Reunión de Prosa Corta

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Minificciones que me gustan

LECCIÓN DE SUEÑO
José Balza

-No vuelvas a pensar en eso, esta misma tarde lo


resolveré.
-Pero ¿cómo? Desde hace días estoy así.
-En un minuto te lo explicaré.
- ... conozco las causas, no creas. Las he analizado, y en esta
temporada parecen haberse reunido muchas. Llevo varias noches sin
dormir; lo hago si tomo alguna pastilla. Y no puede ser. Le tengo
horror a esa falsa dulzura de los somníferos. Anoche el insomnio fue
total.
-Te entiendo; escúchame bien. Esta tarde compraré las otras semillas
adecuadas y verás cómo todo pasa.
-Dime qué harás.
-Lo mismo que hizo la abuela en mi infancia. Hubo días en que no
lograba dormirme; tenía miedo

1
a la oscuridad y al vacío de las noches. Mi abuela lo descubrió, y esa
tarde dijo: «Dejamos de dormir cuando los pájaros comen las
semillas del sueño. Te han estado rondando y por eso sigues en
vigilia. Desde hoy será perfecto. He cosido dentro de esta bolsita las
semillas que los pájaros quieren. Voy a colocarla junto a tu
almohada, y ellos ya no picotearán las que pertenecen a tu sueño».

2
[SIN TÍTULO]
Mariela Álvarez

Recuerda: ella dice que el ritual del amor exige máscaras.


Lo que no dice, pero es fácil deducirlo, es que si en ese instante nos
las arrancáramos, el universo mismo quedaría paralizado ante tanta
cantidad de cosa desnuda.
La mujer lo sabe. Por eso acumula papeles de colores, yeso, óleos y
maquillaje, enormes cantidades de aire. Entonces, cuando no exuda o
babea o se trepa por las cortinas de su casa para espiar a las arañas, la
mujer recrea los disfraces de siempre. Y es que abajo está la cara. Y
no importa cuánta ropa nos cubra, ni todo el esfuerzo de millones de
generaciones por disimular con telas y pieles al animal con frío,
porque abajo está la cara, que es la parte más desnuda del cuerpo.
Y apenas lo hemos afirmado ya sabemos que, sorpresa encerrada en
otra sorpresa, hay un grado más alto de desnudez que ese par de
agujeros húmedos que flotan debajo de nuestra frente, y a los que
nada puede tapar.
UNA SOLA ROSA Y UNA MANDARINA

3
Oswaldo Trejo

En donde de cada ser dos, de cada cosa dos exactas, una para sí y
otra para alguien. Siendo así, de
algunas, una a la memoria y otra dejable en el lugar, ya el barrio en el
caserío o el caserío en el barrio, ya los árboles frutales, las puertas, el
automóvil entrando a contravía y el automóvil llegado por el otro
lado, ambos con movimiento y ruido de carro.
Tocar una puerta y abrirse dos. ¡Oh, entrar!, ¡oh, el recibo más allá!,
con dos Gonzalos, dos Ercillas, dos Rafaeles, dos Julietas, y después
del saludo y los besos de rigor, hablando todos a la vez y, de los
ocho, escuchando atentamente a los ocho.
Distinto todo, de cómo era antes de volver.
De la cocina, la sirvienta con tazas de café, de las diez una para ella
y, en el momento de pasarlas, ni señas, ni morisquetas, ni palabras,
sino ella y ella o Carmenza y Carmenza.
Mientras en la memoria abarrotada aquellas grandes limas en sazón,
aquellas roliverias andarinas y, afuera, las rosas, las grandes rosas.

4
Una sola rosa y una mandarina. Con una y otra para sí y una y otra
para él, despidiéndose.

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