Varios - Neoliberalismo Y Luchas Sociales en Nuestra America
Varios - Neoliberalismo Y Luchas Sociales en Nuestra America
Varios - Neoliberalismo Y Luchas Sociales en Nuestra America
Estado, gobierno
y control social
Melisa Campana
José Gabriel Giavedoni
(Compiladores)
Neoliberalismo y luchas sociales en nuestra América / Susana Murillo … [et
al.]; compilado por Melisa Campana; José Gabriel Giavedoni; prólogo de
Beatriz Dávilo; Marisa Germain. 1a ed. Rosario: Pegues, 2016.
Libro digital, PDF/A
CDD 320.01
PEGUES
Registro de ISBN: en trámite
Créditos editoriales
Presentación
Programa de Estudios sobre Gubernamentalidad y Estado
14
Capítulo I
Los desajustes en los conceptos ideológicos. El pecado y
la división de poderes
Susana Murillo
19
Capítulo II
El Estado desde la perspectiva de la gubernamentalidad:
aproximaciones teórico-metodológicas
María Cora Paulizzi y María Paula Milana
32
Capítulo III
Contra el Estado desde el Estado
Melisa Campana
45
Capítulo IV
¿Economía social o economía de lo social?
Aproximaciones críticas desde la construcción de la
Doctrina Social de la Iglesia
José G. Giavedoni
60
Capítulo V
Economía Social y Solidaria: mutaciones en las formas de
gobierno de la fuerza de trabajo
Susana Presta
91
Capítulo VI
El discurso de los medios de comunicación en la
construcción de jóvenes “delincuentes recuperados” tras
su paso por la cárcel
Luciana Ginga
111
Capítulo VII
La asistencialización de lo social. Reconfiguraciones
neoliberales de la política social
Ana Laura Pinto
129
Capítulo VIII
Racionalidad neoliberal y reducción de la pobreza. Una
lectura sobre las transferencias condicionadas de ingresos
Matías Mrejen
151
Capítulo IX
Rupturas y continuidades en la política social
contemporánea: la Asignación Universal por Hijo para
Protección Social
Mariana Servio
164
Capítulo X
Aborto en clave biopolítica: sobre el “niño por nacer”
Andrea Flores
179
Prólogo
3 Serge Audier (2012), en una minuciosa arqueología de las diversas tradiciones intelectuales que, a partir
de la crisis de 1929, confluyen en la revisión del liberalismo clásico, reconstruye un universo teórico muy
vasto y variado de perspectivas que por comodidad suelen incluirse en la categoría de «neoliberalismo».
Audier critica esta generalización planteando que ignora diferencias muy marcadas entre posiciones que
no admiten ser englobadas bajo el mismo rótulo. Si bien es cierto que, en términos teóricos, hay muchos
«neoliberalismos», como señala Audier, es indudable que hay una racionalidad gubernamental que puede
observarse con cierta regularidad en los diversos experimentos neoliberales llevados adelante a partir de las
últimas décadas del siglo XX, y que tiene como rasgos salientes la centralidad del individuo que compite
en el mercado, y de éste como fuerza expansiva que pretende colonizar los más diversos ámbitos de la vida
individual y colectiva. AUDIER, Serge (2012). Néo-liberalisme(s). Une archeologie intellectuelle. Paris:
Grasset.
4 FOUCAULT, Michel (2006). Seguridad, territorio y población, Buenos Aires, FCE.
tarea de gobierno, se vuelve imprescindible poner el foco en la confluencia de
Estado y gobierno que comienza a desplegarse en el siglo XVIII. Fue tal vez el
contexto de insurrecciones de conducta— como caracteriza Foucault a diversos
movimientos que producen agitación social, tales como el cisma religioso, los
levantamientos campesinos, e incluso las revoluciones de finales del XVIII— lo
que señala la necesidad de que el Estado se haga cargo de la tarea de gobierno
(Foucault, 2006). Surge así la pregunta por «cuánto gobernar», no sólo en
términos de los costos de las intervenciones estatales sino también de su utilidad
a la luz de los supuestos mecanismos autorregulatorios propios de la sociedad5.
El liberalismo clásico se enfrenta al desafío de afianzar la estructura impersonal
del Estado— como sistema de regulaciones con base en el orden jurídico— y al
mismo tiempo economizar el gasto de poder involucrado en la tarea de gobierno.
Para esto, presupone un sujeto gobernable, el individuo racional, egoísta y
calculador, movido por el interés; y cuando no lo encuentra, lo suscita a través
de toda una serie de tecnologías y dispositivos. Sobre este sedimento teórico y
político liberal decimonónico, el neoliberalismo, en un escenario completamente
diferente— como es el de los cuestionamientos al Estado de Bienestar—
introduce un nuevo «refinamiento interno» en la racionalidad gubernamental,
naturalizando esas características subjetivas y convirtiéndolas prácticamente en
un universal antropológico. Se forja así una gubernamentalidad que ubica a la
individualidad como naturaleza constreñida por el Estado y por la ortopedia del
derecho, a la que las políticas neoliberales buscan emancipar desatando así su
potencial.
¿De qué tecnologías se nutre esta gubernamentalidad? Fundamentalmente, de
tecnologías de individuación, de producción de libertad y de generación de
situaciones de mercado. Si existe un supuesto en torno al individuo adecuado
a ella, también le corresponde una forma de libertad consistente en evaluar sus
propias posibilidades en una competencia en términos de cálculo costo/beneficio.
La libertad de elegir es presentada como una forma de autorrealización, pero va
5 Según Sheldon Wolin, lo que se repite a lo largo de una tradición de pensamiento que va de John Locke
a John Stuart Mill, pasando por Adam Smith, es la confianza en que la sociedad encuentra en sí misma sus
propios mecanismos de regulación (1993 [1960]). Es el liberalismo económico de fines del siglo XIX y del
XX que propone que sociedad y mercado son coextensivos y el último es el que provee los mecanismos
autorregulatorios a ambos. WOLIN, Sheldon (1993). Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el
pensamiento político occidental, Buenos Aires, Amorrortu [1960].
necesariamente acompañada de toda una serie de coacciones que configuran el
escenario de competencias del capitalismo tardío: el individuo elige la movilidad
laboral porque el mercado de trabajo se precariza y obstaculiza la estabilidad,
elige invertir en sí mismo porque es responsabilizado por sus fracasos, elige
competir sin cesar con otros individuos como él porque todos son compelidos
a demostrar capacidades y experticias atravesadas por un proceso continuo de
renovación y expansión.
El moderno artificio que supone el individuo encuentra en la gubernamentalidad
neoliberal una vuelta de tuerca: radicalizando la individualización, se persigue la
posibilidad de desmontar la perspectiva comunitaria en el actuar, para hacer del
individuo y sus deseos la piedra de toque del acceso a lo colectivo.
Al individuo moderno del liberalismo— como entidad indivisa que se relaciona
con los demás a partir de una existencia atomística— el neoliberalismo le suma
una concepción ética que supone que ese personaje, en el límite, sólo cuenta
consigo mismo para lograr lo que necesita y desea. En este sentido el deseo
se constituye en el principal punto de apoyo de la palanca del gobierno en el
neoliberalismo, así como el interés, según Foucault, lo fue en el liberalismo
(2007).
Se trata de una gubernamentalidad productora de una psicopolítica orientada a
suscitar deseo: generación indefinida de deseo en ese individuo, pero un deseo
siempre sometido a racionalización por cálculo costo/beneficio.
Así, hombres y mujeres son impulsados a constituir una relación consigo mismos
tratando diferentes aspectos de sí o de su propia existencia como vectores
de capitalización, como fuentes de un valor susceptible de ser acumulado y
reinvertido en un ciclo indefinido. La figura del empresario de sí tematizada en la
Teoría del Capital Humano es la clave a la vez analítica y política por medio de
la cual el neoliberalismo nos propone hacer frente a las más variadas situaciones
y contingencias vitales.
El cálculo costo/beneficio supone un conocimiento y previsión de los riesgos
posibles, de modo que cada individuo se vuelve, a la vez, empresario de
sí y gestor de los riesgos que toma, responsabilizándose por los costos de
sus decisiones. Esta responsabilización, esta estimación continuada de las
probabilidades dispares de nuestras acciones, coloca continuamente a mujeres
y hombres en un horizonte futuro en que se saldan las deudas contraídas por
expectativas generadas en el pasado. Un deudor responsable, un gestor de su
propia contingencia, es el tipo de sujeto requerido por la gubernamentalidad
neoliberal.
Correlato del empresario de sí y de ese sujeto indefinidamente deseante, es la
generación de una demanda económica capaz de hacer advenir un mercado
o comportamientos de mercado donde antes sólo había ese deseo, aceptando
la obligación de elegir y la lógica concurrencial como si fuera una realidad
incuestionable, y la única regla de juego viable (Dardot y Laval 2012:219).
Si este modo de gobernar conductas produce libertades, no son cualquier tipo
de libertades, sino fundamentalmente la de competir en el mercado y elegir,
según un cálculo de medios, las oportunidades que en esa competencia anuden
resultados y responsabilidad. Se opera así una internalización en el «corazón» del
sujeto de una lógica competitiva que convierte casi cualquier escenario de la vida
en un mercado en el que todo el tiempo buscamos vender/nos lo mejor posible,
maximizando el beneficio de la inversión que nuestra propia existencia supone.
Este juego de libertades inducen a pensar el capitalismo, a la luz de esta
gubernamentalidad, no exclusivamente como un modo de producción
subordinado a una lógica de funcionamiento necesaria y natural, sino como un
complejo económico-jurídico del que el neoliberalismo es una de las figuras
centrales que, a través del emprendedorismo, modela sociedad y sujetos a la vez.
La lógica de mercado no aparece ya, exclusivamente, como esa naturaleza que,
por necesidad, impone límites reales e inevitables al Estado, sino que, a través
del mecanismo de competencia, se constituye en un principio de inteligibilidad—
de lectura— aplicado/aplicable a cualquier tipo de relaciones interpersonales o
de acción pública o privada. Llevados a ser gestores, administradores constantes
de la propia existencia, los individuos le requieren al Estado que actúe como
un empresario y lo interpelan no acerca de la justicia de su acción, sino de
su rentabilidad, su eficacia, y los beneficios que genera respecto del gasto
ocasionado (Gros et al, 2013)6.
6 GROS, Fréderic, LORENZINI, Daniele, REVEL, Ariane, SFORZINI, Arianna, (2013). « Introduction »,
en Raisons politique. Révue de Théorie Polítique, N° 52, SciencePo. Les presse. GROS, Fréderic,
LORENZINI, Daniele, REVEL, Ariane, SFORZINI, Arianna, (2013). « Introduction », en Raisons
politique. Révue de Théorie Polítique, N° 52, SciencePo. Les presse.
a los tópicos de la calidad institucional y la ineficiencia para desacreditar la
política, el discurso neoliberal busca promover una gestión estatal colonizada
por la forma «empresa». En esta línea, Susana Murillo analiza el esquema de
división de poderes desde el punto ciego de la ideología que invisibiliza el
proceso y los mecanismos a través de los cuales se construyó como verdad
evidente la idea que el control recíproco de los poderes es una garantía de
libertad republicana, velando los privilegios de clase en los que muchas veces se
asienta.
Melisa Campana, por su parte, analiza los lugares comunes del programa
neoliberal, tanto en la dimensión discursiva como en la institucional. Un
recorrido por el discurso de los partidos que confluyen en la formación de
Propuesta Republicana (PRO) muestra la recurrencia de las referencias a las
excesivas cargas impositivas que no tienen como correlato prestaciones estatales
eficientes, la necesidad de promover igualdad de oportunidades más que igualdad
de derechos, el descontrol de un Estado que dilapida recursos y obtura el
mercado, tópicos todos que abonan las políticas públicas del gobierno argentino
actual.
María Cora Paulizzi y María Paula Milana nos recuerdan, no obstante, que
uno de los problemas fundamentales en el análisis del Estado es el gobierno: en
el marco del proceso de gubernamentalización del Estado las autoras definen
un conjunto de herramientas analíticas que resultan sumamente fértiles para
indagar de qué manera lo que se sitúa en el núcleo del planteo neoliberal es la
capacidad de las instituciones estatales para hacer frente al problema de cómo y
cuánto gobernar. Y en este sentido, el eje del debate pasa, para el neoliberalismo,
no por las dimensiones del Estado, sino por el modo en que se lo gestiona y las
posibilidades que ofrece para gobernar la demanda social.
Lo social, en sí mismo, en tanto construcción, deviene un objeto de análisis
privilegiado en los artículos de José Giavedoni, Luciana Ginga y Ana Laura
Pinto. Giavedoni propone revisar las vinculaciones de la economía social en
relación con la doctrina de la iglesia católica expresada en las encíclicas Rerum
Novarum (1891), Quadragesimo anno (1931) y Mater et Magistra (1961),
mostrando cómo «lo social» se va configurando como un espacio con rasgos
diferentes según el contexto: mientras la primera está impregnada de una idea
de jerarquía natural, la segunda está influida por la lógica del estado corporativo
del fascismo, y la última da cuenta de una crítica a las desigualdades del mundo
moderno y las formas de colonización económica sobre los países periféricos.
Ginga, por su parte, aborda la construcción discursivo-mediática de la figura
del delincuente recuperado, relevando publicaciones sobre historias de vida de
jóvenes “pobres, delincuentes”, que han pasado por instituciones de encierro
y cuyo desenlace es presentado como una “salida exitosa”. Interrogando el
para qué de esas historias, interpela la relación entre cárcel, neoliberalismo y
criminalización del otro. En el marco de un proceso de punitivismo creciente,
y de creciente intolerancia en el público —promovida por los medios
de comunicación— cuestiona la estrategia que dichos relatos favorecen:
¿contribuyen a denunciar y examinar ese punitivismo o ensalzan el éxito de los
instrumentos de encierro?
En tanto, mediante el recorte de una secuencia que se despliega entre las últimas
dos décadas del siglo pasado y la primera del nuevo milenio, Pinto recorre
las transformaciones de la política social en el seno de la gubernamentalidad
neoliberal. Para ello recupera la forma en que se configura lo social como
«campo de gobierno» y la lógica inmanente al arte gubernamental puesto
en juego. En un contexto de políticas neoliberales que se encaminan a la
«asistencialización» de lo social, ubica el desmantelamiento de las políticas
igualitaristas previamente existentes, con miras a reemplazar la igualdad por la
equidad. De este modo, los pobres y los excluidos se tornan objetos de atención
pública y de intervención política, neutralizando la pregunta por la fuente de la
desigualdad.
Lo social como ámbito de intervención política da cuenta de una multiplicidad
de prácticas que requieren una indagación problematizadora. Tal es el caso del
artículo de Susana Presta, que analiza el funcionamiento del gobierno de la
fuerza de trabajo a través de la economía social. Presta explora la relación entre
ésta y el sistema del que forma parte, para mostrar las condiciones de posibilidad
en que se inscriben esas prácticas laborales. En ellas, el concepto de trabajo
emancipado, participativo, creativo, convive con la noción de empresario de sí, y
la solidaridad se combina con la competencia.
En esta línea, Matías Mrejen advierte sobre la necesidad de complejizar el
estudio de los programas de Transferencia Condicionada de Ingresos puestos en
marcha en distintos países de América Latina. Para ello, parte de un modelo de
análisis del poder político centrado en las tecnologías de gobierno para abordar
un documento del Banco Mundial del año 2009 relativo a esos programas. El
núcleo del trabajo muestra cómo una intervención propia de la racionalidad del
Estado Social, reconocidamente welfarista, puede estar articulada, sin embargo,
a una racionalidad de corte neoliberal.
Por su parte, Mariana Servio, acudiendo a la perspectiva neodurkheimniana de
Robert Castel, propone explorar los trazos de continuidad y los puntos de ruptura
que la implementación de la Asignación Universal por Hijo supuso respecto de
la política social del proyecto neoliberal. Dejando de lado el debate respecto a
la inscripción de la AUH en términos de seguridad social o asistencia social,
interesa a la autora la reconfiguración que podría significar esa medida tomada
en clave de posibilidad de intervención del Estado nacional en el problema de la
integración.
Finalmente, en el artículo que cierra esta compilación Andrea Flores aborda una
problemática central de la biopolítica, en tanto el aborto inscribe políticamente
una pregunta respecto de la vida. La interrogación “¿de qué vida se trata?” es
aquella con la cual la autora recorre las prácticas de la organización pro-vida Red
Salta, explorando la forma en que se identifica al feto con “el niño por nacer”, y
se opera por esta vía la generación de una realidad ontólogica-política-biológica,
existente independientemente de la mujer. Esta problematización, que historiza
la regulación jurídica de la práctica del aborto desde su aparición, devela así “el
sexo del derecho” en su cualidad de “masculino y eminentemente patriarcal”.
En síntesis, los trabajos aquí reunidos dan forma a un libro políticamente muy
movilizador y académicamente muy sólido; o, más precisamente, el resultado
es un libro políticamente movilizador porque es académicamente muy sólido,
porque confronta un escenario político sumamente complejo con un repertorio
de herramientas conceptuales y análisis de casos que contribuyen a hacer visibles
las múltiples aristas del proceso de reconfiguración del espacio de lo social en la
distancia trazada entre individuo, gobierno y Estado, en un un escenario que no
cesa de interpelarnos, como es el del flamante retorno del modelo neoliberal a la
Argentina.
1 BARAN, Paul y SWEEZY, Paul (2006): El Capital Monopolista. Ensayo sobre el orden económico y
social de Estados Unidos, México, Siglo XXI, p.8.
académicas o unidades académicas vendiendo sus recursos a empresas, hasta
la discusión sobre la reforma de los planes de estudio que tienen como objetivo
formar recursos humanos con “capacidades” que puedan desarrollar en el
mercado.
Roger Geiger pone en evidencia la relación entre universidades, mercado
y empresas privadas, constituyéndose un verdadero mercado de docentes y
estudiantes. El autor alude a lo que llama “paradoja del mercado”, en la cual éste
habilita a las universidades mayores recursos, mejores estudiantes y un papel
más productivo en la economía pero, sin embargo, ese papel tiene como correlato
que se “ha reducido la soberanía de las universidades en sus propias actividades,
ha debilitado su misión de servir al público y ha creado el potencial de minar sus
roles privilegiados como árbitros desinteresados del conocimiento”2.
Se constituye lo que podríamos denominar un sentido común académico que
configura el espacio del saber (episteme), el espacio de lo decible, lo enunciable,
lo pensable, lo investigable en determinado momento histórico, lo que se admite
y se habilita, lo que se premia, lo que se paga, lo que alumbra una carrera
prestigiosa de investigación. Todo lo que está fuera de este espacio del sentido
común académico, corre el riesgo de la ininteligibilidad, de resultar inentendible,
se castiga, las comisiones doctorales no admiten proyectos extraños, las agencias
no lo pagan, las revistas no lo publican…así se van constituyendo los outsiders
de la academia.
Un campo epistémico es un conjunto de reglas que permiten enunciar un
discurso posible, no porque un otro discurso esté prohibido, sino porque se torna
inenunciable, inentendible y, desde luego, impracticable, no sólo el conocimiento
sino la práctica misma se torna inaccesible. Consideramos que en este momento
hay dos grande ejes, dos sentidos comunes académicos fuertemente instalados,
dentro de los cuales se mueve la producción de conocimiento: la libertad (de
elección, de expresión, de decisión, de participación, etc.) y las instituciones
(prolijidad administrativa-institucional como explicación de los procesos
sociales, no como su resultado), que devienen en dos grandes vertientes, una
propia de la latitud norteamericana y otra europea, que colonizan los espacios
académicos. El nombre con que se conocen dichas perspectivas son rational
2 GEIGER, Roger (2004): Conocimiento y Dinero. Las universidades de investigación y las paradojas del
mercado, Buenos Aires, Universidad de Palermo.
choice, la teoría de la acción racional, por un lado, y el neoinstitucionalismo
por el otro. Como dice Michel Foucault en el Nacimiento de la biopolítica, la
libertad no es un dato natural del ser humano, sino un dispositivo de gobierno de
nuestras conductas o, como señala Harvey en Breve historia del neoliberalismo,
la libertad forma parte de la tradición estadounidense y ella expresa hoy
los intereses de la propiedad privada, las grandes empresas, las compañías
multinacionales y el capital financiero. A fin de cuentas, como diría Lenin en el
¿Qué hacer?, la libertad es una palabra muy bonita pero en su nombre y por ella
se cometieron las más grandes tropelías.
Así como en los años de plomo emergieron de sus poros espacios de resistencia,
en este escenario complejo, donde lo político y lo académico se entrecruzan con
un camuflaje burdo y chabacano, también emergen espacios de crítica genuina,
de cuestionamiento intransigente, de crítica visceral a lo existente, a la política,
a las prácticas de dominación dentro de los espacios consagrados del saber.
Emergen en su vocación de inconformidad, en su incomodidad ante ese régimen
discursivo que impone la episteme y el sentido común académico que por sutil
no es por ello menos opresivo. De estos poros emergió el PEGUES (Programa
de Estudios sobre Gubernamentalidad y Estado), allá por 2008, como reza su
encabezado que se constituyó en su principio y carta de presentación: “Los aquí
reunidos somos únicamente hombres privados que para hablar, para expresarse
juntos, no poseen otro título que una cierta dificultad común para soportar lo que
está pasando”. En estos nueve años que han pasado desde su conformación nos
hemos consolidado, hemos madurado y hemos dejado de ser hombres y mujeres
privados para comenzar a intervenir en el debate público y para corrernos del
lugar de la observación y la crítica, asumiendo el lugar de sujetos activos. Esa
dificultad común para soportar lo que está pasando fue el soporte de una, cada
vez más, activa participación en el debate público, con una crítica que, en su
pretensión de sagacidad, se constituyó en una franca denuncia pública de las
formas más brutales de avance del neoliberalismo sobre nuestros derechos,
nuestras vidas, nuestras conquistas sociales y nuestros cuerpos.
Nos fuimos vinculando con otros espacios con los que compartimos no sólo la
perspectiva, sino sobre todo la incomodidad y tuvimos la posibilidad de recrear
un diálogo genuino y franco a partir de uno de los elementos que, consideramos,
se encuentra en repliegue en la vida social y en la vida académica: el afecto.
En estos años hemos sido testigos de situaciones y circunstancias de un gran
valor humano (y también de las otras, pero no vale la pena mencionarlas aquí),
hemos hecho del afecto una experiencia y hemos corporizado la amistad,
precisamente, en esa experiencia de compromiso colectivo, de la puesta del
cuerpo en situaciones difíciles y en esa máxima del Che, de sentir las injusticias
en cualquier lugar del mundo como si fuesen injusticias contra nosotros mismos
porque, de hecho, lo son.
A esta altura podemos decir con todas las letras que el PEGUES se ha constituido
en una trinchera en la disputa por las ideas, que no tenemos inconveniente en
gritar a viva voz que no somos neutrales, que no existe tal cosa, incluso en el
ámbito académico, y que aun reconociendo que llevamos las de perder, sabemos
y somos conscientes de que la gran victoria está en librar la batalla. Se avecinan
tiempos difíciles, la afrenta contra la universidad, contra las y los trabajadores,
contra las condiciones para producir pensamiento crítico es evidente, pero
cómo desanimarse y desesperar cuando contamos con toda una tradición de
pensadores y pensadoras que han abonado al pensamiento revolucionario, crítico
y emancipador en las condiciones más difíciles y adversas. ¿Acaso el orden
del Capital ha facilitado alguna vez la tarea de aquellos y aquellas abocados a
socavar y horadar sus propias bases de dominación? De eso se trata, qué sentido
tendría abonar al pensamiento único, qué sentido tendría pensar si no es para
intentar y atreverse a pensar de otra manera de la que se piensa. No sabemos si lo
hemos logrado, pero lo intentamos a cada momento.
Capítulo I
Susana I. Murillo1
1 Dra. en Ciencias Sociales, Mg. en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología, Lic. en Psicología,
Profesora en Filosofía. Investigadora del Instituto “Gino Germani”, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
Titular de cátedra en Teoría Social y Seminario de Investigación sobre Foucault y gubernamentalidad en el
neoliberalismo. E-mail: susanaisabelmurillo@gmail.com
Los conceptos ideológicos, señalan, muestran un aspecto de la realidad, pero no
permiten conocerla, pues no nos permiten abordar la articulación de relaciones
sociales devenidas históricamente, en las cuales, ese aspecto mencionado en el
concepto ideológico, despliega su existencia efectiva.
Para entender esto, es necesario en primer lugar asumir que la realidad existe
independientemente del conocimiento y del quehacer humano, que hay un
conocimiento de ella y un hacer sobre ella, pero que ni ese conocer ni ese
hacer jamás la agotan; hay un más allá del discurso y la tarea en cualquiera de
sus formas; hay un algo que insiste en su materialidad más allá de todo orden
simbólico. Ese más allá respecto del que nada podemos decir, apenas lo podemos
vivenciar existencialmente como vacío, carencia, finitud, nada, angustia, o
también esperanza, proyectos, deseo. Hablar de ese más allá implicaría caer en
la ideología, sólo estoy reconociendo en este imposible acto de no nombrarlo,
que el ser no se agota en aquello que la o las culturas pueden significar como
tal; con esta declaración de principios no hago sino asumir nuestra fatal finitud,
la presencia de la muerte anclada en nuestros cuerpos e intento dejar de lado
cualquier sombra de soberbia antropocéntrica que intente reducir la realidad
a lo que los humanos han hecho o dicho a lo largo de su historia y que se ha
plasmado en diversos órdenes simbólicos.
Ante esa vivencia de lo innombrable, las relaciones sociales sólo se me aparecen
unas islas trazadas en medio de un infinito que sólo puede sobrecogernos o
esperanzarnos, frente a un silencio que nos deja atónitos. Pero también esas
relaciones sociales y aquí mi segundo presupuesto, tienen una realidad profunda
que ningún sentido puede abordar ni abarcar. Pensar (y digo pensar a diferencia
de conocer, en el más profundo sentido kantiano) eso innombrable en el cual se
inscriben nuestras culturas, es necesario para pensar ese desequilibrio interno de
los conceptos ideológicos.
Pero la ideología es una realidad social que se manifiesta en imágenes, mitos,
palabras. Me gustaría reflexionar sobre ella a partir de un escena. Algo así
como teatralizarla para poder reconocer fundamentalmente ese atributo de su
inadecuación o desequilibrio interno: eso que señala y la vez oculta.
La escena transcurre en una Nochebuena en un verano bajo un cielo de
estrellas de increíble luminosidad en una ciudad sin rascacielos. Sentada en el
umbral de la puerta, junto a su abuela que se mece en su hamaca de mimbre,
una niña pequeña mira al cielo; en la vieja tradición católica la Nochebuena
es el momento en el que baja desde los cielos el niñito Dios; él trae consigo
los regalos del amor. La niña sentada en el umbral lo espera ansiosa mirando
la bóveda de estrellas y su mirar le produce una interrogación para la que no
encuentra respuesta; entonces pregunta: “¿cuántas estrellas hay en el cielo
abuela?”. Y luego suplica ansiosa: “¿por qué no las contamos?”. Y la abuela
responde dulcemente: “Calla niña que querer contar las estrellas es pecado”.
Lo sugerente es que la palabra pecado en la respuesta de la abuela señala
que algo existe como realidad: un conjunto de prohibiciones sociales que se
condensan en la palabra pecado y cuya violación traerá consecuencias eternas.
Pero a la vez la palabra oculta un complejo de relaciones histórico concretas,
se trata de la cantidad de opresiones a las que fueron sometidos los humanos
cuando se hacían preguntas que un orden establecido no quería responder, la
cantidad de acciones y deseos cuya realización les ha sido prohibida a esas
buenas gentes, la respuesta tal vez también oculta que la abuela ni siquiera sabe
contar, porque a los campesinos gallegos y de otros lares no se les enseñaba a
contar, ni a leer ni a escribir; ahora bien, su pregunta y la respuesta atravesada
por la palabra pecado también le indican a la niña que hay algo del orden de lo
imposible escondido en ese diálogo, entonces aprende a guardar silencio ante eso
que comienza a experimentar como inexpresable, inaprensible, que está más allá
y que sin embargo, también paradójicamente, la atrae a buscar.
¿De dónde emerge esa “mayoría interesada y dominadora”?, ¿cuáles son sus
intereses? Publius, basado en Locke y Hume no tarda en respondernos, que
ello surge de la presunta “naturaleza humana", la cual sería de manera innata
“autointeresada”, esta naturaleza sería la que impulsa a los sujetos a través
de la libertad de pensamiento y comercio e industria a adquirir propiedades;
ahora bien, este juego de competencia no da idénticos resultados, de modo
que hay quienes poseen propiedad y quienes no, así como quienes poseen
diversos valores en sus propiedades. Si bien la naturaleza humana por este
afán autointeresado tiende a generar enfrentamientos por los motivos más
inverosímiles, hay uno que es el fundamento que genera las más encontradas
facciones: es la defensa de la propiedad (El Federalista Nº 10). Ahora bien, del
mismo modo que la mayoría de los miembros de la escuela escocesa, Madison
confía en que el interés egoísta, también se limita con la benevolencia hacia
el otro, pero para ello no alcanza una declaración de Derechos, es menester
construir instituciones que operen de contrapeso a ese egoísmo. Ésta es la
función en primer lugar de una Constitución que debe estar por encima de los
tres poderes del Estado; pero esta constitución no basta, ni puede reducirse
a una declaración de Derechos, tal declaración es considerada peligrosa. Es
menester crear un sistema de contrapesos institucionales que impidan el actuar
arbitrario contra ese derecho fundamental que es la propiedad. Este sistema de
contrapesos radica fundamentalmente en el Poder Judicial. A juicio de Madison
y otros padres fundadores del Estado norteamericano, las mayorías carentes de
propiedad o cuya propiedad sea menor a la de otros, pueden generar facciones
que logren imponerse en el poder legislativo, instancia fundamentalmente
peligrosa pues en la elaboración de las leyes pueden influir esas masas llevadas
por el propio interés. En este punto es notable el análisis de desajuste interno
de los conceptos ideológicos, ello se muestra pues cuando Publius refiere al
poder legislativo habla de “masas” y “facciones” para referirse al pueblo; por el
contrario cuando habla de la Constitución, dice que ella emana del Pueblo, pero
aquí la palabra es escrita con mayúsculas, otorgándole un lugar análogo al que
la divinidad tenía en antiguas legislaciones no laicas. El concepto de “Pueblo”
invocado en la Constitución y en cuyo nombre actuaría la justicia, no parece
tener el mismo significado que el que es representado en el poder legislativo, en
éste alude a la masa irracional. El Pueblo de la Constitución aparece así como
un ente metafísico en cuyo nombre debe hablar el Poder Judicial. Pero este
desequilibrio interno del concepto permite ocultar y señalar al mismo tiempo.
Cuál es el rol del poder Judicial en este análisis, se trata de un poder que debe
proteger la propiedad contra un eventual desborde del legislativo. Ahí cuando
el legislativo elabore una ley que pueda afectar a los intereses de la propiedad,
debe ser el judicial quien tomando en sus manos a la constitución, dictada
por este metafísico Pueblo, deberá declarar la inconstitucionalidad de tal ley.
En este puno, el poder judicial queda reservado a hombres prudentes, justos,
eruditos, cuya virtud esencial debe ser “la buena conducta”. Ellos, a diferencia
del ejecutivo y el legislativo, deberán ser puestos a resguardo de los avatares
de la vida, la historia y la política; por tanto deberán durar en sus cargos tanto
como su “buena conducta” lo posibilite (olvidando que “buena conducta” puede
ser un término vago y ambiguo), es decir no tendrán limitaciones de tiempo
en su permanencia y sobre todo deberán estar a cubierto de las necesidades
de la vida, razón por la cual los funcionarios de la justicia deberán percibir
sumas en concepto de salario por su tarea que los proteja de cualquier problema
económico; ello será un buen resguardo para su virtud, se argumenta. Conceptos
éstos que recoge el artículo 110 de la Constitución argentina.
Ahora bien, la constitución Argentina de 1853 tuvo diversas reformas, la última
de 1994. Ella estableció una serie de transformaciones, como el reconocimiento
de los derechos de protección ambiental, el derecho a la información, los
delitos contra la constitución y la democracia y, entre otros el Consejo de la
Magistratura. Respecto de éste afirma en el artículo 114: “El Consejo de la
Magistratura, regulado por una ley especial sancionada por la mayoría absoluta
de la totalidad de los miembros de cada Cámara, tendrá a su cargo la selección de
los magistrados y la administración del Poder Judicial. El Consejo será integrado
periódicamente de modo que se procure el equilibrio entre la representación de
los órganos políticos resultantes de la elección popular, de los jueces de todas las
instancias y de los abogados de la matrícula federal. Será integrado, asimismo,
por otras personas del ámbito académico y científico, en el número y la forma
que indique la ley” (énfasis nuestro).
En este punto deseo detenerme, pues entiendo que algo de lo oculto en el
concepto de división de poderes tal como se difunde a nivel popular está
señalando una falta, una carencia y por ende una tarea por hacer, se trata de la
necesidad de hacer efectivo el espíritu de este artículo que parece estar indicando
que es necesaria una profunda transformación epistemológica en el campo de la
Filosofía Política y dado que el mismo parece indicarnos una tarea por realizar,
se trata de comenzar una transformación en la forma de pensar el Estado y en
particular el rol de la justicia y su relación con el poder legislativo, respecto
de cómo ellos fueron pensados en el siglo XIX. En este artículo emerge el otro
aspecto del desequilibrio propio de un concepto ideológico como la división de
poderes; el aspecto positivo de todo termino ideológico, él pareciera invitarnos
a comenzar a pensar, conocer, reflexionar, debatir con seriedad el lugar de la
justicia, en un sentido diferente al que le adjudicaron los constitucionalistas
liberales de 1853, inspirados en textos estadounidenses temerosos del poder
popular. Razón por la cual confinaron al poder judicial; lo reservaron a un grupo
de hombres del derecho, eruditos y virtuosos, concebidos como pudiendo pensar
y ser más allá de la carne de la historia.
Reflexionar colectivamente, dado que la ciencia no tiene sujeto, acerca de
la división de poderes y el rol del poder judicial, sería tal vez reflexionar
serenamente acerca de la transformación de una forma republicana con mayor
participación ciudadana, proceso que tal vez en el futuro nos permita acercarnos
como sociedad a un concepto más democrático acerca del Estado y el gobierno.
Sería tal vez un pequeño paso para dejar de lado aspectos del viejo poder de
soberanía y comenzar a embarcarnos en la construcción de un nuevo Estado de
Derecho en el cual el pueblo comience a hablar con voz propia.
Bibliografía
Introducción
El presente ensayo tiene como intención aportar algunos trazos teóricos-
metodológicos en torno de la cuestión del Estado, desde la perspectiva
de la gubernamentalidad propuesta por Michel Foucault y sus herencias
latinoamericanas, ante todo.
Esta propuesta se inscribe en el marco de nuestras investigaciones dirigidas
hacia el análisis crítico en torno de las reconfiguraciones del Estado y la
gubernamentalidad emergida e instalada en la Argentina actual (2003–2012) y en
la provincia de Salta4, en particular, y su expresión en el gobierno de la pobreza5,
enfatizando en la relación estratégica entre “gobernados y gobernantes”6.
2 Licenciada y Profesora de Filosofía, Especialista en Políticas Sociales y Doctoranda Doctorado en
Antropología, FFyL–UBA. Becaria doctoral CONCIET. Docente de Filosofía y Teoría Política (Universidad
Nacional de Salta). E-mail: corapaulizzi@yahoo.com.ar
3 Lic. en Antropología. Becaria Interna Doctoral ICSOH–CONICET. E-mail: mp_milana@yahoo.com.ar
4 La Provincia de Salta se ubica en la región del noroeste argentino. Cuenta con una población aproximada
de 1.215.207 habitantes de acuerdo al último censo nacional (INDEC, 2010), con una extensión de 155.488
kilómetros cuadrados. Limita con tres países (al oeste con Chile, al norte con Bolivia y Paraguay) y con seis
provincias de la Argentina (al norte con Jujuy, al este con Chaco y Formosa, al sur con Tucumán, Santiago
del Estero y Catamarca)
5 La pobreza, desde esta perspectiva, es comprendida como “dispositivo del poder”, es decir como una
construcción heterogénea, que se transforma constantemente entre y en relación con prácticas diversas que
no sólo se centran en el Estado (Murillo, 2012:11–16).
6 Nuestras investigaciones en torno del gobierno de la pobreza, se realizan en el campo discursivo y
extradiscursivo de las políticas sociales, profundizando en las racionalidades políticas de perfil “inclusivo,
equitativo y emprendedor” que pretenden, en un complejo juego de gobierno y verdad, construir sujetos
jurídicos mediante la potencialización de sujetos económicos. Uno de los casos profundiza en la relación
gobernados-gobernantes analizando los programas de gobierno dirigidos a los sujetos pobres desocupados,
en relación con las lógicas y prácticas de autogobierno y resistencia llevadas a cabo por la Unión de
Trabajadores desocupados de Gral. Mosconi, en el noreste salteño; y el otro caso trabaja la relación
A partir de lo antedicho, se considera fundamental comprender el diagrama
heterogéneo en el cual el proceso de gubernamentalización del Estado llega
a ser posible y se realiza, pues no se trata de la búsqueda de síntesis, ni de
contradicciones irresueltas, pero sí de la captación de la singularidad, que
implica una no repetición del pasado. La cuestión planteada en nuestros caminos
de pensamiento es determinar ¿qué es lo que acontece como singularidad, en
el marco de nuestro presente histórico en términos de gobierno de sí y de los
otros? ¿Cómo se expresa ello, en el gobierno de la pobreza? ¿Cómo se tejen los
múltiples tejidos vinculares entre gobernados y gobernantes?
Así, en primera instancia, dicho ejercicio crítico implica poner en juego lo que
Foucault llamó “una ontología del presente”, pues la intención es analizar formas
de poder que aún hoy en día se constituyen, re-configurándose. En este sentido,
se trata de ensayar un “diagnóstico”: “establecer la singularidad de nuestro
presente; indagar por qué hemos llegado a ser lo que somos y no otra cosa”
(Castro Gómez, 2010:49). Esto implica un ensayo genealógico y arqueológico
atravesado por preguntas como: ¿por qué nos conducimos hoy como lo
hacemos?, ¿por qué somos gobernados de estas formas particulares?
De este modo, un recorrido por la “analítica de la gubernamentalidad” implica
una práctica problematizadora, que no sólo contribuye a desnaturalizar y des-
sustancializar las prácticas de gobierno y sus lógicas, sino nuestra conducta
presente-actual.
Para esto es preciso tener en cuenta que las formas en que se manifiesta la
gubernamentalidad dan cuenta de racionalidades políticas, que involucran a
gobernados y gobernantes. Puesto que se trata de un análisis de dispositivos de
poder y no de ideologías y dominación de clases, por lo cual excede a los sujetos
y a las voluntades individuales. En tanto, no hay un “alguien” que se apropie
del pasado, sino más bien nuevas configuraciones de relaciones de poder, que le
imprimen nuevos-otros sentidos a elementos que tenían una procedencia y que es
preciso desentrañar.
estratégica entre los programas de gobierno dirigidos a producir “trabajo decente-inclusivo” y las prácticas
cotidianas de autogobierno en torno del “trabajo a pulmón”, según enunciaciones nativas, llevadas a cabo
por los integrantes de la organización indígena kolla Qullamarka, en el noroeste salteño.
1. ¿Qué eso de la Gubernamentalidad?
2. Gubernamentalidad y Estado
9 Se considera que a partir de la década de los «70 Foucault recupera las técnicas el cuidado de sí y las
técnicas sobre el propio yo, advirtiendo el desbloqueo del neoliberalismo, el cual, como diagrama de poder,
pone efectivamente el acento en el sujeto individual.
10 O’Malley pertenece al grupo de pensadores anglofoucaultianos que conforman la red de “Historia del
Presente”. Entre sus representantes están Peter Miller, Nikolas Rose, Colin Gordon, Graham Burchell y
Mitchel Dean.
en sí mismo una fuente autónoma de poder. El estado no es otra cosa que en
efecto el perfil, el recorte móvil de una perpetua estatización o de perpetuas
estatizaciones, de transacciones incesantes que modifican, desplazan, trastornan,
hacen deslizar de manera insidiosa, poco importa, las fuentes de financiamiento,
las modalidades de inversión, los centros de decisión, las formas y los tipos de
control, las relaciones entre poderes locales, autoridad central, etc. En síntesis,
el Estado no tiene entrañas, es bien sabido, no simplemente en cuanto carece
de sentimientos, bueno o malos, si no que no las tiene en el sentido de que no
tiene interior. El Estado no es nada más que el efecto móvil de un régimen de
gubernamentalidades múltiples. Por eso propongo analizar o, mejor, retomar y
someter a prueba esa angustia por el Estado, esa fobia al Estado que me parece
uno de los rasgos característicos de temáticas habituales de nuestra época,
sin intentar arrancar al Estado el secreto de su esencia, como Marx procuraba
arrancarle su secreto a la mercancía. No se trata de arrancarle su secreto, se trata
de poner afuera y examinar el problema del Estado, investigar el problema del
Estado a partir de las prácticas de gubernamentalidad” (Foucault, 2007:96).
Por tanto, pensar y problematizar en torno del Estado en América Latina hoy,
implica dar un salto respecto de los enfoques que lo consideran un “monstruo
frío”, una institución autónoma y dotada de una racionalidad propia. Cuando,
el Estado, siguiendo a Castro Gómez, trata del: “espacio inestable por donde
se cruzan diferentes tecnologías de gobierno” (2010:10). En esta dirección, la
reflexión de Foucault se concentra en las diferentes y enredadas prácticas de
gobierno, más que en el Estado y su autonomía óntico-ontológica.
De esta manera, analizar las perspectivas de Estado en relación con los
problemas sociales, a partir de la ausencia del mismo, la disfuncionalidad y la
debilidad, conlleva la dificultad de hacer a un lado los efectos que se producen,
en términos de sujetos que se constituyen, como también en referencia a los
problemas que se fundan y a las particulares formas de intervenir. Como plantea
Giavedoni: “sólo se realiza un juicio de ellos, pero no se llega a un análisis sobre
el papel que desempeñan en la construcción y reproducción del orden social”
(2012:87).
El enfoque propuesto también invita a dejar de pensar el Estado en clave de
“estatalización de la sociedad”, es decir a partir del binomio “Estado-Sociedad”11.
Desde otra mirada y en clave de gobierno, se trata de desarticular dicho binomio,
en tanto el gobierno, como forma de ejercicio del poder que se inscribe sobre la
conducta de los sujetos —constituyendo sus hábitos, sus valores, sus creencias,
sus deseos— se despliega en diferentes espacios y se inscribe sobre diferentes
formas de relaciones sociales.
La cuestión es pensar el ejercicio del poder al modo de gobierno, a partir de lo
cual el Estado, en el sentido señalado, no es la sede y el origen del gobierno,
sino, siguiendo a Castro Gómez (2010) “el lugar de su codificación”. Por tanto,
no se trata de poner en juego una teoría del gobierno que parte del supuesto del
Estado y sus instituciones —o aparatos que lo sostienen— para reflexionar en
torno de las mejores o peores formas de gobernar, o sobre la legitimidad de las
mismas, etc. Se trata, más bien, de una cuestión de gubernamentalidad que: “…
no parte de la unidad del Estado sino de una multiplicidad de prácticas dotadas
de racionalidades particulares” (Castro Gómez, 2010:45).
En este sentido, la analítica de la gubernamentalidad no pretende una historia
de las objetivaciones, sino de las prácticas, por tanto, no la historia del gobierno
sino de la gubernamentalización del Estado.
Así, frente a la perspectiva normativa del Estado se encuentra la del gobierno,
entendiendo como tal una forma particular de ejercicio del poder, la cual permite
centrar el análisis en los efectos estratégicos del ejercicio del mismo y no tanto
en sus disfunciones. Esto también habilita prácticas analíticas realizadas entre
diferentes niveles y entre diferentes entramados discursivos, que tejen y destejen
las lógicas y prácticas de gobierno en torno de poblaciones específicas, como es
el caso de los pobres y la pobreza.
11 Binomio que supone que en el Estado se concentra el poder, mientras que en la sociedad se ponen en
juego las libertades, ya que toda actividad estatal se considera un recorte a dichas libertades individuales,
a la vez que una condición para su ejecución. Así, se reconoce la necesidad del Estado para resguardar y
garantizar el orden social, mientras se identifica el límite y el peligro.
2.1 Estado, gobierno y racionalidades políticas
12 El dispositivo resulta, según Foucault: “…un conjunto decididamente heterogéneo que comprende
discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas
administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales y filantrópicas” (Foucault,
1991b:128).
implica referir la acción y el trazo de las reglas a un sujeto, sino a un régimen de
prácticas13.
Por esto, Foucault no se interesa por la “acción política”, sino por la
“racionalidad política”, lo que implica indagar la racionalidad que se hace
operativa en las prácticas de gobierno, antes que por la legitimidad del Estado
o por la irracionalidad del gobernante. La “racionalidad política” aparece como
una herramienta que permite discernir el campo discursivo dentro del cual el
ejercicio del poder es conceptualizado, una racionalidad que enmarca una forma
de pensar y ejercer el poder:
La manera en que es pensada la naturaleza de las prácticas de gobierno (quién
puede gobernar, qué se gobierna, qué o quién es gobernado, cómo se gobierna),
una forma de pensamiento capaz de hacer a la actividad de gobierno pensable y
practicable (Giavedoni, 2012:80).
En tal sentido, el gobierno sobre un área específica, como la pobreza por
ejemplo, no sólo supone implementar medidas sobre ella, sino que también
implica constituirla como problema, representarla y significarla a través de
ciertos instrumentos que la hagan cognoscible, presuponiendo la instalación
de la verdad de esta esfera y sus regularidades. Así entran en juego las ciencias
sociales y humanas, entre otras, con y como armamento intelectual en torno del
cual el mundo adviene pensable; puesto que, se tejen en el entramado relacional
sujeto-poder-verdad y/o gobierno-verdad, en tanto dicha relación hace que algo
pueda constituirse en un fenómeno atravesado de relaciones de poder.
De este modo, las racionalidades políticas refieren a entramados discursivos
en los que el poder es ejercido, enunciado y conceptualizado, ante todo a partir
del registro de la “problematización” (1991c)14. Lejos de toda evidencia, la
problematización remite a cierta interpelación del orden del pensamiento y de
las prácticas a partir de lo cual algo se torna pensable y adviene problema, así
13 Esto distancia a Foucault de la “teoría de la acción”, propuesta por Weber y por Habermas, desde
diferentes enfoques y puntos de vista. Pues, mientras la acción se predica de sujetos particulares cargados
de razón y racionalidad, las prácticas se predican de conjuntos de redes dotadas de racionalidad. Ver Castro
Gómez (2010:35–45).
14 Foucault refiere a la cuestión de la “problematización” no como la representación de algo que ya existía,
ni a la creación discursiva de algo que no existe, sino como: “…el conjunto de las prácticas discursivas o
no discursivas que hace que algo entre en el juego de lo verdadero y de lo falso y lo constituye como objeto
para el pensamiento (bien sea en la forma de la reflexión moral, del conocimiento científico, del análisis
político, etc.)” (Foucault, 1991c:231).
como a aquello que advenido problema interpela las prácticas. Así, un fenómeno
particular resulta constituido de cierta manera, caracterizado con elementos
singulares e implicando formas específicas de intervención sobre él mismo.
Se trata entonces de comprender el registro discursivo y no discursivo sobre el
cual algo, ese “ser” en términos de Foucault, adviene problema, y a su vez nos
permite pensar el proceso de problematización, puntualmente, de la pobreza, a
partir de ciertas prácticas inscriptas en la lógica de la intervención social y/o de
lo social (Donzelot, 2007). A partir de lo cual, consideramos que no hay pobreza
sin la correspondiente puesta en discurso de diferentes lógicas y prácticas
dirigidas a la construcción de subjetividades y objetividades, así como sin la
articulación y ordenación, de un conjunto de tecnologías, que permiten significar
el problema. En tal ejercicio crítico, entonces, acaece un proceso concreto de
desnaturalización de las prácticas de gobierno, ante todo.
Siguiendo esta línea de análisis, se considera que otra de las herramientas
conceptuales fundamentales es la de “tecnologías de gobierno”, entendiendo que
no resulta tarea simple explicitar qué ha comprendido Foucault por “tecnología”.
Un camino a seguir para explicitar la cuestión de las “tecnologías” es referir a la
dimensión estratégica de las prácticas, es decir, al modo en que ciertas prácticas
operan en el interior de un entramado de poder y su constitución, ya que: “Las
tecnologías diríamos, forman parte integral de la racionalidad de las prácticas,
en tanto que son ellas los medios calculados a través de los cuales una acción
cualquiera podrá cumplir ciertos fines u objetivos” (Castro Gómez, 2010:35).
Ahora bien, lejos de toda lectura antropocéntrica, las tecnologías no implican
medios a ser usados por sujetos bajo su entero control, pues se trata de un
conjunto múltiple de estrategias mediante las cuales los animales humanos
advienen sujetos (no solo instrumental, también ético existencial). Las
tecnologías de gobierno remiten a preguntas de tipo: ¿Qué significa gobernar
de un modo eficaz la conducta de otros? ¿Qué técnicas han de aplicarse
racionalmente para que las personas se conduzcan de cierto modo? Según
Castro Gómez, ellas aparecen como: “Un nuevo conjunto que se diferencia de
las tecnologías de dominación porque no buscan simplemente determinar la
conducta de los otros, sino dirigirla de un modo eficaz, ya que presuponen la
capacidad de la acción (libertad) de aquellas personas que deben ser gobernadas.
Pero, también se diferencian de las tecnologías del yo, pues aunque los objetivos
del gobierno son hechos suyos libremente por los gobernados, no son puestos por
ellos mismos sino por una racionalidad exterior” (Castro Gómez, 2010:39).
En este sentido Foucault (1991a) señala que las tecnologías de gobierno se
encuentran en una zona intermedia y de contacto entre sí, que determinan
la conducta de los sujetos (sujeción) y aquellas que permiten a los sujetos
dirigir autonómicamente su propia conducta (subjetivación)15. Por su parte, la
corriente anglofoucaultiana considera que las tecnologías de gobierno remiten
a: “un complejo de diversas fuerzas: legales, arquitectónicas, profesionales,
administrativas, financieras, judiciales, etc.” (Giavedoni, 2012:80). Según De
Marinis (1999) las tecnologías de gobierno nos conducen al enfoque micro,
es decir, a mecanismos prácticos, locales y aparentemente irrelevantes, en
comparación con los grandes aparatos de poder, a través de las cuales se busca
normalizar, ordenar, motorizar las aspiraciones de los sujetos, configurando un
campo de acciones más o menos probables.
Por tanto, el gobierno comprendido como una forma particular de ejercicio del
poder remite: “a una actividad más o menos calculada o racional, que emplea una
variedad de técnicas y modos de conocimiento, buscando modelar la conducta
de los individuos, grupos o de uno mismo, mediante la intervención sobre los
deseos, las aspiraciones, los intereses, las creencias los hábitos del sujeto” (Dean,
1999:11).
Así los efectos y el ejercicio del poder resultan factibles de ser comprendidos en
términos de efectos estratégicos16. A su vez, como lo señala Foucault, el gobierno
permite pensar el ejercicio del poder en diferentes niveles y lógicas: “el análisis
15 Foucault refiere a cuatro tipos de tecnologías: 1) tecnologías de producción, que permiten producir,
transformar o manipular cosas; 2) tecnología de sistema de signos, que permiten utilizar signos, sentidos,
símbolos o significaciones; 3) tecnologías de poder, que determinan la conducta de los individuos, y
consisten en una objetivación del sujeto; 4) tecnologías del yo, que permiten a los individuos efectuar por
cuenta propia o con ayuda de otros cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma (Foucault,
1991a y Murillo, 1996).
16 Según Foucault: “…no existe un sujeto o un grupo que sea el responsable de esas estrategias sino
que, a partir de efectos diferentes a los fines iníciales y de la utilización de esos efectos, se construye un
determinado número de estrategias” (1996:149). En este sentido la estrategia, siguiendo a Giavedoni (2012),
es el resultado logrado por las mismas prácticas que se regularizan, se sostienen y se reproducen. Esto es
comprendido desde lo que Foucault (2007) llama “lógica de la estrategia” a diferencia de la dialéctica,
puesto que en la primera se trata de una conexión de lo heterogéneo y no una homogeneización de lo
contradictorio (2007: 62). Esto también remite a la noción de “relleno estratégico”, ya que cualquier trazado
estratégico de objetivos sufre modificaciones constantes a partir de su implementación práctica, lo cual
supone pensar que las relaciones de poder resultan intencionales y no subjetivas (Murillo, 1996).
de los micropoderes no es una cuestión de escala sino de punto de vista, lo
que permite articular el gobierno de los otros con el gobierno de si” (Foucault,
2007:218). Esto se traduce por ejemplo, en el análisis del gobierno de la pobreza,
no sólo en desarticular las prácticas y lógicas tejidas en torno del Estado y/o
las políticas públicas, sino de poner en juego un análisis de la población, la
familia, el individuo, el barrio, la comunidad, entre otros; puesto que el gobierno
se despliega en diferentes espacios y se inscribe sobre diferentes formas de
relaciones sociales.
Por tanto, y a modo de conclusión, nuestra propuesta inicial de ejercitar una
lectura crítica del Estado desde la perspectiva de la gubernamentalidad permite,
no sólo ampliar los enfoques manifiestos y dispuestos por y en las ciencias
sociales y humanas tradicionales, sino y también actualizar y problematizar
la cuestión del poder, la verdad y el/los sujetos en el múltiple, dinámico y
heterogéneo ejercicio de gobierno. En tanto, el Estado se configura y re-
configura en el ejercicio mismo de las prácticas de gobierno, de un modo
heterogéneo, heterárquico y heterocrónico, a partir de lo cual problematizar-nos
y problematizar nuestras conductas presentes y nuestras realidades actuales, en
cuanto sujetos, eminentemente, libres.
Bibliografía
Melisa Campana17
17 Dra. en Trabajo Social. Docente de la Escuela de Trabajo Social de la UNR. Investigadora Asistente
CONICET. Docente Responsable del Programa de Estudios Gubernamentalidad y Estado (PEGUES).
E-mail: melisacampana@gmail.com
18 Tom Palmer es vicepresidente del Programa Internacional de Atlas Network y miembro honorífico de
Students for liberty (www.atlasnetwork.org – www.libertadyprogresonline.org); centros internacionales de
formación y difusión del pensamiento neoliberal, verdaderos think tanks con ramificaciones a escala global.
19 Agustín Etchebarne es presidente del Foro Republicano, una línea interna del extinto partido Recrear. Es
profesor de Economía del Instituto Universitario Eseade, entidad que periódicamente organiza actividades
junto a la Fundación Atlas y la Fundación Hayek.
y que se encuentra plasmado en el conjunto de propuestas publicadas por la
Fundación Pensar20, que también examinaré aquí.
Además de las evidentes afinidades político-ideológicas, la actual coalición
gobernante tiene con Etchebarne lazos estrechos, desde el nacimiento mismo
del PRO en la que confluyó el hoy extinto partido Recrear, del cual nuestro
autor fue fundador. En 2005 Propuesta Republicana (PRO)21 fue el nombre
de la alianza electoral integrada por el Frente Federal Justicia y Libertad, el
partido Demócrata Progresista, el partido Recrear para el Crecimiento, el partido
Compromiso para el Cambio, el partido Acción para la República y el partido
Voluntad para la Integración y el Desarrollo Auténtico. En 2007, 2011 y 2015
el PRO ganó la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con las
candidaturas de Mauricio Macri (2007–2015) y Horacio Rodríguez Larreta
(2015–2019). En 2015 conformó la alianza Cambiemos con la Unión Cívica
Radical y la Coalición Cívica, con la que ganó las elecciones presidenciales. A
su vez, Recrear para el Crecimiento fue un partido político de centroderecha,
formado en 2002 principalmente por miembros del sector más conservador de la
Unión Cívica Radical, encabezados por Ricardo López Murphy. En 2008 López
Murphy perdió las elecciones internas del partido frente a Esteban Bullrich, por
entonces ministro de Desarrollo Humano del Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires; con ello el partido fue absorbido por el PRO en 2009.
Aún a riesgo de insistir en “obviedades”, en este ensayo expondré una serie de
confluencias argumentales que, creo, dan cuenta de un verdadero diagrama de
gobierno neoliberal en su indudable pretensión de proyecto societal.
20 La Fundación Pensar es una usina de ideas vinculada al PRO: “Nuestra misión principal es diseñar
las políticas públicas y coordinar los equipos técnicos para un gobierno nacional transformador” (Pensar,
2010:6). Sus integrantes ocupan hoy, sin excepción, puestos estratégicos en el gobierno nacional, en la
provincia de Buenos Aires o en CABA (entre otrxs, Sergio Bergman, Esteban Bullrich, Eugenio Burzaco,
Francisco Cabrera, Nicolás Caputo, Néstor Grindetti, Diego Guelar, Hernan Lombardi, Gabriela Michetti,
Luciano Miguens, Marcos Peña, Federico Pinedo, Carlos Pirovano, Horacio Rodríguez Larreta, Alejandro
Rozitchner, Diego Santilli, Federico Sturzenegger, José Torello, Jorge Triaca (h), María Eugenia Vidal).
21 Su antecedente inmediato fue el Frente Compromiso para el Cambio, una alianza distrital formada en
junio de 2003, integrada por los partidos Federal, Autonomista, Demócrata, Acción por la República y
Demócrata Progresista.
Primera confluencia: la crisis fiscal por exceso de gasto público
En el capítulo titulado “La tragedia del Estado de Bienestar”, Palmer lanza, sin
rodeos, su llamado a la cruzada contra el welfare: “necesitamos demostraciones
de responsabilidad fiscal, de recorte del Estado, de liberación y empoderamiento
de las personas para decidir su propio futuro. Necesitamos que el Estado dé
marcha atrás y se limite a proteger nuestros derechos sin pretender hacerse cargo
de nosotros. Necesitamos el fin del Estado de Bienestar” (Palmer, 2012:14;
t.p.22).
En igual sentido, refiriéndose a Argentina Etchebarne afirma que existe “un
crecimiento del gasto público muy difícil de justificar desde un enfoque de
políticas racionales. Sólo la ausencia de contención y de control —frente a un
cuadro de populismo intensivo— puede explicar el desborde ocurrido” (2014:16)
entre 2003 y 2013. Identifica como factores determinantes de ese aumento:
una mayor cantidad de empleados públicos, una mayor cantidad de jubilados y
pensionados, una mayor cantidad de subsidios directos a familias (que denomina
genéricamente como “planes sociales”) y una mayor cantidad de subsidios a la
energía, el transporte y otras actividades. Valga remarcar que la enumeración
detallada de estos elementos no responde a fines descriptivos, sino a connotarlos
negativamente en tanto culpables del “despilfarro” de recursos estatales. Se
pregunta, entonces, ¿qué hacer para revertir este crecimiento “irracional”?
Y brinda una respuesta clásica: el gasto público global (la suma de nación,
provincias y municipios) debería reducirse en al menos 15 puntos del PBI.
Miguel Braun, economista y Director Ejecutivo de la Fundación Pensar,
afirmaba en 2010 que “la mitad del sueldo se va en impuestos”, brindando la
siguiente explicación: “una empresa le paga $4.500 a un empleado en relación
de dependencia, que recibe apenas $3.000 en mano después de descontar aportes
patronales y personales. Del sueldo todavía hay que descontar el IVA y otros
impuestos nacionales, provinciales y municipales. En promedio, le queda al
trabajador apenas $2.400 de los $4.500 que desembolsó la empresa. El empleado
en relación de dependencia dedica entonces casi la mitad de su trabajo a sostener
al Estado. Es un avance respecto de los esclavos que construyeron las pirámides
de Egipto para la gloria de sus faraones, pero es una carga pesadísima. ¿Qué
obtenemos a cambio de aportar la mitad de nuestro trabajo? La respuesta es que
22 La sigla “t.p.” indica “traducción propia”.
obtenemos el Estado argentino. La policía, las fuerzas armadas, la educación
y la salud pública, las jubilaciones, la asignación universal por hijo, las calles,
los semáforos, el fútbol para todos, Aerolíneas Argentinas, el programa 6,7,8 y
mucho más. ¿Vale la pena? ¿Lo que recibe el trabajador promedio del Estado
vale la mitad de su tiempo?” (Braun, 2010:16).
La consecuencia de este razonamiento es triple: que los impuestos son no sólo
elevados sino excesivos; que las obligaciones fiscales representan una carga, un
peso; que el Estado es ineficiente —y corrupto— en la asignación de recursos.
Convencido de estos tres puntos, Etchebarne propone como principal vía para
lograr la retracción del gasto público, la reforma administrativa del Estado,
cuyos objetivos son: concentrar la acción del Estado en sus funciones básicas
e indelegables; mejorar la calidad de los servicios que el Estado proporciona
a la sociedad; lograr eficiencia y efectividad del gobierno para servir a sus
ciudadanos (2014:62).
Para encarar esta reforma, dice nuestro autor, hay que implementar una serie
de “medidas de eficiencia” (2014:63), a saber: reforma del régimen laboral en
el sector público; introducción de un nuevo sistema de contabilidad pública y
de control de gestión para avanzar hacia la gestión por resultados; introducción
masiva de tecnología informática en la administración, en el régimen de
compras, control de gestión y administración tributaria (gobierno electrónico
o e-government); descentralización y autonomía de gestión (creación de
competencia siempre que sea posible); tercerización y privatización.
No casualmente en la Plataforma Electoral de Cambiemos se destaca como
prioridad “desarrollar un plan integral de Gobierno Electrónico, que incluya la
reducción de papelerío, generar un sistema transparente de compras electrónicas,
integrar los sistemas de identificación de personas, y la tramitación electrónica y
transparente de subsidios” (www.cambiemos.com).
23 Un dato no menor es la insistencia en colocar a las madres como titulares del beneficio de la AUH: “hay
evidencia de que las mujeres invierten más en el capital humano de sus hijos que los hombres. Además, esta
medida sirve para reforzar el rol de la mujer en el hogar” (Pensar, 2010:33). Esta postura no sólo significa
un brusco retroceso en términos de igualdad de género, sino que además re-familiariza la política social.
Propone, para corregir esta “distorsión”, implementar una profunda reforma
previsional tendiente a recrear un sistema de capitalización, “comenzando por
nuevos ingresantes a la población activa y por quienes deseen realizar aportes
suplementarios voluntarios, ampliándolo en la medida de las posibilidades
cuantitativas de resignar aportes al sistema de reparto” (2014:56).
Exactamente lo mismo se estipulaba en las Bases de Recrear en 2002, con
anterioridad a la recuperación de los fondos previsionales por parte del Estado,
pero con posterioridad —a su vez— a la hecatombe de 2001. El objetivo era, en
aquel momento, implementar la migración completa hacia un régimen único de
capitalización, donde el ingreso en la etapa pasiva dependa exclusivamente de
los aportes que el individuo hubiera realizado durante su vida económicamente
activa (Bases RECREAR, 2002).
Bibliografía
PALMER, Tom (Ed.). After the Welfare State. Students for Liberty–Atlas
Network–Jameson Books. Washington DC/Ottawa. 2012.
José G. Giavedoni24
Introducción
El surgimiento de la economía social en Europa suele reconocerse en el
temprano siglo XIX, producto de los primeros efectos sociales de la revolución
industrial, efectos sociales que acompañaron los primeros pasos del modo de
producción capitalista25 e, inclusive, lo prefiguraron trágicamente26. Como
resultado de ello comienzan a aparecer formas colectivas de protección y
producción de los propios trabajadores, pero al mismo tiempo aparece una forma
de racionalización sobre dichas prácticas. En ese sentido, parte de la polisemia
conceptual que encierra el término “economía social” (ES), creemos, se debe a
que al mismo tiempo de designar un tipo específico de organización, también
designa un campo específico de teorización (Bastidas-Delgado y Richer, 2001).
Estos autores reconocen dos grandes tradiciones en el siglo XIX que ordenan
la discusión sobre la ES, una social-cristiana que denuncia los costos sociales
de la revolución industrial y otra socialista que privilegia la auto-organización
obrera. Mientras que también mencionan una tradición cooperativa cuyos padres
fundadores son Robert Owen (1771–1858) y Charles Fourier (1772–1837).
Jacques Defourny menciona cuatro fuentes del discurso sobre ES, una socialista
ligada también a las formas de organización de la clase obrera, otra cristiana
27 La noción de problematización alude a los procesos a través de los cuales se configura un problema
social, se lo caracteriza, se lo carga de determinados atributos, se lo ordena, se lo vincula con otros
problemas, en otras palabras, el proceso por el cual algo se constituye en problema (Foucault, 1991c). En
otros términos, “lejos del discurso que tiene como finalidad enunciar una evidencia fáctica como de aquel
que tiene la finalidad de velar una conciencia verdadera, [las problematizaciones] forman parte de la manera
en que algo llega a constituirse en problema, ese algo que antes no existía y que ahora se inscribe de manera
categórica en lo real a través de enunciados verdaderos y falsos. De esta manera, […] no se inscriben en el
registro de lo ontológico (objetos pre-existentes) ni en el registro del engaño (objetos no existentes, mera
retórica), sino en el registro de la problematización y, por ello, en la posibilidad de su constitución como
objeto” (Giavedoni, 2011:41).
28 Wautier (2004) da muestras de esta heterogeneidad en la discusión en los orígenes y en la actualidad
sobre la economía social y economía solidaria, dando cuenta de las diferencias teóricas y las diferencias
nacionales en los enfoques sobre las mismas.
de aprehensión clara del problema de la ES se debe, entre otras cosas, a esa
pluralidad inicial.
En esta línea, nuestro objetivo es realizar un análisis de las encíclicas papales
claves en la configuración de la Doctrina Social de la Iglesia y que han abonado
a la discusión sobre la ES. La hipótesis que sostenemos es que “lo social” se
constituye como problema que amenaza la integración, pero al mismo tiempo
que es pensado como un problema, se configura como soporte donde se montan
mecanismos de control, técnicas de gobierno. En otras palabras, se configura
como problema al tiempo que se constituye en dispositivo de intervención. En
esta construcción de “lo social” y en las herramientas que se implementan como
modos de regulación social, se implican una serie de elementos explicitados
en las encíclicas, donde la “naturaleza” ocupa un lugar preponderante. En
este sentido, el individuo, la familia, la propiedad y el trabajo son pensados
como fenómenos dados por naturaleza. Estos “universales antropológicos” se
prefiguran en elementos estructurantes de las encíclicas. La intención no se
encuentra en buscar la verdad o la falsedad de las mismas, sino ver cómo esos
enunciados se constituyen histórica y políticamente en verdad y, al mismo
tiempo, esa constitución en verdad (esa forma de conocimiento, esa racionalidad
que se va gestando) se inscribe en mecanismo, en técnicas de intervención.
Las encíclicas significativas, las seleccionadas para trabajar (Rerum Novarum,
León XIII [1891], Quadragesimo anno, Pio XI [1931] y Mater et magistra, Juan
XXIII [1961]), se producen en contextos históricos de gran presión respecto a las
luchas obreras, la expansión de la condición salarial y los regímenes corporativos
y, finalmente, el contexto de la guerra fría y las luchas de liberación en el
llamado tercer mundo.
La Rerum Novarum
Particularmente, la Rerum Novarum (RN) es la encíclica que da inicio al
pensamiento social de la Iglesia. Como mencionamos, la particular situación
histórica en la que se produce, signada por una gran conflictividad social en torno
al capital y el trabajo, ofrece líneas de análisis para enmarcarla, en la medida que
es posible identificar las condiciones de emergencia de los diferentes elementos
que irán configurando su discurso social. En este sentido, estos elementos
probablemente existían con anterioridad, por ejemplo, entender al individuo,
a la propiedad y al trabajo como elementos naturales preexistentes al Estado
se encuentra presente en el siglo XVII en John Locke (1996). Sin embargo, lo
que se produce en este momento no es tanto la novedad de estas ideas como la
articulación de ellas en torno a lo que se podrá identificar con claridad como la
manera en que la Iglesia Católica piensa el problema social, la Doctrina Social de
la Iglesia.
La RN es enunciada por el Papa León XIII el 15 de Mayo de 1891 y lleva como
título de la misma “Sobre la situación de los obreros”. La preocupación sobre la
situación de la clase trabajadora era generalizada, no reviste ninguna novedad
ni intransigencia en este sentido la encíclica. Baste con mencionar el “Informe
sobre la situación de la clase obrera en Argentina” que Bialet Massé (1986)
hiciera por encargo del propio gobierno argentino en 1904. Sin embargo, quizás
una de las particularidades de la encíclica sea menos su intención de poner de
manifiesto la situación concreta de los trabajadores, más allá de las generalidades
que se encuentran presentes, y más ofrecer una explicación-justificación de la
misma en torno a una concepción teológica. En este sentido, dos argumentos que
presenta la encíclica son vitales para la construcción de esa concepción social: la
centralidad de la naturaleza y la ética como principios rectores del orbe.
La concepción de la naturaleza, la naturaleza divina como determinante de los
elementos y de las prácticas del mundo terrenal, se encuentra sobrerrepresentada
en la RN, a modo de ejemplo: “el poseer algo en privado como propio es un
derecho dado al hombre por la naturaleza”.
Como se observa, no es el hombre como ser biológico, sino el hombre como ser
moral a lo que alude el carácter natural del mismo. Velar por su vida, velar por su
cuerpo, es velar al mismo tiempo por su propiedad. Lo que resulta interesante, es
que Dios da a los hombres la propiedad, los bienes de la tierra, pero los ofrece en
estado puro, quiero decir, en estado comunal, podríamos llamar. Pero al mismo
tiempo, lo que Dios ofrece a los hombres es el sentido de la propiedad privada,
no la posesión privada per se. La providencia divina instala en el corazón de
los hombres y, por ello, es de carácter natural, el sentimiento de la propiedad
privada, el sentir y la necesidad de la distinción entre lo mío y lo tuyo29. Ese
sentimiento, entonces, sólo ofrece el plafón moral de la necesidad humana de
delimitar aquellos primeros bienes sin dueño. El carácter natural de la propiedad
privada se encuentra inscripta en el corazón de los hombres, no en el orden del
mundo. Es ese corazón de los hombres, en función de su industria y su trabajo,
el que divide esa propiedad inicialmente sin dueño pero naturalmente necesitada
de ser adueñada. Al mismo tiempo, son las instituciones de los pueblos las que
se encargaran de positivizar en las leyes civiles esa propiedad privada inscripta
en la naturaleza: “…con la mirada firme en la naturaleza, encontró en la ley
de la misma naturaleza el fundamento de la división de los bienes y consagró,
con la práctica de los siglos, la propiedad privada como la más conforme con la
naturaleza del hombre […] las leyes civiles, que, cuando son justas, deducen su
29 Rousseau realiza en el Contrato Social (2003) una apreciación sobre el sentimiento de propiedad que
se instala en el hombre y, a partir del cual, se hace completamente difícil poder desinstalarlo. Pero lo
característico, es que ese sentimiento de propiedad surge de los mismos hombres, de sus prácticas, no de la
providencia divina. Por el contrario, Rousseau entiende que el hombre natural es un hombre en estado puro
y es el proceso paulatino de socialización el que instala sentimientos y formas de hacer y decir. Entre ellos,
la fórmula que suele mencionarse del pacto injusto que constituye la sociedad civil injusta, “…cuando un
hombre dijo «esto es mío» y encontró otros hombres suficientemente estúpidos como para creerle”, no sólo
instala la propiedad privada, sino lo más grave aún instala el sentimiento de propiedad.
vigor de esa misma ley natural, confirman y amparan incluso con la fuerza este
derecho de que hablamos”.
Las leyes civiles son una continuidad, una sanción de las leyes naturales divinas.
Efectivamente, la encíclica enseña a los hombres que “…leyes [civiles] han
de ser obedecidas sólo en cuanto estén conformes con la recta razón y con la
ley eterna de Dios”, estableciendo un principio de desobediencia a la autoridad
política30. Estas leyes civiles se encargan de confirmar en el mundo humano y
político la rectitud de las leyes naturales y, al mismo tiempo, se encargan de
garantizar con la fuerza de la espada la rectitud de la razón divina. El Estado
“…debe asegurar las posesiones privadas con el imperio y fuerza de las leyes”.
A este carácter natural del hombre y la propiedad, se le suma otro principio
emanado de la naturaleza, la desigualdad de los hombres: “Establézcase, por
tanto, en primer lugar, que debe ser respetada la condición humana, que no
se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo. Los socialistas lo
pretenden, es verdad, pero todo es vana tentativa contra la naturaleza de las
cosas. Y hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias;
no son iguales los talentos de todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las
fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente
la diferencia de fortuna. Todo esto en correlación perfecta con los usos y
necesidades tanto de los particulares cuanto de la comunidad, pues que la vida
en común precisa de aptitudes varias, de oficios diversos, al desempeño de los
cuales se sienten impelidos los hombres, más que nada, por la diferente posición
social de cada uno. Y por lo que hace al trabajo corporal, aun en el mismo estado
de inocencia, jamás el hombre hubiera permanecido totalmente inactivo; mas lo
que entonces hubiera deseado libremente la voluntad para deleite del espíritu,
tuvo que soportarlo después necesariamente, y no sin molestias, para expiación
de su pecado”.
30 Tomás de Aquino, en el Tratado sobre el gobierno de los príncipes (1964), enseña este principio en
función de una jerarquía de leyes que deben corresponderse. La ley natural que es accesible a la naturaleza
finita de los hombres a través de la razón, enseña a los mismos sobre lo bueno y lo malo, es esta ley natural
la que dicta los principios de justicia a la ley humano que se dan los hombres para organizar sus asuntos
terrenales. Si la ley humana dictada por los príncipes, desconociendo la ley natural, legisla sobre asuntos
que no le competen o sienta principios opuestos a la ley de naturaleza, los hombres están en condiciones de
desobedecerla, ya que al desobedecerla están obedeciendo una ley de mayor jerarquía.
La modernidad se había inaugurado con una genial invención: los hombres
son libres e iguales por naturaleza. Lo que la filosofía había consagrado un
siglo antes, la Revolución Francesa lo sienta como principio político: libertad,
igualdad y fraternidad. Este principio de igualdad fue abiertamente discutido,
no por el error del mismo, sino por la falacia que manifestaba su contraste con
la realidad. La igualdad que se defendía en el campo de la política y la ley,
no se correspondía con la desigualdad en el campo económico. Marx había
mencionado este dilema en un maravilloso texto de análisis sobre la Declaración
universal de los derechos del hombre y del ciudadano (2004). Pero al mismo
tiempo, ese precepto moderno fue abiertamente discutido, ya no por la falacia en
esa correspondencia, sino por el error mismo del principio. La encíclica señala
un precepto eminentemente antimoderno, el reconocimiento de una desigualdad
pero no ya de carácter social y económico, sino de carácter natural y moral.
En resumen, la naturaleza ha hecho a los hombres desiguales entre sí, cualquier
pretensión de igualarlos contradice los postulados básicos de la ley natural. Entre
el argumento del carácter natural de la propiedad y que la misma distribución
corresponde a los hombres a través de su trabajo e industria, se podría pensar
en la existencia de una contradicción en el argumento. En otras palabras, existe
una desigualdad natural, pero la desigualdad producto de la división de bienes
la hacen los hombres y la garantiza las instituciones. ¿Cuál es el vínculo entre
la desigualdad natural de los hombres y la desigual distribución de propiedad
privada? No se trata de una contradicción en los términos, ya que la desigualdad
natural de los hombres es la que permite ordenar las posesiones privadas
posteriormente, es esa desigualdad natural el soporte de la desigualdad social,
la desigualdad natural oficia como principio de inteligibilidad de la propiedad
privada distribuida bien entre los hombres y que las instituciones se encargan
de resguardar, la desigualdad social es la expresión de la natural. De esta
desigualdad natural surge la diferencia de riqueza, la riqueza es el resultado,
el desenlace natural, el efecto esperado que sanciona esa desigualdad inicial.
Cualquier igualación o retención de igualación en el plano económico sería
contranatura, antinatural y, por lo tanto, absolutamente condenable.
Por lo tanto, la división del mundo entre propietarios y no propietarios no es
condenable porque no responde a una mala organización social, por el contrario,
es el ajuste perfecto del orden terrenal al orden divino. Por este orden divino,
este orden natural, la encíclica señala que los actuales propietarios son sus
“legítimos poseedores”31 y cualquier intento de arrebatarles las posesiones es un
intento violento de despojar a esos legítimos poseedores. Carácter natural de la
propiedad y carácter natural de la desigualdad entre los hombres es la manera en
que la RN configura su interpretación sobre el mundo social. Si la propiedad es
algo dado por naturaleza y la desigualdad también se encuentra inscripta en el
orden natural de las cosas, ni la propiedad ni la desigualdad son los elementos
explicativos del actual desorden del mundo. Por lo tanto, ese desorden no se
arregla ni corrigiendo la mecánica de la propiedad ni interviniendo en una
desigualdad natural. En otras palabras, para la versión fundante de la Doctrina
Social de la Iglesia, la desigualdad entre los hombres no es un problema, el
problema social no radica en la desigualdad, sino en una forma específica
de desigualdad. Una forma específica que se caracterizaría como “flagrante
desigualdad”, es decir, en términos cuantitativos esa desigualdad es desmedida.
Esto se encuentra presente en la encíclica, sin embargo, creemos que posee un
mayor peso argumental la idea que la desigualdad es producto de desviaciones
ética, en cuyo caso, el problema no es la desigualdad de los hombres, sino la
falta o relajación de sus principios éticos: “…el tiempo fue insensiblemente
entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los
empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar el
mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia,
es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia
distinta […] han de evitar cuidadosamente los ricos perjudicar en lo más mínimo
los intereses de los proletarios ni con violencias, ni con engaños, ni con artilugios
usurarios”32.
31 Para los procesos históricos de conformación de la propiedad privada de la tierra en Europa ver “La
llamada acumulación originaria” de Marx (2012). Por su parte, la Conquista del desierto puede ser leído
en términos similares a los presentados por Marx. En esta línea ver Indios, ejército y frontera de David
Viñas (1982). En ambos casos, la noción de “legítimos poseedores” queda completamente desnaturalizada
en función de los procesos históricos de apropiación privada que implicaron el desplazamiento a sangre y
fuego o la eliminación de grandes poblaciones.
32 El destacado es propio.
capitalismo como ejes explicativos de los problemas del orden social. Para la
RN el problema no es la desigualdad entre los hombres, sino la falta completa
de principios éticos en los poderosos que conducen a la mayoría de los obreros,
a los humildes (sinónimos) a encontrarse en una situación no de desigualdad,
sino de infrahumanidad. Basta con el fortalecimiento de esos principios éticos
para que comience a corregirse el problema social y quien mejor que la Iglesia
para llevar a cabo esa tarea. Si el problema es ético, la Iglesia monopoliza ese
campo, y para asegurar su posición respecto a los elementos que configuran el
orden, manifiesta otra vez más la inviolabilidad de la propiedad privada para
resolver los problemas sociales: “…cuando se plantea el problema de mejorar la
condición de las clases inferiores, se ha de tener como fundamental el principio
de que la propiedad privada ha de conservarse inviolable”.
La inviolabilidad de la propiedad privada, la desigualdad natural de los hombres,
la ético como principio explicativo de la mala organización social y, por
ende, la Iglesia como institución privilegiada para emprender y resolver ese
inconveniente de carácter ético, conducen a plantear cierto escepticismo para el
orden terrenal, depositando su confianza en el orden celestial: “…sufrir y padecer
es cosa humana, y para los hombres que lo experimenten todo y lo intenten todo,
no habrá fuerza ni ingenio capaz de desterrar por completo estas incomodidades
de la sociedad humana. Si algunos alardean de que pueden lograrlo, si prometen
a las clases humildes una vida exenta de dolor y de calamidades, llena de
constantes placeres, ésos engañan indudablemente al pueblo y cometen un
fraude”.
La Quadragesimo Anno
La Quadragesimo Anno (QA) es enunciada por Pío XI el 15 de Mayo de 1931.
El motivo de las encíclicas que siguen a la RN tiene como finalidad explícita
rendir homenaje a ese primer documento eclesiástico que dio muestra de los
lineamientos esenciales de la Iglesia en materia de cuestión social. Todas estas
encíclicas posteriores a la RN ponen de manifiesto esta intención, al tiempo
que presentan la pretensión de desplegar argumentos en la misma línea que su
antecesora, pero que no habrían sido del todo desarrollados por ella en función
que el contexto no lo ameritaba o carecía de centralidad. De esta manera,
homenaje y ampliación viene a ser el esquema de lectura en términos de
continuidad de las encíclicas papales, contribuyendo a lo largo de estos más de
cien años a continuar alimentando la Doctrina Social de la Iglesia. Sin embargo,
veremos que al mismo tiempo que mencionan la RN como antecedente, es
posible reconocer algunos argumentos que sitúan las diferentes encíclicas en una
racionalidad diferente a aquella primera. En otros términos, no basta hablar de
cambios en los contextos históricos, sino cambios de racionalidad, en la medida
que los problemas se modifican al tiempo que la manera de pensarlos y hacerlos
inteligibles también. El liberalismo comienza a ser pensado como problema, se
lo denuncia como tal, cuestión completamente ausente en la RN. Una encíclica
que, a diferencia de la anterior que dice ser continuadora, sus problemas son
otros y sus efectos también serán otros. El socialismo sigue siendo un problema,
pero menor a la manera en que lo denunciaba la RN, ahora será el liberalismo y,
por ello, la respuesta será un orden social económico de claro corte corporativo,
en alusión a los recientes acontecimientos que se estaban desplegando
fundamentalmente en Italia.
El liberalismo comienza a aparecer como problema, pero la QA ya lo menciona
presente en su predecesora. Sin embargo, como señalamos, no aparece jamás
nombrado en la RN. La QA, queriendo hacer una lectura de su predecesora,
expresa: “…sin recurrir al auxilio ni del liberalismo ni del socialismo, el
primero de los cuales se había mostrado impotente en absoluto para dirimir
adecuadamente la cuestión social, y el segundo, puesto que propone un remedio
mucho peor que el mal mismo, habría arrojado a la humanidad a más graves
peligros”.
De esta manera, sentencia la encíclica, “igual que la unidad del cuerpo social
no puede basarse en la lucha de «clases», tampoco el recto orden económico
puede dejarse a la libre concurrencia de las fuerzas”. Ni marxismo maximalista
ni liberalismo anárquico pueden ser los registros a través de los cuales se
piense la organización social. El individualismo que expresa el liberalismo y el
colectivismo representado por el marxismo, esos dos extremos abren la grieta,
la posibilidad de pensar en la conformación de “lo social”, ese espacio donde
se resuelven problemas completamente heterogéneos pero, al mismo tiempo,
vitales en la recta organización social. Entre los resquicios o las grietas entre dos
extremos aparece ese espacio conformado por asociaciones intermedias entre el
Estado y el individuo.
Esta perspectiva del orden social, la crítica feroz al individualismo liberal y al
colectivismo marxista, conduce a pensar el orden en términos muy concretos. Si
por un lado, al igual que la RN, hay una explícita mención del carácter natural
de la propiedad privada, en la presente encíclica no hay una mención explícita
al carácter natural de la desigualdad entre los hombres. Sin embargo, como
veremos, esa explícita desigualdad entre los hombres será reemplazada por una
enfática noción organicista del mundo social: “Por consiguiente, si los miembros
33 Manchester (condado de Lancashire) fue la primera ciudad industrializada del mundo y desempeñó un
papel primordial en el marco de la revolución industrial en el campo de la fabricación textil y el hilado del
algodón.
del cuerpo social se restauran del modo indicado y se restablece el principio
rector del orden económico-social, podrán aplicarse en cierto modo a este cuerpo
también las palabras del Apóstol sobre el cuerpo místico de Cristo: «Todo el
cuerpo compacto y unido por todos sus vasos, según la proporción de cada
miembro, opera el aumento del cuerpo para su edificación en la caridad»”.
34 Los Pactos de Letrán firmados en febrero de 1929 entre el Reino de Italia y la Santa Sede vuelven a
otorgarle a ésta el carácter de Estado soberano. Los Estados Pontificios habían sido absorbidos durante
el proceso de reunificación italiana a fines del siglo XIX, por lo que el Vaticano y, por ende, el Papa se
encontraron sometidos a la soberanía del Estado Italiano. En este sentido, los pactos de Letrán restauran la
soberanía del Vaticano sobre esa porción territorial de Roma, pactos que resultaron de una negociación entre
el Vaticano y el propio Benito Mussolini.
una libre concurrencia en el campo económico, pero sujeta a límites que le
otorguen seguridad y justicia, de manera tal que las fuerzas económicas se
encuentren sujetas a la autoridad pública. Es esta autoridad pública, a través
de sus instituciones la que conforma la sociedad humana a las exigencias del
bien común que no es otra cosa que las exigencias de la justicia social. Como
se observa, la autoridad pública adquiere una centralidad y una responsabilidad
en la organización y en la conducción de la sociedad humana que, hasta el
momento, carecía. Pero, al mismo tiempo que adquiere importancia la autoridad
política, este organicismo hace recaer gran parte de su estructura, como debe
ser, en las organizaciones intermedias, es decir, también resalta la importancia
de las asociaciones en los fines conducentes al orden: “Por lo tanto, tengan
muy presente los gobernantes que, mientras más vigorosamente reine, salvado
este principio de función "subsidiaria", el orden jerárquico entre las diversas
asociaciones, tanto más firme será no sólo la autoridad, sino también la eficiencia
social, y tanto más feliz y próspero el estado de la nación”.
Si hubo un despertar social por parte del Estado, si la autoridad política comenzó
a reconocer la cuestión social como un problema que debía ser abordado
frontalmente, eso se debe a la labor que la Iglesia viene desempeñando durante
siglos. De esta incansable labor social es que pudo surgir una novedosa e
imprescindible rama del derecho que protege a los trabajadores, derechos de
los trabajadores que no emanan de su condición de tal, sino de su condición de
hombre y cristiano. Estos derechos protegen el alma, la salud, el vigor, la familia,
la casa y, como es de esperar, la condición de asalariado.
Para finaliza, en un apartado que se denomina Necesidades del bien común, la
encíclica menciona por primera y única vez el término “economía social”. Pero
ella parece más estar dirigido a señalar el aspecto de una suerte de articulación
solidaria entre las diferentes fuerzas de la economía, más que referirse a una
parte específica de la economía (economía de pobres) o a una “otra economía”
(alternativa al sistema imperante). Por el contrario, como acabamos de expresar,
la economía social es el término que permite materializar el funcionamiento
de un Estado Corporativo, donde cada una de las fuerzas aporta lo necesario
y, al mismo tiempo, exige lo necesario, más allá de lo cual ocasionaría un
desequilibrio que atentaría al bien común: “…la economía social logrará un
verdadero equilibrio y alcanzará sus fines sólo cuando a todos y a cada uno les
fueren dados todos los bienes que las riquezas y los medios naturales, la técnica
y la organización pueden aportar a la economía social; bienes que deben bastar
no sólo para cubrir las necesidades y un honesto bienestar, sino también para
llevar a los hombres a una feliz condición de vida”.
Todos los bienes que la riqueza y demás elementos pueden aportar, ni más ni
menos, como por ejemplo, el salario que debe acomodarse al bien público, lo
que supone que no sea tan bajo como para impedir el natural desenvolvimiento
y reproducción de la vida del trabajador, ni tan alto como para privar de trabajo
y de oportunidades de trabajo a quien pueden y quieren trabajar. De esta manera,
la economía social es la economía de la sociedad corporativa que logra el justo
equilibrio y la articulación de las diferentes fuerzas involucradas. El salario
es un ejemplo de ello que menciona la propia encíclica, ni tan alto ni tan bajo,
en ambos casos todos saldrán perjudicados pero fundamentalmente lo serán
los trabajadores: “¿Quién ignora, en efecto, que se ha debido a los salarios o
demasiado bajos o excesivamente elevados el que los obreros se hayan visto
privados de trabajo?” En última instancia, la mención a la economía social en
esta encíclica, no hace más que plantear con extrema sencillez la vinculación,
el encuentro entre el elemento moral y el elemento económico. Se entiende que
el nivel que logra el orden social económico, la economía social, es al alcanzar
equilibrio por un lado y felicidad por el otro. Es decir, conjuga una cuestión
estrictamente económica (equilibrio) y cuestión fundamentalmente moral
(felicidad).
La Mater et Magistra
La encíclica Mater et magister, es enunciada por Juan XXIII el 15 de Mayo
de 1961. Dicho momento supone un cambio superlativo en el contexto
histórico, lo que se ve plasmado en los contenidos y las preocupaciones
de la misma encíclica. Los procesos de liberación colonia, procesos de
descolonización, ocupan gran parte del escenario posterior a la II Guerra
Mundial, fundamentalmente en los países africanos. Al mismo tiempo, el fuerte
desequilibrio mundial entre países desarrollados y subdesarrollados pasa a ser
una de las matrices de análisis primordiales. En este sentido, si bien la cuestión
social sigue siendo una preocupación, la misma pasa ser pensada como cuestión
mundial o, al menos, cuestión regional. La encíclica no deja de enunciar los
avances que se han dado en materia educativa, salud, nivel de vida de los
diferentes sectores que conforman la sociedad, incluso menciona la reducción
de la separación, de la distancia, de la brecha entre las distintas clases sociales.
No hay duda que este avance alude a “los gloriosos 30”, aquellos treinta años
posteriores a la II Guerra Mundial que consolidaron los Estados de Bienestar y
supusieron una edad de oro de la condición salarial (Castel, 1997).
Sin embargo, el incremento en el nivel de vida de algunas naciones ha puesto
en evidencia el aumento de la brecha entre regiones desarrolladas y no
desarrolladas: “Pero, simultáneamente, cualquiera puede advertir que el gran
incremento económico y social experimentado por un creciente número de
naciones ha acentuado cada día más los evidentes desequilibrios que existe,
primero entre la agricultura y la industria y los servicio generales; luego, entre
zonas de diferente prosperidad económica en el interior de cada país, y, por
último, en el plano mundial, entre los países de distinto desarrollo económico”.
35 Se llamó Teoría del Desarrollo a aquella perspectiva que intentaba explicar el subdesarrollo de las
naciones del tercer mundo en función de carencia de desarrollo. En este sentido, se debían generar
políticas para que los países menos desarrollados alcances los estándares de vida de las naciones avanzadas
transitados por los caminos de estos últimos. Ver Hirschman (1980), Azpiazu y Nochteff (1995), Kay (1991)
y Escobar (2005).
tiene que ser estimado como superior a cualquier otro derecho de contenido
económico y, por consiguiente, superior también al derecho de propiedad privada
[…] No basta, sin embargo, afirmar que el hombre tiene un derecho natural a
la propiedad privada, de los bienes, incluidos los de producción, si, al mismo
tiempo, no se procura, con toda energía, que se extienda a todas las clases
sociales el ejercicio de este derecho”.
Esos son los principios que deben servir de base a un justo orden económico y
social, sin dejar de mencionar que parte de estos principios se encuentran en el
trabajo cooperativo. Si bien no se detiene en el mismo, por lo que no resulta tener
un peso discursivo importante en la encíclica, entiende al trabajo cooperativo
como una nobilísima función social confiada a los hombres. El mismo posee la
virtud de despertar la responsabilidad y el espíritu de colaboración en el trabajo.
Sin embargo, este ímpetu cooperativo no podría desarrollarse con normalidad sin
la colaboración del Estado proveyendo una formación idónea a los miembros,
facilitando créditos que permitan acceder a los avances científicos y tecnológicos
para la producción, finalmente, resguardando a sus trabajadores bajo la
protección de la seguridad social.
Precisamente, el último elemento o mecanismo de intervención sobre los
problemas sociales se encuentra en el propio Estado que, en la presente
encíclica, adquiere dos rasgos importantes. En primer lugar, su carácter de poder
subsidiario, es decir, el carácter residual del Estado en materia económica, con la
función de garantizar la producción permanente y creciente, pero promoviendo
el progreso social en beneficio de todos los ciudadanos: “Esta acción del
Estado, que fomenta, estimula, ordena, suple y completa [esa producción], está
fundamentada en el principio de la función subsidiaria […] manténgase siempre
a salvo el principio de que la intervención de las autoridades públicas en el
campo económico, por dilatada y profunda que sea, no sólo no debe coartar la
libre iniciativa de los particulares, sino que, por el contrario, ha de garantizar la
expansión de esa libre iniciativa, salvaguardando, sin embargo, incólumes los
derechos esenciales de la persona humana”.
En este sentido, lo primer es el derecho y la obligación de la persona de ser
el primer responsable de su propia manutención y la de su propia familia,
caso contrario interviene la autoridad política para intervenir. Este principio
de subsidiariedad del Estado se encuentra sostenido sobre la necesidad de
privilegiar la persona y su libertad, ambos elementos garantizados por la
propiedad privada. La encíclica es muy clara en esto, la propiedad privada otorga
al hombre la posibilidad de su libertad, la condición de su libertad, mientras que
la presencia del Estado iría paulatinamente en detrimento de ella. La ampliación
de la propiedad pública del Estado sólo es lícita cuando existe una manifiesta y
objetiva necesidad del bien común. Pero esta ampliación siempre debe excluir
el peligro de que la propiedad privada se vea reducida de tal manera que llegue
al punto de su posible desaparición. Persona-Libertad-Propiedad constituye una
tríada que se auto-fortalece y que el Estado interviene cuando esa tríada no está
logrando los fines personales y sociales que debe.
En segundo lugar, la presencia del Estado a través de los sistemas de seguridad
social ampliamente extendidos durante los “30 gloriosos”. La encíclica señala
que en el campo social han existido grandes avances en la última hora, entre los
cuales menciona el desarrollado de los seguros sociales, cubriendo gran parte
de los riesgos posibles de los ciudadanos. En una lógica similar, la encíclica
menciona la idea de suavizar el contrato de trabajo incorporando al mismo,
elementos del contrato de sociedad: “…conviene suavizar el contrato de trabajo
con algunos elementos tomados del contrato de sociedad, de tal manera que los
obreros y los empleados compartan el dominio y la administración o participen
en cierta medida de los beneficios obtenidos”.
¿Cuál es la “aspereza” del contrato de trabajo que debe ser por ello suavizada?
¿Qué es esto del contrato de sociedad que podría suavizar la aspereza del
contrato de trabajo? Ya en la QA se hacía un mención crítica a aquellos que
exclamaban la necesidad de cambiar el contrato de trabajo por el contrato de
sociedad, considerando al primer como injusto per se. La QA señalaba que
esto era inadmisible y contradecía las enseñanzas de la RN, que el régimen
del salariado era un elemento central del orden, la retribución por el trabajo
realizado. Suavizar el contrato de trabajo incorporando para ello elementos
del contrato de sociedad, supone incorporar beneficios sociales más allá de la
remuneración mediante el dinero, el salario. Como se encuentra presente en
la cita anterior, la MM considera oportuno incorporar elementos del contrato
de sociedad, por ello, volvemos a formular la pregunta: ¿Cuál es la “aspereza”
del contrato de trabajo que debe ser por ello suavizada? Lo que preocupa del
contrato de trabajo es la definición del salario, entonces, o el régimen del salario
es esencialmente injusto, lo que proclamaría cualquier marxista y sería algo
inaceptable para la Iglesia, o el salario no es injusto sino que lo injusto es el
miserable monto que le asignan los deshonestos patrones36. O se trata de un
problema estructural o de un problema superestructural, es decir, un problema
de la estructura económica o un problema ético. La respuesta es obvia desde
el comienzo, de ninguna manera puede tratarse de un problema estructural, el
régimen de salario no es esencialmente injusto y esto lo han remarcado todas
las encíclicas que hemos trabajado. El problema es ético, se encuentra en que
los hombres abusan del lugar de poder que poseen como patrones, pero por ello
mismo, la necesidad de “suavizar” pone de manifiesto, al menos eso es lo que
creo, que lo estructural, lo profundo, es el problema ético. En otras palabras,
este sistema hace malo a los hombres, el problema no se encuentra en el sistema
económico sino en los hombres, por eso hay que suavizar ese contrato de trabajo
otorgándoles a los obreros la posibilidad de adquirir algunos bienes (a través
del contrato de sociedad respaldado por el Estado) que contribuyan a mejorar
su vida, más allá del salario. Este argumento como puede observarse tiene
cierta potencia disruptiva y, en último término, el argumento puede conducir a
la objeción del sistema. Dado que los hombres se encuentran inscriptos en este
36 La encíclica expresa que “En cuanto al régimen del salariado, rechaza primero el augusto Pontífice
la tesis de los que lo consideran esencialmente injusto; reprueba a continuación las formas inhumanas o
injustas con que no pocas veces se ha llevado a la práctica”. En el primer caso, el marxismo lo atribuye a la
plusvalía, en el segundo caso se hace responsables a conductas condenables de empresarios y patrones.
sistema económico, si bien éste no es la causa de los males, la manera de cambiar
a los hombres es modificando al sistema.
Conclusiones
Se trata en cierta manera de marcar menos las líneas de continuidad entre
las encíclicas, como estas mismas pretenden haciéndose permanentemente
referencias, y marcar más las discontinuidades existentes entre ellas. Reiteramos,
cualquiera podría pensar que la MM de Juan XXIII se inscribe en una línea
de continuidad con las otras encíclicas, más allá que pueden encontrarse
modulaciones que indiquen esto. Sin embargo, hemos tratado de señalar las
rupturas existentes entre todas ellas, no solamente por lo que supuestamente
agregan (eso sería lo menos importante), sino por las diferentes racionalidades
inscriptas en ellas, es decir, por las diferentes maneras que tienen de pensar los
elementos que configuran lo social y, haciendo inteligible, de una determinada
manera y desde un lugar particular, los problemas sociales. No sólo se trata
de una modificación en los contextos históricos, pues la misma puede ser
simplemente mencionada como para presentar la particularidad del momento y
proponer herramientas para afrontar los problemas que tendrían nuevos rasgos.
Sin embargo, lo que encontramos es una diferencia de naturaleza respecto a
la propiedad privada, respecto al uso de la misma, respecto a la determinación
del salario, respecto al papel del asociativismo y, en este sentido, no se trataría
simplemente de los mismos problemas pero más complejos en función de los
diferentes contextos.
En este sentido, la MM se presenta como una encíclica con alto contenido
disruptivo como para permitir algunos desbarajustes dentro de la Iglesia.
No hubiese bastado con la sola encíclica para pensar en la posibilidad de
la “Teología de la liberación”37, pero eso ya no tiene sentido, porque las
condiciones de posibilidad de ésta fueron múltiples, una de las cuales es sin duda
alguna, la Mater et Magistra. La MM refuerza algunos significados presentes
en las encíclicas anteriores, pero también despliega algunas modulaciones que,
permiten pensar en la abertura de una grieta, de un campo de posibilidades,
37 Ésta última corriente dentro de la Iglesia adquiere forma a partir del Concilio Vaticano II que se produce
un año después de pronunciada la MM y de la Conferencia de Medellín de 1968.
de deslocalizaciones, poniendo en evidencia que los discursos gozan de una
polivalencia táctica, utilizados para fines divergentes, abriendo heridas, fisuras
por las cuales se configuran nuevas posibilidades, en este caso la teología de la
liberación.
Bibliografía
Susana R. Presta38
Introducción
En la década del «90, desde el neoliberalismo, aparece un renovado discurso
regional vinculado a temas y prácticas relacionadas con el desarrollo local y la
gestión estratégica de ámbitos locales. Surgen nuevos paradigmas asociados
al desarrollo local, la descentralización y la participación, o a la innovación, la
acción colectiva y la competitividad sistémica. Así, la participación se convierte
en una estrategia para involucrar a los sujetos en luchas para obtener aquello que
los poderosos les quieren imponer (Esteva, 2000).
En el marco de los procesos de “desarrollo”, la coexistencia de distintas formas
de trabajo (por ejemplo, trabajo voluntario, trabajo doméstico), adquieren un
nuevo sentido en tanto formas de trabajo productivas para el sistema capitalista.
Así, las complejas relaciones entre Estado, sector privado, organismos
internacionales y emprendimientos de la economía social y solidaria propician
la posibilidad de establecer una mayor vigilancia sobre la reproducción social
de los sujetos, su permanencia en el mercado formal y la manipulación del
conocimiento sobre los mismos para incidir sobre políticas orientadas a contener
sus prácticas concretas.
En este sentido, resulta pertinente considerar el concepto de “pluralidad de bases
económicas” (Comas D» Argemir, 1998), el cual se funda en la búsqueda de
estrategias que los actores realizan con el objetivo de lograr la permanencia en
el sistema. Las políticas neoliberales aplicadas tanto en el ámbito rural como
urbano, transformaron la forma de organización de las unidades domésticas,
39 Véase el libro de Gary Becker (1987). Tratado sobre la familia. Madrid, Alianza Editorial.
(Presta, 2009). El surgimiento de organizaciones y actividades económicas
variadas, centradas en el trabajo humano y la solidaridad social en tanto factores
organizadores de la actividad económica, indica el renovado interés político
hacia las unidades domésticas.
Por consiguiente, nos interesa problematizar estas cuestiones a partir de nuestro
trabajo de campo en un emprendimiento enmarcado en la economía social y
solidaria.
Desde el 2003, se encuentra en funcionamiento la Cadena de Valor Textil
Artesanal, llevada a cabo en el Valle de Punilla, Córdoba (Argentina), en el
marco de una experiencia asociativa implementada por el trabajo conjunto entre
Unidades de Extensión del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI)
y del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) Cruz del Eje,
Córdoba. El objetivo de la experiencia consiste en articular la producción ovina
con el hilado de la lana y la confección de prendas tejidas. Esta experiencia
forma parte de las actividades de extensión del INTI en economía social y tiene
como propósito ofrecer una fuente de trabajo a partir de una tarea artesanal y un
oficio ancestral que abarca a ciento veinte trabajadores y trabajadoras, a partir del
desarrollo económico local.
Se utilizan protocolos de hilados diseñados por el INTI, la fijación del “precio
justo” para cada tipo de hilado y el uso de un protocolo de gestión con el fin de
permitir la participación y articulación de trabajadores alejados geográficamente,
lo cual otorga un “sentido de pertenencia a la cadena”.
Las producciones artesanales de las hilanderas, ya que el 90% son mujeres
adultas, se comercializan en ferias, boutiques de la región y por Internet. Según
técnicos del INTI40, el objetivo al principio fue facilitar la organización social
de unidades productivas de subsistencia en una cadena de valor para producir
textiles artesanales (fibras textiles, hilados y ropa), imitando la figura de fábrica
a cielo abierto, que apela a recuperar conductas de organización basadas en la
solidaridad y la ayuda mutua, sin perder de vista la eficiencia de los resultados
económicos. Asimismo, informan que el proyecto se puso en práctica en una
zona poco industrializada y con pocas oportunidades de empleo. Por tal razón, la
prioridad es “aliviar la pobreza”, reconstituyendo una actividad arraigada como
40 Artículo “Perfiles de las mujeres que hilaron su historia”, Diario La Nación, sábado 26 de agosto de
2006, Sección Economía Social.
la textil, con capacidad para que las mujeres complementen los ingresos de sus
hogares41.
Cada eslabón de la cadena se integra sobre corredores viales en una comarca
de seis poblados vecinos con un sistema financiero propio basado en un “pacto
social voluntario”. De este modo, los participantes lograron incrementar la
renta y mejorar la distribución y el precio de la lana local, como así también,
el valor de la hora de trabajo; crearon un sistema de precios justos, idearon
productos y mercados y una garantía solidaria en las transacciones, pactadas
por medio de la palabra. La cadena incluye productores primarios, hilanderos,
tejedores, comercializadores y técnicos que responden a un “nuevo patrón de
comportamiento”42.
Las cadenas están organizadas en tres ejes denominados “bancos”43. En primer
lugar, el “Banco de Insumos Estratégicos” se conformó a través de la Fundación
Saber Cómo con un monto inicial de $5000 ayudando al establecimiento de un
sistema financiero estructurado en bancos comunitarios de la lana articulados.
Así, se logró organizar a productores ovinos para la mejora de la fibra de lana
con la cual se abastecen los artesanos textiles. Segundo, el “Banco de Diseño
y Asistencia Técnica” a partir del cual se incorpora una de las innovaciones
tecnológicas de mayor impacto en la cadena lo constituye el uso de una rueca
modificada por el INTI, que hace más productivo el tiempo de hilatura y
posibilita la diversificación de tipologías de hilos a producir. Para la fabricación
de la rueca, se capacitó y gestionó el armado de un taller de carpintería que
genera trabajo para jóvenes judicializados del Hogar Taller “Sierra Dorada” (San
Marcos Sierra). Tanto los ciclos de capacitación diseñados en relación con las
necesidades de los distintos eslabones de la cadena, como la asistencia técnica
continua, buscan la profesionalización de los distintos eslabones. Finalmente, el
“Banco del Agente Comercial” se realizó con la profesionalización de un grupo
de negocios promotores para la venta de los productos, mediante la introducción
de tablas de costeo, organización de los productos en colecciones para la mejor
tracción de ventas y el manejo de herramientas de marketing y administrativas.
41 Comentario extraído del artículo “Perfiles de las mujeres que hilaron su historia”, Diario La Nación,
sábado 26 de agosto de 2006, Sección Economía Social.
42 Ibíd. anterior.
43 Extraído del Noticiero Tecnológico Semanal Nº 56, 4 de junio de 2007, INTI [www.inti.gob.ar]
Sin embargo, el INTI abandonó su función de mediador en el año 2010, aunque
sigue relacionado como consultor (asesoramiento, capacitaciones). A partir de
entonces, el Banco de Insumos es coordinado por las trabajadoras/es.
Ahora bien, si relacionamos el creciente desempleo y precarización del
trabajo consecuencia de las sucesivas crisis socioeconómicas, la necesidad de
garantizar la continuidad del mercado capitalista y controlar la conflictividad
social; nos acercaremos al meollo del problema que intentamos plantear. Los
discursos y prácticas vinculados a la economía social y solidaria (en adelante,
ESS) se anclan en la construcción de un concepto de trabajo “emancipado”,
“participativo”, “creativo” en contraposición al trabajo “asalariado”, “alienado”.
En definitiva, se trata de cultivar en los sujetos la idea de que la posibilidad
de trabajo “digno y emancipado” se halla en la economía social y solidaria en
tanto forma de organización supuestamente alternativa a las voraces reglas del
sistema capitalista. Sin embargo, este dispositivo es parte constitutiva de las
transformaciones en los procesos de acumulación de capital (Presta, 2009).
La política social promueve formas de trabajo subsidiado (pues se trata de
formas de trabajo promovidas a partir de donaciones, incentivos y facilidades
económicas que mantienen a los sujetos involucrados en una relación de deuda
constante con la instituciones u organismos que intervienen y financian) que se
fundamenta en la profundización de la autoexplotación de los sujetos sobre la
base del imperativo de transformarse en empresarios de sí mismos. Precisamente,
las trabajadoras del emprendimientos afirman: “No somos señoras tejiendo
en su casa como abuelas. El INTI nos transformó en profesionales”. Durante
entrevistas realizadas en el año 2011, las hilanderas y tejedoras nos comentaban
que, si una prenda sale mal o no se ajusta a lo que ellas quieren, vuelven a
producirlas sin contar las horas de trabajo previas. Asimismo, muchas veces,
tienen que ajustar la producción y los diseños a los gustos del público que
compra (ajuste a normas de calidad) y la importancia del diseño para destacarse
y ser “diferentes y únicas” en el mercado.
A partir del trabajo de campo realizado, encontramos que, tanto en los discursos
como en las prácticas, la idea de “solidaridad” se consolida como valor universal,
al tiempo que, la conveniencia social y económica radica en que los principios
de competencia y solidaridad coexistan. Por consiguiente, las formas de
gobierno de la fuerza de trabajo se basan en relaciones paradojales que derivan
en la preeminencia de mecanismos de regulación del mercado, tal como la
competencia, apelando, al mismo tiempo, a la universalidad de la solidaridad y
reciprocidad. Nos preguntamos, entonces, cómo se reconfiguran las relaciones
de poder ante la existencia de tales relaciones paradojales. En este sentido,
partiremos del análisis de algunos aspectos de la racionalidad de gobierno liberal
que han sido retomados por la racionalidad de gobierno neoliberal, los cuales
atraviesan y configuran el modo en que se construyen dichas relaciones de poder
en el dispositivo analizado.
44 Este autor se ubica en la Escuela Escocesa, la cual pretendió para la ciencia social lo mismo que Newton
había logrado con la ciencia natural: una teoría general de la moral, la política y la sociedad. Ello requería el
establecimiento de regularidades que probaran que los seres humanos, su psicología y sus instituciones no
estaban gobernados por el azar. El énfasis está puesto en los sentimientos y no en la razón.
45 Para Adam Smith que, al igual que Stuart Mill, pertenece a la Escuela escocesa, las cualidades más útiles
son la razón y el autocontrol “…por el cual nos abstenemos del placer o soportamos el dolor presente a fin
de obtener un placer mayor o evitar un dolor mayor en el futuro” (Smith, 2009:331). Ambas cualidades se
rigen por la virtud de la prudencia, para la cual la seguridad constituye su principal objetivo. La seguridad
radica, pues, en que el hombre debe cuidar primero de sí mismo. Sin embargo, el individuo deberá estar
dispuesto a que su interés particular sea sacrificado al interés general con resignación.
al tiempo que, adquiere un mayor valor para los demás. Por consiguiente, según
Stuart Mill (2009) es un deber del individuo “cuidar de sí mismo”, de manera
tal que, siga los pasos del desenvolvimiento de su individualidad y el respecto
propio cuya utilidad a los intereses del individuo redunda en beneficio de la
sociedad. Así, el concepto de “cuidado de sí” (ligado a una dimensión ética)
alude al conocimiento, por parte los individuos, de cierto conjunto de reglas
de conducta y principios que son, a la vez, considerados en tanto verdades y
prescripciones.
Ahora bien, ocuparse de sí mismo se ha convertido en el principio básico de
cualquier conducta racional, de cualquier forma de vida activa que aspire a estar
regida por el principio de la racionalidad moral. La necesidad del cuidado de
uno mismo, la necesidad de ocuparse de uno mismo, está ligada al ejercicio del
poder. Se deduce de la voluntad de ejercer un poder político sobre los otros,
pero también de la capacidad de gobernarse a sí mismo (Foucault, 1987a).
Precisamente, Murillo sostiene lo siguiente: “La competencia, el centramiento
en el cuidado de sí, la interpelación al deseo y la desigualdad como condición
natural, en suma, son entonces algunos de los principios fundamentales del arte
de gobierno neoliberal que reconfiguran la cuestión social” (2010:16).
Del mismo modo, en la racionalidad de gobierno neoliberal, encontramos un
fuerte énfasis en la idea de “autogobierno”. Según Benegas Lynch (h)46 (1993),
es necesario consolidar un orden social del autogobierno.
El progreso de la civilización significa el descubrimiento y la incorporación
de valores más precisos y refinados. Y no sólo en cuanto a las normas de
convivencia civilizada, es decir, de respeto recíproco. Si el hombre se degrada
interiormente, si no actualiza sus potencialidades en busca del bien, si se
pervierte y se corrompe, quiere decir que, en última instancia, no se respeta a
sí mismo […] Si el hombre no se gobierna a sí mismo, mal podrá gobernar las
46 Como escritor, sus libros han sido prologados por el premio Nobel en Economía James M. Buchanan,
el ex-Secretario del Tesoro del gobierno de los Estados Unidos, William E. Simon, el premio Nobel
en Economía F.A. Hayek y Jean-François Revel miembro de la Academia Francesa. Ha editado las
traducciones en español de libros de Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Murray Rothbard. En sus obras
Benegas Lynch expone su pensamiento económicamente austriaco y políticamente libertario, abarcando
desde el liberalismo clásico hasta el anarcocapitalismo, pensamiento que él define como autogobierno.
Internacionalmente, en dos oportunidades integró el Consejo Directivo de la Sociedad Mont Pelèrin que
promueve las ideas liberales en el mundo, es académico asociado de Cato Institute de Washington DC, es
miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres.
relaciones con otros. En este sentido, el autogobierno abarca ambos aspectos”
(Benegas Lynch (h), 1993:436–437).
En este sentido, el autor sostiene, al retomar a Von Mises, que toda persona
busca la felicidad, lo cual implica la actualización de sus potencialidades en
busca de la perfección. Cada uno de los actos del ser humano apunta a pasar de
una situación menos satisfactoria a una que le proporcione mayor satisfacción,
lo cual podríamos vincular con un interés por gestionar los deseos. Aquí,
también, podemos encontrar relación con la idea de desenvolvimiento de la
individualidad de Stuart Mill (2009). Autogobierno, auto-perfeccionamiento y
educación se conjugan de modo tal que las prácticas de los sujetos fluctúen al
ritmo de las transformaciones en los procesos de acumulación de capital47. A raíz
de esto último, podríamos decir que el orden social del autogobierno que trata
de implantarse desde una racionalidad de gobierno neoliberal, se constituye a
partir de formas de gobierno indirectas que alientan el arbitraje del mercado en la
construcción de relaciones sociales.
47 Lo mencionado puede vincularse con una las vertientes centrales del arte de gobierno neoliberal, a
saber, la teoría del capital humano de Gary Becker, la cual radica en “…aspectos ligados a aquello que
las personas hacen para invertir en sí mismas. Estas inversiones posibilitarían que los individuos tengan
mejores capacidades para elegir y por ende ampliarían su libertad. Las capacidades así obtenidas son capital
en el sentido de que no es posible separar a una persona de sus habilidades, salud o valores. Educación y
entrenamiento son las más importantes inversiones en capital humano, ellos generan un crecimiento en
los ingresos […] Las inversiones en capital humano responden a una lógica de costo-beneficio extendida
a la propia vida que implica que cada uno debe efectuar los cálculos racionales, preferir y renunciar en
función de los propios objetivos. En el concepto de capital humano está implicada además la idea de que los
incentivos no son sólo de carácter monetario sino también culturales” (Murillo, 2010:8).
parte de las actividades productivas son domésticas, recrean la cultura del trabajo
en el hogar, atraen al grupo familiar a la actividad sin barreras de edad ó sexo,
recrean ciclos de aprendizaje basados en la experimentación, y ponen en valor de
mercado habilidades domésticas. (Testimonio funcionario INTI, 2009)
Esto tiene que ser un proceso fuertemente reconstructor de una ética y una moral,
fuerte. Por otro lado yo postulaba que, como hipótesis de trabajo, que un sistema,
moral y éticamente, más fuerte disminuye sus costos efectivos, en términos
económicos. (Testimonio funcionario INTI, 2009)
Los valores éticos ya son parte de nosotras y guían lo que hacemos. Por ejemplo:
en temporada baja, cuando hay poca venta, podríamos ofrecer prendas hechas
con hilado industrial como “si fuesen artesanales” y cobrarlas a un mayor precio.
Pero eso ni siquiera se nos cruza por la cabeza porque va en contra del sistema
ético que nos enseñó el INTI. (Testimonio hilandera/tejedora, año 2011)
48 Hume (1969) sostenía que las dos pasiones humanas más fuertes son el egoísmo (deseo de ganancia) y
la benevolencia (asociada a la filantropía) y, justamente, lo importante remitía a la coincidencia de ambas
pasiones ya que de ello dependía la seguridad de la propiedad privada. Hume (1969), teniendo en mente al
individuo libre del pacto social, plantea que la benevolencia sirve para refrenar el egoísmo, así permite que
se establezca una convención compartida y establecida por la razón en base al sentimiento de benevolencia.
En cambio, el concepto de “simpatía” en Smith sólo cabe abordarlo subjetivamente, es decir, asumiendo los
sentimientos y circunstancias del otro. La simpatía no es perfecta, no podemos con exactitud saber cómo se
sienten otras personas, pero la clave es ponerse en el lugar del otro y asumir su situación. El amor propio es
compatible con la simpatía, es decir, la preocupación por uno mismo es compatible con la preocupación por
los demás. Pero el egoísmo es incompatible con la simpatía.
alivio ante tal coincidencia. Si bien, el sentido de la utilidad es aquí de carácter
subjetivo, no podemos dejar de lado el hecho de que, luego, Smith (1958)
planteara que entre los hombres los talentos más dispares se caracterizan por su
mutua utilidad, ya que los respectivos productos de sus aptitudes se aportan a un
fondo común, en virtud de esa disposición general para el cambio, la permuta o
el trueque, y tal circunstancia permite a cada uno de ellos comprar la parte que
necesitan de la producción ajena.
Si vinculamos el postulado de la solidaridad como valor universal y la
conveniencia social y económica de que los principios de competencia y
cooperación (solidaridad) coexistan (De Melo Liboa, 2004:398); podemos
pensar en la construcción de relaciones de subordinación basadas en relaciones
paradojales que derivan en la preeminencia de mecanismos de regulación
del mercado, tal como la competencia, apelando, al mismo tiempo, a la
universalidad de la solidaridad y reciprocidad. Cuestión por demás visible en
la economía social y solidaria, la cual nos dirige a la siguiente pregunta: ¿cómo
se reconfiguran las relaciones de poder ante la existencia de tales relaciones
paradojales?
Sobre todo que la base sea ética, que se busque la parte moral, la parte de volver
a la nobleza esa que había de dar la palabra, por eso De manos y de palabras,
¿no? Entonces, como todo ser humano, tenemos un montón de limitaciones
y cuestiones previas y aquí las vamos cambiando, la misma actitud de las
compañeras y de nuestros fundamentos van haciendo de que, que reveas un
montón de cosas que antes hacías y te parecía que estaban bien y lo vas viendo
desde otro enfoque, desde otro punto, no quiere decir que somos moralistas, pero
esa parte va cambiando profundamente. (Testimonio hilandera, 2010)
49 Esto se vincula a lo que el autor denomina “sociología de las ausencias”. Esta última, se centra en la
investigación que tiene como objetivo mostrar que lo no existe es, de hecho, activamente producido como
no existente. Se trata de transformar objetos imposibles en objetos posibles, objetos ausentes en objetos
presentes (De Sousa Santos, 2010).
contractual), los procesos de trabajo están dirigidos según los requerimientos
del mercado a partir de la intervención de agentes tanto públicos como privados
que configuran las relaciones sociales de producción, incorporando criterios de
calidad y formas de subordinación ancladas en financiamientos y donaciones, sin
las cuales no podrían desarrollarse estos emprendimientos en la mayoría de los
casos?
En nuestro caso, en las unidades domésticas que participan en la ESS, las
condiciones de producción y reproducción dependen de agentes externos
(públicos y/o privados) a partir de una relación de financiamiento y de “deuda”
constante. El cobro de “interés” se traduce en el “don de sí”, que implica
formas de autoexplotación y desvalorización de la fuerza de trabajo ocultas
bajo la esperanza de “integración”. Integración que implica, asimismo, asumir
los riesgos de la producción y una trasferencia de valor que se produce a partir
del abaratamiento de los costos de producción y reproducción de la fuerza de
trabajo. En este sentido, resulta interesante la siguiente cita respecto del “sujeto
emprendedor” en la economía social y solidaria: “El hombre empresario/
emprendedor surge entonces como una exigencia epistemológica —ideológica
y política— que genera una comprensión mucho más funcional y ajustada para
la fase del capitalismo avanzado, sobre todo, porque sintetiza las categorías
necesarias para la ideología neoliberal que permiten absorber y enfrentar
analíticamente la mayor complejidad sistémica, la articulación inestable
y la interdependencia entre las realidades económicas, políticas y sociales
contemporáneas, situaciones relativamente inexistentes en el pasado o, por lo
menos, que no se expresaban históricamente con la profundidad con la que lo
hacen hoy” (Puello-Socarrás, 2010:193).
El emprendimiento y la iniciativa empresarial exigen que el emprendedor se
encuentre atento para capturar los beneficios originados en oportunidades no
previstas e, inclusive, inexistentes en los mercados, activando en concreto los
procesos de capital y trabajo (Puello-Socarrás, 2010), a la vez que, refuerza los
mecanismos de competencia que terminan por ahondar el individualismo típico
del neoliberalismo.
Vale decir, la ESS no es ajena al sistema capitalista y, por ello, se haya
condicionada y su potencialidad y posibilidad limitada dentro de las fronteras de
las estructuras socioeconómicas y políticas dominantes que, a su vez, resignifican
valores y reivindicaciones y formas de “indignación” en función de intereses
específicos enmarcados en las reestructuraciones de los procesos de acumulación
de capital. Por consiguiente, podemos hablar de una mutación de las formas de
gobierno de la fuerza de trabajo en el dispositivo de la ESS.
Todo intento de teorización se abona y crece a luz de la realidad social concreta
y es allí dónde nos topamos con limitaciones, contradicciones y paradojas que
instalan la duda, al menos en el contexto actual, acerca de la ESS en términos
de una “alternativa contrahegemónica frente al capital”. Considerar a la ESS
como una unidad donde la solidaridad, la esperanza y la emancipación social
son soberanas en el reino de lo posible, podría constituir un obstáculo que
obturaría toda posibilidad de un análisis relacional e históricamente situado.
Desde nuestra perspectiva, resulta necesario, entonces, centrarnos en los
conflictos, contradicciones y estrategias de gobierno con el fin de desnaturalizar
las nociones y relaciones que atraviesan y constituyen la ESS en la actualidad.
Dado que una estrategia, se configura a partir de tácticas, como un movimiento
o dirección que toma una determinada relación de fuerzas, pensamos con
Foucault (1987b), que es preciso analizar estas estrategias en términos de las
modificaciones que sufre a partir de su implementación concreta.
Bibliografía
Luciana Ginga50
Introducción
En los últimos años, en nuestro país, se reconoce la proliferación de trabajos
de investigación dentro del campo de las ciencias sociales que denuncian la
manera en que el discurso de algunos medios de comunicación focalizan en
los/as jóvenes urbano/as pobres, en cómo se destacan características que los
constituirían en potenciales delincuentes, contribuyendo con este relato a una
continua estigmatización.
Asimismo y destacando la importancia estratégica que esta literatura posee para
desentrañar permanentes procesos de construcción de subjetividades peligrosas
junto al efecto estigmatizante que estas dinámicas traen aparejado, se pretende
poner especial énfasis en el análisis de otras líneas del discurso mediático que,
en un aparente sentido opuesto, recuperan historias de vida y/o biografías,
especialmente de jóvenes varones “pobres y delincuentes”, que tras su paso
por la cárcel y/o por “institutos de menores”, habrían podido vencer su martirio
llevando adelante, entre otras cosas, la finalización de sus estudios secundarios,
la participación en concursos de poesía o el ingreso a una carrera universitaria.
Se pretende analizar el tratamiento periodístico realizado por los medios para
cubrir una “transformación” particular operada por dos jóvenes que, en contextos
de encierro, devienen poetas. En este sentido, la indagación que propone el
presente trabajo es guiada por los siguientes interrogantes: ¿cómo son abordadas
50 Lic. en Ciencia Política (UNR). Maestranda en Criminología (UNL) y Doctoranda en Ciencia Política
(UNR). Becaria Doctoral CONICET. Integrante PEGUES. E-mail: lupi_ginga@hotmail.com
estas noticias?, ¿la recuperación de este tipo de historias responde a un interés
por parte de la prensa por dar a conocer la serie de maltratos a los que se
ven sometidos estos jóvenes en la cárcel, intentando contrarrestar a la prensa
reaccionaria, que sólo pone de relieve el merecimiento de la pena?, o acaso, al
contarnos los casos con “final feliz”, ¿insta al lector a inferir que aquel que se
encuentra detenido si se lo propone, con esfuerzo, valor y perseverancia puede
vencer el infierno penitenciario, depositando entonces la responsabilidad en
el propio sujeto y no en las atrocidades del sistema carcelario? y en este caso,
¿sería entonces responsabilidad del propio joven “delincuente” vencer los
padecimientos que un sistema carcelario violento le propone?, ¿por qué seduce a
la prensa este tipo de historias?.
A raíz de estas inquietudes, se revisan una serie de artículos periodísticos
publicados entre el año 2010 y 2012 en la prensa local y nacional, que abordan
las experiencias de jóvenes “pobres delincuentes” que han podido, según se
infiere, “recuperarse” luego de pasar por la cárcel y/o por “institutos de menores”
sufriendo los padecimientos que la dinámica propia de estas instituciones tienen
preparados para ellos.
Para finalizar, resulta necesario aclarar que este artículo ha sido presentado en el
marco del Workshop titulado “Debates sobre Gobierno, Estado y Control Social.
Neoliberalismo y luchas sociales en Nuestra América” que se realizó en la
ciudad de Salta en el año 2012, organizado por la Facultad de Humanidades de la
Universidad Nacional de Salta. En ese contexto, a las ponencias se les asignaban
comentaristas, en nuestro caso la Doctora Alejandra Cebrelli de la Universidad
de Salta, ha sido quien desempeñó este rol, enriqueciendo nuestro análisis inicial
con pertinentes sugerencias y atinadas reflexiones que se agradecen infinitamente
y que son incorporadas a este escrito con enorme satisfacción.
Reflexiones finales
Si los jóvenes “pobres y delincuentes” son considerados “los otros” y en
consecuencia, un “efecto no deseado” de los procesos sociales, económicos,
políticos y culturales que despliega el neoliberalismo tal como la criminología
mediática incesantemente sostiene: ¿por qué darles voz?; ¿cómo se efectiviza ese
proceso?; ¿para qué conocer aquello que piensan, lo que sienten, sus martirios,
sus alegrías, lo que han logrado o dejado de lograr?; ¿a qué fines responde este
conocimiento, este saber?; ¿resulta funcional a qué intereses?
Más allá de los debates que actualmente se encuentran vigentes en relación a
los cambios reales y supuestos del sistema penal, vale decir, si efectivamente se
asiste a un aumento de populismo punitivo o si deberían matizarse estas visiones;
lo cierto es que en los últimos 20 años se registra en nuestro país un aumento
de la tasa de encarcelamiento que ha llegado a ser la más alta de la historia
(Gutiérrez, 2010). Ante esta realidad, resulta al menos necesario preguntarse
por aquellos artilugios discursivos que propenderían a legitimar una práctica
de encarcelamiento que, aun reconociendo “sus errores”, produce “sujetos
recuperados”.
Siguiendo a Alejandra Cebrelli no debe perderse de vista que “pocos discursos
resultan más verosímiles que el discurso periodístico. No es de extrañar que
el uso de sus retóricas (el uso de la tercera persona, el uso de la voz citada)
así como también de sus formatos (particularmente la crónica y la entrevista),
aseguren un fuerte efecto de verdad. Y esa “verdad” con mucha frecuencia
responde a intereses políticos, empresariales y moralizantes, es decir, a la
palabra del poder. Los medios son organizaciones empresariales y sus criterios
de selección de noticias, construcción de agenda y encuadre (perspectiva de
abordaje de las noticias) está al servicio de os valores de venta, al mantenimiento
y expansión de una audiencia que asegure la pauta publicitaria, tanto pública
como privada”.
El relato mediático demuestra que tanto Camilo como R.P. son efectivamente
“los otros”, los sujetos en los cuales se depositan todo los males y los miedos
(Bauman, 2005:105) y los residuos sociales, aquellos a los que la comunidad
expulsa, quiere lejos, bien lejos. Ambos, continúan siendo “los otros” pero luego
del paso por la cárcel son “los otros” más cercanos, “los otros” disciplinados,
“los otros” útiles, los que lograron “pararse y caminar” luego de haber estado
mucho tiempo postrados, constituyéndose en el ejemplo a seguir para los tantos
“otros” que aún siguen errando el camino, en definitiva son los que se han
rehabilitado y lo han hecho, no en cualquier lugar, sino en la cárcel.
Resulta significativo retomar algunas reflexiones de Wacquant (2002:97) al
preguntarse retóricamente para qué sirven, en el siglo XXI, las cárceles. Y en
este sentido, plantea que si se hiciera esta pregunta públicamente probablemente
nadie sabría exactamente por qué se encierra a las personas. Aun así, las
constantes invocaciones a la filosofía terapéutica que mantiene el (auto)
convencimiento de que la cárcel tiene por misión “reformar” y “reinsertar” a sus
internos, mientras que todo, desde la arquitectura a la organización del trabajo de
los celadores, pasando por la indigencia de los recursos institucionales (trabajo,
formación, escolaridad, salud) y la ausencia de medidas concretas de ayuda al
salir, lo niegan. La reinserción (si es que algo así existiera), dice el autor, no se
hace en la cárcel, donde sería de todos modos demasiado tarde.
Asimismo y para finalizar se considera que la práctica permanente de la
sospecha acerca de aquello que se presenta como una solución, como una
posible reivindicación de aquellos procesos de lucha que se considera justo dar,
deviene necesaria, en la medida en que nos permite resistir falsas situaciones
de victoria en los múltiples caminos de lucha, de debate, de discusiones. Dudar,
preguntar, sospechar frente a la construcción de realidad que hacen los medios de
comunicación son acciones imprescindibles para practicar en nuestro oficio de
investigadores.
Bibliografía
BARATA VILLAR, F. “El drama del delito en los mass media”, en Delito
y Sociedad. Revista de Ciencias Sociales. Año 7, N° 11–12, Editorial LA
COLMENA, Buenos Aires, 1998 a, pp. 59–68.
La asistencialización de lo social.
Reconfiguraciones neoliberales de la política social
Introducción
El presente escrito procura adentrarse en las transformaciones de la política
social en el marco del despliegue del neoliberalismo como forma predominante
de gobierno desde el último tercio del siglo XX hasta, al menos, inicios del
nuevo milenio.
Para ello, en un primer momento, recorreremos brevemente la emergencia de la
tan mentada “cuestión social” siguiendo como clave para su lectura la existencia
de una tensión constitutiva a la definición de la ciudadanía en sus términos
modernos. Tensión para cuya conjura advendrá la “invención de lo social” como
campo de intervención propio de una modalidad de ejercicio del poder que ya
no estará basada en el modelo trascendente de la soberanía sino en la lógica
inmanente del “arte de gobierno”.
Contexto en el que se irá configurando el ámbito de la “política social” en
función del trabajo (en tanto relación salarial) como su eje estructural. Más aún,
la vida misma en sus diversas etapas será pensada y organizada mayormente en
relación a dicho eje.
Luego, nos adentraremos en la elucidación de los principales impactos en
términos de racionalidades de gobierno que supuso el avance neoliberal,
fundamentalmente en cuanto al corrimiento del eje del trabajo hacia la
“pobreza”, a saber, el despliegue de un “gobierno de la pobreza” como
dispositivo de intervención diferencial sobre los sectores populares.
53 Lic. en Ciencia Política (UNR). Doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Integrante PEGUES. E-mail:
pinto-analaura@hotmail.com
Sobre la base de este recorrido, nos abocaremos finalmente a la comprensión de
los modos en que la política social ha sido reconfigurada dando prioridad a su
aspecto asistencial; la concomitante emergencia de la “nueva cuestión social”;
y el fomento hacia la participación y los vínculos comunitarios como formas de
salida (o más bien, diremos de neutralización), haciendo hincapié en los dilemas
que ello nos suscita.
54 Como sostienen Andrenacci y Repetto, este esquema tripartito de política social “debe ser considerado
como genéricamente válido para el mundo capitalista, aunque sin lugar a dudas presenta modelos
nacionales y/o regionales diferenciados según una variedad de cuestiones: los modos de funcionamiento
del mercado de trabajo, el carácter de la estructura y la estratificación social de los capitalismos locales,
las características del régimen político, la capacidad presupuestaria relativa de los Estados nacionales, las
tradiciones religiosas y culturales, la fuerza relativa de los actores clave o, simplemente, los tiempos de
consolidación histórica de la política social” (2006:4).
a la población más vulnerable”, definida como tal en tanto “presenta dificultades
y riesgos específicos para resolver su reproducción a través del mercado de
trabajo, o acceder a las condiciones de vida básicas garantizadas por el complejo
de políticas universales” (Andrenacci-Repetto, 2006:3)55.
En la segunda mitad del siglo XX, comienzan a propagarse voces críticas, por
derecha y por izquierda, que confluyen en enfatizar que la igualación que provino
de las políticas universalistas resultó profundamente contraproducente. Desde
los primeros exponentes neoliberales (como Ludwig von Mises, Friederich
Von Hayek, Milton Fridman), se afirma que el “Estado social” ha generado
una sobrecarga de demandas que tanto sofoca al Estado —y por tanto redunda
en la ingobernabilidad del sistema— como conlleva la pasividad del individuo
de modo que pierde todo espíritu emprendedor. Sobrecarga que —en este
marco discursivo— encuentra su origen en el exceso de intervencionismo del
Estado como agente redistributivo y en el exceso de participación democrática.
Consecuentemente, erige sus recomendaciones en pos de aliviar al Estado
de tantas presiones: mercantilizar las prestaciones sociales y despolitizar a la
sociedad (Portantiero, 1989). Para ello, será crucial recuperar la autoridad estatal
ya que el problema del neoliberalismo no será, como para el liberalismo, dónde
actuar y dónde no, sino cómo actuar (Foucault, 2007). Pues, la sociedad se regula
por la competencia pero las condiciones para la misma deben ser creadas desde
el Estado. Al respecto, Grondona afirma que se hacía de la libertad “el valor
fundamental ante el cual los otros debían subordinarse (igualdad, bienestar). […]
Ahora bien, la libertad requería ciertas condiciones de marco: en principio, la
iniciativa privada y un horizonte de paz social (´vivir sin miedo´)” (2011).
En este sentido, resulta comprensible que en estos años en gran parte de
América Latina se haya barrido con las democracias existentes y se hayan
55 Como contrapartida, serán el linyera y el vago, las figuras que condensen la exclusión en este período, ya
que mientras anteriormente fueron vistos como producto de un mercado laboral intermitente, ahora pasaron
a ser definidos como personas que habían decidido no trabajar. Por ello, quedaron por fuera de la “cuestión
social”. Cabe destacar, no obstante, que en comparación con la gran porción de la población “incluida”, eran
relativamente poco numerosos.
desmantelado las políticas igualitarias existentes. Este último punto, nos interesa
particularmente a los fines de este escrito. No resulta casual, entonces, que “[…]
en el esplendor del ciclo neoliberal la equidad —desvinculada de la mirada sobre
el conjunto social— haya sustituido a la igualdad y que la pobreza y la exclusión
—y más precisamente, los pobres y los excluidos—, hayan sido los problemas
que atrajeron la atención pública. ´Pobreza y desempleo´ […] conformaron la
cuestión social de la época […]” (Danani, 2008:42). La igualdad, entonces, deja
de ser un valor y se promueve, por el contrario, la “equidad” entendida como
cierto umbral mínimo de partida para que luego la lógica meritocrática pueda
definir los diversos destinos de sujetos activos que asumen la responsabilidad de
sus vidas.
Cabe destacar que, la igualdad como valor político nace, en el contexto de la
Revolución Francesa, al calor de la lucha contra las desigualdades que el orden
jerárquico del Antiguo Régimen consagraba. Principio, por tanto, que se erige
como uno de los pilares de la modernidad declamando la paridad ontológica de
todos los seres humanos por su condición de tales e independientemente de sus
circunstancias o atributos particulares. Es por ello que, se trata de un principio
que mira a la sociedad como un todo y aspira —como punto de llegada— a que
las diversas categorías sociales sean próximas entre sí respecto del poder y la
riqueza.
En cambio, el concepto de equidad ofrece una vara con la que medir la
distribución inmediatamente material, fijando la vista no sobre horizontes
colectivos sino sólo sobre los umbrales o mínimos de satisfacción de necesidades
básicas socialmente definidas como tales. Consecuentemente, se enfoca en lograr
un punto de partida semejante para todos vinculado a aquello que se considera
indispensable para la vida, procediendo a diferenciar, distinguir, a las personas en
relación con esos mínimos. Simultáneamente, se desliga del problema de cuáles
son los devenires ex post.
Siendo así, en términos de equidad, sostiene Danani: “no importa cuánta sea la
distancia socio-económica si es que todos los individuos tienen lo básico para
enfrentar la vida” (2008:42). De allí que, la autora afirme que es posible inferir
que “el neoliberalismo […] representa el primer proyecto de la modernidad
que directamente reniega de la igualdad, cambiando de manera explícita los
parámetros de legitimidad y por lo tanto, de merecimiento, pues se funda en la
desigualdad como una virtud” (Danani, 2008:46).
Por lo tanto, el principio de la equidad —que ha estado motorizando las
intervenciones estatales desde mediados de la década del ´70 hasta, al menos,
comienzos de nuevo milenio— procede por trato diferencial a concentrar los
esfuerzos ya no en la sociedad como un todo sino en ciertos sectores sociales con
“carencias”, “problemas”, que identificará como “pobres”.
No obstante, es preciso señalar que históricamente la mera carencia no ha
habilitado la demanda sino sólo el haber demostrado esforzarse sin éxito
(principalmente por medio del trabajo) para salir de la pobreza. Dicho en otros
términos, el pobre en sí no es digno de atención estatal, sino sólo el “pobre
merecedor” (Danani, 2008:43).
En este sentido, es que se afirma irónicamente el desarrollo de un “modelo de
protección para pobres” (Molina, 2005 en Andrenacci y Repetto, 2006) que,
tal como veremos a continuación, ha modificado desde mediados de los ´80 las
prioridades de la política social. Irónicamente, en tanto como sostiene Álvarez
Leguizamón “no se pretende erradicar la pobreza o luchar contra ella como
el discurso dice propiciar. Se trata sólo de gestionar la pobreza por medio de
políticas compensatorias o focalizadas” (2002:57).
Coincidentemente, Giavedoni plantea que, en el marco del despliegue del
neoliberalismo, se asiste a un “gobierno de la pobreza”, cuya “finalidad […] no
es erradicar la pobreza, sino establecer ciertos márgenes dentro de los cuales se
gestiona su existencia, al tiempo que la pobreza se constituye en el dispositivo
que permite intervenir sobre determinados sectores sociales. De esta forma,
asistimos a una nueva forma de gobernar a los sectores populares, una nueva
modalidad de gobierno denominado gobierno de la pobreza, que se caracteriza
por una gestión diferencial respecto a los sectores populares que incrementa la
diferencia y consolida la desigualdad” (2009:20).
Recapitulando y recuperando el planteo foucaultiano esbozado anteriormente,
es posible sostener que la tendencia predominante a nivel estratégico indica el
despliegue de un poder que se ejerce de manera cada vez más sutil e invisible,
lo cual garantiza su reproducción. De este modo, afirma Nikolas Rose “parece
como si estuviéramos asistiendo a la emergencia de un rango de racionalidades
y técnicas que tratan de gobernar sin gobernar a la sociedad, gobernar a través
de las elecciones reguladas hechas por actores singulares y autónomos, en el
contexto de sus compromisos particulares” (2007:113).
En este marco, los sujetos de gobierno son concebidos y construidos como
seres que pueden convertirse en agentes activos y responsables en su propio
autogobierno. En las lúcidas palabras de Maristella Svampa: “el cambio en
las formas de regulación estatal, la primacía del mercado como mecanismo
de inclusión, van de la mano de una concepción del individuo (o del proceso
de individualización), que enfatizan la noción de sujeto competente, de
autorregulación, esto es, un individuo al cual se exige que se haga cargo de
sí y que desarrolle las competencias y recursos necesarios para su inclusión
en el mercado y el acceso a los bienes sociales, independiente de los recursos
y soportes pre-existentes. Claro está, no es lo mismo que esta exigencia de
individualización o autoregulación en el marco de un Estado de bienestar, que
en medio de un proceso de desregulación vertiginoso y radical, como el que
se operó en Argentina. La diferenciación se acentúa si a esto agregamos que
no todos los individuos contaban con los soportes materiales (en términos
de derechos e inscripciones colectivas), sino que precisamente el proceso se
caracterizó por una erosión y conculcación de los mismos, esto es, por un
proceso inédito de descolectivización, que debe ser leído a su vez, como un
proceso de desciudadanización” (2004:32).
Por lo tanto, frente a aquellos que no son “competentes” para emprender sus
vidas y administrar “sus” riesgos (a saber: cuando falla la producción de las
condiciones subjetivas acordes a una racionalidad neoliberal), aparece el Estado,
desplegando lógicas de intervención post-sociales. Como sostiene Giussepe
Améndola, “se autorregulan los que pueden, pero para los que no pueden
está el Estado” (Svampa, 2004:32). Estado que, para los sectores populares
exigirá, como veremos, no tanto la auto-regulación individual (la cual no es
posible producto de la carencia de soportes materiales) sino más bien la auto-
organización comunitaria.
56 Cursivas en el original.
denostadas como un resabio de formas arcaicas o anómalas de supervivencia
rural las cuales debían ser barridas por el progreso que trajera la modernización
en tanto generadoras de atraso. Nos referimos, entre otras prácticas, a “la
persistencia de la familia ampliada, las relaciones de autoayuda comunitaria, la
neolocalidad urbana, etc., y las expresiones de trabajo denominadas informales”
(Alvarez Leguizamón, 2002:68)57.
Es así que, ya no resultará contradictorio que se avale y fomente el desarrollo
de redes comunitarias locales desde los mismos organismos internacionales.
Proceso que comienza a evidenciarse desde mediados de los años ´70 cuando
se plantea, como parte de la crítica a los magros resultados generados por
inyecciones masivas de capital y tecnología, la necesidad de que los beneficiarios
directos de los programas sociales participen en los mismos. Ello, en el contexto
de una honda transformación en la concepción del desarrollo, que tiende a dar
lugar a los factores sociales y culturales, empezándose a difundir la noción de
“desarrollo comunitario”. Por entonces, se trataba de promover capacidades que
en tanto los pobres no poseían, eran factores causales de su “subdesarrollo”.
Esta tendencia a considerar los factores sociales y culturales se reafirmará
en los ´90 gracias a una renovada perspectiva “social” del Banco Mundial y
la promoción del “desarrollo humano” desde la Organización de Naciones
Unidas. En este marco, se perfila, como pilar de la estrategia para el combate
a la pobreza, no a la intervención social y/o económica del Estado sino a
la “solidaridad” entre los pobres. De allí que, ahora son precisamente las
capacidades que los pobres ya poseen como parte de sus prácticas cotidianas in-
corporadas las que pasan ahora a ser vistas como la vía para salir de su situación.
Como plantea Álvarez Leguizamón, “esta nueva estrategia del discurso del
desarrollo se funda en una concepción de la sociedad donde la pobreza es el
producto de las ´incapacidades´ de la gente para competir en el mercado y donde
el Estado debe ser prescindente de las regulaciones laborales y de la provisión de
servicios y bienes para la reproducción. A pesar de ello, se percibe a los pobres
como poseedores de capacidades y recursos para resolver problemas a partir de
las redes de proximidad y encarar la subsistencia por medio de la autogestión
comunitaria o familiar” (2002:75).
57 Cursivas en el original.
En este sentido, desde los organismos internacionales para el “desarrollo” (como
el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo) se promueven políticas locales de “ataque”
a la pobreza en las cuales se observa un entramado de conceptos, entre los cuales
se destacan la solidaridad, el capital social y la participación popular.
La solidaridad —gestada, como vimos, en función de relaciones de reciprocidad
no mercantiles basadas en vínculos informales de base local— es leída como
un capital social primordial en tanto recurso para la auto-subsistencia y la
auto-gestión de programas focalizados. De allí que, sea preciso fomentar la
participación popular ya que la llave para el combate a la pobreza reside en los
mismos pobres.
Cabe señalar que, el incentivo a la participación popular es tributaria también
de una concepción de la sociedad civil donde ésta “se hace cargo de la acción
societal y el bien común se coloca en sus energías” (Álvarez Leguizamón,
2002:76). Por ello, no sólo se promueve la participación de organizaciones
de base de los pobres, sino también de empresas privadas, organizaciones no
gubernamentales, organizaciones benéficas y filantrópicas. “La ´participación
popular´, antes bandera de los movimientos de base de los 70, que propugnaban
la participación comunitaria como forma de lograr un ´desarrollo inclusivo´,
ahora es la estrategia que permite la privatización de lo público” (Álvarez
Leguizamón, 2002:75).
De allí que, en este esquema, auto-subsistencia y auto-gestión se traducen en un
rol subsidiario por parte del Estado, de modo que el incentivo a la participación
popular es inversamente proporcional a la responsabilización estatal y social.
Así, “los pobres se convierten en ´artífices´ del alivio a su propia pobreza. La
sociedad, por lo tanto, no debe actuar sobre las desigualdades que las provocan”
(Álvarez Leguizamón, 2002:77). El Estado neoliberal se desliga entonces del
problema de la constante producción de población excedentaria con relación al
mercado de trabajo, renunciando a revertir esa situación y apelando únicamente a
la inscripción de las familias pobres en redes locales.
Asimismo, para finalizar señalamos que, auto-subsistencia y auto-gestión son
también sinónimo de auto-vigilancia al interior de las comunidades. “El Estado
no solo penetra ahí donde ha sido el terreno de reivindicaciones políticas de
los llamados movimientos sociales urbanos, sino que además, a través de la
articulación entre políticas sociales focalizadas y redes comunitarias, controla la
vida y la reproducción de la vida de millones de personas pobres en Argentina.
[…] Para decirlo en términos foucaulltianos, el Estado neoliberal desarrolla
el control biopolítico de la población pobre. Orientado a una estrategia de
contención del conflicto social y de la miseria, su objetivo es integrar al excluido
en tanto excluido” (Svampa, 2004:32).
A modo de cierre
Quisiera aprovechar esta instancia de cierre del presente escrito para arrimar
algunas reflexiones generales en lo que atañe al rol del Estado en el marco de las
políticas sociales de corte neoliberal así como a los modos de su interpelación
hacia los sectores populares.
Si bien mucho se ha difundido la idea de “retiro del Estado”, en realidad
asistimos a una modalidad de intervención que frente a aquellos sujetos capaces
de autogobierno se ejerce (o aspira a ser ejercida) a distancia, mientras que para
quienes no son capaces de “gobernar sus vidas” bajo el imperio del mercado, el
Estado se vuelve omnipresente por medio del despliegue de una multiplicidad de
políticas focalizadas.
Foco-políticas que interpelan y atraviesan a los individuos de los sectores
populares, escindiendo sus vidas en una variedad de dimensiones y variables
a ser “atendidas” por una gran cantidad intervenciones puntuales, pero nunca
integrales ni concatenadas. No pueden serlo porque se trata de un Estado
omnipresente pero que sólo muestra una de sus caras, la asistencial. De modo
que, asistimos a una “hiperestatalización” (Giavedoni, 2009) que se desarrolla
asistencializando la política social y así, precarizándola, quitándolo su potencial
igualitario58.
Es así que, los individuos son incluidos en y por medio de estas políticas, en
calidad de excluidos. La asistencialización de la política social combate la
pobreza según una ley que no es la de la contraposición frontal, sino del rodeo
y la neutralización: la pobreza se “enfrenta” sin alejarla de los propios confines
sino incluyéndola dentro de éstos.
58 Omnipresencia del Estado respecto de los sectores populares que también cabe advertir en su dimensión
punitiva, tal como esboza José Giavedoni (2009).
La figura que así se bosqueja es de una “inclusión excluyente o de una exclusión
mediante inclusión”, a saber: la lógica inmunitaria (Espósito, 2005:18). Esta
clave de lectura nos conduce a afirmar, para finalizar, que no sólo se presupone
la existencia de la pobreza, sino que —más aún y en última instancia— opera
precisamente reproduciéndola.
Bibliografía
DANANI, C. “América Latina luego del mito del progreso neoliberal: las
políticas sociales y el problema de la desigualdad”, en Revista Ciências Sociais
Unisinos, Nro 44, 2008.
GRONDONA, A. “Las voces del desierto. Aportes para una genealogía del
neoliberalismo como racionalidad de gobierno en la Argentina (1955–1975)” en
La revista del CCC, n° 13, Septiembre / Diciembre 2011.
Matías Mrejen59
Introducción
Durante la última década, distintos países latinoamericanos han puesto en
marcha programas de Transferencia Condicionada de Ingresos hacia los sectores
más vulnerables de estas sociedades. Los programas Bolsa Familia brasileño,
Oportunidades mexicano o el Familias en Acción colombiano, son solo ejemplos
de una amplia variedad desplegada a lo largo de toda la región.
El vasto consenso que se ha generado en torno a ellos, al punto de haber
sido implementados por gobiernos con pertenencias distintas dentro del
espectro político y el fuerte impulso que han recibido por parte de organismos
internacionales de crédito, en particular del Banco Mundial, invitan a reflexionar
no solamente sobre sus características más evidentes (cantidad de beneficiarios,
tamaño de la transferencia, condiciones impuestas, etc.) sino sobre las
racionalidades políticas que respaldan los discursos y las prácticas sobre los
cuales están sustentados.
Para ello, se sostiene en este trabajo, una perspectiva teórica que nos brinda
herramientas analíticas de utilidad es la de los estudios de gubernamentalidad.
En particular, y sin entrar en un desarrollo sobre los debates internos de esta
corriente, se parte del desarrollo conceptual realizado por Nikolas Rose y Peter
Miller (1992). Estos autores proponen un análisis del poder político que no esté
centrado en el Estado, sino que opere al nivel de las racionalidades políticas y los
programas y tecnologías de gobierno.
59 Lic. en Ciencia Política (UNR). Mg. en Economía (UFF–Brasil). Becario doctoral CAPES. E-mail:
mmrejen@gmail.com
Si bien semejante tarea escapa las posibilidades de esta ponencia, aquí se busca
hacer un análisis exploratorio sobre la cuestión. Para ello, se partirá de hacer
un repaso por el desarrollo teórico y por las distintas racionalidades políticas
propuestas por Rose y Miller. Luego, y en base a un extenso informe sobre los
programas de transferencia condicionada publicado por el Banco Mundial en
el año 2009, se definirá brevemente en qué consisten estos programas y cuáles
son sus objetivos. Finalmente, se sostendrá que estos programas, a pesar de
representar una transferencia monetaria por parte del Estado, no son producto
de una racionalidad welfarista —es decir, ligada a la noción de bienestar y
solidaridad nacional propia del Estado social de la segunda posguerra—, sino
que se encuentran fuertemente ligados a la racionalidad neoliberal.
Finalmente, cabe aclarar que aquí no se cuestiona la transferencia de ingresos
hacia las familias pobres per se ni se niega las potenciales mejoras que puedan
generar —dependiendo del volumen de la población que las reciba y la cantidad
de dinero que representen— en términos de distribución de la riqueza o de
eliminación de situaciones de indigencia; sino que se busca aportar claridad
sobre la racionalidad política sobre la que se sustentan estos programas.
¿Welfarismo o neoliberalismo?
La potencialidad de los estudios que buscan analizar las formas de ejercicio
del poder político sin centrar su atención exclusivamente en el Estado queda
manifestada plenamente al cotejar el caso de los programas de transferencia
condicionada de ingreso con el planteo teórico de Rose y Miller desarrollado
anteriormente.
Si se considerasen estos programas exclusivamente a partir de la discusión sobre
el neoliberalismo en términos de intervención estatal en determinados ámbitos
de la vida social, ellos podrían ser considerados una vuelta a ciertos elementos
del Estado de Bienestar o una anomalía dentro del Estado Neoliberal. Pero si se
intenta salir de la dicotomía intervencionista/no intervencionista para analizar el
neoliberalismo desde una perspectiva de problemáticas de gobierno, como una
racionalidad política específica, entonces puede verse como estos programas son
dispositivos atravesados por una racionalidad política neoliberal.
Como habíamos definido anteriormente, pueden identificarse tres elementos
propios de una racionalidad política: su forma moral, su carácter epistemológico
y su vocabulario distintivo (Rose y Miller, 1992). Corresponde entonces analizar
la presencia de estos tres elementos, en formas coherentes con la racionalidad
neoliberal, en los programas de transferencia condicionada de ingresos.
Respecto a la distribución de tareas entre las distintas autoridades y a los
objetivos hacia los cuales se dirige el gobierno, las presunciones sobre las cuales
se sustentan los programas de transferencia condicionada resultan bastante
transparentes. El objetivo principal de estos programas es la reducción de la
pobreza y, aunque para ello pongan en funcionamiento a diversas agencias
estatales, “la economía dirigida por el mercado tiene más posibilidades de ser
la mayor conductora de la reducción de la pobreza en la mayoría de los países”
(Fiszbein y Shady, 2009:8). En este sentido, los programas de transferencia
condicionada son un suplemento del crecimiento económico para reducir la
pobreza, a través del direccionamiento de determinados recursos hacia los
hogares pobres.
Son las familias que componen estos hogares las responsables finales de
contribuir en la reducción de la pobreza, ya que ellas son quienes deben
realizar inversiones en el capital humano de sus niños como contraprestación
de la transferencia. En última instancia, se considera que son ellas —y no
condiciones estructurales— las responsables de reproducir la pobreza de
generación en generación. Fundamentalmente, se considera que las familias
ignoran los beneficios de una adecuada inversión en el capital humano de
sus niños o no están dispuestas a sacrificar recursos en pos de esa inversión
(“altruismo incompleto”). Es por ello que algunos de los programas no sólo
imponen la asistencia a determinados servicios de salud o a la escuela como
condicionalidades, sino que también ponen en funcionamiento determinados
mecanismos “para mejorar las prácticas de cuidado de los niños” (Francke y
Cruzado, 2009).
Dentro de este espectro de autoridades, a las agencias estatales no son
consideradas las responsables de eliminar las situaciones de pobreza. De
hecho, ellas no son consideradas las responsables principales de esta situación,
a excepción de las deficiencias que pudieran existir en las condiciones
infraestructurales de los servicios de salud y educación. En este esquema, les
cabe ser quienes diseñen las poblaciones objetivos de los programas en cuestión.
Para ello, deben definir dos criterios básicos que determinan cuáles son los
hogares en condiciones de recibir la transferencia: qué constituye a un hogar
como pobre y qué hogares están sub-invirtiendo en el capital humano de sus
niños. Además, son ellas quienes determinan cuáles son las condiciones para
recibir la transferencia y cuál es el tamaño de esta.
En relación al carácter epistemológico, es decir la manera en la cual se construye
conocimiento en torno al objeto del gobierno, los programas de transferencia
condicionada de ingresos están construidos en torno a la consideración de que
las administraciones de los hogares son centros de decisión sobre la distribución
de recursos al interior de ellos. Específicamente, están destinados a aquellas
familias en las cuales, ya sea por desconocimiento o por falta de incentivos, no
se están haciendo las inversiones consideradas como mínimas para que los niños
de esas familias estén, en un futuro, empoderados para romper con el círculo
intergeneracional de pobreza.
Es posible apreciar que la consideración sobre los sujetos gobernados
es coherente con la planteada por la gubernamentalidad neoliberal. Los
administradores de los hogares —los padres y madres— son considerados en
tanto decisores racionales, de acuerdo al modelo del homo economicus, que
simplemente no poseen la información necesaria para realizar las inversiones
adecuadas o carecen de los incentivos apropiados para hacerlo. Para corregir esto
es que se utilizan los programas de transferencia en tanto incentivo monetario
para que estos hogares realicen las inversiones consideradas mínimas necesarias
en el capital humano de sus niños.
Pero no sólo los padres son considerados en base al modelo del homo
economicus propio de la racionalidad neoliberal, es decir, “un homo oeconomicus
que es empresario de sí mismo, que es su propio productor, la fuente de [sus]
ingresos” (Foucault, 2007:265). También los niños son considerados de esta
forma ya que son ellos sobre quienes se deposita la responsabilidad de romper
con el círculo intergeneracional de la pobreza. Son ellos quienes, en un futuro,
proveídos del capital humano considerado mínimo indispensable, deben
convertirse en agentes activos capaces de superar las condiciones de pobreza.
Si la pobreza es percibida esencialmente como una carencia de capacidades y
no como la privación de determinados bienes (Álvarez Leguizamón, 2011; Sen,
1997), sería esperable que ellos puedan superarlos una vez que la cadena de
transferencia intergeneracional de incapacidades sea interrumpida.
Como pude observarse, en relación al tercer elemento de la racionalidad política
neoliberal —su vocabulario específico—, los programas de transferencia
condicionada de ingreso operan constantemente sobre nociones morales y
epistemológicas propias de las distintas variantes de las teorías del capital
humano.
En su análisis sobre el desarrollo de la gubernamentalidad neoliberal, Michel
Foucault ubica a esta teoría como una pieza esencial de la racionalidad
neoliberal. Ella se desarrolla en el marco de un desplazamiento en la naturaleza
del análisis económico, el cual ya no debería dedicarse al análisis de los
procesos de producción, distribución e intercambio, sino “de lo que ellos [los
neoliberales], llaman decisiones sustituibles, es decir, el estudio y el análisis del
modo de asignación de recursos escasos a fines que son antagónicos, o sea fines
alternativos, que no pueden superponerse unos a otros” (Foucault, 2007:260).
Es por ello que la noción de la teoría económica clásica del homo economicus
como socio de un intercambio, es decir, actuando en un mercado determinado, es
reemplazada por la del homo economicus como “empresario de sí mismo”.
Es en tanto “empresario de sí mismo” que los individuos disponen de un
determinado capital humano, entendido como aquellas idoneidades que les
otorgan un rendimiento monetario. Si bien este capital está compuesto tanto
por elementos innatos como por elementos adquiridos, el discurso neoliberal
se centra esencialmente en estos últimos, esencialmente en las inversiones
educativas y en actividades ligadas a la salud (Foucault, 2007). Dentro de este
esquema, resulta claro que la pobreza puede ser considerada el resultado de
los bajos rendimientos que brinda un capital humano escaso. Las afinidades
de estas nociones con el círculo de transmisión intergeneracional sobre el que
pretenden operar los programas de transferencia condicionada no podrían ser
más evidentes.
El nivel de compromiso con este discurso alcanzado por los programas de
transferencia condicionada es visible en la dimensión que ha alcanzado la
preocupación sobre los logros reales alcanzados en términos de aumento del
capital humano. Ello se encuentra graficado en la propuesta de Fiszbein y Shady
de experimentar con condicionalidades enfocadas en los resultados (Fiszbein
y Shady, 2009). Es decir, la realización de transferencias monetarias debería
realizarse, en un futuro, sólo si se comprobara un aumento real del capital
humano de los niños.
Consideraciones finales
Si bien el análisis elaborado en esta ponencia es sólo exploratorio, brinda un
indicio de la potencialidad que tienen los análisis en términos de problemática de
gobierno para el estudio de las políticas sociales. Al apartar el estado del centro
de la escena, se evita pensar en términos de intervención/abstención del Estado,
para empezar a pensar cuándo interviene, en alianza con qué otras autoridades
lo hace, cuáles son los objetivos que se persiguen y cuáles son las presunciones
morales y teóricas que guían esa intervención. Ello permite ver como las
políticas de transferencia condicionada de ingresos, que a priori podrían ser
consideradas políticas de bienestar poblacional, están fuertemente atravesadas
por una racionalidad neoliberal.
Sin embargo, un análisis en profundidad de la cuestión debería partir del análisis
de cada programa en particular para poder determinar cuáles son las nociones
morales y epistemológicas puestas en juego en ellos y de qué modo se sustentan
sobre alianzas entre distintas autoridades. De esta forma podría esbozarse hasta
qué punto cada uno es resultado de una racionalidad política neoliberal o si está
habitado por contradicciones y disputas entre distintas racionalidades.
Dentro de esta reflexión sobre los programas de transferencia condicionada
específicos, tiene especial relevancia un análisis de la Asignación Universal
por Hijo implementada en Argentina a partir del año 2009. Respecto a ella,
es necesario preguntarse cómo se combinan una preocupación respecto al
enriquecimiento del capital humano de los niños de familias pobres como medio
de cortar con la transmisión intergeneracional de la pobreza con la extensión de
un derecho ya reconocido a las familias de los trabajadores formales hacia los
desempleados y los trabajadores informales.
Bibliografía
Mariana Servio60
Introducción
En los últimos años, el debate público ha centrado la mirada en el rol del
Estado en política económica y social. La creación del decreto que instaura
la Asignación Universal por Hijo en el año 2009 marcó un punto de inflexión
en los exámenes que venían realizándose en el ámbito académico acerca de la
política social en general, y de la política asistencial en particular. Asistimos
a un momento en que las discusiones remiten necesariamente al análisis
de la Asignación Universal por Hijo, como una de las medidas de política
social más importantes de los últimos tiempos. Sin embargo, la AUH debe
irremediablemente ser mirada en relación al paradigma neoliberal, que aún no
está superado.
En base a los aportes teóricos que responden a la tradición neodurkheimiana
de Robert Castel sobre integración social este trabajo analizará aquellos trazos
de continuidad como así también los puntos de ruptura que la implementación
de la AUH implica en relación a la política social del proyecto neoliberal. Del
mismo modo, se esbozarán los desafíos que supone la vigencia de una medida
de este tipo para colocar la política social asistencial en el estatuto de derecho de
ciudadanía.
61 El Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados (PJJHD), fue puesto en marcha por el entonces presidente
Eduardo Duhalde, con la crisis de 2001 como telón de fondo. Creado bajo la órbita del Ministerio de
Trabajo, Empleo y Seguridad Social (MTESS), otorgaba una suma no remunerativa ($150) a jefes/ as de
hogar desocupados/ as con hijos a cargo que se hubieran inscripto antes del 17 de mayo de 2002. Establecía,
a cambio del “beneficio”, una contraprestación en actividades de capacitación o comunitarias, con una
dedicación de entre cuatro y seis horas. Al momento de su instauración (Decreto 565/ 02), se establecía
como un programa transitorio, con finalización el 31 de diciembre de 2003, fecha declarada como término
de la emergencia laboral.
62 El Programa Familias por la Inclusión Social (PFIS), fue creado bajo la órbita del Ministerio de
Desarrollo Social de la Nación, y, según los objetivos que estuvieron vigentes desde 2002 hasta 2009,
estaba dirigido “a familias en situación de pobreza con hijos menores de 18 años a cargo (o discapacitados
de cualquier edad) de los aglomerados urbanos definidos por la Encuesta Permanente de Hogares (EPH)
y con base en un estudio realizado por el Sistema de Información, Monitoreo y Evaluación de Programas
Sociales (SIEMPRO) a través de la Ficha Selección de Familias Beneficiarias de Programas y Servicios
Sociales (SISFAM)”. (Castro Rojas, 2010: 38). Dichas familias recibían una transferencia monetaria, según
la cantidad de hijos, y debían garantizar controles de salud y asistencia educativa de los niños/as a cargo.
no solo porque no están integrados en el régimen del empleo (y por eso no están
protegidos por el sistema de seguridad basado en el trabajo), sino también a
través de los dispositivos montados para paliar las carencias del empleo y la
ausencia de protecciones construidas a partir del trabajo” (Castel, 2010:28).
Siguiendo a Repetto y Andrenacci (2006), los procesos de desestatización,
descentralización y focalización que afectaron el complejo de política social
en los años 90 en Argentina, trajeron consecuencias en términos de ciudadanía:
re-mercantilización y des-universalización. La re-mercantilización se refiere a
la reasimilación de los clivajes de la integración social al lugar que ocupan los
ciudadanos respecto del mercado. Bienes y servicios que otrora eran de acceso
y cobertura cuasi universal, pasan a depender del éxito de los individuos en el
mercado. La des universalización, por su parte, expresa las consecuencias de la
descentralización y la focalización de intervenciones, servicios y dispositivos.
Fundamentalmente, una profunda desigualdad geográfica, ya que las
protecciones que eran brindadas de manera casi homogénea en todo el territorio
nacional pasan a depender de los niveles sub nacionales, con la fragmentación de
los derechos sociales que ello supone. Asimismo, la posición de los individuos
en tanto ciudadanos por pertenecer geográficamente a un mismo Estado-nación
y compartir un mínimo de derechos y obligaciones, pierde espesura e intensidad
material.
Creemos que re mercantilización y des universalización confluyen en la
tendencia de fondo que señala Castel, respecto de lo que sería la reconfiguración
de las protecciones al nivel de su individualización. El individuo depende cada
vez más de situaciones particulares para ser seleccionado como beneficiario
de una protección estatal; asimismo, debe colaborar activamente con los
dispositivos que le son propuestos. “La consigna de la «activación de los gastos
pasivos» se ha convertido así en el leitmotiv de la recomposición de la acción
pública. Ella implica que los recursos y los servicios ya no deben ser distribuidos
en forma automática, sino que su obtención exige la movilización de los
beneficiarios” (Castel, 2010:28).
Asimismo, la función de desmercantilización de la protección social tiende
a ser reemplazada por intercambios de tipo mercantil, instalando la idea
de que la protección social no es gratuita, debe pagarse o merecerse. Y la
descentralización de funciones de política social hacia instancias subnacionales
o incluso a organizaciones de la sociedad civil y de la comunidad, focalizando
las intervenciones en el territorio, conlleva el riesgo de que el Estado nacional se
desligue de responsabilidades que le son propias.
Concluimos planteando que la lógica de intervención social del Estado, propia
del proyecto neoliberal, despolitiza la cuestión social, actuando a niveles
mínimos biológicos y responsabilizando a los sujetos de las situaciones
de carencia por las que atraviesan. Consolida un esquema fragmentado y
desarticulado en términos del modelo de integración social que cobija, donde
las condiciones de la protección se dividen fundamentalmente entre mercado de
seguros para ciertos segmentos, y asistencia social residual para otros.
Reflexiones finales
La ideología sustentada en el proyecto neoliberal ha preconizado la
individualidad como superación de cualquier atadura estatal que limite a las
personas a realizar su máximo potencial y triunfar en el mercado. Ha quedado
demostrado que tal afirmación no sólo no es cierta, sino que sus efectos
pueden ser devastadores. Pertenecer a un colectivo no implica tutela estatal,
sino garantía de seguridad social. Tal como sostiene Castel, no se pretende
restaurar las protecciones vigentes en la época de consolidación del Estado
social, pero tampoco resignarse a su abolición. Como pudimos rastrear, la
lógica de intervención social neoliberal, atribuye como causas de la pobreza
ciertos atributos negativos de los “pobres”, factores subjetivos y culturales, e
interviene sobre ellos. Delega funciones de protección estatal hacia el mercado,
las organizaciones de la sociedad civil, la familia o la comunidad. La AUH, por
el contrario, actúa brindando protección sin exigir demostración de pobreza, y
como una cuestión de Estado.
Superar los ´90 implica pensar al Estado como responsable de la integración
social, que ampare derechos de ciudadanía al conjunto de la población, y repare
los efectos causados por años de intervenciones de corte neoliberal. Una medida
como la AUH que, con matices, fue anhelada por amplios sectores políticos,
sociales y académicos, señala un tipo de protección alternativa a la lógica
dominante durante decenios, que exige, sin embargo, revisión de sus aspectos
señalados como inherentes a aquella lógica.
Escapar a la racionalidad neoliberal como proyecto social y cultural exige
pensarnos como un colectivo, por fuera del exitismo del mercado, situando al
Estado como garante de protección social. Esta es una tarea que nos interpela
especialmente a quienes trabajamos en el campo de la política social y tenemos
responsabilidad pública. Pero sin dudas es imprescindible un Estado Nacional
que articule nuevas intervenciones estratégicas de distribución de recursos
y servicios en pos de esos objetivos y consolide el rol público estatal en la
regulación de los vínculos de integración social, ponderando derechos sociales
con estatuto de ciudadanía.
“Recurrir al derecho es la única solución que se ha encontrado hasta hoy para
salir de las prácticas filantrópicas o paternalistas […] que conducen a considerar
con mayor o menor benevolencia o suspicacia la suerte de los desgraciados
para apreciar si, y en qué medida, merecen realmente que se los ayude” (Castel,
2004b:101).
Bibliografía
LO VUOLO, R., en: NERI, A. [et. al.] Asignación universal por hijo: ciclo de
conferencias. Buenos Aires, AAPS, 2010. Disponible en: http://www.unicef.org/
argentina/spanish/jornadas_asignacion_universal.pdf [en línea: julio 2011]
REFERENCIAS NORMATIVAS
Decreto del P. E. N. Nº 1602/ 09.
Ley Nacional Nº 24.714
Capítulo X
Andrea Flores64
1. Introducción
Se propone en este texto realizar una lectura sobre el aborto en clave
biopolítica. Partiendo de la recuperación de sentidos de esta noción al interior
de las formulaciones foucaultianas, se intenta abordar la cuestión del aborto,
entendiendo que las regulaciones biopolíticas en torno a esta práctica se ejercen
singularmente sobre las corporalidades femeninas, las cuales se erigen en tanto
(re)productoras por antonomasia de la vida biológica.
En este sentido, se exploran inicialmente las formas en que se establece la
relación entre biopolítica y aborto, a partir de la identificación del feto en tanto
sujeto y vida biológica. Luego, se realiza una aproximación a los discursos
de los sectores contrarios a la despenalización del aborto, que actúan en el
escenario local salteño, nucleados en la Red Salta, integrante de la Red Federal
de Familias. Partiendo de este análisis, se plantea examinar las maneras
contemporáneas en que estos grupos entran a jugar en los espacios políticos,
apropiándose de discursos médicos y jurídicos, y formas de organización
de la “sociedad civil”, a partir de la emergencia de la figura del «niño por
nacer» —entendido como una realidad ontológica-política-biológica que existe
independientemente del cuerpo de la mujer. Como correlato de esta figura, las
corporalidades femeninas son reducidas a un útero, e incluso invisibilizadas.
La figura del «niño por nacer», en tanto constructo biopolítico que hace posible
el despliegue de regulaciones, es tomada como punto de ingreso para pensar
nuestro presente y aquello que nos atraviesa y constituye. Asimismo, su abordaje
en clave biopolítica, da cuenta de la inquietud que despierta esta forma particular
2. Biopolítica y Aborto
Las palabras de este escrito emergen de los horizontes de sentido abiertos por
la biopolítica. Noción de sentidos prolíficos, refiere a formas determinadas
de ejercicio de poder en las sociedades contemporáneas que toman a su cargo
los procesos de la vida, y al hombre en tanto especie viviente. Asimismo, y en
términos foucaultianos, instituye un campo del que emergen apuestas y retos de
nuevas luchas políticas. Esto supone una crítica al ejercicio de poder sobre los
cuerpos vivientes, que se erigen como anclaje de estos procesos y tensiones entre
poderes y resistencias.
La propuesta de este análisis se inicia, entonces, a partir del planteo foucaultiano
en torno a la biopolítica. Sin pretender realizar un desarrollo exhaustivo de esta
noción, recuperamos los sentidos presentes en los planteos realizados entre 1974
y 1976.
En primer lugar, retomamos la relación entre la biopolítica y la somatocracia,
esbozada en las conferencias de Rio de Janeiro de 1974 ¿Crisis de la medicina o
crisis de la antimedicina? (1999a) y Nacimiento de la medicina social (1999b).
En estas conferencias, Foucault se refiere al desarrollo de la medicina social,
como un producto del capitalismo, a partir de la socialización del cuerpo en
función de su fuerza productiva. Es en la última conferencia, donde el término
biopolítica aparece enunciado por primera vez. Relacionado íntimamente a
las ideas de un proceso de medicalización indefinida, Foucault afirma que “el
control de la sociedad sobre los individuos no se operó simplemente a través de
la conciencia o de la ideología, sino que se ejerció en el cuerpo, y con el cuerpo.
Para la sociedad capitalista lo más importante era lo biopolítico, lo somático,
lo corporal. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina es una estrategia
biopolítica” (1999b:366).
Si bien el término aparece en la última conferencia mencionada, en la primera
desarrolla una serie de conceptos que arrojan claridad sobre los sentidos de estas
primeras elaboraciones en torno a lo biopolítico, entre ellos la somatocracia.
En esta línea, lo biopolítico se relaciona con las políticas del cuerpo, a partir
de las cuales un Estado toma para sí el cuidado del cuerpo, la salud corporal y
la relación entre el enfermo y la salud. En una somatocracia tal, el interés y el
objeto de la medicina y la biología se centran, entonces, en la propia vida y sus
acontecimientos fundamentales. Así, en el encuentro de estas dos nociones se
presenta la posibilidad de entender las maneras en que el cuerpo biológico (o
biologizado) del individuo, se convierte en objeto de intervención estatal y donde
la medicina se erige como una política centrada en lo corporal.
En las elaboraciones de 1976, Foucault abandona el desarrollo de la categoría de
“somatocracia” y se centra en la noción de biopolítica y comienza a vincularla
con el concepto de biopoder y a las ideas de lo tanatopolítico.
En Derecho de muerte y Poder sobre la vida, último capítulo del primer
volumen de Historia de la sexualidad, La voluntad de saber (2005), la noción
de biopolítica encuentra un desarrollo explícito como una de las formas de un
biopoder, un poder que invade la vida enteramente, y que se desarrolla desde
el siglo XVII a partir de dos modalidades. Una de ellas, las anatomopolíticas
del cuerpo humano y, la otra, la biopolítica propiamente dicha, que se forma a
mediados del siglo XVIII centrada en controles reguladores sobre un cuerpo-
especie. En este punto, Foucault se detiene en los controles y regulaciones del
“sexo”, que se presenta como el acceso tanto a la vida del cuerpo, como a la vida
de la especie. Es esta unión que convierte al sexo en blanco central de un poder
organizado alrededor de la administración y proliferación de la vida.
Por otro lado, en la Clase del 17 de Marzo del 1976, de Defender la Sociedad
(2000), mantiene esta relación conceptual entre biopoder y biopolítica, e
introduce la idea de lo tanatopolitico centrado en la pregunta sobre cómo puede
dejar morir ese poder que tiene el objetivo esencial de hacer vivir, sobre cómo
ejercer el poder y la función de la muerte en un sistema político centrado en
el biopoder, a partir de la cuestión del racismo. En este análisis, el racismo
establece una relación de tipo biológico: la muerte del otro (de la raza inferior)
es lo que va a hacer que la vida en general sea más sana y pura. El imperativo
de muerte es admisible si tiende a la eliminación del peligro biológico y al
fortalecimiento de la especie. En la medida que el Estado funciona en la
modalidad del biopoder, su función mortífera sólo puede ser asegurada por el
racismo.
En este sentido, aquí afirmamos que bajo la práctica misma del aborto
se conjugan de modo «ejemplar» las contradicciones en que se realiza la
biopolítica: vida y muerte, (re)producción y aborto, nacimiento e interrupción.
Este abordaje se realizará, entonces, a partir de las conceptualizaciones sobre
estas nuevas formas de poder que toman a su cargo la administración de la vida,
entendiendo que el punto de convergencia y articulación de estas, es el cuerpo.
Aquí, el campo de la biopolítica se presenta emergiendo como una forma de
poder centrada en la administración de la vida, su multiplicación, su aumento, su
control y regulación. Se trata de la entrada de la vida a los regímenes políticos
y en la historia, de la entrada de los fenómenos propios de la vida de la especie
humana en el orden del saber y el poder.
Desde este momento, a partir del siglo XVIII, “el hombre occidental aprende
poco a poco en qué consiste ser una especie viviente, tener un cuerpo viviente,
tener un cuerpo, condiciones de existencia, probabilidades de vida, salud
individual o colectiva, fuerzas que es posible modificar y un espacio donde
repartirlas de manera óptima. Por primera vez en la historia, sin duda, lo
biológico se refleja en lo político, el hecho de vivir […] pasa en parte al campo
de control del saber y de intervención del poder” (Foucault, 2005:172).
En esta perspectiva foucaultiana, la biopolítica instaura un nuevo modo de
relación entre la historia y la vida: la vida en tanto sustrato biológico se presenta
como exterioridad de la historia, como lo que se nos aparece atemporal por el
carácter de su naturaleza; y a la vez, se presenta en el interior de la historicidad
penetrada por las tecnologías políticas. Estas tecnologías reubican los cuerpos
en procesos biológicos de conjunto: aquellos procesos propios de la vida
biológica (nacimiento, muerte, reproducción, enfermedad) se subsumen a partir
de mecanismos reguladores de la población. Estos fenómenos biológicos que
individualmente se presentan como aleatorios e imprevisibles a nivel colectivo,
exhiben constantes que, a partir de tecnologías políticas, es posible medir, prever,
estimar, es decir, intervenir. Es así, que los procesos de natalidad, mortalidad,
morbilidad, longevidad se constituyen a mitad del siglo XVIII, y en conexión
con problemas económicos y políticos, en los principales objetos de saber y los
blancos de control a través de la medición estadística en la constitución de un
saber demográfico.
Es en este contexto en que se abre el campo de lo biopolítico, que se plantea
pensar la relación entre biopolítica y aborto en términos de problematización
para intentar dilucidar las formas específicas en que actúan las tecnologías
políticas en la constitución de los cuerpos de las mujeres. De acuerdo a Foucault,
“problematización no quiere decir representación de un objeto preexistente,
así como tampoco creación mediante el discurso de un objeto que no existe.
Es el conjunto de las prácticas discursivas o no discursivas que hace que algo
entre en el juego de lo verdadero y de lo falso y lo constituye como objeto para
el pensamiento (bien sea en la forma de la reflexión moral, del conocimiento
científico, del análisis político, etc.)” (1999c:371).
En este sentido, una problematización se instaura en el espacio del pensamiento
como su objeto para ser interrogada sobre su sentido, sus condiciones de
posibilidad y sus fines, se presenta en tanto acontecimiento para captar su
emergencia como singularidad histórica.
En este momento, en que la vida biológica se erige y se convierte en hecho
político, en el que los nacimientos individuales son subsumidos en procesos
de natalidad, y se interviene a través de mecanismos globales a nivel de la
población, es necesario introducir la pregunta sobre cómo se relaciona la práctica
del aborto —entendida como exterioridad constitutiva de la (re)producción de la
vida— con la administración de la vida.
Es hacia fines del siglo XVIII, que cada nacimiento comienza a tener relevancia
dentro de la dimensión política a través de la natalidad. Y donde el feto es
empezado a tener en cuenta en tanto vida humana, y comienza a ser pensado
como un sujeto por el Estado, diferente e independientemente de la mujer
embarazada. Si el aborto entra en las regulaciones biopolíticas, lo hace a partir de
la emergencia de un nuevo sujeto: el feto.
Si bien la muerte se encuentra en el límite del poder, éste la apresa en lo
que tiene de aleatorio e imprevisible para someterla a un cálculo estadístico
que permita realizar estimaciones, trabajar sobre probabilidades y prever
acontecimientos. Así, la mortalidad intrauterina, la que se produce durante el
parto y el momento del puerperio, además del aborto provocado, se presentan en
tanto problemas políticos cuyas mediciones son construidas como probabilidades
que pueden ser previstas, manipulables y, por ende, plausibles de regulaciones.
En su libro sobre la historia del aborto, Giulia Galeotti (2004) da cuenta de las
maneras en que el aborto pasa de ser una «cuestión de mujeres» a una cuestión
política. Realizando un recorrido temporal, la autora identifica un primer corte
en el siglo XVIII en el que a partir del desarrollo tecnológico, de la constitución
del campo de la medicina y la consolidación de los Estados Nacionales y
nuevos instrumentos jurídicos, el Estado interviene tutelando a quien va a nacer
concibiéndolo como entidad política relevante.
Ya entrado el siglo XVIII, las innovaciones tecnológicas en relación a las
investigaciones en biología y medicina permiten aislar e identificar al embrión
y a las células que intervienen en su generación. La medicina se erige aquí
como elemento de “trascendencia considerable por el nexo que establece
entre las influencias científicas sobre los procesos biológicos y orgánicos y, al
mismo tiempo, en la medida en que la medicina va a ser una técnica política de
intervención con efectos de poder propios. La medicina es un saber/poder que se
aplica, a la vez, sobre el cuerpo y sobre la población; sobre el organismo y sobre
los procesos biológicos; que va a tener, en consecuencia, efectos disciplinarios y
regularizadores” (Foucault, 2000:228).
A partir de este desarrollo de la medicina biológica, se producen toda una
serie de tecnologías que al intervenir en el cuerpo de la mujer dan lugar a la
emergencia del feto entendido como un nuevo sujeto.
En este momento, se elaboran las primeras hipótesis sobre las actividades que
cumplirían el óvulo y el espermatozoide. Asimismo, comienza el desarrollo de
la obstetricia como un saber específico de la medicina, y en el cual los hombres-
médicos desplazan a las comadronas (aunque apropiándose de sus saberes).
Aquí se comienzan a desarrollar estudios sobre el movimiento del feto, la
circulación de la sangre, los procesos de formación de la leche, la posición de
la pelvis materna y se introducen nuevas técnicas de parto. El feto comienza a
ser “mostrado”: los anatomistas publican textos y atlas en los que representaban
embriones y fetos; en 1741 Giambattista Bianchi realiza una descripción
minuciosa del feto y sus patologías, y en 1715 ya había montado un “museo de
abortos”; en 1774 William Hunter publica Anatomía de los úteros grávidos con
grabados representando al útero y su contenido, de modo que el feto podía ser
visto y pensado como una criatura en miniatura desde la concepción (Galeotti,
2004:49–58).
Es en este momento que nace el feto como entidad ontológica, biológica y
política. De esta manera, a partir de diferenciar un nuevo ser en términos de
vida biológica individual y en términos de sujeto (superposición entre la política
y la biología), el cual a la vez comienza a ser tutelado por el Estado en tanto
tal, se “manifiesta con fuerza que el ámbito de la procreación, es decir el de la
confección de seres humanos cae bajo su autoridad.” (Boltanski 2004:12665 apud
Pecheny, 2005:9).
Aquí aparece la figura del feto como un elemento diferente de la mujer
embarazada, como entidad autónoma, como una vida discernible: un nuevo
nacimiento. Y así el nacimiento se convierte en un fenómeno político relevante.
Si es en el cuerpo de la madre donde se va desarrollando el embrión para
poder llegar a su término, “la mujer grávida ya no es más la simple mujer del
ciudadano, sino que en cierto modo es propiedad del Estado” (Johann Meter
Frank apud Galeotti, 2004:66).
De esta manera, el cuerpo de las mujeres a partir del ejercicio de la biopolítica,
del control de la natalidad y la mortalidad, se va constituyendo en el lugar
privilegiado, y podría decirse que por antonomasia, de la (re)producción de la
vida.
La regulación de la vida necesariamente se ejerce sobre una base material que es
el cuerpo. De acuerdo a Roberto Espósito, “sólo en la dimensión del cuerpo se
presta la vida a ser conservada como tal” (2005:160) En este sentido, reformula
y profundiza el planteo foucaultiano a partir del cual lo que importa (no son las
mentalidades sino) son los cuerpos y la manera en que se invadió lo que tienen
de más material y viviente; captar aquella instancia material de la sujeción en la
que un cuerpo comienza a ser identificado como sujeto. Según Espósito, “la vida
necesita para ser pensada alguna representación de tipo orgánico que la vincule
con la realidad o, al menos, con la potencialidad de una configuración corpórea.
[…] En el cuerpo, y sólo en el cuerpo, puede seguir siendo lo que es, y crecer,
potenciarse, reproducirse” (2005:161). Por lo tanto, para potenciar y (re)producir
la vida se deben gestionar estas corporalidades individuales y múltiples.
De esta manera, el cuerpo en tanto realidad biopolítica se somete
diferencialmente a sus estrategias, siendo el cuerpo de las mujeres los que se
constituyen como anclaje de esta estrategia biopolítica específica: distinguir
y separar al feto de la mujer en la cual se desarrolla, arroja a la mujer a zonas
65 Boltanski, Luc. 2004. La condition foetale. Une sociologie de l’engendrement et de l’avortement. Paris,
Gallimard.
de invisibilización convirtiéndola en un sujeto que no importa, sólo en tanto
conservadora del feto que encierra en sí el valor de una vida.
Así, las corporalidades femeninas se presentan como efecto-y-objeto de una
política que las arroja al terreno de lo público haciéndolas objeto de un poder
regulador que instituye la capacidad reproductora como su sustrato ontológico
puesta al servicio de la (re)producción de la especie.
En el marco de estas perspectivas, es posible comprender los procesos por los
que la biopolítica realiza la biologización de los cuerpos y del sexo (o de los
cuerpos en tanto que sexuados), y así opera en las corporalidades femeninas una
«reducción al útero», entendido éste como contenedor natural y (re)productor
de la vida, en su más pura naturalidad biológica. El cuerpo femenino se erige
entonces como el «origen» de la vida y anclaje de las regulaciones de la misma.
De esta manera, es posible considerar estas tecnologías sobre la vida actuando
diferencialmente en nuestros cuerpos, y operando un efecto de normatividad
heterosexual obligatoria donde los cuerpos de las mujeres se instituyen como
naturalmente reproductores.
66 Sería necesaria una genealogía para aprehender el momento en que el feto se transforma en un «niño»
(por nacer o no nacido). Situamos el momento de emergencia del feto como sujeto de derecho/entidad
biológica durante el siglo XVIII y a la figura del «niño por nacer» la encontramos a fines del siglo XX, pero
sin indagar en la manera que se igualan ambos. Este objetivo excede los objetivos de este análisis, pero se
instaura un camino de investigación posible, que podría incluir los desarrollos tecnológicos posteriores a la
Segunda Guerra Mundial (la ecografía y los test de embarazo) y la conformación del campo de los derechos
del niño.
femeninos. De esta manera, “el lenguaje de los derechos logra separar lo que
en realidad es inseparable, a través de la subjetivación del feto —confiriéndole
derechos en relación con la madre” (Pitch, 2006:221).
Así, la biopolítica ha instaurado una representación del cuerpo de las mujeres en
el marco del derecho a partir de la identificación de un sujeto que los devuelve
constantemente al campo de la heteronormatividad-reproductiva. En este sentido,
el feto se instituye como reificación de la vida, por lo tanto, como lo que debe
ser (re)producido constantemente. Si el feto/niño por nacer constituye la vida
regulada, multiplicada, potenciada desde tecnologías políticas, debe rechazarse
toda práctica que ponga en peligro los objetivos de esta forma de poder sobre
las poblaciones, y por lo tanto, asumir una representación de los cuerpos de
las mujeres sujetadas a los mismos objetivos. En esta relación diádica «niño
por nacer»/madre —constituida históricamente—, el feto o niño por nacer se
presenta como el término privilegiado y a quien es necesario proteger. Éste se
muestra como sujeto de derecho: con el derecho a nacer. Y es el que encierra las
significaciones del «derecho a la vida».
67 La cantidad de venas prominentes, las uñas cortas, el exceso de vellos, funcionan como marcadores de la
masculinidad que se materializa (o se espera su materialización) en cuerpos de bio-hombres.
5. ¿De qué vida se trata?
“No es política, ni ideología: Se trata de la vida.” Pero ¿de qué vida se trata?
Este interrogante adquiere un sentido particular al intentar responderlo cuando
examinamos el contexto en el cual se enuncia la frase. La misma fue dicha (1)
en el marco de la fecha del día del niño por nacer, (2) después de la misa, que es
una de las actividades realizadas en dicha fecha, y (3) por un integrante de la Red
Salta.
A continuación desarrollaré brevemente estos tres puntos para intentar armar el
escenario en el que adquiere sentido esta frase.
Como mencionamos, nuestro país fija el Día del Niño por Nacer en 1998 a partir
de la consideración de que “el derecho a la vida es […] una emanación de la
naturaleza humana […] y se considera apropiado y necesario dedicar un día
en el ámbito nacional al niño por nacer, con el objeto de invitar a la reflexión
sobre el importante papel que representa la mujer embarazada en el destino de la
humanidad, y el valor de la vida humana que porta en su seno”68.
Esta fecha representaría “una reafirmación de los derechos esenciales de la
persona humana derivada de su intrínseca dignidad en tanto creada a imagen
y semejanza de Dios. […] ¿Y qué pasa con el niño que aún no ha visto la luz?
No puede hablar, no puede defenderse, ni siquiera lo podemos ver. Es quien
realmente necesita todo, es el más indefenso, en definitiva, es el más vulnerable a
los impulsos del egoísmo. En efecto, según, la cultura del egoísmo un niño puede
frustrar expectativas y aspiraciones individuales. En este caso, esa cultura lo
condenará a muerte en una decisión arbitraria e inapelable. Todo ello fundado en
un supuesto derecho a la autorealización personal”69.
En la provincia de Salta, el día del niño por nacer es instituido durante el
gobierno de Juan Carlos Romero en el año 2005, asumiendo el Poder Ejecutivo
68 Decreto N° 1406. Sancionado el 7 de Diciembre de 1998. Boletín Oficial del 10 de Diciembre de 1998.
69 Menem, Carlos Saúl. Discurso pronunciado en el primer acto en conmemoración del Día del Niño por
Nacer realizado en el Teatro Coliseo en 1999.
Provincial la obligación de “difundir el valor de la vida y sus derechos desde la
concepción, coordinando actividades informativas y educativas referidas a los
Derechos del Niño por Nacer”70
5.2. Actividades realizadas en el marco del Día del Niño por Nacer
70 Ley Nº 7357. Promulgada por Decreto Nº 1.522 del 29 de Julio del 2005. Sancionada el 14 de Julio de
2005. Boletín Oficial de la Provincia de Salta Nº 17.185. Expte. Nº 91–14.947/05. Asimismo, la Ley Nº
7311 de Sexualidad responsable —aprobada en agosto de 2004 pero no reglamentada aún— establece que
son objetivos de la misma “proteger y promover la vida de las personas desde la concepción […] revalorizar
el rol del varón y de la mujer […] Contribuir a la eliminación de los abortos, concientizando, informando y
asesorando a la población en forma permanente y continua acerca de los efectos negativos de las prácticas
abortivas que atentan contra la vida”. Ley Nº 7311 de Sexualidad Responsable. Sancionada el 24 de Agosto
de 2004. Promulgada el 20 de Setiembre de 2004 –Boletín Oficial de la Provincia de Salta Nº 16968.
71 De estas actividades no se pudo participar dado que se realizan dentro de las instituciones educativas y
son destinadas sólo para los/as alumnos/as.
72 En 2009 la misma se realizó en la Casa de la Cultura y participaron el Coro de Jóvenes de la Escuela de
Música de la Provincia dirigido por la Profesora Amalia Carral, los grupos Imán y Cantares, Ricardo López
y José García. En 2010 se llevó a cabo en el Teatro del Huerto donde se presentaron Marcela Ceballos,
los grupos Savia y los Ceibales y Gustavo Córdoba y Gabriel Morales. En ambas ocasiones fue conducida
por Oscar Humacata y Gloria Córdoba. En 2011 tuvo lugar nuevamente en la Casa de la Cultura con la
participación de Los de Tartagal, el grupo Imán, Mariana Cayón, Quiro y Alquimia. Esta vez fue conducida
Los dos primeros años, estas actividades estuvieron organizadas por el Oratorio
San Felipe Neri, Movimiento ProVida Salta, la Juventud Comprometida, el
Centro de Planificación Familiar Natural, la Red de Comunicadores Católicos
de Salta, la Librería San Pablo y el Instituto de la Vida y la Familia «Juan Pablo
II» de la Universidad Católica de Salta (UCaSal) y contaron con la declaración
de Interés Municipal y de Interés Cultural Provincial por la Secretaría de
Cultura de la Provincia73. Y en el 2011 también participaron las distintas
organizaciones, pero la presencia principal fue la de la Red Salta, que agrupa a
estas organizaciones o a sus miembros.
En las celebraciones realizadas, las imágenes de los “niños por nacer” se
multiplican y fractalizan en imágenes distribuidas en afiches, folletos, paneles,
banderas, pancartas y discursos que designan continuamente al “niño”, a
la vez que se remarca la necesidad de “defender la dignidad de las mujeres
embarazadas que han consagrado la vida” y que “decidieron no abortar”.
El “derecho a la vida” y “la vida como valor innegociable”74 derivan
constantemente en la figura del niño por nacer que adquiere el sentido de un feto/
niño para sostener otra figura: la de la mujer/madre.
Esta figura del niño por nacer podemos entenderla en tanto representación
objetal, la cual se presenta en forma de cosas (emblemas, banderas, insignias,
etc.) o actos, y que remiten a estrategias interesadas de manipulación simbólica,
cuyo objeto es determinar la idea que los demás pueden hacerse de esas
propiedades y de sus portadores (Bourdieu, 1985).
por Claudia de la Vega y Leonardo Tejerina. Dado que este año coincidía con el feriado por el día de la
memoria y el feriado puente, la cantata se realizó el día miércoles 23.
73 Entre estos grupos existen diferentes maneras de interrelacionarse, participando en actividades conjuntas
o compartiendo la membresía de sus integrantes. Además de la organización de las actividades en el Día
del niño por nacer, la Librería San Pablo colabora en la impresión del material del Centro de Planificación
Familiar Natural y del Instituto de la Vida y la Familia de la UCaSal, y este último difunde en sus cursos los
materiales del Centro de Planificación. Por otro lado, Felipe Medina es Director de la Librería San Pablo y
representante de la Red de Comunicadores Católicos de Salta; Fanny Arrieta de Peyrote, coordinadora del
Centro de Planificación Familiar Natural es secretaria del Instituto de la Vida y la Familia, asimismo Roxana
Laxi de Grosso, María Elvira Figueroa de Di Pasquo son profesoras del Instituto e integrantes del Centro.
Estas interrelaciones potencian el alcance de las actividades de estos grupos que operan en una provincia
que es caracterizada y construida —a través de discursos legitimados— a partir de la confluencia de la
tradición y la religiosidad.
74 Homilía del Monseñor Dante Bernacki en la Misa celebrada el 25 de Marzo de 2009.
De esta manera, el feto es presentado como un niño por nacer cuya vida ha de ser
protegida desde la concepción y la mujer como madre, cuyo rol es (re)producir
esa vida en vista de su conservación y protección. Así el feto se transforma en
una figura que concentra estos lenguajes y cruces biopolíticos. En tanto entidad
médico/biológica, separada de la mujer en la que se desarrolla, está dotado de
derechos como sujeto: por un lado, el derecho a la vida, y por otro el derecho a
la palabra. A partir de un discurso de participación de una humanidad abstracta,
se habla en nombre de alguien que no tiene voz ni palabra, y si tendría la palabra
enunciaría su derecho a nacer.
“[…] Pienso que si ellos me dieran permiso/ para estar dentro del mundo / sería
bueno durante todo el día/ que pasara en el País de las Maravillas / Ellos jamás
oirían de mí/ ni una palabra de egoísmo o desprecio/ si tan sólo pudiera encontrar
la puerta / si tan sólo hubiera nacido”75. Pero ¿cómo es posible esta enunciación
del “niño no nacido”? Esta es una pregunta que en este escrito cruza dos sentidos
implicados: ¿Cómo es posible enunciar la existencia de un “niño no nacido”/por
nacer? y ¿cómo es posible que el “niño no nacido”/por nacer sea un sujeto que
enuncie su derecho a nacer? O mejor dicho, ¿qué se enuncia cuando se enuncia
el derecho a nacer?
El derecho a nacer implica en estos discursos la conservación de la vida, y en
este sentido la figura del niño por nacer (y la conservación de su vida) tiene
como objeto conservar el status quo de la sociedad, manteniendo lo que se
considera una femineidad adecuada, que supone un cuerpo femenino entendido
como reproductor.
En estos actos, se realza el valor de la maternidad y su caracterización como
destino y misión de la mujer76, comparando este acto con el “desafío que acepta
la Virgen de decirle sí a Dios […] el sí de María, es un sí audaz y en su audacia
se abre la posibilidad de la maternidad”77.
En este contexto la mujer deviene entorno de (re)producción. En las diversas
imágenes que se presentan en estos escenarios, la mujer se ve reducida a un
75 Fragmento de “Por el niño no nacido”, de G.K. Chesterton. En: Folleto “25 de Marzo: Día del Niño por
Nacer”. El mismo era entregado entre los/as asistentes a la Cantata por la Vida que se realizó en el año 2010
en la ciudad de Salta.
76 Al final de la celebración de las misas las mujeres embarazadas reciben una bendición por haber aceptado
ese desafío. Además, se realiza la bendición y entrega de escarpines cuya elaboración está a cargo de la Liga
de Madres de Familia, que busca representar al feto como un niño.
77 Homilía del Monseñor Mario Cargnello en la Misa celebrada el 25 de Marzo de 2010.
vientre o incluso totalmente invisibilizada, cuando aparece el «niño» (aunque
ya nacido) protegido en unos brazos o también cubierto con una manta. Aquí el
cuerpo se ha transformado en simple entorno.
“Todo lo que se utiliza para rodear y sustentar el objeto representado, […] la
mujer embarazada […] simplemente desaparece del drama o reaparece en él
como antagonista. Por ejemplo, la mujer embarazada pasa a convertirse jurídica
y médicamente, dos dominios muy poderosos, en el «entorno maternal»”
(Haraway, 1999:138)78.
78 Sin incluirlo en el cuerpo del análisis, dado que se trata de un proyecto de ley que no ha tenido
aprobación ni tratamiento, se nos presenta revelador el proyecto presentado para “declarar al útero de la
mujer y sus órganos reproductivos «ambiente protegido»” en el año 2010 donde se establece que desde
el Poder Ejecutivo “se desarrolle una campaña de prevención de la integridad del útero de las mujeres
y de sus órganos reproductores, destacando su relevancia para mejorar la salud reproductiva y la de la
persona por nacer, tanto antes, durante, como después del embarazo” (Proyecto de Resolución N° de
Expediente 1115–D–2010. Cámara de Diputados de la Nación). Aquí el cuerpo de la mujer, reducido a un
útero, es presentado como espacio público, como lugar de regulaciones. Asimismo, la correlación entre
lo femenino/la naturaleza/la maternidad se hace evidente con notoriedad: respondiendo a las maneras de
regular y reificar la naturaleza que existen actualmente a partir de las lógicas del conservacionismo y de la
patrimonialización, el útero como lugar de (re)producción de la vida se revela como «ambiente protegido».
Las nuevas lógicas de reificación de la naturaleza se construyen a partir de la posibilidad de regulación,
control y dominación de la misma por parte de los seres humanos (o algunos de ellos), y en este sentido, el
útero es presentado como espacio dominado y controlado para preservar la vida del feto (que en analogía
con los espacios protegidos, podríamos denominar una «especie» en ¿potencial extinción?).
79 Declaración de Principios. Red Federal de Familias. http://www.redfederaldefamilias.org/acerca-de
la problemática del aborto instalada desde diversos ámbitos, la Red comienza a
afianzarse en diversas provincias.
En Salta, la Red Salta ha realizado diversas actividades que han visibilizado
su presencia: el 27 de Noviembre de 2010 llevaron a cabo un «Festival por la
vida» en la plaza central de la ciudad; el 6 de diciembre el abogado Nicolás
Lafferriere brindó una conferencia sobre los «Desafíos actuales en torno a la
vida y la familia» y el 13 de Diciembre del mismo año se realizó la Jornada «La
defensa de la vida y la familia: política de Estado en Salta» con la presencia
del Gobernador Juan Manuel Urtubey y la Senadora Liliana Negre de Alonso.
En esta última se otorgó un reconocimiento por votar a «favor de la familia»
(contra la ley de matrimonio igualitario) a los Senadores nacionales Juan Carlos
Romero, Juan Agustín Pérez Alsina y Sonia Margarita Escudero y a los diputados
nacionales Alfredo Olmedo y Mónica Torfe. Los/as diputados/as ausentes —
Zulema Beatriz Daher, Marcelo Eduardo López Arias, Raúl Walter Wayar,
Fernando Yarade— enviaron a representantes para recibir el reconocimiento.
DECÁLOGO DE LA VIDA
1º El Niño necesita una protección jurídica antes y después del nacimiento (Declaración Universal de
los Derechos del Hombre) // 2º La vida de las personas comienza desde la concepción (Código Civil,
artículo 70) // 3º Las personas por nacer no son personas futuras, pues ya existen en el vientre materno
(Dalmacio Vélez Sarsfield, Código Civil Argentino de 1871) // 4º Es necesario proteger la niñez desde el
embarazo (constitución Nacional, artículo 75, inciso 23) // 5 º La vida comienza en el preciso instante de
la fecundación (comisión nacional de Ética Biomédica de Argentina, 30 de Setiembre de 1999) // 6º El
niño tiene derecho a nacer y a una vida provechosa para la humanidad (Juan Pablo II) // 7º Para el derecho
constitucional el “ius nascendi” forma parte inseparable del derecho a la vida (Gabriel García Márquez) // 8º
El derecho a la vida, desde el mismo momento de la concepción, es un derecho fundamental de la persona
humana. (Consejo de Europa, 1979) // 9º Rechazamos el aborto porque somos de izquierda y debe impedirse
que el vientre de la madre sea el lugar más peligroso del mundo. (Dirigentes políticos y organizaciones
sindicales). // 10º Un principio que no es negociable es la protección de la vida en todas sus etapas, desde el
momento de la concepción hasta la muerte natural.
insertarse en el juego político y social en las postrimerías de la modernidad”
(Mujica, 2007:17).
Así, en estas actividades es posible percibir las maneras en que los sentidos
jurídico, médico-biológico y sagrado se entrecruzan en la figura del “niño por
nacer”. En dicha figura se concentran y superponen diferentes significados de la
vida. Aquí la vida es sagrada en tanto es natural y jurídica.
El carácter sagrado de la vida, tiene que ver con que lo que está en juego en
la vida son las estructuras conservadoras de la sociedad, la idea de la familia
como núcleo de la misma, los roles de género ideales asociados a ésta, es decir,
la masculinidad y la femineidad adecuadas y legitimas socialmente. Es esto
lo que se pretende conservar en la apelación a la conservación de la vida del
niño por nacer. Y este valor sagrado, se sostiene en la idea de lo natural (y por
tanto, inmutable y eterno, con un origen biológico que se considera irrefutable,
se une al valor de lo sacro y santificado por una divinidad, y por ende también
a lo que ha de ser) y de lo jurídico (estos valores se retoman bajo el discurso
de los derechos humanos, donde la vida se presenta como el derecho principal
que ha de ser defendido, como un derecho individualísimo que nadie puede
«arrebatar».) 81
Entonces, aquí el derecho, y más específicamente el «derecho a la vida»
enunciado por estos grupos se nos revela como patriarcal. Aquí se erige una
dualidad «niño por nacer»/madre donde el Estado asume la tutela y protección
del primer término del dualismo, reforzando así el segundo término (la madre)
como forma de existencia de lo femenino. El niño por nacer no puede existir sin
la madre: esta figura funciona disociando al feto de la mujer, pero uniendo al
niño con la madre. Por relaciones analógicas va reduciendo e igualando diversas
formas de existencia.
81 Ya hacia los «90, Martha Rosenberg llamaba la atención sobre la necesidad de “registrar los cambios en
el imaginario sobre el aborto, a causa del nuevo valor imaginario de la vida. […] Hay una imaginarización
de la vida que está creando muchos conflictos con el derecho al aborto” (Encuesta Feminista apud Chejter,
1996:126). Situado en esta revalorización de la vida, encontramos el «derecho a la vida» en las estrategias
de enunciación de diversas luchas y denuncias de movimientos y grupos sociales: contra la explotación de
las empresas mineras, contra la destrucción del medio ambiente, contra la adicción a sustancias, y hasta
en las manifestaciones contra la inseguridad. Así la vida, y el derecho a la misma, se han vuelto centrales
en diversos discursos reforzando así un imaginario positivo en torno a ella lo que dificulta la afirmación
positiva de un derecho a la vida de las mujeres, planteado en los términos del derecho al acceso a un aborto
legal, seguro y gratuito.
7. Desplazamientos
Bibliografía
OLSEN, F. El sexo del derecho. En: Alicia Ruiz (comp) Identidad femenina y
discurso jurídico. Buenos Aires, Editorial Biblos, 2000.
PECHENY, M. “Yo no soy progre, soy peronista: ¿Por qué es tan difícil discutir
políticamente sobre aborto?”, 2005. En: www.ciudadaniasexual.org.
Materiales