Teorias PDF
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Autores Compiladores:
Alejandra Castillo
Federico Galende
Edición:
Federico Galende
Berenice Ojeda
Diseño y Diagramación:
Sandra Gaete Z.
I Programa de la Asignatura 6
El propósito de este curso es realizar una introducción a las teorías críticas contemporáneas en
América Latina. Bajo esta nominación de “teorías críticas” entendemos, por un lado, una crítica inmanente
al modo de producción de las formas de racionalidad, de percepción y de sensibilidad que el capitalismo
tardío genera; pero por otro, y por sobre todo, entenderemos a la teoría crítica en tanto lugar de sospe-
cha e hibridez que en América Latina ha tomado los signos de lo poscolonial y lo subalterno.
Para llevar a cabo dicho propósito inicial, se seguirá el siguiente derrotero: Primero, presentare-
mos un conjunto de influencias que posibilitan la configuración de cierta escena crítica latinoamerica-
na. Para ello evidenciaremos tres trazas: (1) el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Uni-
versidad de Birmingham, fundado en 1964 y dirigido, primero, por Richard Hoggart y, más tarde, por
Stuart Hall; (2) la Escuela de Frankfurt. Aquí nos centraremos especialmente en el texto Dialéctica de la
Ilustración de Max Horkheimer y Theodor Adorno; (3) finalmente, señalaremos ciertos elementos de lo
que se ha llamado filosofía de la deconstrucción, relevando especialmente los conceptos de Différance
y de signo (en esto seguiremos especialmente al filósofo Jacques Derrida).
En segundo lugar, se presentará la re-configuración de esta primera escena en lo que en América
Latina ha tomado los nombres de hibridez, pastiche o tercer espacio. En este punto trabajaremos prin-
cipalmente con Culturas Híbridas de Néstor García Canclini, La estratificación de los márgenes de Nelly
Richard y El lugar de la cultura de Homi Bhabha.
En tercer lugar, examinaremos algunas de las formas que ha tomado la teoría crítica —entendi-
da como tercer espacio— en cierto debate cultural latinoamericano. En este punto se estudiarán tres
momentos de la teoría crítica: lo poscolonial, lo subalterno, y la crítica cultural.
Y por último, se evidenciarán las tensiones, no resueltas, que animan el discurso crítico latino-
americano. Aquí se privilegiará cierta crítica “radical” a la escena de los estudios culturales. En especial
aquí, aunque no exclusivamente, se presentarán las críticas de Fredric Jameson, Slavoj Zizek y Eduar-
do Grüner.
I) Redescribir la teoría crítica en tanto tercer espacio. Se espera que los estudiantes sean capaces de
identificar el concepto de teoría crítica con la re-configuración del pensamiento latinoamericano
posibilitado por los estudios culturales.
II) Presentar la escena de las teorías críticas latinoamericanas bajo lo que hemos denominado “espa-
cios de la subalternidad” (con esto hacemos alusión a lo poscolonial, lo subalterno y a la crítica cul-
tural). Se espera que los estudiantes sean capaces de reconocer dichos campos argumentales.
III) Señalar algunas de las críticas que ha recibido la escena de los estudios culturales desde lo que
se podría denominar el “pensamiento crítico radical” (Zizek, Jameson, Grüner). Se espera que los
alumnos sean capaces de conocer algunos de los argumentos críticos de la escena de los estu-
dios culturales.
En esta primera unidad, que ahora introducimos, hemos incorporado tres de las tradiciones más
importantes de la teoría crítica. Dicha incorporación fue realizada a partir de los criterios de objetiva-
ción que estas teorías hallaron en el propio campo de la reflexión latinoamericana. Se trata de la teoría
crítica desarrollada por Horkheimer y Adorno en la Dialéctica de la ilustración, la tradición culturalista,
cuyos inicios se remontan a Raymond Williams y la escuela de Birmingham, y la tradición deconstruc-
tivista, tal como ésta fue desarrollada por Derrida a partir del pensamiento posestructuralista francés.
Es, insistamos, desde un conjunto de obras articuladas en Latinoamérica en torno a la relación entre
teoría y crítica que se ha optado por esta selección. ¿En qué consistirán, entonces, estas obras y tradicio-
nes que se presentan con tanta relevancia a la hora de articular en América Latina la compleja relación
entre teoría y crítica? Veamos.
A principios del año 1923 se funda en la ciudad de Frankfurt, Alemania, un Instituto de investigacio-
nes sociales y culturales que será luego conocido como Instituto de Frankfurt. El mismo resulta de una
asociación de intelectuales de izquierda vinculados a la obra de Marx que no se desempañaban, sin
embargo, como militantes políticos. Parte de ese grupo, formado también por Herbert Marcuse, Helmut
Dahmer, Walter Benjamin, Alfred Lorenzer y posteriormente autores como Jurgen Habermas o Claus
II
En este contexto surge la Dialéctica de la ilustración, que empezó a ser escrita por Horkheimer y
Adorno en 1940. Una de las ideas fundamentales de esta obra consiste en exhibir el modo en que la
ilustración contiene aquello que supuestamente se le opone: la opresión del capital y los crímenes de
la nueva empresa bélica masiva. El motivo por el que a mediados de los años ‘40 este libro se trans-
formó en un hito de la crítica, lo debemos a que éste, en primer lugar, ayudó a instaurar una reflexión
en torno a las posibilidades mismas de la reflexión, a su credibilidad y sus amenazas, mientras que en
segundo lugar logró instaurar un cierto estado de la crítica contra los cimientos clásicos de la razón
occidental. Así el mito, que halló en la racionalidad moderna su forma ilustrada, era capaz de ilustrar
a la vez el componente mítico que ahora recorría a dicha racionalidad. El mito encuentra su confirma-
ción en la ilustración que, al mismo tiempo, encuentra su forma en el componente mítico. Circularidad
algo asfixiante, diremos, que venía a mostrar cómo la racionalidad era capaz de autoanularse desde una
interioridad que cada tanto era capaz de cobrar ella misma la forma repentina de la masacre.
Para Horkheimer y Adorno, en otras palabras, el destino de la racionalidad moderna no llevaba sino
a la desapropiación del ser y el perpetuo nacimiento de la autodestrucción. El problema —que Adorno
proseguiría después en su Dialéctica negativa— no pasaba entonces por la reforma racional del mundo,
sino por la interposición de la crítica como puesta bajo sospecha de la propia razón. Por eso, en su Dia-
léctica negativa, lo que Adorno hizo fue oponer a la dialéctica hegeliana —en la que lo puesto en juego
era el recogimiento de lo diferente y lo idéntico en lo idéntico— la dialéctica como negación, como
disonancia o resto jamás reducible a las operaciones sistemáticas del pensamiento. La Dialéctica nega-
tiva sería, así, una dialéctica ejercida contra la propia sistematicidad del pensamiento. Veamos, no obs-
tante, cómo eso formaba parte ya de algunos de los postulados de la Dialéctica de la ilustración:
1. La Dialéctica de la ilustración introduce la crítica como el modo por medio del cual la ilustración
se inspecciona a sí misma; lo que implicaría no resguardarse en su forma pretérita ni abrirla a otra
posibilidad de ser, sino a otra posibilidad que su propio ser.
2. La Dialéctica de la ilustración sitúa a la crítica en un contexto en el que deberá ser la ilustración
misma la que, apropiándose de sí, de su asomo material, destruya sus propias fronteras.
3. La Dialéctica de la ilustración sitúa a la razón ante su propio límite como modo del pensamiento.
Y así como Husserl había sugerido que la autenticidad era la asunción de la irreductibilidad de la
III
IV
En lo que respecta al tercer nudo troncal de la tradición de la teoría crítica aquí incoporada, el de
la deconstrucción, el problema es diferente. Heredera directa, pero al mismo tiempo algo sacrílega,
de un conjunto de reflexiones elaboradas en el marco del estructuralismo francés, lo primero que
podría decirse acerca de la deconstrucción es que ésta implica una posición filosófica y una posición
respecto de la filosofía a la vez. Implica, también, una relación con la textualidad, un modo específico
y novedoso de llevarse con la lectura. Por último, la deconstrucción implica una cierta estrategia polí-
tico-intelectual.
Jacques Derrida, argelino, profesor de L’École Normale Supérieure de París y Director fundador del
Collège International de Philosophie, filósofo que alguna vez confesó haber creado el término —decons-
trucción— sin imaginar la difusión que tan pronto alcanzaría en el espacio del debate académico y el
polemos inherente al mundo de la cultura y la política; utilizó por primera vez este término en su libro
De la grammatologie. Muy pronto ese término (de difícil objetivación) se expandió por Europa y Esta-
dos Unidos, designando unas operaciones de lectura que no se limitaron sólo a la academia filosófica,
sino también al ámbito de la crítica literaria, la estética, la arquitectura, el derecho, el análisis de las ins-
tituciones o la reflexión política. Se torna urgente por lo mismo, pese a la dificultad de determinación
recién señalada, hacernos esta pregunta ¿a qué llamamos deconstrucción? ¿cuál es la relación que la
deconstrucción guarda con el pensamiento de la crítica?
Si simplificásemos un poco las cosas, podríamos decir que la deconstrucción es en principio un
tipo de estrategia destinada a mostrar que en cualquier sistema de oposiciones, en cualquier lógica
antagónica, la jerarquía que ocupan cada uno de los términos poseen tantas razones como carecen a
la vez de una razón fundamental. Al igual que la pragmática, la deconstrucción es un tipo de estrategia
que consiste en llevar hacia un grado extremo la falta de un fundamento que resuelva universalmente
la superioridad de una posición respecto de otra, pero, a diferencia de ella, la deconstrucción pareciera
proyectar un tipo de intervención en la oposición misma que intentaría abrir una posibilidad distinta
a lo que en la misma oposición se presenta. ¿De dónde provendría esa posibilidad? Del supuesto de
que al interior de toda estructura antagónica, formada inevitablemente por un sistema jerarquizado
de oposiciones, subsiste un principio de desorden. Un principio heterogéneo, podría decirse, un suple-
mento, un margen, un marco, un resto, una traza que, no siendo ni recuperada ni presentada en la pro-
pia estructura, no puede terminar de pertenecer ni al sujeto ni a ninguna clase de referencialidad.
Si lo que la deconstrucción en verdad hace es señalar ese principio que a la vez no puede presen-
tar, exponer lo que no puede apropiar indicándolo en su pasaje esquivo, es porque lo que finalmente
1 De Man, Paul. “Resistencia a la Teoría”, en Resistencia a la Teoría. Madrid, España, Visor Distribuciones S.A., 1990, (1era ed. 1986)
p.24.
2 Ibid.
3 Ibidem, p.32.
4 Juego etimológico que es propiciado por la ambigüedad del término Host en el idioma Inglés. Host (huésped) en el inglés
moderno se deriva del inglés medio (h)oste, del francés antiguo “huésped”, invitado, y a su vez del latín hospes (morfema
hospit-): invitado, huésped, extraño. El lexema pes o pit en las palabras en latín y en palabras modernas como “hospital” y
“hospitalidad” se derivan de otra raíz, pot, que significa señor. La raíz compuesta o bifurcada ghos-pot significaba “señor de
los huéspedes”,“aquel que simboliza la relación de hospitalidad recíproca” como en el esclavo gospodi: señor, amo. “Huésped”
(guest), proviene del inglés medio gest, del normando antiguo gestr, y de ghos-ti, la misma raíz de ‘anfitrión’. De este modo un
“anfitrión es un huésped y un huésped es un anfitrión”, véase aquí Hillis Miller, Joseph. “El Crítico como Huésped”, en VV.AA.,
Deconstrucción y Crítica, México, Siglo XXI Editores, 2003, pp.211-246.
5 Ibidem, p. 213.
6 Bhabha, Homi. “El Compromiso con la Teoría”, en El Lugar de la Cultura. Buenos Aires, Argentina, Editorial Manantial, 2002, (1era
ed. 1994) p.51-52.
7 Ibidem, p. 57.
8 Ibidem, p. 55.
9 Ibidem, p. 58.
10 García Canclini, Néstor. Culturas Híbridas. Estrategias para Entrar y Salir de la Modernidad, Buenos Aires, Editorial Sudamerica-
na, 1992.
11 García Canclini, Néstor. “Hibridación”, en Altamirano, Carlos (Dir.). Términos Críticos de Sociología de la Cultura. Buenos Aires,
16 Cabe señalar aquí que existe toda una área de trabajo que se ha venido desarrollando desde los estudios de la comunica-
ción en América Latina que, sin lugar a dudas, también tiene como referentes al Centro de Estudios Culturales de Birming-
ham y la Escuela de Frankfurt. Véase en esta línea de trabajo, por ejemplo, a Jesús Martín Barbero, De los Medios a las Media-
ciones, Barcelona, Gustavo Gili, 1991.
17 Con esto hacemos referencia tanto al grupo de estudios subalternos sudasiáticos dirigidos por Ranahit Guha como al
Subalternidad”, en Revista Crítica Cultural. Santiago de Chile, Nº 24, Junio 2002, pp.66-70.
20 Bhabha, Homi. “Lo Poscolonial y lo Posmoderno”, en El Lugar de la Cultura. Buenos Aires, Argentina, Editorial Manantial, 2002,
pp.211.
21 Richard, Nelly. “La Política de los Espacios: Crítica Cultural y Debate Feminista”, en Masculino/Femenino. Prácticas de la Dife-
rencia y Cultura Democrática. Santiago de Chile, Francisco Zegers Editor, 1993, pp. 11.
1. Contra los supuestos neofetichismos de una crítica a la totalidad por parte de un pensamiento
posrevolucionario (posmarxista o posmoderno), el primer intento será mostrar que el supuesto
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Lectura Nº1
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1. Cultura
En el centro mismo de un área principal del pensamiento y la práctica modernos aparece un con-
cepto que es frecuentemente utilizado en las descripciones, “cultura”, que en sí mismo, en virtud de la
variación y la complicación, comprende no sólo sus objetos, sino también las contradicciones a través
de las cuales se ha desarrollado. El concepto funde y confunde a la vez las tendencias y experiencias
radicalmente diferentes presentes en formación. Por tanto, resulta imposible llevar a cabo un análisis cul-
tural serio sin tratar de tomar conciencia del propio concepto; una conciencia que debe ser histórica,
como veremos más adelante. Esta vacilación ante lo que parece ser la riqueza de la teoría desarrollada y
la plenitud de la práctica lograda adolece de la incomodidad, e incluso de la ineptitud, de cualquier duda
radical. Literalmente, es un momento de crisis: una conmoción de la experiencia, una ruptura del senti-
do de la historia, que nos obligan a retroceder desde una posición que parecía positiva y útil: todas las
inserciones inmediatas a una tesis crucial, todos los accesos practicables a una actividad inmediata. Sin
embargo, no se puede bloquear el avance. Cuando los conceptos más básicos —los conceptos, como se
dice habitualmente, de los cuales partimos— dejan repentinamente de ser conceptos para convertirse
en problemas —no problemas analíticos, sino movimientos históricos que todavía no han sido resuel-
tos—, no tiene sentido prestar oídos a sus sonoras invitaciones o a sus resonantes estruendos. Si pode-
mos hacerlo, debemos limitarnos a recuperar la esencia en la que se han originado sus formas.
Sociedad, economía, cultura: cada una de estas “áreas”, identificadas ahora por un concepto, constitu-
ye una formulación histórica relativamente reciente. La “sociedad” fue la camaradería activa, la compañía,
“el hacer común”, antes de que se convirtiera en la descripción de un sistema o un orden general. La “eco-
nomía” fue el manejo y el control de un hogar familiar y más tarde el manejo de una comunidad, antes
de transformarse en la descripción de un perceptible sistema de producción, distribución e intercambio.
* Todas las lecturas que a continuación se presentan —bibliografía obligatoria de cada unidad— corresponden a reproduc-
ciones textuales de los libros y documentos señalados. Sólo se ha modificado, en algunos casos, la numeración de las notas
al pie con el fin de dar unidad a la edición de este texto.
“Una verdad que se halla más allá de toda cuestión: el mundo de la sociedad civil ha sido
construido verdaderamente por los hombres, y sus principios, por lo tanto, deben ser hallados
dentro de las modificaciones sufridas por nuestra propia mente humana. Quienquiera que
reflexione sobre esto no puede sino maravillarse por el hecho de que los filósofos hayan diri-
gido todas sus energías al estudio del mundo de la naturaleza, que, desde que fue creado por
Dios, solamente Él conoce; y que hayan rechazado el estudio del mundo de las naciones o el
mundo civil, que, desde que fue construido por los hombres, ellos han tenido la esperanza de
conocer” (p. 331).1
En este punto, contra el carácter del tiempo, las “ciencias naturales” son rechazadas y se otorga
a las “ciencias humanas” un énfasis nuevo y sorprendente. Podemos conocer lo que hemos hecho y
3. Literatura
CONCEPTO* DE ILUSTRACIÓN
* “concepto/1944”: “Dialéctica”.
1 Voltaire, Lettres philosophiques, XII, en Oeuvres completes, Garnier, Paris, 1879, vol. XXII, 118 (trad. cast. Cartas filosóficas, Alian-
za, Madrid, 1988, 87).
2 F. Bacon, In Praise of Knowledge. Miscellaneous Tracts Upon Human Philosophy, en The Works of Fancis Bacon, Ed. Basil Monta-
* (Alusión a la polémica de Kant con Swedenborg: “Träume eines Geistersehers, erläutert durch Träume der Metaphysik”
[1766], en Werke, ed. W. Weischedel, vol. I, Darmstadt, 1963; trad. cast, Los sueños de un visionario explicados por los sueños de
la metafísica, Alianza, Madrid, 1987).
5 Cf. G. W. F. Hegel, Phänomenologie des Geistes. Werke, vol. II, 410 s. (trad. cast. De W. Roces, Fenomenología del espíritu, FCE,
México 1988, 319).
6 Jenófanes, Montaigne, Hume, Feuerbach y Salomon Reinach coinciden en este punto. Sobre S. Reinach, cf. su obra Orpheus,
trad. ingl. de F. Simmons, London y New York, 1909,6 s. (trad. cast. Orfeo, Istmo, Madrid, 1985).
7 F. Bacon, De augmentis scientiarum, en o.c., vol. VIII, 152.
8 Les Soirées de Saint-Pétersbourg. 5ième entretien, en Oeuvres complètes. Lyon, 1891, vol. IV, 356 (trad. cast. Las veladas de San
Petersburgo, Espasa-Calpe, Madrid, sin fecha).
9 F. Bacon, Advancement of Learning, en o. c., vol. II, 126.
10 Gn 1,26.
11 Arquíloco, fragm. 87, cit. según Deussen, Allgemeine Geschichte der Philosophie, vol. II, Sección I, Leipzig 1911, 18.
12 Solón, fragm. 13, vers. 25 s, citado según Deussen, o. c., 20.
13 Cf. por ejemplo, R. H. Lowie, An Introduction to Cultural Anthropology, New York, 1940, 344 s.
14 S. Freud, Totem und Tabu, en Gesammelte Werke, vol. IX, 106 s. (trad. cast., Totem y Tabú, en Obras completas, trad. de L. López
Ballesteros, vol. V, Biblioteca Nueva, Madrid, 1972,1802 s.).
15 Ibid., 110 (trad. cast., Ibid., 1804).
representativo de la “simpatía”, de la mimesis, en H. Hubert y M. Mauss, “Théorie génerale de la Magie”, en L’Année Sociologi-
que, 1902-3, 100.
21 Cf. Westermarck, Ursprung der Moralbegriffe, Leipzig, 1913, vol. I, 402.
23 F. W. J. Schelling, Erster Entwurf eines Systems der Naturphilosophie, Parte V, en Werke, Sección I, vol. II, 623.
24 Ibid., 626 s.
* (Alusión al libro de A. Rosenberg, Der Mythos des zwanzigsten jahrhunderts [1930]).
do, 1936, 95 s. (trad. cast. de J. Muñoz, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Crítica, Barcelona,
1990, 21 s.).
31 Cf. A. Schopenhauer, Parerga und Paralipomena, vol. II, apart. 356, en Werke, Ed. Deussen, vol. V, 671.
* “el industrialismo... las almas”/1944: “la industria cosifica las almas. El dominio de los monopolistas, como antes el de los
capitalistas individuales, no se expresa directamente en el comando del señor”.
* “A través de... cultura”/1944: “Bajo el monopolio”.
** (Alusión a la propaganda nacional-socialista de la cultura del cuerpo con fines biológico-racistas, que iba acompañada de
la superación de determinados tabúes respecto a la vida sexual privada [por ejemplo: “Al poder por el placer”]. Cf. F. Pollock.
Is National Socialism a NewOrder?”, en Studies y Philosophie and Social Science, vol. IX, 1941, 448 s.)
* “Los... alemanes... mutilado”/1944: “El placer que los nuevos paganos y los administradores del ánimo de guerra quieren
liberar de nuevo ha introyectado como autodesprecio, en el camino hacia su emancipación totalitaria, la maldad a la que
lo ha reducido la disciplina del trabajo”.
33 Odyssee, XII, 191 (trad. cast. de José M. Pabón, Odisea, Gredos, Madrid, 1982,291. De la traducción castellana se indicará, en
cada caso, la página de la edición citada. N. d. T.).
34 Ibid., XII, 18990 (trad. cast., ibid.).
*** “de las camarillas... encarna”/1944: “del monopolio, última encarnación de la necesidad económica”.
**** (“Intuiciones”,“concepción dinámica del mundo”,“misión” y “destino” eran expresiones frecuentemente usadas en la fra-
seología “culta” del nacionalsocialismo).
***** “directores generales”/1944: “señores del monopolio”.
* “de los que aún”/1944: “de las manos empleadas en el manejo del creciente capital constante”.
** “la miseria”/1944: “la depauperación”.
*** “la economía”/1944: “el capital”.
**** (Sistemas de extorsión de dinero; en sentido más amplio, grupos garantes del dominio. Sobre el significado de este
concepto, cf. la Introducción del traductor).
***** “de la sociedad racional”/1944: “de esta sociedad”.
****** “luchas y pactos. Esta”/1944: “luchas y pactos de los poderosos. Esta doble”.
******* (En sentido marxiano: la historia anterior a la sociedad socialista).
* (Los autores parafrasean aquí la conocida fórmula escolástica verum index sui et falsi. N.d. T. it.).
* (Cf. K. Marx, Das Kapital, vol. III, MEW, val. 25, Berlin 1959, 829; trad. cast. de P. Scaron, El Capital, libro III, vol. 8, Siglo XXI, Madrid,
21981,1044).
* “la técnica desencadenada”/1944: “las desencadenadas fuerzas técnicas de producción”.
36 “La suprema cuestión a la que se enfrenta hoy nuestra generación —la cuestión de la cual todos los demás problemas no
son sino corolarios— es si la tecnología puede ser controlada... Nadie puede estar seguro de la fórmula mediante la cual
pueda alcanzarse este objetivo... Debemos procurar todos los medios que estén a nuestro alcance...” (The Rockefeller Foun-
dation. A Reviewfor 1943, New York, 1944, 33 s.)
** Cf. nota 2 de este mismo capítulo.
LA INDUSTRIA CULTURAL
Ilustración como engaño de masas
La tesis sociológica según la cual la pérdida de apoyo en la religión objetiva, la disolución de los
últimos residuos precapitalistas, la diferenciación técnica y social y la extremada especialización han
dado lugar a un caos cultural, se ve diariamente desmentida por los hechos. La cultura marca hoy todo
con un rasgo de semejanza. Cine, radio y revistas constituyen un sistema. Cada sector está armoniza-
do en sí mismo y todos entre ellos. Las manifestaciones estéticas, incluso de las posiciones políticas
opuestas, proclaman del mismo modo el elogio del ritmo de acero. Los1 organismos decorativos de las
administraciones y exposiciones industriales apenas se diferencian en los países autoritarios y en los
demás. Los tersos y colosales palacios que se alzan por todas partes representan la ingeniosa regulari-
dad de los grandes monopolios internacionales a la que ya tendía la desatada iniciativa privada, cuyos
monumentos son los sombríos edificios de viviendas y comerciales de las ciudades desoladas. Las casas
más antiguas en torno a los centros de hormigón aparecen ya como suburbios, y los nuevos chalés a
las afueras de la ciudad proclaman, como las frágiles construcciones de las muestras internacionales, la
alabanza al progreso técnico, invitando a liquidarlos, tras un breve uso, como latas de conserva. Pero los
proyectos urbanísticos, que deberían perpetuar en pequeñas viviendas higiénicas al individuo como
ser independiente, lo someten tanto más radicalmente a su contrario, al poder total del capital. Con-
forme sus habitantes son obligados a afluir a los centros para el trabajo y la diversión, es decir, como
productores y consumidores, las células-vivienda cristalizan en complejos bien organizados. La unidad
visible de macrocosmos y microcosmos muestra a los hombres el modelo de su cultura: la falsa identi-
dad de universal y particular. Toda cultura de masas bajo el monopolio es idéntica, y su esqueleto —el
armazón conceptual fabricado por aquél— comienza a dibujarse. Los dirigentes no están ya en absolu-
to interesados en esconder dicho armazón; su poder se refuerza cuanto más brutalmente se declara. El
cine y la radio no necesitan ya darse como arte. La verdad de que no son sino negocio les sirve de ideo-
logía que debe legitimar la porquería que producen deliberadamente. Se autodefinen como industrias,
y las cifras publicadas de los sueldos de sus directores generales eliminan toda duda respecto a la nece-
sidad social de sus productos.
Los interesados en la industria cultural gustan explicarla en términos tecnológicos. La participación
en ella de millones de personas impondría el uso de técnicas de reproducción que, a su vez, harían
inevitable que, en innumerables lugares, las mismas necesidades sean satisfechas con bienes estánda-
* Las notas en el texto original aparecen con asterisco, para los efectos prácticos de este texto de estudio fueron tansformadas
en notas numéricas; a su vez las citas que en el texto original aparecen con números fueron reemplazadas por asteriscos.
1 “Los”/1944: “El pabellón alemán y el ruso de la Exposición universal de París de 1937 parecían de la misma esencia y los”.
hogar acostumbraban a realizar sus tareas domésticas, sobre todo el lavado de ropa: de ahí su nombre).
5 “selección”/1944: “selección. El funcionamiento de los grandes estudios, como también la cualidad del material humano
altamente pagada que los habita, es un producto del monopolio al que se acomodan”.
* Fr. Nietzsche, Unzeitgemässe Betrachtungen, en Werke, cit., vol. I, 187 (trad. cast. de A. Sánchez Pascual, Consideraciones intem-
pestivas I, Alianza, Madrid, 1988, 37).
13 (Productor de películas, cofundador de la 20th Century Pictures).
* A. de Tocqueville, De la Démocratie en Amérique, Paris, 1864, vol. II, 151 (trad. cast. De E. Nolla, La democracia en América, vol. I,
Aguilar, Madrid, 1988, 250).
18 (Oficina para la censura voluntaria —N. d. T. it. Fue instituida en Hollywood en 1934).
19 (Cf. nota 73 en pág. 96).
33 (Séneca, Carta 23, en B efe an Lucilius, val. I, Reinbek, Hamburg, 1965, 57; trad.cast. de J. Bofilll, “La verdadera alegría es auste-
ra”, en Cartas morales a Lucilio, vol. I, Iberia, Barcelona, 91986, 69).
34 (Cf. Th. W. Adorno, “Über Jazz” [1937], en Gesammelte Schriften, vol. 17, Frankfurt a. M., 1982,98).
35 “intrínseca al sistema”/1944: “dominante en la sociedad del monopolio”.
49 (Alusión a las diferentes pruebas filosófico-teológicas —ontológica, cosmológica, etc.— de la existencia de Dios).
50 (Universum Film AG, productora cinematográfica alemana, creada con apoyo estatal en 1918).
gens [1937]).
54 (Apreciada serie radiofónica familiar americana, inspirada en la pieza teatral de Qarence Day).
55 “sociedad más reciente”/1944: “sociedad del monopolio”.
56 “la libertad formal... rendir cuentas”/1944: “La democracia burguesa garantiza la libertad formal de cada uno. Nadie debe
65 (Cf. nota 65. Sistemas de extorsión de dinero; en sentido más amplio, grupos garantes del dominio.
66 (De Alfred Döblin).
67 (De Hans Fallada).
68 “Sistema”/1944: “monopolio”.
* Nietzsche, Götzendämmerung, en Werke, cit., vol. VIII, 136 (trad. cast. de A. Sánchez Pascual, Crepúsculo de los ídolos, Alianza,
Madrid, 31979, 102).
69 “los que detentan el poder”/1944: “monopolio”.
70 “significa”/1944: “anuncia”.
77 (Cf. I. Kant, Kritik der Urteilskraft, en Werke, cit., vol. V, 220 (trad. cast., Crítica del juicio, cit., 153 s.).
78 “interna... mercancías culturales”/1944: “estructura de las mercancías culturales según valor de uso y valor de cambio”.
79 “Lo que... es”/1944: “El valor de uso es... en la recepción de los bienes culturales”.
80 “El consumidor... sustraerse”/1944: (falta).
81 (Cf. nota 38 en pág. 86).
s., trad. cast., Economía y sociedad. Esbozo de una sociología comprensiva, FCE, México, (4)1979, 193 s.).
89 (Cuando los autores escribían este texto, la televisión se hallaba aún en sus comienzos).
90 (Una de las mayores firmas cinematográficas americanas del momento).
91 “tiempo de trabajo... del sistema”/1944: “del tiempo de trabajo social. Ahora, que el mercado libre ha llegado a su fin, se
93 “Sólo indirectamente sirve... medios de comunicación ideológicos”/1944: “Su suspensión por parte de una firma particular
significa una pérdida de prestigio, en realidad una violación de la disciplina de clase que el monopolio impone a los suyos.
Durante la guerra se continúa haciendo publicidad de mercancías que no se hallan ya disponibles en el mercado, sólo para
seguir manteniendo la institución, y naturalmente también la coyuntura bélica”.
94 “de los gigantes”/1944: “del monopolio, los rascacielos de Wrigley y Rockefeller”.
95 (Declaración benévola o elogiosa sobre un disco, un libro, etc., difundida en la radio o en la televisión con fines propagan-
dísticos).
96 (Designación de las fascistas según la camisa negra de su uniforme, sobre todo en Italia, pero también en otros países).
98 (La expresión Schriftleiter era preferida por los nazis frente al término extranjero Redakteur. N. d. T. it.).
99 “este lenguaje”/1944: “el lenguaje del monopolio”.
100 1944/47: Después del punto: “(Continuará)”.
ocurre en el francés différance—, presenta, no obstante, la misma variación e/a, lo cual haría en todo caso inteligible cual-
quier discusión ulterior en el texto de Derrida. (N. Del T.).
* Juega Derrida con la doble connotación diferente/diferencia y diferente/desavenencia, que, en castellano, está también
incluida en el término “diferencias”. (N. del T.)
1 La diferancia no es una “especie” del género “diferencia ontológica”. Si “la donación de presencia es propiedad del Ereignen”
(“Die Gabe von Anwesen ist Eigentum des Ereignens”) (“Zeit und Sein”, en L’endurance de la pensée, Plon, 1968, tr. fr. Fédier,
pág. 63), la diferancia no es un proceso de propiación en cualquier sentido que se tome. No es ni la posición (apropiación)
ni la negación (expropiación), sino lo otro. Desde este momento, parece, pero señalamos aquí nosotros más bien la necesi-
dad de un recorrido que ha de venir, no sería más que el ser una especie del género Ereignis. Heidegger: “... entonces el ser
tiene su lugar en el movimiento que hace advenir a si lo propio (Dan gehört das Sein in das Ereignen). De él acogen y reci-
ben su determinación el dar y su donación. Entonces el ser sería un género del Ereignis y no el Ereignis un género del ser.
Pero la huida que busca refugio en semejante inversión sería demasiado barata. Pasa al lado del verdadero pensamiento
de la cuestión y de su paladín (Sie denkt am Sachverhalt vorbei). Ereignis no es el concepto supremo que comprende todo, y
bajo el que se podrían alinear ser y tiempo. Las relaciones lógicas de orden no quieren decir nada aquí. Pues, en la medida
en que pensamos en pos del ser mismo y seguimos lo que tiene de propio (seinem Eigenen folgen), éste se revela como
la donación, concedida por la extensión (Reichen) del tiempo, del destino de parousia (gewâhrte Gabe des geschickes von
Anwesenheit). La donación de presencia es propiedad del Ereignen (Die Dabe von Anweswn ist Eigentum des Ereignens)”.
Sin la reinscripción desplazada en esta cadena (ser, presencia, propiación, etc.), no se transformará nunca de manera rigu-
rosa e irreversible las relaciones entre lo ontológico, general o fundamental, y lo que ella domina o se subordina a título de
ontología regional o de ciencia particular: por ejemplo, la economía política, el psicoanálisis, la semiolingüística, la retórica,
en los que el valor de propiedad desempeña, más que en otras partes, un papel irreductible, pero igualmente las metafí-
sicas espiritualistas o materialistas. A esta elaboración preliminar apuntan los análisis articulados en este volumen. Es evi-
dente que una reinscripción semejante no estará nunca contenida en un discurso filosófico o teórico, ni en general en un
discurso o un escrito: sólo sobre la escena de lo que he llamado en otra parte el texto general (1972).
Quizás se ha producido en la historia del concepto de estructura algo que se podría llamar un
“acontecimiento” si esta palabra no llevase consigo una carga de sentido que la exigencia estructural
—o estructuralista— tiene precisamente como función reducir o someter a sospecha. Digamos no obs-
tante un “acontecimiento” y tomemos esa palabra con precauciones entre comillas. ¿Cuál sería, pues,
ese acontecimiento? Tendría la forma exterior de una ruptura y de un redoblamiento.
Sería fácil mostrar que el concepto de estructura e incluso la palabra estructura tienen la edad de
la episteme, es decir, al mismo tiempo de la ciencia y de la filosofía occidentales, y que hunden sus raí-
ces en el suelo del lenguaje ordinario, al fondo del cual va la episteme a recogerlas para traerlas hacia
sí en un desplazamiento metafórico. Sin embargo, hasta el acontecimiento al que quisiera referirme, la
estructura, o más bien la estructuralidad de la estructura, aunque siempre haya estado funcionando, se
ha encontrado siempre neutralizada, reducida: mediante un gesto consistente en darle un centro, en
referirla a un punto de presencia, a un origen fijo. Este centro tenía como función no sólo la de orien-
tar y equilibrar, organizar la estructura —efectivamente, no se puede pensar una estructura desorga-
nizada— sino, sobre todo, la de hacer que el principio de organización de la estructura limitase lo que
podríamos llamar el juego de la estructura. Indudablemente el centro de una estructura, al orientar y
organizar la coherencia del sistema, permite el juego de los elementos en el interior de la forma total. Y
todavía hoy una estructura privada de todo centro representa lo impensable mismo.
Sin embargo el centro cierra también el juego que él mismo abre y hace posible. En cuanto
centro, es el punto donde ya no es posible la sustitución de los contenidos, de los elementos, de los
términos. En el centro, la permutación o la transformación de los elementos (que pueden ser, por otra
parte, estructuras comprendidas en una estructura) está prohibida. Por lo menos ha permanecido siem-
pre prohibida (y empleo esta expresión a propósito). Así, pues, siempre se ha pensado que el centro,
que por definición es único, constituía dentro de una estructura justo aquello que, rigiendo la estruc-
tura, escapa a la estructuralidad. Justo por eso, para un pensamiento clásico de la estructura, del cen-
tro puede decirse, paradójicamente, que está dentro de la estructura y fuera de la estructura. Está en el
centro de la totalidad y sin embargo, como el centro no forma parte de ella la totalidad tiene su cen-
tro en otro lugar. El centro no es el centro. El concepto de estructura centrada —aunque representa la
coherencia misma, la condición de la episteme como filosofía o como ciencia— es contradictoriamente
Lectura Nº1
De Man, Paul, “Resistencia a la Teoría”, en La Resistencia a la Teoría, Madrid, España,
Visor Distribuciones, S. A., 1990, pp. 11-37.
La resistencia a la teoría
En un principio no era mi intención que este ensayo tratara directamente la cuestión de la ense-
ñanza, aunque se suponía que tendría una función didáctica y educativa que no consiguió tener. Fue
escrito a petición del Committee on Research Activities de la Modern Language Association como con-
tribución a un volumen colectivo titulado Introduction to Scholarship in Modern Languages and Litera-
tures. Se me pidió que escribiera la sección sobre teoría literaria. Se espera que ensayos así sigan un
programa claramente determinado: se supone que deben ofrecer al lector una lista selecta y abarca-
dora de las principales tendencias y publicaciones del área, sintetizar y clasificar las principales zonas
problemáticas y presentar una proyección crítica y programática de las soluciones que cabe esperar en
un futuro previsible.
Todo esto con una clara conciencia de que diez años después se le pedirá a alguien que repita el
mismo ejercicio.
Me resultó difícil cumplir, con un mínimo de buena fe, los requisitos de este programa y sólo pude
intentar explicar, con la mayor concisión posible, por qué el principal interés teórico de la teoría literaria
consiste en la imposibilidad de su definición. El Comité juzgó con razón que ésta era una forma poco
propicia de lograr los objetivos pedagógicos del volumen y encargó otro artículo. Consideré su deci-
sión totalmente justificada, así como interesante por lo que implicaba respecto de la enseñanza de la
literatura.
Digo esto por dos razones. Primero, para explicar los vestigios del encargo original que hay en el
artículo, que explican lo torpe que resulta el intento de ser más retrospectivo y general de cuanto uno
puede legítimamente aspirar a ser. Pero, segundo, porque el apuro también revela una cuestión de inte-
rés general: la de la relación entre la investigación (scholarship) (la palabra clave en el volumen de MLA),
la teoría y la enseñanza de la literatura.
A pesar de opiniones demasiado simplistas, la enseñanza no es principalmente una relación inter-
subjetiva entre personas, sino un proceso cognitivo en el que uno mismo y el otro se relacionan sólo
tangencialmente y por contigüidad. La única docencia que merece tal nombre es la investigadora, no
la personal; las diversas analogías entre la enseñanza y el show business o las tareas de guía y consejero
son, en la mayor parte de los casos, excusas por haber abandonado la tarea. La investigación tiene que
ser, por principio, eminentemente enseñable. En el caso de la literatura, una investigación tal afecta al
menos a dos áreas complementarias: los datos históricos y filológicos, en cuanto condición prepara-
toria para la comprensión, y los métodos de lectura e interpretación. Esta última es, desde luego, una
Notas
“Je meurs où je m’attache”, Mr. Holt said with a polite grin. “The ivy says so
in the picture, and clings to the oak like a fond parasite as it is”.
“Parricide, sir!” cries Mrs. Tusher.
HENRY ESMOND, libro I, cap. 3
[“Je meurs où je m’attache”, dijo el Sr. Holt con una educada sonrisa. “La
hiedra así lo dice en el cuadro, y se aferra al roble como el parásito cari-
ñoso que es”.
“¡Parricidio, señor!”, grita la Sra. Tusher].
En un punto de “Rationality and Imagination in Cultural History”, M.H. Abrams cita la aseveración de
Wayne Booth respecto a que la lectura “deconstruccionista” de una obra dada “es simple y llanamente
un parásito” de “la lectura obvia o unívoca”. 1 La última frase es de Abrams; la primera, de Booth. Mi cita
de una cita es un ejemplo del tipo de cadena que pretendo cuestionar aquí. ¿Qué ocurre cuando un
ensayo crítico extrae un “pasaje” y lo “cita”? ¿Es esto diferente de una cita, eco o alusión dentro de un
poema? ¿Es la cita un parásito intruso dentro del cuerpo del texto principal, o es el texto interpretativo
el parásito que rodea y estrangula a la cita, su anfitrión? El anfitrión alimenta al parásito y hace posible
su vida pero, al mismo tiempo, es aniquilado por él tal como se acostumbra decir que la crítica mata a la
literatura. ¿Pueden anfitrión y parásito vivir felices juntos, en el domicilio del mismo texto, alimentándo-
se o compartiendo el alimento?
Abrams, en cualquier caso, procede a agregar “una respuesta más radical”. Si se toman en serio los
“principios deconstruccionistas —dice—, cualquier historia que depende de los textos escritos se con-
vierte en una imposibilidad” (p. 458). Así sea, pero esto no es un argumento propiamente dicho. Una
cierta noción de la historia o de la historia literaria, como cierta noción de la lectura determinable, sí
pudiera ser una imposibilidad y, de serlo, tal vez es mejor saberlo. Sin embargo, el que algo en el ámbito
de la interpretación sea una imposibilidad demostrable no le impide ser “hecho”, como lo demuestra la
1 Critical Inquiry, II, 3, primavera de 1976, pp. 457-458. La primera frase se cita de Wayne Booth, “M.H. Abrams: Historian as Cri-
tic, Critic as Pluralist”, Critical Inquiry, II, 3, primavera de 1976, p. 441. Las páginas de apertura del presente ensayo aparecie-
ron primeramente en Critical Inquiry, III, 3, primavera de 1977, pp. 439-447, con permiso de The University of Chicago Press.
* Término freudiano que designa todo lo familiar que se vuelve siniestro. [T].
2 Todas las definiciones y etimologías en este ensayo se tomaron de The American Heritage Dictionary of the English langua-
ge, William Morris, ed., American Heritage Publishing Co., Inc. y Houghton Mifflin Company, Boston, 1969.
II
3 Walter Kaufmann y R. J. Hollingdale, trads., The Will to Power, Vintage Books, Nueva York, 1968, p. 7; Friedrich Nietzsche, Werke
in Drei Bänden, Karl Schlechta, III, ed., Carl Hanser Verlag, Múnich, 1966, p. 881.
Para estos tres escritores, eslabón tras eslabón en una cadena, la confrontación del nihilismo no
puede desprenderse del sistema de términos que he estado analizando. Dicho de otra manera, el sis-
tema de términos implica inevitablemente una confrontación con el más misterioso de los huéspedes:
el nihilismo. El nihilismo es de cierta manera inherente en la relación de parásito y anfitrión. Inherente
también es la imaginería de enfermedad y salud. Salud para el parásito, alimento y el ambiente adecua-
do, pudiera traducirse en enfermedad, una enfermedad incluso mortal, para el anfitrión. Por otra parte,
en la proliferación de formas de vida hay casos innumerables en los que la presencia de un parásito
es absolutamente necesaria para la salud de su anfitrión. Asimismo, si el nihilismo es lo “sin cura”, una
herida que no puede cerrarse, el intento por comprender ese hecho pudiera ser una condición para la
salud. El intento de pretender que éste, el más misterioso de todos los huéspedes, no se encuentra pre-
sente en la casa pudiera ser la peor de todas las enfermedades: ésa de tipo persistente, arisca; encubier-
ta, no identificada que, como mal general, socava todas las actividades al privarlas de gozo.
El huésped más misterioso es el nihilismo, “hôte fantôme”, en la frase de Jacques Derrida “hôte qui
hante plutôt qu’il n’habite, huésped et fantasma d’une inquiétante étrangeté”. El nihilismo ya se siente
como en casa dentro de la metafísica occidental. El nihilismo es el fantasma latente codificado dentro
de cualquier expresión de un sistema logocéntrico como, por ejemplo, en The Triumph of Life de Shelley,
o en cualquier interpretación de dicho texto —por ejemplo, la lectura que hace Meyer Abrams de The
Triumph of Life— o, en forma inversa, en la lectura de Harold Bloom. Ambos, logocentrismo y nihilismo,
se relacionan de una manera que no es antítesis y que no podría sintetizarse en ninguna Aufhebung
dialéctica. Cada uno define y está abierto al otro, siendo tanto su anfitrión como su parásito. Empero,
cada uno es enemigo mortal del otro, invisible al otro, como su fantasma inconsciente, es decir, como
algo de lo cual, por definición, no puede ser consciente.
Si el nihilismo es el extraño parasitario dentro de la casa de la metafísica, el “nihilismo”, como deno-
minación de la devaluación o reducción a nada de todos los valores, no es la denominación que el nihi-
lismo tiene “en sí mismo”: es la denominación que le ha dado la metafísica, tal como el término “incons-
ciente” lo da la conciencia de esa parte de sí que no puede enfrentar directamente. Al tratar de expulsar
a ese otro aparte de sí contenido dentro de sí mismo, la metafísica logocéntrica se desconstituye a sí
4 Jean T. Wilde y William Kluback, trads., The Question of Being (texto bilingüe), College & University Press, New Haven, Con-
necticut, 1958, pp. 36-39.
...Es un error considerar que la “tensión social”, la “degeneración psicológica” o, peor aún, la
corrupción son la causa del nihilismo... La tensión, sea del alma, del cuerpo o del intelecto, no
puede en sí originar el nihilismo (es decir, el repudio radical del valor, el significado y la calidad
de deseable). Esta tensión siempre permite una infinidad de interpretaciones. Más bien, es en
una interpretación particular, la cristiano-moralista, en la que se arraiga el nihilismo.5
Entonces, ¿podría ser posible escapar de la infinita generación del nihilismo fuera de sí que realiza
la metafísica, y del resometimiento infinito del nihilismo a la metafísica que lo define y que es la condi-
III
Como “ejemplo” de cómo funciona parasitariamente la palabra “parásito” dentro del “cuerpo” de la
obra de un autor, paso ahora al análisis de esta palabra en Shelley.
La palabra “parásito” no aparece en The Triumph of Life. Sin embargo, este poema está estructurado
alrededor de esa relación parasitaria. The Triumph of Life pudiera definirse como la exploración de varias
formas de relación parasitaria. El poema se rige por la imaginería de luz y sombras, o de luz diferenciada
dentro de sí misma. El poema es una serie de personificaciones y escenas, cada una de las cuales da una
“forma” (palabra de Shelley) alegórica, una luz que permanece “igual” en todas sus personificaciones.
La forma alegórica hace de la luz una sombra. Cualquier lectura del poema debe hilvanarse a través
de configuraciones repetidas de la polaridad de la luz y las sombras. Además, debe identificar la rela-
ción de una escena con la siguiente que la remplaza tal como la luz del sol apaga la estrella matutina y,
ésta, de nueva cuenta al sol. Esa estrella es Lucifer, Venus, Véspero, todo al mismo tiempo. La polaridad
que constantemente se reforma a sí misma dentro de una luz que convierte su sombra en la presen-
cia de una luz nueva es el vehículo que conduce a, o es conducido por, la estructura de la visión en
sueños dentro de la visión en sueños de la persona que confronta o reemplaza a la persona anterior.
Esta estructura se repite en todo el poema. Estas repeticiones hacen del poema una mise en abîme de
reflexiones dentro de reflexiones o un nido de cajas chinas. Esta relación existe dentro del poema en,
por ejemplo, la yuxtaposición de la visión del poeta y la visión anterior que es narrada por Rousseau
dentro de la visión del poeta. La visión de Rousseau se da posteriormente en la secuencia lineal del
poema, pero con anterioridad en el tiempo “cronológico”. Pone tarde lo temprano, metalépticamente,
como predecesor explicativo de lo tardío. La relación en cuestión también existe en el encapsulamien-
to, dentro del poema, de los ecos y referencias a una larga cadena de textos previos en los que han apa-
recido el carro emblemático u otras alegorías del poema: Ezequiel, Revelación, Virgilio, Dante, Spenser,
Milton, Rousseau, Wordsworth. A su vez, del poema de Shelley hacen eco Hardy, Yeats y muchos otros.
Esta relación dentro del poema entre una parte de él y otra, o la relación del poema con textos pre-
vios y posteriores, es una versión de la relación de parásito con anfitrión. Ejemplifica la oscilación indeci-
sa de esa relación. Es imposible decidir cuál elemento es parásito, cuál anfitrión, cuál manda o contiene
al otro. Resulta imposible decidir si la serie debería considerarse como una consecuencia de elementos,
cada uno externo al siguiente, o como algún modelo de contención similar al de las cajas chinas. Cuando
se aplica este último modelo, resulta imposible decidir cuál elemento de un par cualquiera está fuera y
cuál está dentro. En pocas palabras, la distinción entre dentro y fuera no puede mantenerse a través de
esa membrana extraña, muro e himen copulador a la vez, que se erige entre anfitrión y parásito. Cada
elemento es tanto exterior al elemento adyacente como contenedor y contenido de él.
[líneas 148-164] 6
Este magnífico pasaje es la culminación de una serie de pasajes que escriben y vuelven a escribir
los mismos materiales en una cadena de repeticiones que inician con Queen Mab. Es característico de
las versiones anteriores que aparezca la palabra “parásito” como una discreta marca identificadora entre-
tejida en la textura de la tela verbal. La palabra aparece en Queen Mab y en la versión de un episodio de
6 El triunfo de la vida es citado del texto establecido por Donald H. Reiman en Shelley’s “The Triumph of live”: A Critical Study
(Illinois, The University of Illinois Press, 1965). Todas las demás citas se tomaron de Petical Works, ed. Thomas Hutchinson,
corregido por G.M. Matthews (Londres, Oxford, Nueva York, Oxford University Press, 1973).
IV
El motivo de una relación entre generaciones en la que una se relaciona parasitariamente con otra,
con toda la ambigüedad de esa relación, aparece en forma más completa en Epipsychidion. Esta versión
aclara la relación de este tema con el sistema de parásito y anfitrión, con el tema en Shelley de una
repetición generada siempre por lo que queda después de una autodestrucción cataclísmica previa,
con el tema político que siempre se encuentra presente en estos pasajes, con la relación de las obras
del hombre con la naturaleza y con la dramatización del poder de la poesía que es siempre uno de los
temas de Shelley.
De la torre destruida en las Espóradas, donde el poeta llevará a su Emily en Epipsychidion, se dice
en uno de los borradores del prefacio, de manera algo prosaica, que era “un castillo sarraceno que el
accidente había preservado en buen estado”. En el propio poema, esta torre es una estructura extraña
que ha crecido naturalmente, casi como una flor o piedra, saxífraga y saxiforme. Al mismo tiempo, es
casi sobrenatural: el albergue de un dios y una diosa, o por lo menos de un semidiós, el rey Océano, y su
hermana-esposa. La construcción agrupa lo humano; está, al mismo tiempo, por encima y por debajo
de lo humano:
Un “rey Océano” es, posiblemente, un rey humano de esta isla oceánica y, al mismo tiempo, posible-
mente, un Rey del Océano, un dios olímpico o titán. De cualquier modo, esta morada se construyó “en
la juventud del mundo”. Se construyó cerca del tiempo del origen, cuando los opuestos se encontraban
fusionados o casi fusionados y cuando el incesto no era un delito, como no lo era para esos faraones
egipcios que siempre se casaban con sus hermanas, las únicas esposas aptas para su divinidad terre-
nal. De la misma manera, en esa época joven, naturaleza y cultura no eran contrarias. El palacio parece
“titánico”, obra de un poder sobrehumano y, al mismo tiempo, humano; es, después de todo, “una ruina
de arte humano”, aunque apenas lo parece. Al mismo tiempo es natural, como si hubiera crecido de la
roca y no fuera producto del arte humano. La construcción alguna vez estuvo adornada con complejas
inscripciones e imágenes talladas que se borraron con el tiempo. Sus torres y fachadas una vez más
parecían roca natural, brotada de las montañas, roca viva. Lo natural, lo sobrenatural y lo humano se
reconciliaban en una unión cuyo símbolo era el incesto hermano-hermana, el apareo entre iguales, un
salto en el amor humano normal con su producción de nuevas líneas genéticas. La prohibición contra
el incesto, como ha argumentado Lévi-Strauss, es al mismo tiempo humano y natural. Por lo tanto, derri-
ba la barrera entre ambos. Este derrumbamiento fue roto por partida doble por el rey Océano y su her-
mana. Su cópula impidió que el delito se inventara. Mantuvo en unión a la naturaleza, lo sobrenatural y
lo humano, copiando y manteniendo esa visión de unidad que puede observarse desde el palacio. Este
paisaje terrestre y oceánico, dos en uno, hace que los pormenores de la naturaleza parezcan el sueño
ideal de una sexualidad satisfecha entre dos grandes dioses: la Tierra y el Océano:
Es a este lugar donde el poeta planea llevar a su Emily, con la promesa de esa unión sexual ideal de
los primeros tiempos. Esta renovación renovará mágicamente el propio tiempo. Los llevará de vuelta a
una época anterior a la invención del delito y reconciliará nuevamente, en un abrazo ejecutorio, la natu-
raleza, lo sobrenatural y el hombre.
Sin embargo, esta ejecución nunca podrá llevarse a cabo. Al final de Epipsychidion permanece una
esperanza proléptica prohibida por las palabras que la expresan. Nunca podrá ser llevada a cabo por-
que en realidad esta unión nunca existió en el pasado. Sólo es una retrospección desde el presente. Es
una “apariencia” creada por la lectura de signos o los remanentes que aun quedan en el presente. El
rey Océano, por más sabio y afectuoso que haya sido, era humano después de todo. La prohibición del
incesto antecede al cometer el incesto. Antecede a la división entre lo natural y lo humano mientras, al
mismo tiempo, crea esa división. El acto sexual entre el rey Océano y su esposa fue el propio acto que
“inventó el delito”. Si bien no era cópula entre iguales, no puso un alto a la diferencia de sexos, familias
y generaciones, como lo demuestra la población de la tierra, la presencia de tiranía política y paternal, y
la existencia del poeta con su deseo insatisfecho por Emily.
Además, la construcción sólo parecía ser natural, divina y humana a la vez. Si bien su piedra es sufi-
cientemente natural, su forma era en realidad producto del arte humano, como lo evidencia la otrora
presencia de “imaginería antigua y aprendida” en ella. Esta imaginería era aprendida porque se remon-
taba aún más una tradición humana ya inmemorial. Las “multitudes” de hiedra y enredadera que ocul-
tan las flores parásitas, el previo grabado de un patrón jeroglífico en la roca y el posterior esbozo de
patrones mosaicos de tracería en los pisos de mármol, son sustitutos de esa escritura borrada. Aquí, las
enredaderas y parásitos puramente naturales se convierten, paradójicamente, en una especie de escri-
tura. Representan al patrón borrado de imaginería aprendida que grabaron en la roca los constructores
del rey Océano. En consecuencia, representan también la escritura en general, la escritura, por ejem-
plo, del propio poema que el lector está reconstituyendo en este momento. No obstante, el patrón de
enredaderas parásitas no es lenguaje legible; se encuentra “en lugar del” lenguaje humano borrado. Es
en este “en lugar de” donde se desmorona toda la unidad imaginaria de “la juventud del mundo”. Se
dispersa nuevamente para convertirse en compartimentos irreconciliables separados por la membrana
divisoria texturizada que trata de unirlos. Masculino y femenino; divino, humano, sobrenatural... todo
se convierte en ámbitos separados. Y son ámbitos separados por el propio lenguaje y porque éste es
dependiente de la alegoría, del “en lugar de” de la metáfora o la sustitución alegórica. Cualquier intento
de cruzar la barrera y unificar lo que por todo ese tiempo ha sido separado por el lenguaje unificador
(esa imaginería antigua y aprendida que ya estaba ahí incluso para el sabio y afectuoso rey Océano y su
esposa hermana) conduce únicamente a la exacerbación de la distancia. Se convierte en una transgre-
sión que crea esa misma barrera que trata de borrar o ignorar. El incesto no puede existir sin denomina-
ciones del parentesco y se “inventa” como delito no tanto en actos sexuales entre hermano y hermana
sino como cualquier imaginería para ellos. Sin embargo, esta imaginería siempre está ahí; es de anti-
Nadie que lea estas líneas extraordinarias puede dejar de sentir que el poeta protesta demasia-
do. Cada repetición de las palabras “un” y “una” sólo añade otra capa a la barrera que prohíbe la unici-
dad. El poeta protesta demasiado no sólo en el intento con palabras de producir una unión que esas
mismas palabras impiden que ocurra, sino incluso en el grito de aflicción al final. El poeta no sólo no
logra unirse mediante palabras con su Emily y así ascender a las feroces alturas del Amor: ni siquiera
“expira” mediante el fracaso de estas ejecuciones mágicas. Las palabras no logran que ocurra algo, ni
tampoco su incapacidad logra hacer que algo pase. Si bien el “anuncio” de Epipsychidion dice al lector
que el poeta murió en Florencia sin llegar jamás a esa isla, “una de las Espóradas más indómitas”, el lec-
tor sabe que las palabras no lo mataron, pues “¡Jadeo, me hundo, tiemblo, expiro!” está seguido de las
líneas dedicatorias posteriores al clímax, relativamente calmadas, que comienzan: “Weak Verses, go, kneel
at your Soverign’s feet” [“Débiles Versos, vayan y arrodíllense a los pies de su Soberano”] (línea 591).
Incluso este gran pasaje en clímax se compone de variaciones a la estructura parásita paradójica.
Los signos verbales de unión necesariamente reconstruyen la barrera que deberían eliminar. Cuanto
más dice el poeta que ellos serán uno, más se vuelven dos al reafirmar las maneras en que están sepa-
rados. Los labios que hablan con elocuencia distinta de las palabras son puertas que también son una
barrera liminal entre persona y persona. Esos labios pudieran eclipsar el alma que arde entre ellos, pero
siguen siendo un medio de comunicación que también es una barrera para la unión. Los labios son la
estructura parásita una vez más. Por otra parte, la voz que habla de una elocuencia más allá de las pala-
bras utiliza palabras elocuentes para hablar de este discurso transverbal. Al nombrar dicho discurso,
impide que el alma sea eclipsada. De igual modo, la imagen de los pozos profundos reafirma la noción
de la contención celular, tal como el choque de fuego y agua en la alegoría de los manantiales que se
“fusionan” bajo el sol matinal dice al lector que sólo evaporándose como entidades pueden los aman-
tes ser uno. Las imágenes de dos cuerpos con un espíritu, los meteoros dobles que se convierten en
una esfera flotante, el par en que cada uno es comensal y comida (“encontrando alimento en la sustan-
cia del otro”), son nuevamente la relación parásita. Todos desempeñan variaciones de la versión “shelle-
yana” de la estructura parásita: la noción de una unidad que permanece doble pero que, en la expresión
figurativa de esa unidad, revela la imposibilidad de que dos se vuelvan uno a través de la pared parasi-
taria y, empero, sigan siendo dos.
Esta imposibilidad es imitada en la mise en abîme final: una cascada de expresiones descriptivas
de una duplicidad que radica en el fundamento de una unicidad que después se subdivide una vez
más para radicar en un fundamento aún más profundo que, en última instancia, se revela como el abis-
mo de la “aniquilación”, si es que éste existe. La pared vertical entre célula y célula, amante y amada, es
duplicada por un velo horizontal entre niveles del ser. Cuando se levanta, cada velo revela únicamente
otro velo, ad infinitum, a menos que el último velo exponga una vacuidad. Ésta sería la vacuidad de esa
Cinco veces; siete, si uno cuenta The Daemon of the World y The Revolt of Islam como textos inde-
pendientes; siete veces, o incluso más si se incluyen otros pasajes con los mismos elementos donde la
palabra “parásito” no aparece... Más de siete veces, entonces, en toda su obra, Shelley se lanza contra los
labios de la puerta parasitaria. Y todas las veces cae de espaldas, habiendo fracasado en convertir dos
en uno sin aniquilar a ambos. Cae de espaldas como el propio remanente, el poder del lenguaje capaz
de decir “Ay de mí”, obligado a tratar nuevamente de romper la barrera sólo para caer una vez más en
repeticiones que terminan únicamente con su muerte.
A su vez, el crítico, como esos poetas —Browning, Hardy, Yeats o Stevens— que decididamente han
sido “influidos” por Shelley, es un seguidor que repite el patrón una vez más y que una vez más no logra
“hacerlo bien”, tal como Shelley se repite y repite a sus precursores, justo como el poeta y Emily siguen
al rey Océano y a su esposa hermana.
La versión del crítico del patrón proliferado en esta cadena de repeticiones es como sigue: el inten-
to del crítico por desenredar los elementos en los textos que interpreta sólo los enreda nuevamente
en otro lugar y siempre deja un remanente de opacidad, o una opacidad añadida, aún por desenredar.
El crítico queda atrapado en su propia versión de repeticiones interminables que determinan la carre-
ra del poeta. El crítico experimenta esto como una incapacidad para entender bien a su poeta en una
última formulación decisiva que le permitirá deshacerse de ese poeta, de una vez por todas. Si bien
cada poeta es diferente, cada uno contiene su propia forma de indecidibilidad. Esto pudiera definirse
diciendo que el crítico nunca puede mostrar decidiblemente si la obra del escritor es “decidible”, si es
capaz o no de interpretarse de manera definitiva. El crítico no puede desenmarañar la maraña de líneas
de significado, peinar sus hilos para que brillen claramente lado a lado. Sólo puede reconstituir el texto,
poner sus elementos en movimiento una vez más, en esa experiencia de la incapacidad de la lectura
determinable que es decisiva aquí.
La pared en blanco más allá de la cual no puede llevar el análisis racional surge de la presencia
simultánea, en cualquier texto de la literatura occidental, entrelazados inextricablemente como anfi-
trión y parásito de alguna versión de la metafísica logocéntrica y de su contraparte subversiva. En el
caso de Shelley, éstos son, por un lado, el “idealismo” siempre presente como una lectura posible de sus
poemas —incluso en The Triumph of Life— y, por el otro, el cuestionamiento de esto en el “escepticismo”
de Shelley mediante reconocer el papel de las proyecciones en la vida humana. Ésta es la ley del enclip-
samiento que deconstruye al idealismo y que se formula de manera más explícita en The Triumph of
Life:
Es cierto que la “racionalidad” de Mill le permite, o le exige, esas formas de contención y contradic-
ción para poder destacar su visión de la curva inherentemente progresiva y evolutiva del juicio huma-
no. (Esto hace posible que la contradicción se resuelva y también genera un sentimiento de la “comple-
ta verdad” que refleja la inclinación natural, orgánica, de la mente humana). También es cierto que Mill
siempre reserva, en la sociedad como en su argumentación, el espacio neutro irreal de la Tercera Per-
II
¿Qué se pone en juego al calificar de “occidental” la teoría crítica? Obviamente, es una designación
de poder institucional y eurocentrismo ideológico. La teoría crítica suele comprometerse con textos
pertenecientes a las tradiciones y condiciones familiares a la antropología colonial, ya para universalizar
su significado dentro de su propio discurso cultural y académico, ya para agudizar su crítica interna del
signo logocéntrico occidental, el sujeto idealista o las ilusiones y engaños de la sociedad civil. Se trata
de una maniobra conocida del conocimiento teórico: una vez abierto el abismo de la diferencia cultural,
puede hallarse un mediador o metáfora de la otredad que contenga los efectos de la diferencia. Para
que el conocimiento de la diferencia cultural sea institucionalmente eficaz como disciplina, es preciso
Tome alguna doctrina que usted considere peculiar a la Revelación; dígale a la gente que
deben ser renegados o volver a nacer, de otro modo nunca podrán “ver a Dios”. Antes de lo que
piensa, pueden estar yéndose, diciendo “oh, aquí no hay nada nuevo o extraño; nuestros pro-
pios Shastras nos dicen lo mismo; sabemos y creemos que debemos volver a nacer; es nuestro
destino”. ¿Pero qué entienden ellos por esa expresión? Entienden que deben nacer una y otra
vez, bajo alguna otra forma, de acuerdo con su propio sistema de transmigración o nacimien-
tos reiterados. Para evitar la aparición de una doctrina tan absurda y perniciosa, usted debe
variar su lenguaje y decirles que debe haber un segundo nacimiento, que ellos deben nacer
dos veces. Ahora, sucede que ésta, y toda la fraseología similar, ya ha sido usada. Los hijos de
un brahmán tienen que superar varios ritos ceremoniales purificadores y de iniciación, antes
de que lleguen a gozar a pleno de su condición de brahmanes. El último de estos ritos es la
investidura con la hebra sagrada; a lo que sigue la comunicación del Gayatri, el verso más
sagrado de los Vedas. Este ceremonial constituye “religiosa y metafóricamente, su segundo
nacimiento”; de ahí que su apelación distinta y peculiar sea la de nacidos dos veces, o renega-
dos. Y entonces si usted afina su lenguaje sólo podrá transmitirles la impresión de que todos deben
volverse perfectos brahmanes para poder “ver a Dios”.15 (Las bastardillas son mías).
Las bases de la certidumbre evangélica son contradichas no por la simple afirmación de una tra-
dición cultural antagónica. El proceso de traducción es la abertura de otro lugar político y cultural con-
tencioso en el corazón de la representación colonial. Aquí la palabra de la autoridad divina es grave-
mente herida por la afirmación del signo indígena, y en la práctica misma de la dominación el lenguaje
Pero ellos [los intelectuales nativos] olvidan que las formas de pensamiento y aquello de
lo que se alimentan [...] junto con las técnicas modernas de información, lengua e indumenta-
ria, han reorganizado dialécticamente las inteligencias del pueblo, y los principios constantes
(del arte nacional) que actuaban como salvaguardas durante el período colonial ahora están
sufriendo cambios en extremo radicales. [...] Debemos unirnos al pueblo en ese movimiento
fluctuante al que precisamente ahora le están dando forma [...] lo que será la señal para que
todo sea puesto en cuestión [...] es en la zona de la inestabilidad oculta donde vive el pueblo,
adonde debemos acudir.16 (Las bastardillas son mías).
La enunciación de la diferencia cultural problematiza la división binaria del pasado y presente, tra-
dición y modernidad, al nivel de la representación cultural y su interpelación autoritativa. Es el proble-
ma del modo en que, al significar el presente, algo llega a ser repetido, reubicado y traducido en nom-
bre de la tradición, bajo el disfraz de un pasado que no es necesariamente un signo fiel de memoria
histórica sino una estrategia de representar autoridad en términos del artificio de lo arcaico. Esa itera-
ción niega nuestro sentido de los orígenes de la lucha. Debilita nuestro sentido de los efectos homo-
geneizantes de los símbolos e íconos culturales, cuestionando nuestro sentido de la autoridad de la
síntesis cultural en general.
Esto exige que repensemos nuestra perspectiva de la identidad de la cultura. Aquí el pasaje cita-
do (en cierto modo reinterpretado) de Fanon puede ayudar. ¿Qué implica la yuxtaposición de los prin-
cipios nacionales constantes con su visión de la cultura-como-lucha-política, que él tan enigmática y
bellamente describe como “la zona de inestabilidad oculta donde vive el pueblo?” Estas ideas no sólo
ayudan a explicar la naturaleza de la lucha colonial: también sugieren una posible crítica de los valores
estéticos y políticos positivos que adscribimos a la unidad o totalidad de las culturas, especialmente las
que han conocido largas historias tiránicas de dominación y desconocimiento. Las culturas nunca son
unitarias en sí mismas, ni simplemente dualistas en la relación del Yo y el Otro. Esto no se debe a que
exista una panacea humanística que haga que más allá de las culturas individuales todos pertenezca-
mos a la cultura humana de la humanidad, ni es por un relativismo ético que sugiere que en nuestra
capacidad cultural, para hablar de otros y juzgarlos necesariamente, nos “colocamos en su posición”, en
una especie de relativismo de la distancia del que Bernard Williams ha escrito en extenso.17
El motivo por el que un texto cultural o sistema de sentido no puede ser suficiente en sí mismo es
que el acto de enunciación cultural (el lugar de emisión) está cruzado por la différance de la escritura.
Esto tiene menos que ver con lo que los antropólogos describirían como la variación de actitudes ante
Tenemos que enfrentar no tanto la dominación funcional como la estructural, con dife-
rentes estructuras de integración simbólica. Y a esta grosera diferencia en designio correspon-
den diferencias en actuación simbólica: entre un código abierto y en expansión, que responde
por una continua permutación a los hechos que él mismo ha puesto en escena, y un código
aparentemente estático que parece no conocer hechos, sino sólo sus propias ideas preconce-
bidas. La distinción grosera entre sociedades “calientes” y “frías”, desarrolladas y subdesarrolla-
das, sociedades con historia y sin ella, y así, entre sociedades grandes y pequeñas, en expan-
sión y autocontenidas, colonizadoras y colonizadas.18 (Las bastardillas son mías).
Notas
1 Véase en C. Taylor, “Eurocentrics vs. new thought at Edinburgh”, Framework, 34, 1987, para una ilustración de este estilo de
argumentación. Véase en particular en la nota 1 (pág, 148) una exposición de su uso de “hurto” (“la deliberada distorsión
de verdades africanas de modo de ajustarlas a prejuicios occidentales”).
2 G. C. Spivak, In Other Worlds, Londres, Methuen, 1987, págs. 166-7.
3 Véase T. H. Gabriel, “Teaching Third World Cinema” y Julianne Burton, “The politics of aesthetic distance - Sâo Bernando”,
ambos en Screen, vol. 24, Nº 2, marzo-abril de 1983, y A. Rajadhyaksha, “Neo-tradicionalism: film as popular art in India”, Fra-
mework, 32/33,1986.
4 S. Hall, “Blue Election, Election Blues”, Marxism Today, julio de 1987, págs. 30-5.
5 M. Foucault, The Archaeology of Knowledge, Londres, Tavistock, 1972, págs. 102-5.
6 J. S. Mill, “On Liberty”, en Utilitarianism, Liberty, Representative Government, Londres, Dent & Sons, 1972, págs. 93-4.
7 Véase una importante exposición de un argumento semejante en E. Laclau y C. Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy,
the Mirror, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1986, especialmente cap. 6:
La Otredad de la heterología incondicional no tiene la pureza de los principios. Se interesa en la irreductible impure-
za de los principios, con la diferencia de que los divide en sí mismos contra sí mismos. Por este motivo es una heterología
impura. Pero es también una heterología impura porque el medio de la Otredad (más o menos que la negatividad) es
también un medio mixto, precisamente porque lo negativo ya no lo domina.
What has been the itinerary of my thinking during the past few years about the relationships among fem-
inism, Marxism, psychoanalysis, and deconstruction? The issues have been of interest to many people, and the
configurations of these fields continue to change. I will not engage here with the various lines of thought that
have constituted this change, but will try instead to mark and reflect upon the way these developments have
been inscribed in my own work. The first section of the essay is a version of a talk I gave several years ago. The
second section represents a reflection on that earlier work. The third section represents a reflection on that earlier
work. The third section is an intermediate moment. The fourth section inhabits something like the present.
1.
I cannot speak of feminism in general. I speak of what I do as a woman within literary criticism. My
own definition of a woman is very simple: it rests on the word “man” as used in the texts that provide
the foundation for the corner of the literary criticism establishment that I inhabit. You might say at this
point, defining the word “woman” as resting on the word “man” is a reactionary position. Should I not
carve out an independent definition for myself as a woman? Here I must repeat some deconstructive
lessons learned over the past decade that I often repeat. One, no rigorous definition of anything is ulti-
mately possible, so that if one wants to, one could go on deconstructing the opposition between man
and woman, and finally show that it is a binary opposition that displaces itself.1 Therefore, “as a decon-
structivist”, I cannot recommend that kind of dichotomy at all, yet, I feel that definitions are necessary
in order to keep us going, to allow us to take a stand. The only way that I can see myself making defini-
tions is in a provisional and polemical one: I construct my definition as a woman not in terms of a wom-
an’s putative essence but in terms of words currently in use. “Man” is such a word in common usage. Not
a word, but the word. I therefore fix my glance upon this word even as I question the enterprise of rede-
fining the premises of any theory.
In the broadest possible sense, most critical theory in my part of the academic establishment
(Lacan, Derrida, Foucault, the last Barthes) sees the text as that area of the discourse of the human
sciences —in the United States called the humanities— in which the problem of the discourse of the
human sciences is made available. Whereas in other kinds of discourses there is a move toward the final
truth of a situation, literature, even within this argument, displays that the truth of a human situation
is the itinerary of not being able to find it. In the general discourse of the humanities, there is a sort of
search for solutions, whereas in literary discourse there is a playing out of the problem as the solution, if
you like.
2.
What seems missing in these earlier remarks is the dimension of race. Today I would see my
work as the developing of a reading method that is sensitive to gender, race, and class. The earlier
remarks would apply indirectly to the development of class-sensitive and directly to the development
of gender-sensitive readings.
In the matter of race-sensitive analyses, the chief problem of American feminist criticism is its
identification of racism as such with the constitution of racism in America. Thus, today I see the object
of investigation to be not only the history of “Third World Women” or their testimony but also the pro-
duction, through the great European theories, often by way of literature, of the colonial object. As long
as American feminists understand “history” as a positivistic empiricism that scorns “theory” and there-
fore remains ignorant of its own, the “Third World” as its object of study will remain constituted by those
hegemonic. First World intellectual practices.13
My attitude toward Freud today involves a broader critique of his entire project. It is a critique not
only of Freud’s masculism but of nuclear-familial psychoanalytical theories of the constitution of the
sexed subject. Such a critique extends to alternative scenarios to Freud that keep to the nuclear parent-
child model, as it does to the offer of Greek mythical alternatives to Oedipus as the regulative type-case
of the model itself, as it does to the romantic notion that an extended family, especially a community of
women, would necessarily cure the ills of the nuclear family. My concern with the production of colo-
nial discourse thus touches my critique of Freud as well as most Western feminist challenges to Freud.
The extended or corporate family is a socioeconomic (indeed, on occasion political) organization which
makes sexual constitution irreducibly complicit with historical and political economy.14 To learn to read
that way is to understand that the literature of the world, itself accessible only to a few, is not tied by
the concrete universals of a network of archetypes —a theory that was entailed by the consolidation of
It is women’s work that has continuously survived within not only the varieties of capitalism
but other historical and geographical modes of production. The economic, political, ideologi-
cal, and legal heterogeneity of the relationship between the definitive mode of production
and race- and class-differentiated women’s and wives’ work is abundantly recorded.
Rather than the refusal to work of the freed Jamaican slaves in 1834, which is cited by Marx
as the only example of zero-work, quickly recuperated by imperialist maneuvers, it is the long
history of women’s work which is a sustained example of zero-work: work not only outside of
wage-work, but, in one way or another, “outside” of the definitive modes of production. The dis-
placement required here is a transvaluation, an uncatastrophic implosion of the search for vali-
dation via the circuit of productivity. Rather than a miniaturized and thus controlled metaphor
for civil society and the state, the power of the oikos, domestic economy, can be used as the
model of the foreign body unwittingly nurtured by the polis.21
With psychoanalytic feminism, then, an invocation of history and politics leads us back to the
place of psychoanalysis in colonialism. With Marxist feminism, an invocation of the economic text fore-
grounds the operations of the New Imperialism. The discourse of race has come to claim its importance
in this way in my work.
I am still moved by the reversal-displacement morphology of deconstruction, crediting the asym-
metry of the “interest” of the historical moment. Investigating the hidden ethico-political agenda of
differentiations constitutive of knowledge and judgment interests me even more. It is also the decon-
structive view that keeps me resisting an essentialist freezing of the concepts of gender, race, and class.
I look rather at the repeated agenda of the situational production of those concepts and our complicity
3.
In 1979-80, concerns of race and class were beginning to invade my mind. What follows is in some
sense a check list of quotations from Margaret Drabble’s The Waterfall that shows the uneasy presence
of those concerns.24 Reading literature “well” is in itself a questionable good and can indeed be some-
times productive of harm and “aesthetic” apathy within its ideological framing. My suggestion is to use
literature, with a feminist perspective, as a “nonexpository” theory of practice.
Drabble has a version of “the best education” in the Western world: a First Class in English from
Oxbridge. The tradition of academic radicalism in England is strong. Drabble was at Oxford when the
prestigious journal New Left Review was being organized. I am not adverse to a bit of simple biographi-
cal detail: I began to re-read The Waterfall with these things in mind as well as the worrying thoughts
about sex, race, and class.
Like many woman writers, Drabble creates an extreme situation, to answer, presumably, the ques-
tion “Why does love happen?” In place of the mainstream objectification and idolization of the loved
person, she situates her protagonist, Jane, in the most inaccessible privacy —at the moment of birthing,
alone by choice. Lucy, her cousin, and James, Lucy’s husband, take turns watching over her in the empty
house as she regains her strength. The Waterfall is the story of Jane’s love affair with James. In place of
a legalized or merely possessive ardour toward the product of his own body, Drabble gives to James
the problem of relating to the birthing woman through the birth of “another man’s child”. Jane looks
and smells dreadful. There is blood and sweat on the crumpled sheets. And yet “love” happens. Drab-
ble slows language down excruciatingly as Jane records how, wonders why. It is possible that Drab-
ble is taking up the challenge of feminine “passivity” and making it the tool of analytic strength. Many
answers emerge. I will quote two, to show how provisional and self-suspending Jane can be:
I loved him inevitably, of necessity. Anyone could have foreseen it, given those facts: a lone-
ly woman, in an empty world. Surely I would have loved anyone who might have shown me
kindness. ...But of course it’s not true, it could not have been anyone else. ...I know that it was
I loved James because he was what I had never had: because he belonged to my cousin:
because he was kind to his own child: because he looked unkind: because I saw his naked
wrists against a striped tea towel once, seven years ago. Because he addressed me an intimate
question upon a beach on Christmas day. Because he helped himself to a drink when I did not
dare to accept the offer of one. Because he was not serious, because his parents lived in South
Kensington and were mysteriously depraved. Ah, perfect love. For these reasons, was it, that
I lay there, drowned was it, drowned or stranded, waiting for him, waiting to die and drown
there, in the oceans of our flowing bodies, in the white sea of that strange familiar bed [p. 67].
If the argument for necessity is arrived at by slippery happenstance from thought to thought, each
item on this list of contingencies has a plausibility far from random.
She considers the problem of making women rivals in terms of the man who possesses them. There
is a peculiar agreement between Lucy and herself before the affair begins:
I wonder why people marry? Lucy continued, in a tone of such academic flatness that the topic
seemed robbed of any danger. I don’t know, said Jane, with equal calm. ...So arbitrary, really,
said Lucy, spreading butter on the toast. It would be nice, said Jane, to think there were rea-
sons. ... Do you think so? said Lucy. Sometimes I prefer to think we are victims. ... If there were a
reason, said Jane, one would be all the more a victim. She paused, thought, ate a mouthful of
the toast. I am wounded, therefore I bleed. I am human, therefore I suffer. Those aren’t reasons
you’re describing, said Lucy. … And from upstairs the baby’s cry reached them —thin, wailing,
desperate. Hearing it, the two women looked at each other, and for some reason smiled [pp.
26-27].
This, of course, is no overt agreement, but simply a hint that the “reason” for female bonding has
something to do with a baby’s cry. For example, Jane records her own deliberate part in deceiving Lucy
this way: “I forgot Lucy. I did not think of her —or only occasionally, lying awake at night as the baby
cried, I would think of her, with pangs of irrelevant inquiry, pangs endured not by me and in me, but at a
distance, pangs as sorrowful and irrelevant as another person’s pain” [p. 48; italics mine].
Jane records inconclusively her gut reaction to the supposed natural connection between parent
and child: “Blood is blood, and it is not good enough to say that children are for the motherly, as Brecht
said, for there are many ways of unmothering a woman, or unfathering a man. ... And yet, how can I
There was one child I shall always remember, a small thin child... whose father, he proudly told
us, was standing as Labour Candidate for a hopeless seat in an imminent General Election.
My father teased him unmercifully, asking questions that the poor child could not begin to
answer, making elaborate and hideous semantic jokes about the fruits of labour, throwing in
familiar references to prominent Tories that were quite wasted on such... tender ears; and the
poor child sat there, staring at his roast beef… turning redder and redder, and trying, patheti-
cally, sycophantically, to smile. I hated my father at that instant [pp. 56-57].
Yet Drabble’s Jane is made to share the lightest touch of her parents’ prejudice. The part I have elid-
ed is a mocking reference to the child’s large red ears. For her the most important issue remains sexual
deprivation, sexual choice. The Waterfall, the name of a card trick, is also the name of Jane’s orgasms,
James’s gift to her.
But perhaps Drabble is ironic when she creates so class-bound and yet so analytic a Jane? It is a
possibility, of course, but Jane’s identification with the author of the narrative makes this doubtful. If
there is irony to be generated here, it must come, as they say, from “outside the book”.
Rather than imposing my irony, I attempt to find the figure of Jane as narrator helpful. Drabble
manipulates her to examine the conditions of production and determination of microstructural hetero-
sexual attitudes within her chosen enclosure. This enclosure is important because it is from here that
rules come. Jane is made to realize that there are no fixed new rules in the book, not as yet. First World
feminists are up against that fact, every day. This should not become an excuse but should remain a del-
icate responsibility: “If I need a morality, I will create one: a new ladder, a new virtue. If I need to under-
stand what I am doing, if I cannot act without my own approbation —and I must act, I have changed, I
Because it’s obvious that I haven’t told the truth, about myself and James. How could I? Why,
more significantly, should I? ...Of the truth, I haven’t told enough. I flinched at the conclusion
and can even see in my hesitance a virtue: it is dishonest, it is inartistic, but it is a virtue, such
discretion, in the moral world of love. ... The names of qualities are interchangeable: vice, virtue:
redemption, corruption: courage, weakness: and hence the confusion of abstraction, the pro-
liferation of aphorism and paradox. In the human world, perhaps there are merely likenesses.
... The qualities, they depended on the supposed true end of life. ... Salvation, damnation. ... I
do not know which of these two James represented. Hysterical terms, maybe: religious terms,
yet again. But then life is a serious matter, and it is not merely hysteria that acknowledges this
fact: for men as well as women have been known to acknowledge it. I must make an effort to
comprehend it. I will take it all to pieces. I will resolve it to parts, and then I will put it together
again, I will reconstitute it in a form that I can accept, a fictitious form [pp. 46, 51, 52].
The categories by which one understands, the qualities of plus and minus, are revealing them-
selves as arbitrary, situational. Drabble’s Jane’s way out —to resolve and reconstitute life into an accept-
able fictional form that need not, perhaps, worry too much about the categorical problems— seems, by
itself, a classical privileging of the aesthetic, for Drabble hints at the limits of self interpretation through
a gesture that is accessible to the humanist academic. Within a fictional form, she confides that the exi-
gencies of a narrative’s unity had not allowed her to report the whole truth. She then changes from the
third person to first.
What can a literary critic do with this? Notice that the move is absurdity twice compounded, since
the discourse reflecting the constraints of fiction-making goes on then to fabricate another fictive text.
Notice further that the narrator who tells us about the impossibility of truth-in-fiction —the classic
privilege of metaphor— is a metaphor as well.25
I should choose a simpler course. I should acknowledge this global dismissal of any narrative spec-
ulation about the nature of truth and then dismiss it in turn, since it might unwittingly suggest that
there is somewhere a way of speaking about truth in “truthful” language, that a speaker can somewhere
get rid of the structural unconscious and speak without role playing. Having taken note of the frame, I
will thus explain the point Jane is making here and relate it to what, I suppose, the critical view above
would call “the anthropomorphic world”: when one takes a rational or aesthetic distance from oneself
one gives oneself up to the conveniently classifying macrostructures, a move dramatized by Drabble’s
4.
It is no doubt useful to decipher women’s fiction in this way for feminist students and colleagues
in American academia. I am less patient with literary texts today, even those produced by women. We
must of course remind ourselves, our positivist feminist colleagues in charge of creating the discipline
of women’s studies, and our anxious students, that essentialism is a trap. It seems more important to
learn to understand that the world’s women do not all relate to the privileging of essence, especially
through “fiction”, or “literature”, in quite the same way.
In Seoul, South Korea, in March 1982, 237 woman workers in a factory owned by Control Data, a
Minnesota-based multinational corporation, struck over a demand for a wage raise. Six union lead-
ers were dismissed and imprisoned. In July, the women took hostage two visiting U.S. vice-presidents,
demanding reinstatement of the union leaders. Control Data’s main office was willing to release the
women; the Korean government was reluctant. On July 16, the Korean male workers at the factory beat
up the female workers and ended the dispute. Many of the women were injured and two suffered mis-
carriages.
To grasp this narrative’s overdeterminations (the many telescoped lines —sometimes noncoherent,
often contradictory, perhaps discontinuous— that allow us to determine the reference point of a single
“event” or cluster of “events”) would require a complicated analysis.26 Here, too, I will give no more than
a checklist of the overdeterminants. In the earlier stages of industrial capitalism, the colonies provided
the raw materials so that the colonizing countries could develop their manufacturing industrial base.
1986
1 For an explanation of this aspect of deconstruction, see Gayatri Chakravorty Spivak, “Translator’s Preface” to Jacques Der-
rida, Of Grammatology (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1976).
2 It seems appropriate to note, by using a masculine pronoun, that Marx’s standard worker is male.
3 I am not suggesting this by way of what Harry Braverman describes as “that favorite hobby horse of recent years which
has been taken from Marx without the least understanding of its significance” in Labor and Monopoly Capital: the Degrada-
tion of Work in the Twentieth Century (New York and London: Monthly Review Press, 1974, pp. 27, 28). Simply put, alienation
in Hegel is that structural emergence of negation which allows a thing to sublate itself. The worker’s alienation from the
product of his labor under capitalism is a particular case of alienation. Marx does not question its specifically philosophical
justice. The revolutionary upheaval of this philosophical or morphological justice is, strictly speaking, also a harnessing of
the principle of alienation, the negation of a negation. It is a mark of the individualistic ideology of liberalism that it under-
stands alienation as only the pathetic predicament of the oppressed worker.
4 In this connection, we should note the metaphors of sexuality in Capital.
5 I remember with pleasure my encounter, at the initial presentation of this paper, with Mary O’Brien, who said she was work-
ing on precisely this issue, and who later produced the excellent book The Politics of Reproduction (London: Routledge and
Kegan Paul, 1981). I should mention here that the suggestion that mother and daughter have “the same body” and there-
fore the female child experiences what amounts to an unalienated pre-Oedipality argues from an individualist-pathetic
view of alienation and locates as discovery the essentialist presuppositions about the sexed body’s identity. This reversal of
Freud remains also a legitimation.
6 See Jack Goody, Production and Reproduction: A Comparative Study of the Domestic Domain (Cambridge: Cambridge Univer-
sity Press, 1976), and Maurice Godelier, “The Origins of Male Domination”, New Left Review 127 (May/June 1981): pp. 3-17.
7 Collected in Karl Marx on Education, Women, and Children (New York: Viking Press, 1977).
8 No feminist reading of this text is now complete without Jacques Derrida’s “Spéculer —sur Freud”, La Carte postale: de
clitoris. The mediating moment would be the appropriation of the vagina, as in Derrida (see Gayatri Chakravorty Spivak,
“Displacement and the Discourse of Women”, in Mark Krupnick, ed., Displacement: Derrida and After (Bloomington: Indiana
University Press, 1983).
12 One way to develop notions of womb-envy would be in speculation about a female fetish. If, by way of rather obvious
historico-sexual determinations, the typical male fetish can be said to be the phallus, given to and taken away from the
mother (Freud, “Fetishism”, Standard Edition, trans. James Strachey, et al., vol. 21), then, the female imagination in search of
a name from a revered sector of masculist culture might well fabricate a fetish that would operate the giving and taking
away of a womb to a father. I have read Mary Shelley’s Frankenstein in this way. The play between such a gesture and the
Kantian socio-ethical framework of the novel makes it exemplary of the ideology of moral and practical imagination in the
Western European literature of the nineteenth century. See Gayatri Chakravorty Spivak, “Three Women’s Texts and a Cri-
tique of Imperialism”, Critical Inquiry 12, no.1 (Autumn 1985).
13 As I have repeatedly insisted, the limits of hegemonic ideology are larger than so-called individual consciousness and per-
sonal goodwill. See “The Politics of Interpretations”, pp, 118-33 above; and “A Response to Annette Kolodny”, widely publi-
cized but not yet published.
14 This critique should be distinguished from that of Gilles Deleuze and Félix Guattari, Anti-Oedipus: Capitalism and Schizo-
phrenia, trans. Robert Hurley, et al. (New York: Viking Press, 1977), with which I am in general agreement. Its authors insist
that the family-romance should be seen as inscribed within politico-economic domination and exploitation. My argument
is that the family romance-effect should be situated within a larger familial formation.
15 “French Feminism in an International Frame”, pp. 134-53 above.
16 Pat Rezabek, unpublished letter.
17 What in man exceeds the closed circle of coupling in sexual reproduction is the entire “public domain”.
18 I understand Lise Vogel is currently developing this analysis. One could analogize directly, for example, with a passage such
1 Renato Ortiz, A moderna tradição brasileira, Brasiliense, Sao Paulo, 1988, pp. 23-28. En este libro figuran las cifras recién cita-
das.
2 Ídem, p. 29.
3 José Joaquín Brunner, “Cultura y crisis de hegemonías”, en J. J. Brunner y G. Catalán, Cinco estudios sobre cultura y sociedad,
FLACSO, Santiago de Chile, 1985, p. 32.
Antes de cuestionar esta comparación, quiero decir que yo también la cité —y extendí— en un
libro publicado en 1977.5 Entre otros desacuerdos que ahora tengo con ese texto, por los cuales ya no
se reedita, están los surgidos de una visión más compleja sobre la modernidad latinoamericana.
¿Por qué nuestros países cumplen mal y tarde con el modelo metropolitano de modernización?
¿Sólo por la dependencia estructural a que nos condena el deterioro de los términos del intercambio
económico, por los intereses mezquinos de clases dirigentes que resisten la modernización social y se
visten con el modernismo para dar elegancia a sus privilegios? En parte el error de estas interpretacio-
nes surge de medir nuestra modernidad con imágenes optimizadas de cómo sucedió ese proceso en
los países centrales. Hay que revisar, primero, si existen tantas diferencias entre la modernización euro-
pea y la nuestra. Luego, vamos a averiguar si la visión de una modernidad latinoamericana reprimida
y postergada, cumplida con dependencia mecánica de las metrópolis, es tan cierta y tan disfuncional
como los estudios sobre nuestro “atraso” acostumbran declarar.
...en el tercer mundo, de modo general, existe hoy una especie de configuración que, como
una sombra, reproduce algo de lo que antes prevalecía en el primer mundo. Oligarquías pre-
capitalistas de los más variados tipos, sobre todo las de carácter fundiario, son allí abundantes;
4 Saúl Yurkievich, “El arte de una sociedad en transformación”, en Damián Bayón (relator), América Latina en sus artes, UNES-
CO-Siglo XXI, México, 1984, 5ª. ed., p. 179.
5 Néstor García Canclini, Arte popular y sociedad en América Latina, Grijalbo, México, 1977.
6 Perry Anderson, “Modernity and Revolution”, citado.
Es útil esta larga cita porque exhibe la mezcla de observaciones acertadas con distorsiones mecá-
nicas y presurosas desde las que a menudo se nos interpreta en las metrópolis, y que demasiadas veces
repetimos como sombras. No obstante, el análisis de Anderson sobre las relaciones entre modernismo
y modernidad es tan estimulante que lo que menos nos interesa es criticarlo.
Hay que cuestionar, ante todo, esa manía casi en desuso en los países del tercer mundo: la de
hablar del tercer mundo y envolver en el mismo paquete a Colombia, la India y Turquía. La segunda
molestia reside en que se atribuya a Cien años de soledad —coquetería deslumbrante con nuestro
supuesto realismo maravilloso—, ser el síntoma de nuestro modernismo. La tercera es reencontrar en el
texto de Anderson, uno de los más inteligentes que ha dado el debate sobre la modernidad, el rústico
determinismo según el cual ciertas condiciones socioeconómicas “produjeron” las obras maestras del
arte y la literatura.
Aunque este residuo contamina infecta varios tramos del artículo de Anderson, hay en él exége-
sis más sutiles. Una es que el modernismo cultural no expresa la modernización económica, como lo
demuestra que su propio país, la Inglaterra precursora de la industrialización capitalista, que dominó
el mercado mundial durante cien años, “no produjo ningún movimiento nativo de tipo modernista vir-
tualmente significativo en las primeras décadas de este siglo”. Los movimientos modernistas surgen en
la Europa continental, no donde ocurren cambios modernizadores estructurales, dice Anderson, sino
donde existen coyunturas complejas, “la intersección de diferentes temporalidades históricas”. Ese tipo
de coyuntura se presentó en Europa “como un campo cultural de fuerza triangulado por tres coordena-
das decisivas: a) la codificación de un academicismo altamente formalizado en las artes visuales y en las
otras, institucionalizado por Estados y sociedades en los que dominaban clases aristocráticas o terrate-
nientes, superadas por el desarrollo económico pero que aún daban el tono político y cultural antes de
la primera guerra mundial; b) la emergencia en esas mismas sociedades de tecnologías generadas por
la segunda revolución industrial (teléfono, radio, automóvil, etcétera); c) la proximidad imaginativa de la
revolución social, que comenzaba a manifestarse en la revolución rusa y en otros movimientos sociales
de Europa occidental.
La persistencia de los anciens régimes y del academicismo que los acompañaba proporcionó
un conjunto crítico de valores culturales contra los cuales podían medirse las fuerzas insur-
gentes del arte, pero también en términos de los cuales ellas podían articularse parcialmente a
sí mismas.
7 Roberto Schwarz, Ao Vencedor as Batatas, Duas Cidades, Sao Paulo, 1977, pp.13-25.
8 Aracy A. Amaral, “Brasil: del modernismo a la abstracción, 1910-1950”, en Damián Bayón (ed.), Arte moderno en América Lati-
na, Taurus, Madrid, 1985, pp. 270-281.
9 Mirko Lauer, Introducción a la pintura peruana del siglo XX, Mosca Azul, Lima, 1976.
...el único sector de la nación que hace del problema artístico nacional un caso de preocupa-
ción casi exclusiva. A pesar de esto, no representa nada de la realidad brasileña. Está fuera de
nuestro ritmo social, fuera de nuestra inconstancia económica, fuera de la preocupación brasi-
leña. Si esta minoría está aclimatada dentro de la realidad brasileña y vive en intimidad con el
Brasil, la realidad brasileña, en cambio, no se acostumbró a vivir en intimidad con ella.10
Informaciones complementarias nos permiten hoy ser menos duros en la evaluación de esas van-
guardias. Aún en países donde la historia étnica y gran parte de las tradiciones fueron arrasadas, como
en la Argentina, los artistas “adictos” a modelos europeos no son meros imitadores de estéticas impor-
tadas, ni pueden ser acusados de desnacionalizar la propia cultura. Ni a la larga resultan siempre las
minorías insignificantes que ellos supusieron en sus textos. Un movimiento tan cosmopolita como el
de la revista Martín Fierro en Buenos Aires, nutrido por el ultraísmo español y las vanguardias france-
sas e italianas, redefine esas influencias en medio de los conflictos sociales y culturales de su país: la
emigración y la urbanización (tan presentes en el primer Borges), la polémica con las autoridades lite-
rarias previas (Lugones y la tradición criollista), el realismo social del grupo Boedo. Si se pretende seguir
empleando
...la metáfora de la traducción como imagen de la operación intelectual típica de las élites
literarias de países capitalistas periféricos respecto de los centros culturales, dicen Altamirano
y Sarlo, es necesario observar que suele ser todo el campo el que opera como matriz de tra-
ducción.11
Por precaria que sea la existencia de este campo, funciona como escena de reelaboración y estruc-
tura reordenadora de los modelos externos.
En varios casos, el modernismo cultural, en vez de ser desnacionalizador, ha dado el impulso y el
Aunque la articulación de estos cinco procesos no fue fácil, como sabemos, hoy resulta evidente
14 Sergio Miceli, Intelectuais e classe dirigente no Brasil (1920-1945), Difel, Sao Paulo-Río de Janeiro, 1979, p. 72.
15 Luis Alberto Romero, Libros baratos y cultura de los sectores populares, CISEA, Buenos Aires, 1986; Emilio J. Corbiere, Centros
de cultura populares, Centro de Estudios de América Latina, Buenos Aires, 1982.
16 Sobre estas transformaciones casi todo está por ser investigado. Menciono un texto precursor: José Carlos Durand, Arte,
privilégio e distincao, Sao Paulo, Perspectiva, 1989.
17 Shifra M. Goldman, Contemporary Mexican Painting in a Time of Change, Universidad de Texas, Austin y Londres, 1977, espe-
cialmente los caps. 2 y 3.
18 Estudiamos extensamente este proceso en la Argentina en La producción simbólica, Siglo XXI, 4a. ed., México, 1988, espe-
20 Los juicios sobre el CAYC y sobre Glusberg están divididos entre los artistas y críticos, según se aprecia en la investigación de
Luz M. García, M. Elena Crespo y M. Cristina López, CAYC, realizada en la Escuela de Bellas Artes, Facultad de Humanidades y
Arte de la Universidad Nacional de Rosario, 1987.
21 Marta F. de Slemenson y Germán Kratochwill, “Un arte de difusores. Apuntes para la comprensión de un movimiento plás-
tico de vanguardia en Buenos Aires, de sus creadores, sus difusores y su público”, en J. F. Marsal y otros, El intelectual latino-
americano, Edit. del Instituto, Buenos Aires, 1970.
1 Entrevista publicada en VERSIÓN. Nº1, del Departamento de Educación y Comunicación, Universidad Autónoma Metropolitana
de Xochimilco, México, D.F.
RESISTENCIA A LA TEORÍA
- Aquí tocas el punto de la resistencia. Eso me recuerda un tema que quizás, aunque toca oblicua-
mente lo que has expuesto, incide y permite replantear la cuestión. Me refiero a lo que Paul de Man
llama la resistencia a la teoría. Aunque él la desprende de una reflexión solamente literaria, creo que sus
consideraciones pueden iluminar ciertos aspectos del problema de la resistencia en el discurso crítico.
Si no lo malinterpreto, la resistencia no sería una barrera psicológica, ni siquiera sociológica o política,
sino que es una condición del texto crítico mismo, engendrado por su propia textualidad y por el carác-
ter que tiene la escritura al volverse sobre sí misma, sobre el hecho de la significación, en el movimiento
crítico. Descolocar desde el texto el problema de la significación tiene otro efecto: desplaza el lugar de
la subjetividad desde la que surge la mirada crítica. La resistencia surge entonces como una modalidad
de la significación del propio texto crítico, que busca preservar la identidad y la presencia de una subje-
tividad, de un sentido determinado. Si extendemos este planteamiento a otros órdenes reflexivos de la
significación, a la cultura, quizá nuestra perspectiva de la resistencia se transforme. No se trataría de una
resistencia surgida desde sujetos, desde identidades —ni siquiera identidades colectivas, si podemos
hablar en esos términos—, sino desde la condición misma de la cultura, de las modalidades que ésta
se da para alentar la reflexión sobre sí misma. En ese movimiento envolvente de la cultura, reflexivo, es
donde se estaría necesariamente ante una resistencia de la significación, una “inercia” del sentido, de la
identidad de las subjetividades a preservarse. No se hablaría entonces de ciertas coyunturas históricas
de esta resistencia. Tampoco se condicionaría a ciertas modalidades organizativas o ciertos sistemas
de determinaciones sociales de la resistencia. La reflexividad crítica, como acto de desdoblamiento y
desplazamiento del sentido, suscitaría entonces un movimiento de afirmación de la significación y de
la identidad.
- Tú hablas del riesgo de la resistencia de la teoría por el riesgo del desmembramiento del objeto de
estudio. Estoy de acuerdo en la importancia de ese problema, pero lo veo asociado al desmembramiento
del sujeto o de la ilusión del sujeto de estudio, sujeto individual y sujeto grupal o gremial. Para ocultar la
artificialidad en la construcción de los campos teóricos en las ciencias sociales, ha sido necesario negar las
conexiones de cada campo con otros. Entonces se imaginan sujetos de conocimiento que sustentarían la
problemática del campo. Así la teoría se vuelve autojustificable. Pienso que lo que da cientificidad a una teo-
ría es su capacidad para cuestionar sus propios fundamentos. Quizá sea la única diferencia entre discursos
Ponencia presentada en el Coloquio Latinoamericano “Modernidad y Provincia” organizado dentro del marco de la Bie-
nal de Trujillo (Perú) - Noviembre 1987.
1 Consultar la apretada reflexión sobre la modernidad en América Latina, que revisa antecedentes internacionales y formu-
la hipótesis locales relacionadas con el corte postmodernista, en: “Los debates sobre la modernidad y el futuro de Latino
América”, de José Joaquín Brunner-Documento FLACSO, 1986
2 “El modelo de la reproducción tiene su base en lo que podría llamarse la evidencia constitutiva de América Latina: su rela-
ción con Europa y su pertenencia al mundo hegemónico de Occidente desde su integración a la historia mundial. Desde
esta perspectiva el pensamiento y la cultura latinoamericana se habrían visto forzados a reproducir el pensamiento y la
cultura europea, a desarrollarse como periferia de ese otro “universo” que, a través de sucesivas conquistas, se constituyó
en una especie de sujeto de su historia (...). Uno de los aspectos que tematiza ese enfoque es el rol de las elites ilustradas o
de los intelectuales, en tanto sector diferencial de la sociedad latinoamericana que, desde la independencia, vendría arti-
culando el pensamiento foráneo”.
Bernardo Subercaseaux —“La apropiación cultural en el pensamiento latinoamericano”— Revista Estudios Públicos Nº31
- Santiago de Chile - 1988.
3 “En los recurrentes períodos en que las elites niegan nuestra realidad cultural, el consecuente vacío de autoteoría subya-
cente (identidad) tiende a ser llenado con problemáticas, categorías y valoraciones ajenas, propias de los exocentros de
prestigio (...). Esta contradicción se resuelve en el plano simbólico mediante la mimesis: la representación del gesto ajeno,
que a la vez proporciona la vivencia de la seudoapropiación de sus valores: se representa ser y en cierto modo se vivencia
ser lo que no se es (...). Mimesis por cuanto se representó el gesto, ignorando su argumento: copiamos la imagen importa-
da desconociendo el contenido de su origen, y sin preocupación mayor acerca de si era o no relevante a nuestra realidad”.
Cristián Fernández - “Identidad cultural y arquitectura en Chile” - Catálogo “Chile Vive” - Madrid 1987.
4 Pedro Morandé - “Cultura y Modernización en América Latina” - Universidad Católica de Chile -1984.
5 “Mario Perniola, autor de una personal reflexión sobre el simulacro, observa que el triunfo planetario de las comunicacio-
nes anula toda posible confrontación con modelos y es el mismo concepto de copia subalterna que desaparece en la ver-
tiginosa reproducción de modos de vida y de pensamiento en lugares, tiempos y contextos socioculturales completamen-
te diversos de los que los habían originado, sin que tal contaminación consista en la unificación de un solo registro, sino en
el reconocimiento de singularidades propias”.
Rosa María Ravera - “Modernismo y Postmodernismo en la plástica argentina” - Revista de Estética N° 3 - Buenos Aires.
6 “Certainly, marginality is not now given as critical, for in effect the center has invaded the periphery and viceversa” - Hal
Ponencia presentada en el XXII Congreso AICA: “Arte y Tecnocultura en el final del Post-Moderno” (AICA-
CAYC-Buenos Aires-1988).
Diferencia de diferencias
Una brusca paradoja surgida de la retórica postmoderna de lo disgregado, convierte a Latinoamé-
rica en nueva protagonista transcultural del fragmento. Pero este súbito protagonismo conlleva múlti-
ples ambigüedades y sospechas. Después de tan repetidos esfuerzos para construirse polémicamen-
te como “otredad” frente al modelo colonizador de la cultura europeo-dominante, Latinoamérica se
encuentra hoy seducida por un discurso que la urge como diferencia de diferencias. Si es cierto que
el discurso de la postmodernidad ha ya teorizado y retorizado la fractura de todas las identidades en
cuanto referentes unitarios y centrados, Latinoamérica vendría entonces a sumarse a esta explosiva
cadena de diferencialidades como una simple fractura más, ya concertada por el discurso metropolita-
no (en este caso, el postmoderno). El que funcionaba precisamente para ella, hasta hace poco, como el
referente unitario y centrado y contra cuya polaridad represora la periferia debía rebelarse.
¿Hasta dónde esta (nuestra) condición de suplemento a dicha cadena, de añadidura a lo preconce-
bido de su montaje, nos impide —o aún permite— actuar en su interior como contraposición denun-
ciante a lo acomodaticio de su lógica de la alteridad? ¿Hasta dónde el hecho que el discurso postmo-
derno de la crisis de centralidades y dominancias juegue a incluirnos en su repertorio oficial bajo el
lema tolerante de lo “otro”, nos arrebata la posibilidad de ser actores, y no sólo figurantes, de nuestra
propia reformulación de discursos?
Estas son algunas de las preguntas a través de las cuales me parece que las retorsiones y contorsio-
nes de la dominante postmoderna interpelan el sujeto latinoamericano.
El “lugar-común” de la reproducción
Postmodernismo y tecnocultura se interdesignan bajo un mismo sistema de condicionantes que
modelan una nueva sensibilidad a las mutaciones tecnológicas del entorno comunicativo: fragmen-
tación y dispersión del saber repartido en micropartículas informativas; sobresaturación de los efec-
tos mediatizadores de los códigos que desrealizan lo real y lo convierten en espectáculo de sí mismo
abismado en la imagen de su propia evanescencia; disolución de las fronteras entre cultura superior y
cultura popular, como resultado del entrecruzamiento de las redes difusoras que indiscriminadamente
vehiculan cualquier tipo de mensajes trastrocando privilegios de formas o contenidos, etc.
Propongo interrelacionar estas designantes culturales por medio de una reflexión que les resulte
común al ámbito postmoderno y a la cultura latinoamericana: punto de cruce de discursos y contextos
que dialoguen o polemicen entre sí bajo el acento de una relación compartida.
Propongo que esta relación sea la de modelo/copia, en cuanto —por una parte— tal relación ha
sido estructuradora del modo que tuvo América Latina de pensarse a sí misma bajo el signo moder-
nista de la dependencia y —por otra parte— ésta resulta clave para el debate postmodernista que
comenta sus fallas relacionándolas tanto con el derrumbe de los modelos (en cuanto depositarios de
una quintaesencia del sentido) como con la crisis de los originales introducida por la tecnocultura en la
lógica de la reproductividad.
Modelos y sospecha
La primera discusión que afecta jerarquía y prevalencias —dentro del marco de la postmoderni-
dad— concierne al “modelo” tomado en el sentido de la ejemplaridad de una construcción, o de su peso
valórico como referente de autoridad.
El comentario postmoderno ha difundido la sospecha que los grandes relatos evolutivos o dialéc-
ticos de la modernidad han agotado los presupuestos de racionalidad e historicidad que le servían de
guías emancipatorias, y que los contenidos de verdad de sus representaciones científicas o filosóficas
En “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, hacia el final de la descripción de los progresivos y devastadores
efectos de Tlön sobre nuestro mundo, cuando el narrador, Borges, menciona la inquietante duplicación
de objetos perdidos en los terribles hrönir, introduce otra clase de objeto: “Más extraño y más puro que
todo hrön es a veces el ur: la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la esperanza”. 1 Dado
que el hrön se ha definido previamente como “objeto secundario”, 2 un ur sería algo así como un obje-
to primario: como objeto de deseo, el ur es la cosa misma, lo real en tanto que elaboración y concre-
ción imaginaria: objeto propiamente pre-ontológico, en el sentido de que es susceptible de fundar una
ontología.
El ur es el objeto alrededor del cual la práctica historiográfica ejemplificada por Milliani o Fernán-
dez Retamar circula. Es el que identifica Severo Sarduy bajo el nombre de “signo eficaz” en referencia a
su mentor literario Lezama:
Los personajes y la intriga [de Paradiso] no son sino excesos, desbordamientos, reverberacio-
nes de ese signo eficaz que en cierto modo puede identificarse con las supra verba [sic] de que
habla Lezama: una palabra que no se presenta en la página, en un plano neutro de dos dimen-
siones, denotativa y funcional, vehículo de una información más, sino al contrario, que posee
“sus tres dimensiones de expresividad, ocultamiento y signo”. 3
Este signo eficaz de la escritura lezamiana es el signo que logra la presentación de lo impresenta-
ble: cabalmente, un signo que expresa ocultamiento. Refiriéndose a lo mismo en “Imágenes del tiem-
po inmóvil”, Sarduy habla de “la fiesta innombrable que no se llegó a realizar”. 4 El signo eficaz, el ur, lo
innombrable son sin embargo causa fundamental y eficiente de escritura.
Pero Borges tiene otra manera de referirse a su objeto ur: el objeto que llama “joya” en “La perpetua
carrera de Aquiles y la tortuga”, o también “limpidez que no excluye lo impenetrable”. 5 De esta “joya”
dice al final de “Avatares de la tortuga”: “Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos
soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el
tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber
11 Michael Taussig, The Devil and Commodity Fetishism in South America, Chapel Hill: North Carolina, 1982.
12 Fredric Jameson, Postmodernism, passim. Ver también sobre las relaciones entre centro y periferia en el pensamiento de
Jameson Santiago Colás, “The Third World in Jameson’s Postmodernism Or, the Cultural Logic of Late Capitalism”, Social Text
31-32 (1992): 258-70, así como las páginas 5-19 y passim de Postmodernity in Latin America. The Argentine Paradigm, Dur-
ham: Duke University Press, 1994.
El centro, entendido como foco de sentido, y no como foco de ausencia de sentido, pertenece
según Laclau/Mouffe a países tercermundistas, únicos lugares donde la lucha genuinamente popular,
por oposición a múltiples (pero menores) luchas democráticas, es todavía posible. Para Laclau y Mouffe
es el ámbito del capitalismo avanzado el que no tiene posibilidad de centro, y el que reacciona contra
tal déficit en la multiplicación de luchas democráticas en las que lo que primeramente está en juego
es la lucha por el establecimiento de su sentido mismo. Por supuesto esta división, reminiscente de
la conocida tesis de Lyotard sobre metarrelatos y posmodernidad, debe permanecer también fluida y
meramente regulativa para el pensamiento, y ello por una razón poderosa: si la modernidad está carac-
terizada por las metanarrativas, y la posmodernidad por la ausencia de ellas (y por una proliferación
compensatoria de micronarrativas), entonces no habría posmodernidad en países del Tercer Mundo,
por cuanto las “brutales y centralizadas formas de dominación” le darían al tercermundo un centro sim-
ple y claramente definido, alrededor del cual se hace posible y necesario tejer o sostener una narrativa
emancipatoria.
La tesis misma, que da un centro a la periferia, que vuelve a la periferia un centro donde la lucha
popular, y con ella el verdadero sentido de la historia, son todavía posibles, funcionaría para el primer-
mundo como una metanarrativa de enorme importancia, fundacional y determinante del campo inte-
lectual. Desde la perspectiva del centro metropolitano, el centro de la historia, la posibilidad misma
de historicidad se ha mudado al tercermundo al mismo tiempo que el primero la ha perdido. Por otra
parte, sin embargo, en la medida en que la acumulación flexible tiende hacia la saturación total del
Lectura Nº1
Bhabha, Homi, “Lo Poscolonial y lo Posmoderno” (Cap. IX), en El Lugar de la Cultu-
ra, Buenos Aires, Argentina, Ediciones Manantial SRL, 1994, pp. 211-240.
LA SUPERVIVENCIA DE LA CULTURA
La crítica poscolonial da testimonio de las fuerzas desiguales y desparejas de la representación cul-
tural implicadas en la disputa por la autoridad política y social dentro del orden del mundo moderno.
Las perspectivas poscoloniales emergen del testimonio colonial de países del Tercer Mundo y de los
discursos de las “minorías” dentro de las divisiones geopolíticas de Este y Oeste, Norte y Sur. Intervie-
nen en esos discursos ideológicos de la modernidad que intentan dar una “normalidad” hegemónica
al de-sarrollo desigual y las historias diferenciales, a menudo desventajosas, de naciones, razas, comu-
nidades, pueblos. Formulan sus revisiones críticas alrededor de temas de diferencia cultural, autoridad
social y discriminación política para poder revelar los momentos antagónicos y ambivalentes dentro
de las “racionalizaciones” de la modernidad. Inclinando a Jürgen Habermas para utilizarlo en función de
nuestros propósitos, podríamos argumentar también que el proyecto poscolonial, en el nivel teórico
más general, busca explorar esas patologías sociales (“pérdida de sentido, condiciones de anomia”) que
ya no se limitan a “amontonarse alrededor de antagonismos de clase, [sino que] irrumpen entre contin-
gencias históricas ampliamente diseminadas”. 2
Estas contingencias suelen ser los fundamentos de la necesidad histórica para elaborar estrategias
emancipatorias de adquisición de poder [empowerment], poniendo en escena otros antagonismos socia-
les. Para reconstituir el discurso de la diferencia cultural se requiere no un mero cambio de contenidos y
símbolos culturales; un reemplazo dentro del mismo marco temporal de representación nunca es ade-
cuado. Se requiere una revisión radical de la temporalidad social en la que puedan escribirse las historias
emergentes, la rearticulación del “signo” en el cual las identidades culturales puedan inscribirse. Y la con-
tingencia como el tiempo significante de las estrategias contrahegemónicas no es una celebración de
“falta” o “exceso”, o una serie autoperpetuadora de ontologías negativas. Ese “indeterminismo” es la marca
de un espacio conflictivo pero productivo en el cual la arbitrariedad del signo de la significación cultural
emerge dentro de los límites regulados del discurso social.
En este sentido saludable, un rango de teorías críticas contemporáneas sugiere que aprendemos
NUEVOS TIEMPOS
La posición enunciativa de los estudios culturales contemporáneos es a la vez compleja y proble-
mática. Intenta institucionalizar un espectro de discursos transgresivos cuyas estrategias son elabo-
radas alrededor de sitios no equivalentes de representación, donde una historia de discriminación y
desfiguración es común entre, digamos, mujeres, negros, homosexuales y migrantes del Tercer Mundo.
No obstante, los “signos” que construyen esas historias e identidades (género, raza, homofobia, diáspora
de posguerra, refugiados, la división internacional del trabajo, etc.) no sólo difieren en contenidos sino
que a menudo producen sistemas incompatibles de significación y comprometen formas distintas de
la subjetividad social. Para proporcionar un imaginario social basado en la articulación de momentos
diferenciales y hasta disyuntivos de la historia y la cultura, los críticos contemporáneos recurren a la
peculiar temporalidad de la metáfora lingüística. Es como si la arbitrariedad del signo, la indetermina-
ción de la escritura, la escisión del sujeto de la enunciación, estos conceptos teóricos, produjeran las
descripciones más útiles de la formación de sujetos culturales “posmodernos”.
Cornel West pone en acción “una medida de pensamiento sinecdóquico” (las bastardillas son mías) al
intentar hablar del problema de la interpelación en el contexto de una cultura negra radical y “práctica”:
Una tremenda articulación es sincopada con el tambor africano [...] en un producto pos-
modernista norteamericano: no hay sujeto que exprese la angustia originaria aquí, sino un
sujeto fragmentado, tomando del pasado y el presente, produciendo de modo innovador un
producto heterogéneo. [...] Es parte de las energías subversivas de la juventud negra de infra-
clase, energías que son obligadas a tomar un modo de articulación cultural.6
Stuart Hall, escribiendo desde la perspectiva de los miembros fragmentados, marginalizados, racial-
mente discriminados de una infraclase posthatcherista, cuestiona el carácter sentencioso de la ortodo-
xia izquierdista en tanto:
Seguimos pensando con una lógica política unilinear e irreversible, movida por una enti-
dad abstracta que llamamos economía o capital desplegándose hacia su fin predestinado.7
Antes, en su libro, usa el signo lingüístico como una metáfora para una lógica política más diferen-
cial y contingente de la ideología:
[El] signo ideológico está siempre multiacentuado, y tiene dos caras; esto es, puede ser rearti-
culado discursivamente para construir nuevos sentidos, conectar con diferentes prácticas sociales,
Deborah McDowell, en su lectura de Dessa Rose, de Sherley Anne Williams, afirma que es la tempo-
ralidad del “presente” enunciatorio, “y sus discursos [...] en una disposición heterogénea y desordenada”,
abierta en la narrativa, lo que permite al libro enfrentar vigorosamente “la crítica del sujeto y la crítica
de las oposiciones binarias... con cuestiones de la política y la problemática del lenguaje y la represen-
tación”.12 Paul Gilroy escribe sobre la “comunidad” dialógica y performativa de la música negra (rap, dub,
scratching) como un modo de constituir un sentido abierto de la colectividad negra en el ritmo cam-
biante y móvil del presente.13 Más recientemente, Houston A. Baker, Jr ha presentado un enérgico argu-
mento contra el carácter sentencioso de la “alta cultura” y a favor del “juego muy, muy sólido de la músi-
ca rap”, argumento expuesto en forma vibrante en el título de su ensayo: Hibridity, the Rap Race and the
Pedagogy of the 1990s.14 En su perspicaz introducción a una antología de crítica feminista negra, Henry
Louis Gates, Jr describe los cuestionamientos y negociaciones del feminismo negro como estrategias
culturales y textuales de adquisición de poder, precisamente porque la posición crítica que ocupan está
libre de las polaridades “invertidas” de una “contrapolítica de exclusión”:
Nunca han estado obsesionadas por llegar a ninguna autoimagen singular, ni en legislar
quién puede o no puede hablar del tema, ni en establecer fronteras entre “nosotras” y “ellos”. 15
un punto-medio no dialéctico, una estructura de predicación conjunta, que no puede ser apre-
hendida por los predicados que distribuye. [...] No es que su capacidad [...] muestre una falta
de poder; es más bien que esta incapacidad es constitutiva de la posibilidad misma de la lógi-
ca de la identidad.16
FUERA DE LA FRASE
A medias dormido en su banqueta del bar, del cual Tanger es la ubicación ejemplar, Barthes intenta
“enumerar la estereofonía de lenguajes al alcance del oído: música, conversaciones, sillas, vasos, árabe,
francés”. 17 De pronto el discurso interior del escritor se vuelve hacia el espacio exorbitante del mercado
marroquí:
En este punto, escribe Barthes, toda lingüística que le dé una dignidad exorbitante a la sintaxis pre-
dicativa cae. Tras ella se hace posible subvertir el “poder de completud que define el dominio de la frase
y marca, como con un supremo savoir faire difícilmente ganado, a los agentes de la frase”.19 La jerarquía
y las subordinaciones de la frase son reemplazadas por la definitiva discontinuidad del texto, y lo que
emerge es una forma de escritura que Barthes describe como “escribir en voz alta”:
un texto de incidentes pulsionales, la lengua rellena de carne, un texto donde podemos oír el
granulado de la voz [...] una estereofonía plenamente carnal: la articulación de la lengua, no el
sentido del lenguaje.20
¿Por qué volver a la fantasía diurna del semiótico? ¿Por qué empezar con la “teoría” como una
historia, como un relato y anécdota, antes que con la historia o el método? Empezar con el proyecto
semiótico (enumerar todos los lenguajes al alcance del oído) evoca recuerdos de la influencia seminal
de la semiótica dentro de nuestro discurso crítico contemporáneo. A ese fin, este petit récit ensaya algu-
nos de los temas principales de la teoría contemporánea prefigurados en la práctica de la semiótica: el
autor como un espacio enunciativo; la formación de la textualidad después de la caída de la lingüística;
el enfrentamiento entre la frase de sintaxis predicativa y el sujeto discontinuo del discurso; la disyun-
ción entre lo léxico y lo gramatical dramatizado en la libertad (quizás libertinaje) del significante.
Encarar el ensueño diurno de Barthes equivale a reconocer la contribución formativa de la semió-
tica a esos conceptos influyentes (signo, texto, texto límite, idiolecto, écriture) que se han vuelto tanto
más importantes desde que han pasado a lo inconsciente de nuestro oficio crítico. Cuando Barthes
intenta producir, con su sugerente brillo errático, un espacio para el placer del texto entre “el policía
político y el policía psicoanalítico” (esto es, entre “la futilidad y/o la culpa, el placer es ocioso o vano, una
idea de clase o una ilusión”), 21 evoca recuerdos de los intentos, a fines de la década de 1970 y media-
dos de la de 1980, por mantener recta la línea política mientras la línea poética luchaba por liberarse de
su detención postalthusseriana. Qué culpa, qué placer.
Por el momento, tematizar la teoría no viene al caso. Reducir este extraño y maravilloso sueño diur-
no del pedagogo semiótico, algo bebido, a otra mera repetición de la letanía teórica de la muerte del
autor sería reductivo al extremo. Pues el ensueño diurno toma la semiótica por sorpresa; transforma
la pedagogía en la exploración de sus propios límites. Si buscamos simplemente lo sentencioso o lo
exegético, no captaremos el momento híbrido fuera de la frase: no del todo experiencia, todavía no
concepto; en parte sueño, en parte análisis; ni significante ni significado. Este espacio intermedio entre
la teoría y la práctica irrumpe en la demanda semiológica disciplinaria de enumerar todos los lenguajes
al alcance del oído.
te entre el sujeto y el objeto, el adentro y el afuera.23 Es la cuestión de la agencia, tal como emerge en
relación con lo indeterminado y lo contingente, lo que quiero explorar “fuera de la frase”. No obstante,
quiero preservar, en todo momento, ese sentido amenazante en el que la no-frase es contigua a la frase,
cerca pero diferente, no simplemente su disrrupción anárquica.
¿TÁNGER O CASABLANCA?
Lo que encontramos fuera de la frase, más allá de la estereotomía occidental, es lo que llamaré la
“temporalidad” de Tánger. Es una estructura de temporalidad que emergerá sólo lenta e indirectamen-
te, según pasa el tiempo, como dicen en los bares de Marruecos, ya sea en Tánger o en Casablanca. No
obstante, hay una diferencia instructiva entre Casablanca y Tánger. En Casablanca el paso del tiempo
preserva la identidad del lenguaje; la posibilidad de nombrar a través del tiempo queda fijada en la
repetición:
La agencia implícita en este discurso es objetivizada en una estructura de la negociación del sen-
tido que no es una falta de tiempo en flotación libre sino un desfase temporal [time-lag] (un momento
contingente) en la significación de la clausura. Tánger, el “signo” de la “no-frase” se vuelve retroactiva-
mente, al final del ensayo de Barthes, una forma de discurso que él llama “escribir en voz alta”. El desfa-
se temporal entre el hecho del signo (Tánger) y su eventualidad discursiva (escribir en voz alta) ejem-
plifica un proceso donde la intencionalidad es negociada retrospectivamente.26 El signo encuentra su
clausura retroactivamente en un discurso que él anticipa en la fantasía semiótica: hay una contigüidad,
una coextensividad, entre Tánger (como signo) y escribir en voz alta (formación discursiva), en la que
escribir en voz alta es el modo de inscripción del que Tánger es signo. No hay causalidad estricta entre
Tánger como el comienzo de la predicación y escribir en voz alta como el fin de la clausura; pero no hay
significante de flotación libre ni un infinito de productividad textual. Hay la posibilidad más compleja
de negociar el sentido y la agencia mediante el desfase temporal entre-medio [in-between] del signo
(Tánger) y su iniciación de un discurso o narrativa, donde la relación de teoría y práctica es parte de lo
[Escribir en voz alta] logra desplazar lo significado a gran distancia y arrojar, por así decir,
el cuerpo anónimo del actor en mi oído. [...] Y este cuerpo de goce es también mi sujeto históri-
co; pues es en la conclusión de un proceso muy complejo de elementos biográficos, históricos,
sociológicos, neuróticos [...] donde controlo el juego contradictorio del placer (cultural) y el
goce (no cultural), donde me escribo como un sujeto por el momento fuera de lugar.34
Los campesinos musulmanes [vinieron] al Kisan Sabha “a veces inscribiendo una hoz y un
martillo en la bandera de la Liga Musulmana”, y los jóvenes maulavis “[recitaban] versos melo-
diosos del Corán” en las asambleas aldeanas “mientras condenaban el sistema jodetari y la
práctica de cobrar altas tasas de interés”. 39
El uso que hace Bajtín de la metáfora de la cadena de comunicación toma el sentido de la contin-
gencia como contigüidad, mientras que la cuestión del “vínculo” inmediatamente propone el problema
de la contingencia como lo indeterminado. El desplazamiento que efectúa Bajtín sobre el autor como
agente resulta de su reconocimiento de la estructura “compleja, multiplanar” del género hablado que
existe en la tensión cinética entre-medio de las dos fuerzas de la contingencia. Los límites espaciales
La emisión parece estar surcada por ecos distantes y apenas audibles de cambios de suje-
tos de habla e insinuaciones dialógicas, fronteras de emisión muy debilitadas que son com-
pletamente penetrables por la expresión del autor. La emisión prueba ser un fenómeno muy
complejo y multiplanar si es considerado no en su aislamiento y con respeto a su autor [...]
sino como un eslabón en la cadena de la comunicación hablada y con respecto a otras emisio-
nes relacionadas [...].44
La perplejidad está en que en cualquier serie de hechos que juntos forman un relato con
Ésta es la estructura del espacio intersubjetivo entre agentes, que Arendt llama “inter-es”. Es esta
esfera pública de lenguaje y acción la que debe volverse a la vez el teatro y la pantalla para la mani-
festación de las capacidades de la agencia humana. Al modo de Tánger, el hecho y su eventualidad
son separados; el desfase temporal del relato vuelve contingentes al quién y al qué, escindiéndolos, de
modo que el agente sigue siendo el sujeto, en suspensión, fuera de la frase. El agente que “causa” el
relato se vuelve parte del interés, sólo porque no podemos señalar inequívocamente a ese agente en
el punto de resultado. La contingencia que constituye la individuación (en el retorno del sujeto como
agente) es lo que protege el interés del campo intersubjetivo.
La contingencia de la clausura socializa al agente como un “efecto” colectivo a través del distan-
ciamiento del autor. Entre la causa y su intencionalidad cae la sombra. ¿Podemos entonces proponer
incuestionablemente que un relato tiene un único sentido? ¿A qué fin tiende la serie de hechos si el
autor del resultado no es inequívocamente el autor de la causa? ¿No sugiere eso que la agencia surge
en el retorno del sujeto, de la interrupción de la serie de hechos como una clase de interrogación y
reinscripción de antes y después? Donde las dos se tocan, ¿no hay esa tensión cinética entre lo contin-
gente como contiguo y lo indeterminado? Es desde ese lugar que habla y actúa la agencia: Che vuoi?
Estas cuestiones son provocadas por la brillante sugestividad de Arendt, pues su estilo actúa sinto-
máticamente las perplejidades que evoca. Después de unir el sentido único y el agente causal, dice que
el “actor invisible” es una “invención que surge de una perplejidad mental” que no corresponde a nin-
guna experiencia real.47 Es el distanciamiento de lo significado, el fantasma o simulacro de la angustia
(en el lugar del autor) lo que, según Arendt, indica con más claridad la naturaleza política de la historia.
El signo de lo político, además, no está investido en “el carácter del relato mismo sino sólo [en] la moda-
lidad en la que viene a la existencia”. 48 Por lo tanto, son el campo de la representación y el proceso de la
significación los que constituyen el espacio de lo político. ¿Qué es temporal en el modo de existencia
de lo político? Aquí Arendt recurre a una forma de repetición para resolver la ambivalencia de su argu-
mento. La “reificación” del agente sólo puede tener lugar, escribe, a través de “una clase de repetición, la
imitación de la mímesis, que de acuerdo con Aristóteles prevalece en todas las artes pero es más apro-
piada al drama”. 49
La repetición del agente, reificado en la visión liberal del estar juntos, es muy diferente de mi senti-
do de la agencia contingente para nuestra era poscolonial. Los motivos para esto no son difíciles de ver.
La creencia de Arendt en las cualidades reveladoras de la mímesis aristotélica se basan en una noción
de comunidad, de la esfera pública, que es en gran medida consensual: “Donde la gente está con otros
y ni a favor ni en contra de ellos —ahí está el simple ‘estar juntos’ humano [togetherness]”. 50 Cuando la
gente está apasionadamente a favor o en contra de otro, entonces el “estar juntos” humano se pierde,
y se niega la plenitud del tiempo mimético aristotélico. La forma de mímesis social de Arendt no se
ocupa de la marginalidad como un producto del Estado liberal, que puede, si es articulada, revelar las
limitaciones de su sentido común (inter-es) de la sociedad desde la perspectiva de minorías o margina-
Es el elemento temporal [...] o la ruptura temporal [...] la intervención de una escansión que
permite la intervención de algo que puede tomar sentido para un sujeto. [...] Hay de hecho una rea-
lidad de signos dentro de la cual existe un mundo de verdad enteramente privado de subjetividad,
y por otro lado, ha habido un desarrollo histórico de la subjetividad manifiestamente dirigido hacia
el redescubrimiento de la verdad que yace en el orden de los símbolos.52
El proceso de reinscripción y negociación (la inserción o intervención de algo que toma un nuevo
sentido) sucede en el quiebre temporal entremedio del signo, privado de subjetividad, en el campo de
lo intersubjetivo. Mediante este desfase temporal (el quiebre temporal en la representación) emerge el
proceso de la agencia a la vez como un desarrollo histórico y como una agencia narrativa del discurso
histórico. Lo que sale con tanta claridad en la genealogía que hace Lacan del sujeto es que la intencio-
nalidad del agente, que parece “manifiestamente dirigida” hacia la verdad del orden de los símbolos en
el imaginario social, es también un efecto del redescubrimiento del mundo de la verdad negado sub-
jetivamente (porque es intersubjetivo) al nivel del signo. En la tensión contingente que resulta, el signo
y el símbolo se solapan y son articulados indeterminadamente a través del “quiebre temporal”. Donde
el signo privado del sujeto (intersubjetividad) retorna como la subjetividad dirigida hacia el redescu-
brimiento de la verdad, entonces un reordenamiento de símbolos se vuelve posible en la esfera de lo
social. Cuando el signo interrumpe el flujo sincrónico del símbolo, también captura el poder para elabo-
rar (mediante el desfase temporal) agencias de articulación nuevas e híbridas. Éste es el momento para
las revisiones.
la sociedad liberal ya contiene las instituciones para su propia mejora (y que) el pensamiento
occidental social y político puede haber tenido la última revolución conceptual que necesi-
taba en la sugerencia de J.S. Mill de que los gobiernos deberían optimizar el equilibrio entre
dejar en paz la vida privada de la gente e impedir el sufrimiento.54
A esto se le anexa una nota al pie donde los ironistas liberales de pronto pierden sus poderes de
redescripción:
Esto no equivale a decir que el mundo haya tenido ya la última revolución política que
necesita. Es difícil imaginar la disminución de crueldad en países como Sudáfrica, Paraguay y
Albania sin una revolución violenta. [...] Pero en esos países el simple coraje (como el de los
líderes de COSATU o los firmantes de la Carta 77) es la virtud pertinente, no la clase de inteli-
gencia reflexiva que hace contribuciones a la teoría social.55
Es aquí donde cesa la conversación de Rorty, pero debemos forzar el diálogo para acreditar la teo-
ría cultural y social poscolonial que revela los límites del liberalismo en la perspectiva poscolonial: “La
cultura burguesa alcanzó su límite histórico en el colonialismo”, escribe Guha sentenciosamente,56 y, casi
como hablando “fuera de la frase”, Veena Das reinscribe el pensamiento de Guha en el lenguaje afectivo
de una metáfora y el cuerpo: “Las rebeliones subalternas sólo pueden darnos una noche de amor.[...]
Pero quizás al percibir este desafío el historiador nos ha dado un medio de construir los objetos de ese
poder como sujetos”. 57
En su excelente estudio “Lo subalterno como perspectiva”, Das reclama una historiografía de lo su-
balterno que desplace el paradigma de la acción social tal como es definido primariamente por la acción
racional. Ella busca una forma de discurso donde la escritura afectiva e iterativa desarrolle su propio len-
guaje. La historia como escritura que construye el momento del desafío emerge en el “magma de sig-
nificaciones”, pues la “clausura representacional que se presenta cuando encontramos pensamiento en
formas objetivadas está ahora desgarrada. En su lugar vemos este orden interrogado”. 58 En una argu-
La naturaleza del conflicto dentro del cual está encerrada una casta o una tribu puede
darnos las características del momento histórico; suponer que podemos conocer a priori las
mentalidades de castas o comunidades es asumir una perspectiva esencialista que las pruebas
presentadas en los mismos volúmenes de Subaltern Studies no sostendría.60
¿No se parece la estructura contingente de la agencia a lo que Frantz Fanon describe como el
conocimiento de la práctica de la acción?61 Fanon arguye que el maniqueísmo primitivo del colono
(blanco y negro, árabe y cristiano) se derrumba en el presente de lucha e independencia. Las pola-
ridades son reemplazadas con verdades que son sólo parciales, limitadas e inestables. “Cada marea
local revisa la cuestión política desde el punto de vista de todas las redes políticas”. Los líderes debe-
rían afirmarse contra los que, dentro del movimiento, tienden a pensar que “los matices de sentido
constituyen peligros y abren grietas en el bloque sólido de la opinión popular”. 62 Lo que Das y Fanon
reescriben es la potencialidad de la agencia constituida mediante el uso estratégico de la contingen-
cia histórica.
La forma de agencia que he intentado describir mediante la esgrima del signo y el símbolo, la con-
dición significativa de la contingencia, la noche de amor, retorna para interrogar esa dialéctica de la
modernidad, la más audaz que haya presentado la teoría contemporánea: el “Hombre y sus dobles” de
Foucault. La influencia productiva de Foucault en los estudios poscoloniales, de Australia a la India, no
ha escapado a reparos, particularmente en su construcción de la modernidad. Mitchell Dean, escribien-
do en el periódico de Melbourne Thesis Eleven, observa que la identidad de la modernidad occidental
sigue siendo obsesivamente “el horizonte más general bajo el cual se ubican todos los análisis históri-
cos reales de Foucault”. 63 Y por esta misma razón, Partha Chatterjee afirma que la genealogía del poder
de Foucault tiene usos limitados en el mundo en desarrollo. La combinación de regímenes de poder
Dado que el tiempo le llega desde alguna parte distinta de sí mismo, se constituye como
un sujeto de historia sólo por sobreimposición de [...] la historia de las cosas, la historia de las
palabras. [...] Pero esta relación de simple pasividad es inmediatamente invertida [...] pues él
también tiene derecho a un desarrollo tan positivo como el de los seres y las cosas, y no menos
autónomo.66
Como resultado, el sujeto histórico heimlich que emerge en el siglo XIX no puede dejar de consti-
tuir el conocimiento unheimlich de sí mismo, relacionando compulsivamente un episodio cultural con
otro en una serie, infinitamente repetitiva, de acontecimientos que son metonímicos e indetermina-
dos. Los grandes relatos del historicismo decimonónico sobre los que se fundaban sus reivindicacio-
nes de universalismo (evolucionismo, utilitarismo, evangelismo) eran también, en otro tiempo/espacio
textual y territorial, las tecnologías de ejercicio del gobierno [governance] colonial e imperialista. Es
el “racionalismo” de estas ideologías de progreso el que es erosionado cada vez más en el encuentro
con la contingencia de la diferencia cultural. En otro sitio he explorado este proceso histórico, perfec-
tamente captado en las palabras pintorescas de un misionero desesperado a comienzos del siglo XIX
con el problema colonial de la “astuta urbanidad”. El resultado de este encuentro colonial, sus anta-
gonismos y ambivalencias, tiene un efecto fundamental sobre lo que Foucault bellamente describe
como lo “exiguo del relato” de la historia en esa era renombrada por su historización (y colonización)
del mundo y la palabra.67
Ahora la historia “ocurre en los límites externos del objeto y el sujeto”, escribe Foucault,68 y es para
examinar el inconsciente siniestro de la duplicación de la historia que recurre a la antropología y el psi-
Hay una cierta posición en la ratio occidental que fue constituida en su historia y propor-
ciona un fundamento para la relación que puede tener con las otras sociedades, aun con la
sociedad en la que apareció históricamente.69
Foucault no logra elaborar esa “cierta posición” y su constitución histórica. Pero al renegarla la nom-
bra como una negación en el renglón siguiente, que dice: “Obviamente esto no significa que la situa-
ción colonizante sea indispensable para la etnología”.
¿Estamos pidiendo que Foucault reinstaure el colonialismo como el momento ausente en la dialéc-
tica de la modernidad? ¿Queremos que “complete” el argumento apropiándose del nuestro? Definitiva-
mente no. Sugiero que la perspectiva poscolonial está trabajando subversivamente en su texto en ese
momento de contingencia que permite progresar a la contigüidad de su argumento, siguiendo un pen-
samiento a otro. De pronto, en el punto de su clausura, una curiosa indeterminación entra en la cadena
del discurso. Éste se vuelve el espacio de una nueva temporalidad discursiva, otro lugar de enunciación
que no permitirá que el argumento se extienda en una generalidad no problemática.
En este espíritu de conclusión, quiero sugerir un punto de partida para el texto poscolonial en el
olvido foucaultiano. Hablando de psicoanálisis Foucault es capaz de ver cómo el conocimiento y el
poder se unen en el “presente” enunciativo de la transferencia: la “violencia calma”, como la llama, de
una relación que constituye el discurso. Renegando el momento colonial como un presente enunciati-
vo en la condición histórica y epistemológica de la modernidad occidental, Foucault puede decir poco
sobre la relación transferencial entre el Occidente y su historia colonial. Reniega precisamente el texto
colonial como fundamento para la relación que puede tener la razón occidental “hasta con la sociedad
en la que apareció históricamente”. 70
Leyéndolo desde esta perspectiva podemos ver que, al espacializar insistentemente el “tiempo” de
la historia, Foucault constituye una duplicación del “hombre” que es extrañamente colusoria con su dis-
persión, equivalente a su anfibología, y siniestramente autoconstituyente, pese a su juego de “duplica-
ción y división”. Leyéndolo desde la perspectiva transferencial, donde la razón occidental retorna a sí
desde el desfase temporal de la relación colonial, podemos ver cómo la modernidad y la posmoderni-
dad se constituyen a sí mismas desde la perspectiva marginal de la diferencia cultural. Se encuentran
contingentemente en el punto en que la diferencia interna de su propia sociedad es reiterada en térmi-
nos de la diferencia del otro, la alteridad del sitio poscolonial.
En este punto de autoalienación retorna la agencia poscolonial, en un espíritu de calma violencia,
para interrogar el fluido doble foucaultiano de las figuras de la modernidad. Lo que revela no es un
concepto enterrado sino una verdad sobre el síntoma del pensamiento de Foucault, el estilo de dis-
curso y narrativa que objetiviza sus conceptos. Revela la razón para que el deseo de Foucault juegue
Notas
1 J. Derrida, “My chances/mes chances”, en J. H. Smith y W. Kerrigan (comps.), Taking Chances: Derrida, Psychoanalysis, Literature,
Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1984, pág. 8.
2 J. Habermas, The Philosophical Discourse of Modernity: Twelve Lectures, trad. G. G. Lawrence, Cambridge, Mass., MIT Press,
págs. vii-xii.
4 E. Said, “Third World intellectuals and metropolitan culture”, Raritan, vol. 9, Nº3, 1990, pág. 49.
5 F. Jameson, The Political Unconscious: Narrative as a Socially Symbolic Act, Ithaca, Cornell University press, 1981, pág. 266.
6 C. West, “Interview with Cornel West”, en A. Ross (comp.), Universal Abandon, Edimburgo, Edinburgh University Press, 1988,
págs. 280-1.
7 S. Hall, The Hard Road to Renewal, Londres, Verso, 1988, pág. 273.
8 Ibid., págs. 9-10.
9 C. Taylor, Philosophy and the Human Sciences, Cambridge, Cambridge University Press, 1985, pág. 145.
10 Ibid., pág. 151 (las bastardillas son mías).
11 H. Spillers, “Changing the letter”, en D. E. McDowell y A. Rampersad (comps.), Slavery and the Literary Imagination, Baltimore,
sachusetts: “¿Qué sucede en ese fugaz momento parcial, entre-medio [in-between) de la cadena de significantes?” Al pare-
cer, Cambridge no está tan lejos de Tánger.
18 R. Barthes, The Pleasure of the Text, trad. R. Miller, Nueva York, Hill, 1975, pág. 49 (las bastardillas son mías).
19 Ibid., pág. 50.
20 Ibid., págs. 66-7.
21 Ibid.,pag.57.
22 Ibid., pág.49.
II
El ejemplo más claramente presente de tal violencia epistémica es ese proyecto de orquestación
remota, de largo alcance y heterogéneo para constituir al sujeto colonial como Otro. Ese proyecto repre-
senta también la anulación asimétrica de la huella de ese Otro en su más precaria Subjetividad. Es bien
sabido que Foucault ubica la violencia epistémica, como una completa re-examinación de la episteme, en
la redefinición de la locura a fines del siglo XVIII europeo. Pero, ¿qué sucedería si esa particular redefini-
ción fuera sólo una parte de la narración de la historia en Europa y también en las colonias? ¿Qué ocurri-
ría si los dos proyectos de examen epistémico funcionaran como partes fracturadas y no reconocidas de
una vasta maquinaria dual? Quizás esto no sería diferente de preguntarse si el subtexto de la narrativa
del imperialismo como palimpsesto no debería ser reconocido como un “conocimiento sojuzgado”, “un
conjunto de conocimientos que han sido descalificados como inadecuados para con su tarea o elabora-
dos de modo insuficiente: conocimientos ingenuos, colocados en la base de la jerarquía, por debajo del
nivel requerido para adquirir dignidad cognoscitiva o cientificidad.” (Foucault, 1972-177: 82).
Esto no significa describir las cosas “según lo que en realidad sucede” ni tampoco privilegiar la
narración de la historia como un imperialismo que da la mejor versión de la historia. Más bien, se trata
de ofrecer un aporte en torno a la idea de cómo una explicación y narración de la felicidad fue estable-
cida como la norma. Para trabajar esta idea permítaseme levantar el velo para ver lo que hay debajo de
la codificación británica de la Ley Hindú.
Primeramente, sin embargo, quiero hacer algunas aclaraciones previas. En los Estados Unidos el
tercermundismo que discurre repartido corrientemente entre varias disciplinas humanistas es a menu-
do abiertamente un fenómeno que implica consideración de etnias. Por mi parte, yo nací en la India,
pero realicé toda mi educación en Norteamérica (que incluyen dos años como investigación de gra-
duada). Por lo tanto, el hecho de que tome mi ejemplificación de un continente lejano podría ser visto
como una búsqueda nostálgica de las raíces perdidas de mi propia identidad. Aun cuando sé que no
se puede atravesar libremente la espesura de las “motivaciones”, quiero insistir en el hecho de que mi
proyecto principal es hacer notar el cariz idealista y positivista de tal tipo de nostalgia, si la hubiera. Me
dirijo hacia materiales tomados en la India, porque carente de un entrenamiento científico avanzado,
el accidente de mi nacimiento y educación me proveyó de una sensibilidad hacia el entramado históri-
co y de un instrumental en algunos idiomas pertinentes que son herramientas útiles para el bricoleur,
especialmente si está equipado con el escepticismo marxista de una experiencia concreta como árbitro
* Para efectos de edición, y debido al precario estado del original de este artículo, las notas del texto fueron suprimidas.
En este momento debemos hacer todo lo posible por formar una clase que pueda fun-
cionar como intérprete entre nosotros y los millones a quienes gobernamos; una clase de per-
sonas, que sean indios en sangre y color, pero ingleses en gusto, en opiniones, en moral y en
capacidad intelectual. A esa clase debemos dejarle que pula los dialectos vernáculos del país,
que los enriquezca con términos científicos de la nomenclatura occidental, y así transformar-
los en el vehículo de transmisión de conocimientos para una gran masa de la población.
La educación del sujeto colonial complementa, entonces, su producción jurídica. Uno de los efec-
tos de establecer una versión del sistema británico fue el desarrollo de una separación (nada fácil) entre
la formación disciplinar en estudios de sánscrito y la tradición nativa de la tradición de la “Alta Cultura”
sánscrita, ahora una figura alternativa. Dentro de la primera manifestación, las explicaciones culturales
generadas por eruditos de reconocida autoridad venían a confluir con la violencia epistémica del pro-
yecto legal.
Me interesa señalar ahora que la fundación de la Sociedad Asiática de Bengala data de 1784 y el
Instituto Indio de Oxford de 1883, y que de esas inquietudes nacieron los trabajos analíticos y taxonó-
micos de estudiosos como Arthur Macdonnell y Arthur Berriedale Keith, quienes fueron ambos admi-
La historiografía del nacionalismo indio ha sido dominada por largo tiempo por un elitis-
mo —elitismo tanto colonialista como de la burguesía nacionalista— que compartía el per-
juicio de que la construcción de la nación india y el desarrollo de su conciencia —su nacio-
nalismo— que confirmaba este proceso, eran logros que pertenecían exclusiva o predomi-
nantemente a una élite. En las historiografías colonialistas y neo-colonialistas estos logros se
atribuían a la dominación británica, a los administradores coloniales, a sus agentes de control
policial, a sus instituciones y a su cultura. En los escritos nacionalistas y neonacionalistas se
atribuirían ahora a las personalidades, a las instituciones, a las actividades y a las ideas de una
elite india. (Guha, 1982:1)
Ciertos estratos de la élite india son, por cierto, el mejor tipo de informantes nativos para intelec-
tuales del Primer Mundo interesados en la voz del Otro. Sin embargo, no se puede dejar de insistir sobre
el hecho de que el sujeto subalterno colonizado es irrecuperablemente heterogéneo.
4. El “pueblo” y las “clases subalternas”. (Estos términos han sido empleados como sinónimos a
lo largo de este trabajo. Los grupos y elementos sociales incluidos en esta categoría repre-
sentan la diferencia demográfica entre la totalidad de la población india y aquellos indivi-
duos que hemos denominado la ‘élite’).
Consideremos ahora el tercer estrato de la lista: este “antre” de indeterminación situacional que los
historiadores más escrupulosos presuponen, cuando deben responder a la cuestión emblemática de
nuestro ensayo: ¿Puede hablar el individuo subalterno?
Tomada como una totalidad en abstracto (…) esta categoría (…) era muy heterogénea
en su composición y, a causa del carácter desnivelado de la economía regional y el desarrollo
social, era diferente de región a región. La misma clase o elementos que era dominante en una
zona (…) podía llegar a estar entre las dominadas en la región siguiente. Esto podía crear, y
en rigor creó, muchas ambigüedades y contradicciones en actitudes y alianzas, especialmen-
te entre los estratos inferiores de la nobleza rural, entre señores empobrecidos, o campesinos
ricos o pertenecientes a la clase media elevada, todos los que pertenecían, hablando idealmen-
te, a la categoría de “pueblo” o “clase subalterna” (Guha, 1982: 8). [El subrayado pertenece a Spi-
vak y la cursiva a Guha]
“La tarea de búsqueda” proyectada en este campo consiste en “investigar, identificar y medir
la naturaleza específica y el grado de desviación de los elementos <constitutivos del tercer nivel> de
un punto ideal, a la vez que situarlos históricamente”. No podría pedirse nada más esencialista y taxo-
Cuando estos escritores toman la palabra para hablar, entonces, en su lenguaje esencialista, de un
abismo entre los intereses y las acciones del grupo intermediario, sus conclusiones se hallan más cerca-
nas a Marx que a la ingenuidad auto-consciente exhibida en las declaraciones de alguien como Deleu-
ze. Guha, así como Marx, habla de “intereses” en el campo de lo social más que como un tratamiento
del ser libidinal. La imaginería del Nombre del Padre desplegada en El 18 de Brumario puede servir para
hacer resaltar que, a nivel de clase social o grupo de actividades, “la verdadera correspondencia con
nuestro propio ser” es tan artificial o social como el patronímico.
Esto es lo que había que decir, entonces, acerca del grupo considerado un amortiguador social.
Para el “verdadero” grupo subalterno, cuya identidad es la diferencia, no hay, en rigor, sujeto subalterno
irrepresentable que pueda conocer y hablar por sí mismo, pero la solución de los intelectuales se halla
en no abstenerse a la representación. El problema radica en que el itinerario del sujeto no ha sido traza-
do para ofrecerle un objeto de seducción al intelectual en su designio representacional. Por ello, en el
vocabulario levemente desfasado del grupo indio la pregunta paradigmática se torna articulada en los
siguientes términos: “¿Cómo podemos arribar a la conciencia del pueblo, cuando estamos investigando
su política?” “¿Con qué voz puede hablar la conciencia del individuo subalterno?” El proyecto de este
grupo, después de todo, es re-escribir el desarrollo de la conciencia de la nación india. La planteada
discontinuidad del imperialismo establece rigurosamente una distinción en este proyecto, aunque su
formulación sea pasada de moda, con un “hacer visible los mecanismos médicos y jurídicos que rodea-
ban la historia <de Pierre Rivière>”. Foucault tiene razón aquí al sugerir que “hacer visible lo invisible
puede significar también un cambio de nivel, dado que uno se dirige a una capa de materiales que no
Esta variedad del marxismo “internacionalista”, que cree en una pura e irrescatable forma de con-
ciencia para luego descartarla, al mismo tiempo que cerrando la puerta a lo que en Marx seguía siendo
un aspecto de desconcierto productivo, puede ser muy bien el motivo del rechazo foucaldiano y deleu-
ziano del marxismo y la fuente de las motivaciones críticas de los grupos que se dedican a los Estudios
Subalternos. Chaudhury, tanto como Foucault y Deleuze, está convencido de que existe una versión
pura de conciencia. En cuanto a la situación francesa, allí se da un barajar y dar de nuevo los naipes
de los significantes: “el inconsciente” o “el sujeto en la opresión” llena clandestinamente el espacio de
“la forma pura del inconsciente”. En el marxismo ortodoxo “internacionalista” —ya se trate del Primer
Mundo o del Tercero— la forma pura de la conciencia sigue siendo una base idealista que, descartada
como problema de segundo orden, se gana a menudo la fama de ser racista o sexista. Entre los grupos
de Estudios Subalternos, ello necesita ser desarrollado en acuerdo con los términos de desconocimien-
to de su propia articulación.
Para lograr tal formulación puede ser más útil, digámoslo una vez más, una teoría desarrollada de la
ideología. En una crítica como la que Chaudhury presenta, la asociación entre la “conciencia” y el “cono-
cimiento” omite un punto medio de crucial importancia: la “producción ideológica”. Así se expresa Chau-
dhury:
La conciencia, según Lenin, está asociada con el conocimiento de las relaciones entre dife-
rentes clases o grupos; esto significa: un conocimiento de los materiales que constituyen la
sociedad (…) Estas definiciones adquieren sentido solamente dentro de la problemática en el
marco de un objeto de conocimiento definido —comprender el cambio en historia, o, espe-
cíficamente, el cambio de un modo a otro, conservando la cuestión de la especificidad de un
modo particular fuera del enfoque (Chaudhury, 1984: 10).
Lo que es importante en una obra es lo que no se dice. Esto no es lo mismo que la des-
cuidada observación de “lo que se niega a decir”, aunque ello también sería en sí interesante
[conocerlo]: un método puede construirse sobre esto, con la tarea de medir los silencios, tanto
de lo reconocido como de lo no reconocido. Pero más bien, lo que la obra no puede decir es lo
importante, porque allí la elaboración de la expresión es realizada como una especie de jorna-
da hacia el silencio.
Las ideas de Macherey pueden ser desplegadas en direcciones que él mismo no podría quizás
seguir. Aun cuando escribe, de manera provocativa, sobre la literaturidad de la literatura de prove-
niencia europea, está formulando en verdad un método aplicable al texto social del imperialismo, casi
en contrapelo de su propia argumentación. Así, inclusive el lema de “lo que el texto se niega a decir”
puede ser anodino para el caso de una obra literaria: algo así como un rechazo colectivo ideológico
que sería detectado dentro de la práctica legal de codificación en el imperialismo. Ello abriría el deba-
te para una reinscripción multidisciplinariamente ideológica en este terreno. Pero, dado que el pro-
ceso aparecería como una “universalización del mundo” [worlding of the world] en un segundo nivel
de abstracción, el concepto de rechazo sería aceptable en este mismo campo. El trabajo de archivo, el
historiográfico, el crítico-disciplinar e, inevitablemente, también el intervensionista implicados en este
movimiento son, por cierto, una tarea de “medir los silencios”. Esta metodología podría ser también
una descripción de cómo “investigar, identificar y medir la naturaleza específica y el grado de desvia-
ción” hasta una distancia que es un ideal irreductiblemente diferencial.
Cuando llegamos al punto de la coherencia del problema acerca de la conciencia del individuo
subalterno, ese lema de lo que no se puede decir se torna, en cambio, fundamental. En la semiosis
del texto social, las elaboraciones acerca de los levantamientos populares se hallan en el lugar de “la
expresión” o “el mensaje” [the utterance]. El emisor —“el campesino”— es señalado solamente como un
marcador de una conciencia irrecuperable. En cuanto al receptor, deberíamos preguntarnos quién es
“el verdadero destinatario” de una insurgencia. El historiador, por su parte, al trasladar la noción de la
“insurgencia” a un texto hecho para el conocimiento, es solamente uno de los receptores posibles de
una colectividad dada dentro de un acto de intención social. Dejando de lado toda posibilidad para la
nostalgia por los orígenes perdidos de un fenómeno, el historiógrafo (y la historiografía) debe suspen-
der, tanto como le sea posible, el clamor de su propia conciencia —o el efecto de la conscientización
surgidos en la praxis científica—, de modo tal que la elaboración del levantamiento, envuelta en una
toma de conciencia del insurgente, no se congele en un frío “objeto de investigación” o, lo que es peor
aun, en un modelo para imitar. “El sujeto” implicado en los textos del levantamiento puede servir sola-
mente como una posibilidad alternativa para las normatividades del relato garantizadas a los sujetos
coloniales entre los grupos dominantes. Los intelectuales postcolonialistas aprenden así que sus privi-
legios son también su desdicha. En este sentido, ellos mismos son paradigmáticos como intelectuales.
Es bien sabido que la noción de lo femenino (más que lo subalterno dentro del imperialismo) ha
Desde esta estrategia, los fabricantes de países desarrollados subcontratan los estadios
de trabajo más intenso en la cadena de la producción, por ejemplo, haciendo realizar la costu-
ra o el ensamblaje en el Tercer Mundo, donde el trabajo es barato. Una vez realizada esa tarea,
las multinacionales re-importan las mercancías —gracias a generosas reglas tarifarias— a los
países desarrollados en lugar de venderlas en el mercado local donde fueron producidas. / Mien-
tras la recesión global hizo retardar el paso del comercio y de la inversión a escala mundial
desde 1979, se ha producido luego, en cambio, un estallido de la actividad internacional del
subcontratismo… En estos casos, las multinacionales se encuentran más libres para resistir a
militantes obreros, levantamientos revolucionarios e inclusive bajas económicas. [Cursiva de la
autora].
La movilidad de clase aparece cada vez más agónica en el escenario de países “compradores”. No
debe sorprender, por lo tanto, que algunos miembros de los grupos vernáculos dominantes en estos
países, que son miembros de la burguesía local, encuentren atractivo el lenguaje de las alianzas políti-
cas. Identificarse con formas de resistencia plausibles en países del capitalismo avanzado va de la mano,
a veces, con la inclinación elitista de la historiografía burguesa como es descrita por Ranajit Guha.
La creencia en la plausibilidad de una alianza política global es también predominante entre las
mujeres de los grupos sociales dominantes, interesadas en un “feminismo internacional” en los países
“compradores”. Al otro extremo del espectro, las más alejadas de cualquier posibilidad de una alianza
en una lista que contenga a “las mujeres, los presos, los soldados conscriptos, los pacientes de hospita-
les y los homosexuales” (Foucault, 1977: 216) son justamente las mujeres del subproletariado urbano.
En su caso, la negativa a marchar al ritmo del consumismo y la estructura de la explotación aparecen
combinadas con elementos basados en relaciones sociales patriarcales. Hacia el otro lado de la división
internacional del trabajo, el sujeto de la explotación no puede saber y hablar el texto de la explota-
ción femenina ni siquiera cuando el absurdo de la no representación intelectual le da lugar su habla es
alcanzada. La mujer sufre así una doble violencia.
Aun así esto abarca la heterogeneidad del Otro. Fuera del circuito de la división internacional del
trabajo (aunque no de modo absoluto), existe gente cuya conscientización no se puede aprehender
si nos cerramos a la benevolencia al construir el Otro homogéneo y lo referimos solamente a nuestro
propio lugar en el sitio de la Identidad o del Yo. En esta zona hay granjeros que viven de la propia sub-
sistencia, hay trabajadores agrarios no sindicalizados, hay tribus y hay comunidades de obreros sin tra-
bajo en la calle o en el campo. Enfrentarse con todos ellos no significa representarlos (en el sentido de
vertreten), sino re-presentarnos (en el sentido de “darstellen”) a nosotros mismos. Esta argumentación
podría conducirnos, claro está, a una crítica de la antropología disciplinar y a una reconsideración de la
relación entre la pedagogía elemental y la educación científica. Ese gesto habría de llevarnos también
Éste es un análisis al parecer aceptable. Sin embargo, muestra nuevamente que el Tercer Mundo
puede entrar en el programa de resistencia de una política de alianzas dirigida contra la “represión uni-
ficada” sólo cuando es confinada a grupos provenientes del Tercer Mundo que tienen acceso directo al
Primero. Esta benevolente apropiación del Primer Mundo y reinscripción del Tercer Mundo como Otro
es la característica fundacional de mucho del tercermundismo que circula en las Humanidades del
mundo académico norteamericano.
Foucault, por su parte, continúa la crítica contra el marxismo invocando la discontinuidad. La marca
real de la “discontinuidad geográfica <o geopolítica>” sería la división internacional del trabajo. Pero
Foucault usa el término para distinguir entre explotación (como extracción y apropiación de plusva-
lía: es decir, dentro del vocabulario marxista) y dominación (como noción de los estudios acerca del
Poder) y sugerir así el mayor potencial para la resistencia basada en las políticas de alianza se halla en
el segundo término. Ese autor no puede de ninguna manera reconocer que tal acceso monista y unifi-
cado a una concepción de “Poder” (que metodológicamente supone un sujeto de poder) ha sido posi-
ble gracias a un cierto estadio de explotación, dado que su visión de una discontinuidad geográfica es
geopolíticamente específica al Primer Mundo. Así afirma Foucault entonces que:
Esta discontinuidad geográfica de la que Usted habla puede significar quizás lo siguiente:
tan pronto como luchamos contra la explotación, el proletariado no sólo conduce la lucha sino
que define sus blancos, sus métodos, sus lugares y sus instrumentos; y aliarse con el proleta-
riado sería consolidar su posición, su ideología; sería alzar de nuevo las motivaciones para su
Éste es un programa admirable de resistencia localizada. Donde sea posible, este modelo de resis-
tencia no se presentará, entonces, como una alternativa, sino como un complemento de lucha a nivel
macrológico a lo largo de las trincheras del marxismo. Sin embargo, si la situación es realmente univer-
sal, está ajustándose para dar una prioridad no admitida del sujeto. Sin una teoría de las ideologías, este
gesto puede conducir a la más peligrosa de las utopías.
Foucault ha sido, por cierto, un brillante pensador en su capacidad de darle un lugar al poder, pero
la conciencia de una reinscripción topográfica del imperialismo no logra dar una configuración a sus
presuposiciones. Este autor, en rigor, cae en la trampa de una versión restringida de Occidente produci-
da por la reinscripción que así ayuda a consolidar sus propios efectos. Nótese, entonces, según se hace
evidente en un pasaje posterior de sus declaraciones, la omisión del hecho de que un nuevo mecanis-
mo de poder en el transcurso de los siglos XVII y XVIII (cuando se obtuvo la extracción de plusvalía sin
la coerción extra-económica según lo desarrolla Marx), aparezca asegurado por medio del imperialis-
mo territorial —la Tierra y sus productos— “en todas partes”. Así para Foucault, sin embargo, la repre-
sentación de la soberanía sería crucial en todos esos teatros de la acción: “En los siglos XVII y XVIII nos
encontramos con la aparición de un fenómeno importante, el surgimiento, o mejor dicho: la invención
de un nuevo mecanismo de poder que posee un alto nivel de técnicas específicamente procesales… lo
que es también, creo, absolutamente incompatible con las relaciones de soberanía. Este nuevo meca-
nismo de poder depende más de los cuerpos y de lo que éstos hacen que de la tierra y sus productos”.
(Foucault, 1972-1977: 104).
A causa de una laguna frente a este primer embate de “discontinuidad geográfica”, Foucault puede
permanecer impertérrito ante la segunda acometida ocurrida en la segunda mitad de nuestro siglo,
identificándola simplemente como: “la derrota del Fascismo y la declinación del estalinismo” (Foucault,
1972-1977: 87). Aquí conviene citar la alternativa que postula Mike Davis: “Fue más bien la lógica global
de la violencia contrarrevolucionaria, la que creó las condiciones para la interdependencia económica
pacífica de un imperialismo atlántico bajo la mirada amonestadora del liderazgo norteamericano… Fue
la integración militar multinacional bajo el lema de la seguridad colectiva frente al peligro de la URSS lo
que precedió y aceleró la interpenetración de las economías capitalistas mayores, haciendo posible a la
vez la nueva era de un liberalismo comercial que floreció entre 1958 y 1973”.
III
Considerando la situación más corriente por la que los académicos norteamericanos reciben una
fuerte influencia de la crítica francesa, nos encontramos con la siguiente idea generalizada: mientras
que Foucault trataría de la historia, la política real y los problemas sociales reales; Derrida, en cambio,
resultaría inaccesible, esotérico y “textualístico” [textualistic]. El lector de estas páginas se hallará pro-
bablemente bien familiarizado con esta idea recibida. Terry Eagleton, por su parte, comenta: “No puede
negarse que la tarea propia <de Derrida> ha sido en su mayor parte ahistórica, evasiva a nivel políti-
co y ajena a considerar, en la práctica, el lenguaje como ‘discurso’ <es decir: lenguaje como función>.
Derrida pasa, luego, a ofrecer dos posibilidades características para solucionar el problema del
Sujeto Europeo, que busca presentar a un Otro que consolide la situación interna, su propio estatuto
IV
¿Puede hablar el sujeto subalterno? ¿Qué es lo que los circuitos de élite deben hacer para velar
por la continuación de la construcción de un discurso subalterno? En este contexto la cuestión de la
“mujer” parece especialmente problemática. En una palabra: si se es pobre, negra y mujer la subalter-
nidad aparece por triplicado. Pero, sin embargo, si esta formulación se transfiere desde el contexto del
Primer Mundo al del mundo postcolonial (que no es lo mismo que el Tercer Mundo), la cualidad “negro”
o “de color” pierde mucho de su connotación persuasiva. La estratificación necesaria para la constitu-
ción del sujeto colonial en la primera fase del imperialismo capitalista hace de la marca “color” un ele-
mento inútil como significante emancipador. Enfrentados ante la feroz benevolencia normalizadora de
la mayor parte del radicalismo humanista y científico en los Estados Unidos y Europa (con su reconoci-
miento por asimilación), y ante el creciente aunque heterogéneo cese del consumismo en la burguesía
“compradora” de la periferia y la exclusión de los márgenes de esa misma articulación de los centros
de la periferia (los “verdaderos y diferentes grupos subalternos”), en esta área la analogía de conciencia
de clase más que conciencia de etnia parece prohibida tanto a nivel histórico como disciplinar. Y esto
sucede de modo igual para los grupos de izquierda como para los representantes de las derechas. No
se trata, empero, justamente de una cuestión de defasaje doble, como no lo es tampoco de encontrar
una alegoría psicoanalítica que permita la adaptación de la mujer del Tercer Mundo al del Primero.
Los reparos que acabo de expresar son válidos si hablamos de la conciencia en la mujer subalterna,
o, de modo más aceptable, en el sujeto subalterno. Lo que se requiere hoy en día es hacer informes, o
mejor dicho, participar en trabajo antisexista entre mujeres de color o entre mujeres bajo opresión de
clase en el Primer Mundo o en el Tercero. Al mismo tiempo, habremos de recibir de buen agrado todo lo
que tenga que ver con el rescate de información en estas áreas silenciadas relacionadas con la antropo-
logía, las ciencias políticas, la historia y la sociología. Sin embargo, asumir y construir la conciencia y al
sujeto, implica tal esfuerzo y voluntad que, a la larga, ello viene a converger con la tarea de constitución
Se trata de grupos que se han vuelto psicológicamente marginales a causa del impacto
que les han producido el contacto con la occidentalización… y se han sentido presionados a
Sin embargo, la precaria normatividad de esta narración está sostenida por la supuesta constancia
en la falta de cambio y en el abismo que separa el modo “asiático” de producción. Se afirma esto cada
vez que se hace evidente que la historia de la lógica del capital es la historia de Occidente, que el impe-
rialismo establece la universalidad de modo narrativo de producción y que ignorar al individuo subal-
terno hoy en día es, quiérase o no, continuar con el proyecto imperialista. El origen de mi frase paradig-
mática se pierde, entonces, al mezclarse con otros discursos más poderosos. Dado que la abolición de
sati fue en sí misma admirable, ¿es posible todavía maravillarse que su descubrimiento revelara deseos
intervencionistas, considerando quién podría haber acuñando semejante frase?
La imagen del imperialismo como la instancia que estableció la buena sociedad en la India aparece
acompañada por la idea de la mujer como objeto de protección desde su propio modo de ser. ¿Cómo es
posible analizar la disimulación en la que incurre la estrategia patriarcal, que aparentemente le garantiza
a la mujer libre elección como sujeto? En otras palabras, ¿cómo se hace el pasaje desde lo británico a lo
hindú? Aun este intento debe mostrar que el imperialismo no puede identificarse con el cromatismo o
el mero perjuicio contra la gente de color. Para acercarse a esta cuestión, me referiré brevemente al Dhar-
masãstra (Escrituras fundamentales) y al Rg-Veda (Conocimiento de alabanza). Estos textos representan
el origen arcaico en mi homología con Freud. Por supuesto que mi tratamiento del tema no será exhaus-
tivo. Mis lecturas son, más bien, un análisis interesado e inexperto, proveniente de una mujer salida del
postcolonialismo, que se dirige al modo cómo se construye la represión con el fin de construir una narra-
ción alternativa de la conciencia feminista, es decir, del ser de la mujer, y por lo tanto, de la mujer que es
buena, o sea: del deseo de la mujer buena; o sea: del deseo de la mujer. Paradójicamente, somos testigos
del lugar inestable que ocupa la mujer en la inscripción de una individuación social. Los dos aspectos
en el Dharmasãstra que me interesa tratar son el discurso sobre los suicidios sancionados por la tradi-
ción y la naturaleza de los ritos fúnebres. Enmarcada entre estos dos discursos, la auto-inmolación de las
viudas parece una excepción a la regla. La doctrina de las Escrituras indica en general que el suicidio es
reprensible. Queda un margen, sin embargo, para ciertas formas de suicidio que, en tanto realizaciones
que siguen determinada regulación, pierden la categoría de suicidios. La primera categoría de suicidios
codificados surge del tatvajnãna, o conocimiento de la verdad. En este caso el sujeto cognoscente com-
prende la insubstancialidad o la mera condición de fenómeno (que puede llegar a ser lo mismo que la
afenomenalidad) de su propia identidad. En cierto momento tat tva fue interpretado como “lo tú” [en
inglés: “that you”], pero aun sin esta lectura, tatva significa “cosidad” [en inglés: “thatness”,“quiddity”]. Así,
ese yo iluminado conoce verdaderamente la “cosidad” de su identidad. La destrucción de esa identidad
en Bengala la viuda de un miembro que no tiene hijos aun en una familia hindú extensa sea
poseedora de prácticamente los mismos derechos sobre el conjunto de la propiedad familiar
que habría tenido su marido fallecido… debe haber conducido con frecuencia a los miembros
restantes a deshacerse de esa viuda apelando, en el momento de mayor angustia, a su devo-
ción y amor por el marido (Kane, 1963: II.2. 635).
A pesar de ello, la mirada masculina benevolente e ilustrada consideraba y sigue considerando con
simpatía el “coraje” de la libre elección femenina en este asunto. Por consiguiente, los varones aceptan
la producción del sujeto sexuado subalterno:
La India moderna no justifica la práctica de sati, pero sólo una mente torcida puede cen-
surar a los indios de hoy por expresar admiración y reverenciar el frío e indoblegable coraje de
las mujeres de la India cuando se tomaban satis o realizaban el jaubar para llevar a cabo sus
ideales de conducta femenina”. (Kane, 1963: II.2. 636).
Entre la mitad y el fin del siglo XVIII, siguiendo el espíritu de la codificación de la ley, los británi-
cos colaboraron en la India con brahmanes letrados, consultándolos para decidir si el suttee era legal
dentro de la versión homogeneizada con que presentaban la legislación hindú. La colaboración fue a
menudo muy particular, como en el caso de la importancia acordada a la disuasión ante la inmolación.
A veces, como en la prohibición general sãstrica en contra de la inmolación cuando ésta iba a tener
lugar entre las viudas con los hijos pequeños, la actitud británica parece confusa. Al comienzo del siglo
XIX, las autoridades británicas —y especialmente los británicos en Inglaterra— sugerían de modo cons-
tante que esa colaboración hacía aparecer a los ingleses como avalando las prácticas de inmolación.
Cuando finalmente fue aprobada la ley, se borró automáticamente la historia de un largo período de
colaboración, mientras se hacía escuchar un discurso celebratorio del hindú noble que se había opues-
to al hindú malvado, capaz de toda clase de atrocidades:
Por supuesto, nadie se dio cuenta de que aquí se trataba de una ideología alternativa como codifi-
cación graduada que veía el suicidio en tanto excepción y no como rotulación pecaminosa. Quizás, en
cambio, sati debió haber sido interpretado como martirio, donde el difunto habría aparecido como el
Uno trascendental, o como la Guerra, y en ese caso el marido fallecido habría simbolizado al Soberano
o al Estado, por cuyo motivo habría podido ponerse en movimiento una ideología transida con la idea
de auto-sacrificio. En realidad, el rito fue caratulado como asesinato, infanticidio y exposición mortífera
de las más añejas tradiciones. Así se produjo el exitoso borramiento de la ambigua ubicación del libre
arbitrio para el sujeto constituido sexuadamente en tanto mujer. Y aquí no hay modo de seguir huellas
de un itinerario. Dado que los otros suicidios sancionados por la tradición no incluían la escena de esta
En el cielo, ella, dedicada tan sólo a su marido y alabada por grupos de apsãras bailarinas
celestiales], se dedica a competir con su esposo tanto tiempo como imperen los catorce Indras.
(Kane, II.2. 631).
No sólo por gusto, también por urgencia vital, es necesario volver a discutir temas como el de la con-
ciencia rebelde y la construcción del poder burocrático del estado-nación, anclado en nociones civi-
lizatorias y coloniales que engranan eficazmente con modernas tecnologías y formas de extracción
y transferencia de excedentes.
Esta es una invitación a emprender un diálogo Sur/Sur en torno a la abigarrada noción de subalter-
nidad que siempre permanece heterogénea y elusiva a la política de los de “arriba”.
Rossana Barragán
Historiadora, profesora de la Universidad Mayor de San Andrés en Bolivia, Autora entre otras publicaciones, de:
Espacio urbano y dinámica étnica. La Paz en el siglo IXX (1990)
El presente libro [Debates Post Coloniales: una Introducción a los Estudios de la Subalternidad]1 es una
de las primeras traducciones realizadas en América del Sur, de una colección de ensayos del grupo de
Estudios de la Subalternidad. El grupo se conformó a fines de los años 70 en Inglaterra, y poco después
comenzó a editar en Delhi una publicación periódica llamada Subaltern Studies. Writings on South Asian
History and Society, cuyo primer número vio la luz en 1982, bajo el sello de Oxford India. A partir de
un núcleo inicial de historiadores [Ranajit Guha, Partha Chatterjee, Gyanendra Pandey, David Hardiman,
David Arnold, Dipesh Chakrabarty, Gautam Bhadra y Shahid Amin], el grupo se ha ampliado y reorgani-
zado, bajo una conducción editorial más colectiva, y su sede se ha trasladado a la India. Hasta el vol. VI,
la colección estuvo en manos de Ranajit Guha, quien después de sus años en Inglaterra, se había trasla-
dado a Canberra, donde actualmente reside. Las ediciones posteriores pasaron a la responsabilidad de
otros miembros del colectivo: Chatterjee y Pandey [VII], Arnold y Hardiman [VIII], Amin y Chakrabarty
[IX]. La corriente de Estudios de la Subalternidad que inaugura la labor del grupo se inscribe en una rica
y erudita tradición académica india, asentada en centros universitarios de gran prestigio y relacionada
con los mayores focos intelectuales de Europa. La experiencia de la diáspora y el paso más o menos
prolongado por las instituciones académicas del norte, no dejan de imprimir su sello en el estilo, pro-
blemática y temas de discusión del grupo.
La dimensión crítica de sus trabajos tiene un punto de partida doble, en el colonialismo británi-
Notas
1 Debates Post Coloniales: Una Introducción a los Estudios de la Subalternidad, Compilación de Silvia Rivera Cusicanqui y Rossa-
na Barragán, Traducción Raquel Gutiérrez, Alison Spedding, Ana Rebeca Prada y Silvia Rivera Cusicanqui. La Paz- Historias/
Sephis/ Aruwiyiri 1997.
2 Por Edward Said, autor del influyente libro Orientalism, Western Representations of the Orient [Londres, Routledge & Kegan
Paul, 1978].
3 “ Promesa y dilema de los estudios subalternos, perspectivas a partir de la historia latinoamericana”, Boletín del Instituto de
Las formas mediante las cuales la cultura se habla con palabras e imágenes —los sistemas de sig-
nos que la comunican y las redes de mensajes que la transmiten socialmente— encarnan y defienden
intereses partidistamente ligados a ciertas representaciones hegemónicas que refuerzan lineamientos
de poder, dominancia y autoridad.
Las ideologías culturales se encargan de invisibilizar (naturalizar) las construcciones y mediaciones
de los signos, para hacernos creer que palabras e imágenes hablan por sí mismas y no por las voces
interpuestas y concertadas de los discursos sociales que históricamente traman sus sentidos. Desocul-
tar los códigos de transparencia que borran el trabajo significante de las ideologías culturales, es la pri-
mera maniobra de resistencia crítica al falso supuesto de la neutralidad de los signos.
La crítica cultural trabaja precisamente en sacar al descubierto la imbricación de las piezas y engra-
najes que hacen funcionar los mecanismos de discursos: en demostrar que son todas piezas movibles
y cambiables, que las voces de estos discursos son alterables y reemplazables, contrariamente a lo que
sentencia el peso inmovilista y desmovilizador de las tradiciones y convenciones amarradas a la defen-
sa de la integridad del status quo. La crítica cultural busca levantar la condena a que los signos perma-
nezcan estáticos o rutinarios, propagando —en el interior de sus códigos— las microzonas de agitación
y revuelo que sacuden el equilibrio normativo de lo dictado por hábito o conveniencia; creando distur-
bios en la organización semiótica de los mensajes que producen y reproducen el consenso institucio-
nal. Esa crítica ocupa la materialidad sociocomunicativa de los signos como escenario de intervención
y cuestionamiento a las modalidades de discurso de las representaciones del poder y de los poderes de
la representación: “no se trata sólo de que el poder utilice el discurso como arma, como sofisma, como
chantaje, sino de que el discurso forma parte constitutiva de esa trama de violencia, control y de lucha
que constituye la práctica del poder”. 1
Para desmontar estos poderes, la crítica cultural apoya la mirada en aquellas prácticas desviantes,
en aquellos movimientos en abierta disputa con las tendencias legitimadas por los vocabularios con-
formistas y recuperadores de la fetichización académica, de la mercantilización estética o de la ideolo-
gización política. Potenciar los efectos desestabilizadores de la confrontación de códigos y representa-
ciones que emerge de las nuevas subjetividades sociales y culturales en rebeldías de lenguajes, es tarea
de una crítica cultural que saca energías reflexivas y combativas de las peleas que dan las prácticas
alternativas para configurar sus dinámicas de emergencia de lo nuevo.2
Tarea de esa crítica es también la lucha antihegemónica contra las divisiones y reparticiones del
poder cultural. Ese poder sigue trazados múltiples —trazados de fronteras por imposición o por nego-
ciación— que recorren y atraviesan diversos mapas de identidad y pensamiento sociales: demarcando
Notas
1 Jesús Martín Barbero: “Procesos de comunicación y matrices de cultura” (México-Gustavo Gili-1987). p.45.
2 “Se trataría de atender a aquello menos visible, menos audible, discursos y prácticas que, por las fisuras, escapan ya a las
determinaciones del mercado, ya a los circuitos habituales. Pero también se trata de diferenciar lo que, en el mercado, tra-
baja contra sus reglas, plantea las preguntas imprevisibles, imagina nuevos modelos de respuesta. (...) Descubrir cuáles son
las formas y los itinerarios mediante los cuales el discurso del arte cuestiona el mismo lugar que se le adjudica, el orden en
el que se lo integra, desbordando los límites de lo hasta ahora posible y esbozando, figuradamente, quizás utópicamente,
las formas futuras de un sistema de relaciones. Al defraudar la expectativa y subvertir la pauta de lo previsible, fragmentos
de discursos reclaman ser escuchados de manera diferente , anticipan lo que en una sociedad todavía permanece oscuro,
o iluminan con otra luz un pasado que parecía definitivamente organizado”.
Beatriz Sarlo: “Una mirada política; defensa del partidismo en el arte” en Punto de Vista N.27 (Buenos Aires-Agosto 1986).
3 Remito al N.5 de la Revista de Crítica Cultural sobre “Cultura, política y democracia” (Santiago de Chile-Julio 1992) como
articulación inestable de una pluralidad de posiciones de sujeto. (...) Cada agente social es penetrado por una multiplici-
dad de posiciones de sujeto que no encuentran un eje aglutinante necesario en la posición de ese agente en las relacio-
nes de producción. (...) Uno puede perfectamente imaginar una sociedad en la cual la propiedad privada de los medios de
producción ha sido eliminada y en la que, sin embargo, la represión a los homosexuales o la subordinación de las mujeres
continúan plenamente vigentes. Es decir, que si los distintos aspectos del ideal socialista, llamémoslo así por el momento,
han de ser realizados, ellos tienen que ser el resultado de la movilización específica de cada uno de los grupos interesados
en las diversas reivindicaciones”.
Ernesto Laclau: entrevista en “Materiales de Krítica” N.2 (Santiago de Chile-Agosto 1986).
5 Esa “nueva escena” reunió un conjunto de prácticas en las que “se generan proposiciones insólitas en las áreas de la litera-
tura y de la visualidad. Escritores y artistas plásticos, en estrecha interrelación, intentarán dar un lenguaje que (...) contra-
Lectura Nº1
Jameson, Fredric, “Sobre los Estudios Culturales”, en Jameson, Fredric y Zizek,
Slavoj, Estudios Culturales. Reflexiones Sobre el Multiculturalismo, Buenos Aires,
Argentina, Editorial Paidós, 2003, pp. 69-136.
Tal vez se pueda abordar mejor política y socialmente esa aspiración denominada “Estudios Cul-
turales” si se la considera como el proyecto de constituir un “bloque histórico”, más que, teóricamente,
como un piso para desarrollar una nueva disciplina. Sin duda, en un proyecto semejante la política es
de tipo “académico”, es decir, se trata de la política dentro de la universidad y, más allá de ella, en la
vida intelectual en general o en el ámbito de los intelectuales. Sin embargo, en una época en la que la
derecha ha empezado a desarrollar su propia política cultural —que tiene como eje la reconquista de
las instituciones académicas y, en particular, los fundamentos de las universidades mismas— no pare-
ce adecuado continuar pensando en la política académica y la política de los intelectuales como una
cuestión exclusivamente “académica”. En cualquier caso, la derecha parece haber comprendido que el
proyecto y el eslogan de los “Estudios Culturales” (más allá de lo que esto signifique) constituyen un
objetivo fundamental de su campaña y virtualmente un sinónimo de “lo políticamente correcto” (que
en este contexto puede identificarse como la política cultural de ciertos “movimientos sociales nuevos”
como el antirracismo, el antisexismo, la antihomofobia, etcétera).
Pero si esto es así y los Estudios Culturales deben interpretarse como la expresión de una alianza
proyectada entre diversos grupos sociales, no resulta tan importante una formulación rigurosa —en
tanto empresa intelectual o pedagógica— como lo sienten sus adeptos, quienes intentan recomenzar la
sectaria guerra de izquierda por la correcta interpretación de la línea partidaria de los Estudios Cultura-
les: lo importante no es la línea partidaria sino la posibilidad de alianzas sociales, según se desprende de
su eslogan general. Se trata más de un síntoma que de una teoría y, como tal, lo que parecería más con-
veniente es un análisis a la manera de los estudios culturales sobre los propios Estudios Culturales. Ello
significa también que lo que exigimos (y encontramos) en la reciente colección Estudios Culturales,1 edi-
tada por Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Paula A. Treichler es sólo una cierta exhaustividad y repre-
sentatividad general (cuarenta colaboradores parecen garantizarlo por adelantado): no planteamos que
sea absolutamente imposible hacer las cosas de otra forma o desarrollarlas de un modo radicalmente
distinto. Ello no quiere decir que los “baches” o ausencias de dicha colección —que básicamente reim-
prime los trabajos presentados en una conferencia sobre el tema celebrada en Urbana-Champaign, en la
primavera de 1990— no sean rasgos significativos que merezcan un comentario: pero el comentario, en
1 Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Paula A. Treichler (comps.): Estudios Culturales, Nueva York, Routledge, 1992. Las referen-
cias internas que se presentan en esta conferencia aluden a dicho texto.
¡No es mi área!
Los historiadores parecen particularmente perplejos por la relación de alguna manera indetermi-
nable que establecen con el material de archivo quienes trabajan desde la perspectiva de los Estudios
Culturales. Catherine Hall, la autora de una de las piezas más importantes de esta colección —un estu-
dio de la mediación ideológica de los misionarios ingleses en Jamaica—, luego de observar que “si la
historia cultural no forma parte de los estudios culturales, entiendo que hay un serio problema”, afirma
que “el encuentro entre la historia establecida y los estudios culturales ha sido extremadamente limi-
tado en Gran Bretaña”. Desde luego, ello podría ser un problema de la corriente histórica dominante
y de los Estudios Culturales; pero Carolyn Steedman examina la cuestión más ajustadamente y señala
algunas diferencias metodológicas básicas. La investigación colectiva versus la individual es sólo una de
Janet Wolff sugiere razones más importantes para esta tensión: “El problema es que la sociología
predominante, tan segura de sí, es indiferente —si no hostil— a los desarrollos de la teoría, es incapaz
de reconocer el rol constitutivo de la cultura y la representación en las relaciones sociales”. Pero resulta
que el sentimiento es mutuo: “La teoría y el discurso postestructuralistas, al demostrar la naturaleza dis-
cursiva de lo social, actúan como un permiso para negar lo social”. Con bastante tino, Wolff recomienda
una coordinación de ambos puntos de vista (“una aproximación que integre el análisis textual con la
investigación sociológica tanto de las instituciones que tienen una producción cultural como de los
procesos sociales y políticos en los cuales tiene lugar dicha producción”); pero esto no elimina la inco-
modidad frente al asunto, ni tampoco la idea de Cornel West de que la ventaja principal que ofrecen
los Estudios Culturales es esa antigua cosa conocida llamada “interdisciplina” (“Estudios Culturales es
uno de los nombres que se usa para justificar lo que considero que es un desarrollo altamente salu-
dable, a saber, los estudios interdisciplinarios en institutos y universidades”). El término “interdisciplina”
recorre varias generaciones de programas de reforma académica, cuya historia debe ser escrita y luego
reinscripta con cautela (por definición, siempre resulta virtualmente un fracaso: la impresión es que el
esfuerzo “interdisciplinario” sigue existiendo porque todas las disciplinas específicas reprimen rasgos
fundamentales —aunque en cada caso diferentes— del objeto de estudio que deberían compartir.
Se suponía que los Estudios Culturales —más que la mayoría de esos programas de reforma— darían
nombre al objeto ausente, y no parece correcto conformarse con la vaguedad táctica de la antigua fór-
mula.
Quizás, en realidad, el nombre que se necesita sea comunicación: sólo los programas de Comuni-
cación son tan recientes como para atreverse a reunir en esta nueva empresa a distintas disciplinas
(incluso los recursos humanos), dejando sólo la tecnología comunicacional como el rasgo o la marca
distintiva de la separación interdisciplinaria (de alguna manera como el cuerpo y el alma, la letra y el
espíritu, la máquina y el espíritu). Sólo cuando se unifican los distintos focos de estudio de la comunica-
ción desde una perspectiva específica comienza a surgir una luz sobre los Estudios Culturales y sobre
sus relaciones con los programas de Comunicación. Éste es el caso, por ejemplo, en que Jody Berland
nos recuerda la especificidad de la teoría canadiense de la comunicación, la cual no implica solamente
El concepto de “tecnología cultural” nos permite entender este proceso. Como parte de una
producción espacial que es a un tiempo determinante y problemática, configurada tanto por
prácticas disciplinarias como antidisciplinarias, las tecnologías culturales abarcan simultánea-
mente los discursos de profesionalización, territorialidad y diversión. Éstas son las facetas tri-
dimensionales necesarias para el análisis de una cultura popular producida a la sombra del
imperialismo. Al ubicar sus “audiencias”en un rango cada vez más amplio y diverso de loca-
ciones, ubicaciones y contextos, las tecnologías culturales contemporáneas procuran y contri-
buyen a legitimar su propia expansión espacial y discursiva. Ésta es otra forma de decir que la
producción de textos no puede ser concebida fuera de la producción de los espacios. Todavía
está por verse si se concibe la expansión de dichos espacios como una forma de colonialismo.
La cuestión es central, no obstante, para llegar a una comprensión del entretenimiento, que
localiza sus prácticas en términos espaciales.
Lo que Berland establece con claridad es que reflexionar hoy sobre la situación de la teoría (o del
teórico o de la disciplina) necesariamente implica una dialéctica: “Como la producción de sentido es
localizada [por la teoría angloamericana de los medios] en las actividades y las agencias de audiencias,
el mapa de lo social está cada vez más identificado con (y expandido hasta ser sustituido por) la topo-
grafía del consumo. Esto reproduce en la teoría lo que está ocurriendo en la práctica. La sorprendente
introducción de una dimensión geopolítica, la identificación de una determinada teoría comunicacio-
nal y cultural como canadiense, en fuerte oposición a la perspectiva angloamericana hegemónica (que
asume su propia universalidad porque se origina en el centro y no necesita tener una impronta nacio-
nal), desplaza totalmente los temas de esta conferencia y sus consecuencias, como ya veremos luego
más extensamente.
Por otra parte, no está claro qué clase de conexión con los incipientes Estudios Culturales se propo-
ne aquí. La lógica de la fantasía colectiva o grupal es siempre alegórica.2 Ésta puede implicar una suerte
de alianza, como ocurre con los sindicatos cuando se proponen trabajar junto a tal o cual movimiento
negro; o puede estar más cerca de un tratado internacional de algún tipo, como el de la OTAN o el de la
nueva zona de libre comercio. Pero seguramente la “teoría canadiense de la comunicación” no está dis-
puesta a sumergir totalmente su identidad en el amplio movimiento angloamericano; también es claro
2 Como en “el matrimonio desafortunado de marxismo y feminismo”: para una investigación más elaborada de los modelos
alegóricos por medio de los cuales el feminismo emergente ha procurado contarse la historia de dicho surgimiento, véase
Jane Gallop: Around 1981: Academic Feminist Literary Theory, Nueva York, Routledge, 1992.
3 También debe mencionarse Subculture, de Dick Hebdige, el cual, mucho más que cualquier otro trabajo aislado, inventó el
estilo y la postura adoptados una y otra vez en esta conferencia.
Pero los contenidos del presente volumen no confirman particularmente la idea de Ross, excepto
en lo que concierne a su lúcido estudio sobre esa “comunidad interpretativa” increíblemente ambigua
que es la nueva cultura yuppie de la gente New Age; en tanto la señal de alarma de Fiske no nos condu-
ce tanto por el camino de la antropología como disciplina experimental (y su forma de escritura), como
por el de una nueva política de los intelectuales.
En verdad, el propio trabajo de Clifford —una descripción de un nuevo estudio sumamente inte-
resante sobre la etnología del viaje y el turismo— ya redefine implícitamente el contexto polémico
cuando propone un desplazamiento de la tradicional concepción etnográfica de “trabajo de campo”.“La
etnografía (en las prácticas normativas de la antropología del siglo XX) ha privilegiado las relaciones de
asentamiento por sobre las de viaje”: ello redefine completamente al intelectual y al observador etnó-
grafo-antropólogo, considerándolo una especie de viajero y de turista. También replantea los términos
de esta conferencia, cuyo intento de definir eso que se llama “Estudios Culturales”, lejos de ser una cues-
tión académica y disciplinaria, gira de hecho en torno del status del intelectual como tal en relación con
la política de los llamados “nuevos movimientos sociales” o microgrupos.
Debo confesar que, aunque leí muchas explicaciones, incluso más elaboradas y sofisticadas,
me parece que la explicación de Gramsci sigue siendo la que más se aproxima a describir lo
que creo que estábamos intentando hacer. Admitamos que hay un problema en la frase “la
producción de intelectuales orgánicos”. Pero no tengo ninguna duda de que estábamos tratan-
do de encontrar una práctica institucional dentro de los estudios culturales que pudiera pro-
ducir un intelectual orgánico. No sabíamos previamente qué significaba esto, en el contexto de
Inglaterra en los años ‘70, y no estábamos seguros de que reconoceríamos al intelectual orgá-
nico si es que nos las ingeniábamos para producirlo/a. El problema del concepto de intelectual
orgánico es que parece alinear a los intelectuales con un movimiento histórico incipiente y no
podíamos decir entonces, y muy difícilmente podamos hacerlo ahora, dónde se podía encon-
trar ese movimiento histórico incipiente. Éramos intelectuales orgánicos sin ningún punto de
referencia, intelectuales orgánicos con la nostalgia, la voluntad a la esperanza (para usar una
frase de Gramsci de otro contexto) de que, en algún punto, desde el trabajo intelectual estaría-
mos preparados para una relación de ese tipo, si es que alguna vez aparecía dicha coyuntura.
En realidad, estábamos más bien preparados para imaginar o modelar o estimular esa relación
en su ausencia: “pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad”.
Sin embargo, en el contexto actual y en la mayoría de los casos de esta colección, no se interpreta
la noción gramsciana (que estructuralmente se centra en los intelectuales, por un lado, y en los estratos
sociales, por el otro) como una referencia a la política de alianzas, a un bloque histórico o a la formación
de un conjunto heterogéneo de “grupos de intereses” dentro de un movimiento social y político más
abarcador, como sí ocurría en Gramsci y, aún hoy, en la formulación de Stuart Hall.
4 Véase en particular el artículo del programa algo triunfalista de uno de los organizadores de la presente conferencia: Cary
Nelson, “Always Already Cultural Studies”, Journal of the Midwest Modern LanguageAssociation 24, n° 1 (1991), 24-38.
6 Michael Denning, “‘The Special American Conditions’: Marxism and American Studies”, American Quarterly 38, n° 3 (1986),
356-80.
¿Laclau/Mouffe versus Gramsci? ¿versus Lenin? ¿Bennett versus Laclau/Mouffe? Es imposible deter-
minar el marco de referencia, en primer lugar porque nadie (de la izquierda) ha creído alguna vez en
una clase, género, pueblo o raza unificados (y desde luego, tampoco Gramsci, al que en las páginas pre-
cedentes se lo ha descartado sin más, considerándolo “no muy útil políticamente”). Bennett representa
un verdadero “pensamiento del otro”, ocupado en localizar y denunciar los errores ideológicos de todos
estos enemigos de la Izquierda en la tradición más notoria del autoritarismo althusseriano. Tampoco
parece advertir cuán obsceno puede resultar, para los lectores de izquierda americanos, sus propuestas
de “hablar y trabajar con lo que se ha llamado los AIE (Aparatos Ideológicos del Estado) en vez de des-
calificarlos de entrada, para luego, en una profecía autocumplida, criticarlos nuevamente cuando ellos
parecen afirmar las predicciones funcionalistas más calamitosas”. La invitación a no decir más eslóganes
marxistas (gran teoría) y a entrar en el gobierno (presumiblemente de tinte socialdemócrata) puede
tener cierta relevancia en un país pequeño con tradiciones socialistas, pero sin duda aquí es un conse-
jo fuera de lugar (y, en cualquier caso, bastante imposible de cumplir). El tono de este ensayo —orgu-
llosamente ubicado al comienzo de este volumen por razones alfabéticas— resulta sumamente equí-
voco respecto del espíritu de la totalidad de la colección. Lo que resulta más penoso es la ignorancia
que demuestra respecto de las diferencias estructurales que hoy existen entre las distintas situaciones
nacionales, uno de los temas fuertes del presente volumen y, paradójicamente, un tema en el cual los
colaboradores australianos desempeñan un papel central, como veremos en breve.
Pero esta formulación particular de Bennett lleva al estereotipo antimarxista fundamental, en la
medida en que el párrafo citado puede ser traducido como una de las expresiones negativas más ante-
diluvianas: “la totalización”, es decir, un tipo de homogeneización orgánica y totalitaria bajo la cual los
“marxistas” se supone que dominan todas las formas de la diferencia. En Sartre, sin embargo, este térmi-
no originariamente filosófico simplemente significaba la forma en que se ligaban y se ponían en rela-
ción las percepciones, los instrumentos y las materias primas bajo la perspectiva unificadora de un pro-
yecto (si no se tiene un proyecto o no se quiere tenerlo, desde luego este término ya no se aplica). No
estoy seguro de si este concepto proyecta exactamente un modelo (o si éste se construye de acuerdo
con la imagen de uno), pero sospecho que no importa demasiado, dado que las concepciones relacio-
nales —aunque intenten mantener distinguidos y separados los términos— tienden a deslizarse hacia
imágenes de una masa indiferenciada. Véase la suerte que corrió el concepto, por lo menos pop-filo-
sófico, de lo “orgánico”: alguna vez designó la diferencia radical de funcionamiento entre los diversos
órganos (una de las imágenes fundamentales de Marx en los Grundrisse fue la de “metabolismo”), pero
7 Véase el Prefacio de 1857 al Grundrisse y Reading Capital, de Louis Althusser y Etienne Balibar (Londres, Verso, 1970). Estoy
en deuda con Perry Anderson y Ken Surin por su asistencia en esta rápida genealogía: Jose Ripalda Crespo me asegura
que la historia del concepto más allá de Marx es banal y se pierde en la noche de la escolástica medieval. En tanto, en el
uso último y más conocido de este término —véase el trabajo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe sobre la sorprendente
anatomía de la política de alianzas, Hegemony and Socialist Strategy (Londres, Verso, 1985)— no se considera el concepto
históricamente (aunque no se encuentra en Gramsci). Por último, tanto Michael Denning como Andrew Ross me han dicho
que la imagen fundamental que transmite en Birmingham —¡sombras de la locomotora de la historia!— es la imagen de
lo que se llama en Gran Bretaña el “camión articulado”. [La expresión “camión articulado” alude a la existencia de un primer
móvil y un trailer: Dicho primer móvil, aunque menor y liviano, determina el movimiento del trailer: Así, la articulación des-
cribe no sólo una combinación de fuerzas, sino una relación jerárquica entre ellas].
No creo que tengamos, hasta ahora, una teoría sobre la articulación de la raza, la clase y el
género ni sobre las formas en que estas articulaciones pueden funcionar. A menudo los tér-
minos se generan como una letanía, para probar su corrección política, pero ello no necesa-
riamente significa que los modos de análisis que siguen verdaderamente impliquen una
comprensión del funcionamiento de cada eje de poder en relación con los otros. En verdad,
es extremadamente difícil realizar ese trabajo porque el nivel de análisis es necesariamente
muy complejo, con diversas variables en juego al mismo tiempo. Por lo tanto, resultan, en mi
opinión, muy importantes los estudios de casos tanto históricos como contemporáneos, que
muestren detalladamente las formas contradictorias que asumen estas articulaciones en
momentos históricos específicos y a lo largo del tiempo.
Tal vez la idea de lo que la teoría debería ser (“no tenemos todavía una teoría”) da demasiada ayuda
y tranquilidad a quienes son alérgicos a “la gran teorización”, ya que se podría pensar que el concepto
de articulación que se ha señalado aquí ya es precisamente una teoría en su justo derecho. Implica una
especie de estructura giratoria, un intercambio de iones entre entidades diversas, en la que los impul-
sos ideológicos asociados a algún ion pasan por alto e interfieren en otro, pero sólo provisionalmente,
en un “momento específico históricamente”, antes de entrar en nuevas combinaciones y convertirse sis-
temáticamente en otra cosa, cayendo cada tanto en una media vida interminable, o estallando por las
convulsiones de una nueva crisis social. La articulación es, por ende, una totalización puntual y a veces
incluso efímera, en la que los planos de raza, género, clase, etnia y sexualidad se intersectan para formar
una estructura operativa. La siguiente es una declaración más completa de Stuart Hall:
En realidad, en esa terminología analítica hay toda una poética implícita, dado que la “representa-
ción” misma de dichas complejidades resulta siempre problemática. No sólo la estructura de lo comple-
jo no nos es dada de antemano (por ejemplo, si es la raza o el género lo que aparece primero, cuál de
ambas instancias resulta determinante temporariamente para la otra): también debe inventarse el len-
[...] el hecho de que las fans pueden imaginar una relación sexual sólo si implica una pareja
sin hijos conformada por dos hombres, que nunca tienen que cocinar o fregar la bañera y que
viven trescientos años en el futuro. Diría también que el fanatismo Star Trek es, en general, un
intento de resolver otra falta, la de la relación social. La cultura fanática de Trek está estructu-
rada alrededor del mismo vacío que estructura la cultura americana en general, y también su
deseo es que los antagonismos fundamentales, como la clase y la raza, no existan.
Pero aquí la articulación público/privado o social/sexual se considera como una clase de dualis-
mo que lleva la descripción a freudo-marxismos más conocidos, como el de Deleuze y Guattari en su
Anti-Oedipus. Se podría también representar la articulación en términos de modelos e influencias que
invitan a la reflexión, como en el trabajo ya mencionado de Kobena Mercer sobre los anos ‘60, en el que
el movimiento negro y la estructura ideológica y libidinal de la militancia negra se articula como una
“cadena de significación” que puede ser reproducida en otras áreas. (Una cuestión que él señala enér-
gicamente es que se trata de un “factor conector reversible” —y que puede retrotraer a nuevas formas
originales de racismo—, observación que resulta una oportuna reprimenda a cierto triunfalismo omni-
presente en los Estudios Culturales). Pero la articulación también implica y está en la base de la alegoría
como estructura expresiva fundamental: Janice Radway nos recuerda que la cultura popular o de masas
ha sido sistemáticamente fantaseada como femenina. Las estructuras alegóricas de la fantasía colecti-
va, que van rotando, son en realidad el texto básico para cualquier aproximación a la articulación como
síntoma o como programa político. Pero esta dinámica de la articulación no se va a esclarecer hasta
que comprendamos mejor las consecuencias implícitas en el hecho de ver la cultura como la expresión
de un grupo individual.
8 Harald Eidheim, “When Ethnic Identity Is a Social Stigma”, en Fredrik Barth, Ethnic Groups and Boundaries (Boston, Little,
Brown, 1969), págs. 39-57. Véase también Bernard McGrane, Beyond Anthropology (Nueva York, Columbia University Press,
1989), que abre un nuevo campo al analizar las sucesivas figuras del Otro en el Renacimiento (en el que el Otro es un ser
infernal, al nivel del oro y de las especias), el Iluminismo (en el que el Otro es un pagano y un “no iluminado” en el sentido
específico de ser ignorante de las “causas desconocidas”) y en el siglo XIX (en el que el Otro se posiciona en un punto ante-
rior en el tiempo histórico).
9 Donald Horowitz, Ethnic Groups in Conflict (Berkeley, University of California Press, 1985), 90-92. Véase también la intere-
sante investigación de Perry Anderson sobre el concepto de “carácter nacional” en “Nation-States and National Identity”,
London Review of Books 9, mayo de 1991, págs. 3-8.
10 Etienne Balibar, “Is There a Neo-Racism?”, en Etienne Balibar e Immanuel Wallerstein, Race, Nation, Class (Londres, Verso,
1991), págs. 17-28.
[...] la transcodificación entre el cuerpo y lo social establece los mecanismos por medio de los
cuales el cuerpo resulta un tropo político privilegiado de las clases sociales inferiores, y la gro-
sería del cuerpo opera como una crítica de la ideología dominante. El poder de la grosería se
fundamenta en la oposición de y hacia los discursos altos, que resultan profilácticos en contra-
posición a la degradación de los bajos [...]
Pero Kipnis llega aun más lejos, incluso que Bourdieu, ya que —como es apropiado si uno se ocupa
de la conciencia de clase, la cual por definición es una relación y una forma de lucha— se hace cargo
del intrincado tema de las “posiciones subjetivas” que están involucradas en este acto de agresión cul-
tural (en el cual, por lo menos en primera instancia, las mujeres se tornan alegoría del refinamiento y
de la cultura alta, en tanto los hombres —por medio de lo que Jeffrey Klein llama “el impulso de cuello
azul”— lo son de la clase baja).
[...] hay, además, un malestar por ser tratada como un sujeto de represión —como un suje-
to con una historia—, y el rechazo del porno puede verse como una defensa erigida contra
las representaciones que signifiquen desestabilizarla en su subjetividad. En otras palabras, hay
Pero este análisis de las subjetividades intercolectivas y las posiciones subjetivas nos lleva virtual-
mente a las fronteras de un nuevo campo, que ya no es ni antropología ni sociología en el sentido tra-
dicional, pero que efectivamente restablece a la cultura su significado profundo oculto, o sea, la cultura
entendida como el espacio de los movimientos simbólicos de los grupos, que establecen mutuamente
una relación agonística. Otro ensayo asume este campo como propio: “Representing Whiteness in the
Black Imagination” [La representación de lo blanco en la imaginación negra], de Bell Hooks. La descrip-
ción que se hace allí del miedo visceral de la gente blanca, según lo concibe la imaginación negra, tiene
algo de la intensidad de una obra de arte (supongo que no es necesariamente el mejor halago en este
contexto).
Pero este nuevo campo no es ni tan fácil ni tan accesible, como tal vez haya sugerido sin darme
cuenta: existen barreras, y éstas no se traspasan automáticamente por la introspección menos autoin-
dulgente o la exploración autobiográfica más minuciosa. Para ver en qué consisten estas barreras debe-
mos otra vez volver al marxismo (en realidad, la sección precedente constituye una descripción de las
formas que asume la totalización en los Estudios Culturales). Lo que todavía no se ha mencionado es
el papel que desempeña la clase social en los Estudios Culturales recientemente constituidos, el cual
quizá no sea obvio, aunque así se ha insinuado al pasar.
Intelectuales flotantes
Aquí la clase esencialmente asume dos formas, que se agregan a la intervención, cambiante y alea-
toria, de un “factor” de clase presente en las diversas constelaciones culturales que se analizan (como
ocurre cuando la clase reaparece en el análisis de un objeto cultural pornográfico, en el caso de Kipnis,
o se la fantasea teniendo en cuenta una alegoría de género). La primer forma en que la clase reaparece
—con una preocupación que resulta omnipresente en estas páginas— es a través de la puerta trasera,
inadvertida, del rol del intelectual como tal. Simon Frith lo menciona con una franqueza poco piadosa
cuando declara: “Desde mi perspectiva sociológica, la música popular es una solución, una resistencia
ritualizada, no al problema de ser joven y pobre y proletario, sino al problema de ser un intelectual”.
La referencia profesional a la “perspectiva sociológica” no resulta ociosa ya que ésta expresa una con-
cepción de la relación del intelectual con la sociedad muy diferente de la que los Estudios Culturales
podían prever (cuando, en realidad, desea conceptualizar esta pregunta vergonzante). Concretamente
se trata de lo que me atrevería a llamar “el sentido trágico de la vida” de los grandes sociólogos, desde
Weber y Veblen hasta Bourdieu, esa glacial falta de compromiso respecto de los fenómenos sociales,
que es la condición misma del conocimiento cierto del sociólogo y que excluye toda participación acti-
vista en lo social (en realidad, cualquier compromiso político en el sentido habitual), so pena de perder
la lucidez, el poder de desmistificación, lo cual se paga precisamente con esta separación epistemológi-
ca de lo humano.
En mi intento de pensar críticamente, desde la teoría cultural, las relaciones entre los habitus
del sector dominante y del subordinado, la política nunca ha estado muy lejos de la superficie.
Espero que podamos achicar la brecha y aumentar la conexión entre ambos porque creo que,
al hacerlo, podemos ayudar a cambiar la relación entre la academia y otras formaciones socia-
les, en particular la de los subordinados. Muchos de los que viven dentro de esas formaciones
subordinadas hallan poca relación entre las condiciones de su vida cotidiana y las formas aca-
démicas de explicar el mundo. No queremos que este abismo se agrande, más aún cuando
consideramos que, entre los movimientos recientes más efectivos que abogan por un cambio
social se encuentran varios que implicaron lealtad entre las universidades y los miembros de
las formaciones sociales subordinadas o reprimidas.
Aquí y allá unos pocos espíritus valientes se atreven a expresar la opinión de que los académicos
también son gente; pero nadie parece particularmente entusiasmado con la perspectiva de emprender
una etnología de su cultura, temiendo —quizá con razón— lo preocupante y lo deprimente que puede
resultar ese autoconocimiento, que ha sido rastreado incansablemente por Pierre Bourdieu en Francia
(aunque después de todo hay una forma en la que el populismo y el antiintelectualismo son específi-
camente —hasta se podría llegar a decir exclusivamente— una cuestión americana). La objeción bási-
ca al trabajo de Fiske pasa por otro lado, y precisamente pareciera centrarse en la ambigüedad de la
cultura o la superestructura, sobre la cual Stuart Hall ha alertado sobre su tendencia, en tanto objeto, a
desplazarse de lo social, a reafirmar su semiautonomía, “a instanciar un aplazamiento necesario [...] algo
descentrado en el ámbito de la cultura [...] que siempre se escapa y evade los intentos de unirla, directa
e inmediatamente, con otras estructuras”. El trabajo de Fiske se construye sobre este vacío, afirma la pre-
sencia de la opresión económica y la explotación social, al tiempo que lee la cultura como un conjunto
de “recursos para luchar contra esas restricciones”. El temor no es únicamente que esa lucha pueda ser
sólo imaginaria —como ocurre con la supuestamente infame visión sobre la religión de Marx—:12 es
más bien la sospecha de que el propio intelectual puede estar usando la celebración de la cultura de
11 Véanse, por ejemplo, las observaciones de Constance Penley acerca del sentimiento popular de que los intelectuales —en
este caso las feministas— pertenecen de alguna manera a las clases altas: “los slashers no sienten que pueden expresar sus
deseos de un mundo mejor, más igualitario y sexualmente liberado a través del feminismo, no sienten que pueden hablar
como feministas, no sienten que las feministas hablen por ellas”.
12 Pero es importante señalar, como lo hace Cornel West, que la religión (y en particular el fundamentalismo) es un gran com-
ponente, básico, de la cultura mediática americana, y además aquí decididamente no está suficientemente analizado o
representado.
Lo que cuestiono es que el feminismo negro (o cualquier otro programa) suponga acrítica-
mente que puede hablar por las mujeres negras, la mayoría de las cuales son pobres y están
“silenciadas” por una educación, una vivienda y una cobertura de salud inadecuadas, así como
por la falta de acceso a la vida pública. No porque crea que el feminismo negro no debería
tener algo que ver con la representación de la mujer negra que no puede hablar por sí misma,
sino porque el problema del silencio, y las deficiencias inherentes a cualquier representación
de los silenciados, debe ser reconocido como una problemática central en un proceso feminis-
ta negro de oposición.
Esta modestia, junto a la apelación franca de Cornel West a los participantes a reconocerse a
sí mismos como intelectuales americanos (y a asumir la carga de la historia cultural americana, la
cual —junto con los “Estudios Americanos”— curiosamente, no está presente aquí), puede ofrecer la
forma más satisfactoria de entender y considerar el dilema del intelectual cultural.
Sin embargo, no es el único modo, y seguramente en esta conferencia el tratamiento más innova-
dor a propósito del intelectual es el del modelo del intelectual como “fan”: “Como saben, algunos de los
trabajos más interesantes que se están haciendo en los Estudios Culturales son etnográficos, y consi-
deran a la crítica, en ciertos aspectos, en tanto ‘fan’”. Es por lo menos una imagen y un rol un poco más
atractivos que el del groupie clásico de los años sesenta, e implica la transformación de la identidad
étnica o grupal (hacia la cual el groupie se veía atraído como una mariposa alrededor de la luz) en prác-
ticas y desempeños que uno podría apreciar como espectador participante. Seguramente ello refleja
la transformación propiamente posmoderna de la etnicidad en neoetnicidad, en la medida en que se
lleva el aislamiento y la opresión de los grupos al reconocimiento mediático y a la nueva reunificación
por la imagen (en una Aufhebung propiamente hegeliana, que preserva y, al mismo tiempo, anula la
cuestión). Pero es una solución que no carece de problemas, ya que el nuevo fan es algo así como el
fan de los fans, y tanto Constance Penley, en su descripción de la cultura Star Trek, como Janice Radway
(en su clásico libro sobre el romance), son cuidadosas al documentar la distancia que debe recorrerse
El problema con la crítica estética (y con los Estudios Culturales, que todavía están atrapados
en ese punto) es que se atreve a juzgar y comprender estos otros ámbitos culturales desde un
único punto metropolitano, por lo general, la facultad de Artes de la Universidad. Sin embar-
go, cuando se viaja hacia estas otras zonas —a despachos legales, a instituciones mediáticas,
a oficinas gubernamentales, a empresas, a agencias de publicidad— se hace un descubri-
miento aleccionador: ya están todas atiborradas de sus propios intelectuales. Y simplemente
miran hacia arriba y preguntan: “Bueno, ¿qué es exactamente lo que puede hacer usted por
no-sotros?”
El imperativo geopolítico
Éste es el momento de decir no sólo lo que debería hacerse en el vacío que dejan las dos expresio-
nes de moda (“cuerpo” y “poder”) y los “cabos sueltos” ideológicos que surgen de la crítica al populismo;
es también el momento de señalar cómo, de hecho, muchos de los artículos de esta colección ya están
dirigidos en esa dirección.
13 Gyorgy Konrad e Ivan Szelenyi, Intellectuals on the Road to Class Power, Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich, 1979.
Hay mucho para decir acerca de este momento, en cierto sentido uno de los clímax de la conferen-
cia. Se podría señalar que la palabra “eurocentrismo” ya no parece ser la adecuada para lo que, sin duda,
es la mentalidad pueblerina americana. Aunque estuviera embuida de las perspectivas europeas canó-
nicas (y del retorno de lo reprimido bajo la forma de una anglofilia apenas inconsciente, que siguió a la
francofilia propia de la alta teoría anterior), ésta es ahora la visión del mundo de una OTAN americana,
Crecí en un pueblo de Colorado, donde creía que el Océano Atlántico empezaba en algún
lugar en Kansas, y que cualquier cosa que pasara al este de la ciudad de Kansas se considera-
ba la Costa Este. Y sé que Cornel creció en California, pero creo que tal vez estuviste en el Este
demasiado tiempo. La reformulación atlanticista de Paul acerca de la herencia africana, la cul-
tura africana y los afroamericanos me permitió a su vez reformular muchos temas. Pero quiero
hacer una declaración californiana. Se relaciona con el hecho de ver el mundo en relación con
América Latina, Centroamérica, México, con vivir en un territorio conquistado, de manera tal
que pareciera que Quebec fuera parte de California más que parte del mundo del cual estás
hablando. Es el sentido del Pacífico. Pienso en el discurso de Bernice Johnson Reagon sobre la
política de coalición que tuvo lugar en un festival musical de mujeres en la Costa Oeste y que
es un texto absolutamente canónico en el feminismo norteamericano, y pienso en las cons-
trucciones de la categoría “mujer de color”, pero también en una política cultural feminista y
una visión de una nueva política cultural a nivel mundial. No se capta nada de todo esto si se
tiende a construir el mundo como blanco/negro, o Estados Unidos/Gran Bretaña, con un poco
de Australia y Canadá adentro. Un mapa global así deja afuera estas cuestiones realmente fun-
damentales.
Todo lo cual parece confirmar la visión que tiene Clifford de los Estudios Culturales como un mode-
lo basado en el viaje y el turismo. Pero ello significaría pasar por alto tensiones más profundas y más
interesantes, aquellas, por ejemplo, que surgieron en el filoso intercambio entre Morris y Paul Gilroy,
cuya notable propuesta de reconocer y reconstruir una verdadera cultura negra atlántica parece pre-
sentar a primera vista algunas analogías con la perspectiva de la Costa del Pacífico. Pero Gilroy tiene
una agenda ligeramente distinta: “La especificidad de lo Atlántico negro puede definirse, a cierto nivel,
mediante este deseo de trascender tanto la estructura del estado-nación como las restricciones que
imponen la etnicidad y la particularidad nacional”. Ya hemos visto que la intervención de Gilroy cons-
tituye un repudio explícito a la “política de identidad” o de separatismo cultural). Pero Gilroy puede (y
debe) resistir esa tendencia divisoria a celebrar el excepcionalismo cultural americano o británico (aun
cuando se presente en términos del excepcionalismo de la cultura británico-negra o afroamericana):
está allí el gran archipiélago flotante del Caribe para autorizar dicha resistencia. Sin embargo, tal vez los
australianos y los canadienses no puedan echar por la borda tan fácilmente el problema determinante
y la categoría de nación. Según Jody Berland, “la razón por la que rechacé la noción de identidad en tér-
14 El trabajo de Simon Frith sobre la cultura musical sugiere que esto también rige para la producción cultural como tal; por
ejemplo, “la tensión en este mundo es menor entre los amateurs y los profesionales [...] que entre los grupos de referencia
locales y nacionales”.
Quienes todavía recuerdan los buenos viejos tiempos del Realismo Socialista son concientes del
papel clave que desempeñó la noción de lo “típico”: la literatura verdaderamente progresista debía
representar héroes típicos en situaciones típicas. A aquellos escritores que retrataban en forma sombría
la realidad soviética no se los acusaba simplemente de mentir; la acusación más bien consistía en que
ofrecían un reflejo distorsionado de la realidad social al describir los restos del pasado decadente, en
vez de centrarse en los fenómenos “típicos”, es decir, en aquellos que expresaban la tendencia histórica
subyacente del progreso hacia el comunismo. Aunque esta noción pueda sonar ridícula, su pizca de
verdad reside en el hecho de que toda noción ideológica universal siempre está hegemonizada por
algún contenido particular que tiñe esa universalidad y explica su eficacia.
1 “Sutura” es, desde luego, otro nombre para este cortocircuito entre lo Universal y lo Particular: la operación de hegemonía
“sutura” el Universal vacío a un contenido particular.
El deseo y su articulación
Uno se ve tentado aquí a referirse a la distinción freudiana entre el pensamiento latente del sueño
y el deseo inconciente expresado en el sueño. No se trata de lo mismo: el deseo inconciente se articula,
se inscribe por medio de la “perlaboración”, es decir, se trata de la traducción del pensamiento latente
del sueño al texto explícito de un sueño. Análogamente, no hay nada “fascista” (o “reaccionario”, o que
merezca una calificación por el estilo) en el pensamiento latente del sueño de la ideología fascista (es
decir, el anhelo de una auténtica solidaridad comunitaria y social); lo que da cuenta del carácter propia-
mente fascista de esta ideología es la forma en que el “trabajo ideológico del sueño” elabora y transfor-
4 Ahora que este mágico momento de solidaridad universal ha pasado, el significante que está emergiendo en algunos
países postsocialistas como el de la completud ausente de la sociedad, es el de honestidad: éste apunta a la ideología
espontánea de la “gente común” que está atrapada en la turbulencia económica y social, cuyas esperanzas en una nueva
completud en la sociedad que debía seguir al colapso del socialismo se vieron cruelmente traicionadas. A sus ojos, las
“viejas fuerzas”. (ex comunistas) y los ex disidentes que estuvieron en el poder se unieron para explotarlos aun más que
antes, bajo las banderas de la libertad y la democracia. La lucha por la hegemonía, desde luego, se centra ahora en ese con-
tenido particular que dará un giro a este significante: ¿qué significa “honestidad”? Y nuevamente, sería erróneo alegar que
el conflicto está en última instancia en los diferentes significados de la palabra “honestidad”: lo que se pierde de vista en
esta aclaración semántica es que cada posición asegura que su honestidad es la única honestidad “verdadera”: la lucha no
es simplemente una lucha entre contenidos particulares diferentes. Se trata de una lucha que estalla desde dentro de lo
universal en sí mismo.
5 Jacqueline Rosa: States of Fantasy, Oxford, 1996, pág. 149.
6 Ibídem.
7 Uno comprende, retroactivamente, hasta qué punto el fenómeno denominado “disidencia” estaba imbuido de un marco
ideológico socialista, hasta qué punto la “disidencia”, con su utópico “moralismo” (el predicamento de la solidaridad social,
la responsabilidad ética y otros valores por el estilo), proveía el núcleo ético negado del socialismo: tal vez, algún día, los
historiadores notarán —en el mismo sentido que Hegel sostenía que el resultado espiritual verdadero de la guerra del
Peloponeso, su Fin espiritual, es el libro de Tucídides que trata sobre ella— que la disidencia fue el verdadero resultado
espiritual del Socialismo Realmente Existente.
La ideología subterránea
Lo que uno debería hacer, por lo tanto, es reafirmar la antigua crítica marxista respecto de la “reifi-
cación”: en contraposición a las pasiones ideológicas, a las que se considera “pasadas de moda”, hoy la
forma ideológica predominante consiste en poner el acento en la lógica económica “objetiva”, despoli-
tizada, puesto que la ideología es siempre autorreferencial, es decir, se define a través de una distancia
respecto de un Otro, al que se lo descarta y denuncia como “ideológico”.11 Jacques Rancière se refirió
cáusticamente a la “mala sorpresa” que espera a los ideólogos posmodernistas del “fin de la política”:
8 Véase Tiziana Terranova: “Digital Darwin”, New Formations, n° 29, verano de 1996.
9 Véase Richard Dawkins: The Selfish Gene, Oxford, 1989.
10 Michael L. Rothschild: Bionomics: The Inevitability of Capitalism, Nueva York, Armonk, 1992.
11 Véase Slavoj Zizek: “Introducción”, en Mapping Ideology, Londres, Verso, 1995.
12 Véase Jacques Rancière: On the Shores of Politics, Londres, Verso, 1995, pág. 22.
13 Para un desarrollo más detallado del papel que desempeña la jouissance en el proceso de la identificación ideológica,
véase Slavoj Zizek: The Plague of Fantasies, Londres, Verso, 1997, cap. 2.
14 “Propos de Emir Kusturica”: Cahiers de cinéma, n° 492, junio de 1995, pág. 69.
15 En relación con esta percepción occidental de los Balcanes como una pantalla fantasmática, véase Renata Salecl: The Spoils
of Freedom, Londres, 1995.
16 Véase Slavoj Zizek: “I Hear You with My Eyes”; o “The Invisible Master”, en Renata Salecl y Slavoj Zizek (comps.): Gaze and
Voice as Love Objects, NC, Durham, 1996.
El multiculturalismo
¿Cómo se relaciona, entonces, el universo del Capital con la forma del Estado-Nación en nuestra era
de capitalismo global? Tal vez esta relación sea mejor denominarla “autocolonización”: con el funciona-
miento multinacional del Capital, ya no nos hallamos frente a la oposición estándar entre metrópolis
y países colonizados. La empresa global rompe el cordón umbilical que la une a su nación materna
y trata a su país de origen simplemente como otro territorio que debe ser colonizado. Esto es lo que
perturba tanto al populismo de derecha con inclinaciones patrióticas, desde Le Pen hasta Buchanan: el
hecho de que las nuevas multinacionales tengan hacia el pueblo francés o norteamericano exactamen-
te la misma actitud que hacia el pueblo de México, Brasil o Taiwan. ¿No hay una especie de justicia poé-
tica en este giro autorreferencial? Hoy el capitalismo global —después del capitalismo nacional y de su
fase colonialista/internacionalista— entraña nuevamente una especie de “negación de la negación”. En
un principio (desde luego, ideal) el capitalismo se circunscribe a los confines del Estado-Nación y se ve
acompañado del comercio internacional (el intercambio entre Estados-Nación soberanos); luego sigue
19 Uno de los hechos menores, aunque revelador, que da prueba de la decadencia del Estado-Nación es la paulatina exten-
sión de una institución obscena: las cárceles privadas en los Estados Unidos y otros países occidentales. El ejercicio de lo
que debería ser monopolio del Estado (la violencia física y la coerción) se convierte en objeto de un contrato entre el Esta-
do y una compañía privada que ejerce la coerción sobre los individuos por una cuestión de ganancias: lo que vemos aquí
es simplemente el fin del monopolio del uso legítimo de la violencia, lo cual, según Max Weber, define el Estado moderno.
20 Estos tres estadios (las comunidades premodernas, el Estado-Nación y la actual “sociedad universal” transnacional) encajan
perfectamente en la tríada elaborada por Fredric Jameson de tradicionalismo, modernismo y posmodernismo: aquí, tam-
bién, el fenómeno retro que caracteriza al posmodernismo no debería engañarnos. Es sólo con el posmodernismo que se
consuma plenamente la ruptura con la premodernidad. Por eso la referencia a la obra de Jameson Postmodernism, or the
Cultural Logic of Late Capitalism (Londres, Verso, 1993) es deliberada.
La máquina en el espíritu
Mutatis mutandis, lo mismo ocurre con el capitalismo de hoy, que se aferra todavía a una herencia
cultural particular, identificándola como la fuente secreta de su éxito —los ejecutivos japoneses partici-
pan en la ceremonia del té u obedecen el código bushido o, en el caso inverso, el periodista occidental
busca el secreto del éxito japonés: esta referencia a una fórmula cultural particular resulta una pantalla
que oculta el anonimato universal del capital. El verdadero horror no está en el contenido particular
que se esconde tras la universalidad del capital global, sino en el hecho de que el capital efectivamen-
te es una máquina global anónima que sigue su curso ciegamente, sin ningún agente secreto que lo
anime. El horror no es el espíritu (viviente particular) en la máquina (muerta universal), sino la máquina
(universal muerta) en el corazón mismo de cada espíritu (viviente particular).
La conclusión que se desprende de lo expuesto es que la problemática del multiculturalismo que
se impone hoy —la coexistencia híbrida de mundos culturalmente diversos— es el modo en que se
manifiesta la problemática opuesta: la presencia masiva del capitalismo como sistema mundial uni-
22 Véase Darian Leader: Why Do Women Write More Letters than they Post?, London, 1996.
23 Karl Marx: “The Class Struggles in France: 1848 a 1850”, en Surveys from Exile, Political Writings: Volume 2, Londres, 1973.
26 La fórmula más concisa de la suspensión derechista de las normas públicas (legales) fue dada por Eamon de Valera: “La
gente no tiene derecho a actuar mal”.
27 Así es como, tal vez, debiera leerse la noción de singulier universel de Rancière: la afirmación de una excepción singular
como el lugar de la universalidad que, simultáneamente, afirma y subvierte la universalidad en cuestión. Cuando decimos,
por ejemplo, “Somos todos ciudadanos de Sarajevo”, obviamente estamos incurriendo en una nominación “falsa”, una nomi-
nación que viola la correcta disposición geopolítica; sin embargo, precisamente como tal, esta violación permite nombrar
la injusticia del orden geopolítico existente. Véase Jacques Rancière, La Mésentente, París, 1995.
1 Cuando este libro ya estaba prácticamente terminado, apareció una muy útil introducción de un autor argentino a las incon-
sistencias, contradicciones y aun aporías de los estudios culturales: Carlos Reynoso, Apogeo y decadencia de los estudios cultu-
rales. Una visión antropológica, Barcelona, Gedisa, 2000. Es una lástima que el extenso y erudito recorrido de este texto esté
por momentos desviado por un espíritu un tanto ociosamente querellante, que confunde más de lo que aporta. Daré sólo
un ejemplo, que no es un ejemplo cualquiera, puesto que me afecta personalmente (narcissisme oblige). Dice Reynoso en la
página 32: “El multiculturalismo es ecuménico y multilingüe, los estudios culturales han surgido como una excrecencia de
los departamentos de literatura inglesa [...] Aquel surge de la fricción entre diversas culturas y razas; éstos emergen (muy al
principio de la historia) de contradicciones entre clases. El multiculturalismo tampoco ejecuta, casi se diría por definición, el
ritual de pertenencia a un movimiento que encuentra su identidad en la evocación protocolar de los sucesos de Birming-
ham. De allí que las nomenclaturas de propuestas como Estudios Culturales: reflexiones sobre el multiculturalismo de Eduardo
Grüner (1998) sean discutibles desde sus mismos títulos”. Paso por alto el halagüeño lapsus por el cual un lector tan atento
como Reynoso me atribuye la autoría plena de un libro de Fredric Jameson y Slavoj Zizek del cual me limité a escribir una
(es cierto que abusivamente extensa) introducción, como lo indican claramente “sus mismos títulos” en la tapa. Paso por alto
también, en la misma línea, que “los títulos” del libro (“Estudios culturales” y “Reflexiones sobre el multiculturalismo”) están
separados por un punto seguido, y no por dos puntos como lo transcribe Reynoso, estableciendo una equivalencia entre
esas “nomenclaturas” que no está en “los títulos”, que se refieren a los dos ensayos que Reynoso no cita, uno de los cuales (el
de Jameson) habla de los estudios culturales y el otro (el de Zizek) del multiculturalismo, como queda clarísimo en los res-
pectivos “títulos”de dichos ensayos. Me limitaré a responder, si puedo, el argumento: (a) precisamente una de las hipótesis de
la primera parte del libro (ahora sí, “de Eduardo Grüner”) que el lector tiene en sus manos es que los estudios culturales han
abandonado prácticamente toda referencia a las contradicciones de clase para recortar la fricción entre diversas culturas y
razas como el problema excluyente de la posmodernidad; y eso en el mejor de los casos, quiero decir, cuando considera el
problema todavía en términos de fricción, y no de mera hibridez o cosas por el estilo; (b) por lo tanto, hoy —al contrario de lo
que ocurría “muy al principio de su historia”— el discurso dominante en los estudios culturales se identifica casi totalmente
con el multiculturalismo y es por eso que para ellos la alusión a los sucesos de Birmingham es, cuando existe, una pura “evo-
cación protocolar”, como bien dice Reynoso. Si el propio Reynoso, además de criticar “los títulos”, se hubiera tomado el mismo
trabajo para leer mi texto (ya que, insisto, me adjudica generosamente la autoría de todo el libro de marras) que el que se
tomó para leer los de sus colegas norteamericanos de los “departamentos de literatura inglesa” cuyas “excrecencias” tan jus-
tamente recusa, este largo y tedioso pie de página hubiera sido perfectamente innecesario. Todo lo cual —no hace casi falta
aclararlo— no impide que, de nuevo, recomendemos enfáticamente la lectura de su estimulante libro.
2. Horizontes en marcha
Puesto que todo está sometido a la Historia, parece haber un consenso generalizado que fecha el
inicio de los estudios culturales en la Inglaterra de 1956, coincidiendo con el desencanto posterior al
XX Congreso del PCUS y a la invasión rusa de Hungría. Intelectuales como Raymond Williams, William
Hoggart y E. P. Thompson —asistidos por el brillante y entonces joven Stuart Hall— iniciaron, en aquel
momento, un movimiento de toma de distancia del marxismo dogmático dominante en el Partido
Comunista británico, para adoptar lo que ellos mismos llamaron una versión “compleja” y crítica de un
marxismo culturalista, más atento a las especificidades y autonomías de las antiguas “superestructuras”,
incluidos el arte y la literatura. Pero tanto para Stuart Hall (más matizadamente, como veremos) como
para la mayoría de sus seguidores (más enfáticamente) las relaciones ambivalentes con el marxismo
parecen haberse derrumbado junto con el muro de Berlín, para ser sustituidas por una “apertura” hacia
—cuando no una directa fusión con— ciertas corrientes del postestructuralismo francés (Foucault y
Derrida principalmente, y ocasionalmente Lacan) y del posmarxismo “migratorio” (Laclau y Mouffe).
No se trata, aquí, de establecer un inventario obsesivo de las pérdidas y ganancias estrictamen-
te teóricas que ha supuesto ese cambio de parejas, pero sí de señalar cierto complejo grado de “aca-
2 Gayatri Chakravorty Spivak: Outside in the teaching machine, Nueva York, Routledge,1993.
3 Edward Said: Orientalismo, Madrid, Prodhufi, 1995.
5 Fredric Jameson: El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1991.
6 Aquí definiremos “culturalismo”, rápidamente, como la autocontradictoria idea de una determinación “en última instancia”
de las relaciones sociales y la subjetividad por parte de la cultura pensada como pura contingencia. “Autocontradictoria”,
decimos, ya que se nos escapa absolutamente cómo la “última instancia” puede ser contingente.
Jameson (y para nosotros), mucho más que la “base económica” en el sentido vulgar, puesto que incluye las relaciones de
producción —por lo tanto la lucha de clases— atravesadas por las relativamente autónomas instancias jurídico-políticas,
ideológico-culturales, estéticas, etcétera, tal como lo explicamos un poco más adelante.
10 Véase, por ejemplo, Emesto Laclau y Chantal Mouffe: Hegemonía y estrategia socialista, México, Siglo XXI, 1989.
11 E. P. Thompson: La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Crítica, 1989; y también Costumbres en común, Barce-
lona, Crítica, 1993.
[...] si el Sistema es considerado todopoderoso [...] entonces las fuentes de oposición pueden
encontrarse fuera de él. Pero si es realmente todopoderoso, entonces por definición no puede
haber nada fuera de él, de la misma manera que no puede haber nada fuera de la infinita cur-
vatura del espacio cósmico. Si el Sistema está en todas partes, así como el Todopoderoso no
aparece en ningún lugar en particular y por lo tanto es invisible, puede decirse entonces que no
hay ninguna clase de sistema.14
Lo que sí queda más claro, pues, es de qué múltiples maneras esta concepción alternativa (la de
que los “nuevos movimientos” son sustitutivos de una clase trabajadora en vías de extinción) puede
poner la “micropolítica” a disposición de las más obscenas loas al pluralismo y la democracia capita-
listas contemporáneos: “el sistema se felicita a sí mismo por producir cada vez más sujetos estructu-
ralmente no utilizables”. 16 Mientras tanto, se pierde de vista —y se expulsa de la investigación teó-
rica tanto como de la acción política— el lugar constitutivo (es decir, “estructural”, es decir —cómo
no— “totalizador”) que sigue teniendo para el sistema la diferencia entre propiedad y no propie-
dad de los medios de producción, la producción de plusvalía y la reproducción de esas relaciones
productivas que se estiman como “desaparecidas”. Y es justamente la desaparición de prácticamente
toda referencia al “mundo del trabajo” en la teoría, la que resulta altamente sospechosa. O, por lo
menos, fuertemente sintomática. En efecto, no se puede dudar de ninguna manera de la necesidad
de repensar (como lo venimos defendiendo hasta aquí y volveremos a hacerlo más adelante) la arti-
culación de la lucha de clases en sentido clásico —e incluso de la propia noción de “clase”— con las
“nuevas subjetividades” étnico-culturales, nacionales o de género. Sería teórica y políticamente irres-
ponsable renunciar a esta “novedad” (novedad, entiéndase, conceptual, aunque no factual). Pero, una
vez más, de allí a negar (o mejor: a renegar de) la relevancia de la lucha de clases como lugar “vacío”
(queremos decir: como espacio virtual sobre el cual fundar nuevas formas de acción de la multitud
subalterna) que retrocede ante la emergencia de esas “subjetividades”, hay un paso demasiado gran-
de. Y es un paso que corre el riesgo de arrojar al multiculturalismo en las peores manos: en el mejor
de los casos, en las manos de un neoliberalismo “políticamente correcto” que, en el fondo, como ya
lo hemos dicho, saca fácilmente patente de progresista mientras al mismo tiempo se deshace de la
molesta lucha de clases; en el peor, en las manos de una nueva ultraderecha populista y capaz de
asumir hipócritamente esas banderas para usarlas contra la lucha de clases y, en términos más direc-
tamente políticos, contra una izquierda “retrógrada” a la que se puede hacer ver como acantonada
en el dogma rígido de la lucha de clases “pura”. En un ensayo más reciente, el propio Zizek recuer-
da que en un congreso del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen hizo subir al estrado a un argelino,
un sudafricano y un judío; confundiéndose con ellos en un abrazo, le dijo a su audiencia: “Ellos no
son menos franceses que yo: son los representantes del gran capital multinacional, que ignoran sus
deberes hacia Francia, los que ponen en peligro nuestra identidad”. Es decir, de un solo y astuto plu-
mazo, Le Pen se apropia del multiculturalismo, refuerza el nacionalismo francés (convenientemente
“coloreado”, si podemos decirlo así), ocupa el lugar de enunciación de la izquierda con su retórica
15 Slavoj Zizek: “Multiculturalism, or the cultural logic of multinational capitalism”, New Left Review, nº 225. Hay versión castella-
na en Fredric Jameson y Slavoj Zizek: Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo (prólogo de Eduardo Grüner),
Buenos Aires, Paidós, 1998.
16 Fredric Jameson: Teoría de la postmodernidad, ob. cit.
[...] lo mismo se verifica en la crítica posmoderna standard contra la diferencia sexual como
oposición binaria: no hay dos sexos sino una multitud de sexos e identidades sexuales. Pero
la verdad de estos sexos múltiples es el Unisex: la supresión de la Diferencia en una Mismidad
tediosamente repetitiva y perversa que contiene a la multiplicidad [...] La respuesta de una
teoría materialista pasa por mostrar que este mismo efecto de Unidad ya descansa previa-
mente en la exclusión de la brecha antagonista, cuya invisibilidad sostiene a la pluralidad de
identidades.18
La aparente multiplicidad, entonces, es la forma “post” que adopta la “falsa totalidad” de Adorno: la
multiplicidad más o menos intercambiable de las partes oculta la fractura constitutiva del todo (de lo que
solía llamarse “el modo de producción”). Hoy, cuando las diferencias de identidad sexual han adquirido
(y bienvenido sea) carta de ciudadanía, la verdadera obscenidad del sistema consiste en ocultar, por
ejemplo, la superexplotación salvaje del trabajo en el Tercer Mundo bajo el manto de la “diversidad”
globalizada. Por supuesto que esto mismo plantea la pertinencia (sobre la cual también abundaremos
más adelante) de la articulación de esa explotación con las identidades étnico-culturales, nacionales,
poscoloniales, etcétera (puesto que se trata, justamente, del Tercer Mundo): de su articulación, no de su
sustitución por el festejo de la “hibridez” o de “la Diferencia que camina junto a la Semejanza”. Porque, en
suma, la economía —la economía capitalista mundializada— sigue existiendo, y ella sí es una mismidad,
una unidad “global” que provoca la miseria, la enfermedad, la muerte y la marginación de millones de
17 Slavoj Zizek: “Why we all love to hate Haider”, New Left Review, nº 2, marzo de 2000.
18 Ibíd.
¿Por qué sorprendernos entonces de que la clarinada del día sean los “estudios culturales”? La cuadra-
tura del círculo nos la suministra, como en otras ocasiones, Jonathan Culler, ahora en las páginas de un
manual aparecido en 1997: “Pudiera decirse que los dos van juntos”, escribe ahí, “la ‘teoría’ es la teoría y
los estudios culturales son la práctica”. Y remata esa observación, escribiendo con cursiva que “Los estu-
dios culturales son la práctica de la cual lo que llamamos la ‘teoría’ para abreviar es la teoría”.1
Proliferan, en efecto, en los últimos años, las publicaciones en las que se plasma esta nueva (y vieja:
texto cultural es, dicho de una manera todavía inconsulta, todo lo que no es el texto literario, histó-
rico, filosófico, etc., en el sentido que tradicionalmente se les daba a estas compartimentalizaciones)
clase de estudios críticos, trabajos más y menos extensos y más y menos sesudos acerca de discursos
de tanta trascendencia para el bienestar y la perduración de la raza humana sobre el planeta como son
las bitácoras de los exploradores del Polo Norte o las películas de Rambo protagonizadas por Sylvester
Stallone. “Profesores de francés que escriben libros sobre los cigarrillos o sobre la manía norteameri-
cana con la gordura; shakespeareanos que analizan la bisexualidad; expertos en el realismo que están
trabajando sobre los asesinatos en serie...”,2 la verdad es que nada pareciera hallarse a salvo de la avidez
pantagruélica de los estudios culturales. Si por ejemplo nos aproximamos a la que bien pudiera ser la
más popular entre las varias antologías que ya circulan acerca del tema, veremos que sus editores la
introducen proclamando una amplitud del objeto tan espléndida que prácticamente carece de fronte-
ras. “Categorías mayores” de ese objeto son, según ellos, “la historia de los estudios culturales, el género
y la sexualidad, la nacionalidad y la identidad nacional, el colonialismo y el postcolonialismo, la raza y la
etnicidad, la cultura popular y sus públicos, la ciencia y la ecología, la política de la identidad, la pedago-
gía, la política de la estética, las instituciones culturales, la política de la disciplinariedad, el discurso y la
textualidad, la historia y la cultura global en una edad postmoderna”.3
En resumen, todo o casi todo. Agreguemos a eso que, a causa del a o antidisciplinarismo radical que
se advierte en las expresiones más representativas de la tendencia, la amplitud en lo que concierne al
método no es menor. Se proclama acerca de este particular el disfrute por parte del estudioso de una
libertad máxima en el uso de los medios de conocimiento ya existentes, el marxismo, el feminismo, el
psicoanálisis, o en general las estrategias epistemológicas del postestructuralismo y el postmodernis-
mo, junto con dejar muy bien sentado que por su parte los estudios culturales “no tienen una metodo-
logía que les sea propia, ningún tipo de análisis estadístico, etnometodológico o textual del que pue-
1 Jonathan Culler. Literary Theory. A Very Short Introduction. Oxford, New York. Oxford University Press, 1997, p.43.
2 Ibíd.
3 Cary Nelson, Paula A. Treichler y Laurence Grossberg. “Cultural Studies: An Introduction” en Cultural Studies, 1.
4 Ibíd. 2.
5 Ibíd.4.
6 Fredric Jameson. Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism. Durham. Duke University Press, 1995, p.48 [El capí-
tulo que estoy citando, como un ensayo aparte, se publicó originalmente en 1984].
7 Véase: “Any Theory of the ‘Subject’ Has Always Been appropriated by the ‘Masculine’” en Speculum of the Other Woman, tr.
8 Raymond Williams. Culture and Society 1780-1950. New York. Columbia University Press, 1958, pp. 280-281. Un libro nuevo y
bueno, que estudia el legado de Williams, es el de John Higgins. Raymond Williams. Literature, Marxism and Cultural Materia-
lism. London y New York. Routledge, 1999.
9 Homi K. Bhabha. The Location of Culture. London y New York. Routledge, 1994, p. 176.
Pero, antes de embarcarme en una discusión de las señales que presagian el advenimiento de esa
otra etapa, yo siento que una versión en el límite del desempeño culturalista es la que en estos mis-
mos momentos nos están ofreciendo los críticos “postcoloniales”, de los que Bhabha es voz de mando
y a cuya empresa cognoscitiva me parece que no puedo dejar de referirme en este mismo contexto.
Porque me temo que lo que tenemos por delante en este caso no es una prolongación de la escritu-
ra anticolonialista y antiimperialista de los años cincuenta y sesenta, la que autorizaron Aime Césaire,
Franz Fanon, Albert Memmi o Roberto Fernández Retamar, como pregonan algunas voces simplifica-
doras,11 sino el producto de una rebelión de los intelectuales resident aliens y, por extensión, de todos
aquellos intelectuales subalternos (sub-alternos) que cumplen funciones dentro de los confines de la
cultura metropolitana, pero que no tienen ninguna gana de verse cooptados por esa cultura o por lo peor
de esa cultura. Trátase en efecto de un tipo de trabajo culturalista que se produce mayormente den-
tro de la coterie ghettificada hasta la asfixia de los intelectuales periféricos que residen en el centro
del mundo. Como sabemos, la tarea que a esos intelectuales se les confió en el pasado fue la de servir
de “informantes”, la de garantizar con su presencia y su palabra la verdad de los juicios que acerca del
10 Pese a su actitud en general de asentimiento, John Beverly no deja de expresar también sus aprensiones: “El problema, sin
embargo, es que este acercamiento descriptivo a los cambios culturales producidos por la globalización y las nuevas tec-
nologías es incapaz por sí mismo de rearticular y modificar instituciones. Corre el peligro de constituirse como una espe-
cie de costumbrismo postmodernista”. “Sobre la situación actual de los estudios culturales” en Asedios a la heterogeneidad
cultural. Libro de homenaje a Antonio Cornejo Polar; eds. José Antonio Mazzotti y U. Juan Zevallos. Philadelphia. Asociación
Internacional de Peruanistas, 1996 p.463.
11 La tesis de esta continuidad la formulan Bart Moore Gilbert, Gareth Stanton y Willy Maley en su “Introduction” a Postcolo-
nial Criticism. eds. Bart Moore-Gilbert, Gareth Stanton y Willy Maley. London y New York. Longman, 1997, pp.1-72.
12 Tomo estos dos ejemplos de Homi K. Bhabha. “Postcolonial Authority and Postmodern Guilt” en Cultural Studies, 58.
13 Gayatri Chakravorty Spivak. Outside in the Teaching Machine. New York y London. Routledge,1993, pp.48-49.
14 Véase: Gayatri Chakravorty Spivak. The Post-colonial Critic. Interviews, Strategies, Dialogues, ed. Sarah Harasym. New York y
London. Routledge, 1990. Interesan sobre todo las entrevistas cuarta a séptima: “The Problem of Cultural Self-representa-
tion”,“Questions of Multi-culturalism”,“The Post-colonial Critic” y “Post Marked Calcuta, India”, pp. 50-94.
15 Anthony Appiah Kwame. “Is the Post —in Postmodernism the Post— in Postcolonial?”. Critical Inquiry, 2 (Winter 1991), 348.
El subrayado es suyo.