La Doctrina Del Shock

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La doctrina del shock (resumen)

“La doctrina del shock” (2007) es una historia sobre el libre mercado y cómo
el capitalismo se ha usado como herramienta para ejercer violencia contra el individuo.
Una de sus conclusiones es que las empresas deben ser controladas antes de que acaben
con el planeta.
Klein reconoce encantada que cuando lee los textos de Eduardo Galeano siente “que
todo está ya dicho”. Ella llama «capitalismo del desastre» a los ataques “contra
instituciones y bienes públicos, siempre después de acontecimientos de carácter
catastrófico”. La idea es aprovechar el shock de un desastre y crear “atractivas
oportunidades de mercado” que, con ciertos cambios económicos, beneficien a unos
pocos. Las tres grandes medidas habituales suelen ser impopulares, pero ante ciertas
condiciones de shock, la población suele aceptarlas sin rechistar. Esas medidas son:
 Privatización de empresas y bienes públicos.
 Desregulación de ciertos sectores comerciales.
 Recortes en el gasto social.

. El capitalismo puro de Friedman


Milton Friedman (1912-2006) fue un afamado profesor de la Universidad de Chicago,
Nobel de Economía y defensor del capitalismo puro, que se podría definir así en
palabras de Klein: “Del mismo modo que se autorregulan los ecosistemas,
manteniéndose en equilibrio, el mercado, si se le deja a su libre albedrío, crearía el
número preciso de productos a los precios exactamente adecuados, producidos por
trabajadores con sueldos exactamente adecuados para comprar esos productos: un edén
de pleno empleo, creatividad sin límites e inflación cero”.
El problema de Friedman es que no podía probar su teoría en ningún mercado mundial.
Por tanto, se inventó ingeniosas ecuaciones y modelos computarizados para intentar
demostrarlo. No lo consiguió, porque la economía no se puede simplificar fácilmente,
como dijo Georgescu- Roegen.
Para los seguidores de las teorías de esta Escuela de Chicago, el libre
mercado soluciona todos los problemas, y si algo falla, es porque hay alguna
intromisión que hace que no sea libre mercado del todo. Algunos ejemplos de esas
intromisiones son establecer salarios mínimos para que no se explote a los trabajadores
o fijar precios para que ciertos productos sean más asequibles. Los de Chicago
despreciaban las propuestas de economías mixtas y las veían como mezclas entre
capitalismo para la fabricación, socialismo en la educación, propiedad del Estado en
servicios básicos (como el agua), y leyes para ordenar los extremos del capitalismo.
La realidad es que el libre mercado es la ley del más fuerte, lo cual genera grandes
beneficios, pero sólo para unos pocos. Sin embargo, los de Chicago declararon la guerra
a todos los que opinaban que en el término medio está la virtud, especialmente a
los keynesianos (de las ideas del inglés John Maynard Keynes, 1883-1946, el cual vio
que el crack del 29 no fue el fin del capitalismo, pero sí el fin de la libertad total del
mercado, pues la gran crisis demostró que lo óptimo es que el Estado intervenga). Las
ideas keynesianas se llamaron socialdemócratas en los países ricos o desarrollistas en
los países más pobres. En particular, en América del Sur, el desarrollismo supuso a
mediados del siglo XX acortar mucho las diferencias entre los ricos y los pobres,
creando una clase media más numerosa.
Friedman, desde su puesto de profesor y bajo el paraguas de una supuesta
imparcialidad científica, podía decir cosas que si las hubiera dicho un empresario
hubiera sido acusado de explotador. Por eso, muchas empresas donaron fondos a la
Escuela de Chicago para que difundiera sus ideas, dando lugar en EE.UU.
al movimiento neoconservador. Friedman proponía eliminar el salario mínimo,
bajar los impuestos y que ricos y pobres pagaran lo mismo, dar libertad a las
empresas, y privatizar sanidad, correos, educación, pensiones, e incluso los
parques nacionales.
En el fondo, Friedman decía con lenguaje científico lo que querían las
multinacionales: grandes mercados, sin trabas comerciales para, por ejemplo, extraer
recursos públicos sin pagar ni siquiera a la población local.
Este tipo de políticas toman muchos nombres (liberales o neoliberales, conservadoras,
de economistas clásicos, de libre mercado, reaganomics… o laissez-faire), pero, para
Klein, “el término más preciso para definir un sistema que elimina los límites del
gobierno y el sector empresarial no es liberal, conservador o capitalista,
sino corporativista“.
Según Klein, las principales políticas de este movimiento neoconservador
son transferir riqueza pública hacia la propiedad privada, “a menudo acompañada
de un creciente endeudamiento“, aumentando las distancias entre los ricos y los
pobres, además de aumentar los gastos en defensa y seguridad. ¿No parece que
Klein está describiendo el gobierno de Mariano Rajoy en España?.
El shock  lo propicia usualmente un desastre natural, una guerra o un cambio de régimen
y además de las medidas económicas, a veces, también se usa la tortura,
“interrogatorios coercitivos” según los llama la CIA, la cual tiene un completo manual
de cómo conseguir reducir a los detenidos y obligarles a “cooperar”. Así lo emplearon
en Guantánamo o en Kandahar con los detenidos y encarcelados sin juicio, en Chile y
también en el Irak bajo el dominio estadounidense. Las torturas sólo han demostrado
ser como bombas: destrozan sin construir nada.
Por otra parte, las crisis de muchos países africanos y asiáticos han sido la excusa para
que los países ricos les obligaran a privatizar sus recursos naturales.

El libro de Klein repasa algunos de los fracasos más aplastantes de las teorías del
laureado Friedman. Un gran mérito del libro es que enlaza datos históricos bien
conocidos, con opiniones de gente variada, enlazando las causas con las consecuencias
para advertirnos de los peligros de cierto tipo de políticas.

2. El experimento de Friedman en la dictadura de Chile: fracaso absoluto


Para poder influir en latinoamérica, en los años 60 se becaron a muchos estudiantes
(principalmente de Chile, Argentina, Brasil y México) para estudiar en la Universidad
de Chicago, con el objetivo del adoctrinarlos ideológicamente. En particular, en ese
contexto se criticó duramente la política chilena de la época anterior a Pinochet (su
control de precios, sus barreras arancelarias…).

Los graduados por esa línea ideológica, llamados Chicago Boys, sacaron hasta tesis
doctorales contra el desarrollismo en latinoamérica, y muchos de ellos acabaron
como profesores en la Universidad Católica de Chile, la cual aceptó crear una
titulación copiando el programa de Chicago. El llamado Proyecto Chile, para inculcar
las ideas de Friedman en Chile, fue un rotundo fracaso, pues ningún partido político de
relevancia tomó esa línea: todos los principales partidos se inclinaban por nacionalizar
las minas de cobre (que entonces estaban en manos de empresas estadounidenses, que
obtenían grandes beneficios, pagando muy poco).
En 1970 gana las elecciones Salvador Allende y tramita la nacionalización de las minas
de cobre, con la indemnización pertinente. En aquellos años, EE.UU. se escandalizó al
descubrir que la empresa ITT y la CIA estaban detrás de argucias para amañar las
elecciones chilenas. El golpe de estado militar contra Allende tuvo dos vías: la militar
para exterminar a Allende, y la económica de los Chicago Boys para exterminar su
ideario (bajo financiación de la CIA). Tras el golpe de estado de 1973, el general
Pinochet aplicó medidas de shock económicas y en forma de torturas, siguiendo el
manual de la CIA (3.200 ejecutados o desaparecidos, 80.000 encarcelados,
refugiados…). El terror impedía cualquier oposición frente a las medidas económicas.
Así nació el primer Estado de la Escuela de Chicago.
Pinochet tuvo como asesor al propio Friedman y a gente de los Chicago Boys, y
siguiendo sus consejos privatizó empresas, recortó gasto público (salvo el militar que
aumentó exageradamente) y eliminó el control de precios. Ya en 1974 la inflación
alcanzó el 375% y se perdían empleos al entrar productos extranjeros más baratos. La
solución de los Chicago Boys fue hacer más recortes y más privatizaciones, que
beneficiaban a las multinacionales y a los especuladores (entre los que estaban, como
no, algunos de los Chicago Boys).
En 1975, el mismo Friedman visitó Chile para intentar salvar el experimento con más
recortes (en salud, educación…) y más privatizaciones (cementerios, guarderías,
seguridad social…). El desempleo pasó del 3% con Allende al 20%, pero llegaría al
30% en 1982, cuando la economía chilena se derrumbó, y “Pinochet se vio obligado a
hacer exactamente lo mismo que había hecho Allende: nacionalizó muchas empresas”,
además de despedir a muchos de los Chicago Boys, e investigar por fraude a los que
habían llegado curiosamente a altos cargos de las empresas privatizadas. Nunca se
privatizó Codelco, la empresa de minas de cobre que nacionalizó Allende, y que
generaba el 85% de los ingresos por exportación del país.
Klein sostiene que Chile no fue un laboratorio “puro” del libre mercado, sino un
estado corporativista, que favoreció que los ricos fueran aún más ricos, a costa de la
riqueza del país y de la clase media y baja de la sociedad. Desde entonces, las
desigualdades en Chile aumentaron y aún hoy es uno de los países del mundo con
mayor desigualdad. Klein afirma que, a pesar de todo, algunos siguen viendo a Chile
como un milagro económico.

3. Argentina: Un rápido repaso a su desastroso friedmanismo


En los años 70, Argentina, Chile, Uruguay y Brasil estaban dirigidos “por gobiernos
militares apoyados por Estados Unidos y se habían convertido en laboratorios vivos de
la Escuela de economía de Chicago“. Hay pruebas contundentes que demuestran que
la CIA les impartía cursos sobre cómo torturar (incluso usaban mendigos inocentes para
los cursos). En todos esos países, el experimento fue un desastre económico para la
mayoría de la población: aumentó el paro, la pobreza y la desigualdad. Y también en
todos esos países, el miedo a ser torturado impedía a la población protestar.
También en todos esos países el shock incluyó prohibir determinados libros y a ciertos
cantantes, restringir la libertad de reunión y cerrar los sindicatos. La limpieza ideológica
incluía robar a los hijos de los disidentes y dárselos a familias cercanas al régimen. En
Argentina, la empresa Ford suministraba coches al régimen militar, mientras sus
trabajadores perdían las ventajas conseguidas con los sindicatos antes de la dictadura.
La Fundación Ford, que financió el programa de formación de los Chicago Boys, se
sintió avergonzada por estar (posiblemente sin pretenderlo) tan involucrada en las
dictaduras de Chile e Indonesia. Por ello, finalmente decidió apoyar a defensores de los
Derechos Humanos.
Klein advierte claramente:
“Como predijo Rodolfo Walsh, muchas más vidas serían arrebatadas por la «miseria
planificada» que por las balas. En cierta manera, lo que sucedió en América Latina en
los años setenta es que fue tratada como la escena de un asesinato cuando, en realidad,
era la escena de un robo a mano armada extraordinariamente violento. (…) Los abusos
generalizados a los presos son la prueba del algodón de que los políticos tratan de
imponer un sistema —sea político, religioso o económico— que un enorme número
de sus gobernados rechaza, (…) un proyecto profundamente antidemocrático, aunque
ese régimen haya llegado al poder mediante las urnas. Como medio de extraer
información durante un interrogatorio, la tortura es notoriamente poco fiable, pero
como medio de aterrorizar y controlar a la población, nada resulta más efectivo”.
Klein cuenta el caso del granjero argentino Sergio Tomasella, torturado y encarcelado,
que en vez de criticar al gobierno directamente, criticaba a las empresas que se
beneficiaban de las sucias políticas del gobierno: “Ford Motor, Monsanto o Philip
Morris”, en sus propias palabras.

4. El shock económico en algunas democracias: Reino Unido y Bolivia


Klein documenta también casos de medidas drásticas hacia el libre mercado en países
democráticos, lo cual no indica que tales medidas se hicieran democráticamente. Por
ejemplo, Margaret Thatcher en el Reino Unido aplicó duras medidas (privatizaciones
masivas…) aprovechando la guerra de las Malvinas (1982) contra Argentina. Algunos
sostienen que el recorte en la defensa de esas islas fue una invitación de Thatcher para
que Argentina invadiera las islas y así provocar un clamor popular nacionalista. Lo que
es seguro es que esa guerra hizo que se dejara de hablar de los problemas mineros que
quitaban el sueño a Thatcher.
Por otra parte, las elecciones de 1985 en Bolivia las ganó Víctor Paz, el cual cambió
radicalmente su programa electoral, generando mucha pobreza, mayor desigualdad,
desempleo, bajada de salarios… pero la inflación se contuvo, lo cual sirvió a algunos
para poner a Bolivia como ejemplo de buena marcha económica siguiendo políticas de
libre mercado.
En este país, las medidas del shock fueron aplicadas de golpe, lo cual hace, según Klein,
que la población acabe por “cansarse y ablandarse”. En Bolivia hubo protestas, pero
fueron aplastadas casi como si fuera una dictadura: prohibiendo asambleas políticas,
manifestaciones, desplegando tanques, declarando el estado de sitio, recortando
libertades básicas… incluso, Paz secuestró a cientos de líderes sindicales y exigió que
se desconvocaran las manifestaciones para liberarlos. No fueron torturados, pero cuando
se liberaron, el nuevo plan económico ya estaba instaurado.

5. La deuda odiosa de las dictaduras se cargó a las democracias: La perversión del


FMI y del Banco Mundial
Efectivamente, en toda América Latina (Argentina, Brasil, Uruguay…) las dictaduras
militares incrementaron las deudas nacionales de forma espectacular (en el caso
más grave, Brasil, la deuda se multiplicó por 34). Los acreedores eran gente tan
“honorable” como el Banco Mundial o el FMI (Fondo Monetario Internacional),
capitaneados por EE.UU., el cual exigió que la deuda fuera pagada por las democracias
subsiguientes, lo que estranguló la economía de esos países: ¿No hubiera sido más
justo no pagar esa “deuda odiosa” y así mandar un mensaje claro a los que prestan
dinero a las dictaduras? Téngase en cuenta que el dinero que las dictaduras pedían
prestado a nombre de su país se usaba principalmente en gastos militares, para reprimir
al pueblo, o bien, desaparecía directamente en cuentas en el extranjero (a Pinochet y sus
familiares se le atribuyen, al menos, 125 cuentas secretas). En el caso de Argentina, el
gobierno asumió deudas millonarias de empresas privadas como Ford, Citibank, IBM o
Mercedes-Benz, para luego seguir un programa económico dictado en secreto por J.P.
Morgan al ministro Cavallo.
El FMI y el Banco Mundial nacieron para evitar shocks, sacar a países de la pobreza y
estabilizarlos. Pero demasiado pronto se convirtieron en mecanismos capitalistas que
sólo buscan sus propios intereses, capitaneados por muchos altos cargos de los Chicago
Boys. Keynes participó en la fundación del Banco Mundial, y según dijo en
2002 Joseph Stiglitz, un economista de dicho banco, «Keynes se revolvería en su
tumba si viera lo que ha sido de su criatura».
La falta de democracia interna y la globalización han pervertido al FMI y al Banco
Mundial. A partir de los ochenta, cuando un país les pedía ayuda, ya no sólo daban
consejos sino que exigían terapias de shock, equivalentes a las que tomo Pinochet al
llegar al gobierno chileno. Davison Budhoo, un economista del FMI, reconoció que a
partir de 1983 se les exigía a los países pobres privatizar sus riquezas y que ello creó «el
caos económico que se vivió en América Latina y África entre 1983 y 1988».

6. China y su asombroso (y poco conocido) parecido con Chile y Polonia


Tras comentar el caso de Polonia con detalle, el libro analiza el curioso caso de China,
donde quedó claramente desacreditado el lema de Francis Fukuyama (otro liberal al
estilo de Friedman) de que el libre mercado y la democracia son imposibles de separar:
China estaba desregulando precios y salarios, pero oponiéndose frontalmente a
cualquier petición de democracia.
Muchos ciudadanos chinos estaban en contra de esas medidas, y así lo clamaron en la
tristemente famosa plaza de Tiananmen en 1989 (40.000 detenciones y miles de
muertes). Un año antes, Friedman visitó China (por segunda vez, al menos) y
aconsejó, como hizo en Chile, hacer privatizaciones, las cuales, como ocurrió
en Chile antes y como ocurrirá en Rusia después, fueron curiosamente conseguidas por
“autoridades del partido y sus familiares”. Los milmillonarios chinos son los hijos de los
funcionarios del Partido Comunista.
Por supuesto, algunas de las reformas fueron positivas facilitando mayor libertad y
comercio, pero tras el shock de la matanza de Tiananmen, el presidente chino Deng
Xiaoping “pronunció un discurso ante la nación y dejó meridianamente claro que lo que
estaba protegiendo con aquella actuación no era el comunismo, sino el capitalismo” (sin
democracia, por supuesto, como en Chile). Para el presidente chino, las reformas
económicas no iban a pararse y las reformas políticas no estaban en la agenda.
El shock de Tiananmen le permitió hacer las reformas más radicales que no se había
atrevido hasta el momento, permitiendo abusar de trabajadores aterrorizados y
convirtiendo a China en la fábrica barata del mundo, con empleados dóciles que no iban
a exigir ni salarios ni condiciones dignas, como denunció el encarcelado Nobel chino de
la Paz, 
Friedman condenó la represión en China y alabó sus medidas de libre mercado,
pero sin relacionar unas con otras, exactamente igual que hizo con Chile. Por su
parte, Polonia alcanzó la democracia y su independencia de Rusia, y cuando el
sindicato Solidaridad de Lech Walesa llegó al gobierno, se dejó aconsejar por los de
Chicago (Sach, en particular), y la oleada de privatizaciones y la deuda de la herencia
rusa sumieron al país en una gran crisis. El caso polaco se parece al de Chile y China en
que esas reformas no fueron realizadas con consentimiento democrático, pues el
gobierno tomó esas decisiones cambiando su programa electoral tras llegar al poder,
lo cual, les hizo perder absolutamente las siguientes elecciones.

7. Sudáfrica, la democracia que nació encadenada

Nelson Mandela salió de prisión en 1990, tras 27 años encerrado, por pedir la igualdad
entre negros y blancos en Sudáfrica. En 1994 llegó al poder, pero en las negociaciones,
lo único que consiguieron fue democracia política. En materia económica, todo estaba
ya cerrado: el Banco Nacional seguiría siendo privado y dirigido por la misma persona,
las tierras no podían ser redistribuidas porque la propiedad privada estaba blindada, no
podían darse medicamentos contra el SIDA por compromisos de la OMC, no había
dinero para infraestructuras pues había que dedicarlo a la deuda contraída, no podían
hacerse reformas como elevar el salario mínimo por acuerdos previos con el FMI… Por
fin, Sudáfrica estaba libre de apartheid, pero era esclava de los mercados.
El partido de Mandela (ANC) negoció engañado la renuncia a la soberanía económica
mientras el foco estaba puesto en las injusticias sociales y en la violencia en las calles.
Nadie se percató de ello, pues lo que importaba era que hubiera elecciones libres y que
el ANC las ganara. Tras llegar al poder, las minas, la banca y los monopolios que
Mandela prometió nacionalizar, continuaron en manos privadas blancas.
En 1996, se puso en marcha un plan del ANC para tranquilizar a los mercados, con el
objetivo de que volvieran las inversiones al país (más privatizaciones, recortes en el
gasto público, flexibilidad laboral, más libertad comercia , pero tampoco allí funcionó
esa terapia de shock: no hubo inversiones, la moneda se devaluó aún más, aumentó la
pobreza, el desempleo y el chabolismo… Más aún, Klein explica cómo los empresarios
blancos que se habían enriquecido de la discriminación racial recibieron subvenciones,
en vez de pagar indemnizaciones. Así, muchos ven en el ANC un partido traidor a su
propia declaración de intenciones que les llevó al poder.
En 2005, sólo el 4% de lo cotizado en la Bolsa de Johannesburgo era de accionistas
negros. Se llevó electricidad y agua a miles de casas, pero a muchas se les cortaba el
suministro por impago. La desigualdad en Sudáfrica no cambió tras derribar el régimen
racista del apartheid.

8. Rusia, una historia que en Occidente se contó de otra forma

En 1991, el G7 y el FMI pidieron a Mihail Gorbachov, presidente de la URSS, que


aplicara la terapia del shock tras su perestroika, pero él no hizo caso porque quería
seguir el sistema socialdemócrata escandinavo, que era un modelo a seguir para él. Sin
embargo, ese mismo año Boris Yeltsin, presidente de Rusia, formó alianza con otras
repúblicas para disolver la URSS y forzar la dimisión de Gorbachov.
Tras la desaparición de la URSS, Yeltsin se dejó aconsejar por Jeffrey Sachs (el mismo
que asesoró a la Polonia de Solidaridad) y nombró asesores a unos cuantos economistas
rusos liberales, seguidores de Friedman. Las privatizaciones empezaron (Rusia tenía
entonces 225.000 empresas públicas) y las consecuencias llegaron en un año: paro,
pobreza…
El parlamento ruso se opuso a Yeltsin, pero éste contestó con técnicas de dictador,
incluso movilizando al ejército y ordenando quemar el edificio del parlamento (1993).
Occidente apoyó a Yeltsin y los titulares eran que éste se había impuesto a antiguos
comunistas. Klein concluye: “Puede que el comunismo desapareciera de la noche a
la mañana sin que se disparara un solo tiro, pero el capitalismo de los de Chicago
sí que necesitó una gran dosis de artillería”.
El momento de desconcierto y miedo en Rusia era ideal para aplicar la doctrina
del shock, y el mismo Sachs dijo que tenían la oportunidad de hacer algo, pues hasta
entonces no habían podido imponer sus ideas. La liberalización de precios y la
privatización de empresas rusas a precios de ganga trajo grandes beneficios a unos
pocos, incluyendo antiguos miembros del partido y fondos de inversión extranjeros.
También hubo en todo esto sonados casos de corrupción. El shock de la guerra en
Chechenia y el control de los principales medios de comunicación permitieron a Yeltsin
ganar las siguientes elecciones y poder seguir con la terapia de shock.
Unos misteriosos atentados contribuyeron a dar popularidad a Vladimir Putin, a quien
al poco tiempo Yeltsin cedió la presidencia sin elecciones y en medio de otra guerra en
Chechenia, para que el debate fuera imposible. Lo primero que hizo Putin fue firmar
una ley que protegía a Yeltsin de cualquier acusación (corrupción, asesinatos…).
Las cifras que cita Klein son realmente tristes, pero se resumen en que las reformas de
Yeltsin supusieron el “empobrecimiento absoluto de 72 millones de personas en sólo
ocho años”. Pero también permitieron el nacimiento de supermillonarios, como ya
ocurriera en Chile, México, China o Argentina (cuyo símbolo bien podría ser el Ferrari
del presidente argentino Menem).

9. El FMI, responsable de “la sangre de millones de personas”


Davison Budhoo trabajó 12 años en el FMI. Dimitió en 1990 y escribió sus motivos en
una carta abierta a su presidente Michel Camdessus. En esa carta, acusó al FMI de
manipular las estadísticas para crear crisis en ciertos países y así poder rescatarlos
exigiendo duras medidas (despidos, bajadas salariales…), derramando “la sangre de
millones de personas pobres y hambrientas“.
A finales del siglo XX, muchos países de Asia entraron en una gran crisis (Corea del
Sur, Indonesia, Malasia, Filipinas y Tailandia). China se salvó porque no había seguido
totalmente los consejos de Friedman. La receta de Friedman, la del FMI y la de Jay
Pelosky (banquero estadounidense) coincidió: No hacer nada. Se negaron a prestar
ayuda cuando más necesaria era. La crisis fue tan grave que familias enteras se
suicidaban, aumentaron la venta de personas y la prostitución infantil, y los estados
pedían que la gente donara sus joyas. Pelosky lo expuso claramente diciendo que, si
dejaban que los países se hundieran, las empresas no tendrían más remedio que
venderse a empresas occidentales, lo cual era bueno para sus negocios. Y así fue. El
New York Times lo llamó «la mayor liquidación» del mundo. Las empresas
occidentales no compraron para ayudar a salir de la crisis, sino para quedarse con sus
clientes y maquinaria, y evitar la competencia.
Salvo Malasia, que tenía una deuda reducida, los demás países tuvieron que aceptar las
condiciones del FMI, el cual ofreció ayuda cuando la situación era espantosa. Entre las
condiciones de esta terapia de shock estaba: despedir a miles de empleados, instaurar el
despido libre, recortes en servicios públicos y privatizaciones. Pero esas medidas no
hicieron que el dinero volviera, sino que, de hecho, los inversores confiaron aún menos
en esos países. Años después, el mismo FMI calificó los ajustes como «desacertados».
Friedman acertó en que la calma vendría a los mercados, pero no dijo nada del duro
precio que aún hoy están pagando los ciudadanos: pobreza, prostitución, marginalidad,
drogas, xenofobia…
En Indonesia la terapia de shock se fue de las manos y el país se levantó contra el
dictador militar Suharto, que fue obligado a dimitir (1998).

10. EE.UU. contra el mundo: Irak y otros ejemplos


El libro cuenta muchos casos relacionados con Estados Unidos. Por destacar algunos,
cuenta el caso de George W. Bush y su colega Donald Rumsfeld, los cuales
privatizaron más aún que sus predecesores, incluso tareas del departamento de Defensa,
prisiones, la seguridad de aeropuertos y el control del espacio aéreo, todo lo cual fue
escandaloso cuando se supo que su escasa calidad facilitó el atentado del 11S. Sin
embargo, el shock del 11S vino bien a los friedmanitas, aprovechando para privatizar
hasta el interrogatorio a prisioneros. Estos eran torturados cruelmente por empresas
privadas que, si no les sacaban datos, no renovarían su contrato. Las empresas privadas
se muestran más abiertas a torturar y manipular la información si de ello depende su
siguiente contrato, pero tanta privatización generó graves errores, como la identificación
de supuestos terroristas inocentes encarcelados en Guantánamo.
Stephen Kinzer estudió las implicaciones de EE.UU. en operaciones de cambio de
régimen, desde Hawai (1893) hasta Irak (2003). Él afirma que todos los casos siguen
tres fases:
1. Una multinacional de EE.UU. sufre una amenaza financiera en un país (que
pague impuestos, o que respete derechos laborales o ambientales, por ejemplo). La
empresa se nacionaliza o se le obliga a vender parte de la empresa.
2. EE.UU. lo interpreta como un ataque contra su país.
3. El gobierno estadounidense “vende” su intervención como una ofensiva contra
el mal y para liberar a un país oprimido.
De hecho, muchos miembros de esos gobiernos provenían de multinacionales que
sacaron grandes beneficios de esas ofensivas. Klein cuenta los enormes beneficios
obtenidos por personajes como D. Rumsfeld, D. Cheney o J.F. Dulles, o las
magníficas ganancias de empresarios afines a Bush gracias a la guerra de Irak.
Klein desgrana la lista de despropósitos de esa guerra y de la “reconstrucción” posterior
(privatizaciones masivas, liberalización absoluta del mercado excepto del petróleo…).
El dinero de la reconstrucción y el petróleo iraquí iban a empresas estadounidenses y
británicas, las cuales no contrataban a iraquíes. La industria local se hundió y los
iraquíes, agraviados y enfadados, se sintieron obligados a apoyar a la resistencia contra
la privatización masiva y la ocupación estadounidense. Pero lo peor es que ni siquiera el
dinero sirvió para reconstruir Irak, sino que se perdió en una trama de
subcontrataciones.
El paro empujó a muchos iraquíes a trabajar para el fundamentalismo
religioso de Muqtada al Sader. Klein sostiene que si se hubiera hecho una
reconstrucción honesta contratando iraquíes, no hubiera crecido tanto el
fundamentalismo. Un libro más reciente de M.G. Prieto y J. Espinosa concluye que
el Estado Islámico es consecuencia directa de la invasión de Irak y de la impunidad de
los culpables: Bush, Blair y Aznar.

11. El huracán Mitch, el tsunami del Índico y el huracán Katrina


El shock del huracán Mitch (1998) devastó países centroamericanos, que tuvieron que
pagar mucho por la ayuda: básicamente privatizar y liberalizar
mercados. Guatemala, Nicaragua, Honduras… se vieron obligados por el Banco
Mundial y el FMI a privatizar sus empresas (telecomunicaciones, electricidad,
aeropuertos…), que fueron compradas como gangas por empresas
extranjeras. Honduras hasta tuvo que rebajar la protección ambiental y social de
la minería.
También se aprovechó el tsunami del océano Índico (2004) para aplicar las teorías de
la Escuela de Chicago. Antes del tsunami, en Sri Lanka ya querían echar a los
pescadores para dejar sitio al turismo en las playas, pero se topaban con la fuerte
oposición de la gente. El tsunami hizo el trabajo. Mientras la gente estaba preocupada
por su vida, cambiaron las leyes y cuando los pescadores supervivientes quisieron
volver no les dejaron con la excusa legal de que la zona no era segura. La injusticia está
en que esas leyes no se aplicaban a las construcciones turísticas.
Algunos en Sri Lanka vieron el tsunami como un castigo divino por no vender hasta
entonces los bosques y las playas de su país. Lo más grave es que hasta el dinero
recaudado para las víctimas del tsunami se usó para desplazar a los supervivientes:
“No es solo que la ayuda no ayuda, sino que hace daño“, dijo un pescador. En el grupo
de reconstrucción quedaron excluidos los pescadores y los defensores del
medioambiente. La indignación creció por el país y, tal vez, eso propició que en 2006
volviera la guerra a Sri Lanka.
También en Tailandia, Maldivas e Indonesia se usó el tsunami para fomentar un
turismo de lujo que dejó fuera del negocio a la población local. En Maldivas, el
gobierno decretó algunas islas como inseguras y a ellas no pudieron volver sus
habitantes, mientras los hoteles de lujo no tuvieron trabas. Por otra parte, en las
llamadas islas seguras, el paro y la pobreza crecieron. En Tailandia se intentó lo
mismo, pero la gente se reveló y no lo consintió, adquiriendo ciertas comunidades el
protagonismo en la reconstrucción de sus tierras.
El huracán Katrina (2005) fue, en EE.UU., un ejemplo de mala gestión de un desastre
anunciado (a pesar de la ingente cantidad de dinero público que se invirtió en intentar
evitarlo). Según Klein, la catástrofe provocó hasta una “crisis de fe” en algunos
ideólogos del libre mercado, pues cuando se vive el shock de cerca, la experiencia es
distinta a estudiar teorías económicas en libros. No fue así para Friedman, quien
calificó el desastre como “una oportunidad” (la cual fue aprovechada por muchos
“contratistas” como detalla el libro). Por ejemplo, se aprovechó ese shock para
privatizar la educación pública: miles de profesores vieron como perdían su empleo o
bajaban sus salarios, beneficiándose unos pocos empresarios elegidos.
Heritage Foundation propuso 32 medidas para recuperarse del Katrina que seguían
el friedmanismo y que incluían la desprotección del medioambiente. Muchos
contratistas de Irak (algunos con sonados fracasos) fueron contratados de nuevo por el
gobierno para reconstruir los destrozos del Katrina. Por ejemplo, la
empresa Kenyon se encargó de recoger los cadáveres (12.500 dólares por cada uno) y
se prohibió que lo hicieran agentes funerarios voluntarios, porque eso reducía los
beneficios de Kenyon. Por supuesto, eso implicó que la tarea se alargó más de lo
necesario. Esos contratistas fueron generosos en sus donaciones a campañas políticas y
se comportaron como en Irak: no contrataron a personal local y el dinero se difuminó en
largas cadenas de subcontrataciones.

12. Israel: El negocio del miedo daña a mucha gente


Para Klein, un ejemplo digno de estudio es Israel. Mientras su situación política es
“desastrosa” su economía crece entre las mejores del mundo, gracias en gran parte
a la industria militar y de seguridad. Con tanta gente viviendo lujosamente gracias a
la inestabilidad… ¿Quién se atreve a hablar de paz o a dejar de acosar a los palestinos?
Klein analiza los efectos sobre Palestina del famoso muro de Israel, el cual se mete en
territorios que no le pertenecen e impide que los palestinos vayan a su trabajo o cultiven
sus tierras. Otro curioso dato es que, tras la crisis de las compañías de Internet de
principios de siglo, Israel sufrió una gran recesión y el gobierno decidió incrementar el
gasto militar un 10.7% (parcialmente financiado con recortes en los servicios sociales) y
fomentar que las empresas se pasaran al sector de la seguridad, la vigilancia y la defensa
antiterrorista. Estos sectores han tenido gran éxito, entre otros factores, por la gran
cantidad de muros que se están construyendo en el mundo.
Klein afirma que “no es casual que la decisión del Estado israelí de colocar el
«antiterrorismo» en el centro de su economía de exportación haya coincidido,
precisamente, con el abandono de las conversaciones de paz”.

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