Adrian, Lara - Raza de Medianoche
Adrian, Lara - Raza de Medianoche
Adrian, Lara - Raza de Medianoche
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Como un antiguo Cazador criado para ser una máquina asesina del
laboratorio infernal de Dragos, Scythe es un solitario peligroso cuyo corazón ha
sido acerado por décadas de tormento y violencia. No tiene espacio en su mundo
para el amor o el deseo, especialmente cuando se presenta en forma de una
vulnerable, pero valiente, compañera de Raza en necesidad de protección. Scythe
ha amado y perdido una vez antes, y ha pagado un alto precio por la debilidad de
sus emociones. No está ni cerca de someterse a esas cadenas otra vez, sin importar
cuán profundamente codicie a la hermosa Chiara.
Sabía que nunca encontraría a Chiara Genova en un lugar como este, sin
embargo había una parte retorcida de él que lo controlaba, burlándose de él con
una fantasía que no tenía derecho a agasajar. La dulce y encantadora Chiara,
desnuda en sus brazos. Su boca febril sobre la de él, hambrienta. Su delgada
garganta descubierta para su mordida…
—Maldición.
El gruñido estalló de él, áspero, con furia. Llamó la atención de una rubia alta
que había puesto su flacucho trasero en el taburete junto a él hace quince minutos
y había estado intentando, sin éxito, hacerse notar.
—No bebo.
—O algo así. —La irritación hizo que su voz profunda crujiera con amenaza,
pero ella estaba demasiado ebria para darse cuenta.
Sin embargo, este tipo particular de dolor, era insoportable, y era lo único en
lo que podía pensar para no agarrar a la mujer y tomar su vena allí mismo, en
medio del club.
La alejó del bar y avanzó a la salida del club sin decir una palabra más.
Aunque la Raza había estado expuesta a sus vecinos humanos durante más de
veinte años, había pocos entre los de la clase de Scythe, incluso un asesino
absolutamente frío como él, que tenían la costumbre de alimentarse en lugares
públicos.
Scythe no había nacido como otra cosa más que un esclavo. Casi había
muerto como uno. El concepto de quitarle algo a alguien simplemente porque
tenía la destreza física para hacerlo lo escoció con autodesprecio. Lo menos que
podía hacer era asegurarse que cuando tomara algo, dejara algo atrás también. La
7 mujer estaría débil con una satisfacción inexplicable una vez que terminara con ella.
Como ya sentía una punzada de lástima inusual por ella, ella también se marcharía
con un premio lo suficientemente gordo como para alquilar una habitación
durante un mes en el mejor hotel de Bari.
Ella tomó su brazo ofrecido y sonrió, pero no fue la sonrisa tímida lo que
hizo que su sangre se calentara. Fue el pulso revoloteando salvajemente en su
cuello debajo de esa carne cremosa que hizo que sus colmillos se alargaran.
—Oh, Dios mío —jadeó ella, sus mejillas enrojeciendo a medida que todo su
cuerpo apuntaba hacia adelante.
Ella clavó los dedos de su mano libre en su largo cabello negro, y él tuvo
que resistir el impulso de apartarse mientras la sangre llenaba su boca. No le
gustaba ser tocado. Todo lo que quería hacer era llenar el agujero en su estómago
hasta la próxima vez que se viera obligado a alimentarse.
—Dios mío, ¿qué es esta magia y dónde me inscribo para conseguir más? —
murmuró, con el pecho todavía agitado.
Ella obedeció al instante. Metiendo los billetes en su bolso, salió del SUV y
cruzó el estacionamiento.
Scythe echó la cabeza hacia atrás contra el asiento y lanzó un fuerte suspiro
a medida que sus colmillos comenzaban a retroceder. Ya, la sangre de la humana
estaba aplacando los bordes de su dolor en todo el cuerpo. El malestar que había
empeorado durante las últimas veinticuatro horas finalmente había desaparecido y
esta alimentación lo mantendría intacto durante otra semana si tenía suerte.
—Sí.
Hace seis semanas, había permitido que Trygg lo arrastrara a los problemas
de la Orden y Scythe todavía estaba intentando dejar todo eso atrás. Como ex
asesino, no jugaba exactamente bien con los demás. Maldita sea, no estaba
interesado en volver a enredarse en los asuntos de la Orden.
También recordaba a su hijo de tres años, Pietro. La risa del niño había
hecho latir las sienes de Scythe con recuerdos que creía haber dejado muertos y
enterrados detrás de él hace más de una década.
Pero seis semanas atrás, todo había llegado a un punto crítico. La Orden
había avanzado contra Massioni, eliminándolo a él y su operación… o eso habían
pensado. Massioni había sobrevivido a la explosión que arrasó con su mansión y
todos sus lugartenientes, y salió en busca de venganza.
—Sí —dijo Trygg—. Y aun así te estoy pidiendo que lo hagas. Eres el único
en quien podemos confiar con esto, hermano. La Orden tiene todas las manos
llenas con el Opus Nostrum, los brotes de Renegados, y noventa y nueve otros
problemas en este momento. Te necesitamos.
Scythe gimió.
Sin embargo, solo había pasado unas pocas horas con Chiara Genova hace
seis semanas, y fue suficiente para saber que estar bajo el mismo techo con ella iba
a poner a prueba tanto su paciencia como su autodisciplina.
¿Pero el niño? Eso era un callejón sin salida. Había cosas que simplemente
no podía hacer, ni siquiera por su hermano.
—Seguro, así será. Solo lleva tu trasero a Roma lo antes posible para que
podamos repasar tu plan y coordinar esfuerzos.
—¿Qué hay de ella? —preguntó Scythe—. ¿Chiara sabe que me has
contactado para ayudarla?
—Voy en camino.
13
—E
n absoluto. Está fuera de cuestión. —Chiara cruzó los
brazos sobre el pecho y fulminó a los guerreros reunidos
como si hubieran perdido la cabeza. Deberían haberlo
hecho, si pensaban que estaría de acuerdo cualquier cosa de lo que acababan de
explicar—. No me iré de Roma sin mi hijo. No he estado separada de Pietro
durante más de unas pocas horas desde que nació. ¿Creen que voy a comenzar
ahora, cuando sospechan que algún animal quiere matarme?
Alto y ancho, inmenso incluso para un Gen Uno, como era, Scythe era como
un muro de músculo y amenaza.
Imposible.
No solo porque era el tipo de hombre que parecía tragarse todo el oxígeno
en la habitación, sino porque había sido informada solo unos momentos atrás que
él sería responsable por proteger su vida.
Más importante aún, ella también era todo lo que él tenía. Eran una
pequeña familia de dos. Pedirle que lo dejase fuera de su vista en esta situación era
como pedirle que entregara su corazón palpitante en una canasta.
Su mente luchaba por algún otro argumento, sin importar cuán endeble.
Cualquier cosa para mantener a su hijo cerca.
Giró hacia él, su pulso latiendo con furia incontrolada tanto por sus palabras
como por su extraña habilidad para leerla como un libro.
El espacio pareció encogerse con cada paso que dio. Para cuando sus largas
y musculosas piernas lo hubieron llevado al alcance de su mano, se sintió casi
claustrofóbica con el abrumador tamaño y poder que emanaba de él. Se alzó sobre
ella, con la mandíbula de barba recortada absolutamente tensa.
—Sé que es difícil de escuchar, pero el lugar más seguro para tu hijo es
donde no estés.
Tenía razón. Lo supo al segundo en que pronunció las palabras, pero Dios.
¿Cómo podría soportar estar lejos de su hijo?
Discutir era inútil a estas alturas, y lo sabía. Su única esperanza era que
Scythe cumpliera su palabra e hiciera todo lo posible por atrapar a su agresor lo
más rápido posible. Entonces, tal vez, Pietro y ella podrían volver al trabajo de
intentar tener alguna clase de vida normal.
Se llevó la copa a los labios con una mano temblorosa y tomó un largo
17 sorbo, saboreando el calor escaldando su camino hacia su vientre.
—De acuerdo. Haré lo que me pidas. Pero no si eso significa que tengo que
vivir como una prisionera en tu casa en Matera sin nada que hacer excepto
preocuparme por mi hijo. Quiero ir a casa al viñedo, para que al menos pueda
trabajar y mantener mis manos y mente ocupadas mientras la Orden y tú hacen lo
que sea necesario.
—De hecho, ese es el plan. Será mejor si las cosas parecen lo más normales
posible. Queremos que este macho se vea tentado a hacer otro movimiento.
Queremos atraerlo lo más rápido posible.
La respuesta era sí, porque sin importar lo incómoda que estuviera con el
plan que le acababan de describir, sería mucho más insoportable si eso significaba
poner a Pietro en riesgo junto con ella.
Por mucho que se erizara contra la idea de separarse de su hijo, sabía que lo
que decía Scythe era cierto. Sería tonto, incluso egoísta, insistir en mantener a
Pietro con ella.
—¿Tan pronto? Necesitaré más tiempo que ese para despedirme de mi hijo.
Lo dijo con un tono inquebrantable que la hizo apretar los dientes al borde.
¿Estaba tan ansioso por tenerla bajo sus talones que tenía la intención de
comenzar a presionarla antes de que incluso salieran de la habitación?
La vieja Chiara ya estaba muerta. Una mujer más fuerte había surgido de esa
prueba. Y en cuanto estuvieran solos, se lo explicaría a Scythe.
Dejó su vaso sobre la barra con un tintineo suave y pasó junto a Scythe,
ignorando el calor que la atravesó cuando sus senos rozaron su torso.
A través del cristal en el pasillo, vio a su hijo hojear las páginas de un libro
ilustrado que sostenía en su pequeño regazo. Aunque era de la Estirpe, como su
padre, y algún día crecería para ser tan formidable como cualquiera de los de su
clase, en este momento Pietro era simplemente un niño pequeño. Su precioso y
querido hijo.
—Diez minutos, Chiara. —Sus ojos negros crepitaron con chispas de ámbar
cuando la miró—. Es importante que tu agresor no sospeche que te ha afectado lo
suficiente como para pedir ayuda. Tenemos que volver al viñedo lo antes posible.
Tragó con fuerza y se alejó un paso de él, lejos del calor que generaba su
cuerpo inmenso.
Antes de que pudiera abrir la puerta, Pietro ya estaba corriendo hacia ella
por su cuenta, habiéndola visto por la ventana.
—Está bien, pero solo unas pocas páginas, cariño. Quizás podamos hacer
que tía Bella te lea cuando termine. ¿Te gustaría eso?
Sintió a Scythe allí mucho antes de que su sombra la eclipsara, pero resistió
el impulso de darse la vuelta y ordenarle que saliera de la habitación. Pietro era
muy sensible y agudo. Todos ellos necesitaban mostrar un frente unido o él sentiría
que algo andaba mal. Lo último que quería era que él tuviera miedo.
—Mamá tiene que volver al viñedo esta noche, así que Scythe me llevará allí.
—¿Yo también?
—No, bebé. Solo mamá. —Le pasó la mano por su sedoso cabello oscuro
que tenía el mismo tono chocolate que el suyo—. Necesito que te quedes aquí y le
21 hagas compañía a la tía Bella por mí. ¿Puedes hacer eso?
Él asintió.
—Me gusta la tía Bella. Me dio este libro, y el tío Ettore dijo que me dejaría
jugar ese juego con los autos que van muy rápido y chocan contra las cosas.
Los ojos de Pietro se estrecharon y cerró la boca, cerrándola con una llave
invisible.
Pietro estaba disfrutando su visita aquí esta noche, y no había duda de que
estaba en buenas manos. De hecho, las visitas de Bella y Ettore eran uno de los
pocos focos de normalidad en la vida de su hijo, y no iba a regañar a ninguno de
ellos por eso. Ciertamente no tenía que preocuparse de que Pietro se sintiera
abandonado. En todo caso, estaba emocionado.
—Deberíamos irnos.
Por pura fuerza de voluntad, logró contener las lágrimas a medida que lo
abrazaba con firmeza y susurraba que lo amaba, que volvería a recogerlo antes de
que él tuviera tiempo de extrañarla.
Chiara asintió, preparándose para una última mirada a su hijo. Ettore asintió
hacia ella para tranquilizarla cuando Pietro volvió a su libro ilustrado, inconsciente
inocentemente de la preocupación adulta que vibraba en la habitación.
Incluso a Scythe.
—De acuerdo —dijo sin tono alguno, señalándole el pasillo—. Cuanto antes
terminemos con esto, más pronto podremos volver a nuestras vidas.
23
E
ra más de la medianoche cuando Scythe se detuvo en el retorcido
camino del viñedo en la base del Monte Vulture. Después de varias
horas al volante, estaba ansioso por la necesidad de libertad.
También agitaba otras partes de él. Para un Cazador que había sido
entrenado sin piedad para negar sus propios deseos y necesidades en favor del
deber y el autocontrol, su viaje por carretera con Chiara había sido un
sorprendente recordatorio del hecho de que, en definitiva, todavía era, en última
instancia, un hombre de carne y hueso. Un hombre que no podía ignorar a la
delicada mujer hermosa confinada en el pequeño espacio junto con él, sin importar
cuánto lo intentara.
Fue solo hace seis semanas atrás. De vuelta en Matera, cuando vio por
primera vez a Chiara Genova.
—Mierda.
Ella le echó un vistazo con el ceño fruncido. No tenía que preguntarse si ella
veía las motas de ámbar fulgurando en la oscuridad de sus iris. Su rápida inhalación
le dijo todo.
Con suerte, supondría que las chispas se debían a la irritación, más que al
deseo. Después de todo, ambas emociones lo cabalgaban en igual medida.
—Sí. Si esto termina tomando más de un par de días, tendremos que hablar
sobre otro modo de transporte.
25
—Tú fuiste quien sugirió que tomáramos mi auto —le recordó.
Había una nota en su voz que no había escuchado antes y se giró para
dirigirle una mirada interrogante. A la tenue luz del tablero, vio que sus labios se
contraían. Con un sobresalto, se dio cuenta que estaba luchando por no reírse de
él. Solo había pensado en lo incómodo que era, pero tenía que haber imaginado
que se veía tan ridículo como se sentía.
—Lo siento —dijo ella, una risita deslizándose más allá de sus labios—. En
serio no debería reírme. Es solo que… lo siento, realmente no es gracioso. Es solo
que eres tan grande y este auto es tan pequeño. Parece que conduces un auto de
una casa de muñecas. No sé cómo has logrado hacer todo este viaje sin tener un
desagradable calambre en tu muslo.
Jesucristo.
Era como si se hubiera abierto una válvula y todo el peso de lo que había
sucedido, la sombría realidad de por qué ambos estaban sentados juntos en este
vehículo en primer lugar, se liberó con cada risita suave que rodó por la lengua de
Chiara.
—No iba a discutir —respondió con rigidez, la sonrisa que había estado
tirando de sus labios un momento antes desvaneciéndose como el sol al
atardecer—. Solo iba a decirte que hace unas semanas instalé un sistema de alarma
en la villa. Para desarmarlo, debes ingresar el código: Cinco, siete, siete, ocho.
De acuerdo.
Le entregó las llaves del auto, asegurándose de no tocarla cuando lo hizo. Si
hacía contacto físico con ella después del viaje tortuoso, o mientras el dulce aroma
de ella todavía se aferraba a sus sentidos y el sonido brillante de su risa todavía
resonaba en sus oídos, corría el riesgo de perder la cordura.
—Está bien, Scythe. Lo haré. Me quedaré hasta que vengas por mí.
Ella encontró sus ojos con una mirada disgustada, luego lo siguió de regreso
a la villa en un silencio frío. Cuando alcanzó el interruptor de la luz cerca de la
puerta de la cocina, Scythe le tomó la mano y la detuvo.
Asintió, pero se quedó parada frente a él. Demasiado cerca para su jodida
tranquilidad.
—Hay una pequeña habitación de invitados en el pasillo del dormitorio
principal. No sabía que debía prepararlo con anticipación, pero solo me llevará
unos minutos…
Scythe se pasó la mano por la cara con frustración. ¿Qué le había pasado a
la Chiara que había conocido hace seis semanas en Matera? Si bien no la habría
descrito como mansa, no había visto este tipo de fuego en ella entonces. Esa
Chiara había parecido tan vulnerable. Frágil con miedo e incertidumbre.
Cristo, demasiados para contar. Pero se resistió, sabiendo que una mujer
delicada como Chiara se derrumbaría en sus manos bruscas como un pétalo de
rosa seco.
Esta mujer ante él, con sus cálidos ojos castaños reluciendo, sus pechos
agitados por su indignación, era otra persona completamente distinta. Y maldita
sea si no quería a esta Chiara nueva aún más.
Lo habían traído para protegerla, pero lo único en lo que podía pensar ahora
era en lo dulce que debía ser su sabor. No era lo que había venido a hacer aquí.
—No sé por qué aceptaste a cuidarme cuando es obvio que preferirías estar
haciendo cualquier otra cosa. Pero nos guste o no, parece que de momento
estamos atrapados el uno con el otro.
Retrocedió sobresaltada.
—No puedes hablar en serio. ¿Cuándo fue la última vez que te miraste al
espejo? No eres exactamente fácil de pasar por alto.
—No voy a andarme con cuidado en mi propia casa, Scythe. Y sin importar
lo que digas, no voy a olvidar por un segundo por qué estás aquí. Mi vida está en
tus manos. ¿Crees que eso no significa nada para mí? —soltó una carcajada
breve—. Ya que hablamos del tema, ¿en serio pensaste que me habría marchado y
te habría dejado morir aquí solo si hubiera habido problemas cuando llegamos?
Sí, lo hizo. Más que pensarlo, había esperado que ella siguiera sus
instrucciones al pie de la letra.
No era difícil recordar el error que le había costado la otra mano. Había
bajado la guardia una vez, había dejado que la emoción nublara su razón y pagó
un alto precio por ello. No solo él, sino otras dos personas que le importaban.
Nunca más.
Esa lección, ese horrible arrepentimiento, se quedaría con él para siempre.
—No dejes que mis cicatrices te engañen. Me gané cada una de ellas.
Dragos pudo haber encadenado mi cuerpo, pero nunca rompió mi voluntad.
Peor aún, extendió la mano sin previo aviso y tocó la piel arruinada en la
base de su garganta.
El roce inesperado de sus dedos lo sorprendió por completo. Tanto así que,
perdió toda capacidad de palabras o movimiento.
—Olvídalo —gruñó, aunque la grava en su voz tenía menos que ver con la
ira que con la fuerte cantidad de sangre corriendo a toda prisa por sus venas. Su
polla se presionaba contra la cremallera de sus jeans negros, habiéndose puesto
tan duro como una piedra mucho antes de que ella hubiera sido tan tonta como
para tocarlo.
No desde Mayrene.
Moriría antes de tener que pasar por otra pérdida como esa.
Scythe se pasó la mano por el cuero cabelludo con una maldición baja.
Apretó las llaves del auto en su mano y se dirigió hacia afuera, su estado de
ánimo tornándose cada vez más oscuro.
Porque cuanto más rápido pudiera terminar esta asignación, más rápido
34 podría seguir adelante y tratar de sacar a Chiara Genova de su mente.
Aun así, había sentido la mirada constante de Scythe sobre ella desde el
interior de la villa todo el día; cortesía de la red de sensores de movimiento ocultos
que había colocado alrededor de la propiedad mientras dormía anoche.
No es que Scythe pareciera ser el tipo de hombre que supiera algo de eso.
¿Cómo había llegado a ser el hombre que era? Grosero. Arrogante, seguro.
Pero también herido y oscuro. Por mucho que hubiera intentado convencerla de lo
contrario, había una integridad en él. Una sensación de honor que dudaba que
dejara ver a mucha gente. Ella lo había visto en la forma en que había tratado a
Pietro en Matera, y luego otra vez en Roma la noche anterior.
Anoche había negado haber tenido alguna amabilidad en él, pero ella lo
había visto tratar a su hijo con delicadeza.
Una vez que se había acostado anoche, las cosas no habían mejorado
mucho. Estaba sola, separada de Scythe por dos puertas y un largo pasillo amplio,
pero su presencia estaba en todas partes, sin dejar ningún rincón de su hogar, vida
o mente intacto. Y cuando finalmente se quedó dormida, incluso sus sueños la
habían traicionado.
Sal había sido atractivo y encantador, pero también había sido inútil y débil
mentalmente. Un cobarde que se preocupaba por sí mismo más de lo que nunca
se había preocupado por los demás. Su tonto y ciego amor por él casi le había
costado su vida y la vida de su hijo. Era lógico pensar que se sentiría atraída
instintivamente por alguien que era exactamente lo opuesto a él.
Cerró los ojos con fuerza y se permitió imaginarlo una vez más. Las duras e
implacables líneas de su rostro, solamente más esculpidas por la barba negra que
mantenía recortada cerca de su mandíbula de corte cuadrado. Esa boca firme pero
ligeramente llena. Su cuerpo masivo, tan capaz y fuerte… tan letalmente.
Ahora, el cielo estaba cambiando de rojizo a púrpura claro, y supo que iba a
tener que enfrentarlo pronto. No había posibilidad de que la dejara trabajar sola
aquí una vez que oscureciera, sin importar cuántas alarmas silenciosas hubiera
establecido ni cuán fuerte era su habilidad única para sentir el peligro.
Tres años en una cama vacía no habían parecido tanto tiempo hasta que
estuvo parada frente a Scythe.
Se encogió de hombros.
—Después que Sal fue asesinado y Vito Massioni se llevó a Bella, fue difícil
mantener a un personal estable por aquí. La mayoría de los trabajadores huyeron
esa misma noche. Una cosa es que los humanos sepan que viven entre vampiros,
pero otra muy distinta es que sean testigos del tipo de violencia que Massioni
provocó y esperar que no huyan lejos y para siempre. Tenía un puñado de
empleados leales, pero después de que Massioni envió a sus matones aquí hace
seis semanas, incluso ellos se fueron y nunca más regresaron.
—Cierto, pero no me importa trabajar duro. A veces siento que esta tierra
me salvó. Después que Sal se fuera, fue lo único que me quedó además de Pietro.
Mantengo este lugar por mi hijo. —Soltó una carcajada tranquila—. Y por mi
propia cordura. —La mirada de Scythe pareció perforarla a medida que hablaba.
No había tenido la intención de desnudarle su alma, no más de lo que a él
probablemente le importaran sus errores pasados. Agitó su mano
despectivamente—. Estoy divagando. Debe ser todo el sol que tomé hoy.
—Se necesita una mujer fuerte para sobrevivir a todo lo que pasaste y salir
del otro lado. Tu hijo tiene mucha suerte de tener una madre como tú.
Esperó a que él dijera algo más, algo crítico por su terquedad o por la
obstinada negativa a abandonar el viñedo después de que la terrible experiencia
con Massioni hubiera terminado hace seis semanas.
Pero no lo hizo.
El cumplido de Scythe fue solo eso. El elogio la calentó aún más. Le hizo
darse cuenta de lo acostumbrada que estaba a la desaprobación de Sal, al control
que ejercía sobre ella en todo lo que hacía, y en cuánto tiempo había pasado sin
escuchar una simple palabra de apoyo o aliento.
39
Chiara tragó con fuerza.
—Gracias, Scythe.
Él se encogió de hombros.
—Hubo un tiempo en que sentí una culpa tan aplastante por Sal. Quiero
decir, ¿cómo podría no haberlo visto por lo que era? ¿Cómo podría no haber
sabido qué clase de hombre era antes de estar vinculada a él como su compañera?
—Empujó un montón de tierra con el pie y se encogió de hombros—. Todavía
lucho con eso, con respetarme a mí misma. Durante tres años, he caminado en
círculos preguntándome si mis instintos están rotos o si solo soy ciega. Pero luego,
cuando veo a Pietro, recuerdo que tenía que estar con Sal… sin importar lo que
hiciera o la clase de hombre que resultó ser. No cambiaría nada, porque entonces
no tendría a ese niño perfecto. Probablemente eso te parece muy estúpido.
—No. —Su mandíbula se flexionó mientras sacudía la cabeza lentamente—.
No es estúpido amar a tu hijo. No es estúpido sacrificarse por él. En cuanto al
macho que tomaste como compañero…
—Dilo.
—No me corresponde.
—Sal Genova era un hombre pusilánime y sin valor. El dolor que les causó a
ti y a tu hijo, el peligro en el que los puso a ambos con su debilidad y cobardía, es
40
impensable. Es reprensible. Si tuviera la oportunidad de devolverle la vida al jodido
bastardo solo para hacerlo cenizas por placer, lo haría.
Eso es lo que había venido a hacer aquí como su protector para la Orden,
pero esta admisión albergaba mucho más peso que incluso ese compromiso
inferior.
Quiso agradecerle por lo que dijo, pero el aire entre ellos se había vuelto
intenso, vibrando con una conciencia tácita. Con la atracción que no se había
desvanecido desde la noche anterior.
Él separó los labios para dejar que una maldición se le escapara de la lengua,
y ella vislumbró las puntas brillantes de sus colmillos.
—Scythe —susurró, sin saber qué quería decirle. Lo alcanzó, pero él dio un
paso atrás.
—Entra, Chiara. —La orden fue brusca, toda grava e impaciencia bruta—.
Hemos estado aquí más tiempo del que debíamos.
41
E
sa mujer iba a ser su muerte.
42 Al darse cuenta que estaría enfrentando otra noche con ella a solo unos
metros de distancia y nada más que unos pocos pasos y un par de paneles de
madera endeble entre ellos, sus sienes latieron y su sangre retumbó con necesidad.
Debería haberla evitado después de que habían entrado, pero una parte de
él tenía que estar segura que podía manejar estar cerca de ella sin perder su
enfoque. Necesitaba que ella también lo supiera, especialmente considerando lo
mal que había podido ocultar su reacción física hacia ella hasta el momento.
Tendría que estar ciega o ser completamente ingenua para pasar por alto lo
poderosamente que lo afectaba. Y Chiara no era ninguna de esas cosas.
A Scythe podría venirle bien una distracción, sus pensamientos aún estaban
enganchados en la imagen mental no invitada de Chiara emergiendo húmeda y
desnuda de su ducha. Se removió en la silla de madera de la cocina, pero fue inútil.
Nada lo iba a hacer sentir cómodo.
Nada más que rascarse el picor que esta hembra había provocado en él
desde el momento en que la vio por primera vez.
No va a pasar.
Se removió una vez más, observando a través de los ojos semicerrados
mientras ella cortaba un pequeño trozo de bistec y se lo llevaba a la boca. Sus
labios se cerraron alrededor de la punta de su tenedor y suspiró a medida que
masticaba, el placer iluminando su rostro bañado por el sol.
43
El gemido que se estaba formando en su garganta debe haber sido audible
para ella, porque lo miró bruscamente.
—Estaba tan ocupada afuera hoy que olvidé almorzar —se apresuró a
explicar—. No me di cuenta de lo hambrienta que estaba hasta ahora. —Dejó el
tenedor y tomó un sorbo de vino tinto de una elegante copa de cristal. La botella
verde oscuro de la que había servido no tenía etiqueta, el rico buqué del vino era
atractivo, incluso para sus sentidos Raza—. Es uno de los nuestros —comentó,
cuando él apartó la mirada de ella y buscó algo, cualquier cosa, en lo que
concentrarse—. El suelo de esta región es perfecto para cultivar uvas Aglianico,
pero hay algo en nuestra tierra aquí que resalta la complejidad del vino.
Tomó otro sorbo, y cuando apartó la copa, una gota de color rojo rubí se
aferró a su exuberante labio inferior. Lo atrapó con un movimiento de su lengua, y
fue todo lo que Scythe pudo hacer para no gemir. Apretó los molares con fuerza,
no fue nada fácil con sus colmillos asomándose detrás de la línea sombría de su
boca.
—Es una pena que no puedas probar esta cosecha por ti mismo —agregó
Chiara—. Es tan bueno, es prácticamente una experiencia religiosa. —Maldita sea,
por Dios. Ya era bastante malo verla comer y beber, ver sus suaves labios y su
lengua rosada moviéndose de una manera que hacía que su erección,
evidentemente permanente, se tensara con una presión cada vez mayor contra su
cremallera. Escucharla hablar del vino mientras todo lo que tenía de estirpe en él
pensaba en el sabor de su sangre, en el sabor de cada centímetro suave y cremoso
de ella… era un desastre que estaba por suceder—. ¿Cuánto tiempo ha pasado
para ti, Scythe?
—Me siento grosera comiendo frente a ti, a pesar de que nada de esto es lo
44 que quieres.
Tenía que saberlo. Sus glifos pulsaban por toda su piel, y no había forma de
ocultar las relucientes motas de ámbar ardiendo en sus ojos.
—No. —Prácticamente saltó hacia atrás de la mesa. Sin importar que poner
más distancia entre él y esta deliciosa hembra fuera lo último que sus instintos
Raza le exigieran que hiciera—. ¿Qué demonios estás diciendo?
Soltó un suspiro de alivio por haber atendido esa necesidad física, al menos.
Pero el reloj ya estaba marcando nuevamente, y si su deber para con la Orden
tomaba más de un puñado de días, no tendría más remedio que buscar glóbulos
rojos frescos.
45
La idea de alimentarse en la villa cuando Chiara estaba en la misma vecindad
no era nada que él quisiera considerar, pero dejarla sin vigilancia para buscar a una
anfitriona de sangre lejos del viñedo estaba totalmente fuera de discusión.
Su única esperanza era terminar esta misión y largarse de una jodida vez,
cuanto antes mejor.
—Hablando de la Orden —se las arregló a decir con los dientes apretados—,
tengo que consultar con Trygg. ¿Estarás bien aquí unos minutos?
El plan había sido que Trygg y el resto de la Orden consultarían con algunos
de sus contactos y verían si había habido alguna charla sobre otros robos o
ataques en la región.
El hombre hosco nunca había sido muy conversador, y hasta ahora Scythe
46 de hecho había apreciado eso de él. Pero con Chiara en la otra habitación y nada
más que una larga noche por delante, Scythe estaba desesperado por matar un
poco de tiempo en tierra firme y segura.
El registro había resucitado en los últimos años, pero estaba lejos de estar
completo. Solo los civiles más respetuosos de la ley en la nación vampiro
participaban ahora en la base de identificación.
—¿Pasa algo? —La respuesta de Trygg fue inexpresiva, pero no había duda
de la intensidad del guerrero—. ¿Ya estás sintiendo peligro, hermano?
—Sí. Podría decirse. —Scythe dejó que la respuesta se deslizara entre sus
dientes y colmillos antes de que pudiera detenerla—. Vamos a superar las
veinticuatro horas y no tengo nada hasta ahora. Ya tengo el lugar cerrado y seguro.
No es más que un destello de problemas disparando mi radar interno.
Trygg al final encontró a la Orden, un hecho que Scythe pudo ver había sido
la gracia salvadora de su hermano. Apenas.
No tenía a nadie.
Una mujer y un niño humanos a los que una vez, tontamente, se permitió
cuidar como si fueran propios.
Una tentación aún mayor, teniendo en cuenta que ella era una compañera
de Raza y dejarse acercar demasiado, podría encadenarlos a ambos con un vínculo
que no lo rompería nada.
Solo la muerte.
—Solo haz lo que puedas. Dale la vuelta a cada piedra hasta que encuentres
algo sobre este tipo y mantendré las cosas confinadas por aquí. Pero voy a perder
mi maldita cordura si me veo forzado a sentarme en medio de la nada durante
noches enteras. Cuanto más rápido podamos expulsar al hijo de puta y arrastrarlo a
la Orden para ser interrogado, más rápido puedo salir de aquí.
La suave luz la iluminaba desde atrás, recortando sus curvas y oscuro cabello
suelto en un cálido halo.
¿Cuánto tiempo había estado parada allí? ¿Había escuchado todo lo que
acababa de decir?
48
Su expresión educada no revelaba nada, pero se pateó internamente por no
tener más cuidado y asegurarse que estaba solo. Siempre había podido confiar en
su habilidad para sentir el peligro, entonces, ¿por qué Chiara nunca activaba sus
campanas de advertencia hasta que era demasiado tarde?
—Mierda.
Nunca se había dejado llevar a este estado de debilidad. Había sido criado
con una disciplina despiadada. Una resolución dura como el hierro. El control de
una máquina.
Pero la necesidad física era simplemente como una soga que buscaba atarlo.
Maldita sea, no quería reconocer la fiebre que lo lamía con cada movimiento
acelerado de su mano a lo largo de su polla. Quería sus manos sobre él. Quería
escuchar su respiración acelerada junto con su pulso a medida que la complacía.
Quería sentir el refugio suave y húmedo de su cuerpo enguantado a su alrededor
mientras los conducía a ambos al borde de una liberación devastadora.
—No. —La negación escapó a duras penas de sus dientes y colmillos, pero
ya era demasiado tarde. Se corrió con fuerza en su propia mano, las imágenes de
Chiara inundando su mente, sus sentidos, su sangre.
Si pensó que su deseo por Chiara podía ser eliminado de su sistema tan
fácilmente, ahora reconocía la falacia de esa idea.
No, lo mejor que podía hacer era mantenerse a una distancia saludable de
su encantadora tarea hasta que hubiera hecho su trabajo y pudiera salir de una
puta vez de aquí.
Scythe nunca había sido alguien de pedir favores, pero envió una oración
silenciosa al cielo nocturno insondable, rogando por misericordia que sabía que
condenadamente bien no merecía.
51
C
hiara se paró en la puerta trasera de la villa y contempló la lluvia
torrencial de la tarde, su estado mental tan oscuro como el cielo
siniestro.
Tres días. Había pasado tres días encerrada en esta casa a solas con Scythe,
que parecía al menos dos veces más miserable por ese hecho que ella. Apenas lo
había visto desde la segunda noche, después de dejar en claro que no podía
esperar para terminar su misión.
—Desearía que ese fuera el caso. Ettore y los otros guerreros han estado
investigando mucho. La Orden parece bastante segura que no tuvo nada de
aleatorio.
—Lo siento por ti, pero sabes que no podemos arriesgarnos. Como Ettore y
Scythe dijeron, la mejor manera de detener a este individuo es llevarlo
directamente a las manos de la Orden. Hasta que haya sido identificado y
atrapado, no importa a dónde vayas, este macho es un peligro tanto para ti como
para Pietro.
Chiara dobló las piernas debajo de ella y dejó que su cabeza se inclinara
hacia atrás sobre sus hombros cansados.
—Bueno, desearía que ya suceda lo que sea que la Orden piense que este
macho quiere conmigo. No soporto la espera.
O el deseo.
—¿Q-qué?
—Por supuesto que puedes. Lo sientas y tienes una conversación real con el
hombre. Probablemente le haría bien hablar con alguien. Y también a ti, sorella.
¿Qué más pueden hacer para ocupar su tiempo, estando ahí en un exilio
autoimpuesto?
—Oh, Dios mío. ¿Ya han encontrado algo más para ocupar su tiempo?
Bella resopló.
—Porque ha hecho poco más que gruñirme órdenes y acechar por ahí como
un animal enjaulado desde que salimos de Roma. Y lo escuché decirle a Trygg por
teléfono hace unas noches que estaba perdiendo la cordura, y cito, “me veo
forzado a sentarme en medio de la nada durante noches enteras”.
—Estoy segura que estás interpretando más de lo que deberías. Por lo que
entiendo, Scythe ha estado solo por un buen número de años. Probablemente no
sea la mejor compañía posible, pero dudo que haya querido decir el comentario
como algo en tu contra…
—Lo toqué.
—¿Disculpa?
—Oh, estoy segura. En los últimos tres días y noches, lo he visto quizás un
total de tres minutos.
—No, sorella. Quiero decir, ¿estás segura que su respuesta a tu toque fue de
verdaderamente enojo? ¿O fue… algo más?
Había descartado su reacción como disgusto, pero ahora que Bella la hacía
pensar en eso, realmente pensar en eso, no estaba tan segura.
—No importa cómo podría sentirse Scythe hacia mí. No busco nada de él ni
de ningún otro hombre —murmuró—. Ya lo intenté una vez, y no resultó muy bien.
—Por supuesto que lo sé. —Pero, ¿en serio lo hacía? ¿Cómo podía afirmar
que había seguido adelante de la traición de Sal cuando no había conocido a otro
hombre desde entonces? No es que dejarse arrastrar por lo que sea que se estaba
construyendo entre ella y Scythe resolvería algunos de sus problemas.
—Tal vez Scythe necesita una salida tanto como tú —agregó Bella
alegremente.
Por más indignada que estuviera, el resoplido para nada delicado que estalló
en el otro extremo de la línea trajo una sonrisa a regañadientes a la cara de Chiara.
—Oh, sorella. Si tengo que decírtelo, entonces mi hermano fue aún más
decepcionante de lo que pensaba. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo solo
por ti? No por Pietro. Ni por el viñedo. Solo por ti.
—Me encanta ser la madre de Pietro. En cuanto al viñedo, todo lo que hago
aquí es por mí. No se me ocurre nada más que prefiera hacer.
Sal había sido su primer y único amante. Al principio había sido feliz con él,
cuando él había sido encantador y persuasivo, seduciéndola a un vínculo de sangre
solo unas semanas después de conocerse. Sabía que él tenía debilidades, que tenía
una veta egoísta, pero en realidad había creído que su amor lo cambiaría. Había
confiado en que su vínculo lo resolvería, lo ayudaría a convertirse en el hombre que
ella esperaba que pudiera ser.
Le dio la espalda en la silla, sus mejillas aún calientes por todas las
observaciones de Bella y sus consejos extravagantes.
—Gracias por comprobarme, sorella. Como dije, todo está bien aquí.
—Ah —respondió Bella, su tono sabio con comprensión—. Así que, está ahí
en la habitación contigo ahora, ¿verdad?
—Así es.
58
—Maravilloso. Déjame hablar con él.
—¡En absoluto!
La risita de Bella sonó tan brillante y llena de felicidad que hizo que el
corazón de Chiara se apretara.
—Ya me tengo que ir —le dijo a Bella—. No he comido nada en todo el día
y estoy hambrien… —El sonido de la puerta trasera cerrándose fuertemente a los
talones de Scythe hizo que la cabeza de Chiara girara bruscamente. Ya se había ido,
dirigiéndose hacia la lluvia castigadora. La oscuridad creciente tragándoselo
entero—. Hablamos pronto —murmuró al teléfono, sintiendo una punzada de
desilusión en su pecho.
59
O
tro relámpago iluminó el cielo oscuro y Scythe hizo una mueca.
—Es bueno que la Raza no pueda enfermar. Podrías haber pillado tu muerte
allí afuera bajo la lluvia y el frío. —Solo la miró fijamente, diciéndose a sí mismo
que no quería o necesitaba su preocupación, a pesar de que encendió algo dentro
61 de él que se sintió demasiado placentero, demasiado afectuoso, para su gusto—.
Toma —añadió, empujándole la toalla—. Sécate y caliéntate.
Marcó los días mentalmente, sorprendido al darse cuenta que había pasado
casi una semana. Solo una semana desde que había venido aquí con Chiara, y sin
embargo, se sentía como una eternidad. Una prueba interminable de su disciplina,
sin mencionar su honor raído.
Por mucho que quisiera sumergirse durante horas bajo el agua hirviendo de
la ducha, el tiempo fuera de su vigilancia era tiempo en que dejaba a Chiara
desprotegida y vulnerable. Después de restregarse con la eficiencia de un soldado,
se secó con la toalla y se vistió con una camiseta seca y jeans negros.
—¿Está todo bien esta noche afuera? —Su voz suave y ronca se vertió sobre
él como un elixir y dejó que sus ojos se cerraran por un momento antes de entrar
en la habitación.
—Siento que los dos somos prisioneros aquí. ¿Te estás volviendo tan loco
como yo?
Como estaba demasiado nervioso para sentarse, merodeó por la gran sala
de estar, echando vistazos con reticente interés hacia las altas cajas llenas de libros
gastados, adornos e instantáneas enmarcadas de Pietro desde la infancia hasta los
últimos tiempos. Las cosas de Chiara. Las cosas que catalogaban su vida aquí en la
villa, cosas que significaban algo para ella.
Se encogió de hombros.
—Conozco las reglas de esto, pero nunca he jugado. No soy muy aficionado
a los juegos.
—¿Por qué no? ¿No te gusta divertirte?
Peor aún, ¿sospechaba que su evitación tenía menos que ver con sus
esfuerzos para llevar a cabo su misión que con su miedo a estar cerca de ella por
un período de tiempo prolongado?
—Vamos, Scythe. Los dos estamos al borde de nuestro ingenio en esto, sin
nada más que hacer que mirar el reloj y esperar a que algo suceda. —Hizo un
gesto hacia el tablero de ajedrez—. Vamos a jugar. Prometo ponértelo fácil, ya que
64 es tu primera vez.
Ahora, iluminada por el fuego crepitante, se daba cuenta que debajo del
suéter que lo atormentaba continuamente al deslizarse del hombro, no llevaba
sujetador.
Su rostro no reveló nada cuando él buscó otro peón, el vecino del perdido, y
lo movió dos espacios hacia adelante en el tablero.
65
Tan pronto como sus dedos dejaron la pieza, su pequeña mano se cernió
sobre su reina. Scythe gimió, viendo su error al instante.
—Ah, mierda.
—Jaque mate.
Ella de hecho, tuvo el descaro de reírse a medida que volvían a colocar las
piezas en su lugar y comenzaban un segundo juego más cauteloso. Evitó caer en
sus trampas, a pesar de que tenía que admirar su intelecto estratégico y su
habilidad para recuperarse de todas las trampas que intentó poner delante de ella.
El juego fue un desafío y una diversión bienvenida, pero después de un tiempo, se
dio cuenta que simplemente estaba disfrutando de su compañía.
—Estas piezas son una obra maestra —comentó, recogiendo la torre blanca
que había capturado y girándola en su mano para ver la luz del fuego
resplandeciendo en su superficie. Las piezas estaban talladas hermosamente, las
blancas de mármol blanquecino pulido, las negras hechas de ónice pulido. Incluso
el tablero era una obra de arte, hecho de una pieza sólida de nogal que brillaba
con esmalte.
—El padre de Sal hizo esto para nosotros después de que nos vinculáramos.
Fue nuestro primer regalo de aniversario de su parte. —La boca de Chiara se curvó
en una sonrisa agridulce mientras acariciaba la superficie del tablero dulcemente.
El recordatorio de que una vez se había vinculado a otro hombre envió una
explosión de celos candentes a través de Scythe, pero lo contuvo sin piedad.
No es tuya, Cazador.
—Es un regalo generoso. Debe haberle tomado todo el año crear una obra
de arte de este tipo.
66 —Mi suegro era un hombre generoso y afectuoso. —Una inquietud inundó
sus ojos al momento antes de apartar la mirada de Scythe—. Desearía poder decir
lo mismo de su hijo.
Scythe gruñó.
—Lo era… al principio. No supe nada de las apuestas o las mentiras hasta
después de unirnos. Para entonces no pudo ocultar quién era en realidad. Sentí
cada traición a través de nuestro vínculo. —Contuvo el aliento y luego dejó escapar
un suspiro largo—. Pensé que cambiaría, si no por mí, por nuestro bebé, pero no lo
hizo. No creo que fuera capaz de cambiar.
—Sal era la única familia que tenía. Quedé huérfana cuando era un bebé y
fui dejada en un refugio Darkhaven. Una buena familia de la Estirpe me acogió,
pero todo se vino abajo después del Primer Amanecer.
—Mi madre quedó abatida. Había sido obligada a soportar tanto su propio
dolor como el de mi padre, su compañero vinculado por la sangre. —Chiara
sacudió la cabeza—. Era más de lo que podía soportar. Ni siquiera un año después,
se quitó la vida. Y entonces estaba sola por mi cuenta.
—Por mucho que empezara a odiarlo después de todo lo que hizo, le estaré
agradecida eternamente porque él me dio este refugio y el milagro de mi hijo. Pase
lo que pase en mi vida, por malo que sea, supongo que tuve que pasar por eso
para terminar donde estoy ahora.
—¿En serio crees eso? —Cuando ella lo miró inquisitivamente, con las cejas
oscuras fruncidas, negó con la cabeza—. ¿En serio crees en el concepto del destino,
que todo sucede por una razón?
—No. —Dejó que una maldición pasara por la línea apretada de sus labios—
. Creo que es un montón de mierda. Creo que vivimos en un jodido mundo
horrible. Creo que suceden cosas malas sin ninguna maldita razón. Creo que el
único milagro es que ninguno de nosotros logre pasar el día sin matarnos a
nosotros mismos ni a las personas que cuentan con nosotros para protegerlos.
Un relámpago fulguró afuera, seguido por un trueno tan fuerte que sacudió
las paredes de la casa.
Nada de eso fue más notable que el silencio extendiéndose entre ellos.
—Chiara. —Su nombre fue una advertencia cruda—. Esta no es una buena
idea.
—Creo que es una idea excelente. —Se acercó más a él—. Algo está
pasando aquí entre nosotros. Sé que tú también lo sientes. Sé que no quieres
sentirlo. A mí también me gustaría negarlo, pero no puedo.
Apretó los molares, sin saber si sería capaz de encontrar las palabras para
rechazarla. No después de los días y las noches deseándola. No cuando ella lo
miraba con una emoción tan abierta, una determinación tan feroz.
—Me gustaría saber a dónde fuiste y cómo te las arreglaste para vivir
después de que finalmente te liberaran del collar de Cazador. Desearía que me
dijeras cómo perdiste tu mano, o por qué vives solo en ese pequeño lugar en
69 Matera como si estuvieras pagando una penitencia por algún pecado privado.
—Maldita sea, Scythe, quiero saber si alguna vez has estado enamorado, o si
crees que eso también es un montón de mierda.
Cualquier esperanza que tuviera de evitar este desastre que se había estado
construyendo entre ellos se rompió en ese instante. Antes de que pudiera
detenerse, antes de que su cerebro pudiera siquiera disparar la alarma de que se
estaba metiendo en aguas peligrosas, Scythe tomó su boca en un beso abrasador
que la dejó sin aliento.
No podía tener suficiente. Usando su otro brazo, la arrastró aún más hacia
su abrazo, presionando la longitud dolorosa de su polla contra la suavidad de su
cuerpo. Era una tortura, una agonía deliciosa, sentir sus curvas amortiguando sus
duros planos y crestas con la barrera de ropa entre ellos.
Él también la necesitaba.
Solo el deseo.
Solo esta hermosa mujer que no podía negar y que nunca merecería.
—Scythe. —Su nombre era una súplica y una demanda, la única palabra que
podía manejar cuando su toque había borrado todo menos el anhelo por más de
esto.
Un calor húmedo se acumuló entre sus muslos y ella entrelazó sus brazos
alrededor de sus anchos hombros, hundiéndose más profundamente en su beso,
retorciéndose contra su toque carnal. Esto era lo que ambos necesitaban tanto. Un
escape. Un refugio. Unos minutos preciosos donde el mundo exterior no existía, no
podía tocarlos.
—Oh, Scythe.
No fue lástima lo que le robó el aliento mientras le pasaba las manos por los
músculos y la piel suave. Ni siquiera cerca. Por mucho que deseara nunca haber
sufrido ni un minuto de angustia en su pasado torturado, no podía negar su
asombro absoluto, su adoración, de su poderoso cuerpo expuesto a su mirada y
toque.
—Tus manos son tan suaves —murmuró él, sus ojos oscuros ahora en
llamas. Esas chispas brillantes fulguraron aún más mientras la miraba, sus colmillos
destellando y afilados a medida que hablaba—. Todo en ti es tan jodidamente
suave, Chiara. No sé cómo ser gentil. Maldición… no quiero hacerte daño.
La miró por un largo momento, pasando la yema del pulgar sobre la marca.
Cuando volvió a levantar la vista para mirarla, sus colmillos parecían aún más
73 largos, más afilados que nunca. Verlos le provocó un dolor latente en su vientre y
un impulso salvaje e imprudente que recorrió sus venas.
Para un hombre que afirmaba no tener ternura en él, por la forma en que la
sostenía era como si estuviera hecha de vidrio. Como si fuera la cosa más preciada
que jamás hubiera tocado. Ni en todo su tiempo con Sal, ni siquiera en sus mejores
momentos, había sentido tanta atención. La emoción obstruyó su garganta y
empañó sus ojos mientras se acurrucaba en el pecho de Scythe, suspirando con
comodidad bajo el refugio de su brazo.
—¿Esa fue la noche hace veinte años cuando la Orden liberó a todos los
Cazadores?
Se encogió de hombros.
—No lo sabría. Probablemente docenas. Quizás más. Excepto por algunos
con los que me he cruzado, o enfrentado, no se sabe cuántos de mis hermanos
Cazadores sobreviven aún, o dónde podrían estar viviendo.
—Jacob era joven, solo tenía tres años, la primera vez que Mayrene lo trajo
con ella a una de nuestras reuniones.
—Lo amabas.
Él asintió.
—Por lo menos hasta donde sabía, supongo que los amaba a ambos. Y
antes de darme cuenta, nos convertimos en una especie de familia. Protegí a
Mayrene y a su hijo, los mantuve alimentados y protegidos de modo que ya no
necesitara vender su cuerpo. Se ocupó de mis necesidades… cuando estaba lo
suficientemente sobria como para que yo la tolerara. Hubo momentos en que la
heroína abundaba tanto en su sangre que quería vomitar. En cuanto al resto,
bueno, no pasó mucho tiempo cuando no quise nada que ella me ofreciera. Y al
final, me fui.
—Sí, lo hice. —Sus ojos lucían como obsidiana insondable, su boca una línea
sombría dentro de la barba negra que la enmarcaba—. Unos meses después,
escuché rumores de que una pandilla de machos Raza había corrido por Las Vegas
arrasando con los humanos para usarlos en un club de sangre ilegal. Mi primer
pensamiento fue Mayrene. Fui a su apartamento y ella se había ido. También Jacob.
Una de sus amigas adictas me dijo que Mayrene no había estado en casa por un
par de noches. Dijo que Mayrene y el niño se habían ido en un sedán oscuro con
un par de machos Raza de aspecto cruel.
—Oh, Dios mío. —Chiara cerró los ojos, sin querer imaginar el tipo de
peligro en el que Mayrene y su hijo se habían metido—. Dime que ella y Jacob no
fueron tomados por uno de esos enfermizos clubes asesinos…
77 La expresión de Scythe permaneció estoica, inexpresiva.
—Los rastreé más tarde esa noche. El club se había establecido en una
instalación de almacenamiento en las afueras de la ciudad. El lugar estaba cerrado
y seguro, guardias Razas armados en cada entrada. Podría haber matado a un
guardia, pero no quería arriesgarme a alertar a todo el lugar de mi llegada. En
cambio, encontré un conducto de ventilación que tenía salida en el techo. Entré, y
luego me arrastré por las entrañas del edificio, siguiendo los sonidos de los
humanos llorando y gritando.
—Estaban en una celda del sótano, junto con media docena de otros
humanos. Jacob no era el único niño entre ellos. —El miedo le subió por la
garganta mientras él continuaba—. El conducto de ventilación terminaba por
encima de la celda. Al final del mismo había un gran ventilador industrial. Esas
cuchillas giratorias eran lo único que se interponía entre las dos únicas personas
que me importaban en mi vida y yo. Podía detener las cuchillas con el poder de mi
mente, pero mi control mental se debilitaría por mi preocupación por Mayrene y su
hijo. —Se quedó callado durante un largo momento, sin duda reviviendo la
pesadilla en su mente—. No podía arriesgarme a eso. Tenía que inmovilizar las
cuchillas de otra manera. Me las arreglé para meter una de mis armas en el
ventilador. Las cuchillas se detuvieron, pero el motor comenzó a zumbar y a
humear. Llamé a Mayrene mientras sacaba la malla de alambre del conducto. Ella
se apresuró con Jacob y le dije que me pasara al chico, que iba a subirlos a ambos
hasta el conducto.
—Trabajamos rápido, pero el humo negro era tan espeso como la niebla
cuando pasé a Jacob a salvo a través de las aspas y estuvo dentro del conducto de
ventilación conmigo. Comencé a tirar de Mayrene entonces, pero una de las otras
mujeres en la celda comenzó a gritarme que la ayudara en su lugar. Se arrastró por
la espalda de Mayrene como un animal. El peso extra las hizo caer a ambas. Lo
intenté una vez más, y esta vez pude levantar a Mayrene con seguridad. Pero no
hubo ni un segundo de sobra. El motor del ventilador aceleró y las aspas soltaron
mi arma. El ventilador estaba girando más rápido, arrojando tanto humo que era
78 imposible ver algo frente a mí. —Se pasó la mano por la mandíbula y exhaló una
maldición por lo bajo—. Sabía que no teníamos mucho tiempo antes de que todo
el maldito lugar se disolviera en disparos y caos. Tenía que sacar a Jacob y Mayrene
de allí. Pero cuando me di vuelta y agarré al niño en mis brazos, dijo: “¿Qué hay de
los demás? Tenemos que salvarlos a todos”.
—Sí, tengo que hacerlo. Quiero que lo sepas. —Su voz sonó inexpresiva y
tajante, como si las palabras salieran de él sin su control—. No podía ignorar a
Jacob. No quería ver el dolor o la confusión en su rostro. No quería que me odiara.
Así que, le dije a Mayrene cómo salir del edificio de la misma manera en que entré.
Le dije que se llevara a Jacob y me esperara en el techo mientras sacaba a los
demás de la celda. —Parpadeó y bajó la cabeza, una imagen de profundo dolor—.
Se fueron, y me giré de nuevo hacia las aspas giratorias del ventilador. Intenté
detener el motor con mi mente, pero mi enfoque estaba fracturado. Lo único en lo
que podía pensar, lo único que importaba, eran las dos personas que había dejado
fuera de mi vista, fuera de mi protección. Me di cuenta que tenía que usar algo más
para detener las cuchillas esta vez. No podía arriesgarme a perder otra arma. Así
que extendí la mano y aferré una de las cuchillas en mi agarre.
Él asintió.
Lo dijo con tanta calma, como si perder una extremidad no significara nada
para él. Y entonces se dio cuenta de por qué. Un sollozo atrapado en el fondo de
su garganta estalló.
—Mayrene y Jacob…
Él sacudió la cabeza.
—No recuerdo mucho más sobre esa noche. Recuerdo haber matado.
Recuerdo caminar por ríos de sangre… la mía y la de los otros machos que masacré
en ese lugar. Cuando desperté, era casi el amanecer y estaba tumbado en la arena
empapada de sangre cerca del borde del desierto fuera de la franja. Otro ex
Cazador me encontró. Si no fuera por Asher, también estaría muerto. Me arrastró
fuera del desierto, y luego me pateó el culo para ayudarme a sobrevivir en las
semanas de recuperación que siguieron.
—No tengo dudas de que lo harías. Y estoy seguro que tú le gustarías, por
lo que me alegra que el bastardo esté al otro lado del mundo. O eso supongo.
80 —¿No lo sabes con seguridad?
Se encogió de hombros.
La pregunta escapó sin pensarlo, algo que había estado intentando entender
desde el momento en que lo vio en Roma y supo que él, de todas las personas,
había firmado para ser su protector.
81
S
cythe se puso de pie de un salto, atrayendo a Chiara con él.
—¿Estás seguro que es él? ¿Estás seguro que fue el hombre quien me atacó?
Sabía que su mirada era sombría cuando metió una de las armas en la
cinturilla de sus jeans.
—Estoy seguro.
Demasiado tarde.
Scythe lo supo por los golpes repentinos en sus sienes. No había posibilidad
de sacarla a un lugar seguro, incluso si hubiera huido de la sala sin tomarse el
tiempo para vestirse. Su asaltante ya estaba adentro.
Scythe podría haber volado la fea cabeza del bastardo de sus hombros si no
fuera por el hecho de que el macho tenía una 9 mm de aspecto desagradable
apuntada sobre Chiara.
—Aparentemente, llegué tarde a la fiesta. —La voz del macho Raza era
espesa con su acento italiano. Una peligrosa combinación de amenaza y lujuria
fulguraba dentro de sus ojos entrecerrados—. Por lo que veo, y huelo, la pequeña
perra que luchó contra mí como un alma en pena la semana pasada es solo una
prostituta común. Una que abre las piernas para casi cualquier persona. Qué
decepcionante.
La necesidad de Scythe de llenar el cráneo del vampiro con plomo era casi
abrumadora. Pero este imbécil no importaba. Era hombre muerto; simplemente
aún no se daba cuenta.
Todo lo que importaba era asegurarse que Chiara permaneciera fuera del
alcance del otro hombre.
—Gritó y luchó conmigo, ¿pero dejó que un lisiado como tú la folle? —se
burló—. ¿Fue por lástima, o simplemente por mal gusto?
—Me debe. Me debe lo que perdí por ella. Una vida nueva por la que ella
tomó. Ya sea su vida o los hijos que quiero plantar en ella tan pronto como la ate a
mí por sangre, en realidad me importa una mierda. Pero voy a cobrar.
—Está loco —exclamó Chiara—. Nunca antes lo había visto hasta que
irrumpió aquí la semana pasada. No tengo idea de qué está hablando.
—Oh, no lo creo.
Y lo hizo.
Chiara gimió.
Se dejó caer a su lado, el alivio apoderándose de él al ver que estaba viva.
Chiara resultó herida. A salvo por ahora, pero sangrando por una herida de
bala en su hombro. La furia se enroscó en sus entrañas. Destriparía al hombre que
escapó. Y si tenía que elegir, haría que el dolor durara toda una eternidad.
86 Ella hizo una mueca y se estiró sobre su hombro herido. La manga y la parte
delantera de su suéter lucían de un rojo escarlata con sangre derramada; buena
parte de ella.
Solo se encogió de hombros, sin preocuparse por sus propias heridas. Claro
está, hasta que bajó la vista y se dio cuenta de la extensión de ellas.
87
C
hiara contuvo un siseo de dolor mientras buscaba en el armario una
taza de café a la mañana siguiente.
El balazo podría haber sido mucho peor, pero aun así dolía
muchísimo. Su hombro se sentía como si hubiera sido usado como un saco de
boxeo, luego prendido en fuego solo por si acaso.
Pero a pesar de lo incómoda que estaba, sabía que no era nada comparado
con lo que Scythe debía estar sintiendo.
Verlo anoche, acribillado a balazos, sangrando, todo por ella, era algo que
nunca olvidaría. Nunca podría pagarle por cómo la había protegido del lunático
que la hacía responsable de un crimen que no podía entender.
Scythe había estado dispuesto a dar su vida por ella anoche; no tenía
88 ninguna duda.
Una vez que sus ojos de ónix se fijaron en ella, permanecieron enraizados
allí, oscuros y severos. Imposibles de leer.
Ella asintió. No podía negar sentir una vaga sensación de alivio al escuchar
que no iba a dejar que el orgullo o cualquier otra idea tonta le impidiera solicitar la
ayuda de los guerreros.
Así que ahora, por mucho que necesitara alimentarse, la idea de que se
alimentara de otra persona, hombre o mujer, desgarró algo dentro de ella.
—No quiero que estés aquí cuando llegue la Anfitriona —murmuró, mirando
al suelo—. Ahora que es de mañana, será mejor que salgas de la villa lo antes
posible.
—No. —Ante su respuesta brusca, su cabeza se levantó de golpe. Ignoró su
ceño furioso, fulminándolo de vuelta—. No, no lo haré. Esta es mi casa. No voy a
ninguna parte.
—Sí, lo haces. —Dio un paso adelante, sin detenerse hasta que estuvo de pie
justo en frente de él—. Sí me necesitas aquí, Scythe. Y no voy a huir mientras
intentas ganar fuerzas para poder luchar en una batalla que me pertenece. No
después de lo que compartimos anoche.
Por mucho que detestara la idea de que él arriesgara su vida por ella, le
aterraba pensar que lo hiciera en cualquier otra forma que no fuera en su mejor
físico. La sangre humana aliviaría el dolor de su hambre y nutriría su cuerpo, pero
no curaría sus heridas. No lo suficientemente rápido para que él pelee.
Retrocedió sobre sus talones, emitiendo una fuerte maldición. Pero incluso
mientras lo hacía, pudo ver las brillantes puntas blancas de sus colmillos ya
extendiéndose desde sus encías.
Por mucho que él necesitara el regalo que ella le ofrecía, ambos entendían
lo que significaría beber el uno del otro. Una probada de su sangre en su lengua lo
vincularía a ella por el tiempo que ambos vivieran. No habría otra mujer para él,
compañera de Raza o humana. Solo la anhelaría a ella. Y si bebía de él, lo mismo
sería cierto para ella. Estarían atados eternamente. Irrompiblemente.
—Tienes que irte, Chiara. Maldita sea, tienes que irte ahora mismo.
Las palabras sonaron como gravilla, irregular y áspera, pero la mirada en sus
ojos… era de puro deseo desesperado. No había forma de ocultar sus colmillos
ahora. Brillaban como cuchillas de afeitar, llenando su boca.
El siseo de Scythe sonó aún más dolido que el de ella. Se dio la vuelta justo
cuando las primeras gotas escarlatas brotaron de su vena abierta. Sus ojos la
chamuscaron, ardiendo con luz ámbar, su rostro retorcido por la conmoción y la
angustia.
—Maldita seas, mujer. —Su voz baja no sonó como algo de esta tierra. Fue
mucho más oscura que nunca. Tan mortal que envió un escalofrío a través de sus
huesos, hacia sus venas. Si había olvidado lo letal que era este Cazador Gen Uno,
su rostro y su voz fueron ahora unos esclarecedores recordatorios.
Extendió su brazo sangrante hacia él, sus ojos fijos en los de él.
—Tómalo, Scythe.
—No sabes lo que estás diciendo. —Su ceño se profundizó junto con el filo
de su voz de otro mundo—. Estarás intercambiando un compañero indigno por
otro. No soy mejor que Sal.
—Chiara.
Se llevó la muñeca a la boca. Y luego cerró los labios sobre su vena abierta y
comenzó a beber.
93
S
cythe dejó escapar un gemido impotente cuando la primera probada
de ella le recorrió la lengua.
Nunca había tenido una mejor razón para seguir respirando que ahora.
Y no le fallaría.
Su amor.
Por más increíble que se sintiera el saber que sus células estaban
alimentando las suyas, fue el sabor de su afecto hacia él, la sorprendente
profundidad de sus emociones, lo que resultó siendo la revelación más poderosa.
Ella lo amaba.
Lo sintió a través del nuevo vínculo que estaba arraigándose entre ellos. Su
vínculo emocional y psíquico con ella estaba ganando más fuerza con cada latido
de su corazón. Su sangre estaba viva en él, infundiendo su cuerpo con una energía
tan intensa que podía sentir atravesándolo como un rayo. Era su energía. Su
esencia.
Había sido un idiota al pensar que podía alejarla ahora, incluso si era la cosa
más segura y amable que podía hacer por ella. Era suya, no por el vínculo de
95
sangre que había tomado tan egoístamente, sino porque era la única mujer que
había deseado de verdad.
—Ven aquí, amor. —Sus colmillos llenaban su boca, pero tuvo mucho
cuidado al besarla suavemente, decidido a mostrarle que tenía cierta capacidad de
control, incluso si estaba raído cuando se trataba de ella.
No tenía palabras, pero por dentro, cada fibra de su ser cantaba con
emoción.
Chiara y él estarían a salvo hasta que volviera la noche. Por ahora, solo
estaban ellos dos. Solo esta hambre del uno por el otro poseyéndolos a ambos.
97 Con su peso apoyado en su brazo derecho, deslizó su mano debajo de ella e
inclinó sus caderas para encontrar su empuje invasor. Se hundió profundamente,
tragando su grito en un beso que coincidió con la ferocidad de su pasión.
Como su mujer.
Como su compañera.
—Estás tan duro —murmuró, con su voz ronca cargada de asombro y deseo
femenino descarado. Su sensualidad lo debilitó y se tragó un gruñido. Ella se
movió, llevándolo más profundo, hasta que las estrellas comenzaron a estallar
detrás de sus párpados cerrados—. Oh, Dios… te sientes tan bien dentro de mí,
Scythe.
Apretó los ojos con fuerza, reprimiendo esa parte de él que quería fingir que
era algo cercano al tipo de compañero que Chiara merecía.
—Oh, Dios, Scythe… esto se siente tan bien. Dime que tú también sientes
esto.
Su propia sensación se duplicaba por el vínculo que tenía con ella ahora a
través de su sangre. Su pasión era la de él. Su clímax creciente era una corriente
eléctrica que amplificaba su propia liberación erigiéndose. Ella se inclinó para
encontrarse con sus embestidas salvajes, sus paredes de felpa ondulando a lo largo
de su longitud cuando los primeros temblores del orgasmo vibraron contra él. No
pudo detener la oleada de calor que se disparó a través de él. El orgasmo de Chiara
rompió al mismo tiempo, su grito entrelazado con su gruñido áspero.
Nunca había sentido algo tan poderoso, tan milagroso, como el placer de su
mujer disparándose en espiral a través de sus sentidos a medida que su propio
cuerpo temblaba con las réplicas de la liberación más asombrosa de su vida.
Con un gemido bajo, finalmente se apartó de ella, apoyándose contra la
cabecera. Chiara se movió con cuidado sobre su regazo, su aliento aún contenido
en jadeos rápidos mientras acariciaba los vendajes torcidos de su pecho
tiernamente. Envolvió sus brazos sobre ella, acariciándola distraídamente a medida
que ambos volvían a la tierra.
—¿Puedo mirar?
99 Asintió, más que dispuesto a tener sus manos sobre él. Ella despegó uno de
los vendajes con cautela. Salió manchado de sangre, pero el agujero en su cuerpo
ya se estaba reparando.
—Pero estás preocupada por algo. Puedo sentir tu miedo, Chiara. —Tragó el
nudo frío que se estaba asentando detrás de su esternón—. Te lamentas algo.
¿Lamentas haberme dado tu vínculo?
—Nunca. —Su respuesta surgió llena de convicción, y su ceño se frunció
mientras sacudía la cabeza con firme negación—. Nunca me arrepentiré de eso. No
mientras viva, Scythe.
—Entonces dime.
—Lo que lamento es que nos tomó tanto tiempo encontrarnos. —Soltó un
suspiro tranquilo—. Lamento que fuera Sal quien me tuvo primero, no tú. Y
siempre me lamentaré haberle dado a mi hijo un ejemplo tan terrible de padre.
Lo abrazó con más fuerza, apoyando su mejilla contra su pecho. Pero esa
100 acre veta de miedo todavía se aferraba a ella. En una maldición baja, él la levantó
suavemente, obligándola a encontrarse con su mirada inquisitiva.
—No puedo dejar de pensar en lo que dijo: el monstruo que irrumpió aquí
anoche. No sé qué le hice para ganar su odio.
—Con un lunático como ese, no hay forma de saber qué los impulsa.
—Dijo que era venganza, Scythe. Dijo que me hará pagar, ya sea con mi
propia vida o… —Tragó con fuerza, estremeciéndose—. No dejaré que me lleve con
vida. No cuando vivir significa ser forzada a un vínculo de sangre con un demente
trastornado que planea violarme y obligarme a tener a sus hijos. Jamás sobreviviría
a ese tipo de infierno.
Cristo, él tampoco lo haría. La sola idea de que ella sufriera algo tan atroz
como eso heló sus venas. Ahora que su sangre estaba dentro de él, Scythe siempre
tendría un vínculo unidireccional con ella mientras vivieran. Pero eso no evitaría
que otro hombre activara su propia conexión de sangre con Chiara.
Había dicho en serio lo que dijo: que no permitiría que ella cayera en manos
enemigas. Protegería su seguridad con su vida, y era jodidamente difícil de matar.
Si ella fuera tomada, él iría al infierno y volvería para salvarla.
Con su vínculo.
—Me has dado tu fuerza y protección, Chiara. Por algún milagro del destino,
me has dado tu amor. Ahora, déjame darte el mío.
Chiara.
—Ya veo. —Asintió con profunda comprensión, pero él podía sentir la sutil
ráfaga de aprehensión en su valiente compañera. El profundo zumbido que se
había convertido en una presencia bienvenida desde que había tomado el primer
sorbo de su sangre intensificándose a medida que un estremecimiento la recorría.
—Lo sé. Lo siento. Lo siento como una vibración creciendo en mis huesos.
Siento que zumba ferozmente hasta mi médula.
—Estoy lista —dijo ella, su voz un gruñido feroz mientras salía de su abrazo.
Nunca se había visto más hermosa que en ese momento, sus ojos oscuros
fulgurando con determinación—. Hagamos esto.
—No hay un plural, Chiara. Yo haré esto. —Hizo un gesto hacia la puerta
abierta del cuarto de pánico. La confusión y la indignación se alzaron en su sangre.
Ella respiró hondo como si quisiera discutir y él sacudió la cabeza con dureza—.
Necesito que te quedes aquí. Hazlo por mí, así sé dónde encontrarte una vez que
termine esto. Cuando salga ahora, necesito saber que estás a salvo.
104
—¡Y yo necesito estar contigo! Maldita sea, Scythe, lo haremos juntos.
—No lo haré —prometió—. No cuando todo lo que tengo para vivir me está
esperando justo aquí.
Salir de su abrazo fue lo más difícil que había hecho alguna vez.
Sus ojos permanecieron fijos en los de él a medida que cerraba el panel
oculto, sellándola adentro.
Mientras avanzaban hacia la casa, otro grupo emergió desde las sombras del
viñedo para invadir la villa.
Scythe lo buscó entre las bestias pululando por la propiedad, pero no lo vio.
El cosquilleo de sus sentidos le indicaba que el bastardo estaba en alguna parte.
Conseguiría al bastardo. Lo terminaría dolorosa y permanentemente. Incluso si
tenía que atravesar una docena de Renegados salvajes para hacerlo.
Scythe se dejó caer detrás del macho, tan silencioso como un gato. Antes de
que el otro vampiro se diera cuenta que tenía un problema, Scythe tajó la garganta
del renegado con una daga de titanio. El chillido que sonó fue de corta duración,
como su dueño, pero explosivo.
106
U
na ráfaga de dolor la golpeó tan brutalmente que Chiara bajó la
mirada hacia su sección media, esperando encontrar su estómago
abierto. Su corazón latía frenéticamente, el sudor empapaba la parte
posterior de su cuello. Sintió otro tajo mordiendo en su bíceps, y luego un
torbellino de contusiones en el centro de su espalda.
—¡Scythe!
¿Pero esto?
Sentir su dolor en medio de esa batalla era una angustia que ella no podía
soportar. No saber a qué se enfrentaba allí fuera era el peor tipo de tortura. No
estar con él cuando lo único que la detenía era su preocupación por su seguridad,
era un acuerdo que no podía cumplir.
Con cuidado, recuperó el rifle automático que lo había visto guardar en uno
de los estantes de vino. No era la primera vez que sostenía un arma grande.
Después de que Vito Massioni casi matara a Pietro en Matera, se encargó de
aprender un poco sobre defensa personal, incluyendo a cómo disparar un arma de
fuego.
Por Scythe, por el futuro que rezaba para que pudieran tener juntos, estaba
dispuesta a hacer y arriesgar cualquier cosa.
Oh, Dios.
Scythe.
Podía sentir que él estaba vivo, pero estaba sufriendo. Estaba herido, pero
estaba lleno de una furia de batalla tan aguda y violenta que ella también sintió
que estallaba dentro de sí.
Solo él parecía inmune al poder que fluía de ella. Ahora lo veía, parado en el
centro del campo de batalla, desgarrado y ensangrentado, con una ballesta
colgando rota a la espalda, una larga daga agarrada en su mano. Sus ojos
fulguraban, ardiendo como brasas en su cráneo. Cuando los Renegados
retrocedieron bajo el alarido de Chiara, varias de sus formas oscuras se arrastraron
huyendo, y Scythe dejó escapar un bramido que sacudió las tablas de madera bajo
los pies de Chiara.
Una vez que vio que él estaba bien, que estaba vivo, Chiara dejó ir su poder
y se hundió sobre sus talones. Su aliento entraba y salía de sus pulmones a toda
prisa. Su corazón se aceleró tan rápido que parecía querer saltar de su pecho.
No, no es verdad.
Había sentido este mismo miasma extraño la noche del ataque, después de
haber rechazado a su asaltante con la espada de Sal. ¿Había sentido también esta
oleada de energía y sonido esa noche? Tal vez un poco. No podía recordar los
detalles.
Esa horrible noche había sido borrosa. Su única preocupación había sido la
protección de su inocente hijo durmiendo en la otra habitación.
Pero sobrevivió.
Una banda de hierro la enganchó alrededor del cuello, tirando de ella hasta
ponerla de pie.
—Quédate justo donde estás —le gruñó su atacante a Scythe—. Deja tus
armas en el suelo… todas. Das un maldito paso, jodido lisiado, y pintaré este
porche con el cerebro de la perra.
Pero Scythe estaba preocupado por ella. Y su miedo por ella podría costarle.
—Scythe. —Intentó decirle con los ojos, y con su vínculo, que no se
arriesgara a intentar salvarla.
Por fuera, era la viva imagen de una rendición cuidadosa. Por dentro, más
allá de su preocupación, estaba absolutamente furioso por la animosidad y la
urgencia de infringir la muerte de la peor manera posible. Su furia le dio esperanza,
pero también la aterrorizó. Sabía que él solo obedecería a su agresor hasta que se
presentara el primer indicio de la oportunidad en sí.
—Lo que sea que pienses que esta mujer ha hecho para incordiarte, estás
equivocado. Es inocente.
—Mi hermano, Luigi, fue abatido a tiros por la Orden en ese camino de
entrada hace seis semanas. Todo por culpa tuya y de esa cría tuya. Massioni
debería haberlos matado a los dos junto con ese pedazo de mierda de Sal Genova.
Luigi.
Ese era el nombre de uno de los matones que Vito Massioni solía enviar a la
villa de vez en cuando.
—Si la Orden mató a tu hermano, desquítate con ellos —dijo Scythe, su voz
medida y cautelosa—. Pon tu culpa donde corresponde, no con una mujer
indefensa.
—¿Indefensa? —Su captor rio entre dientes—. Esta da más que un poco de
pelea. Me gusta cuando se resisten un poco. O mucho.
Sintió su promesa.
Sobreviviremos a esto.
Juntos.
112
Ella asintió débilmente, confiando en él, en la promesa de su amor,
animándola.
—Es aún más adorable de cerca, ¿no estás de acuerdo? —La pistola
presionada contra su sien ahora comenzó a deslizarse por su mejilla en una caricia
obscena. La pasó por su pecho y bajó por la parte delantera de su cuerpo—. No
suelo disfrutar con las sobras de nadie, pero haré una excepción con ella.
La punta del arma se deslizó aún más abajo, hacia su sexo. Scythe gruñó, la
primera traición a su furia.
—Estás equivocado, hijo de puta. —Scythe presionó la pistola entre los ojos
saltones del macho. Apretó el gatillo y dos disparos dieron en el blanco—. Es mía.
113
S
cythe sostuvo a Chiara contra sí bajo el cálido chorro de la ducha. No
sabía cuánto tiempo había pasado desde que la había llevado lejos de
la carnicería afuera y hacia el interior de la casa. Solo sabía que nunca
quería dejarla ir otra vez.
114 Su sangre era como una fuerza brillante dentro de él, tan robusta que lo
dejaba sin aliento.
—Tu sangre me ha hecho más fuerte —dijo, rozando sus labios sobre su
pecho—. Tu amor me ha hecho más fuerte, Scythe.
—¿Qué pasa?
—¿Más Renegados?
Las miradas de los dos guerreros barrieron el césped iluminado por la luna
que todavía humeaba de la docena de renegados que Scythe había dejado en
cenizas con sus cuchillas, flechas y balas de titanio.
Su pasado había sido un infierno. Esta noche había sido lo más cerca que
había vuelto a ese lugar. Pero ahora sabía lo que era el cielo.
Era una hermosa tarde en Potenza. Fresca y ventosa, las colinas del viñedo
dóciles y ondulantes, la hierba suave y fresca bajo sus pies descalzos proyectados
en el azul místico del crepúsculo. Inhaló el aroma de la fértil tierra labrada, y las
dulces uvas Aglianico.
Pietro volvió a reír cuando Scythe lo envió a otro paseo en el columpio solo
fortaleciendo su satisfacción. Y luego estaba Chiara.
—Será mejor que ustedes dos piensen en entrar pronto. La película está a
punto de comenzar.
Hace solo una semana que Pietro había anunciado que ya no quería llamarlo
Scythe, pero ya tenía un padre, y ya se había ido. El niño pensó que lo que en
realidad podía usar era un papá. ¿Querría Scythe ser su papá?
118 Qué extraño que solo unos pocos meses atrás, había visto la unión y el
apego a los demás como una forma de esclavitud… solo otra cadena para sujetarlo,
debilitarlo. Pero la verdad era que, Chiara y su pequeño hijo lo habían liberado.
Pronto, tendría una razón más para estar agradecido con su encantadora y
notable Chiara.
No pudo evitar que su mirada se desviara hacia ella cuando se levantó del
columpio del porche y se enderezó. Su mano descansó amorosamente sobre la
protuberancia de su vientre donde estaba creciendo su hijo. Su sonrisa se extendió
hacia Scythe, reduciendo la distancia. Llamándolo a casa, al cielo que lo esperaba
dentro de la villa con ella.
—Muy bien, hijo. Pero será mejor que te agarres fuerte. Esta vez, vas a tocar
las nubes.
FIN
119
Como hijo de un formidable guerrero
de Raza, Aric Chase se ha dedicado a la
Orden toda su vida. Una vez completado su
entrenamiento, todo lo que necesita es una
misión exitosa antes de poder unirse a la
lucha para destruir al principal enemigo de
la Orden, el Opus Nostrum. Su rara
habilidad para caminar de día le da a Aric
una tarea en Montreal, donde descubre que
120 se unirá a otro recluta nuevo, una hermosa
pero ruda compañera de Raza llamada Kaya Laurent.
Con un linaje que se remonta al Mayflower y a la corte del rey Enrique VIII, la
autora vive con su esposo en Nueva Inglaterra, rodeada de tumbas centenarias,
modernas comodidades urbanas, y la infinita inspiración del melancólico Océano
Atlántico.
Moderación
LizC
Traducción
LizC
Diseño
JanLove
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