que ocupaba aquella
soberbia tropa.
Bajo los más sagrados juramentos y bajo la fé de su honor, de
cumplirla en todos sus puntos, el General Pacheco aceptó aquella
capitulacion... .. .
El Coronel Dlaz entrego las armas que habla esgnmldo con tanto
heroismo, y pasó al campo enemigo, con todos los honores de la
gucna.
La soldadesca de Pacheco, quiso burlarse de los capitulados inten-
tando saquearlos, pero el General Pacheco empezó á cumplir su pa-
labra imponiendo las m~ls severas penas al que se permitiera la más
le\'e agresion á los vencidos.
El General Lopez se habia retirado del campo de batalla, con sus
santafecinos, buscando tal vez la incorporacion de Oribe, que era el
jefe superior en campaña que investia todo el poder de Rosas.
Hácia aquel campamento emprendió tambien su marcha el General
Pacheco, seguido de los capItulados para presentarlos al General
Oribe y llevar verbalmente el parte de la accion, y del triunfo que
importaba la anulacion del General La valle y la pérdida de todo su
ejército .
. La marcha hasta el campo de Oribe se hizo en el mayor órden,
sin que los capitulados tuvIeron que quejarse en lo más mínimo.
Pero desde que el ejército estu\'o bajo la voz del bandido Oribe,
la ~ituacion de los capitulados cambió por completo.
- Yo no hubiera admitido tales condiciones, dijo el terrible cau-
dillo, y los hubiera pasado á degüello. '
- Pero yo creí deber hacerlo así para evitar mayor número de
bajas, y no creo haber hecho en ello un disparate.
- Pero yo no puedo sancionar con mi consentimiento' semejante
capitulacion y no debo hacerlo.
- Es que mi palabra, y por intermedio mio la del Gobierno, están
de por medio, y yo jamás falté á la mia.
- Pues se pasará al Gobierno un parte minucioso del combate,
consultándole yo lo que debo hacer con esta gente.
- Sea así, pero e¡¡tre tanto, esos hombres nos son sagrados.
Están aquí bajo una capitulación de guerra.
El General Oribe tuvo que ceder, pero declaró que aquellos hom-
bres permanecerian en su campo, hasta tanto se recibiera órdenes de
Rosas. s?bre li? qUe debla hacerse, órdenes que fueran cuales fuesen,
cumpltna al pIé de la letra.
Demasiado comprendían Oribe y el mismo Pacheco cuales podrían
ser aquellas órdenes, tratándose de salvajes unitarios que pertenecian
al ejército del General Lavalle!
T ..,davia aquella noche la brigada del Coronel Diaz gozó de lo f'sti-
pulado en·la capitulacion, cuyo término debia de ser corto.
124
Al dia siguiente el General Oribe se puso en marcha desde el
Quebracho hácia la Provincia de Córdoba, donde dijo iba á esperar
las órdenes del General Rosas, segun lo habia manifestado en sus
notas.
Siendo ya inútil toda tentativa por ese lado, Oribe dejó allí al
General Pacheco, para que des pues de dar á su tropa el descanso
consiguiente á la pasada fatiga, marchase á impedir la incorporacion
de los restos del ejército de Lavalle, con el terrible y bravo Lama-
drid, que se habia movido ya en contra del tirano, con no pocos
elementos. '
A~ui empezó el martirio de los capitulados, á quienes Oribe mi-
raba como prisioneros cuyos cuellos pertenecian de derecho· á la fe-
deracion.
Guiado por sus instintos y deseos, en cuanto se separó del Gene-
ral Pacheco los habria pasado á cuchillo.
Pero temia una reprimenda de Rosas que tal vez los quisiera ha;::er
degollar en Buenos Aires. .
Así es que no se atrevia á adoptar una resolucion, sin esperar ór-
denes del Gobierno.
Este temor no fué sin embargo un obstáculo para cometer con
ellos, durante la marcha, todo exceso de crueldad bestial y de repug-
nante cobardía.
Entre ellos venian los Tenientes Coroneles Manuel Esteban Suarez,
Saturnino Navarro, Juan José Torres, el Sargento Mayor Juan José
Perez, los Capitanes Domingo Castañon, Faustino Lopez y Mariano'
Llanos, el Teniente Cayetallo Gallegos, el Alferez ~enito Plaza, y los
ciudadanos Manuel Escobar, N. Rodrigue? Gregorio Arraigada, Lau-
reano Valdéz (de 18 afios' y Apolinario Gaetan.
Como estos eran los decentes á quien Rosas condenara á degüello,
segun la comunicacion que ya hemos publicado, fué contra ellos que
se estrelló principalmente la cobardía de aquellos malvados.
Desde que estuvo fuera de la vista de Pacheco, la soldadesca de
Oribe empezó á prodigar á los que llamaba sus prisioneros, todo gé-
nero de insultos, amenazas 'y aún golpes.
Los gefes de los capitulados protestaron con toda energia, recla-
mando el cumplimiento de la capitulacion hecha con el General
Pacheco.
-Como capitulacion los voy á poner yo á ustedes, respondió Oribe
con su habitual groseria.
Ya verán que capitulacion les espera cuando vengan las órdenes
que de Buenos Aires espero.
-Nosotros hémos capitulado bajo bases precisas y hemos despuesto
las armas con todos los honores de la guerra.
Tenemos para ello la garantia de la palabra del General Pacheco,
que ha empeñado ante todo su ejército.
-El General Pacheco no sabe lo que hace, replicó Oribe.
Quien ha de disponer de ustedes es el General Rosas, y hasta que
sus órdenes no vengan, yo los he de tratar como ustedes se lo me-
recen.
Los soldados de Oribe empezaron por despojar á. los que ellos lla-
maban sus prisioneros, de la ropa que vestian, dándoles para cubrir
sus carnes ]os andrajos que ellos llevaban, y los que habian arran-
cado á los cadáveres del campo de batalla.
El que se resistia al despojo de su ropa y de alguna prenda que
125
lle\'ara consi ....o era golpeado con toda crueldad y sometido á las
penas mas b~t~les, por haberse insolen~ado, segun la razon que daba
Oribe contra un soldado de la federaclOn. .
Aq~ellos prisioneros, segun lo declarado por Onbe, en su I!la yor
.parte, pertene.cia!l á la má~ distinguida juventud de Buenos AIres y
de otras Provmclas Argentmas.
No contento con los ma,tirios que se les aplicaba, fueron obligados
A marchar á pié, Y descalzos, durante los diesisjete dias que duró
aquella marcha .espantosa, á cuyo lado empalidecía el mismo camino
del Gólgota I
La marcha se hacia sobre campos desiertos, llenos de filosas raíces
y de p'ajonales incendiados, cuyas hojas filosas y agudas destrozaban
sus plés desnudos!
y aquella marcha diaria que debía durar diesisiete dias, se hacia
en un espacio de diez y doce leguas por dia I
Era difícil que un ser humano pudiese resistir á aquella prueba de
suprema barberia.
El que caía postrado por el dolor y el cansancio, era obligado á
seguir la marcha, por un procedimiento digno de aquellos séres pri-
vados de todo sentimiento.
Cuando el garrote no era suficiente á hacerlos poner de pié, los
pinchaban con las puntas de las lanzas y de las bayonetas hasta que
el nuevo dolor los hacia hacer un esfuerzo supremo y seguir aquella
marcha estupenda.
El que no cedia ni al palo ni al pinchazo, debia ceder á la muti-
lacion de los miembros, ó pagar su postracion con la vida.
Así, el camino que seguian aquellos desventurados, quedaba seña-
lado por un reguero de cadáveres.
Muchos de los que se habian sostenido hasta el último esfuerzo,
por huir de aquel otro martirio, caian moribundos, sin tener siquiera
tuerza para pedir gracia.
Estos, eran degollados sobre tablas, convencidos de que toda ten-
tativa de hacerlos marchar seria inútil.
y como si todo esto no fuera bastante, el cerebro infernal de Oribe
inventaba á cada paso nuevos '1 crueles martirios.
Bajo el sol abrasador de DiCIembre, marchando aquellas jornadas
tremendas, heridos y desfallecientes, la sed venia á ser una nueva
tortura insuperable.
Esto habia dado á Oribe idea de someterlo al martirio de Tántalo.
Cuando se hallaba en el tránsito alguna laguna ó arroyo de los
muchos que por allí abundan, acampaba todo el ejército á tomar algun •
descanso y apagar la sed devorante.
Esta operadon se hacia de una manera verdaderamente infernal.
A a~bos lados del ar:~yo y á unas .cincuenta varas de la orilla,
se haclan formar los p!"lslOneros que aun quedaban con vida. .
D.esde alli se les obligaba á contemplar al ejército de Oribe, que
Venia á tomar agua por compañías.
Muchos de aquellos desventurados no tenian fuerza suficiente para
soportar el martirio.
La sed era superior al instinto de conservacion y rompian las filas
á pesar de los centinelas, para lanzarse al arroyo. '
Pero nunca podian satisfacer el ardiente deseo, porque alcanzados
por los centinelas, que los custodiaban, 6 atajados por los soldados
que estaban bebiendo, eran muertos á bayonetazos ó á puñaladas .

126
Parece increible 'lue un s~r l1l\mano pueda llegar á semej3nte ex-
ceso de Cl uddad !
El que crea que exageramos en un átomo la relacion de estos hor-
rores, puede ir al Archivo de los tribunales y hojear el voluminoso
espediente de la causa criminal seguida contra Rosas. •
Allí e~contrará corroboradas todas est~s monstruosidades por la
decl~raclOn del General Pacheco, en la fOJa 87, de :Benjamin Villegas,
á fOjas 32 3 vuelta, Josefa Mendoza de Perez, á fOJa 32, y otros mu-
chos que alll figuran.
y ~amos estas pruebas,. porque la mayo! parte de nuestros lectores
,,'teera con razon que exaJeramos los hechos de una manera criminal.
pues no es concebible tanta perversidad y depravacion de sentimientos!
Cuando todo trI ejército concluía de bebe¡-, los pobres prisioneros
pensaban que les llegaria su turn'o.
Pero no era así.
Aún faltaba el complemento de aquel horror.
Así que el último soldado habia bebido hasta no poder mas, se
traia a beber las caballadas.
y como si esto no bastara aun, cuando las caballadas habian be-
bido, las hacian pasar el arroyo dos ó tres veces, á fin de que el agua.
mezclada al fango del fondo se convirtiera en un lodo espeso y nau-
seabundo, comparable solo á un chiquero de campo.
Entónces, recien entúnces se permitia á los prisIOneros que fueran,
no á beber, porc¡ue aqueIJo era imposible, sinó á chupar aquel barro
asqueroso, para apagar la sed.
Aquellos desventurados se lanzaban frenéticos al charco, cuyo lodo
chu. aban con una ansiedad de dementes.
Ante este espectáculo tremendo y conmovedor, las tropas de Oribe
se entregaban al placer mas intimo.
Aplaudian desaforadamente á los que se echaban de barriga al ar-
rovo á devorar el lodo, é insultaban y apedreaban ferozmente á aquel
qu'e hacia el menor gesto de repugnancia.
En una de estas escenas incalifil'ables, un oficial de las tropas de
Oribe, el capitan Fermin Mendez, no pudo contener el desbunle de
sus sentimientos; sublevados ante tan miserable cuadro.
y despues de impugnar de una manera bravía, proceder tan co-
barde y brutal, se acercó á uno de los prisioneros, el Comandante
Navarro y le alcanzó su chifle lleno de agua cristalina que aquel
apuró con una desesperacion feBril.
- ¡Esto es espantoso! esc1amó aquel noble oficiar al alc~nzar el
chifle, y no hay corazon humano que pueda contemplarlo sm suble-
varse.
Tome, Comandante, beba.
En vez de avergonzarse con aquel acto noble, que provocaba un
castigo el General Oribe se enfureció de una manera tremenda y
galopa~do hasta donde estaba el Capitan l\lendez, le pegó en la ca-
beza con el rebenque. . .
El jóven protestó del acto, y se puso en actitud hostil. •.
El General Oribe hizo entónces acercar un escuadro n de caballena,
y mandó lancear ~I jóven, órden que se cumplió inmediatamente, sin
la menor obser\'aclOn.
_ y con vos no hago 10 mismo, afladió dirijiéndose :.\ Navarro, por-
que te reservo una muerte mas á mi gusto ..
¡Ya te enseñaré á beber cuando yo no qwero!

127
El Capitan Mende~, CJ.ue era un f!1ozo i1us~r.ado, y por ~on:sig~iente
un lunar en aquel eJérCito de bandidos, mllnu como debla monr un
hombre de su temple. .
_ ¡General Oribe! le gritó defendiéndo~e de las lanzadas, como SI
quisiera evitar la muerte hasta decir aque~lo.. . .. .
¡General Oribe! yo te emplazo ante la lDfimta JusticIa de DIOS!
¡Eres un bandido!
y calló acribillado á lanzadas.
Como los prisioneros que se habian asesinado, el cadáver de Mendez
quedó insepulto, para servir de alimento á las fieras.
Aquello que Oribe bautizó de acto de justicia militar para casti~ar
una rebelion, sirvió para otros fusilamientos de soldados que hablan
tenido con los prisioneros actos de compasion y de comedimiento.
- No hay piedad posible para los salvajes unitarios, decia Oribe,
y el que la tenga, la pagará con el cuero.
Estos son bandidos que no merecen mas que puiial ó bola.
y la bola aludia á otros infelices, que habian muerto á bolazos,
para ensayar este nuevo género de torturas.
Cada jornada de estas costaba la vida á doce ó quince de aquellos
infelices, que caian postrados por el cansancio, la sed, el desgana-
miento de los piés, ó el pui'lal de aquellos bárbaros.
Durante esta marcha espantosa perecieron mas de cincuenta de
aquellos desventurados.
En uno dé los dias en que el calor se habia hecho sentir de una
manera terrible, un grupo de prisioneros, entre los que figuraban d
Coronel !\Ions y el jóven José Maria -Carranza, se negó á dar un
paso más.
Ellos sabian que aquella resolucion iba á costarles la vida.
Pero de todos modos el final de aquella jornada debia ser la muerte,
y apresurarla era siempre un beneficio.
- ¡Siguan la marcha! les gritó el oficial que los custodiaba, ó ten-
dré que dar cuenta al General.
--:- No podemos y no queremos, dijo el Coronel Mons.'
SI nos matan, por lo menos ahorraremos muchos dia:s de martirio
inútil.
Puede pues dar cuenta al General, añadiendo que nos hace un ver-
dadero servicio si nos manda fusilar sobre tablas.
El oficial dió cuenta al general Oribe de lo ~ue pasaba, y aquel
se trasladó á donde estaban los prisionieros aludIdos, mandando. hacer
alto al ejército.
- ¿Qué es lo que ustedes se han atrevido á mandarme decir? es-
clamó encarándose con el Coronel Mons.
:-: Ignoro lo que el oficial hllbrá dicho, respondió noblemente el
pnslOner.o, peTO lo acepto á pesar de todo. .
. PreferImos la muerte, todos nosotros, á este martirio sin tregua,
SIn un sulo momento de reposo.
- Ah! miserable! gritó Oribe ¿y no sabes, salvaje unitario, que yo
puedo hacerte cortar la lengua?
- Solo lo puede quien dispone de un ejércitos de bandidos tra-
tándose de hombres desarmados y rendidos de fatiga. '
Pero lo que garanto que DO puede usted ni nadie, es hacerme <lar
UD solo paso más.
y se sent6 sobre el suelo, mirando al asesino con un desprecio su-
premo.
128
- ¡Ah! canalla, ahora verás si puedo.
y golpeó la cabeza de Mons con el cabo del rebenque.
Al gol~e, Mons estuvo de pié como movido por un golpe eléctric,o,
y no pudiendo hacer otra cosa, se contentó con escupir á. la cara
de aquel bdldido.
Esta fué su salvacion.
Enf~reci.do Oribe,. hi~o ac~rcar inmediatat?ente, ~uatro tiradores, y
lo fusiló SIn darle slqwera hempo de apreciar la sltuacion.
y hemos dicho que esa fué su salvacion, porque enceguecido Oribe
por la ira, 10 hizo matar inmediatamente, dejando á un lado su eterno
pTpgrama de pinchazos y lanzadas, que usába como preliminares de
muerte.
De otro modo, el Coronel Mons habria sido martirizado como lo
fueron sus desgraciados compañeros.
Muerto Mons, Oribe apartó con el pié el cadáver y se dirijió al
jóven José Maria Carranza que habia presenciado la muerte de aque~
y esperaba tranquilamente su turno.
¿Y usted tampoco quiere marchar? le preguntó.
¿Quiére tamblen seguir la suerte de ese animal?
- Por lo ménos, replicó el jóven, respete usted los muertos.
- ¿Quiere decir que no quiéres marchar, nó?
Bueno y á ver esos cuatro, háganme caminar á ese pillo á paso
de trote!
Los mismos soldados que habian asesinado á Mons, se acercaron
á Carranza, cuchillo en mano, y empezaron á. pincharlo diciéndole
que caminara. •
Pero el jó\'en sonrió de una manera glacial y soportó los pinchazos,
que s'e convirtieron bien pronto en pUl1aladas.
Los demás jóvenes que presenciaron esta cobarde escena, se lan-
zaron sobre los verdugos gritando:
- Morir por morir, pues tengamos siquiera el consuelo de defen-
demos!
Entónces empezó una verdadera carnicería.
Todos aquellos jóvenes fueron muertos á puñaladas y golpes de
culata, en presencia de todo el ejército y resto de sus compañeros.
y arrojando los cadáveres á un lado del camino, siguió el ejército
su marcha á Córdoba.
Cuando llegaron al Rio Tercero los capituladolil bajo la fé del ge-
neral Pacheco y del Gabierno por intermedio de este, solo alcanzaban
al número de doscientos.
Trescientos y pico habían queda'do en el camino, muertos de la
manera que hemos indicado.
Allí, en Rio Tercero, estaba esperando á Oribe, con pliegos de
Rosas, un Comandante Maestre, al frente de un Rejímiento de Ca-
ballería. .
En los pliegos venia una órden para que Oribe entregara los pri-
sioneros á Maestre, quien debia conducirlos á Buenos Aires á esptrra
la resulucion del Gobierno.
Oribe entregó los prisioneros como se le ordenaba, y Maestre em-
prendió ccn ellos la marcha para Buenos Aires.
A ninguno se le escapó que salían de un peligro para caer en otro
mayor.
Rosas no podia hacerlos conducir á Buenos Aires para otra cosa
que para cebarse con ellos y s()me~erlos á martirios más brutales,
aún, de los que hasta entónces hablan pasado.
129
Así es que muchos de ellos, 8:1 emprender. la marcha, habian re-
sueito hacerse matar en el canuno, para eVItar el horror de caer
entre las garras de Rosas.
Suponiendo que el tal Comandante Ma~stre fuera más humano,
trataban de combinar la manera como podlan proceder para hacerse
matar. .
El aspecto de estos infelices era horrib~e.
Consumidos por la sed, el hambre, la fatIga yel dolor, sus cuerpos,
mas que tales parecian esqueletos.
Sus rostros cadavéricos aterraba, indicando que la vida, en seme-
jantes naturalezas debia ser. muy corta. .
Sus piés eran una llaga Viva, pero una llaga sangnenta y..destro-
zada por las mismas causas que. la habían producido los pajonales
y filosas raíces del campo, sobre las que caminaban jornadas im-
posibles.
Durante la noche, no se les dejaba un momento de reposo, siendo
despertados continuamente para molestarlos y hacer otros aparatos
de vigilancia.
El desaseo consiguiente en las heridas de aquellos piés mutilados,
habia empezado á corromperlos, ayudado por el sol abrasador de
aquellos parajes.
Empezaba, pues, para muchos de ellos, una descomposicion en vida.
Obedeciendo á órdenes recibidas, ó por una crueldad natural, el
Comandante Maestre empezó á hacer con ellos un verdadero lujo de
ferocidad.
La menor y mas insignificante observacion se les hacia con el sable
en la mano, aplicándoseles bárbaras palizas por el solo placer de
verlos sufrir.
El que caía postrado por la fatiga ó el despedazamiento de .los
piés, ya no era obligado caminar á puntazos y palos, corno en el
ejército de Oribe.
Se les lanceaba sencillamente, para no perder tiempo y se les hacia
degollar, que era más divertido. .
Aunque aquel género de muerte era espantoso, muchos se hicieron
matar as1, para h¡ir de un martirio insostenible.
Aún les faltaba un buen trecho para llegar á Buenos Aires.
Cada noche amanecian uno, dos ó mas cadáveres entre las filas
de los capitulados.
Eran los que morían silenciosamente á consecuencia de aquellos
horrores.
Una noche, uno de ellos atropelló al centinela, le arrancó la ba-
yoneta y se la clavó en el corazon, dándose así una muerte ins..
tantánea.
. y para ~vitar la repeticion del hecho, desde aquella noche se les
hIZO dormir acollara dos por las piernas, en cepo de lazo y á cierta
~stancia del centinela que tenia órden, no de matar al que se mo- I
Vlera, pero si de desmayado de un culatazo. ~
Por fin, el 6 de Enero del año 41, llegó á Santos Lugares de Rosas
el resto de aquellos desventurados. '
Solo ascendían entónces á penas á unos ISO hombres, entre oficiales
y tropa.
El puñal de los bandidos de la federacion habia dado cuenta del
resto!
Una vez en Santos Lugares, todos aquellos hombres que apenas
El puñal del ttrano. g
130
podian moverse, -fueron puestos bajo las órdenes de don Antonino
Reyes quien pasó á Rosa~ el par~e cir~unstanciado, relacion y estado
de los presos, para que aquel dIspusIera lo que habia de hacerse
con ellos.
Como preliminar de las nuevas penurias q~e debian pas<\r, despues
de maltratados de todas maneras, se les luzo que ellos mismos es
decir, cuatro de ello!', fusilasen á sus compañeros Miguel Silva F~an­
cisco Biancarlos y algunos otros contra los que el tirano te~ia es-
pecial odiosidad, por ser personas pertenecientes á respetables fa-
mili a o¡. .
Ya se sabe que la condicion de decente, constituia por si solo un
delito que se castigaba con el degüello, segun documento que hemos
publicado va. .
Los tiradores debian hacer fuego' sobre sus compañeros, sin per-
mitirse la menor observacion.
Con este objeto se habia colocado detrás de cada uno de ellos
un sargento armado de sable que debia darles de golpes hasta que
hicieran fuego 6 cayeran muertos.
Despues de estas terribles ejecuciones, los demás prisioneros fueron
tratados como bestias feroces.
Se les arrojaba al suelo un hueso de puchero por el cual tenian
que pelear, porque si nó, se les retiraba y se les dejaba sin comer.
y á los pocos días era tal el hambre que los aflijia, que peleaban
efectivamente por el hueso, que roia de una manera febril el que
lograba conquistarlo.
y estas escenas increibles de ferocidad inaudida, eran estruendo-
samente aplandidas por los soldados y empleados que los miraban,
quienes arrojaban huesos y pedazos de pan, para verlos pelear.
_Despues que el hambre se habia calmado un poco, tenian lugar
entre los presos escenas de desgarradora ternura.
Los que habian peleado por el hueso se-abrazaban y se pedian
perdon; asegurándose que solo ras locuras del hambre podia hacerlos
cometer tales actos.
y todos se disculpaban y se tendian la mano fraternalmente.
Oh! los. estravíos del hambre solo eran cOInffensibles para el
que la pasaba.
El que no ha sufrido tres ó cuatro días de hambre, no puede cal-
cular hasta donde es capaz de llegar el sér humano para satisfacerla.
Comeria uno pedazos de su propia carne sin perder tiempo en
asarla!
Por fin llegó á Santos Lugares una disposicion de Rosas referente
á los presos.
Por ella ordenaba el tirano fueran separados los oficiales del resto
de la tropa, siendo remitidos aquellos al cuartel del Retiro, y esta
distribuida entre los cuepos de línea.
Habia muchos de ellos, cuyos piés estaban tan despedazados, que
por la planta podian verse los huesos careados y astillados muchos
. de ellos.
Era un reparto estéril, porque aquellos infelices est~ban inutilizados
para el servicio de las armas y aún para estar en pIé.
Harto milagro harian con poder caminar despues de ser curados!
En cuanto llegaron al cuartel del Retiro y. fueron entr~gados al
coronel Quevedo, jefe de las fuerzas que hablan dA cllstodlarlos. fué
separado el capitan don Manuel Orteg".
131
Este bravo oficial, con el pretesto de que era desertor del batallon
federal «guardia argentinalt, fué remitido á la Policia con una órden
de Rosas, que creemos haber publicado ya, ordenando fuese fusilado
el próximo lúnes.
Para los que quedaron presos en el Retiro, empezó una nueva vida
de sufrimientos incalculables.
No tenian más lecho que los ladrillos de un suelo lleno de pozos
y reptiles, único mueble que para todo su uso se les consc:ntia.
Cuántos no envidiaron la suerte de Ortega, al verlo saltr para la
Policial
¡Todos ellos habrian deseado hallarse en su caso!
Narrar el cúmulo de horrores á 9,ue fueron condenados, será repitir
lo ya diého, pues la federacion aplIcaba los mismos tormentos, que
¡han conociendo por estrañas referencias.
La comida en el suelo, el garrote por el cuerpo, la sed, la carencia
hasta de un poco de aceite para untar á las llagas de los piés, todo,
todo fué finamente esplotado para aumentar el tormento,
Fué el sargento Mayor Cano, el primero en que hizo presa la
muerte, bajo la forma mas aterradora.
El l\Iayor Cano era una persona fina y delicada, habituada á las
penurias de las guerras, pero en quien el tratamiento recibido debia
producir un efecto terrible.
El Mayor Cano venia enfermo desde Rio Tercero, donde lo habia
acometido un violento chucho, al que se siguió una fiebre intermi-
tente que revestia su mayor gravedad.
Los piés de Cano, á consecuencia del desaseo, del calor y de las
llagas desgarradas, se habian ulcerado y empezado á descomponer.
La putrefaccion empezaba á estenderse á las piernas, donde ya
aparecian otras úlceras que, aunque menores que las del pié, no de-
jaban de tener una gravedad terrible.
Las úlceras aumentaban sensiblemente, y el cuerpo del jóven ame-
nazaba convertirse en algo indescriptible, en un horror capaz de im-
presionar al disector mas indiferente. "
El Mayor Cano pidió al coronel Quevedo le permitiera hacer lla-
mar un médico que J?or lo ménos aliviara los terribles dolores que
padecia, ó que le hiCiera la gracia de fusilarlo inmediatamente, porque
no podia resistir á aquel nuevo género de martirio á que la fatalidad
10 condenaba.
. El coronel Quevedo que tenia instrucciones precisas que cumplir,
hIz~ presente al Mayor Cano que no podia acceder á ninguno de los
pedidos, pero que tampoco queria negarse á hacer lo posible para
complacerlo.
Que mandaria consultar á Rosas.
El Coronel Quevedo pasó una nota al Restaurador, dándole cuenta
del estado de Cano y lo que éste solicitaba.
cContéstese al Coronel Quevedo, escribia Rosas al pié de esa
nota, y en forma de decreto, que se abstenga en adelante de dar
curso ~ s.ol!citudes de salvajes unitarios, á quienes se debe negar
por pnnCIplO, todo cuanto pidan, mucho más tratándose de individuos
que han servido con el asesino Lavalle y que han hecho fuego contra
la santa causa la federacion. ,.
El Cor0t.tel Quevedo llevó aquel decreto que se le remitió en cópia,
al desgraCIado ~ayor Cano, que vió cerradas para si, todas las es-
peranzas de mejorar su suerte.
132
-Un último servicio, dijo, que espero esclusivamei'lte de usted y ,
concluyamos. •
. -Estando en mi mano, no hay inconveniente, contestó aquel jefe
conmovido por el terrible estado de Cano.
-Pues bien, en nombre de lo que más ame usted en el mundo
hagame pegar cuatro tiros!
'
'
I
':.;

En el régimen que sigue el Gobierno, su accion no se estraIlará, so-


brandole a usted pretestos plfra autorizarla.
-Si se tratara de otra persona cualquiera, no digo que no pero
t:atandose de prisioneros de guerra es distinto. '
- i Pero esto es espantoso! yo voy a morir devorado por esta en- ,
fermedad terrible que ya invade mi cuerpo! 1
Présteme usted por lo ménos una arma con que terminar este mar-
tirio insoportable.
Esto no puede saberlo persona alguna.
i Mi silencio se lo garante mi muerte misma! I
-Esto ménos que lo otro, pues mi compromiso seria mayor vi- .
niendo á costarme mi posicion y tal vez mi vida. ~
Perdone pues, amigo mio, bien lo deseara, pero no puedo servirlo.
El Mayor Cano se decidió entónces á poner en práctica un medio
estremo.
Una noche en que sus sufrimientos eran insorporables, á conse-
cuencia del terrible calor que reinaba, se puso á dar grandes gritos
contra el sistema federal, contra Rosas, a quien calificaba de ban-
dido y asesino y contra sus miserables instrumentos.
-Puede ser, pensaba el pobre, que así me fusilen, porque no con-
sentirán en semejante escándalo.
El coronel Quevedo se present6 en el cuarto, donde se alojaban
los presos, intimándole guardara silencio y cesara en aquel escandalo.
Pero Cano, en vez de obedecer replicó con soberbia:
-,No me callo, no quiero callarme, porque lo que digo es la ver-
dad que arde en todos los pechos, aunque son pocos los lábios que
se atreven á decirla.
Rosas es un asesino miserable y cobarde y los que 10 sirven una
gavilla de bandidos.
~Le prevengo, replicó ent6nces Quevedo, que si usted no se calla,
voy á verme en la necesidaQ de ser con usted duro, usando de todo
el rigor que me sea permitido.
-Poco me importa, contestó Cano, con la esperanza de que aquel
rigor fuera la muerte.
y siguió vociferando y creciendo en injurias contra el tirano y sus
esbirros.
Pero aquel jóven estaba destinado á apurar el sufrimiento humano
hasta su último átomo.
Quevedo, que no se hubiera atrevido jamás á fusilarlo por su cuenta,
le mandó poner una mordaza, y pasó un oficio á Palermo avisando
lo que sucedia.
Aquella mordaza consistia simplemente en un hueso de caracú me-
tido entre la boca horizontalmente, y fuertemente atado á la nUC!l
con dos tientos.
Era una mordaza inaguantable por la posicion violentísima en que
venian á quedar las mandíbulas.
Cano empezó á pedir por señas que le quitaran aquello, que se
callaria.
133
Pero el Coronel Quevedo, llamado por Rosas, no estaba, y en su
aus, ncia nadie se atrevia á quitársela.
El Coronel Quevedo dió al Restaurador cuenta detallada del escan-
dalo provocado por Can?, para que lo fusilara.n, informando minu-
ciosamente sobre su lastimoso estado.
La det.'rminacion de Rosas fué tremenda para Cano.
Mandó que siempre que se espresase de una manera irrespetuosa
contra el Gobierno, se le aplicara la mordaza, dejando á la enferme-
dad que sufria seguir su libre curso.
Cuando el coronel Quevedo volvió al cuartel, le mandó quitar la
mordaza hablando con él de esta manera bondandosa:
-Le aconsejo que no repita sus gritos, porque la órden que tengo
es de amordazarlo, así es que no va á lograr su deseo, que desde
el primer momento adiviné.
Tenga paciencia, que ya vendrán días mejores.
Cano se resignó con su suerte' desesperante, por no te~er otra
cosa que hacer.
Ni siquiera le quedaba el recurso de darse la cabeza contra al
suelo porque ~ debilidad era estrema y los dolores que sufria no
le permitian hacer el menor movimiento.
Dos dias despues de esto, su enfermedad habia entrado al periodo
mas repugnante.
Su cuerpo, hasta la cintutt se habia descompuesto .al estremo de
que tenia que atarse un pañu.do en las narices, para no aspirar su
olor repugnante y nauseabundo.
Cada una de sus llagas monstruosas era un hervidero de gusanos
que lo hacian sufrir dolores incalculables.
El pobre jóven pedia á gritos que lo libraran de la vida, porque
aquello era horrible.
Pero el Coronel Quevedo no se hubiera atrevido por nada de este
mundo, á dejar de cumplir las órdenes recibidas.
Tres dias duró aquella agonía indescriptible, durante la cual la des-
composicion del cuerpo llegó hasta el rostro. .
Veinticuatro horas antes de morir, conociendo que su fin se apro-
ximaba, pidió un sacerdote para tener siquiera aquel miserable con-
suelo, pero le fué negado terminantemente.
Así fué muriendo poco á poco, aquel infeliz, cuyo cuerpo, en su
ultima hora, era una masa sangrienta y repugnante, donde se agitaban
millones de pequeños gusanos.
Para mayor martirio de sus compañeros, aquel cada ver se quedó
en el calabozo durante todo el dia siguiente, siendo sacado al fin,
porque sus emanaciones molestaban al Coronel Quevedo y demás ofi-
ciales del cuerpo que este comandaba.
~~ muerte de Cano impresionó de una manera terrible á los demás
pnslOneros, que clamaban por que se les fusilase cuanto antes.
pos meses despues, el teniente D. José Galan, fué atacado por la
misma enfermedad que el Mayor Cano.
El desventurado jóven, que habia presenciado la muerte de aquel,
hizo todas las tentativas imajinables por quitarse la vida sin poder
lograrlo.
Ultimamente, ayudado por sus compañeros, improvisó una pequeña
cuerda con tres fajas trenzadas, para aho<:arse.
Pero sorprendido en momentos que se echaba al cuello el nudo sal.
vador, no pudo llevar á cabo su designio.
134
¡Pobre Galan! su enfermedad y su muerte fueron iguales en un totlo
¡\ la de Cano. .
Él espiró sobre los ladrillos del piso, en medio de tormentos es- !
pantosos y sin conseguir la presencia de un sacerdote que tambien
habia solicitado ..
De los prisioneros del Quebracho, solo quedaron catorce en el
cuartel del Retiro. '
Los Comandantes Manuel Suare~, Saturni!l0 Navarro y José Torres,
el _Mayor Ju~n J. Perez, y I~s ofiCIales y cIudadanos Domingo Cas-
t'YIon, Faustmo Lopez, Manano Llanos, Cayetano Gallegos, Benito
Plaza, Manuel Escobar, Nicanor Rodriguez, Gregorio ArraIgada, Lau-
reano Valdéz y Apolinario Gaetan. ,
Estos catorce jefes, oficiales y ciudadanos, estuvieron más de un l'
año presos en un calabozo donde apenas habia espacio para ocho.
Alli fueron martirizados de una manera tremenda hasta el mes de
Abril del año 1842, en que Rosas los hizo pasar á la cárcel, donde
fueron fusilados. I
Apolinario Gaetan, aunque venia entre ellos, no f0.raba parte de
los capitulados en el Quebracho. .
Gaetan era un anciano inofensivo, que pasaba su vida tranquila-
mente al lado de sus hijos y nietos en la provincia de Córdoba.
De allí fué arrancado por las fuerza.1. de Oribe, y remitido por este
General á BUillOS Aires, con la clasifical!ion de sospechoso, ó al ménos
de indiferente. ,
A los ocho dias de estar preso en el cuartel del Retiro, Gaetan i
queqó. ciego, ¡\ consecuencia de un tiro á pólv~ra, que por asustarlo,
le hICIeron sobre el rostro, quemándole las pupilas.
Cuando llegaron los prisioneros del Quebracho, fueron alojados en
el miiimo calabozo donde permanecia el pobre anciano que debia
correr la misma suerte.
Como era práctita entónces los bienes de éste, como de aquellos,
fueron embargados y pasados á los bolsillos federales.
Esto está corroborado por las declaraciones que prestaron en la
causa criminal seguida á Rosas, la señora Ventura Ferrer de Viatl-
carlos, María Santos Patron, general Pacheco y otros, á fojas 87, 89,
9fI y de 328 á 349·
Recomendamos su lectura, como la de los documentos que hemos'
publicado en nuestros últimos números, á los dipdfados y senadores
de la Nacion que han de resolver la solicitud que acaba de presentar
al Congreso don Máximo Terrero, pidiendo sean entregados á los he-
rederos del tirano, las propiedades que una ley justa y equitativa de-
claró públicas, debiendo haberlas repartido entre las familias que la
rapiña y el saqueo ordenado por Rosas dejó en la calle.
Los legisladores que han de despachar esa solicitud, deben antes
penetrarse de los documentos que hemos citado, y otros muchos que
publicaremos á su debido tiempo.
Pero dejemos el porvenir de estos hechos ¡\ los que han de resol-
verlos, y volvamos á nuestra narracion dolorosa.
Parece que en lo narrado hubiera concluido tedo el horror de lo
ocurrido en aquella época maldecida, pero no es as!.
Santos Lugares de Rosas, dá tema por sí solo para escribir un libro
voluminoso y de terrible lectura!
Veamos algunos crímenes más.
135
Cincuenta y siete jóvenes de Jo más seJec.to de nuestras familias,
cayeron prisIOneros de Rosas en la desgraCiada batalla del Arroyo
del Medio.
TodQS ellos pidieron ser fusilados en el acto, pues sabia n lo que
les esperaba viniendo á Buenos Aires, pero no lograron su anhelado
objeto.
Rosas recompensaba muy bien la entrega de esta clase de prisio-
neros, para deshacerse de ellos as! no más.
Los prisioneros de guerra eran la única distraccion de la solda-
desca de Santos Lugares y era necesario no dejársela faltar.
Aquellos cincuenta y siete jóvenes fueron entregados á órdenes de
un Teniente Coronel Eche~aray, quien debia conducirlos hasta el fatal
campamento que bien podia calificarse de cementerio.
El Teniente Coronel Echegaray eroprendió la marcha y ~pezó,
como es consiguiente, la primer data de martirios que debian sufrir
aquellos.
Como á los del Quebracho, principió por alijerárseles de la r0p'a
que vestian, de 10 que los bolsillos guardaban y concluyó por hacer
marchar á garrotazos y pinchazos, á aquellos qu~ caían postrados por
el cansancio y las hendas de los piés.
Entre los prisioneros venian un Sargento Mayor Bejarano, distin-
guidísima persona que se habia propuesto hacerse matar en el camino,
para escapar así al horror dé Santos Lugares.
Diferentes medios habia puesto en práctica para lograr el fin que
se proponia, pero todos le habian fallado.
Parecia que habia el firme propósito de llevarlos vivos hasta su
destino ó una órden superior que así lo disI?onia.
En vano se habia espresado en términos vlOlentísimos contra Rosas
y su sistema federal.
En vano habia insultando á todos los federales: Echegaray se hacia
el sordo.
Los prisioneros venían en un solo grupo, rodeados por dos escua-
drones de caballeria. .
-Sin embargo, decia Bejarano á sus compañeros,. y á pesar de
ese propósito ó esa órden, yo me he de salir con la mia!
No me hltn de llevar vivo á Santos Lugares, para que aquellos ase-
sinos limpien sus botas sobre mi cuerpo1
A ~uatro leguas del fatal campamento Bejarano resolvió poner en
pr~ctica su gran recurso, el que habia reservado como una última ten-
tatIva.
-Si no me matan ahora, habia dicho, no me muero nunca.
iYo voy á ser inmortal!
l'irme en su dia, llamó al capitan que mandaba los dos escuadrones,
diciéndole:
-An~es de llegar á Santos Lugares, quiero hacer dos importantes
revelaCIones.
Hágame el servicio de decirlo al Comandante Echegaray, añadiendo
que estas revelaciones tienen para él un interés vital.
Son tales, que despues de olrlas, garanto á ustedes que el Coman-
dante me tomará baJO su proteccion~dejandome libre en el acto.
Como se trataba de interés personal para Echegaray, el capitan se
apresuró ~ transmitirle personalmente las palabras de Bejarano.
y el Co~andante no tardó en acudir al llamado, ~vido de conoc_
las revelaclOnes que con tanto mistctrio se le anunciaban.
136
, Así es que se acercó á Bejarano, y sin darle tiempo á hablar le
preguntó qué era lo que tenia que decirle. '
i -Que me oigan mis compañeros de causa, poco supone, porque
: ellos tal vez disfruten del favor que usted ha de dispensarme despues
que me haya oido. •
Pero -no sucede lo mismo con estos señores.
y Bejarano indicó al capitan y á algunos otros oficiales que se
habian aproximado para escucharlo.
-Desearia que ellos no pudieran oirme, sin que esto importe la
menor ofensa. .
J1ejarano queria con esto, alejar de Echegaray todo socorro que le
impidiese el total cumplimiento de su plan.
Más intrigado que nunca con aquel misterio ordenó Echegaray á
los oficiales que fuesen á tomar en la columna su colocacion respectIva.
-Puede usted hablar ahora, dijo; su:{>ongo que nadie lo estorba ya.
Tanto la turba como el grupo de pnsioneros, seguia marchando
pues ni Bejarano ni Echegaray se habian detenido. '
De pronto el Mayor Bejarano, al hacer el ademan natural de una
persona que va á hablar, dió á Echegaray tan terrible bofetada, que
lo dejó aturdido.
y sin darle tiempo á volver de su asombro, empezó á descargar
sobre él una lluvia de golpes de puño, pretendiendo arrancarle la
espada.
Muchos oficiales y los escuadrones mismos que rodeaban á los pri-
sioneros se lanzaron en auxilio de su jefe que, en el suelo, apenas
podia evitar algunos golpes.
Los demás prisioneros, habian quedado tan aturdidos como el mismo
Echegaray.
Sobre Bejarano comenzó á caer entónces un diluvio de palos y
rebencazos.
Libre ya de su enemigo, Echegaray, que aún no habia vuelto com-
pletamente de su aturdi~iento, e~pezó ~ gritar:
-!Mátenlo, lancéenlo a ese asesmo mIserable!
Esta órden entre aquella gente, no necesitaba repetirse para ser
cumplida.
Así es que é. la primera palabra, veinte soldados rodearon á Be-
jaranCl, con la lanza enristrada.
El jóven sonrió de una manera traviesa y saludó con la mano á
sus compañeros como si quisiera decirles~
-¿No se los previne?...
y las veinte lanzas se clavaron en su cuerpo, estorbándose unas
á otras.
Es terrible la muerte á lanzadas.
Las heridas son débiles, por el mismo largo del arma con que se
infieren, y no llevan nunca suficiente vigor para causar una muerte
instantánea.
Por eso es lenta y desconsoladora la agonia del que muere de esta
manera horrible. •
El Mayor Bejarano no lanzó sin embargo una sola queja!
No trató tampoco de evitar uno solo de estos golpes que se le di-
rijieron, empujando el cuerpo en sentido de la lanza que lo heria,
para de este modo hacer más profunda la herida y terminar cuanto
antes aquella agonia.
Heridos sus pulmones I y exhaustas de sangre sus arterias t sus
137
piernas fueron doblándose poco á poco, hasta que cayó pesadamente
para no volverse á levantar.
El Comandante Echegaray, que habia estado esci!ando á los ase-
sinos, porque aquello no era otra cosa que un asesmato., se acercó
entónces al grupo de prisioneros impreslOnados por la trIste escena,
y les dijo: . .
-Este es el castigo que aphcaré á todo el que se permita la menor
insolencia.
-¡Eres un imbécil, Echegaray! gritó Bejarano con la voz ya ensor-
decida por la muerte.
Nunca me hiciste fusilar, á pesar de mis deseos, pero ya ves que
al fin he salido con la mia.
Yo no quería ir á Santos Lugares y ya 10 ves-lo he conseguido.
(Echegaray! eres un imbécil!
y dobló sobre la tierra su noble cabeza que habia levantado para
mirar mejor á su verdugo.
En seguida sonrió débilmente y espiró suavemente, sin dar señales
de la menor violencia.
Recien entónces se dió cuenta Echegaray del proceder de Bejarano.
Pero ya lo hecho no tenia enmienda.
Avergonzado y corrido ante la sonrisa que vagaba en los labios de
los demás pri~io:leros, se retiró de aquel sítio siguiendo la marcha
hácia Santos Lugares, donde llegaron el 15 de Noviembre, bajo los
rayos de IDl sol abrasador.
Aquella nueva remesa de prisioneros fué recibida con muestras de
gran regocijo, porque ellos no eran otra cosa que un contingente á
la eterna fiesta.
Los prisioneros eran considerados como una propiedad de los que
formaban el campamento.
Cada uno de ellos tenia derecho de acercárseles, para dirijirles al-
gutla injuria ó darles algun golpe.
Este grupo de prisioneros se hizo acampar á inmediaciones del
cuartel de la Escolta, que los trataba de una manera completamente
federal.
De entre ellos se sacaban peones paTa el servicio de la limpieza
en los cuarteles, haciéndoseles trabajar sin reposo, y dándoles de golpes
cuando no trabajaban con la celeridad que debían hacerlo, segun el
Cabo y el Sargento que los vijilaba.
Cada tantos dias, se les obligaba á mudar campo, porque ya los
miasmas del que ocupaban se hacian intolerables sacando de entre
ellos individuos necesarios para limpiarlo.
y volvían á trasladarlos allí, porque se habia ordenado estuvieran
próximos á la Escolta, cuyo jefe era el encargado de no dejarles un
solo momento de descanso.
El jefe de tal Escolta, era un pardo llamado Miguel Rosas que era
como mandado fabricar para gefe de verdugos.
El pardo Rosas, ó el mulato Rosas, como le llamaban muchos, era
un hombre bruto y malo hasta la exageracion.
De cuando en cuando, y algunas temporadas diariamente, el pardo
Rosas agarraba unas trancas descomunales, cuyos humos le duraban
muchas veces un par de dias.
Era entónces cuando daba rienda suelta á sus instintos perversos.
~us primeras víctimas eran los propios soldados de la escolta, á
qUienes trataba siempre á pui"íetazos, segun decia, para que le con-
servaran el respeto. ,
139
y cuidado que, segun 10 aseguraban tos pobres milicos, una trom-
pada de Rosas era peor que una patada de burro.
De esta manera se habla impuesto. á. aquellos desgraciados, cuya
maycr parte eran condenados al serVICIO de las annas, por unitario,>
ó sospechosos.
El pardo Rosas era de una musculatura atlétic'!. tenia una estatura
poco comun.
Asl no era estraño verlo tomar del cogote á UD lioldado y levan-
tarlo media vara para arrojarlo léjos de sí.
<;uando andaba pu;nteado se hacia.muy comúnicativo, hasta j\Jgueton.
~ntónces se le vela agarrar la gtlltarra y cantar todas la insolencias
que fonnaban su gran repertorio.
Pero cuando la tranca llegaba al estremo de rematada, no habia
mas remedio que echarse á temblar y esperar la tormenta. .
Por la mas leve falta, y aun de puro vicio, mandaba dar veinte 6
cincuenta azotes á tal ó cual soldado.
-¡Es preciso que no se olvid~n del gusto de los azotes! decia.
-SeI10r, si no me he olvidado, contestaba el milico, para evadir
la pena. .
Si ayer no mas me pegaron veinte.
-Pues ahora te chuparás diez mas por meterte á contestar sin
que te pregunten.
y no habia remedio-la sentencia se cumplia.
Muchas veces le parecian que el que castigaba no lo hacia con
todas las reglas del arte.
Entónces tomaba él mismo la vara de membrillo ó el maneador
con que se sacudia, y despues de mostrar cómo debla hacerse, en
las costillas del chambon, daba él mismo cumplimiento á la sentencia,
Entónces si que habia que tenerse fuerte y chuparse los dedos.
Azote que sacudia el pardo Rosas, era siempre para retirar la
varilla con la lonja de la piel.
Otras veces se dirijia al campo de los prisioneros, inmediato á su
cuartel, y empezaba á mirarlos uno á uno.
De pronto se detenía, siempre delante de aquel que tenia aspecto
mas delicado y distinguido.
-¡ Oiga ché salvaje! deciale entónces, usted parece que no ha
sido veterano, no?
V oluntario del trompeta LavalIe, bueno, bueno.
Es preciso que pruebe de todo, y que sepa lo que quiere decir
ser soldado. .
¡A ver, péguenmele cincuenta guascasos á este mocito I
Aquello era una iniquidad horrible, pero se cumplia sin la menon
protesta por parte de los prisioneros.
Ellos sabian que á la menor observacion les doblarian la dósis.
-Así es bueno que vayan aprendiendo á ser guapos, porque de
todos modos han de ser veteranos de mi escolta.
y haciendo gigantescas eses, se retiraba á dormir la tranca, á
'Jampo no más.
Al verlo, muchos soldados sentian el vehemente deseo de hacerlo
dormir allí eternamente, mediante una buena puñalada.
Pero el pardo Rosas se habia impuesto de tal manera, le tenian
tal miedo, que se retiraban en el acto temiendo fuera á despertar y
á conocerles la intencion en la cara.
Como se hace aún en nuestros campamentos frontemos, donde es
139
tan escasa la lerta, todas las mañanas se mandaban pelotones de
soldados á juntar leñas en las inmediaciones del campamento.
Esta operacion la enconmendaba el pardo Rosas á sus prisioneros,
desde que le fueron entregados.
Todas las mañanas, despues de diana, enviaba dos ó mas pelotones
de estos, custodiados de cerca por soldados y clases de la escolta.
Pero hasta alli debia llevar la exageracion de su crueldad el pardo
Rosas!
Como los prisioneros no tenían sable ni podian usar otra arma, se
les mandaba á la leña á mano limpia.
Esto no era nada, miéntras solo se trataba de arrancar las ramas
secas de los árboles.
Pero la mayor parte de las veces se les obligaba á sacar los tron-
cos secos, cavando la tierra con las manos.
Cuando los dedos, privados ya de uilas, despedazados en las raices
y sangrando, se entumecian y no podian hacer el menor movimiento,
el sable de las custodias pretendia hacerles recobrar las fuerzas.
Los prisioneros eran entónces cruelmente golpeados, hasta des-
mayarse muchos de ellos. •
Solo cuando se convencian que no habia castigo capaz de hacer
mover aquellos dedos lacerados, eran vueltos al campamento y rele-
vados con otros prisioneros, que debian sufrir el mismo trato.
Pocos dias despues de semejante martirio, todos aquellos hombres,
delicados y habituados en su mayor parte á todas las comodidades
de la vida, no podian servirse de las manos, ni aún para llevar un
pedazo de comida á la boca.
y cómo reia aquel mulato maldecido cuando los sentia quejarse,
ó pedir á los soldados les a!canzáran un bocado I
-Qué coman no más con las manos! gritaba, y sinó, atráquenles
no más una paliza, verán como se les quitan las gaftas de andar con
compadradas.
y para que el martirio fuera todo lo terrible que lludiera idearse,
los hacian alcanzar el rancho aún caliente, y los oblIgaban, siempre
á palos, á sacar con las manos llagadas, la carne inmunda que nadaba
sobre aquel caldo nauseabundo.
T odas las tardes á la hora de lista, los prisioneros eran encerrados
en un corral, para precaverse de las deserciones y estar seguro de
que ninguno podia escaparse.
y ni allí los dejaba el pardo Rosas dueilos de su reposo!
Muchas tardes entraba él al corral y sacaba un priSIOnero.
Este prisionero era rodeado por cuatro ó cinco soldados que le
calaban la bayoneta impidiéndole pudiera moverse sin ensartarse.
Entónces el pardo tomaba un garrote ó un sable y empezaba á
apalearlo hasta quedar fatigado, ó hasta que el prisionero caia pri-
vado de conocimiento.
A consecuencia de estas palizas con que el pardo distraia sus
trancas, murió un hijo del general Martinez y un jóven Ascola.
El jóven Enrique Pizarro sabiendo el fin terrible que le esperaba,
se dió la muerte antes que sus verdugos lludieran evitarlo.
Al recibir el primer garrotazo, se precipitó sobre las bayonetas
que lo rodeaban, enterrándose una en el corazon.
De esta manera evitó la espantosa muerte que habian tenido sus
compañeros Martinez y Ascola.
En venganza de este chasco Rosas hizo apelear su cadáver hasta
140
romperle todos 10& huesos y trajo otro prisionero que fué el sacri-
ficado.
~ufriendo estos horr<~res, estuvieron los pobres prisioneros unos
seis mes.es, hasta que vmo órden de Palermo, de fusilar al Coronel
AcuJia, que estaba entre ellos, y á diez prisionero mas.
El campamento. recibió esta noticia con inmenso júbilo de cuyo
júbilo participaban las mismas víctimas para quienes la m~erte venia
á ser un beneficio inestimable.
De esta manera evitaban los martirios del pardo Rosas cuya sola
visita era una mortificacion. . .
Ca~¡' todos querian formar entre los diez que debian ser fusilados
al estremo que era preciso sacarlo"!! á palos del grupo que ya se ha~
bia formado.
Aquel fusilamiento asumió todo el carácter de una diversion de
una fiesta militar. '
Se hizo formar á los presos en un peloton, á cuya cabeza colocaron
al Coronel Acuña, formando los demás prisioneros á pocas varas de
distancia, para que no perdieran ningun detalle de la trajedia que
les preparaban.
• Formados de esa manera los que debian ser fusilados, se les co-
locó en frente tres compañias de infanteria, cuyos soldados debian
tirar discrecionalmente y eligiendo la víctima. .
-V oy á bandearle la nariz á aquel' rubio! gritaba un energúmeno
de aquellos, y hacia fuego, logrando ó no su tiro.
-Pues yo le voy á pegar en el coco á aquel cara de condenau!
gritaba otro, haciendo fuego tambien sobre su víctima.
-A que sí! á que nó! gritaba entónces la soldadesca, y la bala
iba á perderse entre el grupo de prisioneros.
Así iban cayendo los unos, revolcándose en horribles convulsiones,
miéntras los otrlls esperaban su triste fin, cubiertos con la sangre de
los compaJieros, ó con la sangre propia.
El último que quedó en pié fué el mdS feliz, :porque ofreciéndose
como único blanco a la punteria de todos, munó instantáneamente
acribillado á balazos.
Cuando no hubo ~uedado en pié uno solo de ellos, empezó la se-
gunda parte de la dlversion.
Despenar á los que no habian muerto aún, á: punta ó filo de cuchillo.
Los soldados abandonaron los fusiles y sacando el facon, se acer-
caron al monton de cadáveres y moribundos, y comenzaron la dego-
llada, en medio de un coro de carcajadas y todo género de insolencias.
El resto de la soldadesca y oficiales mismos, estaban de mirones,
chusqueando á los otros prisioneros y asegurándoles que pronto pa-
sarian por igual trance.
Cuando va todos estuvieron degollados, se trató del entierro, que
como todo "lo que se hacia debia redundar en martirio de los prisio-
neros vivos.
Se dió pues una pala á cada uno de ellos y se les condujo á un
Ear de cuadras de distancia para que allí cavasen la zanja donde se
Iba á enterrar los cadáveres.
La distancia á que venia á quedar la zanja del sitio de la matanza,
no se habia tomado por higiene del campamento, ni por alguna otra
razon que obedeciese á alguna idea general.
Se les mandaba pr~cticar léjos la zanja, para que, siendo ellos lo
que habian de enterrar los muertos, anduviesen .m!lyor distancia con
os cadáveres al hombro y fuese mayor su sufnmlento.
141
Así es que, concluida la zanja, opéBtion que se hizo bajo (-'} ga·
rrote de los guardias, empezó el acarreo de cadáveres á aquella.
Cada cuatro prisioneros debian cargar con un cadáver y condu-
cirlo hasta la orilla de la zanja, desde donde era arrojado al fondo.
Para muchos de ellos, debilitados por la mala alimentacion y el
trato cruel que recibian, aquel peso era enorme y necesitaban des-
cansar á mitad del camino.
Entónces el garrote de las custodias se encargaba de avivar él
descanso y apurar la marcha.
Cuando todos los cuerpos fueron conducidos á la triste fosa, em-
pezó recie~ el acarreo de las cabezas, muchas .~e las cuales estaban
ya sin orejas, por habérselas cortado para remltlrlas á Palenno.
Cruel fué la noche aquella para los prisioneros que habian presen-
ciado la trajedia.
Al pensar en los sufrimientos que aquellos habian apurado, pensaban
en los que á ellos mismos les esperaba, y el horror ahuyentaba el
sueño de sus fatigados ojos.
El 4 de Febrero del siguiente año, vino la segunda órden de ma-
tanza, que comprendia á don Juan Martin Pizarro y nueve compa-
ñeros más.
Habia que cambiar el martirio para dar al acto alguna novedad y
quitarle la monotonia de una repeticion.
Fué tambien el pardo Rosas el encargado de preparar la segunda
fiesta.
Siendo el más feroz de cuantos vivian en el campamento, era á
él á quien debia ocurrírsele las ideas más infernales.
Dispuso así el pardo, que el fusilamiento no debía tenér lugar hasta
que no estuviera lista la zanja donde debian ser enterrados.
y para cavarla, nombró los mismos que iban á ser fusilados.
Como se vé, el pardo Rosas respondia dignamente á las ideas que
sobre su ferocidad se tenia.
Debilitados y estenuados por la tremenda vida que pasaban, y por
la idea de que aquella era su propia tumba, los pobres condenados
tardaron cuatro dias en la preparacion de la zanja, sin que se les
permitiera un solo momento de reposo.
La última noche que precedió al fusilamiento, se les hizo dormir
en el fondo de aquellla zanja para que se habituara el cuerpo, segun
se les dijo, á aquel eterno lecho.
Triste y agitada fué para los infelices aquella última noche de su vida.
A cada momento creian sentir desplomarse sobre ellos una mon-
taña de tierra, pues casi todos tenian la seguridad de que se les ha-
bia hecho entrar á la zanja para enterrarlos vivos.
y si esto no sucedió así fué indudablemente porque no se le ocurrió
al endiablado ingenio del pardo Rosas.
A la mañana siguiente despues de lista de diana, se les sacó de
la zanja y se les formó en ala, sobre su borde.
A un lado, se trajeron los pocos prisioneros que quedaban.
Al frente, se hicieron formar los soldados que habian de entrete-
nerse en fusilarlos.
Lo siguiente de esta trajedia, fué en un todo igual á la primera.
Los soldados y los mirones estuvieron mas de una hora entreteni-
dos en tirar sobre las víctimas que, al ser heridas, caian al fondo
de la zanja.
Cuando no quedó uno solo en pié, fué preciso bajar á la zanja á
degollarlos.
142
El' pardo Rosas intentó hacerlos degollar por los prisioneros que
aún quedaban.
Pero tuvo que renunciar á ello, porque estos se resistieron á pesar
de toda amena~a y de todos los ~?lpes que recibieron.
Asi, convencIdo que todos monnan antes que obedecerle permitió
á los sol~ados que entraran á la zanja al degüello y cort~da de al-
guna orejas.
Hecha esta operacion, se l,rocedió á llenar de tierra la zanja lo que
tuvieron que hacer los prisioneros vivos, para evitar nuevos' garro-
tazos y torturas. "
Sol""quedaban ya unos catorce prisioneros, entre los que figuraba
e~ distinguid? jóven Rafael Martinez á 9.uien se daba ~l peor trato,
sm otro motIvo que tener una figura delicada y más distinguida que
la de sus desgraciados compalieros.
Este último resto de los prisioneros del Arroyo del Medio, parecia
un grupo de cadáveres movidos por algun procedimiento desconocido.
Apenas cubria sus esqueletos una piel amarillenta y cadavérica.
y el mismo brillo de sus ojos hundidos en las órbitas, era un
brillo pálido y enfermizo.
Si tardaba mucho en llegar alguna sentencia contra ellos, iban á
ir muriendo poco á poco. '
Así mismo y como si se tratára de prisioneros que podian burlar
toda vigilancia y fugar del campamento, se les formó en parejas y
se les remachó una barra de grillos á cada uno, que se aseguraba
en el pié izquierdo de uno y en el derecho del otro.
De este modo no podian dar un paso sin los mayores esfuerzos
y sufrimientos.
El peso de la barra de grillos y la debilidad lastimosa de sus piernas,
era suficiente garantia de que no habian de poder moverse del sitio
en que fueran dejados.
Rafael Martinez tuvo la idea de pedir que concluyeran de una vez
con tan miserable existencia, pero en cuanto dijo que queria hablar
con Antonino Reyes, le dieron una paliza tremenda.
Por fin, y seis dias despues del último fusilamiento, vino á terminar
para los infelices, aquella vida miserable, tan llena de desventuras.
EllO de Febrero vino la tercer órden de Palermo, que mandaba
fusilar ~ Rafael Martinez y el resto de los prisioneros.
Poco que hacer tuvo aquí el espiritu maldecido del pardo Rosas
por~ue los prisioneros, para moverse, necesitaban que les prestaran
u a. f '1 1 f
a yp ara USl ar os, ueron con d'd
UCl os a l"SItIO de I ' .
a eJecuclon, asl. aco-
llarados de dos en dos.
Formados en ala, se les iba fusilando de á dos en dos, teniendo al
sentarse, para que los hicieran fu<!go, que recoger los restos de los
compañeros que les precedian y echarlos al zanjon que se les habia
preparado de antemano, y á cuya orilla se les hizo formar.
Como tant.o horror parece el aborto de una imaginacion enfermiza,
no~ vemos obligados á citar aquí los procesos criminales seguidos á
Juan Manuel Rosas y á Antonino Reyes.
Alll encontrarán nuestros lectores la corroboracion de todo lo que
acabamos de narrar, especialmente en la declaracion de doña Cármen
Martinez, foja 17 vuelta ratificada en la 319 de la causa de Rosas, y
en la declaracion del respetable doctor don Mariano Beascochea, que
corre en la causa de Reyes, á fojas 136, y en la de don José Maria
Pizzaro Monje, foja 200, ratificada á 316.
143
Todas estas declaraciones son una prueba latente de la verdad de
lo que hemos narrado, prue~a que ofrecemos á los que duden de la
exactitud de nuestra narraClOn.
La vida de Santos Lugares de Rosas es una cadena de horrores,
que solo se pueden esCribir con las pruebas á la vista, si hay interés
en ser creido.
De otro modo, solo los que han vivido en aquella época formidable,
comprenderian todo el horror de verdad que hay en estas páginas.
y alm nos falta mucho más que contar de aquel campamento mal-
decido.
Todavla no hemos abordado los grandes crímenes allí cometidos,
que han pasado como una tradicion de sangre de nuestros padres á
nosotros.
Antes de cerrar este capitulo echemos una mirada sobre la lista
conmovedora que forman los nombres de sus más conocidas víctimas,
fuera de los grandes crimenes que hemos relatado y los que aún
narraremos.
Esta lista conmovedora, la tomamos de documentos públicos y del
archivo general de Policia, donde existen originales las órdenes de
muerte.

t
CONDENADOS Á MUERTE
José Masculino, Ciriaco Basualdo, Ramon Cáceres, José Centurion,
José Gomez, Enrique Nemes, Felipe Sgena por varios delitos, Diego
Latorre, por salvaje unitario, Doroteo Peralta, id., Raimundo Pedriel,
id., Felipe Marquez, id., Cleto Videla, id., 6 indios por tentativa de fuga.
1837-Feliciano Almuran, por desercion, Andrés Aguino por deser-
cion, Pedro Acosta, por salvaje unitario, Ignacio Meron, id.
1837-Miguel Berrios, id., Lorenzo Col e, id., Avelino Cufre, por he-
rida, Prudencio Enrique, id., Bernardo Guillen, fué mandado fusilar
estándosele J>rocesando por Juez competen.te, Martiniano Gaetan, por
id., Manuel Gutierrez, por desercion, José Lopez, por vago.
1837-Francisco Moreno, por haber acometido con armas á un fe-
deral, Pedro PaIavecino, por salvaje unitario, José Maria Rojas, id.,
Cárlos Rodriguez, id., Juan Sanehez, por fuga de la cárcel, Lws Sosa,
por sah'aje unitario, Luis L. Sosa, id" Antonio Villanueva, id., An-
tonio Villalba, id.
1838-Juan. Santos Garcia, por salvaje unitario, Celestino Martez, id.
1839-SantIago Gomez, por causa política.
184q-Faustino Ruiz, por haber hablado contra la federacion y el
restaurado!, Lúeas Lebes, por espia.
1841-Vlcente Quinteros, por salvaje unitario.
18:15-Juan Rosas, por falta de pase, José Ramon Gorosito, por de-
serelOn.
1847-L?renzo Gorosito, por desercion, Lorenzo Cisneros, id.
I849-M1guel Lisian, por desereion, Manuel San Ramon, id., Pas-
cual Beran, por desertor y cuando se presentó voluntariamente, se
le mandó fusilar.
1 18S?-Paulino Gomez, por salvaje unitario, Manuel Gonzales, id"
gnaClo Monsalva, id., Martín Medina, id., Manuel Muntiel, id.
144
Á VARIAS PENAS Y AZOTES

18~~-Dr. CArlos Tejedor, ~'. Alba~racin, Ladines, por ser reos


parncldas de lesa patna, á pnslOn, gnllos, y alimentarse con la co-
mida de la cárcel, Andrés Cañete, á las armas y azotes Salvador
Gomez, id., Fernando Diaz, id., Juan M. Melo, id., Francisc~ Heredia
id., Jo.sé ~., Cejas,· id., Dáriu~so Barr8:Z~, id., Miguel Cortes, id., José
Ar~ohto, Id., ~omás Lopez, Id:, Ma~tllllano A.vendaño, id., José An-
tomo del Sar, Id., Fausto Caminos, Id., FranCISCo Ferreira.
• CONDENADOS Á MUERTE

I830-Mayor Montero.
I836-Pedro B. Acosta, Aguedo Ruiz, Luis Sosa, ciento diez indi08.
I837-Manue1 Aguirre, Avelino Allende, Eustaquio Barragan José
Castro, Francisco Fe.mandez, ~e1ician<? Gordillo,' Norberto Lugue,
Juan de la Rosa, LucI.ano SaI?dlsa, MáXimo Suarez, B~rnardo Trejo.
I838-Leon FlorenclO, PaulIno Alvarez Gonzales, ISidro Pitano.
1839 I Manuel Cienfuegos.
184o-Juan Arce, Tomás Diaz, Lúcas Tretes, Toiíbio Fernandez
Bernardino Guzman, Juan Herrera, Manuel Largüero, Bonifacio Man~
cilla, Marciano Machado, doctor Saráchaga, doctor Cabrera, Francisco
Viancarlos, Juan Eusebio Padron, J. M. Carranza, Manuel Lopez, Cosme
Tuitiño.
1841-Narciso Rio, Manuel Adame,¿uan Gomez, Manuel Ortega,
Domingo Ballesteros, Pedro Burgos, ornelio Casas, Luciano Cruz,
Mariano Escalada, José Gimenez, Francisco Gonzalez, Lisandro Lasarle.
Marcos Leguizamon, Ambrosio Lopez, Martín Mui'loz, Crispin Peralta,
Narciso Piñero, Felipe Vules, Pablo Ramírez, Teléforo Ruiz, José A.
Silva, Florencio Ruiz, Manuel Velez, Enrique Velltten.
1845-Carmelo Rodríguez.
1847-Laureano Avila, Norberto Acosta, Domingo Correa, Manuel
Carriego, Javier Cáseres, José Gutierrez, José Irrusualda, Sandalio
Ledesma, Segundo Moreno, Julian Mora, Alberto Mendaño, Juan de
D. Navarrete, José Piñero, N. Pasos, luan Rodriguez, Rafael Roldan,
Manuel Salvasa, Juan J. Serrio, José uis P. Sosa, Eusebio Nero, Sa-
turnino Vidal, Valencio Correa.
1852-Juan Puyo!.
Por las constancias testimoniales de f. 245 á 255, declaraciones de
f. 323a y 324a y del Indice de Policia, consta que han recibido la
muerte á fusil en la Cárcel, Retiro y Palermo por órden uficial de
Rosas) y a título de salvajes unitarios en los años:
183ó-Francisco Rio.
1839-Coronel Ramon Maza-ya narrada-Santiago Gonzalez.
I841-FeliJ?e Quintána, Antomo Villalba, Tomás Villalba.
1842-Temente Coronel Manuel E. Suarez, id., id., Saturnino Navarro,
id., id.,¿uan José Torres, Sargento Mayor, Juan P. Perez, CaJ?itan Do-
mingo astañon, id., Faustino Lopez, id., Mariano Llanos, T emente Ca-
yetano Gallegos, alférez Benito Plazas; ciudadanos: Manuel Escobar,
Lorenzo Valdez, Gregorio Arraigada, N. ~odriguez, Apolinario Gaetan
(ci.ego)-ya referida,-Yané, C. Peralta, Dupuy, doctor Ferreira, José
Maria Caballero, Ortiz Alcalde, Varangot, Cladellas, Iranzuaga, Bar-
reiro, Echanagusia, Zamudio, Ducos, Archondo Nóbrega, Butter, Dr.
ZorilIa, Linch, Oliden, Riglos, Maison, un indio.
145
PERSECUCION, ESTERUINlO y SAQUEO DE CIUDADANOS CLASIFICADOS
DE SALVAJES tTNITAIUOS. LECTURA RECOMENDADA AL CONGRESO
QUE HA DE FALLAR LA SOLlen'UD DEL SR. TERREllO.

}.o--En la 2 a parte tomo 2 0 del Indice de Policía se encuentran


larO"as listas de órdenes de Rosas,· condenando á las armas 6 a pri-
sio~ á una porcion de ciudadanos, que clasifica de salvajes uni' arios
y entre CUYOS penados se leen: Dr. Gregario Taglc-ex-ministro, y
ex-presidente de la Cám~ra de Justici;;t. . .
l\1io"ud Azcuenaga, Jose Mármol, Manano Moreno, José Mana Rlglos,
Tasé bl\Iaria Castro, Ladislao l\Iartinez, J ariano Salas, Dr. Vicente
:Echevilrria, C.irIos Lamarca, Pablo Gomez, DI". Angel l\Iedina, Elias
Butder, Manuel Carreras, N. Li~ta, José Maria Salvadores, N. Osua,
Santiago Viola, FalJian Romero, Jos~ Maria Miró, Mariano Cané, doc-
tor Roque Perez, Juan J. Piñero, Bernardino Roseti, Mariano Vega,
Francisco Diaz, Manuel Garcia, Manuel Vidal, Fennin Orma, Fran-
cisco Elia, Mariano l\1al'tinez, Juan J. Basa vilbaso, Luis Gaya, Gregorio
Vidal, Ventura Mal'tinez, Cayetano Barreiro, Santiago Gutierrez, Brau-
lio Costa, Félix Ramallo, Estanü;lao Rodriguez, Eduardo Balbastro,
José Fernandell, Silvestre l\1osqueira, Mariano Escalada, Manuel Piran,
Lor~nzo Valdez, Félix Pico, doctor Miguel G. de la Huerta, Joaquin
Belgral~o, Sl~mente C¿reto, Ruperto l\1artin~, Man,uel Seballos, losé
Soler, Canomgo Dr. Gomei, Leandro Garcla, SantIago Mendez, Eva-
risto Alfaro, Ezequiel Castro, J. M. Ereiza, Juan P. ES)laola, Juan
Erescano, Ventura Gutierrez, Ramon Canaveri, José Maria Elia, San-
tiago Gutierrez, Ramon Rechar, Ramon Martinez, Jorje Terrada, Ma-
nuel Cano, Wenceslao 'Villafafíe, Daniel Peralta, Juan Molina, Félix
Alzaga, Pastor Frias, Celestino Carreras, Antonio Freire, José Flores,
José l\laria Posse, Domingo Gorostiaga,. José Guas, doctor Marcelo
Gamboa, Juan Saenz Valiente, Martin Quintana, José de la Quintana,
Juan Navarro, Pastor Albarracin, José Maria Vazquez, Juan P. Re-
bollo, Martin Lacarra, P. Tan"agona, Juan la Madrid Tomás Rebollo.
llATANZAS EJECUTADAS POR PARTIDAS DE ASESiNOS Á LAS
ÓRDENES DE ROSAS
Teniente Coronel Zelarrayan, ya narrado. "
Doctor Manuel V. Maza, Coronel FrJncisco Lynch, Cárlos Maison,
Isidoro Oliden, José Maria Riglos, Pedro Echenagucia y Clemente
Zaüudo, ya narrados.
I
OCTUBRE DEL AÑO DE 1840
Manuel A. Pizarro Monje, habiendo l!adO á la ciudad desde la
estancia, al prepararse a regresar, es a hendido por una partida
c~¡~ el pretesto de una declaracion, y egollado al dia siguiente, di-
cI<::ndose que lo habia sido, porque nn hermano de él se habia incor-
porado al ejército de La valle.
Juan Nóbrega, Felipe Buter, Sixto Quesada, asesinados igualmente
por las partidas de Rosas.
Juan Pablo Varangot, degollado en el fondo del cuartel de Cuithio,
ya narrado.
Un indio, muerto á balazos estando . . el cepo en dicho cuartel.
..Lore~zo Orma, muerto á lanzazos por la ..uartida que perseguía los
d l.)per~us del general Lavalle. •
El puiia.l del tirano. 10
146
Juan Cladella~, ahog;ado en nn hau1.
'Mig;ud Ll<tn~, denuñciado por Fabi:m Rosa~, p .. r haber darlo ayiso
á la familia de Céspedes, es deg-"lIado y colo! a,la su cabeza en la
reja de la pirámide, envuelta en cintas celestes,
II
ABRIL DEL AÑO DE 1842
Manuel Archondo, Sargento Mayor Luciano Cabra!, !':acado de sus
casas en Barracas y asesinados por las partidas de Rosas,
José Maria DUplly, sacado de su casa y.lIevado al cuartel ge CuÍ-
tiílo, donde es asesinado apareciendo colgado su cadáver á la mañana
siguiente por la parroquia de San Nicolás, en una calle en ca-
misa y calzoncillos, y guantes colorados rodeado del popul~cho que
tiraba cohetes.
Doctor Ferreira, don Macedo y Daniel Iranzuaga, muertos á puña-
ladas esos mismos dias.
Capitan Crispin Peralt~, asesinado en Dolores y arrastrado su ca-
dáver en un cuero.
Agustin Duclós, es llevado por unos vecinos al alcade Laureano
Reyes. Exijida su entrega por Troncoso, Badia y otros, va Reyes á
ped:r órdenes á la Policía, donde el comisario Maciel le dice que lo
entregue, y no se comprometa, que era órden de Rosas. Habiéndolo
hecho así, es asesinado pocos momentos despues en Barracas, y re-
mitido despues ~u cadáver, con catorce puñaladas, al corralon de los
carros fúnebre.
José Maria Perez, aprehendido al dirijirse al Juzgado de Paz de la
Concepcion donde era citado, es conducido á un altillo de la casa
del asesino Moreira, donde permanece atado hasta la noche, en que
es degollado en la misma vereda, tirándose en el acto los cohetes
voladores, señal de ejecutarse un degüello, y oyéndose despues el
ruido del carro que conducia el cadáver, y las voces de los asesinos
que gritaban: «duraznos frescos y galletas dulces.»
Dr. Zorrilla, muerto á puñaladas á las doce del dia en su casa en
la plaza de la Victoria.
(Declaraciones de Cayetana Serna f. 5 vta., Domingo Belgrano
f. 9 vta., ratificada f. 300. Cecilia Campillo de Llané f. 1 I vta., rati-
ficada á 321. Manuel German Céspedes f. 14 vta., Indalecia Morel de
Dupuy f. 17 vta., Francisco EHa f. 70., ratificada á 318, María Robles
de Echenagusia f. 95, Felipe Arana f. 99, ratificada á 317 vta., Fernando
Cordero f. 100. Josefa Clavijo f. 1I0, vta., José Maria Pizarro Monje
f. 110 vta. Declaraciones de Laureano Reyes, Marcelino Reyes, Ino-
cencio Olimos, Bernardo Victorica en las causas de Troncoso, Badia
y Cuitiño y confesion de los reos que co~ren testimonio en esta causa,
desde f. 1208 á 132 Y de f,..06 á 212.
1
FUSILAMIENTOS EN LAS CÁRCELES, CUARTELES, PONTONES, PLAZA
DEL RETIRO, PALERMO y SANTOS LUGARES, POR ÓRDEN DE ROSAS,
SIN CAUSA Ó POR SUPUESTOS DELITOS, Ó Á TÍTULO DE SALVAJES
UNITARIOS, DESDE EL A~O 30 AL 52.
183o-Sargento Mayor l.~tero, recibe de Rosas una carta para. su
hermano Prudencio, bajo e~oncepto de que era una recomendaClOn

.e
y éste lo hace fusilar t,¡¡l el cuartel de la Recoleta en el acto en que
la presenta. La cartl' era una órden para que lo matasen.
147
tS35-José Masculino, por desercion. .
IS36-Ciento diez indios fusilados el 8 de Julio en la Plaza del Re-
tiro, Ag-ueda Ruiz, por salv!lje uni~ario, Ciriaco. Basuald.o, id., José
Centunon, id., José Gomez, Id., FelIpe Vazquez, Id., SantIago Gonza-
]ez id. Ramon Cáceres, id., Raimundo Pedriel, id., José Genaro AI-
v~ez id., Diego Latorre, id., Cleto Videla, id., Enrique Gimenez, por
hurto'de un caballo, Felipe Gigena, por vario~ deli~os, .sei~ indios, por
tentativa de fuga, Manuel Agultre, por salvaje umtano, Id., A velino
Al1en~e, id., Eustaquio Bar:ragan, id., José Castr:0' id., ~eliciano Gor-
dillo, Id., Norberto Luque, Id., Juan de la Rosa, Id., Luclano Lendera,
id., Máximo Suarez, id., Bernardo Trejo, id. Bernardo Cole, id., Mar-
tiniano Gaetan, id., Luis L. Sosa, id., Juan Santos Garcia, id., Avelino
Aquinc>, id., Feliciano Almiron, id., Ambrosio Lopez, id., Ignacio Ve-
ron, id., Miguel Barrios, id., Pedro Pala vecino, id., Luis Sosa, id., Fran-
cisco VilIoldo, id.~ Antonio Villanueva, -id. Pedro Acosta, id., Pru-
dencio Enrique, id., José María Rojas, id., CArlos Rodriguez, id., Ber-
nardo Guillen, fué mandado fusilar estándosele procesando por Juez
competente, Avelino Cufré, por heridas, Francisco Fernandez, Id., Fran-
cisco Moreno, por haber acometido con armas á un federal, José Lo-
pez, por vago, Juan Sanchez, por fuga de la cAreel, Martin Aquino
de 18 años, fusilado por unitario en el Ponton Sarandí.
I838-Leon Florencio, por salvaje unitario, Paulino Gonzalez Al-
varez, id. El indio Titana, id., Toribio Padron, id., Melchor Gutierrez, id.,
Pedro Capdevila, id., Apolinario Herrera, id., Cele do ni o Martinez, por
desercion, Manuel Gutierrez, id., Rosas mandó cortarle el brazo de-
recho despues de fusilado, y lo remitió al Juez de Paz de Arrecifes
para que fuera colgado en un palo en medio de la plaza de dicho
pueblo.
1839-Manuel Cienfuegos, ya conocen la causa, Félix Tiola, por
salvaje unitario, Ramon Masa, id., Domingo Cullen, id.
184o-Tomás Arce, sin causa á presencia y por solo órden verbal
de jefes de Rosas, Venando Guzman, id., Bonifado Mansilla, id., Lean-
dro Moyano, id., Juan Herrera, id., Manuel Sarguero, por salvaje uni-
tario, Juan Arce, id., Toribio Fernandez, id., Lúcas Fretes, id., Manuel
Lopez, sin causa fusilados en la guardia del Monte, Cosme Cuitiño, id.,
Lúcas Tevez, por espia, un pardito de 14 años á quien se le impu-
taba haber traldo una carta del General LavalIe, Mariano Machado
de .18 ailos por complicacion en la revoludon del Sud, Narciso Rios,
fusilado en S. Vicente, por denuncia de Mariano Ledesma, de man-
tener relaciones con el General Lavalle.

POR UNITARIOS

Dr. Saráchaga, Dr. Cabrera, Dr. Calisto Almeira, Juan Eusebio Pa-
tron, en San Nicolás de los Arroyos, por órden de Garreton, Jacinto
Machado, en la Plaza de Dolores, Lúcas Gonzalez en el Cuartel de
Seren~s, Pedro Pasos y Pedro Salvadores, cuando se dirijian á sus
esta.nclas, ~on aprehendidos y fusilados en Santos Lugares, José Eu-
gemo Martmez, Ignacio Arraddiaga, Francisco Isaac, Patricio Aniaga,
Ca~etano Calvo, José Manuel Martinez, y otros remitidos de S. An-
tomo de Areco por el Juez de Paz, Tiburcio Lima, á consecuencia
de órden verbal de Rosas , Santos Lugares, donde fueron fusilados,
,148
José Maria Caballero, por créersele complicado en la revolucion del
1:iud, es traido desde Delores, y fusilado en Santos Lucrares' Francisco
Quintas, fusilado despues de una larga prision, Fr;ncis¿o Huerta
pre~o por órden de Rosas por suponer que como maestro de posta~
tuviese caballadas ocultas para el General Lavalle, y fusilado en Santos
Lugares, Olegario H~ertas, por se~, postillon. ~e esa posta, Coronel
Pedro Orma, EustaquiO Orma su hiJO es remitido por el Coronel Vi-
cente Gonzalez á cuyo servicio eliMba en el Monte al Comandante
de . Lobos, el que aBÍ que ley~ el oficio que. aquel le dirigia, le hizo
fudbr, Fernando Ramos es citado al Parque en donde está una par-
tida que lo lleva á San José de Flores, donde es fusilado por órden
de Hosas á las dos horas, Paulino Barreiro, juez de paz de Quilmes
mandado fusilar por Rosas por no haber cumplido la órden de hace:
degollar al jóven Viamont, y ocho vecinos de su partido. Su cadáver
queda insepulto hasta que sus hijos lo recogen á media noche. Los'
ancianos sacerdotes Frias, fusilados en Santos Lugares.
1841-Mariano Escalada, sin causa; Manud Adame, id. id., llamado
para ser puesto en libertad,· se recordó que hacia mús de un mes habia
~ido sacado y fusilado despues de meses de prision con grillos: Faus-
tino Ruiz por haber hablado contra la federacion y el Restaurador
Rosas, José Gomez, por traer conocimiento del ejército de Santos
Lugares, Marcelino Lopez, hecho fusilar por el Coronel Garreton
á consecuencia de una carta dirigida á D. l~amon Cané, contestando
á una que este le habia escrito informándole del desembarque del Ge-
neral Lavalle. Antonio Tomás Villalba, por unitario, José Felipe Quin-
tana, ~d. id., Lino Ortiz Aldalde, id. id.
1842-Narciso Piilero, por unitario, Francisco Gonzalez, id., Florencio
Ruiz, id., Dominrro Ballestero, id., José Antonio Silva, id., Enrique We-
ten, id., Felipe PUlis, id., Vicente Quinteros, por delitos no indicados,
Angel Taborda, id., Telésforo Rios, por espia, Pedro Burgos, por uni-
tario, Cornelio Casas, id., Luciano Cruz, id., José Gimenez, id., Lisardo
Sagasta, id., Márcos L~guizamon, id., Pablo Ramirez, id., Manuel Sa-
balza, Matias MU\loz, id., Lorenzo Cabral, id., Andrés Burgos, id., De-
metrio Latorre, id., FeIiciano Lazarte, id.
184s-Carmelo Rodriguez, por unita!'io, Juan Rosas, por falta de
pase, José Roque Gorosito, por unitario.
1846 - Estanislao Las Heras, des pues <le la accion de OlJigado es
tomado preso cuando se dirijia á San Pedro y fusilado por unitario.
Francisco Araoz corredor de número, es denunciado á Rosas por el
coronel Vicente Gonzales, <le ser unitario, y fusilado en Santos Lu-
gares.
1847 - Lázaro Gorosito por unitario, Lorenzo Cisnero, id., Mibrue1
Sirian, id.
1849 - Manuel San Ramon, por unitario, Pascual Veron, id.-
18so-Domingo Vaez, por désercion, Manuel Gonzalez, id., Inocen-
cio Montalvó, id., Manuel Montiet, id., Casiano Melendez, id., Paulino
Gomez, id. -
IBC;I - Laureano Avila, sin causa alguna y por solo órden de Ro-
sas, -Norbel to Acosta, id" Valeriano y Domingo Correa, id., Manuel
Carriego, id., Javier Cá~eres, id., José Gutier~ez. id.,.José Iran~ualde.
id. Sandalio Ledesma, id., Segundo Moreno, id., Jul1an Mora, id., AI-
be~to Mendaño, id., Juan Rodriguez, id., Rafael Roldan, id., Manuel
Salgase, id., Juan S. Lenza, id., José Luis Sosa, ~d., Eusebio ":iera, id.,
Saturnino Videla, id., José Acosta, id., Satununo Cáseres, Id., Juan
deDios Navarrete, id., fosé Piñeiro, id.
149
185 2 _ Saturruno Miguens, pOf¡educcion á unitarios, Juan Boyalo,
por seduccion.
Este es el pequeño estracto de los críme.nes de Rosas .
. Qué dicen ahora los que creen que exajeramos?
Aún nos faltan los crímenes mas cobardes-el asesinato de Camita
O'Gorman Florencio Varela y otros tantos.
Vamos haciendo desfilar sus espectros ante la maldicion del mufido.
No entramos en los detalles del horroro'so crimen perpetrado en
la señorita de O'Gorman, porque eijos invadirian el domino privado,
y por otr~s razones persQ1lale~. . .
Nos limItamos solo á transcnblr la declaraclOn que sobre este cri-
men hizo en el proceso de· Antonino Reyes, el señor Beascochea.
Dice así:
e Luego que Gutierrez y la jóven Camila llegaron al dicho cuartel
general, le dirigió Reyes á Rosas una carpeta en que le p1rticipaba
el arribo de ellos, y le manifestaba que por la premura del tiempo
no les habia hecho formar las clasificaciones, pero que lo haria des-
pues y se las mandaria con la prontitud posible, advirtiéndole á la
vez á Rosas, que aunque segun estaba ordenado debia haberle puesto
grillos á la jóven, habia por entónces omitido hacerlo, en razon de
haber ésta llegado algo indispuesta por el traqueo del carreton en
que venia, y estar muy bien embarazada; y que si en esta omision
habia él hecho mal se dignase perdonarlo.
«Esa carpeta en que así hablaba Reyes á Rosas, las tuve yo mis-
mo en mis manos en borrador escrito por Reyes, y se la dicté á
este, quien la puso en limpio. .
e No sé todo lo que Rosas le contestaria, pero si sé que al otro
dia, si no me equivoco, mandó Rosos que se le pusieran grillos á la
júven Camila, á quien antes de eso, así como á Gutierrez, se les
habia ya formado esas especies de indagatorias á que Rosas daba el
nombre de clasificaciones; pero estas entónces todavia estaban en
borrador.
«Al dia siguiente ó á los dos dias, despues del que queda mencio-
nado, envió Rosas al amanecer una larga carpeta á Reyes, la que
éste reCibió imponiéndose de ella en el mstante, y algo sorprendido
por su lectura, me la hizo leer á mi. •
En esa carpeta que era toda ella escrita de puiio y letra del Dic-
tador Rosas, le ordenaba éste á Reyel, entre otras cosas, que no
tengo ya presentes, las siguientes, que me acuerdo muy bien por la
fuerte y dlsgustante impresion que me causaron:
«1° Que luego de recibir esa carpeta, procediese t\ llamar al Cura
que habia entónces en Santos Lugares, y al que habia dejado de
serlo, presbítero don Pascual Rivas para que suministrase los auxi-
üos espirituales al reo Udalisdao Gutierrez y á la rea Camila O'Gor-
man (así las denominaba Rosas en la tal Carpeta.
e 20 Que á las diez en punto de la Ihañana de ese dia los hiciese
fusilar.
"3° Que si á las 10 de esa mañana el reo y la rea no se habian
aún reconciliado con Dios nuestro Señor (palabras de Rosas segun
recuerdo), no por eso suspendiese Reyes la ejecucion, sino que la
llevase á efecto como se le ordenaba.
4° Que antes que todo pusiese Reyes en completa incomunicácion
to~o el cuartel general, de modo que nadie entrase á él, ni tampoco
saliese hasta despues de la ejecucion de los reos •


150
y así lo verificó Reyes haciendo cercar con soldados armados el
referido cuartel general. •
5° Que concluida la ejecucion, le contestase Reyes la carpeta
dandole cuenta del puntual cumplimiento de todo lo que en ella l~
ordenaba .•
Debo advertir ¡\ su Señoría, Señor Juez, que el Dictador Rosas
cuando mandaba, fusilar, destinar al servicio de las armas, etc., á
a~gun preso, ~cost':lmbraba poner el decreto en que lo mandaba, al
pié de la claslñcaclOn que se le formaba al preso, y despues de im-
ponerse en ella, corno es de suponerse.
Pero no lo hizo asi respecto áe Gutierrez y de la jóven Camila
O'Gorman pues los mandó fusilar antes que Reyes le remitiese sus
clasiñc~ciones, las que. me acuerdo bien qU,e, cuando ya esos dos
séres mfortunados hablan entregado su espmtu al Creador, re cien
entónces se pusieron aquellas en limpio, etc" etc. (1).

LOS SICARIOS DE LA FEDERACION

Mientras en Santos Lugares tenian lugar las diversiones y fiestas


sangrientas que documentadas hemos narrado, las provincias estaban
entregadas al yugo de los sicarios más cobardes y degradados de
la tirania.
El General Oribe, agente el más bárbaro de todos los de Rosas,
dominaba en ellas cometiendo crímenes que hubieran asombrado al
mismo don Juan Manuel.
Seguíalo en ferocidad y cobardia el fraile Aldao, Gobernador de
Mendoza, individuo en quien estaban reasumidos todos los vicios,
malas pasiones é instintos brutales que pueden abrigarse bajo una
sotana.
El fraile Aldao era una especie de bandido de última estofa, cuyo
espíritu miserable solo se conmovia ante dos espectáculos: el vino
y la sangre.
-¡Sangre de Cristo! decia con delicia á la vista del primero, ¡ben-
dita seas! .
¡Sangre de inmundos unitarios! gritaba á la vista de la segunda-
no me canso de verla correr en arroyos y ríos!
¡Maldita seas I
Aquel miserable vivia en una orgía perpétua, pero en una orgía,
repugnante sin freno y sin límite.
Alcoholista de primera fuerza, el fraile Aldao e~tab~ siempre ébrio,
pues cada mañana al levantarse y á pretesto de limpiar el estomago,
apagaba la sed de la pasada tranca con un enorme vaso de aguar-
diente de uva.
y este vaso se iba repitiendo bajo la forma de un jarro 6 cualquier
vasija grande, hasta que rodaba por el suelo &n un estado repug-
nante.
En su casa vivían mujeres de aquellas que hubieran sido "recha-
zadas de un presidio mismo.

(1) En vlrtnd de qne el antor de los DralfltJ6 de D. Juan llbnnel de RoSal ha reseiiado
á la ligera la ejecuclon de Camita O'Gorman y del sacerdote Gutlerrez y conociendo el in-
terés que hay en conocer loa detalles de ese hechc, hemos resuelto lntercrJar la obr. qut
\lOA M ~oUl'O !la ellCfiw D. Feliab\ll1O l'e1ia1ot, - LOf cclitCfrU.
161
y con ellas el fraile Aldao partla su aguardiente, su infamia y el
lodazal de su corazon perverso. . .
La cabeza de mu,"hos hombres de ImportancIa en aquella época,
pendia del capricho de aqudlas muJerzuelas maldecidas, que. la pedían
al infame fraIle como Ulla dlstracClOll de su estado de ebrIedad, que
las volvia díscolas y malas.
Entre aquel h~r~idero de mujeres perdidas y encanalladas y de
adulones de preSIdIO, pasaba el fraJe Aldao la mayor parte de su
vida.
y sus momentos lúcidos eran para dictar alguna ?rden de matanz~,
ó para redactar. ~o de aquellos decretos que el ml~mo Ros~s senha
asco de transcnblr en su célebre Gaceta Mercanttl, receptaculo de
todo lo malo y de todo lo infame. . . .
Las matanzas que ordenaba eran siempre presididas por él, tomando
en ellas, muchas veces, la parte más activa.
En los frecuentes combates que tuvo con revolucionarios unita-
rios, el fraile Aldao siempre mandó sus fuerzas" en persona, perma-
neciendo en el campo de batalla, una vez concluida ésta, hasta que
no quedaba una víctima que inmolar Ó un cuello que tronchar.
Entónces se le veia arremangar su sotana, saltar á caballo sable en
mano, y semejante al génio del mal, herir, herir sin descanso, hasta
que su brazo se postraba. "
Cuando la matanza terminaba, se le veia ir á reposar las fatigas
del combate, entre el aguardiente y las mujerzuelas que eran su
delicia.
Como muestra de la barbárie de este fraile impío V su sistema de
Gobierno, basta el siguiente decreto inserto en el Boletill.oficial de
aquella Provincia.
Mendoza, Mayo 31 de 1842.
El Poder Ejecutivo de la P~ovincia de Mendoza.
Considerando que desde el principio de la lucha de los federales
contra el bando salvaje de los unitarios, han manifest~do estos últi-
mos desquicios completo de su cabeza etc., en uso de sus facultades
ordinarias y extraordinarias que inviste, ha acordado y decreta:
Art. 10 Es encargado el Jefe de Policia de disponer una casa de
las del Estado, para asegurar á los salvajes unitarios que á su juicio
se consideren mas fren~ticos.
Art. 20 Ningun salvaje un:tario podrá disponer de más del valor
de di~z pesos, sin prévio conocimiento del Jefe de Policia, á cuya
autondad se les Dombra como tutor y curador.
Art., 30 Será. de nin~n .valor ~odo co~trato de c~mpra y ~'enta,
donaclOn y ceslOn, habllltaclOn mutua, prestamo, arnendo de bIenes,
sean mu~bles, semovientes ó raíces que exceda del valor espresado,
SIO prévlO conocimiento del Jefe de Policia.
Art. 40 El Escribano que procediese á autorizar aIgun contrato
de la calidad referida, sin una constancia de haber sido visado por
el Jefe de P?licia, será arbitrariamente castigado.
A,rt. 50 Nmguna persona, sea extranjera ó de la República, tendrá
OpclO~ á reclamar contra cualquier contrata que tenga con los com-
prendId?s. en el artículo anterior, sin que antes haya precedido el
consentimIento de la policia.
,An;. 7° No poJrán servir de testig(1s en ningun instrumento público
nI pnvado, aSQnto ni caw;a civil ó criminal, escepto en los casos <10
152
grave lI:rgt'ncia en, r¡ue no se t'nClI('ntre ntra pers(,na húhil, y despue~
que el Jde de P,OIICI:: ~ea Cl'rtJ1Jcallo, l~¡)!' un facultativo de conhanza
de hallarse en dJ:~poslClon de que su JUICIO se haya restablecitlo aIgun
tanto.
Art: 80 Sus es posiciones no har~~ fé en,juicio, sinó despues de
obtellldo el consenso de Jefe de poltcJa, Ú VIrtud del reconocimiento
respectivo que mandarú practkar de su estado y capacidad etc.»
y este decreto brutal y atentatorio, fllé cumplido en la c~beza de
los qUé fueron sospechados corno contraventores á él.
El que haya viajado algul1il vez por lti! desgraciadas provincias del
Interior, habrá sentido el coraz0!1 conmovido más de una vez, por
la leyenda popular de aquellos tiempos desventurados, donde siem-
pre ha habido U1~ fr~ile Aldao, menos que él, menos impió, pero
19t1almente sangu1l1ano y feroz.
Porqu~ aqueilas 1?o~res .provincia~, desde entóDces, hasta época
muy reclente, han VlVIdo slempre baJO la punta del puñal ó la lanza
de algun caudillo.
La vida y atrocidades del fraile Aldao no pueden- encerrarse en
un solo capítulo, pues ella dá vasto é interesante tema para un libro
voluminoso.
La muerte de este bandido fué un justo castigo del cielo, que se
reprodujo más tarde en la ferOz doña Maria Josefa Ezcurra.
Preso y procesado por sus inmensos crímenes, el fraile Aldao fué
atacado de dos enfermedades tremendas.
La descomposicion del cuerpo yel delirium tremens.
Los sufrimIentos de este bárbaro eran espantosos.
El delirio hacia desfilar ante su imaginacion febriciente, los cadá-
veres ens<¡grentados de todas sus víctimas, danzando en horrible
confusion. -
Otras sentia sobre su cuerpo la presion de las heladas manos de
aquellos cadáveres, que querian llevarlo consigo á recibir el eterno
castigo á ws delitos.
Entónces aquel miserable se ponia á llorar corno un niño, ,dando
alaridos te.rribles y suplicando á los centinelas no se alejaran de su
cama.
Otras veces su delirio le hacia contemplar á las mujerzuelas que
habían contribuido á aquella decrepitud prematura, brindándole con
vasos llenos de sangre y con cráneos llenos de vino.
y e! fraile Aldao disparaba de estas visiones para caer en otras
peores todavía.
Su cuerpo enfermo empezó á cubrirse de llagas horribles que fueron
'convirtiéndose en úlceras nauseabundas, que empezaron así á brin-
darle la muerte bajo la forma más tremenda.
Aquí empezó la verdadera espiacion de este gran miserable .
.Devorado por' las úlceras, sus sufrimientos se hacian cada vez más
insoportables.
Su rostro se habia convertido en un .inmenso cáncer lleno de m-
sectos que devoraban su centro putrefacto y sanguinolento.
Sus delirios asumian formas atroces.
Los cadáveres de sus víctimas se le aproximaban entónces arma-
dos de fierros enrojecidos para con ellos revolver la inmen~a llaga
que se estendía ya por todo su cuerpo.
Entónces el fraile Aldao se estremecia y empezaba á retorcerse
en el suelo, golpeando furiosamente su cabeza, como un hidrófobo
en su último periodo.
• 153
y sin embarg-o est~ . gran criminal, asi. mismo, no. quer~a morir.
Tenia un terror p,\1l1CO al eterno castIgo y qt1~na eVltar .la pre-
~enóa del Sér Supremo aún a costa de aquella vIda maldecIda.
Así fué muriendo poco á poco aquel facineroso, devorado por sus
lIao·as y los insectos á ellas consiguientes.
La descomposición de su cuerpo se produjo antes que la muerte,
al estremo de tIue en sus últimos momentos no habia quien se atre-
,iese á pasar :i diez varas de su calabozo infecto. . .
Su agonia duró cuarenta y ocho horas, en las cuales no pudo reclblr
el más mísero socorro, por la razon que hemos espuesto ántes.
Este fué el terrible castigo impuesto por la providencia al verdugo
de Mendoza ): demás provincias vecinas, castigo que debian haber
recibido todos los hombres de aquella época única en nuestra historia.
El fraile Aldao fué el más terrible de los sicarios de Rosas.

El General Oribe no le fué en zaga.


Aunque no tenia tan arraigados como aquel, los vicios de la crá-
pula más rrm1.tada, era un bandido de ulla perversidad refinada hasta
su último limite.
Ya hemos tenido ocasion de dar una muestra de la manera con
que trataba á sus mismos prisioneros ó capitulados, como los del
Quebracho.
Secu\1ebdo con el cobarde l\Iariano Maza, sus maldades eran terribles.
Pueden juzgar de ellas nuestros lectores, por el siguiente parte
que copiamos testualmente:
Catamarca, 29 del mes de Rosas de 184J.
j Vi,';¡la federacion!
«Despues de m:ís de dos horas de fuego, y pasando á cuchillo
toda la infantería, ha sido derrotada toda la caballería y el cabecilla
solo huye por el cerro de Ambartis, se le persigue y pronto estará
su cabeza en la plaza, así como ya lo están las de los titulados mi-
nistro Gonzalez y Dulce y tambien la de E~peche, Gobernador que
puso el Pilon.
(Pilon era el apodo con que los bandidos de Rosas designaban al
General Lamadrid).
«En fin, la fuerza de este ·unitario tenaz, pasaba de seiscientos
hombres y todos han concluido, pues así les prometí pasarlos á cu-
chillo. "
Suyo:
MARIANO MAZA.
Este parte espantoso pueden hallarlo nuestros lectores en la Ga-
ceta Merca1ltil del 6 de Diciembre del mismo año, de donde lo to-
mamos.
En esta misma Gacela se encuentra la nota que con fecha 8 de
<?ct';1bre del mi~mo .a~o pasa Gondra, y en cuya nota se destaca el
SIguiente párrafo c1aslCo:
«Así c0!ll0 la cabeza del salvaje Acha est:'! puesta sobre un palo
en el cammo de Mendoza, de igual modo la de los salvajes Avella-
neda, Gobernador de Tucuman y Casas, están en la plaza de Tu-
cuman. ..
ADEODATO GONDRA.»
154

De la muerte de este verdadero mártir de la tiranía el bandido
Oribe en su célebre parte fechado en Metan, se ocupaba de esta
manera:
«Márcos M. Avellaneda, titulado Gobernador General de Tucuman
C~ronel J?sé M. Videla, Comandante Lucio Casas, Capitan José Es:
peJO, Temente Leonardo Souza, fueron ejecutados en la forma ordi.
naria, á escepcion de Avellaneda a quien le mandé cortar la cabeza
que será colgada á la espectacion de los habitantes, en la plaza pú~
blica de Tucuman.»
Hé aquí la manera con que los esbirros de Rosas procedian en
nuestras provincias hermanas, tratando a sus habitantes como la ma-
zorca tratabá á los de Buenos Aires, en sus calles y plazas mas
centrales.
El delito de no ser federal, habia que pagarlo con la cabeza.
Po.r su parte, los ~uevos gobernadores de Tucuman, Catamarca y
Cornentes, que quenan mostrarse á la altura de la federacion más
sangrienta, tiraban decretos tremendos, que hallamos en la Gaceta
de 29 de Enero del 42 Y 20 de Setiembre del mismo.
Para no fastidiar á nuestros lectores con tanta transcripcion vamos
á estractar los párrafos más famosos de aquellos decretos brutalés.
El articulo 50 del que espidió el Gobernador de Tucuman, dice:
«Todos los argentinos están autorizados á quitar la vIda á los com-
prendidos en el anterior articulo (salvajes unitarios) en cualquier
lugar del territorio de la República. »
El articulo 30 del que dió el gobernador de Corrientes, dice:
« Todo el que mantuviese correspondencia con los antedichos uni-
tarios ó á favor de estos implorase la clemencia del Gobierno ó por
algun medio se les probase adhesion á ellos, son incursos en la misma
pena de muerte.»
El de la Catamarca por su parte, queriendo ser aún mas bárbaro
y mas esplicito, decreta:
« Considerando que es un crimen ,el mirar á los malvados y fasci-
nerosos unitarios con clemencia, el Poder Ejecutivo, etc., etc.
Art. l0 Quedan proscritos para siempre y fuera de la ley, todos
los individu)s de uno y otro sexo que se hallen alistados en las filas
de las dos divisiones de bandidos y salvajes inmundos unitarios.
Art. 20 Son comprendidos en el artículo anterior todas las personas
de uno y otro sexo que hubiesen cooperado y prestado su influencia
á los perversos asestadores del órden actual.
Art. 30 Será igualmente comprendido en el artículo 10 todo aquel
que auxiliare, protejiere ó escondiese á alguno de los dispersos, de-
biendo dar parte inmediatamente que llegase á su noticia la presencia
de un disperso, etc., al juez ú oficial de su departamento.»
No queremos cerrar esta série de transcripciones, sin consignar ~a
no~a insolente y bárbara, con que el célebre General 40n PrudenclO
acompañaba la cabeza del noble Castelli.
Hé aqui ese documento tan estúpido como brutal:
. Al Sr. Juez de Paz y Comandante Militar de Dolores.
Chascomús, Noviembre 20 d! 1839.
Con la más grata satisfaccion acompafio á usted la cabeza del
traidor forajido, unitario salvaj. Pedro Castelli, general en gefe de
los desnaturalizados sin pátria, sin honor y sin leyes, para que la
coloque en medio de la plaza oí la espectacion pública,
155
.La colocadon de la cabeza debe ser en un palo muy alto, debiendo
estar bien asegurada para que no se caiga y :permanecer a!}Í mién-
tras el superior gobierno disponga otra cosa, debiendo transcribir esta
misma nota á S. E .. nuestro ilustre Restaurador de las Leyes, para
su satisfaccion.
PRUDENCIO ROSAS .•

Como se vé, la influencia maldecida de Rosas llegaba hasta las


provincias más lejanas, donde se cometian crímenes tan espantosos
como los ejecutados en Santos Lugares, bajo la famosa vigilancia de
Antonino Reyes.
La cadena de estos crímenes, principió en el bárbaro fusilamiento
de~ señor Cullen, gobernador de Santa-Fé,. q~e tuvo. el valor de re-
be1ar~e contra las hostiles órdenes que reclbla del tirano.
Esta fué ta oleada de sangre, que partiendo de Santa-Fé, llegó
hasta la cabeza del mártir Avellaneda, padre de don Nicolás y del
señor Márcos Avellaneda.
Apenas tuvo Rosas conocimiento de la muerte de don Estanislao
Lopez, eterno gobernador de Santa Fe, pensó en el reemplazante de
aquella entidad funesta, que asegurara allí la influencia federal.
El g¿neral Lopez era además poseedor de la correspondencia Ín-
tima de Rosas, correspondencia que queria recorger á todo trance,
pues entre ella habia cartas que lo comprometian, revelando sus más
negros manejos poli ricos.
Nadie mejor para esto que el señor don Domingo Cullen, ministro
del general Lopez, que debia estar en todos sus secretos.
Rosas escribió á Cullen y le envió un emisario para que aceptara
el gobierno de Santa-Fé donde él lo sostendría con todo el poder y
recursos' de Buenos Aires. .
Pero el astuto tirano imponia á Cullen condiciones y compromisos
que éste debia aceptar préviamente.
El primero y mas importante de todos era el de entregarle toda
la correspondencia secreta que habia mediado entre él y Lopez.
El segundo, derogar una resolucion de la Sala de Santa-Fé, que
era la de mandar un representante que negociase con Jos franceses
la cesacion del bloqueo para aquella provincia.
El tercero era simplemente el de uniformar su política con la de
Rosas, es decir, instalar la mazorca en Santa-Fé.
Rosas temia que, tratando con los franceses y protejido por estos,
la provincia de Santa-Fé se escapara de sus garras, y de ahí surgia
su empeño por derogar aquella resolucion legislativa.
La posicion de Cullen era vidriosa.
Negarse, importaba declararse en abierta oposicion con el tirano,
y por consiguiente renunciar á su cabeza que caeria un dia ú otro .
. ¿Cómo aceptar, por otra parte, el pacto terrible que le imponia el
tirano?
El señor Cullen salvó momentáneamente el apuro, aceptando todo
y reservándose interiormente todo el derecho de proceder como su
carácter se 10 aconsejase.
Sostenido por Rosas, CuIlen fué elegido gobernador, bajando á
Buenos Aires, pocos dias de.ipues de asumir el mando á conferenciar
con Rosas, y tray'endo parte de la correspondencia pedida, pues aún
no la habia recoJido toda.
Rosas recibió á su nuevo aliado de una manera fastuosa, alojándolo
VíS
*
en su propia casa, y dándole á su despedida un banquete e~pléndido
como prenda de amistad y de alianza. '
Engañado Cullen con la política de Rosas cuyas tiniehlas no co-
nocia, regresó á Santa-Fé muy dispuesto á cumplir muchos de los
puntos pactados, y en primera linea la resolucion legislativa de que
hemos hablado.
Antes de derogarla, CuUen tuvo tina conferencia con el Ministro
Inglés Sr. Mande.vile, quien le abrió los ojos haciéndolo desistir de
todos sus propósitos.
Cullen se habia apercipido á tiempo del.abismo á que iba á rodar.
Viendo Rosas que pasaban los dias y el gobernador Cunen no
cumplia 10 pactado, tmpezó á sospechar de él y le exigió la inme-
diata derogacion de aquella ley, á lo que Cullen no accedió alegando
diversos pretestos.
Era esto lo único que se necesitaba para atraerse inmodiatamente
la cólera del tirano.
Fulminó contra Cullen todas sus iras y anatemas, declarándolo
salvaje unitario, y poniéndolo por consiguiente fuera de toda ley.
No tardó el desgraciado Cullen en esperimentar todo el peso de
aquel ódio infernal.
Puestos en juego todos los recursos del tirano, y movidos hábil-
mente los hombres que allí le permanecian leales, estalló, cuando
ménos se pensaba, una revolucion contra Cullen.
Vana fué toda resistencia y toda lucha ..
La revolucion estaba apoyada con elementos poderosos, y Cullen
tuvo que caer, reemplazándolo el Gobernador Ibarra, amigo intimo
de Cu!len.
Ibarra, léjos de perseguir al amigo caido, lo albergó en su casa,
protegiéndolo contra los furiosos revolucionarios que pedian su cabeza.
Pero la sola caida de CuUen, no bastaba á saciar la venganza del
tirano, qué queria á todo trance la cabeza del salvaje unitario Cullen.
y solicitó de Ibarra su entrega, para castigar ejemplarmente el
delito de alta traicion de que lo acusaba.
Pero Ibarra que era un hombre leal con sus amigos y que algunos
servicios debia á Cullen, se negó á entregarlo diciendo que harto
castigado estaba, y siguió teniéndolo en su casa.
Pero no era Rosas hombre de renunciar así á dos tirones á una
ven~anza acariciada.
VIendo que nada conseguiria con -sus pedidos, empezó á tramar
una intriga que le diera por resultado la posesion de la cabeza de
CulIen.
Con la infernal habilidad que para la intriga tenia, envió á S~iDta-Fé
emisarios secretos, sin más objeto que ganarse á fuerza de dinero
y promesas, al secretario de más confianza del Gobernador Ibarra.
Ya Rosas habia escrito á éste, preparando el terreno, que no se
descuidara porque sabia que Cullen preparaba .una contra-revoluciono
Pero Ibarra no creyó el aviso, sospechando qUt! lo que Rosas
queria era la entrega de su huésped.
Contestó, sin embargo, que agradecia la noticia y que estaria sobre
aviso.
Preparado así el golpe, Rosas hizo falsificar una carta de Cullen
al secretario comprado, invitándolo para traicionar á Ibarra, á guien
matarian en el primer momento para ,mejor éxito de la revoluclOn.
Esta carta, admirablemente falsificada, debia ser presentada á lbarra
157
por su mismo secretario, ai'ladiendo datos verbales que no dejarían
la menor sombra de duda en el espiritu del Gobernador.
y así sucedió fatalmente.
Ante aquella carta, que era indudablemente de puño y letra de su
amigo ante las revelaciones de su íntimo secretario, que coincidian
con l~s avisos de Rosas, Ibarra tuvo un desencanto doloroso y una
illdignacion terrib~e. ., ..
No tuvo ni siqUiera el coraje de mterrogar á aquel á qUien crela
un miserable que le preparaba el puilal de los' asesinos, en pago de
la hospitalidad recibida.
y L) mandó sacar de su casa y. encerrarlo en la cárcel.
El desgraciado Cullen, por más que torturaba su espiritu, DO podia
esplicarse cambio tan repentino. ., . . .
Era indudable para él, que alguna mtnga habla de por _medIO, pero
necesitaba conocerl!! para justiticarse y destruirla.
Pidió hablar con el gobernador, pero este ni siquiera se dignó con-
testarle.
¿Para qué renovar la herida que aquel desencanto habia abierto
en su corazon?
En esta situacion vino una nueva nota de Rosas pidiendo á lbarra
remitiese á Cullen á Buenos Aires para juzgarlo.
y aquel, que no se sentia con fuerzas suficientes para hacer juzgar
v castigar al amigo traidor, fué débil y lo mandó entregar á los' agentes
de Rosas.
Cuando CuDen supo esto, no le cupo ya duda de que se trataba
de alguna hábil intriga, y que entregado á Rosas moriria de una ma-
nera horrible.
y solicitó por última vez una conferencia con su amígo.
Pero este llevó su inflexibilidad hasta la más extrema dureza, ne-
gándose terminantemente á hablar con él.
El desgraciado Cullen fué conducido hasta el Arroyo del Medio
con toda consideracion.
Allí los agentes de Ibarra lo entregaron al Edecan de 'Rosas, Pedro
Ramos, que lo esperaba con alguna fuerza.
Ramos llevaba instrucciones terminantes y órdenes ineludibles de
Rosas, para proceder desde el momento en qu~ se recibiese del preso.
Fué desde entónces que empezó el martirio del señor don Domingo
Cullen.
Así que 10 recibió en su cuartel, Ramos le remachó una barra de
grillos, notificándole que se preparara á morir porqUé iba á ser fusilado,
-Pero ¿cual es el motivo de mi muerte? preguntó.
Por lo ménos tengo el derecho de saber por qué se me fusila.
-No me lo ha dicho el ilustre Restaurador, respondió Ramos seca-
mente, y nada p_uedo responder yo.
Prepárese pues, que lo voy á fusilar .
. ~ensando c;n los séres gu.eridos que dejaba sobre el mundo, pidió
utiles y penmso para escnbu algunas cartas, pero todo le fué negado.
-No tengo órden de darle otra cosa que un confesor, si lo quiere,
dijo Ramos, y. basta de jeremiadas que no estoy para aguantarlas.
Cuando los que lo habían acompañado hasta alli se prepararon á
regres~r, C~len llamó al oficial y le dijo de una manera severa:
-Dlgale a Ibarra que no sé porqué causa me ha entregado .á mis
yerdugos, aunque me supongo que todo será obra de una intriga
infame.
159
• Que yo 10 perdono, pUes estoy convencido que ha obrado com!') un
instrumento ciego, porque harto castigado estará cuando reconozca
toda mi inocencia!
Iba Cullen A seguir hablando, cuando el sable del oficial de guardi.a,
cayendo sobre su cabeza, le cortó la palabra.
Cullen se resignó entónces á correr su mísera suerte V enmudeció
desde aquel momento, siquiera para evitar que lo malt~átasen como
ya lo habian hecho.
Desde ~quel momento, solo. desplegó lo~ labios para aceptar.al cura
d~ San NIcolás, que le ofreCIeron para que lo ayudara á bien morir.
Tremendo trance es morir de aquella manera impotente, en medio
de un porvenir risueño y una naturaleza que brinda la esperanza de
vivir largos años.
Pero es más terrible y desconsolador el trance, cuando se apura
léjos de los séres que más se quieren, y sin el ·consuelo de dejar si-
quiera, \lna .palabra, un consejo para los hijos I
El señor Cullen fué así fusilado, veinticuatro horas despues de llegar
al Arroyo del Medio, sin que sus verdugos quisieran darle, á pesar
de los ruegos del sacerdote, un vaso de agua que pedia con ademan
desesperado, porque la sed lo enloquecía.
Su muerte fué penosa, porque no se le fusiló militarmente, sinó á
balazos, 'l.ue sus asesinos podian tirarle á voluntad.
El, monbundo, suplicó se le hiciera una desear ga para morir pron-
tamente.
Pero entónces el edecan le comunicó que cumplia las estrictas ór-
denes del gran Restaurador.
¡Pobre Cullen! sin tomarse el trabajo de quitarle los pesados grJ110s
fué abandonado allí su cadáver, que hubiera servido de alimento á
las aves y animales salvajes, sin la piedad de aquel noble cura, que
lo sepultó esa misma tarde.
Para los que puedan dudar de este hecho inícuo, hé aquí el parte
que con tal motivo pasó el Edecan Ramos:
¡Viva la Confederacion Argentina I
¡Mueran los salvajes unitanos I
Arroyo del Medio, Junio 22 de 1839.
Al Exmo. señor Gobernador y Capitan General, nuestro ilustre Res-
taurador dé las leyes, Brigadier D. Juan Manuel Rosas.
Excmo. señor:
Recibí del Teniente Coronel Graduado y Edecan del Excmo. sefl.or
Gobernador y Capitan General de la Provincia de Córdoba, el reo
de lesa Nacion unitario Domingo Cullen, y en virtud de las órdenes
de V. E. fué fusilado, habiendo recibido los auxilios espirituales por
el señor sacerdote de San Nicolás, D. Ramon Gonzalez Lara.
Dios guarde la importantísima vida de V. E. muchos años.
Excmo. señor
PEDRO RAMOS.

Habiendo impuesto lijeramente al lector de lo que sucedia en las


provincias del Interior, bajo el sable de los tenientes de Rosas, vol-
vamoa á los grandes crímenes de que era teatro Buenos Aires.
159

ASESINATO DE MONES RUIZ

El furor de los degüellos e'"a crecien.te siempre. .


y la sociedad, aterrada con aquel sistema ae gobierno que ame~
nazaba prolongarse hasta no dejar con vida: ni una ca~eza u~ita~ia.
Cada dia eran diez ó doce personas conocidas, cuya Vida habla Sida
arrancada por el puñal de la maz~rca. . . ..
El jorobado Zapata, hombre estlmadlslmo por su ¡}ustraclOn y hon-
radez, habia sido degollado á pesar de su persona inofensiva y agena
á la política.
Zapata vivia de dar lecciones de aritmética, porque el comercio
estaba muerto en Buenos Aires para todo el que no era un federal
furioso.
Pero Zapata no pudo dar un dia la suma que le exigió uno de los
jefes de la mazorca y fué clasificado de salvaje unitario.
Una noche que se retiraba tranquilamente, de una de sus lecciones,
fué detenido por un grupo de mazorqueros, que empezaron á darle
de golpes.
- ¿Por qué me pegan? preguntó el misero. Me confunden acaso
con algun otro?
- ¿}'lo sos el jorobado Zapata?
- :Sí, pero en ello no hay delito.
- ¡Que marche! que marche el unitario! gritaron los bandidos.
y a pesar de sus protestas lo llevaron á golpes hasta el hueco de
los Sauces.
Allí, sin mas trámite' ni mas causa, fué degollado á cerrucho.
Muchos de aquellos hombres amenazados de muerte, resolvieron por
lo menos vender cara la vida.
Entre estos puede figurarar en pimera línea un señor Paso, hermano
de don Martiniano, perseguido por la sola cuenta del asesino Parra,
Coronel de los ejércitos de Rosas, en premio de sus muchas mal-
dades
Prevenido Paso por un amigo, andaba siempre armado de un baston
de estoque, que mas propiamente podía llamarse una espada envai-
nada en un baston.
Una noche al ir á cerrar su botica fué asaltado por seis mazor-
q~eros que puñal en mano le exijieron la entrega de la cabeza, Cilmo
SI solo. se tratara de una droga cualquiera.
Habituados estos bandidos á no encontrar resistencia en sus víc-
timas habian penetrado á la botica y pensando ya en saquearla como
si Paso hubiera sido degollado.
Pero estaba de Dios que aquella noche habia de ser de duelo para
la mazorca.
El valiente Paso blandió eI1 la mano su terrible estoque, y antes
que los asesinos pudieran acudir á la defensa, cayó sobre ellos come
una tormenta.
y el primero que tuvo la desgracia de -quedar á !':u alcance, rodó
por el suelo con el corazon atravesado de una terrible estocada .
. Los asesinos, con aquel ataque enérgico y terrible, se sobrecogieron
Sin saber qué partido tomar.
Pero animándose unos á los otros, cayeron sobre Paso lanzando
gritos de muerte.
160
Sereno y avisor, Paso evitaba los golpes que le dirigían con admi-
rable destreza, espiando un mumento uportuno para dar otro golpe
mortal.
El combate era rudo y fatigoso.
Habia que luchar contra cinco, é imponerlos pronto con otro g~lpe
de muerte. .
De otro modo, Paso s~ria muerto estenuado por la misma fati!~a
que empezaba ya á sentir. '
Por fin se presentó el momento que con tanta paciencia" espiaba
~esde el principio de la lucha.
Uno de los asesinos se descu"dó, contando con que harto tenia que
hacer la víctima contra cuatro verdugos.
y este descuido le valiú la muerte.
Rápido y fi, me, sin descuidar la defensa, Paso se tendí{, á fondo
en una estocada habilísima y el segundo bandido rodó al lado del
otro.
Al recobrar la guardia hirió á un tercero, decitliendo así el combate.
Cobardes por naturaleza, los asesinos retrocedieron yemprendierun
la fuga en todas direcciones, dejando en la botica los dos cadáveres.
Era el primer caso de aquella naturaleza que sucedia en Buenos
Aires.
El peligro, léjos de disminuir con esto, habia aumentado.
Dentro de media hora, Ó antes tal vez, nu,~vos mazorqueros acu-
dirian á la botica, llamauos por los que habian huido, y el fin de la
lucha no era difícil preveerlo.
Faso 10 comprendió así, é inmediat';lmente huyó de ~u botica, yendo
á esconderse á casa de un buen a,11lgo.
Los asesinos no tardaron en llegar, reforzados con serenos, pero
solo encontraron los dos cadáveres y los frascos de drogas para des-
cargar sus iras.
Todo lo que no pudieron utilizar 10 despedazaron, y salieron en
segu:da en busca de Paso, pero toda diligencia fué vana.
El boticario habia des 'pan:cido.
En vano rodearon la casa y establecieron vigilancia - todo fué
inútil.
Paso, entretanto, de$pues de permanecer más de Wl mes en casa
de su buen amigo, pudo embarcarse para Muntevideo, mediante un
disfraz de gallego.
Fué el primer hombre que salvó la vida, merced á su entereza y
su brayura.
El otro caso análago que conocemos fué más interesante si se
quiere, puesto que en él figura una dama. "

Un señor Martinez que vivia al lado de lo que hoy se conoce por


capilla del Cármen, y que antes tenia un numbre mas gráfico, fué
clasificado de sruvaje unitario, y :,;eñal,do á la mazorca como es con-
siguiente.
El delito de l\Iartinez era ser paquete y no usar bigote. .
Martinez tenia dinero y sabido es que esta clase de víctimas eran
las preferidas PO! aquellos asesinos siempre ávidos de r,?bo.
Sabiendo l\Iartmez que estaba sentenciado, y no pudiendo fligar
por el momento, se resolvió á no salir ú la calle, y en caso de ser
atacado en su casa, defenderse hasta donde le fuera posible.
Martinez era casado con una dama tan encrgica como él mismo.
161
Quiso hacerla satir :\ ca~a de tinos parientes, :rara evitarle al~l!n
espectáculo terrible, pero ella, con \lna arroga~c¡a que no es estrana
:i la mujer criolla, declaró que, desde que habla peh~ro, no se mo-
veria de su lado.
_ No temo á la mazorca, agregó cariñosamente, y no he ligado mi
vida A la tuya pal'a aband0!larte cu~ndo hay I-cJigro de:: mu~rte.
Era proverbial.en el barno la umon de al)uel matnmolllo, para
quien la existencia era t;na e.terna luna de mle~. .. .
Conociendo íntimamente á su consorte, Martmez no inSiStIÓ mús
y se dispuso á afrontar el peligro cualquiera que fuese.
Desde que supo que la maz<?rca rastreaba su_cabeza, ~e proveyó
de cuatro pistolas de gran calibre, y de un punal de hOJa segura y
fuerte.
Con aquellas armas y atrincherados en su casa, los esposos l\far-
tinez podrian defenderse hasta de veint~ hombre¡. .
Siendo ¡eguras las paredes, apenas cala la tarde, cerraban CUida-
dosamente la puerta de calle, no dejando más que una sola luz pren-
dida: la de la sala. ,
Allí dormian, pues querian estar ptontos á la primer señal de
alarma.
Martinez presumia que en caso de ser asaltados, lo serian durante
la noche, y dcrmia con todas las armas cargadas, y prontas para entrar
en combate.
El barrio era apartado y por consiguiente no seria de temer (lue
los asaltantes recIbieron refuerzo.
Como lo esperaba, una noche á eso de las once llamaron fuer-
temente á la puerta.
Los gritos de lmueran los salvajes unitarios! abran á la sociedad
popular restauradora! no les dejaron duda de quiénes eran los visi-
tantes. .
Era la mazorca, que sabiendo <J.ue no habia en la casa más que los
esposos Martinez y tres criadas vIejas, caía en escaso número.
- ¡Esperen un momento! gritó Martinez desde la sala, que ya voy
á abrir.
y miéntras los esposos se preparaban, los- asesinos se dejaban caer
de los caballos, repiqueteando la puerta con el cabo de los facones.
En dos minutos, Martinez y su seilora estuvieron listos.
Apagaron la luz y tomando cada uno un par de pistolas, salieron
al zaguan.
La oscuridad era total.
Viendo que no se les abria pronto, los asesinos empezaron á gol-
pear de una manera desaforada, salpicando los golpes con palabrutns
y amenazas de las más federales.
Martinez se acercó á la púerta, tomando la derecha, y uescorrió
los pasadores.
Su esposa quedaba á la izquierda, con una pistola en cada mano,
y pronta á hacer fueJ;1;o.
- ¡Empujen nomásf gritó Martinez - y los cuatro ó cinco asesinos
abrieron la puerta de golpe, colándose al oscuro zaguan.
Inmediatamente brillaron dos relámpagos seguidos de dos podero-
sas detonaciones y uno de los asaltantes cayó lanzando terribles
alaridos.
Tan inesperado y brusco fué el ataque que los demás asesinos
quedaron estáticos en el umbral de la puerta.
El puílal del tirano. 11
169
El terror de que eran presa, fué hábilmente aprovechal1o.
A la voz de ¡ahora!; dada por Mél:rtin~z, lucieron o'ros dos fogona-
zos, otros dos e~tampidos estremeCieron las p~redes del zaguan, y
otro de los aseSinOS rodó por la vereda, retorciéndose en convulsio-
nes terribles.
Habia reci!Jidocll pleno pecho uno de aquellos enonnes proyectiles.
Como si hubieran visto un ejército, los otros saltaron á caballo con
tal precipitacion y echaron á correr de un tal modo, que un par ue
minutos más tarde no se percibia ni el rumor de los caballos.
¡'lartinez sacó él mismo' la calle el cadáver que habia quedado
en el zaguan y volvió á cerrar la puerta.
En seguida cargó nuevamente las pistolas y se preparó á repeler
un segundo ataque, esta yez desde la azotea.
La señora estaba tan tranquila como él mismo.
Pdlsando en el. chasco que habian llevado los asesinos, acariciaba
gentilmente á su esposo, haciéndose presente que la pru<l¡ncia acon-
sejaba huir ahora.
- Ellos han de vo~ver, pero con lo que les ha pasado, serán más
numerosos y precavidos.
Martine~ cedió á los ruegos de su jóven esposa, y antes de que
amaneciera el dia, despues de recorrer los alrededores, salieran de
la casa á buscar refugio en la de un amigo de confianza no sin lle-
var en la cintura las ,enormes pistolas.
Como su esposa lo preveia, la mazorca volvió á la tarde siguiente,
Pero solo halló los muebles de la casa en que satisfacer su ven-
ganza.
Los pájaros habian volado.
La casa fué saqueada y roto todo aquello que no pudieron robar,
tenLndo que regresar sin haber podido vengar á los compañeros.
Dos dias despues, 'y disfrazados de marinos, los esposos Martinez
se embarcaban por el muelle á las once de la mañana y mientras
CUll mas ahinco se les buscaba en la ciudad.

Para mejor remontar su ejército con buenos soldados, Rosas habia


inventado un procedimiento que 110 p ;dia dejar de darle sobei-bios
resultados.
La,; personas de fortuna que no eran unitarias, pero C).ue tampoco
podian clasificárselas de federales, eran reducidas á prislOn por sos-
peChO~:l5.
Como caer preso importaba casi siempre una sentencia de muerte,
el tern>r se apoderaba en seguida de estas personas,' elegidas siem-
pre entre la primera sociedad.
Para obtener su libertad, estas personas tenian que entregar un
núll1;::ro de personeros que variaba entre dos y cincuenta.
Bien entendido, por supuesto, que el personero que desertaba de-
bia ser reemplazado por cuenta del que lo puso á quien volvian á
a"rehender.
1 De entre la larga lista que figura en el Archivo de Policia, bajo
esta carpeta: «Unitarios tomados para el servicio de las armas y
número de individuos puestos en su reemplazo,» entresacamo.s los
siguientes conocidos nombres, el I1ÚInero de personeros que tuvIeron
que dar por su libert.ad.. .
l\Iamerto Mones RulZ y Antomo Mones Rmz, 4 pers.me~os; Ral!l0n
Diaz, cuatroj José Maria Bustillos (hoy general), dos; MIguel Jaime
163
Sarrachan, diez; Manuel José Cobos, veinte; José Fernandez, veinte;
y Antonio Cabral cuat~o. . _ ..
Ignacio Fernandez, diez; José Gregon~ Acuna, gran ~alvaJe umta-
rio, cincuenta; y otros cincuenta el lllsolente salvaje Bartolomé
Gorondolia.
Bonifacio Salvadores, cinco y dos mil pesos, y Tiburcio Fernandez,
diez y cuatro mil pesos.
Doctor Ascola, veinte; Silverio Ponce de Leon, veinte; Juan Maria
G utierrez, diez; Sinforiano Huertas, diez; Manuel Aldame, diez; Ma-
nuel Larguero, diez, pero siendo un furioso unitario y amigo de
Lavalle, fué ejecutado á cuchillo en 17 de Julio.
Ramon Sotelo, diez; Santiago Sotelo, diez; Juan Madrid, veinte;
Crispin Peralta, veinte, y Santiago Albarracin, veinte.
Podriamos copiar centenares de nombres, pero la lista seria dema-
siado lar~a, siendo bastante los nombrados para dar una idea del
procedimll;nto.
y antes de concluir este curioso capítulo, vamos á transcribir la
siguiente carpeta, que es de las mas curiosas en el Archivo de
Policia:
e Relacion de unitarios que deben ser espiados y otros aprehendi-
do~ y remitidos á la carcel pública.»
El doctor Ascola, á la Policia, el abogado Campos, á la cárcel,
el doctor lbarbás, idem, José Maria Gallardo, idem, Angel Molino
Torres, idem, el clérigo Agüerro, á la Policia, Gregorio Gomez Or-
cejo, á la cárcel, el clérigo Gregorio Gomez, á la Policia, José Julian
Arriola, á la carcel, Ambrosio del Molino Torres, idem, Miguel Azcué-
naga, idem, y José Riso, idem.
Al doctor Cernadas se le prevendrá que no- puede usar la divisa
feder3!l y que marche en el término de tres dias, desterrado á la
estancia de don Juan J. Viamont, de la que no podrá alejarse á más
de dos cuadras, ni podrá tampoco tener correspondencia ni por escrito
ni {'or palabra con persona alguna, sin prévia órden superior.
Gervasio Armero, á: la cárcel, incomunicado, debiéndosele interro-
gar sobre la complicidad que tenga con el unitario salvaje y traidor
Gregorio Tagle.
Juan Femandez (médico) y su hijo, espiarlos, como tambien á los
salvajes Juan N. Fernandez, Pedro Hemandez, Agustin Herrera, Mi-
el Jordan, Cárlos Lamarca, Benito Llorente, Lorenzo Melgar, Juan
~ . Martinez, Antonio Martinez, Antonio F. Fonte, Juan M. Fonte,
icolás Fonte, Luis R. Machado y Vicente Mañay.
Ladislao Martinez, y el doctor Medina, á la cárcel.
Los tres Nazar, cuñados de Vidal, espiarlos, cqmo tambien á Igna-
cio Nuñez, Fernando Otero, José M. Obleros, Manuel Pineda, Mauri-
cio Pizarro, BIas José Pico y Olallo Pico.
José M. Riglos, á la cárcel, josé S ~malo é hijos, espiarlos, Miguel
Sanchez y José M. Sal vadores y Angel Salvadores, idem, Múrcos Salas
y Gregorio Silva Ceballos, ídem.
Gregario Tagle, á la cárcel, Victorino Sanchez y José M. Zelaya
espiarlos, Salas, corredor intruso, idem, Rafael Saavedra, idem.
Al montevideano Solsona, espiarlo, como así mismo á Jorge Ter-
rada y Natal Torres.
Al alcalde del partido de San Pedro, Alfonso Ramarle, decirle de
partt? de. S. E. que estrai'la mucho que un federal como él, tenga co-
murucaclon y vi::;ita con un pícaro como Miguel Azcuénaga.
164
y se le advierte parll qtle en adelante no tenga retadon con se.
mejante canalla unitaria.
A Villegas la misma órden que á Cerna das.
Hacer espiar las casas de Valentin Gomez, de Zenon Videla y Ya-
ques, compai'lero de este último.
Castailon y su hijo, á la cárcel, Pablo Gomez y Mariano Salas idem.
A la ~árcel ta.mbie~ los unital ¡os Mariano Salas, Agüero, ;obrino
del clérIgo, PlácIdo VIera y Manuel Arroyo.
Espiar a los unitarios José Arroyo, Matías Segul, José M. Aparicio
Ramon Amoroso, Féliz Alzaga, Gregorio. Arellano, Pedro Agrelo'
I:it>nisio Vayo, Bu~ti11os hijo, Mateo Vidal y Domingo Vanegas. '
Luis Vegas y VIcente Echavarria, á la cárcel, y espiar á José M.
Coronel, Marcelino Carranza, Epitacio del Campl), Dámaso Campos y
Clemente Cueto.
Los dos Garmendia, á la cárcel, Dorrego, espiarlo, Dominguez es-
piarlo, Pedro Escribano y su hijo, idem, Pedro y José M. Ech~na­
gucla, idem.
Lista, sobrino de Viamont, á la cárcel, Cárlos Lamarca y José M.
Riglos, idem.
Al unitario Azcuénaga, ponerle grillos, Manuel Carreras y el pa-
quete Osna, á la cárcel.
A la mujer de Despui, intimarle que marche precisamente en el pa-
quete Agustina.
A la hermana de Armero, que cuando vaya á la cárcel la metan
dentro y al alcaide tambien.
A Arriola prevenirle que tiene su quinta por prision en la que debe
permanecer durante dos meses.
Vencidos estos, tendrá la ciudad por cárcel, de la que no podra
salir más que hasta su referida quinta, hasta nueva resolucion del
Gobierno.
Que tenga entendido que, en lo más mínimo que vuelva :í cometer
contra la causa Nacional de la Federacion, contra su libertad é in-
dependencia, ó contra la marcha del Gobierno, será castigado con
toda severidad, y hasta con la última pena si fuera necesario.
l\briano Moreno, á la cárcel, TiburClO Fernandez, ídem, á Sanchez
el Comisario Pagador, la misma órden que á Cernadas.
Al Jefe de Polici,a que pase á recibir órden superior sobre lo que
debe hacerse respecto á la mujer del salvaje unitario Rica, que segun
parte del Juez de Paz de Dolores se halla en esta ciudad.
Prevéngase al unitario Juan Roballe que entregue mil quinier,tos
pesos y seis personeros para soldados. .
Vicrilar en sus' casas hasta nueva órden, á los salvajes unitarios Ma-
riano'" Drago, Francisco y José María Gutierrez, el doctor Vejiga Viola,
el hijo de Castillote, Antonio Somellera, el loco Suarez, el cordobés
Castellanos, y Ramon Santa Cruz. -
Todas estas órdenes, instrucciones y Qtras que no publicamos por
no cansar al lector, se hallan escritas del puño y letra del mismo
Rosas.
Vengamos ahora el asesinato del señor Mones Ruiz, respetable y
antiguo comerciante.

Era don Antonio Mones Ruiz, un hOMbre de gran carácter y de


una rectitud á toda prueba.
Como él no se mezclara para nada en los sucesos políticos, nada
temia de la reinante mazorca ni creía pudiesen meterse jamás con él
• 165
Todo lo que pertenecía á Rosas .Ie .merecia el más pr?fund? des-
precio, desprecIO. que no se ~raduJo Jamás en ~~chos m mamfesta-
ciones, por el peligro que pudiese correr su familia.
Mones Ruiz tenía una fortuna bastante en aquella época, para no
necesitar de nadie y vivir con entera independencia.
Aunque é.l vivia en ese .retiro, . no sucedia lo. ~ismo con s~s dos
hijos AntonIO y Mamerto, Jóvenes llenos de patnotIsmo y entusiasmo,
que perteDe~ian al círculo de los unitarios más consecuentes y te-
naces.
Mamerto, sobre todo, llevaba su entusiasmo juvenil hasta hacer de-
mostraciones que en aquella época solian costar fácilmente la cabeza.
El señor Monez Ruiz solia amonestar á Mamerto, recomendándole
más prudencia y recato.
Pero cuando se tiene diez y ocho años, la prudencia se echa á la
espalda porque á uno .le pa~ece po~erlo .~odo superar.
El señor Mones Rwz tema tamblen hijas mUJeres, pero estas no
salian del hogar, para no ponerlas eu contacto con aquella terrible
atmósfera de sangre y de crímenes de toda especie.
Ningun federal se habia metido hasta entonces con el señor Mones
Ruiz, generalmente estimado.
Fué en el año 39, cuando tuvo su primer dificultad, dificultad que
lo llevó hasta la tumba.
En aquel aúo, por el mes de Rosas, el tirano habia hecho levantar
suscriciones popubres, para redutar soldados contra Lavalle.
Su ejército era bastante fuerte, pero aquel era un medio que ade-
más de soldados, debia proporcionarle ocasion de mortificar á todo
aquel que no fuese un federal declarado.
Las comisiones encargadas de recolectar fondos se dedicaron á su
tarea,. acudiendo con preferencia á los hombres ricos cuya situacion
política no estaba bien definida.
Todos contribuyeron.
¿Cuál era el valiente que por no con.~buir con un personero se
esponia á cargar con la clasificacion de salvaje unitario?
Una de aquellas comisiones se presentó un dia en casa de Mones
Ruiz, situada en la calle de Can gallo, donde hoy está la confiteria
de Godet.
Iba á pedirle contribuyera con un par de soldados, 6 algu a suma
de dinero, para combatir á Lavalle.
Ya hemos dicho que Mones era un hombre de gran carácter, para
cuyo corazon bien templado el miedo era un misterio.
Recibió á la comision amablemente, pero, con una entereza feno-
menal para la época, se negó á contribuir con un solo centavo.
-~ara la paz, les dijo, todo cuanto poseo está á disposicion del
Gobierno.
Para la guerra,. me niego redondamente.
Amo demasiado al país para contribuir á que se siga ensangren-
tando.
Amigos suyos, algunos de los que formaban la comision, le hicieron
notar 9.ue aquello e.ra una imprudencia.
-DeJese de capnchos, don Antonio, y apúntese en la lista.
~uI'l:que usted no sea un federal, todos saben que tampoco es un
umtano .
• N~ se comprometa entónces bacién<!o"e clasificar de enef!1igo del
CiQblemo. •
166
-¡Es que yo no puedo obrar contra mis sentimientos!
No quiero contribuir para que los argentinos se matt'n y no con-
tribuyo-hé ahí todo. '
Como no tengo delito, no tengo que temer la c1a3ificacion de uni-
tario.
Ya saben que yo no me meto en estas cosa~.
A pesar de to~a~ las observ.aciones que. se le hicieron, no quiso
¿ar para la suscnClOn, despreciando los I;>ehgros que se le anunciaron.
Como era de esperarse, aquella negativa no podia quedar impune
y Mones Ruiz fué clasificado de salvaje unitario, clasificacion qu~
se hizo estensiva á su hijo Mamerto, unitario de corazon como su
hennano.
La accion policial no podia dejar de seguirse á 'Ia clasificacion.
y así suceaió, cuando el comerciante creia que el incidente habia
pasado así no mas.
A principios del año 40, una noche en que Manes Ruiz iba per-
sonalmente á celTar la puerta de la calle, para mayor precaucion
y se~ridad, fué asaltado por una partida de serenos, que lo redujo
á pnslOn.
Mal negocio era el de caer preso en aquellos tiempos, cuando du-
rante la noche no se oía en la ciudad otro ruido que el de las des-
cargas con que en la cárcel se fusilaba á los prisioneros.
La partida penetró á la casa, de donde salia poco despues acom-
pañada del jóven Mamerto Manes Ruiz.
Padre é hijo fueron conducidos al terrible cuartel de serenos, de
que era jefe sombrío Nicolás Mariño.
Ambos fueron tratados federalmente, es decir con una buena dósis
de golpes de sable é insultos de todo género.
Dos dias despues de llevar vida tan federal, se les notificó de ór-
den suprema que, aunque eran unos salvajes unitarios, podian salir
en libertad, entregando calla uno dos personeros para el ejército.
Era aquella la consecut!lcia de no haber querido contribuir á la
suscricion popular contra Lavalle.
Apretado de aquella manera, el señor Manes Ruiz tuvo que aflojar
los personeros, felicitándose de que la cosa no pasara de ahí.
Solo así consiguieron salir en libertad.
Pocos dias de"pues, el jóven Mamerto recibió una nota por la cual
se le comunicaba que, habiendo desertado los dos personeros que
ha~i~ puesto} tenia que reemplazarlos en el perentorio término de
vemtlcuatro horas.
Fuese ó no cierta la desercion, no habia mas remedio que cumplir
la órden, ó es ponerse á que, en vez de dos, fueran diez los perso-
neros que se mandaran poner.
Esto determinó al jóven Ruiz á emigrar á Montevideo, como ya lo
habian hecho tantos otros.
Estaba clasificado de salvaje unitario y era preciso vivir alerta.
Desde entónces las pequeñas y grandes miserias empezaron á su-
cederse unas á otras, contra aquella familia.
Entre otras propiedades, Manes Ruiz poseia una casa situada en
la calle de Malpú entre las de Temple y Tucuman.
Esta propiedad estaba alquilada á una familia francesa, honesta y
acomodada.
Pero los franceses habian caielo en desgracia y eran tan persegui-
dos como los mismo unitarios.
167
Se quería un prete!'ito prtra embar.ga~ tos bif"nes de Mo!,es Ruiz y
repartírselos, y era esta la causa prmcIpal de la pers~cucIOn ql\e ~e
le hacia. . . .
Con el prestesto de que en las habItacIOnes de la casa habIa pa-
peles celestes y blancos, cayó alli una !,oche la mazorca, y. empezó
á destruir cuanto habia, des pues de aplicada una buena palIza á los
franceses de ambos sexos que la ahitaban.
Al mismo tiempo se habia mandado decir á Mones Ruiz, que es
presentara al momento en la casa á recibir órdenes sobre cambio de
papeles.
Como en la 6rden se leía la palabra i1lmediatamente y el seiIOr
Manes Ruiz no estaba en su casa, su hijo Antonio, una criatura, se
trasladó prontamente á la casa creyendo así evitar alguna desgracia.
En momentos que él entraba, los señores mazorqueros concluian
de sacudir á los franceses la segunda tunda.
_y tu padre? porqué no ha venido? pregunt6 al jóven el que pa-
recia mandar á los bandidos.
-Mi padre no estaba en el escritorio cuando se recibió la órden,
pero usted puede indicarme á mí lo que haya que hacer.
-Lo que hay que hacer es degotlar á todos ustedes, por que son
una manga de sabandijas, malditos unitarios!
¿Porqué tiene el salvaje de tu padre este papel celeste en la sala?
El jóven, aterrado con lo que se le deda, trató de disculparse del
mejor modo que le fué posible, pero su inocencia solo sirvió para
exasperar mas á aguellos miserables.
-Si hubiese verudo tu padre, le dijo el famoso jefe, ya estaba de-
gollado-y tú, para que no te metas á disculparlo ni á asumir su
personeria, toma.
y uniendo la acci9n , la palabra, principió á aplicarle sendos pu-
ñetazos y patadas. _.
El pobre niño lloraba alegando que ningun delito habia cometido,
pero esto solo sirvió para que le doblaran la dósis.
Llorando de dolor y de terror, el pobre nÍl10 regresó á su casa
refiriendo lo que le habia pasado.
El señor Ruiz evitó que aquella escena se repitiera, teniendo cui-
dado que en sus casas no hubiera cosa alguna de aquel color peli-
gros&, y decidió emigrar tambien si aquella situacion aflijente no se
modificaba.
Despues de esto, parecia que los habia dejado tranquilos.
O querian confiarlos con una fingida indiferencia para dar mejor
el golpe de gracia, ó no encontrando motivo suficiente habian re-
suelto dejarlo tranquilo.
As! pasó todo el año 41, en que los degüellos y mazorcadas dis-
minuyeron un poco, para empezar con más furia y encono desde
los primeros meses del año memorable de 1842.
Una tarde de aquel funesto mes de Abril, en que los degüellos
llegaron á su más terrible apogeo, se hallaba el señor Manes· Ruiz
sentado á la puerta de su casa conversando con su hijo Antonio.
Este jóven, que como lo hemos dicho ya, era una criatura, era el
dependiente del señor Manes y su inseparable compañero.
El padre se lamentaba con el hijo de los horrores de que eran
teatro las calles de Buenos Aires y le prodigaba sus cariñosos con-
seJos para que evitara cualquier desgracia ó malCJ.uerencia .
. -:-Parece que ya no se ocupan de nosotros, decla, y que nos dejan
VlVll en paz.
· 168
Vale 1113S asi, pues de 10 contrario hubiera sido necesario huir de
aquí.
Así hablaban tranquilamente padre é hijo, cuando vieron que se
detenia en la esquina un grupo de tres hombres de sospechosa ca-
tauura.
-Esos no andan con ninguna intencion cristiana, dijo á Su hijo el
señor Mones Ruiz.
Están vacilentes como el que medita una mala acciono
J<¡! j6ven miró hácia e! grupo, y aunque k>s que lo componían se
ha15lan atado la cara cUidadosamente para desfigurarse, el niño pudo
conocer á aquellos hombres, uno de los cuales vive aún y se ocupa
de procurador.
El seflor Mones Ruiz tenia ya la intencion de retirarse al interior
de la casa, cuando aparecieron los hombres, pero la curiosidad de
ver la direccion que tomaban, lo retuvo en la puerta de calle.
Aquellos hombres permanecieron largo rato parados en la esquina
s~? que al parect;r hubieran fijado .la atencion en Mones Ruiz y s~
hiJo, lo que alejÓ en ellos cualqUier sospecha que pudieran haber
concebido.
De pronto se pusieron en camino tranquilamente, en direccion á la
casa de Mones Ruiz, sin mirar á los que aún permanecian en la puerta.
Todos ellos venian emponchados, lo que no era de estrañarse, pues
el poncho era una prenda federal, sin la cual nadie se atrevia á andar.
Indiferente tamblen, el señor Mones Ruiz pareció no haberse fijado
en los que se aeercaban y siguió conversando con su hijo.
Lentamente se aproximaron aquellos hombres como si fueran á
pasar de largo, pero al llegar á donde estaba Mones Ruiz, su actitud
cambió por completo.
Se detuvieron bruscamente delante de él y sacó cada cual de de-
bajo de su poncho una pistola, de 1... llamadas de bala de onza, que
traian ya amartillada y lista para el asesinato que iban á cometer.
\' antes que Mones Ruiz pudiese darse cuenta de lo que le sucedia,
sin atinar á meterse dentro:, siquiera, aquellos miserables apoyaron
las pistolas en su pecho y dispantron sobre su corazon noble.
Aquella escena pasó como un relámpago.
Sin reparar en el niflo á quien el hecho habia dejado estático, los
asesinos apretaron el paso y desaparecieron rápidamente al volver la
esquina de Suipacha.
El señor Mones Ruiz, llevó las manos al estómago, vaciló, y tarde
ya, quiso retirarse precipitadamente de la puerta. .
y cruzó el zaguan con cierta rapidez, pudiendo llegar al patio.
Su desgraciado hijo, que al verlo caminar y murmurar algunas pa-
labras, no pudo darse cuenta de lo terribl~ de aquella situacion, corrió
al patio y quiso estrechar entre sus tiernos brazos al señor Mones
Rmz, preguntándole si no tenia nada.
Pero en aquel momento el padre, á quien solo un supremo esfuerzo
de voluntad habia sostenido en pié, rodó por el patio arrojando un
vómito de sango e.
Habia recibido dos de las balas en el centro del estómago y otra
en el costado derecho.
Mones Ruiz se oprimia fuertemente la herida del estómago, que debia
hacerlo sufrir horriblemente. _
-¿Qué tienes, padre mio? preguntó con su voz cariñosa t aho~ad..
por el llanto 'tue lo sofocab;\,
169
y le quitó la mano del estóma¡?;o.
Un chorro de negra sangre,partió ent?_nces del agujero abierto por
la~ balas y bailó el rostro palido del milo.
Espantado entónces, fijó la mirada llorosa en el rostro del padre y
encontró aquellos ojo.s ~jos é inmóviles, que la muerte empezaba á
bailar de una capa VIdrIosa. .' ..
Lo llamó, trcmulo, pero el mOribundo no respondlO.. . '
Se estremeció de una manera poderosa, y quedó alh ngldo como
U11 cadá ,'er.
Acababa de morir, sin haber podido pronunciar la más insignifi-
cante palabra.
El nUlo entónces, dominado por la tremenda situacion que empe-
zaba recien á comprender, salió á la calle en demanda de auxilio.
Algun~s vecinos que, co~o ellos, esta~an á la. puerta de la. calle,
habian VIstO cometer el cnmen y se hablan mehdo dentro, mas que
ligero, huyendo el bulto á igual suceso.
El pobre niño se encontró solo, desamp~rado, con el cadáver del
padre.
Recien aquella criatura se daba cuenta de su horfandad y de la
situacion desesperante en que quedaba.
Media hora des pues, su hermano Mamerto venia en direccion á su
casa á despedirse del padre, pues tenia arregladas sus cosas para
volverse á Montevideo.
Dos cuadras antes de llegar, fué atajado por varios amigos, que le
indicaron se volviera, pues su casa estaba rodeada por la mazorca.
-¿No ha sucedido nada? preguntó el jóven.
-No, pero si usted va puede suceder alguna desgracia.
Sin duda es á usted á quien están esperando.
Ante semejante aviso el Jóven se retiró y venciendo mil dificultades
se fué á Montevideo. ~
. Recien allí supo la sangrienta trajedia de que habia sido teatro su
casa.
El jóven Antonio, por su parte, dándose cuenta de la situacion,
empezó á comprender que era necesario sepultar aquel cadáver querido.
Pero ¿de quién valerse? cómo hacerlo?
Asesinado por la mazorca, Mones Ruiz habia quedado en peores
condiciones que un virulento ó un leproso.
¿Quién se atrevia á acercarse á su cadáver para ser clasificado de
salvaje unitario?
En la casa no quedaban mas que sus hermanas, tiernas y delicadas
nii'las, que ninguna ayuda podian prestarle, y un sirviente que, tan
aterrado estaba, que aún no se habia movido del sitio en que recilJió
la noticia.
Con un ánimo asombroso en su tierna edad el jóven Mones Ruiz
salió en busca de un cajon, para colocar el cuerpo querido.
y como mas próximo á su casa, se dirijió entónces al estableci-
miento fúnebre situado á la sazon frente á San Miguel.
Como era natural, dominado por la impresion terrible del triste su-
ceso, lo primero que hizo fué referir al dueño de la cajoneria, la ma-
nera CÓmo su señor padre fué asesinado.
Fué esto lo bastante para que el negociante se tegara á hacer la.
venta.
-:-Perdone, jóven, le dijo, pero yo no puedo venderle el cajon sin
peh~o de mi propia vida,
110
-Pc;r.o. entónces ¿cómo entierro. yo á mi paclre?
-DIÍlcII me parece: hay una orden que prohibe venuer cajones
para los individuos clasificados d::: salvajes unitarios, los que deberán
ser enterrados por la autoridad en la zanja coroun.
-¡Pero esto es espantoso!
-¡Y qué quiere que le hagamos!
Si llegan á saber que yo le he vendido el cajon, ya puedo empezar
, fabricar el !"io-y yo tengo una familia numerosa, que quedarla es-
p..Jesta á monr de hambre. " .
El jóven ,insistió, suplic.ó de todos modos, pero inútilmente .
. ~l negociante no quena esponer su cabeza y el porvenir de sus
hiJos. .
Los salvajes unitarios muertos por la mazorca quedaban en las con-
diciones de cualquier perro.
No ~abia. neg?ciante que les vendiera un caj<?n, fraile que les dijera
una misa, Di amIgo que lo acompañara á su última morada.
Los mismos hijos, sus consortes, sus padres, no podian honrar su
memoria ni aún cc'" el miserable luto de sus cuerpos.
Cualquiera de estas faltas era castigada con el puñal de la mazorca.
El ~óven Mones Ruiz se retiró de allí presa de la mayor dese s-
peraclOn.
No teniendo cómo enterrar ¡i su padre, al fin vendria la autoridad
á arrancarle su cadáver que seria conducido á la fosa comun en un
carro de la basura, y tal vez al lado de los perros que la Policía
hacia matar á la madrugada.
Es difícil que ningun hombre haya pasado por situacion mas deses-
perante!
Conteniendo con grandes esfuerzos el llanto que lo ahogaba, el
jóven regresó á su casa, sin saber qué partido tomar.
Allí lo esperaba como una tabla de salvacion en medio del nau-
fragio, el vecino José Quinteros, amigo antiguo de la familia, que
aca\;¡aba de saber lo que sucedia.
El jóven Mones Ruiz se arrojó en sus brazos y le refirió lo tre-
mendo de su situacion.
Al fin hallaba un seno amigo, sobre el que podria desahogar la
pena que lo afligia!
Aquel hombre leal y honrado, consoló al jóven en cuanto le fué
.posible, y se ofreció á ir en busca de un cajon.
-Es preciso no decir una palabra acerca de la. manera que ha
muerto el amigo.
Diremos que ha muerto de viruela y asi nos venderán el cajon.
Yo voy á buscarlo.
Efectivamente, poco despues salia á la calle y ocultando h.asta para
quien era el cajon, consiguió que le vendieran uno, no SID vencer
algunas dificultades.
Asl el jóven Mones Ruiz tuvo como acomodar el cuerpo helado de
su señor padre.
Faltaba ahora lo mas difíc:il: la conduccion del cadáver á la Re-
coleta.
Otro vecino i_ á prestarle aquel servicio inestimable.
Frente á la casa de Mones Ruiz, vivia un señor Dejean, dueño de
una panaderia.
Por el solo hecho de ser francés, Dejean no estaba bien "isto por
la autoridad.
171
PC'ro, espiritu noLle y bravo corazon, aquel hombre ejemplar. ,des-
preció los peligros que provocaba y se trasladó á casa de su Joven
yecino. . . 'd
Dejean. era un hO?1bre. cuy~ fortu!la le permltla pasa.r una VI a
independiente y creJa estar aSl á cubierto de toda necesidad. .
Pero era precisamente su fortuna el aliciente que para persegUIrle
debia tener la federacion.
Así Dejean se hizo cargo del precioso cadáver y lo condujo él
mismo al cementerio, sepultándolo como correspondia á una persona
de posicion y de medios. .
Al siguiente dia ?el asesin~to y por consejos del mi~mo Sr. DeJe~n,
el jóven Mones RUlZ, se poma al frente de los negocIos de su seyor
padre, empaquetando y ocultando todos aquellos papeles que pudiese
necesitar algun dia.
La mazorca no podia tardar en venir á trabar el embargo y ~ra
necesario estar preparado para que no se llevara algun papel de ID-
terés, y sobre todo algun documento de crédito.
Además de los artículos del negocio, habia en la casa, en las úl-
timas piezas, un depósito de comestibles, destinados esclusivamente
al consumo de la familia.
Esto era: arroz, azúcar, aceite y demús artículos de primera ne-
cesidad en una casa.
Con ellos, la familia de Mones Ruiz podia pasar un largo tiempo,
sin necesitar de nadie.
Las consecuencias de los servicios prestadús por Quinteros y De-
jean, no tardaron en hacerse sentir.
La mazorca acudió una noche en tropel á casa de éste, é hizo 10
que entónces era de práctica.
Despues de destrozar cuanto habia en la casa y como por via de
prevencion dieron á Quinteros tal paliza, que lo dejaron por muerto.
y como la persecucion siguiera al estremo de no poder salir á
la calle sin recibir un susto, emigró.á Montevideo, teniendo que aban-
donar familia é intereses.
Dejean fué más feliz que !'TI vecino, pues un amigo le previno que
aquella noche la mazorca debia ir á ·su casa, á vengar el delito de
haber acompal'iado el cuerpo del salvaje unitaro Mones Ruiz.
Persona apreciadísima por sus bellas prendas personales, y muy
bien relacionada, el señor Dejean ocurrió al Cónsul francés, en de-
manda de auxilio, por la noticia que se le habia dado.
Como los asesinatos á los franceses mas distinguidos que residian
en Buenos Aires se repetian con aterrante frecuencia, los Varangot,
Dupuy y tantos otros, el Cónsul francés maridó á la casa de Dejean,
perfectamente armada, una guardia de ocho marineros, que al efecto
hizo desembarcar de uno de los buques de guerra de su nacionalidad
Esta guardia se alojó en el zaguan de la casa con órden de de-
fender á todo trance la vida é intereses de aquel compatriota.
Esto, miéntras Dejean arreglaba sus cosas para partir á Montevideo,
pues )'a su vida en Buenos Aires corria gran peligro.
Conforme se lo habían anunciado, esa noche cayó á su casa la
mazorca, en son de degollina y dando desaforadas voces de muerte.
Pe~o al hallar en el zaguan aquel peloton de marineros franceses,
en alfes de dar una batalla, tuvieron á bien retirarse amenazando
volver en mayor número para degollar á todos los' esclavos del
guarda chanchos.
·172
Dejean no esperó esta vuelta.
Arregló sus asuntos a gran prisa, y bajo el uiforme de aquellos
mismos marineros, se embarcó á bordo del bUllue de guerra al dia
siguiente, que lo condujo á Montevideo.
De esta manera y gracias al enérgico apoyo de su Cónsul el señor
Dejean pudo salvar su cabeza. '
Cuando la mazorca volvió á su casa no halló ni víctima ni mari-
neros, contentándose con despedazar cuanto halló en la casa, como
era natural, despues de robar todo lo que era de fácil conduccion.
i..~ autoridad en seguida, declaró los bienes de Mones Ruiz bienes
de salvaje unitario, y naturalmente se echó sobre ellos c~n gran
avidez, porque estos representaban un botin de primer órden.
Desl'ues de embargado todo, se 'presentaron en la casa de negocio.
Registraron la casa pieza por pieza, embargando hasta los libros
de comercio y papeles que el jóven no habia podido vender.
Todo lo del negocio y lo de la familia misma, fué embargado para
venderse en remate público. •
Revisando las habitaciones, los mazorqueros dieron con el depó-
sito de comestibles, destinado al consumo de la familia.
Precioso botin aquel, donde figuraban algunas cuarterolas y cajones
de excelente vino! .
El jóven hizo presente que aquello no debia formar parte del em-
Largo, porque era lo único con que contaria la familia para vivir.
Pero esta observacion le costó un buen puntapié, advertencia sa-
ludable, pues le previno que no debia hacer observaciones.
Aquella canalla lo embargó y lo selló todo, sin perdonar el poco
dinero que habia quedado en un cajon del escritorio.
Lo único que quedaba en pié era un magnifico perro terranova,
fiel compañero del señor Mones Ruiz.
Pero poco debía de durarles aquel recuerdo vivo del padre des-
graciado.
Pocas noches des pues, y solo por el placer de hacer daño, el
magnífico terranova era degollado á la puerta de la casa.
y no pararon aquí las miserias contra aqu ~lla familia de niños.
Burlándose del dolor de aquellas pobres nil1as, todas las noches
enviaban á la puerta de la casa, una media docena de negros desca-
misados y andrajosos que les daban música, de aquella música im-
posible y esclusivamente de la época, quemando al retirarse bombas
en las ventanas.
Las niñas se encerraban en sus piezas para no oir aquel carcasmo
cobarde, pero se les hizo prevenir que si no salian á agradecer las
In'úsicas, serian azotadas.
y el jóven Mones Ruiz se veia obligado á salir á la puerta y dar
las gracias á los que iban á burla}' la muerte de su padre.
El 30 de Marzo, la autoridad decretó grandes luminarias en la
ciudad, en festejo del cur,npleaños del tirano. .
Quién se hubiera atrevIdo á faltar á la consigna!
La mazorca recorria aquella noche todas las calles, con órden de
saquear t<;>da cas~ y degol)ar ~ los salvajes unitarios que hubieran
tenido la InsolenCia de no dummarlas.
y el jóven Mon~s R.uiz, para evitar u~a desgracia ~ ~us herma";as,
tuvo tambien que Ilummar la suya, festejando el nataliCIO del asesmo
de su padre.
En aquel mes, se desbordó la mazorca de un modo tt;rrible, baciendQ
aquel barrio t~atro de sus cobarde~ b~añas,
173
La {amili:t de Real, que V1Vla en la e!'lquína de Cnyo y Artes, fué
asaltada una noche y castigada de una JTl:mera feroz.
A las sel'lOras se les cortÓ el cabello, pegándoles en la cabeza el
célebre moño punzt1, miéntras á los hombres se les golpeaba hasta
dejarlos por muertos. .
Las familias de Terrada, de Salas y de Mohna'-Cascallares, que
vivian Cangallo y Suipacha, fueron tambien asaltadas y castigadas
de una manera brutal.
Se creia que muchas de ellas no podrían sobrevivir á los golpes
recibidos!
A la casa del doctor don Julian Fernandez, acudia la mazorca,
afilando sus enormes cuchillos en un escalon de pitdra de la casa.
Los hijos de Fernandez, mozos alegres y patriotas, habian sido
selialados como salvajes unitarios y la mazorca iba allí á degollarlos.
Así lo decian á grandes gritos mientras afilaban los chuchillos.
La señora de Femandez era una de aquellas matronas valientes
y decididas, que ante la vida de sus hijos era' capaz de pelear al
mismo diablo, si este se hubiese prestntado en trage de mazorquero,
amenazando su vida.
Así es que en cuanto sintió las voces y !'IUpO de 10 que se trataba,
corrió á la puerta de calle y echó el cerrojo.
Adentro estaban sus hijos,
Nuestro lectores recordarán que en aquellos tiempos se cerraban
las puertas de calle con una cadenita á cuyo estremo habia una
bola.
La bola corria por una canaleta colocada en la otra hoja de la
puerta que quedaba con una .endija por donde podía introducirse
bien una mano.
Pero la puerta no podia abrirse sin cerrarla primero, para sacar
la bola de la canaleta, á cuyo estremo se hallaba el agujero por
donde salia. .
Allí se plantó la valiente sei'lora, miéntras sus hijos] avisados por
ella, se salvaban saltando las paredes de la vencida<1 y pasando á
otras casas.
c;i~os de ira l,or ma~o~queros empujaban la puerta, pero la cadena
reSlstJa y promeha resIstir mucho más.
Lo~ ~~golladores metían, entónces la mano armada del puñal por
la rendija, tratando de henr á la señora.
~ero ésta les oprimia el brazo entre las dos hojas de la puerta,
eVItando que fueran á herirla.
Un sudor frio bañó de pronto la frente de la noble dama.
La canaleta donde entraba la bola de la cadena empezaba á ceder,
y en pocos momentos mas la puerta se abriria.
Es que todavia no tenia la certeza que sus hijos se hubieran salvado .
. P?r fin y despues de dos minutos largos como un siglo, vino una
SIrVIenta y le dijo al oído:
-Los niños están ya á salvo, señora: hace mucho rato que salta-
ron la pared.
Aquella mujer valiente hasta la exajerccion, se ~tiró entónces de
la puerta radiant~, de alegría.
-A h,o r a., les dIJO, pueden ustedes entrar cuando la cadena ceda,
me es mdlferente.
Falta del s?sten q~e le habia prestado su cuerpo vigoroso, la cana-
leta he, rompIÓ, abnéndose la puerta con gran estrépito al chocar
sus 0Jas contra la pared.
174
La mazorca saltó al patio como la ola que salva el muro contra
el que se .ha estado estrellando largo tiempo.
y el gnto de ¡ mueran los salvaje.> unitarios! se dejó oír de una
manera tremenda. .
L~ señora habia quedado allí de pié, sonriente y serena.
Miraba todo aquel aparato de muerte de una manera fria é inlli-
ferente.
Parecia que, ~alvados sus hijos, ella .no corries~ el menor peligro.
-¿Dónde estan? preguntaban enfurecidos, blandiendo los chuchiUos
an¡e la fisonomia apacible de la seflOra.
-¿Dúnde están quiénes? preguntaba ella tambien mofándose de
los asesinos.
- Tus hijos! tus inmundas crias, salvajona! respondia el coro de
energúmenos.
-Pronto, á cantar donde están 6 te tocamos el violin.
-¿ Mis hijos?
Oh! no se incomoden en buscarlos-no es el puñal de la mazorca
que los va á hallar á tiro!
-Mientes, aquí están!
-Pues búsquenlos, búsquenlos á ver si los encuentran.
AunCjue el valor se impone, y el valor de la señora de Femandez
habia dominado desde el principio á aquella chusma, era peligroso
irritarla más.
Todos ellos se desparramaron por la cas, buscando en todos los
rincones y despedazando muebles y cuanto hallaban al paso.
Pero las .victimas no parecían, y la sei'¡ora seguia sus movimientos
con su sonrisa burlona.
Ciegos de ira, vinieron sobre ella, exigiéndole que les habia de
decir dónde estaban los jóvenes Fernandez.
- Ya les he dicho que están muy léjos de aqui-no se hagan ilu-
siones ni se tomen trabajos inútiles porque no los han de encontrar.
Los bandidos aquellos, reventando en despecho, se la~aron sobre
la señora y empezaron á golpearla furiosamente.
y ella, como persona avezada al peligro, quiso defenderse en reti-
rada, lo cual consiguió bizarramente, hasta llegar á la puerta de una
pieza.
Pero allí fué acometida con mas encono, por la brava resistencia
que habia hecho, y recibió dos golpes que la postraron en tierra.
Como aterrados ante la accion cobarde que acababan de cometer,
los asesinos se pusieron en retirada.
Ya no tenían qué hacer en la casa, puesto que todo lo habian de-
speda'l:ado ó robado, mientras buscaban á los jóvenes, que habian
salvado la vida gracias á la entereza y valor de su sefJOra madre.
- ¡Vayan no mas! les gritó ésta aunque dcbilmente, pero lo que
es á mis hijos, no los tocan ustedes-se han de quedar con las ganas.
Mazorqueros ¡bandidos!
Los asesinos oyeron esta palabra, pero no se atrevieron á volver.
El valor asombroso de aquella señora lus habia dominado.
Solo de esta 'Manera se esplica que no la hubiesen degollado como
lo hicieron con algunas otras.
Dicen que Rosas nunca dió órdenes .de degüell0.c0n.tra las señoras.
Sin embargo, la mazorca no procedla nunca Sin orden, y de~de
que sus miembros degollaban ¡\ tal ó cual personB, era porque hablan
recibido la órden.
175
Desde el fusilamiento del feroz Moreira, que hemos ya narrado con
sus sangrientos detalles, ningun mazorquero ni sereno se atrevió á
degollar por su cuent~. .
Temian correr la mIsma suerte del gran asesmo.
Así es que se puede asegurar que todos los degüellos practicados
el año 40 y 42 fueron ordenados por Rosas.
No se es plica de otra manera que los asesinos degollaran en la
misma plaza Victor;a á las I2 del dia, como al Dr. Zorrilla, y clavaran
su cabeza en las rejas de la Piramide, á la vista de los empleados
de la Policia.
Ni se esplicaria tampoco que se hubieran atrevid'J á apuñalear al
Presidente de la Cámara en su propio despacho. .
Es que la mazorca no era mas que el brazo con que Rosas heria
á sus enemigos y á los que no lo eran.
La familia de Ureta, que vivía donde hoyes el Hotel de Roma, la
de Villanueva y la de don Evaristo Villarino, fueron tambien asalta·
dos y azotadas. '
En el Mercado del Plata, hueco conocido entonces {'or Plaza Nueva,
para complemento de horror en CJ.ue habian convertido- aquel barrio,
fué declarado federalmente depóslto de muertos.
Allí se llevaban los cadáveres de los degollados dura11te la noche,
para que el carretillero de la Policia los levantara al dia siguiente.
Allí fué conducido el cadáver del señor Nóbrega, padre de Cármen
y de la noble Julia Nóbrega, donde permaneció una noche esperando
la carretilla. .
Nóbrega habia sido asesinado en Barracas, de la manera que nos
ocuparemos mas adelante, y transportado envuelto en un cuero hasta
aquel paraje, para que su cuerpo sirviera de escarnio público.
Entretenidos en estos nuevos crímenes y azotainas, la mazorca
dejó en paz á la desgraciada familia de Manes Ruiz, hasta que satis-
fecho su objeto, aquel miserable hi~o cesa~ los degüellos, coI?- aquel
famoso decreto, que era, una confeslOn táCIta de ser él el autor de
aquellos crímenes.
Hé aqui la parte más esencial de aquel documento dirigido al Jefe
de Policia. •
Como complemento de la prueba del hecho en cuestion, tenemos
el decreto de Rosas, fecha 31 de Octubre de 1840, publicado en la
Gaceta de 4 de Noviembre de dicho aiio.
Este documento clásico que lleva la sola firma de Rosas, datado
en el partido de Moron y cuando en Buenos Aires habia un gober-
nador delegado, es el reconocimiento espontáneo que el tirano, hacia
de sus crimenes.
Es el último grado de cinismo á que puede llegar un malvado,
cuando se e.mbriaga con el heroismo del crimen, porque sin duda
Rosa~ se c~la entónces un h~roe, cuando al primer sonido de su voz,
al pnmer SIgnO de su vuluntad, desaparecieron como por encanto
lo~ degolladores, restableciéndose el órden momentáneamente, y dando
treguas al payor de que estaba poseida la poblaci"n entera.
Es necesano consignar los considerandos de este importantísimo
documento, porque ellos encierran la condenacion de su autor, revelan
su maldad, p~eb:'ln su ignorancia, y lo presentan al mundo civiliza40
COIJl,O el asesmo unpudente de sus compatriotas.
Dlcen asi:
cConsiderando que cuando la provincia fué invadida por las hqrdas
17G
d~ Jos salvajes u!litario!l, profanad~ con sU presencia, con sus atro-
Cidades y sus crlmenes, la exaltaclOn del sentimiento popular no po-
dia dejar de sentirse bajo lo terribles aspectos de una venganza na-
tural.
«Que ent6n~e~ no habria sido posible a~ogar.las en un pueblL tre-
mendamente Indlgn~d~ por tamanas perfid.las, Sin poner su heroismo,
su le~1tad y su patriotismo á una prueba Incompatible con su propia
segundad.
«Que el ardor santo con que los federales se han lanzado contra
s.ts enemigos al ver conculcados sus mas caros derechos nor la traicion
ingratitud y ferocidad de los salvajes unitarios, indignos del nombr~
a.rgen!ino y de la patria. en que nacieron, sera para s~empre un tes-
tlmoDlO noble del amor Intenso de los federales á la Independencia
y servirá para enseñar á los que obsecados se arrastrasen sobre l~
huellas del crimen.
«Que en esta tierra de órden, de libertad y de honor, no hay para
los ciudadanos garantia más sólida que el respeto al dogma sacro-
santo de la opinion pública, que ha proclamado la federacion de la
Republica, la completa sumision á las leyes y la obediencia a las
autoridades constituidas.
"Pero que si es laudable una espresion tan ardorosa y vehemente
de patriotismo, justo es tambien que un pueblo valiente, siempre dis-
puesto a todo lo que es grande y generoso, cuando acaba de afian-
zar sus derechos por una convencion honorífica con la Nacion Fran-
cesa, cesando con ella las diferencias que sirvieron de apoyo a los
salvajes traidores unitarios, vuelva a gozar del sosiego y seguridad
en que el Gobierno lo habia conservado á costa de fatigas inmen-
sas, para que la autoridad pueda contraerse esclusivame1lte á ester-
millar para si"mpre el bando salvaje de inmorales aventureros que
infestan la República, y afianzarle su poder y ventura.
«Por tales consideraciones, el Gobierno ha acordado y decreta:
«Art. l0 Cualquiera individuo, sea de la condicion 6 calidad que
fuese, que atacase la persona 6 propiedad de argentino ó estrangero,
sin es presa 6rden escrita de autoridad competente, será tenido por
perturbador del sosiego público y castigado como tal.
«Art. 20 La simple comprobacion del crimen, bastará para que el
dilincuente sufra la pena discrecional que la suprema autoridad le
imponga.
«Art. 30 El robo y las heridas, aunque sean leves, serán castigados
con la pena de muerte.
cArt. 40 Las autoridades, etc., etc.
Firmado
ROSAS ••

«Rosas segun sus palabras, consideraba como espresion laudable


:y ardorosa de vehemente patriotismo, los crímenes que se cometian
entlÍnces por lo que él llamaba la efervescencia popular.
«Pero que CUAndo este pueblo valiente, añade, acababa de afianza.r
sus derechos por utla convencion honorífica con la Nacion Francesa,
debia gozar del sosiego y seguridad en que el Gobierno lo habia
conservado.
«Es decir que Rosas confiesa que antes de esa convencion y del
afianzamiento de esos derechos, era lícito lo que se ejecutaba por la
efervescencia popular.
177
.El degüello, los asaltos, los insultos, el robo, el vejámen ~ las se-
ñoras y cuantas felonias se cometian á pretesto de ese furor santo
en qde los salvajes unitarios habia~ yuesto á los patriotas federale~,
eran actos lícitos, eran derechos leJltlmamente empleados, eran obh-
gaciones sagradas del patriotismo.
cPero este paréntesis que Rosas hacia á esos horrendos crímenes
con motivo de la convencion con el Emperador de los Franceses, era,
segun 10' dice el decret~, para que ~a autoridad pudiese .contr.aerse
esclusivamente á esten1UlltlY parn siempre el bando salvaje de lluno-
rales aventureros que infestaban la República.
e Vemos pues, que era solo rula trégua al degüello, era un corto
intérvalo que daba el tirano á los instrumentos feroces de sus cruel-
dades parfl que estas volvie~en á repetirse c.on. mayor exageracion
si era posible, rodeando al cnmen de esos ataVlos mfernales que hacen
temblar de pavor, y cuyos caractéres quedan impresos indeleblemente
en la memoria de los pueblos.
Sigamos nosotros el camino de estos horrores que costaron á la
poblacion de la República, la vida preciosa de sus hijos más dignos
y más patriotas.

DON TOMÁS REBOLLO

El señor don Tomás Rebollo" antiguo vecino y propietario de


la parroquia de Balvanera, era un hombre cuya fortuna cuantiosa le
habia labrado una posicion independiente y el>pectable.
Hombre noble y bravo, de una honradez política· á toda prueba,
habia sido partidario del sistema Do¡ reguista, es decir, el sistema fe-
deral tal cual lo entendia y lo hubiera practicado el desgraciado Ma-
llUel Dorrego.
Desde que Rosas asumió el mando, y al amparo de las facuItades
e'straordinarias empezó á cometer toda clase de horrores, el señor
Rebollo se concretó á los homos de ladrillos que poseia, despues de
maldecir el sistema federal, y hacer una oposicion enérgica á. las fa-
cultades estraordinarias. _
Hombre bravo y leal, no se ocultó para hacer la manifestacion de
sus ideas sanas, y no faltó la espía que llevara el cuento á oidos del
Restaurador de las leyes y bolsillos unitarios, quien lo declaró Lomo
tle!{~O, que como se sabe, era un punto menos que salvaje tmitario.
Sm embargo H.ebollo se preocupó muy poco de esta clasificacion
cuando la conoció, y si~ó _entregad~ .8. los homos que trabajaban
constantemente y al carmo de su famlha, que le cotnper"saba larga-
gamente las fatigas del día.
Pero Rebollo no contaba con el peor enemigo que poseía: su for-
tuna .
. Clasificado de lomo negro, se apurarian á embargarle sus numerosos
ble~les, como enemigo de Dios y de los hombres.
\ par!l trabar mejor el embar.go, no era estr-año que la mazorca
tomara ~gerencia en su manera y modo de respirar, modificándolo á
su antoJo.
La órden de asesinarlo vino despues, pero de un'l manera que no
pudo dectuarse.
El puiial del ttrano. 12
178
La persona rtue ~ecibió el enca~g? (le limpiarse ;'¡ t~ebollo, era un
federal que le debla muchos servIcIos de importancia.
Duro era el trance -para el _asesino, ql\e tendria que eJejir entre
Ro~as y l~eJ?ol1o, pero su astu.cla lo sacó del apmo.
Como el sIstema de declaraclOn estaba perfectamente montado este
hombre temia avisarle ó hacerle a,-isar á Rebollo que se preca~·iese.
Pero tampoco quiso ejecutar la ónlen recibida.
Una feliz idea vino á salvarle de trance tan apurado.
Entre los conocidos que tenia en aquel barrio, habia uno que pa-
saba por federal y que á más de ser amigo del sei'lor Rebollo le debia
SL.lvicios de importancia. . .
Es claro (Jue si este individuo conocia el hecho, daria aviso inme-
diato á Rebollo y ~ste podria salvarse.
Pero ¿cómo hacer la prevencion quedando completamente á cubierto?
Aquí era donde estaba la verdadera dificultad que supo vencer ad-
mirablemente el astuto agente de la autoridad.
Ll~J?ó al amigo agradecido del sei'lor Rebollo, y le dió la siguente
comlSlOn.
-Desde este momento me espías tú á don Tomás Rebollo, de ma-
nera que no dé éste un paso sin que yo 10 conozca.
-Pierde cuidado que quederás contento.
-Pero mira, mucho cuidado, y que él no se sospeche la cosa, porque
estoy encargado de darle un buen tajo en el pescuezo.
-No tengas cuidado, repito, que quedarás complacido.
y se separaron con la condicion de que, ántes de pegar el tajo,
el federal verdadero lo prevendria al falso.
Este se fué á su casa, situada al lado de donde vivia Rebollo, calle
Rivadavia, Il6I, hoy; despues de meditar un momento sobre el ter-
rible encargo que se le diera, se decidió á prevenir a su protector y
amigo.
Para mejor reserva se fué al fondo de la casa y llamó á Rebollo
por sobré la {lared.
Allí le refinó rápidamente- lo que habia sucedido, sin sospecharse
ninguno de ellos que el aviso era intencional.
Rebollo comprendió que el peligro era sério y quiso evitar sobre
todo, un disgusto terrible á su señora y sus bijos.
Al efecto, y no siéndole posible salIr inmediatamente de Buenos
Aires, como era su deseo, alquiló en el acto la casa de la calle Cha-
cabuco, núm. 13 hoy.
Allí pensaba trasladar á su familia y despistar á la mazorca mién-
tras preparaba su fuga. .
Estando ya para trasladarla y habiendo mandado algunos muebles,
se presentó en su casa de la calle Rivadavia, en{únces Federacion, un
oficial de Policia, exhibiendo una órden firmada por Juan Mauuel de
Rosas que debia cump:irse sobre tablas.
Esta órden, que fué mostrada á la señora por no estar Rebollo en
aquel momento, era concisa y terrible.
Por ella se intimaba á la policia que en (se momento fuesen em-
bargados los hornos de ladrillo! casas de negocios y todo lo que fuese
de propiedad del salvaje unitano José Rebollo.
«Debe incluirse en el embargo, terminada la órden, la casa que ha-
bita el referido salvaje unitario, que será desalojada inmediatamente.»
Triste y dolorosa· situacion la de aquella pobre señora!
Sus siete hijos, tiernos todos, se habian agrupado llorosos á su al-
179
rededor, aten;a~og por el tono áspero y ademanes amenazadores del
oficial de pohCla. .
La sei'tora le pidió que espe~ase por lo meno~ á qu~ vnlvl.era su
esposo, pero el oficial respondIÓ que el desalojo debla verificarse
inmediatamente, como lo espresaba la órden.
Todo fué en vano.
Los llantos y súplicas fuet'.on de~oidas al estremo de que ~~ señora
comprendió que era necesario salIr de su casa con sus hIJOS, para
no ser arrojai:la de una manera violenta.
_ Muy bien, dijo devorando su desesperacion y sus lágrimas, voy
á taparme r. tomar alguna rOfla para los niños, y salgo en seguida.
NI una hIlacha toca usted de lo que hay en esta casa, gritó ame-
nazadoramente el oficial.
Todo 10 que hay aqul pertenece á la federacion y yo soy respon-
sable hasta del último pai'luelo.
- Quiere decir, preguntó la pobre señora, sofocada por el llanto
que no podia ya contener:
Quiere decir que los pobres niños deben salir así, sin siquiera po-
der llevar un abrigo?
- Y pronto, pues de 10 contrario tendré que arrojarlos á empe-
llones.
La señora, antes que se cumpliera esta monstruosidad, hizo cami-
nar delante el grupo formado para sus aterrados hijos y salió á la
calle á esperar á su esposo el selior Rebollo.
Acto continuo se sintió en el interior de la casa grandes gritos y •
voces de auxilio.
Poco despues aparecieron en la puerta de la calle los sirvientes,
á ~uienes el oficial hacia salir á garrotazos, como hubieran hecho
salIr á la señora y á los nilios si se hnbieran resistido.
A estos no se les permitió tampoco que sacaran la menor pieza
de ropa.
El ofi~al de policia tomó un apunte de cuanto habia en la casa y
cerró todas las habitaciones, cuyas puertas lacró para mayor pre-
cauciono
La órden del tirano fué así cumplida al pié de la letra miéntras
la familia de Rebollo, en media calle, lloraba la miseria espantosa á
que quedaba reducida.
Muchas relaciones tenia en la vecindad, pues rara era la familia
con quien no tenia trato íntimo.
. ¿Pero quién se atrevía á abrir su casa y amparar á los que el go-
bIerno arrojaba á la calle por sal "ajes unitarios?
Así todas las puertas se cerraron, por temor de que la familia en-
trara en busca de amparo.
Todo lo esperaba de Dios y de su marido.
Triste y desconsolador fué el cuadro con que se halló éste. al
volver á su casa.
Hombre valiente y noble, su primer impulso fué forzar la puerta
y volver su familia al hogar.
P~ro ~ronto comprendió que con la violencia solo lograria agravar
l~ sltuaclOn de aquellos mismos á quienes queria ~alvar de todo pe-
lIgro.
y c:onvencido de su desesperante impotencia para luchar con la
autondad, se resignó por el momento á su desventura pensando en
la fuga ya á medio prepararse. '
180
Felizmente, como ya lo hemos dicho, Rebollo habia tomado la casa
calle Chaca buco, donde habia colocado algunos muebles.
AllI llevó á su familia y asl la salvó de andar vagando las calles
dia y noche.
Porque ¿ quién habria alojado ni alquilado casa á una familia per-
seguida por unitaria?
Su inmensa fortuna habia desaparecido de pronto, pasando á. en-
grosar las cajas de la federacion.
~iJ?- embar~.o ~ebollo era un hombre de grandes recursos,pues su
cridlto era ilimitado. '. .
A 'pesar del embargo, y aún ocultamente no faltaria quien le pro-
porcIOnase recursos y dmero.
Asi empezó á apurar su viaje a Montevideo que era la salvacion
de todos.
Pero poco tiempo le duró aquella esperanza halagadóra.
Cuatro ó seis dlas hacia que habitaba la casa calle de Chacabuco
cuanqo la mazorca se ponia de nuevo sobre su pista.
Una noche el sei'lor Rebollo se retiraba sumamente complacido;
pues habia hecho algunos arreglos que le aseguraban la fuga en Wl
par de dias más.
Parecia que des pues del embargo lo habían dejado tranquilo no
habiendo nmgun indicio de lo contrario.
- Se habran contentado con desplumarme, pensaba, y nos dejarán
en paz, lo que mejor nos garante la huida.
Llegab:l ya á la puerta de su casa, cuando fué acometido por seis
ú ocho emponchados, á cuya cabeza venia un oficial.
Estos habian estado esperándolo ocultos en los huecos de la
puerta.
Así es que en cuanto lo vieron llegar, se lanzaron sobre él rápi-
damente.
Por brusco que fuera el ataque, Rebollo no se arredró.
Era un hombre bravo, en toda la estension de la palabra,' resuelto
desde el primer momento á afrontar cualquier situacion. por terrible
que fuera.
y no teniendo sobre si arma alguna, empezó á defenderse á pu-
ñetazos, tratando siempre de ganar la puerta de su casa para poder
llamar.
Pero los asaltantes le cerraban el paso y lo sofocaban á golpes.
Rebollo comprendió al momento que la órden no era de matarlo,
porque ya lo habrian hecho, y porque los mazorqueros ni siquiera
hablan sacado sus armas.
y arreció más con sus puñetazos en la esperanza de poderse abrir
paso.
Pero era muy desigual la lucha.
Postrado de forcejear y golpear á los energúmenos, sus fuerzas se
debilitaron bien pronto, siendo estirado en el suelo y amarrados per-
fectamente sus brazos á la espalda.
Entónces fué que empezó el federal procedimiento. .
El oficial que miéntras tuvo libr~s los puños, no se habla puesto á
tiro de ellos, una vez que lo tuvo bien amarrado delante d.e su espada,
principió á darle de planazos, que acompal1aba de los Insultos más
soeces é hirientes. .
- Cobarde! le gritó Rebollo .
. No puedes negar que eres un asesino de las mas ruines condi-
CIOnes.
lS1
Puede ser que algun dia podamos ajustar cuentas. .
El oficial entónces hirió á Rebollo en el pecho, de vanas estoca-
lbs, una de ellas de bastante gravedad, lo que confirmó más á la
víctima que no se trataba de matarlo.
Pues aquel cobarde en cuanto comprendió que las heridas podian
ofrecer algun riesgo, lo hizo cargar con los asesinos entre los p.on-
chos y así lo .con.dujo hasta ~a cár~el, asegurando que para reduculo
á prision habla sido necesano henrlo.
Despues de curar s,!s heridas, p';1es se conocía que por e~ momento
no habia otro propósito que mortIficarlo, Rebollo fué alOjado en la
inmunda crujia, junto con otras ilustres victima~ del malvado Rosas.
Su familia quedó así entregada á la- más hornble o~andad.
Su esposa, la señora doña R~fina Orma, comprendió q~~ era ne-
cesario hacer algo para no monr de hambre ella y sus hiJOS.
Aquella madre digna y valiente, tomó una resolucion heróica.
Por medio de sus relaciones, y ocultamente, consiguió que algunos
zapateros. le dieran trabajo, costura de zapatos, y aquell.as man.os ar-
tísticas, sm acobardarse por ello, adoptaron aquella ruda mdustna que
representaba la vida de sus hijos.
El primer dinero que pudo ahorrar sobre su propia hambre, lo em-
pleó en tabaco y empezó á fabricar cigarros de l¡pja, que vendia en
los almacenes y que le dejaban mayor utilidad.
La pobre dama trabajaba día y noche y ganaba lo suficiente para
cubrir las necesidades de sus hijos, y enviar á su esposo algunas pro-
visiones, valiéndose de manos piadosas y amigas.
La señora Estanislada Arana de Anchorena, le tendió su mano pro-
tectora, interponiendo muchas veces su buena influencia, para que
permitieran recibiese Rebollo los socorros que le enviaba su buena
esposa.
Eran antiguas y buenas amigas, y como la de Anchorena gozaba
de prestigio y era atendida, á ella ocurria en sus trances más duros.
La señora de Rebollo lo habria pasado bien y se hubiera conside-
rado feliz en medio de su trabajo y de su miseria.
Pero el peligro que corria su esposo y el martirio de su plision,
eran pensamientos que la hacian Vivir en medio de la zozobra mas
desesperante.
El tremendo juez de paz de Balvanera, don Eustaquio Gimenez,
fué el. encarl!:ado de perl¡eguir á Rebollo y su familia., encargo que
cumplIó al pié de la letra, pues de todos modos no tema mas remedio.
La casa de la calle Rivadavía, embargada con cuanto contenia fué
ocupada por el famoso capitan Farias y una compañia de sold~dos
que tenia á sus órdenes. .
Así el. aposento fué declarado por el capitan su alojamiento parti-
cular, mléntras las lujosas salas y demás piezas se convertian en
cuadras para la compañia.
y ~ .se. fig~trará el lector el estad? á que quedaria reducido aquel
mobillano neo en unas partes y lUJOSO en otras .
.Las demás' casas de Rebollo, edificadas en la manzana de Rivadavia,
Piedad, Azcuénaga y Larrea, fueron repartidas entre los capitanejos
d~ la mazorca, que las declararon su propiedad y de las que estu-
. Vler0I?- apoderados hasta despues de la caida del bandido Rosas.
E~ ~calculable el martirio que sufria Rebollo en su miserable prision.
Dlanamente tacaban de all1 dos 6 mas compat'leros para ser fusi-
lados.
182
y el eSI;leraba que el dj¡i menos pensado le llegara su turno.
Despreciando la muerte en sí mismo, Reboll? n? podia menos que
aterrarse cuando pensaba en el abandono y mlsena en que quedaria
sumida su pobre familia.
El no la veia desde que fue preso, pero los que le traian los so-
corros y alguna que otra carta de la señora, le impusieron de que
gracias á los cigarros de hoja, no carecian de nada. '
y al pensar la decision abnegada de su esposa, se distraía de sus
propios dolores.
3lete meses duró aguel terrible cautiverio, siete meses terribles en
los que Rebollo envejeció diez a¡',¡os. '
Al fin de este tiempo entró el alcaide un dia, á leerle una nota del
ilustre Restaurador.
Rebollo se aterró un momento y reconcentró todo su pensamiento
en su familia.
Aquella no podia ser otr~ cosa que una órdt:n de muerte, igual á
las que llegaban todos los dlas, mvuvando la sahda de los compañeros
que debian ser fusilados en el Retiro ó en cualquier otra parte.
Cuando el alcaide hubo leido toda la órden, Rebollo quedó largo
rato embargado por el más franco asombro.
Aquella era una ¡erfecta órden de libertad, firmada por Rosas y
en la cual se le prevenia que hasta nuevo aviso debia tener la ciudad
por cárcel.
Esto pasaba por el año 1841.
Creyendo que aquello podia ser una broma del alcaide ó una pe-
sadilla suya, ni siquiera se detuvo á pensar á que milagro fabuloso
se debia aquella órden.
Solo tuvo ¡>alabras para preguntar cuándo se iba á dar cumplimiento
á aquella órden.
-Inmediatamente, dijo el alcaide-vamos saliendo.
y Rebollo, sin tomar su sombrero y sin arreglar siquiera el desórden
de su barba y cabello, apenas se VIÓ en la puerta de la calle, tomó
la direccion de su casa á todo lo que le daban las piernas, no pa-
rando hasta que no estuvo al lado de su amante esposa.
El placer que esperimentó aquella desgraciada familia en el primer
momento, fué verdaderamente supremo.
Por mas de dos horas no cesaron de prodigarse sus cariños y sus
palabras mas amables.
y Rebollo no encontraba frllse suficientemente espresiva para pon-
derar la sublime abnegacion de su noble esposa. .
Pasado el primer momento d~ aquella dulce ·embriaguez, fué nece-
sario hablar del porvenir.
y Rebollo afrontó valientemente la situacion.
-No me queda otro camino que huir de Buenos Aires, para sal-
varme y salvarlos á ustedes.
Hoy me dan la ciudad por cárcel para tenerme seguro y degollarme
mañana si se les ocurre.
Ahora es el momento oportuno de obrar por que como recien me
sueltan no han de creer que piense en huir por temor de ser preso
de nuevo y fusilado.
Así, voy á prep~rarlo todo pa~a mañana mism? si es posi~le.
Tú podras segumne muy fácilmente por medio de la senora de
Anchorena.
Yo no me atrevo á llevarlos conmigo, ponluc: entorpecerían mi
"ccion y los espolldri~ ~ \lila desgracia.
183
La señora combatió al principio el plan de Reboll?, peró cedió al
fin, ante la idea de que la noche menos pensada pudl~ran degollad?
Rebollo envió á buscar un hombre de su entera confianza, que tema
barcos, y con él conce,rtó su fuga, de. manera q~e al .otro dia á las 12,
lo esperaria con una lancha en el baJo de las Catalmas.
No podía darse nada mas audaz que este proyecto.
La costa estaba vijiladísima, á causa de los unitarios que emigraban
Pero Rebollo habia observado que la gran vijiJancia se ejercia du-
rante la noche.
Con el precedente que nadie hasta entónces s.abia atrevido á
escapar .de dia, los e.ncarg~dos de vigilar la costa no se ocupaban de
ello, diciendo: el mejor vi]llante.. es la luz ~el Sol.
Además de esto; la barca eleJIda no podla ser mas aparente.
Sabido es que en Buenos Aires, en aquella época, no se habia per-
dido la costumbre de la siesta
Todos la dormian, mucho más aquellos bandidos de la mazorca que
pasaban la noche de degollatina y tranca.
Todo esto lo pensó y calculó Rebollo antes de decidirse, en la se-
guridad de que podia embarcarse sin ser sentido.
Al dia siguiente á las 11 de la maiiana, salia de su casa vetitido
con el traje usual á los que trabajan en pequeñas embarcaciones.
Entre su ancha faja colorada, llevaba un puñal corto y fuerte, y
una pistola en el bolsillo del rautalon.
-Si me sorprenden cerca del rio, por una casuaJidad, pensaba, no
hay porqué desesperarse. .
Todo asesino es cobarde y no seria estraño que me les escapara.
Ya se habia despedido de su familia, á la que dijo esperaba muy
pronto en Montevideo.
-No tengas cuidada por mí, que Dios vela por los buenos, habia
dicho á su. esposa.
He tomado precauciones que no me pueden fallar.
Yo me embarco fatalmente, y suceda lo que suceda, á las 12 en
punto, porque el lanchon solo me espera hasta la doce y cuarto.
Así es que si á las dos de la tarde no recibes ninguna noticia
alarmante, puedes tener la seguridad de que yo estoy en salvo.
Rebollo caminó por la calle Rivadavia hasta Reconquista, tomando
ésta hasta Córdoba.
Las pocas personas de facha federal que halló en el camino pa-
saron por su lado sin siquiera mirarlo.
Tema el aspecto de un infeliz.
En la esquina de Córdoba dobló y tomó decididamente el camino
del bajo, divisando ya el lanchon que se mecia tranquilamente sobre
las aguas á media cuadra de la orilla.
Eran aquellos parajes, en esa época, completamente solos y aban-
donados.
Alguno que otro marinero ó compadrito, eran las únicas personas
que lo frequentaban en las horas del dia. .
Por la noche era diferente; las patrullas que vijilaban la costa pa-
saban, y se cruzaban con mucha frecuencia, ó se detenian en las
pulperias del bajo á beber una copa ó armar un gran bochinche.
-Me parece que estoy salvo, pensó Rebollo, haciendo una cariea
á la culata de la pistola.
Ahora no temo una !;orpresa y aunque se me hiciera me parece
que no me impedirían el viaje. '
184
y sin alterar el paso en lo mas mínimo, y observando los alrede-
dores con todo dif'imul<t llegó á las toscas.
AlJI estaba el lanchon en cuyá popa parecia echar la más dulce
siesta el marinero que lo mandaba.
Rebollo entr6 resueltamente al agua, sin tomarse siqui.era el trabajo
de quitarse el calzado.
Parecía uno de aquellos Napolitanos, mas haraganes que un ca-
chorro de T erranolUl.
Cuando su mano trémula tocó la borda dellanchon, aquel hombre
tan bravo y aud. se conmovió profundamente. . -
Itchó una dolorosa mirada á la. ciudad donde dejab!1 lo que mas
amaba en el mundo, levantó á DIOS en señal de gracIas sUCorazon
leal y noble y subió á bordo del barco salvador que se pus.o en pe-
rezo~ . movimiento.
y así llegó hasta el bergantin que debia llevarlo hasta Montevideo,
sin que nadie se hubiese apercibido de su fuga.
Su gran audacia lo habia salvado.
Aquel dia, tan feliz para él, fué de una ansiendad terrible para la
pobre señora.
Esta no podia desechar el terror que la dominaba.
A cada momento le parecia que le traian la noticia de que Re-
bollo habia sido sorprendido y fusilado.
Pero el tiempo pasaba sin recibir noticia alguna.
Cuando cayó la noche, la señora se tranquilizó algo, pero no pudo
conciliar el sueño.
A la maiiana siguiente se fué á ver á la señora de Anchorena, con
la que' le ligaba, segun hemos dicho ya, una buena y antigua amistad.
Por ella sabria con toda seguridad si Rebollo habia "ido preso.
La señora de Anchorena mandó preguntar á quien debia saberlo
y la contestacion fué la siguiente:
«Esté tranquila, mi amiga, porque Rebollo salió en libertad an-
teayer.
Aunque tiene la ciudad por cárcel si no dá que sospechar, pronto
le levantarán esa cláusula.»
En vista da tal contestacion, la señora de Rebollo pidió á su amiga
le consiguiera los .I?asaportes, lo que le fué muy fácil, pues solo se
trataba de la famiba y no del salvaje Tomás Rebollo.
La señora, al dia siguiente se embarcaba tranquilamente en busca
de su marido, á quien la autoridad suponia en su casa.
De este modo Tomás Rebollo y los suyos pudieron escapar al
puñal de la mazorca, aunque dejándola dueiia de todos sus bienes.
Cuando el General Oribe sitió á Montevideo, don Tomás Rebollo
tomó en el acto las armas en la plaza sitiada.
Oribe no era mas que un miserable teniente de Rosas y combatir
contra él, era combatir contra la tiranía de la patria.
El gobierno de ~~mtevide.o, conociendo su ho.~radez política y la
bravura de su espmtu, le dtó de alta en su anLlguo grado de Te-
niente Coronel nombrándolo Fiscal Militar.
Pero no era aquel su puesto.
Rebollo era un hombre de accion, más aparente para un puesto
de peligro y de responsabilidad. .
Encontrándose sin jefe la Fortaleza del Cerro, el gobierno le dió
aquel mando, en la seguridad de que aquella plaza seria ht:r,'icamente
defendida en caso de ataque.
185
El Comandante Rebol (\cuPÓ su nuevo y espectable puesto, donde
bien pronto pudo c,;ml1mlar la opinio~l que de él se tenia.
Rosas que no crela en la lealtad m honradez de hombre alguno,
á causa de los hombres serviles qUe! lo rodeaban, en cuanto supo
que Rebollo era el jefe del Cerro, le envió un emisario, haciéndole
las mús halagadoras protestas. .. . .
Sabia que Rebollo estaba en una mIsena absoluta, y crela que esto
contribuiria al logro de sus esperanzas.
El emisario de Rosas propuso á Rebollo que entregara la Fortaleza
del Cerro á cambio de desembargar sus bienes y entregándole pré-
viamente una fuerte suma de dinero en oro.
Si nó tenia confianza para regresar á Buenos Aires Rosas ofrecia
además hacerlo conducir á cualquier puerto de Europa que .él indi-
cara, y aumentar todavia la suma de dinero si la ofreCida no le pa-
recia suficiente.
Reballo tuvo la enorme pacienda de escuchar hasta el fin aquel
mensaje insolente.
Cuando su portador terminó, con una sangre fria á toda prueba
le contestó en los siguientes términos:
-Diga usted al restaurador de las leyes, de mi parte, Que estoy
dispuesto á entregar la Fortaleza del Cerro, á uJ:!.a sola condiciono
Iba el mensajero á darle. un abrazo, cuando deteniéndolo suave-
mente, agregó:
-La condicion mia es que se ha de poner al alcance de mis ca-
ñones.
Juro que en seguida entrego la plaza.
Mohino y casi acontecido, el federal mensajero se alejó sin atraverse
ni aún siquiera á saludar á aquel hombre" digno.
- y siento ahora 110 ser un malvado, agregó Rebollo, acompañán-
dolo unos pasos, porque tendría el gusto de colgar á usted de una
buena viga para escarmiento de bribones.
y el Comandante Rebollo dió cuenta del incidente, á su gobierno
en una estensa nota, que se conserva en el archivo de aquella época
tan glorio!Ml para Montevideo. .
Rebollo y su familia permanecieron en Montevideo, sufriendo la
más terrible miseria hasta despues de la batalla de Caseros que dió
en tierra con la mas vergonzosa de todas las tiranias.

LA MUER TE EN EL ALMA.

Una de las víctimas de la tiranía de Rosas que más respeto marece,


es la noble y digna anciana doña Josefa C. de Orona, que aún so-
brevive á sus desventuras como un lamento eterno.
Esta anciana respetable hoy, y cargada de tristes y fúnebres re-
cuerdos, era en aquellos tiempos una hermosa dama, á cuyo alrede-
dor sonreían todas las felicidades que puede brindar la vida.
Era rica, tenia un esposo amante y digno, y cuatro hijos virtuosos
que la querian con idolatría.
y toda aguella felicidad suprema, todo aquel porvenir venturoso,
fué conve~bdo en un porvemr de sangre, luto y miseria, por aquel
malvado brano, verdugo y sepulturero de una sociedad que ningun
mal le habia hecho.
186
Los ojos de esta anciana están hoy .Jmto.idos por los años y
las lágrimas vertidas. .'
Su voz suena como un 'gemido, y la espresion de su fisonomia es
un sollozo desgarrador. .
Veamos esta historia de lágritnas y de tiangre.
I?oña Jo~efa e~a espos~ ~ Coronel do~ P~dro Orona, brillante y
lucIdo oficIal, pnmero, y ~fe despues del ejérCIto de la Independencia.
. Sin haber reparado en aquella guerra titánica, Orona formó parte
del ejército del Br~iI, donde cada soldado fué un héroe.
El Coronel Orona vivia en Bueuos Aires <;on su familia y con
todas·aquellas cefu:odidades que puede ofrecer una fortw1a, que áun-
que no muy cuantIosa, era bastante para asegurar el porvenir de
Wla familia.
Cuand9 Rosas empezó á cometer los horrores que hemos narrado
la indignacion de aquel bravo guerrer9 no tuvo límites. '
Aunque cansado y algo enfermo de tanto batallar, en la primera
oportunidad favorable se fué con Lavalle, á quitn ofreció el contin-
jente de su corazon y de su espada.
Lavalle, conoced?r de los méritos d.e este jef~, no pudo menos que
demostrarle espresivamente, toda la importancia que daba á su va-
lioso' contingente.
El Coronel Orona empezó así con e! General Lavalle, aquella cam-
palia llena de sinsabores y de miseria.
El Coronel Orona, junto con otros oficiales de! ejército libertador,
fué hecho prisionero en Lujan y remitido al'campamento general de
Santos Lugares.
Habia ·formado entre las filas de Lavalle y ya se sabia que éste
era delito que se pagaba c~n la cabeza.
Desde Lujan hasta los dominios del funesto Antonio Reyes, el Ro-
sas de Santos Lugares, fué vejado con la mayor cobardia y sa¡'¡a .•
y el digno jefe que sabia que todo era inútil para modificar aquel
tratamiento inícuo, no desplegó sus lábios ni siquiera para quejarse.
Llegado á Santos Lugares, dond'e se le formó la infaltable carpeta,
fué puesto en capilla y se le notificó que á las veinticuatro ~oras seria
fusilarlo.
El Coronel Oro na, que sabia de antemano que este seria su fin, no
les hizo ni siquiera e! honor de sorprenderse.
Oyó indiferente 10 que se le notificaba y preguntó solamente si le
permitirian escribir cuatro líneas para su familia.
Un momento despues volvia el oficial de capilla, con ta contestacion
del pedido.
No se daba permiso ni aún para escribir una sola línea.
-Está bien, contestó con el mayor desden supremo.
y acordándose de sus hijos, una lágrima rodó por sus pómulo~os­
tados y varoniles.
Al dia siguiente á la diana, fué sacado de la capilla y conducido
al cuadro. formado por la guarnicion del campamento.
- Allí se mandó se arrodillara, pero él, con una insolencia supr.ema
guardó silencio y cruzó sus brazos sobre el altivo pech.o.
Pretendieron forzarlo á obedecer, pero todas las tentatlvas se estre-
llaron contra una energía soberbia é indomable.
Fué preciso fusilarlo de pié, sin que la impresi0!l de la muer~e
lograra borrar de sus ojos alluella punzante espreslOD de soberbia
hidalga.
187
El Coronel Orona murió como un verdadero leon, dejando por
muchos dias, en el campamento, una impresion estraila, que no pu-
dieron borrar la sucesion de crímenes de que aquel campamento era
teatro diariamente.
Su pobré viuda recibió aquel golpe en medio d~l c~ra~on.
Amaba entrañablemente á. su esposo, y no sabIa ni aun que hu-
biera cai~o prisionero, cuando se le dió la notic~ .de su fusilamiento.
Quiso ponerse luto, pero una órden de la PohCla ~e hiZO. en.tender
que el luto era una honra fúneb~e, y que los salv~Jes ~mtanos no
tenia n derecho á ser honrados ni aún por sus propIOs hiJos.
La señora devoró su dolor y sus lágrimas, esperando en que ven-
drian dias mejores para ella y para la patria.
Don Vicente Gonzalez, miembro influyente de la federacion, vino
á colmar la copa de aquel dcilor horrible.
Eustaquio Orona, el hijo mayor del Coronel, era un jóven lleno de
mérito, á quien sonreia un porvenir brillante.
Lanzado en la corriente de ideas de su señor padre, Eustaquio era
un unitario de los más entu!>iastas, y convencido de que aquel estado
de cosas no podia durar mucho tiempo.
-Rosas tiene que caer pronto, pensaba el jóven: ya el general
Lavalle está en campaña y no tardará en venir sobre Buenos Aires.
Demasiado inocente y crédulo en la amistad, no ocultó estas ideas,
que manifestaba á todo aquel en quien creia ver· un amigo.
Eustaquio, arrastrando á sus tres hermanos menores en la corriente
de sus ideas, se preparaba á presentarse al general Lavalle, en cuanto
estuviera próximo á Buenos Aires.
Cuando los cuatro jóvelles tuvieron cQ.llocimiento de la horrible
desgracia que habia caido sobre ellos, juraron vengarse de una ma-
nera terrible.
Aquel asesinato no podia quedar impune, y el castigo á sus autores
lo aceptaron ellos como una herencia sagrada.
Juan Manuel Rosas y Antonino Reyes, quedaron sentenciados desde
entónces á una muerte terrible, en la primera oportunidad que les
deparára la suerte.
Desde entónces solo vivieron para la realizacion de aquella ven-
ganza, que intentarian por tumo, á medida que fueran pereciendo en
su demanda.
El plan de los jóvenes Orona, llegó á oidos del citado Gonzalez,
que se propuso seguir todos sus pasos, á fin de echarles el guante en
primera oportunidad.
y la fatalidad empujó á Eustaquio hácia aquel hombre perverso,
cuyo primer deber de conciencia era defender á la federacion en
todos los terrenos.
De acuerdo con sus hermanos, Eustaquio habia resuelto aproximarse
á Santos Lugares, para ponerse en contacfo con Antonino Reyes.
y el medio de que se valió fué alguna relacion que tenia con
Gonzalez .
..- Yola re<:ornendaré allí, le decia éste, y á pesar de ser usted
hiJO de un umtario, lo han de ocupar, desde que es buen federal.
El jóven creyó en las promesas de aquel hombre y se entregó á
él por completo.
Entre ta~to, doña Josefa, que veia por todas partes el fantasma
de los aseSInOS de su marido, no dejaba de aconsejar á sus hijos la
may~)f moderacion y sobre todo, la mayor cautela en la emision de
sus Ideas.
188
La pobre señora creia que de un momento ¡\ otro te asesinarían
los hijos como habian asesinado A su esposo.
Seguro ya I?erfectamente de que Eustaquio Orona era un irrecon-
ciliable enemIgo de la federacion, Gonzalez decidió darle. el golpe
de gracia y 9uitarse un peligro de encima.
Porque el Jóven Orona habia he~edad? la decision y el valor de su
padre, al estremo de que su enemIstad lffiportaba un st:rio peligro.
Gonzalez lo llamó un dia, y le dijo que se presentaba una buena
oportunidad para recomendado á don Anton no.
- "'a hemos hablado algo, le dijo, de modo· que con cuatro letras
que yo le dé, puede usted obtener cuanto guste.
y Conzalez le entregó una carta para don Antonino Reyes, en el
campamento de Santos Lugares.
-Es una recomendacion en regla, le dijo, con ella no necesita Vd.
más para llenar su objeto.
Lleno de alegria, el j6ven Orona tom6 la carta que le daba Gon-
zalez, y se preparó para marchar á Santos Lugares.
-Voy á llevar la carta, dijo á sus hermanos, y de paso tantearé
el terreno.
Me parece que dentro de poco nuestro buen padre podrá descan-
sar tranquilo, porque será vengado.
El jóven llegó al campamento, con su carta en el bolsillo, que le
garantía un buen recibimiento.
Desde que pisó aquel maldecido campamento, fué presa de una
impresion terrible.
A cada momento le parecía marchar sobre la sangre de su padre,
y en cada uno de los soldados que hallaba al paso, le parecia ver
uno de sus asesinos.
Conteniendo el raudal de ira que iba aglomerándose en su corazon
sensible, buscó al jefe de aquel campamento execrado y le entregó
la carta. de que era portador.
Aquel hombre miró al jóven que estaba aparentemente tranquilo,
como si hubiera querido leer hasta el fondo de su espíritu.
-¿ y usted sabe lo que trae? preguntó sonriendo.
-Cómo no, señor, creo que es una carta de introduccíon en la
que algo se debe hablar de mi persona.
-Efectivamente, y más de lo que usted supone.
Antes de entrar en materia voy á hacerlo acompañar hasta uno
de los c!uarteles inmediatos, donde hablará con su jefe.
Creo que él ha de poder atenderlo en el sentido cariñoso que
indica Gonzaléz.
y llamando al oficial que tenia cerca, le pidió acompañara al jóven
Orona hasta el cuartel de la Escolta y entregAra aquella carta A
su jefe, el mulato Rosas, de quien hemos hablado ya con alguna
detencion.
El mulato recibió la carta que sé hizo leer con el mismo oficial
que se la entregara, porque él no sabia leer en carla .
. Aquella era una órden perfecta para fusilar al joven Orona, en
cuanto llegara al campamento.
El mulato se acercÓ entónces al jóven y con la insolente crueldad
que le era habitual, le preguntó quién habia llevado esa carta del
amigo Gonzalez.
- Yo mismo, contestó el jóven, á quien incomodaba profundamento
y sin saber porqué, la cínica espreslOn de aquel bellaco.
189
_¿Y Vd. sabe lo que dice esta carta?
-Sí, contestó secamente el jóven, disgustado de tener que hablar
con aquel hombre.
-Me. parece que ~o, observó ~ntónces ~l mulato, porque si Vd.
supiera lo que ha trrudo, no estana tan ganfo.
A ver Alferez, añadió llamando á uno de lps muchos tipos que
habia alli cerca:
Léamele esta carta al amigo á ver que cara pone.
El alférez tomó la carta y la leyó, 110 sin tener que deletrear un
poco.
Ni un rayo cal'do á Ios plés . d e1'6
J ven h u b'lera prod
UCI' o
dmas'
terrible estrago.
Sintió que la sangre abandonaba sus venas, agolpándose al corazon,
se estremeció de una manera poderosa, y mascó, mas bien que pro-
nunció estas palabras:
-Eso es una infamia de tal calibre, que no la creo.
Necesitaria leer la carta.
-Pues pásesela, Alférez, dijo el mulato, que nada importa qqe la vea.
El jóven arrebató la carta y devoró su contenido en menos de
dos segundos.
Lo que el mulato Rosas le habia dicho era una verdad tremenda.
Aquello no era mas que una órden para fusilarlo.
La sorpresa fué tan grande, que el jóven quedó mirando estúpi-
damente al mulato, que sonreia como un malvado.
-Pero ¿por qué causa se me quiere fusilar? preguntó al fin, que-
riendo dominar el terror qúe lo embargaba.
-Esas no son cuentas mias sinó del amigo Gonzalez, respondió
el mulato riendo siempre.
Cuando él lo manda hacer es porque tendrá sus razones.
-Pero esto es imposible, usted no irá -á dar cumplimiento á esa
órden, que á pesar de leerla, creo firmemente que ella debe ser una
broma del señor Gonzalez.
-Broma ó no, para mí es séria y la voy a cumplir.
-Pero esto es monstruoso! déjeme usted escribIr cuatro letras á
Gonzalez, y verá cómo esto no pasa de una broma, harto pesada, sin
duda.
-Ni media línea, amigazo.
Yo tengo que cumplir la órden ahora mismo, porque no me gusta
que me vayan á echar una ronca.
El espanto más profundo se habia apoderado del jóven.
Creia que aquello podia ser una broma bárbara, pero empezaba á
ver preparativos capaces de aterrar al espíritu mejor templado.
Pensó entónces en su buena madre y ms hermanos y sintió que
el llanto se le agolpaba a los ojos, sin poderlo remediar, no por lo
que en sí le importára la muerte, sino por recibirla tan léjos de ellos
y de una manera tan bárbara.
El mulato Rosas habia mandado buscar ochos tiradores y hacer
los preparativos del caso.
-Un momento, dijo entónces Orona, que iba recobrando el imperio
de sí mismo á medida que el trance tremendo se acercaba.
-Creo que no se me negará el derecho de despedirme de mi
madre y de mis hermanos.
V'Oy á escribir para ellos cuatro palabras.
-He dicho que ni una sola. .
190
Aquí se me manda fusilarlo limpiamente y yo nada tengo que ha-
cer con parentelas ni con escritos de nadie.
-Pero esto es un asesinato cobarde é inícuo, gritó el j6ven con
entereza.
Esta es una villania incalificable.
-Menos insolencias y al avío, porque si traigo yo la macana con-
cluye la fiesta aquí no más. '
Viendo el jóven que la cosa era fonnal y que se trataba de a¡;esi-
narlo con todo el aparato de las ejecuciones militares, hizo Un es-
fuerlo, serenó su espíritu y se preparó á morir como un bravo.
Los ocho soldados, con un oficial á la cabeza, lo esperaban á pocos
pasos de alli.
El jóven Orona, completamente tranquilo, avanzó altivo y sereno,
hasta donde se le indicó, -y se le mandó arrodillar para recibir la
muerte.
-Yo no me arrodillo sinó ante Dios, dijo, y Dios no puede estar
aquí porque aquí no hay más que asesinos.
y cruzó los brazos como su padre, sobre el pecho, despues de des-
cubrir su frente ancha y juvenil.
-Es preciso que se ponga de rodillas! gritó el mulato.
-Prueba aseSIDO á ver si 10 consigues.
El mulato Rosas se lanzó sobre el jóven y empezó á golpearlo de
una manera espantosa. .
Pero no hubo fonna de hacerlo arrodillar.
Tantos y tan récios fueron los golpes, que rendido y estenuado,
el jóven cayó al suelo, delante de los ocho asesinos.
Se le golpeó nueva y ferozmente, pero no pudieron doblar aquella
voluntad firmísima.
Ya Orona ni si quiera les hacia el honor de contestarles.
Esperaba ansioso la descarga que pusiera fin á tanta infamia.
-¡Acérquense y tírenle ahí no mas! gritó el mulato, retirándose del
lado del jóven.
y los soldados se acercaron haciendo fuego cada cual por su cuenta
y como mejor les dió la gana. .
Así se cometió aquel segundo asesinato que iba' á llevar el segundo
golpe de muerte al seno d~ aquella familia desolada ya.
Cuando recibieron la noticia de este nuevo crimen, el mayor es-
tupor se apoderó de todos.
¿Qué motivos habian tenido aquellos miserables para matar á Eus-
taquio? .
El mismo que tendrían para seguir matando á los que quedaban:
Ser hijo de un salvaje unital io. .
Este nuevo é inesperado golpe, sumió á la señora en una especie
de idiotismo, del que vino á sacarla otra infamia que era el encua-
dramiento de las anteriores.
Al segundo dia de haber recibido la tremenda noticia, se presen-
. taba en su casa un grupo de mazorqueros, cantando las más desho-
nestas y miserables canciones, de moda entre ellos.
El grupo entró á la casa sin que ninguno de sus habitantes se opu-
siera.
Estaban embargados por el dolor que en ellos habia causado la
muerte de Eustaquio, y poco les suponia que los !f1ataran á t"dos.
La mazorca, segun sus hábitos y costumbres, registró toda la casa,
robó cuanto halló á mano y despedazó lo que no pudo llevar.
• 191
-Bueno dijo troncos o, que era quien la mandaba:
Ustedes 'salgan á la calle sobre tablas, que voy á cerrar.
-¿A estas hora~? preguntó llor!lndo aquella inf?rtu~_ada seiiora .
.y cómo es pO~lble que salga a la calle con m1S nmas?
~Y á donde se figuran ustedes que .puedo ir á las doce de la noche?
-Al infierno!-esa no es cuenta mJa.
A la calle todo el mundo, antes que les rompa el alma.
Los tres jóvenes aconsejaron rápidamente á la señora, obedeciera
la órden. .
-Es preciso, madre mia, de lo contrario realizarán la amenaza y
esto será nuestra muerte.
Aterrada la pobre señora formó un grupo de sus tiernas hijas y
sa1i6 acompai'iada de los tres hijos que le quedaban.
No podia darse situacion más espantosa, y sin embargo la suerte
le reservaba aún los golpes más duros.
Aquella noche tuvo que pasarla vagando por las calles, huyendo
de los numerosos grupos de mazorqueros que las cruzaban en todas
direcciones.
Aquí empezó la viacrucis más terribles.
Al dia siguiente, recien pudo la señora ocultarse en casa de una
familia amiga, con sus hijos.
Los tres hijos que le quedaban, ávidos de venganza, y temiendo
correr la suerte de su (>adre y hermano, se separaron alli de ella para
emigrar á la Banda Onental y formar en las filas de LavalIe.
La pobre señora, comprendiendo que ménos peligro corrian en un
campo de batalla que permaneciendo en Buenos Aires, les dió su
bendicion rogándoles se embarcaran esa misma noche, si era posible,
y le hicieron saber si habian salvado.
Aquellos tres jóvenes salieron de allí decididos á arrostrar todo
peligro, menos el de quedar en Buenos Aires.
Consiguieron hablar con un seiior Peralta, que huia esa misma no-
che, y éste les ofreció un asiento en su ballenera.
-A las ocho, en el bajo de la Recoleta, les dijo.
-Por lo menos, respondieron ellos, en caso de una sorpresa, tendrá
usted á su lado tres hombres de corazon y decididos.
. A: las ocho menos cuarto los tres hermanos esperaban en el punto
mdlcado, donde segundos despues llegaba el señor Peralta.
Hizo éste la sei'ia convenida y en el acto se descalzaron todos en-
trando al agua.
Semejante á una sombra leve, bordejeaba sobre las aguas, á una
cuadra de la orilla, la embarcacion salvadora.
Habian andado la mitad del camino cuando sintieron un tropel.de
caballos, voces y tiros.
Los cuatro suspendieron la marcha, evitando hacer ruido y espe-
raron llenos de ansiedad.
Si los habian visto, estaban perd:dos .
. Pero el tropel pasó sin detenerse, y los tiros, como un éco se per-
dieron en la distancia.
O. era una patrulla que los venia persiguiendo y les habia perdido
la pista ó iba persiguiendo á otros fugitivos menos venturosos.
Los cuatro hombres avanzaron entónces tan aprisa como pudieron,
hasta llegar á la ballenera.
Esta se hizo á la vela sobre tablas.
I • Habria marchado apenas unas tres cuadras, cuando sintieron dis-
I tintamente otro tropel y otro tiroJ>.
19~

Por los fogonazos de las _pistolas, se convencieron que el grupo que


hacia fuego, estaba precisamente en el punto donde ellos se hablan
embarcado. -
Era indudable que aquella patrulla les habia andado siguiendo la
pista, que habia perdido gracias á un par de minutos de retardo.
La salvacion entónces v,-nia á ser milagrosa.
-Apure por Dios, patron! dijeron los cuatro á un tiempo, temiendo
que aún pudiera sucederles algo.
-N.,lt tengan miedo, respondió el noble genovés-semll in sarvo.
y en salvo estuvieron efectivamente. .
La pobre .señora. ~ecibió cinco dias des pues esta feliz noticia, que
en algo venia á mItIgar las penas -pasadas, penas que habían de re-
petirse poco despues. .
A los dos ó tres dias el gobierno mandaba remator todos los bienes
pertenecientes á la familia del salvaje unitario Orona, sin reservar
ni siquiera las camas.
Al dia siguiente al remate, llegó del campo. un hermano de la se-
ñora de Oro na.
Siendo los dos únicos hermanos que vivian, se amaban entrailable-
mente. .
Conociendo las desgracias de que era víctima su hermana, venia á
averiguar si eran ciertas, y á ofrecerle su amparo en el pueblo de su
residencia.
Ignorando que la casa se habia reinatado, á ella se dirigió, en la
segurida.d de encontrarlos á todos, pues apenas eran las nueve de
la noche.
Siendo la ciudad un teatro de crímenes, no estrañó hallar la puerta
cerrada.
Se acercó y llamo suavemente.
La casa estaba habitada por el mismo grupo que la asaltó, que aún
no habia salido á sus degollinas.
La puerta se abrió cautelosamente v apareció un hombre, que pre-
guntó ¿quién es?
El hermano de la señora se nombró y se dispuso á entrar.
La puerta le fué franquedada enteramente-'
No habia dado cuatro pasos. en la zaguan, cuando 'ocho ó diez pu-
ñales se clavaban en su pecho, al mismo tiempo que el filo de otro
se deslizaba por su pescuezo.
La víctima cayó sin pronnnciar una sola palabra.
Despojado de cuanto lle\'aba encima fué arrojado sacadáver á la
calle, para que á la madrugada siguiente lo recojieran los carros de
la basura.
La señora recibió este nuevo golpe y cayó en una especie de lo-
cura de la que la arrancaron los cuidados de sus cariflosas hijas.
La suerte que. corrieron los tres hijos que huyeron con Peralta no
. se conoce todavla.
Se supone moririan en alguno de los tantos combates que libró el
ejército libertador, ó entre los cientos prisioneros que degollaron las
hordas de Oribe.
Nos hemos acercado á la noble anciana para averiguar si esto era
cierto, y hé aquí la respuesta que nos dió entre lágrimas y sollozos:
- Nada sé aún de aqu~llos tres pedazos de mi alma que los he
llorado como si hubieran muerto y descenderé muy pronto á la tumua
con esta amarga pena, que no han podido borrarla de mi espíritu,
ni los años ni los carillos de mis bijas.
193

PALERl\fO !.
Si terrible tué el campamento de Santosl,ugares, por los crímenes
horribles que allí se cometieron, no 10 (ué menos PalCll1lO. .
Palermo entónces era una gran poblaClOll, perfectamc;nte orgamzada
y mejor cuidada.
Los grandes parques, magnificamente plantados, ofrecian puntos
de vista y de recreo sumamente deliciosos.
La quinta del tirano, verdadera residencia de príncipes, estaba mono
tada con todo el confortable de la época, y en relacion á las sumas
fabulosas que en su conservacion gastaba el tirano.
Todo era rico, inmensamente rico, como podia tenerlo un hombre
que disponia de los tesoros del Banco de la Provincia, sin el menor
control.
Allí vivia el tirano con su hija Manuelita, y desde allí espedia
todas sus tremendas órdenes.
En su quinta tenia el despacho, de que era jefe don Pedro Rega-
lado Rodriguez, hombre bueno y honorable, á quien ayudaba en sus
tareas una lluvia de escribientes de todo pelaje.
En su escritorio guardaba Rosas el dinero que hacia traer del
Banco, dinero que derrochaba á manas llenas.
Cuando el dinero se concluia, enviaba una nueva órden al Banco
y bien pronto era reemplazado. .
Rosas nunca cerraba los cajones donde guardaba el dinero.
Algunos de los escribientes, viendo que R~sas no contaba jam:ls
el dinero ni llevaba cuenta de lo que sacaba ó mandaba sacar, solian
avanzar al cajon y alivianarlo de algunos pesos.
Generalmente salian bien en sus escursiones monetarias, pero Rosas
que era sumamente astuto, solia notar la falta de algun paquete que
él no habia usado.
Entónces, sin decir una palabra, tendia su mirada azul y penetrante
por el despacho, examinando el rostro de los escribientes.
De pronto se detenia en uno, el mas aplicado al trabajo, y lo
llamaba.
- ¿Dónde está el paquete de dinero que falta de aquí? preguntaba
lacómcamente?
El escribiente palidecia, se turbaba y barlotaba algunas palabras
inteligibles apenas. .
- Senor, Exmo. señor, yo no sé, porque no me he acercado nunca
aquí.
- Pocas bromas y á decir donde está el dinero.
El escribiente, presa de un jabon de arroba, miraba á sus coleg:1s
<.. IDO quien pide auxilio y replicaba:
- Señor excelentísimo, juro por la memoria de la venerable esposa
de V. E. que yo no ~é nada del dinero que V. E. me pregunta.
Rosas se levantaba entónces de su escntorio, tomaba al escribiente
por. ~as orejas, y empezaba á sacudirle una verdadera llu\'ia de pun-
tapies y dt! trompada....
- ¡Cañallas! gritaba dirigiéndose á todos, yo los voy á enseñar á
ser más r~spetuosos, pícaros ladrenazos!
A la pnmera en que incurran los YO)' á mandar al cuartel de Her-
nandez para que les baO"a sacudir quinientos azotes I
El pU;ial del iiYa~. 13
194
Pa~a librarse de aquell.a tormenta de golpes, el escribiente concluia
por tirarse al suelo, nacléndose el muerto, y era alli donde recibia
los últimos puntapiés.
El castigo pasaba, pero el delito volvia á cometerse á pesar de la * i,

amenaza de rcmision aJ.cuartel del Coronel Hemand~.


Era tal la penetracion de la mirada de aquel hombra que solo una
v~z se equivocó en las trompeaduras á sus escribientes. .
Si~m~re el trompeado habia sido el que hizo desertar los pesos del
e ..¡cntono.
Este sistema de castigo corporales, lo observaba Rosas con cuantas
personas lo rodeaban, fueran de la gerarquia que fueran.
Cuando se trataba de un dependiente, eran puntapiés y trompadas.
Cuando era un militar, fuera de la graduacion que fuera» este se
volvía un par de gorrazos.
A Rosas no ~o r?deaban sinó hombres serviles que sufrian todo
género de humillaclOnes, con tal de poder medrar su posicion y su
fortuna... I!
y el mismo Rosas que los con ocia, los despreciaba profundamente.
Por eso los manejaba á gorrazos, ó les hacia burlar con los locos
que tenia en la quinta, para divertirse.
Figuraba en primera línea el célebre don Eusebio, gran mariscal
de la América de Buenos Aires, venceder de Ayacucho y otros tí-
tulos no menos famosos. .
El tal don Eusebio de la federacion, era un pillo redomado, que
habia descubierto que, haciéndose el loco, pasaba una vida regalada
y ,)i\'t!rtida. -
El tenia derecho de .decir la mayor insolencia al personaje más
encumbrado, ya por cuenta de don Juan Manuel ó ya por la suya i
propia.
Rosas festejaba ruidosamente estas insolencias, y el que las recibia I
no tenia más remedio que aguantarlas por no disgustar á don Juan
Manuel.
Este pillo se habia identificado con Rosas, hasta el punto de adi-
vinar en una mirada, cuál de las personas presentes era la más an-
tipática á Rosas.
y era sobre esta que dejaba caer el fárrago de sus insol~cias Ó
sátiras deschavetadas.
El loco se le acercaba, lo miraba detenidamente, y empezaba á ,
apreciar farsáicamente las prendas de su traje, Ó á hacer de sus fac-
ciones comparaciones ridículas. . .
La víctima, sin atreverse á protestar, sonrela y sufna todo aquel
ridículo, aunque en sus .ojos podia verse lucir el deseo de aplastar
á aquel pillo gue se haCia el loco.
Rosas mandaba al titulado loco que cesase en sus farsas, pero este,
en vez de obedecer las duplicaba.
- Si el señor no se enoja, mi padre, replicaba, él con su Dariz de j
espumadera me dice que puedo st'guir entreteniéndome.
y la farsa y loqueros seguian, hasta que la víctima quedaba com- ¡
pktamente humillada.. . .
Otras veces era Rosas qwen mandaba a don EuseblO, de gran i
uniforme, para que entretuviera á tal ó cual persona, miéntras él
demoraba un momento.
_ Aquí me manda mi padre Juan Manuel á que le haga sociedad, f
decia el loco.
195
y se instalaba alll 'decirle insolencias de todo calibre, por cuenta
de locuras.
y don Juan Manuel, que todo lo veia desde algun escondite, reia
como si le hicieran cosquillas al contemplar la cólera del paciente.
y cuando no tenia con quien divertirse, era el loco entónces la
victima.
Pero sufria con pacencia todo género de herejias, á trueque de
pasar aquella gran vidorria, titulándose gran Mariscal de la América,
hijo de don Juan Manuel y novio de Manuelita.
y Rosas que de todo y todos se burlaba, solia mandarlo en mision
oficial al Obispo Medrano, al jefe de Policia ó al Capitan del Puerto
don Pedro Jimeno, á quien el tirano gustaba enormemente mortificar.
Seguia en categoria al loco ó titulado loco, Eusebio de la Federa-
cion, el reverendo mulato Biguá, persl1 naje sacerdotal, á quien el
tirano daba el título de Su Paternidad, y que era tan loco como don
Eusebio.
Lo que hay es que Biguá era un pobre idiota que habia columbrado
la conveniencia de hacerse el loco para pasarlo bien, y lo hacia,
aunque con menos arte que Eusebio.
Cuando Rosas lo pillaba en algun grave delito de imbecilidad, le
sacudia una de rebencazos de primer órden, que su paternidad recibia
con religioso recogimiento y sin la menor pwtesta.
Pero él solia tomar sus buenas revanchas.
Cuando tenia sueño, iba y se tendia en la mejor cama de la quinta,
fuera de quien fuera, con escepcion de la de Rosas y Manuelita.
El dueflO de la cama venia á exigir su devolucion, pero Biguá se
hacia el loco y le sacudia algun botinazo ó cosa parecida.
)Iuchas veces el dueño de la cama, que era el coronel Ravelo ó
algun otro por el estilo, daba al loco una buena paliza.
Entónces se armaba en la quinta una de todos los diablos.
A"eriguaba Rosas lo sucedido, y ponia las éosas en su lugar,
siempre en beneficio del loco, que juraba un buen desquite á su ad-
versario.
y este desquite era siempre terrible, pues consistia en alguna farsa
jugada en presencia de Rosas, y por consiguiente libre de peligro.
Habia además en Palermo, el loco Bautista, único que lo era real-
mente, y un negrito Marcelino, á quien Rosas estaba enloqueciendo
á fuerza de maldades y garrotazos.
Completaban la diversion del tirano, lo que él llamaba su cuadrilla
de gallegos, infelices que habian caido á Palermo para mal de sus
pecados.
Estos infelices pasaban una vida verdaderamente mártir.
Los gallegos eran unos cuatrocientos, que el tirano tenia divididos
en tropillas, segun su espresioD, con distintos cargos.
La tropilla del capataz Francisco, no tenia otro quehacer que cuidar
los avest~ces de la quinta, con esmero y prolijidad.
La tropllla de Ramon, tenia á su cuidado los patos, ganzos y ~snes
que embellecian el lago. .-
. La tropilla de Domingo no tenia más quehacer que limpiar las
Jaulas de los monos y tenerlas en un aseo lrreprochable.
La. tropilla de Ramon solo se ocupaba de escandillar los zapallos,
~andías y melones, y la de Agapito, que era la más numerosa, tenia
~ su. cargo los árbo~es de Palermo, que debia regar 'diariamente y
limplarlos de las hOjas secas, bichos de cesto, y nidos de pajaritos.
196
Rosas paseaba diariamente por los bosques y la gran quinta ins-
peccionando y escudriilánuolo todo. '
Desgraciados los gallegos si veia una hoja seca en un árbol, una
rama en los sembrados 6 una basura en la jaula de los monos!
Se armaba de una vara de sauce y llamaba y hacia formar en dos
filas á}a tropilla rc:'sponsable de la falta.
Pri!'lero l.es echaba una gran ronca., por aniinales y gallegos, les
ofrecla destmarlos á los cuerpos de hnea y concluía por sacudirles
C';lD la ~ara de sauce una terrible paliza, de la que no se escapaba
nI el mismo capataz.
y los .pobres gallegos a~uantab~~ todo aquello, pues si protesta-
ban, sablan que solo logranan recIbIr tres ó cuatrocientos azotes en
el cuartel de la escolta.
- Ustedes son una manga de animales, les decia.
Yo les voy entónces á abrir las entendederas á garrotazos ó los
voy á reventar - una de dos.
Así se veia á aquellos infelices mirar á Rosas como mono que mira
al organero cuando éste levanta el látigo, y dedicarse á sus fatiaas
sin descanso ni trégua. '"
En el mismo trabajo que se les sorprendia al rayar el alba, podia
vérseles bajo los rayos caniculares del sol de las 12.
Es Ilue Rosas guardaba para los gallegos su ódio más vehemente,
y castIgaba en ellos la menor falta, con un rigor terrible.
Cuando las cuadrillas fueron aumentadas, habia una destinada á
perseguir los hormigueros.
A cada gallego oe estos se le señalaba un espacio de terreno que
debia conservarse sin hormigas, bajo la esclusiva responsabilidad del
gallego que 10 cuidaba.
En esta cuadrilla formaba un gallego Ortega, pobre diablo de una
imbecillidad sin límites y de unas entendederas á prueba del más
nudoso tala.
Una de las tantas madrugadas en que el tirano salia de la cama
buscando pretexto para hacer alguna maldad, tocó al pobre Ortega
recibir el más cruel de todos los castigos aplicados en Palermo.
En momentos que Rosas cruzaba por un montecito de duraznos,
reventaba uno de esos hormigueros que dan salida á millones de hor-
migas aladas.
Nuestros lectores saben que los hormigueros eñ cierta época del
año, revientan de la noche á la mañana y en ménos de media hora
se cubren los alrededores de una espesa capa de hormigones colo-
rados, cuya sola marcha sobre la piel, por ligera que sea, causa una
roncha incómoda.
El tirano se cruzó de brazos y estuvo más de cinco minutos con-
. templando la salida de aquella muchedumbre verdadera, si es que se
puede aplicar la palabra.
Al cabo de este tiempo, la boca del hormiguero se habia agrandado
par.dar más cómoda salida á los insectos.
Rosas hizo seila á un soldado que por allí cruzaba, y mandó llamar
al capataz de la cuadrilla encargada de los hormigueros.
Recien venia el dia, y los pobres gal egos estaban desayunándose
á gran prisa para entregarse á sus tareas.
Cuando supieron que el potron estaba levantado, aquellos infelices
se agarraron la cabeza con ambas manos, y armado cada cual de su
herramienta, se desparramaron por aquella magnifica estension de
terrenO.
191
El capataz llamado, encomendándose á su patron Santiago, se pre-
sentó inmediatamente al tirano, entre llorando y riendo.
Ya calculaba que algo negro les iba a suceder.
Rosas estaba aún de pi~, mirando salir las aladas hormigas.
Cuando el mísero gallego vió de lo que se trataba, no pudo con-
tener el llanto y encomendúndose a todos los santo~ del almanaque
se echó de barriga al suelo, tal fué el afan de arrodillarse.
-Por San Bemto! gritó, llorando como un recien nacido-no me
fusile usted que mia no es la culpa!
-No se trata de eso, animal, respondió el tirano dándole una patada.
-'Quién es el encargado de que aquí no haya hormigas?
-8rteja, seiior, esclamó el pobre gallego sin dejar de llorar.
Pues que venga aqní ese animal, antes que le mande cortar las
orejas y el rabo.
Pálido como u'n cadáver y temblando de espanto, á pocas varas
de alli estaba el desventurado Ortega.
Sus viejas mechas se le habian erizado sobre la cabeza, y se veia
que estaba conteniendo el llanto á duras penas.
Como los demas peones, habian salido corriendo á su trabajo, pero
al ver allí al pairo", se habia quedado inmóvil.
Al oir la voz y la amenaza con que se le llama.J:>a, el pobre gallego
hizo un esfuerzo como si desclavase los pié s del suelo y caminó va-
cilante y lívido hasta Rosas.
- V os sos el encarg:o de este pe~azo, no? preguntó al gallego,
sellalándole aquel herVidero de hormigas.
-Si señur, pero es el cuentu que anoche, cuandu fuime a costare,
no habia hormija ninjuna.
-¿ y porqué esta mañana no lo has sacado?
-Ainda nu tive venidu al trabaju.
-¡Muy lindo, muy lindo!
. -----¿Como te llamas vos?
-Orteja, para servir a usted.
-L0rtega~ animal!
-~i señur, Orteja.
-Ahora te voy á dar Orteja, bestia.
Verás que remedio te aplico yo para que te acordes que no sos
Orteja 5inó Ortega. .
-A ver aquí.
No bien habia llamado Rosas, cuando acudieron mas de cuarenta
hombres entre gallegos y soldados.
-A ver, repitió Rosas, a buscar ortigas, y que cada Ull0 me traiga
un buen puñado.
Todos desaparecieron como en funcion de magia y dispararon al
bajo á buscar ortigas.
Los soldados, poco piadosos por naturales, y habituados además
á aquellas maldades, reían como unos condenados, adivinando lo que
iba á hacer el patrono
Pero los gallegos, que no alcanzaban la infernal intencion del ti-
rano, se agachaban a buscar la mejor mata del yuyo pedido.
Ya Rosas habia hecho desnudar al pobre Ortega, que esperaoa el
fin de todo aquel aparato~!1e no alcanzaba.
Cuando volvió cada un~on un buen manojo de ortigas se dirijió
al gallego y mostrándole el yuyo, le dijo:
-Esto se llama ortiga como vos te llamas Ortega.
198
-Ortija, si ~eñor.
-Bueno, voltéenlo á ese y secúndanle una manga de ortigazM.
Los milicos se precipitaron sobre Ortega y empezaron á sacudirle
de lo lindo.
El. pobre gallego, que no con ocia las propriedades del yuyo, no se
esphcaba aquello .
. Per? bien pronto empezó á sentir aquella picazon desesperante, y
a pedlT.p0.r todo. lo que hay en .el mundo que 1.0 soltáran.
-Por DIOS, gntab.a, no me. haJan más mal, Yl.l no dOfT!liré más y
me pasaré todo el tiempo cUldand.o que n.o venJan hormiJas.
-No, animal, esclamó Rosas, riend.o desaforadamente con las con-
torsiones del gallego.
Es~o es para que aprendas por ortigas que te llamas Ortega y no
Ortep.
Aquello era repugnante.
El pobre gallego se retorcia por el suelo dando terribles alaridos
y con el cuerpo cubierto ya por una inmensa y rojiza llaga.
El infeliz gallego se torcia todo, llorando de una manera conmo-
vedora.
Pero sus gritos eran sofocado!> por las carcajadas de Rosas y de
los milicos crueles, que estaban en su elemento.
Entretanto las hormigas seguian saliendo hasta ofrecer una gran
circunferencia movible.
Al cuarto de hora de aquella infernal diversion, mandó Rosas que
soltAran á Ortega.
En cuanto el gallego se vió libre pegú un brinco estupendo, y se
echó_ á correr por Palenpo com un verdadero loco, sin llevar mas
traje que su inm~nsa llaga.
y atropellaba: los árboles y las plantas y las personas, dando ala-
ridos indescriptibles.
Rosas en cuclillas y teniéndose el vientre con ambas manos, 10
miraba disparar y reia como si estuvieran haciéndole cosquillas en
todo el cuerpo. .
y los soldados reian hasta acalambrárseles las mandíbulas, no solo
de la fi~ura del gallego, cuanto por dar gusto al patrono
-Bueno, dijo este por fin, y sin dejar da reir.
Ahora abran un poco la boca del hormiguero con un cuchillo.
y la boca fué abierta en un minuto, dando paso á un millon de
hormigas.
-Ahora, repitió, que me traigan á Ortega.
y los milicos se desparramaron por el bosque en busca del mismo
Ortega, que seguia corriendo como un loco y lanzando gritos cada
vez mas desesperantes.
Como fiera perseguida por indios, aquellos desalmados le hicieron
un cerco al gallego, y lo trajeron así donde estaba Rosas que re-
ventaba de nsa.
Los soldados, á la algazára se habian ido aumentando en el camino,
·de modo que cuando Ortega llegó al hormiguero venia perseguido
por mas de cien hombres.
Cuando llegó allí lo sujetaron fuertemente, esperando las órdenes
del patrono •
Palermo se habia alborotado con los gritos y las carreras.
De todas partes habian acudido curiosos, contándose entre ellos hasta
el mismo Eusebio de la Federacion, gran Mariscal de América.
199
El pobre gallego ofrecia un espectáculo capaz de entemecer ti un
caribe.
El cansancio de la carrera habia secado su boca, al estremo de no
poder pronunciar una palabra.
Tenia la lengua de fuera y el. ,:uerpo ferozmente llagado, pues el
pobre gallego para encontrar ahv1O, se rascaba de una manera deses-
perante.
-A ver, dijo ent6nces Rosas, para quien aquel espectáculo era
como cosquillas: . .
Siéntenmelo á ese pIllo en la boca del hormIguero!
Los mílicos arremetieron sobre Ortega trabándose una lucha deses-
perada.
El gallego se defendia como un animal verdaderamente, mordiendo
las manos á los soldados para que lo soltáran, lo que aumentaba la
alegria de Rosas.
Por fin, atado de piés y manos, fué volteado como una res de ma-
tadero, y sentado sobre la entrada del hormiguero.
Las hormigas, que son bravísimas, se lanzaron sobre aquel cuerpo
que les cerraba el paso, y bien pronto lo cubrieron completamente.
El gallego mordido por mas de cincuenta mil hormigas sobre la in-
mensa llaga de su cuerpo, hacia esfuerzos supremos y contorsiones
tremendas para librarse de aquel martirio indescriptible, y cada es-
fuerzo, cada contorsion, era saludada por un coro de carcajadas.
Renunciamos á pintar aquella escena brutal en todos sus detalles,
porque todo seria pálido al lado de la realidad espantosa.
Cuando Ortega empezó á desmayar, vencido por el dolor y la
desesperacion, Rosas lo hizo soltar.
Entónces se vi6 á aquel hombre, echando espuma por la boca y
arrancando á puii.ados las hormigas adheridas á su cuerpo, echar á
correr, no ya como un loco, sino loco verdaderamente. '
Salió de Palermo en camino á la ciudad y no se volvió á ver por allí.
Los estudiantes de Hospital del Hombres, de época más reciente
han conocido á este pobre loco, en su eterna mania de creerse de-
vorado por las hormigas de todo el mundo.
Cuando aquella rueda de asesinos festejaba con grandes risas los
últimos alaridos de Ortega, se acercó don Eusebio á felicitar á su
padre por tan famosa travesura.
El tirano entónces, revistiéndose de gran seriedad, dijo al loco:
-Un gran Mariscal de América, debe conocerlo todo.
Así es preciso que te sen tes un poco donde ha estado Ortega.
El loco, qúe conocia las estrañas de su padre quiso disparar, pero
fué trincado á. tiempo .•
No le valieron sus gracias .ni sus bufonadas.
Ro~as lo hizo desnudar de medio cuerpo y sentarlo en la boca del
hormIguero.
El loco chillaba como un cerdo, pero fué sujetado alIf, y obligado
á permanecer cinco minutos al cabo de los cuales hacia formal re-
nuncia de su título de gran mariscal, si tales sustos le hacia pasar.
El espanto de don Eusebio y su llanto desconsolado, fué el fin de
fiestas de aquel hecho salvaje cuyo recuerdo fué el tema preferido
de todas las conversaciones durante mucho tiempo.

R?sas amenizaba estas ct:Ueldad; con farsas inicuas, de que eran


víctunas .las p:-rsonas que Iban á verlo por asuntos públicos ó por
adulonenas pnvadas. .
, 900
Los estralljeros que le servian eran tratados con el mas marcado
ULO,'prt'cio, ¡lO lIam{Ill(I,,\os jam:!s por su nacionalidad.
Tudo e~:paüll\ era para l:! un gallego, todo italiano un grillgo y todo
frillH;t'S un si(~rvo d(~ Luis Felipe el guarda ch.ll1chos ..
Los lucus de Palernw que ;:abian que con esto daban gusto á Rosas
lus anunciaban de aquella manera siempre, '
A dun Pedro de Angelis, por ejemplo, lo anunciaban de esta manera:
-Ahí est:\ el gringo don Pedro.
j:ste, Antes de entrar, oia la insolencia de. los locos, pero no ~e daba
por apercibido.
Don Pedro era un vividor en toda regla, lo único que lo preocu-
p:lba era complacer al tirano para poder medrar con su amparo.
Sumamente desarreglado no tenia hora fija para comer.
Comia indistintamente á las seis de la tarde, como á las dos de la
mañana, obligando á su hija á seguir aquel sistema desordenado.
La perversidad de aquel hombre ruin y malvado, llegaba hasta hacer
á su propia hija, víctima de sus más groseras bromas y farsas, quo
ella sufria con santa resignacion.
l\lanudita no era una belleza ni una mujer linda, siquiera.
Pero su fisonomia estada bailada por una espresion de bondad dul-
císima que la hacian simpática y agradable.
Era el secretario privado de Rosas, y la única persona que estaba
interiorisada en todos sus asuntos.
Su espíritu bello no se contagió jamás ,con las perversidades que
se desarrollaban diariamente á su alrededor, y muchas veces con sus
rUt'gos y caricias logró arrancar de su padre el perdon de alguna
víctima. '
Manuela no tuvo nunca sobre Rosas la influencia que se ha querido
atribuirle.
Pero ella entendia todas las rarezas de aquel carácter incompren-
sible v solia aprovecharse de sus momentos débiles.
En "la posicion escepcional en que estaba colocada, adulada por
todos, de la manera más servil, podia haberse hecho soberbia ó al-
tanera.
Pero siempre hmnilde y buena, supo captarse el cariño de amigos
y enemigos.
y aquel sér eminentemente bondadoso, pasó en Palenno momentos
harto am:'lrgos. . . . .
Los gntos de los soldados que castlgaba~ alh cerca, ó el ruld? de
alguna -llescarga en los cuarteles, la conmovla de una manera ternble.
Su vida dUl'~l11te los últimos diez años de la dictadura, fué una ca-
dena de sinsabures y momentos amargos.
No tenia una sola amiga de corazon, en quien poder desahogar sus
penas.
Porque las mujeres que la rodeaban eran l~~ esposas de .aquellos
furiosos federalazos, que la llenaban de carmos y obseqwos para
seguir medrando.
Así d mismo reconcentramiento del dolor, era en ella una enfer-
medad qut! torturaba su espíritu.
AI')'Ull<lS personas que han escrito sobre la tirania de Rosas, refieren
los li~rrures de que este miserable hacia víctima á su hija, pero esto
no es cierto.
Aqll\~l miserable no pasaba de hacerla correr con el venerable Vi~
Ó don Eusebio, á quienes lllandaba le dieran un beso. ..
201
y esto era solamente cuando no tenia con quien divertirse.
Porque Rosas ncc:esita~a si~mpre una víctima, y cuando no la tenia,
echaba mano de su propIa lup.
La cuestlOll para él se reducia ú reir á costilla..; de álguien.
Cuando comia, sobre todo, era cuando aguzaba mas su espíritu
perverso. . . .
Siempre tema á su me.sa p~rsonas á qUIenes hacia quedar á comer
intencionalmente, para diVertirse con ellas.
y va haciéndoles tomar de improviso algunas cucharadas de caldo
excesivamente calicnt~, ya hacíéndo~es repetir diez ó doce veces el
mismo plato, los mortificaba á su satlsfaccwn. .
Siempre á su mesa estaban sentados el reverendoJadre Vlguá y
el Joco Eusebio, que eran los encargados de . lanzar rostro de las
visitas las más insolentes gro~erias.
-Repita de este guiso que es excelente, decía Rosas, alargando un
enorme plato de guISO, á la '¡ctima ele~ida
Escusado es decir que este guiso estaba preparado con agí cum-
barí, en cantidad suficiente para hacer bramar á un toro.
El illvitado no se atrevia á negarse, y tragaba aquel segundo plato,
junto con las lúgrimas arrancadas por el picante.
-Parece que le ha gustado, eh? preguntaba el tirano.
Tomo otro poquito, y le estiraba un tercer plato.
-Gracias, señor, está muy rico, pero he comido demasiado.
_ Vamos, vamos, no haga cumplimientos conmigo, que parece me
desairara.
Va á tomar este otro poquito.
\' le pasaba un tercer plato,' que más bien parecia una fuente.
El hombre hacia un esfuerzo terrible, tomaba un vaso de agua
para mitigar el ardor de la boca, y se agachaba al tercer plato.
Pero el ardor era tanto, que no era posible disimularlo más.
Los ojos se inyectaban de sangre, por sus pómulos caía una lluvia
de lágrimas, pero ~eguia comiendo por temor á una herejia.
Aquí terciaba Viguá ó don EuseblO con alguna bufonada que le-
vantaba un coro de carcajadas.
-Mi padre, decía el loco, no le dés más guiso, porque apenas
puede comer los pucheros que está haciendo.
Parece un pavo atorado.
Las bufonadas seguian, el guiso se iba repitiendo, hasta que el
dolor, pudiendo mas que el miedo, le hacia declarar que aquello es-
taba ferozmente picante y que no podia comer más.
-Pero lo hubiera dicho usted ántes! es clamaba Rosas entónces.
Yo creí que se estaba usted chupando los dedos!
A ver, su paternidad, alcance al señor un vaso de agua!
y daba un moquete á Viguá, que siempre estaba al alcance de
rum~. •
-Vamos, no me pegue! á mí no me pica el guiso y lo quiero
comer tranquilo! gritaba el idiota volviendo á meter el hocico en
el plato.
Pero ~n segundo moquete más I'écio que el primero le adv-ertia
que debla obedecer.
y el reverendo padre, con la -cara llena de grasa, se levantaba re-
funfu~ando y alcanzaba al señor su propio vaso, que aquel tomaba
de Ill1edo, como habia comido el guiso.
rQl' fin, COQlO quien tiene una br~a de fue~o en f;l estóma~o! l~
202
pobre víctima se oprimia el cuerpo con las maliOs y salia del comedor
sin darse cuenta de nadá.
Aquel cáustic.o de ají le devoraba las entralias.
Rosas entre tanto reia como un bienaventurado.
En seguida, y como para no dejar enfriarla cosa, obligaba á los locos
á fuerza de pUlietazos A comer igual cantidad de guiso, que abando-
naba9 el comedor, echando cuanta palabrada· se les venia á la boca.
En las comidas oficiales, el aspecto de la mesa no cambiaba res-
pecto á este género de bromas.
Era preciso que siempre hubiera una víctima que divirtiera á los
demás.
Cuando no era don Pedro de Angelis, era Jimeno, y cuando no era
Jimeno era alguno de esos grandes personajes que el público los
creia de grande influencia federal.
El aspecto de estas comidas, tenia además el sello característico
de la mazorca.
No faltaban nunca diez, veinte ó mas damAs invitadas, por supuesto
de la flor de la federacion.
El asiento de don Juan Manuel, era entónces en el centro de las
damas.
Hermosísimo 'por naturaleza y de la más encumbrada posicion, una
galanteria del tirano, era un honor inestimable para las damas infal-
tables á las fie~tas de Palermo.
Aceptaban un trago, despues de comer, como una distincion insu-
perahle, y salian á d.ar una vuelta por el bosque.
Desgraciado el marido celoso á quien Rosas barruntaba su debili-
dad pequeña del espíritu, porque entónces se complacia en martiri-
zarlo verdaderamente.
La esposa del celoso era el tema de todas sus galanterias durante
el tiempo que duraba la comida y la preferida para dar el paseo por
el bosque.
y como lo hacia de manera que los demás notáran la cosa, el pobre
marido estaba peor que San Lorenzo en la parrilla, si ~s verdad que
el tal San Lorenzo fué asado alguna vez.
Cuando los celos del marido pasaban de punto, .Rosas le pregun-
taba si estaba enfermo.
Alguno aprovechó aquella pregunta para significar que sí, y que
muy A su pesar iba A retirarse. .
Pero este alguno se arrepintió muy llronto de su temeridad.
-Hola, coronel Hernandez, dijo el brano una tarde en que se re-
petia por milésima vez aquella escena.
Lleve un poco al señor al cuartel de la Escolta, que allí los milicos
son muy entretenidos ~ lo destrae~~n un poc.o.
Lo primero que cruzo por el maJID del paciente fué que se trataba
. de fusilarlo, apresurándose á darse por curado. .
Con semejante receta, ningun mando volvió á enfermarse nI mucho
menos á pretender retirarse antes de la hora.
A la fiesta siguiente, el primero en ser llamado, era el que más
mortificado estuvo en la anterior.
y cuidado con faltar que estaba espuesto á que la mazorca le ju-
gara una mala pasada.
A veces, antes de acostarse ordenaba que al dia siguie~te fueran
convidados á Palermo todos los panaderos y lecheros, Ó Simples pa-
rseantes que encontraran los agentes de Palermo.
203
y al dia siguiente, cuanao se le~'antaba habia formado en el gran
patio v al rayo del sol, unos dosCIentos hombres por lo menos.
Rosas les hacia abrir filas como si se tratára de militares, y cru-
zando por delante de .ellos les empe~aba á echar una ~i~triba, ase-
gurándoles que lo úmco que mereCIan era que les hICIera pegar
cuatro tiros.
y cuando aquellos infelices estaban convencidos de que los iban
á matar, los hacia romper filas y les soltaba un grupo de soldados
que les dieran de palos para hacerlos andar mas pronto.
Otras -veces se entretenia en decretarse honores desde Palermo,
para ocupar la atencion pública y hacer alarde de fuerza.
Con este motivo, dió en Palenno el siguente curioso decreto, que
l'lueden confrontar nuestros lectores en el libro 15 del Registro Ofi-
cial de aquella época:
Viva la Confederacion Argentin'a I
Mueran los Salvajes Unitarios!
Decreto:
Art. 10 La apertura de la Santa Iglesia Catedral, reparada de la
gran ruina_que la amenazaba, se hará el diez del corriente Noviem-
bre, víspera de la fiesta del glorioso patron de esta ciudad.
Art. 20 La salida de la corporaciones y empleados civiles y mili-
tares presididos por el Gobernador de la Provincia y en su defecto
por el Ministro de Relaciones Esteriores, saldrá con direccion al tem-
plo en el órden prevenido en el formulario, á las nueve en punto
del once.
Art. 30 Las tropas de la guarnicion estarán formadas á las siete
en punto de la mai'lana en do~alas, de la Fortaleza al arco principal
de la Recoba, de allí á las cuatro esquinas de la Catedral y en se-
guida hasta la puerta del templo.
Art. 40 El General que desempeñó las funciones de Mayor General
en el ejército que espedicionó en los desiertos del Sud en los años
1833 y 1834, acompai'lado de los jefes y oficiales que hicieron la
campaña, y que actualmente se hallan en esta, llevarán en sus ma-
nos la bandera del mismo ejército.
Los dos jefes de más graduacion de aquellos se colocarán á dere-
cha é izquierda del referido General, llevando en sus manos el uno
la medalla y el otro la espada con que la honorable Representacion
de la Provincia condecoró al General en Gefe (Rosas).
Art. S0 Igualmente los espresados jefes de la derecha ó izquierda,
llevarán la coraza del famoso cacique Chocori; y el arco, flechas
y.lanzas del no menos afamado Cacique del Chaco, que remitió á
dIcho general en Jefe su muy amigo y compañero, el Exmo señor
Brigadier General de la Nacion, don Estanislao Lopez.
. Art. 60 .Colocados en dos alas, y en el expresado órden los men-
Cionados Jefes y oficiales, y el Mayor General en el Centro, al final
de ell~s s~ldrán de la Fortalesa á las ocho y media de la mañana
con drrecclOn al templo, en cuyo acto se hará un salva de artillería
de 21 cañonazus.
Art. 7° Al presentarse en el templo ante el santo Patrono, darán
frentes las dos alas y por entre ellas marchará el Mayor General,
y p0.n drá á los piés. del Santo, la bandera, la espada, la medalla y
dem~s trofeos refendos. En seguida dirigiendo la palabra al Santo
le dIrá: .
• Sin duda que las glorias militares que han inmortalizado á este
204
pueblo, tan her6ico como generoso, han sido conseguidas bajo e
ll;mparo de un. Patrono .' . como ~·us, que siend? á un mismo tiemp(
Santo esclareCIdo, y nulttar valiente, probasteis en las guerras con .
. tra los bárbaros de las fronteras rumanas, que las virtudes cristiana~ ,
pueden reunir la bravura, la piedad, la libertad, la defensa de lo~;
derechos, y el amor á la humanidad.
«A nosotros tambien rios ha cabido la fortuna de conducir á vues:
otros hijos los Porteíios, hasta los confines del desierto, donde se asi.
laba la ferocidad de los bárbaros, para ser el azote constante de
esta tierra. i
cAqui está la bandera que condujo de triunfo en triunfo á este
virtuoso ejército. .
e Ella queda en vuestras manos, como un testimonio de gratitud
debi.do á la. victoria que nos ha concedido el Sér Supremo por vues~
tra mterceSLOn.»
Art. 80 Acto contínuo regresará á incorporarse con los jefes y
ofi:lales, cada uno en sus recpectivos lugares, en el ala militar qut;
ya debe ir en marcha para el templo, formadlio la comitiva del
Gobierno.
Act. C)O En una lámina de plata, que el mencionado General en
jefe del Ejército quiere que se construya á su costa, se grabarán los
nombres de los mil setecientos veinte cristianos que han sido sal~
vados del cautiverio, la que concluida será dedicada y entregada ái
la Santísima Virgen de Mercedes, redentora de cautivos, en el dia d '
su funciono
Art. 10 Comuníquese, etc., etc.
Rosas hacia todo "el despacho en Palermo, despacho que se repar-
tia entre el Gobernador de la Provillcia, pantallon federal, el jefe
de Policia, Don Antonino Reyes, y diversos jueces de Paz. .~
No se movia una paja en Buenos Aires que no obedeciera una I
órdén del tirano. '¡
El abarcaba todos los ramos de la administracion. !
Así se le verá intervenir en las cuestiones internas de las familiasl
ó mandar cortar la cabeza al que habia cometido el delito de serl
paquete ó afeitarse el bigote, dejando su barba en forma de U. '
Rosas era un farsante, que no perdía ocasíon de burlarse de los;
más altos empleados de la administracion en las notas oficiales mís
sérias.
y vamos á dar una ,Prueba de ello, con la mas curiosa de todas
sus resoluciones admimstrativas que tita el señor Barbará.
Rosas habia nombrado Jefe de Policía interinamente, á don Juan
Moreno, oficial mayor de la Policía.
Queriendo Moreno, que era un infeliz, hacer méritos para conservar
el puesto, dirigió á Rosas una bombástica nota, encareciendo algunas
mejoras que necesitaba el Departamento.
Notaba como de la más alta conveniencia la necesidad que habia
para la moral pública y buenas costumbres, que las presas existentes
en la cárcel pública, fue::;en remitidas al cuartel general de Santos
Lug;ares.
Este pedido lo fundaba en que era muy irregular la presencia de
mujeres en la cárcel, que solo servian para ocasionar esc~ndalo~.
Rosas se impuso de esta nota, confesando que era la mas gracIOsa
que babia leido en su vida, é hizo llamar á Palermo á don Bene-
dicto Maciel, oficial 10 del Ministerio de Gobierno. á quien dictó 1~
:¡¡isuente resolucíon ;

205
No estando conforme el Gobernador de la Provincia con la dispa-
ratada nota del Jefe in~erino de Polic!á! en .que se pide ,que las presas
relacionadas sean destmadas al serVICIO de la Sastrena del Cu~rtel
General pero sí que lo sean á una que se forme al cargo de ~tcho
jefe de 'P?licia para su ins!rucc!on y ensei'lanza, vuelva ~l mIsmo
este espidlente con las clasIficacIOnes de las presas enuncIadas, en
las que han recaído los correspondientes decretos, para que proceda
del modo siguiente:
10 Buscará una casa aparente y segura á fin de evitar el escala-
ní'iento de D. Eusebio el de la Santa Federacion y guerrero de la
Independencia, con la comodidad y estension necesaria, en un punto
saludable y con suficiente terreno para el cultibo de los nabos y
otras legumbres, que alquilará por cuenta del Estado.
20 En dicha casa serán colocadas las presas y las mas que á esa
prision y servicio fueren destinadas. . •
30 Tendrá una guardia de Policia compuesta de aquellos indivi-
duos de reconocida moralidad y buenas costumbres á quienes no se
les haya conocido propension á la mujeres, á cuyo efecto se creará
una compañía de línea ó se aumentará la que existe.
40 Tendrá la cárcel un alcaide y una alcaidesa que sean antipá-
ticos á sí mismos, para el cuidado, órden y moralidad y demás cor-
respondiente.
50 Habrá una pieza de tinada para capilla, y un sacerdote cape-
llan pagado por el Gobierno el último dia de cada mes, para que
confiese, diga misa los Domingos y dias de ambos preceptos entre se-
mana, y los de oír misa y trabajar.
60 Tendrá la casa cárcel, un médico de reconocida moralidad
cuya asistencia á las enfermas será pagada el último dia de cada mes
por el Estado.
70 Las presas ganarán por su trabajo de cuarenta á sesenta pesos
mensuales segun su más ó menos desempeño. Y serán abonadas el
último dia: de cada mes.
80 Estarán las presas aseada en su vestido y recibirán un ves-
tuario el día de su entrada á la cárcel, procurando que en su con-
feccion no se empleen colores celestes ni verdes ni otros combinados
que usan las inmundas sabandijas salvajes unitarias. Despues será de
su cuenta vestirse con decencia, del jornal que ganen, siéndoles ab-
solutamente prohibido hablar ni ocuparse de cosas que no sean per-
tenecientes á sus oblig-aciones.
• C)O Tendrá cada presa un catre, un colchon y dos almohadas, dos
fund~s, dos frazadas y una colcha, un lavatorio, un espejo, un baul
y pemes, todo costeado por el Estado, á la entrada de las presas á
l.a cárcel y conservado despues por ellas en el mejor estado con su
Jornal. El Jefe interino de Policia procurará que la ropa interior de
las presas no aparezca cargada con color azul claro que tire á celeste
y que ~uelen usar) cuya moda ~ará que desaparezca como un ultraje
hecho a la causa de la federaclOn y de la América.
10 Habrá una mujer aparente, pagada por el Estado el último dia
de ~ada mes para ensetiarles los rezos necesarios, hacer coro en la
capllla, )' el rosario por la noche.
J\ efecto que no se introduzca una cOllfusion en el rezo de las le-
tamas de la vírgen, en latin, asistirá las primeras noches el Padre
CaI?argo ó Fray Fernando capellan de la Quinta que lo entiende
mejor, y podrán instruir á la mejor rezadora. '
206
I~ . Ten~rá un sastre que no sea carcaman, pagado por el Estado:
el ultimo dla de cada mes, que será encargado de cortar las piezas l'
de vestuario del Estado, y demás que deberán coser las presas. :'
u Lo~ gé~ero~ necesario~ .serán suministrado. por don Simon Pe- J':
r~yra al Je~e mtenno de Poh~la que ob~ervani. Sl su calidad y demás!1
~rcunstanclas son conform~s a lo convemdo, y habrá en la casa cárcel ~
un almacen para su depósIto y rara la ropa hecha que allí debe irse 11
conservando á la disposicion de gobierno. I
13 En la cárcel de pre:,:as no podrá introducirse ninguna persona'
que no sea de los empleados que la custodien, ni licores de ninguna
especie y estará sugeta al reglamento y órdenes vigentes, respecto
de la cárcel del Cabildo.
14 El jefe interino de Policia, si considerase conveniente esta re-
solucion la irá poniendo en práctica. y proponiendo todo el aumento
y mejoras de c;¡ue puede ser susceptible; pues que la presente es so-
lamente una base Ó compendio reducido sujeta á todas las reformas
que aconseja un maduro exámen en tan grave asunto que puede com-
prometer el órrún social y los intereses de la América.
15 Si por el contrario el jefe interino de Policia piensa que esta
resolucion no puede ser conveniente, ni realizable, ni frro'vec/¡osa á
la moral, á los intereses del Estado, y á las presas, devolverá este
expediente al Gobernador de la Provincia con las clasificaciones que
e son adjuntas .
. y habiendo el jefe de Policia manifestado al Gobernador que con-
sidera en todo muy conveniente esta resolucion, publíquese el pre-
sente decreto á los efectos consiguientes.
ROSAS.
Por órden de S. E.
El oficial 10 del Ministerio de Gobierno,
BENEDICTO MACIEL.

LA MUERTE DEL HtROE

Mientras Buenos Aires se ensangrentaba de esa manera, el bandido


Oribe, con su p0deroso ejérc~to se en~~ñoreaba en,las provincias del
interior, degollando sus más ilustres hlJos y cometiendo toda clase
de horrores.
Benavides acababa de triunfar del Coronel Acha en San Juan, gue
tuvo que capitular y entrega.rse, junto con el Comandante don Rutin'&
Ortega.
Pacheco que era la vanguardia del Oribe, iba en persecucion del
General L~madrid, para destruir ~u ejército, que era la última ame
naza que pesaba sobre la federaclOn: .
Desmoralizado el ejército del herólco. La!Dadnd, con los con~rastes
sufridos por Lavalle, y por la gran mlsena en que se le tema, de-
feccionó y se desbandó poco des pues de roto el fuego.
Lamadrid fué derrotado completamente. ..
Pero aquel espíritu fuerte que no se arredraba ante nada, volvlO
á juntar algun :s cuerpos, y presentó de nuevo batalla al General Pa-
checo que volvió á vencerlo despues de un rudo y corto cambate.
El General Lavalle, entonces, desencantado y perdida por el mo-
mento toda e:aperanza de hacer algo, des pues de estas derrotas de
207
~am~driod, que emigró é Chile, marchó en direccion á Bolivia, con los
pocos hombres fieles que aún le acompafiaban.
El Comandante General de la Provincia de Salta, D. Mariano Boedo,
quiso privarle el paso y salió con alguna fuerza á su encuentro.
El General Lavalle organizó sobre la marcha la escasísima fuerza
"'que aún lo acompañaba y cayó sobre Boedo, derrotándolo y hacién-
dolo su prisionero.
Algo consolado con aquel favor de la suerte que tan adversa le
habia sido, el General siguió á Jujuy, alojándose en casa de su amigo
el señor Bedoya.
AUi permaneció algunos dias reposando de sus largas fatigas y sin-
sabores.
Todo el interior estaba dominado por Rosas y sus hombres. .
Para perseguir los restos de los ejércitos unitarios y concluir con
los que anduvieran por ahí ocultos, se habian orgaruzado partidas
que asolaban los pueblos, azotando, degollando y robando todo aquello
que hallaban á tiro de uña.
El General Lavalle seguia en casa de Bedoya, esperando un mo-
mento oportuno para seguir á Bolivia, donde pensaba fijar su resi-
dencia, hasta alentar alguna nueva esperanza de triunfo.
Una de estas partidas, mandada por un gaucho Bracho, de apellido,
penetró en Jujuy buscando al General Lavalle que el tal Bracho sabia
que estaba allí oculto.
Al poco tiempo de andar en el pueblo, Bracho sabia ya que La-
valle estaba en casa de Bedoya y que se encontraba solo, acompa-
°fiado de un par de ayudantes.
La casa fué perfectamente cercada, por la numerosa partida, qne
empezó á hacer fuego de fusil, al acaso, sobre las habitaciones.
El General Lavalle n·) estaba solo, pero en cuanto vieron que la casa
estaba rodeaba y que perecerian sin remedio, los que lo aoompañaban
saltaron las paredes y fueron salvándose como pudieron.
El General Lavalle se encerró en la pieza que ocuraba, dispuesto
á vender S1l vida lo más caro que le fuera posible, SI aquella pieza
llegaba á ser asaltada.
No contaba con más auxilio que el que pudieran ofrecerle un par
de pistolas y su legendaria espada.
Armas que en manos de un hombre de su temple bastaban para
contener é imponerse á aquellos descamisados y asesinos.
Esperando los acontecimientos y los giros de aquel asalto, el Ge-
neral miraba costantemente por el ojo de la llave .
. Cansados de hacer fuego lDútilmente, Bracho dispuso que los ase-
S100S se desparramaran por la casa hasta dar con el General LayalIe.
Bracho se acercó á la pieza donde éste permanecia .
. El General se puso á observarlo atentamente por el ojo de la llave
s10 perderle uno solo de sus movimientos.
Pero por la misma proximidad á la puerta no pudo ver que el
gau~o h? sacaba una pIstola de bala de onza.
SmtIendo el ruido que hacia al armarla, el General siguió mirando
para no perderle movimiento.
o En aquel mismo instante Bracho abocaba su pistola alojo de la
llave, con ánimo de hacer s ltar la cerradura y franquea{se la puerta.
Lavalle no pudo ver la accion, creyendo tan solo que el ojo de la
llave qlleda~a obstruido ror el. cuerpo de aquel hombre .
. Bracho h~zo fuego y a sentIr arrancarse la cerradura, sintió en la
pl~za un rwdo qut: lo dejó ht:lado.
208
Era ~l mido peculiar de un. cuer,P0 que cae pesadamente. al suetó
pel~o Sin.•haber lanzado un gnto, Sin h~blar una sola palábra.
EmpuJo la puerta armando su otra pIstola el) precaucion de cual-
quier peligro, y entró.
Allí estaba tendido sobre un gran charco de sangre el cadáver de
aquel hombre ilu!i>tre y esforzado. '
Aquella b~la maldita habia penetrado en el ojo, rompiéndole el
crá:Jot'o y hacIendo saltar la masa cerebral, cuy'os pedazos podian verse
incrustados en la pared opuesta. -
La muerte habia sido instantánea.
Tan inesperado era aquello, que el gaucho quedó aterrado ante su
propia obra.
Se retiró de la casa y se alejó con su partida no sin haber ántes
despojad,? .al noble cadáver de los valores que tenia encima.
La notIcIa se desparramó en el acto por toda la poblacion.
Ent6nces acudiaon los Comandantes Lacasa y Molina á conven-
cerse de aquella terrible verdad.
Estos dos jefes eran los más leales ayudantes y amigos del general
Laval1e.
Habian compartido (:on él todas las penurias de aquella campaña
funesta y no habian querido abandonarlo en su último tran<:e; el más
amargo de todos.
Grande fué el dolor que esperimentaron al ver sin vida y con la
cabeza destrozada, á aquel hombre tan digno de una muerte feliz!
Agobiados por un dolor intimo y puro, acomodaron el cadáver para
acompanarlo en su última y más penosa peregrinacion. .
No podia escapar á su penetraclOn que, repuestos de la sorpresa
y obedeciendo órdenes de los bandidos que estaban en el poder,
volverian á mutilar el cadáver, como hablan hecho con el noble Ave-
llaneda, para enviar sus orejas ó su cabeza, como un presente al
ilustre restaurador de las leyes.
Acomodaron el cadáver de la mejor manera que les fué posible y
ocultándose hasta el estremo de viajar de noche solamente, empren-
dieron viaje á Bolivia, donde dieron sepoltura á aquel cadáver ilustre.
Cuando Rosas conoció el fin del General Lavalle, su alegria no
reconoció limites.
Aquella muerte fué festejada come un plausible acontecimiento, man-
dando sus órdenes más tenninantes para que le fuera remitida la
cabeza del General. .
En la ciudad todo era cohetes y músicas, bailes y todo género de
fiestas.
En Palenno y Santos Lugares, la fiesta rayaba en frenesí.
Con la derrota de Lamadrid y la muerte de Lavalle, la Federacion
quedaba imperando en toda la República.
LQuién se atrevería á levantarse en armas contra Rosas?
Todos los gobernadores de las Provincias, colocados por Oribe,
prévia aprobacion de Rosas, servian al tirano, sirviéndose á ellos mis-
mos, pues comprendían que era la única manera de conservarse en
el poder.
El tirano mandó buscar á Bracho, para felicitarlo personalmente y
premiar su accion federal.
Era Bracho un pobre gaucho oscuro y bruto; sin mas mérito que
el de haber combatido en las filas federales, y haber prestado á la
patria el casual servicio de dar muerte al más ilustre y noble de
BUS hijos.
209
BrAcho Jleg& á Buenos Aires y tué c6~d~ci~o á Paleft'no dO,nde lo
recibió el mismo Rosas, llenándolo de felicItacIOnes y preseñtándolo
á toda la córte federal, á quien hizo agasajar y cumplimentar al gauchG
miserable.
Los copetudos hacian asco de alternar con él, pero Rosas estaba
presente y no habia mas que doblar la cabeza,
Las damas federales colmaron de regalos y zalamerías á aquel tris-
temente célebre personaje, que se creia estar en una especie de.
cielo.
I Cómo no ser galante con el matador de luan Lavalle!
Las pobres familias unitarias escuchaban oda aquella fiesta y al-
gazara devorando sus lágrimas. .
Para ellas la muerte de Lavalle importaba la muerte de toda es-
peranza de libertad y fin de la sangrienta tirania.
Ya Rosas, sin enemigo que temer, se lanzaria con más ahinco que
nunca á. los más bárbaro crímenes.
Bracho, en premio de su acci0tl, fué hecho teniente del ejército,
des pues de habérsele entregado cien mil pesos, y un rico uniforme
para que fuera á pasearlo á la ciudad.
Con lo que el gaucho echó una soberbia y una altaneria inaguan-
tables.
Sintiéndose llamar por Rosas amigo, miraoaá todos por arriba del
hombro, dándose los aires de un gran personaje, aires que le habian
imbuido los cumplimientos y adulonerias de Palermo.
Porque como Rosas lo regalaba, todos los buenos federales quisieron
hacer lo mismo.
Era talla importancia federal que se dió á este tipo, que era el mejor
empeño para otener algo de! tirano.
Los federales más copetudos lo llevaban á su casa para tener el
gusto de obsequiarlo y oir de sus lábios la narracion del fausto acon-
tecimiento.
Bracho hacia lo que queria, hasta mamarse en el mismo salon de
Rosas y obtenia cuanto pedia.
Hasta que se volvió á su provincia lleno de dinero y obsequios
que no podia apreciar porque ni siquiera conocia su aplicacion.
Oribe, entretanto, hacia todo género de pesquisas para dar con el
cadáver de LavalIe.
Todo su ejército se hallaba ocupado en buscar el cadáver del Ge-
n.eral Lavalle, para cortarle la cabeza y mandarla salada al gran Ame-
ncano, para que la colgara en las fiestas que se celebraban en festejo
de aquella muerte. .
Las autoridades de todos los pueblos, como lo comprueba el señor
Lamas en sus escritos politicos, se ocupaban esclusivamente en abrir
los sepulcros, buscando el codiciado cadáver.
y en los cementerios tenian lugar entónces escenas de las más
brutales y execrables.
~l ~adáver, qQ~ segun ellos, tenia facha de pertenecer á salvaje
uDltano, era mutdado de una manera feroz, cortando las orejas de
IOi que aún no estaban bastante corrompidos.
Los féretros se quemaban y el cadáver era arrastrado hasta la fosa
comun, porque un salvaje unitario no tenia derecho de ser enterrado
Como gente.
Aquello era el delirio del crimen llevado á su faz más repugnante.
Los curas de las parroquias se apresura han á certificar que no
El puñal del tirano. I4
210
habian dado permiso de defuncion para el ilustre difunto librándose
así de atropellos bestiales. '
Porque l~s partidas' federales penetraban á las sacristias á revisar
los libros, y las escenas del cementerio se repetian alli aunque en
menor escala.
Si en los libros que registraban hallaban la defuncion de algun
salvaje unitario, daban golpes al cura, al sacristan y á cuanto moni-
gote andaba por la iglesia.
No contentos con esto, bajaban á los satltos de sus nichos·y los
azJtaban con sus rebenques, porque eran unos pillos protectores de
salvajes unitarios, y que así escarmentaban en ellos los demás santos
para que no se metieran á proteger inmundos enemigos de la gran
causa federal.
Pero el cadáver no allarecia por parte alguna y Rosas apremiaba
á Oribe exigiéndole su mmediata remision.
- Ya he mandado hacer activas pesquisas, decia en una nota aquel
bandido, sobre el lugar en donde está enterrado el cadáver, para que
le corten la cabeza y me la traigan.
Para que llegue allí en mejor estado he dispuesto que la encierren
en un cajon de sal. .
Y de ese modo podrá detenerse la descomposicion, pues es lástima
que en las fiestas que allí se celebran, no figure la cabeza de tamaño
bandido.
Pero toda pesquisa fué inútil!
Todos los cementerios se profanaron, todas las tumbas se- abrieron,
pero el ilustre cadáver no parecició en ninguna de ellas.
Por fin Oribe tuvo noticias de que el cadáver habia sido transpor-
tado á Bolivia por los dos leales ayudantes del General.
Inmediatamente dirigió una nota al General Urdirnenea, pidiendo
la estradicion del cadáver del gran bandido, se~un este miserable!
Y eran tales los términos de aquella nota depndo tra-lucir de lo
que se trataba, que Urdimenea, lleno de horror, rechaz(> aquella exi-
gencia brutal, lo que dió márgen á la célebre cuestion con Bolivia.
El cadáver del llus~re argentino descansaba en paz en tierra boli-
viana, gracias á sus dos leales y bravos amigos.
-La mazorca tuvo que pasarse sin la cabeza de Lavalle, que pen-
saban haber engalanado con moños celestes, perejil y cebollas, como
engalanaban las que se exlúbian colgadas en los puestos de carne
del mercado.
Pero á' pesar de no tener la cabeza, la muerte de LavalIe se festejó
en Buenos Aires con toda pompa federal.
Por órden de Rosas, el famoso y federal cura Gaete, dispusu la
c~lebre borrachera y orgía que se celebró en la Piedad.
Aqu'=lIo fu¿ una verdadera saturnal corregida y aumentada por la
crema de la federacion.
En las grandes naves, del templo se habian apiñ~do los mi!'~os
lu:serables que se reullIan en la casa del desgracIado don Lucas
Gúnz<i'lez.
1\1uiLTL's de mala vida y perdidos de toda especie, mezcladas con
cura~', compadritos, militares y personajes de la administracion, be-
bían dt~~~lforL;d".mente á la salud de Bracho y del Restaurador de las
k\'C's.
y llli~lltras la orgía V la borrachera estallaba en todos los ámbitos,
el CU:'~1 Gaete, tan ~brlo COluO su.; oyectes, lamaba esten~óreas pré.
211
dicas asegurando que la muerte de Lavalle, del asesino Lavalle, era
un p;esente que la divina providencia haci~ á la divina feder~cion.
Las mujerzuelas gritaban en su 'fraseologla nausea~unda, mll;nt~as
los hombres invitaban á beber á los santos y les arrojaban el lIqUIdo
á la cara, porque decian que los desairaban. "
Es que la borrachera llegaba á su apogeo.
y los perdidos de toda la ciudad iban cayendo á la fiesta y recla-
mando su correspondiente racion de vino.
Gaete era el ídolo de la fiesta.
Las mujerzuelas lo rodeaban reclamando su bendicion con destem-
plados y aguardentosos gritos, proponiendo en cambio un amor sin
límites, un amor federal.
y era preciso reservar el vino de las limetas que consumia con
verdadera voracidad.
A<{ue'la orgía duró miéntras los concurrentes pudieron tenerse
en pié. '
No quedaba una imágen en su sitio, yendo muchas de ellas á parar
al medio de la calle, esperando una man' caritativa que les pusiera
divisa para poder regresar á ocupar su nicho. ,
Tenninada la fiesta, la iglesia presentaba todo el aspecto de una
crujia.
Grupos de mujeres que donnian envueltas en sus harapos sobre
enonnes charcos de vino, que sus estómagos no habian podido re-
tener.
y grupos de hombres, que con el brazo doblegado por el alcohol,
afilaban ó hacian el ademan de afilar sus facones, al compas de la
refalosa que cantaban en coro imposible.
El cura Gaete recorria los grupos bendiciéndolos y recibiendo los
bravos de aquellos criminales.
Este cura Gaete, es el mismo que publicaba un aviso á los verda-
deros federales, como el siguiente, que copiamos de La Gaceta Mer:
cantil del 16 de Octubre de 1840:
«El cura de la Piedad, doctor don José Tomás Gaete, convida
con solo esta invitacion á sus amigos, que son los verdaderos fede-
rales, para que le acompañen el lúnes póximo 19, á las 5 de la tarde,
á los maitines, y a! otro dia mártes á las diez de la mañana, á las
exéquias fúnebres que se han de celebrar con la mayor ~olemnidad,
en la parroquia de nuestra señora de la Piedad, por el bien del alma
de la finada heroiDa, madre de la Confederacion Argentina, doña
Encamacion Ezcurra de Rosas.
e A ~uyos actos no se pennitirá ningun salvaje unitario ni federal
á ,medIas, porqae sus oraciones no son admitidas ante los ojos de
DIOS, por ser unos perjuros.,.
Esta sola pieza da la medida de aquel bergante, el más ruin de
todos los federales que vistieron sotana.
T en;ninada la gran fiesta de la Piedad, tuvo lugar una más magní-
fica, SI es posible, en la plaza de la Concepcion, al aire libre.
Esta fiesta, de órden de Rosas tambien y en festejo de la muerte
de _Lavalle, era organizada por Salomon y Cuitiño, que se habian em-
pena~o en sacar la oreja a! cura Gaete.
Allí ~l honorable público asistente, tenia el derecho de acercarse
á las bnetas de vino, y meter en ellas el hocico, no retin\ndolo hasta
no haber chupado en toda regla.
Dadas las condiciones del loca! y la profusion de tinetas con vino,
212
la concurrencia era diez veces mayor que la que habia asistido á. la
Piedad.
T oda el barrio de la Concepcion estaba en la plaza hablamos· del
barrio federal. '
Las músicas se oian en todas partes y los gritos de mueran los
salvajes unitarios! atronaban la plaza.
Por en~~e todos los grupos se veia pasar la siniestra figura del Co-
ronel CUlhño palmeando en el hombro á. sus muchachos t· invitán-
Jalas a echar un último trago. '
El cura Gaete fué invitado especialmente por Saloman y Cuitiño
que querian hacerlo salir con el mayor brillo de la fiesta. '
y el cura asistió, sin duda para dar mayor solemnidad. al acto de
empinar el codo.
-Donde quiera que se beba por la federacion y por el esterminio
de los salvajes unitarios, dijo, ahl he de estar yo.
La santa madre Iglesia y la santa causa de la federacion me en-
contrarán siempre listo para servirlas.
Esta fiesta hizo. época en el p~pulacho, que rec?rdó con placer,
durante mucho tIempo, la cantldad enorme de VIDO que se habia
consumido.
-Es en vano, decian:
En fiestas que dirijen el Coronel Cuitiño y Saloman, ni una mula
nos gana á beber.
Es negocio de ir hasta con garganta prestada.
Dos dias con sus correspondientes noches duró esta orgía, que hu-
biera sorprendido al mismo estimable Baco, elevado á la categoria
de dios. .
Ahora, el gran mundo federal celebraba tambien sus fiestas de co-
pete, en relacion á los personages que en ellas tomaban parte, pues
lo que es en el fondo, era exactamente igual á las que ya hemos
des ripto.
En casa de la terrible María Josefa, tuvo lugar un gran baile y
cena, al que no se permitió faltar ninguno de los personages de la
época ni de los unitarios que tenían fuertes razones para conservar
integro su pescuezo.
Doiia Maria Josefa, tan maldecida como su mismo cuñado, estaba
radiante de ferocidad y de joyas.
Cada vez que se acercaba una copa á los lábios, esc1amaba con
su voz de sable patrio:
-Por Dios que siento que no sea sangre del cobarde Lavalle-La
beberia con suma delicia. .
Es lástima que los bolivianos nos hayan robado las entrañas de
este bribon!
y bebia como un sargento de línea, sin que se notase en sus pier-
nas la menor impresiono ...
-Veremos de quién se agarran ahora los umtartos salvajes y puercos
para hacerse matar como chanchos!
Ya no les queda ni el más ruin de los cabecillas.
Cuentan que en lo mejor ~el baile, se apa~eció de gran u!liforme
el gran Mariscal de la Aménca de Buenos AIres, don EuseblO de la
FederacÍon.
-Aquí me manda mi padre, dijo, para que baile un minué con la
señora dOtia Maria Josefa.. . . .
y al 4ecir esto, el loco haCIa las contorSIOnes mas gracIOSas.
213
-Si no se manda mudar de aquí el perro loco, gritó la harpia, po-
niéndose roja de ira, yo misma lo voy á sacar á moquetes.
Pero el loco iba con la leccion bien estudiada, y preferia sin duda
unos moquetes de dalia Maria Josefa á los rebencazos con que lo habia
amenazado Rosas.
Asi es que blandiendo su bastan de gran Mariscal, se cuadró en
medio de la sala, y dijo:
-Es que mi padre me ha dicho que tengo que bai~ar el minué, ~inó
quiere doña Josefa, por fuerza, y lo que manda mI padre no tIene
vuelta de hoja.
\' como el loco se aproximára á aquel basilisco con ánimo de bailar
el minué, ella pidió entónces á J imeno, que le daba el brazo, lo sa-
cára á palos.
Pero ¿cómo sacudirle al loco, cuando les constaba que era enviado
por Rosas?
-Piense usted, señora, que esta es una broma del ilustre Restau-
rador, dijo primero, y que se enojará si se la echamos á perder!
El loco que habia ido acercándose al ver la indecision de limeno,
no conociendo sin duda la clase de mujer que era aquella, e echó
mano al vestidó, relampagueando los ojos y lamiéndose los gruesos
lábios con su larguísima lengua.
Doña Maria Josefa le hizo entónces una atropellada, le arrebató el
baston de Manscal y empezó á sacudirle los huesos como quien sa-
cude alfombras.
-Socorro á la federacion! en nombre de mi padre! gritaba el loco
disparando por toda la sala y llorando como un recien nacido.
Pero el garrote de gran Mariscal seguia durmiéndosele en los lomos
con una celeridad pasmosa.
El loco se metia tras de las sillas de las grand8 federales que,
descalabradas de risa, se cubrian la cara con los abanicos.
Pero de allí lo sacaba á son de polca el infatigable garrote de doña
Maria Josefa.
Por fin el pobre mulato atinó con la puerta y salió de aquella sala
dando gritos descomunales.
La concurrencia ya reventaba de risa, haciendo esfuerzos sobrehu-
manos por contenerla, para no concluir de enfurecer á la harpia, que
era muy capaz de arremeter á palos con todos.
Los ánimos se fueron calmando poco á poco y con unas cuantas
vueltas de licor todo quedó arreglado.
El- incidente del loco fué pronto olvidado.
Las mulatillas que llenaban la casa de aquella malvada, tenian
tambien su fiesta en los patios, con algunos serenos y soldados de
Cuitiño que habian caido á alegrar la fiesta.
Las casas en aquel tiempo eran enonnes y en los pátios y huerta
babia cómodo espacio para alojar un batallan.
Aquella fiesta duró dos noches consecutivas y el dia entre esas
intermediario.
Dur.ante la l;loche, como hemos dicho, se reunia la crema de la fe-
deraClOn á bailar y á beber. .
En el día, las mulatillas por órden de su señora, daban de beber
á todos Jos que acudian.
y el consumo de bebida era enorme y los escándalos con relacion
al liquido consumido.
A la oncion y c\lando empezaba á llegar lo c¡ue hoy se llama el
214
ligh lije, salían las turbas de mazorqueros éblioR que se desparramaban
sembrando el terror por la ciudad.
Al hablar de ellos en sus Neuy,isi!> el distincyuido doctor Ramos
Mejia, trae los siguientes párrafos, 'lue querem;s transcribir en cor-
roboracion de lo que hemos dicho:
.Los mazorqueros se repartian en grupos de cincuenta ó cien por
distintos puntos de la ciudad.
y allí donde ~u~iera ';Ina familia .comprometida entraban y regis-
tra~an hasta la. ultima .plez3;, cometiendo toda clase de tropelias.
-SI alguna mUJer habla olVidado el moño, se lo pegaban en la frente
con brea, ó in1lmada por cuatro manos crispadas v vigorosas y arro-
jándola al suelo, la desmayaban á rebencazos. -
Desgarraban los papeles que cubrian las paredes, los muebles y
cortinados que fueran celestes, destruian á sablazos los cuadros y
llevaban hasta la cama donde dormia algunn niño, para cerciorarse
si tenia las condiciones necesaria para ser un completo federal.
y de alli volvian á salir para continuar sus depredaciones y se
veia á la gente aterrorizada disparando por las calles y el ruido de
las puertas que se cerraban iba repitiéndose de cuadra en cuadra, V
de manzana en manzana.
Es que el terror se habia apoderado de todos los ánimos.:>
Si la fiesta de doña Maria Josefa hubiera durado una semana, la
poblacion de Buenos Aires CJ.ue no era federal conocida, hubiera dis-
minuido en un setenta per ciento
Felizmente despues de la segunda noche de orgia, la esclarecida
federala cayó reIldida por el cansancio y el licor.
Don Eusebio se quejó amargamente á su padre de la paliza recibida,
y esto le valió.,n buena rebenqueadura, por sin vergüenza y por no
haber cumplido el programa.
Pero no por esto doña Maria Josefa se escapó de una buena re-
primenda.
Al dia siguienie entraba en su casa el coronel Corvalan, edecan
de S. E., y le notificaba el profundo dis~sto que le habia causado
su conducta para con don Eusebio, prevmiéndole que cuidado como
se volviera á repetir.
La María Josefa se tragó aquella amarga píldora, buscando alguna
familia unitaria á quien soltar sus hombres leales.
Era esta la panacea eficaz que tenia para todos sus malos humores
y reprimendas por el estilo. •
Este sér maldecido de quien no nos volveremos á ocupar, tuvo
una muerte terrible, análoga i la del fraile Adao, como justo castigo
á sus grandes crímenes.
Postrada por una enfermedad cutánea de las más espantosas, todos
sus amigos empezaron á alejarse y á huir de ella como de un sér
maldito.
Su cuerpo se habia transformado en una inmensa llaga, y su cabeza
toda reventada ofrecia el espectáculo má~ repugnante.
No quedaron rod.eándola m~s que aquell!ls ~egrillas de t~do pelage
que le habian servido de esplas á los Umtan0s y que tema que pa-
garlas á peso de oro para que no la abandonáran.
La enfermedad y los dolores á ella consiguientes, habian revuelto
todo el abismo de su espíritu perverso, haciéndola inaguantable para.
las mismas que le devoraban el dinero en cambio de una asistencia
JIlercenaria, hecha de mala voluntad.
P.stás mismas se le fueron sépar:mdo ~aduatmente de:~pues Cle h:lcer
la bolsa y desl?ojarla de .una cantidad de alhajas.. .'
Dona Maria Joseta sentla todo esto, pero estaba mml\\'JI'en 1:1 C:1Ill:1,
sin tener un solo sér que la aml>arase.
Por fin la última negra se retIró llevándose su última alhaja y la
harpia, maldecien~o de~ ~ielo y d~ la tierra, quedó entregada á su
propia desesperaclOn, SIn tener qUien le alcanzára un vaso de agua.
Un mulato borrachon, que habia tomado su casa por alojamiento
gratuito, fué á acompai'larla, encontrando las piezas muy confOltables.
Se alojó en la sala y dormia sobre los sofáes de damasco.
y esta misma compai'lia solo sirvió para desesperarla más todavia,
pues cuando le pe.dia ~e al.canzara algo, le gritaba:
-Espere la bruja, SI qUiere, que ahora estoy ocupado,
Así murió este sér perverso, que habia emlpeado su vida en hacer
todo el mal posible.
En su último", dias, presa de un delirio espantoso, vela desfilar
ante su cama á todas sus víctimas que la emplazaban para el dja de
su muerte con terribles' amenazas.
y rindió su espíritu perverso en medio de sufrimientos múltiples
y creyéndose estrangulada y devorada viva por esqueletos de formas
caprichosas y aterran tes.
Murió sin haber conocido lo que era una caricia.
Parecido á este fué tambien el fin del célebre Mariíi.o, jefe de la
banda de asesinos conocida por serenos.
El mismo Rosas ordenó que los coches' de su acompañamiento
guardáran una distancia de seis "aras por lo ménos para evitar el
contagio de la peste.
Este ha sido el fin, mas ó menos, de todas las fieras de aquella
época;
El fin de ellos ha sido siempre trájico.
Solo dos, los más crueles, han escapado á. este castigo.
Rosas, que se dice murió tranquilo en su lecho, r~deado de su hija
y de sus nietos, y otro de sus Tenientes á quien la divina Provi-
dencia, no ha seii.alado aun su fin.
Sabe Dios cuál será este!
La muerte de heróico Lavalle dejó por el momento sin enemigos
á la santa causa de la federacion .
. Los degüellos cesaron entónces y las persecuciones fueron menos
VIOlentas .
. Pero los fusilamientos siguieron siendo siempre el sistema de Go-
bierno de aquel malva?o, que. se habia propuesto enterrar todo lo
que no fuese federal bien defimdo, es deCir,' todo lo que no importase
la aduloneria y el crimen en su último grado.

LOS FRAILES

Rosas,,,,gue no habia respetado nada, ni la vida ni la memoria de


su" padres, la empren~lió cC;m los frailes y .clérigos que no queri:ln
p~es~arse á todas las mfamIas de la federarlOn, y predicar d,>,;de el
pul pItO. el ~sterminio de l?s Salvajes Unitarios y sus inmund:l'; crias.
Los JesUItas y los franCiscanos fueron los pnmeros que seon.\Ó su
dedo (atídico á las turbas desenfrenadas de la mazorca... despues de
haberlos hecho amenazar de todas maneras.
, , 216
Porque entre el clero hay tambien hombres de carácter y un
hombre de carácter era forzosamente enemigo de Rosas.
La primera escena de sacrilegio y de sangre tuvo lugar en la
iglesia de San Miguel.
La mazorca crda que allí se habia refugiado la familia de don
Lúcali Gonzalez, cuya muerte trágica hemos narrado ya.
En vano el cura II;seguró de la manera mas formal que allí no habia
ninguna familia oculta.
En vano se opusó á un registro en el templo; la mazorca no hizo
caL. de semejantes argumentos, y penetró en la iglesia en pandilla
dando desaforados gritos de muerte, y blandiendo los sables y los
chuchillos.
El cura y el teniente, comprendiendo que su resistencia solo ser-
viria para irritar á aquellos bandidos, se metieron en las piezas, aban-
donándoles el templo.
PerGl poco despues fueron sacados de allí por el pescuezo, y obli-
gados á acompai'larlos á un registro general.
No dejaron recobec:;o ni sótano que no registraran con creciente
avidéz.
Estaban persuadidos que allí se ocultaban personas de la familia
de don Lúcas Gonzalez y querían encontrarlas á todo trance.
y á medida que iban perdiendo la esperanza se irritaban más y la
emprendian á golpes con los sacerdotes que negaban la afirmaclOn.
-Ustedt:s saben donde están, decian, y los ocultan, porque tan
salvajes unitarios son ellos como ustedes!
Pron.to, á decir donde están.
y pretendian con amenazas de muerte arrancar un secreto que no
eXlstla.
El pobre teniente cura no podia ya tenerse en pié
Los golpes recibidos eran superiores á su físico miserable y ya le
habian. roto el cráneo de un golpe de sable.
-Decí donde están por~ue te vamos á matar.
-y ~ómo quieren que dIga dónde están personas cuya misma exis-
tencIa Ignoro?
y los golpes se repetian hasta que fué preciso abandonarlo porque
no podia tenerse en pié!
Los santos fueron bajados de los altares y azotados delante del
cura que oraba silenciosamente, pues creia llegado su último mo-
mento.
Toda la iglesia fué registrada y tratada como casa de salvajes
unitarios.
Robaron lo que era de plata y despedazarot;l todo aquello .que no
tenia para ellos el menor valor, ó que no podian llevar consIgo.
El cura quedó tan estropeado como el teniente, y si no murieron
á consecuencia de aquellos golpes, fué á causa de la asistencia que
les prestaron unas buenas viejas de la vencidad.
El obispo Medrano tuvo conocimiento de este escándalo terrible,
pero guardó silencio.
Estaba dominado por el terror y era además un anciano débil que
hasta la memoria empezaba á perder.
Rosas empezó así una terrible persecucion al clero y á los frailes,
que aseguraba estaban minando la federacion.
Solo los curas como Gaete y comparsa que formaban parte 4e m
mazorca, escapaban á esa persec~cion espantosa.
217
Rosas habia puesto los puntos al convento de los seráficos padres
franciscanos.
En aquel convento tenian lugar algunos.pequeños escándal~s ~ntre
sus santos habitantes, escándalos que hablan llegado á conoclDuento
de Rosas como todo lo que pasaba en la ciudad.
Entre los santos varones que habitaban este convento, habia un
fraile Sotis, cuyo nombre aparecia siempre mezclado al de conocidas
y hermosas damas.
Era este un fraile je una belleza notable é interesante.
Sus grandes y hermosos ojos azules, bañados de una espresion de
.nfinita dulzura, inundaban irradiando su luz, aquel semblante de lí-
neas suaves y correctas.
Sotis vestía, no ya con elegancia, sinó con riqueza.
Por la abertura mtencional de sus hábitos se veia siempre una ri-
quísima pechera abotonada con brillantes; y la riqueza excepcional
de sus pañuelos de mano, llamaban la atendon de cuantos los veian.
De palabra fácil y melodiosa, el fraile Solis se hacia simpático
desde el primer momento, pues tenia el don especial de cautivar el
esplritu de la persona que con él hablaba.
La crónica escandalosa de aquellos tiempos aseguraba que el tal
frailes Sotis solia abandonar los hábitos de cuando en cuando y salir
en traje federal á correr la tuna y campear fruta pintona.
Los cuentos de sus conquistas amorosas se repetian en todas
partes con el nombre de las damas cuyo corazon habia sido incen-
diado por el seráfico fraile.
Estos cuentos y chismes pusieron en alarma al reverendo fray AI-
duor, Prior del convento que resolvió llamar al órden al lujoso
padre Solis.
Pero éste negó firmemente todos los hechos que se le imputaban,
ase~rando que mal podia corregirse de faltas que no habia co-
metido. .
El Prior levantó el gallo, pero se encontró con que el fraile lo le-
vantaba mucho m á s . ' .
Amenazó y se encontró á su vez amenazado. •
Fray Aldazor reunió entónces á los hermanos, para tomar una me-
dida séria, no solo ya contra los actos inmorales de fray Solis, sino
contra su descarada rebelion.
Aquí fué donde se armó la gran tremolina!
La autoridad' del Prior estaba minada, al estremo de ~ue cincuenta
frailes se levantáran contra Aldazor en defensa de Sohs.
Fray José .Maria Femand~z y Fray Domingo Cobos hicieron una
defensa cláSIca de fray Solis, asegurando al Prior que si se metia á
perseguir iba á sublevar contra él á toda la Comunidad.
La cuestion no podía ser más grave.
-:M~ veré en l~ necesidad de poner sus faltas á la moral en co-
nOClIDlento de qUien corresponda, habia dicho el Prior haciendo su
último argumento.
-No ~e opongo, habi~ replicado Solis, pero en ese caso se me
provocara á que yo tamblen haga conocer, no solo sus aventuras sino
sus desventuras amorosas.
Esto levantó una grita de todos los diablos.
Los partidarios de Solis, que eran los más, se pusieron de pié a{>o-
yando a~ fraile, y de pié se pusieron tambien los pocos que sosteman
la i\utQndad del reverendo Prior. .
218
Hl~bo arremanga~la de manteos y el ruido de alguno" pUl'í.etaZOf:
en ajeno pulmon dIeron la selial de la batalla.
Los hermanos se dividieron en dos bandos, en que vinieron tam-
bien á afiliarse las devotas de más copete.
Aldazor se encontró en una situacion más tirante de lo que habia
creido.
No le era posible lucha~ con.tra los partidarios de fray Solis, pero
tampoco podla guardar silenCiO y someterse á las irre!!"Ularidades
c ':jlletidas por su rival. .• t>.

Fray Aldazor redactó una nota jesuítica y vigorosa, en la que na-


rraba los escándalos de que era teatro el convento, por la conducta
libertina é intolerable del fraile Solis.
En esta nota que dirj~ió al Ilustre Restaurador de las leyes, pedia
á éste que tomára una <le sus sabias medidas para librar de un ca-
taclismo á la Comunidad, porque ya habia llegado el caso incalifi-
cable de irse á las manos.
Rosas con ocia ya de antemano tudo lo que le referia Aldazor y
no estaba esperando sinó la oportunidad de hacer una de las suy'as
oportunidad que vino á brindarle el incauto Solis. '
En amores con una dama, Solis pasaba en su casa las horas que
debia dedicar á la meditacion de la celda.
La dama esta tenia una hija, que á sus vez tenia una relacion
amorosa aunque más pura y legítima.
El jóven que la festejaba tuvo sus sospechas de que el fraile tenia
sobre ella las pretensiones amorosas que se atribuian á la madre y
resol vió jugarle una mala pasa.
Al efecto lo esperó llila madrugada al volver la esquina y cuando
el fraile se retiraba, lo acometió, con un nudoso tala que esgrimió
lo más vigorosamente que le fué posible.
Pero se encontró con que fray Solis no era manso, ni de puños
ni de corazon, y 'fue á falta de garrote devolvia lo·s puñetazos con
una fuerza poco comun.
El escándalo fué magistral!
El jóven esforzado, despojado de su tala tuvo que abandonar el
campo de batalla, no sin haber perdido en la refriega algo de Sil ino-
cente chocolata.
La aventura cundió por todas partes, y de ella se aprovechó Rosas
para meter mano en el órden de la Comunidad.
Ese mismo dia á la tarde, y en forma de decreto, el Restaurador
de las leyes pasaba al Jefe de Policia una nota que copiaroo del ar-
chivo de Pohcia, página 271:
Art. l0 El Jefe de Policia pasará al convento de San Francisco é
intimará al Padre Guardian la entrega de los cin,:o reli~osos Fray
Ramon Sabaté, Fray Ramon Traveria, Fray Dommgo Cobos, Fray
José Sevilla, y Fray José María Fernandez, y los conducirá presos á
la cárcel central de Policia donde serán completamente asegurados,
lo mismo que el fraile Francisco Solis.
Art. 20 Estando ya bien asegurados en la casa central los seis re-
ligiosos espresados, les intimará de órden del g<.>biemo que no sal-
drán de la prision en que están, sinó cuando qUIeran embarcarse y
transportarse á su costa, bajo partida de Registro, á un puerto de la
Europa, dando fianza al gobierno el ca{>ita~ del buque que los trans-
pOfte, de cumplir exactamente esta obhgaclOn.
ROSAS.
219
La noticia de la prision de estas seráficas r ersonas, se desparramó
por la ciudad con la celeridad consiguiente.
Fray Aldazo~ se ref?cilaba de. su triunfo, y voh:ia á recuperar ~a
autoridad perdida, mediante un discurso de escarmiento á los demas
hermanos.
Entre tanto la turba de damas mezcladas á aquellas aventuras que
tan federal fin habian tenido, se ponía en movimiento ocupando sus
relaciones del candelero.
y los empei'ios á Palermo empezaron á llover intercediendo por los
frailes presos.
Pero el ilustre don Juan Manuel sonreía con infinita pilleria, ase-
gurando que harto hacia con desterrarlos simplemente.
-Que suelten la fianza requerida, decia, y que se vayan á donde
Dios y Cupido los ayuden, pero yo no los quiero más en el pals.
De nada sirvieron los empeños puestos en juego y fué preciso cur~­
plir el decreto.
La misma dama heroina de la última aventura otorgó la fianza exi-
gida por el decreto de Rosas, y de esta manera aquella media do-
cena de frailes logró salir del pais, felicitándose íntimamente de llevar
el cuero y los huesos en perfecto estado de integridad.
La turba federal y mazorquera los acompañó hasta el embarcadero,
llenándolos de insultos y propinándoles algunos terronazos de tierra,
que felizmente no les' causaron el mayor mal.
Despues de esta aventura, Rosas no descansó en su persecucion á
los frailes, y la emprenllió con los jesuitas que vivian frailunamente
en la Iglesia del Colegio.
Los reverendos padres jesuitas que estaban en la Iglesia del Co-
legio, se habían negado varias veces á ciertas demostraciones fede-
rales á que acced a el resto del clero, por su propia conveniencia y
conservacion.
En las fiestas que se hacian continuamente, celebrando el natalicio
de Rosas, su advenimiento al gobierno, ó funerales por doi'ia Encar-
nacíon, era de práctica colocar el retrato del tirano eri el altar mayor,
ó colgarlo en todos los del templo.
Los jesuitas eran los únicos que no se habían prestado á ese sa-
crilegio, por que se creían amparados por sus hábitos y por el mismo
templo que habitaban.
, Los Jueces de Paz y jefes de mazorca, se habian quejado muchas
veces de esta grave msolencia, pero el tirano habia hecho la vista
gorda, esquivando dictar una resolucion al respecto.
Los jesuitas, que conocian las quejas, habian interpretado mal el
silencio del tirano, atribuyéndolo á temor de Dios; pues Rosas pasaba
por muy religioso, aunque era capaz de colgar á la misma Vírgen
Maria y hacerla pegar con brea un parche colorado.
Esto envalentonó á los seráficos padres jesuitas, hasta hacer caso
omiso de cualquier amenaza que les viniese por conducto del Juez
de ~az de la Parroquia 6 Comisario de la secciono
~lerto dia se presentó una comision de vecinos, exigiendo á los je-
sUitas colocaran el retrato de S. E. en el altar mayor, pues se iba á
celebrar una funcion de la mayor importancia federal, en todos los
templos de la ciudad.
~sta funcion tenia por objeto dar gracias á Dios por haber librado
la Importante vida de S. E. del puñal de los unitariOS.
Ya se sabe que Rosas finjía cada tanto tiempo un horrible asesi-
I .
220
nato que no era otra cosa que un pretesto para asesinar él é deter-
minadas personas.
Los honestos jesuitas se !legaron á la federal pretension, asegu-
rando que los altares se hablan hecho para adorar á Dios y no para
rendir homenage á los miserables gusanos de la tierra.
El ilustre Troncoso que era el encargado de hacer la intimacion
se sobrecogía de una manera sombría. '
-Sepa el fraile ladron, dijo al r.rior ó guardian, que S. E. el ilustre
Restaurador de las leyes está arnba de todo, entiende? y que ha de
po~r el retrato donde se mande. .
-Atrás el impío! salga el condenado! gritó el fraile, en el pináculo
de la indignacion.
y le sei'laló la puerta con un dedo rígido.
Tronc?so tuvo intencion de ensartarlo de una puñalada, pero no
se atrevió.
Recordó que á pesar de las infinitas quejas, Rosas no habia dispuesto
nada contra los Jesuitas y tuvo miedo de disgustar al patrono
-Está bien, fraile pícaro, salvajes unitario, dijo retirándose.
Yo me voy asi no más por no hacer una herejia, pero escuche lo
que voy á decirle.
Si el dia señalado para la funcion no está el retrato del gran Rosas
en el altar mayor, y todos ustedes no se presentan con la divisa fe-
deral vamos á hacer con ustedes un ejemplar que han de recordar
miéntras haya frailes haraganes y jesuitas sobre la tierra.
y salió del templo echando las más federales ternos.
El fraile se preocupó poquísimo de estas amenazas.
Sabia que nada se intentaria contra ellos sin órden de Rosas, y
estaba convencido que éste no los perseguiría por temor de Dios.
Inesplicable error, partido de la mente aguzada de un jesuita.
Troncoso dió cuenta al Juez de Paz y á sus compañeros Cuitiño y
Parra,. y estos llevaron la respuesta del jesuita al terrible Rosas.
-Ah! hijo de mala madre! esclamó el tirano al conocerla:
Como no obedezca á lo mandado, ya veremos quién es el gusano!
Si esos frailes roñosos, añadió, no cumplen la prevencion de Tron-
coso, queda retirada de hecho la proteccion federal que se les ha dis-
pensado.
Esto equivalfa á una órden terminante de mazorcada, y que quería
decir: •
«En ese caso, pueden ustedes hacer con ellos lo que más rábia
les dé.»
Era la manera con que daba á sus asesinos las órdenés de degüéllo
6 de azotaina.
Los bandidos aquellos salieron de Palermo con el corazon hen-
chido de federal entusiasmo, y meditando ya lo que harian con los
frailes en el caso seguro de que no cumplieran lo ordenado por el
amigo Troncoso. . . .
El dia de la funclOn llegó, y la fcderaclOn de aquella parroqwa
asistió á la que debia celebrarse en el Colegio, con tanta pompa.
Pero ni el retrato de Rosas estaba en el altar mayor, ni los hono-
rables frailes lucian la divisa ordenada por Troncoso.
El prior ó guardian de los frai~es .era. tan caprichoso ~omo Jesuita
y no habia querido ceder á la mdlcaclOn de otros fralle~ mismos,
que le dijeron era conveniente hacer lo que era de práctica en los
demás telllplos, pues hacer otra cosa seria ponerse mal con la ay.tQ-
ridad y provocar uo. descalabro.
221
Concluida la {uncion á las siete de la noche, los frailes, una vez
salida la concurrencia cenaron el templo y se f\:leron :i los enormes
~láustros á reposar l~s fatigas de la funcion en medio de la habitual
y suculenta comida. . ,
Ninguno podia im~ginarse que aquella misma. noche hablan de
sentir las consecuencias de la terquedad de Supenor.
A eso de las ocho de la noche, se hallaban nuestros jesuitas alre-
dedor de una mesa digna de Elio~ábalo.
Sin que esto importe una ofensa, todos sabemos que los frailes
en ~eneral ~on amigos de la buena mesa y de los manjares fuertes
y bien condimentados.
Pero los jesuitas son mucho más aficionados á bocados régios,
que las demás Comunidades.
El pavo relleno y el lechon adobadito son como quien dice su
puchero habitual. •
y los beatíficos dulces y famosos vinos, regalos de penitentes,
por supuesto constituyen lo vulgar de su bodega.
Así la categoria ó gerarquia de un jesuita se puede adivinar en el
volúmen de su barrigtl:, pues segun su puesto en la órden se dá una
vida mas ó menos regalada.
Así á las ocho de la noche los jesuitas del Colegio estaban sentados
alrededor de una mesa opípara, donde figuraban los m;:jores bocados
del arte culinario.
Los jesuitas allí reunidos. serian unos cincuenta, poco mas ó menos,
que variaban entre los treinta y sesenta años.
El olor de la comida y el espectáculo magnifico que ofrecian los
botellones rehenchidos de vino, habia alegrado á los honestos frailes,
cuyos ojos parecian pinchar ya la comida que humeaba sobre la
mesa.
Cuando el superior tomó asiento en la cabecera y se sirvió el
primer plato, la conversacion general rodaba sobre la amenaza de
Troncoso, y el ningun caso que de ella se habia hecho.
Pero cuando rodaron los primeros cadáveres de los botellones y
su contenido pasó á los santos estómagos, este tema fué abandonado
para dar preferencia á otros más alegres y joviales.
Los primeros vasos habian vuelto á los jesuitas mas juguetones
que gatos chicos despues de comer.
Quien referia Sl1 vida y milagros, con ,todo el colorido que puede
emplear un estudiante travieso; quien referia su última aventura amo-
rosa ó la de una hija de confeslOn; y quien en fin daba cuenta de
sus más famosos proyectos de seduccion y los medios de que pen- •
saba valerse 'para llegar al logro de sus ambiciones.
y todos relan de una manera descomunal, ponderando la trave-
sura del tal hermano y el espediente de tal otro.
y los platos seguian llegando unos detrás de otros, y los botellones
destripándose con una actividad poco frailuna.
Estaban en lo mejor de la comilona, cuando sintieron resonar en
la puerta grandes aldabazos y voces que se daban en la calle de
una manera poco tranquilizadora. .
El'comedor cambió de aspecto instantáneamente. Cada fraile se
colocó las manos sobre las orejas á imitacion de bocina, para prestar
mayor atencion, y escucharon un momento.
Los golpes y las voces seguian sonando en un creseendo terrible.
Pero del comedor no se podía entender bien lo que decian aquellas
voces.
Iban ya algunos. .frailes á levantarse para averiguar lo que sucedía,
cuando se apareclO en el comedor el hermano portero lívido como
un cadáver y temblando bajo la impresion de terror m~s espantable.
-¿Qué sucede? preguntaron todos á la vez.
El hermano portero estuvo un rato sin atinar á pronunciar una
. palabra.
-¿.Que sucede? pronto, caramba! preguntó el Superior poniéndose
de pié.
-~ucede, balbuceó el pobre portero, que' concluyó de aterrarse
ante la espresion de amenaza del fraile, que los que golpean la
puerta son nada menos que la Sociedad Popular.
y al decir esto empezó á gemir y á lloriquear de puro miedo.
-Pero ¿qué es lo que dicen? qué quieren? volvió á preguntar el
fraile cada vez mas amenazante.
-¡Abran las puertas á la Sociedad Popular Restauradora!
¡Abran ó las echamos abajo!
¡Mueran los jesuitas!
{~{ueran los salvajes unitarios!
y otras amenazas terribles, sollozó el portero.
Yo creo, terminó ya dando rienda suelta ar llanto, que si entran
nos van á degollar á todos.
De abajo se siente cómo afilan los cuchillos en las piedras del atrio.
Ni la presencia de un vijilante en medio de una reunion de mu-
chachos jugadores á la cuarta; ni un garrote de tala zumbando sobre
los componentes de una cita amorosa; ni un sálvese quien pueda! en
noche de barullo, produjo jamás efecto más terrible que el que pro-
dujo en la reunion de frailes la última aseveracion del hermano
portero.
Quien palideció como un cadáver, quien se sintió el estómago des-
compuesto, quien tuvo ganas de llorar y quien en fin manifestó su
pavor de diferente manera.
Pero los cincuenta frailes se abalanzaron sobre las tejas, colgadas
en las perchas del comedor, disponiéndose á la fuga.
y los golpes y las voces parecian multiplicarse.
El mismo padre Superior, acometido de fuertes escalofrios, tomó
su teja y miró en direccion á la huerta.
y todos aquellos hombres, envueltos en sus negros mantos, huyeron
como reunion de ratas sorprendidas por un perro ratonero.
El fraile Magesté ganó la gran qwnta de la Iglesia y se agazapó
entre el plantio y la verdura.
Los cremás atropellaron en todas direcciones, buscando una puerta
de salida, puesto que la boca de la cueva se las habian ganado.
Los mas flojos, de puro miedo, no atinaron á dar un paso; ganando
bajo la mesa.
Otros mas animosos pudieron llegar á su celda, donde se encer-
raron famosamente, mientras el hermano portero lloraba como un
recien nacido, recorriendo las celdas en todas direcciones, no hallando
un sitio donde meterse.
Pocos momentos despues la puerta era forzada, y los mazorqueros
se desparramaban á su vez por las celdas como unos condenados.
Aquel grupo de foragidos venia previsto de grandes rebenque;;; y
nérvlOs de toro.
Los frailes habian tenido la buena precaucion de apagar las luces,
de modo que la pesquisa en busca de víctimas -se hacia más difícil.
223
Pero 1a~ luces fueron prendidas poco A poco y la mazorca empezó
á recorrer las piezas infinítas de los ~láustros. .
El primero que cayó entre IJS garntas de la Santa FederaclOn, fué
el hermano portero que se habia tapado la cabeza al sentir el tu-
multo, como las perdices que creen que escondiendo la cabeza se han
t'scondido todas.
Un pat de azotes de ma~o maestra le h~c~ero~ lanzar .un .alarido
formidable y ponerse en pié con una rreclpltaclOn eléctnca.
-No me maten! no me maten! gritó, que yo soy un pobrecito que
no hace mal á nadie!
Una estruendosa carcajada saludó aquella queja lastimera, y media
docena de vergazos retumbó sobre aquellos honorables pulmones,
como sobre un bombo.
- Socorro que mt' matan! gritó el misero, virgen Maria que me
asesinan! gritó de la manera más elegiaca.
- Tengan piedad de mí que yo no soy más que el hermano por-
tero y á nadie puedo haber ofendido.
- ¿Dónde están los demás? preguntó el ilustre Troncoso palmeando
el cuello del' fraile como para no dejarle duda de sus intenciones.
El pobre portero empezó entónces á gritar como un cerdo que
presiente su fin.
- En todas partes, señor, en todas partes, dijo.
Han salido del comedor donde estaban cuando ustedes llegaron, y
se han desparramado buscando cada cual la guarida mas segura.
La mazorca empezó á correr en todas direcciones, miéntras el grupo
principal, con Troncoso á la cabeza, invadia el comedor,para mejor
orientarse en sus pesquisas.
Allí fueron pescados tres pobretes á quienes el susto por una parte
y una caricia de Ba:::o por otra, no dejaban mover.
EstaR fueron las primeras víctimas .
. Sacados de bajo la mesa empezó la azotaina más brutal.
En vano pedian misericordia: los bastones y 105 rebenques no deja-
ban de trabajar un solo momento.
Los gritos de las víctimas unidos á las maldiciones de los asesinos,
resonaban de una manera imponente en los desiertos y espaciosos
cláustros.
Los tres frailes tom~dos. bajo l~ mesa fueron ~olpeados hasta que
quedaron postrados, SlD ahento m aún para quejarse.
Del comedor empezaron á recorrer los cláustros celda por celda,
forzando las puertas de las que estaban cerradas.
Ocho frailes mas que fueron hallados, recibieron una manda de
azotes terrible, y algunos de ellos un par de tajos con que la santa
f(deracion quiso coronar la obra.
Los demás jesni:tas no pudieron ser hallados de manera alguna.
En v~no s~ registró todo, en vano se buscó hasta en algunos. só-
tanos: ImpOSIble les fué encontrar una víctima más.
~odo el afan d~ Troncoso era hallar al Su,Perior, para cortarle las
ore~as, segun de<:la., y. enseñarle así á ser mejor hablado y obediente.
" aguzaba su lDJemo y el de los mazorqueros que lo seguian.
Pero el Reverendo, metido entre los sembrados de la huerta, estaba
seguro de no ser hallado, porque la quinta era muy intricada y los
stmbrados tupidos y compactos.
Los demá~ frailes habian tomado las de Villadiego por las puertas
que dan salida á las calles de Bolivar y Moreno, refugiándose en las
224
casas amigas de la parroquia, los que pud.icron, y en San Francisco
y Santo Domingo los demás.
La mazorca tuvo que contentarse con lo hecho y con estropear la
Iglesia para despuntar el vicio. . 1

Como la mesa estaba preparada y cubierta de manjares y buenos


vinos, ~a honora?le mazorca. t0n:tó posesi<?n del comedor, y se sentó
á segwr la comIda que hablan interrumpIdo. .
Inutil es decir que una hora despues es~aban todos borrachos, ju-
rlfldo por el Restaurador de las leyes que no habian de descansar
hasta no dar con el resto de los jesuitas y cortarles la cabeza.
Despues de comer, decidieron dar otra manita á los pobre que ha-
bian quedado en el suelo postrados por los golpes recibidos.
Los. afeitaron en seco, con sus enonnes CUChIllos, la corona y el
~erqUlllo, .donde pegaron con cola los moños y las divisas con que
Iban provIstoS. -
Porque Troncoso, como lo habia ofrecido, habia llevado todos los
elementos necesarios para federalizar á toda la Comunidad.
El resto de las divisas y moños se los pegaron *los santos.
Con .10 que quedó tenninada aquella mazorcada monümental.
Los Jeswtas que estaban en el convento y que no habian sido ha-
ll:'ldos, perm'anecieron en sus escondit~~ hasta el dia siguiente, en que,
dIsfrazados y aprovechand.o la tranquihdan en que la ciudad quedaba
á la siesta, fueron saliendo y buscando refugio entre sus relaciones.
La mazorca al Colegio levantó en la ciudad, al dia siguiente, una
grita de todos los diablos.
Los federales se creian obligados á hacer manifest~ciones en contra
de los frailes, porque esto era quedar bien con el Gobierno.
y los unitarios, aterrados, tomaban sus medidas para escapar á la
matanza.
- Si esto hacen con los sacerdotes en las iglesias, decian, qué no
harán con las familias en sus casas!
y el terror cundilf por todas partes, y cada cual buscaba un me-
dio de salvacion, ya en la fuga, ya encerrándose en sus casas de
donde no salian S11'1Ó por una necesidad imperiosa é ineludable.
Rosas, cuando supo lo que habia sucedido, se hizo el indignado,
pero aseguró que los frailes eran los que tenian la culpa de todo, pues
ellos provocaban las iras de los leales federales, con manifestaciones
unitarias.
No solamente no se hizo nada, ni aún para cubrir las aparencias,
sinó que el Gobierno mandó salir fuera del país á los jesuitas, en el
término perentorio de veinticuatro horas.
El jesuita que despues de eso fuera encontrado en la ciudad, seria
reducido á prision, ateniéndose á las consecuencias de su dosebe-
diencia.
El decreto fué acojido con un terror descomunal.
Los jesuitas no se atrevian ni aún á cumplirlo, porque para ello
tendrian que salir á la calle ¿y cómo se esponian á arrostrar las ven-
ganzas de la mazorca?
Los más varoniles se disfrazaron de particulares, y empezaron á
embarcarse á gran prisa, para que las veinticuatro horas no los toma-
ran en la ciudad.
Los menos animosos, que habian encontrado albergue en los con-
ventos, alll se quedaron, vistiendo el hábito ya de los Franciscanos,
ya de los Dominicos.
225
De esta manera lograron burlar las iras de la mazorca, que enco-
nada los buscaba por todas partes, no ya con la intencion de mo-
lerlo~ á palos como la noche. anterior, sin!'! de .degollar~ós impiamen!e.
No se voh-ió á ver por las calles de la CIUdad, 111 un solo fraIle
que las cruz~ra. porque ninguno se atrevia á sa.lir á la calle.
Solo se velan de cuando en cuando, los FranClscanos que cruzaban
del convento á la Policia, á confesar á los presos que debian de ser
fusilados.
y estos salian pc,rque la auto, ¡dad los mandaba buscar, y com-
prendian que el resistirse solo importar~a agravar la causa y espo-
nerse á que en sus conventCls se produjeran escenas como las que
habian tenido lugar en el Colegio.
Muy felicitado fué Rosas por la esplusion de los jesuitas, que libraba
al país de una lepra espantosa.
Entre estas fehcitaciones, y en primera línea, figuraba una carta
de don Tomás Anchorem, que aplaudia frenéticamente la medida.
Tenemos á la vista la carta poco edificante á que nos referimos,
c·)mo la contestacion del gran Rosas esplicando las causas que lo
habian obligado á adoptar tal medida.
«Sun unos pillos, decia, que pasan la vida en una holganza sem-
piterna, ocupados solo en comer todo género de manjares y en atentar
contra el órden del país y la santa causa de la federacion.
Las beatas que los visitan con grave escándalo de la sociedad, son
las causantes de las orgías y escándalos que con harta frecuencia se
han repetido en esos barrios.
Por eso el Gobierno ha creído que debia hacerlos salir del pais
para que todas estas iniquidades terminen de una vez,
Mucho 10 sentirán· las referidas beatas á quienes con esto se les
priva de sus más entretenidos placeres, pero el Gobierno, ante todo,
tiene que velar por el bienestar y conservacion del sistema federal.
Así concluyeron por entónces los honorables jesuitas, que habian
de venir más tarde á plantear los colegios de educacion como el del
padre Cabezas en San Martín.
La guerra contra la gente de sotana, empezaba cruel y sangrienta.
Con esté género de guerras los sei\ores padres han podido des-
plegar siempre poderosos m¡:dios de defensa. •
Ellos han puesto en juego todos sus elementos, y mal que mal,
han sacado sus ventajas.
~orque no se les puede negar su habilidad pasmosa para los tra-
baJOS bajo cuerda, y su constancia infatigable para no soltar la tajada
que han logrado agarrar alguna vez.
Pero Rosas no les habia dejado ni siquiera el misero recurso del
pataleo.
Rabia puesto el dedo en la llaga, de manera que no les quedaba
otro recurso que bajar la cabeza y obedecer.
Así s~ les veia abando~ar el pais precipitadamente, tomándose
solo el tiempo muy necesano para esconder sus riquezas y que éstas
no fueran tomadas por la federacion .
. y estas riquezas mismas eran la causa de persecuciontan encar-
Dlzada.
Los jefe~ de la mazorca comprendian que los frailes eran ricos y
a~ per~gwrlos, perseguían tambien estas riquezas, aumentadas en' su
cifra real, por la federal codicia.
Buenos ~ontones de oro fueron á parar á los bolsillos de la mazorca.
El punal del tirano. 15
226
Pero la¡; ~um:l~ grue¡;:l~, la~ cantidades de importnncia, fueron sal-
vadas con tiempo, enterrúndnlas. t'n parajes imposibles de llescubrir.
Parec,,: que estas sumas han sIdo sacadas mas tarue, cuando nues-
tros gobIernos fueron más mansos con los seflOres frailes y de ahí
se esplica la inmensa fortuna de ciertas Comunidades religiosas, for-
tunas tan grandes, que á pesar del gran sijilo en ocultarlas, el pueblo
ha podido olerlas á través de los viejos y poderosos muros de sus
conyentos.
~osas siguió la.. persecucion. á los frailes 'por todos los medíos á su
alcance ya anónimamente, por medio de la mazorca, ya personal-
mente con decret"s que llevaban su firma al pié, mandándolos prender
unas veces y fusilar otras.
y esta persecucion tenaz y sangrienta no se limitó á los frailes
como parecia, sinó que se luzo estensiva hasta hombres eminentes y
patricios respetables, como los juarez y los Frias, que hallaron un
calvario en los Santos Lugares de Rosas bajo el gobierno de don
Antonino Reyes.
Los juarez pudieron salvarse en la emigracion, despues de mil per-
secusiones y desventuras.
Pero no sucedió lo mismo con los Frias, que pagaron con la vida
su abnegacion y su patriotismo santo.
El presbítero don Cesáreo Gonzales, fué otra de las víctimas que
pudo salvar la cabeza en la inmigracion.
Hombre de carácter y de verdadera virtud, se habia negado siem-
pre á sancionar con actos religiosos, las iniquidades com-etidas por
Rosas y sus bandas de asesinos.
La escuela del tremendo padre Gaete no estaba con las condi-
ciones de su corazon y no lo contaba entre sus émulos.
-Mire que lo van á degollar, solian decirle sus amigos.
Hay fuerza mayor, amigo mio, y usted debe ceder á ella, pues su
primer deber cristiano es conservar su vida.
Le recordaban el precepto aquel de ayúdate y te ayudaré.
Pero el noble sacerdote no queria abatirse de sus creencias ni de
sus principios.
Los actos de elevar preces al Creador Supremo por el natalicio de
Rosas, ó por el aniversario de su gobierno, repugnaban poderosa-
mente á su conciencia elevada y preferia á cometerlos, arrostrar
todas las iras federales.
Rosas lo señalo á la la mazorca y la mazorca empezó á perse-
guirlo. . . '
El presbítero Gonzales fué aVIsado á tIempo, y no pud.l~ndo ~m-
barcarse por el momento, se ocultó en ca:s~ . de u~a famIlia amIga,
que vivia en el estremo opuesto á su domICIlIo habItual.
Cansada de buscarlo la mazorca, que le habia perdido la pista,
empezó á asaltar las casas donde suponia estaba oculto.
Muchas fueron las familias víctimas de esta federal sospecha.
La mazorca penetraba verga y puñal en mano.
-¿Dónde e~tá el fraile salvaje unitario Gonzales? preguntaban los
que encabezaban el grupo.
-Lo ignoramos, era la natural respu~sta.
Antes venia aquí pero hace mucho tIempo que no lo vemos.
La pesquisa empezaba entonces bajo los más groseros insultos y
el resultado natural era no hallar alli á Gonzales.
La ira de los mazorqueros era enorme entónces.
227
Querian á todo trance le dije~an dónde estaba Gonzales! y como
no podían satisfacerlos, aquella Ira se descargaba sobre los mocentes
habitantes de la casa.
Las mujeres eran azotadas despiadadamente y si hallaban algun
hombre, podia éste considerarse feliz si solo se contentaban con
darle alguna puñalada.
El presbítero Gonzalez tuvo noticia de estas iniquidades y quiso
presentarse á la autoridad, para que su persona no fuera más la
causa de semejantes males. .
Pero la familia que lo amparaba se opuso enérgicamente.
-Con este paso usted se pierde, sin el menor beneficio para per-
sona alguna.
El mal causado ya no tiene remedio y el mal público es de todas
maneras inevitable.
,Qué sacará usted con hacerse degollar?
Solo satisfacer la sed de sangre de aquellos malvados.
y cediendo á aquellos leales consejos dejaba criar la barba y el
cabello, para adoptar despues un disfraz que le permitiera salir á
embarcarse sin temor de ser reconocido.
Rosas estaba irritadlsimo con la ineficacia de las pesquisas mazor-
queras.
Segun todos sus datos é informes habia la seguridad de que Gon-
zales no se habia movido de Buenos Aires, y esto lo empeñaba más
en reducirlo á prision y castigar en él el doble delito de ser unitario
y de haber dado tanto trabajo á sus agerites.
Fué entónces que libró contra él á la Policia órden de prision, 6rden
que copiamos del archivo, pago 380 número 63: .
«El Jefe de Policia tomará las medidas tendentes para reducir á
prision al padre jesuita salvaje unitario Cesáreo Gonzales colocándolo
en un calabozo de la cárcel pública, incomunicado.
ROSAS»

Pero las diligencias de la Policía fueron tan inútiles como las que
habia hecho la mazorca .
. Solo logró dar con un cáliz con patena de propiedad del jesuita,
pieza artística y de gran valor, que mandó entregar á los franciscanos
por el siguiente decreto que tomamos tambien del archivo:
«Dispone el Gobierno que se entregue al guardian d$convento de
San Francisco, el cáliz con patena perteneciente al presbítero prófugo
salvaje unitario Cesáreo Gonzalez.
ROSAS»
Como se vé se suponia que Gonzalez habia logrado fugar, pues á
estar en Buenos Aires, la Policia habria dado con él.
Gracias á esta creencia pudo Gonzalez escapar con mayor facilidad.
Se le habia proporcionado ~ traje de mannero francés, facilitado
por el cónsul de aquella naclQn, y echándose al hombro una bolsa
de galletas cruzó el muelle por entre los mismos asesinos que vigi-
laban allí á todas horas.
De esta misma manera, aunque empleada con mayor malicia, pudo
escapar tambien el señor Sagari, que habia vivido oculto en los zó-
tanos del n«;,ble Dejean, durante varios meses, para salvar su pescuezo
comprometido.
Dejean, de quien ya nos hemos ocupado con motivo del-asesinato
228
de~ se~or Mones Ru~, ocultaba en los zótanos de su panaderia á varios
Unitanos compromehdos, entre ellos el se¡'lOr Sagari.
Como Detean era pro<;:urador de los I:>uques fr~nceses que llegaban
y permaneClan de estaclOn, a su casa Iban contmuamente marineros
de aquella nacionalidad, que acarreaban hasta el muelle las bolsas
de galleta y pan.
Dejean tenia siempre en su casa un par de unüormes de marinero
para usarlos en caso de peligro. '
Siendo Sag~ri uno de los más c0l!lprometidos d~ sus huéspedes, y
est\Udo en VIS peras de fugar él mismo, se convmo en vestirlo de
mannero, que se echase al hombro una bolsa de galleta y saliese
entre el grupo de marineros que conducian otras bolsas.
Sagari se cortó la barba, desfigurándose cuanto le fué posible y
vistiendo el uniforme francés quedó completamente transformado.
Tomó su enorme bolsa, y despues de dar las gracias á su generoso
bienhechor, se echo a la calle acompañado de un cabo de escuadra
y tres marineros mas, como él, conductores de otras bolsas.
El ojo más esperimentado no hubiera reconocida en él á un uni-
tario en fuga.
Así marcharon hasta el muelle, sin el menor tropiezo.
Pero al poco andar, los marineros se encontraron con un grupo de
bandidos, capitaneados por el célebre Badia, que sin duda espiaba á
algun infeliz de quien tendria noticias debía embarcarse ese dia.
Badia era uno de los que habian perseguido á Sagari, cuando buscó
asila en casa de Dejean.
Hombre timido y que deseaba conservarse á toda costa, por su
familia, se asustó de un modo terrible.
Creyó que se trataba de aprehenderlo á él, que le habian conocido,
y le entró tal temblor, que apenas podia sostener la bolsa.
Como era natural, al verlo los bandidos se detuvieron y lo miraron
con curiosidad.
Sagari concluyó de aterrarse, soltó la bolsa y empezó á dar traspiés
como un ébrio.
Felizmente el cabo de escuadra que lo acompañaba se dió instan-
taneamente cuenta de la situacion y co~cibió un plan de salvacion.
Tomó á Sagari bruscamente por el pescuezo y le dió un empellon
diciéndole en un español detestable.
Sin vergow;a! canai, borrach! ya te enseñaran á bordo á fair esa
ñgur endesoÍ1Í!
No es mala palís la que te espero
Arrastró en seguida la bolsa y siguió dando formidables empellonc,s
á Sagari, hasta que llegaron al bote salvador.
Los mazorqueros reian alegremente, no solo de la tranca del uno,
como de la geringonza del otro.
-Adioll don Pepe! gritó Badia aludiendo á la tranca.
y todos se pUSIeron á mirarlos embarcar, pues suponian que el
borracho iria al agua.
Pero no fué así.
Cuando Sagari se consideró fuera de peligro, sintió renacer su alma
y pudo caminar con más firmeza.
De este modo se salvó Sagarí y todos los unitarios que habia es-
condido en su casa el noble Dejean.
Sigamos ahora con la maylu míquidad que contra el clero cometió
Rosas.
229

LOS CINCO MÁRTIRES

El bandido Oribe secundaba en las Provincias las. iniquidades de


Rosas, anticipándos.e á muchas de ellas, c~m<? PO! ejemplo á la per-
secucioD de los frailes y sacerdotes más distmgUldos.
Oribe habia declarado fuera de la ley á todo hombre de sotana,
segun su espresion, que no predicara en el púlpito la santidad de la
corona federal.
Era preciso recomendar en el nom~re de Dios, aquel inicuo y cri-
minal sistema, para escapar al cuchillo mellado de los soldados de
Maza que eran los más prácticos en violín yviolon.
De: otra manera, los sacerdotes estaban perdidos y podian elevar
ie antemano sus preces, por el descanso de su alma.
Muchos sacerdotes pagaron con la cabeza el delito de no haber
,\uerido santificar los crímenes monstruosos de la federacion.
y así mismo hubo siempre sacerdotes que, seguidos bajo el mismo
sahle de Oribe, replicaron terminantemente mo quiero» al recibir la
é'rden de predicar de aquella manera impía.
El mismo fraile Aldao en Mendoza y San Juan, no solo persiguió
muchos sacerdotes, clasificándolos de Unitarios, sinó que se limpió
unos cuantos que tuvieron el valor moral suficiente para reprocharle
sus maldades.
Oribe parodiando ó tratando de parodiar á Rosas, empezó su per-
secución á los sacerdotes como si deseara saborear en ellos todas las
gradaciones del martirio.
Los hacia subir sobre burros cubiertos de trofeos celestes, los lle-
naba de cintas y moños de aquel color, y los hacia pasear por toda
la ciudad con la cara vuelta al anca.
y aquellas pobres v!ctimas tenian que soportar resignadas aquella
vergüenza, y la rechifla de los pilluelos y de la soldadesca incitada
para burlarlos.
El bandido á quien se le ocurriese darles un golpe á la pasada 6
llenarlos de injurias, podia hacerlo seguro de que su accion sería mi-
rada como el deber cumplido.
El fraile Aldao procedia como verdadero alcoholista.
Hacia bañar á los sacerdotes tachados de unitarios, en pipas de
aguardiente ó caña, que se repartia en seguida como reliqUIa, entre
los miserables que aplaudian sus' iniquidades. .
Al rededor de dos ó tres pipas de estos donde se bañaban otros
tantos sacerdotes, se armaba un baile verdaderamente infernal, presi-
dido por el fraile Aldao y una cuadrilla de las damas de su corte.
Raras <;lamas por cierto, que se disputaban con el fraile impio la
supremacla en el deber.
Aquello era monstruoso.
Voy á hacer frailes en aguardientes, decia Aldao, como quien trata
de hacer damascos ó guindas. .
. Y.aquellas mujerzuelas le saltaban al cuello animadas de un placér
1nfimto.
Bailaban al rededor de las pipas, de donde sacaban el contenido
en ~asos, ~ pesar ?el clérigo.6 fraile allí sepu,It1l:do hasta el cerquillo.
\ el .balle y la Jarana segulan hasta que la ultima de ella caía aptas.
Jada por el alcohol.
,230
y Aldao era siempre el último en caer.
Parecia que su estóma~o privilegiado no sintiese el fuego del aguar-
dIente.
Muchas veces sucedia que los frailes en la pipa de aguardiente se
lo pasaban de una casa a otra, como angelito destinado á velori¿. .
Todas aquellas mujeres, si tales pueden llamarse, querian dar baile
en su ~asa y era preciso contentarlas á todas por igual, para que la
paz remara entre ellas.
~ así la pobre víctima iba pasando de casa en casa como cadáver
de velorio. ' .
~os ó tres veces sucedió que al mandarlos salir de la pipa, ni si-
qUIera contestaron.
El alcohol habia cocido sus miembros y articulaciones hasta pos-
trarlos para siempre.
Pocas horas sobrevivieron á aquel baño de cuatro ó cinco dias, ~eO'un
los bailes á que habian asistido. t:t
Oribe, que festejaba con alegres carcajadas la ocurrencia del fraile,
galopaba veinte ó treinta leguas para asistir á estas fiestas que se<TlÚl
decia, le regeneraban el corazon. ' <:>
.. Cuando el feroz asesinato del noble doctor Avellaneda en Tucu-
man, y sus leales compañeros, la sociedad de aquella heróica pro-
vincia quedó sumida en el mayor espanto.
i.Que iba á ser de ella bajo el puñal de semejantes galeotes!
Los hombres más espectables huían al confin de la República, mié n-
tras las clases m.is acomodadas temblaron pensando en el peligro á
que quedaban reducidas sus familias.
El tremendo Maza, de maldecida memoria, se habia aloJerado de
la ciudad, practicando con sus soldados, en los habitantes, los actos
de la más refinada maldad y cruel cobardia.
Los crímenes más abominables fueron cometidos en el cuartel de
aquel mónstruo, que hacia de ellos verdadero alarde y vanagloria.
Los unitarios que se prendian, eran conducidos al cuartel de Maza,
quien los destinaba á asistentes de sus soldados.
y tenia que desem{lei'lar allí los oficios más humillantes, bajo el
garrote de aquellos rrusebles.
Ellos eran los encargados de hacer de comer á los soldados, de
limpiarles el correaje y desempeñar todos los demas oficios domés-
ticos.
y cuando el soldado no encontraba bien lo que habia mandado
hacer, la emprendia á golpes con la victima hasta postrarla.
Los que aquellos desventurados sufrieron durante el tiempo de la
prision, no es imaginable.
A las tardes, iba Maza al cuartel a presenciar la lista y á observar
las diversas caras y es presiones de aquellos desventurados.
y por el simple hecho de no ser de su agrado, por chocarle el
color de los ojos ó el tamai'lo de la nariz, deda al soldado que tenia
más cerca:
-DegüeIleme esa porqueria que está comiendo carne de nlas y no
sirve para maldita la cosa.
El prisionero era sojuzgado, ah{ no mas lo volteaban y cumplian
la órden salvage que se les habia dado.
La cabeza era separada del tronco, arrojándose este último al campo
y conservando la primera como un trofeo, en los muros del cuartel.
Así se divertía el foragido Maza en la espléndida ciudad' de '!'u-
curnan.
231
y así como trataba de aquella manera cruel á los hombres clasifi-
cados de salvag-e~ unitarios, no era mas blando con las señoras.
A muchas de~ ellas las redujo á prisiun por ser espo:;as ó hermanas
del tal ú cual salvage prófugo, ubligúnJula:; á cebar mate para él y
sus otlciales.
y el Jedor puede ya figurarse á qué clase social pertenecían los
oficiales que servian con Ramon Maza!
Pero ninguna de estas fué sometiJa á la pena de azotes.
Esta suprema cobardia quedaba reservada esclusivamente al gran
Rosas!
Habia entlmces en Tucuman dos sacerdotes Frias, hermanos ambos
del conocido y respetado patriota don Féliz. .
Estos sacerdotes, indignados con la conducta de aquellos malvados,
sin reflexionar el peligro á que se esponian, resolvieron emprender
una santa cruzada contra aquellos cobardes, levantando el espíritu
enervado de las masas.
Asi en vez de predicar en favor de la federacion, como se habia
ordenado á todos los sacerdotes, tenian sus reuniones, donde tramaban
un mo\;miento regenerador, tendente á arrojar de Tucuman aquella
cadel/a de galeot~s.
A estas reuniones asi:;tian otros tres sacerdotes, argentinos tambien,
cuyos nombres no hemos podido averiguar.
todos los documentos registrados con este objetos, hablan de cinco
sacerdotes enviados de Tucuman por Oribe, pero no consignan más
nombres que el de los hennanos Frias.
El mismo archivo de Pl,licia solo habla de 108 cincos sacerdotes
que remitió Oribe, pero no consigna sus nombres .
. Uno de ellos, segun hemos averiguado extra-oficialmente, era un
doctor Echenique, de Santiago, hombre sumamente digno y respetable.
Llenos de espias por todas partes, los cinco sacerdotes no tardaron
en ser descubiertos y vendidos á Maza, quien los mandó prender so-
bre tablas, con una partida de sus más miserables soldados.
A no haber sido por la ñsonomía respetable é imponente de los
hennanos Frias, antes de ser conducidos al cuartel hubieran sido
azotados é insultados de todas maneras.
Pero aquellas dos nobles y reposadas fisonomías, aquel aire de su-
prema superioridad, impusieron á los soldados, de manera que no
tuvieron el coraje de dirigirles el menor reproche, no ya injuria.
Los hermanos Frias, como todos los hombres de aquella familia,
eran dos personas de elevado carácter y de una ilustracion poco co-
mWl en aquella época.
No temian á los asesinos de Maza, y marchaban con la cabeza er-
guida y la mirada serena.
-Están ustedes presos de órden del Comandante Maza, les dijo
el oficial que con aquel objeto habia allanado la casa.
Es inút~l t~da resistencia porque me obligarían á' matarlos como
perros urutanos que son.
-Esta~os dispuestos á seguir á ustedes á todas partes, dijo WlO
de los Fnas.
No hemos cometido delito alguno y nada tenemos que temer.
-Eso lo veremos des pues, frailes salvajes unitarios! dijo el oficial.
Eso se lo contarán al Comandante.
I?e. tal ~anera miró Frias á aquel miserable que ese fué su primer
y ultuno IIlsulto.
232
Los sacerdot,es no volvieron :i ser mole~ta(los en todo el camino,
Pero no debla suceder lo mismo con el in~ígne bribon (le Maza,
Apenas los \'ió venir, antes de que ellos pUllieran oír lo que les
decia, empezó á, insultar~os de I~ manera más soez y felleral.
-Al fin he trmcado cmco frades para que con ellos se divierta el
General! gritó.
Ya verán esos pícaros cómo castigamos nosotros á los que se m~­
ten contra la federacinn.
-I~sulta~ á sacerdotes que no tienen más armas de defensa que
la reslgnaclOn, es poco noble y poco valeroso, replicó diO'namente
F'ias. . b

Insultarlos sin motivo y sin causa es un crimen!


-Yo te he de dar crímt;n" bribon! replicó .M~za, exasperado p(lt
la magestad de aquel sentimiento y la supenonoridad moral '¡ue so-
bre él tenian aquellos hombres,
-Alli te las entenderás con el General, que se pinta solo para en-
tenderse con frailes.
Pero antes te las vas á entender conmigo, que no me pinto menos
añadió particularizándose con Frias. '
El sacerdote lo miró y se contentó con sonreir, significando ¡,;u
más completa indiferencia.
Los cinco sacerdotes fueron conducidos á la cuadra de los sollla-
dos, y destinados COmo los demás unitarios, á servirles de asistentes,
Mostrando que en ello no se hacian la menor violencia y que se
habian completamente resignados á su suerte, los cinco sacerdotes
hacían hasta con complacencia, cuanto los soldados les mandaban.
Aceptaban humildemente el miserable pedazo de tumba que se les
dabá como único alimento y lo recibian dando las gracias.
Esta conducta disgustó profundamente á Maza, porque el queria,
no solo hacer sufrir á aquellas cinco víctimas inocentes sinó oirlas
quejarse y lamentar su suerte.
Desde el momento que ellos aceptaban resignadamente el tormento
impuesto, era necesario por lo menos, condenarlos á algun otro que
los hiciese quejar.
Así ordenó á su tropa, si es que como tal podia considerarse aque-
lla amalgama de criminales de toda especie, que cada vez que man-
daran hacer algo á los sacerdotes, les sacudiesen un palo, como por
via de correccion.
Los sacerdotes habian logrado sobreponerse de una manera es-
traña á aquellos bandidos, pero estos, que tenian más temor á los
rigores de Maza, que respeto por sus asistentes, se apresuraron á
cumplir la órden al pié de la letra. '
Aquí empezó el verdadero martirio de aquellos hombres. ,
Porque los soldados empezaron á pegarles por temor, y para salir
del mal paso, concluyeron por sacudirles por lujo, ó como quien dice
para darle ~sto al brazo.
No se dinjian á ellos sin darles algun golpe de palo ó de sable.
Pero no por esto perdieron ellos su actitud mansa y resignada.
No se les oyó la menor espresion ágria ni la menor queja.
Eran hombres firmemente resignados á correr su suerte, sin preo-
cuparse de mayores ó menores amarguras. .
Maza estaba dado el diablo con aquella conducta que contranaba
sus instintos perversos.
No le faltó intendon y deseo de mandarles hacer una travesura
233
en el cuello, pero ('amo sabia que aquella remesa daria sumo placer
;1 Oribe, decidió mandarselos, consolandole los horrores que con ellos
haria el General. . .
Lo único que sen tia era no poder gozarse en los procedImIentos
a que fuera de toda duda serian sometidos. . .
A los tres dias de tenerlos consigo, llamó á los sacerdo~es, á qUIenes
les previno que habia decidido enviarlos al General OrIbe, donde re-
cibirian mejor trato.
-Es tan pobre .nuestro alojamiento aq,:d, les dijo que me ha sido
imposible proporcIOnales mayores comodIdades.
Pero al lado del General ustedes encontrarán, no solo mayores co-
modidades, sinó un trato como el que merecen personas tan dignas
y elevadas. .
Para mayor comodidad de ustedes, voy á haeerl~s .dar las emeo
mejores mulas que puedan encontrarse en la Provmc13. .
y despues de esta sátira federal, les hizo sei'la de que podlan re-
tirarse.
Antes de salir, los hermanos Frias tomaron la palabra para espre-
sar su reconocimiento.
-Quedamos intimamente agradecidos á todas sus atenciones, dije-
ron, de las que llevamos recuerdos que no podrán nunca borrarse.
-Pierdan ustedes cuidado que ya se borrarán, repuso. Maza, y sinó,
se los harán borrar por fuerza las que recibirán del General Oribe.
-Lo dudo mucho, aiiadió entonces Echenique.
De todos modos, si de nuestro espíritu se borran sus leales y cris-
tianas consideraciones, ahí queda Dios encargado de premiarlas.
Su justicia es una é infinita!-ya tendrá ocasion de esperimentar
el señor comandante!
-Agradeceré mucho por mi parte que ustedes que SOI1 sus minis-
tros, se empeñen con Dios para que el premio venga pronto por que
no hay cosa peor que estar esperando lo que nunca ha de llegar.
y soltó una ruidosa carcajada.
Al otro dia despues de lista de diana, salian del cuartel de Maza
en direccion á Córdoba donde se hallaba Oribe, los cinco religiosos.
La promesa de las mulas era una sátira como todo lo demás, pues
debian hacer la jornada á pié miéntras los soldados y el oficial que
los escoltaban montaban mulas de primer órden.
Al verlos pasar, Maza les dedicó su última injuria y su última ame-
naza. que ellos aparentaron no oír.
- Ya sabe mi oficial, dijo al que mandaba la escolta:
Al primero que se mue.va me le toca el violin y me remite la cabeza.
La carta con que los remitia, aunque no hubiese llevado firma al
pié, por el lujo de infamia que en ella se hacia, se podia adivinar
fácilmente al degollador de seiscientos prisioneros.
Señor General don Manuel Oribe, decía;
Tengo la mas viva satisfaccion de remitir á V. E. cinco frailes de
l~s salvajes Unitarios de esta ciudad, más empecinados y más cons
pIradores contra la Santa causa de la federacion.
Estos grandes bribones estaban tramando una revolucion contra el
~ran. ~istema federal, cuando sorprendidos por mí, fueron reducidos
a pnslOn.
~omprendo que con esta gente no puede usarse de ninguna con-
eeuon y que yo debia haberlos hecho degollar.
Pero he pensado despues que con esto hubiera robado un legítimo
placer á V. E.
234
Preferí remitirlos vivos para que V. E. haga de ellos lo I}ue mejor
estime.
Los remito .vivos entónces, reiterando que esos cinco frailes im-
I.:>o.rtan. llil pelrgro para nosotros, por .. a cantidad de gente inocente
e InfelIz, que ell~s arrastran, por el numer.o de r~lac!ones que pueden
tocar entre los ClllCO, y porque son Salvajes Umtanos empecinados
enemigos de Dios y de los hombres. '
Con este motivo tengo el honor de saludar al señor General á quien
Dios guarde.
M. MAZA •

. Tan~o el o~cial como los soldados que componian la custodia, ha-
blan SIdo eleJldos entre los más feroces, de manera a quedar seguro
que el viaje, para las víctimas seria uria cadena de terribles desven-
venturas y dolores.
Durante las primeras doce leguas, todo marchó bien.
Pe~o á me~i~a gue los sacerdotes empezaron á cansarse, empezaron
tamblen las Injurias y las amenazas de todo género.
El reposo de aquel dia fué corto y amargo.
El oficial los hizo pasar de pié, sin permitirles sentarse.
El segundo dia de la jornada se hacia mas duro.
Las piernas estaban fatigadas, los cuerpos mal alimentados y la
planta de los piés convertida en una ampolla.
y no hubo remedio!
Fué preciso seguir la marcha bajo el s(ll abrasador de aquellas re-
giones tropicales, ó esponerse á ser apaleados por aquellos merce-
narios.
Marcharon tambien el segundo dia, a pesar de las ampollas que ya
se convertian en llagas.
El tercero y el cuarto dia, ya toda la v91untad de aquellos mártires
fué inutil para hacerles dar un paso.
Cayeron estenuados de dolor y de fatiga, sin poder moverse.
Entúnces empezaron los golpes y los martirios.
Los soldados apaleaban á los sacerdotes, segun la órden recibida,
con cuidado de que aquellos golpes no fueran á causar herida en la
cabeza.
y el oficial hacia pruebas de una crueldad refinadísima, desde po-
nerle los dedos en cepo de piolines hasta acercarles la brasa del pu-
cho á la llaga de los piés.
Pero todo fué inút 1.
Aquellos hombres habian marchado hasta agotar su último esfuerzo.
Así es que cuando cayeron, fué porque no tenian un ,!tomo mas de
fuerzas para estar en pié.
Fué preciso alzarlos en ánca~ para seguir la jornada..
Así llegaron al campo de Onbe, postrados por la fatIga, la fiebre
y el dolor.
El hambre los hacia sufrir de llila manera indescriptible pues desde
que se plisieron en marcha no habian comido mas bocado que los
mendrugos que arrojaban los soldados.. .
Así fueron entregados al General Oribe, Junto con la carta de
remision. .
Oribe venia en esos momentos de hacer una larga jornada, así que
decidió no ocuparse hasta el otro día de los prisioneros que se le
anunciaban.
235
Cuando leyó la carta de ~aza se iI~minaron sus ojos pequeños y
penetrantes, como los del tIgre á la vlsta de la presa.
-Es bueno escarmentar á esta gente de sotana, dijo la hiena del
Quebracho, pero escarmentarlos de una manera que escarmienten
todos los que vayan quedando.
y haciendo que presos y custodia se alojáran en las cuadras de su
escolta, se echó á donnir la siesta. .
Los desventurados sacerdotes tuvieron siquiera aquella tarde y
aquella noche de reposo.~
y aunque sobre un suelo lleno de pozos y tolondrones, durmieron
con envidiable placidez. -
De aquel sueño delicioso que les hacia olvidar las fatigas pasadas,
fueron sacados bruscamente por las caricias de agena bota.
Era que los despertaban, como se despierta á los presos.
El General los llamaba á su presencia.
Aunque el dolor de los piés era inaguantable, hicieron Ull esfuerzo
tremendo, y siguieron al guia.
Este los condujo al alojamiento de Oribe, que los esperaba cón su
espresion feroz y sanguinaria.
El continente noble y digno de aquellos hombres, impuso al sol-
dadote algun respeto, respeto que disipó bien prClnto su feroz instinto
de destruccion.
-¿Que tal?-les dijo-conspirando contra los federales, en alianza
con nuestros mas crueles enemigos?
-Nosotros no conspiramos contra nadie, pues harto que hacer te-
nemos con las funciones que nos impone nuestro ministerio.
-Sin embargo, aquí hay una nota del Comandante Maza, en que
me dá buenos detalles de las iniquidades cometidas por ustedes.
-El Comandante Maza puede decir lo que mejor le parezca, pero
no pasará de ser una impostura.
Ese no es un hombre sinó una fiera terrible.
Ni aún en el caso de ser cierto lo que asegura, es perdonable la
zaña feroz que ha desplegado con nosotros.
-Es verdad, debia haberlos hecho degollar.
-Hubiera sido más humano.
y en nombre de esa misma humanidad, pedimos se nos haga fu-
silar e,p el acto, si es que no hemos de ser tratados como hombres,
ya que no como sacerdotes.
-y se quejan los canallas! exclamó Oribe.
A ver, ¿cómo se llaman ustedes? .
Cada uno de los sacerdotes se nombró, con una tranquilidad que
demostraba la entereza de aquellos espíritus.
Cuando Ori~e escuchó el apellido de Frias, se trasfonnó comple-
tam~nte y se VIÓ como una nube de sangre que encapotaba su mirada
ternble.
-¿Qué son ustedes del Frias, del mazorquero maldito que anda de
secretario del asesino Lavalle?
-Hermanos, replicaron los dos levantando la frente noble, con un
orgullo infinito.
-Ah! miserables frailes unitarios! les gritó levantando sobre ellos
el rebenque.
y t?davia niegan lo que asegura Maza!
Reclen ahora van á llevar su merecido.
A ver! ¡ritó dirijiéndose jil oficial-que los pongan en el cepo,
236
por ahora, miéntras se hace la nota de remision i S. E. el RtS-
taurador.
y cayó como una hiena, rebenque en mano, sobre los sacerdotes
que salian de su tienda.
Frias, que á la salida ocupaba el último puesto, fué el que reciLió
la lluvia de golpes.
-EL. s~ñor tenga piedad de tu alma! mur¡nuró como única queja,
como umco lamento.
Oribe en el acto mandó á su secretario hiciese la nota de remision
de aquellos cinco malvados. .
... Me apresuro á remitirlos pronto, dijo, porque tengo miedo "de no
dar este gusto al Gobierno SI los conservo cerca de mi.
Me sucede 10 mismo que á Maza.
Tengo un gran deseo de hacerlos degollar.
«Entre esos cinco bandidos, decia á Rosas, van dos llennanos del
Secretario que acompaña al asesino Juan Lavalle.
«Estos eran el alma del movimiento que tramaban contra la causa
de la Federacion, sin duda combinados con el asesino Lavalle, por
intermedio de su secretario.
«Es tal la indignacion que siento, Exmo. Sr., que no sé cómo me
contengo y no hago con ellos un ejemplar.
.. Pero ya V. E. les demostrará que, por magnánimo que sea V. E.,
es inexorable cuando se trata de cnmenes como el que han cometido
estos malvados! »
y desJimes de un cúmulo de consideraciones, sin más aconsejaba
qUé ni sIquiera se debia ahorrar con ellos martirio alguno.
Al otro dia de madrugada, los cinco sacerdotes salian en direccion
á Buenos Aires, escoltados por otros diez soldados y un oficial.
Jamás fué tan duro y amargo el camino á la tumba!"
El cepo de la noche anterior, aunque mortificante, siquiera les habia
servido de descanso, por haber tenido que estar estirados en el
suelo.
De modo que, aunque los continuos golpes é injurias les habian
dejado poco tiempo para dormir, habian descansado algo de las fatigas
de la pasada marcha.
Antes de salir de aquel campo maldecido, vino Oribe á darles la
despedida.
-Oigan bandidos, les dijo:
Sépanse que si no los he hecho degollar, no es por falta de ganas,
sino por" no privar al Restaurador de este gusto.
Harto desquitado estoy, pensando en el fin que les .espera.
y dió la señal de marcha despues de haber dado de golpes con
el rebenque á aquellos desventurados.
Si espantosa fué la primera marcha al campamento de Oribe, más
espantosa fué todavía aquella marcha á Buenos Aires.
Porque ya sus piés venian llagados y. estenuados sus fisicos.
El martirio era tal, que aquellos espín tus tan fuertes se encontraron
vencidos al extremo de pedir por favor se les pennitiera reposar un
poco.
-Basta con el reposo de la noche, decla el oficial.
A mí se me ha ordenado que marche rápidamente y que no tome
más tiempo de reposo que el necesario pR;ra no postrar. las ~ulas.
-Quiere decir que las mulas son más dIgnas de conslderaclOn que
cinco hombres que vienen en nuestro estado J
237
Haga usted lo que quiera, amigo mio, pero yo le garanto que dentro
de poco no bastará toda nuestra buena voluntad para hacernos dar
un paso. .
-Entónces recurriremos al cuchillo que suele ser más fue. te que
la mejor voluntad.
Los sacerdotes se estremecieron de horror¡ pensando en los medios
emoleados anteriormente para hacerlos canunar.
~o todos ellos tenian el valor de los hermanos Frias.
Los otros tres eran hombres tímidos hasta cierto punto, que si no
se habian desplomado ya era por la palabra y el ejemplo de sus com-
pañeros.
y apesar de todo esto, aquella marcha no fué tan terrible como la
que hicieron por aquel mismo camino los prisioneros del Quebracho!
A estos siquiera se les arrojaba los Aesperdicios ~e la ~oldadesca
para calmar el hambre, y se les permlua beber á 'dlscreclOn cuando
pasaban ror algun arroyo ó riacho.
Sin embargo la fatiga era enorme y el dolor de los piés inaguantable.
Donde quiera que posaban la planta, dejaban una marca sangrienta,
pues ya las llagas empezaban á convertirse en úlceras, á consecuencia
del calor abrasador del suelo.
Echenique, más débil de físico que sus compañeros, fué el primero
en caer, sin un átomo mas de fuerza.
El oficial intentó haGerlo levantar y seguir caminando, pero aunque
el sacerdote trató de obedecer, no le fué posible.
Entónces sacó el sable para valerse del primer recurso, pero los
otros sacerdotes se interpusieron.
-Es inútil, dijeron los Frias, pues siendo el objeto no demorar la
marcha, los cuatro lo ayudaremos á andar.
El oficial guardó el sable y consintió en aquella ayuda.
Parecia un hombre bueno en el fondo, y que necesitaba hacerse
una gran violencia para cumplir las órdenes recibidas.
Sin duda el temor de ser delatado por sus mismos soldados, lo
hacia ·sa- más duro de lo que hubiera querido.
Solo, su conducta hubiera sido otra.
La marcha siguió entonces de aquela manera rara y solemne.
Echeñique marchaba entre sus cuatro compañeros, á quienes miraba
con una ternura íntima. .
-No se. molesten, hermanos mios, les decia.
De to~os modos voy á morir, porque conozco que la vida se aleja
ya de mI cuerpo. .
Déjenme, déjenme, así tal vez me ma~en y dejaré de sufrir más
pronto.
-Paciencia, hermano mio, paciencia! decíanle los Frias animándolo.
Debemos cumplir con la divina máxima «ayúdate y te ayudaré.»
y Echeflique sonreia entónces, con una dulzura de otro mundo.
El oficial. estaba profunda~ente conm<?vido con aquella tocante
escena, haclen~o todo ~o pOSIble por dommarse.
Pero no habla remedIO para él.
Era preciso cumplir las órdenes recibidas, ó esponerse á caer en
un bárbaro castigo.
La fatiga propia unida á las que les causaba el· sosten prestado
al compañero caido, iba concluyendo poco á poco con la escasa
fuerza que les quedaba.
A la media legua de camino c:aia otro de ellos postrado por el
dolor de las plantas laceradas. '
238
Se i!ltent6 hacerlo marc~lar, pero tamblen. sin resultado alguno.
Entonces los tres que aun quedaban en pié cargaron tambien con
él, prévio consentimjento de oficial.
Esta nueva carga debia concluir pronto y forzosamente con la
entrega de los tre~ que á duras .penas, aún se tenian en pié.
Los soldados miraban al oficial, estrañando su conducta y como
preguntándole sí no se hacia nada para divertirse.
El oficial comprendió aquellas miradas y se convenció que no era
posible continuar as!.
~n aquel momento el gmpo de sacerdofes se detenia, vacilante.
El señor Frias miró al oficial con ojos de suprema agonía.
Este se estremeció y miró á su vez á los soldados.
No era posible seguir dispensando á las víctimas tantas conside-
raciones.
-¡Adelante! dijo, tratando de dar á su voz un timbre de severidad.
No es posible perder mas tiempo.
-Un momento, un minuto de reposo, replicó Frias, y continuamos.
-Ni un momento mas - sigan la marcha!
-Déjennos á los caidos, murmuró débilmente Echeñique.
No se hagan maltratar los que aún puedan seguir andando, pues
al fin y aleabo nada ván á remediamos.
-O todos ó ninguno, contestó aquel mártir y único en pié, quedó
al lado de los caidos. .
El oficial vacilaba-aquel cuadro era imponente.
Pero más imponente era la mirada de Oribe en su recuerdo, y la
avidez con que lo contemp'laban los soldados.
Se decidió por fin á finJir una cmdeldad que no sen tia y mandar
á los sacerdotes siguieran marchando, bajo la más rigorosa amenaza.
Pero cuatro no podian marchar y Frias estaba decidido á no aban-
donarlos.
De todos modos, de poco le hubiera servido obedecer solo, desde
que hubiera caido á los cincuenta ó cien pasos.
-Bueno, hacerlos andar! gritó el oficial.
Los soldados levantaron entónces á los caidos y los pusieron en
pié, pero volvieron á caer como otros tantos cadáveres.
Habituados á aquellas escenas, empezaron á descargar sobre ellos
una lluvia de verdaderos puñetazos, que arrancaban á las víctimas
ay es lastimeros.
Aquello era horrible.
Los sacerdotes estaban tan postrados que ni siquiera intentaban
evitar equellos golpes.
Frias miró al oficial de una manera suplicante y éste no pudo
proseguir presenciando aquel espectáculo.
-Alto! dijo, que cada cual se eche uno en ~ncas y andando ..
El General me ha impuesto penas severas SI estos no llegan VIVOS
á su destino, y es bueno no apurar la cosa, porque me parece que
no aguantan mas.
Los soldados obedecieron sin vacilar y se echaron á las ancas los
sacerdotes.
-Me veo obligado á proceder así, les dijo, anticipando una espli-
cae ion que ninguno le pedia. .
Es preciso que los entregue vivos y sanos y me parece que SI
apurarnos la cosa no llegan ni los huesos.
Las soldados nada contestaron y siguieron marchando, no si sa-
239
cudir de cuando en cuando un chirlazo al que traían en ancas, como
por via de equivocacion.
Aquel era un nuevo martirio, insoportable tambien si se prolongaba
mucho. .
Euera del canónigo Frias, que aún se mantenía en pié, los demás
sacerdotes no habian podido montar y venian atravesados al anca de
los mulos, como sacos de harina.
Ademas de lo violento de la posicion, los huesos de los muslos,
con el tranque de la marcha, les producian dolores endiablados.
Así lleg-aron hasta San Nicolás donde intentaron nuevamente ha-
cerlos marchar, pero inútilmente.
El descame de las llagas los habia dejado tan sensibles, que la sola
idea de pararse los. hacia .e~tremecer. _,' .
Fué preciso segwr así vlaJe hasta Santos Lugares, funebre SItIO de
reposo.
Una vez allí, iban á dejar de padecer, pues todos ellos contaban
con ser inmediatamente fusilados.
Hemos probabo mas de una vez, con todo género de documentos,
que en la historia de Rosas no hay exajeracion posible.
Santos Lugares es un abismo que si se fuera á revolver y escu-
driñar daria temas monstnlOsos y haria revelaciones que serian justa-
mente tachadas de fantásticas.
El martirio de los Frias fué uno de ellos.
¿Qué los llevaba á ensañarse contra sacerdotes indefensos, que
ningun mal habian hecho ni podian hacer á la federaci0l1?
~olo les guiaba el placer de- un espectáculo de sangre y el deseo
de hacer el dailo, completamente por hacerlo.
Tantos los sacerdotes como la nota de remision, fué entregada al
sombrio don Antonino Reyes de triste memoria.
Esta era la primera estacion de todo pliego, de todo prisionero
remitido por las autoridades de campaña.
Desde alli don Antonino ponia carpeta á. los unos y agregaba la
clasificacion de los otros, á cuyo pié debia poner Rosas la sentencia
inapelable de muerte ó de azotes y á las armas.
Estas tales clasificaciones no eran otra cosa que una agravacion de
la causa, corregida y aumentada como si s~ quiera invitar al tiraño
á escribir el terrible Jusi/ese. -
Los cinco sacerdotes fueron Wlsados al cuartel de la escolta, mién-
tras se enviaba á Rosas la nota con que venian, y resolvia éste lo
que habia de hacerse.
Los sacerdotes no podian estar sinó acostados.
Pidieron un colchon ó algunas mantas pero les fueron negadas,
porque todavia no habia resolucion sobre ellos.
Rosas recibió la nota de Oribe poniéndose de un humor de todos
los diablos.
-¿Con que los Frias? esc1amó .
.~ueno, es preciso decirle á Reyes que los trate rigurosamente
mientras resuelvo. .
Quiero que sea duro con ellos, sobre todo con esos dos Frias, her-
manos del que anda con Lavalle.
Pronto ~evolveré la carpeta. _
Ahora SI que empezaba el verQadero martirio de los sacerdotes.
En cuant? él supo que Rosas queria que los tratasen mal, los cinco
fuer?ns metido en un corral de chanchos, aquel mismo corral que habia
¡servido para martirizar á los prisioneros del Quebracho. .
·240
Allí los encerraron como otros tantos, para que fuera la diverslOn
de la soldadesca.
Entre el fango del corral se hundian sus piés por completo, lo que
era un veneno para las llagas.
Aquella tarde y noche, no lo r~saron tan mal.
Pero ~l otr~ dla, cuan~o el. so Iba calentando el fango levantando
un olor IrrespIrable, su sItuaclOn empezo á ser desesperante.
No habia un solo trecho de corral, que no fuera un lodazal de
donde salia n emanaciones nauseabundas.
L~a tarde se les dió de comer, pero arrojandoles la comida por
sobre los palos del corral, lo mismo que habian hecho otras veces
con los chanchos que lo ocupaban.
Al principio, aunque el hambre era mucha no se atrevian ni á mirar
aquella comida.
.]lero cuando el hambre apretó un poco y se hizo sentir con todo
su rigor, no tuvieron más remedio que comer aquellos mt:ndrugos
revolcados en el fango.
Entón~es la sold~desca aplaudia frenéticamente, los gestos de re-
pugnancIa que hacIa n al comer y la manera cómo tratauan de limpiar
los bocados.
El hambre, aunque de esta manera repugnante, se calmó un poco
pero quedaba la sed horriblemente aumentada por la comida y lo~
rigores del sol.
Aquellos labios febriles, se movieron con una aru:;iedad conmove-
dora, pidiendo un trago de agua para calmar la sed.
Pero la soldadesca se les reia en las narices, invitándolos á chupar
el cieno del corral.
Los cinco sacerdotes habian tomado una espresion cadavérica im-
ponente.
Los ojos hundidos entre las órbitas, por el hambre y la falta de
alimentos, brillaban con un fulgor siniestro por la sed devoradora
que secaba sus labios.
El color lívido de la piel y la ftacura de sus miembros temblorosos,
los hacia parecer espectros animados por alguna pila eléctrica.
De cuando en cuando, alguno de aquellos malvados se acercaba
al corral con un jarro lleno de agua.
Los sacerdotes con una espresion de ansiedad suprema, se acer-
caban á los palos, estirando los brar:os en actitud d·~ l:¡eber.
Pero de allí eran rechazados á gol{>es en medio de las carcajadas
sonoras, con que la soldadesca festejaba aquella desesperacion tre-
menda.
-Agua! un poco de agua! gritaban, teniendo que hacer un esfuerzo
para despegar la lengua del paladar.
Pero el agua no venia y ya la muerte aba tia sus negras alas sobre
aquellos cuerpos agonizantes.
Los pié de los sacerdotes habian perdido ya su forma humana por
la descomposicion de la carne.
El lodo y el sol habia podrido las llagas por donde asomaban los
huesos.
Entónces aquellos hombres empezaron á pedir la muerte, con la
misma vehemencia que habian pedido agua. .
-Por Dios! decian, mútenllos pronto, porque así estamos munendo
de una manera maldecida!
Pero las más impías carcajadas seguian espondiendo á las súplicas
conmovedoras de aquellas pobres víctimas.
241
Aquella tarJe llegó un chasque de Palermo con un pliego p:lra
don Antonino R e y e s . . .
Era la órden, para que aquellos cmco sacerdotes fueran fuslla.dos.
Hemos sabido que don Antonino Reyes está en Buenos Aires,
desde hace algunos dias.
Él puede desmentir, si se atreye, lo que vamos narrando.
Él puede decir si aquellas cinc.o nobles vi~timas, no fueron mar-
tirizadas del modo que hemos dicho, y asesmadas segun lo verá el
lector más adelante.
Cuando Reye!F se impuso de aquel pliego órden, en que se le
mandaba fusilar á los cinco sacerdotes, recomendándole sobre todo
á los hermanos Frias, á quienes queria se tratase corno los más sal-
\'ajes Unitarios.
En el acto fué llamado el mulato Rosas, de quien hablamos ya de-
tenidamente, y á quien se le encomendó el cumplimiento de aquellas
disposiciones, pues nadie más á propósito que él para cumplirlas lle-
nando los deseos del ilustre Restaurador.
El mulato Rosas pegó un balido de placer, preguntanto á qué hora
debian ejecu' arse los sacerdotes.
-Mañana á la madrugada, entre un cuadro formado por las fuer-
zas del cuartel general.
El Capellan del Ejército los prestará les auxilios necesarios.
El mulato Rosas se separó de Reyes para empinarse un medio
frasco' de ginebra.
Cuando el mulato iba á ejecutar órdenes como ésta, necesitaba
preparar el espíritu.
y la preparacion la hacia consistir en una cuarta de caña ó aguar-
diente con que se entonaba y se hacia humano.
Esa tarde se hizo cargo dé los cinco sacerdotes, á quienes fué á
visitar al corral.
Alumbrado por la ginebra, Rosas iba ávido de comenzar sus
crueldades. .
-Qué tal? dijo a aquellos cadáveres agitados por un pequeño soplo
de vida.
¿Cómo se sienten ustedes para soltar el uniforme de vivos?
-Bendita sea la mano de quien nos venga la muerte, porque ella
nos habra librado de esta vida insoportable.
-No se apuren, que tenemos que proceder con todas las reglas
del arte.
Yo les voy á pegar mañana cuatro tiros, pero tintes tengo yo que
arreglarlos á mi gusto, para que hagan una buena figura.
-Pronto, por Dios! dijo Frias, mostrando sus piés monstruosos,
convertidos en una llaga infecta y verdosa.
-Ah! eso es muy bueno, dijo el mulato, pero será preciso, que
las manos hagan juego.
, Y. su mirada brilló con espresion de la hiena que presiente una
VlctIma.
Frias no se dió cuenta de estas palabras y siguió pidiendo al mu-
lato que los hiciese fusilar sobre tablas, sin esperar al dia siguiente.
-Ya vuelvo, ya vuelvo, dijo el mulato, saliendo con paso vacilante.
7c
V a mandarles una copa para que se entonen, y en seguida les
,nan o ~nos cuatro ó sei!J soldados baqueanos, para que hagan las
¡;osas bien.
El puñal del tirano. 16
Frias creyó que aquellos soldados vendrían á fusilarlos y IC\'ant(
su espíritu á los misterios de lo eterno.
Por fin iban á dejar de sufrir, á olvidar en el horror de la twnba
el infierno de dolores que habian sufrido en aquellos pocos dias.·
y comunicó á sus compañeros, llenos de tranquilo bienestar qUé
por fin iban ~ concluir de sufrir. '
Aquellos cmco hombres que con tanta entereza y valor habian
sufrido tanto maltrato y tanta tortura, se _estrecharon en UQ abrazo
;fltimo y lloraron silenciosamente.
La tumba tenia para ellos un atractivo supremc:r.
Hacia media hora que estaban entregados al recuerdo de la vida.
que pronto habian de abandonar, cuando aparecieron en el corral
unos de los soldados de la escolta que enviaba el mulato Rosas á
ejecutar los arreglos de que habia hablado.
Los sacerdotes creyeron que se trataba de fusilarlos y se despi-
dieron unos de otros, viniendo á situarse frente á los soldados.
Pero éstos no traian armas de fuego, lo que'llamó la atencion de
Frias, que era el que tenia la mente más tranquila.
-¡Qué, ¿no nos van á fusilar? preguntó.
-Creo que hasta mañana no, contestó uno de tilos.
Ahora los vamos á acomodar no más para que estén listos para!
m~~L !
y empezaron á sacar algunos maneadores y sogas que llevaban
preparadas. -
Frias se estremeció ante aquel aparato, que le daba á entender se
iban á consumar con dIos nuevos horrores.
En aquel momento brillaron sobre los palos del corral, los ojos
feroces del mulato Rosas que venia sin duda á dirijir lo que él lla-
maba un arreglo para fusilar.
--¿Cuáles de ustedes son los Frias? preguntó Rosas echándose de
bruces sobre los palos.
-Yo uno, contestó el q.ue aún estaba de pié.
Ese es el otro, y señalo a su hermano que parecia un cada ver y
que estaba echado en el fango.
-Bueno, á esos me los atan aquí, que quiero tenerlos cerca.
Los soldados se apoderaron de los dos herm~nos, y los amarraron
á los palos del corral, del lado donde estaba el mulato.
La tranquilidad volvió al espíritu de las dos víctimas, que creyeron
era aquel el banquillo improvisado para fusilarlos en el acto.
Cuán léjos estaban de su espíritu los horrores que habian de se-
guirse!
Los otros tres fueron amarrados un poco más léjos, en los mismos
palos.
-Bueno, dijo entónces el muJato, en cuyo acento se adivinaba la
cantidad de alcohol que habia bebido aquel dia.
A mí me han recomendado que los atienda á ustedes con prefe- •
rencia, y es por eso que les voy á hacer mi mejor carii'lo.
y se diri<Yi,'I á los Frias que lo miraban aterrados.
Ellos est~han fuertemente atados por el pecho y la cintura á los
palos.
Los brazos estaban tambien atados en forma de cruz, dejando las
palmas vueltas para afuera.
En seguida sacaron sus cuchillos, que empezaron á asentar sobre
la bota, con espresion feroz.
243
Int8osi~le d~ pintar con sus verdaderos colores, todo el horror de
.que a sltuaclOn desesperante.
Aquello no podia ser otra cosa que preparativos de degüello.
y los sacerdotes, ante aquella actitud, se estremecian horrorizados.
Bien pronto ~e convencieron que la misma muerte á cuchillo habria
sido una ventaja.
Cuando los soldados tuvieron sus cuchillos listos y bien cortantes,
se acercaron á las víctimas y principiaron una operacion monstruosa.
Les despalmaban las manos para que, segun la espresion del mu-
lato Rosas, hicieran juego con los pH::S. .
Los sacerdotes, fuertemente amarrados, no podian moverse, hacién·
dolos la desesperacion dar gritos que se sentian en todo el campa-
mento. •
y el mulato Rosas reía con sus gruesos labios y los soldados
hacian el coro miéntras seguian cortando.
A los gritos de las víctimas y risas de los verdugos, acudieron
al corral los soldados y oficiales más entrañudos, que tomaron parte
en la fiesta.
Los sacerdotes gritaban y suplicaban por todos los santos, que los
degollaran pronto, a lo que el mulato respondia:
-De buena gana, conejo, lo haria, si no fuera que tengo órden
terminante de fusilarlos.
-Pues fusile:lOs pronto, que esta agonía es tremenda.
-EsJfI;ciso esperar á ~añana, no hay remedio, pero podremos
matar tiempo de cualqUIer manera.
No hay cuidado que diversiones no nos han de faltar.
Era pues, prec~o apurar el martirio hasta su última gota!
Los sacerdotes quedar.::n allí amarrados, con sus manos destilando
sangre, mientras e1- sol y las moscas hacian su obra de descompo-
sicion.
. Aquello era horrible!
y así pasaron el resto del día y toda la noche, agonizando de
aquella manera tremenda. .
Al otro dia por la mañana, solo los hermanos Frias y Echeñique
conservaban un poco de vida.
Los otros dos sacerdotes habian muerto, pues no habian tenido la
fuerza necesaria para resistir aquella última prueba.
A las seis de la mañana estaba formado en el campamento el
cuadro donde debian ser ejecutados los sacerdotes.
En el centro se habian colocado los cinco banquillos donde se les
debia dar la muerte.
La noche anterior habia venido otro chasque de Palenno, reite-
rando la primera órden y recomendando que á los hermanos Frias
no se les tuviera la menor consideracion.
Cuando todo estuvo dispuesto, el mismo mulato Rosas fué411 corral
á buscar las víctimas.
Los d~ sacerdote~ muerto!! fueron los primeros en ser sacados y
llevados a los banqwllos, donde fueron amarrados y donde les ven-
daron los ojos como si estuviesen vivos.
En seguida trajeron á Echer'lique, que amarraron tambien entre 105
dos cadáveres.
Rosas y algunos bandidos como él quedaron en el corral haciendo
con los Frias algo de monstruoso. '
...,.Me parece que les ha crecido un poco el pelo en la corona les
, I
244
tlijo, y es preciso afeitarla para que vayan al banquillo con tocía tt¡
decencia del caso.
t~ hizo acercar los soldados.
Aquellos dos st!res tan mutilados ya, no ofrecían la menor resls-
tcncia.
Cre~an que más de lo sufrido no podia intentarse contra ellos y
lIupoman que, aunque groseramente, solo se trataba de afeitarlos.
Porque realmente no se podia suponer que el horror llegara á tal
extremo.
• Los soldados ~e ace~ca~0!l á ellos, y con una crueldad qu"e supera
A todo lo conocido, pnnclplaron á desollar aquellas cabezas venera- .
bies en todo el círculo que marcaba la tonsura.
y así, con la cabeza san~rienta y mostrando el hueso desnudo
fueron conducidos. al banquillo, agonizantes. - ,
Una vez atados, se hicieron venir los tiradores, y con todo el apa- .:
rato de aquel acto solemne, los tres moribundos y los dos muertos
fueron pasados por las armas. '
Este fué el fin horrible de aquellos cinco sacerdotes, que t:mto
honor hacian á nuestro clero.
Pasemos, pasemos sobre estos horrores para ocupamos de lo que
sucedia en la ciudad. I
UNA INFAMIA

De todas las iniquidades cometidas por Rosas á causa de delacio-


nes, figura en primera línea el asesinato de don Jacinto Machado y
su hijo, jóven de diez y seis años, lleno de vida y esperanzas.
Era don Jacinto Machado un cumplido caballero, dueño de nume-
rosas haciendas y de campos de gran valor.
Una de estas estancias, la más valiosa de todas, era la conocida
por Lomas de Machado, en el partido .de la Loberia.
Don Jacinto Machado, padre del benemérito Coronel de eite mismo
apellido, era un hombre sumamente laborioso y activo.
Viajaba con mucha frecuencia por los pueblos del Sud, hasta Do-
lores y Chascomíls, haciendo negocios de hacienda, para lo cual
tenia gran inteligencia y tino.
Machado, como todo hombre de corazon, era unitario, como lo era
todo, con su corazon y su inteligencia. .
Pero tenia muy buen cuidado de no dejar traslucir su modo de
pensar, porque sabia que su cabeza no habia de permanecer mucho
tiempo sobre sus hombros.
Patriota y despreocupado de sí mismo, no ocultaba su modo de
pensa.¡¡. en polltica, porque tuviera miedo ó porque su persona y su
vida merecieran para el la menor atencion.
Es que tenia idolatria por aquel hijo que lo acompañaba en sus
faenas de campo y por el 1ue tenia un cariño delirante.
Si él era clasificado de Unitario y perseguido como tal, no seria
solo él el que sufriria las consecuencias.
Su hijo pagaría el modo de pensar del padre, con los intereses que
embargaria el fisco, ó con la vida que le arrebataria la federacion ..
Si huia y lo llevaba consigo, espunía á aqud hijo querido á sufm
todo género de miserias y correr los peligros naturales de aquella
época espantosa.
I 245
Si la felicidad de aquel hijo qUl"rido podia comprarla con solo el
!oilencio y disimulo sobre su modo de pensar ¿ porqué no hacer este
pequelio sacrificio? . .
Tiempo habria. des pues para desa~ogarse, pues aquella brama
oprobiosa no habla .de durar. m';lcho tIempo. .,
Así léjos de mamfestar, m aun en el seno· de la vIda pnvada, su
modo 'de pensar, ~e finjia un federal tranqu~lo, pero. un buen fe~eral.
Visitaba á los Jueces de paz de los partidos veCInOS, con qUIenes
habia hecho una gran amistad. .
-Yo les tengo envidia, solia decirles, porque no tengo ni la mitad
del carácter que se necesita para ser un verdadero federal.
Para ello se necesita carácter y energía, cosas que yo no tengo~
pues fatalmente soy medio ftojonazo.
y por ftojonazo era tenido, aunque era un hombre de un valor
telTible y de una fibra estupenda.
Los Jueces de Paz lo teman por un federal en toda regla, aunque
por un federal con el que no podría contarse en caso de p~ligro.
y lamentaban esto, porque con un poco de valor, Machado hubiera
sido un partidario de primera fuerza.
\' esa misma timidez y cobardía que demostraba, era hija del
cálculo.
- Si se aperciben que tengo tantas entrañas como el mej?r, pen-
saba, son capaces mañana de mandarme cometer un asesInato, y
entónces si que me descubren por completo.
Vale más pasar por federal cobarde, que nada me ha de echar al
bolsillo porque me crean lo uno ó lo otro.
Insigne charlatan, tambien por cálculo, comentaba las noticias que
iban con referencia á Lavalle y á los unitarios de la ciudad.
- ¡Parece increible! gritabá con una indignacion artisticamente
imitada, que por unos cuantos pícaros ande la Provincia agitada y
sobre las armas.
Esos tales Unitarios deberian convencerse que el país no los quiere,
rllue con estos levantamientos lo único que sacan es hacerse odiosos.
""\" p'or consejos y muchas veces por órden tenninante de su padre,
su hijo tenia que espresarse en los mismos ténnin:ls, aunque su co~.
razon juvenil y entusiasta, ardia en santo patriotismo.
y el jóven á su vez se contenia cuanto le era posible, por no
comprometer la existencia de su padre, y echar por tierra su gran
obra de disimulo. .
Esta conducta pública no le habia hecho mal, ni al padre ni al
hijo, ante los patriotas del Sur, que empezaban entónces á idear la
gran revolucion de que ya nos ocupamos.
~llos sabian que podian contar con aquel corazon hasta el último
latIdo.
Sabían que Machado era un hombre bravo y caballeresco, hasta el
punt.o .de contribui! co~ su cuerpo y con su dinero en cualquier
mO\'lIDlento revoluclOnano tendente á dar en tíerra con el poder de
Rosas.
Así es que escuchaban con la mayor tranquilidad las noticias que
d~ Machado circulaban, dándoles tanto crédito, como si hubieran
oldo decir que don Martinez Marcelino Castro era un federal.
. -Yo tengo un hijo, les dijo un día de espansion solemne, por cuya
\'ld~ y felicidad tengo que velar.
\ o no podré entónces dar la cara de frente :;;i~ó (In un movimiento
que ofrezca una seguridad de triunfo. .
246
Pero ~ién~ra~ ese ~omento no se pr~se.nta y se trate de prepa-
rarlo, ahl esta toda ml fortuna, hasta el ultimo carnero á disposiclOn
del gran partido Unitario. '
Hagan uso de ella, amigos mios, que harto compen,.:ado estoy con
haber contribuido á la felicidad de la pátria.
Los Unitarios del Sud guardaron aquella promesa que sabian venia
dc un corazon leal, y aplaudieron al amigo y aliado su estratagema
para salvarse y salvar á su hijo. .
Era tal la confianza que tenian por su. parte en Machado los fe-
¡fcrales, que cuando Rosas mandó levantar informaciones á los Jueces
de Paz, respecto á los Estancieros del Sud, todos se desgajaban en
elogios de Machado .
. -Es un federal de los buenos, decian.
Jamás la causa de la federacion habia tenido un partidario tan
l~al y abnegado. .
Porque lo primero que se veia en la poblacion de Machado, era
un retrato de Rosas, de cuerpo entero, puesto en un marco lujo-
sisimo.
Cuando los patriotas del Sud iniciaron su gran cruzada, don Ja-
cinto Machadó fué puesto en el secreto, solicitándose Sil ayuda como
amigo de causa.
-En todo lo que valgo, contestó.
Dispongan ustedes de cuanto me pertenece, como si de ustedes
fuera, pero como les dije ántes, yo no los puedo seguir hasta no
ver el rumbo que toma el movimiento.
S! yo me muevo de aquí ya, este muchacho haria lo mismo y yo
no puedo comprometer así su vida.
Sl por otra parte él, queda aquí á pesar de irme yo, sobre él des-
cargarán la ira que sientan al saber lo que ellos llamarán mi traiciono
Si se pudiera arrollar siquiera la fuerza de Granada y don Pru-
dencio, no hay duda que el país es nuestro.
-Granada es nuestro, está solemnemente comprometido, y se ple-
gará á nosotros con toda su tropa.
-Pues entónces no hay que hablar, terminó Machado. •
En cuanto la incorporacion de Granada á nuestro ejército sea un
hecho, yo me presento al cuartel á hacer servicio.
Pero ántes no quiero comprometerme.
Granada estará todo lo comprometido que se quiera, pero yo no
le tengo confianza. .
En último momento es muy capaz de venrrse sobre' ustedes y
hacer una zapallada.
-No crea, el compromiso de Granada es con Maza, y no se ha
de atrever á faltarle, p9rque dados los elementos de aquel, la revo-
lucion. tiene que triunfar, y entónces adios Granada!
- M~ . alegraré mucho, pero yo quiero verlo plegarse. . .
Pocos días despues de esta conversacion, don Marcelmo Marhnez
era portador de la terrible noticia de la !ra.icion de Martinez Fontes
y el fusilamiento de Maza, alma del mOVlIDlento.
Nuestros lectores conocen los detalles de estos sucesos tristes.
-Ahora, dijo Machado al conocer la nueva, atengámonos á nues-
tras propias fuerzas.
Granada creo que hará todo, ménos plegarse á la revoluciono
C;mtela, anjgos mios, cautela.
-No importa, todo está preparado.
5H'¡
Nos {alta Maza, pero ahí están sus elementos y el General ~<\Yalle
que viene de un momento á otro.
Los patriota's del Sud, como se sabe, no desmayaron.
Alentados por Castelli, Martinez, Rico, Ram?s,. Mejia y demis, to-
maron sus medidas para hacer estallar el mOVImIento, creyendo que
los elementos preparados por Maza responderian en la ciudad.
y se produjo aquel acto de- sublime an~acia, en Dolores, donde se
hizo pedazos el gran retrato de Rosas eXistente en el Juzgado, y se
pisotearon las divisas y los bustos.
Ya conocen nuestros lectores el desenlace de este triste dral11:l y
sus más bellos episodios.
Los pasamos por alto ent6nces, para volver al Sr. Machado, pro-
tagonista de este dramático capitulo.
Machado se vino á la ciudad acompanado de su hijo, pues su hijo
estaria más seguro, y para él siempre habia tiempo de tomar un fusil
y acudir por la parte Unitaria.
Nada tenia que temer personalmente, pues junto con él venian al-
gunos otros Jueces de Paz, huyendo de la guerra.
En la ciudad se refugiaron todos, hasta que pasase el chubasco y
pudiesen volver sin peli~o á la campaña.
Aquí, por el informe fnvoce de aquellos Jueces de Paz, quien habia
de tener el menor recelo.
Estuvo en la ciudad contemplando con un interés fe~illa manera
como iban á defenderse y sobre todo, si se pronunciaban algunos de
los cuerpos comprometidos con Maza. .
Segun la actitud de éstos, iria ó no al lado de sus amigos.
Pero todo sali6 como él lo habia sospechado.
Muerto Maza, la revolucion del Sud se perdi6. Granada no cumplió
su palabra y la sangre de aquellos patriotas entusiastas fué el único
punto que se produjo. '
Triste y mústio, Machada salió de la ciudad en direccion á su es-
tancia de las Lomas.
Pensaba en sus nobles amigos que habian pagado con la vida su
accion her6ica, y se felicitaba Intimamente de haber sid0 tan preca-
vido y desconfiado.
Su jóven hijo era el que no podia contener su indignadon.
Solo el respeto que sentía por todo lo que su padre le indicaba,
podia contener las palabras de furor en su boca juvenil.
Todo era ruina y espanto en la campai1a.
Los federales, pasado el primer jabon, habian comenzado todo gé-
nero de tropelías y crimenes.
Dolores, donde se habia pateado el retrato del ilustre bribon, fué
el teatro de todas las venganzas y de todas las persecuciones.
-Este ha de haber andado con ellos, decian los federales.
Tiene cara de Unitario, y de unitario malo: caigámosle.
Y cuando la persona así clasificada acordaba, ó se apercibía que
era sospechosa, era cuando ya tenia el cuchillo en la garganta.
Y esta más ó ménos era la situacion de la campai'la en general.
.Las autorid.ades federales que habian salvado el pellejo como un
mIlagro, volvlan á ocupar sus puestos, llenas de odio y deseo de
venganza contra aquellos que las habian corrido.
Por esto es que los saqueos y asesinatos se repetian á cada ins-
tante, en las personas menos conocidas.
Aquellos estancieros ricos que el Juez d€ Paz no se atrevia á li1#l-
24.8
f'¡/lrse por sI, los saqueaba en sus intereses y los remitia bajo segura
custudia á Santos Lugares, con un parte que eqlli\ alía á diez con-
denas de muerte.
A(1 Ui era don?e e~traba el trabajo más ~mportante de D. Antonino.
Hacer la clasIlicaclOn del preso y ampliar la nota deremísion para
remitirla Ú Palermo, de donde volvia con esta palabra al pié: .
«Fusilese. R
OSAS._
Así el serlOr Machado atravesó hasta Dolores, presenciando todo
género de atrocidades.
Úl la ciudad hab:a hecho refrendar sus pases, etc.; de manera que
no fuera detenido ó no fuesen á fusilarlo por equivocacion.
En su tránsito fué detenido varias veces y conducido al Juzgado
de Paz, por sospechoso.
Pero mediante la exhibicion de su pase, se le dejaba tranquilo, tra.
tándosele con el mayor respeto.
Solo en Chascomús tuvo que sufrir una detencion de cuatro horas.
Machado y su hijo habian sido conducidos ante la importante per-
sona del Juez de Paz, que los miraba de arriba á abajo, sin saber por
dónde empezar las preguntas.
Este Juez era un falsa no bruto y perverso, cuyas iniquidades le
habia deparado aq,ue puesto,
-Sel'lOr, le hablan dicho á Rosas, ese hombre no sabe leer y no
puede ser Juez de Paz.
-Si no sabe,leer y escribir, sabe librarnos de sabandijas malditas
unitarias, que es lo que yo necesito.
Mientras sirva bien á la santa causa, está bien donde lo he puesto.
Así el Juez de Paz de Chascomús estaba en aquellas condiciones
de ignorancia, pero allí se le habia puesto para que librase al pueblo
de lns inmundos Unitarios que allí se hospedaban.
l\Iachado presentó entónces sus papeles, pasaporte, etc., pero elJuez
de Paz los puso sobre la mesa como si para nada sirvieran.
-Con que, preguntó, considerándose fdiz de hallar una pregunta
cualquiera que lo sacara del paso:
¿Por qué se anda metiendo con los unitarios asesinos y metiéndose
en sus movimientos de revolucion?
- y o no soy unitario ni me he metido en nada con ellos.
-Es que yo sé que usted es un unitario disfrazado de federal, que
V d. es un plcaro que ha formado parte del ejército unitario cuando
el asesino Lavalle anduvo compadreando por aquí.
-Usted se equivoca, amigo mio. .
Yo soy Jacinto Machado, conocido en todo el Sur como un buen
federal y amigo del gobierno.
Por esos papeles que le acabo de entregar verá usted que se ha
equivocado y que no soy la persona que crée.
El Juez de Paz tomó los papeles y empezó darlos vuelta sin abrirlos.
-És que ahora falsifican mucho las notas, dijo.
-Pero los documentos auténticos se conocen-lea usted el pase
solamente, que basta para acreditar quien yo sea.
El Juez de Paz dió un grito, y acudió uno de esos soldados impo.
sibles que existen aún en algunos juzgados de campaña.
- Va ya vea si está don Ramon y Ilamelo, le dijo.
-Don Ramon no está, contestó el milico, ahora cuando pasó por
la puerta, me dijo que iba á una diligencia urgente, y <¡ue no volvería
hasta lo lloche. .
249
-Pues amigo. dijo el juez á l\Iachad<;>, tendrá que esperar aquí
hasta la noche. porque como yo no entiendo esta letra menuda. él
es el que me lée á mi lo que me mandan de adentro. y el que tendrá
que leerme esto tambien.
-Se lo leeré yo. señor. pues es lo mismo.
-Qué esperanza! yo no me fio más que de los ojos de D. Ramon!
Los tiempos no están para andarse fiando de todo el mundo!
No habia más remedio que esperar hasta la noche y Machado se
resignó.
El jóven era el que estaba como una fiera.
A duras penas podía contenerlo su padre para que no hiciera una
embarrada sin compostura.
-Pero. padre mio. decia en voz baja. es que esto no se puede sufrir.
Este hombre ignorante y miserable nos esta tratando como á dos
canallas.
-Peor seria que nos tratara como á dos unitarios, hijo mio.
Es preciso tener paciencia y sufrir.
Guarda tu absoluto silencio. pues si á causa de alguna imprudencia
te sucede algo, me habrás dado un golpe de muerte.
-La tendré mi padre. puesto que usted lo manda, la tendré ya que
ello es preciso para salvar la vida.
A la caida de la noche. como lo habia prometido. llegó el tan de-
seado don Ramon, que no era otro que un don Ramon Toledo. muy
amigo y viejo conocido de Machado.
En cuanto lo vió. y antes de saludar á S. E. el Juez de Paz, le
tendió la mano caril10samente.
-Usted por aquí! le dijo, cuanto gustazo de verlo!
-Pues aquí me tiene esperándolo, porque me han traido como sal-
vaje unitario y no hay aquí quien lea el pasaporte.
-¿Usted unitario? ah! gente ignorante! dentro de poco esta exa-
jeracion vá á hacerlos prend~r al mismo Restauradorl
. El Juez de Paz estaba como quien vé visiones.
¿Quién era aquel personaje á quien don Ramon trataba de aquella
manera, clasificando ~u detencion de tan brutal como la del mismo
Restaurador?
-Aquí están los papeles, dijo alcanzándolos á don Ramon para que
los leyera.
-Los papeles de este hombre no se léen, dijo.
El es más federal que la misma federacion; con que déjelo usted
ir á donde quiera que tal vez tenga algo que hacer.
El Juez de Paz. lleno de cortesias y comedimientos, le significó que
estaba en completa libertad, lamentando el error de sus agentes que
allí le habian conducido.
Complacido de que la aventura no hubiera tenido mayores conse-
cuencias. Machado se despidió agradeciendo á Toledo su buena amis-
tad V el servicio que acababa de prestarle.
-~s preciso no detenerse hijo mio: ya ves que echas el diablo
andan las cosas.
Puede el diablo que á través de nuestra capa federal nos descubran
el corazon unitario. .
1: emprendieron al galope largo el camino de Dolores.
1 pasaron de largo, despues de haber presenciado algunas iniqui-
dades que allí se cometian.
1\1 llegéU' al partido qe la Loberia¡ Machado se consideró salvo,
·250
y miéntras su hijo se dirijia á su e<,tablecimiento de las Lomas ti
se dirigió á la E~tancia el Invierno, del sei'lor Baudriz. '
El Invierno de Baudriz era un espléndid establecimiento de campo
j

situado en el mismo partido de la Loberia. '


El· Invierno estaba á cargo de la cl1-pataza Felisa, mujer capaz de
administrar dos establecimientos como aquel, haciéndose respetar del
más bravo paisanage.
Doña Felisa era una federalaza de tomo y lomo, muy amiga de
Machado, que la agazajaba porque ella estab.a relacionada con la flor
de fa federacion en aquellos earajes lejanos, donde un simple teriiente
alcade era una potencia temble. .
Una simple delaci~n de. la cll:pataza .de Baudriz, bastaba para que
el menos sospechado hubIese SIdo COSIdo á puñaladas.
Felizmente era una mujer buena, que jamás causó la menor des-
gracia.
-Dios lo tenga de la mano á tan buen amigo! esc1amó así que vió
á Machadol
¿Por dónde diablos ha andado que lo hemos perdido de vista?
- Vengo de la ciudad, mi amiga, respondió dejándose caer del ca-
ballo, á donde me fui cuando empezaron estos barullos.
Como yo no soy hombre de armas ....
-y qué noticias me dá por allá?
Dicen que esos pícaros de unitarios se han metido á mano grande,
pero que les han pegado un buen sustazo.
- Vea usted, ¡cuánto más les hubiera valido quedarse en sus casas!
-Estos pillos de unitarios, repuso Machado, no sirven mas que para
tener el pais revuelto.
Desde que á ellos se les ocurrió voltear al Restaurador, no andan
sinó de barullo en barullo y en todos ellos salen como el diablo.
-Pero ¿cómo mas han de salir? ... pero cuente, cuente 10 que ha
sucedido y á quienes han muerto.
Aquí no se tiene ningun detalle; solo se sabe que han muerto
muchos.
- Todos eran estancieros que se metieron á revolucionarios.i Rico,
don Pedro Castelli y demas amigos, cayeron en poder de las tuerzas
del gobierno y pagaron su temeridad con la cabeza.
-Pobres hombres! yo los siento mucho porque al fin eran buenos
y conocidos, pero qué le hemos de hacer! el gobierno tiene razon de
haberlos difunteado. -
- y todávia no han de escarmentar! _
Ya vendrán otros con Lavalle á agitar de nuevo el pais!
Machado tomó un par de mates con que lo obsequió la capataza,
apretó la cincha á su caballo y siguiú viage á las Lomas, despues
de saludar cordialmente á su amiga.
Sin que ninguno de ellos los hubiera visto, en la cocina de la es-
tancia, á tres ó cuatro varas de distancia, habia cuatro personas.
Eran tres peones de la misma, y un allegado al Juzgado de Paz,
hombre de malos instintos y de pasiones feroces.
-Ola! murmuró así que se alejÓ Machado-con que Lavalle vá a
venir y los unitarios ván á armar un nuevo bochinche.
Pero es preciso avisarlo con tiempo para que no nos vuelvan á
agarrar sin perros .
.Mire quien habia de decir que Machado era unitario!
y yo que lo tenia por tan de los nuestros I
251
Aquel hombre era un malvado, en cuyo ánimo la codicia habia en-
gendrado un plan terrible.
Como Machado habia estado ausente durante el movimiento revo-
lucionario, Garda, que así se llamaba, se habia apropiado una buena
cantidad de hacienda que queria conservar á toda costa.
La vuelta de Machado estorbaba sus planes de robo, pues tendria
que devolver los animales robados.
Para conservarlos, y aún aumentarlos, era necesario perder á Ma-
chado, y como salvaje unitario.
Hombre astuto, comprendió que, para entablar la delacion en toda
regla, necesitaba saber dónde habia estado Machado durante el mo-
vimiento -
Ya su plan lo habia formado, haciendo entender á. los peones que
estaban con él, de una manera torcida, lo' que Machado dijo á. la ca-
pataza de Baudrix.
-Pronto ha de venir otra espedicion unitaria que- será mas feliz
que esta.
Así quedaba cambiada la intencion de las palabras de Machado.
Garda se fué á las Lomas á visitarlo, y desde el primer momento
dirigió la conversacion al punto que deseaba herir.
-¿Dónde lo agarró esta patriada, _amigazo?
Parece, segun hemos oido, que las cosas han sido duras de pelar,
y que los unitarios casi nos embroman.
-Hombre, yo me fui al pueblo, donde he permanecido hasta que
todo pasó. • .
Usted sabe que, aunque federal de corazon, yo no he nacido para
la guerra, así es que cuando vi que la cosa se ponia séria, me fuí'-
al pueblo y allí pasé con mi hijo el aguacero.
-Ha hecho bien, canejo.
La cosa se iba poniendo séria y no habia tiempo que perder.
Aquí francamente, hemos andado con un jabon en toda regla, por-
que estos diablos pasaron como un torbellino, tratando de hacernos
á los federales, todo el mal posible.
Puede que con esta hayan escarmentado.
-Son tan duros de cabeza estos diablos, que no estrañaria hicie-
ran otra intentona.
Pero está visto que no pueden con el gobierno y que todo lo que
hagan será en su perjuicio.
Machado mandó traer mate v.ara obsequiar á su visita y poco des-
pues, á su llamado, venia su hijo á hacer sociedad á Garda.
El jóven Machado era, como lo hemos dicho ya, un jóven de gran
carácter, á pesar de sus tiernos años, de un valor a toda prueba, y
de un patriotismo sin lfmites.
Odiaba todo lo que pertenecía á la federacíon y despreciaba pro-
fundamente A sus hombres.
Así es que cuando se encontró con Garda, palideció hondamente,
sintiend.:l una ráfaga de coraje que del corazon subia á la cabeza.
El jóven Machado amaba á su padre sobre todas las cosas de .la
tierra, y estaba habituado á respetar su voluntad y su deseo de una
manera ineludible.
Por eso ahogaba los impulsos de su corazon y contemporizaba con
aquellos malvados á quienes hubiera deseado esterminar.
García era un hombre ordinario, sin erlucacíon ni sentimientos.
Se habia hecho federal porque de esta manera podia dar rienda
252
suelt~ á s~s instinto~ feroces! sin temor ~e ser perseguido por la
autondad a que servla de espla y de sangnento paladino
Todos lo con ocian como un bandido, pero no se atrevían á mani-
festarle la aversion que les inspiraba por temor á una delacíon ó á
ser asesinados por él mismo cuando ménos lo pensaran. '
Por eso la presencia de aquel hombre hizo en el j6ven Machado
una impresion tan profunda.
Si su padre ~o hubiera es~ado alll! es seguro que á pesar de todas
las recomendaclOnes no hubiera podido contenerse y le hubiera sal~
tado pI cuello.
Largo rato estuvo allí García, conversando de federales V unita-
rios y tomando mate. .
Por fin, des pues de muchas felicitaciones por el esterminio de- los
salvajes Unitarios, montó á' caballo y se retiró.
Machado, que habia estado obsenando á su hijo todo el tiempo
que duró la visita, 10 llamó cariñosamente tan pronto como García
se alejó un buen trecho.
-Es preciso hijo mio, le dijo, que tengas más fuerza de voluntad
y d~simules cuanto ~e sea posible la avers.lOn que te inspira esta gente.
Tu no has de odiarlos más que yo mismo, pues conoces mis sen-
timientos íntimos, y ya ves que llevo mi disimulo hasta conducirme
con ellos como el mejor de sus amigos.
Es que esto es necesario para salvar la fortuna y la cabeza.
Tiempos mejores vendrán, hijo mio, y entónces podremos dar es-
pansion á nuestro espíritu y tomar un buen desquite, n<l lo dudes.
Yo no omito sacrificio para que me tengan por un buen federal.
y si tú no haces lo mismo, mis sacrificios serán estériles en mi
más íntimo objeto-resguardar tu vida que tan querida es á mi co-
razono .
¿Tú crees que yo podría sobrellevar una desgracia caida sobre tu
cabeza?
Vamos, carácter, hijo mio, que es lo único que yo te pido para mi
espíritu, disimula como yo y no muestres jamás en tu mirada el ren-
cor que demostrabas á García.
El jóven escuchaba conmovido la palabra cariñosa de aquel noble
padre.
Cuando éste concluyó, levantó la juvenil cabeza iluminada por todo
el cariño que afluia á su mirada franca y noble:
-Comprendo todo lo que me dices y te juro hacerlo as!.
Pero mira, viejo, no sé porqué la visita de este hombre se me ha
clavado en el corazon como el anuncio de una desgracia terrible.
Tenia deseos de matarlo con la conciencia de que evitaba una
desgracia para nosotros.
Yo tengo el corazon muy leal, viejo, y tengo miedo de ese malvado.
-Esas son preocupaciones hijas de esta época de sangre y mal-
dades.
'Qué desgracia quieres que nos suceda?
. ~ o paso por un federal en toda regla, aunque inservible para la
causa por ser muy flojo.
De otro modo no hubiera podido librarme de ser encargado de
cometer alguna infamia, encargo que hubiera dado en tierra con todos
mis propósitos.
Me tienen pues por un bijen federal, incompatible y enemigo del
bílPdQ l-mitarío,
;Qué desgracia quieres ehtóticeS que nos suceda? .,
Lo que es preciso evitar, á costa de los mayores sacnficlOs, es que
desconfien de ti y tú vas á jurarme que no darás motivo para ello.
-Yo te lo juro, padre mio, sabes que no hay para mí mejor placer
que verte contento.
Pero, te lo repito, la visita de este hombre se me ha clavado en
el corazon.
No sé rorqué quisiera verte léjos, muy léjos de aquf, fuera del al-
cance de poder de Rosas!
-No seas loco!
Ya verás qué bien 10 p:13amos haciéndonos los federales, hasta que
vengan mejores tiempos.
García, entretanto, rumiando en su imaginacion perversa el plan que
habia formado, se dirijió á gran galope al Juzgado de Paz, donde en-
tró como si lo persiguieran todos los diablos.
-Nos amenaza otro peligro, gritó asl que se topó con el Juez de
Paz, pero un peli~o más peliagudo que el que acabamos de pasar.
-¿Pero qué pelIgro puede ser ese?
Vomite, amigo, vomite de una vez que ya me ha puesto en cui-
dado.
_ y no es para menos! figúrese amigo que se nos viene otra es-
pedicion de salvajes, mejor organizada que la primera y como nos
ván á agarrar sin perros, no sé que será de nosotros!
-Pero vamos á ver, ¿cómo sabe usted la cosa?
-De esta manera.
-Machado, á quien todos estamos creyendo un buen federal, es
un enemigo que nos está vendiendo.
-¿Don Jacinto Machado?
-El mismo, y el salvaje unitario de su hijo.
-¡No hable bolazo sI
-¿Bolazos? escúcheme y ven\.
El tal Machado, que acaba de llegar del pueblo, donde habia ido
á ayudar la revoluclOn Unitaria si la sacaba buena, s'e detuvo á des-
cansar en el Invierno de Baudrix.
Salió á recibirlo la capataza y se pusieron en charla sobre las cosas
de la revoluciono
Yo me hallaba en la cocina con dos peones, desde donde por
casualidad he oido lo que hablaran.
-¿Qué me cuenta de la revolucion? preguntó la capataza.
-~Qué le he de contar? qu~ nos ha ido mal porque nos han hecho
traiclOn, ya vé, nos ha ido mal, contestó Machado.
Pero no .importa, agregó, porque ahora se pre~ara la buena: dentro
de unos dias llega Lavalle por acá, donde se Juntará con los que
hemos quedado y entónces veremos si se escapan los que hoy nos
han embromado.
-¿Entónces ván á hacer otra? preguntó la capataza.
¿Cuándo ván á escarmentar ustedes?
-Los Unitarios son muy cabeza dura, y no t!scalmentamos con-
cluyó Machado. '
Lo que es ahora, no nos ha de ir tan mal.
Tomó en .~eguida U~lOs mates y se fué para La Loma, donde ya
estaba su ~lJO, pues tIenen que prepararles caballada á los Unitarios.
-A los Infiernos! esclamó el Juez de Paz completamente aterrado
y creyendo como un evangelio la delacion de Gaccía. I
'254
-¿Y c6mo vamos á hacer, sin un soldado, puesto que han llevado
todas las fuerzas á Dolores?
Prender á Machado no se puede, porque seria darles el .alerta.
,-Qué hacer, caramba?
. Poniendo en pre~sa su federal majin, el Juez de Paz resolvió di-
sImular lo gu.e sabIa y m!lndar una nota al Gobierno avisando lo que
pasaba y pHliendo algunas fuerzas para sosten de la autoridad.
En el acto se redactó la nota que debia llevar un chasque, matando
cahjlllos.
En ella se daba al gobierno noticia detellada de la conver~acion
sorprendida por García, y se pedían instrucciones sobre lo que debia
hacerse.
«Aunque Machado y su hijo se encuentran en su estancia prepa-
r~do las caballadas para la revolucion, concluia la nota, no he que-
rido prenderlos por que tal vez no convenga hacerles saber que co-
nocemos su plan.
Por eso pido al ilustre Restaurador me indique lo que debo hacer
y mande fuerza necesaria para sostener la autoridad.»
El chasque partió esa mIsma noche, con la mejor tropilla del Juez
de Paz.
Era preciso ganar tiempo á toda costa y andar con veinte ojos
miéntras llegaban instruCCIOnes.
La nota llegó á Palermo donde armó un alboroto de todos los
diablos.
Recien concluian con un movimiento Unitario y ya se les presentaba
otro más poderoso!
En el acto Rosas despachó el chasque con un;\ nota para el Juez
de Paz de la Loberia. .
En esta se le avisaba que el gobierno tomaba inmediatamente me-
didas para evitar el mal que se le anunciaba.
Que estuvieran sobre aviso, comunicando cualquier novedad que
ocurriera y que respecto á Machado no se le diese nada á sospechar
-que el gobierno se encargaba de él.
Esta ocupacion debia ser fatal para el noble Machado.
La calumnia habia sido creída y sus consecuencias terribles no se
harian esperar mucho.
Rosas recordaba que Machado le habia sido recomendado siempre
como un buen federal, pero la delacÍon actual echaba por tierra toda
recomendacion anterior.
Porque Machado aparecía no solo como un salvaje unitario cons-
pirador, sino que se habia descubierto que sus federales sentimient0'1
habian sido fingidos y que no habia sido él otra cosa que un salvaje
unitario espia en campo enemigo.
Primero redactó contra él una órden de prision y'remision a Santos
Lugares, pero pronto la recogió 'para cambiarla por una sentencia de
muerte como todas las suyas, SIn juicio previo, ni aún el de un
simple sumario.
Así dirijió una nota a su hermano D. Prudencio, tan bandido como
el mismo, de la que estractamos lo siguiente:
«Así es que usted reciba esta, mandará prender con gente de toda
SU confianza, al salvaje Unitario Jacinto Machado, que debe encon-
tIarse en su estancia de la Loberia.
Conducido á su campamento, lo hará usted fusilar, c?mo á cual-
quier otro salvaje Unitario que se hallare en su compai'lla.
255
El Gobierno está ya cansado de las sabandijas malditas que tienen
al pais en continua in.tranquilidad, obligándolo á ser con ellos tan
rígtdo como le sea posIble.
-Mandará usted un fuerte piquete al Juzgado de la Loberia, en
prevision de cualquier movimiento Unitario, con órden de reducir á.
prison y remitir al Cuartel General, á. todo el que apareciese mezclado
a e;:os movimientos vergonzoso:>.
No hava piedad para esos malvados perturbadores del órden.
Inmediatamente de cumplida la árden, dará usted cuenta.
J. M. ROSAS.
En seguida redactó otra órden para el referido Juez de Paz, en la
que se re decia mandase llamar á la capataza de Baudrix, y le tomase
declaracion sobre lo que el salvaje Machado le habia dicho.
Esto no era para averiguar el grado de culpabilidad de aquel, puesto
que ya lo habia mandado fusilar, sino para ver si se descubria algun
otro culpable.
Si Machado le habia dicho que pronto habria otro movimiento, no
era difícil que le hubiera nombrado alguno de los cabecillas.
Porque aunque la capataza era una federal insospechable, quien
sabe qué motivos tendria él para confiársele así.
El Juez de Paz de Loberia, á pésar del crédito que daba á la dela-
cion infame, no podia convencerse que Machado fuera un traidor á.
la federacion V mucho menos un revolucionario,. dada la timidez pro-
verbial que todos le reconocian.
Desde que recibió la denuncia empezó á observarlo y menos s¡:.
convencia de ello.
En la loma no se veia ningun movimiento estraordinario, ni nada
que indicase remotamente se tratara de organizar caballadas.
-Quiera Dios que esto no sea nada, pensaba el Juez de Paz, que
estimaba realmente á Machado.
Puede ser que García haya oido mal.
Machado por su parte, ajeno completamente á lo que sucedia, segufa
observando su invariable regla de conducta.
Había visitado al Juez de Paz, acompañado de su hijo y se habia
lamentado con él del mal que los unitarios hacian al pals con sus
revoluciones desatinadas.
- y a vé, dijo éste á García cuando Machado se fué.
Usted ha oido mal y su excesivo celo lo ha hecho dar un paso
en falso.
Ese hombre es tan unitario como yo mismo.
-No crea usted, contestaba el calumniador.
Es que: ese hombre t~ene un poder pa~ disimular de primera fuerza.
Eso .ml~mo que le dice es para deSCUIdarlo mejor y que vengan
los uDltanos por sorpresa.
qréame, amigo, la casualidad nos ha hecho escapar de un gran
pehgro.
¿Qué seria de nosotros, sin un soldado, desembarcando Lavalle y
cayendo aquí de sorpresa una fuerza unitaria?
Aq~ el Juez de Paz volvia á vacilar y dudar !f su amigo Machado.
ASl se hallaban las cosas, cuando á la madrugada del sesto dia
s~ presentó en el partido un piquete de caballeria como de unos ciento
CIncuenta hombres.
El terror á los unitarios los cegaba de tal modo, que ell¡l primer
256
momento, á pellar ~e las. divisas y chiripás. colorados, creyeron fuesen
las fuerzas revoluclOnanas a que se refena la delacion.
Fue necesario que llegaran á una cuadra del juzgado, para conven-
cerse que eran fuerzas federales.
Estas fuerzas venian destinadas por el General Prudencia Rosas
cien h, ~~res para .quedar en el juz.gado en prevision de cualquie:
acontecimiento y cincuenta para Ir a prender á Machado y á los que
con él se hallasen.
El encargado de esta segunda comision,. se puso en marcha acto
cofltínuo, para la estancia de la Loma.
Ma<:hado, 9ue esta~~ tomando mate miéntras su hijo volvia de la
recogi<la, saltó á recibir aquella gente, calculando iria de paso para
algun otro punto.
Consecuente con su modo de proceder respecto á gente federal
invió á los dos oficiales que mandaban el piquete á pasar á las casa~
y descansar un momento miéntras se refrescaban los caballos.
El capitan juzgó prudente no sacar de su error á Machado, pu~s
permaneciendo alli como visita, podl ia observar mejor lo que pasaba
y prender á cuanto sospechoso hubiera alli.
Pues el gran General don Prudencio, en su excesiva prudencia,
habia creido que se trataba de sorprender el cuartel general de una
conspiracion unitaria.
El capitan y el teniente desmontaron, hicieron echar pié á tierra
á la tropa y se colaron á la casas escudriflándolo todo con una mi-
rada aVlda.
Machado los obsequió del mejor modo posible, principiando ellos
un interrogatorio diSimulado, en cuyo objeto el estanciero no podia
caer, pues lo que más léjos estaba de su imaginacion es que se tra-
.tara de prenderlo.
-¿ y vive mucha gente con usted? pregunto el capitan.
Aquí la vida es solitaria y ustedes tratarán de buscar la mayor
compañia po¡;ible. -
~Esto es solo, es cierto, pero vivimos aqul solamente yo y mi hijo.
Como tenemos tanta relacion en la vecindad, cuando el fastidio
es mucho, salimos á hacer nuestras visitas y así vamos matando el
titmpo.
Mi hijo anda ahora en la recogida, pero pronto ha de volver y
entónces voy á tener el gusto de presentárselo á ustedes.
-Pero la peonada será mucha-la estancia es grande y el trabajo
no debe faltar.
-Era mucha, si señor, pero con estos bochinches que los unitarios
han dado en meter, todo está paralizado.
Los peones andan escasos porque los han llevado ellos ó están
sirviendo al gobierno, así es que por una y otra causa, estamos ahora
reducidos á seis peones y el capataz.
En seguida rodó la conversaClOn sobre los últimos sucesos y pre-
guntaron á Machado dónde estuvo él.
- Yo estuve en el pueblo, respondió el estanciero con finjida hu-
mildad. .
y o, como lo s~n cuantos me conocen, soy tan federal como el
mejor, pero que quiere, amigo, no todos nacen valientes, y yo con-
fieso que no sirvo para estas cosas de guerra.
El ruido de las armas me apichona y me quita toda acciori. . .
Por eso es que mis servicios á la gran causa son todos serVICOIS
paclfic8s.
257
Ustedes es diferente, son valerosos por naturaleza y estarán acos-
tumbrados á la guerra.
Ya se ve, aquí 110 se h~ce mas que pel.~ar!........ ..
La conversacio11 empezo á decaer, el hIJO no volvla de la recoJlda
y los oficiales principiaron á hallarse violent~s. .
Se les habia acabado el tabaco, como se dice, y no se les ocurna
ya la menor palabra.
Por fin el Capitan, viendo que habia obtenido ya cuantos informes
necesitaba, decidió dar cumplimiento á la órden que allí le habia
lle\-ado.
-Pues amigo, dijo entónces el Capitan, vive usted muy solo ..
Nosotros creíamos encontrarlo por lo menos, con algunos amIgos
y con mas peonada. . . . _
Cuando íbamos llegando se lo decla aSI á mi companero.
-¿Oué, ustedes me conocian desde antes?
-Ño, pero como veniamos aquí directamente, habíamos pedido
informes y se nos habia dicho que esto era muy alegre.
-¿Qué ván á quedarse por aquí? preguntó Machado finjiendo gran
alecrria.
¡Cuánto lo celebro! así sí que lo pasaremos alegres!
¡Cuánto se vá á alegrar mi hijo!
-No hemos venido á. quedarnos.
Tenemos que llevar á cabo la comision que nos ha traido y re-
gresar en seguida.
Machado empezó á sospechar algo malo para él.
Aquella manera de decirlo y el hecho de cumplir una comision en
su estancia empezaron á alarmarlo sériaUlente.
¿Qué podia significar aquello?
-Si yo puedo ayudarlos en algo, dijo, para el cumplimiento de
esa comision, ocúpenme con franqueza.
No hagan el menor cumplimiento y trátenme como un amigo viejo.
-Usted puede hacemos un servicio, y es el de no resistirse al
cumplimiento de la órden que traemos, pues de este modo, evitare-
mos disgustos y malos ratos.
Machado palideció densamente y preguntó con voz insegura:
-¿Y cómo he de resistirme?
Pueden decirme ustedes de qué se trata y serán obedecidos en el
acto.
-Pues amigo mio, se trata de que tengo órden de prenderlo á
usted y conducirlo á presencia del General don Prudencio Rosas.
Supongo que usted no se resistirá, porque seria obligarme á tomar
medidas violentas. •
Machado quedó trémulo.
Una prision equivalía á una sentencia de muerte.
Morir era imposible y resistirse era hacerse matar.
Machado era un valiente, en toda la estension de la palabra.
Estaba a~ado, pero ¿qué podia hacer contra cincuenta hOIpbres?
L? matanan y pegarian despues con su hijo el mal que hubiera
podido hacerles.
LQué hac~r en situacion semejante?
Era precIso decidirse rápidamente y no dar lugar A una escena
de sangre que siempre seria funesta.
Mach~do se dió instantáneamente cuenta de la situacion y adoptó
un partido.
El puñal del tirano. 17
::~8 preci~o pre~o
darse á .. y partir de ~llícuanto ánte~, para no \
dar he:mpo a, que su hiJo llegara, porque SI é~t.e veía aquello trataría I
de defender a ~u pa,dre y entónces se producma la escena de sangre
que tanto quena eVitar.
-Estoy pronto, dijo entónceg, cuando usted guste.
Tengo mi conciencia tan tranquila que no abrigo el menor temor.
Esto no puede ser otra cosa que una mala inteligencia.
-Bien, replicó el oficial, entónces no perdamos tiempo inútilmente.
y llamó un soldado que estaba á poca distancia como si esperara
Ul'j órden que no tardarían en comunicarle. .
El soldado se presentó, llevando en la mano un paquete que des-
envuelto, resultó ser una barra de grillos. '
-¿ y para qué eso? preguntó Machado.
Yo no he de huir porque no habiendo cometido delito alguno, nada
tengo que temer,
Además, que aunque tal intencion tuviera, me parece difícil reali-
zarlo, rodeado por todos ustedeg.
-No es por precaucion, dijo el oficial sino porque tengo que Clilll-
plir estrictamente las órdenes recibidas.
En medio de su tremenda desventura Machado podia considerarse
feliz.
Aquel oficial parecia un hombre bueno y humano y tenia por 10
pronto garantido que no lo martirizarian en el trayecto del viaje.
Remachada la barra de grillos 10 sentaron á ci1.ballo como mujer,
y emprendieron la marcha á gran galope. .
En la estancia quedaban vemte hombres el órdenes del Teniente.
-¿ y por qué quedan aqul esos hombres? preguntó Machado pen-
sando en su hijo.
¿Puedo saberlo, señor oficial?
-Si señor.
Estos hombres van á cumplir otra comlSlOn más adelante, y como
nada los apura, quedarán ahl media hora mas, tal vez.
Más tranquilo respecto á su hijo, puesto que no se trataba de él,
Machado empezó á pensar en su propia slluacion.
¿Qué podia haber motivado aquella prif'ion tan rigurof'a?
~Por qué se le conducia así, con una barra de grillos como al sal-
vaJe unitario más odiado?
Todos lo conocian como un buen federal, no S~ hal1aba compro-
metido en nada, de modo que no podia darse cuenta de tan inusi-
tada prision.
y volvió á pensar que todo no pasaría de una mala inteligencia
felizmente remediable. •
Pero y su hijo ¿cómo quedaha~l1í su hijo?
Este era el pensamiento único que amargaba aqu 1 noble y sereno
espíritu.
-Si viene y le dicen lo que ha pasado vendria á alcanzarme y ~e
haria prender conmigo, agravando mi causa pues entónces estallana
toda su ira tanto tiempo contt;nida. ., ,
¿y si está envuelto en la misma causa de mI pnSlOn yesos sol-
dados han quedado allf para hacer con, él l? que- conmigo?
No podia darse para aquel hombre sltuaClon más desesperante.
Enel Juzgado de Paz se detuvo un momento el oficial, para hablar
con un compañero que allí habia de quedar. , .
Entónces el Juez de paz se acercó a Machado dICiéndole:
259
~¿Con qne lo llevan? perlmigo, ¿c~m.o un hombre t.an prudente
se mete en aventuras con g tan cnmmal y persegUIda?
-Amigo mio, repuso l\fach o estrechándole la mano:
Le ruego por lo que más ame en el mundo que si conoce el mo-
tivo de mi prision, me lo quiera decir.
-¿Pero usted no se lo supone? ¿no sabe en las cosas que anda?
- Y o en nada ando ni puedo suponerme nada.
Juro á usted por mi hijo que en nada ando metido, y que no puedo
atmar con el motivo que tenga esta gente para llevarme de esta
manera.
-Pues yo voy A ayudar su memoria.
El motivo que han tenido para aprehenderlo, es lo que usted ha
dicho, cuando vino, á la capataza de Baudrix.
Parece que alguien ha oido sus palabras y las ha soplado á la au-
toridad-esto es todo lo 9.ue yo sé.
-Pero si yo nada he dIcho á la capataza!
Si ni siquiera hemos hablado de cosas que pudieran comprome-
terme á mi ni á ella misma!
-No se acorderA usted-parece que usted le ha dicho que pronto
vendria otra espedicion d~ unitarios, y que esta vez no les habia de
ir mal, porque habian de concluir con cuanto federal, hubiera por aquí!
-Calumnia infame! lo <lue yo he dicho á la capataza es que estos
bandidos Unitarios se hablan propuesto no dejar tranquilo al pais
con sus revoluciones estúpidas j que la leccion rec:bida debia escar-
mentarlos, rero que eran tan cabeza dura, que no estrañaria que
volvieran e dia menos pensado con alguna nueva espedicion.
En fin la capataza de Baudrix está VIVa, ustedes saben que es una
federala en toda regla y que no ha de mentir.
Pues preguntenle á ella misma si es cierto lo que yo dígo.
-Pues mi querido amigo, siendo cierto lo que usted me dice, yo
le garanto que la cosa no ha de quedar así y que jamás pagará
García la mentirlt que ha echado y el daño que por ello haya usted
recibido.
-¿Con qué García es el de la calumnia?
-Hombre, yo no queria, pero desde que se me ha escapado, será
porqué Dios lo quiere así.
Garda es autor de todo este pandero.
-Ah! t.niserable! razon tenia mi hijo al suponerlo un infame.
y refinó al Juez de paz la visita de García y lo que habian char-
lado con él.
-No se ~flija, don Jacinto, dijo el Juez de Paz, que yo quedo aquí
para remediar el mal.
Quede constatada, Como quedará,. su inocencia, que yo me en-
cargo d~ tomar por usted el desquite, para que nadie tenga nada
que declT.
El tal Garcia no se ha de quedar riendo y ha de pagar el mal que
ha hecllO, con réditos largos.
-Gracias, amigo, yo sabia ya que podia contar con ustedl
A~or::,-. solo me queda el mayor de los servicios que quiero pedirle.
1.h hlJ~ queda aquí solo, ya sabe cuánto lo quiero y lo digno de
ser que.n~o que es el pobre.
Consldcremelo en todo 10 que pueda, y sobre todo protéjamelo
contra ~os enemigos y contra García que tal vez intente alguna nueva
calumrua.
260
En a<Juel ~ome;Dto 1l.~g6 el oficial.nd~ la árden de marcha.
-A.dIOS mi .amlgo, diJo Machado, .lvlde mi encargo.
-Pierda c~d~do!. ~a sabe que lo estImO y que soy su amigo.
Machado siguIó ViaJe, algo mas consolado respecto á su hijo pero
desconsolado completamente respecto á su suerte. ,.
Si le prendian por salvaje unitario, con todo aquel aparato era
cosa resuelta para él que seria fusilado sobre tablas. ~
Pero ¿qué habia guiado a García a levantar semejante calumnia?
¿Qué razon podia tener aquel hombre pa,ra prenderlo de a.quella
mJllera?
Parecia su amigo, no habian tenido jamás la menor diferencia ni
siquiera un cambio de opiniones que esplicára una infamia de tal
calibre.
y la calumnia debía estar muy bien fraguada cuando se habia
procedido con aquella violencia y se habia desplegado tanto aparato.
-Yo trataré de defenderme, pensó Machado, ya que tengo la
buena voluntad del Juez de Paz.
Si la calumnia se basa en lo que yo he dicho á la capataza de
Baudrix, nadie mejor que ella puede sacarme de este apuro declarando
la verdad de lo que ha pasado.
Machado fué conducido hasta el campamento de don Prudencia
Rosas, donde se le colocó en uno de los galpones que servían de
cuartel, con centinela de vista.
Ya hemos dicho que Prudencio era mucho más cobarde y mis
feroz que don Juan Manuel.
Se cebaba con los presos con una crueldad inaudita, complacién-
dose muchas veces en avisarles él mismo que iban á ser fusilados.
Así es que recibió á Machado de la peor manera que éste podia
e s p e r a r . '
-¿Usted sabe por qué viene preso? le dijo.
-No s ei'lor, absolutamente.
- Todos estos canallas son lo mismo. •
No hay sinvergüenza de estos que tenga el coraje de contestar: si
sel'"lOr, por salvaje unitario.
- Yana soy. un salvaje unitario, contest6 Machado con entereza,
y si ha habido una calumnia que me haga pasar por tal ya la destruiré
yo, se lo aseguro.
-Antes te destruiré yo á tí bandido, y ya verás de qué modo tan
cómico. •
Y soltando una carcajada, lo mandó conducir hasta .el galpon.
Con aquella manera de ser recibido, Machado comprendió que su"
causa no tenia remedio, porque. habia la decision de matarlo, y
pensó en su hijo, con toda la amargura de aquella situacion tre-
menda.
Durante aquella noche miserable, no pudo conciliar el sueño.
Parecia que el galpon donde lo habian metido era el destinado á
los condenados' á muerte, pues esa misma tarde sacaron dos para ser
fusilados, y otro fué degollado allí no mas de la manera más bárbara.
Alma noble y. bien templada, Machado se resignó a su suerte .Y á
dedicar á su hijo querido sus últimos pensamientos. .
Al dia siguiente á la tarde l~ hizo avisar don Prud~ncio q?e á ~a
mai'lana siguiente iba á ser fUSilado, que se lo prevema por SI quena
hacer alguna revelacion al gobierno.
-Nada tengo que revelar ni que decir, repuso.
261
Contra los jueces y contra toda .causa hay mil medios de defensa,
pero contra los asesinos no hay mnguno. .
l\Ie resigno á mi suerte, teDlendo antes el placer de declrle que
.80n unos asesinos y cobardes.
En castigo de esa insolenc.ia, no se le dió de comer .~quella ~a~de.
Discurría Machado el medIO de hacer llegar á su hiJo 'su ultimo
consejo y su última caricia, cuando su pensamiento {ué turbado por
un alboroto.
Era un nuevo preso que, Ii pesar de los grillos, era introducido Ii
empellones al galpon.
-¡Son unos miserables malvados! gritó el recien llegado, y si no
me llevan donde está mi padre, á pesar de los grillos les he de ar~
rancar la lengua! .
Al sonido de aquella voz juvenil, Machado se estremeció Dodero~
samente y se puso de pié violentamente.
Acababa de conocer la voz querida de su hijo.
-Malditos! malditos! gritaba este-sabe Dios dónde habrán llevado
A mi pobre padre!
y se mesaba los cabellos con ambas manos presa del mayor
dolor.
Con un trabajo' enorme llegó Machado á donde estaba su hijo y le
puso la mano en le hombro suavemente.
Escasísima era la luz que habia ya en galpon.
Pero asi mismo, cuando dió vuelta á la presion de aquella mano,
el jóven conoció á su padre y se arrojó en sus brazos.
-Por fin te veo y me convenzo que no te han muerto, gracias á
Dios!
-PCW) tú, hijo mio, ¿ cómo estás aquí, por qué causa te han
traido? .
-Es muy secillo:
Despues de la recojída que duró mucho porque la hacienda se
habia retirado y diseminado mucho, regresé con el' capataz á la
estancia.
Veníamos al paso de los caballos porque me sentia bastante
cansado.
No sabia por qué, al aproximarme á la estancia sentia un raro des-
asocie~o y pensaba muchas cosas raras.
-¿SI le habrá sucedido algo a mi padre? dije á Martin, sín poder
dominar la agitadon que sen tia.
-¿Y por qué ha da sucederle? el patron en nada se mete, no alega
con nadie ¿que quiere que le suceda?
-Es que no sé porqué estoy intranquilo y asi como aflijido.
Desearia hallarme á su lado-galopemos Martin, galopemos.
y nos pusimos á gran galope.
No puedo esplicarme el por qué, pero á medida que me iba acer-
cando. á la estancia, es decir, á la casa, mi angustia era mayor.
Tema el corazon fuertemente oprimido.
Cuando me hube acercado lo bastante para distínglr las personas
y . no t.e vi. en el patio como siempre, esperándome, corrí en esa
dlrecclOn para llegar más pronto, desmonté y entré á las habitaciones.
No habia duda, algo habia sucedido.
Un grupo de soldados 'lue alli estaba escondido me tomó por sor-
presa, y un oficial !Ile inhmó órden de prision.
-¿Donde está ml padre? pregunté, ¿qué han hecho ustedes de mi
padre? .
262
-Su padre ha sido preso como usted, me respondió aquel hombre
y conducido á donde lo va ser usted mismo.
-Mienten, ¡ustedes lo han muerto!
Yo quiero que me lleven donde está mi padre, de lo contrario le,; ~
rompo el alma.
y saqué la pistola de que siempre ando armado, con la firme in-
tencion de hacerle volar los sesos.
Pero todos se arrojaron encima de mi, me desarmaron y amarraron
prontamente. .
No tuve ?tro recurso que emp~zar á lanza~ sobre ellos, con las
palabras mas duras, toda la hlel que habla amontonada en mi
corazon.
Aquellos bandidos empezaron á golpearme entónces, me echaron
sobre un caballo, como quien atraviesa una res muerta y me han
conducido hasta aquí, donde no esperaba hallarte vivo.
Yo los he injuriado cuanto he podido, por que en mi desesperacion
creí que te habian muerto.
Pero desde que no es así, les perdono todo el mal que me han
hecho.
Pero ¿por qué te han traido? ¿qué delito has cometido que te veo.
con una barra de grillos como un criminal?
-Nada que yo sepa, hijo mio, sin duda algun error ó mala inte-
ligencia.
-No padre mio, Dios me perdone, pero juraría que en todo esto
anda mezclado García.
No sé por qué desde aquella mañana en que estuvo en casa, aquel
hombre se me ha metido en el corazon.
Desde ese dia pienso en él como en mi peor enemigo. •
No seria estraño, respondió Machado, que no queria aftijir á su
hijo con el conocimiento de toda la verdad.
Pero todo ha de concluir aquí.
Con uno ó dos dias más se aclarará todo y volveremos á la Es-
tancia.
Como habia allí otras p.ersonas, padre é hijo tenían que bajar la voz
para no ser escuchados.
Pero :poco habia de tardar en conocer todo lo terrible de la situa-
cion el Jóven, y Machado el golpe más formidable que le reservaba
el destino.
Dos horas hacia apenas que el jóven Machado fué introducido al
calabozo, cuando ~e presentó un sargento y dos soldados á ponerle
una barra de grillos.
-¿A qué tanto aparato? preguntó el jóven.
Basta con la que él tiene para que yo no me mueva de aquí.
De todos modos yo no he de huir de aquí porque no tengo delito
alguno.
-No está de más, amigo, respondió el Sargento sonriendo.
Maiiana lie los sacaremos despues de la funciono
-¿Que funcion es esa, ni que tenemos que hacer con ella? pre-
guntÓ~ el jóven.
-¿Cómo no? ¿qué no sabe la fundon de matlana?
Machado, que harto la conocía, hacia señas al Sargento para que
nada dijera ti su hijo. .
Este que vió las setías, palideció y preguntó A su padre qué sigoi-
fic~ba aquello.
263
Apremiado por el hijo y temiendo fuera á. sosp~char la ver~ad, l~
dijo que eran algunos presos de los que alh habla, que los Iban a
fu·silar.
El jóven miró fijamente á M3:c~ado,. como si dudara de la verdad
de sus l?alabras, pero éste resIstIó Sin conmoverse aquella mirada
hasta disIpar toda duda.
La situacion era violenta.
Tal vez seria mejor ir prer.arando el espíritu del jóven para que
no recibiera de golpe la ternble noticia, pero Machado no se sentía
con bastante coraje para hacerlo.
Comp'rendia que el golpe iba a ser viplento, pero temia que si decía
á su hIjo la menor palabra, éste, llevado de lus impulsos de su co-
razon, se entregaria á tales escenas que atrajese sobre su vida la
cólera de aquellos miserables.
Entregado á estos desesperantes pensamientos estaba Machado,
cuando se acercó á ellos un oficial, Ayudante del General don Pruden-
cia Rosas. .. .
Este hombre brutal y perverso se dirijió á Machado diciéndole:
Dice el señor General que se reconcilien con Dios como pue.dan,
porque aquí no hay capellan, ni sabe de dónde sacarlo, y como la
órden recibida es de fusilarlos en el acto, no puede perder tiempo
en mandar campear uno.
Padre é hijo quedaron aterrados.
La noticia no podia ser mas brlltal ni dada de una manera más
pen'ersa.
-Pero ¿á quién van á fusilar? preguntó el joven, que habia reco-
brado primero el uso de la palabra.
-¿Cómo á quién? á ustedes mismos.
Vaya una pregunta giaciosa.
- j Pero eso no es posible! gritó Machado dando u~ rujido y ha-
ciendo crujir sus grillos.
. A mí, no digo que no, puesto que así lo han dispuesto, pero á él
Jamás.
-A los dos, sí señor, á los dos, miren qué pillos estos!
Se meten á sa'lvajes unitarios revolucionarios y estrañan que se los
limpien!
i Cómo si ustedes fueran á hac~r otra cosa si nos hubieran.JolraP<l:do!
-¡Pero eso es monstruoso! dIgO que no paede ser! volv18'l gntar
Machado.
Los dos somos inocentes, y este es un niño incapaz de ofender á
nadie ni aún con el pensMniento.
Diga usted al general Rosas que quiero hablar con él una palabra.
- ¡No sea zonzo! concluyó riendo aquel miserable miéntras se
alejaba.
¡Cómo si el General fuese a incomodarse!
Con.fiésense uno con el otro y hemos concluido .
. El. Jóven estaba anonadado, no por él cuyo espíritu valiente pres-
cmdla del trance que le esperaba, sino por su padre á quien amaba
entrañablemente.
- ¡Con que van á fusilarte! dijo al fin.
¡Con que esta es la funcion de que nos hablaban!
¡Pero no han de fu ,ilarte viviendo yo!
Y empezó á hacer violentos é inútiles esfuerzos por sac¡use los
gr il los.
.264
Pero solo I~gró mutilarse las piernas, Sin poder sacárselos, como
era natural.
En su impotencia se puso á maldecir de todo y á gritar iniquida-
des contra los asesinos de la federacion.
Poco tardó en sufrir las fatales consecuencias de aquel modo de'
proceder, pues en el acto vinieron y le pusieron una mordaza de un
hueso de caracú.
Machado. estaba c,?mo idiotizado. A la i!Dpresio~ terrible y honda
desesperaclOn del pnmer momento, se habla .sucedido un abatimiento
esp.llltoso.
Tenia todo el aspecto de un loco y de cuando en cuando miraba
á su hijo con ojos estraviados como si no se diera cuenta de lo que
sucedia.
Así pasaron toda aquella noche terrible, presa de una angustia
indecible.
A los J.!rimeros albores del di a, vino el mismo ayudante que les
habia notificado la sentencia de m'\Frte y sacó al jóven la mordaza ..
La indignacion habia cedido su puesto al dolor.
Así el jóven, libre de la mordaza, se abrazó á su padre y se puso
á llorar.
-Esto es terrible, padre mio, yo quisiera morir ahora mismo, por-
que no podré ver que te maten sin que me sea posible evitarlo.
-Hijo mio! hijo mio! Dios no puede consentir un crímen semejante,
repuso aquel hombre á quien la desesperacion habia dobfdo por
completo.
Esto ·es horrible .
. Pensar que yo te he criado y me he esmerado en quererte, pensar
que he vivido para tí y tu porvenir durante diez y seis aii.os, para
que unos asesinos, en mi presencia te destrocen el pecho ... es horrible
y Dios no puede consentirlo!
Sería preciso entúnces renegar de la divinidad misma!
-No hav más remedio que conformarse, padre mio, la desespera-
cion es inútil y es preciso morir tranquilo ya que no se puede morir
feliz !
Morir tranquilo cuando se vé asesinar al hijo querido!
Morir tranquilo miéntras agoniza con el corazon despedazado el
hijo qQJkha constituido nuestra felicidad en la vida.
Oh! 1rmuerte! la muerte de los séres queridos debia ignorarse por
una eternidad I
Se acariciaban en un estrecho abrazo, cuando apareció un piquete
que venia á couducirlos al banquillo. ..
El joven dominó su dolor y apareció tranquilo y sereno.
Machado no fué dueño de hacer lo mismo.
El dolor era más íntimo, más potente.
Ambos erguidos y con el paso firme, marchaban al banquillo, colo-
cados entre un cuadro de infantería.
. El General don Prudencio á caballo, se preparaba á contemplar
la cobarde ejecucion.
Los dos fueroD atados en los banquillos y los tiradores se colocaron
á su frente.
-Padre mio padre mio, dame tu bendicion, dijo el jóven-dentro
de pocos insta~tes estaremos libremente reunidos.
Un vértigo cruzó como UDa espada el corazon de aquel hombre
desventurado.
265
-Malditos! malditos! gritó-hay Wl Dios en el cielo á cuya justicia
eterna no hay poder de escapar.
Maldito tó, tus hijos, Prudencia Rosas! y maldito todo 10 que tú
ames en la tierra.
-Fuego! gritó don Prudencio, y dos descargas simultáneas reso-
naron en medio del silencio.
Machado cerró los ojos, y su hijo se estremeció sobre el banquillo,
quedando inmóvil en se~ida-habia muerto.
-Maldito! volvió á gntar Machado con voz desfallecida y sin abrir
sus ojos moribundos para no ver á su hijo.
Maldita sea toda tu raza! ...
y no -se le pudo oir más, pues su palabra fué cortada por la voz
de ¡fuego! que dejó oir don Prudencio.
y sonó la tercer descarga que puso fin A aquella noble existencia.
El drama de Machado, como el de Montenegro, quedaba concluido.
Para que el crimen fuese mas nauseabundo, aún á los mismos ojos
de quienes lo cometieron, se agregó un detalle terrible.
En cumplimiento de la órden recibida por Rosas, el Juez de Paz
d~ la Loberia llamó á la capataza de Baudrix para que prestAra de-
cJaracion, y habiendo esta referido exactamente su diálogo con Ma-
chado, no cupo ya la menor duda de la inocencia de éste.
El Juez de Paz constituyó entónces en prision á García y elevó
á Palermo la declaracion de la capataza.
Pero era tarde ya-el crImen se habia consumado.
La noticia de aquel doble asesinato impresionó profundamente á
los vecindarios de aquellos partidos.
Siquiera Machado habia inspirado alguna sospecha por una delacion
infame.
Pero su hijo, aquel jóven inofensivo ¿de qué podia acusársele?
El desprecio de todos cayó sobre García, cuyo móvil no fué difi-
cil adivinar.
Como bienes de salvaje unitario, la estancia de la Loma fué em-
bargada con todo lo quecontenia, que, como todo lo que en aquella
época se embargaba, fué pasando á poder de los más exaltados fe-
derales, ó de aquellos que finjian serlo.
Rosas recibió la declaracion de la capataza de Baudrix, pero no
hizo alto en ella.
Ya la cosa no tenia remedio y aunque no hubiera tenido él nece-
sitaba aterrar á los salvajes unitarios.

EL DESBORDE

Los crímenes seguian aterrando á los abitantes de la República


entera.
.Y como si no bastAran á esto los que se perpetraban en Buenos
AIres, la Federacion daba á luz documentos terribles, de los que es-
tractamos estos pocos:
Cuatel General en el CeibaI, Sbre. 30.
Entre los prisio~eros se halló el ex-c~ronel ~acundo Borda, que
fué al momento ejecutado con otros traidores tItulados oficiales de
entre la caballeria é infanteria.
MANUEL- ORIBE.
'266
, .' Cuartel General en Metan, Octubre 3.
Los salvajes unrtaros que me ha entregado el Comandante San-
doval, que lo fué de la escolta de Lavalle, Múrcos Avellaneda titulado
~obernador Gel?eral de Tucuman, Coronel titulado José M.' Videla,
C omandan.te LUIS ~asas, Sargento Mayor Gabriel Suarez, Capitan
José EspejO y Tenrente 1° Leonardo Souza, han sido al momento
ejt;cutados en la forma ordinaria con escepcion de Avellaneda, á
qUien mandé cortar la cabeza que será colgada á la espectacion de
los pabitantes en la plaza pública de la ciudad de Tucuman. .
MANUEL ORIBE.

Desaguadero, Setiembre 16.


El titulado salvaje, General ~anue~ ~cha, fué dec~pitado ayer, y
su cabeza puesta á la espectaclOn publica en el cammo que conduce
á este rio entre la represa de la Cabra y el Paso del Puente.
ANGEL PACHECO.
El obispo de Cuyo, José Manuel Eufrasio, fué electo Gobernador
de San Juan, mientras duraba la ausencia de Benavidez, y este fraile
venal para conservar tan buena pitanza, empezó a predicar el ester-
minio de los salvajes unitarios enviando á Rosas cópia de sus ser-
mones.
El tirano con este motivo le dirijió una nota que parece una sátira
sangrienta:
Buenos Aires, Noviembre 5 de 1841.
Descargando V. S. 1, dice la. tal nota, un anatema justo contra los
salvajes unitarios, ofrece un lucido ejemplo eminente.
Resalta la verdadera caridad cristiana que enérgica y sublime por
el bien de los pueblos, desea el esterminio de un bando sacrilego.
JUAN MANUEL ROSAS.

Aderralde, 14 de Octubre.
Sr. Exmo. don Juan Manuel Ortiz de Rosas.
Yo voy en marcha para Catamarca, y solo tengo el tiempo preciso
para garantir á V. E. que habrá bíolin y habrá biolon.
MARIANO MAZA.

Catamarca, 29 de Octubre.
Al exmo. Sr. Presidente del Estado Oriental del Uruguay, don Ma-
nuel Oribe.
Empezó á trabajar el batallon Libertad y su bravo Coronel, no
dando cuartel á los salvajes unitarios, que despues de dos horas de
fuego, concluyeron con estos pérfidos traidores. . .
Principiaron á caer en nuestro poder, entregados por la juStIcla
del cielo para escarmiento con su existencia, ae salvajes unitarios.
·Muchos de los yrisioneros caudillos y cabecillas, entre los cuales son
de espresarse e tit1:l1ado jefe de la pla~a, Pascual B,,:illon Es~e7he,
los salvajes Gorg6mo Dulces y Gregono Gonzalez, tltulado Mimstro
de Gobierno.
Tambien ha quedado ven~ado en algunos diputados representantes
de esta Provincia, el agravlo, injuria y traicion que hicieron á su
patria en el proJlunciamiento de Mayo del año ppdo.
JU<\N E. BALBO<\.
267
Catamarca, 29 de Octubre.
Sr. D. C1audio Arredondo.
Hoy hemos batido en esta plaza al salvaje Cubas, y pasando á
cuc.hillo toda su infanteria.
Se le persigue y pronto estará su cabeza en la plaza, así como lo
están las de los titulados ministros Gonzalez y Dulce y. tambien la
de Espeche. -.
MARIANO MAZA.

Cuartel General en el Rio Grande del Tucuman.


Noviembre 9, 1841.
Al Exmo. Sr. don Juan Manuel Rosas.
El titulado Gobernador José Cubas, fué tomado por una partida
de infantería del batallon Libertad, en la cue3ta de la Sierra del In-
fiernillo y su cabeza fué puesta en la plaza de Catamarca para es-
carmiento del bando salvaje ~nitario.
MANUEL ORIBE.

Catamarca, Noviembre 4.
RELACION NOMINAL DE LOS SALVAJES UNITARIOS, TITULAbos JEFES
y OFICIALES QUE HAN SIDO EjECUTADOS DESPUES DE LA ACCION
DEL 29.
Coronel Vicente Mercao, catamarqueño.
Comandante Modesto Villafañe, id.
Idem luan Pedro Ponce, cordovés.
Idem Manuel Lopez, español.
Idem Damasio Arias, cordovés.
Idem Pedro Ramirez, catamarquei'lo.
Sargento mayor Manuel Rico, cordovés.
Sargento mayor Santiago de la Cruz, catamarqueño.
Idem José Teodoro Fernandez, cordovés.
Capitan Juan de Dios Ponce, cordové3.
Idem José Salas, catamarqueño.
Idero, Pedro Aranjo, porteño.
Idem, Isidoro Ponce, catamarqueño.
Idem Pedro Barros, catamarqueño.
Ayudante Dámaso Sarmiento, cordovés.
Eugenio Novillo, cordovés.
Teniente Domingo Diaz, tucumano.
MARIANO MAZA.

Sr. D. Claudio Andrade.


Veinte entre jefes y oficiales salvajes han sido ejecutados, la mayor
parte de estos cadáveres, entre estos están los Ponces y los Arias.
Todos han recibido el castigo merecido.
En fin, mi amigo, la fuerza de este salvaje unitario tenáz pasaba
de seiscientos hombres y todos han concluido pues así prometí pa-
sarlos á cuchillo.
MARIANO MAZA.
~stos ~ran los documentos qu ~ leía, aterrada lá poblacion de Buenos
Alfes, mléntras la mazorca, en sus calles más principales, azotaba á
~"s damas, despues de cortarles la trenza á tacon. ..
268
Los mismos corredores de Bolsa, personas que no Se metían en la
política por ser estrangeros la mayor parte, no escaparon á la federal
persecucion.
Un día del mes de Julio se presentó en la Bolsa de Comercio un
comisario de policia y constituyó en prision á todos los cOl"redores,
entre los que ca):eron el. conocido sei'lor Chapeau!T0uge y don Juan
Manuel Ba~ amigo particular de Rosas, desde su Juventud y á quien
hemos hecno· figurar ya al principio de esta obra.
El ¡abon era mayúsculo. .
Aqltella medida no podia responder sinó l\ un fin altamente federal
y por esto mismo los corredores se sobrecogieron de espanto, n~
comprendiendo su alcance.
¿Qué podia proponerse el Gobierno reduciéndolos á prision?
Ir preso, en semejantes días, equivalía á ir al banquillo, pues ya
se sabia que de la cárcel se salia muy rara vez para otra cosa que
para ser fusilado.
El único que no habia perdido su buen humor, era BayA, que decia
á sus cole~as:
-No qUieren convencerse que mi tocayo es loco, y loco de remate!
Esto nQ es más que una locura para asustarnos-ya verán como
hoy mismo nos sueltan.
Es que estas son malas locuras, decian otros.
Puede darle tambien la locura de fusilarnos, y maldita la gracia
que nos hace.
-No crean, no crean! agregaba Bayá alegremente.
No hay causa lógica para que nos fusilen.
y la hay acaso para que degü~llen en la calle á los ciudadanos
.. más respetables?
-Ese es otro cantar que no reza con nosotros-ya lo verán .
.Los corredores, sintiendo crecer su cerote, entraron á la cárcel,
donde se les alojó entre todos los acusados de salvajes unitarios, lo
que acrecentó la desesperacion de los más pusilánimes.
Por no confundirse con aquellos, y caer en alguna de las sacadas
que hacian de noche, para fusilar, los corredores formaron en un
grupo, y se arrinconaron en un ángulo de la crujía.
Allí empezaron á meditar cuál seria la causa de una prision tan
inusitada.
En la Bolsa de Comercio no se habia hablado de poli tic a ni se
habia hecho accion que pudiera clasificarse de sospechosa.
El oro habia subido un poco el dia antes y estaba subiendo más
cuando fueron presos.
Pero esto no podia ser la causa de una medida tan violenta.
Mo tardaron mucho en salir de dudas.
A la caída de la noche les llevaron el puchero de los presos, que
ninguno de ellos se atrevió á tocar.
Es que Bayá les habia hecho una broma pesada.
-El puchero de los presos, les dijo, se hace con carne de los
mismos Unitarios que degüellan, en razon de economia.
Son tantos los presos, que alimentarlos á carne de vaca costaría
un dineral.
y él se puso á comerlo de una manera traviesa, agregando:
-A mí poco me importa eso, porque, yo soy loco por la carne
humana.
~nos, delicados de estómago, empezaban á hacer arcadas, cuando
seYs acercó el mismo Comisario que los habia reducido á prision.
269
-De órden superior, vengo á decir á ustedes la causa que ha obli-
gado al Gobierno á proceder con ustedes de esta manera.
Los corredores pararon una oreja de metro y medio, miéntras Bayá
seguia deleitándose con su puchero de carne humana.
-Al mismo tiempo, añadiÓ el comisario, vengo á hacer una lista
de los presos y de los corredores que faltan.
Cada WlO dió con profundo disb>'Usto su nombre y apellido, que
apwltó el comis~? e~ una especie .de libro de entradas.
-Pues señor, dIJO a manera de dIscurso, una vez que hubo guar-
dado aquella libreta descomunal:
El gobierno ha mirado C01~ profu~do desagrado y desconfianza, la
rapidez con que ustedes hacIan subIr el oro ayer.
Convencido hoy de sus sospechas, los ha mandado arrestar, man-
dándome les. diga que ·ya lo sabe todo-:que el oro sube, porque
ustedes están comprando oro para el asesino Juan Lavalle y los uni-
tarios que lo acompañan.
Un estrepitoso coro de protestas se levantó inmediatamente.
-Eso no es cierto, eso es alguna infamia que han ido á decir al
señor gobernador!
Nosotros no tenemos nada que ver con Lavalle ni los unitarios!
Nosotros no nos mezclamos en esas cosas!
El oro sube porque anda escaso!
-Precisamente, repuso el comisario, y el oro anda escaso, segun
piensa el gobierno, porque los corredores lo compran para Lavalle,
que lo emplea en hacer la guerra al gobierno.
Los corredores siguieron protestando en todos los tonos, y tr~­
tando de llevar el convencimiento al ánimo del comisario, pero esto
de poco les sirvió.
-Yo no puedo llevar ninguna respuesta, pues solo me han encar-
gado que les comunique el porqué de la pri~ion de ustedes.
Ahora, si algo se me pregunta, no tendré inconveniente en decir
lo que les he oido.
Entre tanto Bayá seguia comiendo su titulado puchero de carne
humana, sin decir una palabra.
Al retirarse el comísario, aquello fué más que un clamoreo, un bo-
chinche.
Todos le recomendaban hiciera presente que la acusadon no era,
cierta, que ellos eran buenos federales y sobre todo, ciudadanos que
respetaban las d~terminadones del ilustre Restaurador.
Cuando el comisario se fué, todos cayeron sobre Bayá enrostrán-
dale su silencio.
-Caramba! le decian los que con él tenian mayor confianza.
Par~<:e ~ue no )ugár~s tambien tu pellejo!
Que mdlferencla endiablada se ha apoderado de ti!
---:-y qué diablos vamos á remediar con que charle yo tambien!
. SI !los han ~e fusilar, lo mismo han de hacerlo con discurso que
sm discurso mIO.
Qué bueno estaba el pucherete este!
Decididamente han sido ustedes unos tontos en no comerlo!
Algunos de espíritu más fuerte, se plegaron á Bayá, no para comer
aquella tumba espantosa, sino para fortalecer el ánimo .
. Los más ~ojos se entregaron á comentar lastimosamente su situa-
Clan angustIOsa.
-Estamos señalados como salvajes unitarios! esclamó uno.
270
No podíamos habemos sacado peor lotería!
-~so y decirle á uno-arregle usted sus negocios, es exactamente
lo mIsmo.
-¿Y para qué diablos nos habrán tomado los nombres? ¿será para
resolver?
-Eso es para irnos elijiendo, contestaba Bayá, siempre de buen
humor, á medIda que nos vayan mandando al cuartel de Cuítíño ú
otro sitio anúlogo. '
---~l diablo te lleve con tu chacota de tan. mal gusto! .
Y así pasaron toda aquella noche, comentando el suceso y tratando
cada cual de lib~arse del jabon de que era presa.
A eso de media noche, se presentó uno en el patio y llamó por
sus nombres á tres individuos.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de todos los presos, que
sabian lo que aquello significaba.
Los llamados de aquella manera no volvian más, porque ib?!1 :l.
ser -fusilados.
Era el suceso invariable de todas las noches.
Los llamados repartian entre sus amigos y compañeros de martirio
algunos objetos que les habian dejado, se despedían de todos y mar.
chaban con paso vacilante.
Sabian para que los llamaban.
Poco despues las descargas de fusileria anunciaban á los demás
presos que aquellos infelices habian rendido la vida.
Los corredores presos quedaron terriblemente impresionarlos al
presenciar aquello.
Sabian, corno todos los habitantes de la ciudad, que las descargas
que se escuchaban durante la noche, provenian de los fusilamientos
que se hacia n en la cárcel, en el cuartel de Cuitíño v en el de
Maríño.
Pero nunca habían presenciado la salida resign¡tda de las víctimas
que se elegian entre los destinados á morir de aquella manera bárbara.
El mismo Bayá apagó por un momento su buena alegría impresio-
nado por la desgracia agena.
-Todas las noche!> sucede lo mismo, les dijo uno de los presos
que les oia expresar su disgusto.
• Cuatroó cÍI~co de nosotros vamos á engrosar las filas de los que
duermen en el Campo Santo!
Yo, en tres meses que hace estoy preso, he visto salir así más de
ochenta personas, con igual destino.
Aquella es una hiena que no se harta nunca!
Miéntras más sangre derrama más quisiera derramar!
. Yo espero resignado mi turno, porque sé que la cosa es ineludible.
De todos ·modos algun dia ha de dejar uno esta mortaja de carne
con- que se cubre los huesos!
Los corredores guardaron silencio, silencio 'que duró todo el resto
. de la noche.
Cada cual pensaba en la madre, en la esposa ó en los hijos, que
tal vez á aquellas horas estarian entregados á la mayor desespe-
raciono '
y todos entre sí hacia n el firme propósito, si la casualida~ los
sacaba de allí con vida, no volver á Jugar al oro, aunque pudieran
ganarse una fortuna. .. .
A la mañana siguiente recobraron algo .del ámmo perdido, con la
luz del dia.
· 271
Todos tenia n el semblante más ó menos cadavérico.
La falta de alimento, el insomnio y el terror, se habian estereoti-
pado en los semblantes, con su palidez lívida, sus negras ojeras y
el caimiento general.
Solamtnte BayA estaba más mi rabie, sin ofrecer otro rastro 9,ue el
que deja una mala noche pasada pOI; persona que no está habltuada
a ello.
Habia enrollado su chaqueta á imitadon de almohada, y se habia
echado en el suelo, logrando pescar dos ó tres horas de Sueño. .
-Alma de cántaro! le dijeron sus amigos, al verlo despertar y
desperezarse.. .. .
Tiene valor de dormir cuando tal vez están afilando el cuchlllo
con que nos han de cortar el cuello!
-¿ y acaso con no dormir voy á impedir que lo hagan?
Siempre tendré esto adelantado!
Cuando una cosa no puede remediarse, soy de opinion que uno
debe hacer lo posible por olvidarla.
y no era que Bayá despreciara el peligro que los amenazaba.
Amaba la vida, porque amaba á los hermanos, á la esposa, á los
hijos y á los sobrinos de quienes era el único sosten.
Pensaba y sabía demasiado que faltando él, la miseria llamaria ;\
la puerta de su hogar, y más de veinte existencias queridas serian
amenazadas de morir de hambre.
Pero conocia á Rosas desde jóven y tenia el profundo convenci-
miento de que aquello no era más que una de sI!; tantas locuras,
que no tendria otra consecuencia que aquella prision.
Por eso no se aflijia en lo más mínimo y estaba jugueton corno si
alli no fuera más que un visitante.
-Caramba! esclamaba de cuando:
Estoy deseando que llegue la hora del pucherete, porque confieso
que tengo un hambre de todos los diablos. •
El pucherete vino por fin y se repitió la misma broma sobre si
era ó no confeccionado con carne de los que degollaban por la
noche.
Esta vez Bayá no se lo comió solo corno la tarde anterior.
Algunos de los que se habian contajiado con su buen humor y
conformidad, enarbolaron sus cucharas y demás adminículos, y se le
fueron al humo, fuera ó no de carne humana, y confesando que pro-
cederian de idéntica manera aunque fuese de carne de diablos.
Esto arrastró á otros, de modo que esa mañana solo tres ó cuatro
de delicadísimo estómago RO se animaron á hacer lo ~ismo.
y se entabló la más graciosa disputa sobre si era de hombre ó de
buey, no pudiendo arribarse á una conc1usion amigable.
Aquel dia fué induqablemente más alegre que el ·anterior.
La confianza de Bayá hizo que á los demás se les pasara el Jabon
y empeZaran á hablar de cosas indiferentes á su situacion, llegando
la alegria hasta narrarse cada uno su más famoso par de aventuras
galantes.
El tumbeo de la tarde vino á amenizar la alegre charla.
Esta vez no hubo quien le hiciera ascos.
Probablemente aunque hubieran visto una canilla humana boyando
entre aquel caldete inmundo, hubieran comido lo mismo.
Los demás presos veian con invencible melancolia aquel alegre ban-
quete de rancho de presos.
· 272
No podian esplicarse cómo individuos que estaban en aquel mismo
patio, es decir salvajes unitaros condenados á muerte, charlaban y
comian tan alegremente.
Concluido el puchero, cada cual se limpió la boca como Dios lo
ayudó y cada cual peló un cigarrito y se puso á fumar sin preocu-
parse de lo que podria suceder aquella noche.
P~esos. por un C;:omisario que sin duda tenia órdenes especiales, no
hablan Sido despojados de mnguna de las cosas que llevaban sobre si.
De modo que cada cual conservaba su dinero y sus avíos de filmar.
ltn las primeras horas de la noche, el terror más vago e íntimo
vino á echar por tierra teda la alegria que les habia acompañado. '
Como en la noche anterior, un' empleado de la cárcel entró al patio
y pronunció dos ó tres nombres, añadiendo:
-Pueden ir viniendo aquí los nombrados.
Una escena idéntica a la de la noche anterior se produjo entónces.
Aquellos desgraciados se despidieron de sus compañeros tristemente,
y se dirijieron donde estaba el que los habia llamado.
Parecia imposible que tanto hombre pudiera resignarse á un fin tan
tremendo, sin hacer la menor tentativa de defenderse.
Morir por morir, bien valia la pena de una tentativa á la buena
suerte.
Es que todos estaban tan acobardados, el abatimiento, el enerva-
miento de todo el pueblo era tal, que ninguno se resistia, ni aún ya
á la órden de echarse para degollarlo.
Ya hemos dadc1 cuenta de los dos únicos ejemplos que hubo en
toda la época de los degüellos, de personas que hicieron armas á la
mazorca, y se salvaron despues de un buen desquite anticipado.
Así se veía que los presos nombrados todas las noches, sabiendo
que iban á la muerte, marchaban de una manera resuelta, sin la menor
idea ,de resistencia.
Es verdad tambien que la cárcel donde la federacion encerraba á
sus victimas era tal, tal la vida de padecimientos que allí se pasaba,
que la muerte era preferible bajo todos estilos, pues en resumidas
cuentas, las palizas de los carceleros y de todos los empleados de
la cárcel, amenazaban diariamente concluir con sus vidas.
Apenas hacia cinco minutos que aquellos desgraciados habian sa-
lido de la cárcel.
Aún los corredores estaban bajo la presion del horror que aquello
les habia hecho esperimentar, cuando todos se pusieron de pié, pali-
deciendo intensamente, como á influencia de un golpe· eléctrico.
Este efecto era producido por la voz del alcaide que acababa de
llevarse tres víctimas, y que parado en el medio del patio gritaba:
-¡Juan Manuel Bayá!
Un estremecimiento poderoso acometió á todos aquellos hombres,
estremecimiento de que el mismo Bayá no pud~ ménos que participar.
Era indudable que se le llamaba para ser fuslla~o, c0Il:10 4 1011 otros.
Y si principiaban por él, no tardarían en seguIr la lista, segun el
capricho del Restaurador.
-¡Juan Manuel Bayá! volvió á gritar el alcaide, mirando con impa-
ciencia el grupo formado por los corredores. .
-Ya vá, respondió este, al mismo tiempo que tendla las manos á
sus amigos.
-Hasta luego Ó mañana, les dijo, pues me han de llamar para cosas
de declaracioD.
273
y si no es as!, hasta siempre, amigos mios.
y desprendiéndose de estos, fu~ al encuentro del alcaide que ya
"enia en su busca.
-A ver si se apura, que aquí no estamos para perder tiempo.
-Un momento, amigo, me estaba despidiendo de mis compañeros.
\' siguió escoltado por el alcaide que lo entregó al oficial de ser-
vicio. . .
Aunque habia conseniado su buena .relaclon con. Rosa~, que sabIa
perfectamente no era federal, y aunque Jamás se habla metido en cosas
políticas, no dejaba Bayá de tener su recelo, por la manera con que
habia sido sacado de la cárcel.
-Este diablo de loco, por divertirse, pensaba, es muy capaz de en-
cajarnos un buen julepe.
En fin ya veremos lo que resulta.
Entre tanto sus compañeros habian quedado aterrados.
Para ellos, que conocian el mecanismo de la cárcel, no habia duda
que Bayá era conducido al cuartel de Cuitiño, ó alguno de los otros
sitios donde se fusilaba.
-Empiezan hoy por Bayá, pensaron, y seguirán con otros hasta
concluir con todos.
¡Pobre compañero! quien habia de decirle que la cosa seria tan
pronta!
La alegría y charla de que BayA era el alma, desapareció desde
aquel momento como por encanto, volviendo los corredores á la tris-
teza del primer momento; á. cada instante creian oir al alcaide que
los nombraba para llevarlos á degollar.
y pasó así un mes largo sin que ningun otro fuera llamado y sin
saber absolutamente lo que habia sido de Bayá, aunque 10 daban por
muerto.
¿Qué habia sido de él?
Acompañado del oficial que lo recibiera en la cárcel, fué condu-
cido á la Cuna, donde se le dió una pieza.
Recien allí el oficial le dirijió la palabra.
-Por órden del señor gobernador se le ha conducido á usted aquí,
donde debe permanecer en calidad de preso. .
El señor gobernador me ha ordenado además decir á usted que,
deseando darle toda la comodidad posible y no pudiendo ponerlo en
libertad ahora mismo, lo traslada aquí para evitarle los malos tratos
de la cárcel.
. Puede usted enviar á su casa por cuanto necesite, porque su pri-
!'lOn no importa un castigo hácia usted, sinó una medida de moral
que se vé obligado á tomar, para que en la Bolsa no se compre oro
para el asesino Lavalle.
Bayá mandó dar las gracias al gobierno, y trató de aprovechar en
el acto la mejor noticia que se lehabia dado.
Que podía mandar á su casa.
y envió inmediatamente á calmar la desesperacion á que estada
entregada su familia, por su ausencia .
. -Estoy preso, les decia, pero n:> se aflijan, pues pronto estaré en
libertad y podré ir á abrazarlos.
AquelJué. un dia de felicidad para su buena familia, que ignowh~1
que habla SIdo de él.
Desde aquel momento no falt,') ú Bayá absolutamente nada, put'~
de su casa le enviaban cuanto pudit:ra necesitar.
El puñal del tirano. 11:$
, 274
A los quit,lCe dia~ era puesto ,en lil~ertaJ Je úrJe-n Jet tirano, con
tecomenuaClOn de no volver á mcunlr en igual falta,
Bayá !~l: á ver á su tocayo, dos di as ~esrlles, quien hizo gran far~a '
de la pnslOn, asegurándole que se habla Vlsto obligado á efectuarla
para salvar las conveniencias.
A p~sar de conse~var su buena relacion, con el tocayo, Bayá no
se. haCIa presente nI e.n el despacho d«:l t~rano ni en sus fiestas y
balles á donde concurnan los mIsmos umtanos que con esa apariencia
querian salvar la tranquilidad de sus familias.
A pesar de algunas instancias de federales copetudos, é invitacion~
de Rosas, no solo no concurria él, sinó que ni siquiera llevaba á sus
hermanas y familia, como se lo rogaban.
Bayá creia que aquello era malo é inmoral y no lo hubiera hecho
ni aún con el facon de la mazorca al cuello .
. Muchos de sus amigos le criticaban esta regla de conducta, clasi-
ficada por ellos de capricho que podía costarle la vida.
Pero Bayá se contentaba con sonreir y replicar: cada uno sabe
donde le aprieta el zapato.
Don Simon Pereyra, con quien tenia una buena amistad, no solo
le aconsejaba que asistiera con su familia á las reuniones federales,
sinó que se hiciera miembro de la Sociedad Popular Restauradora.
-De esta manera, queda usted asegurado, amigo mio, y su familia
tranquila.
Mire que haciendo lo que usted hace, se espone usted i que la
noche ménos pensada, por equivocacion le corten la cabeza.
y entónces ¿qué será de los suyos?
¿Qué será de tanto sér amable é inocente que vive de su trabajo
diario?
- Trataré de evitar ese descalabro, señor Pereyra, pero no á ese
precio. I
Yana puedo llevar á mi familia, á sabiendas, a foco de infeccion,
como son las reuniones y bailes federales.
En cuanto á formar entre la Sociedad Popular, primero me hago
despedazar, don Simon.
-Es que usted no pertenecerá á ella sinó en la apariencia.
-¡Y que hemos de hacerle! yo ni en brgma puedo afiliarme en
asociaciones de asesinos, y ya sabe usted lo que es la mazorca.
Como vivo ahora he pasado las peores épocas de la tirania, qué
diablo!
Así lo he de pasar hasta el fin, Dios mediante, sin que más tarde
tenga que arrrepentirme de una debilidad criminal.
-Pues para vencer su terquedad, dijo entónces don Simon, voy á
hacer uso de una cosa que le hubiera querido ocultar por no aflijirlo.
-Diga Vd., señor Pereyra, que yo no me aflijo á dos tirones, porque
creo que no hav cosa que no pueda remediarse.
-Pues bien, ·cuando estuve en un baile que dió la María Josefa,
con el pretesto de siempre....
. -Si, pretesto para adorar é. Baco.
-Bueno, á propósito de la prision de los corredores, se habló de
Vd., y entónces aquella mala mujer dijo en voz alta:
-Ese imbécil no sé por qué quiere darse un tono i{t:itante.
El no asiste á las reuniones y fiestas de los buenos federales, por
llamar la atencion sin duda y recordar que ha estado en Europa.
Pues que tenga cuidado en no llamar tanto la atencion, que n09
apercibamos del desaire, porque entónces podria costarle caro.
275
El dia ml'nos pl'nsado le mando una visita que me lo naga entrar
en vereda.
-Como Vd. comprende, agregaba don Simon, esto es muy grave,
por.que importa una amenaza de muerte que Vd. no debe echar en
olVIdo.
¿Por qué esponerse á estas cosas pudiendo pasarlo bie~?
-Se guardará muy bien la infame vieja de meterse conmIgo, porque
demasiado sabe lo caro que podria costarle, repuso Bayá.
No temo nada, amigo don Simo.n, pero si cualquier peligro me ame-
nazara, puede Vd. estar .seguro que no lo evitaria á costa de ir á
castigar aquel ser maldecido.
y doblemos la hoja, porque hasta el ocuparme mucho tiempo de
tales personas me hace dai'Io.
En esta y otras tentativas, don Simon no pudo convencer á Bayá
de la necesidad imperiosa en que estaba de doblegar su carácter á
las circunstancias.
y Pereyra se aflijía, porque realmente habia oido decir á la Maria
Josefa que tenia muchas ganas de dar á Bayá un buen susto, y una
buena azotaina á la familia.
-Me lamo por hacerlo, habia dicho la bmja condenada.
No me falta mas que el pretesto y ese lo encontraré pronto, pues
para eno me pinto sola.
Sin embargo, Bayá nunca fué incomodado por la mazorca ni por
los diversos agentes de la federacion.
El solo se ocupaba en trabajar sin descanso durante el dia, para
proporcionar á su familia todas sus comodidades.
Estando estas llenas, aquel noble espíritu reposaba en su propia
satisfaccion.
Cuando salió de la Cuna, en libertad, su primer pensamiento miélltras
se dirijia á ~u casa, fué para sus compal1eros que seguian en la cár-
cel, recordando las temorosas desconflanzaS' de que eran presa.
Así es que despues de tranquilizar á su familia, se ocupó en ha-
cerles saber su libertad, y asegurarles que nada temieran i'especto á
la vida.
Pero era aquello una empresa imposible.
¿Cómo hacer llegar una carta al patio de la cárcel sin que fuera
leida é inutilizada por aquel alcaide famoso?
Tuvo que renunciar á su proyecto, reflexionando que de todas ma-
neras, pronto ellos tambien saldrian en libertad.
Lo que h.izo en cambio fué visitar á las familias de los presos,
darles noticia de lo que habia pasado, y asegurarles que bien pronto
serian todos, como él, puestos en libertad.
Todas las familias estaban entregadas á la mayor desesperacion.
E~las sabian, como todo el pueblo, que los corredores de la Bolsa
hablan sido presos, y creían, como todos tambien, que habian sido
ya fusilados.
Así es que la visita de Bayá fara ellas fué una visita verdadera-
mente celeste, que les llevaba e ~onsuelo y la esperanza perdida ya.
Porque él les iba á anunciar la vida del sér querido, cuando más
amargamente lloraban su muerte .
. Bayá no se contentó con esto y hasta facilitó á las que lo nece-
sl~ban los recursos pecuniarios de que estaban privadas en tanto
dla, porque muchos de ellos, como Bayá, no contaban con más re-
cursos de vida que su propio trabajo.
276
Cumplido este deb~r de su corazon bueno y honrado, ya no pensó
mas q,ue en su trabajo y los suyos.
Reclen á los tres meses despues de estar presos, fueron puesto en·
libertad los corredores.
Las miserias que habian pasado en la cárcel los habían enflaque-
cido hasta d~jarlo8 desconocidos.
N~ se les habia dado otro alimento que el puchero de los presos,
terrible puchero en que un poco de agua sucia hacia las veces de
caldo y una tumbita miserab.1e el papel de carne.
As!, aquellos hombres parecian convalecientes de enfermedades
terribles .
. A~uellos cuyas familias no cont~ban con mas recursos que lo que
dIarIamente llevaban ellos, fueron a sus casas creyendo pr~senciar el
cuadro de la más espantosa miseria.
Pero gracias á la prevision de Bayá la miseria no habia invadido
aún los hogares. .., ..
-Qué, ¿vive Bayá? preguntaban al recibir la noticia.
Entónces ¿no lo han fusilado?
y referian con un resto de espanto, cómo habian sacado de la
cárcel á aquel compañero, á quien creian ya en otra vida.
Igual sorpresa recibieron los demás á quienes fué á visitar al dia
siguiente.
Todos se asombraban de verlo vivo, pues estaba en la conciencia
de todos que habia sido fusilado.
A los dos ó tres dias, cuando se repusieron algo de las miserias
sufridas, volvieron á asistir á la Bolsa.
Pero no haya miedo! el oro no volvió á subir más.

- INIQUIDADES

Bajo el imperio de la mazorca, ésta no se limitaba solamente á


cumplir las órden de degüello que recibia.
Tambien obrada por su cuenta, tratando de ganar el dia de la
mejor manera posible.
Uno de los sistemas que mejor resultados les diera siempre, era
apersonarse á estrangeros ricos, é intimarles la entrega de tal ó cual
suma, bajo apercibimiento de una rejalosa en toda regla.
Muchos de ellos, por vivir tranquilos y librarse de semejantes ene-
migos, habian accedido á la ímposicion entregando la suma pedida.
Pero otros más valientes, más avaros, ó que no tenian realmente
el dinero exijido, se habian negado á entregarlo y las amenazas se
habian cumplido totalmente.
La Policia tenia conocimiento de todos estos crímenes, como que
recojia los cadáveres.
Pero envuelta en aquel vértigo de sangre, no podia hacer distin-
cion entre los crímenes oficiales y los crímenes particulares.
La mazorca tenía carta blanca para proceder y procedia de la
manera que hemos narrado.
Otros semi-jefes de mazorca, como Salvador Moreno, procedian
por cuenta esclusiva de Maria Josefa Escurra.
¿y quién se metia con ella?
¿Quién quería cargar con la odio si dad de la tremenda cuñada del
tirano? .
277
Los jefes de la mazorc.a eran ~o~ que imponian las ~ontríbuciones
de dinero á que nos vemmos rehnendo y sus respectlvo grupos los
encar"'ados de hacerles abonar.
Sal:;mon, por ejemplo, no s~ metía en estas cosas .•
Hemos disei'lado ya el perfil de este personage, mas bueno de. lo
que se ha creido, lo suficiente para que el elector haya comprendido
su carácter.
Pero Parra, Gaetan, Badía, Amoroso, Alegre, Cabrera y demás,
no se andaban con escrúpulos.
Necesitaban dinero, y se lo sacaban al que lo tenia, bajo la ame-
naza de muerte.
Si pegaba, bien, si nó era preciso matar á algunos de los que se
negaban, para ejemplo de los demús.
El des!!Taciado español sei'lor Cladellas, catalán, creemos, fué una
de las vi~timas de aquella forma de saqueo, víctima generalmente
sentida po;' las prendas hermosas de su carácter.
Cladellas era un industrial que tenian por muy rico, porque hacia
largos allos que estaba establecido y se le veía trabajar contínuamente.
Siendo su oficio el de cordonero, abrió una cordonería bastante
paqueta para la época, en el local que hoy ocupa la casa de Anglade,
frente al Hotel de la Paz.
Allí su negocio recibió un gran impulso, impulso que cimentó su
crédito de primer órden.
En el barrio, Cladellas más que estimado era querido.
De una honradez acrisolada, y de una generosidad sin limites, era
el primero en acudir con su óbolo á las desgracias del vecindario.
Cuando la familia necesitada era la de una salvaje unitario perse-
guido de cuya casa todos huian por temor de ser clasificados, Cla-
deBas acudia y cerraba todas las llagas abiertas por la miseria y el
dolor.
Porque su corazon valiente no temia las persecuciones que con esta
conducta provocaba, y porque se creia libre de ellas como estrangero
que en la vida se habia mezclado á los bochinches federales ni á los
movimientos unitarios.
Bravo como verdadero catalán, se creia suficientemente garantido
con un gran garrote que tenia siempre de faccion al alcance de la mano.
La mazorca, para la que nada pasaba desapercibido, habia filiado
¡\ Cladcllas.
-Este catalán debe ser muy rico, habia pensado Gaetan, no solo
por liU negocio, sinó. por el desprendimiento con que les suelta plata.
y las familias de la vecindad.
Vamos á hacerle una tanteadita á la bolsa, que no nos vendrá mal.
y sin más ni más enderezó á lo de Parra, á comunicarle su gran
proyecto.
--¿ y le podremos sacar siquiera unos cincuenta mil pesos? preguntó.
aquel gran bandido.
-¿Cómo no?
Cladellas es rico y estoy seguro que en socorros ha gastado ya
más de esa suma.
-Pues entónces le haremos una entrada luego ó mañana .
. Como yo tengo mucho que hacer, le daré los hombres que nece-
sIte y uste.d se encargarú del negocio.
-jSupenor! con unos ocho muchachos de los buenos, porque el
catalán es bravo, me encargo yo de hacer la cosa completa.
278
-¿Para cuándo los quiere?
-Mañana al oscurecer yo los tendré conmigo y espiaré el momento
oportuno de pegar el golpe.
-Pues hasta mañana.
-Hasta mailana.
y los dos bandidos se separaron pensando en la caida que habian
de hacer al bolsillo de CladelJas.
El catalán estaba de lo más ageno al complot que contra él se
ftarr¡ba. .
Con su buena conducta se. c~eía suficientemente garantido, al es-
tremo de que su casa era la última que se cerraba, no ya en la cuadra
sino en el barrio mismo.
Cuando alguna vez estando en la puerta, pasaba un grupo de ma-
zorca, lo miraba con la mayor indiferencia y ni siquiera se tomaba
la pena de dar vuelta el semblante.
Antes de cerrar su casa, tenia la costumbre de estarse en la puerta
tomando el fresco, una buena media hora, al fin de la cual cerraba
tranquilamente y se acostaba á dormir.
La noche señalada para el golpe, se hallaba Cladellas, como de
costumbre, á la puerta de su casa.
Eran las 8 1{2 de la noche y todas las casas de nogocio se hallaban
cerradas, como la mayor parte de las de familia.
Solo se veian abiertas las puertas de alguno que otro federal tan
conocido, que á tanto se atre ,'ia,
En la esquina de la Merced, desde temprano, habia un hombre que
se paseaba de un lado á otro, como obsen'ando la iglesia,
Este individuo no podia conocerse, porque además del gran poncho
con que se cubria, tenia atada la cara con un gran pañuelo de seda,
como si sufriera de las muelas.
Cladellas lo vió desde el principio, y llevado por las apariencias,
creyó que el prójimo aquel observaba la iglesia.
-No les arriendo las ganancias á los padres y frailes que están
adentro, pensó. Me parece que aquí vá á haber algo parecido á lo
del Colegio.
-Tendremos fiesta en el barrio!
y haciéndose el indiferente, siguió observando al tipo.
Pero lo que Cladellas no pudo ver, fué un grupo como de cuatro
hombres que habia en la esquina de Piedad, y otro en la de Cuyo,
cuyos grupos se entendian por señas con el hombre de la Merced.
Aquellos dos grupos eran de mazorqueros, se conocia al primer
golpe de vista, cuyo jefe era el hombre de la esquina de Cangallo.
Si CIad ellas los hubiera visto; á pesar de su indiferencia, estamos
seguros que se hubiera apresurado á cerrar su puerta,
Eran aquellos Gaetan y su gente, que espiaban el momento opor-
tuno para dar el golpe.
-Lo que es yo, pensó CladelIas, así que pasó su media hora ha-
bitual d·~ estar en la puerta, me voy á dormir, aunque no tardará
mucho en despertarme lo que ,van á armar éstos en casa de los
buenos padres,
y se dispuso á cerrar la puerta.
Apenas habia hecho un movimiento en ese sentid,o, cuando lo adi-
vinó Gaetan, que encendió un fósfo~o y sacó un clgar:o,
Aquella debla ser la señal convemda, pues apenas hnUó la luz del
palito, se sintió un precipitado ruido de pasos,
279
Eran los dos grupos que avanzaban tan rápidamente como les era
posible. .. .' d"
_ Vamos, la fiesta va á ser más temprano de lo que yo crela, lJO
el aprendiz que enrollaba unos cordones.
El diab:o nos lleve si esos que vienen ahí no son los que la van á
armar. •
Apenas habia conciuido de decirlo, cuando tuvo que retro<:~d:r a
pesar s~yo. Í?lpulsado por un grupo de gente que se mellO a la
tienda lffipl<liendo cerrar la puerta.
-Vaya una manera de meterse en casa ajena, dijo algo sorprendido.
¿Qué- diablos se les ofrece á ustedes?
-Muy poca cosa, replicó Gaetan, que él era, seguido de los ocho
hombres facilitados por Parra.
Quiero hablar solamente una palabra con usted.
-Pero para ello no }lay necesidad de entrar de esa manera, atro-
pellando á la gente.
Vamos a ver, ¿qué quieren?
Cladellas comprendió desde el principio que se las habia con un
grupo de mazorca, pero pensaba que irian á hacerle algunas preguntas
sobre la iglesia.
¿Cómo habia de suponerse que eran él mismo la persona que
buscaban?
-Cierren las puertas, muchachos, dijo Gaetan á los suyos, que no
hay necesidad que nadie se imponga de lo que voy á decir al amigo.
Esto confirmó más a Cladellas en su sospecha, que se trataba de
tomarle datos para dar el golpe en la :Merced.
-De poco puedo yo servirles, dijo, mirando de reojo su gran ga-
rrote, pero en lo que pueda cuenten conmigo.
-Es el caso, pnncipió á decir Gaetan, que el gobierno está muy
comprometido, con los gastos extra que le hace hacer el mantem-
miento del ejército que se vé obligado á tener.
En esta consecuencia ha dispuesto que los ciudadanos patriotas y.
buenos, contribuyan con algun dinero al sosten de ese ejército.
Varias comisiones han salido con el objeto.recolectar fondos,
y habiéndonos tocado a nosotros este barri· currimos á usted,
como su negociante más rico y respetable pa . que abra con su
nombre la gran lista de suscricion.
Estoy seguro que encabezada por usted, no ha de tardar en lle-
narse prontamente.
Por verse libre de aquella detestable canalla, díspuesto á darles
algo para que se fueran inmediatamente, preguntó cuánto era la cuota .
. -Para usted, dijo Gaetan mirándolo fipmente, se ha fijado en
cmc~enta mil pesos, que serán una porquería, estamos seguros, en
relaclOn á su fortuna.
Cladellas, á pesar del dominio' que tenia sobre sí, quedó sorpren-
dido ante salida semejante.
-~ero ustedes, dijo, deben tener alguna órden escrita para exijir
semejante suma.
-¿Qué más órden que nuestra palabra?
Empezamos por usted porque tenemos fé en su patriotismo y ge-
nerosldad, nada mas.
-Pero la hora tro es oportuna para semejante pedido, pues nQ
tengo en casa ni la sesta parte de esa suma.
(De dónde voy yo á sacar cincuenta mil pesos?
· 280
¡Ni que vendi~ra cuanto t~ngo, incluyendo mi persona I
Cladt;llas habla comprendIdo. que se trataba de robarlo, y queria
ganar tiempo, y apro~lmarse disimuladamente á su prrote. .
Eran muchos enemIgos para él solo al¡uellos nueve hombres pero
contaba con la cobardia inherente á todo asesino. '
-No enbrome amigo! dijo Gaetan-¡que no ha de tener cincuenta
mil pesos un ricacho como usted!
Afloje la bolsa y no sea tacaño, que no vale la pena esa porquería
de ¡¡uedar mal con el Gobierno. . '
-Aseguro á ustedes que no tengo ni la sesta párte, y aunque la
tuviera, la llevaria yo mIsmo, pero nunca la entregaria á ustedes.
La catalanada empezaba á subírsele á la cabeza y estaba á dos
varas de su garrote.
Su aprendiz al ver la cosa mala, se habia acurrucado bajo el mos-
strador, tratando de hacer el menor bulto posible.
-Pues amigo, repuso Gaetan, si no entrega usted la cantidad que
se le ha indicado, nos veremos obligados á proceder-y cuidado que
el procedimiento puede ser peor de lo que usted se imajina.
y desnudó un largo puñal, creyendo imponer al catalán con eso solo.
Pero no sabia qué clase de hombre era Cladellas.
De un brinco estuvo al lado de su garrote, que blandió con brazo
formidable y amenazador.
Pero detrás de él habian saltado los ocho mazorquero!., que le
aseguraron los brazos antes que pudiera descargar el primer garrotazo.
Los ocho hombres que llevaba Gaetan, eran duros y resueltos,
pero CIad ellas tenia unas fuerzas de toro y un corazon valiente.
Sintiéndose retener tan vigorosamente, solt6 el garrote y quiso
avanzar sobre Gaetan, en la esperanza de arrebatarle el puñal.
P.:ro estaba fuertemente sujeto y no pudo avanzar un paso.
La lucha empezó entónces terrible y encarnizada, porque Cladel1as,
fuertemente sujeto, no podia ofender á sus adversarios y éstos no
querian hacerle mal.
Atenmelo! átenmelo! gritaba Gaetan que ya lo haré yo entrar en
razono
Puelle ser que J)A.terco, en vez de cincuenta tenga que vomitar
cien mil pesos des,.....
El aprendiz, creyendo que lo iban á matar, aprovechó la confusion
y saliendo bajo el mostrador se fué para adentro, ocultindose en el
último rincon.
Cladellas era un hombre fuerte, terriblemente fuerte y hacia es-
fuerzos supremos para librarse de aquellos bandidos.
Pero éstos eran ocho, fuertes tambien, y aunque con algun tra-
bajo, lo iban fatigando poco á poco.
Por fin aquella naturaleza robusta tuvo que ceder poco á poco,
hasta que cayó doblegado y sin aliento.
Fué entúnces que los mazorqueros lo amarrar0!l fuer~e!TIente con
sus propios cordom!s, para que Gaetan, segun decl3, 10 lucIese entrar
en razono
- Vamos :í ver compai'lero, aulló el bandido-ya vé que con nosotros
es inútil resistirse.
Entregue los cincuenta mil pesos y lo dejamos libre, de otro modo
le tocaremos una sonata en el gaflote. •
y para causarle mayor impresion, le pasó por el cuello el dorso
de la daga.
281
Era una manera de pedir irresistible.
Sin embargo Cladellas, jadeante por la lucha sostenida, volvió á
decir que no tenia dinero.. . . .
y no debia tenerlo efectivamente, cuando se reslstIa á entregarlo
ante semejante manera de pedir.
-Pues lo buscaremos primero y despues veremos.
y los nueve se lanzaron por el negocio en bu~ca de dinero.
En vano dieron vuelta por todo, en vano vaciaron un gran baul
lleno de cordones solo encontraron unos seis mil y pico de pesos.
-Se me ocurre una cosa, le dijo entónces Gaetan.
Sabe Dios dónde tenés escondida la plata y no queremos perder
más tiempo en buscarla. . '
No qqiero degollarte ahora porque es precIso que reflexlOnés que
es una estupidez hacerse matar por tan poca plata.
Te voy á dar de plazo hasta mailana, para que pensés hien lo que
hacés.
Mañana á esta misma hora volveré y, ó vomitas la plata ó te hago
vomitar yo fas entrañas.
La fisonomia de Cladellas se iluminó al oir estas palabras, y sonrió
ante aqueHa esperanza de salvacion.
-No me creas tan burro, dijo entónces Gaetan, comprendiendo
aquella sonrisa.
De la manera que yo te voy á dejar no tienes escape.
A ver, dijo á los suvos, al haul con él.
Los ocho bribones "cargaron con el catalan y lo metieron en el
baul de los cordones, donde apenas cabia.
AquÍ te quedas, comprendes? hasta mañana á la noche que vol-
vamos, veremos si entónces piensas -de distinto modo.
y cerró la tapa echándole la llave.
Ahora á buscar ese pegote que estaba aquí, para llevarlo, porque
dejándolo aquÍ puede alborotar el barrio y no hay necesidad que
nadie se aperciba de la cosa.
Poco trabajo costó encontrar al aprendiz, que aterrado ni siquiera
trató de hacer resistencia.
Cerraron la puerta de la cordoneria y se alejaron, llevándose al
jóven. •
Mañana te traeremos otra vez, le dijeron-entre tanto, mucho si-
lencio;
Los vecinos de Cladellas no podian calcular con exactitud lo que
habia sucedido en casa de éste.
Algo habian sentido, porque la lucha fué dura y poco silenciosa.
Pero como no se dieron voces algunas, y los mazorqueros cerraron
la puerta de la calle, no podían atinar con lo sucedido.
Esperaban que Cladellas abriera su puerta para preguntárselo .
. ~ero p~saron las primeras horas de la mañana y los vecinos prin-
Cipiaron a alannarse y hacer comentarios de todo género.
Algunos más curiosos se acercaban á pegar el oido en las rendijas
de la puerta, pero no apercibian el menor rumor.
Un ~ilencio de muerte reinaba en el interior del negocio.
i~vlsaremos á la policía? preguntaba uno.
N~ te meta.s á camisa larga, respondía otro, que sabe Dios si no es
la misma p o . que ha hecho el pastel.
y las hora ban sin que la puerta se abriese y sin que en la
casa se sintieran señales de vida.
282
-¿Que puede haber hecho Cladellas para caer en desgracia? se
preguntaban.
y no tardaban en darse la respuesta ellos mismos .
. Es, . deci~n, que el p,?bre es muy amigo de servir á quien lo nece- .
sita Sin mirar para atraso
¡Quién sabe sitió habrá protejido á algun unitario, amparándolo en
su casa y por eso se ha echado encima la federacion! .
-y -así pasó el dia y la primer noche, sin que el vecindario pudiera
satisfacer su curiosidad. -
A 1a hora habitual cada cual cerró su puerta con todo género de
pre,?auciones espe~and.o ser más feliz al dia siguiente.
SI Cladellas habla sido llevado á la cárcel, como lo suponian, no
habría sucedido lo llÚsmo con el aprendiz y éste podría "acarlos de
dudas.
A eso de las diez de la noche, sí algun vecino se hubiera atrevido
á asomar la nariz á la calle, hubiera visto un grupo de tres hombres
que, desprendiéndose del paredon de la Merced, caminaba hasta lo
de Cladellas, cuya puerta abrieron, al parecer con su propia llave.
Era Gaetan, acompaflado de dos bandidos más, que venía á saber
lo que el cordonero habia resuelto;
Como Cladellas estaba atado fuertemente, habia juzgado inútil
llevar los otros seís de la noche anterior.
¿Qué podia hacerles el pobre catalán?
Entraron cerrando trás si la puerta y se dirijieron al baul.
Nadie debía. haber entrado allí durante el día, pues todo permanecia
en el mísmo estado que lo dejaron.
Gaetan mandó que abrieran el baul, al mismo tiempo que desnu-
daba su daga. .
Sabia que Cladellas estaba perfectamente amarrado, pero era tan
bravo el catalán, que no estaban demás aquellas precaucIOnes.
Podia haberse desatado y estar esperanclo que abrieran el baul,
para saltar al cuello del que primero se pusiera á tiro.
Nada va tan lejos como la imajinacion de un cobarde.
A la escasa luz de un cabo de vela, abrieron el baul y miraron
dentro. .
Allí estaba el catalán en la misma posicion violenta que 10 dejaron,
mirándolos fijamente.
- y qué ojazos tiene el puerco! dijeron.
Parece que le cobra á uno alguna cuenta!
-Vamos á ver compadre, preguntó Gaetan acercándose al baul,
¿larga ó no larga la mosca?
Pero CIad ellas siguió inmóvil, sin contestar una palabra.
Gaetan lo miró fiJO como para concluir de acobardarlo y soltó una
maldícion.
Para un hombre de su práctica no habia error posible-estaban ha-
blando á un cadáver.
. Le tocó la frente, para mayor seguridad, y aquella frente estaba
helada.
Cladellas habia muerto de una manera espantosa.
Demasiado estrecho el baul, habia faltado el aire bien pronto y una
agonia cruel y desesperante se habia seguido, pro.'éndose la as-
fixia al poco tiempo.
Cladellas debia haber muerto muy poco despues er embaulado,
pues ya el cadáver exhalaba algunas emanaciones desagradables, lo
que indicaba que la descomposiciop habia empezado ya.
283
-Pues señor, la embarramos, dijo friamente el bandido dejando
caer la tapa del bau~. _ .
No pensó que pudIera suceder semepnte cosa, sinó hubiera hecho
un par de agujeros en la ta)?a. .
Pero esto no tiene cura nI compostura. Al grano, que es lo que In-
teresa.
y ayudado por los dos hombres, empezó á hacer un prolijo regis-
tro no tardando en encontrar unos doce mil y pico de pesos, que
habia en el cajon de una cómoda. ."
Registrado todoprolijamente y robado todo aquello que represen-
taba alguno valor, Gaetan resolvió retirarse. .
Salió depndo la puerta apretada solamente, dobló por la esqwna
de la Merced y se pe~dió en la soledad de las calles, siempre acom-
paJlado de los dos facmeros.
Se dirijió á casa de Parra, á quien refirió el fin trágico de aquella
aventura, des~ues de repartirse el dinero que habia producido.
-Bueno, dijo Parra, dejar las cosas como están, que no faltará
quien lo entierre.
A la mañana siguiente, el aprendiz, puesto en libertad, tomó la di-
reccion de Barracas y no se le volvió á ver más en el barrio de la
Merced.
Habia cobrado un terror pánico á la casa de su patrono
Como la mañana avanzara sin que la puerta se abriera, como en el
dia anterior, los vecinos, ya sériamente alarmados, empezaron á con-
sultarse entre sí sobre lo que debian hacer. .
La opinion de dar aviso á la Policía habia prevalecido, é iban á
ponerla en práctica, cuando uno de ellos gritó:-la puerta está abierta!
Todos se amontonaron allí inmediatamente.
y empezó nuevamente la vacilacion sobre si entrarian ó nó.
-¡Coraje! dijo uno de ellos empujando la puerta, que tal vez sea
tiempo todavia de prestar algun socorro.
En seguimento de éste todos los demás penetraron á lo del cor-
donero.
Indudablemente allí habia de haberse cometido un crimen cuyo
móvil habia sido el robo.
El aspecto de la casa lo acusaba así alojo ménos esperto-de otro
modo no se hubiera producido tan gran desórden.
Pero Cladellas no parecia por ninguna parte.
Allí estaba su ropa de salir, que todos le conocian, su sombrero
y su baston.
Luego él no habia salido á la calle.
Solo que lo hubieran llevado preso, sin darle tiempo ni á ponerse
el sombrero.
¿Qué habia sido del catalán?
El mal olor . que reinaba en la pieza, hahia sido percibido ya por
algunos con clerto espanto, pues el olor de un cuerpo humano en
descomposicion es inconfundible.
Se bus.có entre los armarios, entre los colchones, y hasta en la
azotea, SIn resultado. .
Cladellas no estaba en la casa.
Iban á retira~se ya, cuando un grito, que más parecia aullido des-
comunal, se deJÓ sentir, asustando seriamente á los vecinos que se
creyeron ame':lazados por algun gran peligro. '
El que habla lanzado el grito era don José, el chocolatero de la


284
esquina, que lívido é inmóvil estaba delante del ball! que acababa de
abrir.
Allí se aglomeraron todos y vieron, 8onmovidos y aterrados, el ca-
dáver del amigo que habían buscado toda la manana.
Se puede calcular el disgusto que causaría entre aquella buena gente
industriales casi todos, la revelacion de aquel crímen. '
Unos buscaban las manos del cadáver para cortar las ligaduras, otros
no J?udíeron contener el llanto, algunos se retiraron de~compuestos por
el. disgusto y el olor, que empezaba á ser fuerte, mientras los más
at'paron á sacar á Cladellas de adentro del baul, en la ilusion de
poder volverlo á la vida.
¿Pero que podia hacerse ya con un cuerpo en estado de descom-
posicion?
Una comision de vecinos se trasladó á la Policía á dar cuenta del
hecho y á pedir permiso para enterrar el cadáver.
Todos los que la formaban eran estrangeros para que si en broma
fuese á hablarse de salvajes unitarios, pues todos se sospechaban ya
que aquella era obra de la mazorca.
No tratándose de un salvaje unitario clasificado, la Policia concedió
el permiso que se le pedia y un comisario se trasladó al sitio del
crimen.
La Policia debió comprender su orijen en el acto, pues no dió nin-
gun paso en el sentido de hacer la menor averiguacion.
Se limitó á cerrar y sellar las puertas una vez que sacaron el ca-
dáver, y se retiró en seguida dando por terminada su misiono
Los vecinos velaron el cadáver aquella noche y costearon el féretro
y el acompaf¡amiento.
Gracias á ellos y al bien que habia sembrado en vida pudo así
escapar al cano de la basura, y á la fosa comun, que era cómo, y
donde se llevaban las víctimas de la mazorca.

Estas eran las pequeñas iniquidades, las que cometian por su propia
cuenta los señores mazorqueros.
Las grandes iniquidades, los grandes crímenes eran los que se co-
metian á las doce del dia y en los parajes más centrales, como si
los asesinos quisieran hacer gala de la impunidad con que contaban.
Entre estos últimos figura al asesinato del Dr. ZorriDa, uno de lo'!
actos mas cínicos y escandalosos de la mazorca.
El Dr. Zorrilla tenia su estudio de abogado en los altos de la Re-
coba, donde está situado hoy el de Leopoldo del Campo, distinguido
abogado tambien.
El doctor Zorrilla pasaba diariamente por la Policía, para ir á su
estudio, entre once y media y doce de la mallana.
Era su camino habitual, tanto para ir como para regresar. .
Permanecía en su estudio hasta las cuatro de la tarde, atendiendo
sus clientes, hora á que infaliblemente ;;e retirab.a á su ~a~a.
El doctor Zorrilla era un hombre séno y de Vida metodlca.
Sabia que no estaba bien visto por la federacion, y trataba de no
hacerse notar, encerrándose en su casa y haciendo una vida retirada
y tranquila en lo posible. . . . . .
El doctor Zorrilla no era un federal 111 siquiera en la apanencla,
como muchos.
Usaba la divisa porque otra cosa hubiera sido ~sponer.se á ser apu-
ñaleado en la calle, pero con la menor ostentaclOn poslble.
285
Zorrilla, como todo hombre honrado y de principios, pertenecía al
partido unitario.
Pero por el mi~mo género de vida que:; llevaba era un ~ni:ario ais-
lado sin vinculaclOn personal con sus miembros de aCClOn, puede
decj~se, porque tenia la eSp'eriellcia de que por entónces no podia
tantearse nada con probabIlidades de éXito.
Sin embargo de la vida retirada. que hacia, de no a~ompaiiar~e de
nadie ni mezclarse á los sucesos pohttcos, el doctor Zornlla fué mirado
como sospechoso, al principio, y como unitario á quien se debia vi-
gilar, despues.
AO"eno á esto, el doctor Zorrilla seguia asistiendo á su estudio
diariamente por el mismo camino que cruzó desde el primer dia.
Una mazorcada de noche en casa de Zorrilla era imposible.
Tenia puert~s de primer órden, muy .bien segur.as, y que cerraba
él mismo prohJamente antes de la oraClOn, no abnéndolas hasta muy
entrada la mañana.
Un atentado contra él era forzoso cometerlo en la calle y en pleno
dia, cosa que aún no habia sucedido y en la que ninguno pensaba.
Ya se sabia que los asesinatos y degüellos se cometian despues
de oscurecer hasta el aclarar.
Así es qu ~ con estas precauciones, el doctor Zorrilla I como mu-
chos, se creia suficientemente resguardado.
Siendo una persona perfectamente inofensiva como enemigo, no
se sabe cual sel ia el origen del ódio implacable que desplegó sobre
él el tirano, al estremo de señalarlo al puñal de la mazorca y ordenar
su muerte.
Los grupos de mazorqueros encargados de cometer aquel miserable
asesinato, lo intentaron varias veces sin poderlo llevar á cabo.
En vano habian tanteado con ganzuas la cerradura, en vano babian
pretendido for~~r la puerta, no. habian. podi~o. entrar..
Cansado Cwtlño, que era qUIen babia reCibido la orden, de estas
tentativas inútiles, avisó de que por el momento le era imposible
cumplir la órden sijilosamente.
-Habia que meter bulla y asegurarlo en la calle.
-Pues se le asegura donde se pueda-es preciso ponerlo fuera de
toda acciono
Con semejante órden no tenia ya escape el doctor Zorrílla.
Era el primer asesinato que iba a cometerse en plena luz del dia
y en los sitios mas centrales, pues que Zorrilla no salia de ellos
Jamás.
El sabia que tenía encima á la mazorca, por las tentativas de vio-
lentar su casa y no 'se atrevia á alejarse de los barrios concurridos,
por los que se transitaba hasta ciertas horas. .
P~ro era precisamente allí donde 10 esperaba el puñal de los
aseSinOs.
Dos partidas se apostaron para asesinad". ""a encabezada por Amo-
roso, en la calle de Maipú y otra no se! b~ .'F>l\uien, abajo de la
Recoba y á la puerta de su mismo estudl.-.
El doctor Zorrilla tuvo aviso de la partida que lo esperaba en la
caBe de Maipú y varió camino ese dia.
Al p~C~pIO decidió no moverse de su casa, pero pensó que aquello
solo serVIrla para aplazar el atentado.
Era preciso salir de Buenos Aires, y salir cuanto antes, pues de 10
contrario no habria salvacion posible.
. 286 , \
. . . .. . . 11
Entonces
alh tema.
fué que
\l'
uecldlO sahr hasta su estudlO, eludiendo el camino \ •
do?de ~ra esperado, para salvar los papeles de interés personal que
j
Entúnces era misma noche ó al dia siguiente trataria de embarcarse .~
para Montevideo, contando con la buena amistad que lo ligaba al
ministro francés.
Si Zorr!lla hubiera tenido c0!10cimiento de la segunda trampa que
se le habla preparado, se habna guardado muy bien de salir. _
'P.ero cómo pensar que á media cuadra de la po licia y á las 12 del
dia pudiera cometerse un asesinato!
Zorrilla anduvo con algun recelo hasta la esquina de la Policía.
Una, vez que llegó allí i dió vuel~a, se quedó completamente
tranqUIlo, pues marchaba entónces baJO el amnaro de la autoridad.
A la puerta de la Policia habia vario empleados superiores, á quienes
saludó por conocer á alguno de ellos.
y atravesando la plaza se dírijió á su estudio.
La partida que allí debia esperarlo, no habia llegado todavia.
ZorrUla habia apresurado aquel día su ora de salida y llegaba á su
estudio á las II 112, siendo las 12 su hora habitual.
Sin duda los empleados de Policia que saludó en la puerta estaban
en el secreto de 10 que Iba a suceder, pues apenas Zorrilla entró á
la Recoba, se metieron adentro.
Z. rrilla entró á su estudio y como si no deseara perder tiempo,
abrió el escritorio y empezó á revisar los papeles de los cajones
apartando aquellos que queria librar de una pesquisa federal.
A las doce ménos algunos minutos, llegaron cinco hombres que
componian la partida encargada de darle muerte.
Esperaron un momento y viendo que la víctima no llegaba pre-
g1lntaron ti un hombre que estaba sentado en el cordon de la vereda,
si habia llegado el doctor Zorrilla.
-Hace un gran rato que vino, replicó Éste, ignorando lo que se
tramaba.
Los asesinos se pusieron á hablar en voz baja, decidiendo sin duda
cometer el crimen en el estudio mismo, pues se les vió entrar á la
casa resueltamente.
El doctor Zorrilla, parado delante del escritorio, continuaba tran-
quilamente apartando sus papeles, cuando vió entrar á aquellos cinco
hombres de terrible aspecto. '
En el acto, dado el tipo de aquellos y la manera de entrar, com-
prendió que venian á realizar la empresa burlada en la calle de
Maiptí.
El estudio de Zorrilla se componia de dos piezas; aquella donde él
se hallaba, y otra cuya puerta de salida estaba más inmediata á la
escalera.
En el acto se dió cuenta de su situacion, y como su única defensa
estaba en su huida, apoyó la espalda .en la puerta que dividía .las
. dos piezas, aparentemente cerrada, mIentras preguntaba á los reclen
venidos qué era lo que querían. . .
-Saliendo por allí, pens~ba sil'! duda Zornlla, ~ueOO próximo á la
Policía, y albergándome alh me hbro de ser asesmado.
-¿En qué pue~o servir ~ ustede~? les preguntó por segunda vez,
miéntras los asesmos lo mIraban fijamente.
-Usted en nada, dijo uno de ellos, nosotros en mucho, respondió
el que parecia encabezarlos.
287
Por lo pronto '''enimos á hacerle el m.ls importante de todos los
servicios.
- ' y cual es ese servicio?
-Íibrarlo de un cuero que debe estorbarle mucho, concluyó ~l
asesino con todo el cinismo, al mismo tiempo que sacaba de debajo
del poncho la enorme daga. .
Los demás imitaron su accion, y puñal en mano se lanzaron sobre
el doctor Zorrilla.
Este que esperaba aquel momento, 11izo fuerza con la espalda, abrió
la puerta y desapareció trás ella volviendo á cerrarla.
Corrió á la puerta de salida y se lanzó por las escaleras con toda
la rapidez que le fué posible.
Los asesinos que se habian quedado sorprendidos ante aquella
inesperada fuga, al sentir los pasos en la escalera se repusieron y
se lanzaron tambien en su persecuciol1 cuchillo en manC'o
Poco práctico en aquellas aventuras, al pi- ar la puerta de la calle,
aunque habia llevado bastante ventaja, el docror Zorrilla era alcan-
zado por sus asesinos.
Una lucha terrible y repugnante se empeñó entónces entre los ver-
dugos y la víctima.
El desgraciado Zorrilla trataba de evitar los golpes de puñal ya
con las manos, ya sal tanto de un lado al otro, ya protejiendo la
espalda contra la pared.
y su voz argentina, reforzada por la desesperacion se sen tia pidiendo
socorro á la autoridad.
Policia, se hacian los
aquel lado.
q.
Pero los agentes que á cortos intérvalos salían ó entraban á la
no habian oido y ni siquiera miraban para
y los que eran soprendidos en el tránsito por las voces de socorro,
apretaban el paso y ganaban la Policia.
La Policia pues, era cómplice y tenia conocimiento de aquel crimen,
cuando de aquella manera se negaba á auxiliar á la víctima.
Algunos desalmados habian hecho círculo á,·idos de presenciar aquel
asesinato cobarde en el que hubieran tomado parte de buena gana.
El doctor Zorrilla se defendía con una desesperacion terrible, tra-
tando de ganar camino hácia la Policía.
Pero encerrado en un círculo de cinco puiiales, no podia dar un
paso.
Si evitaba la punta de una daga que le amenazaba el pecho, era
para caer en otra que amenazaba su espalda. :.
Ya habia recibido algunas puñaladas, que no habian sido suficientes
para postrarlo.
LCómo prolongar más una lucha tan desigual?
El haber evitado la muerte durante tanto tiempo, era ya una
hazaña .
. Una .puña]ada más récia y profunda que las otras hizo comprender
a ZomBa que el trance amargo había llegado.
Pero no por esto dejó de ~batirse y defender desesperadamente
aquel último átomo de vida.
A:cosado por los asesinos y mortalmente herido ya, cayó, tratando
de InCorporarse sobre el brazo derecho.
Fué aquel el momento supremo.
Lo estiraron en el suelo, ~ujt'túnd()lo fuertemente, y miéntras uno
le ech~ atrás la cabeza, tomándolo del 'pelo, otro empezó la terrible
operaClon del degüello.
288
Aquello fué tremendo.
Zorrilla. defendió su cuello. hasta el último e~ter~or de la agonía.
El degUell?, á conse.cuencla de no estar muy foilosa la daga con
que se practicaba, habla durado un buen par de minutos .
. Una gran gritería se produjo en seguida, mezclada á formidables
vivas y mueras.
Era el festejo que hacia aquella canalla del crimen que acababa
de consumar.
Un espectáculo irritante empezó á reunir bajo la Recoba un buen
número de curiosos federales.
Era que los asesinos, habiéndolo tomado por las piernas arrastraban
por la espaciosa vereda el cuerpo mutilado de la noble víctima.
Otros arrojaban al aire la cabeza, barajándola como hacen los
muchachos con una naranja. .
Los mismos empleados de la Policia habian salido entónces á la
puerta, á reir con aquel espectáculo feroz.
Concluido éste, la autoridad envió el carro de la basura á recoger
el cuerpo.
La cabeza fué llevada por el grupo, para servir de espectáculo en
el mercado adornada de perejil, y cortarle las orejas, para las sartas
que se remitian á Palermo.
Este fué el crimen mas cínico de cuantos se cometieron en aquella
época maldecida.
Al dia siguiente aparecía clavada en la reja de la pirámide de
Mayo, la cabeza ensangrentada de Yané, astllinado en su propia casa
de Barracas. -.
De este sangriento episod'o nos ocuparemos más adelante.
Él por si solo constituye una de las trajedias más dolorosas de
aquella época maldecida.
En aquellos mismos dias era asesinado en su quinta en Barracas
tambien, el señor Nóbre¡?;a padre de la inolvidable matrona Julia Nó-
brega de Huergo y Cármen Nóbrega de Avellaneda.
Para comprender el carácter noble y delicado de aquel hombre
basta el corazon de sus dos hijas citadas.
No lo educa en aquella riqueza de sentimientos sublimes, sino un
hombre de espíritu elevado y gentil.
Ellas han enjugado sobre la tierra, más lágrimas que las que hizo
verter la muerte de aquel padre irreemplazable, haClendo el apellido
de Nóbrega sinónimo de caridad y de consuelo.
¿Cuál era el crímen del señor Nóbrega?
¿Por' qué el puñal asesino de los sicarios de Rosas iba á clavarse
en aquel noble pecho y á separar de aquel tronco vigoroso la inteli-
gente cabeza?
Es que Nóbrega no pertenecía á la mazorca, ni aun siquiera al
gremio de los federales finos.
Muchas veces habia sido invitado para formar parte de la Sociedad
Popular Restauradora, pero siempre habia respondido á la invitacion
con su sonrisa mas cáustica y su mirada más despreciativa.
Cuando los que le habian hecho la propuesta eran amigos que le
daban aquel consejo como único medio de salvar la cabeza, les habia
dicho:
-No sean tontos, yo ni por broma,.ni por conveniencias personales,
ni aún por salvar la cabeza, puedo afiliarme á una sociedad de ase-
sinos que, tarde ó temprano han de caer bajo el peso de la ley.
289
La época de la justicia n? pupde tardar en llegar, y ya vedn ustedes
el fin de todos aquellos mIserables.
Si el de la propuesta era uno de tantos federales flojos con quie-
nes conservaba amistad, su respuesta era más dura.
_ y o no he nacido asesino, decia, y en el único caso en que con-
cebiria poder serlo, seria tratándose de matar al que de esta manera
cobarde y maldecida ensangrienta el suelo argentino.
Nóbrega vivia entónces en la quinta de Barracas, que en aquella
época era una chacra magnífica.
Vivia en compañia de un capoataz de toda su confianza, y de un
peon de cuya le~tad ej.emplar tenia todo genero de pruebas. .
Entretenía la "la cultIvando y esplotando su chacra, y no vema á
la ciudad sino por alguna necesidad imperiosa.
-Así estoy libre de. alguna mal~ tentacion, decia, de per:re<:uciones
tambien, porque no VIéndome nadie, no se acordarán de mI m se me-
terán conmigo para nada.
y habia logrado asi su objeto de que no lo recordaran ni se ocu-
paran de él.
Pero las respuestas que daba siempre c.\ los que iban á brindarle
un puesto en la mazorca llegaron á Oldos de Rosas, y estos chismes
se tradujeron bien pronto en amenazas y persecuciones.
Nóbrega no tenia miedo á la mazorca.
Habia tornado en su quinta buenas medidas para su seguridad
personal, y esperaba cualquier avance para contenerlo como era
debido.
Las autoridades de Barracas, aunque sabian que Nóbrega no era
un federal, lo estimaban por sus prendas personales, al estremo de
comunicarle cualquier órden que referente á él hubieran recibido.
Aquellas órdenes, debido á los chismes de los amigos y á las im-
prudenCIas de Nóbrega, no tardaron en llegar, lacónicas y terminantes
como todas las que en igual sentido emanaban de Rosas.
El Juez de Paz de Barracas, decian, espiará personalmente y hará
espiar la quinta del salvaje unitario Nóbrega.
A la menor señal de hostilidad contra el órden de cosas actual,
se le remitirá preso al cuartel general de Santos Lugares.
Ahora, si el hecho que hubiera de imputársele fuera de gravedad,
el Tuez de Paz de Barracas procederá corno en casos análogos, con
toda severidad y rigor, dando cuenta en seguida.
El Juez de Paz de Barracas, se vió sigilosamente con Nóbrega y
le exhibió la órden que acababa de recibir.
-~s preciso. que se guarde amigo, le dijo, y que no cometa la me-
nor ImprudencIa.
Ya sabe usted que este género de órdenes hay que cumplirlas :í
todo trance, y espero que usted no me pondrá ni se pondrá en un
caso desesperante.
-Pero SI yo nada hago ni digo que pueda perjudicar al gobierno!
Yo no me meto en política ni en nada que á política se refiera,
como usted lo sabe bien.
Yo vivo aqui ignorado de todos y sin dar lugar á la menor
sospecha. .
-Es q~e usted se olvida del modo con que responde siempre á
los que \'lenen á hablarle de Sociedad Popular Restauradora y otras
cosas. ~.,

El puñal del tirano. 19


290 ril
Sin duda, algun ha ido é. ~ oplar 10 que usted le ha contestado, y'"
ahí tiene usted la esplicacio 1 de esa órden.
-Bien sabe Dios que lo único que á mi me ata e~ mi familia!
Si no fuera por estas criaturas inocentes y amables á quienes to-
davia hago falta, hace mucho tiempo que andaria compartiendo las
penurias gloriosas de los unitarios que andan con Lavalle!
• Por esta misma razon, amigo mio, puéde usted estar seguro de
que nada intentaré.
Mis hiJos son la mejor garantia de que seguÍré siempre como hasta,
hoy, ocupado solo del cuidado de esa posesion que tal vez la co-
dicie alguno de ellos y sea ese solo el origen de semejante órden
inmotivada.
-Por mi parte, puede vivir tranquilo, amigo mio, en la seguridad'
que cualquier nueva órden que sobre usted reciba, será usted el
primero en conocerla.
-Gracias, amigo mío: sabia que era usted un corazon hidalgo.
Yo le prometo que por mi causa, no ha de recibir el mas leve
disgusto.
El Juez de Paz se retiró con las mismas precauciones que habia
venido, satisfecho de haber cumplido aquel deber imperioso de la
amistad franc? y cordial que lo ligaba á Nóbrega.
Este por su parte se quedó meditando en el aviso, y en el origen
de aquella órden.
Solo á dos causas podia atribuirla racionalmente.
A un interesado en su chacra para adquirida á buen precio, si era
embargada Ó rematada, ó á una treta ingeniosa para hacerlo ingresar
á las filas federales, intimidado por aquella órden, que bien podía
ser seguida por otra de degüello.
-Si la órden que me han mostrado es auténtica, pensaba Nóbrega,
no ha y duda que es lo primero.
¿En qué me he metido yo para que manden espiarme como á un
revoluclOnario?
Esto mismo me inclina é creer que sea una broma y una órden
falsa para que me haga federal atemorizado por ella.
Sin embargo, el Juez de Paz sabe que no soy hombre de atemo-
rizarme ni de formar por ninguna consideracion humana en las filas
de esos malvados, aun en el mas pasivo de los roles.
A pesar de todas estas reflexiones, Nóbrega resolvió aislarse del
lodo, y no recibir ni aun, á los mismos amigos que vinieran á verlo.
Queria conservar á todo trance la tranquilidad de la familia y
conservarse él tambien por lo que ésta lo necesitara.
,Faltando él ¿qué podia ser de aquella familia que aún lo necesitaba
como un gUia mdispensable?
Luego caido él, quién le aseguraba que su familia no seria víct!ma
de. ~a miseria m~s espantosa, como todos aquella~ famili~s cuyo Jef~
habIa muerto baJO el pU11al de la mazorca Ó habla tenido que emi-
grar del país para garantir la vida?
Los dias fueron pasando, sin que ninguna nueva órden le fuera
comunicada por su amigo el Juez de Paz.
Este habia acusado recibo de la órden, asegurando que hasta aquel
momento nada habia notado en Nóbreg~ que pudier~ hac~rlo sos-
pechosL), pero que como el Supremo. Gobierno no podia eqUl\'~cars~,
de~de ese momento tomaria sus medidas para asegurar al salvaje um-
tario citado, en cuanto se moviera, que el gobierno podia descansar
'por completo en su celo patriótico y federal. .
291
Hasta ahora, concluía, se ha tenido á Nóbrega por un buen federal,
pero des pues de la órden reci~ida, ·~e~á tratado e!l tod<;, Y. por todo
con el rigor reservado á los mas cnmmales salvajes umtanos.
y estableció realmente, prhia explicacion á Nóbrega, un servicio
de vigilancia en los alrededores de la quinta.
-Esto es solo para que no va~~ algun s.oplon á decir que no he
cumplido la órden y que no se vlJIJa la qumta.
Usted puede manejarse como si no hubiera semejante vijilancia,
pues nada ha de hacer de todos modos que pueda comprometerlo.
Nóbrega se convenció entonces que la órden aquella era auténtica,
y que no se trataba de treta alguna para hacerlo afiliar entre los
federales.
Nóbrega decidió entonces no moverse de su casa sino para ausen-
tarse á Montevideo, en el caso que las hostilidades contra él se hi-
cieran efectivas.
Queria conservarse á todo trance para su familia, y para ello era
preciso evitar todo peligro, para lo cual contaba con la amistad del
Juez de Paz, que le daria aviso oportunamente.
Pero Nóbrega 110 contaba con que una órden de degüello se podia
mandar cumplir de Palermo, directamente, encargándola á cualquier
grupo de mazorca, que fué lo que sucedió.
Como pasó cerca de un mes sin que el Juez de Paz pasara informe
alguno sobre Nóbrega, sospecharon que andaba remoloneando, y
mandaron á la mazorca se entendiera dir"ctamente con el cuello
de aquel hombre, cuyo único delito era el de no haber querido afi-
liarse á los mismos que iban ó asesinarlo.
Nóbrega estaba mas tranquilo por el tiempo trascurrido sin que
hubiese habido la menor novedad.
Pénsaba que se les habia pasado la ráfaga de sospecha, y que por
fin lo dejarian tranquilo.
Estaba ocupado una tarde con el capataz en arreglar un galpon
que estaba construyendo.
Habia mandado un peon á ciudad, de donde no debia volver hasta
el siguiente dia.
La oracion no tardó en llegar, y Nóbrega envió al capataz á traer
dos luces.
Apenas harian cinco minutos que estaba solo cuando sintió ruido
de pasos detrás de sí.
Dió vuelta y se encontró frente á Jos hombres, cuva facha no era
nada tranquilizadora, y cuyo tufo á mazorca se tomaba desde léjos.
Nóbrega quedó sorprendido y aterrado.
N.o tenia sobre si arma alguna y estaba léjos de las habitaciones.
Sm embargo, ~obreponiéndose á la situacion y comprendiendo que
lo peor que podla su~ederle era asustarse, miró fijamente á aquellos
dos hombres y les diJO:
-¿Qué se les ofrece á ustedes? ¿cón que permiso han entrado uste-
des hasta aquí?
Aquellos dos bandidos sonrieron y miraron á Nóbrega, buscando
su semb· ante entre las primeras sombras de la noche.
-Hemos venido, dijo uno de ellos, porque necesitamos hablar con
usted.
Estuvimos golpeando mucho rato, y como nadie acudia hemos
entrado.
-¿Y qué es lo que quieren cOllmig:o?
292
-Nosotros precisamente nalla, pero nuestro patron, que está en la '
puerta, es quien tiene que hablarlo.
La sospecha de que ~e trataba de asesinarlo fUE'ra de la quinta
cruzó como. un r~lampago por ~l pensamiento de Nóbrega. '
-Pues dIgan a su patron que entre, porque yo no quiero ir á la
puerta de la calle.
-Es ~ue si uste~ no <J.uiere venir, .tenemos órden de sacarlo.
El peligro se vema encIma y se hal;la urgente tomar una resolucion.
póbrega quiso huir á l!ls habitaciones en busca de una arma por
lo menos, y los dos asesmos se lanzaron en su seguimiento.
En aquel momento llegaba el capatáz con la luz que habia ido á
buscar.
Al echar á correr detrás de Nóbrega los asesinos silbaron como
si pidieran auxilio á otros que esperaban afuera.
Así es que cuando el capatáz llegaba, llegaban tambien seis hom-
~res que esperaban al lado de la puerta de calle que llegara la víc-
tIma . . .
El capatáz, al ver aquellos dos hombres que sable en mano car"
gahan sobre su patron, y aquellos otros seis que llegaban, soltó la
luz que aun tenia en la mano y desnudando una enorme daga les
salió al encuentro. .
Era este un paisano atlético, bravo como un leon y leai como un
perro.
El peligro que podia correr su persona era cosa secundaria para él.
Allí no veia más que su patron amenazado de muer.e, á quien
habia que defender á toda costa.
-Huya patron, huya, gritó blandiendo su daga-estos canallas
cuando ven que se les ha d-e sacudir de firme, son capaces de correr
hasta el fin del mundo.
El paisano llevó un ataque tan rudo, que hizo retroceder á los dos
asesinos.
Pero Nóbrega no habia podido huir.
Los otros seis lo habian rodeado y cargaban sobre él todos á la vez.
Entónces el paisano abandonó á sus dos adversarios y de un salto
prodigioso se puso entre Nóbrega y los asesinos.
La lucha empezó así tremenda y sangrienta.
El paisano era muy capAz de mantener á raya á los ocho asesinos,
victoriosamente.
Pero entónces, tratando de cubrir á todo trance el cuerpo de Nó-
brega con el suyo, tenia que estar firme ¡\ la defensiva sin poder
desplegar su gran juego en la daga.
Nóbrega no podia tampoco moverse de allí; en cuanto trataba de
ganar las habitaciones para traer un arma, era asediado por los ase-
sinos que rodeaban su cabeza con el círculo de sus sables.
Vivo y rápido el paisano, logró evitar los más recios golpes que
le dirijieron y caer como un rayo sobre el que tenia más cerca.
El asesino rodó por el suelo, lanzando un rugido de desesperacioll
y espanto. .
Aquella puñalada del paisano le fué fatal, porque en ese mismo
momento otro de los asesinos le tiró un hachazo que víno á hacerle
una herida profunda en el hombro derecho.
El combate tomó entúnces un aspecto imponente.
Convencido N6brega que no le seria posible proporcionarse un
arma, recojió del suelo una rama tan gruesa como un garrote y se
lanzó A la pelea.
293
Los asesinos emplearon entónces una táctica que debia darles por
resultado el logro de su objeto.
Sacar á Nóbrega á la calte y apuñalearlo a~Ii.
Así empezaron á perder y a retroceder hácla el porton de entrada.
EnO"ailado Nóbrega por aquella retirada que no habia entrado en
sus c'llculos, comenzó á avanzar esgrimiendo el garrote y creyendo
que pronto se vería libre de aquella canalla.
El paisano lo siguió puiial en mano, aunque debilitado por la pér-
dida de s a n g r e . . . .
Los asesinos retrocedieron hasta la calle, siempre agredidos por
las dos víctimas.
Pero una vez en la calle, la escena cambió por completo.
Todos á una cargaron, y el triste desenlace no tardó en producirse.
El primero gue cayó postrado fué el noble paisano.
Habia resistido sin quejarse siquiera once heridas de sable á cual
más dolorosa.
Sobre él se lanzaron dos, ultimándolo á puñaladas.
Nóbrega, herido' tambien de gravedad, se defendia como 'un leon.
Pero ¿qué iba á hacer con su frágil garrote contra cinco sables?
Pronto cayó tambien herido de muerte.
Los asesinos cayeron sobre él y le cortaron la cabeza antes que
espirara, como si le hubieran reservado aquel doloroso final en caso
tigo de haber defendido su vida.
Sin duda todo lo llevaban preparado, pues apenas concluyeron de
degollarlos se acercó una carretilla donde arrojaron los cadáveres.
y ellos y el carretillero se fueron á la próxima esquina, á festejar
el acontecimiento feliz. •
Lo que es del compañero muerto ni siquiera se ocuparon de
echarlo á la carretilla para darle sepultura en la ciudad.
Allí lo abandonaron para que corriese la suerte que le reparara el
.iestino. ~
Al dia siguiente entraba á la ciudad por la calle de Artes, una
carretilla conduciendo dos cadáveres, que 110 eran otros que los de
Nóbrega y su capataz.
En la plaza Nueva, hoy Mercado del Plata, los descargaron, y los
dejan'n á la espectacion pública.
y allí estuvieron hasta que, corrompidos, la Policía los hizo recojer
en sus carritos, para hacerlos echar á la zanja donde iban á descan-
sar el sueño eterno, los salvajes unitarios.
,En los Juzgados de campaña se cometian iniquidades de todb
genero.
Un Juez de Paz era un poder inquisitorial contra el que no habia
defensa posible.
Bastll:ba que fuera un buen federal reconocido, para que tuviera en
su partido tanto poder como el mísmo Antonino Reyes en Santos
Lugares ó Cuitiño en su cuartel.
Contra sus atentado no habia reclamo posible, porque sus víctimas
er~n ~emitidas al Cuartel General, con la clasificacion de salvajes
umtanos y ya sabemos cómo se les hacia desaparecer de allí despues
de someterlos á los tormentos mas brutales.
, En e~ año 42, la remision de salvajes unitarios de la campaña llegó
a t~l ~ifra, que no habia para efectuarla grillos suficientes.
Entonces una ~arra se hacía servir par:a dos .vlctimas, acollarán-
dolos por los t01;lillos como animales feroces.
.294 ,.
De esta manera fueron remitidos los hermanos ElaJio y José Quin-
tana, cuyos bienes habian despertado la codicia del famoso don
Pruclencio Rosas, especie de Gobernado.. Rural en quien el tirano
habia depositado su confianza.
Así, cuando de la campaña desaparecia un individuo sin saberse
cual ha~ia sido su su.ertt;, sus parie!ltes y amigos oraban por él, en
la segundad que habla Sido conducido á Santos Lugares y fusilado
allí.
Esta. seg?ridad era plena,. pues pocos dias ?espues de desaparecido
el vecmo, mvocando ese mismo pretesto, velan á la autoridad apo-
d~rarse de todos sus bienes, que ne~ociaban con todo descaro.
Las haciendas ds los Salvajes Umtarios estaban destinadas para
recompensar el celo y constancia de los buenos federales.
Rosas mandaba entregar .. de las haciendas embargadas á loa sal-
vajes Unitarios~ tantas vacas al alcalde tal y tantos novillos al sar-
gento cual, como premio á sus buenos servicios.
Pero como cuando estas órdenes llegaban se habian concluido
siempre aquellas haciendas, era necesario hacer nuevos despojos y
producir para ello nuevos Salvajes Unitarios, que aunque no lo fueran
iban á pasar al gran matadero de Santos Lugares.
Porque don Prudencio no solo vendia, sino que cuereaba miles de
novillos, porque sabia que lo que él dejara lo habia de robar otro.
Los Jefes por un lado y los Jueces de Paz per otro, eran rateros,
cuya sed de hacienda nunca se calmaba. El poseer muchas vacas era
entónces un peligro tan sério como ponerse á gritar: muera Rosas!
en una boca-calle.
Este fué el crimen de Lúcas Gonzales, de Machado y de tanta otra
víctima de aquella tirania ignominosa.
Rosas comprendia aquel saqueo, conocia que la mayor parte de las
acusaciones obedecian al robo de haciendas, pero lo permitia y lo
toleraba, porque queria tener contentos á sus bandidos rurales y queria
concluir de una vez con todo lo que pudiera oler á Salvaje Unitario.
Sus mismos jefes de reparticion que levantaban á su vista fortunas
fabulosas, eran tolerados por él aunque con ocia en sus menores de-
talles, !'us malos manejos y explotaciones.
Muchas veces se desquitaba con soltarles alguna pulla grosera, que
aquellos tenian bien cuidado de acoger con una sonrisa de la mayor
satisfaccion.
El intennediario de estas gro serias era el mulato don Eusebio á
quien enviaba con recados como éste:
-Vaya y dígale á don Pedro Jimeno, que le enseñe la manera de
hacer plata, con eso sale de pobre.
El es baqueano y sabe cómo se hacen estas cosas.
Su maldad le llevaba así hasta mortificar de la manera más dura
Ii las personas <J.ue lo servian.
De estas mortificaciones no se escapaban ni el Jefe de Policia, ni
el Capitan del Puerto, ni el mismo don Felipe Arana, ni su propia
hija Manuela, á la que martirizaba de la manora más soéz y grosera.
Cuando no se le ocurría otra cosa para distraer su perversidad, le
hacia decir amores con el reverendo padre Viguá, ó el mulato don
Eusebio.
y si Terrero estaba cerca, hacia que estas groserias fuesen 10 mas
indecentes posibles.
y como todos que lo rodeaban estaban á su lado para robar y
f!;ptotar, el único amigo, la única .persona leal y abne~ada que aquel
handido tenia á su lado, era su hIJa Manuela, sér dehcado y de una
bondad tan íntima, como intima era la crueld~d. del padre.
Ella era su secretario de toda. confi~nza, .el UlllCO que tuvo siempre
• la depositaria de sus más ternbles mfamlas.
) Es que Rosas, rodeado de tanta canalla esplotadora á la que des-
preciaba profundamente, desconfiaba de todo y ?e todos. ..
Cobarde hasta e! último estremo, no soñaba smó c( n traICIOnes y
asesinatos y era entónces el espíritu sereno de su hija el refugio de
su alma timida y atribulada.
Es que Rosas todo lo habia d~gra~aUo y humilla~o. .
Queria que todos fuesen á él mfenores y no podIa m oír hablar
de un hombre honrado ó recto.
Eran estas condiciones que le daban náuseas.
Miéntrasmás degradada era la persona con quien estaba en con-
tacto, más cerca de sí la atraia.
Sentia un placer profundo en conversar con Cuitiño, y el paure
Gaete era el mode! de la virtud cristiana.. .
y Manuela estaba obligada á soportar las doctrinas de aquel galeote
de sotana que queria á Rosas antes que á Dios y que pedia á gritos
el e~terminio ue los salvajes unitarios y sus inmundas crias.
Palermo era el hacinamiento de la crápula más infame de que se
componia la federadon.
Allí concurrian los bandidos de toda especie y las cortesanas de
todo pelaje. .
El asesino de puñal como el delator cobarde y miserable, alternaban
con los opulentos magnates de la federacíon, que por no disgustar
al amo comun, los trataban con la mayor intimIdad y los colmaban
de consideraciones.
Allí concurrian tambien los que se valian de la aduloneriá mús
desmedida, como recurso para no ser perseguidos ó tenidos por ene-
migos de la situacion.
y unos haciendo versos descomunales á Manuelita, y otros arras-
trandose á los piés del tirano, rodaban y se revolcaban en aquella
vorágine de sangre y corrupcion.
Para intimidar á estos cobardes y mostrarles tal vez el peligro á
que se hallaban espuestos, no era cosa estraña ver sobre el ,Piano ó
sobre algun otro mueble un plato con orejas -humanas.
Eran orejas de tales 6 cuales salvajes unitarios que le habian re-
mitido el benemérito Oribe, su hermano Prudencio 6 algunos de
aquellos Jueces de Paz de quienes se habia apoderado el vértigo de
la sangre.
qtras veces el espectáculo se hacia más terrible, pues en vez de
o~eJas era la cabeza de tal 6 cual salvaje unitario que adornada de
CIntas celestes, colgaba de los arcos del edificio, para que recreara
la vista .de los que fueran llegando.
La pnmera vez que esto sucedió Manuela pidió á su padre hiciera
descorgar aquellas cabezas que le inspiraban un terror invencible,
pero tal fué la respuesta del tirano que no se atrevió á reiterar el
pedido.
y esto era estraño, pues apesar de lo duro que era con ella V lo
que la mortificaba, Manuela tenía el talento de hacerse concéder
cuanto pedia.
Rosas no queria que Man_e1a se casara, no por que sus ideas fueran
,296
c()n~rarias al m~t~imonio de ~u hija, ni porque (Juisiera para ella un
mando de cOlllh.clOnes e.speclales pues para .aquel acto hubiera acep-
tado hasta el mismo CUltUl0-poco le supoma.
Es que Rosas tenia un miedo terriLle á la propalacion de ciertos
secretos.
Una mujer no los tiene para el marido.
No hay cosa que pase 6 haya ~as~d? por su espíritu, que una mujer
n~ lo cuente á su esposo, en la mtlmldad del cariño, con más razón,
l1uéntras más grave es la cosa.
~arece que en ello hallase un consuelo y' un placer.
y Manuela poseía todos los secretos, los mas terribles secretos de
aquel mónstruo que habia dedicado su vida al mal.
. Cas~dose l\lanu~la, su .marido sabria tambien aquellos secretos que,
SI su hl]8 no los dIVulgana por nada de este mundo, no sucedería lo
mismo con él.
Ademas Manuela era una especie de centro donde giraba un tor-
belli~,o d~ adoradores .cuya adoracion la hacia esplotar por medi,! de
su hIJa mIsma, ya haCIendo de ellos otros tantos federales, ya haCIén-
dolos contar cualquier cosa que contra la federacion supiera.
Casada Manuela se rompia este encanto y se alejaban tal vez mu-
chos hombres que él quena tener aprisionados de aquella manera.
No sabemos por arte de qué encantamiento lograria don. Máximo
Terrero casarse con Manuela Rosas.
Son cosas de la vida privada en que no queremos entrar.
Este casamiento permaneció oculto durante mucho tiempo, y tan
oculto, que 10 ignoraron las personas más allegadas á la famiha.
y cerremos este capítulo de iniquidades, que, hemos prolongado ya
mucho.

LA HORMA DEL ZAPATO

Rosas, como todo tirano habituado á despreciarlo todo y burlarse


de las cosas más sagradas sin que jamás una palabra severa se las
hubiera reprobado, al mism) tiempo que degradaba con sus tratos gau-
chescos á todos los que lo rodeaban, habla pretendido más de una
vez humillar el orgullo de los diplomáticos estranperos.
y á fé que lo habia logrado ámpliamente, valiendose de la saga-
cidad de indio pampa.
,La dignidad seca y grave del Ministro inglés le habia fastidiado
siempre.
Aquella palabra séria y lacónica, aquella etiqueta tan rigurosamente
observada, estaba en pugna ,con su modo de ser paisano y con ~l há-
bito contraído intencionalmente de tratar las más altas cuestIones
como en una reunio~ ~e peones en cocina de. estan~ía.
Así recibia a lo~ Mimstros estrangeros como SI estuVIera en el fogon,
. les hacia dar mate y charlaba con ellos del asunto que á Palermo los
habia llevado.
Lo que es á sus empleados de mayor catego~a, Capitan. de Puer-
tos, Coroneles y Secretarios de Estado, los manejaba á sencilla raspa,
ó á gorrazos, segun estaba de humo~. .. .
Solo el Ministro Inglés, en su mutIsmo bntámco y elocuente, habla
protestado de aquellas groserias y confianzas.
297
Cuando habia ido a Palermo por asuntos oficiales, habia rechazado
el mate y con actitud severa habia impuesto á Rosas la circunspec-
cion que éste no quería tener.
Incomodado con esto su ~q~ulIo estúpido y mal entendido, dl7c~dió
jugar una mala pasada al Ministro Inglés, mala pasada que lo hICIera
descender de su gravedad y de su ele\'ado puesto.
Sabia que esto no lo conseguiria sinó por medio de la astucia, sor-
prendiendo la caballerosidad del Ministro, y fué de la astucia que se
Valió para 10STar su objeto.
-A este blsté, habia dicho, tengo yo que embromarlo.
Soy capaz de hacerle barrer la sala ó que me pise el mais para
hacer mazamorra.
Los adulones rieron mucho, aplaudiendo aquella ocurrencia de su
Restaurador, y se prepararon a hacer público, cuando ella se reali-
zara.
Desde aquella misma tarde el tirano hizo sus preparativos para que
el bisté no escapara la primer vez que fuera á Palermo, y colocó un
centinela en el camino, para que aVIsara su llegada con. diez minutos
de anticipacion, por lo menos. .
T odas las tardes y en calidad de paseo, iba á Palermo a visitar al
tirano, toda la corte de adulones finjIdos y verdaderos.
Allí se armaban entónces alegres reUnIones, donde tres ó cuatro
eran las víctimas de las groserias ó maldades de Rosas.
Las damas federales eran infaltables á aquellos paseos, donde se
divertian enormemente, segun ellas.
De estas reuniones solia fonnar parte el Ministro Inglés, pues siendo
la hora más cómoda l desahogada para ir á Palenno, era tambien la
única en que el tirano recibia.
Rosas colocó en el gran corredor frente á la puerta de la sala, un
enorme mortero, con todo lo necesario para pisar maiz.
A la caida de la tarde, se sentaba frente al mortero, acompaflado
de su hija que debia ser la ejecutora de su astuto plan.
En las dos primeras tardes el Ministro Inglés no vino, burlando los
preparativos que se habian hecho.
Pero el tercer dia, cuando Rosas hacia arreglar el mortero, vino el
centinela ammciando la llegada del esperado Ministro.
Rosas mismo cargó de maíz el mortero, y pasando la mano á l\fa-
nuelita, le mandó que pi~ára maiz. -
Ella que conocia á su padre al estremo de adivinarle sus más re-
cónditos pensamientos, suponia lo que éste tramaba contra el Minis-
tro, y sonreia traviesamente ante la figura que haria el flemático in-
glés pisando maíz. •
Cuando este llegó, estaba en el mejor de la faena.
N.o viniendo por Cosas oficiales sinó á intervenir con sus buenos
0!iClOS para que se diera libertad á un preso, ei mis ter estaba son-
nente y más comunicativo que de habitud.
:-Caramba, ¿qu~ hace? preguntó despues de saludar y tomando el
asIento que Rusas le brindaba.
-Pi.sa .maiz para hacer mazamorra, le dijo Rosas.
Lo mVIto á comerla desde ya.
-Oh! yo n';1nca he comido, pero probaré.
. -Es muy nca, se lo aseguro, para mí es el mejor de todos los man-
Jares.
A todo esto Manuela seguia pisando el maiz y sudaba la gota gorda
pues no est"b" aCQstwnb¡ada á semejantes trabajos,. '
~Caramba, hija mia, estás muy cansada, y lo peor es que yo tia
puedo ayudarte.
y mostró una mano envuelta en un pai1uelo de seda.
-Esta mañana me corté podando un árbol.
Pero no te ha de faltar ayuda, agregó.
Los ingleses son hombres muy finos y educados y nuestro amigo
te echará una manita cuando no puedas más.
-Oh! con mucho gusto, dijo Mandeville, sin caer en toda la
trampa que aquella proposicion envolvia.
Si usted me permIte, Manuelita, yo le ayudaré.
y flonriendo jovial~ente, contra su costumbre, se acercó al mortero.
-No "eñor, no se Incomode, repuso ella. es muy trabajoso esto y
se vá" á cansar muy pronto.
-Oh! que ocurrencia! présteme no mas.
y tomando de las de Manuela la mano del mortero empezó á
pisar maiz de la manera que se lo habia visto hacer á ~lla.
Sin darse cuenta de la situacion, y con la mayor naturalidad de
éste mundo,;niéntras pisaba el maiz, conversaba con Rosas del asunto
que allí lo habia llevado.
Pronto empezó á sudar como Manuela, pero ¿cómo confesar que
estaba cansado?
Un ingl~s no se dá por vencido aunque se le caiga el techo encima.
Rosas sonreia de una manera diabólica, y cuando lo creyó opor-
tuno, hizo una seña imperceptible para el inglés.
Pocos momentos despues empezaron á llegar por allí una infini-
dad de las parejas que paseaban la quinta, saludándolas con marca-
di sima espresion de burla.
y Rosas, como si contestara á alguna pregunta que le dírijieran,
decia:
-Como los ingleses son tan galantes, Mandeville está pisando maíz
para la mazamorra, por ahorrarle trabajo á Manuela.
Ante aquella invasion inesperada de Jóvenes y damas que sonreian
de aquella manera burlona, se quedó cortado, con la enorme mano
en el aire y mirando atónito á todas partes.
Era una página ridícula y graciosa, verlo con su traje flamante y
correcto delante del mortero, con la mano en el aire y en actitud de
haber sido sorprendido en pecado mortal.
Las mujeres llevaban su pañuelo á la boca, miéntras los hombres
reian francamente.
El Ministro comprendió ó no comprendió que habia sido vlctima
de la astucia de Rosas, pero el hecho es que se puso colorado hasta
las orejas, miró á todas partes con ademán severo, ':i soltando al
suelo la mano del mortero, fué á sentarse en el sitio que ocupara
antes.
Las bromas picantes empezaron más á pasar de boca en boca,
mientras Manuela, con su buena amabilidad, trataba de endulzar al
inglés el mal trago.
-Una mazamorra pisada por todo un Ministro tie la Gran Bretai'ia,
es clamó de pronto Rosas, finjiendo una seriedad qu~ hacia más có-
mico el suceso, no es cosa que se come todos los SIglos.
Estoy seguro que és la primera vez que tal acontecimiento vá á
celebrarse. ..
Entónces y como una concesion especialísima, los invito á uste-
des á comer lo que ha pisado Mister, con más motivo, desde que él
come tambien con nosotros.
299
Un relámpao-o brilló en los ojos del Inglés, pero siguió conversando
con Manuela ~omo si aquello fuera indifer~nte para él. .
Por lo menos queria ocultar que conocla la farsa humIllante de
que habia sido objeto. .
Toda la tarde se pasó en alegres conversacIOnes, hasta que se
llamó á comer.
Cada cual tomó su asiento en la mesa y la conversacion siguíó
alegre y bulliciosa, como s~ se hubi~ra olvid~do la escena del mortero.
Solo el inglés permanecla sombno y séno. .
No hablaba sinó con Manuela, y respondia por monosllabos á cual-
quier pregunta que se le dirijiera.
Por fin vino á la mesa la enorme fuente de mazamorra, que el
mismo Rosas se encargó de repartir.
Todos la comieron en el mayor silencio.
Aunque la risa jugueteaba en todos los lábios, ninguno se atrevia
a decir la menor palabra.
El semblante del Ministro les imponia respeto.
Pero Rosas; que queria mortificar su orgullo de todas maneras, se
sirvió un nuevo y enorme plato, esclamando:
-Esquista, caramba, esquisita!
Veo que todos se la han tragado sin decir una palabra.
Menos egoista que ustedes, yo declaro que no hay nadie en el
mundo que pise ma~ como un Ministro Inglés.
Todos empezaron entónces á hacer sus cumplimientos mas ó menos
burlones, que el Ministro acogió sériamente, como la cosa más natural.
Rosas, que hubiera deseado verlo rabiar y quejarse de aquella
amarga farsa, tuvo que contentarse con la actitud digna y reposada
de aquel hombre, que parecia decirle: esa guarangac1a no puede lle-
gar á ofenderme.
A las 12 de la noche se levantaron los invitados y cada cual buscó
su caballo ó su carruage para volver á la ciudad.
Aquella aventura fué el tema de la risa y de la broma general
durante mucho tiempo, no solo en Palermo, smó en la ciudad, donde
se desparramó en el acto.
Pero el Ministro Inglés no volvió jamás á Palermo.
En los asuntos ofiCIales se manejó por medio de notas y cuando
Rosas lo hizo llamar á su residencia de Palermo, respondió sencilla-
mente que estaba indispuesto, aunque en seguida salla á pasear por
toda la ciudad en su carruaje.
Rosas tenia un odio especial por los españoles, por el hecho de
que aquel gobierno no babia reconocido la Independencia Americana.
HubIera deseado demostrar su odio por los gal~~os, como llamaba
él á todos los españoles, pero no habiendo Mirustro residente, ni
Cónsul siquiera, no babia podido satisfacer aquel deseo.
-Estos gallegos, deda, el dia que me lleguen á mandar un Minis-
tro, van á saber recien lo que es bueno!
Lo he de hacer recibir en la cocina por el Mariscal don Eusebio.
. Yo les be de dar soberdia y no reconocer la Independencia Ame-
ncana.
Pero tenía que conformarse con la amenaza, pues ni se reconoda
la Independencia, ni se enviaba Ministro por consiguiente.
Entónces tod~ su zaña Y odio se desca~gaba contra los pobres
gall~gos que tema de peones en Palenno, mIentras en la ciudad eran
asesmados los españoles como Saráchaga, Mones Ruiz, Martinez Egui-
laz y tantos otros de que ya hemos dado cuenta.
300
Los cuerpos del ejército estaban llenos de españoles forzados al
servici~, porque los Galh'gos estaban fuera de la ley, y para ellos
no debla haber nada bueno.
En el ejercito se les trataba á palos, se les alimentaba mal no se
les pagaba, y se les Vt;sti~ .con los desperdicios dé la tropa. ' .
Porque á mas de ser mdlvlduos condenados al servicio de las armas
llevaban sobre si el enorme delito de ser Gallegos. '
A los peones de Palermo, gallegos todos, se les castigaba en su
menor falta.. condenánd~los á un aúo de seryicio en el ejército ..
Y.este ano no. conclula nunca, porque un gallego no debia tener
la menor conceSlOn. .
-Déjelos que sírvan de algo, decian, y si se quejan sacúdanles
garrote limpio no mas, que los gallegos tienen lomos' de burro y
todo lo deben aguantar.
Así los pobres españoles venian á ser perseguidos de todos modos.
Si eran mfelices que no tenian mas oficio qne el trabajo diario, se
les destinaba al servicio de las annas.
y si comerciantes ricos ó acomodados, se les entregaba al puñal
de la mazorca.
De esta manera reunia el doble objeto de castigar en un hombre
el delito de ser español y el de apoderarse de sus bienes, que que-
daban embargados y distribuidos entre los Cuit\jío y los Parra, los
MariflO y los Salomon.
Muchos, en vista de esta persecucion á muerte y sin cuartel, pre-
tendieron salir del pais, ya regresando á su pátria, ya pasando á re-
sidir en Montevideo ó el Brasil.
Perola policia les negaba el J;lasaporte por órden de Rosas y el
que huía era tratado ·como salvaje unitario.
Los degollaban en el punto donde eran tomados y les embargaban
todos sus bienes.
El comercio español era numeroso, pero se les privaba hasta el
derecho de reunion.
En fin, para Rosas, gallego y pária eran sinónimos.
Ocultamente y como podian, los espaflOles empezaron á escribir á
su pátria, dando cuenta de l~ que les sucedia aquí, ~idiendo ~ su go-
bierno adoptara algunas medidas tendentes á garantlrles la Vida y la
fortuna.
El remedio era muy sencillo: emigrar.
Pero ya hemos dicho porque no podian hacerlo.
El Gabinete Español tomaria en consideracion las reiteradas quejas,
pues no tardó en venir un reclamo.
Pero Rosas lo hizo pedazos porque era aquello lo menos que podia
hacerse, dijo, con una nota del gabinete gallego.
Un buen día y sin que el Capitan de Puerto se rpercibiera, fon-
dearon dos buques de la Marina Espaiiola. . . .
Eran dos preciosas naves de guerra cuyas magmficas piezas bn-
llaban como oro.
. Rosas, que sabia en el acto cuanto pasaba en la ciuda~, ~uvo co-
nocimiento de la llegada de aquellos dos buques, y envIó a buscar
al Capitan del Puerto, que segun se decía estaba echando la más plá-
cida siesta en este mundo.
Don Pedro Gimenez no tardó en llegar á Palermo completamehte
ageno á la peluca que lo esperaba. . .
-Buen dia, don Pedro, diJO Rosas con. acepto Irilc1.llldo: (que me
dice de nuevo?
SOl
-~ada, Exmo. señor, contest6 Jimeno apichonado, pues veia que
el patroIl estaba con todos los patos en la cabeza.
-¿Cómo nada? alguna novedad ha de haber en el puerto.
Nada, Exmo. señor, no sucede nada, el último parte pasado por los
guardas es sin novedad.
-Pues los guardas ~on unos pillos ,,¡eñor don Pedro, ó don Pe-
rico, V usted es un ammal. .
Acaban de fondear en la rada dos buques de guerra gallegos y
usted que es el Capitan del Puerto nada sabe.
Esta es la manera que tienen ustedes de cumplir sus deberes y
velar por la seguridad de la patria!
Jimeno se echó á temblar, comprendiendo que algo malo iba á
pasarle.
La faIta era grave y el tono con que .Rosas lo reptendia no le au-
guraba sinó una desgracia. . .
-Exmo, sei'lor, balbuceó temblando, el ayudante de la VIsIta nada
me ha dicho toda vi a, por eso es que lo ignoro, pero ya. debe estar
el parte en mi despacho.
Si V. E. me lo permite, iré á traerlo inmediatamente.
-Es ya inútil, puesto que yo sé lo que sucede, pero vaya usted
para que me informe detalladamente qué buques son esos, quién los
manda y á qué diablos vienen.
Jimeno se aprovechó de aquella órden para hacerse humo, y enfilo
la puerta despues de murmurar un: con el permiso de V. E.
Pero S. E lo casó de una manga de la chaqueta y le dijo:
- y que sea la última vez, señor don Pedro, que esto sucede, por-
que puede pesarle á usted muchísimo.
Enseñe á sus guardas á cumplir mejor y usted atienda más á sus
deberes.
y segun costumbre le sacudió un gorrazo.
Timeno se dió por muy feliz con que la cosa no hubiera pasado de
ahí, y se lanzó á la Capitania á hacer la averiguacion debida.
Los dos buques habian echado el ancla despues de saludar el Puerto,
y del costado de uno de ellos se desprendia un bote con el pabellon
de guerra español á popa:
El oficial que con cuatro marineros lo tripulaba, se encontró en el
camino con otro de la Capitanía que, llevando á bordo al Guarda en-
cargado de la visita, se dirigia á las dos fragatas.
Ambos botes se detuvieron, y el Guarda preguntó: .
-¿A dónde va usted, señor oficial,-ántes que se pase la visita?
-A hablar con el señor Capitan del Puerto, rephcó aquel cortes-
mente, para trasmitirle un mensaje de mi Jefe. -
El pobre Guarda que no sabia lo que debia hacer, se resolvió por
fin á regresar á tierra, acompañando el bote español.
S~bedor Jimeno de lo que pasaba, mandó entrar á. su despacho al
o~clal, á~ido de poder comunicar á Rosas algo importante que le hi-
cIera olVidar su falta.
-:-El Jefe de los dos buques españoles que acaban de fondear, dijo
el.Jóven, manda saludar al seiior Capitan del Puerto, pidiendo per-
mlSO para bajar á tierra pues trae una mision para este Gobierno.
-¿!2üién es el Jefe de esos buques? preguntó Jimeno.
-~l Comandante Topete, respondió el jóven, á quien acompaña el
Calltan Zambra no.
fectivamente, quien de aquella manera cortés y come_dida llegaba
302
á Buenos Aires, era Topete, el célebre Topete, acompañado de Zam-
brano que, aun~ue ménos notable y sin la importancia del primero
era un oficial dlstinguidísimo y bravo. I

-Usted ignora, por supuesto, la mision que traen esos jefes?


-Completamente señor, }'>aunque la conociera seria lo mismo pues
he dicho ya cuanto se mé ha mandado. '
. Habituado pri~ero al bochinche de nuestra escuadrilla y á la nu-
~Irlfd de sus ofiCiales, quedó asom~rado del. aspecto y discrecion del
Jóven, que apenas acusaba unos diez y ocho años.
No atrevié.ndose á dar por sí una respu,esta, le hizo sentar y des-
pues de ~e'clr le esperara un m.omento,. montó á caballo y se fué á
Paler!D0 a toda carrera, donde !!DPuso a Rosas de lo que sucedia.
-Conteste á c;:sos gallego", diJO Rosas, que pueden bajar á tierra
cuando más rabia les dé, pero que yo no puedo recibirlos hasta ma-
ñana á la tarde, yeso como un favor, porque estoy muy ocupado.
Mañana á la tarde cuando se presenten allí, usted los conduce aquí
en cualquier coche, los dirije á mi despacho sin que me sean anun-
ciados.
Rosas tenia en esto su pérfido objeto.
Se le presentaba la ocasion tan deseada de mortificar el amen propio
de un enviado español y no la dejaba escapar.
Pero queria hacerlo con toda astucia, como la pisada de maíz del
Ministro Inglés.
Todo aquel dia y aquella noche, lo pasó Rosas aguzando su in-
genió gauchesco para hacer un desaire ~ue pasara por invoMntario
á los re cien llegados, hasta que se decidió por el más guarango.
Recibirlos V conferenciar con ellos en mangas de camisa. •
-Estos gallegos son muy orgullosos y llenos de humos de nobleza,
decia, pues cada uno de ellos se crée un monarca.
Así es que esto ha de mortificarlos más que una cachetada, pues
ya comprenderán que los miro como un pucho viejo.
Hacia un calor sofocante, pues era nada ménos que el mes de
Enero, ellos no conocian las costumbres del país y pensaba humi-
llarlos impunemente, preparándose de antemano una disculpa para
el caso que ellos reclamaran.
Decidido por esta guarangada, llamó á su Edecan de servicio, el
Coronel Corvalan, á quien dió esta órden seca:
-Mañana han de venir á ..verme los marinos gallegos, á quienes
acompaña Jimeno.
Aunque se lo pidan no los anuncie-di gales no más que pueden
entrar.
Entre tanto don Pedro Jimeno habia regresado á la Capitania, á
despachar al jóven oficial.
-Puede decir á su jefe que bajen á tierra cuantas veces quieran,
pues ellos son los bien vemdos.
Pero que en cuanto á ver al Exmo. señor ~obernador no es. po-
sible hasta mañana á la tarde, en que yo mismo los acompanaré
hasta Palermo.
El jóven saludó de una manera séria y desenvuelta y salió del
despacho sin haber dicho una pala~ra.. ,
No tenia nada que hacer ya alh, y su Jefe estana esperando la
respuesta, estrañando de que tardára tanto. .
Dió la respuesta del Capitan del Puerto, observando" que d~bla
haber sido consultada al Gobierno, por lo que el refendo Capltan
habia tardado en regresar.
803
Topete no estra¡"ló e~to.. ..
tI, por s~s compatnotas asIlad?s en RlO Janelro y Montevideo,
,·enia conoclendo perfectamente bien á Rosas y sus manías.
Sabia el ódio estúpido que profesa~a á. todo lo 9ue era español,
la manía de humillar á cuanta persona de lmportancla se le acercaba,
y lo que habia hecho ya con el Ministro Inglés.
Así es que se habia preparado á todo, menos á ser la vlctima de
las groserias y farsas del tirano.
Era entónces Topete un hombre jóven y bello, de una fisonomia
franca y alegre dondt; estaba estereotipada toda la . purez~ de su raza.
Educado en la marina española, donde tanto bnlló mas tarde, era
un oficial distinguidísimo por sus conocimientos en el arma á que se
habia dedicado, como por su esmerada y e;eneral educacion.
Topete poseia el tino de la gracia, de esa gracia natural 9ue se
comunica y ante la cual el más sério no puede contener la nsa.
y esta era tanto más estimable cuanto que la usaba con una mo-'
deracion esquisita.
Conociendo el modo de ser del tirano, Topete le llevaba esta
enonne ventaja, puesto que Rosas no conocía ni siquiera su nombre.
El gaucho grosero y guarango, se iba á estrellar contra la cultura
y la delicadeza más refinada.
-Es inútil bajar á tierra hasta no haberlo hecho oficialmente, dijo
despues de recibir la respuesta que le daba su jóven oficial.
Mañana lo haremos así, y pasado tendremos tiempo de pasear la
ciudad, si es que no nos dan una mazorcada.
Veremos si es tan fiero el leon como lo pintan, es decil', si este
hombre es tan bárbaro y brutal como nos han contado.
Al otro dia el caer de la tarde, llegaba al desembarcadero el bote
español á cuyo bordo venian Topete y Zambrano.
El calor era sofocante: sin embargo ambos venian de riguroso uni-
forme de parada, prendido hasta el cuello, y brillante ror los galones
y dos condecoraciones que cada uno ostentaba sobre e pecho varonil.
Don Pedro Jimeno que los esperaba para hacerles los honores de
recepcion y acompañarlos á Palenno, quedó confundido ante aquellas
dos figuras gallardas.
No habia visto nunca tanta dignidad y tanta nobleza bajo un se-
vero unifonne militar.
Despues . de muchas cortesias y cumplimientos primero, les indicó
que tenia listo ya el coche para conducirlos á la residencia del Go-
bernador.
Los dos mar' nos se habian convenido en lo siguiente:
Como Topete era el encargado de la mision, él llevaria la palabra.
En caso que fuera necesano repeler alguna guarangada ó groseria
de ~osas, Zambrano imitaria lo que Topete hiciera, ó secundaria su
acclOn.
Pues segun los informes que tenían, Rosas haria lo posible por
humillarlos.
Durante el camino mantuvieron con Jimeno una conversacion agra-
da~le sobre el camino que recorrian y sobre las costumbres de este
palS, nuevo para ellos, pero en el que encontraban mucho de español.
Así llegaron á Palermo, donde bajaron, sin que ninguna presencia
de tropas y guardias les indicara la proximidad de Rosas.
Es que. aquel las habi~ hecho retirar intencionalmente, para ha-
cerse mejor el sorprendido.
304
Asi llegaron hasta la pieza de Con-abn, al lado del desr3cho de
Rosas_
. -Anuncie al Exmo. Gobierno la llegada de estos seoores, le dijo
J n n e n o . -
-Ayer me dijo el señor Gobernador que no los demorara dijo
Corvalan-pueden pasar-y les indicó la entrada. '
-Pues con el permiso, dijo Topete, y seguido de su compañero
entraron al despacho.
Rosas se haHaba tendido'sobre un gran sofá de crin en mangas de
cafnisa,- y chinelas como. si estuviera dormitando.
Al ver entrar á los dos marinos, se puso de pié rápidamente y
tendiéndoles la mano dijo: '
-Caramba! confieso que los habia olv~dad~ y no los esperaba, por
eso .me sorprenden ustedes en este traje cnollo que nos obliga á
vestir el calor.
Por preparado que fuera Topete á una grosería y burla no pudo
mpnos que quedar sorprendido y burlado. '
Comprendía que ac¡ue1lo era mtencional, que se les recibia como
á unos sirvientes y se puso rojo de vergüenza ante la ofensa.
Pero bien pronto se dominó completa~ente y rt;spondió al saludo
con su· ademan más amable y palabra mas comedida.
-Ustedes me permitirán, dijo Rosas que s.e gozaba en la humilla-
cion del marino, ustedes me permitirán que los deje Un momento,
miéntras voy á ponerme un traje conveniente para recibirlos.
-De ninguna manera, respondió Topete jovialmente, no permitimos
que usted se moleste y deje de estar á su entera comodidad, palabras
que repitió Zambrano.
-No señores, continuó Rosas sonriendo con todo su perverso sar-
casmo:
Este traje es una burla, un insulto, para recibir á tan ilustres vi-
sitas y . . . .
-No señor, de ninguna manera.
-Es que esto es impropio y pueden criticarlo.
-Es que nosotros no queremos que usted se incomode en manera
alguna, y para gue no insista más, ni tenga pretesto, .nos pondremos
en iguales condiciones.
y con una naturalidad magnífica por su soberbia, se desprendió ]a
espada, desabrochó su levita y su chaleco y poniendo todo sobre una
silla, quedó tambien en mangas de camisa.
Zambrano habia hecho idéntica cosa, toeando ahora á Rosas el
turno de asombrarse.
-Así, dijo Topete, no tiene usted pretesto para incomodarse puesto
que todos estamos iguales.
Rosas trató de diSimular su sorpresa y el mal efecto que aquella
fumada le habia hecho.
El marino le contemplaba con su sonrisa más burlona como si le
preguntase qué tal estaba aquella devolucion de pelota. .
-Bueno, dijo el tirano, finjiendo una alegria que estaba leJOS de
sentir:
Ahora que todos estamos cómodos y el calor no puede mortificarnos,
pueden decirme ustedes el objeto. de su misiono .. .
Los marinos presentarotl. sus pliegos, y aquella ongmal conferenCia
duró más de una hora.
Terminada, Rosas invitó á los jóvenes á pasear por Palermo I y
. .305
mandó. llamar á Manuela para que le~ hi~ie~a los honores, la que
aparecIó poco despues en el salon de despacho.
Topete y Zambrano se ec.haron sobre sus ropas y en -un minuto
uedaron conectamente vestidos. . . , ..
q -Pedimos á usted perdon por encontrarnos a mediO vestI! diJo el
rimero, pero hemos tenido que quedar en mangas de camisa pa~a
~bligar al selior Gobernador á no incomodarse y conservar el traje
que tenia á nuestra llegada.
No nos gusta .sen-ir de estorl;>o nunca, y ad~más los españoles ob-
servamos el sáblO refrán que dice: «donde qUlera que fueres haz lo
que viéres." .
Rosas se mostró muy contento dur~nte aquella tarde! obseqUló á
los marinos y aseguró que era la mejor gente que habla tratado en
su \;da. •
-Es lástima que sean gallegos, decia, pero de todos modos me
gustan y me gustan mucho, qué diablos!
Topete y Zambrano se retiraron mur comp~acidos, desp~e.s de en-
trada la noche, habiendo arreglado satisfactonamente la IDlSlOn que
los habia traido á América.
-Esto es particularmente á ustedes, les habia dicho Rosas, pues
yo nada tengo que conceder á un pais que se ña empacado en no
reconocer la independencia del mio, y ·mientras esto no suceda nada
bueno tienen que esperar de mí.
Diganlo así á su reina.

FLORENCIO VARELA

Hé aquí la más ilustre de las víctimas de la tiranía de Rosas!


. Alma grande y templada al calor de todas las pasiones nobles,
puso al servicio de la libertad el contingente de su poderosa inteli-
gencia, y la tiranía hizo rastrear su espalda por el pUllal del asesino
para librarse del escritor brillante y esforzado.
Despues de las terribles matanzas que hemos consignado y del
decreto que las hizo cesar, la mazorca habia entrado á una época
más tranguila.
El partIdo unitario estaba vencido, nadie se atrevia en Buenos Ai-
re~ á respirar contra la federacion, y no habia ya, por otra parte á
qwen perseguir, porque el que no fué muerto habia emigrado.
Quedaban los unitarios de Montevideo y entre ellos Flor~ncio Va-
rela que era quien más fustigaba á la tiranía.
Florencio Varela empezó á desplegarlas bellas dotes de su alma,
al lado d~l. lecho de muerte de su padre .
. Su famlha esta.ba en pobreza desde que toda su fortuna consistía
en la fragata «l\hnerva» cargada y pronta para dar 'la vela, fué con-
fiscada por la es~uadra in~lesa cuando se apoderó de Montevideo
en 180']. FlorenclO de eda<1 de 10 á II años, reemplazaba aliado de
su padre lus servicios que no era posible proporcionarse de otro modo.
Desde entónces tambien, empezó á distinguirse en la familia por
el amor entrañable que profesaba á su madre v á sus hermanos.
~racticó la Jurisprudencia al lado del doctor Gallardo' lo poco que
alll ganaba, lo empleaba casi todo en adquirir libros. '
En el anlVersano de la victoria d6 Ayacucho se dió en Buenos
El puñal del tirano. ' - 20
306

Ai~es un banquete á que asi!';tieron las principalt:s notabilidadC:'s rl!"1
pals. Muchas personas se empei"íaron ~n llevar ú Florencio. Imitado
á brindar, lo hizo e',1 verso; r fué tal el aplauso que mereció, que I
don Manuel J. Garcla d~ternllnó. ~arle un empleo en el ministerio de
su c~rgo; y con ese obJeto. lo pidiÓ á ~u madre, diciéndola que él
quena encargarse del Poettta. Su propiO m~rito le puso en carrera
de los empleos públicos.
Fué colaborador de su hennano don Juan Cruz en la redaccion
del TiemptJ, corriendo á su cargo, únicamente, la parte Exterior. Sin
embargo en esa. época empezó ya á escribir en varios diarios políticos.
En la revoluclOn del 10 de Diciembre tomó la poca parte como él
decia, que su edad le pennitía. Sus enemigos le han acusado de ha-
ber influido en la muerte del Gobernador Dorrego. Esta es una ca-
lumnia y un absurdo. .
Sus estudios sérios, sus vastas lecturas, tuvieron lugar en Monte-
video.
En la Jurisprudencia, se dedicaba con preferencia al estudio del
Derecho público y del Comercial. No amaba su profesion de abogado:
y el al'lo 40 estaba completamente disgustado de ella. .
El estudio de su predlleccion fué el de la historia de su pals. Ocupó
toda su vida en reunir materiales para escribirla, y tanto había sido
su labor y su perseverancia, que habia conseguido estar en poses ion
de cuanto le era necesario para ese fin.
En los últimos años de su vida casi nunca leía versos; y habia
dej::t.do de hacerlos desde el rulo 32.-Sus poesías descolJaban por
la correccion .y el buen gusto; pero él no las estimaba y se arrepentía
de haberlas dado á luz.
Los lectores del Comercio del Plata habrfm observado su tendencia
predilecta á acuparse de los adelantos de la industria y del comercio,
y de los progresos de todos los pueblos, demostrados con datos es-
tadísticos y con· pruebas aritméticas.
Eso no obstante, Varela consen-aba su gusto por las bellas letras,
y nadie era más competente que él para emitir un juicio literario.
Tenia gran facilidad para hablar idiomas; además del francés y
el italiano, que hablaba desde Buenos Aires, adquirió el inglés en
Montevideo, ya hombre, y sin maestro; razon por la cual era la len-
gua que manéaba con menos perfecciono
Dió á la prensa algunas de sus defensas en el foro, y publicó va-
rios panfletos politicos y. muchos ,artícul.os en los .diarios de MO',1te-
video. Todos estos trabaJo·s merecIeron siempre uDlversal aceptaclOD.
Muchos 'de ellos fueron traducidos á otros Idiomas en esta capital y
en Europa. . . .
El Comercio del Plata es el trabajO más séno y concienzudo que
nos queda del Dr. Varela. No solo ha realizado una complet~ reforma
en el periodismo e~tre nosotros, po~ el. tono de mO?eraClOn y las
tendencias {lrogreslstas de este dlano, smó que ha depdo en él com-
pletamente ilustradas las cuestiones más importantes que han ocu-
rrido en la presente crisis.
Los cuatro tomos que deja publicados de l~ Biblio/pca del 0mu- c'
cío del Plata forman una interesante colecclOn de obra~ relativas á
la historia y' la geografia del Sud-~mérica. Entre estas, figuran dos
traducciones suyas; la una es la VIda de Nuñez Balboa por Was-
hington Yrvingj la otra, el Ensayo de Rengger y Longchamp sobre
el Paraguay. El tomo que encierra la c~leccion d~ Tratados y Cons-
tituciones Americanas, es de la mayor ImportancIa. .
307
La rectitud y la bondad, formaban el fondo del carácter de Varela.
Tenia por su anciana madre una veneracion ejemplar. Cuando ha-
blaba de ella delante de sus bijos, se advertia el empeño que ponia
,~ hacer que estos participasen del respeto y del amor que él le
t;rofesaba.-Lo mismo era para con sus hermanos.-En .su boca so-
f&1nente habia elojios para los suyos. - De ese modo cImentaba la
union estrecha y la moralidad intachable que siempre ha distinguido
á su familia.
Amaba á sus amigos, como á. sus hermanos, y sus amigos eran
muchos. Los tiene donde quiera que ha estado en contacto con sus
semejantes; tanto en su patria, como aquí; lo mismo en el Brasil, que
en ln<Tlaterra y en Francia. Era realmente imposible acercarse á este
homb~e, siempre afable, sin amarle.
Ameno en su trato, prudente en sus consejos, civil con todo el
R1undo, nadie se separó de su lado sin estimarle. Si su asesino hu-
biese hablado diez minutos con él; no habria tenido valor para he-
Tirle.-Si le hubiera tratado un dia, no habria podido ser su enemigo.
Poseia en alto grado el talento de la conversadon; y era precIso
que su interlocutor le causara mucho tedio, para que el diálogo no
se mantuviese animado y siempre sostenido por él.
Con nadie se esforzaba tanto en ser amable como con los extran-
jeros. Miraba como un deber atenderlos y servirlos, quizá por esa
simpatia natural que se establece entre los que sufren una misma
desgracia: la de vivir fuera de la patria.
Como un obsequio al extranjero, y como un medio de instruccion
propia tambien, hablaba en sus respectivos idiomas á los Franceses,
á los Ingleses, á los Portugueses y á los Italianos que frecuentaban
su casa.
En esto, Varela sentia un placer especial que era muy fácil advertir
en él cuando se reunian en su escritorio varias personas de distintas
hablas.
Tan atento y tan afable era con sus hijos en su casa, como con
los extrai'los en la calle.
Amaba como un padre á todos los que de él dependian, sobre todo
á los empleados en su establecimiento de Imprenta, y el interés que
tomaba en el porvenir de algunos jóvenes aprendices que en él se
formaban.
La patria era el ídolo de su corazon; pensaba en ella todos los
dias y en todas las horas. Toda su esperanza era volver á ella ccn
sus hijos; todo su deseo servirla con sus talentos y sus luces.
Hojeando los apuntes de su viaje á Inglaterra, se encuentra á cada
paso que si queria ver y aprender, era con la II\i.ra de importar en,
su país, Ó de contribuir con sus consejos á que en él se importáran
los progresos de todo género que presenciaba -en aquellos grandes
centros de la civilizacion.
La integridad y la rectitud de su carácter eran de todos conocidas.
:--Er,,: sabido que en su estudio de abogado solo se defendia la
JustICIa, y los clientes de Varela llevaban por su parte la ventaja
de que la conciencia pública estaria prevenida en su favor desde que
Vare1a les defendia.
Nunca puso en <:onflicto á sus clientes por .exijencias de dinero;
ha muerto,.y to~vla muchos le deben honoraTlOS del ai'lo 38 y 40.
.Su morahdad SlO tacha, estaba á la VIsta de todos; y su evidencia
DUsma, nos ahorra de detenemos en este punto.
308
Los desengaños que iba adquiriendo, y la experiencia de la revol,.
cion, le habian hecho volver los ojos á la juventud que cultiva e
espíritu y esperar en ella. La siguiente carta, muestra sus sentimien.,
tos respecto á la generacion que venia tras de él:
«No puedo conceder á usted los dictados que me dá: pero de'
cierto, Luis, amo con pasion, con ternura, con el ardor de la espe-
ranza, á la juventud est.udi,?sa ~ moral: .me gusta fomentarla, ayu ..
darl~ <:uanto puedo por uLhnaclOn. de mI corazon, y por deber de
'patnot~smo: porque tengo en esta Juventud más fé que la que tiene
ella mIsma. ,
«Nada, na~a, ni mis infortu'.lios personales, ni la pérdida de mis
años y de mI salud en el destierro, me duele tan hondamente en eh
naufragio de nuestra patria, como el ver errante, sin Centro de ~iúon.
sin aplicacion inmediata, á esa juventud llena. de vida, que tal vez,
la malgaste ?omo yo, en el suelo del extranjero. Créame V., Luis,'"
busco la socIedad de Vdes., porque nada, despues de los cariflos
domésticos, me desarruga la frente y me desanubla el espíritu, como
la 'ilociedad de los jóvenes que encuentro puros de corrupcion y de
infamia, en la época en que todo se corrompió; y entregados al eso'
tudio, cuando todos escarnecen al que desea ilustrarse. - Mayo
26-1841.»
Florencio tenia un alma muy noble; con "'acilidad I.'e elevaba á la
altura del entusiasmo. Los actos de valor, de virtud, de heroismo,
hacian vibrar su corazon, y llenarse de lágrimas sus ojos.
Vare1a tenia un espíritu sumamente activo. Cuando estaba ocupado
en su casa en pormenores domésticos, ó en trabajos m'inuales, á que
era muy dado, pasaba el tiempo recitando en alta V0Z trozos de
Virgilio, de Manzoni, de Byron, de Quintana, ó de los Salmos. El
trabajo continuo de la redáccion de su diario iba gast:>ndo un poco
esta costumbre que siempre tuvo hasta el año 45.
Dotado del natural elevado que hemos tratado de tlescribir, era
necesario qu~ este varon justo supusiera siempre en 811S semejantes
las mismas cualidades que adornaban su alma. Así, jamás crejó en-
contrar en las 'personas que se le acercaban defectos, ni malas incli-
naciones. Acogla á todo el mundo con la mayor franqueza; de nadie
desconfiaba nunca. Nada era, por consiguiente, más fácil que hacerle
caer en una celada.
Por otra parte, tenia el más alto desprecio por la doctrina del fa-
talismo; la palabra suerte para él no significaba nada.
Vare1a era muy festivo en su trato familiar. Reía mucho, y le gus-
taba que todos los que le rodeaban fuesen de humor alegre. Todo
hombre chistoso y decidor le caía en gracia.
En el interior de su familia pasaba horas entera!1 jugando con sus
hijitos, materialmente como un niño. .
Eso n~ impedia qu~ fuese en extremo grave siempre que las Clf-
cunstanclas lo requenan.
Era fiel á su palabra, muy reservado, é impenfltrable para guardar
un secreto. A estas cualidades, propias de \.in hombre nacido para
los negocios públicos, se agregaba el dominio de si mismo, y la
facilidad con que sabia disimular sus impresiones.
Varela era modesto, aunque á muchos no le p~reciera. M~ch~s
veces habia recibido elojios personales para publicar en su diano,
que él siempre rechazó.
Recientemente, en un artículo muy nob'ble de un papel europeo,
¡ue ~~ reprodujo en el ~o1nerc.io d~l PIafa, del 3 de Marzo último,
'e dL'cia, que Buenos AIres. sena fehz cuando lo ~obe~nasen h?m.bres
omo Riyadavia, San MartlI~ y Varela.-Fl.oren~lO hIzo supnmlr su
lombre.-Jamás hacia menClOn de los testtmomos honro~os que en
os diarios europeos Y am~ricanos encontraba del aprecIo con que
'ran recibidas sus producclOnes .
. Aunque su diario no representaba las opiniones de un círculo, Va-
-eIa oía las opiniones de sus amigos, las pedía á alguno de ellos, y
as adoptaba. Hacia. esto, sobre todo, en las cir~unstancias delic~das;
:>ero es preciso deCir, que cuando lefa sus artlculos á esos amIgos,
;iempre obtenia la unánime aprobacion de ellos.
Don Florencio Varela era de estatura regular, delgado, de bella
;n-esencia y porte caballeros?; tez morena, r.ostro descarnad~, fre~to
.lespejada, cabello negro, ceja abundante SID ser señuda. Sus oJos
1e¡rros y espresivos, su boca movible y dispuesta á la sonrisa; todo
;tI °conjunto revelaba á la primera mirada inteligencia y sensibilidad.
5u fisonomía reflejaba todos los sentimientos y pasiones bajo cuya
nftuencia se encontraba su alma.
Su accion, sus movimientos al hablar, acompañados de una palabra
)ersuasiva y seductora, su modo insinuante y el tono de conviccion
( sinceridad con que emitía sus ideas, cautivaban inadvertidamente
í quien le escuchaba. Poseia, sin disputa, todos los accidentes del
)rador.
En la conversacion familiar su voz era insonora; pero cuando es-
~orzaba su órgano para espresarse con vehemencia, su entonacion
mbia y la voz adquiria sonoridad. Desde su primera edad fué des-
pejado; nunca tuvoa encojimiento Ó falsa vergüenza.
Vestia siempre con esmero, y le gustaba mucho la elegancia y el
!\seo en todo.
Era sumamente arreglado y metódico. Tenia en el mayor órden
ms papeles. Cuidaba sus libros como alhajas delicadas. Jamás es-
cribia con una pluma mal cortada, Ó con mala tinta; detestaba la
afectacion que muchos tienen de ostentar desaliño en estQs porme-
n 'res ; para él era antipático todo lo· que no era esmerado en esa
línea.
Amaba con delirio la pintura, el dibujo y la escultura; pero carecia
absolutamente del sentido musical. Su alma era insensible á los en-
cantos de la armonia y ni una sola vez en su vida se entregó á los
placeres de la danza.
Tampoco conocía lo que llaman placeres de la mesa, nunca co-
metió ~ingun exceso vergonzoso. Siempre fué sóbrio y honesto.
La .vld~ sedentar~a habia estragado su físico, que era robusto por
c~nstItuclOn. Padecla frecuentes ataques nerviosos, y desórdenes gás-
tncos; pero S\¡S médicos opinaban que habria sido de larga vida.
Vamos ahora á hacer el esfuerzo de consignar aquí el modo atroz
como es~a noble vida llegó á un término prematuro.
Los dtas anteriores al 20 de Marzo habian sido de grande agitacion
para los habitantes de Montevideo. Por momentos tran esperados
Jos n.uevos agentes que la Inglaterra y la Francia enviaban para poner
térmmo á la desgraciada situacion de estos paises .
.~os .c0!1lpromisos .políticos de Vare1a, y la suerte de su larga fa-
Imba, mtlJDamente hgada al resultado de la negociacion que iba á
810
\
entabla~se, habian atümulado en esos ~ias sobre su espíritu sombrits i
pens~mlentos. Ó ~emores, que le hablan puesto en un estado de I
desalIento é mquletud, que nunca lo conocimos antes en las mas eSo-
pinosas situaciones. '
. P.uede ser una preocupací.on;. pero nosotr?s creemos en los presen-i¡
tJmlentos fatales. A eso atnbwmos el abatllnieuto de Varela en los
ti~as que precedier~n á su muerte, y la desazofl en que le tenian las
dificultades domésticas que le' rodeaban en semejante crisis. .
Al fin, el 20 de Marzo los Comisarios régios, llegados á esta rada I
debian empezar el desempeño de su misiono La proximidad de ~:
desenlace, la posicion neta en que finalmente iban á colocarse los:,
sucesos, operaron una reaccion sobre el espíritu de Varela, inclinad<>:'
por naturaleza a afrontar con serenidad toda clase de embates. Pocas';
veces le ~emos visto ~n ale~e,.tan dispuest.o, como aquel funesto dia.;
ConclUido el trabajo del diano que debla aparecer el 21, se dis-';
pusc;>, ya de noche, á hacer. u~a visitaj-y para que ten~amos nuevo,
motIvo de creer en presenhmlentos,-su señora le rogo que ne sa-'
liera, diciéndole que era tarde; pero en realidad, porque no le °gus_ ~
taba que saliese de noche á la calle. \
Debemos advertir que, por varios conductos, habian llegado á oid<>s I
de Varela indicaciunes que debieron hacerle vivir con cautela; per<>',l
él, tranquilo en su conciencia, despreciaba altamente esos avisos, y'
los miraba como sombras que solo podian tener cabida en cabezas,
pusilánimes.
Aquella noche no hizo caso de los temores de su Justa amada; I
procuró distraerle hablándola de cosas alegres, y concluyó-este hijo'¡
ejemplar!-recordando á su esposa que el dia 25 era el cumpleaflos
de su madre, y que era preciso que no olvidase 10s regalitos que los
nietos debian llevar aquel dia á la abuela. Este piadoso pensamiento,
fué la última recomendacion que debia hacer á la tierna compañera
de su vida, á quien vió en aquel momento por la última vez.
Varela se fué, y poco des pues su señora salió tambien á ocuparse
en la compra de los objetos con que debia festejarse el dia 25. ,
Al volver la señora á casa, vió en la acera de enfrente, un hombre ~
que le pareció sospechoso-nada más que por presentimiento. Entró I
á prevenir de esto á su marido, pero aún no habia vuelto, y apenas I
subió, se acercó á los postigos del balcon para, observar á aquel,
hombre que la tenia inquieta. La luz de la habitacion en que estaba, '1
la imp'dió distinguir nada en lo exterior. . '
Varela regresó de su visita, muy contento. Halló en su escritono I
algunos amigos, y sin necesidad ninguna, tal vez por el solo deseo:
de hacer un servicio, tal vez porque así lo queria esa suerte en quien I
él no creia,-volvió á salir, diciendo á sus amigos que volvena en el
acto. Su objeto era dar al señor Mac Leon una contestacion relativa,
á un asunto judicial que éste le habia encomendado. Salió acompa-
ñado de un afiÚgo. .
En esos momentos; uno de sus hermanos se ausentó tamblen de i,
la casa por diez minutos j bajó á la calle hácia el muelle, y regresó l·
por el lado opuesto. En su tránsito por toda la cuadra nada víó que!
le llamase la atencion; solo recuerda que la calle estaba muy sola, 1
tal vez porque la gente habría afluido á la calle del 25 de Mayo,'
por donde á la sazon pasaba un batallan que marchaba á embarcarse. I
Al entrar en casa salían dos de los operarios de la imprenta, y estoii i
cerrarOJl la puerta 'lue aquel halló ablerta al entrar.
311
Entre tanto Varda volvia á su casa por la calle del 25 de Mayo;
cerca de la Sala de Residentes habló un momento con up jefe de
marina extranjero; en la cuadra siguiente se detuvo otro instante con
el sei'lor Ministro de Hacienda. En seguida continuó solo.
Tres minutos, á lo mas, haria que el hermano, de que se ha hecho
mencion habia entrado al escritorio, que da á la calle, cuando las
cuatro personas que estaban en él oyeron tres golpes á la puerta.
É inmediatamell;te que él último r;~lpe habia sonado, llc:gó á sus
oidos un corto rUIdo de pasos preclpltados y dos ayes lastImeros de
agonia, en los que uno de los presentes reconoció en el acto la voz
del infortunado Varela. Corrieron á abrir; nadie estaba en la puerta
pero algo se veia en una de la acera de enfrente: allí volaron yen-
contraron ... el cadáver de Varela, bañado en su propia sangre!
La noche era de luna, acababan de dar las 8; el crimen se habia
cometido á 60 varas de la concurrida calle de las tiendas; y sin em-
bargo, el asesino habia desaparecido.
Don Florencio Varela fué herido en la calle de Misiones, puerta
número 90, y cayó sin vida á treinta pasos de distancia, en la puerta
número 91.
Inmediatamente acudieron facultativos. - Ya era inútil. - Varela
habia sido herido por detrás, probablemente con una daga, que entró
por la parte superior de la espalda, y le traspasó el pecho, saliendo
la punta por la parte inferior del cuello. La direccion de la herida,
de abajo arriba, y el rastro de sangre que se halló en lo alto de la
mocheta de la puerta, indicaban que la persona que le hirió era de baja
estatura.
La noticia del crimen llegó al campo sitíador á las 10 de la misma
noche; á Buenos Aires, antes de las 48 horas, con tanta rapidez se
hizo volar un acontecimento que importaba una victoria para los
enemigos políticos de esta víctima ilustre.

VENCES Y URQUIZA

Sin enemigos ya y sin que nadie se atreviera á protestar ni de


pensamiento contra mazorcadas y mazorqueros, entró la federacion
al .goc;e tranquilo de las fortunas que habia amasado con sangre
umtana.
Las cárceles estaban sin presos, porque todos habian ido á engrosar
las filas del ejército,
Siempre temiendo algun levantamiento, Rosas se preocupaba en
aumentar su ejército, rodeándose así de un poder formidable.
Las provincias todas, bajo la férula del caudillaje más bárbaro,
soportaban silenciosamente su yugo, no podian hacer otra cosa.
El General Urquiza en Entre-RJOs, manteniendo siempre en jaque
á la benemérita Corrientes apoyaba en el Uruguay el poder de Rosas
con grandes elementos.
Corrientes, que n? se dormia y que batalla1;>a siempre, aunque
sordamente por su hberdad, se puso al fin de pié el año 45.
Su Gobernador y el General Paz formaron una alianza defensiva
y ofensiva con el dictador Francia del Paraguay.
Par~ contribuír á formar el ejército que habia de combatir á Rosas
FranCia envió a su hijo Solano Lopez con un ~ontingeItte de ocho!
~lentos paraguayo~, "
312
Pero Solano Lopez no tuvo confianza en sus aliados.
Vió Jos pocos f'lementos con que contauan y temienuo un fracaso
regresó al Parag:uay, uespues ue decir á Paz: ' ,
-Con estos elementos y los que yo pue~a proporcionarle, no hay
para luchar con I~osas cuyo poder es formu]able.
Yo crl1Í que ustedes tenian unos ocho ó diez mil hombres en pié
de ¡uerra! .
No por esto desmayaron los correntinos!
A costa de sacrificios incalculables, llegaron á formar un ejército
que podia tomar proporciones fabulosas.
U!q~iza, P?r mas que guisiera ocultarl.o, olió la patriada correntina
y dlÓ mmedIatamente aVISO á Rosas, qUIen le contestó deshiciese en
el acto aquel pequelio estorbo.
Urquiza dejó á su hermano de Gobernador delegado, y con un fuerte
ejército marchó sobre Corrientes.
El ej.ército corrt;ntino al sentir la proximidad de Urquiza, abandonó
la CapltSlI y se retIró á. Vences, donde se fortificó protegido por una
cañada que lo rodeaba, caliada muy pantanosa y llena de agua.
En aquella cañada, donde aglomeraron todos sus elementos ere.
yeron que podian resistir á cualquier ataque de Urquiza, por 'impe-
tuoso CJ.ue fuera.
UrqUlZa entúnces, jóven y ardoroso, no era hombre que vacilaba
mucho en la actitud que debia adoptar.
A pesar de la buena situacion del enemigo y de sus elementos no
despreciables, Urquiza formó en batalla, y escalonando sus ecuadrones
de caballeria, .mandó dar una carga á fondo.
Los Entre-Rianos fueron recibidos por un fuego de fusileria y arti-
lleria que los obligó á dar la espalda antes de llegar á la cañada.
Urquiza rehizo su tropa y poniéndose á la cabeza él mismo, llevó
la segunda carga, que por impetuosa que fuera y por más prestigio
que tuviese Urqiuza fué rechazada como la primera.
La infanteria y artilferia Entre-Riana empezaron entónces á jugar
fuertemente, haciendo verdaderos estragos entre los Correntinos que
como leones se defendian respondiendo al fuego.
La tercer carga de caballeria, más impetuosa y fuerte que las dos
anteriores, pronunciaron la victoria por parte de Urquiza.
Las tropas Correntinas fortificadas en Vences, tuvieron al fin que
capitular, creyendo que así escaparian al esterminio. .
Habian muerto durante el fuego la mayor parte de los Jefes entre
los que figuraba el General Bezon de Estrada y no tenian ya objeto
en la resistencia. .
La batalla de Vences, como todas las ganadas !'or las tropa~ de
Rosas ó corifeos suyos, tuvo el mismo final que el Quebracho, etc.
La más brutal carnict'ría del vencido.
Los que salvaron á la matanza fueron los que pudieron escapar
aprovechando la confusion del combate.
Los demás cayeron bajo el facon de aquellos bárbaros.
Despues de la derrota de Vences, el pamdoliberal volvió á llamarse
á silencio y el litoral enmudeció bajo el sable de Urquiza, como habia
enmudecido el Interior bajo el pUlial de Oribe.
Corrientes fué amarrado como Tucuman, como Mendoza y como
Salta.
El general Urquiza bajó á Corrientes y arregló su administracion
provisoriamente, hasta que Rosas la organizase de una manera
definitiva.
313
Arregladas así las CMas en Corrientes, Urquiza regresó á Entre-
Rios de donde era el pequeilO Rosas.
L; administracion federal siguió desde entónces marchanuo sin
mayor contrariedad, que las reclamación es de los Ministros Inglés y
Francés reclamaciones que llegaron hasta originar el segundo bloqueo.
Esto ~ra lo peor que podia hacerse, pues el bloqueo recaía inme-
diatamente sobre los súbditos de las naciones bloqueadoras en la
ciudad que eran perse~idos y saqueados.
Muchas veces los mmistros de aquellas naciones buscaron un ar-
reglo, sin poderlo nunca conseguir.
Rosas queria arr~g~ar la navegacion de los Rios de una ~anera
que solo á él COnVInieSe, y á ello no se l1restaban las potenclas es-
tranjeras, cuyas misiones habian fracasade todas.
El año cuarenta y ocho lleO'aron con aquel objeto el baron de
Gros!', comisionado por el Gobierno Francés y un Ministro de los
Estados Unidos.
Pero estas dos misiones no tuvieron mejor resultado que todas las
anteriores. -
Era tal el es!ado de soberbia á que habia llegado el insolente ti-
rano, que la persona de un ministro estranjero no le merecía mayor
respeto que un salvaje unitario.
Residia entónces en Buenos Aires el baron Picolet d'Hermillon,
encargado de negocios del Rey de Cerdeiia.
Este caballero digno y apreciable, no se habia prestado jamás á
esas adulaciones rastreras de que echaban mano los que querían
marchar con el gobierno.
Esto bastó para que Rosas lo declarara un pillo, indigno de habitar
la Confederacion Argentina, viviendo bajo el mismo techo que sus
leales mazorqueros.
y sin andarse en mayores contemplaciones, tiró un decreto, con
fecha 2 de Setiembre de aquel aiio, por el cual se obligaba á d'Her-
millon á salir del pais inmediatamente.
Los fundamentos de este decreto eran que el gobierno tenia co-
nocimiento pleno de que el tal ministro estaba complicado en manejos
unitarios y en continua comunicacion con los enemigos de su go-
bierno.
Esta situacion tan tirante vino á arreglarse cuando se instaló la
República Francesa, siendo estos mismos arreglos los que hicieron
estallar la bomba á los piés de aquel tirano maldecido.
La República Francesa .vió á Buenos Aires un enviado· especial,
el contra-almirante Lepraidoux, para arreglar de cualquier manera la
navegacion de los rios, tan necesaria para el comercio de todo el
mundo.
. Asociado éste al Sr. Southern, Ministro Plenipotenciario del gobierno
Inglés, empezaron á hacer sus trabajos con bastante facilidad.
Allanadas todas las dificultades que se oponian á la realizacion
del convenio, quedó espedi a la navegacion del Rio de la Plata, para
todas las naciones estranjeras.
Los beneficios que se reportaron fueron escasos en relacion, pues
los arreglos de los tratados de paz celebrados el 24 de Noviembre
del mismo año, eran del todo esclusivamente favorables á Rosas.
E~ ellos se fijaba, como un derecho privatlo de la República Ar-
gentina, la navegacion de los rios Paraná y Uruguay. _
A_quello, como todo lo demás, venia á ser un patnmonio esclu~vo
de Rosas, puesto que de todo disponia ~l á su entera libertad.
~14
~os mismos. Gobier~os del Litoral, par~ navegar lI:C[uellos rios, ten-
dnan que pedir permiso al pairoll, pt;rmlso que. sablan de antemano
les sena negado, pues Rosas no quena fiarles mngun poder marítimo
que pudiera importar una mala jugada á su gobierno.
Así la dictadura venia á echar pouerosas laíccs eternizándose de
una manera indefinida.
El General Urquiza, con este motivo, abrió el ojo, y el tigre de
Montid empezó á sacar las garras.
La Provincia de Entre-Rios, bien organizada y aliada con Co~ien­
tes, podía constituir un fuerte poder que contrarrestase el de Rosas.
Esta alianza por lo ménos, lo ponia en condiciones de buscar otras
ventajosas, ya en Montevideo, cayéndole á Oribe, ya en el Paraguay
halagando la ambicion deW1edida de Francia.
El General Urquiza era un hombre de una ambicion desenfrenada
por el poder.
Se habia deslumbrado ante la omnipotencia de Rosas, y más de
Una vez habia cruzado por su cerebro la idea de suplantarlo.
Urquiza era una hombre de ninguna ilustracion y de una educacion
. escasísima.
Pero poseía una viveza natural y una astucia capaz de competir
con ventaja con la mi~ma viveza de Rosas.
¿Por qué no podía ser él lo mismo que Rosas, mucho más si subia
al mando supremo, rodeado de una aureola de libertador glorioso, á
quien los pueblos deberian estar eternamente gratos?
Estas ideas empezaron á germinar en su cerebro, y él empezó á
acariciarlas, ocultándolas hasta á aquellos en quienes tenia deposi-
tada toda su confianza.
Era preciso proceder con una cautela asombrosa y con una saga-
cidad insuperable.
Prestijioso en Entre-Rios al estremo de levantar toda la Provincia
á su solo llamado, maduró su plan y resolvió dar el gran golpe.

PRONUNCIAMENTO DE URQUIZA

Con gran sagacidad y una increible reserva empezó á disciplinar


y armar grandes masas de caballeria, por ser esa su arma predilecta
y en la que mayor confianza tenia.
No estoy tranquilo con los correntino~ escribia un dia á Rosas.
Me parece que andan haciendo movMlientos de tropas algo sos-
pechosos y no será estraño que el dia ménos pensado tenga que
caerles de firme.
Por lo pronto, me voy allí á ver por mis ojos lo que sucede para
poder informar con exactitud á V. E.
y Urquiza pasó efectivamente á la provincia rival, pero con muy
distinto objeto del que comunicaba á· Rosas. .
. Urquiza iba á mover á Corrientes, haciendo un pacto de alIanza
con su Gobernador, para combatir la tiranía que tanto habia defen-
dido ántes.
Rosas por su parte tenia en Urq~iza una confianza ~imitad~. .
Lo creía su brazo derecho en el lItoral como que as! lo habla sldo
realmente.
As.í es 'lue no dudó \Ul JDornento de la veracidad de coml1nicaciou,
315
contestando á Urquiza que procediese no más, y que al menor sín-
toma de revuelta apre~ase á Corrí~ntt;s, fusiland? á .todos los Sa~yajes
Unitarios que alli hubiese,. para hmplar la p~OVl11Cla de sabandiJas.
Urquiza entre tanto, habla conclUldo su ahanza con ~l ~obernador
de Corrientes, quien levantaría en el acto todo su eJérCito, al que
Urquiza debia proveer de los elementos que le faltaran.
Una vez pronto el ej~rcito, debia. m~u~dar aviso. á Urquiza, quien
acudiria con sus entre-nanos como SI Vlmese á batIrlos, pero en rea-
lidad para incorporársele, engañando así á Rosas el mayor tiempo
posible, para maniobrar sin obstáculos. .
El Gobierno de Corrientes, más entusiasta y ménos precaVido, no
obró con el sigilo de su aliado, y pronto llegó á oídos de Rosas que
en Corrientes se estaban preparando soldados y elementos para nue-
vos escandalos, como él llamaba á los movimientos unitarios.
En el acto escribió al General Urquiza, estrañando se hubiera des-
cuidado, y recomendándole que en el acto fuese á Corrientes con
sus entre-rianos, disolviera aquel ejército farsáico y remetiese al
Cuartel General de Santos Lugares á los cabecillas del movimiento,
fueran quienes f~eran. . ' ..
Esto era lo úmco que esperaba Urqwza para moverse con su eJer-
cito sin inspirar la menor desconfianza.
«En el acto salgo con un fuerte ejército, e"scribió á Rosas, porques
el levantamiento es sério.
«Espero que en ocho ó diez dias podré comunicar á V. E. las más
satisfactorias noticias.»
y marchó á Corrientes en la creencia general de que iba nueva-
mente á someter la provincia rebelde.
Reunidos los dos ejércitos, con los fuertes elementos que Urquiza
llevaba, presentaron un número de fuerza respetable.
Pero no pareciéndole esto bastante se entendió con el gobierno del
Brasil celebrando un pacto por el cual el Imperio ayudaria al General
Urquiza con sus tropas de mar y tierra y sus mejores elementos.
Ya la tirania de Rosas se haCia pesada para toda la América, y era
necesario suprimirla cuanto antes.
Ello de Mayo de 1851, el General Urquiza lanzó su gran proclama
á los pueblos de la República, invitándolos á la guerra {>ara libertar
á la Nacion Argentina de aquel tirano malvado y sangwnario.
La noticia de todos estos acontecimientos y la proclama de Urquiza,
cayeron como una granada formidable en todos los pueblos de la Re-
pública que vieron brillar, con más certeza que nunca, una esperanza
de libertad.
Fué en Buenos Aires donde el efecto se sintió más hondamente.
Los federales temblaron y acudieron presurosos á Palermo y á San-
tos Lugares, no queriendo dar crédito á la noticia.
y se encontraron con que Rosas era el que menos la creia.
-Esto es una perfidia unitaria para dañar al General Urquiza, que
es el único freno que tienen en el.litoral y ponerlo mal conmigo.
yo necesito más pruebas para creer en la traicion del General Ur-
qwza.
Pero aquellas pruebas no tardaron en venir, terribles y terminantes.
No solo era cierto que Urquiza se habia levantado con Entre-Rios
y Corrientei, proclamando la guerra contra él, sinó que, lo que más
le enfurecía, se habia aliado al Brasil, tan detestado por él.
Rosas se Merró á SQ vez y empezó á aglomerar todos los elemento;:$
31G
de guerra de que disponía pasando aviso :.\ 10~ gobl"rnadores Jel in-
terior para que á gran prisa se ap~ontaran. para la guerra.
El General UrqUlza era un enemIgo terrIble por su gran influencia
y prestigio, cuanto por sus dotes militares.
Era tal vez el único enemigo capaz de infundir aJ<Tun temor á Rosas.
-Ese miserable se ha vendido al oro inmundo'" del Brasil escla-
maba temblando de furor y de miedo. '
y el grito de ¡Muera el loco, traidor, salvaje unitario Urquiza! re-
sonó en todas partes. - -
Los uJitarios llenos de fe y esperanza, apenas se atrevian á creer
semejante fortuna.
En lucha Urquiza contra Rosas, dados los elementos con que aquel
contaba, no habia que vacilar.
La caida del tirano seria un hecho fatal é ineludible.
y por lo. mismo .q~e así ~ensaban, ~isimu~aban del mejor modo que
les era pOSible, aSistiendo a las maUlfestaclOnes contra Urquiza el
loco, traidor, Salvaje Unitario. '
Rosas escribia á todos sus jefes de importancia llamándolos á Pa-
lermo, pues era preciso salir al encuentro de Urquiza antes que Ur-
quiza viniera á atacar la ciudad, de lo que era muy capaz.
Entre tanto Urquiza con un ejército de cuatro mil hombres, haLia
pasado el Uruguay y tomado á Paisandú.
Allí proclamó á los pueblos del Estado Oriental para que lo acom-
pañarañ en su cruzada libertadora y estableció el cuartel general de
sus operaciones.
Los orientales estaban cansados de lucha y <le sacrificio, pero ante
causa tan santa y cruzada que se presentaba con tantas probabili-
dades de éxito, no vacilaron en brindar su contingente generoso.
El primer jefe que se le presentó con una division de mil quinientos
orientales fué el benemérito don Servando Gomez.
Urqulza lo nombró jefe de "Vanguardia, concluyendo así de orga-
nizar su ejército.
Entre tanto, doce mil brasileros esperaban en la frontera las órdenes
del General Urquiza. para entrar á Paisandú, mientras las escuadra
imperial interceptaba toda comunicacion entre Oribe y Rosas.
Esto era lo que más contrariaba al tirano.
Habla contado con O.ribe como único jefe capaz de ir á estrel1arse
con Urquiza, y se encontraba con que tenia que renunciar á él por
no poder comunicarle sus órdenes y enviarle elementos de guerra que
caerian en poder de los brasil eros.
La desesperacion y furor de Rosas eran tan terribles, que se des-
cargaban sobre aquellos de quienes más necesitaba en su angustiada
situacion.
Urquíza marchó sobre Montevideo, donde entraria fácilmente, por
los odios que en su contra había levantado Oribe y la cantidad de
enemigos que allí tenia, quienes para levantarse solo esperaban un
peque¡io aI?oyo.
Oribe midió sus fuerzas, y vió que no podia resistir á Urquiza, cuyos
elementos eran poderosos.. . .
. Convencido de esto y Viendo que al fin toda la Repllbhca se le-
vantaría en su contra, privado del fuerte apoyo de Rosas por la es-
cuadra brasil era, celebró con Urquiza un pacto de rendicion, entre-
gandole no solo el ejército, sinó todos los elementos que con tanta
generosidad le diera Rosas.
317
Rodeado de enemigos por todas partes y temiendo que estos aten-
taran contra su vida, Oribe abandonó por completo toda esperanza
de triunfo para él como para Rosas y se emb~rc~ para ES'p~ula.
Urquiza empezó entónces á dar una orgamzaclOn defimtIva á su
ejército ya poderosísir~lO. . .
Muchos jefes y oficI~les que estaban co~ Onbe, ~e retrraron del
ejército usando de la libertad en que los dejaba Urqwza, pero prome-
tiendo no tomar las armas á favor Rosas.
Al!!UlloS de estos, creyendo que los elementos de Rosas fueran in-
supe~ables y que ~ la larga, el triunf?,. com? siempre, fuera suyo, es-
caparon de Montevldeo y burlando la VIgilancIa de la Escuadra, pasaron
á Buenos Aires, presentándose á Rosas. .
Entre estos jefes iban el célebre Ramon Maza y Gerómmo Costa,
á quienes dió Rosas el mando de los mejores cuerpos.
Otros jefes y oficiales que intentaron hacer lo mismo fueron ménos
afortunados.
Sentidos por las fuerzas de Urquiza, fueron tomados prisioneros y
conducidos ante el General en jefe, quien, constatado el delito los
hizo fusilar, sin otra formalidad.
Entre estos desgraciados cayó el Mayor José Suarez, jefe de las
milicias del Norte y otros muchos.
Las fuerzas de linea que guarnecian la plaza fueron reincorporadas
al ejército libertador y puestas á las órdenes del intrépido general
César Diaz, el oficial mas brillante de toda la Banda Oriental.
Con todos estos elementos y algunos más que fueron agregándosele
poco á poco, Ur'l.uiza reunió un ejército de treinta mil hombres, per-
fectamente orgamzado y disciplinado, no careciendo de nada.
A más era aquel un ejército entusiasta, lleno de bríos, con una fé
profunda en su jefe, y que deseaba ardientemente el día de la ba-
talla, para concluir de una vez con la infame tiranía.
El general Urquiza emprendió su marcha, dando colocacion en el
ejército á todos los jefes y oficiales que diariamente se le iban pre-
sentando, entre ellos el Coronel Aquino.
Un cuerpo de caballeria mandado por el Coronel José Aguilar, se
sublevó y degollando á éste, buscó la incorporacion de Rosas.
Urquiza forzaba sus marchas cuanto le era posible, sin fatigar de-
masiado á su tropa.
Deseaba llegar cuanto antes y obligar á Rosas á la batalla final
de su dictadura.
El ejér.cito de Rosas era más· numeroso aún que el de Urquiza,
pues haCla mas de dos años que venía remontándolo y equipándolo.
Comprendía que en él descansaba todo su poder y queria tenerlo
en un pié respetable.
Se tenia gran desconfianza de unos seis mil infantes destinados el
servicio de las armas 'por unitarios y temiendo una sublevacion se
resolvió no darles mumciones hasta el dia de la batalla.
Rosas sabia gue· con Urquiza venian numerosas tropas federales
de. las que hablan servido con Oribe, Maza, etc., y trató desde el
pnmer momento de atraerlas hácia sí.
Para ello empezó á protejer y auxiliar á las familias de todos los
sol~ados federales que venian con Urquiza, preparándolos así seguh
decla, para pasarse á sus filas el dia de la batalla.
L?s acontecimientos se precipitaban rápidamente, y aquella no
podia tardar.
319

lA VíSPERA DE CASEROS

El levantamiento de Urquiza y su aproximacion á Buenos Aires


con ejército tan numeroso, habia trastornado el majin de los federales
que andaban con un cerote de todos los diablos. '
A este jabon federal contribuia poderosamente el bombo desmedido
~ue Ru8as dió siempre á Urquiza, asegurando que era el primer mí-
litar de la América, despues de él, se entiende.
Rosas se creia poderosamente fuerte é invencible al revistar su
numeroso ejército, porque no contaba con que, en el momento del
peligro, todos aquellos soldados serian otros tantos aliados del ene-
migo.
El entusiasmo de la ciudad era inmenso, demostrando sus habi-
t!lntes que estaban dispuestos á defender la federacion hasta el úl-
tImo esfuerzo. .
.. Era que l.os. unitarios eran los más apurados en finjir aquel entu-
SIasmo patnóhco, no solo para escapar á las persecuciones terribles
de última hora, cuanto por tener más confiado al tirano.
Así se les veia afilando sus enormes sables en las piedras de la
vereda, ó limpiando sus escopetas y fusiles en los balcones y puertas
de calle.
En toda manifestacion, funcion Ó reunion de ciudadanos, no se
oian mas gritos que los de: ¡Muera el loco, traidor salvaje, Unitario
Urquiza! ¡Mueran los macacos sus aliados!
y estos mueras servian de lema, no solo en el encabezamiento de
las notas oficiales sin6 en las mismas cartas confidenciales que se cam-
biaban entre los hombres del gobierno y mundo federal.
Cada mazorquero contaba por cientos el número de rabos que
habia de cortar á los macacos, y por docenas las puñaladas que
habia de pegar al loco, traidor, salvaje unitario UrqulZa.
En las principales plazas de la ciudad, y sin contar los quemados
en Sábado Santo, se prendian continuamente judas que llevaban al
pié yen grandes letras celestes, el nombre del personaje que repre-
sentaban.
Uno era el loco, traidor, salvaje Unitario Urquiza, otro era el par-
dejan Rivera, otro el mulato asqueroso Flores, y otro en fin, el em-
perador de los macacos. .
Porque Rosas habia prohibido terminantemente por medio da
decretos, que se llamara de otro modo á los Brasileros.
Parece increible, pero en el Archivo de Policia existen notas de
Rosas, de su puño y letra, referente á los judas, como la siguiente:
-El que debe guemarse en la Plaza de la Victoria llevará el le-
trero: el loco, traIdor, salvaje Unitario Urquiza. El pardejon Rivera,
al .que debe quemarse en la Plaza del Retiro. El Emperador de los
macacos al quese queme en la Plaza Concepcion y el mulato Flores
el de la Plaza Nueva ..
- Todos estos judas serán pinta.dos y vestidos de celes~~, y para
mayor escarnio adornadas sus orejas y sombrer?~ con perejil y pasto.
-La Policia antes de prenderles Juego, p'ermItIrá al pu~bl? fed~ral
todas las manifestaciones que le sUJlera su Justa y santa mdlgnaclOn,
como pedradas, cortadas de oreja y todo lo que no Importe. una destroc-
cion del júdas, para que pueda quemarse como es debIdo.
J. M. ROSAS.
319
En Palenno y Santos Lugares, ta tropa tfnia. igual ent~et.~mn~ient0.
AH! se fabricaban enormes muñecones, bautizados y pmtal raJeados
de la misma manera.
Con ellos se entretenia la tropa federal antes de prenderles fuego,
dándoles de azotes, poniéndolos al cepo y haciendo con ellos toJa
cIase de maldades.
Al mWleco que representaba el Emperador del Brasil no se le ponia
mecha al pié como á las demás.
Su distintivo era una corona de verdura y una enonne cola de
bayeta colorada.
A estas fiestas de los cuarteles asistía el mismo Rosas, acompa·
ñado de Manuelita y de toda su corte de mulatos encargados de di·
rijir á los judas toda clase de injurias y bufonadas. .
Como si presintiera el ódio implacable que le tenian los unitariOS
condenados al servicio de las annas y quisiera evitar con ello un
desbande, Rosas se habia dulcificado con aquellas victimas de una
manera notable.
Habia recomendado á los jefes de cuerpo, no solo que no castiga.
ran á los soldados destinados, sinó que les dispensaran las faltas
leves que pudieran cometer.
- Es necesario ser humano y bueno con los leales defensores de
la santa causa, les decia, tratando de hacerse oir de todos.
Las familias de estos soldados eran atendidas por el Gobierno en
todas sus necesidades, empezando por hacerles devolver los bienes
pocos ó muchos que se les hubieran embargado.
Los ciudadanos que estos beneficios tardíos recibian, comprendían
muy bien su orijen, y solo esperaban el dia de la batalla para desa·
hogar contra los verdugos, su corazon tanto tiempo oprimido por
toda clase de martirios y vejámenes.
Oh! el dia de la batalla Iba á ser rico en desengaflOs terribles
para el miserable tirano!
Lástima que su profunda sagacidad le hizo preveer con mucha an·
ticipacion todas las consecuencias de una derrota!
Con mfnos astucia y cobardia por parte de Rosas, el memorable
3 de Febrero hubiera sido un dia completo!
Así como los frailes y curas predicaban el 40 y 42 santificando el
esterminio de los salvajes unitarios y sus inmundas crías, el 50 y 51
predicaban santificando el asesinato de Urquiza y sus viles aliados
los macacos y orientales.
Las borracheras y orgías que celebraba el cura Gaete y demás
gente de sotana, no tenian otro objeto.
Al final de· ellas se veía desbordarse á la calle, grandes grupos de
borrachos de ambos sexos, que entre traspiés y traspiés, barbotaban
una blasfemia contra el ejército del General Urquiza .
. -Ese dia del triunfo, gritaba Gaete á su público de borrachos, ese
dla !De he de ir yo mismo á bailar uná milonga entre las colas de
los macacos!
. y ha de ser con Rosalia! agregaba mirando á una especie de Ma·
ntorne.s seráfica que marchaba á su lado, con más cara de vino que
de mUJer.
Porq~e hay que advertir que el cura Gaete habia perdido toda
educacI~n y toda delicadeza, convirtiéndose además de borracho y
corrompido, en uno de esos compadrones de nariz roja y palabra
precóz que el mundo lunfardo señala hoy bajo el nomtire de ato.
"ante.
· 320
Oh! el cur~ Gaete era un tipo cuya memoria no debia perderse!
Era un fralle"completo, con todos los defectos, VICIOS y maldades
.¡ue puede cobIjar una sotana.
Cuando decia misa, en vez, de ~ch~r e.n el cáliz siempre vino prio-
rato, como se. hace hoy, poma cana o gmebra, por ser bebida más
federal.
y con toda la insolencia de su depravacion, lo contaba él mismo
para que no hubiese duda. '
En Jos últimos meses, Rosas empezó á tener miedo de los gnndes
eltibentos que amontonaba Urquiza.
'X ocultánd?lo húbilme,nte, empezó á organizar todos sus papeles
de ImportancIa y á encáJonarlos, en cuya operacion lo ayudaba solo
su hija Manuela.
Gran cantidad de dinero y joyas fueron encajonados tambien sin
que nadie pudiera apercibirse de ello. '
Es qut: ya Rosas se empezaba á preparar para el duro trance de
ser vencIdo y tener que ponerse en fuga.
y no era, como lo hemos dicho ya, que careciese de elementos
para contrarestar á Urquiza y no tuviese á sus órdenes jefes de
primer órden. .
~s que d~sconfiaba de todos aquellos elemento~, comprendia el
ÓdlO que debla profesarle la mayor parte de aquel ejército y se pre-
cavia contra un cambio de frente inusitado el dia de ~na batalla
decisiva.
Por lo demás estaba completamente tranquilo y lleno de fé en su
buena estrella, que hasta entónces no se habia oseurecido ni en
broma.
El ejército de Rosas, aquel ejército forzado y formado por uní-
tarios perseguidos, habia adoptado la misma táctica que los unitarios
que andaban libremente J;>0r la ciudad.
Victoreaban al Brigadier Rosas, héroe de todos los combates y
limpiaban continuamente sus armas, diciendo 'que las querian tener
como un relój el dia de la batalla.
Rosas parecia engañado con aquellas manifestaciones, atribuyén-
dolas á su táctica de hacerlos tratar bien y protejer á sus familias.
Así es que por este lado, redoblaba sus cuidados.
No atreviéndose á ir en busca de Urquiza, habia resuelto esperarlo
para batirlo mas eficazmente.
Aglomerando' en la ciudad todos los elementos de la, campaña y
los ílue pudo hacer venir de las Provincias, antes de interceptar
Urqwza su comunicacion con ellas, dividió en dos su numeroso
ejército.
Uno de diez mil hombres, más 6 ménos, que debia quedar en la
ciudad, y el resto de las tropas con las inmensas masas de caballeria,
en Santos Lugares.
El de la ciudad á órdenes del General Mansilla y el de Santos
Lugares bajo las órdenes de su segundo jefe el General Pacheco,
pues Rosas se habia reservado el puesto de General en Jefe de todas
las fuerzas.
Así llegó el 2 de Febrero, en que el General Urquiza, con su .bri-
lIante y lucido ejército llegó hasta Mercedes y avanzó hasta LUJan.
La batalla era inminente para esa tarde ? la ma~rugada del 3·
Rosas empezó entónces á tomar sus medIdas de últlma hora.
Para que nadie pudiera sospechar de lo que se trataba, empezó á
321
enviar desde Palermo, y bien escoltados, los cajones que habia pre-
parado de antemano, como si fueran auxilios de guerra á las fuerzas
de la p l a z a . , . .
Estos cajones, que como se sabe ya, conteman papeles, JOyas y
dinero, eran embarcados por intenuedio del Ministro Inglés en un
buque de aquella bandera, fletado por Rosas para el caso de una
derrota. .
Conclqido de embarcar este importante equipaje, Rosas remItió
tambien á su hija á casa del Ministro Ip~lés, diciendo q?e era para
librarla del susto de una batalla que sena larga y sangnenta.
De esta manera habia logrado salvar las formas ocultando toda la
verdad, que solo su hija Manuela conocia.
Tranquilo por esta parte, reunió á l~ jefes del ejérdto en quienes
mayor confianza tenia, como el Coron!!. Chilavert, el COI"onel Burgos
y otros.
Despues de conferenciar largamente 0011 ellos se fné ti Santos Lu-
gares, donde hizo llamar al General Pacheco para cambiar opiniones
sobre la batalla que debia tener lugar á la siguiente madrugada.
• En seguida se trasladó á Monte CaseTOS, estableciendo su cuartel
general en el edificio que alli habia, donde quedó citado Pacheco
para las ocho de la noche.

LA BATALLA DE CASEROS

En la ciudad habia un pánico de todos los diablos, entre los más


funestos personajes federales.
Convencidos de lo infame de sus ct1menes, á ningUllo de ellos se
le escapaba el fin miserable que tendcian si Dios protejia las armas
de Urquiza y Rosas era derrotada.. -
Así es que durante todo el dia 2 y durante. la noche, se les veía
circular como idiotas por todas las calles dándose <;on los conocidos
salv~jes unitarios, como si qtrisieran desde ya ponéi'se bajo su pro-
teCClOn.
Cuitiño, Parra, Badia, Troncoso, Gaetan, Amoroso, Alegre y toda
aquella falange de bandidos tremendos, parecian presentir su fin fatal.
y se les veía prodigar sus más alegres sonrisas y favores, á los
mismos que el dia antes habían cubierto de injurias y amenazas de
toda clase.
y er~ esta la mejor señal de triunfo ,que entendían los unitarios
de la clUdad, aquellos que afilaban el sable en el dintel de la puerta
y limpiaban la escopeta en el balcon.
En ~antos. Lugares, el jabon no era ménos espumoso que aquellos
q,ue ~as tenlan que temer })OC el mas causado poi' ellos durante la
brama.
D. Antonino Reyes miraba en todas dtrecciones como si buscase
una retirada segura.
. Pero solo veia con desespencion que en el caso de una derrota
la salvacion no- era posible.
. Solo ~osas podia ayudarlo en trance tan amargo pero sabe Dios
51 íodna ayudarse el mismo.
odos se consultaban enke sí para buscar en el otro la fortaleza
que no sentían. .
El puiiRI del tirano. 21
322
1
Hernandez olvidab~ sus resentimientos y se acercaba á don An-
tonio Reyes.
Maza charlaba con Jimeno, finjiendo una. alegria que estaba lejos
de sentir y el terror estaba estereotipado en todos los semblantes
Era la sombra de los p~ision.eros del Quebracho, de los Frias y de
tantos centenares de mártires Ilustres que se les aparecia en la hora
suprema, señalándoles un cada~so ó un banquillo.
La. mayor pa~e ~e las autondades de c;ampaña á la proximidad de
~qUlZa se hablan Ido reconcentrando ~ Santos 'Lucrares temiendo
c~er e.ntre las infinitas .I?artidas que aquel ha~ia desp~ndi<io en t"das
dIreCCIOnes, lo que faCIlitó, enormemente la mcorporacion de los pa-
triotas del Sur y del Oeste.
Como Rosas lo temia, Urgpiza habia acampado guardando nna for~
macion intachable para el "I!a~o de una sorpresa y preparado todo
para traer el ataque en las pruneras horas de la mañana.
Sus numerosas partidas recorrían el campo en todas direcciones
trayéndole á cada momento prisioneros que lo imponían de cuanto
necesitaba saber.
Habia una noticia que Urquiza habia recibido con especial placer:
la de saber que Rosas se hallaba en Caseros, y que él mismo man-
daria la gran batalla.
Esto era para Urquiza una prueba de que Rosas no pensaba huir
y una probabilidad más de que el triunfo seria suyo, porque sabia
que Rosas. era un militar falto de práctica y que no podria dirijir la
acciQn con acierto.
No hay mas que esperar el dia, dijo ~ sus aliados los jefes orientales
y brasileros. .
Respondo ahora con mi cabeza del éxito de la batalla puesto que
vamos á tener enfrente al mismo Rosas. .
A . ese hombre le ha llegado ya su día y ser~ preciso que se con-
forme, puesto que no ha huido como yo me lo temia.
Ya le verá la cara al loco, traidor, sah'aje unitario Urquiza!
Entretanto la hora de la cita habia lle¡?;ado, y el General Pacheco,
con todos los Jefes Superiores del EjérCIto 1 egaba á Monte Caseros
á tener el último consejo con Rosas sobre la batalla del día siguiente.
El General Pacheco se oponía tenazmente á que la batalla se diera
en el terreno que ocupaban.
-Estamos en terreno muy desventajoso, decía, y sumamente es-
trecho.
Nuestra principal fuerza está en la caballeria que aquí no podrá
operar de una manera conveniente y que si llega á sufrir un fracaso,
vá á ser envuelta y entónces la derrota será segura.
Es preciso salir más afuera, donde el terreno se preste más á hacer
un despliegue unido. .
Pero ya era demasiado tarde para elejir el terreno.
No habia más remedio que aceptar la batalla allí, donde la traerla
en enemigo, pues no era posible ya ni siquiera retroceder para buscar
mejor campo á retaguardia. .
La díscusion se entabló entre Rosas y Pacheco, sobre el meJot"
terreno de dar la batalla ó de huida, si el ocupado era malo, para
no comprometer su exito.
Pero Rosas más testarudo ó por tener ya su plan hecho, se sos-
tuvo en que la habia de dar allí á pesar de todo. . .
La discu!;ion se hizo destemplada hasta que Rosas la dió por ter-
323
minRda, mandando salir á todos los jefes, con escepcion del General
Pacheco. . . .
En seguida llamó un edecan y le ordenó hICIera retIrar á todos
los que se encontraran cerca de la habitacion que ocupaba.
Nadie ha sabido lo que pasó entre Rosas y Pacheco á no ser al-
guna persona muy allegad~ á ~ste último á quien él lo referirla.
Pero entónces fué un mIsteriO.
Solo los edecanes pudieron sentir que el diálogo se convirtió en
un altercado fuerte y enérgico, donde se pronunció alguna que otra
interjeccíon. '
A eso de las dos de la mañana Pacheco salió de am, montó en
su caballo, y seguido de su escolta se fué á su estancia de las Con-
chas, conocIda hasta hoy con el nombre de Talar de Pacheco.
Rosas desde entónces fué el jefes supremo que empezó á dispo-
nerlo todo.
Reunió á sus edecanes y ayudantes, con los que comenzó á impartir
á los jefes de cuerpo diversas órdenes.
Cambió el santo y mandó colocar doble número de guardias de
las que habia, ordenando avanzase una, hasta ver lo que hacia el
enemigo.
A las tres de la mañana salió Rosas de su alojamiento, y acompa-
ñado de dos edecanes se puso á recorrer á pié la larga línea de sus
infanterias y artillerías.
Delante de los cuerpos, y á medida que los iba encontrando, cam-
biaba ideas éon sus Jefes más caracterizados, los Coroneles Diaz,
Olilabert, etc. . '
Despues de revisado é inspeccionado todo, regresó á su habitacion,
acompañado del doctor Cuenca, cirujano del Ejército.
Rosas no dunnió en el resto de noche que quedaba.
Todo el tiempo lo empleó en pasear por la habitacion, como si
alguna idea lo preocupara.
El Coronel Pedro Burgos pidió penniso para hablar con él y siendo
introducido, empezaron á tomar mate.
Rosas parecía tranquilo y sin la menor ocupacion.
Cuando el día empezó á amanecer y se pudo ver lo que pasaba en
el campo, ningun jefe podía esplicarse la ausencia del General Pa-
checo, segundo Jefe del ejército y Jefe de aquella inmensa masa de
caballeria. •
y el tiempo pasaba y el General no parecia.
Por diversos avisos de las avanzadas se sabia que Urquiza, tendido
su brillante ejército en línea de batalla, avanzaba tranquilamente hácia
el campamento de Rosas .
. Este esperó un rato todavia, montó en su espléndido caballo tor-
dillo negro, y tomó las últimas disposiciones de la batalla.
Un momento despues, las armas de Urquiza se veian brillar al her-
moso sol de Febrero.
La division Oriental, con la bravura y ademan desenvuelto que es
característico al valiente soldado oriental, avanzaba á vanguardia y
un poco á la izquierda del ejército, cuya derecha ocupaban los ba-
tallones brasileros.
-Es preciso que aquellos macacos vuelvan todos sin rabo, dijo
Rosas señalando la divisíon brasil era.
y fUt;ron aquellas las últimas palabras que le oyeron sus soldados.
Tendidas las dos líneas cómodamente, se inició la batalla por un
324
buen !uego de artillerfa, tomando la de Urquiza por blanco las ca-
ballerlas de Rosas, para desbaI?-d.a~las, y C~ilabert, haciendo converjer
los fuegos de los suyos á la divIswn brasilera, que empezó á esperi-
mentar sérias bajas.
Aquella batalla puede deciTse que fué un suspiro.
CUando la infantería rompió el fuego, aprovechando Rosas la corr
fusion y el estruendo, oprimió oon las espuelas los fiacos del tordillb
y abandonó el campo de batalla, en direccion á la ciudad. .
""a batalla había reden empezado, ninguna ventaja se habla obte-
nido por el enemigo, y .sin embargo Rosas abandonab.a s~s tropas á
la derrota, pues no podia esperan;e otra cosa de un ejércIto sin jefe.
¿Era esto cobardia, apuro de ponerse en salvo previendo un mal
~esulta.do, 6 la ejecudon de un plan adoptado con toda frialdad desde
tiempo atrfls¡l
Quien sabe 10 que sería.
En el campo 00 batalla sucedió lo que era lógioo.
La caballeria se desbandó oomptetamente en todas direcciones y
una fuerte columna de infanteria avanzó oon el fusil vuelto abajo.
Era la gran masa de infanteria Unitaria que pasaba á engrosar las
filas del Ejército Libertador.
Un momento despues el desbande era general y la persecucion se
iniciaba por la caballería de Urquiza. .
Solo un hombre permanecía firme sobre el desier1lo campo, haciedo
fuego con una pieza de caño n.
Este hombre era el Coronel Chilavert, el hombre más bravo que
haya contado en sus filas el ejército federal.
Chilavert fué hecho prisionero y aún así mismo se le vió haeer su-
premos esfuerzos por disparar su pieza una última vez!
La disparada fué tremenda: unos hasta Santos Lugares y otros
hasta la ciudad.
El General Pinedo y el C-oronel Hernandez que disparaban juntos,
rodaron con los caballos haciéndose muchas contusiones de con~
deracion.
El Coronel Santa Coloma fué sa(;ado de la Capilla de Santos Lu-
gé'íres, y fusilado en el acto.
Era Imposible contener á las tropas vencedoras, en su zaña contra
todo lo que importaba un hombre de la federacion.
En el primer momento matlron á cuantos lograron alcanzar.
Los demás rosines como Maza, Reyes, etc; se habian escondi<k> y
huido á la ciudad, pues era imposible hallarlos por parte alguna.
Aquello era una disparada terrible y un pánico indescriptible.
No se veía una divisa federal. ni buscándola con el mayor esmero.
Los mismos que hasta entónces la usaron ccrno una garantia de
la vida, no hallaban parte bastante oculta para esoonderla de manera
que no fuese vista por las tropas de Urquiza.
El primer cuidali? fué buscar la persona d!,: Rosas, pues ningu?lO
se imalrinaba estuvIera ya tan á salvo, proteJHlo por el pabellon 10-
glés, ai que tant'Ü habia maltratado en la persona de los ministros
y enviados inO'leses. . " ..
La ciudad ofrecia un cuadro de des6rden y entuSIasmo mdescnptib1e.
Las armas se disparaban, pero en sellal de regocijo popular, y por
todas partes se ,"eian ondula~ p~dazos de géneT<? celeste.
Rosas habia entrado ú la CIUdad con la tranquilIdad de un General
que está seguro del triunfo más espléndido.
325
Había recorrido las fuerzas que guarnecían la plaza, dirigié?dose
en seguida á 10 del Ministro Inglés, donde se baJó de su tordillo.
Iba á dar la última manito á sus arreglos de fuga.
¿Contaba acaso Rosas con que t;l ej~rci~o federal sin direccion y
sin jefe triunfára en Caseros del ejérCito lIbertador?
¿Tanta fé le merecia aún su buena estrella? .
Media hora apenás hacia que habia llegado á la ciudad, cuando se
presentaron los primeros grupos de caballería anunciando la vergon-
zosa derrota.
Era tal el terror de que venian dominados, que anunciaban como
la casa más cierta que el General Rosas habia caido prisionero y que
el enemigo venia degollando á cuanta gente le caía. ~ la mano.
El pán~co de los derrotados se comumcó á la guarmclon de la plaza,
que arroJó sus armas dando mueras al tirana.
Esta fué la señal para que salieran á la calle los unitarios que per--
manecieron ocultos, á respiras las primeras brisas de libertad.
y aquellos á quienes se habia visto desde la víspera afilar sus sa-
bles y limpiar las escopetas, eran los primeros en salir á la calle á
lucir sus div~sas celestes y vivar a los vencedores.
y á cada instante nuevos grupos de derrotados venían á aumentar
el J>ánico de los federales.
Los jefes de la mazorca se apresuraron á ganar los sótanos y los
po2oz de las casas, de donde fueron sacados poco á poco..
Rosas no esperó más.
Salió de casa del Ministro Inglés, acompañado de este y se di-
rigió al muelle.
El que lo veía cruzar las calles vestido aún con sn gran uniforme,
DO hubiera conocido en él al miserable tirano de la víspera.
Su hennoso y aristocrático semblante se hallaba descompnesto fe-
rozmente por una espresion de ira impotente y reconcentrada.
Sus ojos celestes brillaban oon una espresion de ódio infinito y de
ferocidad implacable. .
Era la fiera que no se resolvía, perseguida por el montero y los
perros, á abandonar el teatro de sus sangrientas depredaciones, y
que le faltaba el valor necesario para hacer frente y tirar su última
dentellada .
. Pá~i~o y sombrío, sepult~ba la mirada en las largas calles, como
SI qwslera en su rayo, enViar la muerte á los que las cruzaban dis-
parando sus a:mas y victoreando á Urquiza.
:-EI loco traidor! murmuró en una especie de rugido, es el infierno
qUlen lo ha ayudado!
y alzó al cielQ los puños, en un ademan mAs colérico, al pisar el
bor?e de la .lancha que lo esperaba.
No volverla á poner los piés en la tierra que tanto habia ensan-
grentado!
Poco despues se le veia sobre la cubierta del buque salvador, que
levaba anclas, oon la vista fija en la ciudad á través de su largo an-
teojo de marina.
,¡CUflntos P!oyectos de venganza ajitarian su mente!
QUlen hubiera podido penetrar en aquella cabeza malvada para
contemplar todo el horror de su pensamiento! '
. J\-~ome~tos despues se presentaba en la ciudad el General D. Ben-
jamm Vlrasoro, gobernador de Corrientes, al frente de una fuerte
columna de infanteria. -
326 \
,¿Qué ~esistencia podia encontrar en una plaza cuya guarnicion ha-
blll ,~rroJado las a:mas y cuy? pueblo lo esperaba con gritos de re-
gOCIJO o esc1amaclOnes entusiastas?
La plaza se le entregó sin disparar un tiro, y desde el primer me-
mento quedó ocupada á sn entera satisfaccion,
Miéntras las tropas correntinas ocupaban los cuarteles del Retiro
y demás de la ciudad, el General Urquiza se instalaba en Palermo
er¡ ~quel terrible Palermo donde tantas iniquidades se habian co~
metido.
AIlI se mancharon tambien las armas vencedoras fusilando al Co-
ronel Chilabert por órden de Uiquiza y colgando s~ cadáver en los
sauces, como el de un criminal á quien la justicia castiga.
El Coronel Chilabert era un valiente; habia combatido como un
leo~ al pié de su~ piezas, allí habia sido ,ton;ado prisionero y no me-
reCla la muerte smó el respeto y la adml(aClOn que inspira todo el
que es vencido de esta manera.
Los partidarios de Rosas que no fueron tomados con armas en la
mano, no solo no fueron perseguidos sinó que ni siquiera se les in-
comodó.
Solo los cri~in~les conocidos, aquellos que el pue~lo señalaba por
sus nombres mdlcando sus guandas, fueron reducidos á prision á
medida que se les iba encontrando.
Los que podian emigrar, temiendo que el vencedor les tomara
cuenta de sus crímenes y mald,ades, Ó que el mismo pueblo se hiciera
justicia despedazándolos por la calle, lo hacian sin que nadie los
molestara.
Así se fué Maza, el Coronel Costa y muchos otros.
Al dia siguiente la ciudad habia cambiado de aspecto, ofreciendo
un cambio harto lastimoso.
Parte de las tropas vencedoras y de las que se habian. entregado
en la plaza, que vestian ya de la misma manera que aquellos, se
habian entregado al saqueo más brutal. .
Las casas de familia eran asaltadas por aquella soldadesca desen-
frenada, que se entregaba en ellas al pillaje y. á los actos más bár-
baros.
El pueblo, armado ante aquel peligro tremendo, empezó á defen-
derse desde las ventanas y azoteas.
El General Urquiza, impuesto de lo que pasab~, mandó al General
Virasoro y al Coronel Lista, recorrieran las calles con batallones de
infantería, ordenando fueran inmediatamente pasados por las armas
todos aquellos individuos que fueran tomados robando, ó que se su-
piese habian asaltado casas á mano armada.
El General Virasoro dió cumplimiento á la órden, con tal rapidéz.
que el saqueo y escándalo terminó bien pronto, mediante una vein-
tena de salteadores que fueron pasados por las armas, amen de los
que ya habia muerto el pueblo que se defendia. . .
Ent 'nces se dirijió á Palermo una comision compuesta del ObiSpo
Escalada, de don Vicente LOl?ez, Presidente de la Cámara de Justicia,
don Bernardo Es..:.alada, Presldente del Banco de la Provincia y don
José Maria Rojas. .
Esta Comision hizo presente al General Urquiza la necesIdad que
habia en nombrar en la ciudad alguna autoridad de respeto, pues l.a
Provincia quedaba en un peligroso estado por ia carenCla de auton-
dad alguna.
327
Fué enMnces que el General Urquiza nombró Gobernador provi-
sorio de la Provincia, por medio de una nota, al doctor don Vlcente
~sLos jefes y oficiales del ejército de Rosas que se entregaron y 1os
que se presentaron despues en Palenn~, fueron respetados etl: sus
grados y empleos, sin que la nueva autondad los molestara ó pnvara
de ello!>. • .
Así terminó en Buenos Aires aquella tiranfa sangrienta y be~tIal,
que habia durado veinte años terribles cuyo capítulo más sangnento
son los del 40 y 42 •

LA ÚLTIMA VíCTIMA

La última persona que tusiló Rosas, un mes antes de su caida, fué


un jóven Ville~as, esposo de doi'la Dolores Ugarteche, casada hoy
con don Franclsco MlTó. .
Villegas residia entónces en Monte\ideo, bajo la más estricta po-
breza, como sucedia á todos los emigrados.
En los últimos meses de la tiranía de Rosas, el demonio de la am- ..
bicion habia golpeado la mente de Villegas.
- ¿ A este miserable que harbbado la fortuna de los unitarios,
pensaba, porqué no arrancarle una parte de ella, bajo cualquier forma
que sea posible?
Pensando en todos los medios que pudieran darle por resultado la
la realizacion de su idea, se detuvo en la falsificacion de la firma del
tirano.
Una órden bien hecha, con la firma irreprochable, le parecia el
medio más fácil y rápido.
El Banco, no atreviéndose ¡i demorar un minuto el d~pacho de
una órden del tirano la pagaria en el acto, y miéntras' se averiguaba
la verdad, tenia tiempo de haber regresado á Montevideo y ausen-
tándose para Europa si lo estimaba conveniente.
Para presentar en el Banco la órden falsificada, se necesitaba
un valor á toda prueba.
La menor turbacion, la menor palabra desacorda podia hacer nacer
la desconfianza y costarle la cabeza.
Pero Villegas era un corazon valiente y su espíritu precavido.
Tenia fé profunda en la concepcion de su plan y estaba firmemente
decidido á la realizacion de la empresa.
Mucho tiempo estuvo dedicado en estudiar la famosa firma de
Rosas, h.asta que llegó á imitarla con admirable perfecciono
Obtemdo este resultado, Villegas se vino á Bue,nos Aires, con una
órden preparada ya, para que el Presidente del Banco le entregara
la suma d~ dos mil~ones de pesos- para desempei'lar una comision de
la ~ayor lmportancla.
yillegas cubrió su retirada dejando una ballenera apostada en el
baJo de las Catalinas, y esperó que fueran las 8 de la noche. .
. -Aunque en el Banc.o desconfien, pensaba, á esta hora no han de
Ir. á consultar á Palenno ni se han de atrever á demorar el cumpli-
miento de la órden.
\~ á las ocho de la noche, cubriendo sus o.'os con un par de an-
teoJos d~ color, para que la emocion no fuera á venderlo, se presentó
con su orden al señor Escalada, Presidende del Banco.
328 1
1

Profunda debia. ser la emocion que esperiment.aba Villegas, en U!\ I


momento en que Ju~aba la cabeza contra dos millones de pesos!
La menor vacÍlaclOD, el más leve desliz era su perdicion se!rura.
Escalada desconfió de la firma, 6 estrañó la redaccion de la 6rden
reuniendo en el acto al Directorio. '
éomo Rosas no admitía escusas en la falta de cumplimiento á sus
órdenes. resolvieron entregar el dinero y averiguar la verdad dando
cuenta al tirano de haberse cumplido su 6rden. '
• Villegas recibió los dos millones de pesos sin la menOl" emocWn
aparente, y se alejó sin siquiera saludar.
Pll-r~cia .un verdadero eI?-,,:iado del tirano, en el desempeño de una .
comlSlon Importante, comlSl0n que no era de estrañarse, dado el
estado de las cosas.
VilIegas, que con tanta astucta habla procedido hasta aquel IDO-
mento, una vez dUeJlo del dinero, se turbó, y en vez de embarcarse
en la ballenera que lo esperaba, acompañado de algunos corredores
amigos empezó á comprar onzas.
Queria tener el dinero en oro para el caso en que tuviera que
ausentarse á Europa.
En el acto de salir Villegas, Escalada fué de oplnion que se debía
pasar una nota ¡\ Rosas, dándole cuenta de haber cumplído su órden.
- De esta manera, decia, quedamos tranquilos y podremos saber
si la órden es auténtica.
Esta idea fué encentrada muy puesta en razon, y redactada la nota
en aquellos términos, fué inmediatamente enviada á Palermo
Grande fué la sorpresa de- Rosas al recibirla.
Se le habia falsificado su firma ó el Presidente del Banco habla
perdido el juicio. . .
Inmediatamente envió á buscar al Presidente del Banco, recomen-
dándole trajera la órden, yal Jefe de Po1icia, para tomar las medidas
del caso.
Tan admirable era la falsificacion, que el mismo Rosas quedó asom-
brado.
No podian hacerse cargos por su cumplimiento..
Tomadas las señas de Villegas, Rosas ordenó al Tefe de Policía
pusiese en juego todos sus resortes para dar con el· falsificador. I
- Y cuidado que la Policia lo deje escapar, agregó, porque en-
tónces será la Policia la que me responda de todo.
Villegas, pensando. que recien al dia siguiente daria el Banco c~~ta
de lo sucedido, segwa comprando onzas con la mayor tranquilidad
y cachaza.
La Policia, puestos en juego todos sus recursos, no tardó en echarle
el gl1ante, cl1ando ya Villegas compraba las últimas onzas.
Fl1é el Comandante de Serenos quien realizó su prision, conduciéD-
dolo al cuartel de sus asesinos.
Rosas sin averiguar los móviles de la falsificacion, ni si Villegas
tenia ó 'no cómplices, lo mandó fusilar inmediatamente.
Antes de cumplir esta órden, los Serenos se entret~vieron en darle
de palos y pinchazos, de modo que cuando se le fuslló apenas con-
servaba un átomo de vida.
Así pagó Villegas su demasiada confianza, siendo la suya la última
sangre que se derramó por órden del tirano.
FIN.

También podría gustarte