El Puñal Del Tirano - Eduardo Gutierrez PDF
El Puñal Del Tirano - Eduardo Gutierrez PDF
El Puñal Del Tirano - Eduardo Gutierrez PDF
EL
PUÑAL DEL
POR
EDUARDQ GUTIERR,EZ
1 ,
BUENOS AIRES
1888
DRAMAS D~L TERROR
•
UNA TRAJEDIA DE DOCÉ AÑOS
.-
lB
la, ('a~a de Lynch, ~in golpear la puerta, para no hacerse notar, segun
diJo, pero co'n un fin muy dlyersn, '
Cu~mclo lo;; dos amig;lls se, hubie~on desp~di(~o, Merlo habia aban.
d~mado su trab,a;o y tr~~sbdadllse a la COlTI\Sana de Cuitiño, a (uien
lllzo una sella Impercetlble, 1
Este se levantó y se fueron ambos á una pieza reservada,
-Parece que "ó'n á caer algun,\s pájaros de "¡os más famosQs, dijo
apena;; se sentaron,
Vamos á estar de fiesta dentro de poco.
¿ Qué hay? hemos olido algo bueno'? •
- Ya lo creo que sí.
Parece que tenemos fugada.
y quiénes son los que se ván?
- l-'~r ahora solo sé de dos - el coronel Lynch y don Isidoro
Oliden.
y refirió su conversacion en aquella maiíana con los dos unitarios.
- Es preciso que si hay alguna vigilancia en casa del coronel la
retiren, porque seria hacerme sospechoso para ellos. '
- Hay. un vigilante que ronda de tarde en tarde, pero lo voy á
hacer retirar.
Es preciso ser vivo, amigo Merlo, pues esos pájaros son de la
mayor importancia.
Apunte los nombres de todos para agarrarlos en seg\lida, si acaso
alguno pudiera escapar.
- Si apunto me pierdo.
¿Qué objeto tendria en apuntarlos?
Nada, ya sabe que tengo la memoria larga y que aunque (ueran
veinte, no se me olvidaria uno solo.
Para ver si puedo pescar algo que no quisieron decirme por un
esceso de prudencia, tengo ya mi plan.
Voy á meterme de golpe en la casa, bajo el pretesto de no hacerme
ver de la calle.
Así lo que esté á la vista, lo conoceremos.
- Superior - vaya no más, amigo, que de esta hecha nos acredi.
tamos más que gobierno.
Merlo salió de la comisaria de Cuitiño y se dirigió rápidamente á
casa de Lynch.
Hé aquí esplicado el por qué de aquella entrada tan franca, que
los dos amígos hallaron muy puesta en razono
No convenia de ninguna manera que Merlo se hiciera sospechoso.
Est~ ,era sagaz '1 previsor como ninguno, obs~rvaba e~ detalle más
insigmficante, y SIempre era preparado á destruir cual~wer sospecha.
Era difícil que lo hubiera ~isto alg~i~ entra.r y sahr á lo de Cuí·
tii'lo pues ambas cosas las hIZO prévla mspecclon de calle.
E;a, pues, urgente parar anticipadame!lte la mal~ .impresíon .q~e
tal noticia hubiera hecho en 109 dos amIgos: la notlcla ae su Vlslta
á Cuitii'lo.
Así es que cuando se tomaron todas las preca~ciones para no ser
interrumpidos, fué lo primero que espuso aquel miserable.
- AqUÍ donde ustedes me ven, diJO con la mayor frescura, vengo
de la comisaria de Cuitiño.
Para abordar una situacion, no hay mejor cosa que cO,nocerla con
toda exactitud: así antes da venir quise informarme de SI algo nuevo
babia referente á ustedes.
19
Pero nada hay ml1s de lo que ya. coilocen.
Como supongo que era lo que ustedes me iban A ped) , me he an-
ticipado al pensamiento. • . .
Les garanto entónces q';le no hay nada de nuevo y que SI la pohcla
los vigila es muy por encima.
He acertado?
Merlo habia sospechado que se trataba de fuga, pero se habia guar-
dado muy bien de darlo á conocer.
Era mejor dejarlos venir sin el menor esfuerzo.
_ Ya sabia que e!! usted hombre precavido, dijo Lynch hacien<1O
una señal de complacencia á Oliden, como si dijera ~que le parece
mi hombre?' •
Pero se trata de algo mAs grave;, así es que el servicio que le tengo
que pedir es importante.
Para un hombre menos sagaz y prudente, podria ser de algun com-
promiso, pero en usted no hay cuidado.
Hable no mds sin reserva, que si hay compromiso 10 serviré con
mayor comp.lacencia.
De otra manera y si la cosa hubiera sido lo que yo pensé, no
valqria la pena de tanto.
- Pues bien, mi amigo, se trata de evitar que el dia menos pen-
sado nos den una mazorca da, y hemos resuelto irnos.
Como usted tiene tantos amIgos en una y otra parte, he pensado
en usted para que me proporcione un barquero de absoluta confianza.
Ya sabe usted que los emigrados que son sorprendidosj, es, en su
mayor parte, por delaciones de los que loa deben embarcar.
Por eso hemos resuelto suspender el viaje hasta no tener una per-
sona de quien usted mismo pueda responderme.
-Eso si que es grave, es clamó Merlo, fingiendo un gran embarazo,
-no por mi sinó por ustedes.
La costa está muy vigilada, Cuithlo y Parra no se duermen en las
pajas, y embarcarse hoyes tan difícil como volar.
Merlo sabia por esperiencia ~ue con aconsejarlos así no se perdia
nada, pues ningun consejo podia detener al que se resolvia A fugar,
mucho más con hombres como el Coronel Lynch.
Demasiado sabia todo el pueblo las grandes dificultades con que
habia que luchar.
-Yo les aconsejo que no hagan locuras, prosiguió Merlo.
Esperen un poc,?, que tal vez el embarque sea más fácil y menos
peligroso.
Hoyes de un gran peligro.
-Agradezco su interés, dijo Lynch, pero encuentro que mayor
peligro 8e' corre quedándose, cuando estamos ya seI'íalados.
~~s que si los toman en el bajo los van á pasar á cuchillo.
-Puede ser que n6, qué diablo!
Somos vario~ y estamos resueltos á pelear en último caso.
Algo o uera, pero alguno!! tambien nos salvaremos.
- Tamb~en tienen razon, dijo Merlo, fingiendo gran preocupacion.
Tan peh¡rosa es una cosa CQlIlO otra. •
Al fin y al cabo si todos los que se van son hombres como usted,
peleando se puede hacer mucho.
-\a lo cr~o que lo son! dijo Lynch-el que menos es capaz de
cambIar su vlda con otra.
-Supeñ'or, superior, dijo Merlo-pero no se descuiden, miren que
Aa cosa es del e'ás sério peligro.
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No me conformaría jamás con que, habiendo yo mediado en esto
fuera á acontecerles una desgracia! ' ,
-No tenga cuidado-de todos modos nunca habria que hacerle el
más. leve reproche.
Puedo garantirle para satisfaccion propia, que tengo tanta confianza
en usted come en mi mismo.
Merlo sintió que un resto de vergüenza le salia al semblante.
Por miserable gue fuera, aquella ciega confi~nza en su hOtlrAdez no
dejaba de causarle algun remordimiento. .
Qu~ mal le habían becho aquellos hombres leales 1 que así prepa-
raba el abismo de muerte a que los iba á hacer rOdar?
Qu~ interés de venganza ~ de pasion podia llevarlo ~ cometer aquel
crimen vil y repugnante? •
~inguno, absolutamente ninguno.
St. fmico interés era quedar bien con-Cuitil'1o y partir con este la
comision de la buena presa y alguna alhajita de los cadáveres. .
Esto era el único móvil que guiaba á aquel cobarde en su obra
maldita.
Asl es que 186 últimas palabras del Coronel Linch, no dejaron de
hacerle alguna impresiono
-Conque, qué nos dice? concluyó aquel-tiene algun barquero tan
seguro como usted mismo y á qUien podamos fiarle la cabeza.?
-Conozco dos ó tres, diJo Merlo, acostumbrados á este gwero de
espediciones.
Sobre todo hay uno que ha hecho tres viajes con unitarios y de
quien puedo responder como de mi mismo.
Pero para saber si les conviene, necesitaría hacer una pregunta que
desde hoy no quiero hacer, porque parece curiosidad inmotivada.
-Pregunte no más, Merlo, sin el menor temor, ya le he dicho que
tengo en usted tanta confianza como en mi mismo, y una prueba de
ello es lo que estamos tratando.
-Como le he oido decir que los que van son varios, para saber
si les conviene esta embarcacion, la más segura, necesitamos saber
cuántos son, porque es chica.
- y para preguntar eso andaba deteniendo sus recatos.
-Somos CIOCO: nosotros dos, José Maria Salvadbres, Maison y Riglos.
Supongo que ahora se dejará de delicadezas, pues sabe la cosa por
completo.
Merlo sintió una emocion que apenas pudo disimular, al conocer
aquellos nombres, importantes todos ellos.
-Cristo mio! esc1amó, por si acaso se habia traslucido algo de su
emocion-jamás me conformaria con que á tales personas fuera á
sucederles lo que á tanto otro mártir!
En el barco de mi hombre caben hasta ocho, apretados-seis idn
con comodidad. .
Les garanto que con el barquero pueden tener una confianza ciega.
Por este lado pueden estar tranquilos.
No les queda ¡:ra dificultad que burlar la vigilancia de las partidas
del bajo.
-Si nos sorprenden nos hemos de batir bien, repuso Linch con
una fé profunda.
. Para que nos degüellen será preciso que la casualidad venga en
nuestra contra.
-Dios no lo quiera!
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Yo me voy ahot'a misttlo á ver al de la ballenera, para que no se
comprometa con otro. '
D~nde quieren que lo lleve para que hablen con él.?
-Es inútil, repuso Lynch-hable con él usted mismo y trate el
precio.
Pregúntele si podemos disponer del barco hoy ó mai'lana, y usted
nos contesta. '
De este modo evitamos el ser vistos hablando con un barquero.
No le parece, co~pai'¡~r~?
Oliden, que a él Iba dmJlda la pregunta, aprobó por completo lo
que Lynch habia dicho.
-Ya que el seflor nos sirve de tan buen.corazon, dijo I es mejor
que complete as! el servicio.
-Entónces no hay mas que hablar-fijo précio.
-El que pida, y adelantado.
-No hay neeesidad, basta que yo lo vea, para que sepa que se
trata de caballeros cumplidos.
Entónces ahora mismo me voy á hablar con él.
La contestacion la traeré yo mismo antes de la noche, para poder
fijar 1!a y punto-hasta luego.
-Hasta luego, contestaron los dos amigos, y miraron salir á aquel
hombre con una especie de respeto.
-Qué opina? pregunto Lynch á Oliden-le parece hombre en quien
uno pueda fiarse?
-Basta oirlo hablar y mirarle la cara. para comprender que es un
hombre honrado y leal.
Aunq,ue usted no hubiera garantido su fidelidad, no trepidaria yo
en congarme á él.
Apruebo, pues, en un todo su proceder, y declaro que tengo fé en
el resultado de nuestra empresa.
Estoy contento, y algo me dice en el corazon que llegaremos sanos
y salvos á Montevideo.
La únjca dificultad que se presenta es que el barquero esté com-
prometido, y esto solo importaría una demora.
-Es que una demora en nuestra situacion vale la vida.
Soy de opinion entón ces que se busque otro.
No ha de encerrarse en esto toda bienaventuranza.
- y en último. caso, observó Oliden, yo tengo de 'quien valerme,
aunque mi hombre vale menos que Merlo, porque no conoce como
este á la gente federal, ni anda entre ella.
De todos modos, esperemos su vuelta, tal vez traiga buena noticia.
Los dos amigos resolvieron esperar, pues á la hora de reunirse
los cinco, era preciso que todo estuviera arreglado.
Entre tanto Merlo se habia dirijido rápidamente á su casa, desde
donde habia, mandado llamar á Cuitii'lo.
Volver a la comisaria no era prudente, pues ya no tenia una dis-
culpa séria.
Miéntras que Cuitiño podia ir á su casa, aunque fuese visto, pues
no estaba en su mano evitarlo.
Cuitiño concurrió con tanta premura como á u¡) llamado del mis-
mo Rosas.
~ra indudable que Merlo lo mandaba llamar porque tenia todo el
ovillo.
-Qué tal? dijo en cuanto entró-tenemos ya la lista.
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- y qué lista! cinero unitarios de lus más importantes .
. Esta va a ser l~ más famosa .pescada de todas,-conque prepárese
a tender el aparejo en la segundad de que todo es pescado fino--
no hay ni un solo sábalo.
~Vaya echando pues, no me haga lamer de curio~idad.
-Pues me parece que de la espedicion hacen cabeza el coronel
Lynch y Oliden, don Isidoro.
-Buenas cabezas porque son pesadas! y quiénes son los otros?
- Tres más, Salvadores, l\1aison y Riglos.
-Al fin caen tambien esos! esclarn6 Cuitino-Unitarios flor y nata
Qué dia va á pasar el Restaurador! .
Y cuándo es el viaje?
-No lo sé todavia porque debo ir á ver un barquero que les he
ofrecido, para arre~larlo.
PfVO me parece mútil desde que los van á atajar.
-No está de más, véalo y haga el trato.
Bueno es estar prevenido á cualquier desconfianza que pudiera
ocurrir á última hora.
Y, tiene la seguridad que son los que me ru-ce?
Mire que seria lástima faltase alguno!
-El mismo Lynch me los ha nombrado: tienen en mi una con-
fian~a ilimitada.
-Pues no hay que perder tiempo.
Trate el barquero-cuál és? don Cárlos?
-El mismo;
-Bien: tdtelo, y me avisa 10 que resulte.
-Ah! bueno es saber que el fandango va á ofrecer alguna difi-
cultad.
Segun me han dicho, si los descubren, ván dispuestos á pelear de
firme y causar todo el mal posible.
-Cu~dado, porque tengo entendido que es gente brava y de en-
trañas de buen temple.
-Llevaré la flor de mi gente, para llevar poca, dijo Cuitiño como
hablando consigo mismo. .
Podría avisar á Parra que me auxiliara en caso de apuro, pero e:;¡
una lástima partir con álguien la gloria de esta batida.
Por resueltos que sean, llevaré yo con qué amansarlos. No hay
que dejarse ~aliciar el juego, mire que de es.ta echa nos vamos á
lucir de lo lmdo.
Merlo, asi que se fué Cuitiño, montó á cab~llo y se largó á lo del
nombrado don Cárlas. E5te era un genovés franco y noble, que se
habia puesto al servicio de la gran causa, sin el DleDor interés.
Si le pagaban, recibía, pero no negaba sus barcos al que le mani-
festaba no tener con qué pagarle por el momento.
Don Cárlos estaba en el bajo, en su punto de parada habitual.
Conocía á Merlo por un unitario decidido, como todos ellos, hasta. ,
romper lanzas con el que le hubiera dicho que era un traidor. .,
Así es que en cuanto aquel le hizo una sefla, lo siguió disimulada-
mente.
Merlo se dingió. con él á un paraje solitario entre los árboles, y
allí le dijo sencillamente:
-Le tengo cinco viajeros que le pagarán lo que se pida .
. Le conviene la bolada?
-Ya lo creo que sí, por Cristo! para trabajar estamos, per Dio
~Ilcramento, y para servir de paso, si 'se puede¡ á la buena gente.
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-Esta desocupado por ahora, es decir, libre de compromiso con
algun otro? . .
-Si, pueden disponer. de ,"?I cuando qUleran-¿ qué hay que hacer?
-Llevarlos á MonteVideo o ú la Colonia.
Se pagará adelentado, si quiere.
-No hay necesidad. .
Cuando usted los recomIenda, sera porque valen.
Alantunze, me diga cuándo tei'limo que ir.
-Esta noche á las 8, vaya por casa, allí le contestaré.
Hasta luego, pues, y de t"dos mod?s, esté preparado para el viaje.
-Bueno hasta luego-no faltaré ni por un sacramento.
Merlo se' retiró en direccion á casa de Lynch, miéntras que el
bravo Cárlos iba á comprar algunas provisiones de boc~.
El tiempo no estaba muy firme y un temporal no hubiera tomado
de sorpresa ó. ningun patron de buque.
_ Todo está listo - dijo Merlo al entrar.
He demorado más de lo que creia, porque Cárlos, que es el bar-
quero, no estaba donde creí encontrarlo.
No solo no tenia compromiso sino que está dispuesto al primer
aviso.
-Gracias, amigo mio, respondió Lynch, estrechando aquella mano
cobarde y traidora.
-No esperaba ménos de Vd.
y acercándose á un mueble agregó:
-Ahora diga en cuánto 10 ha tratado, para que lo pague al fijarle
el momento.
-No hay necesidad, lo harán ustedes una vez que estén á bordo.
-Gracias otra vez.
-Esta noche me parece imposible, pues los compañeros no están
preparados.
Le parece bien así, Oliden?
-Creo 10 mismo.
Mañana será mucho mejor.
It-:::-Bueno, dijo Lynch á Merlo.
Que nos espere mañana desde las ocho, hasta las once de la noche.
-En que paraje?
Cual es el menos vijilado? eso usted lo debe saber.
-Me parece mejor el bajo, á la altura de Temple.
De la Recoleta adelante, como son parajes más solitarios, son los
que vijilan.
No se supone que nadie venga á embarcarse en un punto tan vi-
sible.
-Pues mañana entre ocho y once, frente á la calle de Temple,
concluyó Lynch. •
Que no falte, haga el tiempo que haga que si es malo es mejor
para nosotros.
Cu~n~en con que allí estará todo. el tiempo convenido.
Fel~cldad y b~ena fortuna, que SI se toca algun inconveniente yo
lo aVIsaré con tiempo.
y estrechó la mano que le tendieron Oliden y Lynch.
- Un momento, esc1amó este.
Felices ó afor~unad~s, quiero que .nos recuerde sier:npre y á cada
m?m~nto, ('11 la segun.d~d de que sIempre ~tamos dispuestos á r~
tubUlr este noble ¡en'leIO. •
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y :,;ac:;Ill.do del bolsillo uno. de aquellos enormes relojes de oro y
de rl"petlclOn que se usauan entónces, lo alargó á Merlo con cadena
y ad,)rnos.
- Guarde ese reloj en recuerdo nuestro y de su noble ayuda.
Merlo rechazó el pre:;;ente.
Palideció intensamente y bajó la mirada.
- Este es un recuerdo de amistad, continuó Linch, y espero que
no lo habrá interpretado de otro modo.
Siento en el alma si esto puede haberlo herido, pero no ha sido
esa la intencion.
Quiero que guarde un recuerdo de este dia.
Merlo estaba avergonzado.
Aquel presente era un reproche terrible á su accion villana.
y algo parecido al remordimiento asaltó á su esplritu.
Lynch le obligó á aceptar el reloj poniéndoselo en el bolsillo y
Me.K> salió de allf como si la presencia de aquellos hombres le iu-
ciera daño.
Era l~ vez primera que sentia el mal que había causado.
Pero esto no tenia ya remedio.
Para un esplritu envilecido y cobarde como el suyo, no habia me-
dio de eludir el compromiso con Cuitiño, que tan entusiasmado
estaba.
Podia este descubrir su mal juego, y hacérselo pagar caro.
- A lo hecho pecho! esclamó por fin, borrando de su esplritu
aquella parodia de remordimiento. . .
Siento mucho, pero ya no hay remedio.
Cuando don Cárlos vino á obtener ]a respuesta, Merlo le dió la
hora y sitio convenido, recomendándole la mayor exactitud, cualquiera
que fuese el tiempo.
- Porco dun Papa! esclamó el genovés, vamos á tener un tiempo
de todo lo diablos1
- No .importa - esto es lo convenido.
- Alatunze no habremo más.
Saró aHI, de la ochos á la onces.
- Adios.
-Addio.
y se fué á 10 de Cuitiño.
Este estaba haciendo una lista, muy apurado, pues 110 sabia si el
fandango seria aquella misma noche.
- Estoy arreglando la partida con la mejor gente, dijo.
- Es esta noche?
- No, mañana.
- Entónces hay tiempo, y se hech6 la lista al bolsillo.
Los dos bandidos, de~es de conocer Cuitmo la hora y el punto
de embarque, estuvieron bebiendo hasta hora avanzada, pensando en
el efecto que iba á causar tamaiia presa.
Cuando se des'p~dieronr q~edaron en verse la noche siguient~ á las
doce, en que CUluño narran a á Merlo, el resultado del negocIO.
Pues aquello, para ellos, no era más que un buen negocio, bajo
todo punto de VIsta.
•
33 ,
en el bajo ocupados en el degllello ,d-el infortun:tdo grup9 que bus-
caba sah'acion en la fuga, habia alejado de los alrededores de la casa
de Salvadores toda vigilancia; por eso fué que, aprovechando la os-
curidad de la noche una vez alejadose de los asesmos alglmas varas,
Salvadores enfiló po~ calle Temple y tan lijero como pudo se metió
á su casa que como la vez anterior, encontró apenas ap,retada, salu-
dar precaucion tomada por su pobre esposa en prevenclOD de cual-
quier contratiempo, ,"
La 5eiiora de Salvadores, á ]a que Di le habla habla pasado por la
cabeza irse á acostar, estaba echada sobre un sof~ del comedor, llo-
rando amargamente la partid~ de su infelíz esposo. . ,
-Que le sucederál Di.os mlO, cuanto soy desgr~d~~a en mi vld~!
Fi 10 descubren los asesmos lo matarán! hay de mis hIJOS, pobres chi-
cos que ni el consuelo tendrán de poseer una madre, pues yo seguiré
á mi esposo en la tumba.
y ]a pobre madre echaba á llorar más desesperadamente; hubiera
conmovido hasta las piedras.
De pronto la puerta del comedor se abre subitamente entrando Sal-
vadores con los ojos desencajados presa del mayo,r esp~nto. .
La sangre que brotaba de su herida y que habla tenido 511 traJe,
el aspecto desfigurado de su rostro, hicieron estremecer de miedo la
pobre seilora, y si no cayó desmayada al verlo fué que habiéndolo
llorado tanto durante su corta ausencia, considerándolo perdido, al tener
la dicha de vérse]o adelante, vivo, le parecia como un milagro de la
providencia
-Sah'adores cayó sobre una silla como cuerpo muerto, no teniendo
la menor fuerza de articular palabra.
Verdaderamente debia ser terrible su estado si se tiene en cuenta
que el puñal de la mazorca ya le acariciaba el pescuezo cu'ando su
buena estrella le dió los medios de salvacion.
-Salvadores !-querido esposo l que ha sucedido ?-bien te ]0 decia
yo que los ase¡:;inos te iban á sorprender !-estás herido ¡-Dios mio,
habla pronto, donde está la herida, habla José Maria, si no quieres
que muera de espanto.
La situacion de ]a pobre señora hizo volver en sí a Salvadores, que
haciendo un esfuerzo sobrehumano empezó á articular algunas palabras
-No te alarmes, hija mia, no es nada; estoy herido pero no es nada~
es ,una herida de poca €onsecuencia ¡ pero los otros, Dios mio, lo~
otros.... Lynch, pobre Lynch, pobre Oliden ....
-Contáme lo q,ue os ha pasado, contámeIo ..... ah gradas á Dios tu
estás salvo y te Juro que en adelante no te permitiré por nada in-
tentar nuevas fugas dado el resultado pésimo de cuántas has querido
probar.
Salvadores poco á poco iba recobrando su habitnal serenidad; llegó
mo~ento en que pudo hablar francamente y apreciar su terrible si-
tuaClOn.
Su esposa mientras tanto le habia vendado la herida y prestado los
primeros auxilios del caso.
-Pierdas cuidado, .querida mia, que no habrá necesidad de intentar
nueva fuga; me co~sldero feliz que Dios me haya permitido de vo}...
verte á ver, pues SI esta noche me he salvado no tardará mucho en
que. el.puñal de los asesinos tome desquite de ml.-Es inútil hacerse
de ¡)uslOneSj mañana ó quizás dentro de poco los bandidos de la ma-
El puñal del nrano. :3
84
zorea, golpearán A l1uestra casa y de seguro no habré salvaciob po-
!ible para mI.
Resígnate pues, y sea lo que Dios disponga!
-¡Que dices!.... ¡ah infelices de nosotros 1.... pero antes de vengarse
los bandidos sobre ti tendrán que pasar sobre los cadáveres mio y
el de tus hijos !..... ¿porque, Dios mio, nos castigas de este modo L ....
que es lo que hemos hecho para merecer tanta desgracia?
. Y la pobre, seguía llorando desesperadamente.
En vano buscaba José Maria la mejor manera de darle algun con-
suelo; en vano se esforzaba de convencerla que podia ser que algun
medio de ~alvacíon le enviara aún la Providencia.
De pronto la. señora ~e Sah-:a~ores, se puso de pié y mirando á su
e5.lfoso como SI alguna Idea divma cruzala· por su pensamiento ex-
clamó:
-¡Ah si!.... la PrQvídencia nos ayuda.... tu no morirás .... tu vivirás
para mi consuelo, para la vida de tus hijos; dices que el General La-
valle está en campaña para abatir el gobi~rno del cobarde tirano·
dices que seguramente vencerá y librará nuestra patria del puñal d~
los asesino s.-Pues bien; entonces la cuestion se reduce á esconderse
hasta que el Pabellon Argentino no pueda flamear libremente sobre
nuestras casas; tu te escunderás, aquí, cerca de mí, en esta casa ....
Ah! Dios mio'! gracIas, gracias por la ayuda que me has dado en este
momento.
Salvadores no comprendia lo que queria decir su esposa y la mi-
raba con cierta compasion, como temiendo que su pensamiento em-
pezara á extraviarse.
En el fondo de la casa de Salvadores habia un sotana <lue por
quedar fuera de mano para cualquier uso, lo habian dejado Sin apro-
vechar hasta entonces. ,
La esposa de Salvadores, buscando en su cabeza algun medio de
sal\'acion para su marido, se detuvo ante la idea del sotano y ese
mnlio era el que creia oportunísimo, hasta rendir gracias á Dios por
hal'erle sugerido idea tan salvadora.
Comunicó á su esposo tal pensamiento y él lejos de detenerse en
apreciaciones, abrazó á su esposa, dando muestras de verdadera apro-
bacion á cuanto le proponia. .
-Seguramente .... nada de mejor, decia Salvad?res j ~s u~a idea su-
blime.... Los degolladores, aunque vengan á revisar mmuclOsamente
la casa no vendrán en el sotano, pues es ignorado de todos. Creerán
que haya logrado escaparme á Montevideo, como nada podrán tener
en contra, no viéndome y haciendo tu saber á todos que recibistes
noticias mias de allá.
Luego conversando entre ellos y buscando el mejor modo de que
tal cosa quedase escond~da á todos, resol vieron que. desde ~sa mi~ma
noche Salvadores entrana á su sotano, pues convema que m sus hiJOS
supieran que se hall8;ba en Buenos Aires, p~diend~ ellos, tan peque-
ños, manifestarlo facIlmente con la mayor inocencIa.
Se convinieron tambien de verse muy á menudo, pues la esposa,
de noche v cuando los chicos durmieran lo iria á ver, llevándole todo
cuanto neéesitaría para su iiubsistencia. . ...
En seguida Salvadores y su eS1?osa se dln)leron al. sotan.o para
arreglarlo de la mejor manera pOSIble á fin de Clue la eXlstencl~ en él
fuera ménos penosa. Llevaron un colchon, una Silla, lo necesano para
escribir, y otras cosas que creyeron oportunas al caso.
B&
Temiendo que los bandidos de la mazorca fueron esa tnisma no.che
1\ asaltar su do.micilio., la espo.sa se quedó con Salvado.res hasta el
amanecer, dispuesta á presentarse si lo.s bandido.s llamasen A la puerta
de su casa. •
Recien cuando. amaneció la buena y desgraciada seño.ra salió de la
cdrcel vo.luntaria á la que habia acudido. su marido., abrazándo.lo. antes
y asegurándo.le que ella velaria po.r sus hijo.s co.mo. si él estuviera
presente, y que.á menudo. y cuando. meno.s fuera observada iria á di-
vidir su desventura, acompañándo.lo. co.n iU presencia.
Poco. ma1 tarde y cuando. 1M hijo.S fuero.n levantado.s, manifestó á
011o.s que su I;ladre estaba en salVo. en la vecina o.rilla, diciéndo.les que
pro.nto. vo.lvena entre ello.s, segun él le habia asegurado..
Lo. mismo. hizo. entender á to.das sus relacio.nes, á la familia de Sal·
vado.res y á la suya, haciéndo.las quedar satisfechas, po.r la situacio.n
critica á la que se hacia escapado. el ho.mbre que tanto. querian.
A la no.che siguiente y co.mo á las diez, la seño.ra de Salvado.res
que acababa de llevar á la cama sus hijo.s, fu6 so.rprendida po.r rudo.s
go.lpes repetido.s á la puerta de su casa.
Eran lo.s asesino.s de Cuitiño., que venian á reclamar la victima que
se les habia escapado.; bien lo. supuso. la seño.ra, que armándo.se de'
to.do. su co.raje y de la mayo.r tranquilidad fué á respo.nder al llamado..
-Quién es y que se les ofrece, preguntó al llegar á la puerta.
-Somos qmen nos parece, y po.co. te ha de importar á lo. que ve-
nimo.s, co.ntestó una vo.z de bo.rracho.
Abri, si no. quieres que echemo.s la puerta abajo., sabandija salvajo.na.
La seño.ra no. opuso. la menor resistencia. Abrió la puerta y dejó
entrar los seis co.bardes asesino.s facon esa mano..
-¿ Donde está el salvaje de tu marido. ?-Sabemo.s que está esco.n-
dido. aquí y si no. lo. entregas pro.nto. vas á pagar vo.s po.r él la deuda
que tiene co.n no.so.tro.s.-Pues á mo.verse pro.nto. si no. quieres pasar
una no.che mas buena que la de Navidad.
y así diciendo. lo.s seis energumeno.s pénetraron á la casa.
-Mi espo.so. falta de casa hace dos dIas, contestó la señora de Sal-
vado.res, mal pueden buscarlo. aquí, pues segun me dijo. y en vista de
ser perseguido., pensaba embarcarse para Montevideo..
-Yate daremo.s Mo.ntevideo. si no. lo. hallamo.s, cara de co.nejo., ya
te daremo.s Mo.ntevideo., pierdas cuidado., si no. no.s dices do.nde está
esco.ndido. tu macho..
La seño.ra, que bien sabia cuan co.bardes eran aquello.s asesino.s, po.co.
caso. hizo. á lo.s insulto.s que le dirijian, quedándo.se po.r satisfecha co.n
la certeza de que no. lo. enco.ntrarian po.r mas que lo. buscaran.
y lo.s seis bandido.s foe diero.n á registrar po.r to.da la casa.
Viendo. la inutilidad de sus pezquizas, pues ya habian revisado. hasta
el mas apartado. esco.ndite, empezaro.n á azo.tar la po.bre seño.ra hasta
hacerla desmayar po.r el inmenso. do.lo.r.
Lo.s chico.s de Salvado.res, los que desnudo.s y asustado.s se habian
leva~tado. del lecho, suplicaban á lo.s bandido.s que no. mataran su
mamlt~, l'ero. nl? consiguiero.n mas qu~ puntapiés pegado.s co.n la mas
cruel mdIferencla.
Al fin Cuitiño. que capitaneaba aquello.s asesino.s, co.nvencido. co.mo.
antes .dudaba, de que Salvadores hubiera lógrado. escaparse, dijo.:
-Nl la pena vale de o.cuparse de semejante fritura, vamo.no.s pues
esto es d.esperdiciar tiempo. inútilmente; puede bien cantar un Te-
deum meJo.r que de Catedral el tal salvaje inmundisimo., ii se ha·
escapado. de nuestras uñas.
y al irse pegaron unos ll2!otes mas á la infeliz seliora que ~e 11[\.
liaba aun desmayada.
Despues que se fueron los bandidos, los chicos Porliria nii'lita her-
mosisima, José M~ria, Nicefero y Mateo, rodearon la pobre madre
llorando y llamándola, a!lustados por creerla muerta. '
La señora de Salvadores no tardó mucho en volver en sí haciendo
esfuerzos para ponerse de pié, pues los azotes la habían medio muerta.
Abrazó á sus hijos diciéndoles no temieran por ella; les aseguró
que los bandidos no volverian á asaltar su casa, habiéndose ellos ven-
gado lo suficiente por la huida del papá y diciéndoles de rogar á Dios
para que protejiera á su esposo contra la mala suerte que lo perse-
guia.
Los bandidos al abandonar la casa habian llevado consi<>"o cuanto
encontraron de fácil transporte. Dinero, alhajas, ropa de ve~tir y todo
cuanto se prestaba al botin. Lo que no habian podido llevarse lo ha-
biall· estropeado y roto.
La familia de Salvadores se quedó de tal modo swnida el la mas
desesperante miseria y en la necesidad de trabajar por ~l sustento
de la vida.
As! lo aprendieron los infelices esposos, la noche siguiente, cuando
la señora de Salvadores fué á ver en el sotano á su marido.
-¿ Que hemos de hacerle? decia el desgraciado hombre á su se-
ñora. Trabajaremos si es que Dios nos proporciona los medios y nos
da vida.
y la infeliz familia empezó desde entonces á buscar trabajo para
vivir, á cuyo efecto la señora se dirijió al sastre Simon Pereyra para
que le diera á coser chaquetas y chalecos rogandolo y haciendole
presente que de lo contrario no tendria como sustentar á sus hijos.
Pereyra accedió gustoso al pedido de la señora y le aseguró de que
baria 10 posible para no hacerle faltar nunca trabajo.
Salvadores desde su escondite empezó á ejercitarse en el manejo
de la aguja y tanto fué el empello con que se puso á la obra que
al poco tiempo su trabajo era como el de un hábil sastre.
- Las familias, de Salvadores y de su esposa, viendo la pobre seño-
ra que se mataba en trabajar le ofrecieron' sus casas para que fue-
ra á vivir en ellas con sus pequeñoa hijos. .
Pero á la primer tentativa tuvieron que renunciar, tal fué la firmeza
con que ella se escusó.
- Es inútil, les dijo, quiero vivir de esta manera hasta donde me
sea posible, para que cuando venga Salvadores vea que aun soy digna
de todo su cariño.
No insistan mas, que demasiado carga liOy para ustedes con lo que
me ayudan.
Este pretesto le valió el tilde de rara y aun el de maniática, pero
no insistieron más.
Así vivieron los dos primeros años, en medio de una situacion tan
amarga y desesperante.
Los hijos de Salvadores resignadamente le habian adaptado á las
circunstancias.
José María habia concluido por hacerse un cocinero de profesion,
miéntras Tomás se habia convertido en lo que las señoras llaman un
excelente mucamo .
. Nicéforo babia crecido tambien un par de años y ya servia para
tebar mate y hacer uno q'\e otro mandado á la esquma •
•
37
Se puede decir que la sei'lora vivia sin pasar necesidades, porque
los parientes la socurrian mucho.
Todos los sabados y domingos, la señora los dedicaba á. lavar en
el fondo de la casa, toda la ropa de la familia, que Salvadores plan-
chaba en el sótano, en dos dias tambien.
Para esto habia hecho en el sótano dos respiraderos, teniendo cui-
dado de que le bajaran el fuego muy bien prendido.
La cambiada del brasero era una de las operaciones mb dificiles,
pues para hacerla, tenia que encerrar los hijos en la última pieza, con
el pretesto de esconderlos de una partida que iba á venir.
y como los niños se acordaban de los puntapiés recibidos el dia
del registro, se dejaban encerrar sin hacer la menor observacion.
Entónces ella venia al cuarto del sótano, y llevaba nuevo fuego
para el brasero.
- y quién te plancha la ropa? 5elía preguntarle Porfiria al ver la
cantidad de ropa planchada.
-Yo, mientras ustedes duermen, respondia la sef'lora sonriendo.
y esta misma esplicacion hacia á los parientes que venian á visi-
tarla.
Cada dia se hacia Salvadores más hábil en su ~ficio de sastre, ~l
estremo de que solia reformar los cortes de las cllaquetas, dándoles
una forma más elegante, con profunda alegria de don Simon Pereyra,
que no encontraba ya palabras bastante espresivas para ponderar
la habilidad de la señora de Salvadores, para quien reservaba siem-
pre las costuras que exigian mayor cuidado.
Este entusiasmo llegó hast1l confiarle la confeccioD. de la ropa que
él c1ebia usar, como la de otros amigos paquetes.
y esta ropa, por supuesto, era pagada á un precio mejor que el
que se pagaba por lo qua llamaban ropa de tropa.
Durante este tiempo, es decir, estos dos años, la sellora de Salva-
dores, á pesar de todos sus trabajos, se consideró feliz, rogando á
Dios poder seguir viviendo de aquella manera hasta que á Salvadores
le fuera dado salir de su encierro.
Pero no hay felicidad completa en la tierra, aunque sea aquella que
se consigue de ti mari era más penosa, y que se cifre en el mendrugo
de pan con que uno alimenta diariamente la vida de sus hijos.
A la seflOra de Salvadores le esperaba una desgraci.a más terrible
todavia que cuantas habia pasado, porque era una de aquellas des-
p"acias para las que no tiene resistencia el corazon de una mujer
virtuosa hasta ese estremo.
Aquel miserable hogar no habia sido abatido aún mas qua por el
6dio de sus enemigos y las desgracias que este habia engendrado.
Faltaba ahora que se uniera á esto el ódio de sus amigos, de los
parientes, el desprecio y la vergüenza de I?ropios y estraños.
Veamos en que circunstancias habia vemdo aquella fatalidad tanto
mas terrible cuanto que en ella no habian pensado ni remotamente
los dos esposos.
Para impedir que los niños se criaran como salvajes y favorecerlos
lo más que se pudiera, la señora los habia puesto en la escuela de
Garcia, próxima á la casa, quien le hacia la caridad de enseñárselos
gratuitamente.
Los niños. asistian á. la escuela todo el tiempo que les dejaba libre
el servicio de la casa, lo que fué un motivo de elogio para la pobre
seño~ cuya abnegacion por la familia habia llegado á hacerse pro-
verblaL -
José M~ria, que era el mayor, era quien la acompañaba á la roperia
de don SImon Pereyra, para llevar el alto de ropa concluida y traer
las nuevas costuras.
En estos dos ai'lOs, Salvadores, se habia desfigura~ tanto que
hubiera podido salir á la calle sin que lo hubiese conocido sli mas
íntimo amigo.
La humedad y falta absoluta de sol en el sótano, le habia hecho
adquirir un color pálido amarillento, que á la luz artificial con que
lo contemplaba su esposa, parecia un cadáver.
Su barba y su cabellera habian crecido enormemente, matizados
c0D: algunas hebras de plata, arrancadas por el dolor y la desespe-
raClOn. .
Como habia concluido con el calzado que tenia, y su esposa no se
atrevía á comprarlo p'ara su medida, él mismo se remendaba los bo-
tines con los recortes de paño que sobraban.
EIl~e calzado mortificante y lleno de costUTones, unido , aquella
inmovilidad forzada, le habían hinchado los piés de una manera mons-
truosa.
Era tal el esfuerzo que necesitaba hacer para caminar, que parecia
un anciano achacoso.
La seflora, 'por su parte, habia enflaquecido de una manera que
inspiraba lástIma.
Además de la fatiga del dia y de la noche, cuando hacia dormir
á Nicéforo qu,~ era el menor, era para emprender otro trabajo que,
aunque agradable para ella, no por esto dejaba de serIe harto pesado,
pues lo hacia en las horas que el cuerpo necesitaba reposo imperio-
samente.
La señora á aquella hora se ponia á hacer algun platito, para llevar
á Salvadores, y evitar de este modo que toda la comida fuese reca-
lentada.
Salvadores la habia prohibido muchas veces hasta que le calentara
la comida.
Pero en esto ella no le hacia caso, desarmando su enojo con una
dulzura irresistible.
Una de estas noches en que los esposos se entregaban á las es-
pansiones cj.el corazon, mientras .Salvadores tomaba su miserable co-
mida, ella le dió una noticia que al principio le fué agradable, porque
no se dió cuenta de los inconvenientes que ella traia aparejados.
La señora estaba en cinta y en estado bastante avanzadísimo.
-Esto es terrible, decia la señora, porque una criatura chica me
va á quitar el tiempo que tanto necesito, y me va á privar de aten-
derte como es debIdo el tiempo que esté en la cama.
Esto es lo menos, decia sonriendo Salvadores.
Me dejas costura {lara ocho dias, un poco de galleta y. charque,
que lo puedo ir haCIendo yo mismo, y esperaré así tan distraído
como pueda, tu vuelta á mi prision.
-Pero piensa que, sin servicio, voy á tener que dedicarme á la
criatura por completo, y entonces adios costura, y adios tanto que
hacer menudo que hay en la casa!
-Eso no es nada, decia Salvadores, la cuestion es que tú estés
buena.
Lo que es por mf, ya me arreglaré como pueda.
Era el año' 42 y el furor de los crímenes y mazorcadas babia recru-
decido de una manera terrible, así es que habia que guardar mas
reserva que nunca.
La tná20rca podía venir cualquier noche á. asustar á ]a familia, y
descubrir cuan Jo menos ]0 esperaba, un secreto que habla estado
tlln bien guardado durante dos al~os. .
Estos fueron los ÚniCOS contratiempos que vIeron los esposos en
aquel trance apurado, festejando alegremente la noticia que ella venia
de darle. •
y la pobre señora, con esa abnegacion que solo .poseen las madre.s,
no vió mas inconveniente que los que para el trabajo de costura podla
traerle aquel nuevo hijo.
Fué desde aquel dia que empezó á preparar la ropa necesaria para
el sér que venia al mundo en situacion tan terrible, y l?s alimentos
que debia dejar á su esposo en el sótano, para los dlas que ella
faltase, pues por bien que pasara el trance, no podria moverse antes
de ocho dias. -
El tiempo pasó en medio de la situacion mas terrible, aunque tran-
quila respecto á Salvadores.
El estado de la señora fué avanzando poco á poco, hasta que
llegó el trance fatal.
Era preciso buscar alguna persona que la ayudara, y esta fué la
primera amargura que esperimentó.
No estaba la dificultad en que faltara la persona á. propósito, pues
su familia era numerosa.
El inconveniente estaba en el testigo que cohartaria sus pasos en
la casa.
En fin, era preciso resolverse, por que de un momento á otro podia
llegar el trance fatal.
El dia que le pareció que no podia tardar, bajó al sótano, llevando
á Salvadores todo cuanto pudiera necesitar en ocho dias, sin olvidar
las costuras que era lo prmcipal.
-Bueno, le dijo, ahora hasta dentro de ocho dias no podremos
vemos.
Puede ser que antes venga, pero ya sabes que no es seguro; depen-
derá de la mayor 6 menor felicidad del lance.
-Paciencia, hija mia, respondió el pobre hombre, pensando en la
reclusion terrible á que iba ser condenado durante ocho dias.
-Dios, que tanto nos ha protejido, concluyó la señora, no ha de
abandonamos en este amargo trance. .
Entonces hasta muy pronto y piensa en mí.
- y en qué mas he de pensar, cielo santo!
Que Dios nos ayude.
Para Sah-adores empezaron á contarse desde el siguiente, OCllO
dias de prueba durísima.
Una preocupacion terrible lo mortificaba.
La espesa podia pasar bien aqUella enfermedad natural.
Pero p~dia presentarse de una manera grave, que pusiera en peli-
gro su VIda.
y no habia medio ninguno para salir de esta ansíe dad desespe-
rante.
Se necesitaba una conformidad á toda prueba, para no hacer saltar
de un golpe la puerta del s6tano y correr hasta el aposento de la
esposa.
A esta la esperaban otros tormentos terribles que en su honesta
inocencia no habia podido calcular.
-
40
Cúmo podia ella afrontar aquella ~ituacion de madre, a los dos
ai10S dI! aus<.:nte su esposu?
Cúmo apreciarian aljud hecho la familia y la sociedad?
Estl! era el Jadu verdaderal~lente terrilJje dd trance, que ella no
pudo calcular hasta que el pnmér reproc'" no lleglJ á herir su oído.
Cuma todo el que obra bien, no pensó que alguien pudiera haberle
tomado cuenta dI! su situacion, ni que su conducta fuese sospechada
de una manera vergonzosa.
Inocente de la maldad ajenae y de que todo la condenaba de una
manera fatal, mandó llamar á su hermana mayor para que la asis-
tiera.
Esta acudió presurosa y alarmada, sin saber de que enfermedad
se trataba.
Pero cuando supo que Mercedes estaba por salir de cuidado, no
pudo reprimir un asombro y un sentimiento 4e indignacion, que no
pasó pesapercibido para Mercedes.
-Pero de qué te asombras? preguntó sonriente.
-Otras veces me has asistido sin estrañeza: te parezco acaso muy
grave?
-No es eso, respondió la hermana bruscamente y palideciendo.
Es que las otras veces Salvadores estaba aqui y ahora hace dos
años que falta.
-Yeso qué importa? volvió á replicar la senora sin comprender
todavia.
Esta vez nos faltará su ayuda carif"¡osa, pero no por eso nos ha
de ir mal.
y mientras hablaba así, con gran entereza de ánimo arreglaba la
cama y las ropitas que habia de necesitar.
Lahermana la miraba cada vez mas asombrada, atribuyendo aquella
ingenuidad á una gran dósis de desvergüenza.
Así es que sin pensar lo poco á propósito del momento, ni el ter-
rible alcance de sus palabras, dió paso á su tremenda sospecha en
la forma siguiente:
- y dime, Pepa, cómo puedes esplicar tu estado, haciendo mas
de dos años que tu esposo falta del país?
Ni un rayo caido á lOil pié s de ,la señora hubiera producido un
efecto más espantoso que aquellai malignas palabras.
Toda la sangre se agolpó á IU rostro juvenil, tembló de una ma-
nera poderosa, palideció en seguida como un cadáver, y esclamó:
-Es verdad! no habiamos pensado en ello!
-Sin embargo, era preciso pensar lo que vas á responder ahora
á la familia, á la misma familia de Salvadores y á la sociedad?
Es preciso dar una esplicacion clara y terminante y una esplicacion
que levante la sospecha de una afrenta que cae sobre todos nosotros,
sobre tu mismo marido y sobre tus inocentes hijos.
La señora de Salvadores estaba tan confusa y tan consternada,
como si realmente estuviese bajo el peso de la falta que se le im-
putaba.
y era esta confusion lo que mas hacia creer á su hermana su cul-
pabilidad.
La justificacion estaba en su mano, clara y terminante.
Pero para ello era necesario descubrir un secreto que podia costar
la vida á su esposo, y ant~s q~e descubrirlo preferia pasar por tL dl.
vérgüenza y por toda humillaCIOQ.
•
41
Aterrada y sin saber qué responde~ á la imprudente, hermana,
rompió á llorar con toda la dest:speraclOn natural á semepnte mo-
mento.
La sospecha de su hermana seria la sospecha de todos, indudable-
mente, y el desprecio mas profundo vendria á ser el colmo de todas
sus desventuras.
-No importa, pensó aquel espíritu. fuerte.y noble.. .
Caigan sobre mí todas las desgraCias posibles, pero viva él, que
es ]0 que mas me importa en este mundo.
y afrontó aquella situacion terrible, con todo el valor de la heroi-
cidad.
Para librarse de toda recriminadon en aquellos momentos, y dar
algllna esplicacion mas ó menos aceptable, dijo á su hermana =
-SaI"adores ha venido de Montevideo varias veces y ha vuelto á ir.
~l me habia encargado que guardase secreto para poder seguir
haciendo lo mismo, pero no habíamos contado con el caso actual.
Todo el mundo sabia que aquello no podia ser cierto.
El emigrado que habia logrado burlar una vez la vijilancia de la
costa, no se hubiera prestado, por nada de este mundo, á correr
igual suerte desafiando de nuevo el mismo peligro.
Esto era por demás evidente, mucho más tratándose de un hombre
como Salvadores, que habia logrado emigrar por un milagro de la
Providencia, despues de dos ten~tivas en que habia salvado la vida
casualmente.
As[ es que si las palabras de la set'lora eran una esplicacion mo-
mentánEla, no eran una esplicacion aceptable.
Salvadores, como cualquier otro emigrado, no podia haber estado
en BUCllOS Aires, con la tranquilidad y el ,descanso que daba á enten-
der la seflOra.
En aquellos tiempos no babia parteras.
Hacian el oficio de tales unas mulatas viejas prácticas, que se de-
sempefla.bau como la casualidad queria.
José Mária fué á buscar á la mujer que la habia asistldo otras
veces, la que vino sin atinar á que, porque el niño no habia sabido
darle la menor esplicacion.
Cuando vió de lo que S6 trataba, no pudo dominar la misma es-
trañeza que dejó ver la hermana, estrañeza demostrada, como es na-
turaJ, con más grosería y de una manera más hiriente;
La señora de Salvadorest embargada con el sufrimiento del espíritu,
apenai sentia los dolores oel parto.
Cuan~o este .se hubo producido,' por suerte eon toda felicidad, las
dos mUjeres dejaron reposar á la enferma y se fueron á otra pieza á
charlar sobre el lance y hacer conjeturas á cual mas ofensiva y per-
versa.
-Pero esta sei'íora no ha sabido ocultarse, decia la comadre.
Qué van á hablar ahora las gentes, que tan poco necesitan para
armar un enredo.!
-Lo mismo digo yo!
y Salvadores! qué vá á hacer cuando vuelva y se encuentre con
esta novedad?
-Pobre sei'íora! mire en que trance se encuentra I
-y qué vergüenza para todos nosotros!
Ah! para faltas así no debe baber perdon posible.
La maledicencia y la calqmnia empezaban ya i cebarse e¡¡ l~
pobre l5etlor¡.
42
La comadre llevó et cuento á la vecindad y la he¡rnana al seno
de las dos familias.
Lo~ miembros de estas, indignados, tal vez mas de 10 que corres-
pondJa, empezaron á llegar á hacer su visita á la enferma.
y con cada uno de ellos se fué repitiendo la terrible escena de la
noc.he anterior, cada vez más hiriente y más incisiva.
Todos querian tomarle estrecha cuenta de lo sucedido y la señora
tenia que salir del paso con la misma disculpa. '
-Esa es la verdad, decia, dejen que vuelva Salvodores, y entonces
me condenarán junto con él, é me pedirán perdon de la ofensa gue
me hacen en estos momentos.
El estado de la senora, á los dos dias, llegó á ser tan delicado
con la repeticion de estas escenas, que fué necesario llamar médico'
el que ordenó ante todo absoluta tranquilidad, y que no se molestar~
á la señora.
~racias á esta prescrlpci~~, pudo entregarljje al reposo del cuerpo,
baJO 1.a tormenta ae su espmtu.
La familia se limitaba entónces ti enviar un simple recado, que era
contestado por la hermana que habia quedado como enfermera.
Deseando verse libre de ella tambien, sin estar buena, Pepa dejó
la cama á los seis dias.
Ansiaba ardientemente poder hablar con su marido para referirle
lo que pasaba y encontrar consuelo en sus amorosos brazos.
-Puedes irte, le dijo entónces, que ya mi asistencia de convales-
ciente pueden hacérmela los niños.
Tú tambien necesitas descanso y demasiado has hecho ya por mí.
La hermana, que no queria otra cosa, se quedó por cumplimiento
hasta el dia siguiente, en que se retiró para volver diariamente.
Pepa sintió que una montaña se levantaba en su corazon al que-
darse sola!
Por fin, despues de siete dias 'de suprema angustia iba á poder
ver á Salvadores y desahogarse en su pecho.
A pesar de estar muy débil aún, se quedó levantada hasta que su
último hijo estuvo durmiendo.
Recien entóncf>s se decidió á venir al sótano.
Al primer ruido producido por los ladrillos que la señora removia,
Salvadores sintió agitarse su corazon á impulso de una alegría in-
mensa.
Su esposa estaba buena é iba poder estrecharla sobre su pecho!
Pero bien pronto aquella alegria se trocó en un presentimiento
terrible.
Al rumor de los ladrillos se unia un llanto lastimero, que se per-
cibia de una manera clara.
¿?abria muerto el pequeño hijo?
No podia ser otra cosa. -
A no ser que quien abria el sótano fuera Porfiria, poseedora del
secreto por la muerte de su esposa. .
Amargos, terriblemente amargos fueron para él aquellos pocos m1-
nutos que lo separaron de la persona que llegaba.
Así es que cuando vió asomar el rostro descompuesto y lloroso
de su esposa, se avalanzó á ella preguntando:
-¿Qué sucede, por Dios? dime que dt'sgracia ha sucedido, pronto,
porque la ansiedad me está matando.
. -~inguna de las que puedes temer, respondió ella concluyendo
de bajar, tranquilízate.
43
-¿Pero por qué lloras? ¿se ha muerto acaso el nil"lo?
-No no ha sucedido nada, es otra cosa.
y tit~beando y sin saber cómo empezar, esclamó:
-Es que dicen que tú no eres su padre! . •
y rompió entónces á llorar de una manera lánguIda y sentida.
Salvadores quedó tan aterrado, como lo habia quedado ella misma
ante la sospecha de su hen:!lana.
-Pero esto es infame! rugió.
y sin embargo lógico.
Hace dos años que .para t?dos,. yo falto de Buenos Aires! .
-Es preciso destrwr esa mfamIa! esclamó obedeciendo á los Im-
pulsos de su corazon generoso. .
Es preciso revelar nuestro secreto, porque no puedo consentlr en
sospecha tan tremenda para ti. . . .
\ abrió los brazos á su esposa que se preCipItó en ellos áVIda de
consuelo.
-Por Dios vivo que no habia contado yo con la maldad de los
demás I
- y o no quiero desubrir el secreto que importa tu vida, por nada
de este mundo! replicó la esposa con suprema energia.
Teniendo tu estimacion y tu cariño, poco me importa el de los
demás.
Además, que el sacrificio seria inútil.
Imponiendo á tu familia y á la mia de tu permanencia en casa,
ellos quedarian satisfechos.·
Pero y la sociedad'? y las relaciones'? y la vecindad misma que me
condena?
Habria que publicar tu secreto y entregar tu cabeza.
y á ese precio nó, mil veces nó: deja no más que me acusen, que
mi pureza ha de ser reconocida más tarde ó más temprano.
-Sí, mi cautiverio no ha de ser eterne, porque Rosas ha de caer.
y entónces, oh! entónces los mismos que dudaron de tí, han de
venir á implorar el perdon que yo no les daré porque una mujer
como tú, debia estar á cubierto de toda sospecha.
y sobre todo, por qué condenar sin pruebas.
¿No has dado tú una esplicacion que está entre los límites de 10
posible?
Ay! alma mia! cuánto vás á tener que sufrir I
Déjame salir de aquí! por lo menos nuestros hijos sabran que tienen
un padre, y que su madre es la mas pura de las mujeres I
-No qUIero! no <I,uiero! renuncio hasta el consuelo de mostrar la
verdad á nuestros hIjoS.
Son muy jóvenes y tal secreto en la boca de un niño seria la
muerte.
La señora lloró y suplicó hasta que obtuvo de Salvadores la pro-
mesa de que se habia de conformar á aquel1lliltuacion.
y aquí empezó una verdadera vida de m~ para la señora.
La vecindad y la familia la espiaban constantemente para conocer
el amante.
Pero por mas que aguzaban sus sentidos, no podian llegar á des.-
cubrir lo que no habia.
y esto mismo los intrigaba profundamente. A casa de Salvadores
no .se veía entrar ningun hombre, ni habia entrado nunca, segun se
creul,
44
Era ent6nces en otra parte c!ue tenían lugar las entrevistas crimi-
nales.
y cuando la señora salia á la calle cada ocho ó diez dias era se-
guida de muchas personas av idas de descubrir su secreto. '
Pero Pepa no salia sino á entregar svs costuras y traer nuevas
por lo que empezaron á atribuirle amores cOIl don Simon Pereyra'
único hombre con quien se le habia visto haWlar. '
La señora estaba completamente perdida.
Todos mwmuraban: los parientes á penas la veian y los conocidos
sonreian de una manera infame CUiUlpo la veian pasar, siguiendo su
pobre hijo cargado con el atado de costuras.
y ella no se atrevia á referir esto a Salvadores, por no amargar
el único momento alegre de su vida: cuando ella bajaba al s6tano
noche á noche á llevarle la comida.
tos recursos pecuniarios se habian -reducido enormemente, desde
aquella calumnia. -
Las familias suya y de su marido habian dejado de socorrerla con
dinero y comestibles, como antes, ¡mes decían:
-Ahora tiene quien le dé-seria rldiculo estarla socorriendo cuando
!lo lo ne:cesita.
Cómo su amante no ha de atender é sus necesidades1
Ya no tenían para vivir mas que el producto de las costuras.
La crianza de su pobre hijito, nacido de aquella manera desven-
turada, le absorvia gran parte de su tiempo, atando así sus brazos
paca el trabajo.
No habia, pues, mas que lo que cosia en su sótano Salvadores, y
lo muy poco que podia coser la tierna Portiria.
Las necesidades eran grandes, pues el producto de estas costuras
apenas alcanzaba para dar de comer á los hijos y comer ellos mismos.
Los ninos tenian ahora una lidia, pesada y engorrosa para ellos.
Tenian qu.e atender las ropas del ¡1equeñuelo, porque los momentos
libres que tenia la señora, eran para coser, y aumentar en lo posible
las entradas.
Nicéforo era el encargado de lavar los pañales del hermano menor.
Una vez lavados y secos, los entregaba á José Maria, que era el
encargado de plancharlos.
Tomas que, ,>omo hemos dicho, hacia de mucamo, era el encar-
gado de hacer los mandados de la casa, y de vigilarla, así es que
poca atencion podia exigírsele en las cosas caser.as. .
Cómo reia Salvadores cuando su esposa le refena los OfiClOS adop-
tados por sus hijos I -
Ya les recompensaré yo tanto sacrificio, decía.
Por ahora es precis. que sufran los pobrecitos lo que nosotros
mismos sufrimos.
Ya vendrán tiem~ejores!
Así transcurrieroi:lllllPfos dos años, en que nuevas desventuras vi-
nieron á concluir de asolar a la pobre familia.
El trabajo habia disminuido mucho, porque ya el ejército estaba
equipado.
y las costuras no podian ser dadas en la cantid~d que anterior-
mente, á pesar de toda la buena voluntad de don Suno~ Pereyr~..
y la miseria em'pezó á batir sus alas sobre la de.sgraclada faml!la.
¿Pero cÓmo pedir dinero á gente que la despreciaba y <¡ue teman
CfeeIlci~5 tan inféUIles resllecto ti elllll
45
~n tan terribles moMentos la seflora "olvió l1 tener un hijo nuevo;
lo que alborotó el cotarro sancio~and.o su terrible deshonra.
¿Pero quién era este amante mIsterioso?
Hé aquí lo que más alborotados traía :í los curiosos, que habian
llegado hasta Interrogar á los nillos.
La seflora soportó con m<Í'5 valor que nunca el desprecio de todos,
la ruptura completa con su familia y la miseria tc;rrible que la agoviaba.
y siguió ocultando á su csposo todos sus sinsabores.
En estos cuatro arIOS, solo dos veces Salvadores se habia atrevido
ti salir del sótano, un par de mi~~tos, para ver á sus hijos, dormidos,
sin atreverse á hacerles una cancla por no despertarlos.
y era tal el aspecto de miseria de que lo~ habia visto rodeados,
que habia sentido conmoverse hasta las lágnmas.
Desde que las costuras diminuyeron, la familia fué puesta á racion,
para poder comer todos los dias. .
Por la mañana, los nii'los tomaban un poco de famla, una galleta
y un vaso de agua.
Despues de este frugal almuerzo iban á la. c;scuela un par de horas
y volvian á entregarse cada cual á su serVICIO.
Como era necesario que uno quedara en la casa para lo que pu-
diera ofrecerse, se turnaban por semana para que todos pudieran
aprovechar la escuela que la sei'iora pagaba con pequellos regalos
de flUta ó dulce.
A la tarde José Maria hacia un puchero bueno y abundante infal-
table cada vemte y cuatro horas.
En los fondos de la casa habia muchos árboles frutales.
Pero en tiempo de fruta, y para que esta le durase más, los niños
eran tambien sometidos á racion, como en los demás alimentos.
El traje de los niflos era lo mas miserable.
Solo habia uno bueno, y este se lo ponia el que iba á salir á la
calle con la madre.
Por la noche ó á la madrugada, Nicéforo y Tomás salian armados
de varios pedazos de hilo, al próximo hueco de la basura.
Cada" de esos representaba la medida del pié de éada uno de
ellos y ......os otros hermanos.
y con aquellos hilos, elegían entre la basura lai suelitas de botin
y botines despedazados arrojados por completamente inservibles.
Con aquellas suelitas y los recortes del pallo de las .costuras, el
sei'ior Salvadores les fabricaba botines bastante aceptables.
Esos botines les servian para salir, pues entre la casa no usaban
otro calzado que el pié limpio.
La sellora de Salvadores estaba completamente perdida ante cuantos
la conocían.
Cuando llegó á tener tres hijos, quedó en el concepto de una mujer
de la última especie. .
y con una valentia magnifica aceptó todo aquello, con tal de salvar
la vida á su marido
Esto era para ella la cuestion capital.
Se recoItocía pura, y bastaba esta íntima satisfaccion para su alma.
Una mañana, José Maria vino de la escuela malamente estropeado.
La amable seiiora preguntó á s~ hijo la causa de aquellos golpes
que ensangrentaban su cara juvenil.
No es nada, madre, respondió el niño, es que he peleado con otros
muchachos.
46
-y por qu~ te has peleado á ese eS,tremo? preguntó la aflijida
señora.
, El nino, con toda la inocencia de sus años, refirió así la causa de
su pelea.
- Tú no tienes padre? le habia pre~ntado un condiscípulo
-Si lo tengo, pero está en Montevideo. .
-¿Y cómo se llama?
-Cómo yo, José Maria Salvadores.
-Miéntes, tu padre es el lechero!
-Ese será el tuyo.
-y el padre de Tomás es el cura y el de Nicéforo el senmo.
-Miéntes, trompeta!
-Cállate, guacho! y quién es el padre <le los menores?
Aquí el niño no habia podido contenerse y se habia lanzado sobre
el compai'lero.
Otros acudieron en su ayuda y José Maria fué estropeado de una
manera terrible.
Aqut:llo fué un~. pU:ñala~a para la. pobre sei'lora que se puso á llorar.
-Es verdad, hiJO de mi alma, diJO, tu padre está en Montevideo
pero pronto volverá, no tengas cuidado. '
Y devoró en silencio aquella nueva afrenta, mas dolorosa que todas
sin decir una palabra á Salvadores. '
¿Por qué amargar su existencia?
¿Por qué hacerle odioso aquel único momento que en su compañia
llevaba un triste bocado á los lábios?
Y las escenas del colegio se repitieron en la calle y los hijos de
Salvadores fueron señalados como hijos del público.
y sin embargo aquel amante misterioso no pudo nW1ca sw descu-
bierto.
Durante diez años de esta vida terrible, ni la familia de Salvadores
ni la suya propia se acordaron de ella para nada.
Habia sido olvidada como si hubiera muerto.
En este tiempo, las necesidades de la vida se llenaba. el pro-
ducto de las costuras de los esposos y la niña Porfiria, trabajo
ya podia tomarse en cuenta.
En aquellos diez años, la señora tuvo cinco hijos más, que ninguno
de ellos podia aliviar en su trabajo á los veteranos José Maria, Tomás
y Nicéforo.
Por el contrario, la ropa á lavar habia aumentado y era siempre
Nicéforo el que lavaba, Tomás el que enjuagaba y secaba y José
Maria el que planchaba.
Porfiria demasiado hacia con pasar el dia doblada sobre la costura.
y la virtuosa señora sufrió hasta los reproches de su protector, el
señor Pereyra, sin decir W1a sola palabra en su justificadon.
Todo para ella era preferible, antes que vender el secreto de su
esposo, tan fielmente guardado durante diez años, como diez siglos.
El mismo José Maria era un jóven de diez y siete años, que por
mas que callara, alguna estrañeza debia causarle aquel misterioso
aumento de famiaa.
Cuántas veces la madre s.e vió obligada á bajar los suyos ante los
ojos del hijo! .. . .
Cuántas veces SlDtiÓ en el corazon el deseo de Justificarse á sus
ojos! .. . .
Pero esto no podia ser SID descubnr que alh estaba Salvador~~ l
era preciso entónces hasta afrontar las sospechas de los mlsmos ruJos,
Ellos se habian criado y crecido en el servicio doméstico, como
personas del pueblo.
y como puede decirse que no habian conocido otro género de vida,
estaban tan habituados, que no se les ocurria otro porvenir.
Además de todo, llevaban sobr~ la frente un sello maldito: ser hijos
del salvaje unitario Salvadores.
Esto era causa suficiente para que el vigilante que los hallara al
paso los azotara sin compasion ó para que el sereno vecino los atro-
pellara con el ca?allo. . . . ..
l Y á qué autondad podlan haber ocurndo en demanda de Justicia
los hijos 'de un salvaje unitario emigrado?
La infancia no habia existido para ellos, que, la edad de los juguetes
y diversiones, la habian empleado en trabajos de todo género.
A la noche podian haber gozado de al~una distraccion, pero caian
rendidos por la fatiga, y as! mismo teruan que ayudar á la buena
madre en el cuidado nocturno de sus hermanos menores.
Como al lado de la casa vivia un sereno, varias noches, por asustar
á la familia, este, acompañado de otros colegas, se habia dejado caer
por los fondos para asustarlos y rGbar algo de paso.
Pero qué iban á robar en aquel refugio de la miseria?
Al principio, la señora se habia aterrado antes tales visitas.
Creyó que su secreto habia sido descubierto y que venian á buscar
á Salvadores.
Pero pronto concluyó por habituarse y comprender que aquellos
no eran más que sustos.
Una noche los serenos invadieron la casa, en momentos que ella
se hallaba en el patio con su hijo Nicéforo.
La señora no tuvo tiempo de encerrarse en las habitaciones como
lo habia hecho otras veces, y fué cruelmente maltratada.
Quiso Nicéforo acudir en defensa de la madre pero un lomazo de
sable sobre la espalda le hizo comprender que debía renunciar á toda
tentativa de defensa.
Los serenos entraron al comedor y se llevaron la comida destinada
á Salvadores, no teniendo más que llevar.
Porque todo 10 que representaba el valor más insignificante, habia
sido vendido para comer. .
Esa noche no pudo bajar al sótano hasta muy tarde, porque los
golpes la habian postrado.
. y como además de esto no tenia comida para llevar á su esposo,
fué preciso referir 10 que habia pasado.
-Este es un entretenimiento de malvados que no tienen nada mejor
que hacer, decia Salvadores.
Si me buscaran á mí ó tuvieran alguna sospecha, otra seria su con-
ducta.
y se convino en que antes de oscurecer, la señora cerraría todas
las puertas y no saldrían más á los patios.
Entónces la operacion de llevar y traer costuras fué hecha por la
mañ~~a, despues que José María regresaba de hacer sus compras y
provlslOnes.
De~amos sin narrar mil episodios curiosos de barrio y aventuras de
los Diñas, porque para esta sola leyenda, necesitaríamos un libro.
E~ ~ector puede bien calcular lo que aquella familia, numerosa ya,
sufnna entre el desprecio de propios y estraños, la miseria más es.
pantosa y las persecuciones de la autoridad.
48
. Cuando se mandó pintar de col.orado 1a~ puertas de hi" casas, pOr,
ejemplo, en lo de Salvadores habla apenas el dinero necesario para
curper.
La señora tuvo que vender media docena de si\1as, para comprar
la pintura necesaria, que habia subido á un l?recio fabuloso.
y ella misma, ayuuada de sus .tres hijos, pmtó el frente de su casa
como mejor pudo.
Si no, hubiera sido azotada como 10 fueron otras familias que no
quisieron ó no pudieron dar cumplimiento al decreto, porque veinte
y cuatro oras despues de ser publicado éste, no habia en Buenos Aires
una sola libra de pintura colorada.
-Pero esta dictadura será eterna? pensaba el desgraciado Salva-
dores. .
TLfldremos que esperar á que este bandido muera de viejo 6 tendré
que resignarme yo á morir primero en esta tumba?
Por fin llegó el memorable 3 de Febrero de 18521
y Buenos Aires pudo al fin respirar libremente, despues de veinte
años de esclavitud y de muerte. .
El tigre de Montie 1, como se llamó más tarde el General Urquiza,
habia vencido al tigre de Palermo. •
Omitimos aquí la descripcion de este gran dia, porque no es el sitio
que le corresponde en esta obra.
La ciudad presentaba un aspecto de alegria indescriptible.
A los primeros tiros y vivas de las fuerzas libertadoras que entra-
ron 8 la ciudad la Se'110ra de Salvadores salió á la puerta á imponerse
de la verdad de lo que sucedia.
A ella le pa~aba lo que á todas las familias unitarias.
No se atrevian á creer en la caida de la tiranía.
Pero no habia cómo dudar.
De todas partes se arrojaban á la calle las divisas, los retratos, y
todo lo que constituia una prenda de la federacion.
Se gritaba en plena calle ¡muera el tirano Rosas! y los trapos azu-
les y celestes, de todas formas y calidades, flameaban en todas las
azoteas y ventanas.
Era preciso creer en la caida de la tiranla, en la muerte de Rosa!',
pues solo asi b poblacion de Buenos Aires podia entregarse á se-
mejantes demostraciones.
La señora de Salvadores, media loca y sin saber lo que le pasaba,
mandó á sus hijos al centro á averiguar la verdad de lo sucedido.
y ellos, como los demás, rebosando en entusiasmo, volvieron gri-
tando i muera el tirano Rosas! muera la federacion I viva el ejército
libertador!
Ya no habia que dudar.
Salvadores estaba libre j ya podia respirar el aire puro de los pA-
tios y abrazar y conocer á sus hijos.
-Híjos mios! hijos de mi alma! gritaba en los patios y en el fondo
aquella santa madre.
Dentro de poco van A poder abrazar A su padre! él viene ahí, entre
10$ que han aplastado la tiranía.
_y los l1ill0S se figuraban ver entrar á la casa algtmos de aquellos
militares que habian visto en la calle, armados de luciente lanza y mon-
tando soberbios caballos
-Por fin ya no nos llamarán mAs los hijos del lechero y del vi-'
¡ilante, decian los jóvenes.
'l Tenemos un padre que nos hará resPE?tar d nosotros y á ti
ladre mi a, de los charlatanes y calurnmadores.
m~s:a,
Trémula de emocion y temblando como si fuera á cometer un de-
'to empezó á levantar, ayudada Jlor sus hijos, los ladrillos que cer-
!rab:m aquel sótano cuya éxistencla ninguno de ellos conociera.
, La seii.ora estaba doblemente conmovida, pues la caida de Rosas
¡iimportaba para ella la vida de su esposo y la justificacion pública
¡:de todas las infamias que de ella se habian dicho.
Salvadores sabia, porque lo sabia su señOl"a como todo el pueblo,
i:¡ue en aquellos dias debia tener lugar una batalla decisiva.
y e5'peraba por momentos que le traj~an noticias del resultado.
Así es que cuando sintió que abrian el sótano, de di a, y apercibió
i.a voz temblorosa de sU~'mujer, acompañada de otras más, no dudó
lilue la suerte de las armas habia sido favorable para la causa de la
Hibertad.
l' La señora, apenas abierto el sótano, no pudo contenerse y bajó de
\ID brinco prescindiendo de la pequeña escalera fabricada por Salva-
¡flores con duelas de barrica,
l· -Libre! libre! gritó colgándose á su cuello.
I! Ya puedes salir ahora porque Rosas ha caido. ..
11 El ejército libertador ocupa ya la ciudad.
¡l.-Libre! es clamó Salvadores, de una manera hambrienta, retroce-
ipiendo hasta la pared del sótano,
i' Conque al fin puedo ver la luz del dia, respirar aire puro y mirar
i ~ mis hijos!
~! Y la emocion que esperimentaba ahogó su palabra, necesitando apo-
"¡-arse en su esposa para no C3.6r, pues lo habia acometido un vahído,
,: Cuando volvió en sí, hasta el sótano llegaba el rumor de la alga-
'~ara popular y los gritos contra el tirano Rosas .
. : -Si, muera Rosas! gritó tambien, y se avalanzó á la escalera, que
lalvó valiéndose de los piés y de las manos.
: Apenas est~lvo en el cuarto, cuya puerta al pátio estaba comple-
. lamente abierta, Salvadores se detuvo y llevó la mano á los ójos lan-
rando un grito de dolor.
El ojo, habituado durante doce años á vivir á la luz de la vela de
iebo, r.o habia podido resistir la luz del dia.
i' Mucho tiem¡>o estuvo así, sin poder abrir los ojos.
0
1 Fué necesarlO cerrar las puertas, é ir graq.ualmente haciendo la luz,
:.asta que el ojo pudo recibirla sin mayor mortificacion.
i La señora abrazaba á Salvadores pródigándole mil caricias.
, -Este es vuestro padre, hijos mios, decía á los niños, que llenaban
l~l cuarto, dominados por un franco espanto. .
t Este es vuestro padre, vengan á abrazarlo y á pedirle la bendicion,
flue harto ha sufrido.
P~ro cu~do Salvadores. tendía los brazos hácia ellos, todos retro-
I red,an, poméndose en actitud de disparar.
': -: Será nuestro padre, desde que tú lo acaricias así, decia José
'llana, pero nosotros no lo conocemos.
¡ Déjanos por lo ménos acostumbramos á mirarlo.
y se comprendia claramente la resistencia que habia en los nmos,
creer lo que la madre les decia. .
Es que. Salvado~es tenia una catadura patibularia, que á los niños
'S parecla m~s bien I.a ~e' ~ ladro~ q.ue la de su padre.'
Como la senora habla Ido VIe1ldo dianamente aquella trasformacion
I El puñal del ttrano. ., 4
50
tan completa, se habia habituado insensiblemente y no le llamaba
la atenClOn.
Pero no sucedía lo ?l.ismo con los niños, que veían por primera
vez aquella estampa SIniestra.
y mientras los más grandes retrocedian huyendo de su contacto
los más pequeños echaban á. llorar de miedo. '
Salvadores tenia entúllces una barba espesa y algo canosa que
llerraba más abajo de su cintura. '
13arba descuidada absolutamente y poco peinada, tenia un aspecto
súdo y descolorido, que hablaba muy poco en favor de su dueño.
Sus bigotes habian crecido en relacion á la barba.
Eran dos larguísimos bigotes enroscados al rededor de las orejas,
do'nde se los acomodaba para que no le estorbaran.
Su pelo caia tambien hasta la cintura, cubriendo su espalda como
un manto gris súcio, pues el cabello acusaba tanto descuido como
la barba.
En ~quella fi~onomia. encerrada en. tan. espeso ~arco de pelo,
apareclan dos oJos hundidos entre las órbItas, dos oJos sin brillo y
puede decirse sin vida.
l)os ojos enfermizos que inspiraban más desconfianza que otra cosa.
Unase á. esto dos pómulos agudos y fuertemente salientes, un color
cadavérico y unos lábios lívLIOS y estenuados y tendremos el con-
junto de aquell.a fisonomía de presidiario.
Los piés de Sah"adores estaban monstruosamente hinchados por la
humedad y la falta de movimiento.
El mismo no se esplicaba cómo habia podido llegar hasta á.llí.
El complemento de aquella individualidad tan poco atrayente, era
un trage ql,le, aunque se veia cuidadosamente cosido y remendado,
por otro lado dejaba ver la carne amarillenta de su dueño.
¿ Cómo iban á acercarse los nÍi'los á semejante tipo?
En vano la sellora lo colmaba de caricias para inspirarles confianza
y les rogaba que se acercasen, asegurándoles que era su padre.
Ellos retrocedian siempre y siempre se negaban á obedecer.
- Ese no es nuestro padre, decia Nicéforo que era el más travieso,
como que apenas tenia quince años.
Ese no puede ser nuestro padre, porque es demasiado rotoso y
tiene mala cara.
- y se aproximaba á la puerta para asegurar su retirada, creyendo
que aquello pudi.::ra cm.tarle un Vuntapié.
y el desgraciado Salvadores sonreia bondadosamente, compren-
diendo que aquello era 10 natural y que bien pronto habría vencido
toda repugnancia.
Apoyado en su señera y en su hija, porque no podía caminar,
Salvadores fué á. la sala, para participar por las ventanas del rego-
cijo de la ciudad.
y allí fueron llamados los niños para escuchar de boca del mismo
padre, la historia de aquellos doce años terribles.
La ninl!lma educacion que habian recibido los niños, les hacia
escuchar ~quella terrible narracion, con aires de la mas completa
chacota.
El corazon nada les decía, y no se hallaban dispuestos , creer ni
aquella fábula, ni que aquel era su padre.
- Mire, amigo, :le dijo Tomás, apenas concluyó.
Usted podrá decir lo que quiera, pero usted no es mi tatL
51
11ft tata esti en Monte\;deo, y no hay que qUl"rer ocupar ~ lugar,
.aunaue mamá lo acaricie para que creamos cuanto se ha dIcho.
C¿nque abur, que nos vamos á divertir.
y todos tres se fueron á la calle, dejando á los esposos entr.egados
a di\'ersos pensamientos. . . ._ .
Para la seúora, aquella resIstencIa de los Dll10S er.a. tem?le.
Los creia capaces hasta de abandonar el hogar, SI mSlsha en ha-
cerlo reconocer en su carácter de padre.
- Pero si es natural, pobrecitos! le decia Salvadores.
Si mi facha debe ser la de un criminal!
Cómo quiéres que así de golpe y zumbido me acepten como
pl-dre?
Ellos saben cómo se llama su padre; cuando yo me dé á conecer,
10 que algun trabaio ha de costar, y vean que todos me dan mi
nombre, verás como creerán nuestra triste historia y me cobrarán el
cariño que hoy no pueden tenerme.
Aquel dia la casa fUt un des0rden.
La gente que pasaba por las ventanas miraba á aquel desconocido
de tan sin;estro aspecto, sin darse cuenta de quién podia ser.
Tal vez fuera alguno de los oficiales ó soldados del ejército que
conocia ó no conocia á la familia, pues á la seilora de Sah'adores la
creían capaz de todo, tal era la fama que habia adquirido.
Aquel dia no se hizo de comer.
Entregada la sefiora al completo gozo de ten&r su marido al lado,
ni se habia sIquiera acordado de ofrecerle alguna cosa. .
Por otra parte, ni el cocinero, ni el mucamo, ni el lavandero, ha-
bian vuelto de su paseo, y no habia quien hiciera de comer.
Pero como ya las circunstancias habian cambiado, doiJa Pepa
enyió á bascar una morena de la vecindad, que otras veces se le
habia ofrecido, y á quien no habia ocupado, siempre por mejor guar-
dar su secreto.
y la mandó llamar con aquel primer hijo que motivó la primer
.::ahunnia, diciéndole que era el seúor Salvadores quien la llamaba.
L~ moren~ vino en. el. acto, contenta porque con la venida del
mando cesanan las mlsenas de la señora.
. Era una ~e aquellas antiguas y lealt;s morenas, cuyo cariño está
~Iempre arrIba de toda habladuria.
Cuando .la morena ~ntró á' la. sala y vió á aquel hombre, retrocedió
como hablan retrocedIdo los nUlOS.
- Es Salvadores, Mauricia, dijo la señora, - qué! no lo conoces?
- No, señora, pero cuando su merced lo dice debe ser así.
Mauricia fu~ llevada al cuarto del sótano, donde la señora la hizo
bajar.
-Aqui, le dijo, ha pasado desde el año cuarenta, en que creyeron
~e habla ido á Montevideo.
S~lo yo conocía el secreto y nunca lo hubiera revelado .
.'Y el estado del sótano corroboraba perfectamente lo que habia
dicho la seilora.
-Dios bendito! esclamó la buena morena, qué dirán ahora los que
tanto han hablado de su merced!
Por eSO es que en vano espiaban: no podían dar con el hombre
-que decian vivla aquí.
y cómo habian de dar si estaba tan bien guarda~o?
Animas benditas!
52
Qué va á decir ahora su familia, que tan mal ha tratado Ii su
merced?
y la morena volvió á la sala, ya convencida de que realmente
aquel era Salvadores.
Poco á poco lo fué reconociendo, hasta que esclamó:
- Pero como no ha de estar desconodo con semejante encierro!
Dios lo conserve, al amo!
Pepa habia entrado en todos esos detalles porque sabia que la
morena, apenas saliera de allí, habia de referir la historia á cuantos
se le quisieran oir. .
y así llegaria á oidos de su familia, que quedaria confundida y sin
sab~ qué hacer. .
La morena Mauricia hizo la comida, y todos se sentaron á comer
cuidadosos con la tardanza de los tres niilos.
Quién sabe si en el barullo de la soldadesca no les habia sucedido
una desgracia?
Por fin entraron los tres, agitados y cansados.
Venian de Palermo, ocupado ya por las tropas de Urquiza, donde
todo 10 habian curioseado v averiguado.
Aunque miraron á Salvadores con menos miedo, no por eso lo mi-
raron con menos aversion.
Venian de Palermo de ver caras patibularias y ya la dI! su padre
no les llamaba la atencion.
Despues que refirieron largamente, mientras comian, todo cuanto
habian visto, ia señora insistió en hacerles reconocer i su padre, pero
se hallaban tan poco dispuestos á ello como antes de ~alir.
- Basta de jaranas, señora, dijo José Maria, por ahora yo no re-
conozco á eSe hombre como mi padre.
:Mas adelante, cuando me convenza de ello, seré el primero en
atacarlo.
La morena Mauricia, conocida de todos los niños, vino en apoyo
de la seli.ora, corroborando lo que ella decia, pero fué inútil.
- Que va á ser tata! decia Nicéforo - tiene la misma cara de todos
esos hombres que hemos visto en Palermo.
y Salvadores no podia dejar de reir ante aquella actitud de sus
hijos, al mismo tiempo que sen tia una íntima amargura al ver que el
corazon nada les d e c i a . · •
Despues de comer, Salvadores y su esposa volvieron á la sala.
La ciudad ofrecia un aspecto tan alegre y entusiasta, que no se
podia prescindir de tomar parte en el regocijo de todos.
Los tres mocitos, José Maria, Tomás y Nicéforo, quedaron en el
comedor, deliberando lo que debian de hacer con aquel padre que
les habia llovido del cielo cuando menos 10' esperaban.
- Ese no es tata, volvia á decir Nicéforo.
Aunque mamita le hace cariños para que tengamos mas confianza,
yo creo que ese no es tata.
- y cómo si ha estado siempre en el sótano no lo habíamos de
haber sospechado nosotros!
Es imposible que no hubiera salido cualqui~ dia y sobre todo, á
tí que eres el mayor, no te habian de haber ocultado el secreto.
- Eso es claro, agregaba José Maria, lo que es nuestro padre. no
es, yo lo puedo jurar, porque no soy tan tonto que se me hublera
escapado su estado aquí durante doce años. . .
Ahora, si nos prueban que es él, nuestros tlOS, por ejemplo, yo no
diré que nó, pero antes, ni á palos.
63
- Claro, concluyeron los demás. ,
_ y digo yo, preguntó Tomás, no pensarA irse esta noche?
Parece que tiene el aire de instalarse en la casa, yeso no se le
puede permitir.
_ No, lo que es eso nó, respondió.José Maria. Si á las once no se
ha ido es preciso preguntarle qué pIensa hacer.
- ..¡o creo que lo que debemos hacer, concluyó Nicéforo, es sa-
carlo á palos si no quiere irse por las buenas.
y tal vez mama se enoje, pero qué le hemos de hacer!
Nosotros no podemos'consentir que semejante tipo pase aquí la
noche.
- Por supuesto!
- Por supuesto! ..
A~uí los tres decidieron intimar á Salvadores que se mandara mu-
dar o á eso de las diez de la noche, sacarlo á palos.
- Es bueno que sepa que, aunque muchachos, habia dicho José
?tIaria, somos capaces de hacer respetar la casa.
Ageno á lo que sus hijos traI?aban c~mtra él, Salvadores charlaba
alegremente con su señora, hacIendo mil proyectos para hacer cesar
aqudla miseria espantosa.
- Ahora los unitarios estamos triunfantes, le decia, y nos va á
sobrar el trabajo.
La señora por su parte lo escuchaba estasiada y arrobada por la
felicidad suprema de ver terminadas todas sus desdichas.
- Ya no tenemos nada que temer, gracias al cielo, respondia.
Ahora podrás ocuparte de la educacion de nuestros pobres hijos,
que tanto la necesitan, entregándote al descanso qfte te hará recu-
perar la salud perdida.
- Mi primer descanso está en el espíritu, y para lograrlo necesito
hacer cesar esta miseria que me hiela el alma y que tú me habias
ocultado.
Estaban entregados á esta conversacion, interrumpida por las mu-
chas músicas que pasaban, cuando los tres jóvenes ap¡recieron en
la sala de una manera gracia sí sima para el padre, y alarmante para
la señora.
José Maria venia armado de un gran garrote de durazno, recien
cortado de los árboles del fondo, Tomás tenia una pata de un si1lon
de caoba, y Nicéforo, que como el más jóven era el más entonado,
se habia venido COD el cuchillo mocho de la cocina.
Los tres se pararon' delante de Salvadores, á unos seis ú ocho
pasos de distancia.
Este soltó una carcaJ$da llena de carii'lo, comprendiendo lo que
a.q1:lello significaba, y. 8Dlpezó á mirarlos mansamente, mientras aca-
Tlclaba su larga barba.
Al revés de 10 que Salvadores pensaba, fué Nicéforo, el que, con
una gracia infinita tomó la palabra.
- Oiga, amigo barbudo, dijo el. chiquilin con gracia infinita: es
preciso que usted se largue con los pelos á otra parte, porque ya es
hora de cerrar la puerta y usted no 'puede quedarse á dormir aquí,
porque esto no es fonda.
- Hijo de mi alma! es tu padre y el dueño de la casa! es clamó
aterrada la señora.
- Déjalos, dijo Salvadores; me están dando un placer inmenso.
-Usted se dará un placer inmenso, dijo Tomás blandiendo su
54
rnacanita de silla, pero lo que es nosotros, si no se larga de aqul
le vamos á dar una paliza mas inmensa todavia. '
A volar, pues, so roñoso, que vamos á cerrar la puerta.
Salv~uores ~eia pl~centeramente y se ~eguia a<;:ariciando su barba.
0- Mire, anugo, diJO entónces José Mana blandiendo su garrote de
durazno.
No crea que por que somos muchachos nos va á asustar.
Mándase mudar de una vez porque le vamos á reventar la crisma
de una paliza.
Los muchachos estaban dispuestos á hacer lo que decian, á juzgar
por su ademan resuelto.
Er,. pues, preciso conjurar aquel cataclismo-.
La sei'Iora, á pesar de Salvadores, se lanz.ó sobre sus hijos, dando
un pescozon á Nicéforo y ordenando á los demás que se fueran á
acostar mientras Salvadores se guia riendo como si le hicieran cos-
quillas.
Pera José Maria se rebeló por primera vez contra el poder de la
madre y dijo:
-Usted no puede obligarnos á consentir en que un hombre ex-
trai'lo duerma en nuestra casa.
Basta con todo lo que se habla, madre mia!
-Pero hijos mios, si es su padre, gritaba la señora afligidísima,
temienuo que sus hijos realizáran la amenaza.
-No seiior! fuera el peludo!
-Fuera el peludo! dijeron los otros dos.
-Conque, á ver amigo, ó á la calle, ó le rompemos el alma!
y luchando con la madre, arremetieron á garrotazo limpio sobre
Salvadores.
Este, riendo siempre de la gracia de los muchachos, tuvo que po-
nerse de pié y retroceder.
y como sus hijos avanzaban empezó á obstruirles el paso tomando
las sillas y arrojándoselas por delante.
Por fin, para verse libre del l?eligro de recibir algun garrotazo, ar-
rojó por delante una mesa, y pidió la palabra.
-Un momento, chiquilines, dijo sin dejar de reir.
He dicho que soy el padre de ustedes, y se lo voy á probar en
un momento.
Mercedes, dame dinero.
La sei'lora entregó á Salvadores unos noventa pesos, que era todo
el dinero que poseian.
-?llatlana, yo les probaré lo que les digo, con el testimonio de
sus mismos tíos porque ahora es tarde para andar en estas bromas.
Por el momento, tomen para que festeje mi libertad.
Tú, Nicéforo, toma estos veinte pesos por ser el mas zafao.
Ustedes repártanse estos cincuenta, por ser mas mozos.
Mañana bien temprano yo les probaré lo que les digo.
Qué les pare<:~? . . .
-Caramba, dIJO Nlcéforo á sus hermanos, nurando los vemte gra-
naderos que le habian tocado.
. Cuando así de golpe y zumbido nos da tanta plata, debe ser nues-
tro tata, caramba!
Esperémonos hasta ma!'iana.
-Sí, agregó Tomás, si no fuera tata no nos daria tanto, porque
solo los padres dan plata.
55
-Bueno amigo, concluyó José Maria, eSpeTlImOS hasta ma'-lana.
Pero si m:ti'lana no queda probarlo que es usted nuestro padre, le
compemos el alma,. téngalo por seguro.
y se metió debajO del brazo su gran garrote de durazno.
Así quedó conjurada por el moment? aquel!a torm~nta.
A la edad de 19 alios, entónces, habla más mocenCla y ménos ma-
licia que hoy á los diez. .
No es estrai'lo pues, que .aquel reparto de dmero .fue~a una prueba
fehaciente, para aquellos n~i'los desventurados, que Jamas hablan re-
-cibido un centavo en propIedad.
Pero las \'oces y el ruido de las sillas que hacia rodar Salvadores,
habian atraido muchos vecinos y gente que pasaba, entre la que
habia much"s amigos de la familia.
Creyendo que se trataba de alguna .lucha, segun lo daban á en.t~nder
las voces de la sei'lora, muchos hablan entrado á ofrecer auxIlio.
y al ver á Sal\'adores, con aquella estampa de facineroso, no solo
se habian confirmado en la creencia, sinó que habian avanzado hácia
él de una manera resuelta.
Pensaron que seria algun soldado de los de Urquiza, que al ver
aquella' familia desamparada, habia entrado á robar.
-Qué hace usted aquí, bribon? le habia preguntado un señor
Garcia, antiguo amigo de Salvadores, y que se habia retirado de la
casa, con su familia, cuando se produjo la calumnia que hemos na-
rrado.
-Cómo que hago aquí? contestó Salvadores sonriendo.
Lo que hace en su casa cualquier individuo de este mundo.
Estaba jugando con mis hijos.
-Es' un borracho, señora, dijo otro de los que habian entrado,
tambien amigo de la casa.
No tenga cuidado que ya vamos á hacerlo salir.
-A ver amigo, añadió tomando de un brazo á Salvadores.
Retírese en paz y gracia de Dios, sino quiere salir de una manera
violenta. .
Salvadores se puso á reir alegremente, é hizo á su esposa una
señal imperceptible _para que guardara silencio.
-Pobre, añadió Garcia, tal vez sea algun loco.
Mir~, .amigo, retíres~ porque usted no puede quedar aquí.
Esta mcomodando a la señora. .
Los niños apenas habian recibido el dinero, se habian ido, de modo
que no estaban allí más que los esposos y los que habían entrado.
-He dicho á usted, amigo Garcia, que estoy en mi casa, añadió
Salvadores, siempre sonriente.
No comprendo, pues, el derecho con que ustedes me mandan salir
á la calle.
. García quedó atónito al verse llamar tan familiarmente por aquel
tipo, y tanto él como los demás estaban asombrwlos del silencio con
que la ~eñora aceptaba aquella audaz afirmaciotf.l'
~staria acaso em?a!gada por el espanto, ó aquel hombre estaria
allí con su consentimiento?
. ~ara salir pronto de aquella situacion, Garcia se dirijió á la señora
d lCléndole:
1 -Es cierto lo que dice este hombre, doña Pepa? quiere usted que
o hagamos salir de aquí?
Indudablemente cuando nosotros hemos entrado habia aquí una
lucha entre ustedes y este hombre.
56
--:-Lo que él ha dicho es la tm\s pura verdad, replicó sonriente la
señora, mirando á Garcia y demás personas presentes.
Está en su casa y no habia tal lucha, sinó que se entretenía en
jugar con sus hijos.
-Perdon, entónces, mi señora, esclamó Garcia desconcertado com-
pletamente.
y deseando desahogar la rábia que le habia causado el chasco
agregó de una manera hiriente, como si deseara vengarse: '
-Tenia entendido que el dueño de esta casa y el padre de estos
niños era José Maria Salvadores, pero veo que me he equivocado.
y se puso el sombrero que se habia quitado al entrar en señal
del ~.ás profundo desprecio. . '
-¿ y quién le dice que usted se ha equivocado? preguntó Salva-
dores sonriendo siempre.
El padre de estos nii'los, de todos ellos, y marcó estas palabras,
como el duei'lo de la casa es efectivamente José Maria Salvadores.
-Entendamos de una vez, replicó Garcia amostazado, y no lleve-
mos al último estremo esta cínica farsa.
Si usted se proclama dueño de la casa, no lo es Salvadores, y si
lo es Sal \"adores, usted no es más que un intruso y esta señora una
farsante, por no decir otra cosa.
Es verdad que su conducta durante estos últimos años no dejaba
esperar otra cosa, pero por lo ménos debia respetar el recuerdo y el
nombre de su esposo.
Buenas noches, señores.
Las personas que estaban con Garcia y otros que habian entrado
des pues, pues la escena pasaba á ventanas abierta, no sabian qué
hacer ni qué partido tomar.
Aquello era ve~daderamente una comedia, pero una comedia que
tenia olor á risueño desenlace.
-Un momento, un momento, habia dicho Salvadores deteniendo
á Garcia. .
Comprendo que en doce años de encierro en un sótano, cambie
el físico hasta el punto de ser totalmente desconocido.
Pero la voz, el ,acento y la mirada misma no cambian hasta ese
estremo!
Amigo Garcia! está ustedhablándo con José Maria Salvadores,
para cuyo nombre acaba de pedir respeto, y ofendiendo á la más
pura y virtuosa de todas las mujeres. .
Basta por Dios de infamias y calumnias; mi esposa no ha deJado
de ser nunca la mujer honesta que todos han conocido, antes de la
muerte de mis amigos y de mi sal,*cion milagrosa.
Garcia habia abIerto desmesuradamente los ojos sin atraverse á
creer lo que oia.
Cómo era posible ae aquel hombre fuera Salva~ores? . .
A!lí estaba su esp.,a radiante de ale~ría, colm~ndolo de canctas:
Pero aquello podia ser tambien una farsa admIrablemente combI-
nada.
. Sin embargo, el lenguaje y las maneras distinguidas de aquel
hombre, estaban reñidas con su catadura funesta.
Como penetrar la verdad de aquello? . . .
-De una manera muy fácil, dijó Salvadores, como SI les hubIera adi-
vinado el pensarr; ~nto.
Tomen ustedes -nto y yo les voy á poner en conocimiento de
lo sucedido.
57
Es una historia larga y triste, pero yo omitiré todo aquello que
<:arezca de interés para ustedes y no tienda á identificar mi persona.
Cada vez mas asombrados, Garcia y los que pudieron, tomaron
asiento.
Los demás se prepararon de la manera más cómoda á escuchar
.aquella historia que prometia ser interesantísima.
Con un lenguaje sencillo y conmovedor, Salvadores refirió la
matanza del 3 de Mayo y la .manera cóm? habia .escapado herido.
Narró tristemente la hlstona de su ternble enCIerro en el sótano,
durante doce años, con todas las amarguras y sinsabores que hábia
tenido que apurar, la infamia lanzada sobre su familia y la abnega-
<:ion suprema de su esposa.
y conclu1ó por refirir e orijen y causa de la lucha que los habia
.atraido allí.
A medida que Salvadores hablaba, García lo habia ido recoDo-
<:iendo poco á poco.
Su modo, el timbre de su voz, su gesticulacion, todo en fin, le
babia puesto por delante, al travéz de aquella gran barqa y de aque-
lla fisonomia demacrada, á su antiguo amigo y compañero que creian
muerto.
As! es que cuando este concluyó de hablar, se leyantó y lo abrazó
-estrechamente.
-Sí, te conozco, te conozco, amigo desventurado, le dijo.
El dolor y el encierro ten han desfigurado terriblemente, fero tu
espíritu hidalgo te hace reconoce~ á pesar de la mudanza de físico.
-Ahora, continuó Salvadores, despues de devolver todas las feli-
<:itaciones que le dirigian, solo me resta probar lo dicho.
Voy á llevarlos á ver el sótano que he habitado durante doce años,
desde aquella fatal noche del 3 de Mayo hasta hace unas pocas
horas.
-Como prueba, lo rechazo, se apresuró á decir Garcia.
Lo admito solamente como una visita curiosa, para ver de qué
manera esta santa señora ha podido ocultar su secreto hasta de sus
mismos hijos. .
Todos fueron á visitar el sótano.
Alli habia todavia una buena cantidad de costuras,' pues la señora
sacaba costuras de muchas casas, y el resto de la comida que le
llevara su ~sposa la noche anterior.
Era tal la pesantez de la atmósfera 9,ue allí habia, á pesar de que
el sótano estaba abierto desde que saltó Salvadores, que todos se
a~ombraron de que un sér humano hubiera podi~ vivir allí doce
.anos. a
. Los pulmones se fatigaban á "los cinco minutos de estar allí, ha-
<:lendo temer una asfixia inmediata. .,
Es q~e Salvadores se habia habituado poco á poco á respirar
aquel arre, ~omo los que se habituan á tomar una fuerte dósis de
'Veneno, hablend? empezado por tomar un centígramo.
La permanenCIa de Salvadores allí quedaba constatada, y destruida
por completo la infamia que las apariencias habían hecho caer sobre
la desventurada señora. _ I
•
58
Aquella nO,che fué una especie de fiesta para la familia al estremo
de gue los ,nuios se lavantar(~n. de sus camas y vinieron á tomar parte
en la alegna de todos, conn1Ul:ndose por fin, qUe aquel era real-
mente su padre,
Muchos se habian reti~ado á repetir la historia que escucharan
pero la mayor parte hablan quedaJo con Garcia, 'á oir los detalle~
intimos que seguia dando Salvadores.
-Perd«?ne!lme, mis amigos, habia dicho éste, pero nada hay aquí
con que mVltarlos.
Esta es toda nuestra riqueza, añadia mostrando los veinte pesos
que le habian quedado.
Poco importa, habia respondido Garcia, pues nosotros pagamos
gustíioS el festejo de tal acvntecimiento. '. .
y él Y muchos otros habían salido, volviendo al poco rato carga-
dos de masas y de algunas botellas de buen vino.
La pobre señora estaba radiante de felicidad.
Parecia haber rejuvenecido aquellos, doce años maldecidos.
Por fin podia levantar su frente pura ante los mismos que la ha-
bian escarnecido y despreciado.
Por fin podria salir del brazo de su marido, á tomar cuenta de
aquel desprecio inmotivado.
- y nosotros hubiéramos sido felices, decia, todo lo felices que se
puede ser en tal situacion, si nuestras familias me hubieran creído
y no nos hubieran retirado su apoyo.
Pero sin mas recursos quel el de nuestras costuras, cuando estas
escasearon por la quiebra de don Simon Pereira, muchas veces tuvi-
mos que dejar de comer nosotros, para que comieran nuestros hijos!
Felizmente Dios ha oído mis súplicas y Salvadores no ha enfer-
mado en tan largo tiempo. .
Cómo II!e habria yo decidido á llamar un médico, poniéndolo en
el secreto que tanto importaba guardar!
Puedo asegurar que este temor ha sido el que me ha hecho der-
ramar más lágrimas.
La concurrencia á 10 de Salvadores se habia ido renovando toda
la noche.
La negra Mauricia por una parte, y los que habian escuchado la
tocante historia por otra, la habian referido en el seno de otras fa-
milias y á los grupos de amigos que encontraban en la calle.
y todos habian querido ver á Salvadores en su terrible aspecto y
oír de sus lábios algunos detalles .de aquella verdade,a leyenda.
Asi es que la concurrencia habia ido aumentando progresivamente,
al estremo de que á la mañana siguiente estaba la casa materialmente
llena de amigos y desconocidos que lban á felicitarlo y á cumpli-
menta¡ á la señora por su noble conducta. .
Al dia siguiente muy de madrugada, la familia de Salvadores des-
pertó con aquella novedad que corria ya de boca en boca.
Salvadores habia estado doce alios escondido en un s,\tano de su casa.
Inmediatamente se vistieron todos y se fueron á buscar á la fa-
milia de Pepa, que ya sabia la noticia y se preparaba á salir.
-Pero qué le parece, pobre Pepa! decian todJs .
. Con <lué le compensamos toi.os el abandono en que la hemos te-
nido, pnvándola de los recursos más necesarios, porque creíamos que
tenia quien la atendiera?
y las mujeres lloraban amargamente, miéntras el más cruel remor-
dimiento roia el coruon de los hombres.
59
Todos habian ere ido que Pepa no tenia servicio, no porque no pu-
diera pagarlo, sinó. por entr~gar~e más libre~el1te ~ su vida licenci?~a,
y ;::.hora comprendan las mIsenas que habna ~ufndo aquella fanllha.
Todos fueron juntos á la casa que no pisaban desde hacia diez
.años v entraron llenos del m:.\s agudo remordimiento.
Ni~guno de ellos pudo mirar sin conmoverse hasta las lágrimas el
cambio miserable de Salvadores.
~i él ni su esposa les hicieron la menor recriminacion.
Los recibieron con los brazos abietos, respondiendo á sus disculpas
con estas senci!las palabras:
-Es natural, todas, todas las apariencias estaban en mi contra y
me condenaban.
Yo no podia justificarme y ustedes tenían razon en dudar.
Pero todo queda olvidado, pues que en adelante, gracias al buen
Dios, n:l.da tenemos que temer, y el daño recibido en mi reputacion
-queda remediado.
La familia se habia entregado á la inmensa felicidad de ver vivo
á S.llvadores, á quien creyeron muerto, y en saber que Pepa era mas
-<ligna que nunca del aprecio que le habian retirado.
Ellos tomaron á su cargo el preparar una comida opípara para
festejar el acontecimiento y pasar el día entregados al íntimo goce
.;!e la familia.
Los esposos Salvadores no habian dormido la noche anterior y era
I,reciso que descansaran.
No solo el desvelo, sino las emociones sufridas los habían rendido
completamente.
y como nadie reparara en esto, distraidos con el bullicio y la con-
versacion, fué necesario que Salvadores lo hiciera presente.
-Perdonen, dijo; pero necesitamos un poco de reposo, porque
aún no hemos dormido y las emociones recibidas, una en pos de otra,
nos han vencido, como no nos habían vencido la fatiga y los pesares.
VamGs, pues, á descansar un poco, sin que esto sea despedir á nadie.
Nuestra familia queda haciendo los honores de la casa.
Todos reprobaron á Salvadores su falta de franqueza, instándolo
para que se fueran pronto á dormir.
- Ya los despertaremos á la hora de comer! dijeron.
Antes de recojerse, Salvadores n~uni6 á sus hijos en el fondo.
La qljnta estaba hermosa, los árboles cargados de fruta y las pa-
nas cubiertas de tentadores racimos.
Hacia doce años que los niños deseaban fruta, pues por muy abun-
dante que hubiera sido, siempre habian estado á raclOn, por órden
del mismo Salvadores, para qUe! les durara.
-Hijos mios, les dijo, la miseria en que hemos vivido llegó ya á
su término, gracias á Dios.
Ya no tenemos que hacer economías sobre el miserable pedazo de
pan y el pW1ado de frutas.
Toda esa fruta, como todo lo que hay en la casa, es de ustedes
y pueden hacer de ello lo que mejor les parezca.
Suban á los árboles y coman cuanta fruta quieran, rompan y des-
troz~n, si se les ocurre hasta echar abajo todas los árboles, que de-
·masJadas privaciones han sufrido.
No tebKan reparo, hijos mios, su padre que tanto los ama, les ase-
.gura que todo es de ustedes y para ustedes.
Hasta luego ,mis queridos.
60
y despues de prodigarles sus mas sentidas caricias se retiró é.
dormir.
Los niños no sabian lo que les pasaba!
Les p~recia mentira que ell,?s fuera!l dueños de toda aquella fruta
que hablan deseado hasta el dla antenor y qu ~ no se habian atrevido
á tocar, porque profesaban á la madre un respeto sin limites y ella
se los habia prohibido.
. Así es que no bien Salvadores habia andado diez pasos cuando
todos se habian trepado á .l~s árboles, con una agilidad insospechable,
y empezado ! comer v.::rtlglnosamente.
-Ahora si que yo juro que es tata! gritaba Nicéforo desde un
damasco, con la boca llena. '
Ah.:fta sí que no se puede dudar que es tata, aunque nadie nos
hubiera dicho nada.
y casi le hemos roto el alma á palos! qué bárbaros!
-Qué bárbaros, repitieron Tomás y José Maria que se habian tre-
pado al zarzo de la parra.
Pero qué culpa teníamos nosotros? porque no nos dijeron que es-
taba en el sótano?
Los jóvenes no abandonaron los arboles y las parras, hasta que
materialmente no les cupo en el estómago una sola uva más.
Entónces se bajaron y empezaron a jugar á la rayuela con los
damascos y pelones, y á tirarse unos á otros con los racimos de uva.
Era el primer dia en su vida que aquellos nÍlios desventurados se
entregaban á un recreo franco, sm límites y sin tener que pensar en
el rudo trabajo de la casa.
Aquel atracon de fruta les produjo una descomposicion de todos
los diablos.
Al recordarla Nicéforo Salvadores, cuando nos daba estos datos
hace dias, nos decía:
-Caramba! dolores de barriga como aquellos, creo que nadie los
habrá tenido!
A mi me hacian dar diente con diente.
Así el que crea que hemos exagerado en la narracion de esta
historia, puede preguntarlo á él, que nos ha proporcionado los datos
mas interesantes, desde la época que él recuerda.
La familia siguió recibiendo las numerosas visitas que llenaron la
casa durante aquel dia.
Ya estaban fatigados de referir la misma historia y mostrar el só-
tano salvador.
Los esposos durmieron hasta la tarde, en que fueron recordados
para comer.
La familia, deseando remediar en lo posible el mal que habia cau-
sado, dejándose llevar de apariencias engañosas, cuidó de que al des-
pertar tuviera Salvadores cuanto necesitaba.
Le habian preparado un baño á un temple agradable y la ropa ne-
cesaria para que se mudara completamente'.
Cuánto lo agradeció el pobre!
Limpio, fresco y recien mudado, á pesar de su cabello, de su barba
y <le su demacracion cadavérica, había cambiado de aspecto, per-
diendo todo el aspecto de presidario.
Con qué placer se sentó á la mesa, despues de doce años, rodeado
de su famiha y sus hijos!
-Caramba! decia á cada momento-yo voy á tomar una indigestioD
espantosa.
.. 61
Esta comida es demasiado para nosotros ¿!lo es. verdad, Pep~?
Acostumbrados no Y3: al puchero, que hubIer~ sIdo un lUJo, S1l:1O á
un simple her"ido, contieso que como estos manjares con gran mIedo
de que me hagan mal. . .
y todos reian echando aquello á graceJo, para dIstraer la pena que
tales bromas les causaba. . . .
Aquella comida fué memorable por su ~ordla1tdad y alegna.
Habiéndose sentado á la mesa á las seIS de la tarde, no se levan-
taron hasta las cuatro de la mañana. ... .
Es que las '1l'isitas que no cesaban de Ilegal' hablan sIdo rec1bldalS
en el .comedor, don¡;le habian permanecido todas hasta que se retiró
·la última.
Sah-adores permaneció como una semana sin salir á la calle.
Habia necesitado hacerse cortar el cabello y la barba y esperar á.
que 5ie le deshincharan los piés.
En SOíO ocho dias de felicidad y descanso del espíritu, Salvadores
habia recobrado su antiguo aspecto.
Parecia mas jóven y habia empezado á engrosar.
~~~ .
No podia dedicarse aún al trabajo, pero no le faltaron ya recursos
LA RETIRADA DE LA VALLE
.
En Agosto de 1840 se suponia derrotado en Entre-Rios al brillante
general Lavalle.
F~U', ues, una sorpresa completa cuando se supo que habia pasado
el P . y que se hallaba en San Pedro.
F hecho admirable del que no se supo sacar partido.
Ros que habia festejado con cohetes y músicas la derrota de La-
valle, quedó aterrado, miéntras un rayo de esr.eranza volvió á brillar
en el espíritu de los unitarios, que habian recIbido en medio del co-
razon, como un golpe de muerte, la noticia de aquella derrota.
La ciudad tan alegre poco antes, por las músicas federales y el
desborde de la mazorca, quedó sumida en un silencio de muerte.
La federacion tenia miedo.
. Es que no solo se sabia que el heróico Lavalle estaba en S. Pedro,
sino que !Se dirijia sobre Buenos Aires, sobre Palermo ·mismo, levan-
tando toda la campaña á su paso triunfal.
La revolucion del Sur lo esperaba con todos los elementos, reuni-
dos con una actividad febril por el patriota Marcelino Martinez Castro.
Los avisos llegaban uno en pos de otro, y el tirano veía llegado
'5U último momento.
A él no se le ocultaba que en la ciudad como en la campaña, el
elem~nto unitario era superior al federal, y que entrando Lavalle, se
alzana como un solo hombre aquella poblacion dominada hasta en-
tónces por el puñal de la mazorca .
. A toda prisa !Sacó Rosas las fuerzas que habia en la ciudad para
librarlas de un golpe de mano ó de una fácil seduccion, pues eran
ft1erzas ya tocadas por el desgraciado coronel Maza, y trató de formar
-con ellas un campamento en Santos Lugares.
Des~e entónces data ese horroroso campament9, destructor de vidas
y haCiendas, y teatro de los crímenes más brutales.
A~n vive D: Antonino Reyes, jefe militar y Gobernador de aquel
paraje maldeCIdo, regado con tanta sangre inocente.
fI4.
Cuánto dato estupendo podria él darnos pa. la historia de Santos
Lugares!
Ya nos ocuparemos á su tiempo de aquel parage sombrío.
. Ejército qu~ invade y que se retira, es ejército perdido, con rarí-
simas escepclOnes.
Y esto fué lo que sucedió al ejército del benemerito general La-
valle.
Narremos la historia de aquella retirada inesplicables para muchos,
y desconocida para la mayor parte.
La hemos recogido de las fuentes más puras y exactas.
El señor don Mariano Baudrix, que conservaba amistad con Rosas
ei
para ser útil á los unitarios, sabia. ir de cuando en cuando, con ob!
Jeto de hacerse presente y fingir por la causa de la tederacion un
interés que estaba léjos de sentir.
Uvalle estaba sitiando la ciudad por el Sur, acampado en Barra-
cas, y esperando el momento oportuno de entrar.
En su trayecto se habian ido Incorporando algunas milicias de cam-
paña, faltas ~~ annas, y la mayor parte de los ju~ces de paz y co-
mandantes mlhtares de los pueblos por donde ha.bla pasado, y otros
ocupados por la revoluciono
En momentos en que Baudrix llegaba á Palermo, salia de alll, des-
pedido por el mismo Rosas, un paisano montado en un caballo overo
negro, conocido parejero del tirano.
-Que tal, Exmo. Señor? preguntó jovialmente el señor Baudrix,
.no
sin dejar de notar algunos inequívocos preparativos de fuga que se
veían por allí.
Qu~ noticias nos dá de los invasores?
-Vé usted ese hombre? preguntó Rosas, mostrándole el
del l'arejero que se perdia en aquel momento por uno de los os
del camino.
-Sí, le he visto ya-y qué bien montado vá!
-Pues ese homhre va á derrotar á Lavalle.
Baudrix no pudo menos que reir maliciosamente, atribuyendo aquel
dicho á una de las tantas originalidades de Rosas.
-No se ria usted, continuó éste.
Por· estraño que le parezca, ese hombre solo que usted ha visto,
vaá derrotar á Lavalle.
El va á morir, es cierto, pero Lavalle, mañana al toque de diana,
DO estará más en Barracas.
El Sr. Baudrix viendo que no se le daban más esplicaciones, con-
vino en la cosa y es clamó :
-Será sorprendente-solo porque es V. E. quien lo dice lo creo l
pues los tiempos no están para chacotas.
Despues de conversar un buen rato, sobre cosas indiferentes, el
sei1~r Baudrix se retiró. .
-No olvide lo que le he dicho! esclamó Ro~as al despedirlo.
Ese solo gaucho va á derrotar á Lavalle-mañana tendrá la prueba
de ello.
Veamos nosotros cuál era la esplicacion de aquel dicho, y la se-
guridad que en él tenia el astuto Rosas. .
Comprendiendo que no tenia ni fuerzas ni elementos para luchar
con Lavalle, soldado hábil y denodado, se dedicó á buscar una es-
tratagema que lo hiciera desistir de su entr~da á Buenos Ai~es.
. y su espíritu diabólico no tardó en sugenrle una que deb19. darle
los mejores resultados. .
El día antes 4 aquel en que fué ~audrix: Ii su .cal?pame~to de P~
lerrno, llamó Rosas á un ~ulato aSistente 9u e; tema c,mslgo haCia
mucho tiempo, a quien debla encargar lo mas Importante de su es-
tratagema. ,. • 1d
El mulato aquel era un desalmado, espmtu perverso como e e su
amo y astuto y sagáz como él. .
-Lúcas, le dijo el tirano, necesito que ahora mIsmo montes á ca-
ballo y te pases á las fuerzas de Lavalle, que están del otro lado del
puente de Barracas.
-Es el caso que yo no quiero pasarme, dijo el mulato.
Me encuentro muy bien aquí y allí es posible que desconfien y me
fusilen.
~Es que yo aecesito que te pases y te aseguro que no te han de
fusilar.
En cambio si no obedeces te fusilo yo en un segundo.
-Parece que va de veras! es clamó entónces el mulato, que como
todos los locos y sirvientes viejos de ,Rosas, se permitia ciertas
libertades.
y qué tengo que hacer una vez que me pase y me quieran fusilar?
-Aseguras que eres un pasado y que vas á hacer, en prueba de
lo que dices, una revelacion á Lavalle.
-Si, esto es cierto, agregas, ya ve usted que es verdad que me
he pasado. Si no, siempre habrá tiempo de fusilarme.
- y cuál es esa revelacion?
-La siguiente j retiénela bien.
Tú dices á Layalle que mañana ha de salir de aquí un chasque
<:on comunicaciones para el general Lopez, que viene en marcha.
Das las señas de Torres y dices que ya montado en un caballo overo
que es el mas ligero de todos mis parejeros.
En prueba de que sé lo que digo, añadirás, Torres, que es un
buen servidor ~el &obierno, ha de negar todo, pero yo sé donde
trae las comurucaclOnes, y asegwas que ellas van cosidas en los
bastos del recado.
Dices que tú mismo, por órden mia, le ayudaste á coserlas.
Como viendo que esto es cierto te han dé creer lo demas, asegura
~ue yo tengo muchos soldados, así como cinco mil, segun crees, y
que aquí se dice que sí Lopez recibe á tiempo lo que le neva To-
rres no va á quedar un unitario la"allista, ni para remedio.
y a ves pues que no te han de fusilar y que por el' contrario yo
te voy á hacer un regalo que ni te sueñas.
Lavalle se ha de retirar despues de tomar á Torres.
Entónces, bien montado, puedes volverte aquí.
Demasiado vivo eres para q4e tenga que decirte cómo te has de
escapar.
-y cuando tendré que pasarme?
Esta noche para que la cosa sea mejor hecha.
Es preciso que antes des unos buenos galopes al caballo que mon-
tes, y te vas sobre el pucho, para llegar bien sudado al campamento
y como corresp~mde á un individuo que huye.
Lleva estas pIstolas y otro caballo.como prendas que me has
robado.
b. E1 diabólico mulato se hizo repetir la leccion, y seguro de sacarla
len, se preparó á la marcha, sonriendo 4i.e una manera infernal
pues habia compredido que la víctima de todo aquello iba á ser Torres:
El pUlial del tirano. !i •
66
En las primeras horas de la noche, el mulato se present6 á Rosas
con el caballo bien sudado, para que éste le diera un vistazo.
-Superior, dijo el tirano-vas hecho un verdadero pasado tanto
que siento .ganas de fu~ilarte, porq~e me parece que es de ~eras. '
-Nó, dejémonos de Juguetes, gntó el mulato que sabia era Rosas
capaz de hacer lo que decia.
Ya me voy.
-Bueno, largo y cuidado cómo se cumple.
-No hay cuidado, que al ñudo no nos ha elegido usia para cosa
tan peluda.
Cuando el mulato salió, Rosas mandó llamar á Torres.
Era este un paisano de aquellós que toman cariño á un hombre y
lo sItven con la lealtad de un perro, sin averiguar siquiera qué pe-
ligro van corriendo en el servicio que prestan.
Bravo como .las armas, segun su propia espresion, servia á Rosas
porque lo quena y porque le estaba agradeCido á algunos servicios
que le prestó en otra época, como patrono
Por él, por hacerle el gusto simplemente, hubiera desafiado sereno
el mayor peligro.
Y Rosas que sabia esto, 10 elegia como víctima de aquel plan dia-
bólico y casI sin necesidad.
La misma lealtad de Torre le sujirió la idea de que ninguno mejor
que él habia de desempeñar la comisiono
Torres se presentó como siempre, con su franca sonrisa y su ade-
man cariñoso. .
- Te necesito para una comision peluda, le djo el tirano.
-Muchas graCias, patron, por haber pensado en mí.
-No te alegres porque la cosa tiene pelos.
-Ra2on de más, rorque eso me prueba que todavia me tiene fé.
-Ya sabes que e loco asesino Lavalle está encima y que vA á
entrar.
-Si lo pela será durazno!
-Pues para eso necesito que hagas una gauchada.
Tengo que mandar al general Lopez que viene en camino, una
órden para que se apure con el ejército que trae, y he pensado en
ti como el más á propósito para salvar los inconveruentes del camino.
-La entregaré, contestó Torres con una com'Íccion profunda.
-Yate voy á dar un parejero de los mios y hemos de esconder
la nota para que no te la encuentren aunqne caigas plisionero.
-Montado así no caeré.
-Bueno, prel?ara tus cosas para marchar mañana.
Torres se retIró lleno de alegria por la confianza que en él depo-
sitaba el patron, y Rosas se entregó á escribir la comuriicacion que
iba á costar la vida á aquel infeliz.
Era una nota en la que decia á Lopez:
~ Lo supongo á estas horas muy cerca de la ciudad. . .
Es necesario que apure la marQba de una columna de CInCO mll hom-
Dres, de los diez que trae, para~aer sobre Lavalle, de sorpresa y
.:uando él ménos lo espere. ... .
-Yo, para atacarlo con todo mi eJérCito, {ue';1e de doce mil ~om.
bres, no espero más <lue su llega~a,. para co~bIné'~ el. doble y Simul-
táneo ataque y destrwr hasta el últiino salvaje UUltano de los que
lo acompañan.
67
Con mis elementos de la ciudad, tengo de sobra para vencerlo y
obli<Tarlo á retirar, hecho pedazos.
P~ro YO quiero más: qUIero que no sobre uno solo.
Apuré, pues, la marcha aunque mate las caballadas, para llegar
cuanto Antes.
Siempre su affmo.
Juan Manuel Rosas.
Cuando Lavalle lea esta nota, pensaba Rosas, no hay duda que se
retirará, porque creerá positivo cuanto contiene.
y Lopez no se habia movido ni pensaba moverse de Santa-Fé·
sobre Buenos Aires.
Al dia siguiente cuando se presentó Torres, este se hizo dar su
célebre caballo overo y le mandó le llevase los bastos de su recado.
Entre uno de ellos, el mismo Rosas cosió el oficio, diciendo á Torres:
-Así, aunque te agarraran, por una casualidad, ni el mismo diablo
dA con el pliego.
Puedes decir lo que quieras, hasta que te has desertado, que todos
creerán, pues no pueden imajinarse lo que llevas aquí adentro de
los bastos.
-Yo digo que no me han de agarrar, respondió el paisano, y tan
seguro lo tengo, que llevaria el papel en el tirado~.
Pero en fin, para que usted quede bien tranqwlo, lo llevaremos
ahí escondido.
Hasta la vuelta entónces, patrono .
Mira, no te olvides que en negar la verdad está tu salvacion, si te
agarran.
Al fin te pondrán en libertad y podrás volverte.
Mira que si descubren la verdad, puede llevarme el diablo, porque
entonces Lavalle se animará y yo tengo pocas fuerzas.
- No hay que tener cuidado, ya sabe que para tomar el papel, ten-
drían que carnearme primero.
Como se vé, Rosas preparaba la muerte de este infeliz, con una
crueldad bárbara.
T odas sus instrucciones eran tendentes á que fuera fusilado.
- Porque es claro, decía, si Lavalle intercepta de otra manera el
oficio, puede oler la verdad y apresusar el ataque en vez de retirarse.
Esta es la razon por la que Rosas aseguraba á Baudrix que aquel
ginete moriria, pero que iba á derrotar á Lavalle.
El mulato se presentó en el campamento unitario, pidiendo hablar
con el general Lavalle.
-Qué se te ofrece? le preguntó uno de los gefes; de donde vienes?
- Soy un pasado de Palermo, que tengo que darle una noticia de
primer órden.
Los gefes desconfiaban que aquel pudiera ser un asesino enviado
por Rosas, y no querían deiarlo hablar con el general.
- Es lo mismo que me dIgas á mi lo que quieres.
-No puedo, insistió el mulato, ha de ser al mismo general.
- y se te hago fusilar?
- Peor para ustedes porque mi noticia vale su salvacion.
Lavalle.• para qui~n la significacion del miedo era completamente
r
I
esconOClda, mando que llevaran el pasado á su presencia .
. y sus ayudantes introdujeron al mulato con las mayores precau-
Iones. .
68
- Quién eres tú? preguntó el general.
- Un pasado, señor.
:Fui condenado el año ultimo al servicio de las armas, por una pelea
f]ue tuve, y he aprovec.hado la b~lad.a de estar usted aqui para deser."
tarme, porque yo tamblen soy umtano.
Pero ~o vengo solo, agregó el mulato guiñando el ojo picaresca-
mente.
Traigo .conmigo un contingente de mi tIor.
- Qué vi6llen más soldados?
- No, señor, pero traigo una noticia que no sé cómo me ha cabido
en el pecho.
- Habla entonces de una vez.
- El bandido Rosas, perdone usia la mala palabra, está haciendo'
un" 410ta para mandarla con un chasque, cuya nota dice que es su
perdicion de usted.
- Poder de Dios, y qué dice esa nota?
- Yo no lo sé, pero si sé que lo que dice es gordo.
- y entónces cuál es tu noticia?
- Que la nota la van á mandar al general Lopez con un chasque
de estas señas. '
y el mulato dió las de Torres.
Torres va á salir mañana de Palermo, y va ! ser montado en un
parejero overo del gobernador.
- y todo esto no será mentira tuya?
- No, seflOr, dijo el mulato palideciendo.
- Es que si eres espía te vamor á fusilar sobre tablas.
- No, señor, yo soy unitario, y para mayores señas, le aseguro que
Torres trae la nota cosida entre los bastos.
El mismo gobernador la cosió por su mano esta noche.
- Bueno, dijo el general Lavalle.
- Tú puedes ser el pasado que dices, pero tambien puedes ser un
espia.
Te vamos á tener preso hasta mañana; si aparece el chasque, que-
das en libertad, y yo te recompensaré como se debe.
Si no, eres un espia y tienes que confesarlo 6 te hago fusilar.
El mulato sintió entónces un miedo de todos los diablos.
y si no venia el chasque?
y si Rosas se olvidaba, ó no necesitaba ya enviarlo?
Seria fusilado sobre tablas.
- Pá los patos! pensó el mulato, antes que me peguen cuatro tiros
canto la verdad. As! puede que me salve.
El mulato fué conducido al cúerpo de guardia y en el acto dispuso
el general que marchasen numerosas comisiones estendiéndose hácia
el norte, para tomar aquel chasque, á quien tanta importancia daba
el pasado. -
El mulato fué interrogado nuevamemte por los otros gefes que se-
guian creyéndolo un traldor 6 un asesino, pero él siempre se mantenia
exactamente en lo que habia dicho desde el principio.
y como los gefes le pidieron datos sobre lo que sucedia adentro
y las tropas con que el gobierno contaba, les decia que él, como uni-
tario, les aconsejaba no se hiciesen ilusiones.
- El gobierno está muy fuerte, agregaba, y tiene muchos soldados
de los buenos.
Pero en fin, esto no seria nada, porque tan buenos serian unos
como otros.
69
La cosa es esa comunicacion que debe ser muy importante, porque
-cuando el mismo gobernador la cosia en el recado de Torres, decia:
_ Veremos si con esta sacudida le qtledan ganas de meterse nue-
vamente á redentor de pillos. '
Ko le vamos á dejar ni aliento ni para correr!
Toda aquella noche y á la mañana siguiente, las comisiones andaban
por todas partes, esperando el chasque.
Pero no se veia venir ningun ginete montado como el mulato decia.
_ Me parece que no te escapas de cuatro tiros, dijo el oficial de
guardia.
Ese tal chasque ha sido un pretesto para introducirte y nada mas.
Confiesa la partida, mulato viejo, que tal vez te salves asÍ.
_ Si todos los cuatro tiros que han de darme en mi vida son como
esos, ya puedo acostarme á do~mir.
Yo aseguro que el chasque VIene, á no ser que los que esperan lo
-dejan ir.
- No tengas miedo por eso.
Si él sale de Palermo, yo te aseguro que lo tomamos.
_ Pues entónces en vez de cuatro tiros, váyanme preparando cuatro
azumbres de caña que bien los merezco.
- Eso se hará á su tiempo.
N o tengas miedo que tu servicio ha de ser bien recompensado.
- y qué mas recompensa que estar con los mios, entre ustede5.?
Pues esta es la mejor que me pueden dar.
Viva el general Lavalle! gritó como dominado por el entu!asmo.
Pero á pesar de todo esto, aunque las mitigó en algo, no por e~to
destruyó las sospechas que abrigaban los gefes.
Por fin, á eso de las cinco de la tarde se sintió en el campamento
del general Lavalle, un movimiento estraño.
Los oficiales andaban en todas direcciones y los gefes conversaban
entre sí alegremente....
Se preparaba acaso el ejército á entrar en la ciudad?
Aquel movimiento era producido por algo muy diverso.
Por un chasque, acababa de llegar la nOticia de que el paisano del
~vero y sei'las de que dió cuenta el mulato habia caido prisionero de
una de las partidas que lo esperaban.
- Ahora si creo que te salvas, dijo al mulato, al pasar,' el gefe que
más habia desconfiado de él.
Ab.,i traen bien asegurado al hombre de la nota.
Veremos si has mentido ó si realmente eres un buen amigo de
causa.
Efectivamente, Torres habia caído en una emboscada hábilmente
tendida, á la altura de Belgrano.
El habia tomado todas las precauciones imaginables, saliendo por
un lado en que no podia estar el enemigo.
Pero el 'infeliz no contaba con la delacion infame, y lo que más
1éjos estaba en su espíritu, era que lo hubieran estado esperando.
Así .es que en el pri~er momen~o trató ~e negarlo todo y persuadió
~~ ~fi.c181 que era un paisano que Iba en vlage á las Conchas, donde
V1Vla.
- T~ vienes de Palermo y vas al campamento santafesino, le dijo
! e 1 ofiCial.
'1 -Yo nunca he estado en Palermo, ni sé dónde es ese campamento,
eontestó con firmeza el paisano.
70
Registrado prolijamente por el oficial no se le halló nada que co-
rroborára la sospecha. •
El oficial no conocía el secreto de los bastos.
Este registro era lo que Torres esperaba para ser puesto en li-
bertad.
AlJi es que cuando vió que en vez de dejarlo seguir su camino se
trataba de desarmarlo para conducirlo al cuartel general, se res¡'stió
con toda energía.
y convencido de que á pesar de todo el oficial estaba firmemente
resuelto á desarmarlo, saC0 su sable y se dispuso á pelear, tratando
de acercarse á su' C? baIlo.
Pero si bravo era Torres, bravo eran tambien el oficial y los cincos
s~dados que lo habian detenido: así es que su resistencia heróica.
solo sirvió para agravar su causa. .
Desarmada despues de recibir algunos golpes, fué conduCldo al
cuartel general, donde se le interrogó nuevamente.
Torres persistió en lo que habia dicho al oficial, con tal aplomo,
que á nG sabe. se el secreto de los bastos, hubiera sido creído.
- Tú miéntes, le dijeron.
Tú vas de chasque llevando pliegos para el general Lopez.
Entrega eSlJs pliegos y no trates de negar la verdad por más
tiempo) podrás salvarte.
-Yo no ~oy chasque, ni llevo pliegos ningunos.
-Mia que todo es inútil pues hasta sabemos dónde llevas los
pliegos.
Pues saben ustedes mas que yo.
Si es que quieren limpiarme de puro vicio, limpienme de una vez,
pero no me amuelen más con los tales pliegos y el cuento del chasque.
Registrado nuevamente no se le halló nada.
-A ver, gritó entónces el jefe que 10 interrogaba traigan los bastos
del recado de este hombre!
Al oir esto, Torres palideció visiblemente, pero no dijo una palabra.
Los bastos fueron descosidos en su presencia; y sacado de allí el
oficio que tanto habia defendido.
Para el fiel paisano, era indudable que allí habia habido una traicion,
puesto que los bastos fueron pedidos á cosa hecha.
Pero por mas que pensaba no podia darse cuenta de dónde esta
partia.
Solo él y Rosas con ocian el secreto, y era claro para él qUe á
Rosas no le convenia hacerlo tomar.
-¿Qué dices ahora? le preguntó el·jefe, entregando el ot¡cio al
general Lavalle.
Persistirás todavia en negar?
-y cómo no?
Lo que yo he dicho es la verdad.
- y cómo esplicas entónces esta nota entre tu recado?
-Muy fácilmente.
Yo no quise decir la verdad, porque á nadie le gusta meterse en
cosas feas.
Pero como ahora es preciso decirla allá va.
Yo me iba para las Conchas, de donde vine ayer, á cobrar UD di·
nero que me deben.
Al pasar por la pulpería de la barranca del Retiro, vi este overo
que me pareció de Aguante y bastante buen pingo.
71
Entónct"s me hice el zonzo, me dejé caer de mi sotreta aplastado
v me le enhorqueté al ove~o, par.a hacer !Dás pro~to la jornada .
. Nadie es adivino por Cnstol SI vo hubIera sabIdo lo que trae sI
overo, á buen seg~ro que no lo habria codiciado.
-No está. malo el cuento, pero él no te salva.
Qué sucedia en Palermo cuando saliste?
-Pero si yo nunca he estado en Palermo!
-Qué fuerzas tiene allí el gobiemo?
-Nada sé, . , he dicho todo lo que puedo, replicó resueltamente
el bravo y leal paisano.
El mulato {ué mandado buscar para carearlo con Torres.
Cuando· el paisano hubo reconocido al mulato se esplicó re cien lo
que pasaba.
No podia ser otro el autor de la denuncia.
-Quién es este hombre? lo conoces? preguntaron á aquel en
cuanto entró.
- y cómo no he de conocerlo?
Es el amigo Torres, asistente del gobernador.
-Qué dices ahora? persistes en negar?
-Yo nunca he visto á semejante DHlMto! es clamó Torres con un
.desprecio magnífico, mirando de arriba abajo á aquel miserable.
El puede decir todo lo que quiera, yo nunca he estado en Palermo.
-No embrome, paisano, y cante claro, dijo el mulato, porque todo
lo saben ya y es al cohete andar negando.
Torres volvió á mirarlo con un desprecio terrible y no le hizo el
honor de contestarle una palabra.
-y es este el mismo hombre que debia llevar la nota?
-El mismo, si señor, que de puro tonto lo está negando.
Es el asistente de confianza del gobemador y el mismo á quien
mandan de chasque.
-Persistes todavia en negar y en no responder á lo que se te
pregunta?
-y por qué he de mentir?
Ya he dicho toda la verdad, ahora si no me creen, poco me importa.
-Mira que tu negativa te puede costar cara.
Mira que te vamos á fusilar!
- y acaso la vida es para siempre? ~espondió aquel hómbre noble.
Más tarde, más temprano todos hemos de morir, sin saber de qué.
Yo no tengo el cuero para negocio, así es que poco cuidado se
me dá.
Yo sabia ya que los salvages eran asesinos.
Torres fué sometido á un consejo de guerra y fusilado dos horas
despues, sin haber confesado una palabra, ni querer decir cuáles eran
los recursos de la ciudad.
Este fusilamiento mortificó mucho á Lavalle, que desde la muerte
de Dorrego habia cobrado horror á las sentencias de muerte.
Pero era preciso conformarse con la aplicacion de la ley militar.
La n<?ta tomada á Torres fué leida en consejo de gefes, y puesta
á votaclOn la actitud que debia asumir el ejército libertador.
Es imposible resistir con estas fuerzas mal armadas y poco orga-
niza~s, ~jo Lavalle,' á un doble ataque de fuerzas numerosas y en
combmaclon.
Parece indudable que la ciudad está fuerte y su entrada costaria
mucha sangre.
•
72
.t3ero esto poco importaria teniendo tantas probabilidaúes á ta"or
nuestro.
, .Pero este ataque que puede traernos de un momento á otro un
fuerte ejército con el que no se contaba, hace ínsostenible nuestra
posiciono
Quedaríamos en~re dos f~ego.s y sin tener retirada posible.
Esta comunlcaclOn ha SIdo mterceptada, pero lo lógico es que
Rosas la haya repetido por dos, cuatro, ó mas chasques.
Sin emba~go espero la opÍl:lÍon de todos. •
Todos opmaron que la retirada era lo más prudente y que debia
emprenderse sin pérdida de tiempo.
El general Lavalle, tal vez contra todo el torrente de su voluntad
aCi tó lo deliberado por el consejo y dió las órdenes para levanta:
campamento y marchar inmediatamente.
Así, aquel ejército que hubiera entrado fácilmente á la ciudad
llena de partidarios que lo esperaban para pronunciarse, emprendiÓ
su retirada, engañado 'por aquella nota tan bien can culada y de tan
seguros resultados.
El mulato fué puesto en libertad aunque- se observó sobre él una
vigilancia que no le permitió regresar, por temor de correr la suerte
de Torres.
A.l cono.cerse .en la ciudad la ret,irada de Lav.al1~, retirada que
nadIe podla esphcarse, la desesperaclOn de los umtanos fué crueL
Quién se ammaria á intentar nada contra la tiranía, sin apoyo de
ninguna clase?
Es que el mismo terror que pesaba sobre los unitarios, perdia á
Lavalle.
Si dos 6 tres hombres de la ciudad se hubieran ido al campamento
del general. y lo hubieran impuesto de la verdadera situacion de
Rosa!>.
Si le hubieran mostrado los elementos con que él mismo podia
-contar una vez en la ciudad, otro habria sido el resultado.
El general Lavalle, en vez de retirarse, hubiese atacado, y la caída
de la tirania se hubiera anticipado doce años.
El .aspecto de Buenos Aires, cuando se supo aquella fatal nueva,
fué conmovedor.
Las familias que tenian preparada~ las coronas y banderas celes-
tes con que habian de recibir al libertador, se escondían en sus casas
aterradas, temiendo las iniquidades que á aquella fatal retirada se
sucederian.
La mazorca recorria las calles lanzado los mas terribles gritos de
esterminio y muerte.
Entraban á todas aquellas casas donde vivian ó suponian vivir
unitarios y comentian todo género de escesos y viC?lenclas ..
Las damas mas distinguidas eran azotadas por aquella canalla que
no encontrando esto bastante les cortaba los cabellos y les pegaba
con brea el terrible moño colorado.
Los hombres eran degollados en plena calle, con menos formali-
dad que la que se emplea en los mataderos para degollar una res.
y aquellos escesos y crímenes, no solo eran tolerados por la .auto-
ridad policial, que sabia. era~ motiva.do~ por ?rdenes del Gobierno,
sino alentados con su sllenclO y su m~lferencla. .
A las ocho 6 diez de la noche, salia la mazorca de la orgIa de
vino en que habia pasado la tarde V se entregaba á la orgía de san-
gre unitaria.
73
Esto es inaudito, parece la invencion de un loco, 6 exajeraciones
brutales para hacer efecto.
y sin embargo nada mas exacto que lo que vamos narrando.
Todavia hay muchas 'personas "ivas, que pueden corroborar nues-
tra palabras, y decir SI exageramos.
"1{hí están don Marcelino Martinez, Don José Gregorio Botet, el
noble doctOl' Esteves Saguí, los hermanos Mones Ruiz, los _Varangot,
don Mariano Bill~~hurst y tantos otros que. p~sar~n en Buenos
Aires aquella te!rlb1C: é~a, ~r no haber P.Odldo en:ngrar.
. Ellos son' testímomos ViVOS, de esta narraClOn, á. qUienes se puede
referir el que dude de la exactitud de estos hechos.
A la una 6 dos de la mañana, el que capitaneaba el grupo mas
importante de mazorqueros quemaba tres cohetes voladores.
Esta señal, repetida por los demas grupos, era para que la policia
enriara sus carros á recoger los cadáveres.
y era entónces cuando á la madrugada y aun á la siesta los car-
reros conducian al carnero las cabezas que se habian cortado durante
la noche, bajo el grito terrible de: duraznos blancos y amarillos!
Era ent6nces cuando el bandido Moreira recoma las calles cn su
brioso caballo, a cuya cola iba compadreando la cabeza de algun
unitario, cortada por su propia mano.
y esto mismo, que parece el colmo de toda exageracion, es pálido
al lado de otros horrores que hemos de narrar en seguida.
Muchas de las rersonas que acompaJ.1aron a Lavalle hasta Barra-
cas y que no pudieron segwrlo, fueron víctimas de su patriotismo.
Ellos, entre los que habia muchas autoridades de campal1a, creian
no ser descubiertos ó poder disculparse, pero pronto pagaron su
error.
ASESINATO DE VARANGOT
UN HOMBRE QUEMADO
FUSILAMIENTOS
Como. se vé, Rosa~ llevab 1 su ódio por los unitarios, hasta los sim-
ples objetos que teman una leve pincetada de celeste ó verde.
Todo lo que no era coror de sangre debia ser execrado.
120
t
CONDENADOS Á MUERTE
José Masculino, Ciriaco Basualdo, Ramon Cáceres, José Centurion,
José Gomez, Enrique Nemes, Felipe Sgena por varios delitos, Diego
Latorre, por salvaje unitario, Doroteo Peralta, id., Raimundo Pedriel,
id., Felipe Marquez, id., Cleto Videla, id., 6 indios por tentativa de fuga.
1837-Feliciano Almuran, por desercion, Andrés Aguino por deser-
cion, Pedro Acosta, por salvaje unitario, Ignacio Meron, id.
1837-Miguel Berrios, id., Lorenzo Col e, id., Avelino Cufre, por he-
rida, Prudencio Enrique, id., Bernardo Guillen, fué mandado fusilar
estándosele J>rocesando por Juez competen.te, Martiniano Gaetan, por
id., Manuel Gutierrez, por desercion, José Lopez, por vago.
1837-Francisco Moreno, por haber acometido con armas á un fe-
deral, Pedro PaIavecino, por salvaje unitario, José Maria Rojas, id.,
Cárlos Rodriguez, id., Juan Sanehez, por fuga de la cárcel, Lws Sosa,
por sah'aje unitario, Luis L. Sosa, id" Antonio Villanueva, id., An-
tonio Villalba, id.
1838-Juan. Santos Garcia, por salvaje unitario, Celestino Martez, id.
1839-SantIago Gomez, por causa política.
184q-Faustino Ruiz, por haber hablado contra la federacion y el
restaurado!, Lúeas Lebes, por espia.
1841-Vlcente Quinteros, por salvaje unitario.
18:15-Juan Rosas, por falta de pase, José Ramon Gorosito, por de-
serelOn.
1847-L?renzo Gorosito, por desercion, Lorenzo Cisneros, id.
I849-M1guel Lisian, por desereion, Manuel San Ramon, id., Pas-
cual Beran, por desertor y cuando se presentó voluntariamente, se
le mandó fusilar.
1 18S?-Paulino Gomez, por salvaje unitario, Manuel Gonzales, id"
gnaClo Monsalva, id., Martín Medina, id., Manuel Muntiel, id.
144
Á VARIAS PENAS Y AZOTES
I830-Mayor Montero.
I836-Pedro B. Acosta, Aguedo Ruiz, Luis Sosa, ciento diez indi08.
I837-Manue1 Aguirre, Avelino Allende, Eustaquio Barragan José
Castro, Francisco Fe.mandez, ~e1ician<? Gordillo,' Norberto Lugue,
Juan de la Rosa, LucI.ano SaI?dlsa, MáXimo Suarez, B~rnardo Trejo.
I838-Leon FlorenclO, PaulIno Alvarez Gonzales, ISidro Pitano.
1839 I Manuel Cienfuegos.
184o-Juan Arce, Tomás Diaz, Lúcas Tretes, Toiíbio Fernandez
Bernardino Guzman, Juan Herrera, Manuel Largüero, Bonifacio Man~
cilla, Marciano Machado, doctor Saráchaga, doctor Cabrera, Francisco
Viancarlos, Juan Eusebio Padron, J. M. Carranza, Manuel Lopez, Cosme
Tuitiño.
1841-Narciso Rio, Manuel Adame,¿uan Gomez, Manuel Ortega,
Domingo Ballesteros, Pedro Burgos, ornelio Casas, Luciano Cruz,
Mariano Escalada, José Gimenez, Francisco Gonzalez, Lisandro Lasarle.
Marcos Leguizamon, Ambrosio Lopez, Martín Mui'loz, Crispin Peralta,
Narciso Piñero, Felipe Vules, Pablo Ramírez, Teléforo Ruiz, José A.
Silva, Florencio Ruiz, Manuel Velez, Enrique Velltten.
1845-Carmelo Rodríguez.
1847-Laureano Avila, Norberto Acosta, Domingo Correa, Manuel
Carriego, Javier Cáseres, José Gutierrez, José Irrusualda, Sandalio
Ledesma, Segundo Moreno, Julian Mora, Alberto Mendaño, Juan de
D. Navarrete, José Piñero, N. Pasos, luan Rodriguez, Rafael Roldan,
Manuel Salvasa, Juan J. Serrio, José uis P. Sosa, Eusebio Nero, Sa-
turnino Vidal, Valencio Correa.
1852-Juan Puyo!.
Por las constancias testimoniales de f. 245 á 255, declaraciones de
f. 323a y 324a y del Indice de Policia, consta que han recibido la
muerte á fusil en la Cárcel, Retiro y Palermo por órden uficial de
Rosas) y a título de salvajes unitarios en los años:
183ó-Francisco Rio.
1839-Coronel Ramon Maza-ya narrada-Santiago Gonzalez.
I841-FeliJ?e Quintána, Antomo Villalba, Tomás Villalba.
1842-Temente Coronel Manuel E. Suarez, id., id., Saturnino Navarro,
id., id.,¿uan José Torres, Sargento Mayor, Juan P. Perez, CaJ?itan Do-
mingo astañon, id., Faustino Lopez, id., Mariano Llanos, T emente Ca-
yetano Gallegos, alférez Benito Plazas; ciudadanos: Manuel Escobar,
Lorenzo Valdez, Gregorio Arraigada, N. ~odriguez, Apolinario Gaetan
(ci.ego)-ya referida,-Yané, C. Peralta, Dupuy, doctor Ferreira, José
Maria Caballero, Ortiz Alcalde, Varangot, Cladellas, Iranzuaga, Bar-
reiro, Echanagusia, Zamudio, Ducos, Archondo Nóbrega, Butter, Dr.
ZorilIa, Linch, Oliden, Riglos, Maison, un indio.
145
PERSECUCION, ESTERUINlO y SAQUEO DE CIUDADANOS CLASIFICADOS
DE SALVAJES tTNITAIUOS. LECTURA RECOMENDADA AL CONGRESO
QUE HA DE FALLAR LA SOLlen'UD DEL SR. TERREllO.
.e
y éste lo hace fusilar t,¡¡l el cuartel de la Recoleta en el acto en que
la presenta. La cartl' era una órden para que lo matasen.
147
tS35-José Masculino, por desercion. .
IS36-Ciento diez indios fusilados el 8 de Julio en la Plaza del Re-
tiro, Ag-ueda Ruiz, por salv!lje uni~ario, Ciriaco. Basuald.o, id., José
Centunon, id., José Gomez, Id., FelIpe Vazquez, Id., SantIago Gonza-
]ez id. Ramon Cáceres, id., Raimundo Pedriel, id., José Genaro AI-
v~ez id., Diego Latorre, id., Cleto Videla, id., Enrique Gimenez, por
hurto'de un caballo, Felipe Gigena, por vario~ deli~os, .sei~ indios, por
tentativa de fuga, Manuel Agultre, por salvaje umtano, Id., A velino
Al1en~e, id., Eustaquio Bar:ragan, id., José Castr:0' id., ~eliciano Gor-
dillo, Id., Norberto Luque, Id., Juan de la Rosa, Id., Luclano Lendera,
id., Máximo Suarez, id., Bernardo Trejo, id. Bernardo Cole, id., Mar-
tiniano Gaetan, id., Luis L. Sosa, id., Juan Santos Garcia, id., Avelino
Aquinc>, id., Feliciano Almiron, id., Ambrosio Lopez, id., Ignacio Ve-
ron, id., Miguel Barrios, id., Pedro Pala vecino, id., Luis Sosa, id., Fran-
cisco VilIoldo, id.~ Antonio Villanueva, -id. Pedro Acosta, id., Pru-
dencio Enrique, id., José María Rojas, id., CArlos Rodriguez, id., Ber-
nardo Guillen, fué mandado fusilar estándosele procesando por Juez
competente, Avelino Cufré, por heridas, Francisco Fernandez, Id., Fran-
cisco Moreno, por haber acometido con armas á un federal, José Lo-
pez, por vago, Juan Sanchez, por fuga de la cAreel, Martin Aquino
de 18 años, fusilado por unitario en el Ponton Sarandí.
I838-Leon Florencio, por salvaje unitario, Paulino Gonzalez Al-
varez, id. El indio Titana, id., Toribio Padron, id., Melchor Gutierrez, id.,
Pedro Capdevila, id., Apolinario Herrera, id., Cele do ni o Martinez, por
desercion, Manuel Gutierrez, id., Rosas mandó cortarle el brazo de-
recho despues de fusilado, y lo remitió al Juez de Paz de Arrecifes
para que fuera colgado en un palo en medio de la plaza de dicho
pueblo.
1839-Manuel Cienfuegos, ya conocen la causa, Félix Tiola, por
salvaje unitario, Ramon Masa, id., Domingo Cullen, id.
184o-Tomás Arce, sin causa á presencia y por solo órden verbal
de jefes de Rosas, Venando Guzman, id., Bonifado Mansilla, id., Lean-
dro Moyano, id., Juan Herrera, id., Manuel Sarguero, por salvaje uni-
tario, Juan Arce, id., Toribio Fernandez, id., Lúcas Fretes, id., Manuel
Lopez, sin causa fusilados en la guardia del Monte, Cosme Cuitiño, id.,
Lúcas Tevez, por espia, un pardito de 14 años á quien se le impu-
taba haber traldo una carta del General LavalIe, Mariano Machado
de .18 ailos por complicacion en la revoludon del Sud, Narciso Rios,
fusilado en S. Vicente, por denuncia de Mariano Ledesma, de man-
tener relaciones con el General Lavalle.
POR UNITARIOS
Dr. Saráchaga, Dr. Cabrera, Dr. Calisto Almeira, Juan Eusebio Pa-
tron, en San Nicolás de los Arroyos, por órden de Garreton, Jacinto
Machado, en la Plaza de Dolores, Lúcas Gonzalez en el Cuartel de
Seren~s, Pedro Pasos y Pedro Salvadores, cuando se dirijian á sus
esta.nclas, ~on aprehendidos y fusilados en Santos Lugares, José Eu-
gemo Martmez, Ignacio Arraddiaga, Francisco Isaac, Patricio Aniaga,
Ca~etano Calvo, José Manuel Martinez, y otros remitidos de S. An-
tomo de Areco por el Juez de Paz, Tiburcio Lima, á consecuencia
de órden verbal de Rosas , Santos Lugares, donde fueron fusilados,
,148
José Maria Caballero, por créersele complicado en la revolucion del
1:iud, es traido desde Delores, y fusilado en Santos Lucrares' Francisco
Quintas, fusilado despues de una larga prision, Fr;ncis¿o Huerta
pre~o por órden de Rosas por suponer que como maestro de posta~
tuviese caballadas ocultas para el General Lavalle, y fusilado en Santos
Lugares, Olegario H~ertas, por se~, postillon. ~e esa posta, Coronel
Pedro Orma, EustaquiO Orma su hiJO es remitido por el Coronel Vi-
cente Gonzalez á cuyo servicio eliMba en el Monte al Comandante
de . Lobos, el que aBÍ que ley~ el oficio que. aquel le dirigia, le hizo
fudbr, Fernando Ramos es citado al Parque en donde está una par-
tida que lo lleva á San José de Flores, donde es fusilado por órden
de Hosas á las dos horas, Paulino Barreiro, juez de paz de Quilmes
mandado fusilar por Rosas por no haber cumplido la órden de hace:
degollar al jóven Viamont, y ocho vecinos de su partido. Su cadáver
queda insepulto hasta que sus hijos lo recogen á media noche. Los'
ancianos sacerdotes Frias, fusilados en Santos Lugares.
1841-Mariano Escalada, sin causa; Manud Adame, id. id., llamado
para ser puesto en libertad,· se recordó que hacia mús de un mes habia
~ido sacado y fusilado despues de meses de prision con grillos: Faus-
tino Ruiz por haber hablado contra la federacion y el Restaurador
Rosas, José Gomez, por traer conocimiento del ejército de Santos
Lugares, Marcelino Lopez, hecho fusilar por el Coronel Garreton
á consecuencia de una carta dirigida á D. l~amon Cané, contestando
á una que este le habia escrito informándole del desembarque del Ge-
neral Lavalle. Antonio Tomás Villalba, por unitario, José Felipe Quin-
tana, ~d. id., Lino Ortiz Aldalde, id. id.
1842-Narciso Piilero, por unitario, Francisco Gonzalez, id., Florencio
Ruiz, id., Dominrro Ballestero, id., José Antonio Silva, id., Enrique We-
ten, id., Felipe PUlis, id., Vicente Quinteros, por delitos no indicados,
Angel Taborda, id., Telésforo Rios, por espia, Pedro Burgos, por uni-
tario, Cornelio Casas, id., Luciano Cruz, id., José Gimenez, id., Lisardo
Sagasta, id., Márcos L~guizamon, id., Pablo Ramirez, id., Manuel Sa-
balza, Matias MU\loz, id., Lorenzo Cabral, id., Andrés Burgos, id., De-
metrio Latorre, id., FeIiciano Lazarte, id.
184s-Carmelo Rodriguez, por unita!'io, Juan Rosas, por falta de
pase, José Roque Gorosito, por unitario.
1846 - Estanislao Las Heras, des pues <le la accion de OlJigado es
tomado preso cuando se dirijia á San Pedro y fusilado por unitario.
Francisco Araoz corredor de número, es denunciado á Rosas por el
coronel Vicente Gonzales, <le ser unitario, y fusilado en Santos Lu-
gares.
1847 - Lázaro Gorosito por unitario, Lorenzo Cisnero, id., Mibrue1
Sirian, id.
1849 - Manuel San Ramon, por unitario, Pascual Veron, id.-
18so-Domingo Vaez, por désercion, Manuel Gonzalez, id., Inocen-
cio Montalvó, id., Manuel Montiet, id., Casiano Melendez, id., Paulino
Gomez, id. -
IBC;I - Laureano Avila, sin causa alguna y por solo órden de Ro-
sas, -Norbel to Acosta, id" Valeriano y Domingo Correa, id., Manuel
Carriego, id., Javier Cá~eres, id., José Gutier~ez. id.,.José Iran~ualde.
id. Sandalio Ledesma, id., Segundo Moreno, id., Jul1an Mora, id., AI-
be~to Mendaño, id., Juan Rodriguez, id., Rafael Roldan, id., Manuel
Salgase, id., Juan S. Lenza, id., José Luis Sosa, ~d., Eusebio ":iera, id.,
Saturnino Videla, id., José Acosta, id., Satununo Cáseres, Id., Juan
deDios Navarrete, id., fosé Piñeiro, id.
149
185 2 _ Saturruno Miguens, pOf¡educcion á unitarios, Juan Boyalo,
por seduccion.
Este es el pequeño estracto de los críme.nes de Rosas .
. Qué dicen ahora los que creen que exajeramos?
Aún nos faltan los crímenes mas cobardes-el asesinato de Camita
O'Gorman Florencio Varela y otros tantos.
Vamos haciendo desfilar sus espectros ante la maldicion del mufido.
No entramos en los detalles del horroro'so crimen perpetrado en
la señorita de O'Gorman, porque eijos invadirian el domino privado,
y por otr~s razones persQ1lale~. . .
Nos limItamos solo á transcnblr la declaraclOn que sobre este cri-
men hizo en el proceso de· Antonino Reyes, el señor Beascochea.
Dice así:
e Luego que Gutierrez y la jóven Camila llegaron al dicho cuartel
general, le dirigió Reyes á Rosas una carpeta en que le p1rticipaba
el arribo de ellos, y le manifestaba que por la premura del tiempo
no les habia hecho formar las clasificaciones, pero que lo haria des-
pues y se las mandaria con la prontitud posible, advirtiéndole á la
vez á Rosas, que aunque segun estaba ordenado debia haberle puesto
grillos á la jóven, habia por entónces omitido hacerlo, en razon de
haber ésta llegado algo indispuesta por el traqueo del carreton en
que venia, y estar muy bien embarazada; y que si en esta omision
habia él hecho mal se dignase perdonarlo.
«Esa carpeta en que así hablaba Reyes á Rosas, las tuve yo mis-
mo en mis manos en borrador escrito por Reyes, y se la dicté á
este, quien la puso en limpio. .
e No sé todo lo que Rosas le contestaria, pero si sé que al otro
dia, si no me equivoco, mandó Rosos que se le pusieran grillos á la
júven Camila, á quien antes de eso, así como á Gutierrez, se les
habia ya formado esas especies de indagatorias á que Rosas daba el
nombre de clasificaciones; pero estas entónces todavia estaban en
borrador.
«Al dia siguiente ó á los dos dias, despues del que queda mencio-
nado, envió Rosas al amanecer una larga carpeta á Reyes, la que
éste reCibió imponiéndose de ella en el mstante, y algo sorprendido
por su lectura, me la hizo leer á mi. •
En esa carpeta que era toda ella escrita de puiio y letra del Dic-
tador Rosas, le ordenaba éste á Reyel, entre otras cosas, que no
tengo ya presentes, las siguientes, que me acuerdo muy bien por la
fuerte y dlsgustante impresion que me causaron:
«1° Que luego de recibir esa carpeta, procediese t\ llamar al Cura
que habia entónces en Santos Lugares, y al que habia dejado de
serlo, presbítero don Pascual Rivas para que suministrase los auxi-
üos espirituales al reo Udalisdao Gutierrez y á la rea Camila O'Gor-
man (así las denominaba Rosas en la tal Carpeta.
e 20 Que á las diez en punto de la Ihañana de ese dia los hiciese
fusilar.
"3° Que si á las 10 de esa mañana el reo y la rea no se habian
aún reconciliado con Dios nuestro Señor (palabras de Rosas segun
recuerdo), no por eso suspendiese Reyes la ejecucion, sino que la
llevase á efecto como se le ordenaba.
4° Que antes que todo pusiese Reyes en completa incomunicácion
to~o el cuartel general, de modo que nadie entrase á él, ni tampoco
saliese hasta despues de la ejecucion de los reos •
•
150
y así lo verificó Reyes haciendo cercar con soldados armados el
referido cuartel general. •
5° Que concluida la ejecucion, le contestase Reyes la carpeta
dandole cuenta del puntual cumplimiento de todo lo que en ella l~
ordenaba .•
Debo advertir ¡\ su Señoría, Señor Juez, que el Dictador Rosas
cuando mandaba, fusilar, destinar al servicio de las armas, etc., á
a~gun preso, ~cost':lmbraba poner el decreto en que lo mandaba, al
pié de la claslñcaclOn que se le formaba al preso, y despues de im-
ponerse en ella, corno es de suponerse.
Pero no lo hizo asi respecto áe Gutierrez y de la jóven Camila
O'Gorman pues los mandó fusilar antes que Reyes le remitiese sus
clasiñc~ciones, las que. me acuerdo bien qU,e, cuando ya esos dos
séres mfortunados hablan entregado su espmtu al Creador, re cien
entónces se pusieron aquellas en limpio, etc" etc. (1).
(1) En vlrtnd de qne el antor de los DralfltJ6 de D. Juan llbnnel de RoSal ha reseiiado
á la ligera la ejecuclon de Camita O'Gorman y del sacerdote Gutlerrez y conociendo el in-
terés que hay en conocer loa detalles de ese hechc, hemos resuelto lntercrJar la obr. qut
\lOA M ~oUl'O !la ellCfiw D. Feliab\ll1O l'e1ia1ot, - LOf cclitCfrU.
161
y con ellas el fraile Aldao partla su aguardiente, su infamia y el
lodazal de su corazon perverso. . .
La cabeza de mu,"hos hombres de ImportancIa en aquella época,
pendia del capricho de aqudlas muJerzuelas maldecidas, que. la pedían
al infame fraIle como Ulla dlstracClOll de su estado de ebrIedad, que
las volvia díscolas y malas.
Entre aquel h~r~idero de mujeres perdidas y encanalladas y de
adulones de preSIdIO, pasaba el fraJe Aldao la mayor parte de su
vida.
y sus momentos lúcidos eran para dictar alguna ?rden de matanz~,
ó para redactar. ~o de aquellos decretos que el ml~mo Ros~s senha
asco de transcnblr en su célebre Gaceta Mercanttl, receptaculo de
todo lo malo y de todo lo infame. . . .
Las matanzas que ordenaba eran siempre presididas por él, tomando
en ellas, muchas veces, la parte más activa.
En los frecuentes combates que tuvo con revolucionarios unita-
rios, el fraile Aldao siempre mandó sus fuerzas" en persona, perma-
neciendo en el campo de batalla, una vez concluida ésta, hasta que
no quedaba una víctima que inmolar Ó un cuello que tronchar.
Entónces se le veia arremangar su sotana, saltar á caballo sable en
mano, y semejante al génio del mal, herir, herir sin descanso, hasta
que su brazo se postraba. "
Cuando la matanza terminaba, se le veia ir á reposar las fatigas
del combate, entre el aguardiente y las mujerzuelas que eran su
delicia.
Como muestra de la barbárie de este fraile impío V su sistema de
Gobierno, basta el siguiente decreto inserto en el Boletill.oficial de
aquella Provincia.
Mendoza, Mayo 31 de 1842.
El Poder Ejecutivo de la P~ovincia de Mendoza.
Considerando que desde el principio de la lucha de los federales
contra el bando salvaje de los unitarios, han manifest~do estos últi-
mos desquicios completo de su cabeza etc., en uso de sus facultades
ordinarias y extraordinarias que inviste, ha acordado y decreta:
Art. 10 Es encargado el Jefe de Policia de disponer una casa de
las del Estado, para asegurar á los salvajes unitarios que á su juicio
se consideren mas fren~ticos.
Art. 20 Ningun salvaje un:tario podrá disponer de más del valor
de di~z pesos, sin prévio conocimiento del Jefe de Policia, á cuya
autondad se les Dombra como tutor y curador.
Art., 30 Será. de nin~n .valor ~odo co~trato de c~mpra y ~'enta,
donaclOn y ceslOn, habllltaclOn mutua, prestamo, arnendo de bIenes,
sean mu~bles, semovientes ó raíces que exceda del valor espresado,
SIO prévlO conocimiento del Jefe de Policia.
Art. 40 El Escribano que procediese á autorizar aIgun contrato
de la calidad referida, sin una constancia de haber sido visado por
el Jefe de P?licia, será arbitrariamente castigado.
A,rt. 50 Nmguna persona, sea extranjera ó de la República, tendrá
OpclO~ á reclamar contra cualquier contrata que tenga con los com-
prendId?s. en el artículo anterior, sin que antes haya precedido el
consentimIento de la policia.
,An;. 7° No poJrán servir de testig(1s en ningun instrumento público
nI pnvado, aSQnto ni caw;a civil ó criminal, escepto en los casos <10
152
grave lI:rgt'ncia en, r¡ue no se t'nClI('ntre ntra pers(,na húhil, y despue~
que el Jde de P,OIICI:: ~ea Cl'rtJ1Jcallo, l~¡)!' un facultativo de conhanza
de hallarse en dJ:~poslClon de que su JUICIO se haya restablecitlo aIgun
tanto.
Art: 80 Sus es posiciones no har~~ fé en,juicio, sinó despues de
obtellldo el consenso de Jefe de poltcJa, Ú VIrtud del reconocimiento
respectivo que mandarú practkar de su estado y capacidad etc.»
y este decreto brutal y atentatorio, fllé cumplido en la c~beza de
los qUé fueron sospechados corno contraventores á él.
El que haya viajado algul1il vez por lti! desgraciadas provincias del
Interior, habrá sentido el coraz0!1 conmovido más de una vez, por
la leyenda popular de aquellos tiempos desventurados, donde siem-
pre ha habido U1~ fr~ile Aldao, menos que él, menos impió, pero
19t1almente sangu1l1ano y feroz.
Porqu~ aqueilas 1?o~res .provincia~, desde entóDces, hasta época
muy reclente, han VlVIdo slempre baJO la punta del puñal ó la lanza
de algun caudillo.
La vida y atrocidades del fraile Aldao no pueden- encerrarse en
un solo capítulo, pues ella dá vasto é interesante tema para un libro
voluminoso.
La muerte de este bandido fué un justo castigo del cielo, que se
reprodujo más tarde en la ferOz doña Maria Josefa Ezcurra.
Preso y procesado por sus inmensos crímenes, el fraile Aldao fué
atacado de dos enfermedades tremendas.
La descomposicion del cuerpo yel delirium tremens.
Los sufrimIentos de este bárbaro eran espantosos.
El delirio hacia desfilar ante su imaginacion febriciente, los cadá-
veres ens<¡grentados de todas sus víctimas, danzando en horrible
confusion. -
Otras sentia sobre su cuerpo la presion de las heladas manos de
aquellos cadáveres, que querian llevarlo consigo á recibir el eterno
castigo á ws delitos.
Entónces aquel miserable se ponia á llorar corno un niño, ,dando
alaridos te.rribles y suplicando á los centinelas no se alejaran de su
cama.
Otras veces su delirio le hacia contemplar á las mujerzuelas que
habían contribuido á aquella decrepitud prematura, brindándole con
vasos llenos de sangre y con cráneos llenos de vino.
y e! fraile Aldao disparaba de estas visiones para caer en otras
peores todavía.
Su cuerpo enfermo empezó á cubrirse de llagas horribles que fueron
'convirtiéndose en úlceras nauseabundas, que empezaron así á brin-
darle la muerte bajo la forma más tremenda.
Aquí empezó la verdadera espiacion de este gran miserable .
.Devorado por' las úlceras, sus sufrimientos se hacian cada vez más
insoportables.
Su rostro se habia convertido en un .inmenso cáncer lleno de m-
sectos que devoraban su centro putrefacto y sanguinolento.
Sus delirios asumian formas atroces.
Los cadáveres de sus víctimas se le aproximaban entónces arma-
dos de fierros enrojecidos para con ellos revolver la inmen~a llaga
que se estendía ya por todo su cuerpo.
Entónces el fraile Aldao se estremecia y empezaba á retorcerse
en el suelo, golpeando furiosamente su cabeza, como un hidrófobo
en su último periodo.
• 153
y sin embarg-o est~ . gran criminal, asi. mismo, no. quer~a morir.
Tenia un terror p,\1l1CO al eterno castIgo y qt1~na eVltar .la pre-
~enóa del Sér Supremo aún a costa de aquella vIda maldecIda.
Así fué muriendo poco á poco aquel facineroso, devorado por sus
lIao·as y los insectos á ellas consiguientes.
La descomposición de su cuerpo se produjo antes que la muerte,
al estremo de tIue en sus últimos momentos no habia quien se atre-
,iese á pasar :i diez varas de su calabozo infecto. . .
Su agonia duró cuarenta y ocho horas, en las cuales no pudo reclblr
el más mísero socorro, por la razon que hemos espuesto ántes.
Este fué el terrible castigo impuesto por la providencia al verdugo
de Mendoza ): demás provincias vecinas, castigo que debian haber
recibido todos los hombres de aquella época única en nuestra historia.
El fraile Aldao fué el más terrible de los sicarios de Rosas.
LA MUER TE EN EL ALMA.
PALERl\fO !.
Si terrible tué el campamento de Santosl,ugares, por los crímenes
horribles que allí se cometieron, no 10 (ué menos PalCll1lO. .
Palermo entónces era una gran poblaClOll, perfectamc;nte orgamzada
y mejor cuidada.
Los grandes parques, magnificamente plantados, ofrecian puntos
de vista y de recreo sumamente deliciosos.
La quinta del tirano, verdadera residencia de príncipes, estaba mono
tada con todo el confortable de la época, y en relacion á las sumas
fabulosas que en su conservacion gastaba el tirano.
Todo era rico, inmensamente rico, como podia tenerlo un hombre
que disponia de los tesoros del Banco de la Provincia, sin el menor
control.
Allí vivia el tirano con su hija Manuelita, y desde allí espedia
todas sus tremendas órdenes.
En su quinta tenia el despacho, de que era jefe don Pedro Rega-
lado Rodriguez, hombre bueno y honorable, á quien ayudaba en sus
tareas una lluvia de escribientes de todo pelaje.
En su escritorio guardaba Rosas el dinero que hacia traer del
Banco, dinero que derrochaba á manas llenas.
Cuando el dinero se concluia, enviaba una nueva órden al Banco
y bien pronto era reemplazado. .
Rosas nunca cerraba los cajones donde guardaba el dinero.
Algunos de los escribientes, viendo que R~sas no contaba jam:ls
el dinero ni llevaba cuenta de lo que sacaba ó mandaba sacar, solian
avanzar al cajon y alivianarlo de algunos pesos.
Generalmente salian bien en sus escursiones monetarias, pero Rosas
que era sumamente astuto, solia notar la falta de algun paquete que
él no habia usado.
Entónces, sin decir una palabra, tendia su mirada azul y penetrante
por el despacho, examinando el rostro de los escribientes.
De pronto se detenia en uno, el mas aplicado al trabajo, y lo
llamaba.
- ¿Dónde está el paquete de dinero que falta de aquí? preguntaba
lacómcamente?
El escribiente palidecia, se turbaba y barlotaba algunas palabras
inteligibles apenas. .
- Senor, Exmo. señor, yo no sé, porque no me he acercado nunca
aquí.
- Pocas bromas y á decir donde está el dinero.
El escribiente, presa de un jabon de arroba, miraba á sus coleg:1s
<.. IDO quien pide auxilio y replicaba:
- Señor excelentísimo, juro por la memoria de la venerable esposa
de V. E. que yo no ~é nada del dinero que V. E. me pregunta.
Rosas se levantaba entónces de su escntorio, tomaba al escribiente
por. ~as orejas, y empezaba á sacudirle una verdadera llu\'ia de pun-
tapies y dt! trompada....
- ¡Cañallas! gritaba dirigiéndose á todos, yo los voy á enseñar á
ser más r~spetuosos, pícaros ladrenazos!
A la pnmera en que incurran los YO)' á mandar al cuartel de Her-
nandez para que les baO"a sacudir quinientos azotes I
El pU;ial del iiYa~. 13
194
Pa~a librarse de aquell.a tormenta de golpes, el escribiente concluia
por tirarse al suelo, nacléndose el muerto, y era alli donde recibia
los últimos puntapiés.
El castigo pasaba, pero el delito volvia á cometerse á pesar de la * i,
LOS FRAILES
Pero las diligencias de la Policía fueron tan inútiles como las que
habia hecho la mazorca .
. Solo logró dar con un cáliz con patena de propiedad del jesuita,
pieza artística y de gran valor, que mandó entregar á los franciscanos
por el siguiente decreto que tomamos tambien del archivo:
«Dispone el Gobierno que se entregue al guardian d$convento de
San Francisco, el cáliz con patena perteneciente al presbítero prófugo
salvaje unitario Cesáreo Gonzalez.
ROSAS»
Como se vé se suponia que Gonzalez habia logrado fugar, pues á
estar en Buenos Aires, la Policia habria dado con él.
Gracias á esta creencia pudo Gonzalez escapar con mayor facilidad.
Se le habia proporcionado ~ traje de mannero francés, facilitado
por el cónsul de aquella naclQn, y echándose al hombro una bolsa
de galletas cruzó el muelle por entre los mismos asesinos que vigi-
laban allí á todas horas.
De esta misma manera, aunque empleada con mayor malicia, pudo
escapar tambien el señor Sagari, que habia vivido oculto en los zó-
tanos del n«;,ble Dejean, durante varios meses, para salvar su pescuezo
comprometido.
Dejean, de quien ya nos hemos ocupado con motivo del-asesinato
228
de~ se~or Mones Ru~, ocultaba en los zótanos de su panaderia á varios
Unitanos compromehdos, entre ellos el se¡'lOr Sagari.
Como Detean era pro<;:urador de los I:>uques fr~nceses que llegaban
y permaneClan de estaclOn, a su casa Iban contmuamente marineros
de aquella nacionalidad, que acarreaban hasta el muelle las bolsas
de galleta y pan.
Dejean tenia siempre en su casa un par de unüormes de marinero
para usarlos en caso de peligro. '
Siendo Sag~ri uno de los más c0l!lprometidos d~ sus huéspedes, y
est\Udo en VIS peras de fugar él mismo, se convmo en vestirlo de
mannero, que se echase al hombro una bolsa de galleta y saliese
entre el grupo de marineros que conducian otras bolsas.
Sagari se cortó la barba, desfigurándose cuanto le fué posible y
vistiendo el uniforme francés quedó completamente transformado.
Tomó su enorme bolsa, y despues de dar las gracias á su generoso
bienhechor, se echo a la calle acompañado de un cabo de escuadra
y tres marineros mas, como él, conductores de otras bolsas.
El ojo más esperimentado no hubiera reconocida en él á un uni-
tario en fuga.
Así marcharon hasta el muelle, sin el menor tropiezo.
Pero al poco andar, los marineros se encontraron con un grupo de
bandidos, capitaneados por el célebre Badia, que sin duda espiaba á
algun infeliz de quien tendria noticias debía embarcarse ese dia.
Badia era uno de los que habian perseguido á Sagari, cuando buscó
asila en casa de Dejean.
Hombre timido y que deseaba conservarse á toda costa, por su
familia, se asustó de un modo terrible.
Creyó que se trataba de aprehenderlo á él, que le habian conocido,
y le entró tal temblor, que apenas podia sostener la bolsa.
Como era natural, al verlo los bandidos se detuvieron y lo miraron
con curiosidad.
Sagari concluyó de aterrarse, soltó la bolsa y empezó á dar traspiés
como un ébrio.
Felizmente el cabo de escuadra que lo acompañaba se dió instan-
taneamente cuenta de la situacion y co~cibió un plan de salvacion.
Tomó á Sagari bruscamente por el pescuezo y le dió un empellon
diciéndole en un español detestable.
Sin vergow;a! canai, borrach! ya te enseñaran á bordo á fair esa
ñgur endesoÍ1Í!
No es mala palís la que te espero
Arrastró en seguida la bolsa y siguió dando formidables empellonc,s
á Sagari, hasta que llegaron al bote salvador.
Los mazorqueros reian alegremente, no solo de la tranca del uno,
como de la geringonza del otro.
-Adioll don Pepe! gritó Badia aludiendo á la tranca.
y todos se pUSIeron á mirarlos embarcar, pues suponian que el
borracho iria al agua.
Pero no fué así.
Cuando Sagari se consideró fuera de peligro, sintió renacer su alma
y pudo caminar con más firmeza.
De este modo se salvó Sagarí y todos los unitarios que habia es-
condido en su casa el noble Dejean.
Sigamos ahora con la maylu míquidad que contra el clero cometió
Rosas.
229
EL DESBORDE
Aderralde, 14 de Octubre.
Sr. Exmo. don Juan Manuel Ortiz de Rosas.
Yo voy en marcha para Catamarca, y solo tengo el tiempo preciso
para garantir á V. E. que habrá bíolin y habrá biolon.
MARIANO MAZA.
Catamarca, 29 de Octubre.
Al exmo. Sr. Presidente del Estado Oriental del Uruguay, don Ma-
nuel Oribe.
Empezó á trabajar el batallon Libertad y su bravo Coronel, no
dando cuartel á los salvajes unitarios, que despues de dos horas de
fuego, concluyeron con estos pérfidos traidores. . .
Principiaron á caer en nuestro poder, entregados por la juStIcla
del cielo para escarmiento con su existencia, ae salvajes unitarios.
·Muchos de los yrisioneros caudillos y cabecillas, entre los cuales son
de espresarse e tit1:l1ado jefe de la pla~a, Pascual B,,:illon Es~e7he,
los salvajes Gorg6mo Dulces y Gregono Gonzalez, tltulado Mimstro
de Gobierno.
Tambien ha quedado ven~ado en algunos diputados representantes
de esta Provincia, el agravlo, injuria y traicion que hicieron á su
patria en el proJlunciamiento de Mayo del año ppdo.
JU<\N E. BALBO<\.
267
Catamarca, 29 de Octubre.
Sr. D. C1audio Arredondo.
Hoy hemos batido en esta plaza al salvaje Cubas, y pasando á
cuc.hillo toda su infanteria.
Se le persigue y pronto estará su cabeza en la plaza, así como lo
están las de los titulados ministros Gonzalez y Dulce y. tambien la
de Espeche. -.
MARIANO MAZA.
Catamarca, Noviembre 4.
RELACION NOMINAL DE LOS SALVAJES UNITARIOS, TITULAbos JEFES
y OFICIALES QUE HAN SIDO EjECUTADOS DESPUES DE LA ACCION
DEL 29.
Coronel Vicente Mercao, catamarqueño.
Comandante Modesto Villafañe, id.
Idem luan Pedro Ponce, cordovés.
Idem Manuel Lopez, español.
Idem Damasio Arias, cordovés.
Idem Pedro Ramirez, catamarquei'lo.
Sargento mayor Manuel Rico, cordovés.
Sargento mayor Santiago de la Cruz, catamarqueño.
Idem José Teodoro Fernandez, cordovés.
Capitan Juan de Dios Ponce, cordové3.
Idem José Salas, catamarqueño.
Idero, Pedro Aranjo, porteño.
Idem, Isidoro Ponce, catamarqueño.
Idem Pedro Barros, catamarqueño.
Ayudante Dámaso Sarmiento, cordovés.
Eugenio Novillo, cordovés.
Teniente Domingo Diaz, tucumano.
MARIANO MAZA.
- INIQUIDADES
•
284
esquina, que lívido é inmóvil estaba delante del ball! que acababa de
abrir.
Allí se aglomeraron todos y vieron, 8onmovidos y aterrados, el ca-
dáver del amigo que habían buscado toda la manana.
Se puede calcular el disgusto que causaría entre aquella buena gente
industriales casi todos, la revelacion de aquel crímen. '
Unos buscaban las manos del cadáver para cortar las ligaduras, otros
no J?udíeron contener el llanto, algunos se retiraron de~compuestos por
el. disgusto y el olor, que empezaba á ser fuerte, mientras los más
at'paron á sacar á Cladellas de adentro del baul, en la ilusion de
poder volverlo á la vida.
¿Pero que podia hacerse ya con un cuerpo en estado de descom-
posicion?
Una comision de vecinos se trasladó á la Policía á dar cuenta del
hecho y á pedir permiso para enterrar el cadáver.
Todos los que la formaban eran estrangeros para que si en broma
fuese á hablarse de salvajes unitarios, pues todos se sospechaban ya
que aquella era obra de la mazorca.
No tratándose de un salvaje unitario clasificado, la Policia concedió
el permiso que se le pedia y un comisario se trasladó al sitio del
crimen.
La Policia debió comprender su orijen en el acto, pues no dió nin-
gun paso en el sentido de hacer la menor averiguacion.
Se limitó á cerrar y sellar las puertas una vez que sacaron el ca-
dáver, y se retiró en seguida dando por terminada su misiono
Los vecinos velaron el cadáver aquella noche y costearon el féretro
y el acompaf¡amiento.
Gracias á ellos y al bien que habia sembrado en vida pudo así
escapar al cano de la basura, y á la fosa comun, que era cómo, y
donde se llevaban las víctimas de la mazorca.
Estas eran las pequeñas iniquidades, las que cometian por su propia
cuenta los señores mazorqueros.
Las grandes iniquidades, los grandes crímenes eran los que se co-
metian á las doce del dia y en los parajes más centrales, como si
los asesinos quisieran hacer gala de la impunidad con que contaban.
Entre estos últimos figura al asesinato del Dr. ZorriDa, uno de lo'!
actos mas cínicos y escandalosos de la mazorca.
El Dr. Zorrilla tenia su estudio de abogado en los altos de la Re-
coba, donde está situado hoy el de Leopoldo del Campo, distinguido
abogado tambien.
El doctor Zorrilla pasaba diariamente por la Policía, para ir á su
estudio, entre once y media y doce de la mallana.
Era su camino habitual, tanto para ir como para regresar. .
Permanecía en su estudio hasta las cuatro de la tarde, atendiendo
sus clientes, hora á que infaliblemente ;;e retirab.a á su ~a~a.
El doctor Zorrilla era un hombre séno y de Vida metodlca.
Sabia que no estaba bien visto por la federacion, y trataba de no
hacerse notar, encerrándose en su casa y haciendo una vida retirada
y tranquila en lo posible. . . . . .
El doctor Zorrilla no era un federal 111 siquiera en la apanencla,
como muchos.
Usaba la divisa porque otra cosa hubiera sido ~sponer.se á ser apu-
ñaleado en la calle, pero con la menor ostentaclOn poslble.
285
Zorrilla, como todo hombre honrado y de principios, pertenecía al
partido unitario.
Pero por el mi~mo género de vida que:; llevaba era un ~ni:ario ais-
lado sin vinculaclOn personal con sus miembros de aCClOn, puede
decj~se, porque tenia la eSp'eriellcia de que por entónces no podia
tantearse nada con probabIlidades de éXito.
Sin embargo de la vida retirada. que hacia, de no a~ompaiiar~e de
nadie ni mezclarse á los sucesos pohttcos, el doctor Zornlla fué mirado
como sospechoso, al principio, y como unitario á quien se debia vi-
gilar, despues.
AO"eno á esto, el doctor Zorrilla seguia asistiendo á su estudio
diariamente por el mismo camino que cruzó desde el primer dia.
Una mazorcada de noche en casa de Zorrilla era imposible.
Tenia puert~s de primer órden, muy .bien segur.as, y que cerraba
él mismo prohJamente antes de la oraClOn, no abnéndolas hasta muy
entrada la mañana.
Un atentado contra él era forzoso cometerlo en la calle y en pleno
dia, cosa que aún no habia sucedido y en la que ninguno pensaba.
Ya se sabia que los asesinatos y degüellos se cometian despues
de oscurecer hasta el aclarar.
Así es qu ~ con estas precauciones, el doctor Zorrilla I como mu-
chos, se creia suficientemente resguardado.
Siendo una persona perfectamente inofensiva como enemigo, no
se sabe cual sel ia el origen del ódio implacable que desplegó sobre
él el tirano, al estremo de señalarlo al puñal de la mazorca y ordenar
su muerte.
Los grupos de mazorqueros encargados de cometer aquel miserable
asesinato, lo intentaron varias veces sin poderlo llevar á cabo.
En vano habian tanteado con ganzuas la cerradura, en vano babian
pretendido for~~r la puerta, no. habian. podi~o. entrar..
Cansado Cwtlño, que era qUIen babia reCibido la orden, de estas
tentativas inútiles, avisó de que por el momento le era imposible
cumplir la órden sijilosamente.
-Habia que meter bulla y asegurarlo en la calle.
-Pues se le asegura donde se pueda-es preciso ponerlo fuera de
toda acciono
Con semejante órden no tenia ya escape el doctor Zorrílla.
Era el primer asesinato que iba a cometerse en plena luz del dia
y en los sitios mas centrales, pues que Zorrilla no salia de ellos
Jamás.
El sabia que tenía encima á la mazorca, por las tentativas de vio-
lentar su casa y no 'se atrevia á alejarse de los barrios concurridos,
por los que se transitaba hasta ciertas horas. .
P~ro era precisamente allí donde 10 esperaba el puñal de los
aseSinOs.
Dos partidas se apostaron para asesinad". ""a encabezada por Amo-
roso, en la calle de Maipú y otra no se! b~ .'F>l\uien, abajo de la
Recoba y á la puerta de su mismo estudl.-.
El doctor Zorrilla tuvo aviso de la partida que lo esperaba en la
caBe de Maipú y varió camino ese dia.
Al p~C~pIO decidió no moverse de su casa, pero pensó que aquello
solo serVIrla para aplazar el atentado.
Era preciso salir de Buenos Aires, y salir cuanto antes, pues de 10
contrario no habria salvacion posible.
. 286 , \
. . . .. . . 11
Entonces
alh tema.
fué que
\l'
uecldlO sahr hasta su estudlO, eludiendo el camino \ •
do?de ~ra esperado, para salvar los papeles de interés personal que
j
Entúnces era misma noche ó al dia siguiente trataria de embarcarse .~
para Montevideo, contando con la buena amistad que lo ligaba al
ministro francés.
Si Zorr!lla hubiera tenido c0!10cimiento de la segunda trampa que
se le habla preparado, se habna guardado muy bien de salir. _
'P.ero cómo pensar que á media cuadra de la po licia y á las 12 del
dia pudiera cometerse un asesinato!
Zorrilla anduvo con algun recelo hasta la esquina de la Policía.
Una, vez que llegó allí i dió vuel~a, se quedó completamente
tranqUIlo, pues marchaba entónces baJO el amnaro de la autoridad.
A la puerta de la Policia habia vario empleados superiores, á quienes
saludó por conocer á alguno de ellos.
y atravesando la plaza se dírijió á su estudio.
La partida que allí debia esperarlo, no habia llegado todavia.
ZorrUla habia apresurado aquel día su ora de salida y llegaba á su
estudio á las II 112, siendo las 12 su hora habitual.
Sin duda los empleados de Policia que saludó en la puerta estaban
en el secreto de 10 que Iba a suceder, pues apenas Zorrilla entró á
la Recoba, se metieron adentro.
Z. rrilla entró á su estudio y como si no deseara perder tiempo,
abrió el escritorio y empezó á revisar los papeles de los cajones
apartando aquellos que queria librar de una pesquisa federal.
A las doce ménos algunos minutos, llegaron cinco hombres que
componian la partida encargada de darle muerte.
Esperaron un momento y viendo que la víctima no llegaba pre-
g1lntaron ti un hombre que estaba sentado en el cordon de la vereda,
si habia llegado el doctor Zorrilla.
-Hace un gran rato que vino, replicó Éste, ignorando lo que se
tramaba.
Los asesinos se pusieron á hablar en voz baja, decidiendo sin duda
cometer el crimen en el estudio mismo, pues se les vió entrar á la
casa resueltamente.
El doctor Zorrilla, parado delante del escritorio, continuaba tran-
quilamente apartando sus papeles, cuando vió entrar á aquellos cinco
hombres de terrible aspecto. '
En el acto, dado el tipo de aquellos y la manera de entrar, com-
prendió que venian á realizar la empresa burlada en la calle de
Maiptí.
El estudio de Zorrilla se componia de dos piezas; aquella donde él
se hallaba, y otra cuya puerta de salida estaba más inmediata á la
escalera.
En el acto se dió cuenta de su situacion, y como su única defensa
estaba en su huida, apoyó la espalda .en la puerta que dividía .las
. dos piezas, aparentemente cerrada, mIentras preguntaba á los reclen
venidos qué era lo que querían. . .
-Saliendo por allí, pens~ba sil'! duda Zornlla, ~ueOO próximo á la
Policía, y albergándome alh me hbro de ser asesmado.
-¿En qué pue~o servir ~ ustede~? les preguntó por segunda vez,
miéntras los asesmos lo mIraban fijamente.
-Usted en nada, dijo uno de ellos, nosotros en mucho, respondió
el que parecia encabezarlos.
287
Por lo pronto '''enimos á hacerle el m.ls importante de todos los
servicios.
- ' y cual es ese servicio?
-Íibrarlo de un cuero que debe estorbarle mucho, concluyó ~l
asesino con todo el cinismo, al mismo tiempo que sacaba de debajo
del poncho la enorme daga. .
Los demás imitaron su accion, y puñal en mano se lanzaron sobre
el doctor Zorrilla.
Este que esperaba aquel momento, 11izo fuerza con la espalda, abrió
la puerta y desapareció trás ella volviendo á cerrarla.
Corrió á la puerta de salida y se lanzó por las escaleras con toda
la rapidez que le fué posible.
Los asesinos que se habian quedado sorprendidos ante aquella
inesperada fuga, al sentir los pasos en la escalera se repusieron y
se lanzaron tambien en su persecuciol1 cuchillo en manC'o
Poco práctico en aquellas aventuras, al pi- ar la puerta de la calle,
aunque habia llevado bastante ventaja, el docror Zorrilla era alcan-
zado por sus asesinos.
Una lucha terrible y repugnante se empeñó entónces entre los ver-
dugos y la víctima.
El desgraciado Zorrilla trataba de evitar los golpes de puñal ya
con las manos, ya sal tanto de un lado al otro, ya protejiendo la
espalda contra la pared.
y su voz argentina, reforzada por la desesperacion se sen tia pidiendo
socorro á la autoridad.
Policia, se hacian los
aquel lado.
q.
Pero los agentes que á cortos intérvalos salían ó entraban á la
no habian oido y ni siquiera miraban para
y los que eran soprendidos en el tránsito por las voces de socorro,
apretaban el paso y ganaban la Policia.
La Policia pues, era cómplice y tenia conocimiento de aquel crimen,
cuando de aquella manera se negaba á auxiliar á la víctima.
Algunos desalmados habian hecho círculo á,·idos de presenciar aquel
asesinato cobarde en el que hubieran tomado parte de buena gana.
El doctor Zorrilla se defendía con una desesperacion terrible, tra-
tando de ganar camino hácia la Policía.
Pero encerrado en un círculo de cinco puiiales, no podia dar un
paso.
Si evitaba la punta de una daga que le amenazaba el pecho, era
para caer en otra que amenazaba su espalda. :.
Ya habia recibido algunas puñaladas, que no habian sido suficientes
para postrarlo.
LCómo prolongar más una lucha tan desigual?
El haber evitado la muerte durante tanto tiempo, era ya una
hazaña .
. Una .puña]ada más récia y profunda que las otras hizo comprender
a ZomBa que el trance amargo había llegado.
Pero no por esto dejó de ~batirse y defender desesperadamente
aquel último átomo de vida.
A:cosado por los asesinos y mortalmente herido ya, cayó, tratando
de InCorporarse sobre el brazo derecho.
Fué aquel el momento supremo.
Lo estiraron en el suelo, ~ujt'túnd()lo fuertemente, y miéntras uno
le ech~ atrás la cabeza, tomándolo del 'pelo, otro empezó la terrible
operaClon del degüello.
288
Aquello fué tremendo.
Zorrilla. defendió su cuello. hasta el último e~ter~or de la agonía.
El degUell?, á conse.cuencla de no estar muy foilosa la daga con
que se practicaba, habla durado un buen par de minutos .
. Una gran gritería se produjo en seguida, mezclada á formidables
vivas y mueras.
Era el festejo que hacia aquella canalla del crimen que acababa
de consumar.
Un espectáculo irritante empezó á reunir bajo la Recoba un buen
número de curiosos federales.
Era que los asesinos, habiéndolo tomado por las piernas arrastraban
por la espaciosa vereda el cuerpo mutilado de la noble víctima.
Otros arrojaban al aire la cabeza, barajándola como hacen los
muchachos con una naranja. .
Los mismos empleados de la Policia habian salido entónces á la
puerta, á reir con aquel espectáculo feroz.
Concluido éste, la autoridad envió el carro de la basura á recoger
el cuerpo.
La cabeza fué llevada por el grupo, para servir de espectáculo en
el mercado adornada de perejil, y cortarle las orejas, para las sartas
que se remitian á Palermo.
Este fué el crimen mas cínico de cuantos se cometieron en aquella
época maldecida.
Al dia siguiente aparecía clavada en la reja de la pirámide de
Mayo, la cabeza ensangrentada de Yané, astllinado en su propia casa
de Barracas. -.
De este sangriento episod'o nos ocuparemos más adelante.
Él por si solo constituye una de las trajedias más dolorosas de
aquella época maldecida.
En aquellos mismos dias era asesinado en su quinta en Barracas
tambien, el señor Nóbre¡?;a padre de la inolvidable matrona Julia Nó-
brega de Huergo y Cármen Nóbrega de Avellaneda.
Para comprender el carácter noble y delicado de aquel hombre
basta el corazon de sus dos hijas citadas.
No lo educa en aquella riqueza de sentimientos sublimes, sino un
hombre de espíritu elevado y gentil.
Ellas han enjugado sobre la tierra, más lágrimas que las que hizo
verter la muerte de aquel padre irreemplazable, haClendo el apellido
de Nóbrega sinónimo de caridad y de consuelo.
¿Cuál era el crímen del señor Nóbrega?
¿Por' qué el puñal asesino de los sicarios de Rosas iba á clavarse
en aquel noble pecho y á separar de aquel tronco vigoroso la inteli-
gente cabeza?
Es que Nóbrega no pertenecía á la mazorca, ni aun siquiera al
gremio de los federales finos.
Muchas veces habia sido invitado para formar parte de la Sociedad
Popular Restauradora, pero siempre habia respondido á la invitacion
con su sonrisa mas cáustica y su mirada más despreciativa.
Cuando los que le habian hecho la propuesta eran amigos que le
daban aquel consejo como único medio de salvar la cabeza, les habia
dicho:
-No sean tontos, yo ni por broma,.ni por conveniencias personales,
ni aún por salvar la cabeza, puedo afiliarme á una sociedad de ase-
sinos que, tarde ó temprano han de caer bajo el peso de la ley.
289
La época de la justicia n? pupde tardar en llegar, y ya vedn ustedes
el fin de todos aquellos mIserables.
Si el de la propuesta era uno de tantos federales flojos con quie-
nes conservaba amistad, su respuesta era más dura.
_ y o no he nacido asesino, decia, y en el único caso en que con-
cebiria poder serlo, seria tratándose de matar al que de esta manera
cobarde y maldecida ensangrienta el suelo argentino.
Nóbrega vivia entónces en la quinta de Barracas, que en aquella
época era una chacra magnífica.
Vivia en compañia de un capoataz de toda su confianza, y de un
peon de cuya le~tad ej.emplar tenia todo genero de pruebas. .
Entretenía la "la cultIvando y esplotando su chacra, y no vema á
la ciudad sino por alguna necesidad imperiosa.
-Así estoy libre de. alguna mal~ tentacion, decia, de per:re<:uciones
tambien, porque no VIéndome nadie, no se acordarán de mI m se me-
terán conmigo para nada.
y habia logrado asi su objeto de que no lo recordaran ni se ocu-
paran de él.
Pero las respuestas que daba siempre c.\ los que iban á brindarle
un puesto en la mazorca llegaron á Oldos de Rosas, y estos chismes
se tradujeron bien pronto en amenazas y persecuciones.
Nóbrega no tenia miedo á la mazorca.
Habia tornado en su quinta buenas medidas para su seguridad
personal, y esperaba cualquier avance para contenerlo como era
debido.
Las autoridades de Barracas, aunque sabian que Nóbrega no era
un federal, lo estimaban por sus prendas personales, al estremo de
comunicarle cualquier órden que referente á él hubieran recibido.
Aquellas órdenes, debido á los chismes de los amigos y á las im-
prudenCIas de Nóbrega, no tardaron en llegar, lacónicas y terminantes
como todas las que en igual sentido emanaban de Rosas.
El Juez de Paz de Barracas, decian, espiará personalmente y hará
espiar la quinta del salvaje unitario Nóbrega.
A la menor señal de hostilidad contra el órden de cosas actual,
se le remitirá preso al cuartel general de Santos Lugares.
Ahora, si el hecho que hubiera de imputársele fuera de gravedad,
el Tuez de Paz de Barracas procederá corno en casos análogos, con
toda severidad y rigor, dando cuenta en seguida.
El Juez de Paz de Barracas, se vió sigilosamente con Nóbrega y
le exhibió la órden que acababa de recibir.
-~s preciso. que se guarde amigo, le dijo, y que no cometa la me-
nor ImprudencIa.
Ya sabe usted que este género de órdenes hay que cumplirlas :í
todo trance, y espero que usted no me pondrá ni se pondrá en un
caso desesperante.
-Pero SI yo nada hago ni digo que pueda perjudicar al gobierno!
Yo no me meto en política ni en nada que á política se refiera,
como usted lo sabe bien.
Yo vivo aqui ignorado de todos y sin dar lugar á la menor
sospecha. .
-Es q~e usted se olvida del modo con que responde siempre á
los que \'lenen á hablarle de Sociedad Popular Restauradora y otras
cosas. ~.,
FLORENCIO VARELA
VENCES Y URQUIZA
PRONUNCIAMENTO DE URQUIZA
lA VíSPERA DE CASEROS
LA BATALLA DE CASEROS
LA ÚLTIMA VíCTIMA