0% encontró este documento útil (0 votos)
64 vistas7 páginas

Cultura e Identidad

La cultura de los trabajadores petroleros colombianos se ha forjado a través de la historia como una forma de resistencia a la dominación. Han creado innumerables expresiones culturales y artísticas que reflejan su lucha por la dignidad y los derechos laborales. Rituales como juramentos y matrimonios "socialistas" mostraron su espíritu de rebelión y reelaboración simbólica, dándole un nuevo significado de lucha obrera a las tradiciones populares. Cantantes, poetas y otros artistas se
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
64 vistas7 páginas

Cultura e Identidad

La cultura de los trabajadores petroleros colombianos se ha forjado a través de la historia como una forma de resistencia a la dominación. Han creado innumerables expresiones culturales y artísticas que reflejan su lucha por la dignidad y los derechos laborales. Rituales como juramentos y matrimonios "socialistas" mostraron su espíritu de rebelión y reelaboración simbólica, dándole un nuevo significado de lucha obrera a las tradiciones populares. Cantantes, poetas y otros artistas se
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 7

CULTURA E IDENTIDAD DE LOS TRABAJADORES

JOSÉ GABRIEL CRUZ


Profesional en Estudios Literarios
Magister en Escrituras Creativas
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

QUÉ ENTENDEMOS POR CULTURA


El concepto de cultura es demasiado amplio, no siempre fácil de definir, por lo
cual debemos hacer siempre un esfuerzo consciente con el fin de precisar en
qué sentido usamos el término y cuál es su utilidad en un contexto
determinado. En este caso, vamos a intentar aproximarnos a la idea de cultura
de los trabajadores colombianos y más específicamente a la cultura de los
trabajadores petroleros de la USO, sus características más destacadas, su
variedad y su riqueza.
Cuando hablamos de cultura, en términos generales nos referimos a toda
construcción social, colectiva e histórica que perdura en objetos, costumbres,
ideas, símbolos, obras de arte, música, literatura, poesía y un largo etcétera.
Entre todos estos componentes se destaca por su importancia el concepto de
símbolo, porque toda cultura está hecha de símbolos, es decir, de universos
simbólicos cargados de historia.
Un símbolo es un signo, un conjunto de signos o una imagen con un significado
especial y un sentido profundo para un grupo social. Sin embargo, no todo
signo se convierte en símbolo; para que eso suceda, el signo debe haberse
rodeado de una historia, de unos hechos especiales que, a través del tiempo y
las circunstancias, acaba siendo reconocido por ese grupo social como símbolo
propio, porque lo remite a una significación más importante y más
trascendental que el signo por sí solo. Aquí debemos anotar que hablamos
tanto de imágenes mentales como de imágenes verbales, pues la palabra
escrita es el más importante conjunto de signos; por eso hay obras literarias y
científicas que llegan a ser profundamente simbólicas. En ese proceso de
simbolización la historia cumple un papel clave, porque ninguna cultura se
puede entender sin contar con los procesos históricos que la hicieron posible.
Se puede decir que toda cultura es histórica y que los símbolos adquieren ese
carácter al compás de los hechos históricos.
En consecuencia, la cultura es siempre el resultado de acciones sociales,
porque la generan y la construyen actores sociales concretos en periodos
históricos específicos; del mismo modo, la cultura influye de manera decisiva
en la vida de las comunidades, pues ejerce un efecto de unidad, identitario.
(Sugiero diapositiva número 3 de la presentación en P.P.)
LA SOCIEDAD, LA CULTURA Y LOS TRABAJADORES
En una sociedad desigual como la nuestra, los valores culturales de las clases
y grupos dominantes son los que se imponen, de tal modo que esa cultura
tiende a volverse un modelo de civilización y de sociedad que se cree el único y
el mejor, superior a cualquier manifestación cultural del pueblo trabajador. Por
este motivo en nuestro país los detentadores del poder nos presentan la
idea de “la cultura colombiana” como si fuera una cosa, definida e
impuesta “desde arriba”; pero la cultura no es un privilegio de nadie, no es
algo externo al ser social como si fuera un lujo, alcanzable para algunos que sí
pueden ser cultos, pero supuestamente inalcanzable para la mayoría, los
incultos.
Son precisamente los representantes de las clases que controlan el poder
económico y político quienes pretenden definir lo que “es y lo que no es”
cultura, mediante una manipulación que busca someter y controlar
ideológicamente al conjunto de la sociedad mediante una gran diversidad de
acciones que incluyen la violencia y la usurpación simbólica, es decir
apoderarse de forma abusiva de las expresiones y manifestaciones culturales
del pueblo para sus propios fines.
De este modo, por una parte, muestran “la alta cultura” como el privilegio de
una elite, mientras por otra buscan instrumentalizar las culturas populares
empobreciéndolas al confundirlas hábilmente con el folklor. En este caso se
trata de la visión populachera que quiere reducir la cultura y la identidad a
cosas como por ejemplo el “sombrero vueltiao”; estos actos corresponden a las
políticas estatales del “rescate” de ciertos objetos tradicionales exhibidos en
museos, centros comerciales o aeropuertos para el divertimento de los turistas,
en lo que puede denominarse “cultura de vitrina”.
Otra muestra es el manoseo y usurpación de eventos como los carnavales o
las festividades populares para propósitos electoreros o de propaganda estatal.
Así, desde una concepción exótica de la cultura pretenden que la cultura sea
un espectáculo en el cual los objetos y los rituales están ahí para ser
observados, fotografiados o filmados, mientras las comunidades desempeñan
un papel pasivo y funcional, también como objetos delante de la mirada y la
“protección de las autoridades y los expertos”; como si esas comunidades
fueran incapaces de constituirse en sujetos históricos y hacerse cargo de sus
manifestaciones culturales propias.
Con ese fin globalizante se han creado las denominadas “industrias culturales”,
que no es más una estrategia ideológica, económica y política que busca
cosificar las manifestaciones artísticas y culturales reduciéndolas a la categoría
de mercancías bajo el control de las grandes empresas, en especial
trasnacionales. Tanto las “industrias culturales” como la “cultura de masas”
contribuyen a desviar el inconformismo social, promueven el consumismo y
crean la ilusión o el espejismo de un supuesto dinamismo cultural. Son
productos en serie dirigidos a las capas más amplias de la población y “que
sirven para mostrar como avanzado lo más retrógrado y virtuoso lo más vil”,
según palabras de Miguel Eduardo Cárdenas (2017). Hoy nos parece
completamente natural que un teatro monumental de Bogotá, donde tienen
lugar muestras artísticas de gran nivel, lleve el nombre de uno de los más viles
expoliadores en la historia del país: Julio Mario Santodomingo.
Estos mecanismos de manipulación y control sicológico y político es lo que se
conoce como HEGEMONÍA, un término que Antonio Gramsci, revolucionario
antifascista italiano definió en términos de “complejo de actividades prácticas y
teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su
dominación sino también logra obtener el consenso activo de los gobernados”
(Notas sobre Maquiavelo). Ejemplo claro de estos métodos son también los
productos de la televisión, en los cuales instrumentalizan los problemas del
país para fabricar historias a su acomodo en telenovelas y seriados sobre
narcos, paramilitares, testigos falsos o la versión acerca “light” del asesinado
Jaime Garzón. En este sentido, los grandes medios de difusión cumplen un
papel clave en esa naturalización del sometimiento y la transmisión de los
valores hegemónicos. El actual gobierno y su propuesta de la “economía
naranja” están dirigidos precisamente a generalizar esos “mercados culturales”.
(Sugiero: diapositiva número 6)

CULTURAS POPULARES Y CONFLICTO SOCIAL


Las culturas populares surgen en el contexto de la dominación como formas de
resistencia, impugnación y lucha por construir un orden diferente en los ámbitos
local, regional, sectorial o de clase. Aparecen por y en el conflicto ya que
-reiteramos- en una sociedad injusta y violenta la cultura es otro escenario, otro
campo de disputa permanente. Así, ante la naturalización y la
instrumentalización del poder hegemónico, se tiene que levantar la
impugnación y la resistencia de un poder alternativo.
En este sentido vemos cómo distintas comunidades negras, indígenas,
campesinas y urbanas construyen y reconstruyen de manera incesante sus
culturas propias, al tiempo que se debaten en los escenarios de agresión
cultural, en lucha por no perder la identidad como clase trabajadora. En el
mismo orden de ideas, es importante destacar que las culturas populares se
diferencian radicalmente de las culturas hegemónicas porque, en primer lugar,
no son impositivas ni violentas. Segundo, porque fomentan el diálogo de
saberes, la unidad en la diversidad y el encuentro e intercambio de regiones,
enfoques y concepciones. La cultura no es una cosa, estática e inamovible;
es un conjunto de culturas en constante relación dinámica. ¡Por esto
sostenemos que no existe una sola cultura colombiana!
(Sugiero: diapositiva número 11)

LA CULTURA DE LOS TRABAJADORES PETROLEROS


En medio de esta contienda, los trabajadores petroleros han forjado
históricamente una cultura popular propia, como resistencia y acción en contra
de la dominación. Son innumerables los ejemplos y las expresiones culturales y
artísticas que se han generado en las regiones petroleras desde los primeros
años de explotación del hidrocarburo. La conciencia de lucha por la dignidad y
el respeto de los derechos, así como la condición altiva de esos trabajadores
fueron las primeras chispas que prendieron en la conciencia de estos pioneros
generadores de la organización y la movilización obrera.
En este contexto, los conceptos de elaboración y reelaboración simbólica son
esenciales para entender un proceso cultural tan enriquecedor. Por elaboración
se entiende lo que las comunidades crean y construyen a lo largo de su
trayectoria social, mientras reelaboración es un proceso de recreación
imaginativa a partir de lo que ya existe. Con el fin de ilustrarlo, el prestigioso
historiador Mauricio Archila sostiene que “los núcleos obreros más militantes
practicaron distintos ritos de iniciación que iban desde los juramentos a la
bandera de la asociación obrera hasta bautismos y matrimonios “socialistas”.
(Manual de historia de Colombia). Estos actos rituales fueron una clara muestra
de rebeldía y reelaboración simbólica en los cuales se tomaban las tradiciones
y las costumbres del pueblo para darles otro sentido y otra significación: la
lucha por la organización obrera, la dignidad y la justicia.
Cantores, compositores, poetas, músicos y demás creadores se distinguieron
por el amor y la solidaridad hacia su clase, dedicando lo mejor de su ingenio a
la organización de los trabajadores. El primer ejemplo es el de Raúl Eduardo
Mahecha, quien se distinguió no sólo por su capacidad organizativa, sino
también por la habilidad para inventarse distintas formas de alentar e instruir a
los obreros, como cuando los reunía para contarles los “cuentos de espantos”,
tan conocidos y famosos en los medios rurales, con el claro propósito de captar
su atención e intercalar, en el momento más emocionante del relato, las
“píldoras” de formación política.
La cultura afro-ribereña del río Magdalena influyó poderosamente en la
formación de los trabajadores petroleros, pueblos de pescadores tradicionales.
Además, la explotación petrolera produjo toda clase de consecuencias sociales
impredecibles, como por ejemplo el fenómeno de la prostitución, generado a
partir de la llamada “sociedad de enclave”, que luego tendría importantes
repercusiones culturales. En efecto, las leyendas sobre las riquezas que
producía el “oro negro” atrajo a mujeres de distintos lugares del país ante la
posibilidad de obtener ganancias ejerciendo este oficio, ya que a los
trabajadores no se les permitía la compañía de sus esposas y otro tanto ocurría
con los obreros solteros, confinados en la selva durante meses.
Sin embargo, a pesar del moralismo y la hipocresía de gobernantes y
eclesiásticos, además de la discriminación hacia estas mujeres, es necesario
resaltar que en varias ocasiones ellas realizaron importantes acciones que
contribuyeron en las luchas, paros, huelgas y movilizaciones de los
trabajadores petroleros. Estos singulares hechos se volvieron parte de los
hábitos y costumbres de lugares como Barrancabermeja, donde llegaron a
convertirse en elementos de identificación del puerto e insumo histórico para la
producción literaria:
“Tan importante fue la prostitución en los primeros tiempos del enclave, en los años
heroicos de las décadas de 1920 y 1930, que sobre la misma se han escrito varias
novelas; la primera de ellas fue publicada en 1934, su autor fue Rafael Jaramillo
Arango, con el título Barrancabermeja. Novela de proxenetas, rufianes, obreros y
petroleros. La segunda de Jaime Álvarez Gutiérrez, Las putas también van al cielo,
editada en México en 1983 y una más reciente, La novia oscura, de Laura Restrepo.
(Petróleo y protesta obrera. T.I, p 113).

En las primeras décadas del siglo XX, al conmemorarse una fecha de tanta
importancia como el Primero de Mayo, los trabajadores aprovechaban para
difundir la educación política mediante ingeniosas reelaboraciones simbólicas,
como los célebres “reinados de la belleza”, en el que la reina, quien debía ser
hija de obreros petroleros, elaboraba y pronunciaba un discurso político en
favor de los trabajadores y sus luchas, muy distinto de lo ocurrido en cualquier
otro reinado.
El uso sistemático de la bicicleta, por poner otro ejemplo, representaba una
forma nítida de sociabilidad, que les permitía relacionarse muy de cerca con los
habitantes pobres de los barrios o con los campesinos, estableciendo así un
intercambio continuo y fructífero con las comunidades. Se conserva una
fotografía emblemática de Manuel Gustavo Chacón, un dirigente de la USO
muy apreciado y quien fuera asesinado por las fuerzas militares del Estado; en
ella se representa al compañero subido en su bicicleta, con el pelo largo, la
barba crecida y su hijita en brazos, como símbolo de sencillez y raigambre
popular. “El trabajador petrolero y su bicicleta eran inseparables”. Petróleo y
protesta obrera. T. II, p. 270.
Con base en estos ejemplos es que sostenemos que la cultura tiene una gran
importancia política para los trabajadores, ya que forma parte integral del
escenario en el cual se libra cada lucha. También por este motivo es que la
cultura está siempre en transformación, pues recoge la memoria, reflexiona
sobre ella en el presente y la convierte en proyecto político. Pero esa
transformación se produce desde la experiencia vital de la vida en
comunidad, nunca desde una élite que la acomoda a su antojo y la
impone al conjunto de la sociedad mediante usurpación simbólica, frente
a lo cual es necesario interponer la insurgencia simbólica, como forma de
cuestionamiento a todo tipo de dominación.
(Sugiero: diapositiva número 14)

LA IDENTIDAD DE LA CLASE TRABAJADORA


La identidad está muy ligada a la cultura, pero son dos conceptos diferentes. La
identidad como grupo o clase social surge de preguntas como éstas: ¿quién
soy? ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿por qué luchamos? ¿hacia
dónde vamos? De la respuesta responsable a este tipo de preguntas es que
surge la identificación colectiva que nos lleva a sentirnos como “parte
integrante de algo fuerte”; nos da la conciencia de pertenecer a una clase y a
una organización con raíces históricas.
(Sugiero: diapositiva número 18)
Sin embargo, hay que tener presente que la identidad se construye no solo en
torno a la pertenencia, sino también a la diferencia. Como clase social
definimos lo propio y lo ajeno en medio de la relación y el conflicto. Así,
nuestra pertenencia nos debe llevar a rechazar los lujos, la ostentación, la
prepotencia y el arribismo, características ajenas a nuestra identidad y a
nuestra cultura. Lo propio de nuestra clase y con lo cual deberíamos sentirnos
fuertemente atraídos e identificados, son esos valores esenciales como la
solidaridad, la sencillez, la dedicación afectuosa hacia nuestros compañeros, el
respeto y consideración por las compañeras, el saber escuchar por encima del
ansia de que nos escuchen, la coherencia entre las palabras y las acciones…
Esta reflexión nos lleva a pensar en la importancia de que el pasado y el
presente de nuestra lucha sean coherentes con su proyección inmediata y
futura. Porque si los logros y avances obtenidos por los pioneros de la
organización obrera no se defienden y no se revalidan en el presente, la
unidad de nuestra trayectoria se fractura, la identidad y la cultura se
disuelven, la voluntad de lucha se debilita, la confianza se pierde y nos
convertimos en presa fácil para la voracidad sin límites de las empresas
explotadoras y sus cómplices del Estado colombiano. En este sentido,
debemos recordar siempre que la mejor expresión de identidad como
trabajadores petroleros agrupados en la USO es su Plataforma de lucha, por lo
cual es indispensable conocerla, estudiarla y convertirla en guía y parámetro
del accionar diario.
No olvidemos que la cultura popular retrocede y la identidad se evapora
cuando las ideas y los valores de las clases dominante penetran en la
conciencia de los trabajadores y logran sembrar el miedo, la desconfianza
y la duda en los valores que se han construido con tanto esfuerzo y trabajo, a
costa de muchas pérdidas en vidas humanas. Cuando el individualismo, el
arribismo y la incoherencia se convierten en costumbre, comenzamos a ver a
estas lacras incrustadas en el movimiento obrero como si fueran algo natural;
entonces la HEGEMONÍA se habrá impuesto al conjunto de la sociedad y
tendremos que empezar de nuevo.
Estas son señales de alerta que urgen y llaman a adelantar un trabajo
sistemático para reconstruir, recomponer y recrear la cultura y la identidad de
los trabajadores petroleros de la USO, valiéndose de las enseñanzas del
pasado y del ingenio en el presente. Es entonces imprescindible recordar los
hitos históricos más importantes como estímulo para nuevas ideas e iniciativas:
la década de los años 20, cuando los dirigentes petroleros forjaron una
identidad y una cultura de combate, dignidad y solidaridad. La década de los
años 40, cuando los trabajadores petroleros gobernaron el puerto de Barranca
con criterios políticos liberadores; la década de los años 60, cuando se creó
una prensa propia, una imprenta y una biblioteca convertida en lugar
emblemático, destinado al estudio y la lectura, donde igual se celebraban
reuniones y asambleas.
La reflexión anterior suscita interrogantes y retos relacionados con la manera
como en la actualidad entran a jugar la creatividad y la imaginación frente a la
agresión cultural; en el debate y la contienda que se desarrolla en todos los
ámbitos y espacios cotidianos, tales como las relaciones del trabajador con los
hijos y la familia, el vínculo y la interacción con el tejido social comunitario, el
estímulo a la producción artística de los afiliados, la educación y formación en
la ideas y valores propios, así como el conocimiento y el reconocimiento de los
símbolos más importantes de la USO y de su contexto histórico y político.
(Diapositiva número 24)

BIBLIOGRAFÍA
• Aguilera, Mario y Vega, Renán. Ideal democrático y revuelta popular.
Bogotá, Universidad Nacional. 1998.
• Bell, Daniel y otros autores. Industria cultural y sociedad de masas.
Caracas, Monte Ávila Editores. 1969.
• Gamboa Medina, Alejandro. El taller 4 Rojo: entre la práctica artística y
la lucha social. Bogotá, Instituto Distrital de la Artes. 2011.
• García Canclini, Néstor. Nación y cultura. Quito. IADAP. 1982.
• Guerrero Arias, Patricio. La cultura. Quito, Ediciones Abya Yala. 2002.
• Marcuse, Herbert. Ensayos sobre política y cultura. Barcelona. 1972.
• Sánchez Ángel, Ricardo. ¡Huelga! Bogotá, Universidad Nacional de
Colombia. 2016.
• Sánchez Vázquez, Adolfo. Las ideas estéticas de Marx. México, Siglo
XXI. 2005.
• Teitelbaum, Alejandro. El colapso del progresismo y el desvarío de las
izquierdas. Medellín, La carreta editores. 2017. Prólogo.
• Vega Cantor, Renán y otros autores. Petróleo y protesta obrera. Bogotá,
Corporación Aury Sará Marrugo. 2009.

También podría gustarte