Escrito Desde El Banquillo El Diario de Rene Tomo 2

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RENÉ GONZÁLEZ SEHWERERT

Editora Capitán San Luis


La Habana, Cuba, 2016

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Edición Elizabeth Díaz González
Basilia Papastamatíu
Edel Morales Fuentes

Corrección Nancy Maestigue Prieto


Elizabeth Díaz González

Composición Ernesto Niebla Chalita


computarizada Ofelia Gavilán Pedroso

Diseño y realización Ernesto Niebla Chalita

Ilustraciones Antonio Guerrero Rodríguez


Gerardo Hernández Nordelo

Fotografías Archivos familiares de los Cinco y Archivo


del Centro de Investigaciones Históricas
de la Seguridad del Estado.

Sobre la presente © René González Sehwerert, 2016


edición © Editorial Capitán San Luis, 2016

isbn 978-959-211-491-3 Obra completa


isbn 978-959-211-493-7 Tomo dos

Editorial Capitán San Luis. Calle 38 no. 4717


entre 40 y 47, Kholy, Playa, La Habana, Cuba.

direccion@ecsanluis.rem.cu
www.capitansanluis.cu
www.facebook.com/editorialcapitansanluis

Sin la autorización previa de esta Editorial


queda terminantemente prohibida la
reproducción parcial o total de esta obra,
incluido el diseño de cubierta, o transmitirla de
cualquier forma o por cualquier medio.

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TOMO DOS

Este tomo se inicia por el caso de la defensa,


que se comenzó a desarrollar durante el
volumen anterior. Aborda más específicamente
los procedimientos con que los abogados
defensores muestran al jurado las evidencias del
terrorismo que justificaba la presencia de los
acusados en Miami, así como su refutación a
las acusaciones de que los defendidos intentaran
obtener alguna información clasificada por el
gobierno norteamericano.
Luego de terminada la presentación de la
defensa se discuten las instrucciones al jurado,
que serán la hoja de ruta que ellos utilizarán
para determinar si las evidencias probaron las
acusaciones del gobierno. Es un proceso tortuoso,
en que se intenta confeccionar unas instrucciones
que permitan una interpretación de la ley
aplicable a los hechos. Ambas partes defienden
sus versiones, y la jueza dicta con respecto a la
versión final de las instrucciones.
Terminadas las instrucciones, la Fiscalía
presenta su caso de refutación, que es una breve
introducción de evidencias y testimonios dirigida
a contrarrestar algún aspecto puntual de la
presentación de la defensa. En el caso
específico de este juicio, terminada la refutación
del gobierno, se dedicaron algunas discusiones
a la conformación definitiva de las instrucciones
al jurado.
El volumen concluye con los argumentos
finales de las partes. Primero la Fiscalía, luego la
defensa y, para terminar, de nuevo el gobierno,
en sus argumentos de refutación. El pliego
fotográfico incluido constituye el testimonio
gráfico de los temas presentados en el juicio.

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X
Donde la defensa intenta probar el elemento
de la necesidad que tenía Cuba de protegerse,
a través de los acusados, del terrorismo
proveniente del sur de Florida

De vuelta al calendario, nos encontramos en la sala el lunes 26 de


marzo para comenzar con el caso de Joaquín Méndez, abogado
defensor de Fernando González, alias Rubén Campa. Se acabó la
historia de Hermanos al Rescate y nos adentramos en el mundo de
las actividades terroristas contra Cuba.
Si tuviera que describir esta semana, lo haría parafraseando las
palabras que Eduardo �ibás puso en boca de los cubanos a prin-
cipios de los 50. Yo diría: «Humor contra desvergüenza».
Es precisamente la desvergüenza la que abrirá la semana, a las
9:05 a. m. de ese lunes 26 de marzo, cuando Heck Miller asume el
uso de la palabra.
Resulta que la jueza no se ha tomado muy a pecho la moción
de la Fiscalía para que los terroristas miamenses no tengan que pa-
sar por el estrado, y la fiscal no puede dormir desde que vio la pasada
semana al combatiente vertical con botas, pantalón de camuflaje y
pulóver, espejuelos y boina negra en la recepción de la Corte. Aho-
ra Heck Miller «tiene entendido que los anticastristas se acogerán a
la Quinta Enmienda para no hacer declaraciones autoincriminato-
rias, y no se les debe traer al estrado para que simplemente hagan
eso». Ya la señora se quitó de encima a Basulto y ahora está repre-
sentando a la crápula terrorista del gueto.
Nadie mejor para acompañarla que un par de abogados en re-
presentación de la mafia anticastrista. Los señores Luis Fernández
y Jean Luis Domínguez toman la palabra en representación de Je-
sús Hoyos y Elvis Castellanos, dos miembros de Alpha 66 que han
sido citados por Joaquín para exponer sus actividades violentas.
Los abogados alegan que sus clientes se acogerán a su derecho a

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la Quinta Enmienda y no declararán sobre estas actividades para


no autoincriminarse.
Joaquín plantea que él no piensa hacerles preguntas sobre he-
chos que no hayan sido ya procesados o dados a la publicidad y
que, por tanto, los testimonios que ellos podrían brindar no serían
objeto de procesamiento criminal.
Ahora Heck Miller y los abogados de los posibles testigos hosti-
les cantan todos a un mismo son y plantean que los potenciales tes-
tigos de Joaquín tienen temor real de ser procesados si declaran. La
señora echa mano a un estatuto conocido como RICO (Racketeer
Influenced and Corrupted Organizations Act o Acta de Organiza-
ciones Corruptas e Influidas por Extorsión), relacionado con el cri-
men organizado, para decir que bajo ese estatuto, cualquiera podría
ser procesado por el solo hecho de pertenecer a un grupo como
Alpha 66, que ella tomaría en serio cualquier declaración de los tes-
tigos en ese sentido y podría proceder a su encausamiento.
Joaquín está insultado y a mí me tiembla la mano de indigna-
ción mientras tomo las notas que me permiten contarte esto. El
abogado plantea que sus tres testigos de Alpha 66 han estado ope-
rando abiertamente con una organización legalizada en Florida por
más de treinta años: «Ellos han estado alardeando por años acerca
de todo lo que hacen y ahora el gobierno va a venir a decirme que
haría lo que no ha hecho nunca».
La fiscal sigue y dice que los testigos no tienen que presentarse.
Evidentemente ella sabe que el caso se le va por el desagüe si un
jurado decente viera este elemento en el estrado de los testigos.
Para redondear la idea expresa que el testimonio sería acumulativo
y que algunos agentes testificarán, a su vez, acerca de las activida-
des de los nuevos pupilos de la Heck.

—Si ellos dicen algo que los comprometa, nosotros los encausare-
mos —vuelve a repetir esta bruja que después de treinta años ha
decidido repentinamente montarse en su escoba para patrullar
el estrecho de Florida y hacer cumplir las leyes con todo vigor.

Joaquín sigue indignado:

—El gobierno ha excedido sus funciones al ir a hablar con mis


testigos para amenazarlos y evitar que testifiquen. Todos ellos

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estaban dispuestos a testificar sobre sus actividades hasta que


la Fiscalía habló con ellos y, de pronto, cambian de idea y echan
mano al primer abogado que encuentran en la recepción para
acogerse a la Quinta Enmienda. Cuando hablé anoche con el
abogado del señor Angel Manuel Alfonso, este me dijo que su
cliente estaba dispuesto a venir a declarar sobre su intento de
asesinar a Fidel en isla Margarita. Y ahora resulta que aparece
un abogado de Miami a decirnos que el señor Alfonso, quien es-
taba dispuesto a venir desde Nueva Jersey, cambió de opinión.

El abogado explica que algunos casos, como el del señor Alfonso,


ya habían ido a los tribunales, por lo tanto no eran susceptibles de
ser nuevamente acusados.

—Por otro lado, hay muchos casos en que estos señores han sido
detenidos con armas camino hacia Cuba y no han sido procesa-
dos, y eso es parte de nuestra defensa —remata Joaquín—. Cuba
lo ve de esa manera, así también lo ve medio mundo.

Ahora Luis Fernández sale al rescate de Heck Miller. Definitiva-


mente hay gente que se entiende con solo una miradita:

—El gobierno ha procesado duramente a muchos anticastristas. Yo


mismo he defendido a varios de ellos.

¡No joda!, eso no necesitaba decirlo.


La jueza dice que será asunto del jurado el decidir si Cuba está
en lo cierto o no respecto a la seriedad de los órganos de la ley
norteamericanos. Y ahora a la fiscal le asalta otra preocupación y
quiere evitar que el panel conozca el resultado final de los arrestos
a miembros de la industria anticastrista.
Joaquín discrepa y dice que esto es parte del problema que
debe ser dilucidado por el jurado:

—Cuba siente que nada se hace y las acciones violentas siguen


ocurriendo. Luego los terroristas salen del juicio y, tras haber
sido absueltos, alardean de que volverán a la guerra.

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Los fiscales quieren seguir protestando y la jueza los corta:

—Lo que el señor Méndez plantea se aplica a la Defensa de Nece-


sidad1 que ellos han estado reclamando y yo no voy a evitar que
los resultados de los arrestos salgan a la luz pública. Yo no estoy
diciendo todavía que voy a dar una instrucción al jurado sobre
la Defensa de Necesidad. Pero no voy a coartar la discusión en
cuanto a ese punto.

Ahora Heck Miller se lanza ampulosa y acude a sus mejores


fuentes de cultura para ofrecer a la jueza un paralelo de una pro-
fundidad impresionante:

—Señora jueza, esto no es una película de �arles Bronson donde


el protagonista no está de acuerdo con lo que la policía hace y
se toma la ley en sus manos. Nadie puede romper la ley porque
no esté satisfecho con el trabajo de las autoridades.
—Yo no creo que la Corte Suprema haya estado pensando en una
película de �arles Bronson cuando diseñó las Defensas Activas
–interviene la jueza–. Ellos plantean que no estaban aquí para
espiar como aduce el gobierno, sino para evitar actos contra
Cuba originados en Estados Unidos.

La señora Lenard sigue enviando mensajes a la Fiscalía. Yo miro


hacia la mesa de los fiscales y solo veo caras alargadas.
La jueza pide considerar el asunto de los testigos que se acoge-
rán a la Quinta Enmienda y solicita a las partes que le entreguen
cualquier antecedente legal que consideren pertinente. Así las co-
sas, se hacen los cambios correspondientes en el calendario de
Joaquín y es llamado el primer combatiente vertical que no decidió
acogerse al silencio.
Se trata del señor Orlando Suárez Piñeiro. El combatiente de Al-
pha 66 que la semana anterior ponía los pelos de punta a los fiscales
con su atuendo de guerrero, aparece ahora, a las 9:50 a. m., impeca-
blemente vestido de traje y corbata, para comenzar el examen con

1 Doctrina de Defensas Activas. Doctrina según la cual se argumenta que una


conducta, normalmente considerada delito, fue motivada por la necesidad de
adelantarse a una conducta criminal de otra parte. La Defensa de Necesidad y
Justificación es una defensa activa.

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preguntas referidas a sí mismo y al grupo. Nació en 1931, hace cinco


años trabaja como chofer de entregas, vino de Cuba en el año 80 y
fue miembro de Alpha 66 por seis años, hasta alcanzar el grado de
capitán (rápido que se asciende en este ejército de Nazario Sargén).
Con cierta actitud esquiva, reforzada por su imagen de abuelito
y su traje nuevo, plantea que las actividades de Alpha 66 consis-
ten únicamente en entrenamientos en el área de Miami. Aunque al
preguntársele los objetivos admite:

—Queremos que Cuba sea libre.

Tras una objeción de los fiscales que es ignorada por la jueza,


dice que estuvo con Fidel antes de la Revolución y luego se retiró,
y que fue detenido por tres años.
Explica que el grupo tiene una oficina en la calle Flagler y la ave-
nida 17, e identifica una foto del local que le muestra Méndez. Un
individuo que está entrando a la oficina en uniforme de camuflaje
motiva una pregunta de Joaquín, el testigo responde que esa ropa
solo se usa cuando se hacen entrenamientos.
A solicitud del abogado, el señor Suárez lee el letrero sobre la
entrada de la oficina: «Guerra irregular en Cuba. Única solución». Y
al describir el interior del local dice que las paredes están adorna-
das de personas muertas en Cuba:

—Ninguno de ellos es de Alpha 66.

Respecto a los entrenamientos dice que se hacen solo en los


pantanos de los Everglades, los describe como militares «pero sin
municiones». Joaquín trae a colación los entrenamientos marítimos
y el testigo acepta a regañadientes:

—Bueno, sí. Algo de supervivencia y cosas así.

Ahora el abogado le pregunta sobre Jesús Hoyos y Elvis Caste-


llanos, él acepta conocerlos del grupo y los identifica en fotografías.
Dice haber estado en entrenamientos con Hoyos, pero sin municiones.
Y Joaquín le muestra una fotografía del sujeto con un fusil AR-15 en el
campamento. Otra fotografía muestra a ambos, Elvis Castellanos y Jesús
Hoyos, disparando una calibre 50 desde un bote. El testigo no puede

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dejar de identificar la ametralladora, pero respecto a la caja de municio-


nes que está al lado, se niega a decir de qué se trata. A la pregunta de si
él también hacía estos entrenamientos, contesta que sí:

—Solo se trataba de sobrevivir, mantener el equilibrio en el bote,


nadar un poco y cosas así.

Sobre las armas dice que estaban vacías y solo se utilizaban


para saltar al agua con ellas, repitiendo que nunca se disparaban.
Ahora el examen pasa al arresto del testigo, el 20 de mayo de 1993;
cuando Joaquín quiere que identifique fotografías de los individuos in-
volucrados, la Fiscalía objeta sin éxito. En una fotografía en la eviden-
cia Suárez identifica a Hoyos, a Castellanos, a un sujeto a quien conoce
como Cano y otro como Mena, ambos nuevos en el grupo, una perso-
na le es desconocida y a otro solo lo conoce como Herrera.
Ese día por problemas mecánicos tuvieron que regresar con un
solo motor al muelle, donde fueron abordados por agentes que pi-
dieron permiso para hacer un registro. El testigo identifica una fo-
tografía del registro, donde se ven unas mochilas «que no eran mías,
supongo que contenían ropa».

—¿Había algunas armas a bordo? –pregunta Joaquín.


—Sí, pero solo para entrenamiento.

El abogado le extiende otras fotografías y Suárez las identifica


como parte de ese registro, exceptuando dos. Una de las que iden-
tificó muestra tres pistolas y una buena cantidad de cargadores y
municiones.

—¿Alguna era suya?


—No. Pero eran solo para entrenamiento.

Otra fotografía muestra tres fusiles AK-47, una ametralladora 50


y dos fusiles M-16. En otra aparece una pistola con dos cargadores y
algo de munición para la ametralladora 50 y en la última fotografía
cinco cuchillos militares.

—Para trabajar en el bote –dice el testigo.


—¿Algo de eso era suyo?
—No.

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Se me ocurre que estos agentes del gobierno son unos insen-


sibles; si hubieran fotografiado al menos una cazuela, le hubieran
puesto en la mano la respuesta perfecta al combatiente: «¡Yo vine
de cocinero!».
Un brazalete de Alpha 66 trae una referencia a un llamado Plan
Máximo Gómez, pero el testigo dice no conocer el significado de
dicho plan.

—Bueno, es solo el nombre de ese patriota. Yo no sé qué quiere


decir.

Joaquín pide permiso a la jueza para hacer preguntas dirigidas y, a


pesar del pataleo de Heck Miller, la señora Lenard se lo concede:

—¿No era el Plan Máximo Gómez un conjunto de ideas para reali-


zar acciones violentas en Cuba?
—No.

Y el abogado le da a leer un documento.

—No puedo leerlo porque no traje mis espejuelos de lectura.

Siendo las 11:00 a. m. nos vamos a un receso.


De vuelta a las 11:25, Joaquín le muestra un bono que Alpha 66
vende por cinco dólares, donde aparece una consigna: «Primero
muertos que esclavos».

—¿Cuál era el objetivo de sus entrenamientos?


—Bueno, mantenernos en forma y pensar en Cuba.
—¿Entonces ustedes no tienen planes para derrocar al gobierno
cubano?
—No.
—¿O sea, que sus planes militares son para después del gobierno
de Castro?
—Sí
—¿Y contra quién entonces?
—Contra nadie. Simplemente para trabajar en Cuba después de
Castro.

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Otro arresto en junio del 94, cuando fueron interceptados por


las autoridades, en un bote están el testigo, el tal Mena, Diego Tin-
torero y varias personas a las que no reconoce. Joaquín le hace
identificar una fotografía del registro y, cuando la quiere presentar
como evidencia, la fiscal pide la oportunidad de examinar a Suárez.

—¿Usted reconoce las armas como las que estaban en junio del 94
a bordo del barco?
—Supongo que sí.
—¿Las armas estaban ordenadas de la misma manera que en la
fotografía?

Pero el pobre Suárez no acaba de llevarse la seña que le hace


su amiga, la misma que desde su escoba quiere vigilar, a partir de
ahora, los pasos de los anticastristas para llevarlos ante la ley.

—Bueno, puede ser que estuvieran ordenadas así.


—¿Y usted está seguro de que se trata del registro de junio del 94?
—Sí.

Y el hombre no acaba de caer.

—¿¡Está seguro?!
—Sí.

Y cuando a la fiscal solo le queda agarrar al testigo por el pes-


cuezo para pasarle la seña, Joaquín dice que ya es suficiente y la
fotografía entra en la evidencia.
Fotografía en mano, se identifica una caja con dos fusiles AK-47
y varios cargadores.

—Yo no sabía que eso estaba en el barco. Me parece que había


cerca de cinco o seis fusiles AK.
—¿Las armas fueron incautadas?
—Sí, el bote lo fue también.
—¿Ustedes fueron arrestados?
—Sí.

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Y para terminar, otro incidente:

—¿Usted estuvo involucrado en el ataque a un hotel en Cayo Coco


el 20 de mayo del 95?
—Bueno, ese fue otro entrenamiento, había una balsa alrededor
de un bote para dar vueltas, y yo no sé qué pasó con Cayo Coco.
—¿Hubo juicio tras el incidente de Cayo Coco?
—Sí.
—¿Y cuál fue el resultado?
—Objeción.
—Sostenida.

A las 11:52 a. m. Heck Miller puede disponer del combatiente


vertical.
La fiscal establece que el testigo fue arrestado el 20 de mayo
de 1993 y, como resultado de ese arresto, hubo un proceso por la
posesión de los fusiles AK-47. En junio del 94 no fueron arresta-
dos, el bote fue incautado pero las armas no.

—¿Usted sabe por qué no fueron encausados en esa ocasión?


—No.

Sobre la fotografía de Hoyos y Castellanos donde se ven disparan-


do una ametralladora calibre 50 en el bote, el testigo dice no saber
las circunstancias en que se tomó, aunque cree que fue una práctica.

—¿Usted ha sido procesado solo por pertenecer a Alpha 66?


—No. Por mis acciones con armas.

A las 12:07 Joaquín tiene de vuelta a su testigo.

—¿Usted fue liberado en junio del 94?


—Sí.
—¿Y usted sintió que estaba bien seguir haciendo lo que había
hecho hasta ese momento?
—Bueno, se trataba de entrenamiento y no era malo.
—¿Usted habló con la prensa después de ser liberado?
—Sí...
—¿Y no dijo usted que se había hecho justicia y que nada los po-
día detener ahora en su lucha contra Castro?

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—No.
—¿Y no dijo que su causa había salido fortalecida?
—No. Nosotros lo que hacíamos era entrenarnos.
—¿Y no dijo usted que continuarían la lucha?
—No. Solo que nos mantendríamos entrenando, pero no que iría-
mos a Cuba.

A las 12:16 termina su turno el testigo Orlando Suárez Piñeiro.


El señor Suárez vino a presentarse como un pacifista, y si este
jurado no se dio cuenta de que estaba mintiendo, sencillamente no
podría diferenciar entre un elefante y un gato. Por encima de cual-
quier limitación que la Fiscalía haya tratado de poner al testimo-
nio, Joaquín pudo demostrar la naturaleza terrorista de Alpha 66
y presentó suficiente evidencia visual, a través del testigo, como
para que al jurado no le quepa dudas de que la manera en que
este grupo se mantiene en forma es, en el mejor de los casos, bas-
tante sui generis.
Seguidamente Joaquín llama a su próximo testigo, de nombre
Raymond Crump, agente de aduanas en Cayo Hueso2 por el año 93.
El 10 de junio de ese año detuvo un bote tras una llamada anóni-
ma. El bote servía de gimnasio a siete tipos vestidos de camufla-
je, que el agente identifica por sus fotografías. Los sujetos fueron
arrestados por posesión de pistolas, cuatro rifles automáticos, gra-
nadas, niples y un lanzagranadas, entre otros avíos de pesca y re-
creación. Otro arresto corresponde al 11 de julio del 93, cuando, tras
otro chivatazo, el agente abordó otro gimnasio flotante pertene-
ciente al Club Social Alpha 66. El agente identifica más fotografías
del bote y más parafernalia de guerra. A las 12:35 la señora Heck
Miller puede disponer del testigo.

—¿Algunas armas de las que usted incautó eran ilegales?


—Sí.
—¿Todas fueron incautadas?
—Sí.
—¿Se llevó a los involucrados a juicio?
—Sí.

2 Key West en inglés.

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—¿Por posesión de armas ilegales?


—Sí.
—Usted testificó sobre otro caso en julio del 93. ¿Cierto?
—Sí.
—¿Se trató de otra llamada anónima?

Y ante la última palabra la fiscal deja pasar la oportunidad de


preguntar por El vengador anónimo, la película de �arles Bronson.

—Sí.
—¿Las armas eran legales?
—Sí.
—¿Porque eran semiautomáticas?
—Sí.
—¿El barco fue incautado?
—Sí.

Y no puede faltar la puya:

—¿Alguno de los barcos salía de Boca �ica?


—Objeción.
—Sostenida.
—¿Las personas tienen derechos en este país?
—Sí.
—¿Su trabajo implica realizar investigaciones rutinariamente?
—Sí.

Y la segunda puya:

—¿Usted acostumbra enviar anónimos como parte de sus inves-


tigaciones?
—Objeción.
—Sostenida.

Y a las 12:45 p. m. nos vamos a un receso.


Al regreso, se presenta al señor Marco Rocco, el próximo testigo
de Joaquín, quien fungiera como oficial de aduanas en Puerto Ri-
co, en 1997. En octubre de ese año, fue llamado cuando el barco

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La Esperanza 3 fuera retenido por aduanas, tras una inspección en


alta mar. Identifica fotografías tanto del barco como de las perso-
nas a bordo: Ángel Manuel Alfonso, Francisco Secundino Córdova,
Juan Bautista Márquez y Ángel Fernández Rojo. El barco tenía en
un escondrijo dentro de una escalera, que formaba un receptáculo,
municiones y dos fusiles Barrett calibre 50 semiautomáticos de alta
potencia. Varias fotografías muestran los dos fusiles y 70 cartuchos
para ellos, escondidos debajo de la escalera, de la que hubo que
remover un tabique de carpintería para descubrir las armas. En el
barco también se encontraron uniformes de camuflaje, visores noc-
turnos y otros equipos militares.
El señor Ángel Manuel Alfonso asumió toda la responsabilidad
y dijo que él era el único que sabía sobre las armas, explicó que
su plan era matar a Fidel cuando participara en la Cumbre de las
Américas en la isla Margarita, y que esa era su misión en la vida. El
sujeto dijo haber estado en prisión en Cuba y luchar por la libertad
como Martin Luther King.
Y no bastó que al mártir de los derechos civiles lo asesinaran
una vez. Tiene que ser profanado por esa gavilla de delincuentes
–por añadidura racista– que ahora recurre a su nombre para cu-
brirse. Como si se desconociera que el gueto miamense es el único
conglomerado de los Estados Unidos que ignora el día de Martin
Luther King…, bueno, tal vez también el Ku Kux Klan y algún que
otro fiscal en el sur de Florida.
A la 1:40 la señora Heck Miller lo contraexamina. Solo establece
que el agente arrestó a los pacíficos tripulantes de La Esperanza tras
haberse producido una emergencia a bordo.
Cuatro minutos después, Joaquín es tan parco como la fiscal.
Asienta que el servicio de aduanas, entre otras tareas, vigila por el
cumplimiento del Acta de Neutralidad. (Ver nota al pie de la p. 278).
A la 1:47 viene el próximo testigo: agente George Kazinski (con
estos apellidos no sé si estamos lidiando con el FBI o la KGB).
El señor Kazinski ha estado con el FBI durante treinta años y
actualmente investiga actividades de terrorismo, habiéndolo hecho

3 Tras otro juicio a la americana, los tripulantes de La Esperanza fueron absueltos


por un jurado en Puerto Rico. Terminaron celebrando jurados y terroristas des-
pués del veredicto. (Ver a Ángel Manuel Alfonso, Francisco Secundino Córdova,
Juan Bautista Márquez y Ángel Fernández Rojo en la relación de nombres al
final del tercer tomo).

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a grupos anticastristas, incluidos algunos miembros de Alpha 66 y


Omega 7, entre otros, todos dedicados a actividades contra Cuba,
tan atrás como a principios de los años 70 y tan cerca como el año 98.
El agente admite que, entre otras cosas, ha investigado el trasiego de
armas a Cuba por parte de estos grupos, y que en junio y julio del 98
se dedicaba a las violaciones del Acta de Neutralidad:

—Básicamente una ley que prohíbe atacar a otro país desde los
Estados Unidos en tiempos de paz.

En esos meses de junio y julio del 98, el señor Kazinski supo


por una fuente confiable que dos barcos estaban siendo prepara-
dos para llevar armas hacia Cuba. La fuente les describió los dos
barcos así como su ubicación en el río Miami. El agente entonces
se hizo de una orden de registro y los botes fueron revisados. Y
aunque no se encontraron las armas, se pudo corroborar que al
menos uno había sido equipado desde el punto de vista mecánico
para realizar la incursión en Cuba. Uno de los dos barcos era lla-
mado «el barco cubano», por su construcción de madera que no
atraería la atención cuando estuviera cerca de la Isla. Para termi-
nar con el testimonio, Joaquín introduce un video incautado por
el FBI en casa de Gerardo, que consiste en un estudio que este
estuvo haciendo de los mismos barcos por encargo de Cuba. Tras
ser introducido el video, la fiscal toma el podio a las 2:05, no sin
que antes Kazinski identifique ambos barcos como el mismo ob-
jetivo del FBI.
La fiscal establece que la labor del testigo es investigar y no en-
causar. Que algunas veces las investigaciones se deben a rumores
infundados. Que a veces se presentan personas haciendo falsas ale-
gaciones. Que no se encontró nada en los botes y que estos fueron
incautados temporalmente.
En solo cuatro minutos, la señora ha hecho lo posible por de-
mostrar que aquí no pasa nada, que por utilizar fusiles para au-
mentar el volumen de los bíceps y explosivos para incrementar el
poder de salto –el de la víctima por supuesto–, nadie puede ser
encausado en este país donde hay tantos derechos que ya no se
venden guantes zurdos para jugar a la pelota.
A las 2:09 Joaquín emplea todavía menos tiempo para estable-
cer que la fuente del oficial era confiable, que no era un mentiroso,

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que el agente pudo entrevistar al dueño de los barcos y que la


investigación fue cerrada. A las 2:11 termina el paso del señor
Kazinski por el estrado de los testigos y con él se va la jornada.
Y creo que Joaquín ha tenido un buen día, al apuntarse dos
tantos con estos oficiales. Pues no solo pudo demostrar, a partir de
ellos, la legitimidad de las preocupaciones de Cuba, evidenciadas
con todas las fotografías de armamentos y testimonios de planes
violentos, sino que a través del último agente se pudo establecer la
comunidad de intereses de Cuba y de las agencias del orden nor-
teamericanas respecto a investigar las andanzas de este elemento.
Dudo mucho de que la Fiscalía haya podido poner en la mente del
jurado sus cándidas conclusiones acerca de que aquí no pasa nada
y todo no es más que rumores originados en Cuba.
Ese lunes 26 nos retiramos contentos y satisfechos. Aunque
en la noche no pude hablar con Roberto, pero me entero que ha
estado hasta tarde trabajando con Joaquín y con Anglada en la
preparación de los testimonios para el próximo día. La semana
comenzó bien y promete ponerse más interesante.

Cuando el martes 27 nos levantamos, ya corre la alarma por las


ondas de radio de Miami en la voz de Nazario Sargén, quien está
urgiendo a todos los combatientes anticastristas a tragarse la lengua
y a acogerse a la Quinta Enmienda. Al llegar a la sala, Heck Miller pa-
rece estar dictando una nueva moda, pues toda la mugre que repre-
senta a nuestros intransigentes luchadores parece caber debajo de
su falda: se está dedicando a repartir un memorando de ley sobre
el tema de la enmienda, que es una vergüenza viniendo del go-
bierno. Básicamente dice que cualquier declaración de los testigos
puede cerrar el círculo de su propio procesamiento legal, por las
actividades «alegadamente ilegales» que nosotros les achacamos.
Como te dijera unas páginas atrás, esta sería la semana de «hu-
mor contra desvergüenza». La segunda ya ha ocupado bastante es-
pacio en las últimas cuartillas, ahora comienza a irrumpir el primero
en la pluma de Gerardo, quien, dicho sea de paso, se está tomando
un descanso tras la presentación de Paul y comienza a producir
más caricaturas:

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rené gonzález sehwerert

Buenos días: Buenos días, señora jueza. Caroline


Abogados, por favor, preséntense… Heck Miller en representación del
Sr. Basulto, Alpha 66, Comandos F-4
y cualquier otro bienintencionado
e incomprendido terrorista de Miami…

A las 9:39 llega la jueza, que al parecer ha estado estudiando los


memorandos entregados por las partes, en relación con la Quinta
Enmienda y su aplicación a tres potenciales testigos de Joaquín. La
señora Lenard accede a que Elvis Castellanos y Jesús Hoyos se aco-
jan a la enmienda, y la fiscal se anota un par de puntos al evitar el
apuro de que sus ahijados tengan que mostrar sus caras de gánster
al jurado. En apoyo a su decisión, la jueza se refiere a varios casos
invocados por la Fiscalía que protegerían a estos individuos de la
obligación de testificar autoincriminándose.
Joaquín acepta la decisión de la jueza, pero plantea que, en
concordancia con la misma, él podría hacer a los testigos pregun-
tas de carácter general como su membresía en Alpha 66, nombres
de algunos de sus correligionarios y cosas por el estilo que no ne-
cesariamente tienen que incriminar a la persona. Por su parte, el
abogado Jean Luis Domínguez dice que los precedentes legales
van tan lejos como las aprensiones de los testigos. Es decir, que
si el testigo siente que sus respuestas sirven para cerrar el círculo
de un encausamiento futuro –¡casualidad!... letra por letra, la mis-
ma frase que utilizara Heck Miller la víspera– es suficiente para
acogerse a la enmienda.
Joaquín trata de hacer su punto, explica que Alpha 66 ha estado
activa públicamente durante cuarenta años, y hacerle a alguien una
pregunta sobre su membresía en el grupo es como preguntarle so-
bre quién está enterrado en la tumba de Ulises Grant.

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—La realidad es que esto es una maniobra política.

Y termina repitiendo que todos estos grupos han estado actuan-


do abiertamente por cuarenta años y no les ha pasado nada.
Ahora Heck Miller interviene para decir que ella ha visto foto-
grafías y películas de las actividades de todos estos individuos, pero
lo mejor para que la Fiscalía decida hacerlos picadillo es que digan
cualquier cosa como testigos en un juicio. ¡Ahhh, así sí que les caería
encima todo el peso de la ley! Bueno, hay que reconocerle el mérito
de no haber tenido la desvergüenza de decir que los trataría con el
odio y el ensañamiento que nos ha dedicado a nosotros. Para termi-
nar, la fiscal sugiere que el jefe de Comandos F-4, Rodolfo Frómeta,
también podría pensar en acogerse a la Quinta Enmienda.
Joaquín hace un último esfuerzo y describe las preguntas que
hará a Hoyos y a Castellanos, de carácter general y dedicadas a las
actividades de Alpha 66. De nuevo denuncia las amenazas a que
han sido sometidos los testigos por el gobierno para evitar que tes-
tifiquen, esta vez dirigidas a Frómeta, que hasta hace un rato esta-
ba dispuesto a testificar y ahora podría estar cambiando de opinión
gracias a los buenos oficios de los fiscales.
La jueza decide que ni Hoyos ni Castellanos tomarán el estrado,
pues de acuerdo con el estatuto RICO, que la fiscal presentara an-
teriormente, la mera membresía en un grupo como Alpha 66 pudiera
convertirse, en un futuro, en motivo de procesamiento criminal. Proce-
samiento que todos nosotros, y hasta posiblemente la jueza, dudamos
que esté en la mente torcida de Heck Miller. Mientras, Gerardo la tie-
ne cogida con la pobre y honesta señora y se nos aparece con su
segunda caricatura del día:

¡Atención, terroristas! ¿Los citó Joaquín Méndez? ¡… Y me mandó a cambiarme de ropa…!


¡Acójanse a la Quinta Enmienda!

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rené gonzález sehwerert

No obstante Lenard cree que se puede traer a Frómeta al estra-


do y ver su disposición a testificar, pero la fiscal no se conforma con
haberse librado de dos de sus querubines y aduce que Frómeta pu-
diera no aparecer en la evidencia. Joaquín la hace callar mostran-
do que, efectivamente, el comandante en jefe de Comandos F-4
aparece en la evidencia con orquesta y todo, y al menos nos queda
un querubín para mostrar al jurado. Hay quienes dicen que para
muestra, un botón.
Cuando te cuento esto, son las 11:40 p. m. de este viernes 6 de
abril, y apenas me alcanza el tiempo para recoger antes de que nos
manden a la cama. Mañana seguimos. Un beso.

De regreso el sábado 7 en la mañana, no quiero entrar en los acon-


tecimientos sin ofrecerte algunos comentarios en relación con esta
batalla de la Quinta Enmienda.
Como tú bien sabes de sobra –pues te acogiste a ella–, la cons-
titución de este país tiene una enmienda conocida como Quinta
Enmienda que permite a un ciudadano abstenerse de hacer decla-
raciones si considera que pueden ser utilizadas en su contra en una
corte. Aunque en este caso en particular, la enmienda la utilizan
para escamotear la verdad al jurado y coartar nuestro derecho a un
juicio justo, sin entrar a discutir si la enmienda es beneficiosa o no
para la justicia o si las cosas se pueden o no hacer mejor, lo cierto
es que se trata de un derecho que este sistema de justicia estable-
ce, y nosotros no tenemos nada en contra de eso. Creemos que el de-
recho a la Quinta Enmienda debe ser respetado y que todo el mundo
tiene derecho a la mejor representación legal, aun cuando se trate
de la de un picapleitos a sueldo de una mafia, como lo es la indus-
tria de la contrarrevolución en Miami.
De manera que aunque nos toque el papel de dolientes, tene-
mos que dar la razón a la jueza cuando tomó su decisión porque
fue una decisión de acuerdo con la ley, ese montón de palabras
que los hombres nos dedicamos a poner juntas para hacer justicia,
lográndolo a medias.
Pero este sistema, en nuestro caso, resulta realmente profana-
do desde el momento en que los fiscales toman un rol tan activo
para obligar a nuestros testigos a acogerse a la Quinta Enmienda,
chantajeándolos con la perspectiva de una acusación y haciéndoles

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ver que si testifican nos harán un favor a nosotros. Aquí la Fiscalía se


sale completamente de su papel y, en su contubernio con los abo-
gados que tan súbita y generosamente aparecieron en la Corte
como por arte de magia, nos demuestran nuevamente que la baje-
za no tiene fondo. Durante uno de los debates al respecto, la propia
jueza lo dijo con otras palabras: «La Quinta Enmienda es un dere-
cho del individuo y no es una tarea del gobierno».
A ello se suma un elemento que apuntala la desvergüenza de es-
to: todos sabemos que los fiscales están mintiendo sin recato cuan-
do dicen que procederían contra los terroristas, en caso de que sus
testimonios los autoincriminen.
Así las cosas, a las 10:24 a. m. de ese martes 27, hace su apari-
ción Rodolfo Frómeta, comandante en jefe de los Comandos F-4,
que al parecer puso en una balanza su derecho a la Quinta Enmien-
da y sus necesidades publicitarias, y estas últimas hicieron bajar el
platillo.
Mientras Frómeta se dispone a darnos su versión de la historia,
ya circula la tercera caricatura del día. Al tropezarse con un boceto
que había hecho Gerardo para su caricatura anterior, Philip, que
parece haberse contagiado con el poco respeto que la fiscal ins-
pira ya a todo el mundo, decidió añadirle texto y así surgió esta
obra a dos manos:

¿Dónde está McKenna…?

Ya tenemos al comandante Frómeta sufriendo las preguntas de


Joaquín. El guerrero viste impecablemente –parece que además
de abogados a esta gente se le asignó un asesor de imagen– de
traje negro y corbata. Cuenta que tiene cincuenta y cuatro años, que
se dedica a manejar un vehículo de transporte de ancianos para un

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asilo, que nació en Guantánamo y vino de Cuba en el año 68. Es


ciudadano norteamericano desde 1994.
Respecto a su organización, dice ser el máximo representante
en los Estados Unidos, pero que la jefatura se encuentra realmen-
te en Cuba, donde el grupo fue formado para «traer un cambio pa-
cífico en el país». El término F-4 viene de la genética y significa un
cruce de animales, lo que sugiere el objetivo del grupo de cruzar
lo mejor del ADN de los cubanos para obtener una raza superior.
Imaginativo este Frómeta.
Ahora Joaquín le muestra un sobre con un par de documentos y
el testigo dice no reconocerlos. El abogado le pregunta si uno de los
documentos no es su tarjeta de presentación como comandante en
jefe de Comandos F-4 y Frómeta lo niega extrayendo de su bolsillo
una tarjeta todavía con olor a imprenta que trae unas figuritas de
lo más lindas y pacíficas. Respecto a su grado de comandante en
jefe, asegura que él es el máximo representante aquí en los Estados
Unidos, pero la verdadera jefatura del grupo está en Cuba y su
máximo líder es el coronel Viamontes. Los métodos del grupo son
legales y ellos lo que quieren es un cambio pacífico en Cuba.

—¿Ustedes no promueven la violencia?


—Nosotros damos a la gente de Cuba la autoridad para decidir sus
medios de lucha. Aquí yo tengo una planilla…

Y ahora saca otro papel con olor de tinta fresca que blande ante
el abogado.

—Esta planilla exige a todo el que se una a F-4 que cumpla con las
leyes de Estados Unidos.
—¿Y desde cuándo usted exige esa condición para el ingreso a F-4?
—Desde que tuve un problema en el año 1994 y fui arrestado.

El abogado le muestra una fotografía suya donde lo acompañan


otros dos individuos, cuyo rango o identificación se niega a ofrecer
al jurado.

—¿No es su organización legal?


—Sí.
—¿Por qué uno de sus acompañantes viste de militar?

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x | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

—Algunos lo utilizan porque nuestro grupo tiene un departamento


civil y otro militar. Nosotros también nos preparamos para cuando
Castro ataque a los Estados Unidos, pues cuando yo estaba en el
ejército de Cuba nos decían que...
—¿Y por qué usted no se une al ejército norteamericano?
—Yo me inscribí para ir a Vietnam pero no me llamaron.

Hurgando en las actividades del grupo, Frómeta admite que él


participaba en ejercicios militares en el pasado. Afirma que antes
tuvieron un campamento donde se alistaban para ayudar a Cuba y
para el caso de que Castro atacara.

—Porque cuando yo estaba en el ejército en Cuba a mí me decían que...


—¿Usted perteneció a Alpha 66?
—Sí.
—¿Y luego fundó F-4?
—Sí.
—¿Cuál fue su rango en Alpha?
—Comandante.

Me pregunto si alguien entra como soldado en Alpha 66.

—¿Por qué usted se separó de Alpha?


—Eso es secreto militar.

A preguntas del abogado el testigo dice que Alpha 66 también te-


nía un departamento civil y otro militar, que todavía él mantiene bue-
nas relaciones con Nazario, de quien comenta que quiere como él lo
mejor para Cuba. Y cuando Joaquín inquiere sobre si su separación se
debió a diferencias en relación con las operaciones militares, Frómeta
responde que no.
El examen se remonta a un evento en que el testigo participó,
el 23 de octubre de 1993, mientras todavía militaba en Alpha 66,
cuando un bote que ellos remolcaban hacia los cayos fue detenido
por la policía. Frómeta identifica algunas fotografías del bote y los
nombres de algunos de sus asociados: José Cano, Jaime Izquierdo,
Roger Abreu... Ante una fotografía donde aparece junto a sus com-
pinches, todos armados, el testigo explica:

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—Nosotros nos estábamos alistando para defender a los Estados


Unidos porque cuando yo era niño en Cuba yo estuve en el ejér-
cito y me decían que...

Joaquín le pide que identifique las armas en la fotografía.

—Por supuesto. Yo las conozco todas porque a mí se me enseñó


en Cuba a odiar a los Estados Unidos y...
—Señor Frómeta. ¿Usted pudiera responder lo que se le pregunta?
–interviene Lenard, que a este paso temerá terminar odiando a
los Estados Unidos.

Al fin el comandante identifica las armas halladas en el bote:


cinco fusiles AK-47 y un fusil AR-15.

—Ninguna automática. Nosotros estábamos dentro de la ley. Ellos


en Cuba dicen que están listos para atacar a los Estados Unidos.
—¿No son ustedes los que atacan a Cuba?
—No. Nuestra gente ya está dentro de la Isla.

El abogado le muestra una fotografía del mapa de la Isla, que


estaba también a bordo del bote:

—¿Para qué es este mapa?


—Para estar seguros de no entrar en Cuba.
—Bueno. Y si ustedes no quieren entrar en Cuba. ¿Por qué no po-
nen rumbo hacia el norte?

La señora Heck Miller se ha estado revolviendo en su asiento


desde que este tozudo decidió no acogerse a las «sugerencias»
del gobierno de unirse a la Legión de la Quinta Enmienda, y ataja
realmente exaltada.

—¡Objeción!
—Sostenida.

Y el comandante se libra de tener que explicar por qué se diri-


gen hacia Cuba con el objetivo de no entrar en ella.
Siguen más fotografías, en esta ocasión de las municiones a
bordo del barco.

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—Bueno, no todo eso era mío.

El abogado le pregunta por los lugares donde se ejercitaban.

—En algunos lugares alrededor. Solamente con el objeto de alis-


tarnos para nadar con un arma.
—¿Ustedes saltaban en alta mar para nadar con un arma?
—No. Saltábamos en aguas bajas, cerca de la costa.
—¿O sea, que ustedes practicaban desembarcos?
—No. Para estar fuertes.

Son las 11:20 y nos vamos a un receso.


De vuelta a las 11:44, Joaquín se remite a la fotografía del grupo
armado donde el comandante esgrime el fusil AR-15 con un lan-
zagranadas acoplado.

—¿No es ese tubo debajo del cañón del AR-15 un lanzagranadas?


—Yo no sé eso, pues no soy mecánico en armamentos.
—¿No luce como un lanzagranadas?
—No sé. Pudiera ser para lanzar bengalas.

En el mapa de Cuba aparece un punto señalado como LORAN C,


que pudiera ser una antena de navegación aérea, y el abogado le
pregunta al testigo de qué se trata.

—Yo no lo sé. Seguro que las células clandestinas en Cuba lo saben.


—¿Ustedes no se dedican a hacer sabotajes?
—No.
—¿Ustedes no quemaron un ómnibus en Cuba?
—Objeción.
—¿Ustedes son un grupo pacífico?
—Sí. Nosotros agrupamos desde niñitos hasta ancianos y nos
dedicamos a actividades pacíficas.
—¿Lo eran todavía en el año 2000?
—Objeción.
—Desestimada.
—Nosotros somos un grupo pacífico desde el año 94.

Joaquín arrolla las objeciones de Heck Miller y logra introdu-


cir la fotografía de un ómnibus quemado que Frómeta ha pues-

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to en el sitio del grupo en la Internet, adjudicando la acción a


comandos F-4. A mí realmente me parece que la fotografía es un
cuento de este tipo y que la guagua debe de haber chocado con
una vaca y la dejaron en la carretera, pero sea cual sea la historia
real, el hecho es que esta gente ha estado alardeando de esa ac-
ción en Cuba por algún tiempo. No obstante, ahora Frómeta se
quiere distanciar y dice que eso lo hizo la gente de la Isla para
llamar la atención sobre Cuba, que él solo puso la fotografía en
la prensa y que no había nadie en el ómnibus cuando fue que-
mado.

—¿Usted apoya estas actividades?


—Yo no tengo que hablar sobre los asuntos internos del grupo.
—¿Apoyan o no apoyan ustedes estas actividades en Cuba?

Y Frómeta no responde.

—¿Ustedes no apoyan y estimulan esto?


—Las células clandestinas en Cuba actúan por su cuenta.

Ahora regresamos a octubre del 93, cuando un bote de Alpha 66


fue detenido por las autoridades en dos ocasiones consecutivas
con una semana de diferencia. Pero el testigo no recuerda y el abo-
gado le refresca la memoria: «Rodolfo Frómeta, Fausto Marimón,
Rogelio Díaz...», «Rifles de asalto y pistolas...», lee Méndez del repor-
te policial, y al fin el testigo recuerda:

—Esas armas eran semiautomáticas y estaban dentro de la ley.

Tras establecer que no se realizaron arrestos y que ninguna pro-


piedad fue ocupada por las autoridades, Joaquín se mueve en el
calendario:
Key Biscayne, 7 de febrero de 1994: la aduana detiene otro bote
de Alpha 66 con nuestro pacífico jefe del comando a bordo. Más
armas a bordo, 25 000 balas. Frómeta niega haber dicho a adua-
nas que su misión era infiltrarse en Cuba y dice que se trataba de
otro entrenamiento bajo la dirección de un tal Abreu. Más fotogra-
fías del bote y de las armas. Aunque el equipo fue incautado no se
arrestó a nadie.

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x | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

Y ahora a los asuntos de F-4, ese grupo con nombre de vaca de


calidad, que Rodolfo Frómeta fundara en el año 94 para crear un
cubano genéticamente modificado.

—¿Usted fue arrestado el 2 de junio de 1994 por el FBI?


—Sí.
—¿Después de haberse convertido al pacifismo?
—No. Fue tras ese arresto que nos convertimos al pacifismo.

Seguramente fue tras ese arresto que Frómeta imprimió su nue-


va tarjeta de presentación y su planillita. Después de todo, marzo
de 2001 es posterior a junio del 94. En la fecha de marras, Frómeta le
quería comprar a un agente encubierto ni más ni menos que un
lanzacohetes antiaéreo Stinger, unas libritas de explosivo C-4 y unos
fusilitos antitanques.

—Yo no sabía que eso era ilegal. Si tenemos en cuenta que Esta-
dos Unidos había ayudado a los contras en Nicaragua...
—¿O sea, que después de haber sido detenido tantas veces sin
consecuencias, usted pensó que podía comprar un lanzacohetes
antiaéreo sin problemas?
—En el ejército de Cuba me decían que...

La jueza lo vuelve a cortar y Joaquín le pregunta si no dijo al agen-


te encubierto que el lanzacohetes serviría para derribar un avión civil.

—No.
—¿Usted quería el lanzacohetes para defender a los Estados Unidos?
—No. Para matar a Castro.
—¿No se habló de derribar un helicóptero sobre un hotel?
—No. Nosotros no queríamos herir civiles.
—¿Y el C-4 no era para volar puentes?
—No. Para matar a Castro.
—¿Cómo iban a matarlo con el C-4? ¿Pensaban amarrárselo al to-
billo y hacerlo estallar?
—Objeción.
—Sostenida.

Pero el comandante no puede dejar pasar la oportunidad y re-


chaza el cabo de la fiscal

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—Nosotros teníamos información confidencial de que Castro se


iba a reunir con varios de sus subordinados para atacar a los
Estados Unidos.
—¿O sea, que no se trataba de matarlo a él solo sino a varias otras
personas? ¿Cómo iban a hacer ustedes? ¿Volarían el lugar con
todo el mundo dentro?
—Era un edificio apartado. Nosotros fuimos informados de esa re-
unión por nuestros contactos en Cuba.

Y llega la hora del receso, a las 12:45, sin que Frómeta hubiera
alcanzado a explicarnos cómo usaría el Stinger, el C-4 y los fusiles
antitanques.
De vuelta a la 1:05 continúa el tema de la adquisición de ar-
mamento por Frómeta. El precio de la compra había sido fijado
en 15 000 dólares, de los cuales él llevó 5000 al lugar de la tran-
sacción. El instituto genético F-4 recibe dinero de sus miembros,
estos trabajan para sostener sus actividades. La cantidad de miem-
bros del grupo es un secreto de guerra que el testigo no revelará
en el juicio:

—Suficiente para pagar los 15 000 y más.


—¿Su juramento hacia F-4 es mayor que el que usted hizo a esta
Corte de decir la verdad?
—Yo respeto mucho esta Corte pero los dos juramentos no están
relacionados.
—¿Es por eso que usted no quiso identificar a las personas junto a
usted en la fotografía?
—Sí, porque si lo hago quedarían al descubierto.
—¿Entonces ustedes se dedican a actividades secretas y clandes-
tinas?
—No aquí, sino en Cuba.
—¿Ustedes reciben donaciones?
—Sí. Personas que simpatizan con nosotros nos dan dinero.
—¿José Basulto es uno de ellos?
—No, él nunca ha donado dinero para F-4.

Y parece que alguien atajó a tiempo al testigo para que no se


equivocara.

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—¿Usted no dijo a un investigador de la Oficina del Defensor Pú-


blico que había recibido dinero de Basulto?
—No.
—¿No le dijo usted eso a la investigadora María León?
—No, falso. Tráigala si quiere. Hermanos al Rescate no dona dinero
sino que lo recibe para salvar vidas.
—¿Entonces ustedes le han donado dinero a ellos?
—No. Nosotros somos pobres.

Frómeta dice que ellos no tienen aviones, que algunos miembros


poseen armas, «pero tiene que ser de manera legal», que él perso-
nalmente tenía una cuando fue arrestado, pero tras ser convicto no
ha podido mantenerla porque «yo respeto la ley y me basta con mi
pluma»; fue convicto por la compra de armas, ya que decidió ir a juicio
por lo que consideró una trampa del gobierno, y rechazó una oferta
de sus severos fiscales consistente en... ¡un año de arresto domiciliario!
Tras ese problema él no quiso abandonar su grupo con nombre de
vaca genéticamente alterada y optó por alterar los métodos.

—¿No dijo usted a sus seguidores que siguieran en la lucha?


—Sí, pero pacíficamente.
—¿Es la quema de autobuses un método de lucha pacífica?
—Eso fue cosa de las células en Cuba... Cuando yo era niño, en el
ejército de Cuba nos decían...
—¡Por favor señor Frómeta! Limítese a responder las preguntas.
—¿Usted condenó la quema del autobús?
—No.
—¿No es cierto que lo llamó un éxito?
—Un éxito de la gente en Cuba.
—¿Rompió con ellos por eso?
—Eso sería una interferencia mía en sus asuntos.
—O sea, que usted simpatiza con ellos.
—Yo mantengo esos vínculos para poder saber si Castro va a ata-
car. Cuando yo era niño en el ejér...
—¿O sea, que quemando un ómnibus ustedes saben si Castro va a
atacar a los Estados Unidos?
—No, pero evitamos el ataque. Con esos ómnibus él consigue dó-
lares que sirven para comprar gasolina para las patrulleras que
lanzarían el ataque. Cualquier actividad que genere dinero es
una amenaza.

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—¿Por eso usted dijo al agente que sería bueno derribar un avión
con turistas?
—Yo no dije eso. Si usted quiere traiga al agente aquí para que
lo diga.

Y a la 1:35 suena el gong.


Caroline Heck Miller toma la batuta y no le queda más re-
medio que distanciarse de este individuo que ha sido tan bestia
como para desoír sus sabias y bien intencionadas amenazas. Es-
tos combatientes verticales viven en un mundo tan irreal que ya
no saben distinguir entre amigos y enemigos. La fiscal estable-
ce que el testigo fue convicto en el 94 por el sistema federal de
justicia. ¿Usted sabe que si nosotros supiéramos de otras activi-
dades como esa lo haríamos carne de gato? Objeción. Sostenida.
La historia sigue y el sujeto admite que fue sometido a vigilancia
en el año 94, que sus armas fueron incautadas en el registro de fe-
brero de ese año, que necesitaba reemplazar su arsenal por armas
más modernas y en junio ya estaba listo para adquirir su nuevo
equipo bélico.
Y ahora viene la entrada a palos por desobediente.

—Usted dijo anteriormente que la sigla F-4 tenía una connotación


genética. ¿No es cierto que eso significa «fuego por los cuatro
costados»?
—¡Nooooooo! Yo tengo mi tarjeta aquí —responde este sujeto, que
todavía se preguntará la razón del pase de cuentas por parte de
su madrina, mientras blande su tarjetica nueva con las figuritas
y el olor a tinta fresca.
—¿Entonces usted nunca ha escuchado la expresión «fuego por
los cuatro costados?
—¡Nooooooooooo! Yo no sé si el agente la habrá utilizado.

La fiscal deja el garrote y establece que las tres veces anteriores


en que el individuo fue cogido con las manos en la masa... explo-
siva, las armas en su poder no eran automáticas, eran, por tanto,
legales. Luego el señor trató de romper la ley...

—Bueno, pero yo no lo sabía...; recuerde a la contra... Y ahora tengo


mi planillita.

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—Usted pensaba que el agente era un militar corrupto que se robó


las armas de una unidad militar. ¿Correcto?
—Noooo. Yo pensé que a través de él el gobierno nos estaba ayu-
dando como a la contra... Eso no se probó en la Corte.

El contraexamen del jefe de los Comandos F-4 termina cuando


es la 1:46 p. m.
Joaquín viene para concluir con su reexamen.

—¿Cuando usted se reunió con el agente López, no pensó que era


un crimen?
—No. Había una vez unos contras que...
—¿Entonces por qué se reunía en secreto?
—Todas las reuniones militares se realizan en secreto.
—¿No era usted una persona peligrosa en ese entonces?
—¡¿Yooooo?! Noooo, qué va.

Y mientras la fiscal se quiere meter debajo de su silla, el testigo


explica que él era un buen padre a quien ni siquiera se le estableció
fianza y se le dejó libre bajo palabra hasta la celebración del jui-
cio; cómo fue de lo más bien tratado, tanto por los agentes del FBI
como por la Fiscalía y hasta por el juez Federico Moreno; y cómo el
gobierno le estuvo ofreciendo un año de arresto domiciliario por-
que, al fin y al cabo, lo único que él había hecho era querer comprar
un lanzacoheticos antiaéreo, unas libritas de alto explosivo y unos
fusilitos ahí, de esos antitanques y esas cosas así. Pero él estaba
agradecido al FBI, al juez y a la Fiscalía, y su único odio era hacia
Castro por su padre, por su hijo y por el espíritu santo. ¡Ahhhhh!, y
porque Castro quería atacar a los Estados Unidos, le decían... y por
eso su odio era hacia Castro.

—¿Entonces su corazón no ha cambiado?


—No, solo mis tácticas –concluye orondo el señor Rodolfo Frómeta,
que comenzó su testimonio como jefe de los Comandos F-4 y lo
terminó como jefe de un grupito ahí de pacifistas genéticos con
nombre de vaca cruzada.

No vale la pena entretenerse en un resumen de este testimo-


nio. Circense, ridículo, burlesco, falso, en fin, todo lo que la Fiscalía

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se temía ocurrió en el estrado y no podía ser de otra forma, pues


así de circense, ridículo, burlesco y falso es el patrioterismo de este
elemento que se fue y que incubó aquí, primero bajo las órdenes
de la CIA (Agencia Central de Inteligencia), para evolucionar hasta
los días actuales en que pueden imponer su poder económico y su
voluntad sobre políticos, funcionarios y cuanta alma venal o pusi-
lánime ocupe un puesto en esta ciudad. Incluyendo, por supuesto,
a algunos fiscales.
Otro buen día para Joaquín, que sigue lidiando cuesta arriba con
todo tipo de testigo hostil pero a paso firme. No obstante, el aboga-
do no se duerme en los laureles, así que esa noche tampoco puedo
intercambiar criterios con Roberto, pues junto al abogado y Anglada
se encuentra trabajando en la presentación del próximo día. Y ha-
blando de día, todavía es sábado 7 de abril y son las 6:45 p. m., así
que pasemos directamente al miércoles 28 de marzo.

Ese miércoles la jueza programó una jornada vespertina, de ma-


nera que nos pasamos la mañana hasta las dos de la tarde en las
celdas de espera, consumiéndonos de impaciencia. Esta vez no ma-
tamos el tiempo discutiendo algún tema interesante, pues ante la
perspectiva de una espera tan larga, tratamos de dormir lo más
posible, acomodándonos en los rincones vacantes más propicios.
A las 2:12 estamos en la sala. El agente del FBI Ray López es el
próximo testigo de Joaquín. El señor López ha estado en el FBI doce
años y lleva tres como supervisor, especializado actualmente en
bombas. Estuvo en los Marines entre 1977 y 1982, y en los meses
de mayo a junio del año 94 pertenecía a la Fuerza de Tarea con-
tra Crímenes Violentos. Su experiencia militar en cuanto a armas y
explosivos fue el factor que se consideró para ser enviado como
carnada, a fin de pescar al amoroso miembro de la comunidad y
genetopacifista Rodolfo Frómeta.
El agente López explica cómo le fue asignada la tarea, cuando
se supo que los miembros de F-4, Rodolfo Frómeta y Fausto Mari-
món, estaban buscando adquirir algunas herramientas peligrosas,
se decidió que él simulara ser un militar corrupto de una base en
Georgia. Se reunieron unas cuatro o cinco veces; algunas de las
reuniones fueron grabadas por el FBI. El oficial identifica la tarjeta
de presentación que Frómeta le extendiera, en los tiempos en que

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todavía se denominaba jefe de los Comandos F-4, la misma que el


sujeto se negó a identificar, en la que la figura de un fusil fue sus-
tituida por las figuritas pacíficas de la tarjeta que se empeñó en
presentar en el juicio.
El señor López explica que Frómeta le dijo el significado de F-4:
«fuego por los cuatro costados», y luego identifica al individuo en
la fotografía donde posa con el fusil AR-15 y el lanzagranadas aco-
plado bajo el cañón, el mismo artefacto que el guerrero se negara
a identificar diciendo que «tal vez podría ser algo para lanzar ben-
galas». Tras decir que la posesión del artefacto era ilegal, el oficial
explica las herramientas que quería adquirir el cliente: balas, explo-
sivo C-4, los cohetes antiaéreos Stinger y lanzacohetes LAW M-72
antitanques. La puja de precios comenzó en los 100 000 dólares y
terminó en alrededor de los 10 000.
Ahora pasamos al video de la compra, que se realiza en un
almacén montado por el FBI para grabar y filmar las acciones.
Es el 2 de junio de 1994 y el agente entra con los dos sujetos al
almacén donde abren una caja que, en lugar de contener flores,
contiene un lanzacohetes Stinger. Por un buen rato el agente
muestra a Frómeta y a Marimón cómo operarlo dándoles falsas
instrucciones: «Yo, por supuesto, no les iba a decir a ellos cómo
operar aquella cosa». Otra caja contiene los lanzacohetes LAW,
cuyo manejo el agente explica también a los sujetos tomán-
dose su tiempo y, por supuesto, dándoles falsas instrucciones.
El agente ha ido sustituyendo la falta de sonido del video con
sus explicaciones y nos cuenta que, al terminar de explicarles la
forma de utilizar las herramientas, cerró el trato entregándoles
una muestra del explosivo y recibió los 5000 dólares de entra-
da, para que el resto le fuera entregado después. Según cuen-
ta, Frómeta le dijo que el Stinger sería utilizado en Cuba para
protegerse de los helicópteros, él les explicó a los clientes que
tuvieran cuidado, pues el helicóptero podía caer sobre un hotel
o el mecanismo infrarrojo del cohete podía buscar los moto-
res de un avión de pasajeros, si no se apuntaba correctamente.
«Bueno, así mataríamos dos pájaros de un solo tiro», fue la res-
puesta de Marimón a la preocupación del agente.
A las 2:50 viene la señora Heck Miller para contrainterrogar al
testigo. Enfatiza que Marimón entró la furgoneta al almacén y en-
tonces el agente cerró la puerta para que la furgoneta fuera carga-
da, luego el agente se alejó y ocurrió el arresto. El señor López no

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era el agente de este caso sino el oficial Oscar Montoto. De nuevo


se establece que F-4 significa «fuego por los cuatro costados» y
que el oficial López hizo el papel de militar corrupto. La fiscal expre-
sa que el valor de los equipos era muy superior en el mercado a los
15 000 dólares y que los clientes parecían poco informados respec-
to al uso de los mismos. El agente se tuvo que reunir con Montoto
varias veces para analizar los detalles de la operación:

—Hay ciertos procedimientos en estos casos que hay que cumplir


para el éxito del operativo –indica el testigo.

Se dice que los individuos nunca hablaron acerca de matar a


Castro, y de nuevo la fiscal establece que los pobres eran unos ile-
trados en el manejo del Stinger. El precio final de la transacción fue
de 15 000 dólares.
A las 3:00 p. m. Joaquín recupera a su testigo.
Los agentes tuvieron que asegurarse de que los clientes estu-
vieran dispuestos a comprar la mercancía por sí mismos y no influir
en sus deseos para poder proceder. Aunque estos no parecían muy
conocedores del uso de los lanzacohetes, no les faltaba el entusias-
mo. El agente no recuerda si se habló de ataques a refinerías o a
barcos, y Joaquín le muestra su reporte para refrescarle la memoria.
Efectivamente, se habló de atacar depósitos de petróleo en La Ha-
bana o en Matanzas, así como barcos petroleros, ya fueran mexica-
nos o rusos. A las 3:05 el señor López es excusado.
El próximo testigo es la señora Debbie McMullen, investigadora
de la Oficina del Defensor Público, que ha trabajado con Joaquín
en este caso. Explica que su trabajo consiste en investigaciones,
revisión de antecedentes, examen de evidencias y otras activida-
des. Joaquín quiere introducir a través de Debbie un documento
encontrado en casa de Gerardo y se lo muestra a Caroline Heck
Miller; pero cuando lo va a retirar, la fiscal se aferra al papel y por
poco se va con papel y todo tras el abogado, haciendo el ridículo y
despertando risas en el jurado. Joaquín suelta el documento, con la
fiscal de apéndice, y mientras Caroline Heck Miller lo lee minucio-
samente el abogado se recuesta al podio a esperar, en tanto que
la jurado Omaira García se tapa la cara para no explotar de risa. El
documento es el que su existencia la fiscal dijera desconocer, que
vincula nuestro trabajo a Comandos F-4, por una orientación dada a

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Gerardo: se trataba de localizar un campamento de entrenamiento


del grupo, en el área de Ockechobee, el centro de Florida.
La respuesta de Gerardo también es presentada. Este explica
cómo en compañía de Fernando hizo el recorrido que se le so-
licitó, pero los datos fueron insuficientes para encontrar el cam-
pamento.
A las 3:30 la señora McMullen está a disposición de Caroline
Heck Miller.
La fiscal entra en los detalles del recorrido desde Miami hasta el
centro de Florida para puntualizar las referencias que Gerardo no
pudo encontrar y pregunta:

—¿Entonces es posible que no existiera tal campamento?


—Yo no sé.

Y, en diez minutos, Joaquín tiene la palabra para reexaminar a


su investigadora.
Así que a las 3:40 Joaquín toma el estrado para establecer que
la tarea consistía precisamente en verificar la información. Que en
el informe de Cuba se describen detalles del campamento como las
armas, el personal, etc., y en la respuesta de Gerardo este manifies-
ta que está de acuerdo con la idoneidad del lugar para instalar el
campamento, con lo cual también coincide la investigadora.
Nos vamos a un receso, al volver, a las 4:05, Philip me dice que
Ramón Saúl está en una cruzada radial por la Quinta Enmienda. Y
se ha armado un «enmierdero del cará» en la sagüesera.
A esa hora sube al estrado de los testigos la agente Julie Torres;
posiblemente la persona de peor memoria que haya testificado en
este juicio, aunque en este tema de la desmemoria aquí no se pue-
de ser muy absoluto.
La señora Torres ha sido agente de la Agencia de Alcohol, Tabaco
y Armas de Fuego (ATF) durante diez años y ocupó desde el año 2000
un puesto de supervisión. En mayo del 93 arrestó a nueve perso-
nas, pero no puede recordar un solo nombre ni el grupo al que las
personas pertenecían. Joaquín trata de guiarla un poco con sus pre-
guntas, pero ante la objeción de Heck Miller pide un side bar. Mien-
tras discuten no puedo menos que pensar que si a la señora Torres
la hubiera llamado a testificar la Fiscalía, se acordaría hasta del color
de los cordones con que los detenidos anudaban sus zapatos.

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La jueza autoriza a Joaquín a guiar a la testigo y esta comienza a


recordar las granadas, niples, fusiles y propaganda de Alpha 66. Con
ayuda del reporte que ella misma escribiera, salen a relucir deta-
lles de la conversación con Elvis Castellanos y Jesús Hoyos, quienes
se identificaron como miembros del grupo. Joaquín le muestra una
fotografía de Hoyos con un arma, pero la supervisora de la Agen-
cia de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego no conoce el equipo que
tiene el sujeto en las manos.
Enero 30 del año 1993: un bote del PUND (Partido Unidad Na-
cional Democrático) de nombre Angelina es detenido en alta mar y
remolcado hasta Miami Beach con cinco personas a bordo, entre
los que están Iván León Rojas y Kike Rabade. Ametralladoras, rifles
automáticos, de los cuales dos AR-15 tienen lanzagranadas instala-
dos, 8000 balas y ropa de camuflaje.
Heck Miller se pone histérica cuando Joaquín quiere adentrar-
se en la conversación de Rojas con la oficial, y objeta una y otra
vez hasta que se logra sacar en claro que el individuo se identificó
como miembro del PUND y dijo que pensaban desembarcar las
armas en Cuba, cuyas costas se encontraban a 50 millas del lugar
donde el bote fuera detenido. Rojas fue el único encausado de ese
grupo. Las fotografías del abordaje se introducen como evidencia y
se muestra otro arsenal. Los nombres de Sergio González Rosquete
y Justo Regalado, ambos dirigentes del PUND y vinculados al nar-
cotráfico, salen a relucir en relación con el incidente.
A las 4:48 Heck Miller toma la palabra para interrogar a la testi-
go; en esta ocasión decide representar al gobierno. Y argumenta: los
laboratorios son los que tienen que determinar si un arma es auto-
mática o semiautomática; las armas automáticas tienen capacidad
de disparar en ráfaga y las semiautomáticas no, por eso las últimas
son legales. Rojas fue el único en admitir el conocimiento de las ar-
mas, que, dicho sea de paso, estaban ocultas en un escondrijo; los
otros negaron tener relación con las mismas. Rojas lo sabía todo y
los otros, incluido el capitán del bote, solo se enterarían de la misión
cuando estuvieran cerca de Cuba. El bote no alcanzó esa cercanía
y, por lo tanto, nadie se enteró del secreto de Rojas. De nuevo las
armas eran semiautomáticas y al parecer las armas semiautomáti-
cas no matan y son perfectamente legales, sobre todo si es para ir
a matar cubanos a la Isla. Las granadas destruyen, pero los lanza-
granadas no. Estos solo sirven para lanzar granadas. Sofista y cínica
esta señora.

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A las 5:00 p. m. Joaquín vuelve al podio. Los restantes miembros


de la expedición, excepto Rojas, negaron saber de las armas y dije-
ron que pensaban que se trataba de una pesca de langostas.

—¿Usted vio alguna langosta a bordo?


—No.
—¿Usted investigó más a fondo?
—No, yo solo reporté lo que ellos dijeron.
—Asumiendo que las armas fueran semiautomáticas, ¿ellos no es-
taban violando otras leyes de exportación de armas a esa dis-
tancia de los Estados Unidos?
—Sí, pero ese es un asunto de la gente de aduanas.
—¿Enviaron las armas a un levantamiento de huellas digitales para
ver si se encontraban otras huellas que no fueran las de Rojas?

La agente dice que sí, pero no sabe lo que pasó después y a


las 5:10 p. m. termina el día. Mientras, Gerardo sigue produciendo:

¿Y usted qué hizo cuando ellos dijeron que Bueno, nosotros realmente nos preocupamos,
estaban “pescando langostas” con rifles porque en esa época del año es ilegal pescar
semiautomáticos y granadas? langostas…

Debo decirte que a estas alturas las caricaturas de Gerardo son


altamente disputadas en la sala. Los alguaciles nos las exigen y se
mantienen al tanto de la última para saber si se han perdido algu-
na. El laborioso Richard, el estenógrafo de la Corte, a cada rato se
nos acerca para actualizarse con las que no ha podido ver, y Norris
las está coleccionando, dice que para juntarlas en un libro. El se-
ñor Londergan no se pierde una y las disfruta como un muchacho.
Hay que ver a estas personas aguantando la risa cuando les llega
una caricatura porque no quieren que los fiscales se den cuenta
de lo que está pasando. Hace un par de días nos reíamos porque
Joaquín recibió una caricatura justo antes de un receso y en ese

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momento la señora Heck Miller, precisamente el objeto del dibujo,


lo llamó para tratar un asunto del juicio. Mientras nos retirábamos
a nuestra caja de resonancia lo último que pudimos ver fue a Joa-
quin sacudiendo inadvertidamente la caricatura justo frente a la
nariz de la fiscal. Aparentemente ella no se dio cuenta, pues cuan-
do regresamos a la Corte Joaquín estaba vivo.
En el momento de irnos circula una moción nueva de la Fisca-
lía. Básicamente quiere limitar el testimonio del teniente coronel
cubano Roberto Hernández Caballero, quien ocupará el estrado el
próximo día. En este juicio todo parece estar de cabeza, pues los
acusadores se la pasan defendiéndose de algo todos los días.
Esa tarde converso con el señor James Londergan sobre su viaje
a Cuba. Me comenta sobre algunas cosas que lo impresionaron. Lo
bien que se conserva el antiguo despacho presidencial en el Museo
de la Revolución, a pesar de ser parte de la historia de la seudorre-
pública. También me dice que le sorprendió ver que la estatua de
Cristo al otro lado de la bahía fue mantenida por la Revolución. Yo
me río con él de todas las tonterías que le habían metido en la cabe-
za, le explico que la historia es historia y sería una estupidez querer
borrar el pasado, lo cual nunca ha sido un objetivo del gobierno cu-
bano. Londergan me dice que compró un libro de historia en inglés
en el museo, que lo está leyendo y le parece muy interesante.
Para terminar, me cuenta una anécdota: resulta que se encontró
un grupo de turistas norteamericanos en el museo y todos comen-
zaron a hablar de la manera en que habían llegado a Cuba. Al final
todos terminaron riéndose de que el único que lo había hecho le-
galmente era él. «Me miraban como a un bicho raro», me comenta
Londergan antes de despedirse.
La contrapartida la escucho en el radio por la noche. Otto Reich,
designado por George W. Bush como Subsecretario de Estado para
América Latina, apoya el aislamiento de Cuba porque «las personas
que viajan a la Isla pueden ser contaminadas ideológicamente».
Así como lo oyes.
Y sigo sin poder hablar con Roberto. Parece que mi hermano,
Joaquín y Anglada están acuartelados hasta que termine el caso
de Méndez.
¡A la cama!

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Hoy es domingo 8 y son las 10:10 a. m. Como viste, anoche tuve


que terminar algo abruptamente mi relato, aunque afortunada-
mente pude saldar mi deuda hasta los sucesos del miércoles 28
de marzo.
Antes de contarte los hechos del jueves 29 quiero darte mis
puntos de vista sobre los dos últimos testimonios, los de los agen-
tes Ray López y Julie Torres. Paso por alto el de Debbie McMullen,
que no necesita mucho comentario.
El agente López me pareció un hombre serio y que parece
haberse tomado su trabajo a pecho en relación con la compra
de las armas por Frómeta. Su testimonio sirvió para completar
el cuadro de este individuo y eliminar cualquier duda en algún
jurado que pudiera pecar de excesiva ingenuidad. Al menos tu-
vimos un agente que no demostró hostilidad o resistencia a res-
ponder al abogado, y esto prueba que la humanidad todavía
tiene arreglo.
La señora Torres es harina de otro costal. En todo momento
demostró estar en el estrado a su pesar y hubo que obligarla a re-
cordar cada una de sus respuestas. Yo no puedo esperar que los
agentes que pasan por el estrado recuerden los detalles de hechos
ocurridos tres, cuatro o siete años atrás. Pero cuando un agente
llega a testificar para la Fiscalía y recuerda con mucho entusiasmo
si Guerrero tenía la gorra virada en su encuentro con Gerardo en
el año 96, es porque repasó los reportes que escribió en aquella
época, lo que a mí me parece totalmente lógico. Eso es lo único
que me hubiera gustado ver en la agente Torres en esta ocasión, y
estoy seguro de que lo hubiera hecho de haber sido llamada por
Heck Miller.
En cualquier caso, ambos agentes fueron testigos sólidos para
Joaquín. Ambos demostraron la naturaleza de las actividades de
los grupos anticastristas. Incluso el contraste entre sus actitudes
no nos viene mal, pues si por un lado prueba que puede haber
oficiales celosos con su trabajo, también se ve que Cuba tiene
razón cuando se observa la negligencia con que otros miran es-
tas actividades terroristas, muy probablemente motivados por los
mismos odios y prejuicios que han guiado el comportamiento de
los fiscales.
Ese jueves 29 de marzo llegamos a la sala y nos enteramos
de que la búsqueda de Philip por Internet apenas ha arrojado re-
sultados. La prensa «libre y objetiva» que nos ha acompañado

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está haciendo mutis y no sabe cómo lidiar con el juicio. No ha


aparecido una sola de las fotografías puestas en la evidencia, que
muestran los arsenales ocupados a los grupos anticastristas. No
existe el video que se le tomó a Frómeta probando su lanzacohe-
tes antiaéreo. Se acabaron los días de inquisidores artículos en los
que se investigaban en los documentos de la evidencia hasta
los puntos suspensivos y se hurgaba en las vidas de los espías.
Posiblemente ellos no saben cuán felices somos ahora. Pero en
sustitución de las noticias de la Corte, al menos pueden hablar de
la infelicidad de otros, y El Nuevo Herald nos regala como noticia la
cruzada de Ramón Saúl Sánchez para llamar al gallinero a aco-
gerse a la Quinta Enmienda.
Camino a la Corte, Gerardo nos hace una consulta algo enigmá-
tica sobre ortografía inglesa:

—¿Cómo se escribe la palabra «association»? ¿Con una o con dos eses?


—Con dos eses.
—¿O sea que es dos eses y luego una ce?
—Sí.

Y al llegar a la Corte nos regala una caricatura relativa a la Natio-


nal Rifle Association,4 un famoso grupo de cabildeo de los Estados
Unidos, y una nueva adquisición que podrían haber hecho después
de la audiencia de la víspera:

National (Semi-automatic) Rifle Association Woman of the year


Mujer del año

4 National Rifle Association (Asociación Nacional del Rifle). Importante grupo de


cabildeo estadounidense, defensor de la Segunda Enmienda que otorga el de-
recho a la posesión de armas bajo la justificación del derecho ciudadano a
defenderse. Representa los intereses de los fabricantes y vendedores de armas.

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A las 9:07 a. m. empieza el primer testimonio, que es la deposición


tomada en Cuba a Felipe Hernández Carmona. Así que nos preparamos
para ver lo que dice este cubano a través de las pantallas de nuestros mo-
nitores. O mejor dicho, lo que ya dijo en la Isla en octubre de 2000.
Bajo el cuestionario de Joaquín, el ponente explica que tras su
servicio militar pasó a trabajar al hotel Meliá Cohíba en 1995 como
oficial de seguridad. Nos ofrece una descripción de la instalación de
cinco estrellas, «la más moderna de Cuba», donde se alojan perso-
nalidades y hasta presidentes, y es utilizada también para realizar
distintos eventos. Tras identificar algunas fotografías de la fachada
del hotel, manifiesta que su trabajo lo realiza en todo el edificio y
recorre sus áreas para garantizar la seguridad.
Con respecto a la discoteca Aché, rebautizada Café Habana, infor-
ma que fue remodelada tras una explosión que la dañó. Sobre este
tema de las explosiones, cuenta cómo el 4 de agosto del 97, justo
después del cambio de turnos de trabajo y cuando ya se retiraba a su
casa, lo hizo regresar un estallido que sacudió el lobby del hotel. Encon-
tró un cráter en el suelo, destrucción en el área y humo en la discoteca
contigua. Tras describir someramente los daños, explica que en ese
momento había trabajadores cerca, aunque no turistas por ser muy
temprano en la mañana. En cuanto a la explosión de la discoteca Aché,
había ocurrido anteriormente, el 12 de abril de ese mismo año, en el
baño de los hombres. El suceso ocurrió alrededor de las 4:00 a. m. Él
fue llamado enseguida y vio la destrucción, que identifica en varias
fotografías junto a otras de la explosión del lobby. Por último, afirma
que aquellos fueron tiempos en que se realizaban chequeos constan-
tes debido a amenazas diarias de bomba.
A las 9:30 toca el contraexamen a Kastrenakes, quien viene con
su mascarilla de carácter.

—Por favor, responda sí o no y si quiere explique después.

Comienza con una pregunta genial, a la altura de su intelecto:

—¿Usted vio a alguien plantar la bomba?

El testigo lo perdona esta vez y le dice que no vio a nadie.

—¿Usted estaba allí en el momento de las explosiones?

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—En la de agosto, sí.


—¿Usted vio quién puso la bomba?

No se puede ser mentecato dos veces en tan poco tiempo, so


pena de que a la segunda no te la dejen pasar.

—Si hubiera visto quién la puso no hubiera explotado.


—¿Usted conoce a Rubén Campa?
—Yo sé que me llamó como testigo, pero no lo conozco.
—¿A Manuel Viramontes? ¿A Luis Medina? ¿A René González? ¿A
Antonio Guerrero?
—No, no, no y no.

El fiscal le muestra nuestras fotografías y tras examinarlas dete-


nidamente no cree reconocer ninguna.

—¿Usted testificó en el juicio a los que pusieron las bombas?


—No.
—¿Usted sabe que este es un procedimiento legal?
—Sí.
—¿Sabe contra quién es?
—Bueno. Supongo que contra los terroristas que organizaron esto
desde Miami.

A las 9:46 terminó la deposición de Felipe Hernández y pode-


mos apagar nuestros monitores. Hernández es un mulato grande
con cara de muchacho, que inspira respeto a pesar de su juventud.
Directo y al grano, serio, concreto y pausado en sus respuestas, ha
sido un buen testigo para introducir el tema de las explosiones que
sacudieron La Habana en los años 97 y 98. El contraste entre este
cubano de verdad y los personajes que han pasado por aquí, alar-
deando de una cubanía que no deben de haber tenido nunca, es
obvio. Esto, exceptuando a quienes viven honradamente por acá,
difícilmente vinculados a la industria del anticastrismo.
El próximo testigo es un cubano de Cuba y en vivo. Se trata del
teniente coronel Roberto Hernández Caballero, a quien se le tomó
declaración el año pasado, pero luego se decidió que viniera a tes-
tificar en persona, por supuesto venciendo el pataleo de la Fiscalía

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que, hasta la víspera, ha estado tratando de limitar su testimonio y


lo seguirá haciendo hasta que Caballero aborde el avión de regre-
so a Cuba. El testigo tiene treinta y siete años. Vive en La Habana.
Nació en Matanzas. Es oficial de la Seguridad del Estado. Investiga
actividades de terrorismo y otros actos violentos. Ha estado hacien-
do esto durante diecisiete años. Graduado como abogado. Pasó la
academia militar en Ciencias Policiales. Postgrados en Criminología,
Derecho Internacional, Derecho Corporativo y Terrorismo.
Abundando en las características de su trabajo, el teniente coro-
nel expone que él dirige un grupo de tareas. Sus integrantes realizan
investigaciones. Y el testigo recibe los resultados de cada especia-
lidad para ponerlos en manos de la Fiscalía. Hernández explica el
concepto de terrorismo: «Es la violencia aplicada con el objetivo de
aterrorizar a grupos de personas indiscriminadamente. En este caso
dirigida a un grupo específico, como son los turistas». Antes de en-
trar en materia, el testigo manifiesta que él pertenece al MININT
(Ministerio del Interior), entidad que agrupa otros departamentos
como la Policía, Inmigración, Inteligencia y demás. El testigo no co-
noce a ninguno de los acusados.
Y sin más, nos sumergimos en la cronología del terrorismo con-
tra las instalaciones turísticas de La Habana, a mediados de la dé-
cada del 90:
Abril 12 del 97. El testigo identifica una fotografía del hotel Me-
liá Cohíba y localiza la discoteca Aché. Tras una explosión en el
baño de la discoteca el oficial fue llamado a las 4:00 a. m. para des-
cubrir que el baño había sido destruido. Identifica fotografías de la
explosión:

—Fue una explosión grande.


—Objeción —salta Kastrenakes—. Está dando opiniones.

Joaquín quiere saber si el testigo ha sido entrenado para estudiar


explosiones, pero el fiscal pide un side bar y logra ciertas limitaciones
en cuanto a opiniones en este campo. Hernández comenzó su in-
vestigación, conversó con los testigos...

—¿Cómo reaccionaron las personas en el lugar?


—Objeción.

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—¿Cuál era el estado de ánimo de los trabajadores?


—Objeción.
—¿Cómo se manifestaron las personas cuando usted habló con
ellas?
—Estaban asustadas, especialmente el especialista en sonidos del
lugar que...
—Objeción.
—Denegada.

Abril 30 del 97. Hernández anda todavía por el hotel, debido al


estallido de unos días antes, cuando es llamado por unos trabaja-
dores. Un jardinero encontró un artefacto extraño dentro de una
maceta y el oficial va a investigar. Otra bomba. Los expertos en de-
sactivación son llamados al lugar y el área es evacuada. La bomba
es desactivada y sus componentes enviados al laboratorio. Cuan-
do Joaquín le pide al oficial que identifique la masa explosiva, Kas-
trenakes objeta y el jurado es excusado.
Se discute la moción que la Fiscalía ha estado poniendo para re-
ducir el testimonio del testigo. El bergante de Kastrenakes dice que
ya antes de las deposiciones la jueza había limitado el testimonio a
las explosiones en el Cohíba, porque eran las únicas que se mencio-
naban en la evidencia, y aduce que no hay ninguna otra referencia
específica respecto a otras explosiones, por lo que el testimonio tie-
ne que limitarse a aquellas.
Joaquín plantea que aun antes de que hubiera una sola explo-
sión en Cuba, ya en la evidencia aparecen instrucciones que se re-
fieren al sector turístico en general, advirtiendo tempranamente que
en el año 96 se podrían producir estos hechos, según informacio-
nes recibidas. Otro documento posterior a las explosiones instruye
a mantener los vínculos con alguien cercano a Posada Carriles, a
quien se identifica como organizador de los atentados en los hote-
les de La Habana.
La jueza ha aprendido bastante desde octubre pasado hasta la
fecha. Las citas que ha hecho Joaquín de la evidencia son suficientes
para incluir todas las explosiones de La Habana que el testigo ha in-
vestigado, así que se amplía el radio del testimonio con respecto a lo
que se aprobara hace seis meses. Y los fiscales no alcanzan para
calafatear su caso.

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x | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

Kastrenakes vuelve a tomar la palabra para excluir la fotografía


del italiano Fabio Di Celmo,5 asesinado por una de las explosiones.
Aduce que la fotografía tomada en la morgue es muy fuerte y su
valor emocional supera al valor probatorio. Joaquín riposta diciendo
que la Fiscalía ha mostrado suficientes fotografías de los pilotos de
Hermanos al Rescate. Igualmente la grabación de los Mig se ha es-
cuchado una y otra vez para impresionar al jurado. La jueza revisa
las fotografías y concede este punto a la Fiscalía.
Julio 12 del 97. A las 11:25 estamos de vuelta en La Habana,
donde ese día estallaron bombas en los hoteles Nacional y Capri
que el testigo identifica en fotografías. Cinco días después fue a am-
bas instalaciones para comenzar la investigación, empezando por el
Hotel Nacional. La bomba estalló junto a las cabinas telefónicas en
el lobby y el oficial identifica fotografías del cráter de la explosión y
los daños al mobiliario. En este caso la explosión no es tan potente,
posiblemente la más débil de todas.
Gerardo sigue dedicando todo el testimonio de su más caro
aprecio a la señora Caroline Heck Miller. Espero que Adriana no se
ponga celosa, pero no me negarán que la fiscal se merece este re-
conocimiento:

Carpeta Cuando los fiscales vayan para la próxima


Desk deposición se van a hospedar en el Hotel Nacional.

Tras visitar el Hotel Nacional, el testigo se dirige al Capri donde la


explosión del 12 de julio destruyó la fachada de cristal del edificio.

5 Joven empresario italiano asesinado el 4 de septiembre de 1997, en el hotel


Copacabana, debido a una bomba colocada en el vestíbulo por el mercenario
salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, al servicio de la Fundación Nacional Cuba-
no-Americana por intermedio de Luis Posada Carriles.

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Las fotografías nos muestran el cráter de la explosión, los daños


en las paredes, los vidrios rotos y los muebles destrozados. Una
explosión realmente fuerte.
Agosto 4 del 97. El teniente coronel se encuentra en el Meliá
Cohíba cuando ocurre una explosión en el lobby, y se dirige hacia el
lugar a tiempo para ver el humo y los muebles ardiendo. Más fo-
tografías. Un pedazo de madera de un mueble se incrustó en una
maceta. Daños extensos. Una explosión realmente fuerte.
Septiembre 4 del 97. El oficial había establecido su cuartel gene-
ral en el hotel Cohíba y es llamado al hotel Copacabana. Camino del
lugar, le informan que otro artefacto estalló en el �ateau Miramar,
y poco después se entera de otro más en el Tritón. El oficial divide
a su grupo y se dirige a este último, nos muestra fotografías de lo
que halló en el lugar. Los daños son serios.
Después del Tritón, el teniente coronel se dirige a los hoteles
�ateau Miramar y Copacabana, en ese orden. Vemos una foto-
grafía de la fachada del primero, así como de los daños de la ex-
plosión. Los daños son extensos. Luego el investigador se dirigió
al Copacabana, del que también nos muestra una fotografía de
su fachada. Las imágenes de los daños también son identificadas:

—La bomba fue puesta dentro de un cenicero que se convirtió en


una granada de fragmentación.
—Objeción.
—Sostenida.

Fragmentos de metal del cenicero incrustados en los alrededo-


res del cráter y en el revestimiento de madera ornamental de las
paredes. También un charco de sangre, provocado por el fragmen-
to de metal que cercenara las arterias del cuello al turista Fabio Di
Celmo. Luego el oficial vería el cuerpo del joven italiano y el frag-
mento del cenicero ya extraído de su cadáver. Otras personas su-
frieron heridas de distinta severidad.
Este día fue de mucho trabajo para el investigador. Por la noche
estalló otro artefacto en la Bodeguita del Medio. El testigo identi-
fica una fotografía del lugar y hace una pequeña descripción: un
lugar histórico, visitado por gran cantidad de turistas y celebridades
durante muchos años. Conocido alrededor del mundo por la tra-
dicional costumbre de permitir a los parroquianos que graben su
nombre en algún sitio de sus paredes.

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x | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

—¡Objeción. Irrelevante!
—Desestimada. —Y el testigo sigue explicando que el área está
muy poblada y siempre hay turistas de visita. La fotografía de
los daños es expuesta al jurado. Estos son serios y hay cuatro
turistas mexicanos heridos.

Ese 4 de septiembre hubo otra persona ocupada en La Habana


además del investigador. El salvadoreño Ramón Ernesto Cruz León,
que actuaba bajo instrucciones y financiamiento de la Fundación
Nacional Cubano-Americana, tuvo una jornada ajetreada poniendo
bombas en los sitios turísticos de la ciudad. Esa noche coincidirían
ambos, investigador y terrorista, en una celda en la que el segundo
estaba a buen recaudo tras su arresto. A las 12:50 la jueza decreta
un receso a las explosiones.
Octubre 19 del 97. Regresamos a la 1:12 p. m. y ya estamos en
La Habana. Ese día un artefacto sospechoso es encontrado en un
microbús de turismo que se encontraba en su base. El artefacto es
identificado como una bomba con explosivo C-4, acoplado a un
reloj marca Cassio para determinar el tiempo de la explosión. Más
fotografías de la bomba envuelta en un paquete dejado como por
azar dentro del vehículo.
Octubre 30 de 1997. El agente es llamado al Aeropuerto In-
ternacional José Martí, a propósito de un artefacto colocado de-
bajo de un kiosco de ventas, exactamente debajo del mostrador,
en un espacio entre el piso del kiosco y el suelo. La bomba es
desactivada.
Hemos acompañado al teniente coronel en un largo recorrido
por los lugares turísticos de nuestra Habana, donde, según un ex-
perto en terrorismo traído a testificar por el gobierno, puede suceder
todo esto sin que tenga que considerarse una ola de bombas. Des-
pués de cerca de un año de maniobras y truculencias de la Fiscalía,
el abogado Joaquín Méndez ha podido crecerse y presentar ante
una corte de Miami un testimonio de las actividades de ese grupo
de delincuentes resentidos conocido como la Fundación Nacional
Cubano-Americana, honorable agrupación que se dedica a la res-
petable tarea de comprar políticos en Washington y funcionarios en
Miami, mientras con la mano izquierda paga a pandilleros centroa-
mericanos para que hagan lo que ellos, supuestos patriotas cuba-
nos, no tienen el coraje de hacer.

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rené gonzález sehwerert

Para resumir esta parte, el testigo repite que su rol fue el de in-
vestigador principal: recogió evidencias y analizó los resultados de
su equipo para llegar a conclusiones. El abogado quiere establecer
si el investigador participó en el juicio, pero una secuencia de obje-
ciones de Kastrenakes se lo impide.

—¿Alguien fue arrestado?


—Sí. Básicamente quienes introdujeron y plantaron los artefactos.
—¿Algunas personas han escapado al arresto?
—Sí.
—¿Algunos de los implicados viven en Miami?
—Objeción.
—Repita la pregunta señor Méndez –dice la jueza.
—¿Por qué no han sido arrestados todos los implicados en estas
actividades?
—Todo esto fue organizado, financiado y planeado desde Miami.

Kastrenakes pide un side bar y logra que la respuesta sea retira-


da del récord.

—Respóndame sí o no. Basado en su experiencia, en la investiga-


ción y la evidencia, ¿algunos de los responsables de estos actos
viven en los Estados Unidos?
—Objeción.

Vuelve Joaquín a la carga:

—Basado en su experiencia, en la investigación y en la evidencia,


¿opina que los responsables de estos actos viven en los Estados
Unidos?
—Sí.

Para terminar el día se examinan los pininos de cooperación en-


tre las agencias de Cuba y los Estados Unidos en relación con estas
actividades. Agentes del FBI fueron a Cuba debido a los actos de
terrorismo contra la Isla. El testigo participó en la preparación de los
documentos que fueron entregados a la parte norteamericana y su
trabajo se reflejó en el resultado final que él tuvo oportunidad de

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x | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

revisar. Otros elementos ajenos a su aporte consistieron en mate-


riales escritos sobre infiltraciones y ataques a instalaciones turísti-
cas, videos y otros materiales relativos a terrorismo, entre los años
1990 y 1998. El agente fue a una reunión en Washington en marzo
de 1999 y se reunió con agentes del FBI para intercambiar docu-
mentos acerca de estas investigaciones.

—¿Usted cree que los Estados Unidos dieron continuidad a estas


investigaciones?
—Objeción.
—¿Usted sabe si se han producido resultados tras estos encuentros?
—No se han producido resultados.

Es la 1:50 p. m. y termina la sesión.


Esa noche llegamos al piso y buscamos las noticias del juicio...,
¿pero de qué juicio? Aquí no ha pasado nada. Absolutamente nada.
Nada de nada. Definitivamente nos debe estar yendo bien en este
asunto.

Es domingo 8 de abril cuando comienzo a contarte los sucesos


del viernes 30 de marzo. Son las 8:15 p. m. y voy a teclear hasta
las 9:00, bañarme, tomarme una sopa y, cuando nos cierren a las
9:45, corregir las últimas planas hasta que nos vuelvan a sacar
algo más tarde, pues esta semana el piso pasó la inspección y
tenemos noche hasta las 11:45. Esto me da un tiempo de algo
más de una hora para seguir escribiendo en la noche. Quiero
amanecer mañana con ese viernes adelantado, para que me dé
tiempo a hacerte una carta personal, pues este diario ya ha de-
jado de serlo.
Cuando nos levantamos ese 30 de marzo, Gerardo está conecta-
do a las antenas como siempre. Y Radio Mambí está desbarrando
porque según ellos «hay un esbirro de Castro en Miami» declaran-
do en el juicio de los espías.
A las 9:07 a. m. tenemos a Roberto Hernández de nuevo en el
estrado para terminar el examen directo de Joaquín. De vuelta al
reporte que Cuba entregara al FBI, se establece que él participó en
el análisis de las acciones violentas contra Cuba desde 1990, inclu-
yendo infiltraciones...

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rené gonzález sehwerert

—Objeción. Rumores.
—Desestimada.

... Introducción de 51 libras de explosivos y... explosivo plástico a


través de personas con falsas identidades...

—Objeción. Rumores.
—Por favor señor Méndez, sea más específico.
—¿Usted participó en las investigaciones?
—Objeción. Rumores.
—Desestimada.

Se explica que en 1995 fueron detenidos Santos Armando y Fernán-


dez Oro en relación con la introducción de 51 libras de explosivos y...

—Objeción. —Side bar... y desestimada.

...las investigaciones determinaron que ciertas personas y organi-


zaciones...

—Objeción.
—Desestimada

...estaban relacionadas con estos hechos. El resultado de estas


investigaciones está en el reporte entregado al FBI. iAh! Y como re-
sultado de haberme sumergido en esta narración, he olvidado que
todas las objeciones que has visto en este párrafo vienen de Kas-
trenakes, además de las que vendrán en adelante.
El testigo investigó otros actos de violencia...

—Objeción.
—Desestimada.

...que están incluidos a su vez en el informe entregado al FBI per-


sonalmente por el coronel Adalberto Rabeiro y el teniente coronel Ra-
fael Reyes. Joaquín quiere introducir el documento en la evidencia y...

—Objeción.

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x | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

El abogado no se quiere desgastar con este mocoso en trance y


aplaza la introducción del reporte.
El reporte venía acompañado de videos, entrevistas con prisio-
neros y muestras de explosivos y detonadores. Los agentes del FBI
Agustín y Luis Rodríguez participaron en la reunión de marzo del 99,
en Washington, y entregaron al testigo los resultados de los análi-
sis. Luego Roberto Hernández volvió a encontrarse con los agentes,
durante el viaje de las partes de este juicio a Cuba, con motivo de
las deposiciones en octubre...

—Objeción.
—Desestimada

...de 2000. El testigo habló con los agentes del FBI...

—Objeción. —Side bar, y desestimada.

...El teniente coronel conoce a Percy Francisco Alvarado Godoy,


quien fue reclutado por la Fundación Nacional Cubano-Americana
para colocar explosivos.

—Objeción.
—Sostenida.

Alvarado fue un testigo cooperante que entregó a Roberto Her-


nández algunos artículos que le dieron para cometer actos de sabo-
taje. Joaquín le muestra un grupo de fotografías para que el testigo
identifique aquellas donde están los objetos entregados por Percy.
Kastrenakes debe estar molesto, pues quiere que el testigo
nombre cada fotografía en voz alta por su número de récord. Cuando
Roberto Hernández lo quiere hacer, no entiende la letra de Joaquín
que identifica las evidencias, entonces este se ofrece:

—Yo lo hago señora jueza, esa es mi letra... Este, ehhhhhh... déjame


veeeeeeer...

Él mismo se echa a reír antes de que lo haga la sala. Con un poco


de concentración el abogado lee su propia letra y complace a Kas-
trenakes, separando las fotografías que el testigo ha identificado.

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rené gonzález sehwerert

—¿Conoce usted a Juan Fernández Gómez? –pregunta Joaquín.


—Sí.
—¿Fue un testigo cooperante de la Seguridad del Estado?

Objeción. Dirigida. Y la jueza llama a un side bar, sobre el cual me


voy a tomar la libertad de traducir la transcripción original de la Corte:

Señor Kastrenakes, si usted sigue objetando a preguntas dirigidas,


entonces Joaquín no va a dirigir al testigo y este entrará en áreas
que a ustedes no les gustan. Usted no puede tener el cake y comér-
selo al mismo tiempo. Yo dije al señor Méndez que podía dirigir al
testigo, de manera que este no entrara en áreas que, la Corte coin-
cidió con usted, son áreas acerca de las cuales él no debería testifi-
car. Voy a sostener la objeción, pero entonces usted va a tener que
admitir la respuesta.
Todo lo que Joaquín estaba haciendo era preguntar cómo podría
ser descrita esta persona, el señor Gómez.
El testigo tiende a entrar en áreas que el gobierno ha objetado. Yo
dije anteriormente que podían dirigirlo y usted se mantiene obje-
tando. Si usted quiere que sus respuestas sean ventiladas ante el ju-
rado, adelante. Voy a sostener la objeción, y cuando Joaquín haga
preguntas abiertas, el testigo irá hacia áreas que ustedes no quieren.
Usted está causando esto. Instruí al señor Méndez a dirigir al testigo
para que no entrara en áreas adonde el gobierno no quiere que entre.
Eso tenía que ver con ejemplos específicos.
Joaquín está tratando de ir a ejemplos específicos.

El side bar se termina y la jueza cumple con su palabra soste-


niendo la objeción y pidiendo a Joaquín que refrasee la pregunta.
Kastrenakes tiene un problema serio.

—Señora jueza, con respecto al último objeto, el testigo estaba


tratando de explicar que la evidencia...
—Señor Kastrenakes –la señora Lenard está realmente incómoda–.
Cuando el señor Méndez nombró las evidencias, el testigo se las
confirmó, todo el mundo lo vio. El jurado lo vio, yo lo vi y asumí
que usted lo vio.
—Es difícil de ver –se defiende Kastrenakes.

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x | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

¿Y quién dijo que el side bar se terminaba? La cosa pica y se


extiende con los argumentos de la Fiscalía. Mientras todos espe-
ramos con calma, las partes siguen, y la jueza trata de ilustrar a
Kastrenakes:

—El mostró tres fotografías. El señor Méndez pidió recitar los nú-
meros de las fotos y lo hizo. Usted objetó porque quería que
el testigo lo hiciera. Yo dije: está bien, hagamos eso. Y Joaquín
devolvió las fotos al testigo para que recitara los números. El
testigo confundió los números y pasó a explicar el contenido de
las fotos. Todo eso fue causado por usted, porque ya Joaquín las
había identificado para el récord.
La Fiscalía sigue objetando, objetando, y objetando, y entonces
no les gusta lo que pasa si yo sostengo la objeción.
Instruí al señor Méndez a guiar al testigo para que no entrara
en las áreas que ustedes no quieren, tal como mencionar a la
Fundación Nacional Cubano-Americana, entonces ustedes obje-
tan la pregunta, y cuando Joaquín hace una pregunta abierta, va
directo hacia donde ustedes no quieren.
No sé qué podemos hacer aquí, señor Kastrenakes.
Yo específicamente instruí a Méndez a guiar en esta área para
no entrar en áreas que el gobierno no quiere sacar a relucir. Voy
a sostener la objeción. Hagan sus preguntas abiertas y acepten
las respuestas.

Joaquín está de ánimo conciliatorio:

—Trataré de agilizar.

Pero Heck Miller no lo está:

—Nuestra preocupación es que no queden claras las áreas incon-


venientes que se introdujeron en las deposiciones.
—Ese es un asunto diferente. No estoy hablando acerca de eso
sino de lo que pasa aquí. El señor Méndez hizo exactamente lo
que yo le instruí, presentó todas las fotografías. El testigo iden-
tificó tres y cuando la puerta se abre porque ustedes insisten en
que haga preguntas abiertas, entonces a ustedes no les gusta
lo que pasa. Yo sencillamente no lo entiendo y estoy perdida.

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rené gonzález sehwerert

—¿Puedo tratar de explicar? –dice Heck Miller.


—No, quiero continuar con el juicio.
—Nosotros sentimos que merecemos la misma orientación que
cualquier otro litigante. Cuando una parte llama a un testigo no
debería tener la ventaja de hacer preguntas dirigidas.
—Bien. ¿Así es como ustedes lo quieren? Señor Méndez, no guíe
al testigo. Y ustedes pueden poner sus mociones para borrar
la respuesta, pueden hacer sus objeciones. Estoy tratando de
ayudarles a proteger su récord. Si ustedes no lo quieren, está
bien. El jurado oirá todas las cosas que él quiere decir y ustedes
pueden objetar y poner la moción para borrarlo después de
haber sido dicho, esa es la forma en que ocurrirá.
—Ayer Méndez debe de haber guiado el ochenta por ciento del
tiempo. —Mete la patita Kastrenakes—. ¿Y me paré alguna vez?
—No estoy hablando de ayer sino de hoy. Estoy tratando de mover
este caso adelante. Desesperadamente. Este caso está ahora en su
quinto mes. El gobierno dijo que serían treinta días de juicio en
total. Ahora estamos en el quinto mes, bien entrado el quinto mes.
Me temo que este caso no terminará antes de finales de abril. En
algún momento los jurados van a comenzar a sentirse muy insa-
tisfechos.
—Gracias, jueza. —Terminan Kastrenakes y el side bar.

Como dije anteriormente, la lucha de esta gente por mutilar el


testimonio de Roberto Hernández ha sido larga y difícil.
La objeción fue sostenida y Joaquín debe hacer su pregunta abierta:

—¿Quién es Juan Francisco Fernández Gómez a quien usted des-


cribió como Félix?
—Juan Francisco Fernández Gómez, también conocido como Félix,
fue un colaborador de la Seguridad del Estado durante veinte
años. El fue reclutado en 1997 o 1998 por Rolando Borges
Paz, del Ex Club de Prisioneros Políticos, para recibir materiales
explosivos.
—Espere a que se le haga la pregunta señor –ahora es Lenard la
que corta antes de que Kastrenakes se ponga histérico.

El testigo trabajó con Juan Francisco Fernández Gómez, alias


Félix, en la preparación para el juicio por terrorismo en La Habana.

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x | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

Identifica fotografías de objetos que le dio Félix durante esa prepa-


ración. Explica que las fotos fueron mostradas también a la Fiscalía
y Joaquín las identifica para el récord.
Ahora Joaquín quiere aprovechar la condición de abogado del
testigo para introducir los documentos de identidad de Fernando,
Ramón y Gerardo, los cuales han sido notariados en Cuba y ava-
lados por declaraciones juradas de la mamá de su cliente y de las
otras madres. Tras revisar los documentos y asegurar que todos es-
tán en regla de acuerdo con las leyes cubanas, el testigo tiene que
someterse a un cuestionario de Kastrenakes.

—¿Cuál fue la primera vez que usted vio estos documentos?


—Ahora.
—¡¿La primera vez?! –Este pícaro no puede creer que un acto tan
simple como identificar unos documentos se haga de manera
espontánea. Para él todo tiene que ser cocinado en la oscuridad,
según sus propios cánones morales—. ¡¿Nunca antes?!
—Nunca antes.

Kastrenakes vuelve a suspirar y a ponerse así bravito e incomodi-


to. No logró que el testigo le dijera que él y Joaquín se escondieron
en un calabozo de la Seguridad del Estado para tramar el asunto de
los documentos. Claro, tampoco se nos escapa que su histrionismo
apunta a zarandear el oscurantismo y los prejuicios del jurado.
El fiscal entra en el tema de la certificación de los documentos, el
testigo le repite que, según las leyes cubanas, estos están en regla.
Kastrenakes le pregunta sobre un certificado final que al parecer no
se usa en Cuba, pues Hernández no lo conoce y este le repite que,
según las leyes cubanas, los documentos están en regla y tienen
hasta el sello del Ministerio de Relaciones Exteriores. A las 10:30 el
jurado es retirado de la sala y se discute la admisión de los docu-
mentos.
El fiscal dice que se requiere dicho certificado final. Admite que
la Corte puede determinar la autenticidad de los documentos, pero
hay que recordar que estamos hablando de Cuba, la satánica y dia-
bólica Cuba, y el gobierno cubano ha hecho documentos falsos, por
lo tanto, la Corte debe requerir un certificado final.
Joaquín explica que él conoció a la madre de Fernando y que
ella llenó la declaración jurada, así como las otras madres. Los do-
cumentos presentados son suficientes y las reglas no están diseña-

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rené gonzález sehwerert

das para un país en particular. Para terminar, dice que él puso los
documentos en la Corte hace dos meses.
La jueza pregunta a Joaquín si puede reservarse hasta que las
traductoras de la Corte traduzcan los sellos, el abogado dice que no
hay problemas. Así que Lenard entrega los sellos para ser traducidos.
Pero el intrigante este de Kastrenakes no puede quedarse así,
tiene que dar la patada a la lata y dice que no se puede olvidar que
se está hablando de Cuba, que estos señores juraron en la Corte
que eran otras personas y «esas señoras están en Cuba».
Joaquín llama las cosas por su nombre y dice que es insultante
sugerir ahora que la madre de Fernando mintió acerca de esto. Le-
nard decide que estudiará los sellos de todos los documentos para
decidir sobre si admite los papeles de identidad cubanos de Gerar-
do Hernández, Ramón Labañino y Fernando González.
De vuelta a las 11:16 a. m., el testigo identifica una fotografía
del monumento a Ernesto Guevara en Santa Clara, para terminar
su examen.
A las 11:19 a. m. Kastrenakes tiene al teniente coronel Roberto
Hernández Caballero a su disposición para comenzar por lo obvio:
la pertenencia del testigo a los tenebrosos Órganos de la Seguridad
del Estado, esos mismos que durante décadas se han dedicado a la
infernal tarea de mantener a Cuba a salvo del amor de gente de
la calaña de Kastrenakes.
A las preguntas capciosas del fiscal, el oficial responde sin pro-
blemas que es miembro del MININT, de los Organos de la Seguri-
dad del Estado, de la Contrainteligencia e instructor policial. Admite
que la Inteligencia es también parte del MININT aunque no ha tra-
bajado con ellos ni se reunió con ellos previamente a su testimo-
nio. Tanto su deposición en octubre de 2000 como su actual viaje
tuvieron que ser aprobados por el gobierno cubano, y se reunió con
Joaquín en el 2000 a propósito de su deposición.
Ahora hay que demostrar cómo el testigo, él en persona, Rober-
to Hernández Caballero, el teniente coronel en sí mismo, por sus
propios méritos y en virtud de su propia individualidad, es fuen-
te de terror y coerción cuando sale a las calles sediento de sangre
para averiguar quién fue el infeliz que dejó olvidada una bomba
inadvertidamente en el lobby de un hotel.

—¿Usted usa uniforme?


—Algunas veces.

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—¿Lleva identificación cuando va a los lugares de los hechos?


—Sí.
—¿Cuando entrevista a las personas?
—Por supuesto.
—¿Se identifica como Seguridad del Estado?
—Claro.
—¿Las personas deben responder a sus preguntas?
—Sí.
—¿Aun si se trata de un sospechoso?
—No. Se trata de dos categorías distintas. El testigo debe declarar
pero el sospechoso puede o no hacerlo.
—¿No hay en Cuba una ley que obliga a...?
—Objeción.
—Sostenida.
—¿Usted trabaja en Villa Marista?
—Objeción.
—Sostenida.

Kastrenakes establece que el testigo vino con la aprobación de


ambos, el gobierno de Cuba y el de los Estados Unidos. Que usó su
nombre como miembro del gobierno cubano y vino con pasaporte
oficial y visa.

—¿Usted dice que provocar explosiones es terrorismo?


—No solo el hecho de plantar un explosivo sino su finalidad es
lo que lo califica como terrorismo. Cuando usted quiere crear
pánico, inestabilidad, terror, etc.
—¿O sea que una amenaza es también terrorismo?
—Objeción.
—Sostenida.

Tras dos intentos más por el estilo, la jueza dice a Kastrenakes


que cambie de tema. Ni corto ni perezoso el fiscal cambia... hacia el
mismo, insinuando que el terrorismo que el testigo ha investigado
no es el terrorismo de Estado y que Cuba sí practica el terrorismo
de Estado.

—¿Usted sabe si la Dirección de Inteligencia practica el terrorismo?

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Pregunta este sanaco y el testigo le responde firmemente que el


gobierno cubano no auspicia el terrorismo, lo que provoca una car-
cajada histérica en un par de familiares de Hermanos al Rescate, con
la que tal vez esperan influir en el jurado, pues no deben creer que la
evidencia lo haya logrado. Joaquín pide a la jueza amonestar a la ga-
lería y ella cumple con la solicitud del abogado pidiendo compostura.
Al fin y al cabo ya son millonarios y deberían convertirse en personas
decentes y urbanizadas de la noche a la mañana, así como ocurre en
las novelas donde la idiota pobre amanece inteligente y rica cuando
se casa con el príncipe dueño de varias empresas.
A Gerardo tampoco se le escapa la primera carcajada que en
cinco meses han podido lanzar en la sala los familiares, que aun
cuando sea histérica no deja de ser una carcajada:

El día de hoy marca un hito ...y la jueza nos mandó a callar,


porque al fin pudimos reírnos pero eso no lo publiques…
de algo…

Kastrenakes sigue a la carga y establece que los arrestados


fueron «unos centroamericanos ahí, más o menos», de esos de
Centroamérica, y fueron procesados. El testigo no conoce de los
intercambios que ha habido entre Cuba y Estados Unidos a nivel
diplomático, y desconoce que este país pasó a Cuba cinco notas di-
plomáticas pidiendo información, según dice el fiscal. Él no está al
tanto de los contactos de los gobiernos y no participó en la primera
reunión en Cuba; solo se limitó a entregar materiales. Participó con
su jefe, el coronel Adalberto Rabeiro, en la reunión en Washington de
marzo del 99, pero no sabe si se realizaron varias invitaciones con
ese propósito antes de esa fecha. Visitaron los laboratorios del FBI,
se les explicó que una investigación había sido abierta y se les en-
tregó una lista de necesidades informativas por escrito que serían
para uso del FBI. Se dijo que para revisar en Cuba los documentos

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de los juicios de terrorismo, se necesitaría bastante tiempo. La parte


norteamericana les pidió testigos en persona, no videos.
Ahora Kastrenakes pregunta a Hernández si él quiere decir al FBI
lo que tiene que hacer. Este le contesta que no, que solo quiere dar
información para ayudarlos, que ellos saben lo que deben hacer y
son capaces y conocen su sistema legal, distinto al de Cuba.
Kastrenakes argumenta que el testigo no conoce los requeri-
mientos de dicho sistema, pero este le responde que no es así nece-
sariamente, pues a pesar de las diferencias de sistemas, los ele-
mentos son comunes aunque se procesen de manera diferente.
Se vuelve al tema de los testigos en Cuba, el oficial explica que,
como autores de los delitos, están presos allá. La lista de necesidades
informativas dada por el FBI luego fue enviada a Cuba oficialmen-
te. El testigo no sabe si el FBI siguió las pistas dadas por Cuba, pero
aún después de esto las actividades continuaron. El oficial vio nue-
vamente a los agentes norteamericanos en octubre de 2000 y es-
tos se reunieron con el coronel Rabeiro. Pero el testigo no sabe si
Rabeiro les informó que los contactos habían sido cortados debido
al arresto de los espías en Miami.
Otra vez Kastrenakes se refiere a los arrestados en Cuba en co-
nexión con las bombas, unos centroamericanos ahí...

—Sí, pero reclutados por cubanoamericanos –lo corrige el testigo.

Kastrenakes pregunta si eran solo cubanoamericanos del sur de


Florida y el testigo indica que había uno de Nueva Jersey.

—¿De Cayo Hueso o de Tampa?


—No recuerdo.

El teniente coronel repite no conocer a los defendidos. No pre-


guntó al gobierno cubano respecto a nosotros. No consultó con la
Dirección de Inteligencia. No consultó ni con Godoy ni con Félix en
relación con este caso, solo lo hizo durante el juicio en Cuba. Sabe
que si el FBI quisiera investigar en Cuba, tendría que pedir permiso
al gobierno cubano.

—¿Se permitiría al FBI investigar secretamente en Cuba?


—Yo no puedo darle esa respuesta.

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Y a las 12:22 terminó Kastrenakes el contraexamen del testigo.


Joaquín de vuelta al podio. Esta es la tercera vez que el testigo
viene a los Estados Unidos. Siempre lo ha hecho oficialmente y la
primera vez fue a un juicio en Tampa para testificar por el gobierno
norteamericano. En esa ocasión hubo que hacer arreglos especiales
para garantizar su seguridad.
El gobierno norteamericano ha cooperado en este viaje, tras dis-
cutirse las preocupaciones de seguridad tanto personales del testi-
go como de sus jefes en Cuba.
El testigo aclara que el FBI no pidió que le trajeran los testigos a
los Estados Unidos sino que planteó la posibilidad de entrevistarlos
en Cuba. Cinco personas han sido arrestadas por los atentados en
los hoteles. No actuaron solos. Entre la evidencia que se mostró a
la Fiscalía de los Estados Unidos, había evidencia testifical y pericial,
muestras de explosivos y declaraciones de los perpetradores. Los
hechos están todavía bajo investigación y quedan personas por ser
arrestadas tanto en los Estados Unidos como en Centroamérica. Se
investigó el financiamiento y la preparación de los atentados. Pero
cuando se quiere mencionar a algunos grupos de Miami, los fiscales
recuerdan a quien representan y objetan.
La jueza autoriza a hablar en general sobre los nexos con la
sagüesera pero sin identificar a grupos o personas en particular.
Los cinco centroamericanos están vinculados a grupos contrarrevo-
lucionarios de Miami. Esto ha sido establecido con el estudio de do-
cumentos financieros, archivos telefónicos, confesiones, análisis de
sustancias, grabaciones de intercepciones telefónicas. La eviden-
cia relevante ha sido compartida con el FBI. Para concluir, Joaquín
hace una última pregunta:

—¿Usted desea ver que el FBI sigue estas investigaciones?


—Sí, yo deseo que a esas actividades se les ponga fin.
—¿Está usted deseoso de cooperar con el FBI en este sentido?
—Sí, dentro del marco de cualquier arreglo entre nuestros dos go-
biernos.

Y a la 1:05 finaliza su testimonio el teniente coronel Roberto Her-


nández Caballero. Cubano de Cuba en vivo. Nos vamos a un receso.
Al regreso a la 1:25, Joaquín quiere terminar su caso con la pre-
sentación de tres notas diplomáticas, pero la Fiscalía y la defensa
no se han puesto de acuerdo respecto a dos de ellas.

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En relación con la primera, la fiscal no ve la relevancia. Trata so-


bre un tipo de Alpha 66 que entra a Cuba con propaganda subver-
siva, pero como el sujeto es de California, pues no es importante.
Lo que a mí me parece curioso es que «un poco» de propaganda
no le parezca importante a esta señora que, no obstante, lleva cinco
meses tratando de convencer al jurado de que La bella durmiente se
considera subversiva en Cuba.
Joaquín dice que Alpha 66 tiene oficinas en varios lugares de
Estados Unidos. Lenard deja pasar la nota porque también recuer-
da que Ramón estuvo un tiempo en California, asunto sobre el cual
la Fiscalía hizo bastante ruido.
La segunda discrepancia radica en otra nota que refleja una
serie de incidentes, algunos de los cuales no son muy relevantes.
La fiscal está especialmente preocupada porque se hacen algunas
referencias a actividades de drogas por parte de sus amigos an-
ticastristas y esto obviamente daría al jurado una imagen real de
quiénes son ellos, lo cual quita el sueño a la fiscal.
En esa misma nota hay otro punto de desvelo para la Fiscalía.
Los buenazos de sus clientes no solo joroban lo suficiente en los
Estados Unidos, sino que también se dedican a enterrar tesoros en
las Bahamas para luego llevarlos a Cuba, donde explotan y matan
cubanos de los de Cuba, de los que a ella no le importan, de esos
de allá, de los que no compran congresistas o fiscales en Miami y
no han triunfado porque no se hacen millonarios como los de aquí.
Y la señora Heck Miller dice que este asunto está fuera del contexto
del juicio.
Joaquín se le para bonito y se refiere a una operación que está
en los documentos llamada Paraíso,6 en la que Cuba precisamente
nos orienta hacer ciertos estudios de los cayos de las Bahamas
con el objetivo de localizar los lugares convenientes para esos en-
terramientos. La jueza acepta que se dé esa información al jurado.
Así que, a la 1:45, tenemos al jurado de nuevo en la sala y se lee
lo que queda de las notas diplomáticas.
La primera nota se refiere a Alpha 66 y menciona a Diego Medi-
na, Diego Rodríguez, Rolando Olivares y otros. Describe el campa-

6 Operación Paraíso. Operación orientada a los agentes de la Red Avispa que con-
sistía en la localización de posibles enterramientos de armas en las Bahamas,
tanto por el PUND como por el aparato paramilitar de la Fundación Nacional
Cubano-Americana.

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mento de entrenamiento Rumbo Sur y detalla sustanciales cantida-


des de armamento como AK-47, AR-16, lanzagranadas y explosivos
plásticos. Se describe un bote que guardan en el lugar.
La segunda nota es sobre Marcelo García Rubalcaba. Mexicano
residente en California, arrestado el 2 de septiembre de 1993 mien-
tras trataba de introducir a Cuba literatura de Alpha 66 y... ¡ahhh!,
¡¡ahora entiendo!!, granadas de mano. Es que a Heck Miller se le
había olvidado este último detalle cuando trató de escamotearle
esta nota al jurado.
La tercera atañe a mis amigos del PUND: Sergio González Ros-
quete, Frank Sturgis, Kike Rabade, Darío López, Iván León Rojas y
otros. Algunos detenidos en octubre de 1992 por los bahameños
en Cayo Anguila. Vinculados al tráfico de drogas. Rosquete y Rega-
lado admitieron estar operando contra Cuba.
Y con esto termina el día y también la semana. Joaquín ha hecho
un caso limpio a pesar de todos los obstáculos que le ha puesto
la Fiscalía, y ha hecho su punto con profesionalismo y clase frente a la
bajeza y la falta de profesionalismo de su contraparte.
En cuanto al teniente coronel Hernández Caballero, se comportó
como un caballero en el estrado de los testigos. Muy sereno, tran-
quilo frente a las idioteces de Kastrenakes y mostrando al jurado la
legitimidad de las preocupaciones de Cuba en relación con las acti-
vidades de ese elemento que se ha apoderado de Miami.
Un subproducto de este testimonio es la ratificación de que este
juicio está de cabeza. Primero abren los fiscales diciendo que Campa
no es Campa, Medina no es Medina y Viramontes no es Viramon-
tes. Y ahora resulta que cuando estos traen los documentos para
mostrar quiénes son realmente, los fiscales se niegan a aceptarlo
y prefieren que sigan siendo Campa, Medina y Viramontes. ¿Ellos
mismos se entenderán?
Por supuesto que se entienden. Saben que la credibilidad ha es-
tado de nuestro lado y no pueden darse el lujo de dejarnos anotar
una fracción de tanto más en este sentido ante el jurado.
Esa noche estuvo nuestro amigo Ramón Saúl Sánchez en el pro-
grama de Marta Flores. Aquí te ofrezco algunas frases para la histo-
ria, pronunciadas por nuestro exlíder:

Los espías van a salir absueltos y nosotros vamos a parar presos.


Hay que acogerse a la Quinta Enmienda.

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René González nos engañó. Nosotros éramos un grupo liinnndo


[tú sabes cómo él se pone para decir eso de liinnnndo] y él vino a
traicionarnos.

Y el sábado, cuando los voy a llamar de lo más contento por


lo de la casa nueva, encuentro una increíble noticia en la radio: a
quienes paguen, les pueden vender una fotografía de satélite de
sus propiedades en Cuba. ¿Qué te parece?
Y así declaro actualizado este diario, a la 1:34 del lunes 9 de
abril de 2001.
No voy a escribirte una despedida muy larga, pues sacando la
hoja de la máquina, pienso hacerme una coladita de café y sentar-
me de nuevo a hacerte una carta, esta sí entre tú y yo, que espero
te llegue cuando abuela vaya para allá el próximo día 14.
Solo me queda decirte que ardo en deseos de seguir esta bata-
lla, que estamos listos para enfrentar lo que falta y seguir esta rutina
de levantarnos temprano, y pasar por la primera celda de espera,
y pasar por el desvestidor, y pasar a la segunda celda de espera, y
esperar a que los alguaciles vengan por nosotros y nos encadenen,
y recorrer de nuevo el laberinto de pasillos y elevadores hasta la
celda de espera de la Corte, y esperar en ella a que nos vengan a
buscar para llevarnos a la sala, y verles la cara de odio a los fiscales
y a quienes en el público nos piden la cabeza.
Y cuando haya pasado por todo eso y me siente en mi silla, y
busque entre mis papeles, y saque tu fotografía con Ivette en tus
brazos, y las mire, y comencemos de nuevo a hacer resonar la ver-
dad en esa sala..., el mundo se hará más llevadero y volveré a
recoger cada incidencia de lo que ocurre en este combate para en-
tregártelo con esfuerzo, con dedicación, con trabajo y con sacrificio.
Pero nada importa. Pues también lo hago con alegría, con orgu-
llo, con respeto, con mucho amor y con deleite.
Mil besos.

Son las 6:30 p. m. del viernes 13 de abril, cuando te comienzo a


contar los acontecimientos de esta semana. Como ya sabes, el lu-
nes 9 no tuvimos actividades en la Corte. Hoy viernes tampoco se
suponía que bajaríamos debido a la celebración del Viernes Santo.
De manera que con lo corta que se proyectaba la semana y tenien-

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do a mi disposición el día completo para iniciar el recuento de solo


tres días pendientes, me había hecho la ilusión de tener un fin de
semana relajado. La cosa se complicó sin previo aviso cuando el
calendario cambió y se incluyó el día de hoy. No obstante, dejaré
que la lectura de las páginas que siguen te ayude a concluir si valió
o no la pena; yo ya tengo mi opinión.
No quiero comenzar sin reseñarte un artículo aparecido en El
Nuevo Herald, el pasado sábado 7 de abril. Esta pieza literaria inicia
una tendencia a tratar de explicar una posible derrota de la Fiscalía
en la Corte, a través de un novelón según el cual nosotros estamos
utilizando un supuesto estudio de la KGB sobre cómo aprovechar-
se de las bondades del sano y cándido sistema judicial estadouni-
dense para salir absueltos. Esto dicho por el periodista cuyo nombre
te prometí no volver a mencionar en este diario. ¡Y que no se ha
perdido una sola de las sesiones en que ha sido precisamente la
Fiscalía quien ha manipulado el sistema sin misericordia!
El artículo hace la historia de un agente de los servicios secretos
occidentales que desertó, fue a la antigua Unión Soviética y escri-
bió un estudio sobre cómo el sistema legal puede ser manipula-
do para confundir al jurado, cuando uno se defiende en un caso
de espionaje. Según el articulista del Herald, las características de la
evidencia, en estos casos, pueden ser utilizadas por los defendidos,
dado que el uso de seudónimos y otras prácticas asociadas con
esta actividad hacen difícil determinar con certeza quiénes fueron
los interlocutores en ciertas comunicaciones.
El autor entonces vincula nuestra defensa a esta teoría, obviando
que nosotros hemos hecho precisamente todo lo contrario, es decir,
hemos asumido nuestras acciones de frente sin molestarnos en ne-
gar la autenticidad de las evidencias y más bien hemos sido quienes
tuvimos que retar al gobierno a que las exponga sin manipulacio-
nes. En fin, que el juicio sigue pintando mal y esta gente no parece
saber qué hacer para explicarse un posible desenlace negativo.
Cualquiera diría que debo estar medio loco para contarte estas co-
sas cuando el calendario me lleva tan aprisa, pero todo esto es par-
te del proceso y, en lo que de mí depende, no quiero dejar ángulo
sin contar en esta historia. Así que sin más vayamos al martes 10 de
abril de 2001.
Y la semana comienza con una Fiscalía dedicada desesperada-
mente a defenderse, en este momento, de un par de evidencias

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que Joaquín tiene pensado introducir en su caso y que aquella no


quiere que el jurado vea.
Se trata del testimonio del agente Ángel Berlingeri, quien subió
al estrado por la Fiscalía, en relación con el arresto de Fernando.
Joaquín quiere llamarlo a propósito de su participación en un pro-
grama de Radio Mambí, conducido por Armando Pérez Roura, don-
de el agente se manifestó como un combatiente sagüesero más e
hizo declaraciones que hemos considerado favorables a nosotros
por su anticastrismo trasnochado y su pleitesía a todo este ele-
mento de la industria de la contrarrevolución. Al final, Joaquín ha
decidido que no vale la pena molestarse con el policía, devenido
combatiente vertical, y decide no traerlo a testificar ahorrándole el
dolor de cabeza a la Fiscalía.
El próximo asunto tiene que ver con la introducción por Joa-
quín de un informe preparado por el propio gobierno norteameri-
cano sobre Orlando Bosch, donde con pelos y señales se le describe
como terrorista, cuando en 1989 el Departamento de Justicia lo qui-
so someter a un proceso de deportación; proceso que fuera luego
detenido ante las presiones de políticos al servicio de la mafia de
Miami, que se lanzaron en una cruzada por el «patriota».
La Fiscalía no quiere que se introduzca el documento por razo-
nes obvias: necesita que el jurado sea confrontado con la menor
cantidad posible de evidencias referidas a la naturaleza violenta
de sus representados, y esta aproximación al asunto no es nueva.
Aunque los argumentos acerca de este documento serían ex-
puestos después del próximo testimonio, consistente en una depo-
sición, un desperfecto en los monitores de televisión obliga a pos-
poner esta última y abre la puerta para que se comience a ventilar
el asunto de Bosch.
Joaquín toma la palabra. Explica que el documento del oficial
norteamericano expone la vida de Bosch como terrorista y revela la
naturaleza del individuo; la evidencia está llena de Bosch; y una ta-
rea asignada a su cliente Fernando González implicaba filmar una
reunión del sujeto en la que se iban a planificar actividades terro-
ristas contra Cuba. Méndez valora el proceso de deportación como
relevante porque muestra que, aún después de haber sido tenido
como deportable por sus actividades criminales, Bosch las sigue
llevando a cabo en los Estados Unidos. Cuando Caroline va a res-
ponder, el monitor de televisión ya está arreglado y se pospone la
discusión para después del testimonio que sigue.

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Como te dije anteriormente, esta es una deposición hecha en


Cuba al señor Percy Francisco Alvarado Godoy; a las 9:34 a. m. es-
tamos atentos a nuestros monitores.
El señor Alvarado Godoy es un guatemalteco residente en Cuba,
trabaja en una corporación como especialista en mercadeo y se
desempeñó anteriormente como profesor. En el año 88 se embar-
có por su cuenta en un negocio de paquetería, consistente en ve-
nir a Miami, por lo general con una frecuencia mensual, a recoger
paquetes que eran enviados por cubanos residentes en la ciudad a
sus familiares en la Isla. Durante uno de estos viajes, fue abordado
por primera vez por un señor de nombre Agustín Pérez Medina.
Esto ocurrió en 1992. El señor Pérez Medina propuso a Percy
Francisco Alvarado la introducción de armas y explosivos en la Isla
bajo los auspicios de Comandos L, para realizar acciones contra
instalaciones turísticas cubanas, y le fue entregado un compás des-
tinado a encontrar en Pinar del Río un punto apropiado para este
contrabando, una vez que aceptara participar. Tras regresar a Cuba
e informarlo a las autoridades, se le orientó seguir el hilo de la cons-
piración y así lo hizo, cumpliendo la instrución de tratar de desesti-
mular cualquier misión concreta. El testigo logró esto, exagerando
su versión de las condiciones de vigilancia de las costas cubanas, y
la idea pasó a mejor vida.
En noviembre de 1993 el señor Alvarado fue contactado por
un individuo llamado Abel Viera Leyva, este le presentó ni más
ni menos que al especialista en derechos humanos de la Funda-
ción Nacional Cubano-Americana Luis Zúñiga Rey, quien en estos
instantes forma parte de la delegación de Nicaragua —gracias a
los buenos oficios del humilde servidor público y modesto presi-
dente de ese país, su excelencia el señor Arnoldo Alemán— a la
sesión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, donde
una vez más Estados Unidos reparte prebendas y presiones para
condenar a Cuba.
El humanista explicó a Percy Francisco que la Fundación había
creado el Frente Nacional Cubano, del que Percy dice no haber
oído hablar hasta ese momento. Dicho frente era concebido como
un brazo armado del feudo de los Mas Canosa y su propósito era el
de promover la violencia en la Isla, especialmente contra objetivos
turísticos, para luego hacer ver que se trataba de actividades inter-
nas organizadas y ejecutadas por combatientes de las FAR (Fuerzas

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Armadas Revolucionarias) y el MININT (Ministerio del Interior)


opuestos al sistema.
En una segunda reunión en la casa de un individuo de nombre
Mauricio González, el señor Alvarado recibió la distinción de ser
nombrado como el Agente 44 de la Fundación Nacional Cubano-
-Americana, se le informó que su tarea consistiría en la introduc-
ción de armas, explosivos, papel y tinta en Cuba. En esa ocasión le
fueron entregados dos radios para recibir instrucciones, así como
una linterna infrarroja para hacer señales y dinero, artículos que
fueron a parar a las manos de las autoridades cubanas.
El 5 de diciembre del mismo año 1993, el testigo conoció a Alfre-
do Domingo Otero, jefe de operaciones del Frente Nacional Cubano.
En una reunión con Zúñiga, Viera y Otero se le entregó nuevamente
un compás, una linterna infrarroja y dinero, que llevó a Cuba.
Tanto Zúñiga como Otero le dieron sus números telefónicos,
que Percy recita de memoria pero que yo omito en este diario, no
porque me importe un bledo la privacidad de Zúñiga y Otero, si-
no porque, al tomar notas a la carrera y con un dedo medio hincha-
do, se me escaparon.
En enero de 1994 se repite la historia y Percy regresa a Miami
con instrucciones de asustar a sus asociados, exagerando nueva-
mente las condiciones de vigilancia en las costas cubanas, lo cual
produce la cancelación de los canales marítimos para introducir los
adminículos explosivos con que defender «los derechos humanos
del pueblo de Cuba».
En febrero de 1994 Zúñiga y Otero nuevamente se reúnen con
Percy para recabar información sobre la industria turística, instala-
ciones militares y economía en general, con énfasis en el sistema
eléctrico, la industria azucarera y sus instalaciones, y las presas y
micropresas del país.
El 7 de marzo regresa Percy a Miami para reunirse de nuevo con
sus dos patrocinadores en la casa de Otero, pero sin darles mucha
información a fin de desestimularlos. El próximo día conoce por
mediación de Otero a Francisco José Hernández Calvo, el tunante
conocido más popularmente como Pepe Hernández y presidente
de la Fundación Nacional Cubano-Americana. Este le expresó su
satisfacción y le informó de planes nuevos, poniendo énfasis en la
necesidad de información sobre firmas extranjeras en Cuba y los
movimientos de Fidel para estudiar la posibilidad de un atentado

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en la Quinta Avenida de Miramar. El testigo fue provisto de un GPS


(Global Positioning System o Sistema de Posición Global) para localizar
vía satélite las coordenadas de objetivos económicos, lo cual hizo
al regresar a Cuba y dio los datos a Otero. En esta ocasión Pepe
Hernández entregó al testigo un teléfono celular que más adelante
devolvería a Otero.
En abril del año 94 le pidieron al testigo más posiciones y para
eso le entregaron tres GPS. En agosto conoce a Horacio Salvador
García, quien con un mapa compara las posiciones dadas, resulta
que una casa de Fidel no coincide a pesar de que él hizo el trabajo
correctamente. Al siguiente día Otero y Pepe Hernández le piden
una información nueva, consistente en la filmación de sitios turísti-
cos en Varadero, urgiéndolo a entregarla antes del 23 de ese mes,
y así se hizo por el testigo.
En septiembre del 94 se reunió solamente con Otero, debido a
que Pepe Hernández estaba envuelto en la crisis de los balseros que
provocara el albergamiento de más de 30 000 personas en la base
de Guantánamo. Ahora se trata de introducir explosivos para ha-
cer algunas «remodelaciones» a sitios turísticos de La Habana, vía
detonación y con los turistas dentro, y se habla de Tropicana y de
algunos hoteles.
Percy expresó preocupación por las consecuencias de esta ta-
rea sobre el derecho a la vida de las personas, cuyos derechos
humanos la Fundación defiende con tanta vehemencia, pero el
buenazo de Otero lo tranquilizó diciéndole que solo se trataba de
hacer ruido. Godoy propuso poner la bomba en una pared exte-
rior lo cual fue recibido con poco entusiasmo por su interlocutor,
seguramente preocupado por la poca calidad acústica de los es-
pacios abiertos.
El 5 noviembre del 94 Pepe pudo hacer un alto en sus activida-
des relacionadas con el flujo de balseros, para hablar con el testigo
sobre el flujo de explosivos a Cuba, instándolo a poner la bomba
en el interior de Tropicana, asegurándole que no haría daño –tal
vez más allá de los muertos que pudiera provocar, supongo– y que
debía de esperar una llamada telefónica para ir a Guatemala a re-
coger el explosivo.
Esa llamada se produjo, y el 22 de noviembre se hospedó en el
hotel Camino Real de Ciudad Guatemala para esperar al contacto
que le haría entrega del material que cambiaría la decoración interior

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de Tropicana. El individuo identificado como Pumarejo se reunió


con Percy el día 23, le informó que debía resolver un asunto rela-
cionado con los detonadores, para lo que consultaría a un tal Basa.
Al fin Percy recibió el día 24 unos frascos de champú, relojes, ba-
terías y plumones, además se le instruyó cómo poner juntos tantos
dispares adminículos y convertirlos en una bomba. Tras despedirse
del tal Pumarejo, Godoy entregó el champú explosivo, los relojes,
las baterías y los plumones con detonador oculto a una persona de
aspecto guatemalteco que lo esperó una cuadra más allá del hotel,
tal como había sido orientado por el gobierno cubano.
En diciembre del 94 Percy se reunió con Otero en Miami para
enterarse de que Pepe Hernández estaba muy molesto por la falta
de muertos en Tropicana. El guatemalteco se les paró bonito y les
dijo que el que estaba bravo era él, pues le habían dicho que la
bomba no haría daño... Son las 11:00 a. m., se apagan los monitores
y nos vamos a un receso.
De vuelta a las 11:34, se retoma el asunto de Orlando Bosch.
Lenard pregunta si el espécimen está en la evidencia del gobierno
y recibe una respuesta afirmativa de Joaquín. Se discuten las con-
diciones en que fuera devuelto este virus a la sociedad, tras haber
estado sujeto a deportación. Las partes no están muy claras respecto
a los detalles –o al menos hay una que si lo está, prefiere no darlo a
entender– y se divaga sobre el asunto. El sujeto fue liberado en ju-
lio del 90, tras buscarse infructuosamente que treinta y un países
corrieran el riesgo de aceptarlo. Por supuesto, no salió a relucir la
campaña que en favor de la liberación del terrorista hicieran los
medios políticos y de comunicación locales.
Mientras se discute este asunto sin que la jueza tome todavía
una decisión, hace su entrada en la sala Many Vázquez, abogado de
la Fundación Nacional Cubano-Americana, quien debe de haber re-
cibido la información de que sus clientes estaban siendo sentados
en el banquillo de los acusados. Many Vázquez se arrellana en una
esquina frente al monitor que apunta hacia las graderías y provoca
un chisme de Philip: «Ese es Many Vázquez. Hace unos días com-
partió un juicio con un asociado mío, este me dijo que el tipo bor-
dea la incompetencia», me comenta mi abogado. Y yo le respondo
«¿Desde cuándo esta gente requiere la competencia entre las virtu-
des de su personal? Si tú vieras la televisión hispana te darías cuen-
ta de que, con el dinero que tienen, prefieren comprar otro tipo de
virtudes. Ellos sencillamente no necesitan gente competente».

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A las 11:45 la jueza no ha decidido sobre Orlando Bosch, y volve-


mos de vuelta frente a los monitores para continuar con la historia
de Percy Francisco Alvarado Godoy donde la dejamos. Es decir, en
el momento en que Pepe Hernández parecía poco feliz de que la
decoración interior del cabaret Tropicana no incluyera un poco de
sangre y nuestro testigo se negaba a ser quien estampara de rojo
las paredes del lugar. Percy explica que se negó a provocar tales da-
ños a pesar de que el señor Hernández le ofreció una cantidad con-
siderable de dinero y que, además, no le ofrecía confianza el señor
a quien había conocido en Guatemala.
Otro viaje, en enero del 95, a Miami, y Otero sigue insistiendo en
la colocación de las bombas contra las negativas del guatemalteco.
En marzo y abril Percy conoce a otro individuo de nombre Arnaldo
Monzón Plascencia, este le ofrece 15 000 dólares para que acabe
de poner las bombas, que todos ellos suponen permanecen todavía
en el botiquín de Godoy, pero Percy sigue en su negativa y les dice
que tirará los artefactos al mar. Los individuos cambian de foco y le
piden la localización de la refinería y la base de submarinos de Cien-
fuegos, a lo que el testigo accede.
En junio de 1995 Otero entrega a Percy 30 000 dólares en divisa
cubana falsificada, para introducirla en la Isla y ponerla a circular en
la economía nacional. No se habla más de bombas y el último viaje
del testigo a Miami se produce en agosto de 1998.
Son las 11:55 a. m. cuando la voz de Joaquín deja de interrogar
al testigo en los monitores y la del señor Buckner da los buenos
días a Percy, antes de proceder a su contraexamen.
Ahora es la 1:25 p. m. del sábado 14 de abril, y el Faquir, sobre-
poniéndose a una tremenda fiebre, me acaba de localizar de entre
una montaña de poesías, libros de yoga, manuales de budismo, pa-
peles legales y cartas por toneladas, la transcripción escrita de este
testimonio en La Habana.
Entre las páginas con olor a receta vegetariana, te localizo los te-
léfonos que dieran los capitanes araña de la Fundación a Percy Fran-
cisco. El teléfono del señor Otero es el (305)595-1656 por si se te
ofrece un poco de explosivo C-4. El número que le diera Zúñiga es
el (305)599-3019 y corresponde a su oficina en la Fundación Na-
cional Cubano-Americana. Si llamas, pregunta por Ninoska, cuan-
do salga la voz de una locutora de radio que hiere los oídos, se trata
de ella... Bueno, tú la has escuchado antes.

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Por cierto, me costó encontrar estos datos porque están ocultos


tras una montaña de objeciones del fiscal David Buckner, quien
probablemente no quiere que sus amigos sean molestados por te-
léfono. Los fiscales saboteron inmisericordemente estas deposicio-
nes con sus objeciones, las que apenas aparecen en la versión final
que estamos presenciando en la sala de la Corte.
Y sin más continúo, ya estamos viendo de nuevo a Percy Fran-
cisco Alvarado Godoy, mientras contesta a las preguntas del fiscal
David Buckner, cuya voz se oye sin que tengamos que ver a este
personaje. Algo bueno tiene este sistema de testificar por video,
después de todo.
Estoy seguro de que no adivinarías nunca por dónde comenzó
el interrogatorio de Buckner. Pues ¿por dónde podría ser? No olvi-
des que el señor Alvarado no es ni más ni menos que un siniestro
espía castrista y el fiscal no puede perder la oportunidad de mos-
trarlo al jurado.

—Buenos días, señor. ¿Usted dice que su nombre es Percy Francis-


co Alvarado Godoy?
—Sí.
—¿Usted tiene algo que pruebe que usted es de hecho ese indi-
viduo?
—Mi pasaporte.
—Okey. ¿Lo puedo ver por favor?

De esta forma comienza otro interrogatorio a la usanza de al-


guien a quien deben de haber sometido a un ciclo de cine antico-
munista antes de que se ocupara de este caso.
Después de jugar con el pasaporte del testigo, el fiscal se dedica
a establecer que se trata de un espía de Cuba, lo que el guatemal-
teco acepta de buen grado. Ahora se discute si su seudónimo era
Fraile, y Buckner le quiere endilgar también el de Monje, al pare-
cer una equivocación a partir de la traducción de la palabra Fraile,
ya que Percy no admite haber utilizado otro seudónimo. El testigo
acepta haber actuado bajo instrucciones del gobierno cubano en
los Estados Unidos «contra organizaciones terroristas» y que, efec-
tivamente, nunca se registró como tal ante las autoridades nortea-
mericanas.

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—Usted sabe que está bajo juramento aquí hoy para decir la ver-
dad. ¿Correcto?
—Completamente.
—Pero también entiende que si usted miente ahora, ninguna corte
norteamericana lo puede castigar mientras se mantenga en Cuba.
¿Correcto? –pregunta este tipo que no ha tenido reparos en prepa-
rar para mentir a cuanto testigo ha presentado en este juicio.

Percy responde afirmativa y tranquilamente. Ahora el fiscal quie-


re saber si el testigo iría a los Estados Unidos, en caso de ser acu-
sado de perjurio en relación con esta deposición, Percy le responde
que si su seguridad fuera garantizada, no tendría problemas.

—Pero usted se está negando a testificar en los Estados Unidos en


relación con este caso. ¿Correcto?
—Repito: mientras el gobierno de los Estados Unidos garantice mi
seguridad personal, no hay problemas. Aunque yo respondo a
mis supervisores.
—Pero ¿usted nunca pidió una garantía por su seguridad para via-
jar y testificar?
—Eso nunca me lo propusieron.

Y el fiscal se dedica a entretenerse con la declaración jurada del


testigo, respecto a la necesidad de las deposiciones, donde afirma
que no viaja a los Estados Unidos para proteger su integridad per-
sonal. Después de repasar la firma al final del documento, revisa un
par de párrafos en los que puntualiza que no aparece con pelos y
señales una oración donde diga exactamente «si el gobierno nor-
teamericano me garantiza mi seguridad, yo voy allá»; y se enfrasca
en una discusión inútil con Percy respecto a lo que este pudo o no
interpretar del original en inglés del documento, para obtener del
testigo la inconveniente respuesta lógica:

—La gente a la que yo acuso todavía está libre.

Tras algo más de pugilateo para que Alvarado le diga que fue
instruido a no viajar a los Estados Unidos, el fiscal se retira del tema
sin haber obtenido resultados. Y se dedica a otro asunto infructuo-
so, no sin antes cometer un error fatal: poner la declaración jurada
en la evidencia.

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El nuevo e inútil asunto está a la altura de Buckner. El fiscal quie-


re saber si, en caso de ser acusado en los Estados Unidos de actuar
como agente extranjero, el testigo estaría dispuesto a viajar a ese
país. Este le responde que no es solo una decisión personal y tendría
que contar con sus supervisores de la Contrainteligencia.

—¿Y para testificar ahora aquí, usted está siguiendo la orientación


de la oficina de la Contrainteligencia?
—En este caso, como no representa ninguna amenaza personal, yo
estoy haciendo esto por mi cuenta.

A falta de argumentos, Buckner quiere desacreditar a Percy


Francisco presentándolo como un peón de la Contrainteligencia cu-
bana. Pero al no poder agarrar a Percy, el fiscal la emprende contra
Nuris, la abogada del Bufete Internacional que ha coordinado to-
das las deposiciones y está presente en la sala, como representante
de los testigos cubanos. Ahora comienza a inquirir sobre lo que la
abogada está haciendo en la sala, que si trabaja para el gobierno,
que si los bufetes son regidos por el gobierno, que si Nuris repre-
senta al testigo o al gobierno... Alvarado explica que él está ahí
como testigo y que no necesita ningún abogado que lo represente,
y el fiscal pide que la abogada de Cuba se vaya. Pero lo que sigue
ha sido excluido del video por la jueza y si te lo cuento es para que
no te lo pierdas como se lo perdió el jurado.
Nuris abandona la sala y Buckner acusa a Joaquín de haber vio-
lado la orden de la Corte trayendo a las deposiciones a alguien que
no representa al testigo:

—Estoy declarando para el récord porque usted violó la orden de la


Corte a sabiendas –dice el fiscal para después anunciarse como
chivato— y cuando regresemos podemos retomar el tema.

En otras palabras, que se lo va a decir a la jueza para que le den


pau-pau a Joaquín.
Méndez expresa sentirse ofendido por las acusaciones de Buckner
y, por un momento, la deposición se ha convertido en un relajo que
la jueza tuvo a bien extraer de la versión final para el jurado. Tras un
intercambio de argumentos bastante álgido, ahora es que Buckner

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recuerda su error de hace un rato y escoge el peor momento para


enmendarlo:

—Dicho sea de paso, yo no lo dije antes, pero la evidencia del


gobierno marcada como 919, yo quise introducirla solo hasta
el párrafo...
—Y yo objeto —replica Joaquín, que no está para perdonar a
Buckner ahora—. Usted la ofreció entera y bajo la Regla de Com-
pletamiento entra entera. Es muy tarde para reducirla ahora.
—Usted puede dar ese argumento luego –responde Buckner, sin
saber que ese argumento le sabrá a hiel en el futuro.

Con este debate acerca de la introducción errada de la declaración


jurada del testigo por parte de la Fiscalía, regresamos al video que
se expone en la sala. Solo me desvié un poco para que tengas una
idea de cómo transcurrieron las deposiciones, en las cuales, dicho sea
de paso, estas discusiones primaron. Coincidirás conmigo en que un
juez es necesario hasta en una sala de injusticia como esta.
De vuelta al video el fiscal dedica algún tiempo más a tratar de
establecer, a través del testigo, para quién rayos trabaja Nuris, para
terminar sacando en claro solo que es una abogada del Bufete
Internacional.
Y este fiscal ahora se empeña en demostrar que la conciencia
del testigo ha sido comprada por el MININT. Al preguntarle cuánto
le pagó la Contrainteligencia, Percy le responde que ni un centavo;
si le dieron una casa y Percy le responde que él mismo levantó la
suya; si le dieron un carro y Percy le responde que él lo compró...
¡Y me pregunto si es que habrá una forma de escribir este diario
concediendo un ápice de respeto a estos personajes y soy yo quien
ha caído en el pecado de no hallarla!
Y la bobería sigue. No, Percy no trabaja más para la Contrainte-
ligencia. La última vez que Percy trabajó para la Contrainteligencia
fue cuando el juicio por las bombas lo convirtió en una figura públi-
ca. No, el Ministerio del Interior no pagaba sus viajes a Miami, los
pagaba él mismo. Sí, Percy entraba todos los meses a Cuba y nun-
ca lo pusieron de vuelta en el avión. Sí, claro que si Cuba lo hubiera
querido, Percy no hubiera regresado más al país, pero no sucedió así.
Sí, claro que ellos pudieron haber objetado legalmente las entradas
de Percy a Cuba, pero no lo hicieron. Sí, claro que si ellos hubieran

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objetado la entrada de Percy a Cuba, le hubieran arruinado el nego-


cio de llevar y traer ropa. Sí, Percy todavía es ciudadano guatemal-
teco. Sí, si Percy cometiera algún delito en Cuba, el país lo podría
expulsar y ponerlo en un avión a Guatemala. No, Percy no sabe si
Cuba podría inventar alguna razón, si quisieran ponerlo en un avión
rumbo a Guatemala. Sí, Percy tiene esposa e hijos en Cuba. Sí, Percy
tiene hermanos y hermanas aquí. Sí, aquí es Cuba. No, ninguno tra-
baja para el Ministerio del Interior o la Contrainteligencia. Sí, una her-
mana de Percy trabaja para una firma de abogados que pertenece
al gobierno.
Por fin parece que el fiscal se ha cansado de sí mismo –al me-
nos por un rato– y se empieza a referir al caso que nos ha puesto
por cinco meses en su desagradable compañía. Menciona el testi-
monio del testigo en el año 99 con relación a las bombas en La Ha-
bana y le pregunta si ha dado a Joaquín alguna transcripción de su
testimonio. Percy explica que nunca la ha tenido. Y a otra pregunta
responde que, efectivamente, tampoco la ha dado a la Fiscalía.

—Si yo no la he tenido, ¿cómo podría dársela a alguien más?

El fiscal le pregunta si puede conseguirla y el testigo responde


que tendría que averiguar; y, a otra pregunta, que él supone la
deba tener el gobierno cubano, que fue quien hizo el juicio.
Y yo que pensaba que se abordaría el caso. Bueno, vamos a
veeeeer... ¡Okey! Ahora parece que sí.

—Nosotros hablamos antes acerca de su trabajo en los Estados


Unidos como espía del gobierno cubano.

El fiscal no pierde la oportunidad de utilizar la palabra espía.

—Usted dijo que durante ese tiempo estaba siguiendo las instruc-
ciones de personas de la oficina de Contrainteligencia. ¿Correcto?
—Sí.
—Y fueron esas personas quienes le dieron instrucciones de reunirse
con miembros de la comunidad exiliada de Miami. ¿Correcto?
—Correcto.
—¿Cuál era el nombre de la persona o personas que, como miembros
de la oficina de Contrainteligencia, le dieron esas orientaciones?

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¡Acabáramos! ¿O es que este tipo no piensa hablar del caso?


Joaquín objeta, pero al testigo no le preocupan los desvaríos
del fiscal.

—No ayudaría que le diera los nombres porque todos son seudó-
nimos.
—¿Y cuáles eran sus nombres? ¿Cuáles eran esos seudónimos?
—Pedro y Manolo – responde Percy.

Y ahora se discute que estas personas usan seudónimos, que


como práctica no se emplean los nombres verdaderos, pero...

—Y Percy Francisco Alvarado Godoy es su verdadero nombre.


¿Correcto?
—Percy Francisco Alvarado, sí.
— ¿Ese es su nombre real?
—Mi nombre real.

La cosa sigue por el mismo derrotero. El fiscal quiere saber qué


entrenamiento como espía –siempre la palabra espía– recibió el
testigo, pero Joaquín objeta con éxito.
Se toca el tema de los contactos de Percy con sus supervisores,
y este explica que, cuando regresaba a Cuba de sus viajes a Miami,
los llamaba por teléfono. Y el fiscal se empeña por saber los núme-
ros telefónicos, que el testigo se niega a dar.
Que si los quiere dar. Que si no los quiere dar. Que si se niega
a contestar la pregunta. Que si no puede o si no quiere responder.
Que si todavía debe lealtad a la Contrainteligencia y Percy le dice que
ni siquiera sabe si aún los números son válidos. Que si no son válidos
entonces por qué no los da. Que quién le dijo que no los debía
dar. Que qué regulaciones él está citando para no dar los números.
Que por qué dice que se cae de la mata. Que para quién se cae de
la mata. Que si para quien se cae de la mata es para quien realiza
trabajos como espía, siempre la palabra espía. Que si él dijo que no
trabajaba más como colaborador de la Contrainteligencia. Que si a
pesar de eso todavía mantiene secretos. Que si él sabe eso porque
tiene una larga experiencia como colaborador y como espía... Espía,
espía, espía, espía, espía, espía.

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El testigo explica que anteriormente en la Isla trabajó contra


organizaciones contrarrevolucionarias, y ante la pregunta de si tra-
bajó contra otros ciudadanos cubanos, responde que «contra ciu-
dadanos que querían dañar el país, correcto». Esta actividad la de-
sarrolló durante veintidós años y ocupó la mitad de su vida.
Ahora el fiscal quiere saber si recibió algún entrenamiento. ¿En
explosivos? No. ¿En manejo de armas? Soy muy mal tirador. Percy
explica cómo estableció su propia leyenda de transportador privado
de paquetes durante el año 88, actividad que no era legal en los Es-
tados Unidos y podía ser considerada un delito menor en Cuba. Por
supuesto, el trabajo ilegal del testigo era de conocimiento de la Con-
trainteligencia, pero él tenía que evitar que alguna otra agencia
gubernamental lo supiera. El trabajo de llevar paquetes a Cuba era
real y tenía una clientela establecida, pero Percy nunca fue descu-
bierto o procesado por esas actividades.
El fiscal está un poco enredado en la historia de los trabajos de
Alvarado y este le facilita la tarea de matar el tiempo. Él había cola-
borado antes con la Contrainteligencia hasta el año 86, había sido
profesor durante varios años desde 1969 y aún hasta el año 88, en
que se empieza a dedicar al negocio de los paquetes. Entonces du-
rante sus viajes es abordado en Miami por Agustín Pérez Medina
para que sus paquetes se tornen peligrosos y él se vuelve a acercar
a la Contrainteligencia. El fiscal quiere que le den golpes y se refiere
nuevamente a la remuneración que Percy habría recibido por sus
servicios durante su primera etapa, este le vuelve a recordar que
«nunca ni el Ministerio del Interior ni la Contrainteligencia me pa-
garon un solo centavo. Ni un centavo».
Buckner quiere hacer una incursión en el pasado y pregunta
al testigo sobre sus actividades iniciales con la Contrainteligencia,
pero recibe una respuesta negativa:

—Es un secreto. Es una etapa que no tiene nada que ver con este
juicio.
—O sea, que de hecho, además del número telefónico que usted
no nos puede decir, hay otros secretos que usted no puede tam-
poco decirnos. ¿Correcto?
—Para abreviar el asunto, todas las preguntas vinculadas a mi par-
ticipación con el gobierno cubano, que no tengan nada que ver
con los hechos o asuntos de este caso que estamos tratando, es
un secreto que no debo divulgar.

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—¿Usted hizo un juramento hoy aquí?


—Correcto.
—¿Entonces usted está preocupado por decir algo que no sea
verdad?
—Estoy diciendo que hay dos juramentos: uno ante una organiza-
ción, con el que debo cumplir, y uno ante la Corte de no mentir.
Como yo no quiero mentir, puesto que no debo mentir, yo prefie-
ro no hablar sobre esos asuntos.

Otra vez Buckner quiere saber quién le orientó a no divulgar


esos secretos. Quién lo entrenó para guardar secretos. Si mantener
secretos es parte de su vida, pero él insiste en que nadie lo entrenó
para guardar secretos. Que si todavía el testigo es leal a la Contrain-
teligencia. Que si esa lealtad le prohíbe comentar sobre su trabajo.
Que su posición es la de no querer hablar sobre su trabajo como
espía antes de 1988. Que si se niega a contestar contra quién tra-
bajó antes de 1988. Que nombre cinco de las organizaciones con-
trarrevolucionarias contra las que acaba de decir que operó en esa
época. Que entonces se está negando a contestar...
Ya la tensión inicial se ha disipado en Godoy y se le nota diverti-
do, como jugando con este cretino que no tiene cosas mejores que
preguntar y no hace más que perder el tiempo.
De todo este cuestionario, Percy solo ha respondido que ya se
está cayendo en un círculo vicioso, que uno siempre sabe que no
puede divulgar lo que hace en esta actividad y que los asuntos so-
bre los que él ha venido a testificar fueron ya ventilados pública-
mente.
Yo miro al fiscal, hoy en la sala, y me da la impresión de que no
sabe dónde meter la cabeza, ahora que se mira a sí mismo hacien-
do el ridículo en la pantalla. Ramón, sin que yo le hubiera hecho
el más mínimo comentario, corroboró mi observación cuando más
tarde regresamos a nuestra celda.
El fiscal se vuelve a referir a los contactos del testigo en Miami y
en Guatemala, y yo anoto en mi libreta que al fin entrará en el caso.
Cuando ya ha establecido que, efectivamente, se realizaron con-
tactos en ambos lugares, no se le ocurre otra cosa que preguntar
a Percy si engañó a dichas personas. ¡Percy no les dijo que era un
agente de la Seguridad cubana! Cuando los buenazos miembros
de la Fundación lo invistieron con el título de Agente 44, no les dijo

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que ya era agente de Cuba. Cuando el amoroso Pumarejo le obse-


quió unos pomitos de champú y unos plumoncitos en Guatemala,
no le dijo que era agente de Cuba. Cuando le hablaron de lo que el
fiscal llama «supuestas bombas», no dijo a sus interlocutores que
era agente de Cuba. No. El los engañó, malo, les dijo mentiras, les
mintió, no fue leal, no fue sincero el malo de Fraile y los engañó a
los infelices terroristas ¡¡Sinvergüenza!!
Ahora el fiscal quiere saber si Percy tenía un plan de fuga o algu-
nas orientaciones de qué hacer o decir, si era descubierto o encarcela-
do en los Estados Unidos, pero recibe una respuesta negativa y el
testigo le explica que nunca se reunió con alguien vinculado a los
órganos de la Seguridad cubana en este país. Buckner le pregunta
por la cantidad de personas que hay en la oficina de la Contrain-
teligencia:

—Yo no lo sé. Y esta respuesta sí es la verdad. Yo no lo sé.


—Esta respuesta es la verdad. ¿Y las demás respuestas?

Ahora sí lo tengo, pensará Buckner.

—Las otras respuestas también son verdad –dice riendo el testigo–,


solo que no se las puedo dar.

El fiscal le pregunta si pasó el detector de mentiras solicitado


por Pepe Hernández en Miami. Fraile responde que en efecto este
se lo solicitó y él lo aceptó para salir del paso, pero que al final no se
concretó. Buckner quiere saber si fue entrenado para la prueba en
Cuba y si estaba dispuesto a mentir durante la misma; el testigo le
explica que no había hecho ningún entrenamiento y que no sabía
qué habría hecho de concretarse la propuesta. Aunque por supues-
to que hubiera mentido, en cumplimiento de su misión como agen-
te de Cuba.
Se pasa a hablar de sus viajes a los Estados Unidos entre los
años 1988 y 1998, que deben haber rondado los ciento veinte. Res-
pecto a los otros países donde había estado, menciona a Guatema-
la como su lugar de nacimiento; Argentina, del año 54 al 59; otro
viaje a Guatemala y también a México. Al fiscal lo asalta la curiosi-
dad y quiere saber si el último viaje fue como... ¡Claro! ¡¿Cómo iba a
ser?!... Como espía. Pero no, el señor fue a México solo para buscar

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su pasaporte guatemalteco, ya que en La Habana no había embaja-


da de ese país. A otras preguntas responde que nunca hizo a la Con-
trainteligencia cubana reportes de ese viaje, el fiscal se guarda de
querer saber si algún terrorista allí le propuso actividades de dere-
chos humanos parecidas a las que los derechistas inhumanos mia-
menses le propondrían luego.
Buckner quiere saber si Percy reportó al FBI sobre las actividades
propuestas por la Fundación. Ante la respuesta negativa, cuando le
pregunta si lo reportó a la policía de Miami Dade, me da la impresión
de que está de ánimo chistoso. Percy responde que no. «Ni que qui-
siera aparecer flotando en un canal de Miami», debe pensar el testigo.
En fin, que el fiscal establece que ninguna agencia guberna-
mental norteamericana fue informada por Godoy. Y otra vez se
alborota el can cuando quiere saber si eso se debe a que Cuba le
orientó a no hacerlo. Percy dice que nunca se discutió el asunto en
Cuba ni en un sentido ni en otro, y de repente al fiscal le preocupan
los muertos que pueda haber allá.

—¿Así que usted decidió no decirlo a ninguna agencia de la ley


norteamericana aun cuando pudo haber personas muertas?
—Si las bombas iban a ser puestas en Estados Unidos yo no hu-
biera vacilado en decirlo a las agencias de los Estados Unidos.
Como serían puestas en Cuba, yo decidí decirlo a las autorida-
des cubanas.
—Pero las bombas estaban originalmente en los Estados Unidos.
¿No es así?
—Yo no sé. Las bombas me las entregaron en Guatemala.

Todavía le quedan ganas de retozar a Buckner:

—Como resultado de su trabajo con la Contrainteligencia en Cuba.


¿Usted tenía algún rango o título?
—Solo mi seudónimo.
—¿Entonces usted no recibió ninguna promoción por su trabajo
contra grupos en Cuba?
—Los agentes no son promovidos. Yo no sé si soy soldado, capitán,
teniente o cualquier otra cosa.
—¿Usted tenía un contacto de emergencia en Miami en caso de
que tuviera problemas y fuera arrestado?

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—No. Me imagino que tal como ocurre en las películas, hubiera


podido hacer una llamada, y habría llamado a casa para decir
que estaba preso.
—¿A quién hubiera llamado?
—A mi mujer. ¿A quién más?

De nuevo a lo mismo, realmente no sé cómo hacer para no re-


petirme tanto, pero no es mi culpa. Que si hubiera llamado a la
oficina de Contrainteligencia, y Fraile le dice que tal vez hubiera gri-
tado alto para que allá lo escucharan. Que si él tenía el teléfono de
la oficina de Contrainteligencia por qué no lo utilizaba. Que a qué
regulaciones se refería cuando decía que no podía llamar desde el
extranjero a dicho teléfono. Que quién le había explicado esas re-
gulaciones. Que cómo él fue informado de que los teléfonos inse-
guros no se usan en estos casos. Que acaso se refiere a las películas
porque fue entrenado a través de películas y dale, y dale, y dale...
Para finalizar se le pregunta su relación con nosotros. El testigo
dice saber únicamente que algunas personas están acusadas en
Estados Unidos de ser espías de Cuba. No conoce a ninguno de
nosotros personalmente. No sabe si somos empleados del Ministe-
rio del Interior. Nunca nos ha conocido y no nos ha dicho nada del
complot de las bombas, hasta donde él sepa, pues no sabe quié-
nes somos. Y al fin salimos del círculo vicioso en que se convirtie-
ra este interrogatorio a Percy Francisco Alvarado, sin que se haya
tocado uno solo de los hechos de este caso en una hora y veinti-
trés minutos de preguntas. A la 1:08 p. m. Joaquín toma el podio
nuevamente.
En cuatro minutos el abogado establece que los asuntos sobre
los que Percy está testificando se convirtieron en material público
a raíz de su participación en un juicio en Cuba, hace dos años. Que
el testimonio que acaba de rendir es básicamente el mismo de
aquella época, acaso algo más detallado. Que él se considera más
un colaborador que un espía, pues, según su criterio, el espía actúa
por una remuneración y él era colaborador por convicciones. Que él
está en contra del terrorismo y que si tuviera conocimiento de ac-
tos similares contra los Estados Unidos, no tendría problemas para
trabajar con el FBI. Nuevamente repite que él informó a Cuba en
lugar de a Estados Unidos, porque a su criterio el peligro se cernía
sobre la Isla. Y para terminar dice no saber si Cuba compartió estas
informaciones con Estados Unidos.

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Es la 1:12 p. m. cuando la voz que se dirige al testigo cambia. Y


es porque Buckner quiere hacer unas pregunticas extras. Aparen-
temente el fiscal piensa que Joaquín abrió algunas puertas nuevas
en su reexamen, por lo que él tiene derecho a abordar esos temas
nuevos.
Y aquí viene la primera pregunta de Buckner:

—¿Quién le daba a usted las instrucciones para actuar en Estados


Unidos?
—Mis supervisores.
—¿Y quiénes eran?
—Los supuestos Pedro y Manolo de quienes le hablé.
—Los supuestos Pedro y Manolo, pero usted no sabe sus nombres
reales. ¿Eso es lo que me quiere decir?
—Se trata de seudónimos. Yo no conozco sus nombres reales.
—Ellos le dijeron que respetara las leyes norteamericanas. ¿Correcto?
—Que no me metiera en problemas en Estados Unidos.

El que termina por meterse en problemas es Buckner cuando


debería dejar la bobería de los temas nuevos y olvidarse del testi-
go. Voy a tener que pensar que le gustó el Havana Club o algo por
el estilo.

—Pero usted estaba en los Estados Unidos conspirando con perso-


nas que iban a poner bombas en Cuba. ¿Correcto?
—Yo estaba en Estados Unidos estableciendo las condiciones para
evitar que esas bombas explotaran, lo que es diferente.
—Pero usted nunca le dijo a alguien de una agencia legal nortea-
mericana que eso era lo que estaba haciendo. ¿Correcto?
—Por tercera vez le diré que no.
—Usted es un hombre educado, yo supongo. Usted fue profesor.
¿Correcto?
—Sí.
—¡Y usted sabía que su presencia en los Estados Unidos como
agente de Cuba —¡ay!, no dijo espía— era una violación de las
leyes de los Estados Unidos. ¿O no lo sabía?
—Desde el punto de vista legal yo no tenía conocimiento de la ley
que estaba violando, pero yo no estaba espiando al gobierno
norteamericano. Yo estaba espiando a organizaciones terroristas

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en Estados Unidos. Soy absolutamente responsable y sujeto a


la ley por eso.
—Y la razón por la que usted no lo dijo a los órganos de la ley
norteamericanos es porque usted sabía que su presencia en los
Estados Unidos era ilegal. ¿Correcto?
—No. Yo no sabía qué ley estaba violando. Yo estaba convencido
de que algún día el gobierno norteamericano entendería que lo
que yo estaba haciendo era correcto.
—¿Pero usted nunca les dijo lo que estaba haciendo?
—Bueno —y Percy Francisco Alvarado Godoy remata con una son-
risa—, usted se está enterando ahora.

A la 1:17 p. m. el fiscal David Buckner acaba de autopropinarse


el tiro de gracia por la gracia de las pregunticas nuevas que se le
ocurrió hacer.
Y con este testigo termina el día. Aunque en un principio Joaquín
no estaba muy confiado del efecto de este testimonio, la presen-
tación del video en la sala le quitó sus preocupaciones. La jueza
hizo un trabajo de edición, eliminando el torrente de objeciones
que los fiscales interpusieran en La Habana, con el único propósito
de sabotear las deposiciones, y el video salió limpio, mostrando el
contraste entre el cuestionario ordenado de Joaquín y el círculo
vicioso en que cayó el fiscal al dedicar más de una hora a desacre-
ditar a un testigo que terminó por ponerlo en ridículo. Tras haber
visto los efectos de las bombas en los hoteles cubanos en la se-
mana anterior, no se pudo haber hecho mejor cosa que presentar
este video.
Nos vamos a un receso, pero antes de salir de la sala alcanza-
mos a observar un diálogo meloso entre el fiscal Kastrenakes y este
tránsfuga que representa a la Fundación Nacional Cubano-Ameri-
cana que es Many Vázquez. Nada. Que los fiscales siguen tocando
fondo.
A partir de la 1:34 se discute el asunto inconcluso de la ad-
misibilidad de la declaración jurada de un fiscal norteamericano
sobre Orlando Bosch. El asunto no es tan importante como para
dedicarle mucho espacio a la discusión. Básicamente Joaquín quiere
presentar la declaración del fiscal para mostrar quién es Bosch y
añade que si ese es el punto de vista del gobierno norteamericano
no ve por qué el documento no puede estar en la evidencia. En

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oposición, la señora Heck Miller dice que el documento no tiene


valor como evidencia y que, como ambas partes están de acuerdo
en que Bosch no es un angelito, nada del documento puede aportar
al caso.
Al final la jueza decide que la declaración no entre en la eviden-
cia, citando algunos antecedentes legales; no obstante, admite un
par de anexos que Joaquín uniera al documento, consistentes en
declaraciones y cartas escritas por el terrorista, las cuales demues-
tran que todavía este se dedica a su vieja vocación a pesar de estar
bajo palabra en los Estados Unidos.
Termina el día con esta decisión que no representa gran cosa,
pues la realidad es que la evidencia está llena de datos acerca de la
trayectoria criminal de este individuo a quien ahora los fiscales no
quieren que el jurado conozca. Cuando nos vamos de vuelta al pe-
nal bajo la escolta de los alguaciles, estos comienzan a interrogar-
nos sobre lo que pensamos hacer una vez que seamos liberados...
¡Caramba! El caso no parece ir tan mal.

El miércoles 11 de abril llegamos a la Corte y Roberto está en bue-


na compañía. A su lado están sentados dos de los payasos de ac-
tualidad en la sagüesera: Carlos Cajaraville se vende en el pulguero
radial como exseguroso y es algo así como el gurú oficial en miste-
rios e intrigas del gueto. Bajo los chillidos de Ninoska Pérez teoriza
en trucos que adjudica a la Seguridad cubana, todos de seguro
sacados de algún manual de la CIA que sus actuales patrocinado-
res conservarán de los buenos tiempos. Tuvo parte destacada en el
despojo de los 27 millones al tesoro cubano por parte de Ana Mar-
garita cuando explicó al incauto juez del caso cómo la Inteligencia
cubana envía a sus siniestros y desalmados agentes a Miami con la
fotografía, datos generales, biografía, habilidades culinarias y talla
de ropa interior de la joven cubanoamericana a la que deben sedu-
cir. El otro bufón se identifica como Lázaro Betancourt y se apareció
en la Ciudad del Sol tras escaparse de una delegación oficial cubana
y autoascenderse. Ambos personajes son asiduos al programa de
Ninoska, a quien llaman guataconamente Nino, y hoy se apostan
en sus asientos mirándonos fijamente, con caras de pocos amigos.
Y hablando de Nino, una historia corta: hace unos días María, la
investigadora de la oficina de Joaquín, nos contó sobre un percance

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relacionado con este caso. Resulta que fue a entregar la citación de


la Corte a Roberto Martín Pérez, el esposo de la Nino, y se encontró
nada menos que con la progenitora de esta.
Dicen las lenguas más afiladas del barrio que el linaje batistia-
no de Ninoska va mucho más allá de su simple matrimonio con
el hijo de Lutgardo Martín Pérez,7 pues su papi no fue otro que un
matón conocido como Paco Pérez a secas –que me perdonen los
Pérez buenos que abundan por ahí–, quien era el jefe de la moto-
rizada en La Habana, en los tiempos en que la democracia con la
que esta gente sueña reinaba en Cuba. De manera que la señora
mamá de Ninoska, por añadidura suegra de Roberto Martín Pérez,
tiene que ser la viuda, esposa o exesposa del señor Paco Pérez, en
dependencia de si este falleció, sigue con la mamá de Nino o se
divorció de ella, cosa que desconozco.
Ocurrió pues que María se apareció a la puerta de la señora con
su citación y esta montó en cólera y se negó a recibirla. María in-
sistió y se la tuvo que entregar varias veces, después de recogerla
del suelo cada vez que Paca Pérez la lanzaba al piso con furia. Ya
por último la señora se extralimitó y al lanzar la citación por enési-
ma vez al suelo, la pateó con tan mala suerte –o tan buena punte-
ría– que le propinó una coz en la canilla a la pobre María. ¿Qué te
parece? Y todavía se preguntan por qué la jueza no los mira con
simpatía.

7 Coronel de la policía batistiana, autor de varios crímenes que quedaron impu-


nes. Al triunfo de la Revolución huyó del país y se radicó en los Estados Unidos.

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el cubilete. Han salido tres gallegos y dos
negros, y en el título se me ocurre, aparte de
cubilete, ponerle la expresión: !Yo dije por
abajo! Claro está, había quien esperaba el
«último instante» para decir «por abajo» y las
broncas que eso generaba eran que pa'que
contar, siempre como hermanos.

En un momento determinado, pasados


varios meses de tenernos en celdas aislados,
nos pusieron de a dos juntos, rotándonos,
porque uno siempre se quedaba solo (estas
rotaciones eran cada tres semanas). Fue en
esa convivencia que comenzaron a generarse
ideas para pasar el tiempo de la mejor
manera posible. Todo partió de un libro de
Gabriel García Márquez, y Gerardo fabricó el
juego de cubiletes.

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XI
Donde la defensa intenta demostrar que los
acusados no acordaron obtener información
clasificada, ni tenían posibilidades de obtenerla,
ni hicieron algo para acceder a esas posibilidades

Mientras, regresamos a la audiencia, que no puede comenzar sin


que pasemos por encima de los callos de la Fiscalía. Ahora quieren
mutilar el testimonio del próximo testigo, ni más ni menos que
un general retirado del Ejército norteamericano. Es un especialista
en inteligencia que ha estudiado los documentos presentados por
la Fiscalía y viene a testificar que nuestra intención nunca fue la de
afectar la seguridad nacional del país.
Lo que quiere básicamente la Fiscalía es limitar el testimonio del
general, para evitar que la cuestión de nuestra imposibilidad de lle-
gar a alguna información clasificada sea ventilada en el juicio. Ellos
dicen que si estábamos conspirando para hacer algo, no importa si
hubiéramos sido capaces de hacerlo o no desde nuestra posición,
pues lo que importa es la intención que teníamos, independiente-
mente o no de si nos era posible hacerlo.
Pero el problema que tienen es que ya ellos introdujeron el
tema de nuestra posibilidad a través de dos testigos, ahora es un
poco tarde para querer que nosotros no utilicemos el argumento
contrario. Esto es lo que explica Norris, además aclara que, contra la
afirmación de la Fiscalía, nosotros no pensamos utilizar la imposibi-
lidad como defensa. Sencillamente tenemos derecho a argumentar
imposibilidad de nuestra parte, ante el argumento que ellos utili-
zaron en el sentido de que a nosotros sí nos era posible adquirir
información clasificada y secreta.
Buckner hace un último esfuerzo y dice que nosotros conspiramos
para obtener información no pública –término que siguen acuñando
ahora ante la falta de información clasificada–, independientemente
de si podíamos conseguirla o no. La jueza niega la moción y acepta el

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argumento de Norris. Si el gobierno planteó que a nosotros nos era


posible acceder a ese tipo de información, nosotros ahora tenemos
derecho a impugnar ese argumento con uno opuesto.
Y ya tenemos a las 9:14 a. m. al general Edward Breed Atkeson
para ser examinado por William Norris, abogado de Ramón Labañi-
no, alias Luis Medina, alias Allan.
El general se graduó de artillería en el año 1951 y tiene varios
estudios universitarios. Estuvo en el 5.o Cuerpo en Alemania, entre
los años 1953 y 1955, durante una época de serias tensiones con
el bloque soviético. Realizó actividades de inteligencia como agre-
gado militar en Finlandia, donde el acercamiento de este país
con la Unión Soviética era motivo de preocupación para las nacio-
nes de la OTAN.8 Fue jefe de operaciones de inteligencia de un
cuerpo de ejército y ha escrito libros sobre el tema. Tras su retiro en
el año 84, se ha dedicado a ser consultor y fungió como instructor
por cinco años en el colegio de Inteligencia de la Defensa. Se ocupa
de estudiar asuntos militares internacionales.
Respecto a Cuba ha ido a la isla en los últimos cinco años. ¡Atá-
jalo Buckner! ¡Otro comunista! Tiene conocimientos de los siste-
mas de inteligencia cubanos y ha visitado instalaciones como las
escuelas de Inteligencia en la Isla. Explica que para Cuba siempre
ha sido una preocupación la posibilidad de un ataque por parte de
los Estados Unidos, por lo que una de las maneras de evitarlo es
intercambiar contactos con personal militar norteamericano.
A las 9:30 a. m. Norris presenta al general Atkeson como experto
en inteligencia, pero el «mariscal» Buckner no puede desperdiciar
la oportunidad de examinarlo, a lo cual por supuesto tiene todo su
derecho.
El propósito del mariscal es el de aislar al testigo de Cuba para
que no pueda opinar sobre el país. Establece que Atkeson sirvió
en Europa, Vietnam y los Estados Unidos, y cuando quiere alejarlo
de los asuntos cubanos, el testigo le rectifica explicándole que, de
hecho, él cubrió actividades de inteligencia alrededor del planeta.
El fiscal le pregunta si trabajó directamente el tema de Cuba y el
testigo le explica que de alguna manera lo hizo a través de sus res-
ponsabilidades de dirección. A falta de otras preguntas que valgan

8 Organización del Tratado del Atlántico Norte, fundada el 4 de abril de 1949, que
aglutina a las fuerzas militares de los países capitalistas.

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la pena, Buckner no tiene otra opción que referirse al lavado de ce-


rebro que sufriera este traidor a la democracia de manos de Castro.
Así es que le pregunta sobre su primer viaje a Cuba, que habría
sido en 1996, el general admite que se reunió entonces con oficia-
les de la Inteligencia cubana, incluyendo al jefe del organismo. Tras
reseñar sus actividades durante estos viajes, el testigo concluye que
parte de su información acerca del servicio de Inteligencia cubano
viene de esas visitas y otra parte de sus propias observaciones. El
mariscal David Buckner no puede resistirse a pedir con urgencia un
side bar, no sin antes dejar establecido que el testigo se reunió con
Fidel durante casi toda una noche.

—Debe de haber sido una conversación interesante —comenta el


fiscal tratando de sonar irónico, pero un rictus de niño que no
pudo montar el columpio del parque le obstruye la fluidez del
verbo.

Y para colmo el side bar tiene un efecto contrario y la lengua se


le suelta:

—Este señor es un vocero de la Inteligencia cubana.

Es el mejor argumento que se le ocurre esgrimir para explicar


su oposición a que el general Atkeson hable sobre los órganos de
Inteligencia de la Isla. Después no entienden por qué ni la jueza ni
los abogados los comprenden. Jack le recuerda la barbaridad que
está diciendo, pues su planteamiento es que el general viene a re-
petir como una cotorra lo que le dijeran los oficiales de la Inteli-
gencia cubana. Ahora Buckner quiere rectificar pero la jueza tiene
la misma interpretación que Jack:

—Me extraña mucho que viniendo del propio gobierno se diga


que uno de ellos mismos es un vocero de la Inteligencia cubana.

Y más adelante Lenard remata:

—Si usted quiere utilizar ese argumento delante del jurado, há-
galo. Eso es algo que puede hacer en el contraexamen.

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El general Atkeson es aprobado como experto y hasta puede


hablar de los servicios de inteligencia de Madagascar si le place.
El general comienza por decir que él ha participado en el proceso
de otorgar clearences y que si alguien viene de un país comunista
lo más probable es que lo pasen por la prueba del polígrafo.
Ahora se maneja un concepto conocido como transparencia que
comenzó a desarrollarse durante su época de oficial de Inteligencia
en los tiempos de Eisenhower, durante los años más duros de la
Guerra Fría, consistente en la apertura de las partes opuestas a sus
contrapartes respectivas, para aumentar la confianza de ambos
bandos respecto a posibles amenazas mutuas. El general explica
que este concepto se enseña y es aceptado en el mundo y por los
Estados Unidos para elevar la confianza y evitar guerras. Señala
que bajo ese concepto se desarrollaron acuerdos con los países del
Pacto de Varsovia,9 a través de los cuales las partes se mantenían
mutuamente informadas y participaban de maniobras, tácticas y
otras actividades de sus oponentes. Y luego pasa al tema de Cuba.
Las diferencias en este caso son enormes. Cuba no es una ame-
naza y a Estados Unidos sencillamente no le preocupa en absoluto
lo que la Isla sepa o deje de saber en cuanto a la capacidad militar
del gigante norteño. El general considera que es bueno que Cuba co-
nozca sobre estas capacidades porque en la Isla sí están ciertamente
preocupados por las intenciones que puedan tener los vecinos del
norte, y que tengan ciertas seguridades acerca de que no hay planes
para atacarlos crea un ambiente de distensión en la zona.
Un nuevo concepto entra al ruedo: Essential Elements of Information
(Elementos Esenciales de Información). Respecto a los EEI de Cuba
el experto opina que se reducen a saber si algún día serán ataca-
dos por los Estados Unidos y para eso utilizan agentes, la Internet,
CNN, prensa, patrullas y cualquier cosa que tengan a su disposición.

—Nada nuclear o de ese tipo. Ellos no creen que nosotros los va-
yamos a atacar con armas atómicas.

El general piensa que los únicos EEI que Cuba persigue son los
referidos a la posibilidad de que sea atacada.

9 Alianza militar defensiva que integraban los países del extinto campo socialista
europeo, creada el 14 de mayo de 1955 como respuesta a la OTAN.

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—Si nosotros atacamos ahora..., bueno..., yo nunca he visto eso


escrito en la pantalla de mi computadora. Esa es la única infor-
mación esencial que a ellos les importa.

A continuación el experto identifica en la evidencia los EEI, en


los párrafos donde se indica la misión de Guerrero, y repite que a
mediados de los años 90 Cuba no era vista por los Estados Unidos
como una amenaza. Luego se pasa a otro documento en el que se
explica a Lorient los indicios que pudieran apuntar a tal ataque, y el
general les da una denominación:

—Esos puntos son conocidos como indicadores y pueden ser con-


seguidos de muchas maneras públicas.

A las 11:00 a. m. Paul toma su turno tras un receso de veinticin-


co minutos. Las miraditas que nos dedican los payasos de la Fun-
dación, sentados en el público, se han ido haciendo más ridículas
y todos temblamos de miedo. Pero nosotros sabemos mucho y ya
hemos alcanzado una reputación muy buena entre el personal de
la Corte como para dejarnos provocar por la empleomanía de Nino
Pérez, esposa de Pérez.
A través de Paul el testigo explica que cierto grado de informa-
ción de la parte contraria termina sirviendo a los intereses de la paz,
y apunta que la Primera Guerra Mundial se debió, según algunos
criterios, a falta de información, pues después del asesinato de Sa-
rajevo todo el mundo se dedicó a defenderse de los demás y ter-
minaron agrediéndose los unos a los otros a lo largo de Europa. El
general describe las relaciones entre Cuba y Estados Unidos como
simplemente malas y explica que este país tiene la capacidad para
conocer lo que hace Cuba; no obstante sus EEI respecto a la Isla
son muy pocos. En cuanto a Cuba, repite los elementos que antes
ya mencionó a Norris, así como los medios de que la Isla se vale
para informarse.
El experto admite haber estudiado los tres volúmenes que la
Fiscalía presentara como evidencia y algunos de los documentos
acopiados por el FBI. Dice que los norteamericanos se benefician
si Cuba tiene algún conocimiento, porque aunque la Isla sabe de
las capacidades del norte, mantiene dudas sobre sus intenciones y
este conocimiento ayudaría a reducir las tensiones.

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Al referirse a las instrucciones sobre el Comando Sur y al uso


del término «penetración» tan explotado por la Fiscalía, el experto
explica que este es un término genérico sin ningún significado en
inteligencia: «Sencillamente entrar». Nadie es instruido, de acuerdo
con los tres volúmenes, a obtener información clasificada, secreta o
que haga daño a los Estados Unidos. Un par de objeciones y un side
bar de por medio, y el general aclara que penetración no significa
obtener información clasificada.

—Se pueden hacer cientos de cosas como resultado de la pe-


netración.

Seguimos con los documentos y el testigo repasa algunas ins-


trucciones prácticas: «No improvises», «Si tienes alguna duda pre-
gunta antes de hacer algo»...

—A ellos se les instruye para no hacer nada incorrecto –dice el


general.

Y sigue leyendo: «No te arriesgues a tomar fotografías sin con-


sultar». El experto explica que no se quiere andar llamando la aten-
ción tomando fotografías por gusto.
Ahora se aborda con más profundidad el proceso para otorgar
un clearence y Paul ofrece el perfil del converso Joseph Santos al ge-
neral, por supuesto tras otras objeciones y otro side bar.

—Una persona con esas características sería objeto de una investi-


gación bien larga y sus calificaciones tendrían que ser de mucha
necesidad. Pero usualmente sus oportunidades serían iguales
a cero.

Son las 11:40 cuando Paul da por terminado su examen direc-


to. Y no habiendo algún otro defensor, tenemos a Buckner, quien
viene a salvar el honor de la unión americana ante la mancha que
sobre él han dejado caer estos generales tan cándidos.
El fiscal establece que el testigo estudió los tres volúmenes que
ofrece la acusación en la evidencia. Se reunió en Cuba en febrero
de 2001 con algunos oficiales del MININT y de la Inteligencia mi-
litar. Buckner se dirige a los conceptos de inteligencia de señales

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e inteligencia humana, el primero relacionado con intercepción ra-


dial y el segundo con la agentura, para establecer que en ambos
campos Estados Unidos es la primera prioridad para Cuba. La gen-
te de la Isla no le dijo al general cuántas personas tienen en los
Estados Unidos y en qué bases militares están, pero le hicieron saber
cuáles eran sus conocimientos de este país sin especificar las fuen-
tes. La visita duró alrededor de una semana, incluyendo la noche
de reunión con Fidel sobre la que antes trató de ironizar Buckner
infructuosamente. El fiscal quiere saber por qué Cuba se preocu-
pa de una eventual acción militar norteamericana y pregunta si
se debe a la Crisis de los Misiles, pero el experto responde que ese
hecho está muy lejos en la historia y otros más recientes como la
invasión a Granada, Haití o Panamá pudieran ser motivo de mayor
preocupación para Cuba.
Ahora el cuestionario se dirige a la debilidad relativa del pode-
río militar cubano respecto al estadounidense, el fiscal trata de
destacar la importancia que tiene la información para la Isla en es-
tas condiciones: una mejor inteligencia es ventajosa, la inteligencia
humana toma algún tiempo en desarrollarse y a veces, al principio,
no adquiere todo su potencial y la meta es profundizar para...

—Bueno, eso depende de los Elementos Esenciales de Informa-


ción –tercia el experto antes de que el mariscal tome impulso.

Buckner vuelve sobre la idea, argumentando que si Cuba siente


que Estados Unidos es una amenaza, lo lógico es que quiera cono-
cer el plan de ataque a su país.

—Si este plan existiera –responde el general, quien acepta que


Cuba trataría, en caso afirmativo, de hacer saber de alguna ma-
nera a los Estados Unidos que está apercibida.

De vuelta al tema de la inteligencia humana, el experto acepta


que esta es de alguna manera riesgosa. Cuando el fiscal sugiere que
antes de entrar a un objetivo debe haber un elemento de interés
de antemano, el testigo no lo sigue y dice que no necesariamente
ocurre así, a veces no se sabe a ciencia cierta.
Sobre el concepto de transparencia expresa que es importante
para prevenir una guerra nuclear; y que la capacidad de verificación

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mutua es esencial, por lo que este país utiliza entre otras cosas sa-
télites. Los objetivos de este concepto todavía no han sido alcanzados
y existe la necesidad de mejorar la capacidad de verificación mutua.
El general no ha dicho que este país practica la transparencia ha-
cia Cuba. El testigo no está seguro de si Estados Unidos publica la
localización de sus tropas, aunque sabe que los planes de contin-
gencia no son publicados, así como otras informaciones son res-
guardadas para evitar daño al país.
En Cuba, en 1996, el general vio no solo los túneles en que se
guarda el equipo militar cubano sino también algunas bases milita-
res en la superficie. Cuba no necesita saber sobre la eventualidad de
un ataque para poner su equipo bajo tierra, pues el que quieren
mantener en esa situación ya lo está. Más que infligir el mayor núme-
ro de bajas a un posible atacante, el objetivo de «la guerra de todo
el pueblo» es el de desestimular la guerra mostrando ser un ene-
migo difícil de vencer. El fiscal quiere saber si una gran cantidad de
información es no pública o clasificada –y sigue insistiendo en mez-
clar estos dos conceptos–; ante la admisión del general, le pregunta
sobre los aviones RC-12 de la base de Boca �ica, a lo que el testigo
dice no recordar tanta insistencia en el tema. Ahora Buckner blande
agresivo el documento donde se habla de los RC-12, en el que se
dice de apagar los radares cubanos cuando estos aviones salen al
aire, y pregunta al experto si no es verdad que Cuba quiere evitar que
Estados Unidos consiga información sobre sus radares, lo que este
admite. Buckner aprovecha el impulso para blandir ahora el docu-
mento con las instrucciones sobre el Comando Sur.
Son las 12:35 y la jueza da un receso.
Al regreso volvemos al documento sobre el trabajo en el Co-
mando Sur: conseguir empleo en el lugar, reclutamiento de per-
sonal, relaciones, observaciones, información pública, etc. El fiscal
quiere presionar al experto en busca de sus comentarios y este lo
detiene:

—¿Puedo explicarle mi problema con sus preguntas? Usted tiende


a confundirme.
—Cuando yo le haga las preguntas usted me puede explicar
–responde Buckner vacilante.

El general lo corta con énfasis:

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—¡Yo le puedo explicar ahora!

Lenard sale en ayuda de Buckner:

—Señor Atkeson, cuando se le pregunte por favor explíquese.

Buckner quiere cambiar de tema, pero la jueza lo interrumpe:

—Espere. Si se va a cambiar de tema, entonces deje que el testigo


se explique.
—El problema –aclara el general– es que usted está mezclando
objetivos con ejemplos y no se trata de la misma cosa.

Pero a Buckner no le queda más remedio que mezclar para no


callarse y continúa mezclando las instrucciones con las dadas al Fa-
quir en relación con su mejoramiento personal en Boca �ica, para
establecer que la penetración es una actividad a largo plazo. Aho-
ra repasa el hot pad, el polvorín, el edificio de la Fuerza de Tarea
Conjunta, las felicitaciones a Lorient, Allan y la base de McDill, Allan
y la base de Barksdale; todo esto saltando de una oración a otra a
todo lo largo de los tres volúmenes, para hacer que al final el tes-
tigo admita que los acusados estaban relacionados con instalacio-
nes militares.
De nuevo a las generalizaciones: la información se puede vender.
La estación de escucha de Lourdes colecciona información. La in-
formación se puede compartir. Cuba la puede vender.

—¿Cuba es amiga de �ina?


—Objeción.
—Sostenida.

La información es protegida de todo el mundo. Ahora quiere


mezclar la clasificación de información en confidencial, secreta y
ultrasecreta con el concepto de información no pública y Paul no
lo deja. No hay sistema de protección absolutamente seguro. Hay
que confiar en las personas. La lealtad es importante. Las personas
firman juramentos de lealtad.

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Y pregunta Buckner:

— Si alguien firma un voto de lealtad a la constitución y lo viola, ¿no


cree que compromete la seguridad nacional de Estados Unidos?
—No sé de qué voto me habla. Tendría que ver el documento para
saber a qué se refiere.

O Buckner no tiene el documento o no le conviene mostrarlo al


testigo, pues de nuevo comienza a dar vueltas sin rumbo fijo alre-
dedor del supuesto voto sin que las objeciones le permitan avanzar
un paso: que si supongamos que alguien jura..., que si una persona
jurara..., que imaginemos un juramento..., que hagámonos la idea
de que al jurar y yo juro, tú juras, él jura, nosotros juramos, vosotros
juráis, ellos juran...

—¡Ups! Creo que estoy en problemas –admite Buckner cuando


las objeciones no le dejan rematar con el cuento del juramento
y la jueza se lo ratifica diciéndole que pase a otro asunto y el
fiscal vacila...
—No más preguntas, Su Señoría.

Sin penas ni glorias termina el contraexamen de David Buckner


al general Atkeson a la 1:40 p. m.
El abogado de Ramón interroga al testigo, ellos abordan temas
como un enunciado durante la guerra de Inglaterra con Alemania
conocido como BEOG, o sea Banned East of Gibraltar o Prohibido
al Este de Gibraltar, que era aplicado para evitar que personas de
cierto nivel de información viajaran al continente europeo desde
la Gran Bretaña. Tras establecer que medidas como esta no tienen
que ver con la lealtad de la gente, se refiere a las características
públicas de una posible movilización militar para invadir a Cuba,
tal como ocurrió en Iraq y en Serbia, donde la televisión transmitió
todos los preparativos para las invasiones contra esos países. Para
finalizar, el testigo ratifica que Cuba no tiene ningún otro Elemento
Esencial de Información que no sea el saber si algún día será ata-
cada por los Estados Unidos.
Jack viene a la 1:45. La invasión a Haití fue de dominio público
antes de consumarse, la televisión estaba esperando a las tropas
norteamericanas antes de que llegaran a la Isla. La penetración a

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largo plazo de Lorient en Boca �ica era consistente con los EEI
de la Dirección de Inteligencia de Cuba; y en los indicadores discu-
tidos en la evidencia no aparece ninguna mención para conseguir
un plan de batalla o de contingencia, que dicho sea de paso no
podrían ser conseguidos en la base de Boca Chica. El nivel de cla-
sificación requerido para estos documentos sería, por encima del
de ultrasecreto, el de Top Secret Code Word (ultrasecreto codificado),
que requiere un código individual para acceder a solo porciones de
esos planes, según la necesidad de la persona autorizada. Joseph
Santos, el ahora testigo cooperante, no tenía absolutamente nin-
gún chance de obtener ese nivel de habilitación. En la evidencia no
aparece ningún indicativo para obtener información clasificada de
los famosos aviones de reconocimiento electrónico RC-12. Las per-
sonas con clearence son instruidas a reportar cualquier aproximación
fuera de lo común de otras personas. El Comando Sur no tiene rela-
ción con �ina o Rusia. Para obtener un clearence se requiere que la
persona tenga necesidad de manejar la información de que se tra-
te y eso es determinado por la Inteligencia.
A las 2:00 termina el reexamen de Jack, y Paul McKenna nos lle-
va de la mano bien entrada la tarde. A Gerardo nunca se le orien-
tó obtener información clasificada o resguardada de algún modo.
En la evidencia no aparece una sola instrucción para que alguien
acceda a un clearence. Cuba nunca hizo ver al general Atkeson que
tendría en su poder información restringida o secreta de Estados
Unidos.
Paul quiere establecer la preocupación de Cuba respecto a la
influencia de los grupos radicales de Miami en el Comando Sur y
hace público el documento con las instrucciones referidas a esto. El
testigo admite que la preocupación es genuina y ofrece su propia
interpretación con la que yo humildemente discrepo, pero la cual
respeto.

—Esa es la opinión cubana y refleja su falta de conocimiento acer-


ca de nuestro sistema cuando piensan que un grupo puede de-
cidir sobre una acción de este tipo por el gobierno de Estados
Unidos –concluye el general que, como la gran mayoría de los
norteamericanos, no conoce el daño que a ambos países sería
capaz de hacer la mafia anticubana de Miami.

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Así terminó el día en la Corte. Esa noche Gerardo llamó a Lisa y


se enteró por el teléfono de otra maniobra sucia del gobierno en
relación ni más ni menos que con el testimonio del general �arles
Wilhelm, a quien increíblemente quieren aplicar la fórmula que an-
tes aplicaron a los combatientes verticales para que se atuvieran a
la Quinta Enmienda y no testificaran. Esta gente no tiene límite y al
parecer han propiciado ciertas presiones sobre el general, por parte
del Departamento de la Marina, para evitar que asuma el estrado
como testigo de la defensa. ¡Cosas veredes, Mío Cid!
Y ya que hablamos de generales, no quiero pasar al día siguien-
te sin opinar acerca del último testigo. Creo que fue un buen punto
para la defensa. Creíble, serio, profesional y convencido de sus cri-
terios acerca de las preocupaciones de Cuba respecto a las fuerzas
militares de su país y de que nuestra pequeña isla no busca se-
cretos militares o dañar la seguridad de los Estados Unidos. A esta
altura nos preguntamos si los fiscales tendrán la capacidad de pre-
guntarse si no hay algo raro en el ambiente cuando todos estos al-
tos militares estadounidenses, una vez pasados al retiro, no vacilan
en visitar a Cuba para intercambiar criterios con nuestros cuadros
de mando y reunirse con Fidel. Bueno, la realidad es que, en este
caso, desde el principio todo el ambiente ha estado algo raro y son
precisamente ellos, los fiscales, quienes más esforzadamente han
trabajado para propiciar esas rarezas. Y hablando de rarezas, pase-
mos al próximo día.

Jueves 12 de abril, aniversario 40 del primer vuelo tripulado al espa-


cio, realizado por Yuri Gagarin.10 No es que me lo recordara la radio
de Miami, pues al fin y al cabo el hombre no era norteamericano.
El que parece impulsado por un cohete es Paul McKenna cuan-
do abre fuego, a las 9:03 a. m., en relación con las maniobras de
la Fiscalía para impedir el testimonio de �arles Wilhelm. Paul dice
que el excomandante del Comando Sur ha estado cooperando con
la defensa por un buen tiempo sin ningún problema, hasta que el
gobierno comenzó a llamarlo insistentemente. Al parecer, Heck Mi-
ller se quiere reunir sola con el testigo de la defensa, a lo que se
10 Piloto militar soviético, fue el primer hombre en viajar al espacio el 12 de abril
de 1961, realizó una órbita terrestre en la nave Vostok 1, en 108 minutos. Falle-
ció el 27 de marzo de 1968 en un accidente de aviación.

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opone McKenna, y no teniendo muchas alternativas, la señora se ha


dedicado a discar el número telefónico del general. Este parece
haber pedido consejo a una abogada del Departamento de la Ma-
rina y ella le prohibió hablar más con la defensa, echando mano
a alguna regulación interna que, sin embargo, se presta perfecta-
mente para que Heck Miller se le siga apareciendo hasta en la sopa
al exmilitar.
Kastrenakes sacude sus manitas al aire y dice que ellos no tie-
nen nada que ver con este asunto. Heck Miller dice que ellos se en-
teraron por un pajarito de que el general testificaría por la defensa
–algo que nosotros habíamos mantenido en secreto– y que hay un
código de conducta militar que..., pero a la jueza ya la tienen can-
sada estas cosas raras que pasan a todos los testigos de la defensa:

—Yo no quiero oír ahora sobre el código de conducta militar. A mí


lo que me preocupa son las acciones del gobierno y quiero que
responda a lo que McKenna acaba de decir.

La fiscal comienza a elucubrar sobre un posible uso del general


como experto y su derecho a entrevistarlo sin que la defensa esté
presente. Al parecer el testigo sugirió que las partes se pusieran de
acuerdo, por cierta deferencia hacia McKenna que fue la parte que lo
citó. Y como cada parte sigue en sus trece, el señor Wilhelm pidió
consejo al cuerpo legal de la Marina y recibió una sugerencia tan
favorable a Heck Miller que ha despertado ahora la suspicacia de
la injusta jueza hacia la angelical inquisidora. Esta se extiende ex-
plicando que los abogados de la Marina deben saber el contenido
del testimonio del general antes de darle su bendición para que
asuma el estrado y agrega que el testigo en su momento fue infor-
mado de que la unidad bajo su mando estaba en peligro de des-
trucción bajo la amenaza de Joseph «Rambo» Santos; los contactos
al respecto del FBI con el general debían ser motivo de análisis an-
tes de que este testificara.
Norris se viste de diplomático para decir algo así como que: «La
señora Heck Miller se caracteriza por su persistencia y, en este caso,
ha aplicado esa característica a sus contactos con el general, ha-
ciendo que al final todo esto se convierta en un nudo gordiano». O
dicho en otras palabras, que la señora es una ladilla y se le ha cola-
do a Wilhelm entre la ropa y el pellejo. El abogado recuerda que ya

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la conducta del gobierno en relación con cada testigo de la defen-


sa se ha convertido en algo sistemático y la Fiscalía se ha dedicado
activamente a evitar que la defensa haga su trabajo.
La jueza parece coincidir con el abogado, pues ya con rostro se-
vero se dirige al gobierno para decirles que quiere que el próximo
día tanto el general como la abogada de la Marina, señora Morrison,
comparezcan en la Corte, ya sea por teléfono o en persona. Dicho
todo esto, ya son las 9:30 a. m. y podemos comenzar la audiencia.
Ocupa el estrado de los testigos la señora Debbie McMullen, la
misma investigadora de la Oficina del Defensor Público que siguió
los pasos de Gerardo y Fernando en busca del campamento de los
Comandos F-4. La testigo viene a presentar al jurado un volumen,
que Joaquín ha preparado, de la evidencia más significativa res-
pecto a nuestras actividades contra el terrorismo, tomada de los
documentos ocupados en nuestras casas, documentos que por su-
puesto fueron escamoteados al jurado cuando el gobierno intro-
dujo sus tres volúmenes en la evidencia.
Viene siendo algo así como el testimonio que rindiera el agente
Richard Giannoti meses atrás, como testigo sumario, solo que Joa-
quín no quiere dedicar tanto tiempo a este tipo de testimonio, sobre
todo después de cinco meses de juicio. La idea es que la investiga-
dora sea más concisa y vaya al grano, puntualizando las principales
operaciones en que nosotros estuvimos envueltos en relación con
los grupos contrarrevolucionarios. Debbie informa que ella ha re-
visado el conjunto de la evidencia, se refiere a la cantidad total de
documentos, presenta el libro que Joaquín ha preparado con su se-
lección, explicando que es una parte de ese total y, antes de introdu-
cir el libro en la evidencia, aclara que parte de los documentos están
escritos por nosotros y parte enviados desde Cuba.
A continuación explica que a nosotros se nos asignaban tareas,
generalmente bajo ciertos nombres de los que la testigo menciona
algunos, como Operación Morena, Operación Arcoíris, Operación
Paraíso, Operación Girón, etc.
Sin más, comenzamos por la Operación Arcoíris: se trataba de
filmar una reunión entre el terrorista Orlando Bosch, una agente co-
nocida como Sol y otro elemento llamado Darío López Castro, quie-
nes tenían el propósito de planear el asesinato de Fidel, así como la
introducción de armas en Cuba y la instalación de bombas contra
objetivos en la Isla. El documento trae una interesante biografía de

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Orlando Bosch, que comienza con sus actividades para la CIA vin-
culadas con el alzamiento de bandidos en 1960, actividades con el
MIRR o Movimiento Insurreccional Revolucionario Renovación, su
prisión en los Estados Unidos en 1968 por actividades terroristas
relacionadas con un grupo llamado Poder Cubano, su liberación
bajo palabra en 1972 y su huida del país para aparecer mezclado
con el asesinato del exgeneral chileno Carlos Prats,11 su arresto pos-
terior en Costa Rica por asesinato, la fundación del CORU o Co-
mando de Organizaciones Revolucionarias Unidas en 1976, siete
atentados con bombas alrededor del mundo, asesinato de funcio-
narios cubanos en el extranjero, la voladura del avión de Cubana en
Barbados en 1976 y su prisión en Venezuela hasta 1987 debido
a esta masacre, su regreso a Miami para ser arrestado por haber
violado su libertad bajo palabra cuando salió del país en 1972, su
liberación en 1991 para formar el PPP o Partido Protagonista del
Pueblo, sus vínculos con la Fundación Nacional Cubano-America-
na y Comandos L, las advertencias del FBI para que se abstuviera
de realizar actividades terroristas durante la visita de Fidel a Nue-
va York en 1995 con motivo de la celebración del aniversario 50 de
la ONU, actividades paramilitares en el año 1997, planes de colocar
explosivos en los hoteles Riviera y Cohíba, además de en otras ins-
talaciones turísticas; más una lista de las amistades del señor, como
confirmando que dime con quién andas y...: Luis Posada Carriles,
los hermanos Novo Sampoll, Jorge Mas Canosa, Nazario Sargén,
Ramón Saúl Sánchez y Rubén Darío López Castro, quien está vin-
culado al PUND y a Alpha 66, entre otros amigazos de Bosch. Pero
esta filmación no se llevó a cabo.
La Operación Morena consistía en otra actividad de vigilancia al
mismo individuo y la Operación Neblina para mantener el ojo en
Roberto Martín Pérez, yerno de Paco y Paca Pérez –la de las coces
veloces– y esposo de Ninoska Pérez, la vocera de la Fundación,
donde él se encarga de actividades terroristas. Un informe respecto
a esta operación detalla un seguimiento a la hija de Paco y Paca,
Nino para sus guatacas al armar sus alharacas, sus bretes y sus ma-
tracas cuando en la radio ataca.

11 Carlos Prats González. General chileno, leal al gobierno del presidente socialista
Salvador Allende. Exiliado tras el golpe de Estado que derrocó al gobierno de
Allende, Prats fue asesinado en Argentina el 30 de septiembre de 1974, median-
te un auto bomba, como parte de la Operación Cóndor.

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Y mientras avanza la sesión, la malicia colectiva se vierte sobre la


pobre Heck Miller que, no me explico por qué, ha ido acumulando
cierto irrespeto a lo largo y ancho de la sala. Hoy decidió cambiar de
look y dejó en casa todos sus vestidos escarlata, verdes, anaranjados,
rojos, mandarina y morado para venir con un sexy atuendo blanco
de pintas negras que ha levantado la curiosidad maliciosa de la
gente. Como Gerardo es un tipo tan sensible al sentir popular y
además la tiene cogida con la fiscal, mientras Debbie nos lee estas
biografías ejemplares, nuestro hermano nos entrega su próxima
caricatura:

Hay alguien que podría tener un problema serio hoy…

En tanto media sala se va turnando para aguantar la risa a me-


dida que rota la caricatura, seguimos conociendo el porqué de
nuestra estancia aquí: la Operación Paraíso es un estudio de las
Bahamas para determinar cuáles son los cayos y rincones más pro-
picios para el enterramiento de armas y explosivos que serían utili-
zados luego contra nuestro país. Se mencionan las actividades del
PUND conectadas con estos enterramientos, así como pasos toma-
dos por la Fundación para hacer lo mismo.
La Operación Girón está destinada a infiltrar a la Fundación y
el documento hace referencia a la sustitución de Ramón por Fer-
nando para dirigir temporalmente este esfuerzo, cuando el primero
se ausenta por un lapso de Miami. Mientras se lee esto nos dan las
11:47 a. m. y la jueza decide tomar un receso; pero antes de salir
parece que algo le está picando el subconsciente desde muy tem-
prano en la mañana:

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—Señora Heck Miller –ordena antes de abandonar la sala–, a partir


de este momento le prohíbo a la Fiscalía hablar con el general
�arles Wilhelm.

De vuelta a las 12:15, seguimos con nuestro recorrido turístico


a través del reino maravilloso del terrorismo contra Cuba. En los
documentos se habla de una tarea acerca de los dos botes que se
preparan en el río Miami para llevar explosivos a la Isla. Hay una
referencia sobre un video que se toma a los barcos y se analizan
las variantes que se utilizarían para desarticular la actividad antes
del 26 de Julio del año 98. Al final Gerardo propone que se haga
una llamada anónima al FBI para que se encargue del asunto. To-
dos sabemos, por testimonio rendido en este juicio por un agente,
que el bote fue efectivamente abordado por las autoridades, pero la
evidencia no me ha dado la pista respecto a si la llamada se hizo o no.
Otros documentos se refieren a diversos temas: la búsqueda
infructuosa del campamento de Comandos F-4 que, ya sabemos, rea-
lizaron Gerardo y Fernando; a otro campamento de Alpha 66 y a
un artículo en el que sus miembros dan entrevistas y alardean de
haber tiroteado un hotel de Cayo Coco; a otro campamento de la
Brigada 2506; planes del CID (Cuba Independiente y Democrática)
para atentar contra Fidel en República Dominicana con armamen-
to adquirido en Centroamérica, y las vinculaciones del jefe de este
grupo, Hubert Matos, con la Fundación Nacional Cubano-Ameri-
cana; un plan para aproximarse a Luis Posada Carriles, a quien se
identifica como el cerebro detrás de las explosiones en los sitios tu-
rísticos habaneros hace unos años; un plan de Erneido Oliva, Rafael
del Pino y Alvaro Prendes para interceptar el avión de Fidel y derri-
barlo; actividades del Ex Club de Prisioneros Políticos y de Rolando
Borges Paz para propiciar el terrorismo en Cuba; un reporte sobre
el yate La Esperanza, el mismo que fuera utilizado para el fallido aten-
tado contra Fidel en la isla Margarita; planes para lanzar aviones
por control remoto contra Cuba, y otros informes más específicos
sobre las explosiones en los hoteles.
A las 12:30 ya el jurado ha recibido un curso para aprender a
conocer a algunos de sus vecinos y la jueza decreta un receso, no
sin antes acordarse de que algo la incomoda desde por la mañana:

—Señora Heck Miller. ¿La señora Morrison es la abogada del ge-


neral Wilhelm?

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—No, Su Señoría. Se trata de la abogada del cuerpo legal de la


Infantería de Marina.
—¡Ah! –la señora Lenard se dirige a la Fiscalía–. Yo pensaba que
se trataba de la abogada del señor Wilhelm. Localícela y dígale
que ella tampoco puede hablar con el general.
—Su Señoría, nosotros hemos estado tratando de localizarla hace
un rato y ella no responde al teléfono –se defiende Heck Miller.
—Bueno, yo supongo que a ustedes no le han de faltar medios
para localizar a la señora Morrison, así que les estoy ordenando
que la localicen y le den mi orden.
—Señora jueza, nosotros hemos estado tratando y...
—¡Pues sigan tratando, señora Heck Miller!

La señora jueza está realmente enojada con esta gente. Todo


porque desde que comenzó el juicio se lo han estado saboteando.
Incomprensiva esta jueza.
A las 12:55 regresamos y se discute qué hacer respecto al asun-
to de Wilhelm. La jueza sigue con el moño virao, pues al parecer
su bagaje conceptual no está a la altura del de los fiscales y no le
alcanza para entender lo avanzado de los razonamientos de estos
cuando quieren coartar nuestro derecho a un juicio justo, ampa-
rándose en unas regulaciones del código de conducta militar.
Lenard determina que la Fiscalía no puede hablar con el testigo
a solas si Paul no está de acuerdo, y este a su vez se reunirá con
el general el domingo por la noche para preparar su testimonio. El
cuerpo legal de la Infantería de Marina debe entregar un memo-
rando de ley antes de las 4:30 p. m. que detalle las razones para
oponerse a la comparecencia del oficial.
La Fiscalía tiene una preocupación que al menos esta vez suena
legítima: se trata de que los contactos que el FBI tuvo con el gene-
ral durante la investigación de nuestro caso son clasificados y su
contenido no debe hacerse público durante el testimonio. La jue-
za decide que se realizará una reunión cerrada de los letrados por
las partes con Wilhelm el lunes a las 8:00 a. m., justo antes de que
brinde testimonio. Así que todo parece indicar que Su Señoría ya
determinó que tendremos al general el lunes.
A la 1:30 p. m. todo está listo para continuar, la señora Heck
Miller viene a contrainterrogar a Debbie McMullen, la investigado-
ra de la Oficina del Defensor Público.

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Los personajes citados en las comunicaciones entre Cuba y no-


sotros tienen distintos grados de importancia y algunos como Ra-
món Saúl Sánchez, por poner un ejemplo, no están directamente
vinculados a actividades terroristas realizadas recientemente. En
otras palabras, la evidencia se refiere lo mismo a algunos chicos
con ligeros problemas de comportamiento como a otros que son
candidatos a la beatificación, lo cual se aplica también a los grupos
mencionados, que van desde los que no saben comer con tenedor
hasta los que merecen el premio Nobel de la Paz.
Basulto no está entre los asociados con Orlando Bosch. La mera
asociación de dos personas en la evidencia no implica necesaria-
mente que las dos están combinadas para practicar el terrorismo.
Las fuentes son variadas y van desde artículos de periódicos hasta
discursos, estando generalmente los originales en español. Algunas
fuentes son de tercera mano, lo cual las hace poco confia... Obje-
ción. Sostenida. La grabación de video que se quiere tomar a Bosch
con una confidente de Cuba se hace a espaldas de esta última y,
aunque la evidencia aclara que es para que la señora no se sienta
nerviosa, la fiscal aprovecha para decir que los órganos de la ley
norteamericanos no pueden hacer eso, lo cual además de ser una
tremenda mentira provoca la objeción de Joaquín que la jueza sos-
tiene. Cuba está investigando actividades que no son inminentes y
que parecen futuras, basándose en la historia pasada.
Ahora se trata sobre los barcos del río Miami que, según la ver-
sión de la fiscal, es la única actividad inminente que se investiga.
Mal interpretando un documento, la fiscal le hace decir que se
consideró la voladura del bote con explosivos, lo cual no es cier-
to. Luego hace admitir a Debbie que se analizó incendiar los botes
con el uso de un retardante. Nosotros no queríamos que la policía
detectara nuestro trabajo. Quemar un bote no es una técnica apli-
cable por las agencias de la le... Objeción. Sostenida.

—¿Se estaba considerando utilizar un retardante para quemar los


botes?
—Sí.
—¿Se consideraba también pasar la información al FBI?
—Sí.

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A las 2:05 termina la sesión. Pero ya antes de que Heck Miller


haya concluido su examen de Debbie McMullen, la última caricatu-
ra de Gerardo circula en la sala:

Con cuidado, Caroline, que este es nuestro último recurso… General Wilhelm
Tranquilo John, tranquilo…

Viernes 13 de abril. Día aciago en la superstición norteamericana,


similar a nuestro martes. A juzgar por el día que tuvo la Fiscalía,
para algunos este viernes realmente lo fue.
A las 10:00 a. m. estamos en la sala y Richard, el laborioso es-
tenógrafo, nos trae las transcripciones del día anterior. Richard es
el último en ver las caricaturas de Gerardo por estar aislado en el
sitio en que, adherido a su teclado, sigue el juicio palabra por pa-
labra para ponerlo todo en blanco y negro. No obstante, está entre
quienes más las disfrutan y esta mañana no es la excepción cuan-
do le mostramos la del felino enamorado de la Heck Miller: —¡Qué
va! –nos dice antes de salir disparado caricatura en mano—. Yo no
puedo dejar de enseñarle esto a mi mujer. –Y así nos enteramos
de que la esposa del bueno de Richard trabaja también en la Cor-
te, en una oficina contigua.
A las 10:21 a. m. se discute la introducción por parte de Joaquín
de unas notas diplomáticas que quiere mostrar al jurado, a lo que
se opone la Fiscalía.
La primera se refiere a declaraciones de Andrés Nazario Sargén
que amenaza con secuestrar turistas en Cuba y atacar sitios turísti-
cos. Heck Miller dice que la nota no es relevante, pues no se refie-
re a hechos específicos, se trata de declaraciones de Nazario sobre
acciones para realizar en el futuro y gira alrededor de lo que Cuba
considera la falta de respuestas por parte de Estados Unidos ante
las actividades de estos grupos.

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La jueza aprueba la nota porque va dirigida a nuestra percep-


ción respecto a lo que consideramos amenazas contra Cuba. Y a
continuación se discuten las dos notas siguientes: notas diplomá-
ticas 1073 y 1074, del 21 de octubre del año 92, referidas a las acti-
vidades de Comandos L.
Joaquín dice que se ha oído suficiente de ese grupo en la evi-
dencia y las notas se refieren a un tiroteo a hoteles cubanos del 7 de
octubre de ese año. La primera se refiere al hecho en sí, más la ad-
judicación pública de su autoría por parte del grupo y las amenazas
de repetir ataques como este en el futuro. En la segunda nota, Cuba
se queja de insinuaciones del gobierno norteamericano, en el sen-
tido de que se trata solo de alegaciones, y complementa la primera
nota con evidencia documental acerca del tiroteo.
La fiscal aduce que ningún incidente en relación con hoteles en
Varadero ha aparecido en la evidencia. La declaración del jefe de
Comandos L solo se refiere de modo general al tiroteo a un hotel en
Varadero y es el gobierno de Cuba quien identifica al Meliá Varade-
ro, que por ser el objetivo o blanco del ataque el terrorista califica
de militar.
Joaquín dice que las actividades de Comandos L salieron a relu-
cir cuando Percy Francisco Alvarado testificó sobre el acercamien-
to de Agustín Pérez Medina, precisamente en el año 92, a propósito
de planes para colocar bombas en hoteles cubanos. Las notas di-
plomáticas también aparecen en el reporte entregado al FBI por
Cuba, en junio de 1998, cuya versión en inglés está siendo prepa-
rada antes de introducirlo en evidencia.
La fiscal aprovecha para decir que ella objetará el reporte cuan-
do sea introducido en la evidencia, lo que no es de extrañar dado
que la Fiscalía ha objetado cada pieza de evidencia y cada tes-
tigo que nosotros hemos tratado de introducir en nuestro caso.
Acerca del testimonio pasado de Percy, alega que no se refiere a
un hecho específico y que la vinculación sería demasiado nebulosa
como para admitir las notas diplomáticas.
La jueza decide reservarse un dictamen acerca de estas dos pie-
zas y pasamos a discutir la cuarta: el ataque con una ametralladora
a un tanquero, en abril de 1993, desde una lancha rápida que re-
tornó con rumbo norte a Estados Unidos.
Aunque la nota no identifica a los responsables, Cuba pide a su
vecino que investigue el hecho. Y Joaquín puntualiza que el momento

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del ataque coincide con una escalada de estas actividades tanto por
parte de Comandos L como del PUND y de Alpha 66, lo que han evi-
denciado los testimonios de los agentes del gobierno que lidiaron en
ese período con los botes armados pertenecientes a dichos grupos.
La fiscal alega:

—Yo creo que el argumento del abogado pone aquí el dedo en el


problema. No hay ninguna asociación entre este ataque y alguno
de los actores en este caso.

La señora Heck Miller explica que el hecho de que la lancha


ponga rumbo norte hacia los Estados Unidos no es suficiente para
concluir que se relacione con alguno de estos grupos, e incluso con
este país (bueno, después de todo Groenlandia también queda ha-
cia el norte y nadie sabe la animosidad que puedan sentir los es-
quimales hacia la Revolución cubana, podría aducir la fiscal).
La fiscal dice que si el ataque fuera en La Habana sería distinto,
porque las referencias a actividades contra esta ciudad son nume-
rosas; pero Punta Hicacos, el lugar en que se tiroteó al tanquero,
solo aparece mencionada una vez en la evidencia. Se busca esta
referencia en los documentos y Joaquín halla reseñas sobre una
infiltración del PUND en dicha área en 1994 y ataques a sitios tu-
rísticos, más adelante, por el mismo grupo.
El abogado señala además que las notas se sostienen por sí so-
las y no necesitan ser conectadas a los documentos de la evidencia
letra por letra, pues apuntan al estado de preocupación del go-
bierno cubano en relación con estas actividades y a la legitimidad
de nuestras investigaciones. Se discute si el acta de acusación a no-
sotros empieza con fechas tan tempranas como 1993 y, aunque
mayormente se comienza en el 94, la Fiscalía tiene que aceptar
que se han presentado evidencias de actividades nuestras inclu-
so del año 92, cuando Ramón merodeaba la base aérea de McDill
en Tampa.
La jueza aprueba la introducción de la nota y Joaquín renueva
su petición para que sean introducidas las dos que la precedieron,
sobre las que la señora Lenard había reservado su decisión.

—Yo voy a desestimar la objeción que atañe a esas notas —dicta


la jueza—. La Corte encuentra que son probativas en tiempo y

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los hechos se relacionan con el estado mental de los defendidos


en cuanto a sus actividades en los Estados Unidos y sus con-
tactos y tareas para el gobierno cubano, así que también serán
admitidas.

¡Y tenemos todas las notas en la evidencia! Comenzó mal la ma-


ñana para la Fiscalía.
A las 10:55 se discute un asunto que viene de Cuba desde octu-
bre del año pasado, cuando defensores y fiscales fueron a hacer las
deposiciones: se trata de la admisibilidad de la declaración jura-
da de Percy Francisco Alvarado Godoy, que el señor David Buckner
utilizara en su contrainterrogatorio entreteniéndose con la firma del
testigo para luego retractarse y chocar con la objeción de Joaquín.

—Usted puede hacer ese argumento luego –había dicho el fiscal


a nuestro amigo.

No hay dudas de que el tiempo vuela, pues ese luego llegó a las
10:55 a. m. de este viernes 13 de abril, día aciago según la supers-
tición norteamericana.
Joaquín explica que la declaración fue introducida en Cuba por
Buckner, cuando quiso impugnar la credibilidad del testigo leyendo
un par de párrafos de su declaración jurada donde explicaba sus
motivos para no venir a los Estados Unidos; luego el fiscal se quiso
retractar y la discusión se dejó para que fuera resuelta por la Corte
junto al otro cúmulo de objeciones que se tuvieron que ventilar en
los meses posteriores a las deposiciones.
Más tarde los fiscales se abstuvieron de discutir el tema y ahora
resulta que cuando ya Joaquín piensa que esto ha dejado de ser un
punto de discordia, la Fiscalía vuelve sobre sus pasos después que
incluso la parte del video en que Buckner examina a Percy, con la
declaración jurada como arma, ha sido mostrada al jurado.

—Yo nunca he visto que una evidencia se muestre al jurado por


una parte y que el próximo día esta lo piense mejor y se retracte.
—Primero que todo –comienza David Buckner–, en la página 80
de la deposición del señor Godoy yo dije lo que dije por...

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—La transcripción está sellada señor Buckner –interviene la jueza–.


Usted se puede referir al video. La transcripción de la deposición
está sellada a petición del gobierno.12

Y el fiscal pide un side bar.


Norris abre pidiendo que las transcripciones se hagan públicas y
provoca una objeción de Heck Miller, quien dice que eso no es con-
veniente porque saldrían a la publicidad partes de las mismas que
fueron consideradas irrelevantes por la jueza, lo que incidiría sobre
la opinión pública en relación con el caso. La jueza da la razón a la
fiscal y, en concordancia con su orden de silencio, determina que
las transcripciones no se abran hasta que el juicio concluya, así deja
caer a la Fiscalía el único huesito que se llevarán en el día antes de
entrar en el tema que motivó el side bar.
Joaquín explica que cuando comenzó el toma y daca con las
objeciones para desbrozar el camino a la jueza en sus decisiones
finales, la Fiscalía no se tomó la molestia de renovar su objeción a
incluir la declaración jurada de Percy, lo cual hacen ahora después
que ya se presentó al jurado la parte de la deposición más conve-
niente para ellos, en la que impugnan al testigo con la declaración
como arma. Los fiscales se defienden, explicando que debió ser
una equivocación de su parte, cuando su propuesta de que entrara
en la evidencia solo una página quedó oculta por la discusión entre
Méndez y Buckner sobre la presencia de Nuris como representan-
te o no del señor Godoy, durante la toma de la deposición de este
en La Habana.
Joaquín vuelve a la carga. Él aceptó todas las insinuaciones que
se hicieron al testigo y a su declaración respecto a si Nuris había
inventado esta para luego hacérsela firmar a Godoy, sobre la base
de que él después sería capaz de demostrar al jurado, a través de
ese mismo documento, que el testimonio y la declaración coinci-
dían, de manera que se perjudica si ahora no puede presentar la
declaración jurada al panel, en contraposición al interrogatorio de
Buckner.
El fiscal sugiere que Joaquín está ahora objetando el interroga-
torio y este lo desmiente:
12 Según los procedimientos judiciales la transcripción de las deposiciones es se-
llada a petición de una de las partes para que la jueza dicte sobre los fragmen-
tos que serán admitidos en el juicio.

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—Yo no estoy objetando. Usted hizo las preguntas y ahora tiene


que aceptar las respuestas y la evidencia que usted introdujo.

El abogado profundiza y dice que la Fiscalía además de insinuar


ante el jurado que Nuris, y a través de ella el gobierno cubano, ha-
bían fabricado una declaración que el testigo ni siquiera había visto,
también quiso hacer creer que Godoy no quería venir a declarar a
los Estados Unidos por miedo a ser procesado como agente cuba-
no y por mentir bajo juramento sobre su deposición. Que la Fiscalía
escogió cuidadosamente para ello los párrafos convenientes en la
declaración y escamoteron al jurado otros en los que el testigo ex-
plica cómo la casa de un amigo suyo en Miami fue objeto de un
ataque incendiario después que se supo su verdadera identidad.
La jueza da la razón a Joaquín y ya tenemos la declaración ju-
rada de Percy Francisco Alvarado Godoy en la evidencia. El docu-
mento explica detalladamente el testimonio del guatemalteco y sus
verdaderas razones para no venir a testificar a los Estados Unidos.
El side bar termina y queda un asunto pendiente para dar por con-
cluida la mañana. Resulta que ambos, Jack y Philip, han preparado
sus propios libros para introducir en la evidencia documentos obte-
nidos en nuestras computadoras. Los libros contienen algunos de
los documentos introducidos antes por la Fiscalía, pero los acusa-
dores no están de acuerdo, pues consideran que la selección de
algunos de sus papeles por parte de nuestros abogados no es más
que una manera de influenciar al panel indirectamente, al sugerir-
les que solo lean esos documentos en sus deliberaciones.
Los abogados, a su vez, no están de acuerdo. Porque todo lo se-
leccionado está ya en la evidencia y ellos tienen el derecho a utilizar-
lo de la mejor manera posible. Estos documentos están enterrados
en medio de la voluminosa entrega de la Fiscalía, y lo que ellos han
hecho es separar lo que concierne a nosotros y que habrían utiliza-
do de todas maneras. Ellos no ven por qué un documento ya admi-
tido por la Fiscalía pierda valor como evidencia para la defensa y
solo quieren cerrar un poco el foco del jurado en relación con sus
clientes.
Nuevamente el mazo cae sobre la Fiscalía y la jueza acepta la
evidencia en la forma presentada por los defensores. Cada parte
tiene derecho a presentar los documentos de la forma que estime
pertinente.

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Así termina la primera parte del día. Los fiscales se retiran con
las manos vacías. Joaquín pide a la jueza que interceda con los
alguaciles para ir durante el receso a buscar con Gerardo un do-
cumento relativo a los barcos del río Miami, que se les pasó y no
fue incorporado a la evidencia que está leyendo la investigadora
Debbie McMullen.
El documento en cuestión es importante, pues se trata de las
primeras instrucciones recibidas desde Cuba en relación con el
asunto que se está tratando, en las que se excluye el uso de explo-
sivos como una variante para inutilizar el barco. Esto demostraría la
manipulación que la Fiscalía hizo del documento presentado por
la señora McMullen y que venía a ser una respuesta, la cual Many
quiere localizar. En dicha respuesta se dice que a falta de explosi-
vos se puede incendiar el barco, y esa es la oración aprovechada
por la Fiscalía para hacer creer que el uso de explosivos fue con-
siderado.
De manera que, una vez retirados de la Corte, Gerardo salió con
Joaquín a localizar el documento entre el montón de evidencia. A
las tres de la tarde las instrucciones de Cuba aparecieron. Ahora
falta ver cómo se introducen en la evidencia, porque ya la investi-
gadora se dejó inducir por Heck Miller a aceptar que el uso de ex-
plosivos fue considerado como opción para librarnos de los barcos
del río Miami.
A las 3:12 p. m. está todo listo, con la jueza en el trono, al teléfo-
no el general Wilhelm y un abogado de la Marina de apellido Ritter
y grado de capitán. Junto a los fiscales un chinito que nos pregun-
tamos si será el instructor de Ninja Jitsu de Heck y Kastrenakes,
pero se trata de otro fiscal de nombre Dexter Lee.
Se hacen las presentaciones de rigor y el chinito no será ninja pe-
ro es bastante rápido. Explica que el capitán Wayne Ritter es la per-
sona con autoridad designada por la Marina, recita la regulación
que apoya dicha designación y presenta una carta que el señor
Ritter le hizo llegar antes para aprobar el testimonio del general
Wilhelm. La jueza apenas logra digerirlo todo en un momento, pero
se pone de buen grado en sintonía con la velocidad del eficiente
asiático, y todo parece resuelto cuando resume satisfecha:

—Tal parece que no queda nada que yo deba resolver. ¿No es así?

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Pero la jueza ha olvidado que el chino tiene a una Heck Miller


atrás.
Lo que te cuento es una traducción literal de la transcripción de
la Corte, para que no haya dudas de lo que vas a leer. La jueza co-
metió el error de terminar: «¿No es así?». Y la señora Heck Miller no
se lo va a perdonar:

—El único asunto que queda...; nosotros mencionamos en nuestras


alegaciones que quisiéramos preguntar al general Wilhelm si
está en disposición de reunirse con el gobierno sin la presencia
del abogado de la defensa. Nosotros hicimos esa solicitud.
—Yo ya dictaminé respecto a ese asunto.
—Como nosotros decimos en nuestro argumento, estamos pidien-
do a la Corte que le pregunte al general Wilhelm, puesto que él
nunca me ha dicho que no está dispuesto a hablar conmigo...
—Señora Heck Miller, yo ya he dictaminado sobre este asunto cuan-
do me lo presentaron usted, el señor McKenna y el señor Norris.
—En la página...
—Yo estoy hablando todavía, señora Heck Miller. El general fue
abordado por el gobierno y por cortesía él acudió al abogado de
la defensa. El abogado de la defensa le indicó su preferencia y
entonces él se la transmitió a usted. Pero usted rechazó esa pre-
ferencia; y en lo que a mí respecta, el general Wilhelm se atuvo a
la preferencia del abogado defensor, lo que luego hizo saber al
gobierno. El gobierno no estuvo satisfecho con esto y persistió,
aduciendo que querían hablar con él solo; el general Wilhelm,
a su vez, solicitó que el asunto se resolviera entre las partes.
El asunto no se resolvió entre las partes. El señor McKenna lo
sometió a mi atención y yo indiqué que si las partes no podían
resolverlo, yo lo haría basándome en la información en que,
de hecho, ambas partes coincidían. Así lo hice e indiqué que el
general Wilhelm podía hablar con el gobierno en presencia del
defensor, tal y como la capitana Hutton habló con el defensor
en presencia del gobierno. Yo resolví ese asunto de manera que
no es un asunto pendiente de solución por la Corte.
—¿Puedo ser escuchada?
—Yo he dictaminado sobre ese asunto varias veces.
—Con sus propias palabras usted dijo ayer, leemos en la pági-
na 11378 de la transcripción...

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—Señora Heck Miller, yo he revisado esa transcripción y las alega-


ciones en las que ambas partes coincidieron, como los hechos
en este caso en particular, y está claro para mí por los argu-
mentos del señor McKenna, el señor Norris y los suyos propios
que lo que ocurrió fue esto: usted solicitó consultar en privado
al general. Él se dirigió a los abogados de la defensa que lo
llamaron como testigo. Ellos le indicaron que preferían esa con-
versación en su presencia, tal como la Fiscalía hizo con la capi-
tana Hutton. Él se lo transmitió a usted y usted no lo consideró
aceptable. Una vez que el general Wilhelm le comunicó a usted
la preferencia del abogado defensor y le indicó que así se debía
proceder, el gobierno debió aceptarlo en ese punto.
—Su señoría, el general Wilhelm me transmitió a mí la preferencia
del defensor, no su propia preferencia. Yo represento una parte
que tiene derecho a que se haga esa averiguación. Yo no veo
un perjuicio en que la Corte averigüe con el general, ya sea en
cámara o en privado, cuál es la preferencia del general en ese
sentido. Mi cliente tiene derecho a saber si el general Wilhelm
está dispuesto a reunirse con el gobierno sin la presencia del
abogado defensor. La Corte indicó que en cierta circunstancia
consideraría ese dictamen. Yo dije que si el testigo me decía lo
contrario, yo no tendría problemas. Nosotros simplemente pedi-
mos que la Corte averigüe eso con el general Wilhelm.

Y mientras Philip y yo nos preguntamos a qué angelitos mia-


menses se debe referir esta señora cuando habla de «su cliente», la
jueza se dirige a los abogados para que respondan a la fiscal.

—La Corte ha dictaminado repetidamente –interviene Norris–. No-


sotros nos atenemos al dictamen de la Corte. No tenemos nada
más en esta materia que debería ser discutido en forma abierta.
Hay sin embargo otro asunto pendiente.

La jueza pregunta si se trata de lo mismo, el abogado respon-


de que es otra cosa. La señora Lenard se refiere nuevamente al
tema que nos ocupa:

—Después que yo dictaminé en este asunto, imprimí las trans-


cripciones y releí las posiciones de las partes según me fueron
presentadas, y mi dictamen no cambia.

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—Su Señoría –vuelve a la carga Heck Miller–, en ese caso nosotros


solicitamos reunirnos con el abogado general, con la presencia
del abogado de la defensa, y podríamos...

Ya a la fiscal se le está enredando la lengua y la jueza pide claridad.

—¿Usted querrá decir con el general Wilhelm?


—Sí. Nosotros también solicitamos que cualquier reunión posterior
de los abogados de la defensa con el general Wilhelm sea en
nuestra presencia, y solicitamos que esto le sea propuesto al
general, quien ha planteado que quiere permanecer en una po-
sición de neutralidad en este asunto, esto pondría a las partes
en una situación de igualdad.

Ahora la jueza mira a Heck Miller como quien viera un edificio


levantando el vuelo. Esta gente debe de estar perdiendo la cabeza
tras varios meses de martirio.

—¡¿Ha ocurrido eso con los testigos del gobierno?! ¡¿Ha estado
presente la defensa...?!
—Yo creo...
—¡¿La defensa ha estado presente durante la preparación de sus
testigos?!
—No, Su Señoría. Yo creo que esa solicitud nunca ha sido hecha.
Yo estoy haciendo la solicitud.
—¿Alguien desea tomar alguna posición? –inquiere Lenard.
—Si esas fueran las reglas nosotros nos guiaríamos por ellas –in-
terviene Norris–. Pero la señora Heck Miller no las puede es-
tablecer mientras transcurre el juicio. Nosotros nos oponemos.
—Su Señoría —y como bien dijera tan diplomáticamente Norris
la señora es un insecto fieramente adhesivo—, esto se basa en
nuestra breve conversación con el general Wilhelm; él expresó
preocupación porque haya balance y ambas partes tengan de-
recho a un trato igualitario. Esa es la base de mi solicitud.
—Yo estoy segura de que el general Wilhelm es un perfecto caba-
llero y de que lo que puede haberles expresado a ambas partes
lo hizo con su mejor espíritu de cooperación. Pero las reglas de
la Corte requieren e indican; y yo nunca he requerido que el
gobierno prepare a sus testigos con los defensores presentes o
viceversa. Usted tiene derecho a hablar con sus testigos si estos

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están dispuestos a hablar con usted. Yo establecí las reglas para


lidiar con este testigo en particular y deben ser seguidas. No voy
a requerir o permitir que el gobierno esté presente cuando la de-
fensa se reúna con el general Wilhelm en la preparación de su
testimonio directo, tal como el gobierno se ha reunido con sus tes-
tigos, a lo largo de este tan largo juicio, en la preparación de la
presentación de su testimonio directo. Y esta es la manera en
que vamos a seguir procediendo.
—Yo no estoy solicitando un requerimiento por parte de la Corte.
Estoy solicitando que la Corte inquiera con el testigo. La Corte ha
reconocido que el deseo de los testigos controla los términos
en los cuales se realiza la preparación, y yo estoy pidiendo que
esa solicitud sea trasladada al general Wilhelm –insiste la fiscal.
—Yo nunca he oído sobre una solicitud hecha a un testigo cuando
está siendo preparado por una parte, para preguntarle si quiere
que la otra parte esté presente.
—Yo lo estoy solicitando –el bichito es ciertamente pegajoso.
—Y yo estoy denegando la solicitud en este momento. Esa no es la
manera en que los juicios proceden. Ese no es el método según
el cual las partes preparan a sus testigos para presentarlos en un
juicio y yo no voy a sentar ese precedente ni para este juicio ni
para algún otro asunto que se presente a esta Corte, en cuanto
a lo que es un procedimiento, ni para el gobierno ni para la de-
fensa. Yo no puedo imaginarme que el gobierno quiera solicitar
en asuntos futuros, o en la preparación de su caso de refutación,
que los defensores estén presentes cuando prepare sus propios
testigos.
—Como la Corte lo ha reconocido no son los deseos del abogado
los que controlan. Son los deseos del testigo.
—No. Yo acabo de indicar que no son los deseos del testigo los
que controlan los términos de la preparación del testigo. Lo que
yo le pregunto ahora es: ¿usted desea que la defensa esté pre-
sente cuando esté preparando los testigos de la refutación?
—Por supuesto que no, Su Señoría. Y yo no quiero que ellos estén
presentes cuando yo esté preparando al general Wilhelm, pero
la Corte me ha denegado eso.
—Él no ha sido llamado como testigo del gobierno. Él ha sido lla-
mado como testigo de la defensa y está sujeto a contraexamen
por el gobierno. Cada parte prepara sus propios testigos y si el
testigo quiere hablar con la otra parte, la otra parte puede hablar

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con el testigo. En este caso, el general Wilhelm indicó que estaba


dispuesto a hablar con el gobierno en presencia del abogado
de la defensa, y yo me guiaré por eso tal y como le fue trans-
mitido a usted, así como a la defensa en sus discusiones con el
general Wilhelm. Yo no voy a sentar el precedente de permitir
que el gobierno esté presente mientras la defensa habla con su
testigo para prepararlo para el juicio, porque yo pienso que es
un precedente impropio para este o para cualquier otro juicio; y
yo no creo que esto sirva a ninguna de las partes en una admi-
nistración de justicia justa y eficiente en este caso, que ya está
bastante entrado en su quinto mes. La solicitud es denegada.
—Su Señoría, lo último que me dijo el general Wilhelm es que que-
ría consultar con un abogado. Yo quiero que la Corte le pregun-
te si, tras haber consultado con un abogado, él está dispuesto a
reunirse conmigo sin la presencia de la defensa.
—Yo ya he dictaminado sobre eso, señora. ¿Hay algún otro asunto
que tengamos que tratar según el pedido del señor Norris he-
cho antes?

Y se hace un side bar para terminar la tarde, pues al parecer No-


rris quiere estar seguro de que en los contactos del FBI con el ge-
neral no se generó ningún material exculpatorio que el gobierno
esté en la obligación de exponer a la defensa, y los fiscales afirman
que efectivamente ningún material de este tipo emanó de esos
contactos. La jueza de todos modos dice a la Fiscalía que explore
este asunto con el agente del FBI a cargo de dichas reuniones, y a
las 3:28 p. m. se acaba el día en la Corte y con él la semana.
No me negarás que valió la pena la traducción de este último
round del juicio. Tal como te dije al comenzar a contarte la semana,
no nos vino del todo mal el inconveniente del día extra y este vier-
nes 13 no nos pudo ir mejor.

El domingo 15 de abril recibo dos visitas. Roberto viene como todas


las mañanas de domingo y, justo después de terminada su visita,
cuando voy a subir, nos llaman por la presencia de Rafael Anglada.
Mi hermano me cuenta sobre un intercambio de criterios con el
periodista de El Nuevo Herald, el mismo cuyo nombre te prometí no
mencionar más en este diario y con quien él ha establecido cierta
relación.

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El cronista habló con Roberto porque, según le explicó, quería


hacer un artículo sobre la defensa del caso y no quería, le dijo a tu
cuñado, escribir algo que lo perjudicara. Roberto le contestó que no
se preocupara, que ya El Nuevo Herald lo mandó a matar desde el prin-
cipio del juicio, cuando publicaron una fotografía suya con un texto
que lo identificaba como el hermano del espía René González. El pe-
riodista se disculpó y le explicó que los textos los ponían los editores,
pero terminó con un «pujo» que desató el intercambio, por supuesto
civilizado y coloquial: «No me digas que te picó la fotografía».
Roberto le aclaró que nada de lo que haga o deje de hacer El
Nuevo Herald le pica o le deja de picar: «De hecho –repuso– le pue-
des decir al editor que puede poner en el periódico lo que más le
plazca. Para mí sencillamente lo que se ponga ahí no tiene ninguna
importancia y a mí no me saca de aquí ni El Nuevo Herald ni Ninoska
ni nadie hasta que mi hermano salga de este asunto».
El periodista quiso saber la opinión de mi hermano sobre su co-
bertura y este se la dio de buen grado: el que quiera seguir el juicio
por la cobertura de El Nuevo Herald, nunca se enterará de lo que está
pasando en la sala. La cobertura ha sido selectiva y ha ignorado
sistemáticamente lo que ocurre. «Yo no sé mucho inglés –le dice
Roberto al periodista—. Pero si a mí me llevan a �ina y me llevan
a ver un juicio, con solo ver las caras de los fiscales sabría lo que
está pasando, como lo veo aquí». Para terminar tu cuñado le dijo
que él no es parte del equipo de la defensa. Él es solo un abogado
en Cuba y se siente honrado de que los abogados que están defen-
diendo el caso lo reconozcan así, eso le basta.
Yo tengo con la llamada prensa libre el mismo problema que tie-
ne mi hermano. Para mí la información está entre las cosas que no
deben ser negocio, pues cuando se trata de vender se busca el pro-
ducto que la gente quiere, y si la noticia cae en esa categoría los
órganos de prensa se ven obligados a reportar solo lo que la gen-
te quiere oír. De ahí el show morboso en que se han convertido los
programas de televisión de este país, que solo venden tragedias,
chismes amarillos, asesinatos y problemas personales bajo el dis-
fraz de programas de participación; así se crea un círculo vicioso en
el cual mientras más se rebaja el nivel de apreciación de la gente
más obligado te ves a venderles peores productos.
A eso se añade el hecho de que los dueños de los medios tienen
sus propias agendas que defender y sus propios conceptos, que
imponen a la gente. Esto es especialmente agudo en Miami donde

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hay una industria dedicada a sembrar odio y resentimiento alre-


dedor del tema de Cuba, industria a cuyos pies El Nuevo Herald cayó
hace bastante tiempo. Aquí la libertad de informar de un periodista
llega hasta donde quiere el que le paga y si no llena las expectati-
vas de este, ya aparecerá otro dispuesto a cobrar el jugoso cheque.
Como te dije, justo después de irse Roberto, nos llamó Rafael
Anglada para contarnos sobre el último viaje a Cuba, del que re-
gresó solo unas horas antes y que, según dice, fue un éxito. Allí se
reunieron con los operadores del radar militar cubano, que impre-
sionaron por sus conocimientos, y con un oceanógrafo que en esos
días realizaba un estudio de corrientes marinas en el área; también
conocieron al capitán de la lancha de guardafronteras, este encon-
tró algunos objetos que, se supone, pertenecieron al avión de Mario
de la Peña, a juzgar por la posición en que fueron hallados. Todas
estas personas serán objeto de deposición, para presentar sus tes-
timonios en la conclusión del caso de Paul McKenna.

Así las cosas, el lunes 16 de abril continúa el juicio. Al llegar a


la sala me entero por Philip de que Jack está hospitalizado y los
abogados están viendo la posibilidad de que el Faquir ceda su de-
recho a la presencia del defensor durante el testimonio del general
Wilhelm, teniendo en cuenta que el mismo no tiene relación con la
base de Boca �ica o las actividades de él.
A las 9:05 tenemos al teléfono a Jack desde el hospital. Este
acepta que Norris ocupe su lugar en representación de Guerrero,
Norris acepta ocupar el lugar de Jack, Labañino acepta que Jack sea
sustituido por su abogado el señor Norris, Heck Miller... bueno, no
es pa’tanto... Regla 401... Ehhhh..., el caso García fue algo que... yo pu-
diera no ver un conflicto potencial, pero... bueno..., tal vez la Corte
pudiera inquirir algo más profundamente con Guerrero y Medina.
La jueza vuelve a dirigirse al señor Guerrero y este reitera su
disposición a ser representado por Norris durante el testimonio del
general Wilhelm. Lenard entonces se dirige al señor Labañino... así,
señor Labañino, como te lo digo, y este también acepta que su
abogado represente a Antonio Guerrero durante el testimonio que
sigue. Luego la jueza bromea con Guerrero, quien ha estado afecta-
do por una fiebre la pasada semana, y le dice que no se preocupe,
que lo que Jack tiene no está relacionado con su fiebre y no debe
de cargar culpas en su conciencia por eso.

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Algunos hechos que parecen insignificantes, a veces no lo son


tanto. La señora Lenard está enviando el mensaje de que para ella
Luis Medina se llama efectivamente Ramón Labañino y que, por
lo tanto, le está dando crédito a los documentos de identidad que
han sido emitidos por el gobierno de Cuba, lo que puede presagiar
cuál será su dictamen acerca de la objeción que la Fiscalía presen-
tara al respecto.
A las 9:37 a. m. estamos todos listos para el testimonio del ge-
neral �arles Wilhelm, o al menos casi todos. La señora Heck Miller
renueva su petición de que no se argumente la imposibilidad que
teníamos de acceder a documentos protegidos en el Comando Sur,
lo cual es la esencia del testimonio de Wilhelm, tal como lo hizo
cuando vino a testificar el general Atkeson.
En tres minutos la jueza liquida el tema con los mismos argu-
mentos empleados en el caso del otro general: la Fiscalía argumen-
ta, a través de sus testigos, que los defendidos teníamos a nuestro
alcance todas las posibilidades para acceder a información secreta,
y la defensa tiene el derecho de refutarlo. Y los abogados defen-
sores expresan que no utilizarán la imposibilidad como teoría de
defensa.
A las 9:40 se presenta el testigo: el general retirado Elliot �arles
Wilhelm, de la Infantería de Marina. Comisionado en abril de 1964
y retirado en septiembre de 2000. General de cuatro estrellas. Co-
mandante en jefe del Comando Sur desde septiembre del 97,
cuando la unidad fue trasladada de Panamá a Miami.
William Norris examina al general, quien explica el proceso para
acceder a la comandancia de una unidad como el Comando Sur:
cada rama propone un oficial al Departamento de Defensa, quien
a su vez escoge a uno de los propuestos y este es ratificado por el
Congreso tras —objeción desestimada...— una audiencia. El Coman-
do Sur es una unidad con características muy especiales por su
ubicación dentro de un área urbana y fue aprobada como un área
secreta abierta, la única que reúne estas dos características.
Los materiales que se mantienen en un área abierta son solo los
que están siendo utilizados en el trabajo y los que no, se ponen en
contenedores cerrados; la mayoría está bajo llave. Después del tra-
bajo solo quedan expuestos los materiales que permanecen en las
paredes. Norris presenta al general como experto en procedimien-
tos y protección física del Comando Sur.

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Por supuesto, la fiscal Heck Miller quiere ahondar en los conoci-


mientos de este señor que cree que conoce más que ella del cuar-
telito ese que ya se sabe es un relajo... La fiscal quiere establecer
que el general viaja tanto que no tiene tiempo para saber cómo
funciona la unidad bajo su mando. Él establece los procedimientos
de seguridad, pero no anda con una lupa detrás de cada persona
para ver cómo los cumple. Bueno..., es verdad que es informado
periódicamente de las condiciones de seguridad por sus subordi-
nados y estudia las formas de incrementar este aspecto del funcio-
namiento de la instalación para mejorar dichas condiciones, pero
al fin y al cabo no sabe cuántas gavetas hay en el Comando, ni
cuántos dientes tiene cada llave, ni el número de seguro social del
cerrajero ni de qué color pintó su casa la última vez.
Al final la fiscal pide un side bar, pero la jueza aprueba al general
como experto en seguridad del cuartelito. No podía ser, natural-
mente, de otra manera.
Así que de la mano de Norris el general �arles Wilhelm nos ex-
plicará cómo realmente funciona la unidad militar que se supone
sea el Comando Sur, en contraposición con la casa de citas que había
pintado el gobierno a través de su testigo, el teniente coronel Winne.
Las visitas al Comando Sur son coordinadas con antelación, y
hasta que se autorice la entrada ningún visitante puede pasar de la
cerca perimetral. Luego el visitante pasa por un punto de chequeo
provisto de un detector de metales, finalmente se le entrega una
identificación que debe utilizar en todo momento mientras está
dentro de la instalación, siempre bajo escolta. Las personas que
limpian reciben un clearence de secreto y toda la basura que mani-
pulan es tratada como si fuera secreta para evitar que accidental-
mente algún documento de este tipo escape, por lo que toda es
destruida. El personal de limpieza puede entrar a las áreas donde
se está trabajando y, por supuesto, hay algunos papeles sobre las
mesas y computadoras encendidas, pero no pueden detenerse a
mirar ni los unos ni las otras. Si no hay nadie trabajando, los pape-
les están bajo llave y las pantallas de las computadoras en blanco.
Nadie que no necesite oírla puede presenciar una discusión sobre
asuntos clasificados. Estas políticas son aplicadas rigurosamente.
Un clearence o habilitación no permite el acceso de una persona a
una información, si no existe la necesidad de que la conozca. Lo que

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se conoce por ciudadela tiene un nivel de seguridad mayor que lo


que se conoce como un área secreta abierta. Hay cinco niveles de
seguridad, desde la cerca perimetral hasta el ultrasecreto, y todos
ellos están delimitados físicamente entre sí y con el acceso electró-
nicamente controlado. El acceso entre un área secreta abierta y una
ciudadela depende de la necesidad de saber; pues la reducción del
personal en un área, en la medida en que aumenta su restricción,
es una de las bases de la seguridad. Para que un visitante entre a
alguna de esas áreas, la misma tiene que ser saneada, lo que signi-
fica eliminar toda posibilidad de que información clasificada quede
a la vista.
La ciudadela está en uso las veinticuatro horas y es saneada
antes de que el personal de la limpieza acceda a la misma. No exis-
ten en ella contenedores abiertos. Las áreas secretas y ultrasecre-
tas son revisadas por personal de seguridad cada cuatro y cada dos
horas, respectivamente. El tiempo de respuesta a una penetración
es de quince minutos y sería detectada por medios electrónicos
avanzados.
El general en persona estableció los procedimientos de seguridad
del Comando previamente a su instalación en Miami, atendiendo
a un estudio de la población, características del área y las amenazas
que pudieran considerarse de distintos servicios secretos. El cono-
cimiento de este caso no le hizo cambiar esas medidas, ya que las
mismas eran suficientes. El edificio en que se halla enclavado el
Comando Sur no fue construido para este propósito y el general es-
tableció ciertas modificaciones para adecuarlo a su función. El pla-
no del edificio no es secreto y puede ser adquirido libremente. Para
obtener una identificación que permita penetrar al edificio, hay que
pertenecer a su personal. Según el general, la confianza no es la
piedra angular de un buen programa de seguridad. Sus pilares son:
adecuadas medidas físicas, procedimientos que funcionen y liderato.

—Nosotros necesitamos las personas adecuadas, a las que debe-


mos motivar –concluye el general.

A las 10:35 Paul toma el podio y emplea menos de un minuto. El


testigo no ha sido pagado por la defensa, y antes de su testimonio
al fin fue permitida la entrevista con Heck Miller y Al Alonzo en pre-
sencia del abogado.

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Luego de un receso viene la señora Heck Miller para abrirle al-


gunos huequitos al general Wilhelm. Se repite que «adecuadas me-
didas físicas, procedimientos que funcionen y liderato» son la base
de un programa de seguridad. El testigo tuvo que mejorar la segu-
ridad física del edificio del Comando Sur teniendo en cuenta la mi-
sión del lugar, la ubicación en una zona populosa y una población
internacional. Heck Miller quiere ganar un punto con el tema de la
población cubana, pero el general le dice que fue un factor más.
La información protegida lo es para todo el mundo.

—Se hacen diferencias con algunas naciones?


—Se podría liberar alguna información para naciones amigas, si
fuera necesario
—¿La información robada podría ser vendida?
—Probablemente –dice como descuidadamente el general.

La fiscal quiere saber la opinión del testigo respecto a si es ven-


tajoso que la Marina posea un edificio con la seguridad de este, y
el militar concede que efectivamente pudiera ser más seguro, pero
sin darle mucha importancia.

—¿El traslado de Panamá a Miami redujo el poder de compra del


personal militar por la diferencia de precios?
—Sí.
—¿Puede esto ser un problema de seguridad?
—No me parece.

El reclutamiento de personal por un servicio especial enemigo


puede ser utilizado. La seguridad siempre puede ser mejorada. Fue
informado de este caso por el FBI pero ello no le hizo incrementar
las medidas de vigilancia, solo estar más alerta. La fiscal quiere sa-
ber si el testigo elogió al FBI tras los arrestos, pero una objeción la
detiene. En las áreas donde se trabaja siete días las veinticuatro ho-
ras, los documentos que no están guardados están siendo utiliza-
dos, y las áreas están siempre ocupadas. Un mozo de limpieza con
un clearence de nivel secreto puede entrar a un área secreta, pero si
mira las pantallas de las computadoras esto será reportado por el
personal. El mozo lleva la basura hasta los puntos de recolección sin
escolta. Se entrena a las personas en cuestiones de seguridad. Algu-
nas son más vigilantes que otras. Cierta información no clasificada

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podría requerir protección y pone como ejemplo el que, tras su vi-


sita a otro país, un alto oficial le merezca una mala opinión:

—Sin dudas trataría de proteger mi reporte porque podría producir


susceptibilidades.

El sistema de identificaciones para entrar al Comando incluye a


los contratistas civiles del lugar. El testigo está familiarizado con la
empresa de mantenimiento contratada MANTEC. La fiscal quiere
saber si el simple conocimiento de que un área se considera Ins-
talación de Información Sensitiva Compartimentada (Sensitive Com-
partmented Information Facility [SCIF]) es secreto, pero se queda con
los deseos porque el oficial le dice que no y que secretos son los
parámetros de seguridad de estos lugares.
La fiscal quiere cerrar con broche de oro y pregunta al general si
conoce los planos de las cajas de seguridad y otros equipos. El ofi-
cial responde que no. Heck Miller quiere saber si al mudarse a Mia-
mi no se consideró a los servicios de inteligencia cubanos como una
amenaza, y se entera de que fueron considerados, pero entre otros.

—¿Ellos podrían ser una amenaza seria?


—Eso habría que preguntárselo a un experto en inteligencia.

Concluye su contraexamen el general �arles Wilhelm a las


11:20 a. m.
Le toca a Norris su reexamen. Las áreas que funcionan veinti-
cuatro horas y siete días no exponen sus documentos a los em-
pleados de limpieza, pues una vez que son utilizados vuelven a sus
contenedores bajo llave. Todos los contenedores de desperdicios
son tratados como material clasificado.

—Quizás los cartones de leche no lo sean –apunta el testigo.

Las personas de MANTEC que trabajan para el Comando Sur son


generalmente especialistas y algunos exmilitares. La compañía tie-
ne un buen expediente de seguridad y es objeto de escrutinio por
el Comando Sur. La información no clasificada que pudiera ser pro-
tegida es la sensible y de uso oficial, tal como el hipotético informe
que el general pudiera hacer sobre un oficial extranjero que no le
merece buena opinión.

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—¿Es Cuba una amenaza convencional para los Estados Unidos?


—Mi opinión es de público conocimiento y lo he dicho hasta en el
Congres... —objeción desestimada—... Cuba no es un peligro de
amenaza convencional para los Estados Unidos.

El programa de seguridad del Comando Sur es un buen progra-


ma y sus resultados muy satisfactorios.
A las 11:34 a. m. termina el reexamen y Heck Miller quiere hacer
preguntas adicionales sobre el testimonio en el Congreso, lo cual
provoca la objeción de Paul y el consiguiente side bar. Como ya es
costumbre, la fiscal regresa con las manos vacías y el testigo se
puede retirar, como lo hace al mismo tiempo el jurado.
El testimonio del general en retiro Elliot �arles Wilhelm es otro
tanto a nuestro favor. Aunque no todo lo espectacular que podía-
mos haber esperado tras las expectativas y la lucha por traerlo, su
impacto debe de haber sido positivo.
Lo importante es que terminó siendo un perfecto caballero, fue
franco, directo, cooperativo con ambas partes, sin dejarse alejar un
ápice de la verdad, que es lo que ha tratado la Fiscalía desde el
principio.
La sola presencia del testigo bajo solicitud de la defensa nos re-
sulta favorable, a lo que se añade que echó por tierra los testimonios
combinados de Joseph Santos y el oficial Winne. Por otro lado, la fis-
cal le tendió algunas trampas a través de preguntas tendenciosas,
para aplicarlas al caso del Faquir en Boca �ica, a fin de apoyar su
última versión –¿será la quinta o la sexta?– de por qué nuestro her-
mano estaba supuestamente cometiendo el delito de espionaje en
la base; pero el general las sorteó de la manera más fácil: dicien-
do la verdad. Mis respetos para el general Wilhelm.
Ahora se discute si terminar el contraexamen de Debbie McMullen
sin la presencia de Jack. Joaquín quiere terminar con su testimonio
y advierte que la presentación de la investigadora no tuvo absolu-
tamente nada que ver con la base de Boca Chica. Pero por alguna
razón siniestra Heck Miller no quiere enfrentar ahora a Debbie y
propone que se vea otra deposición. Bajo orden de la jueza, la fis-
cal busca en el volumen que presentó Debbie las referencias a la
base y dice haber encontrado un par de menciones que balbucea y
yo realmente no logro entender. La jueza parece no estar para
boberías e indica a Joaquín que ponga el video de la deposición
que falta.

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A las 12:27 empezamos a ver en nuestros monitores el testimo-


nio que diera en La Habana Juan Francisco Fernández Gómez, de
sesenta y cinco años de edad. Vive en Santa Clara. Tiene familia en
Cuba y en el extranjero. Retirado del Ministerio de la Construcción
(MICONS) en esa ciudad. Hizo el bachillerato en Cuba. Preso en 1962
y condenado a veinte años que le fueron reducidos a doce, para
ser liberado en el 74. Ha venido a los Estados Unidos en el año 48,
en los 50, en el 90, el 93, el 96 y finalmente el 98. En febrero del
año 96 se encontró aquí con Rolando Borges Paz, quien había es-
tado preso en Isla de Pinos, como él, pero sin que entonces hubie-
ran llegado a conocerse. Borges se identificó como miembro del Ex
Club, una organización de antiguos presos políticos de Cuba. En una
reunión inicial en las oficinas del grupo, Borges le enseñó escritura
secreta y posteriormente se reunieron el 6 de abril para que este le
mostrara una lámpara ultravioleta y una pluma especial para comu-
nicarse sobre el envío a Cuba de explosivos, los cuales curiosamen-
te decidieron identificar ni más ni menos que como... ¡medicinas! en
su correspondencia ultravioleta. Definitivamente los trastornos de
esta gente van más allá de tener ideas políticas fascistas. Como si
no fuera suficiente.
Las medicinas eran para que el testigo se encargara de la salud
física del monumento al Che en Santa Clara y de algún que otro
hotel, pues al parecer las personas que acudían a ambos sitios pa-
decían de una epidemia de esparcimiento que había que curar con
bombas. Aunque en los primeros contactos la operación no recibió
nombre, posteriormente se le denominaría Tía Ramona.
En agosto una epístola ultravioleta le informaba que un ciuda-
dano centroamericano vendría como enlace de la operación. Pero
las negociaciones que siguieron entre los abogados y la Fiscalía
respecto a las deposiciones no nos permiten continuar la historia
de este centroamericano con más detalle. El testigo, mientras, des-
cribe el monumento al �e y explica que le fue solicitado un dia-
grama del mismo por sus nuevos amigos de Miami.
Por supuesto que la Seguridad del Estado de Cuba también
estaba al tanto de todo y por eso se enteró de que, tras el arresto
de Ramón Ernesto Cruz León en septiembre del 97, Borges puso sus
planes en el congelador por un tiempo. No obstante, en enero del 98
la Tía Ramona resucitó nuevamente cuando Borges llevó al testigo
a ver a Dionisio Gonzalo, a quien conocía de la cárcel de Cienfue-

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gos –donde Juan Francisco estuvo por ser el coordinador provin-


cial de un movimiento contrarrevolucionario–.
Dionisio le presentó a una persona que se identificaba como Pe-
dro y cuyo verdadero nombre era José Santiago Gonzalo, quien le
explicó cómo armar una bomba y le dijo que el explosivo C-4 llega-
ría a Cuba de manos de un centroamericano, en unas latas de leche
condensada. El 10 de junio de 1998 recibió una llamada telefóni-
ca en la que le informaban que la Tía Ramona se había registrado,
pero los pataleos de la Fiscalía en relación con las deposiciones no
permiten al jurado enterarse de que la Tía era el centroamerica-
no con la leche condensada y que la Seguridad se encargó de que
la leche no explotara y de que el lechero pasara a buen recaudo.
Es la 1:12 p. m. y Kastrenakes viene a contraexaminar al testigo.
De la mano de Kastrenakes el testigo reitera que tiene sesenta
y cinco años de edad y que trabajó en el MICONS como topógrafo y
especialista en control de la calidad. Para pesar del fiscal, explica
que no fue antes de su encarcelamiento sino después que aprendió
estas especialidades. A otra pregunta responde que, en el momento
de su encarcelación, él creía que estaba luchando por la democracia
en Cuba. El acusador quiere saber si en Cuba se puede hablar con-
tra la Revolución sin enfrentar cárcel, a lo que el testigo dice que sí.
Kastrenakes aprovecha para inyectar venenito e insinúa que Juan
Francisco cayó preso precisamente por eso, por hablar mal del go-
bierno, insinuación que escapa al testigo, quien dice que las cosas
han cambiado.
El fiscal quiere saber si Juan Francisco fue reclutado como espía
pero esta palabra no le gusta al testigo: él no es un espía y nadie lo
reclutó, sino que se ofreció él mismo como colaborador. Sí, efecti-
vamente, la sentencia le fue reducida como a la mayoría de los pre-
sos políticos. De nuevo Kastrenakes quiere saber si Juan Francisco
fue entrenado como espía:

—Yo no soy un espía. Soy un colaborador que informé acerca de


grupos contrarrevolucionarios.
—¿A quién le informaba?
—A varias personas con seudónimos.
—¿Qué seudónimos?
—¿Y por qué tengo que dárselos? Pueden ser Pedro, Juan, Gonzalo.

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El seudónimo de Juan Francisco es Félix y cooperó con la Seguri-


dad del Estado por veinte años. Entre los años 74 y 90 se reunía con
grupos contrarrevolucionarios dentro de Cuba e informaba sobre
estas reuniones. Su esposa se llama Olga Alonso Prada, otra Olga en
la historia, es sicóloga y también cooperaba con el gobierno cubano
bajo el seudónimo de Bertha, ella viajaba a Estados Unidos con Fé-
lix. No conocieron a ninguna otra pareja de espías en este país. No
tenía jefe aquí en Miami ni tampoco un plan, por si era arrestado.

—¿Por qué iba a ser arrestado? Yo no estaba haciendo nada malo.

No se le orientó infiltrar a ningún grupo contrarrevolucionario, él


simplemente vino a visitar y reunirse con algunos antiguos amigos;
no obstante reportó a Cuba sobre sus conversaciones. No anunció
en Miami su afiliación a la Seguridad y no vendría a Estados Unidos
a testificar; pero no porque crea que violó una ley aquí, sino porque
ha sido amenazado.

—¿No será porque usted era un espía ilegal?


—Yo no soy un espía y no hice nada contra Estados Unidos.

Lo que sigue ya lo has escuchado antes. El testigo no cree que


engañó a la gente de Miami, sencillamente vino como quien él era
y así se presentó. No dijo a nadie que trabajaba para la Seguridad.
No le dijo nada al FBI. No le dijo nada a la policía de Miami Dade. No
le dijo nada a ningún órgano de la ley norteamericano. En Cuba nun-
ca le dijeron que no reportara estos hechos en los Estados Unidos,
simplemente él optó por no hacerlo. El gobierno cubano no le dijo
que tratara a Borges como un hermano –el hermanito que quiere
mandar medicinas explosivas a Cuba–, pero el testigo se relacionó
con el hermano de la Caridad y lo engañó. Y tampoco le dijo nada
a su familia.
En otras palabras, cometió el crimen de no comprar un espacio
en El Nuevo Herald y anunciarse como colaborador de la Seguridad.
No fue entrenado para hacer eso, sencillamente sabía que no lo
podía decir. No fue entrenado en código Morse y en cuanto a ex-
plosivos sí lo fue... por los contrarrevolucionarios de Miami. No fue
entrenado en fotografía y solo tomó algunas que se le pidieron.
Respecto a contrachequeo... «¿Qué es eso de contrachequeo?».

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Con relación a su leyenda, acepta que se condujo por años


como un líder de expresos y miembro de organizaciones de «de-
rechos humanos» en la Isla, lo que realmente no era e informaba
al gobierno sobre esos grupos. La única persona arrestada por las
informaciones que él proveyó al gobierno cubano fue Otto René
Rodríguez Llerena, la Tía Ramona que le trajera las laticas de le-
che condensada. Ninguna de las personas con las que se relacionó
debido a las supuestas actividades de derechos humanos está en
prisión, y él nunca ha tenido que testificar en relación con ningún
otro caso.
Ahora el fiscal se remite a algunas declaraciones que hizo el tes-
tigo por la radio cubana. Él no declaró que Estados Unidos fuera
territorio enemigo. Los enemigos son algunos cubanos de Miami y
no Estados Unidos. No recuerda haber dicho que a veces se tenía
que relajar cuando estaba en Miami porque no se sentía libre. Aho-
ra Kastrenakes juega un poco con la declaración jurada del testigo
y cierta confusión de fechas en relación con un viaje de Borges a
Costa Rica que no logro entender, pues como no tengo la declara-
ción disponible, me es imposible saber si la confusión emana del
documento o del propio fiscal.
El testigo entregó todas las cartas recibidas de Borges al gobierno
cubano; no conoce a ninguno de los que están en el juicio, inclu-
yendo a Fernando, que fue quien lo citó; se comunicaba con sus
jefes en Cuba por teléfono, una vez que regresaba a la Isla; la que
pagaba sus viajes a Estados Unidos era su hermana y no el gobier-
no cubano, ni ella ni ningún otro familiar en el norte conocían de
sus vínculos con el gobierno cubano.

—¿Es usted leal a la Seguridad del Estado?


—Yo soy un revolucionario.
—¿Cuando usted dice que está dispuesto a cumplir con Fidel siempre,
eso es exactamente lo que usted quiere decir?
—Por supuesto.

A las 2:00 p. m. termina la sesión. De vuelta en la cárcel, un al-


guacil conversa con nosotros. Aunque no estuvo en el juicio, le han
llegado las versiones de sus colegas y nos concede buenas posibi-
lidades de salir.

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—Esta es solo una modesta suposición de mi parte, pero yo diría


que tal vez los cargos más graves se vayan al suelo y a lo mejor
les dejan alguno de los más leves –concluye el oficial.

Martes 17 de abril. Hace dieciocho años que nos casamos y me


levanto acordándome de ti. Este día tu fotografía frente a mí en la
Corte tiene un significado especial.
A las 9:12 a. m. estamos pendientes de los monitores para ver
el final de la deposición de Juan Francisco Fernández Gómez. Falta el
reexamen de Joaquín para dar por terminada su presentación.
Joaquín comienza por aclarar la confusión creada por Kas-
trenakes en relación con lo que motivara la prisión del testigo en el
año 62. Juan Francisco era entonces el coordinador provincial del
grupo Unidad Revolucionaria y terminó en la cárcel por preparar
un alzamiento armado en el Escambray. Por esta causa fue arres-
tado un grupo numeroso de conspiradores y se conoció como la
causa del 30 de agosto. Las armas para el alzamiento habían sido
lanzadas desde un avión que vino de Estados Unidos para que
ellos las utilizaran al subir a las montañas.
El testigo explica que, ya en la cárcel, vio demasiadas divisiones
entre los prisioneros y cómo las ambiciones personales primaban,
por lo que se dio cuenta de que no era una lucha por Cuba. Él no fue
el único liberado antes de tiempo, sino que hubo un programa de re-
ducciones de sentencia amplio, comenzado en los años 70, que a él
lo incluyó en 1974. Posteriormente esto fue seguido de una amnistía.
Su familia de los Estados Unidos rompió completamente con él tras
darse a la publicidad sus vínculos con el gobierno cubano, e incluso
su hija mayor, en Cuba, hizo lo mismo. Respecto a su imposibilidad de
viajar a este país para testificar, explica que después del juicio de las
bombas estuvo recibiendo llamadas telefónicas amenazadoras que
sabe provenían del exterior, lo cual es fácil de reconocer por el eco
de la voz y un sonido característico, como un beep.
A las 9:20 termina el testimonio grabado, pero Kastrenakes
tiene que decir la última palabra y solicita leer una pregunta que,
según dice, quedó fuera de la presentación al jurado. Tomando im-
pulso el fiscal se lanza a la lectura de la importante, impostergable,
profunda, sabia e imprescindible pregunta:

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—¿Alguien en los Estados Unidos sabía que usted trabajaba para


Cuba?
—No.

A las 9:21 Joaquín lee al jurado las notas diplomáticas que fue-
ran aprobadas el viernes anterior por la jueza:
Primera nota. Relativa al tiroteo del tanquero Miconos en las
proximidades de Punta Hicacos por lanchas rápidas que se diri-
gieron hacia el norte a... Groenlandia según la Fiscalía, el 2 de abril
de 1993.
Segunda nota. Protesta por la actitud del gobierno norteameri-
cano ante una nota anterior relativa al tiroteo del Meliá Varadero,
en octubre del 1992. El jefe de Comandos L, Tony Cuesta, se adju-
dicó la acción, calificando el hotel como un objetivo militar, y está
en Miami sin ser molestado por las autoridades.
Tercera nota. Adjunta información relativa al ataque al Meliá
Varadero, el 7 de octubre de 1992. Se incluyen pruebas periciales
y otros elementos.
Cuarta nota. Sobre actividades de Alpha 66. Declaraciones de
Nazario Sargén que amenaza con secuestrar turistas y atacar ins-
talaciones del sector turístico en la Isla. Cuba pide al gobierno de
Estados Unidos que responda ante estas actividades.
Y como Jack sigue ausente, continuamos con la semana de cine
suizo, preparados para presenciar en los monitores la próxima de-
posición realizada en la casa del embajador de ese país en La Ha-
bana. A las 9:35 a. m. tenemos en nuestras pantallas al coronel de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Amel Escalante Colás.
Nacido en La Habana, sesenta y cinco años de edad. Estudiante de
Medicina en la década de los 50 cuando se definía el futuro de Cuba
en la lucha contra Batista. Se alzó en las montañas como parte del Mo-
vimiento 26 de Julio, se incorporó al Segundo Frente Frank País bajo
las órdenes de Raúl Castro. Cuando triunfó la Revolución se necesita-
ban cuadros militares preparados y dio el paso al frente para dedicar
su vida a la carrera militar. Pasó la primera escuela de oficiales del
Ejército Rebelde en 1961 y luego fue destinado a las unidades. Pasó
un curso especial en la Academia Frunze de la Unión Soviética donde
se impartían clases de táctica, arte operativo y nociones de estrategia
a los primeros oficiales de carrera cubanos. Regresó a las tropas como
jefe de Operaciones en el Ejército Oriental y transitó por los niveles
de división y cuerpo de ejército, para luego ocupar el cargo a nivel del

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Ejército Occidental. Después de pasar por la Academia Boroshilov,


fue jefe del Estado Mayor en Angola, jefe de la cátedra de Táctica en
la Escuela Superior de Guerra y desde 1990 jefe del Centro Superior
de Estudios Estratégicos, institución dedicada a estudios e investiga-
ciones militares.
La voz de Norris acompaña a la imagen del coronel Escalante
en los monitores, para entrar en materia: la estrategia de guerra en
Cuba se basa en el concepto de la guerra de todo el pueblo, lo que
implica utilizar a la población como principal fuerza combativa en
lugar de tropas regulares y aplicar mayormente tácticas de guerra
irregular. Este concepto siempre se mantuvo como una idea del
liderato político de la Revolución y fue retomado con más fuerza
cuando las condiciones materiales del Ejército cubano se redujeron
tras el desplome del campo socialista. Esta estrategia involucra al-
rededor de siete millones de cubanos.
El Servicio Militar General cubre la mayor parte del potencial
humano en las fuerzas regulares y después se hallan los distintos
niveles de reserva, agrupados por edades desde el primero hasta el
tercero, y luego las Milicias de Tropas Territoriales. Existen también
las Brigadas de Producción y Defensa en las que participa la po-
blación menos capacitada físicamente para tomar las armas, cuyo
propósito básico es cuidar de sus comunidades.
Ahora se entra en el tema de Boca Chica, el testigo explica que
las fuentes de información pública disponibles sobre la instalación
son suficientes para garantizar los intereses informativos de las FAR,
y muestra el periódico de la base como ejemplo. Explica que se tra-
ta de una base de entrenamiento para la aviación élite de la Marina
y que toda la información acerca de los aviones que participan en
dichos entrenamientos está disponible en fuentes abiertas. La base
pudiera ser utilizada contra Cuba toda vez que una invasión hubie-
ra comenzado, pero nunca como punto de partida para una acción
armada contra la Isla porque su visibilidad haría imposible ocultar
los preparativos de dicha acción.
Acerca del Comando Sur, el testigo expone que también hay
información disponible en muchas publicaciones y muestra varias
de ellas referidas al traslado de la instalación a Miami y la asun-
ción de su mando por el general Wilhelm, con información sobre el
propio general y la más alta oficialidad del Comando, incluyendo
la de índole familiar, etcétera. El testigo se refiere a fotografías y

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descripciones de las instalaciones del Comando que aparecen en


dichas publicaciones.
A las 10:26 a. m. los monitores toman un descanso, que aprove-
chamos nosotros también.
A las 10:53 estamos de vuelta para continuar con la deposición
del coronel Escalante, esta vez la voz que le pregunta es la de Jack,
y seguimos adelante.
El grupo de trabajo del testigo no participa en la elaboración
de la política militar del país, porque es función de las altas esferas
del Gobierno. El coronel se dedica a investigar y llegar a conclu-
siones sobre cómo las tropas deben luchar, aunque por supuesto
tiene que estar familiarizado con la política militar del país para
poder hacer ese trabajo. El concepto defensivo de Cuba se basa en
la guerra popular con tácticas de guerrilla incorporadas, buscando
causar el mayor número de bajas en el ocupante, de manera que
abandone el campo de batalla tal como ocurrió en Vietnam. Una
ocupación por una fuerza tan poderosa como la de Estados Uni-
dos no puede ser evitada. La mayor parte de la población cubana
es considerada, de una u otra forma, parte de la reserva militar. Y
se reitera, es muy poco probable que un ataque pueda comenzar
desde Boca Chica, pues las características de la base no permiten
el ocultamiento de los signos de dicha acción. La única información
secreta que pudiera interesar a Cuba relacionada con el Comando
Sur estaría en manos de su jefe o del jefe de Operaciones, y nadie
más tendría acceso a ella.
Veinte minutos exactos ha tomado a Jack, y a las 11:13 a. m. toca
el turno a Paul McKenna para su examen directo. Y durante el mis-
mo se establece que los rusos que quedan en Cuba son unos pocos
especialistas técnicos que brindan asesoría acerca del equipamien-
to militar del ejército. Actualmente una guerra no es sorpresa para
nadie, dadas las comunicaciones y la publicidad que preceden a
los conflictos. Conocer la cantidad de aviones que aterrizan o des-
pegan de Boca �ica no es relevante para la defensa de Cuba. De
nuevo la información pública sobre este lugar es extensa, así como
la disponible sobre el Comando Sur. A las 11:21 ha terminado Paul
McKenna y viene a la carga David Buckner.
Claro que el coronel ha trabajado en el ejército en Cuba durante
más de cuarenta años. El coronel no es del MININT. El coronel ha
pertenecido al MINFAR (Ministerio de las Fuerzas Armadas) desde su

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creación. El coronel siempre ha sido pagado por el gobierno cuba-


no. El coronel todavía es pagado por el gobierno cubano. El coronel
estuvo bajo las órdenes de Raúl Castro en 1958. Fidel es el Coman-
dante en Jefe del coronel. El coronel es leal a Castro. El coronel es
leal al otro Castro. Al coronel se le dijo sobre el juicio y que algunos
abogados de Miami estaban interesados en conocer sobre las teo-
rías de defensa de Cuba. Al coronel se lo dijo alguien del MINFAR
que no recuerda, posiblemente algún secretario. El MINFAR se lo
dijo al coronel. El coronel habló con los abogados y reportó de vuel-
ta al secretario en el MINFAR. Los abogados querían trabajar con
el coronel pero él no podía decidir por sí mismo. Así que el coronel
fue autorizado por el MINFAR para testificar en este juicio.
Después de esta introducción que brilla por su originalidad, conti-
núa un cuestionario igual de original. El testigo no conoce a los acu-
sados, ni ha visto su trabajo ni conoce sobre sus deberes en Estados
Unidos, excepto lo que le informaron los abogados de la defensa.

—Uno debe saber lo menos posible y lo único que yo he oído es


que están acusados de buscar información para Cuba.
—¿Quién le dijo que no debía saber más?
—Es un hábito que he adquirido en mi trabajo desde hace cuaren-
ta y tres años. Ningún militar que se respete pregunta más de
lo que debe saber.

El testigo no ha trabajado en inteligencia. El MININT se encarga


de ese trabajo como cualquier agencia correspondiente en el mun-
do, pero el testigo desconoce si otras agencias lo hacen. El coronel
conoce que las FAR tienen un departamento de contrainteligen-
cia, y naturalmente no se dedica a labores de inteligencia sino a
lo opuesto. Tiene muchos amigos en el Ministerio del Interior pero
no ha trabajado con ellos. No está familiarizado con las labores de
inteligencia del MININT. Toda la información que recibe es pública
y no sabe si en el Comando Sur se consigue alguna información
que no sea pública.
Hasta donde el coronel sabe, Cuba no necesita obtener informa-
ción secreta de otro país para llenar sus necesidades informativas
militares. Al menos en su área de trabajo esto no es necesario y no
sabe si fuera de su esfera esas actividades de inteligencia se reali-
zan. Él no necesita que alguien cuente aviones en Boca �ica para

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realizar su trabajo y no puede decir si alguien más en Cuba lo ne-


cesita, aunque no puede imaginar quién.
Dicen que segundas partes no son buenas, pero hay quienes
repiten hasta tres. El fiscal echa mano a la declaración jurada del
testigo –la cual no tengo disponible y por tanto no puedo compa-
rar con mis notas– y tras mostrar al coronel su propia firma, de la
que el militar por supuesto no reniega, pasa a mostrarle un párra-
fo donde él mismo escribió que la información puede ser utiliza-
da para defenderse, para atacar o para intercambiarla con terceras
partes. Claro que Escalante responde por todo lo que aparece en
blanco y negro sobre su firma, pero la política de Cuba no es la de
vender información de inteligencia, por mucho que el fiscal se em-
peñe en no querer creerlo.
Ahora entramos en el campo de Internet, que según el militar es
una buena fuente de información sobre las fuerzas militares de los
Estados Unidos. El fiscal quiere saber si Cuba tiene información no
pública sobre los ejércitos de otros países y la respuesta es positiva.

—Entonces ustedes conocen información no pública acerca de


otros países. ¿Correcto?

El oficial cubano le explica la manera en que se trabaja. Otros


especialistas fuera de su área de trabajo reciben la información pú-
blica, la comparan entre sí, ubican en mapas los datos analizados,
arman el rompecabezas y arriban a conclusiones que pueden ser
consideradas información no pública por Cuba. Esas conclusiones
se las entregan a él, que las estudia para su trabajo.
Él personalmente no ha examinado información considerada no
pública por Estados Unidos. Un buen oficial querría tener la mayor
cantidad de información. Conocer las intenciones del adversario es
deseable y mientras más pronto mejor. Todo el mundo querría sa-
ber los planes de su adversario potencial, quien los mantiene en
secreto, tal como por supuesto hace Cuba también, puesto que los
adversarios de la Isla lógicamente querrían conocer dichos planes.
Y no podía faltar la famosa base de escucha de Lourdes,13 aun-
que, a la primera pregunta, el oficial responde que esta instalación
no tiene nada que ver con lo que ha estado discutiendo el fiscal al

13 Estación de escucha instalada por la Unión Soviética en Cuba, en 1964, a fin


de monitorear las comunicaciones militares norteamericanas. Fue cerrada por
Rusia en 2001.

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final. Este lugar es operado por Rusia y el coronel no tiene idea de


para qué se utiliza y mucho menos de cuántos rusos –supongo que
todos ellos rojos y con colmillos– anidan en ese antro de espionaje
radial. El oficial reafirma lo que dijo acerca de los pocos especialis-
tas técnicos rusos que quedan en Cuba, pues cuando respondió a
la pregunta se refería al personal de apoyo a las Fuerzas Armadas,
dado que él no domina los asuntos de la base de Lourdes.
Y pasamos a tontear con Internet. El fiscal quiere saber si es un
medio útil para acopiar información sobre las fuerzas militares de
otros países, incluido por supuesto Estados Unidos, y el oficial res-
ponde afirmativamente. Ahora Buckner quiere conocer el sitio de
la red donde Estados Unidos publica los planes secretos. Aunque
el testigo no trabaja directamente con Internet, tiene que explicar
al chico que ningún país publicaría sus planes a través de una red,
y le vuelve a repetir que la información pública obtenida se somete
a un análisis del que resultan una serie de conclusiones que se pue-
den considerar secretas. Duro de entendederas el muchacho.
Pero sabe mucho de historia. No olvides que vio Rambo del
uno al cinco y tiene dos semestres de Delta Force con Chuck Norris,
además de haber visto a Rocky patear al ruso malo delante del
politburó de la Unión Soviética. Para comenzar se refiere al papel de
Cuba en Angola «donde Cuba estaba metida en la guerra contra las
guerrillas que querían derrocar al gobierno allí»; así que el testigo
tiene que explicarle sobre las invasiones de Sudáfrica y Zaire, y
algunas nociones de internacionalismo que, él mismo reconoce,
están fuera del alcance filosófico del fiscal. Este ha traído todo eso
a colación para compararlo con la declaración jurada donde, entre
otras cosas, el coronel manifiesta que el ejército de Cuba es emi-
nentemente defensivo.
Olvidé decirte que el chico tiene un postgrado en ética y moral
política bajo un destacado humanista de nombre Ronald Reagan,
que una vez le habló de Granada, aquella islita donde Cuba tam-
bién envió tropas que terminaron combatiendo contra los liberta-
dores norteamericanos. El testigo tiene que explicarle la diferencia
entre una excavadora de las que los constructores cubanos utiliza-
ran para construir el aeropuerto de ese país y un tanque de guerra.
Pero el muchacho es persistente, y después de hablar de la asesoría
militar a Nicaragua y divagar sobre un envío de militares a Colom-
bia cuyas evidencias habrá acopiado en la sagüesera, pasa a refe-
rirse al Comando Sur de los Estados Unidos.

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Sí, Nicaragua está en el área de responsabilidad del Comando Sur.


Sí, Granada está en el área de responsabilidad del Comando Sur. Sí,
Cuba está en el área de responsabilidad del Comando Sur.

—Y, por supuesto, el Comando Sur es responsable de todo el pla-


neamiento de operaciones militares en el área donde Cuba opera.
¿Correcto?
—Bueno, si no es de ellos esa responsabilidad, se la han adjudica-
do, se la han garantizado a sí mismos, pero yo también podría
decir que Estados Unidos está en el área de interés de Cuba y
nosotros no planeamos atacar a Estados Unidos.
—Pero Cuba activamente planifica defenderse de un ataque de
Estados Unidos. ¿No es así?
—¿Y qué se supone que hagamos? ¿Cruzarnos de brazos?

El fiscal extrae del testigo lo que todo el mundo sabe: Cuba


se prepara para defenderse, Estados Unidos ha sido una amenaza
probada para Cuba durante cuarenta y tres años, este país tiene
una fuerza militar superior a la de Cuba y sus ventajas en un con-
flicto serían inmensas. Tras decir que los servicios de inteligencia de
nuestro país están entre los mejores del mundo y recibir el agrade-
cimiento del coronel, el fiscal establece que la información podría
ser una manera de cerrar esa brecha, lo cual el testigo concede.
Por supuesto que Cuba quisiera saber lo más posible acerca
de las fuerzas militares de Estados Unidos. Los planes de atacar
a Cuba podrían conocerse probablemente de antemano a través
de distintos medios de acceso público, no así los planes opera-
cionales, que seguramente serían mantenidos en el más estricto
secreto. Por eso todo lo que se puede hacer con la información
que se procesa en Cuba son estimaciones, para lo que sirven los
ejemplos de Kosovo, Iraq y Vietnam, entre otros. Nadie puede
saber más, a no ser que el jefe del Comando Sur estuviera a dis-
posición de Cuba.

—Pero usted ciertamente quisiera tener un espía o un individuo


comprometido dentro del Comando Sur para conocer esos planes
¿No es así?
—Si fuera el jefe del Comando Sur, sí, pues me daría lo que yo
necesito. Otra persona no la necesitamos.

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—Bueno, seguramente podría utilizar a alguien que fuera capaz de


robarse el mapa, digamos, de una invasión.

Y mientras trato de imaginarme a Joseph Santos colado en la


oficina del general, para ocultar el mapa del desembarco en Cuba
en su escoba, el coronel responde:

—No me gustaría pensar que el jefe del Comando Sur fuera tan
irresponsable como para que cualquiera pudiera entrar en su
oficina y robar ese mapa. No quiero ni siquiera pensarlo.
—Yo tampoco.
—Entonces estamos de acuerdo.

El fiscal quiere saber si al militar cubano le gustaría estar infor-


mado sobre las fuerzas militares, por ejemplo, de Fort Bragg, en
caso de que una invasión se originara desde este lugar. Pero el
coronel le responde que tiene esa información y le ofrece leérsela,
oferta que Buckner declina.

—Cuba conoce las fuerzas militares que hay en cada instalación


norteamericana –explica el militar.

Tras establecer que, por supuesto, a la Isla le serviría saber algu-


nos datos específicos, el testigo reitera que en cuanto a fuerzas que
salieran de una u otra base de este país para un ataque a Cuba, eso
es de conocimiento de las FAR. A otra pregunta, repite que Boca
�ica no es un buen lugar para iniciar un ataque, puesto que pue-
den hacerlo desde fuerzas navales con portaaviones.
De vuelta a la historia, materia en la que John Wayne hiciera del
fiscal un especialista en la Segunda Guerra Mundial, este le menciona
al testigo el Día D. Tras establecer que hubo dos Días D, uno en Italia
y el de Normandía, el coronel se asegura de que Buckner se refiere
al segundo. El fiscal quiere discutir sobre el papel de la sorpresa en
el desembarco exitoso de los aliados al norte de Francia. El militar
tiene que aclararle que el éxito fue bastante relativo debido a las
costosas bajas y a que los alemanes casi aniquilaron la 82 División
Aerotransportada. Tras aceptar la lección, el fiscal quiere saber qué im-
portancia pudo haber tenido la sorpresa en el hecho de que «Estados
Unidos hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial».

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rené gonzález sehwerert

—Comencemos por aclarar algo. Esa no es mi opinión. Estados


Unidos no ganó la Segunda Guerra Mundial. Esa es mi opinión.
Si usted quiere discutir la historia de la Segunda Guerra Mundial,
yo le puedo afirmar que la guerra de Europa fue ganada por
los soviéticos, y le siguieron dos bombas atómicas innecesarias.
De manera que si usted quiere discutir de historia, lo podemos
hacer en otra oportunidad, pero no aquí.

Buckner sigue dando vueltas alrededor del concepto de sorpre-


sa y de que Cuba querría conocer todas las variantes aplicables y
cómo se pudiera ocultar el verdadero origen de un ataque, y Cuba
querría saberlo, y de nuevo Boca �ica, y mientras yo me mareo
contándote todo este círculo vicioso, él decide terminar con algo
cercano a nosotros.
El fiscal quiere saber si el militar conoce de criptografía; este le
responde con pesar que no conoce esa materia tan interesante.
Sobre falsas identidades en función de actividades de espionaje,
el coronel solo conoce el tema a través de los libros que ha leído
y que considera copiosos. Sobre estas actividades y el MININT, así
como el uso de identidades de escape y leyendas por parte del or-
ganismo, el coronel Amel Escalante se refiere con nostalgia y un
toque de sana envidia a la serie televisiva En silencio ha tenido que ser,
donde se narran los avatares de un agente ficticio de la Seguridad
del Estado en su lucha por proteger a nuestro país.

—Así que, hasta donde usted conoce, esas cosas son solo ficción
televisiva. ¿Correcto?
—Hasta donde yo conozco, a mí me gustó la forma en que él lo
hizo, cómo se infiltró y cómo lo hizo. Me hubiera gustado haber
sido designado para una misión, me hubiera gustado que me
pidieran que hiciera algo así.

Y con esas palabras que nos honran, sobre todo por venir de
él, termina su contraexamen el coronel de las FAR Amel Escalan-
te Colás.
A la 1:16 volvemos a escuchar la voz de Norris en su reexamen
directo. El abogado establece que, independientemente del conoci-
miento del testigo sobre el trabajo del MININT, este organismo no
es el que define la política militar del país ni los planes de defensa.

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El coronel no depende de la información del MININT para sus pla-


neamientos militares y él no es quien procesa los datos, sino que
los recibe procesados y, a partir de ahí, elabora sus conclusiones.
Este es un proceso que combina ciencia militar con experiencia e
intuición. A diferencia de los días del desembarco en Normandía,
actualmente toda la información disponible permite acceder a los
detalles concernientes a las fuerzas militares de todo el mundo.
Hoy contamos con Internet, televisión y un desarrollo tecnológico
que no existía en aquellos tiempos. Es imposible que una invasión
tome por sorpresa a Cuba en estas condiciones.
De este modo termina, a la 1:26 p. m., el día junto a la deposición
del coronel Amel Escalante Colás. Con el militar pasó por el estrado
otro buen testigo para la defensa; y a pesar de que su deposición
sufrió bastantes recortes en las negociaciones que se hicieron entre
las partes para llegar a la versión final, se estableció el punto: Cuba
no depende de información secreta para prepararse en la defen-
sa de su territorio contra una eventual invasión de Estados Unidos.
La declaración del testigo también tuvo la virtud de ajustarse a lo
expuesto por el almirante Eugene Carroll en la apertura del caso de
la defensa, la misma perspectiva fue brindada al jurado por dos tes-
tigos tan contrapuestos como lo pueden ser un almirante nortea-
mericano y un coronel del ejército de la Isla. Además, el testigo
tuvo la virtud de ser ameno en el contraexamen, tras un cuestiona-
rio directo que las características del testimonio, filmado en video,
hicieran algo monótono. Hay que agradecerles a los fiscales ese
espíritu confrontacional que en ocasiones ha permitido hacer más
interesantes testimonios que, en otras condiciones, habrían pasa-
do inadvertidos al jurado. En este caso Buckner dio al coronel la
oportunidad de sobresalir cuando se quiso meter a hablar de his-
toria, al mostrar sus prejuicios respecto a Cuba, y permitió que re-
saltaran los conocimientos del testigo, su naturalidad y simpatía
personal, que más de una vez provocaron sonrisas en el jurado.
Y por supuesto, la llamada telefónica en la noche. Justo diecio-
cho años después del momento en que me preparaba para ca-
sarme contigo en el Palacio de los Matrimonios. Dieciocho años
después y capeando juntos estas circunstancias, me pregunto si
hubiera podido encontrar a una persona mejor. ¡¡Felicidades!!...
¡Ah!..., y la respuesta es que no.

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El miércoles 18 de abril, cuando bajamos, Gerardo lleva entre sus


papeles una caricatura especial, pues nos enteramos del cumpleaños
de Joaquín y decidimos hacerle ese regalo. Como en medio de fe-
licitaciones cada cual le adjudicó una edad distinta y el abogado
decidió no revelar el dato, te debo los años que cumplió, imagino an-
dan entre los veinticinco y los cincuenta y cinco. La caricatura que
le hizo Gerardo es muy adecuada a las condiciones en que celebra
este onomástico.

May I continue now your honor?*


*¿Puedo continuar, señora jueza?

Y a las 9:15 a. m. estamos listos para tener un día de deposicio-


nes filmadas; pero en este caso ha ocurrido algo bastante extraño
que atenta contra la calidad del testimonio.
Resulta que estas filmaciones fueron puestas a disposición del
celoso cuidado del gobierno —tal como hiciera Basulto con la cinta
de audio del 24 de febrero— con el encargo de conservarlas para
que el jurado pudiera tener a su disposición los testimonios; y he
aquí que en el proceso de edición a que fueron sometidas, suce-
dió un accidente y los videos perdieron, así como por casualidad y
equivocadamente, como quien no quiere la cosa y sin querer, de
pura coincidencia y «coincidentalmente»… la voz.
Por lo que habíamos oído decir, estas deposiciones quedaron
muy bien, particularmente una donde la señora Heck Miller había
hecho gala de toda su pedantería al enfrentarse a la controladora de
vuelos de La Habana, para terminar por perder los estribos y mos-
trar toda su arrogancia en cámara; de manera que a mí me parece
muy sospechoso esto de la voz perdida, así como por accidente.

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Y si no fuera por todo lo que he visto en este juicio, me dejaría cali-


ficar de mal pensado. Bueno, después de todo, si no fuera por todo
lo que he visto me hubiera conformado con la teoría del accidente.
Como consecuencia, se decide que las partes lean sus preguntas y
estas sean contestadas desde el estrado por la omnipresente Lisa
McDermont, la eficiente investigadora de Paul McKenna, quien ha-
rá las veces de los testigos. Esto definitivamente atenta contra la
calidad de las deposiciones, que pierden su fuerza y se convierten
en una lectura aburrida, todo gracias al celo con que la Fiscalía se
hizo cargo de ellas. En concreto: el gobierno arruinó las molestas
deposiciones ordenadas por la Corte.
Y así con Lisa sentada en el estrado y Paul de lector en el podio,
comienza la lectura de la deposición que se realizara a Marianela
Herrera Barnadaz, directora del tráfico aéreo en La Habana duran-
te siete años, con larga experiencia y estudios en Cuba, México y
España.
Cuando el 13 de julio de 1995 fue a trabajar, se encontró con cer-
ca de diez planes de vuelo archivados en Miami, correspondientes
a la monada de la flotilla con la que varios grupos anticastristas irían a
derramar lágrimas de cocodrilo sobre los cadáveres que tan conve-
nientemente les había traído la desgracia del remolcador 13 de Mar-
zo. Todos los planes de vuelo entraban en la zona peligrosa activada
al norte de La Habana y anunciaban a través de una nota inusual
que los aviones traían prensa a bordo. La testigo recuerda específi-
camente el avión N2506 en el que comúnmente viaja Basulto y que
ya le sabrá a..., bueno..., a Basulto. La situación se dibujaba peligrosa y
se hicieron arreglos especiales en el control de tráfico aéreo, de ma-
nera que la señora orientó al controlador Ricardo Martínez, de quien
ella ha sido superior e instructora, que no se encargara de los avio-
nes de la flotilla para que no se distrajera de sus funciones, y decidió
cambiar la frecuencia para las aeronaves comerciales que cruzaban
por encima de Cuba, con la consiguiente notificación a Miami y a
Kingston. Ella iba a atender en la frecuencia regular a los flotilleros
que venían a hacer su negocito político, a costa de lo sucedido al
remolcador.
La situación sería inestable, a juzgar por los anuncios desde el
sur de Florida, por lo que notificaron sus preocupaciones al tráfico
aéreo de Miami. Pero esto no hizo ningún efecto sobre el desarrollo
del circo político, que terminó despegando hacia el sur con su redo-

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ble de trompetas, discursitos en la frecuencia, periodistas a bordo y


anuncios de que irrumpirían en el espacio soberano de Cuba.
Al fin pasó lo que pasó y a la testigo le tocó observarlo en la
pantalla de su radar. Ella les avisó antes de que entraran al área
peligrosa al sur del paralelo 24 y luego se tomó el trabajo de pe-
dirles repetidamente, entre seis o siete veces, que no sobrevolaran
el área prohibida de La Habana cuando ya estaban materializando
sus intenciones. Como los aviones la ignoraron e irrumpieron sobre
la capital, la señora Marianela los ignoró y solo le quedó ver la reti-
rada cuando lo consideraron conveniente.
A las 9:29 Paul deja el podio, y ahora Heck Miller se enfrenta
a Lisa, con la ventaja de que el jurado no oirá su chusmería en la
pantalla, sino a la fiscal leyendo muy comedidamente sus preguntas
en el podio, como si fuera una persona decente y no tuviera esa
arrogancia que se le sale por los poros y que provocó su falta de
química con nuestra compatriota Marianela durante las deposicio-
nes. Intolerantes esos cubanos de Cuba, tan adoctrinados por el cas-
trismo que no pueden llevarse bien con la pobre Heck Miller solo
porque está llena de odio, es una arpía y se empeña en ver como a
un demonio a todo el que respira y existe en esa islita fresca y atre-
vida que no entiende que gente como ella representa lo mejor de la
democracia, el espíritu de libertad, el progreso y la tolerancia.
La fiscal quiere saber si Hermanos al Rescate sigue haciendo estas
cosas y la controladora le responde que no ha dejado de hacerlo.
Heck Miller quiere establecer que había diferentes grupos en la flo-
tipandilla aerotransportada, pero para la controladora toda esa
mugre es la misma. Ella no puede establecer diferencias entre la
Legión de Rescate de Balseros y Hermanos al Rescate, porque
todos ellos se identifican igual y se cubren con el cuento de que van
a rescatar balseros cuando hacen sus fechorías. La fiscal se refiere a
la transcripción de los avisos de Marianela a uno de los aviones
y le pregunta si ella alude a alguna catástrofe relacionada con la
refinería o algo parecido. Pero la controladora le explica que ella
no tiene que señalarles a los pilotos con pelos y señales cuáles son
los peligros que están creando con su irresponsabilidad. Aunque hay
diferencias entre las zonas prohibidas y las peligrosas, la controladora
aclara que ellos tienen que avisar a los aviones sobre ambas, pero
que la activación de dichas zonas la realiza la Fuerza Aérea. A otras
preguntas, la testigo indica que ellos no tienen que controlar vuelos

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visuales y que, tanto en Miami como en Cuba, el control de tráfico


aéreo no tiene autoridad para decidir si el piloto vuela visual o con
instrumentos, siendo esto responsabilidad del piloto.

—¿Entonces ustedes no les dijeron que volaran mediante instru-


mentos?
—No había razón para eso.

La controladora admite que no todos los aviones entraron en La


Habana, pero no puede decir si se debió a sus avisos, y repite que
pudo haber ocurrido una catástrofe, antes de terminar su intercam-
bio con Heck Miller.
Son las 9:47 cuando retorna la voz de Paul a los monitores para
interrogar a Marianela durante solo tres minutos. La señora explica
que los arreglos que se hicieran por el control de tráfico aéreo el 13 de
julio del 95, se debieron a la necesidad de proteger la vida de miles
de pasajeros que vuelan sobre Cuba en aviones comerciales. Paul
le pregunta si estos aviones se dedican a realizar acrobacias sobre
La Habana e interrumpir el flujo de tráfico aéreo, con la respuesta
negativa se cierra el testimonio.
A las 9:50 seguimos viendo las deposiciones tomadas en La
Habana el pasado mes de octubre. Ahora se trata de la del se-
ñor Fidel Arnaldo Ara Cruz, quien es igualmente sustituido por Lisa
McDermont en el estrado de los testigos. Ara Cruz es funcionario
del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba. Fue controlador de trá-
fico aéreo en 1965, pasó cursos en el año 69 en México y luego en
la antigua Unión Soviética. Fue jefe del Centro de Control Aéreo de
La Habana hasta 1979 y se trasladó luego al instituto donde se en-
cuentra todavía, a cargo de establecer e implementar las reglas de
aviación civil, según los parámetros que acuerda la OACI (Organiza-
ción de la Aviación Civil Internacional). Tras explicar en qué consis-
ten las zonas peligrosas y las zonas prohibidas, dice que su trabajo
es precisamente establecer sus límites geográficos y operacionales;
y señala que estas no han cambiado desde el año 96, en el área al
norte de La Habana.
A continuación pasamos a lo que es un NOTAM (Notice to Air-
men) o Aviso para Aviadores. El testigo dice que es él precisamente
quien los emite y distribuye a las agencias de aviación correspon-
dientes. Luego muestra en un mapa las zonas prohibidas sobre

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La Habana y peligrosas al norte de La Habana, para repasar las di-


ferencias entre un vuelo visual y uno por instrumentos; establece
que los vuelos sobre las aguas jurisdiccionales de Cuba son todos
por instrumentos, según las regulaciones cubanas, cuando se trata
de vuelos internacionales.
Ahora se nos recuerda que cuando un avión viene de Estados
Unidos a Cuba, el control de tráfico aéreo de Miami lo pasa a su ho-
mólogo de La Habana, previo envío de los planes de vuelo de una
agencia a la otra. Cuba es punto de un nutrido tráfico que conecta
a los Estados Unidos con América del Sur, y el trabajo de los con-
troladores aéreos consiste en mantener la separación entre estos
aviones, generalmente equipos de gran tonelaje y capacidad, para
evitar un problema en el aire.
Julio 13 del año 1995. El testigo estaba en su oficina cuando,
tras escuchar que algo raro estaba pasando, se asomó para ver un
Cessna 337 lanzando objetos y volando a escasos 50 metros sobre
los edificios, lo que no es aceptable ni para aviones cubanos ni para
extranjeros en un área prohibida. Junto a Paul McKenna se revisan
los planes de vuelo y demás comunicaciones entre el control aéreo
de Miami y el de La Habana de ese día, y se lee el del avión N5485S,
donde una anotación dice que estaría en una misión de búsqueda
y rescate de balseros. Por supuesto, el avión que el testigo observó
ese día sobre la capital cubana no estaba rescatando a nadie y se
había salido del área del plan de vuelo para sobrevolar la ciudad. El
señor Ara Cruz se refiere a sus contactos con el FAA (Administración
Federal de Aviación) de los Estados Unidos sobre estos vuelos; y
cuando se ofrece como evidencia la documentación entregada por
Cuba, regresa el audio y se oye la voz de Heck Miller, quien quiere
entrevistar al testigo acerca de los documentos.
Pero son las 10:27 a. m. y antes de que se vea en el video la zar-
pa de la señora sobre los papeles, la jueza hace detener la película
para irnos a un receso.
De vuelta a las 10:55 para ver cómo la jueza asesta otro golpe al
plexo solar de la Fiscalía. La mayoría de los documentos identificados
por el teniente coronel Roberto Hernández Caballero son aceptados
como evidencia, para proveer al jurado con las identidades de Fer-
nando González y Ramón Labañino. De manera que, una vez con el
panel de vuelta en la sala, los abogados aprovechan para presentarle
los documentos de identidad, exceptuando algunos certificados de

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estudios a cuyos cuños no se refirió el testigo al describir los docu-


mentos.
Ya estamos listos junto al jurado para enfrentar la desagradable
voz de Heck Miller en las pantallas, aunque aliviados de no tener
que verle la cara mientras se dirige al testigo para establecer que
los datos de radar entregados por el gobierno cubano, referentes a
la violación del espacio aéreo el 13 de julio, fueron elaborados por
el Instituto de Aeronáutica Civil.
Tras la impresionante interrupción de la fiscal –en mi opinión
destinada a contrastar en un futuro la existencia de tales datos, de
ese día, con la falta de los mismos el día del derribo–, podemos
terminar el examen directo, con la voz de Paul.
El testigo identifica el contenido de la comunicación de Cuba a
las autoridades norteamericanas: planes de vuelo, datos de radar
y varios NOTAM. Volviendo a febrero del 96, se establece que los
planes de vuelo registrados fueron seis, que todos tenían la mani-
da notificación acerca de los vuelos para el rescate de balseros, que
ese día también se había emitido un NOTAM, para informar de la
activación de las zonas al norte de La Habana, y que los planes de
vuelo habían sido recibidos en Cuba por el control de tráfico aéreo y
el Centro Nacional de Control de Vuelos, entidad que sirve de enla-
ce con la Fuerza Aérea. A las 11:10 a. m. regresa a los megáfonos
la voz de Heck Miller para su contraexamen.
El IACC (Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba) no pertenece a
ningún ministerio –¡ni siquiera al Ministerio del Interior, al que tam-
bién pertenece la Inteligencia!– sino que es un organismo civil inde-
pendiente. Su jefe es Rogelio Acevedo... ¡Que es general! El testigo
ha trabajado en coordinación con las Fuerzas Armadas que son las
que deciden cuándo se realizan ejercicios militares en las zonas pe-
ligrosas, tal como lo hicieran el 24 de febrero de 1996 y desde dos
días antes. Usualmente esos avisos llegan a la oficina del testigo
a través de un enlace militar y él emite los avisos correspondien-
tes, excepto en caso de conflicto en que se producirían ajustes
tras acuerdo de las partes. De nuevo repasamos la diferencia entre
las MUD, MUR y MUP, o zonas peligrosas, restringidas y prohibidas,
para establecer que las primeras generalmente se hallan en aguas
internacionales y los vuelos sobre las mismas no pueden ser prohi-
bidos cuando se hacen fuera de las 12 millas territoriales. El testigo
habla inglés y ha ido antes a los Estados Unidos, cosa que volvería

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a hacer a propósito de su trabajo. Pero no ahora para complicarse


la existencia en Miami donde, por haber descargado el Mig-29 del
derribo cuando llegó nuevo a Cuba, podrían ponerle a cualquiera
una demanda que lo inmovilizaría en este país hasta que la Corte
Suprema decidiera lo contrario.
El testigo no hace las reglas ni mucho menos las improvisa per-
sonalmente. Su equipo de trabajo se limita a estudiar e interpretar
las recomendaciones de la OACI, que luego son adoptadas y pues-
tas en el AIP o Manual de Información Aeronáutica de Cuba. Los
planes de vuelo proveen toda la información acerca del vuelo. El
testigo supervisa el control de tráfico aéreo de La Habana. El FIR (Re-
gión de Información de Vuelos o Flight Information Region) de La
Habana es cruzado por unos 340 a 350 aviones diariamente, la ma-
yoría volando a más de 500 pies. Durante la flotilla de julio del 95,
las áreas al norte de La Habana estaban activadas y se emitieron
varios avisos a los aviones participantes. La información que se en-
tregó al gobierno norteamericano en julio de 1995 fue preparada
por el testigo, y los datos de radar no pudieron ser grabados en fe-
brero del 96 porque el equipo estaba siendo ajustado. A principios
de 1996 el equipo estuvo por algún tiempo funcionando intermi-
tentemente. A las 11:48 la fiscal no tiene más que preguntar y Paul
toma de nuevo el podio.
Estas incursiones sobre Cuba representan para el control de trá-
fico aéreo un problema, tanto por la activación de las áreas como
por la congestión innecesaria de la frecuencia de trabajo. La ata-
dura de dicha frecuencia obliga a cambiar en ocasiones la misma,
afectando así la dinámica del trabajo. Los discursos de los provoca-
dores van desde largos saludos hasta una misa en la frecuencia de
aviación. El IACC ha tenido que lidiar muchas veces con las violacio-
nes de Basulto, ese fue precisamente el motivo de uno de sus viajes
a Miami. El testigo supone que el área de Washington deba tener
restricciones similares a las de La Habana, pero aunque él no está
familiarizado con las mismas, entiende que ese es un asunto sobe-
rano de las autoridades norteamericanas.
A las 12:10 ha terminado el testimonio y con él la semana, que
se ha acortado en dos días debido a la convalecencia de Jack, quien
todos esperamos se reintegre el próximo lunes. Cuando pensamos
que todo está listo para tomarnos un par de días extras, se decide que
nos reuniremos en la jornada siguiente para determinar si se harán las

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deposiciones de última hora que ha solicitado Paul y a las que la


Fiscalía —cosa extraña— se opone.
Con estos dos testimonios se cierra el ciclo de la relación entre los
controladores de vuelo de La Habana y su redentor del norte, el pa-
cifista hermano cuyo saludo cordial se supone esperan con ansiedad
a través de la frecuencia en la que realizan su trabajo para..., bueno...,
supongo que para arrancarse los pelos mientras se las arreglan para
mantener la frecuencia segura hasta que se vaya por donde vino.
Los testimonios fueron muy favorables y hay que decir que el jura-
do prestó más atención de la que se podía esperar tras la misteriosa
desaparición de la voz original, que obligó a la recitación de los par-
lamentos de la transcripción por parte de fiscales, abogados y Lisa
McDermont, haciendo bastante tedioso el testimonio.
A estas alturas es de desear que los jurados hayan alcanzado a
ver la diferencia entre los ejemplares que tanto por parte de la Fis-
calía como de la defensa han pasado por el estrado —muestra de lo
que le espera a Cuba si logran imponer su versión de la democra-
cia— y las personas decentes, profesionales y comedidas que saben
muy bien de lo que se libró la Isla en el año 59.
Claro que para nosotros los prejuicios del panel siguen siendo una
incógnita y no nos atrevemos a asegurar que lo que para nosotros
es obvio, tenga que serlo para ellos. Al fin y al cabo siempre existe
la posibilidad de que las manidas alusiones de la Fiscalía respecto
a la lealtad al gobierno de Cuba y todas esas estupideces, calen más
en la conciencia de algunas personas crecidas aquí y alimentadas
por la propaganda barata de tantos años, que la apreciación concreta
de la honestidad y la decencia de los testigos. Eso es siempre algo
que queda por verse hasta el momento del veredicto.
Por otra parte, nos preocupa que el juicio pierda un poco de im-
pulso con las interrupciones, que alargan innecesariamente el caso
de la defensa. Hasta ahora había sido bastante obvio que la Fisca-
lía es la que ha hecho del abuso del tiempo un arma en su caso, y
nos preguntamos si el jurado no terminará confundiéndonos con
los fiscales por esta falta de consideración a sus expectativas en re-
lación con el calendario. Realmente no nos gusta que un caso que
comenzó con el dinamismo de nuestra defensa y mantuvo en vilo
al jurado durante las tres semanas de exposición de Paul y la mayor
parte del caso de Joaquín vaya languideciendo entre interrupcio-
nes y videos, los últimos para colmo recitados como un parlamento

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teatral ante el jurado. Al término de las sesiones de esta semana


todos coincidimos en que es tiempo de empaquetar este caso y
entregarlo al panel lo más rápido posible.

Como ya te dije, el jueves 19 de abril bajamos a discutir el viaje


de los abogados a Cuba a propósito de las deposiciones de tres
testigos de última hora que Paul quiere presentar. El meollo de la
cuestión está en que el resto de los abogados no desean hacer el
viaje, y esto tiene que discutirse para que nosotros cedamos nues-
tro derecho a ser representados durante este procedimiento. Jack
está participando al teléfono desde su lecho de recuperación.
Tanto Norris como Philip y Joaquín explican sus posiciones, adu-
ciendo que sus clientes no están relacionados con el caso de Her-
manos al Rescate y, por lo tanto, su presencia en las deposiciones
no es necesaria. Jack alega que su cliente está aún más lejos del
caso del derribo que nosotros, a lo que se suma su estado de salud
que empeoraría con el viaje y traería aún más consecuencias nega-
tivas para su cliente.
La señora Heck Miller por su parte aprovecha para pronunciar
un copioso discurso que toma dos páginas de transcripción, única-
mente para decir que la Corte debería asegurarse de que la decli-
nación de Jack al viaje se debe a causas estrictamente jurídicas y
no tiene nada que ver con su salud. Una vez que la jueza se ase-
gura de que en efecto es así, la fiscal continúa por dos páginas más
para exhortar a que la señora Lenard nos aplique un exhaustivo
cuestionario, a fin de asegurarse de que cedemos nuestro derecho
a la presencia de los abogados durante las deposiciones. La señora
quiere asegurarse de que no le haremos trampitas luego, bajo la
excusa de que, como nuestros abogados no estaban en las depo-
siciones, el juicio nos salió mal por eso. La fiscal se toma su tiem-
po, delineando el cuestionario que espera sea hecho por la jueza,
y esta toma nota de la sugerencia de Heck Miller, para dirigirse a
cada uno de nosotros.
Y ya está todo listo para que se nos someta al cuestionario. La
jueza hace poner de pie al Faquir para comenzar por él y poder ex-
cusar a Jack del teléfono:

—Señor Guerrero. ¿Está usted actualmente bajo la influencia de


alguna drog...?

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Libre de drogas, sí. Pero de la influencia de Heck Miller no es tan


fácil librarse y ella es tan sana que siempre espera lo mejor:

—¿Puedo sugerir que las renuncias del derecho se hagan bajo


juramento?

Tras la aceptación resignada de la jueza todos nos ponemos de


pie para jurar decir la verdad y nada más que la verdad, juramento
que habremos de cumplir estrictamente, por no estar en la categoría
de oficiales o testigos del gobierno.
De las ideas sugeridas por Heck Miller surge el cuestionario
que contestamos todos a continuación de manera individual, para
establecer lo siguiente: No estamos bajo la influencia de drogas,
medicinas o bebidas alcohólicas. No hemos utilizado drogas, me-
dicinas o bebidas alcohólicas en las últimas veinticuatro horas.
Entendemos nuestro derecho a estar representados por nuestro
defensor en cada etapa del proceso. Entendemos que ese derecho
incluye el de nuestros abogados a interrogar a cualquier testigo. Sa-
bemos que se tomará testimonio en Cuba en los días siguientes.
Sabemos que este testimonio será presentado al jurado. Sabemos
que aunque el testimonio está relacionado con el cargo de cons-
piración para cometer asesinato, este cargo podría tener implica-
ciones en el resto de los cargos. Estamos de acuerdo en renunciar
al derecho a que nuestros abogados nos representen en las de-
posiciones. Renunciamos a ese derecho libre y voluntariamente.
Nadie nos ha forzado o amenazado para que renunciemos a ese
derecho y nadie nos ha hecho el cuento de la buena pipa para que
renunciemos al susodicho derecho.
Todo listo y ya el Faquir respondió a su ronda de preguntas.
Ahora Heck Miller quiere que nuestro hermano sostenga una con-
ferencia telefónica con Jack, a fin de saber si todo está bien por
ambos lados de la línea. Todo resulta estar bien y tanto Jack como
Guerrero declinan la generosa oferta de la amable señora. La jueza
comete el error de preguntar a la Fiscalía si tiene alguna otra solici-
tud y Heck tiene la lengua relajada hoy:

—Pienso que está contenida de alguna manera en las preguntas


que han sido hechas por la Corte, pero si la Corte quisiera, sí
solicitaría que se haga más explícito que la renuncia hecha hoy

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se mantendrá en pie aun cuando no sea posible predecir exac-


tamente lo que pasará.
—Yo no sé si yo puedo preguntar eso. Esa sería una determinación...
Si hubiera una litigación futura esa sería una determinación pa-
ra hacer en otro procedimiento y no en este; tal vez por la Corte
de Apelaciones.
—Usted está en lo cierto. Solo sería en los términos de si la renuncia
que él hizo hoy aquí se mantendrá y no respecto a lo que él va
a hacer.

Así que la jueza se asegura de que nosotros no daremos marcha


atrás respecto a la renuncia que estamos asumiendo en la Corte
bajo juramento. Y terminamos de completar el cuestionario des-
pués de sortear un par de interrupciones de la fiscal.
De esta manera entramos al escabroso tema del viaje a la Isla
por parte de Paul y de los fiscales, sorteando los obstáculos por or-
den de aparición. El primero se originó en las consultas que hiciera
el abogado en Cuba y es sencillo, solo se trata de cambiar un exper-
to en oceanografía por otro, a fin de reducir las objeciones de la
Fiscalía, pues el reemplazante tiene más conocimiento de prime-
ra mano acerca del objeto de testimonio. Problema resuelto y ahora
a los obstáculos serios.
Aparentemente al gobierno no le alcanza con las visas de entra-
da a nuestro país que ya han sido garantizadas por Paul, y alguien
en el Departamento de Estado ha sido convencido de la conve-
niencia de enviar una nota diplomática al gobierno cubano soli-
citando una nota de respuesta que garantice, por parte de Cuba,
el permiso para que los fiscales hagan el viaje. Paul dice que esto
tampoco será problema, y el personal de la Oficina de Intereses de
Cuba está trabajando diligentemente para resolver el asunto.
Salvado el segundo obstáculo, vayamos al tercero. Los fiscales
no pueden viajar a Cuba hasta el sábado porque el avión del FBI
que los llevará –único medio que según ellos tienen disponible– no
estará listo hasta ese día. La jueza quiere que las deposiciones co-
miencen el propio sábado para que las partes regresen el domingo
y estemos de vuelta en la sala el lunes. Pero por algún oscuro moti-
vo los fiscales –que incluso han insinuado a Jack que el lunes no
habrá Corte– están objetando y quieren comenzar las deposiciones
el domingo para terminarlas el lunes.

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Heck Miller repite que ellos tienen que viajar en un avión del FBI
que no está disponible hasta el sábado. Además, ellos tienen que
llevar consigo a un experto del RADES que viene de Utah a unirse
a su comitiva, y si la jueza se ha acomodado a la defensa muchas
veces, no hay motivo para no hacer lo mismo con la Fiscalía. La fis-
cal sigue ofreciendo toda suerte de excusas sobre la documentación
para el viaje que Paul ofrece agilizar, asegurando su cooperación y
la de Cuba en ese sentido, mientras la jueza no entiende por qué el
avión del FBI tiene que salir el sábado a las 10:00 a. m.

—¿Qué usted quiere decir con que el avión debe salir a una hora
determinada? ¿Es que acaso el FBI tiene un vuelo regular ha-
cia Cuba?

Ya a Lenard no parece extrañarle que eso esté ocurriendo.

—Hay ciertos requisitos. Está planeada la salida a las 10:00 a. m.


del sábado —responde la fiscal sin dar detalles y escapando a la
curiosidad de la jueza.

Paul sigue insistiendo en trabajar el sábado al igual que la jueza.


El abogado aduce que el viaje solo toma hora y media, y estando
la Fiscalía en Cuba al mediodía, nada impediría trabajar en la tarde
del sábado y quedaría el domingo para concluir las deposiciones.

—Nosotros planeamos tomar las deposiciones el domingo –repite


Heck Miller.

Paul sigue ofreciendo su ayuda. Él estará en Cuba desde el vier-


nes. Tratará de que al avión del gobierno no se le cobre el aterrizaje
y que los pasajeros sean procesados por una salida especial, a fin
de que estén listos antes de dos horas tras su arribo.
Heck Miller sigue pataleando. Nada nuevo. El hombre que viene
de Utah. Ellos tienen que pasar aduanas en Cuba. Quieren hacer
contacto con la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Ha-
bana –tal vez para que les presten los chalecos antibalas, etc., etc.–.
La jueza exige que las deposiciones comiencen el sábado a las
4:00 p. m. para asegurarse de que puedan concluir el domin-
go, y Heck pide entonces que al menos la relativa al especialista

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de radar cubano se deje para el domingo. No hay problema con


McKenna.
Ya se le ha gastado un poco la cara a Heck y Kastrenakes asume
la carga. Todavía no se ha determinado el lugar de las deposiciones.
Cuba no está de acuerdo con que sea en la Sección de Intereses
de Estados Unidos, y aunque Paul está considerando también la
embajada francesa, no hay nada concreto. Ellos preferirían nueva-
mente la residencia del embajador suizo. Pero ellos dependen com-
pletamente de los esfuerzos que haga la defensa en un país con el
que no tienen siquiera relaciones diplomáticas.
Para la jueza no hay inconveniente en que Paul haga los arre-
glos y este a su vez no puede ser más cooperativo. Las alternativas
neutrales sobran en La Habana, y si la Fiscalía lo quiere, él hablaría
hasta con el embajador de Burundi. Ahora las objeciones de Kas-
trenakes se trasladan a Miami y tienen que ver con el reportero de
la Corte y con la traducción, pero la jueza no da importancia a nin-
guno de estos asuntos, que califica de menores y solubles.
Las objeciones siguen por un rato en Miami, porque es aquí
donde realmente parece estar el problema. Como la próxima sema-
na terminará el miércoles porque una señora del jurado necesita ir
a la graduación escolar de su hijo, los fiscales quieren ofrecer una
alternativa al lunes, que dejará fuera del panel a un miembro que,
todos sabemos, es la señora Vernon, una persona afroamericana a
quien Buckner, Heck y Kastrenakes parecen no querer en las deli-
beraciones. Así que el último propone remover a la señora del ju-
rado y compensar la pérdida del lunes con sesiones los próximos
jueves y viernes, en las que se utilizaría un alterno para concluir el
juicio, quedando eliminada la Vernon.
La jueza se insulta. La única razón para perder el lunes sería
algún imprevisto o por el estado de salud de Jack. No hay arreglo
con el asunto de la jurado que necesita dos días, pues ese panel ha
estado aquí por casi seis meses y ella no va a decirle ahora a esa
señora, cuando ya ha estado en el juicio más allá de lo planeado,
que porque necesita dos días para la graduación de su hijo se le
excusa del jurado. Además, le explica la jueza a Kastrenakes, este
asunto es independiente de lo que pueda pasar el lunes y ella no
le va a hacer esa injusticia a un miembro del panel porque tenga
un conflicto en el calendario.

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Paul sigue ofreciendo sus buenos oficios, pero al niño de la se-


ñora Santana solo le gusta su manzana, la que se le perdió, y no
quiere ninguna otra:

—Yo no quiero una ni quiero dos, yo quiero la mía que se me


perdió –sigue Kastrenakes.

El fiscal patalea algo más acerca de la embajada suiza y una reu-


nión en la Sección de Intereses, donde se les impartió un seminario
de seguridad en La Habana durante dos horas, supongo que en re-
lación con los baches de la calle y el agua de la cañería que no se
procesa tanto como la de aquí. La jueza le dice que, si se le olvidó
el seminario, lo puede volver a tomar nuevamente por dos horas
y estar listo para las deposiciones a las cuatro de la tarde. Pero un
niño malcriado es un niño malcriado aquí y en Cuba, y todos se
portan igual.

—Usted no está familiarizada con lo que nosotros tuvimos que pasar


–responde este fariseo a la jueza, y no puedo evitar que me hierva
la sangre cada vez que esta gente se expresa así–. El gobierno
de Cuba está trabajando con ellos. Los está atendiendo...
—Haga que el gobierno de Estados Unidos trabaje con usted y no
tenga un seminario tan extenso –replica Lenard.
—Nosotros éramos el enemigo... –dice mintiendo redondamente.

Pero Paul no lo deja terminar e interviene incrédulo:

—Eso no es verdad. Ellos fueron tratados cortésmente.


—La demora que ustedes me informaron no tiene que ver con
un seminario del gobierno cubano sino del gobierno nortea-
mericano. Pidan que reduzcan el tiempo del seminario. No hay
razón para que no se pueda comenzar en la tarde del sábado
y contar con un número de horas, dos, tres o cuatro para iniciar
las deposiciones –insiste Lenard.
—Vamos a hacer lo posible para lograrlo.
—La penúltima vez que yo estuve allá –cuenta Paul–, estaba tam-
bién el senador Paul Simon. Vi cómo lo saludaban las personas.
Ellos no tratan, en absoluto, irrespetuosamente a los oficiales
norteamericanos.

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—Yo solo estoy diciendo que en una escala del uno al diez, es el
uno para ellos, en términos de facilidades, y el diez para noso-
tros... –alcanza a decir Kastrenakes antes de ser interrumpido
por la jueza.
—Yo no entiendo de dónde viene ese diez. Usted me habló de un
seminario, de alguien que viene de Utah, de un avión que sale
el sábado a las 10:00 a. m.

Y Paul no podía ser más cooperativo:

—Ellos me pueden acompañar en el vuelo que alquilé para maña-


na. Es un avión que tiene de ocho a diez asientos y parece que
hasta ahora seremos solo yo, la señora McDermont y Anglada
López. ¿Por qué no vienen en mi vuelo y estaremos allá en hora
y media? Es una compañía confiable.
—Yo no tengo inconveniente —dice la jueza.

La fiscal se levanta como un resorte y, pateando el piso con


fuerza, exclama:

—¡¡Yo sí lo tengo!! ¡¡Yo quiero viajar en un avión del gobierno!!


—Está bien –responde Lenard, sin inmutarse ante la histeria de la
señora–. Las deposiciones comienzan el sábado. Sea que consi-
gan un avión mañana o lo consigan el sábado, las deposiciones
comienzan el sábado.
—Si ellos viajan con nosotros —McKenna sigue tratando de atem-
perar a estos atorrantes—, yo les puedo asegurar que entrarán y
no tendrán que pasar ni siquiera por la aduana. Nos sacan de la
rampa y ya estamos en camino.

Pero... arpía que nace arpía jamás su pescuezo endereza.

—Las preocupaciones de seguridad que nosotros tenemos son


reales. Yo permanecí en un adorable hotel donde una gaveta
estaba sellada. Yo estoy segura de que el equipo de graba-
ciones estaba allí —y la indignación solo encuentra su salida
con una estruendosa carcajada en la que nos acompañan di-
vertidos los abogados y más discretamente la mayor parte del
personal que trabaja en la sala.

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Mientras, la señora se recompone y sigue:

—Nosotros no estamos pidiendo grandes atenciones. El deseo de


la Sección de Intereses de darnos una explicación sobre seguri-
dad es real y debería ser tomado seriamente por la Corte.

Y gracias a que Richard tiene el oído fino y pudo transcribir este


diálogo por encima de las risas, ahora te lo puedo ofrecer, toma-
do directamente del documento oficial.

—Yo lo estoy tomando en serio –responde la jueza, que en verdad


tiene un rostro a prueba de emociones–. Pero creo realmente
que ustedes pueden hacer todo eso y comenzar las deposicio-
nes el sábado.

Con este asunto resuelto, se acabaron los obstáculos para vencer


en esta sesión. Claro que antes de que nos vayamos Kastrenakes
quiere saber si, al día siguiente, se puede actualizar la información
sobre el estado de salud de Jack para saber si habría sesión el lu-
nes. Este cretino ni siquiera es capaz de ocultar que querría que el
abogado siguiera enfermo para no tener que comenzar las depo-
siciones el sábado.
Y con esto terminan las actividades de la semana. Debo admitir
que cada vez que nos sorprenden con uno de esos días extras, por
mucho que no nos guste en principio, la realidad en la sala nos de-
muestra que vale la pena. No me negarás que el fin de la semana pa-
sada, con el testimonio del general Wilhelm, y el de esta semana que
acabo de narrar merecieron la pena y el esfuerzo de poner a un lado
mis notas para entregarte textualmente las transcripciones oficiales.
Ya te conté cómo terminamos estos días. Realmente estamos
deseosos de concluir con el caso de la defensa y que el gobierno
acabe de hacer el show de su caso de refutación, para que todo que-
de finalmente en manos del jurado. El juicio parece haberse vuel-
to algo denso, dada la combinación de interrupciones, testimonios
grabados y contrainterrogatorios repetitivos de la Fiscalía.
Para terminar la semana te cuento una conversación con uno
de los alguaciles que nos lleva de regreso a la cárcel, un señor que
siempre se ha destacado por su cortesía y corrección. El oficial es
de la opinión que los cargos de espionaje y de asesinato son una

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injusticia y además tiene algunas otras opiniones interesantes: la


política de Estados Unidos hacia Cuba es absurda y está siendo
controlada por un pequeño grupo de cubanos con mucho dinero
en Miami. El caso de Elián González abrió los ojos a la mayoría de
los norteamericanos que, según él, piensan lo mismo sobre esa po-
lítica. A él no hay quien le haga creer, cuando ve las manifestacio-
nes en las calles de Cuba, que tanta gente se vea obligada a asistir.
«Eso es sencillamente imposible», nos comenta.
Claro que él opina que el sistema político de Cuba debe ser más
democrático, pero nos escucha con atención cuando le explicamos
que es el que nuestro pueblo eligió, aunque nosotros no se lo que-
remos imponer a nadie: «Nosotros ciertamente no creemos que el
sistema de Estados Unidos sea tan democrático –le explicamos–,
pero no se nos ocurre por eso organizar en Cuba grupos para que
vengan a poner bombas a este país, porque al fin y al cabo es un
problema de los norteamericanos cuál es el sistema con que se
gobiernan, de la misma manera que los cubanos deciden el suyo».
El señor encuentra correcto nuestro razonamiento. Con esta viñeta
concluyo por hoy, no sin antes decirte que cuando tenga una opor-
tunidad, tendremos al alguacil de visita en la Isla.

Lunes 23 de abril. Aprovecho para reiterarte una reflexión sobre


nuestras expectativas. Nosotros tenemos los pies puestos en la tie-
rra, y por muy bien que nos esté yendo en este juicio, no nos hace-
mos ilusiones con el resultado. Estamos muy conscientes de que un
jurado, en Estados Unidos, es un ente indescifrable cuyo veredicto
puede ir, en este caso, desde declararnos inocentes de todos los
cargos hasta declararnos culpables también de todos. Sé que te lo
he dicho demasiadas veces, pero no está de más repetirlo para que
sepas que nuestra percepción no ha cambiado, a pesar de todo lo
que de bueno ha ocurrido durante este proceso, ya de por sí un
éxito, independientemente de su resultado.
En honor a la verdad nosotros no veríamos con ojo crítico que
se nos halle culpables de haber actuado como agentes extranjeros
sin registrar y de los cargos relacionados con los documentos fal-
sos. Nosotros asumimos un riesgo cuando lo consideramos nuestro
deber y estamos dispuestos a pagar el precio. No tengo que decirte
que siempre tuvimos la potestad de negarnos, que nadie nos obligó

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y que todos sabíamos lo que estábamos haciendo cuando dimos


este paso. Si el jurado determina que se nos debe sancionar por lo
que realmente hicimos, no tenemos ningún problema con eso.
Y sin más comentarios, ya estamos en la sala a las 9:07 a. m. con
todo el mundo de regreso para que Jack nos traiga algunos testigos
de la base de Boca Chica. Comenzamos con la señora Dalila Borrego,
que ocupa presta el estrado.
Dalila es una mulata puertorriqueña algo gruesa y aproximada-
mente de mi edad, con cara de buena gente. Trabaja en el Departamen-
to de Salud como oficial de casos desde hace dos años y antes trabajó
en una oficina de empleos en Cayo Hueso, donde, como lo indica la
nomenclatura del cargo, ayudaba a las personas a conseguir empleo.
Identifica a Antonio Guerrero y, después de saludarlo con un
movimiento de cabeza, nos cuenta que lo conoció en el año 92
cuando el Faquir pasó a buscar trabajo en su oficina. Ella lo ayudó
en lo sucesivo consiguiéndole varios empleos para que mejorara
sus ingresos. Comenzó por el Hotel Pier House, que el acusado de-
jara poco después para trabajar en otro hotel, esta vez un Days Inn.
Otra agencia de empleos consiguió a nuestro amigo un trabajo
temporal en la base de Boca Chica por noventa días y más adelan-
te ella le consiguió otro trabajo temporal con el Departamento de
Obras Públicas en el mismo lugar, el que Guerrero mantuvo hasta
que fue detenido. La testigo explica que ella consiguió el puesto
por su iniciativa y lo estimuló para que lo ocupara, pues tendría
una mejoría en el salario. Guerrero nunca le preguntó o se interesó
por algún asunto militar durante el tiempo en que se relacionaron.
A las 9:17 a. m. tenemos a Buckner. Claro que no puede acusar a
la señora de trabajar para el MININT, de ser leal a un Castro y tam-
bién al otro Castro o de ser empleada del gobierno cubano. Pero
siempre se puede establecer que la señora es amiga de Guerrero,
que lo ha ayudado en varias ocasiones, que le ayudó a encontrar
casa y que sabía que el acusado vivió en Panamá. Guerrero no le
habló de sus tareas ni le mostró los reportes que escribía a Cuba.

—¿Usted solo sabe de Antonio Guerrero lo que él le ha dicho de sí


mismo? –termina el fiscal.
—Y lo que yo he visto en él –agrega la señora Dalila antes de
abandonar la sala saludando nuevamente a nuestro amigo con
otra inclinación de cabeza.

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Rápido y al grano el testimonio de Dalila. Y ya tenemos al próxi-


mo conocido del Faquir que viajó desde Cayo Hueso para ser en-
trevistado por Jack: Timothy Carey. Es un norteamericano típico,
corpulento y de barba, que representa menos de sus cincuenta y
nueve años, de los cuales ha vivido en Cayo Hueso casi todos desde
el año 45. Trabaja desde 1996 en el Departamento de Defensa co-
mo obrero del Departamento de Obras Públicas y funge como me-
cánico de mantenimiento. El contenido de su trabajo es crear partes
con láminas metálicas para reemplazar conductos, respiraderos y
otras instalaciones por el estilo.

—Después que usted fue empleado por el Departamento de Obras


Públicas en el año 96, ¿conoció a Antonio Guerrero?
—Sí –responde el testigo–. Él trabajaba en el departamento.
—¿Es él ese joven sentado allí? –quiere saber Jack mientras apun-
ta a nuestro hermano.

Timothy se vuelve hacia donde señaló el abogado y saludando


con la mano dice: «¡Hola, Tony!».
Guerrero fue ayudante de Timothy. Ni el trabajo del testigo ni el
del acusado requerían clearence de seguridad. Ellos repararon juntos
la puerta del greenhouse en una ocasión. El greenhouse es un remolque
que se utiliza para practicar aterrizajes y despegues con los aviones,
y anda de un lado para otro en la base sin que nadie lo cuide, por
lo que cualquiera puede mirarlo por dentro «o a través de él y de
un lado a otro», pues está cubierto de plexiglás.
Tony y Timothy también trabajaron juntos en el edificio 290 y
lo hicieron escoltados, no siéndoles permitido vagar por el edificio
y mucho menos el acceso a cualquier información de naturaleza
secreta o restringida. Lo mismo se aplicó cuando repararon la ven-
tilación del almacén de armamento, donde no solamente fueron
escoltados, sino que su trabajo se limitó a fabricar un conducto de
ventilación e instalarlo sobre ese lugar que es soterrado y al que
nunca entraron; estuvieron en el sitio solo para tomar las medidas
del conducto. Dicho sea de paso, el trabajo en el greenhouse no re-
quirió escolta.
El testigo asimismo trabajó asistido por Guerrero en el edificio
A-1125 conocido como hot pad, donde modificaron los conductos
de aire acondicionado mientras se realizaban otras remodelaciones.

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Timothy no sabe para qué se estaban haciendo las remodelacio-


nes y no observó medidas de seguridad que llamaran su atención,
aunque oyó decir que sería para algo secreto, lo cual era solo un
rumor que se oía por la base. El trabajo se realizó tanto en el taller
como en el edificio, según se requería, y las hojas de tiempo no es-
pecificaban este punto, aunque la fabricación de los conductos exi-
gía más tiempo en las máquinas del taller. No se requería escolta
para el trabajo en el edificio, y a pesar de terminar siendo amigos
él y Tony, este último nunca le preguntó o pareció interesado en
operaciones milita... Objeción. Sostenida. Y ha tomado solo diez mi-
nutos a Jack consumar el examen directo de Timothy Carey.
Buckner a la carga. El testigo trabajó con Guerrero solo durante el
año previo al arresto. Guerrero también cometió el error de no noti-
ficarle que era un agente de la Inteligencia cubana ni de mostrarle
una identificación a nombre de Lorient ni de consultarlo respec-
to a su plan de trabajo con el gobierno de Cuba. No. El greenhouse no
está localizado en las pistas sino que se usa allí y después se pone
lo mismo en el parqueo que en las áreas de los talleres o en cual-
quier otro lugar de la base. No permanece en un área segura. Sí,
generalmente esas áreas están en la base y son accesibles a través
de la posta de entrada y, claro, él podía mirar dentro del greenhouse
gracias a su condición de empleado de la base. Cuando él trabajó
en el remolque no tomó notas de los equipos que había dentro y,
dicho sea de paso, no había ninguno. El no ha reportado a Cuba
sobre el greenhouse ni sobre el almacén de armamentos ni sobre el
edificio 290.

—¿Usted firmó un voto de lealtad?


—Objeción.
—Sostenida.

El edificio A-1125 está fuera del alcance del público en general,


ellos trabajaron en tareas de la remodelación, lo mismo en el edi-
ficio que en el taller y, por supuesto, lo hicieron en su calidad de
empleados de la base. Claro que el testigo no reportó a Cuba nada
de lo que vio en ese edificio. A las 9:39 a. m. Jack retoma el podio
para su reexamen.
Y el abogado solo ocupa dos minutos: durante el tiempo en que
el Faquir trabajó en la base, la capitana Hutton había diseñado una

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política de base abierta y cualquiera podía pasar por las postas de


entrada, que además no tenían personal. El testigo no reportó nada
sobre el edificio A-1125 a Cuba y tampoco había nada que reportar,
pues era un edificio vacío en renovación. «No más preguntas».
A las 9:41 tenemos a Ed Donahue, un hombre enérgico y en-
trado en canas, de respuestas rápidas y voz de militar. Tiene sesen-
ta y dos años, vive en Cayo Hueso desde 1957, ahora trabaja como
guardia de seguridad tras haber laborado para el Departamento de
Obras Públicas, siempre en Cayo Hueso, durante treinta y cinco años,
diez de ellos en la base de Boca Chica. Se retiró en el 97. Conoció a
Antonio Guerrero, a quien identifica en la sala. Explica que cuando
este fue arrestado ya él se había retirado de la base y supo del arres-
to por los periódicos.
Su trabajo en el Departamento de Obras Públicas era el de coor-
dinador de obras; su deber consistía en asignar los trabajos a los
equipos de trabajadores del departamento cuando alguna obra era
contratada a Obras Públicas. Ed identifica unas fotografías de un
hangar que fueran incautadas en casa de Guerrero:

—El hangar C1 de Trumbo Point, que fue una base de hidroaviones


y lo era antes de que yo conociera que Cayo Hueso existiera, e
incluso antes de eso fue un lugar de aeróstatos cuando los ha-
cían. El hangar era utilizado para almacenar basura –truena Ed.

Jack quiere saber para qué Tony hizo las fotografías.

—Yo estaba construyendo una carroza para un desfile en la que


utilizábamos un modelo del hangar. Él me ayudó construyendo
la maqueta y para eso tomó esas fotografías.

El edificio A-1125 está en la base desde los años 50 y se cono-


ce por hot pad porque era utilizado por los pilotos para mantener
la posición de alerta uno con los motores encendidos. Al departa-
mento le fue asignada la remodelación del interior del edificio, que
hasta el momento había estado vacío, y Ed coordinó los trabajos en
las distintas áreas. Todo el mundo sabía que el local sería utilizado
para alguna actividad secreta porque un tal Mr. Condi, relacionado
con esas actividades, siempre tenía las narices metidas allí. Duran-
te este trabajo el testigo se mantenía en el lugar, donde instaló un

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buró para facilitar sus funciones, y los planos de la obra estaban dis-
ponibles y exhibidos en las paredes. Jack introduce como evidencia
un plano del edificio, que fuera solicitado por su investigador; tie-
ne actualización del año anterior y fue entregado sin problemas al
abogado por la Marina. Lo extiende ante el jurado para que el testi-
go vaya describiendo las distintas áreas que aparecen en el mismo.

—No había nada clasificado en ese edificio cuando comenzamos a


trabajar ni lo hubo en todo ese tiempo –indica Donahue, quien
recuerda haber visto a Guerrero trabajando allí de vez en cuando.

El testigo identifica los reportes de tiempo de trabajo en los que


aparece Guerrero y explica nuevamente que esas horas pudieron
haber sido empleadas lo mismo en el sitio que en el taller, constru-
yendo los conductos que serían instalados después en el antiguo
hot pod. Una vez que la obra fue terminada, Ed la entregó personal-
mente a los militares, y el Departamento de Obras Públicas no re-
gresó a ese lugar a realizar ningún trabajo.
Ed también está familiarizado con los edificios 290 y 291, él mis-
mo entró al primero para controlar algunos trabajos o asignar ta-
reas a su personal. Nunca se le permitió entrar sin escolta y siempre
estuvo acompañado.

—...Aun cuando yo tengo un clearence de ultrasecreto desde 1966.

Por supuesto que se podía ver la configuración interior del lu-


gar, pero:

—Cuando usted entraba al edificio, anunciaban que una persona


non-clean acababa de entrar a bordo. Usted se sentía como que
no se había bañado o algo así. Apagaban sus computadoras y
cerraban sus cortinas.

Aunque se podían ver las computadoras y las mesas, se ejecuta-


ban acciones para que no se pudiera ver su contenido, como apa-
gar las pantallas, cerrar los libros, apartar los materiales y cerrar las
cortinas.
En los tiempos en que se remodeló el hot pad había una mucha-
cha que entraba a la base a vender helados y accedía al edificio y a

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otras áreas de la instalación militar. En el A-1125 había una máquina


de vender refrescos y el empleado de la Coca-Cola entraba también
regularmente a surtirla o darle mantenimiento sin necesidad de es-
colta, simplemente entraba a la base y se dirigía, entre otros lugares,
al edificio a surtir su máquina aproximadamente cada dos semanas.

—Señor Donahue. Durante el tiempo en que usted estuvo con el se-


ñor Guerrero, ¿alguna vez él le preguntó acerca de lo que usted
vio, oyó o supo en relación con las actividades militares?
—No –truena Ed, antes de que la objeción de Buckner ponga fin
al interrogatorio del abogado.

A las 10:02 empieza el contraexamen del fiscal: el testigo trabajó


treinta y cinco años con el Departamento de Obras Públicas, de ellos
diez en la base y tenía clearence de ultrasecreto. En algún momento
los jefes del lugar decidieron remodelar el antiguo hot pad para otro
uso y ciertas medidas de seguridad fueron tomadas para preservar
la integridad del local. El departamento realizó el trabajo y las per-
sonas que trabajaron en el edificio lo hicieron como empleados de
la base. La renovación fue supervisada por el señor Condi, que esta-
ba a cargo de las actividades secretas en la instalación, y el testigo
nunca trató de saber para qué se estaban realizando. El trabajo se
realizó antes de que el edificio fuera certificado como un local secre-
to, pero el testigo no recuerda si esa certificación se produjo en el
otoño del 96. El plano del edificio no fue publicado ni en los perió-
dicos de la base ni en los de Cayo Hueso ni fue distribuido al públi-
co en general.

—¿Usted reportó lo que estaba representado en ese plano a algún


gobierno extranjero?
—No. Ni a nuestro gobierno tampoco –responde rápido Ed con
una sonrisa.

El plano que fue presentado al jurado no muestra las medidas


de seguridad, las dobles ventanas metálicas, las redes de cable en
el techo para evitar intrusos o la instalación de computadoras;
tampoco se muestra el propósito del edificio ni indica que se utili-
zará para actividades secretas.
Buckner retoma los reportes de tiempo de trabajo y trata de
crear alguna confusión en el testigo basado en una mentira que el

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fiscal ha tratado de insinuar anteriormente, relativa a la supuesta


certificación del hot pad, en el otoño del 96. Mostrándole un reporte
de febrero del 97 —un mes antes de la fecha real de certificación—
quiere hacer ver que el trabajo allí señalado pudo haber sido he-
cho en el edificio tanto antes como después de la certificación.
Pero Ed no lo ayuda ni en una cosa ni en la otra, le repite que no
recuerda la fecha de certificación y explica que incluso cualquier
trabajo hecho en las inmediaciones del edificio sería anotado igual
en el reporte. Para terminar, no se puede dejar de repetir que el
señor Ed Donahue ha sido también víctima de Guerrero, quien
no se identificó ante el testigo como agente de la Inteligencia cu-
bana ni le pidió ayuda con su plan de trabajo, para ver si por casua-
lidad el Departamento de Obras Públicas podía ayudarlo en sus
tareas informativas, o si tal vez era posible pasar a Cuba por correo
electrónico las informaciones de Lorient, a través de la computa-
dora del testigo.
A las 10:13 el señor Donahue queda a disposición de Jack.
El testigo no conoce cuándo el edificio del hot pad fue certifi-
cado. Durante el curso del trabajo que realizaron no hubo mate-
rial clasificado en el local ni tampoco computadoras. Sí dejaron
instalados los gabinetes para las mismas. El edificio quedó muy
bonito, pero aún no funcional. Adelantándose a la objeción del
fiscal, Ed dice no tener una fuente independiente para comparar
las fechas que aparecen en la hoja de reporte presentada por la
Fiscalía. Los planos que ellos utilizaron eran iguales al presenta-
do al jurado por Jack, estaban en la pared, a la vista de cualquie-
ra que entrara, y no había ningún requerimiento de seguridad
para el personal que trabajó en la obra. Hasta la persona que
surtía las máquinas de Coca-Cola tenía acceso a aquellos planos
cuando pasaba por la entrada del edificio para servir los aparatos
al fondo. En solo dos minutos el abogado establece sus puntos, y
a las 10:15 a. m. se dirige a la jueza:

—¿Podemos tener un side bar? Yo no he tenido ninguno en una


semana y tengo nostalgia de side bar.

Un tipo ocurrente este Jack. Las partes concurren junto al estrado


de la jueza y el abogado sigue:

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—Yo quiero agradecer que, del gobierno, Caroline y David hayan


ido a verme. Habría sido aún mejor si David no hubiera perma-
necido junto a la línea de oxígeno.
—Era la del suero intravenoso –le devuelve Buckner la broma y
van al grano.

El abogado no tiene más testigos y únicamente le quedan algu-


nas evidencias que quiere introducir. Joaquín dice que su investiga-
dora está lista para someterse al contraexamen por parte de Heck
Miller. Y nos vamos a un receso a las 10:25 a. m.
Veinticuatro minutos después estamos de vuelta en la sala, con
la fiscal en el podio y Debbie McMullen en el estrado de los testigos.
Y nos enfrentamos a uno de esos tediosos cuestionarios que tra-
taré de sintetizar en lo posible. Yo no puedo imaginarme qué obje-
tivo persigue esta señora después de cinco meses batallando por
suplir su falta de argumentos con estas maniobras, que si algo
muestran es falta de consideración al jurado y al resto de la sala.
Tal vez piense que matando el tiempo en el podio logrará abrumar
al panel lo suficiente como para que olvide lo tratado en el examen
directo. En fin, no lo entiendo.
No es solo el interrogatorio sino también la actitud petulante de
Heck Miller, que parece empeñada en caerle como un saco de plo-
mo a todo el mundo. Ella se para en el podio con un aire de dueña
del tiempo y va revisando las hojas del volumen, presentado por
la testigo, con toda la parsimonia y ceremonia de que puede hacer
uso, pescando oraciones aquí y allá, mientras parece improvisar sus
preguntas con una frialdad calculada como para decirnos que no le
importa nadie, que todos estamos a su disposición, que el tiempo
de todos le pertenece y ella dispondrá de él a su antojo. Así se de-
sarrolla este cuestionario, trataré de ofrecértelo de la manera más
breve posible.
Presenta un documento dirigido a Fernando sobre la Operación
Arcoíris, para establecer que nuestro hermano estuvo en estos lares
durante dos períodos, primero de finales del 97 a principios del 98,
para sustituir a Gerardo, y luego en el verano del 98 para ocupar el
espacio de Ramón, atendiendo en la primera etapa organizaciones
contrarrevolucionarias y, en la segunda, el Comando Sur.
Otro documento con un plan de viaje es utilizado sin mucho éxito
para demostrar el uso de falsas identidades por parte de Fernando,

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pero al menos logra fijar que este estaba familiarizado con las tareas
de Gerardo. De vuelta a la Operación Arcoíris y el estudio del terroris-
ta Orlando Bosch para asentar que en sus estudios Cuba quiere sa-
ber dónde están las estaciones de policía, lo que demuestra nuestro
interés en que las autoridades no conozcan nuestra actividad.
Otro documento sobre la Operación Morena y la filmación del
encuentro entre Bosch, otro terrorista y la colaboradora Sol. Se re-
pite que Cuba no quiere que Sol sepa que la filmación se realizará,
aunque en esta ocasión la fiscal omite que se trata de proteger a
la señora.
Otro documento: Operación Paraíso para estudiar el uso de las
Bahamas contra Cuba, con Iselín a cargo de la parte aérea. Se ha-
bla de un viaje mío a Cuba para ver a mi madre, en ocasión de su
cumpleaños, y en el documento se discuten las maneras de hacer-
lo, dado que yo abandoné el país por vía de... objeción sostenida y
de vuelta a Paraíso.
Otro documento dirigido a Fernando conducente a lo que la
fiscal denomina «medidas activas». Se trata de investigar activida-
des contra Fidel y Raúl, así como acciones paramilitares y ataques
a Cuba. Investigaciones respecto a la Fundación, Hermanos al Res-
cate, Ileana Ross y Lincoln Díaz-Balart y otras por el estilo. Heck
Miller sigue flotando a la deriva alrededor de la campaña política
de Díaz-Balart y ciertas discusiones para desacreditarlo.

—¿Es esa una técnica utilizada por la ley? –pregunta la fiscal.


—Bueno –responde Debbie–. Los políticos se desacreditan los
unos a los otros todo el tiempo.

Heck Miller está molesta:

—¿Esa es una técnica utilizada por la ley?


—No se supone que lo sea –se limita a responder la investigadora.

Otro documento sobre la Operación Neblina y la vigilancia a Ro-


berto Martín Pérez, identificado por F-4, y su esposa Ninoska, iden-
tificada por F-9 —cualquier semejanza con un mamífero rumiante
es pura coincidencia—, donde se describe el seguimiento a la Nino
hosca. Más campañas políticas. Raúl Martínez contra Hermán Eche-
varría, por la alcaldía en Hialeah, que se pronuncia «jaialía».

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Otro documento con un comentario que nadie entiende acerca


de unas tropas en un lugar de Puerto Rico llamado Fort Buchanan.
Tres cuartas partes del jurado en brazos de Morfeo. Los tres jura-
dos que quedan despiertos nos acompañan para saber de otro do-
cumento donde la señora encuentra con una lupa otras referencias
a las campañas electorales de Ileana Ross y Lincoln Díaz-Balart, creo
que contenidas en una oración y cuarto. Otro documento nos de-
vuelve a la puja por la ciudad de Hialeah, o jaialía, y nos enteramos
de que el alcalde vitalicio Raúl Martínez... ¡¡pudiera ganar las elec-
ciones!! Yo estoy cayendo en sopor, pero alcanzo a entender que se
habla de los políticos ultraderechistas de la mafia de Miami. Cuando
el letargo me quiere vencer, me despierta la investigadora al pre-
guntarle la fiscal a quién se dedica esa referencia a la ultraderecha.

—No sé..., supongo que a los republicanos...

Y todos brincamos en nuestros asientos preguntándonos cuán-


tos republicanos habrá en el panel.
La cosa sigue. Te prometo que estoy siendo lo más conciso posi-
ble, pero sencillamente la señora Heck Miller escapa a mi capaci-
dad de síntesis y, después de todo, lo que te cuento toma cinco veces
más tiempo del que estás empleando en leerlo. No olvides que la fis-
cal voltea las páginas una a una y las revisa buscando algo que salte a
su vista, se toma su tiempo para digerirlo, sopesa la pregunta que
puede hacer, decide si la respuesta no la indigestará, y solo enton-
ces con la calma más chicha del mundo hace su pregunta en un
tono que invita a sumergirse en el sueño. Esto es sencillamente in-
creíble y nos estamos enfrentando a Cronos –¿o será Crona?–, dio-
sa absoluta y dueña de esa dimensión que se llama tiempo.
Otro documento contiene un par de oraciones respecto a la
campaña electoral de Lincoln Díaz-Balart, otra oración que se re-
fiere a los riesgos de esa misión que impediría a Gerardo participar
del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.
En otro documento la fiscal encuentra un sustantivo con adjeti-
vos a los que les encuentra utilidad. Resulta que el sujeto de una
oración es «grupos contrarrevolucionarios y terroristas» y la señora
encuentra una implicación importante: Cuba considera terroristas
a todos los grupos contrarrevolucionarios. Debbie no encuentra la
misma implicación; y seguimos unas paginitas más adelante..., deja

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veeerrr, aquí no hay nadaaa..., veamos por aquííí... tampoco..., nada


en esta otra páginaaa..., ni en esta otra..., tal vez en la que vieeeee-
ne..., tampoooooco..., a lo mejor pasé algo que pueda utilizaaaaar...,
regresemos de vuelta al principiooooo..., a ver aquííííí... ¡Aquí! Y la
señora ha encontrado una alusión a la presencia de los servicios es-
peciales en las Bahamas, donde la CIA —cosa rara— está buscando
obstruir las relaciones de ese archipiélago con nuestra Isla.
Y esto la lleva al último documento. Tras leer una lista de orga-
nizaciones terroristas y sus actividades, pregunta a la investigadora
si en los documentos aparece alguna referencia a estas acciones
por parte de Hermanos al Rescate —no olvides que no pueden per-
der la esperanza de descargar su odio sobre Gerardo— y la respues-
ta es negativa. Para terminar, la fiscal inquiere si en los documentos
aparece alguna mención a las acciones del FBI contra los grupos
contrarrevolucionarios relacionada con este estudio de las Baha-
mas, y a las 12:30 la respuesta positiva de Debbie pone fin a la
sesión de hipnosis.
Considerando todo lo que hemos tenido que soportar durante
una hora con cuarenta y un minutos, la jueza nos da un receso del
que regresamos a las 12:55.
Se discute la edición de las deposiciones tomadas en Cuba en
los dos días anteriores y específicamente quién las pagará. Paul ex-
plica que el trabajo tomaría ocho días si lo hace gratis la oficina de
la Fiscalía, pero que los testimonios podrían estar disponibles para
el próximo miércoles si se pagan 2400 dólares a una compañía pri-
vada con la que Paul se ha puesto en contacto. La jueza no deja
mucho tiempo para discusiones y determina que las grabaciones
deben estar listas para el miércoles 25, por lo que asigna a la Fisca-
lía la cuenta de los 2400 dólares.
A la 1:05 p. m. estamos de regreso para continuar con el testi-
monio de Debbie y... ¡Ay! ¡Me equivoqué! Yo pensaba que nos ha-
bíamos librado de Heck Miller. Definitivamente tengo que mejorar
mi capacidad de síntesis.
Otro documento. Disposiciones de la Ley Helms Burton referi-
das al aumento de la intensidad de las señales de la televisión me-
nos vista en el orbe. Cuba quiere saber datos sobre las señales y los
equipos para neutralizarlos.

—¿Eso significa interferirlos? –pregunta Heck Miller y la investiga-


dora le responde que el documento no lo dice.

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Otro documento respecto a objetos voladores que han apareci-


do alrededor de Cuba. La Isla envía una nota a la Sección de Intere-
ses de Estados Unidos, vinculándolos a posibles actividades desde
Miami.
Media oración en otro documento sobre un tema «nuevo»... las
elecciones de Lincoln Díaz-Balart.
Un pedacito en un documento: Fernando envía a unos agentes
un extracto de unos pronunciamientos de Fidel y... ¡la fiscal acaba de
descubrir que al Comandante no le gusta el neoliberalismo! Pregunta
a la testigo si Castro no cataloga al capitalismo como el enemigo, pero
antes de que Debbie le tenga que decir que la palabra enemigo no
aparece en todo el párrafo, una objeción acaba con la bobería.
Otro documento tiene un mensaje para Ramón de lo más im-
portante: le acaban de localizar un apartamento para que la fami-
lia pueda hacer una permuta. Definitivamente debe ser de lo más
importante para Ramón, pero ahora resulta serlo también para la
Heck Miller.

—¿Medina está siendo remunerado?


—No exactamente.
—¿Y cómo usted describe que...?

Otra objeción y esta señora, que debe ganar más de cien mil dó-
lares al año para darse el gusto de descargar su odio sobre el resto
de la humanidad, se mueve de documento.
Un par de oraciones por ahí dedicadas a un presupuesto de Fer-
nando, para repetir que se está trabajando sobre objetivos militares.
Y otro documento en el que se habla otra vez de Roberto Martín
y Nino Pérez. La fiscal termina preguntando si Cuba está detrás de
la parejita y con un sí al fin termina esto.
Es la 1:45 p. m. Hemos tenido que soportarlo todo durante dos
horas y veintiún minutos en total. Ya se ha hecho costumbre que
nuestros abogados dispongan de solo quince o veinte minutos,
cronómetro en mano, para terminar sus reexámenes tras estos ma-
ratónicos cuestionarios que la Fiscalía hace. Por eso no nos extraña
cuando Joaquín tiene que tomar el podio a la carrera.
Breve y al grano Joaquín emplea veinte minutos. Establece que
la Operación Girón consiste en un trabajo de vigilancia sobre la
Fundación Nacional Cubano-Americana. Las medidas activas son

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para prevenir acciones terroristas y atentados contra Fidel. Cuan-


do Cuba se refiere a los políticos ultraderechistas, está hablando de
Ileana Ross y Lincoln Díaz-Balart, sobre quienes se está ejerciendo
control, pero ninguna medida de la Isla apunta a obstruir el pro-
ceso electoral o a manipularlo. Algunas de las técnicas utilizadas
por nosotros son examinadas por el abogado: tomar videos no es
ilegal, así como tampoco ejercer tareas de vigilancia, lo que la pro-
pia investigadora ha hecho. Las reuniones políticas no son secretas
y ella también ha tenido que participar de algunas como parte de
su trabajo. Ninguno de nosotros ha recibido una instrucción de in-
terceptar una línea telefónica o de entrar ilegalmente en una casa.
El abogado quiere aclarar el error en el que la fiscal hizo incurrir a
Debbie cuando implicó que se había discutido el uso de explosivos
para neutralizar los botes del río Miami. No se ha hablado de volar el
bote sino de dañarlo. Nadie ha solicitado explosivos para utilizarlos
contra el objetivo. Nadie ha discutido la idea de explotar los botes. No
hay instrucciones para hacerlo. Al parecer ya es tarde para que Joa-
quín pueda introducir a través de esta testigo el documento que él
y Many encontraron días atrás, que contiene las primeras instruccio-
nes respecto a este asunto, en las que se excluye explícitamente el
uso de explosivos.
Y finalmente las alusiones de Heck Miller en el sentido de que
Basulto no aparece vinculado a actividades terroristas. El abogado
lee en los documentos un informe en el que se reporta que Rafael
del Pino y José Basulto están conspirando para utilizar un avión e
interceptar a Fidel en el aire durante uno de sus viajes internacio-
nales a fin de derribarlo. Son las 2:05 y termina el día.
De este modo concluye la jornada de Boca �ica y sella su paso
por el estrado la investigadora de Joaquín, poniendo fin al caso de
este, algo accidentado en sus postrimerías.
Los testigos de la base de Boca Chica no pudieron haber sido
más favorables al Faquir, y más allá de que pusieron en su perspec-
tiva real las condiciones de seguridad del lugar, tal y como nuestro
hermano las veía, reduciendo a tamaño normal las exageraciones
de la Fiscalía en relación con el famoso hot pad, el edificio 290 o el
socorrido greenhouse, no se puede olvidar el impacto que debió haber
tenido en el jurado la parte humana de estos testimonios.
Porque por encima de toda la propaganda que sucedió al arres-
to de nuestro compañero y todo el lodo que se pudo haber vertido

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sobre su persona durante estos más de dos años, los testigos le di-
jeron al panel que Tony, ese que ellos conocieron por determinado
número de años, ese que esta ahí..., no..., olvídelo..., no nos vengan
con cuentos..., a ese yo lo conozco y sé que es incapaz de hacer
daño a nadie.
Y es que nuestro hermano se puede haber empeñado en ma-
tarse de hambre con sus dietas, se podrá ir de vez en cuando a otra
dimensión a darse un paseíto y provocará los debates más encendi-
dos entre nosotros cuando vamos a la Corte y no tenemos nada
mejor que discutir, pero lo que nadie puede negar es que, por don-
de pasa, deja una huella imborrable con sus valores humanos, su
bondad, su preocupación por los demás y sus principios. Cuando
tres testigos se paran en estas circunstancias y no se sonrojan al
hacer ver que se honran de haber conocido a Tony, acusado ni más
ni menos que de querer hacer daño a este país, eso es mucho decir.
Luego nos llegaría un comentario del señor Ed Donahue, posi-
blemente el menos allegado a nuestro hermano, quien en el mejor
estilo del norteamericano trabajador, campechano y sano que mos-
tró ser en el estrado, se congratulaba con el investigador de Jack:

—¿Viste lo rápido que respondí las preguntas para que esos fisca-
les no tuvieran tiempo de objetar?

En cuanto al testimonio de Debbie, realmente no veo cómo se


le podría escapar al panel el poco respeto que le ha mostrado la
fiscal. Si la humanidad ha avanzado la mitad de lo que se supone
haya hecho, a estas alturas no me imagino que un abuso tal pueda
pasar inadvertido para los miembros del jurado. Ya veremos, en la
conclusión del caso, si es que acaso soy demasiado optimista en
cuanto a lo que espero de la humanidad.

Martes 24 de abril de 2001. Cumpleaños de nuestra bebita que con


su llegada nos llenó de alegría, un día como este, hace tres años.
Una vez en la sala el ambiente festivo nos indicaría que alguien
más comparte esta fiesta y nos enteramos de que se trata de Ri-
chard, el afable estenógrafo de la Corte.
A las 9:05 a. m. tenemos en el estrado a Charles Smith, el funcio-
nario de la FAA que tuvo que lidiar con las calaveradas de Basulto

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y cuyo contraexamen por la Fiscalía fue pospuesto por problemas


en el calendario. Heck Miller está lista para terminar con este testi-
monio y allá vamos.
Un breve repaso a la trayectoria laboral del testigo que ya co-
noces. La fiscal establece que no se puede tomar acciones contra
alguna persona por actividades que se supone pueda cometer en
el futuro –claro que no explica que hay excepciones como el caso
del Faquir, donde ellos pueden suponer todo lo que se les venga
en gana respecto a cuáles serían sus intenciones dentro de otros
veinticinco años–. Y se revisan las medidas tomadas contra Basul-
to, basadas todas, según la Fiscalía, en los errores que habían sido
cometidos realmente. Heck Miller puntualiza que la suspensión de
ciento veinte días era proporcional a dichos errores, pero no se nos
hace saber si se usó la misma tabla según la cual comprar un par
de lanzacohetes, un poco de alto explosivo y algunas armas anti-
tanques está en proporción con un arresto domiciliario de un año.
El testigo no recuerda si el uso indiscriminado de la frecuencia de
aviación se encuentra entre los motivos de la medida y la fiscal
quiere hacerle distinguir entre lo que ella llama un uso..., vaya..., tú
sabes..., así como que un poco excesivo..., algo más como que un
poquito de más..., así como pasadito..., de la frecuencia y lo que
pudiera considerarse como algo que ella llama —estirando el pes-
cuezo para acompañar la palabra— flagrrraaante, pero el testigo
le explica que eso depende de si hay una emergencia y la fiscal le
pregunta si recuerda una emergencia ese día, a lo que Smith res-
ponde negativamente.
Ahora se examina el ADIZ (Zona de Identificación de Defensa
Aérea). El límite exterior está a lo largo del paralelo 24 norte y el
inferior en las 12 millas de Cuba, estando el área entre ambos loca-
lizada en aguas internacionales. En un documento de la FAA donde
se analizan las violaciones de Basulto, la señora microlocaliza una
oración: «Basulto se puso más en peligro a sí mismo que a otros».
La Habana no controla los vuelos visuales, pero es de esperar que
les avise de los peligros. La orden de emergencia para revocar la li-
cencia a Basulto incluye los hechos del 24 de febrero del 96, y la
fiscal quiere saber si esta se puede emitir instantáneamente. Reci-
be una respuesta inconveniente: «Puede ser». La fiscal muestra la
orden, emitida el 16 de mayo, en la que hay referencia a ambas
violaciones, la de julio del 95 y la de febrero del 96.

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El testigo fue controlador aéreo. Cuando los aviones despegan


son controlados por la torre. Él había hablado con Basulto desde
antes de julio del 95 acerca de otros incidentes menores, pero la
conversación previa a la flotilla fue telefónica. El funcionario pudo
haber preguntado al cliente de Heck Miller si iría en la flotilla. No
recuerda si le habló de un posible derribo o no. La fiscal muestra un
facsímil y una carta enviados a Basulto el 11 de julio con referencia
a la flotilla y cuando me pregunto cuál es el punto, la fiscal dice: no
más preguntas.
Y son las 9:31 a. m., momento en que Paul toma el podio para
su reexamen.
Tras un contraexamen tan poco fructífero, no queda mucho que
preguntar. Las palabras del funcionario en el análisis escrito de los
hechos de julio hablan por sí solas: «Basulto cree que las reglas no
se aplican a él». El testigo le dijo a Basulto que podría ser obligado
a aterrizar o derribado, y su respuesta fue que él tenía una misión
en la vida. La orden emergente de revocación indica claramente
que el sujeto puso en peligro la vida de otros, en referencia a las
cuatro personas empujadas a esta locura por Basulto. El testigo
lanza un cabito al FAA al decir que no necesariamente habría que
haber comenzado una acción contra Basulto tras los incidentes de
julio del 95, pero admite de buena gana que su vuelo sobre La Ha-
bana puso también en peligro personas en la ciudad. Termina con
una aseveración: los controladores no están en la obligación de
mantenerse advirtiendo una y otra vez a alguien a quien le tienen
sin cuidado las advertencias. Son las 9:44 y nos vamos a un receso.
De vuelta a las 10:05 a. m., Jack y Philip presentan algunos do-
cumentos para ser incluidos en la evidencia. Jack comienza con una
estipulación según la cual ambas partes aceptan la introducción
de unos periódicos de Cayo Hueso en los que se publican noticias de
la base, como el emplazamiento de cohetes y la localización de uni-
dades militares. Otra estipulación permite introducir ejemplares del
periódico de la base de Boca Chica con noticias por el estilo. Luego
el abogado ofrece para la evidencia su propio libro con los docu-
mentos incautados por el FBI, y termina presentando algunas foto-
grafías y mapas de Cayo Hueso y de la base de Boca Chica.
A las 10:17 toca el turno a Philip. El abogado presenta su libro
con los documentos conseguidos por el FBI en los registros y luego
lee una carta que yo te escribiera en el año 94 cuando Mayda estuvo

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por Cuba a verte. Según un side bar del día anterior, en el que los
fiscales se opusieron fieramente a la introducción de la carta, todo
indica que el propósito de Philip es mostrar la legitimidad de mis
gestiones para que ustedes vinieran, lo cual parece implícito por el
tono de mi carta.
Para terminar, otro documento al que también la Fiscalía se
opuso fieramente en el side bar, se trata del acta de acusación y
la sentencia de Héctor Viamontes como narcotraficante, los cuales
Philip quiere utilizar en conjunción con mis reportes para demos-
trar la veracidad de mis informaciones al FBI. Se adjunta un artículo
que yo traduje literalmente de un periódico sobre el arresto de este
individuo, para enviarlo a Cuba: parte también de los documentos
incautados por el FBI al hurgar en nuestras computadoras.
Por lo que leí de ese side bar referido a estas evidencias, la Fisca-
lía objetaba la carta porque según ellos tenía más valor emocional
que evidencial, y proponían una versión redactada por ellos que la
jueza rechazó por considerar que anulaba el espíritu y el contexto
de la carta original. En cuanto a los documentos del arresto y pro-
cesamiento de Viamontes, las objeciones se debieron a que, según
ellos, no fueron mis informaciones las que los causaron. No obs-
tante, Philip argumentó que él no pensaba plantear esto al jurado
sino sencillamente mostrar que se trataba de un verdadero narco-
traficante, y que mis acercamientos al FBI en este sentido fueron
legítimos y no perseguían un segundo propósito.
Así finaliza mi defensa.
A las 11:06 estamos de vuelta. Ocupa el estrado de los testigos
Julio Melo, el investigador que ha utilizado Philip y a quien tú cono-
ces. En seis minutos Melo identifica unas fotografías tomadas a otro
avión que utilizaron los Hermanos al Rescate, de matrícula N2432S,
que resultara ser también la versión militar O-2. Se revisan nue-
vamente las insignias que, tal como en el N58BB, aparecen en el
fuselaje. Y a las 11:12 a. m. viene Kastrenakes para establecer que
las letras en la nariz del avión son pequeñas y que las fotografías
fueron tomadas en el año 2001.
A las 11:14 a. m. regresa Philip por unos minutos y lee algunas
estipulaciones. Básicamente se trata de que en nuestro apartamen-
to se incautó, entre otras cosas, la impresora del computador que
fue llevada a los laboratorios del FBI para ver si algunas de las car-
tas adjudicadas a la Red Avispa salieron desde nuestra casa. El re-

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sultado es negativo y por lo tanto queda descartado que nada de


eso hubiera sido escrito por nosotros... Si me hubieran preguntado.
A las 11:25 a. m. Norris ofrece en evidencia los documentos que
él determinara mostrar al jurado en la defensa de Ramón Labañi-
no, y cinco minutos después estamos discutiendo si se introducirá o
no el reporte que Cuba envió al FBI sobre las actividades terroristas
contra Cuba en la década del 90.
Joaquín señala que este reporte, entregado al FBI en junio
de 1998, muestra los hechos que justifican nuestra presencia aquí
y que Cuba respondió a las solicitudes de información por parte
del gobierno norteamericano en relación con estas actividades. El
reporte fue redactado eliminando referencias anteriores al año 92
y ajustándolo al período del caso.
Kastrenakes no pierde tiempo para calificar el reporte como un
compendio de rumores propagandístico, argumentativo y lejano del
momento de los hechos, todo lo cual suena muy a tono con este
propagandista de la industria anticastrista durante todo el juicio.
Joaquín repite que se trata de la respuesta a la solicitud de este
gobierno y que él se ha tomado el trabajo de separar las referen-
cias ajenas a la evidencia del caso. Los fiscales habían contradicho
al testigo Roberto Hernández Caballero para poner en duda que
Cuba hubiera respondido a las solicitudes hechas desde Washing-
ton, y el reporte desmiente eso.
La jueza pide que se le entregue el reporte y da la razón a Joa-
quín en el último punto: el gobierno hizo un extenso contraexa-
men a Hernández Caballero sobre la supuesta falta de respuesta
de Cuba a las solicitudes de Washington.

—Eso me preocupa –dice la señora Lenard.

Mientras, Kastrenakes se queja de que el reporte es demasiado


largo y aduce que las alusiones a las bombas en La Habana son
ofrecidas en ocho páginas.
Joaquín contraataca. Ese reporte tiene alrededor de setenta pá-
ginas y el gobierno no puede decir que Cuba no responde a sus
demandas de información y aparecerse ahora con que el reporte
es demasiado largo. En otras palabras, o se peinan o se hacen los
papelillos. Esta es toda la información que Cuba tiene; y el gobierno
quiere introducir en su caso de refutación unas notas diplomáticas

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del gobierno norteamericano donde se pide información, para ha-


cerle creer al jurado que Cuba no hizo nada al respecto. La jueza
pregunta al gobierno el propósito de las notas diplomáticas y Kas-
trenakes nos quiere ahora convencer de que no están seguros si
estas serán introducidas, porque su presentación depende, nos dice
ahora este farsante, de que el reporte se introduzca o no. Volviendo
al documento lo califica de un reporte policiaco que está prohibi-
do por las reglas de evidencia.
Pero la jueza no coincide con Kastrenakes –cosa rara– y no cree
que el documento sea un reporte policíaco:

—Se trata de una respuesta de Cuba al gobierno de los Estados


Unidos.

La señora Lenard se quedará con el reporte y leerá la transcripción


oficial del contrainterrogatorio al teniente coronel Hernández
Caballero antes de tomar una decisión; ella cree recordar que,
efectivamente, hubo contraexamen al oficial en este punto. Las
cosas siguen pintando mal para la Fiscalía cuando acaba el día.

El miércoles 25 de abril comienza para la Fiscalía tan mal como


terminó el martes 24. ¡La mayor parte del reporte de Cuba al FBI
entra en la evidencia! La jueza explica que revisó el testimonio de
Roberto Hernández Caballero y que el gobierno trató de dar a en-
tender en su contraexamen que la Isla no había respondido a las
solicitudes de los norteamericanos en relación con las actividades
terroristas desde Miami.
A las 9:22 nos instalamos ante los monitores para presenciar la
deposición de Ramón Hernández Herrera, tomada en La Habana du-
rante el último y discutido viaje a Cuba de los fiscales y Paul McKenna.
Ramón Hernández Herrera se graduó en el año 95 en la Academia
Naval como ingeniero navegante. Ha hecho algunos estudios de
postgrado y durante seis años ha sido capitán de lancha patrullera
en las Tropas Guardafronteras de Cuba. El 25 de febrero del año 96,
el día siguiente al del derribo de los aviones de Hermanos al Resca-
te, era comandante de una patrullera con el grado de teniente y se le
asignó una misión de salvamento y rescate al norte de la ciudad de
La Habana, para buscar sobrevivientes o algún resto de los aviones

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derribados. Tras explicar que ha sido entrenado en salvamento y


rescate, describe la ruta de búsqueda realizada frente a la capital
cubana dibujando en un bloc colocado sobre un trípode el trazo de
líneas paralelas que siguiera de este a oeste y debajo del mismo el li-
toral habanero, cuyo perfil obviamente conoce ya de memoria. Dos
barcos participaron en esta búsqueda a partir de las 6:30 a. m., en un
área comprendida entre 5 y 10 millas náuticas del litoral, según se le
informó la más probable teniendo en cuenta el lugar de los hechos.
El barco bajo el mando del testigo era una patrulla ligera de
24 metros de eslora por 5 de manga y de color gris, en correspon-
dencia con su condición de equipo militar. El testigo dirigía la na-
vegación con ayuda de un Global Positioning System (GPS) y un radar
de superficie para marcar puntos en la costa, entre otros equipos.
La búsqueda duró alrededor de tres horas, hasta las 9:50 a. m. Ya
en su camino de regreso la tripulación observó un objeto flotando
que el testigo describe como un maletín negro y roto, encontrado a
media agua. La visibilidad era buena. La tripulación recogió del agua
el objeto y el teniente Hernández marcó la posición tanto con el ra-
dar como con el GPS, ubicada a 9.3 millas del Castillo del Morro. A
través de su reporte a la OACI, el testigo rememoró las coordenadas,
que recita ahora al abogado: 23º18'N y 082º22'O.
Se establece que el testigo y Paul han hablado anteriormente y
que, a solicitud del abogado, el marino marcó en un mapa la po-
sición de radar y las coordenadas del GPS, las cuales coincidieron.
El abogado presenta al jurado el maletín roto por la parte inferior,
dejando ver el relleno que le permitía flotar a pesar de los objetos
que tenía dentro. Estos objetos también son presentados al jurado
y consisten en un cargador de baterías adherido al maletín por una
banda de velcro y dos mapas que, según el testigo, estaban en un
bolsillo del bolso, ambos muy deteriorados.
Paul muestra al panel el mapa en que el testigo marcara las po-
siciones de radar y de GPS, y continúa la deposición con el marino,
repitiendo la distancia de la costa y las coordenadas, datos que fue-
ran entregados a la comisión de la OACI a raíz del incidente.
A las 11:00 a. m. vamos a un receso.
Al regreso comienza el contraexamen del fiscal Kastrenakes.
¿Qué mejor sino establecer que el testigo es un militar cubano, te-
niente, y que no pertenece a las FAR sino al MININT? Desgraciada-
mente el testigo desconoce si la Dirección de Inteligencia es parte

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del Ministerio del Interior y esto le corta un poco el paso al razona-


miento arrollador del fiscal.
El teniente Ramón Hernández Herrera ha pertenecido a las uni-
dades de Guardafronteras por siete años y no ha estado en otras
asignaciones militares. El día del derribo se hallaba en una misión
de patrulla rutinaria en el bote 554 y no fue asignado a misiones de
salvamento, las cuales fueron realizadas por otros colegas. Alrede-
dor de las 3:00 p. m. él estaba a unas 5 millas al norte de la capital
cubana y la visibilidad era buena. El día del derribo él no fue testigo
del hecho. Se encontraba a esa hora al norte del hotel Tritón, con la
costa a la vista, y no fue asignado a ninguna misión de búsqueda
y rescate.
Se pasa al siguiente día, 25 de febrero en la mañana. El barco era
el mismo y, a diferencia del día anterior en que permaneció den-
tro, el oficial subió al puente para dirigir la búsqueda. Tenía buena
visibilidad. Se habla del barco: 24 metros de eslora, 40 toneladas,
equipado de artillería y con velocidad máxima de 30 nudos, redu-
cida el día de la búsqueda a 12 para aumentar las posibilidades de
observar algo en el agua. La altura del puente sobre el mar es 5 me-
tros, que a solicitud del fiscal el marino convierte a unos 16 pies.
Ya de regreso a la base, el vigía de proa, un marinero cuyo nom-
bre no recuerda el oficial, vio el maletín flotando a media agua. El
testigo tampoco sabe si el vigía está en Cuba y si sigue en actividades
marineras. El caso es que este vigía apuntó al objeto y el teniente, que
no estaba al timón del barco, lo vio después de haber sido localiza-
do por el hombre de proa. El objeto no brillaba, su color era negro
y medía alrededor de unos 30 x 15 x 30 centímetros. El maletín fue
pescado por el vigía y el oficial lo pudo examinar una vez a bordo,
presumiendo, por los mapas de navegación aérea, que podía estar
relacionado con el derribo, por lo que marcó la posición y luego la
informó por radio para que el hallazgo fuera recogido por una
lancha rápida que lo llevaría a tierra. Una vez entregada la eviden-
cia, el oficial cumplió las órdenes de continuar camino a la base.
El militar admite que no volvió a ver el objeto hasta el momento
de la deposición y que no puso sus iniciales en el mismo tras haber-
lo hallado. Tampoco apuntó el número de serie del cargador de ba-
terías. Tanto el día 24 como el 25 de febrero llevó los detalles de sus
patrullas a la bitácora del barco, apuntando posiciones y tiempos,
bitácora que no tiene con él. De nuevo el testigo explica que re-

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gresó a puerto una vez entregado el objeto, que no vio nada más,
que marcó la posición del hallazgo y que las órdenes de regresar
no cambiaron. La tripulación del barco es de once personas, todos
de Guardafronteras.
El marino marcó la distancia del Morro en la carta, la dirección
hacia la fortaleza que vigila la bahía era de 174°. El GPS no estaba
conectado a una computadora para archivar las posiciones y, aun-
que obviamente el oficial conoce el radar de a bordo, no sabe la
fecha más cercana en que había sido alineado. La última vez que
él consultó la bitácora de la lancha para recordar los datos del ha-
llazgo fue en el propio año 96, a propósito de la investigación de
la OACI.
Los objetos fueron empacados por el oficial en una bolsa plásti-
ca antes de ser entregados a la lancha rápida, habiéndolos él exa-
minado durante los diez o quince minutos en que permanecieron
en cubierta una vez recobrados del agua. El zíper del bolso estaba
abierto y, tras examinar el maletín, el testigo lo puso en la bolsa
plástica para preservarlo.
A excepción de la bitácora del barco, ningún otro documento
fue preparado por el marino en relación con ese hecho, y la única
declaración jurada que firmara al respecto fue la preparada para
este testimonio. El único documento que el oficial revisó con Paul
McKenna para la comparecencia fue el reporte de la OACI, que re-
cogía su testimonio, del cual el testigo no tiene una copia consigo y
cuyo original por supuesto debe de estar en Montreal.
El teniente Hernández Herrera no tiene consigo una fotografía
del barco que comandó durante la búsqueda. Las cartas de nave-
gación aérea recobradas en el maletín incluyen partes de California
y México. No había ninguna identificación personal dentro del bol-
so, y el oficial no puede decir de dónde provenía exactamente ni
dónde pudo haber estado antes. La primera vez que el oficial vio a
Paul fue el 14 de abril mientras se preparaba la deposición, antes
de eso él no había visto a nadie más acerca de esto. El militar fue
autorizado por su jefe inmediato superior para realizar este testi-
monio, pero no lo discutió ni revisó con él. El fiscal quiere saber si el
marino observó, después de recobrar el objeto, la corrosión salina
que se ve en sus partes metálicas. Pero el oficial no muerde el cebo
y le responde que el objeto estaba mojado y él no buscó signos de
corrosión. A las 12:31 p. m. termina el contraexamen del testigo por
el fiscal Kastrenakes, y Paul regresa al podio.

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Paul comienza por las preguntas del fiscal acerca del origen del
objeto, estableciendo que el oficial no ha dicho haberlo visto caer
de un avión. Juntos vuelven a revisar las cartas de navegación ha-
lladas en el interior de la bolsa para confirmar que se trata de cartas
aéreas, las únicas de este tipo que ha encontrado el oficial en su
carrera. Aunque el mapa incluye efectivamente partes de California
y México, también muestra el aérea del Caribe, el estrecho de Flori-
da y los corredores aéreos sobre Cuba. El abogado lee en el mapa
una advertencia a todos los pilotos de que los vuelos internacio-
nales sobre la Isla tienen que ser por instrumentos, deben cumplir
con las leyes cubanas y: «cualquier aeronave que no se adhiera a
las reglas, corre el riesgo de ser obligado a aterrizar o derribado».
La bitácora del barco fue conservada durante el año 96 y de ella
se tomaron los datos que fueran entregados a la OACI. Pero este
tipo de libro, del que cada buque usa unos tres o cuatro anualmen-
te, son solo conservados durante un año y, por supuesto, el oficial
no tenía motivos para conservarlo, pues nadie podía anticipar este
testimonio, cinco años después de los hechos.
Se menciona el detalle del color negro de la bolsa a que la Fis-
calía hiciera referencia. Por supuesto que el mar no es negro, las
condiciones eran buenas, con mar en calma y buena visibilidad, y
el relleno que permitió la flotabilidad del maletín era de color blan-
co en contraste con el negro de su piel. Todos los objetos dentro
de la bolsa estaban adheridos, ya fuera por la banda de velcro que
sujetaba al cargador como por los bolsillos laterales que contenían
los mapas.
El día del derribo la unidad de superficie a cargo del teniente
Hernández estaba en una misión de rutina, el salvamento y rescate
fue asignado a la unidad 546 junto a varias lanchas rápidas. Tras
pensarlo un poco, el testigo indica que su unidad posee entre siete
y nueve lanchas como la que él opera.
Y a las 12:58 p. m. nos vamos a un receso.
De regreso a la 1:30, tenemos a la investigadora Lisa McDermont
solo cinco minutos. Nuestra amiga se refiere al hotel Tritón y lo ubi-
ca en el mapa de La Habana, para luego fijar la posición en la que
se hallaba el día del derribo la lancha del teniente Hernández, 5 mi-
llas al norte de la instalación turística. Supongo que lo hizo con el
propósito de establecer la distancia entre la posición del testigo y
el lugar del derribo de los aviones de Hermanos al Rescate, a fin de
mostrar por qué no pudo observar los hechos.

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Así concluye el breve paso por este proceso el teniente Ramón


Hernández Herrera, joven oficial de nuestras unidades de Guarda-
fronteras. El testigo fue un hombre concreto, serio y muy educado,
pidiendo permiso con cortesía cada vez que tenía que levantarse
de su silla a mostrar un mapa o un diagrama. Poco acostumbra-
do a la cámara que miraba como con recelo y haciendo en varias
ocasiones que le fuera repetida una pregunta, fue, no obstante, un
buen testigo. Su descripción del hallazgo no tuvo grietas y fue sóli-
da, demasiado para alguna que otra zancadilla que le quiso poner
la Fiscalía, tratando de hacerle caer infructuosamente en contra-
dicciones. Otro cubano cuya conducta y actitud contrasta con los
ejemplares que han ocupado el estrado en representación del fu-
turo democrático que en la Isla esperamos tan ansiosamente nos
sea enseñado desde The Miami Banana Republic.
A la 1:35 deben faltar diez minutos para dar por terminada la
sesión, pero se decide seguir adelante con el próximo testimonio
grabado, extendiendo así la jornada algo más para ganar tiempo.
Se trata del señor Jorge Luis Viamontes Fernández.
Viamontes Fernández vive en La Habana y es oceanógrafo gra-
duado en el Instituto de Hidrometeorología de Odessa donde se hizo
ingeniero, con una maestría en Geografía. Paul muestra al jurado el
diploma y el curriculum vitae del testigo y seguimos abundando en sus
calificaciones. Una vez incorporado a sus actividades laborales, reali-
zó varios estudios de postgrado: Oceanografía Física en la Academia
de Ciencias de la antigua URSS, Hidrometeorología en Sebastopol, y
en la Universidad de La Habana, Circulación y Transporte de Mezclas,
Procesos Costeros y Preservación y Análisis Ambiental.
Actualmente trabaja en el Instituto de Estudios Marinos que es
autofinanciado, ya sea por sus trabajos con organismos estatales
como con clientes extranjeros en la Isla, entre los primeros, las in-
dustrias de Pesca y Turismo, y, entre los segundos, las compañías
petroleras Sherrit y Petrobrás, de Canadá y Brasil, respectivamente.
Ha trabajado con las Naciones Unidas en el programa de descon-
taminación de la Bahía de La Habana y la cayería al norte de la Isla,
y realizó también trabajos con científicos estadounidenses.
El ingeniero Viamontes ha estudiado las corrientes marinas de
Cuba. Es profesor en el Instituto de Oceanografía. Ha publicado es-
tudios de las corrientes al norte de La Habana, entre otros trabajos.
Desde 1991 hasta el presente ha estudiado las corrientes al norte de

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la ciudad hasta la playa de Guanabo, midió estas corrientes en fe-


brero del 96 y estudió, entre otros aspectos, la trayectoria de objetos
a la deriva dentro de dichas corrientes. Ha testificado varias veces,
como experto, en relación con la deriva de cadáveres y el arribo de
paquetes de drogas a las costas cubanas. Paul ofrece a Jorge Luis
Viamontes Fernández como experto, y a las 2:05 p. m. se produce un
milagrito..., Kastrenakes no objeta al testigo. Así termina el día y con
él la semana que será corta debido a la graduación del hijo de la
señora Vernon, miembro del jurado.
Otra semana corta que añade más tiempo al proceso. Pero es
de esperar que los miembros del jurado distingan entre las dilacio-
nes calculadas de la Fiscalía y estas demoras que se han sucedido
durante nuestro caso, completamente ajenas a nuestra voluntad.
No hay que decir que coincidimos con la jueza en que la señora
Vernon tiene todo el derecho a estar junto a su hijo durante su gra-
duación escolar.

El lunes 30 de abril nos levantamos para iniciar otra semana. Nada


más queda concluir la deposición del científico y añadirle la del
operador de radar militar en Cuba en funciones cuando ocurrió
el derribo de los aviones de Hermanos al Rescate, para concluir el
caso de la defensa. Luego le seguiría el caso de refutación, cuyo
estimado en cuatro días le parece bastante largo a la jueza, así que
es de esperar que no se extienda demasiado.
La radio del gueto amanece caliente y la temperatura tiene que
ver con nosotros. Radio Mambí está diciendo que la Fiscalía ha he-
cho una porquería, que no acaban de presentar la tan cacareada
evidencia contundente de espionaje, que el Secretario de Justicia
John Ashcroft es parte de una conspiración para entregarle a la de-
fensa unos documentos muy útiles concernientes a Hermanos al
Rescate, que la señora Heck Miller es muy experimentada, pero no
tiene experiencia en casos de espionaje —al parecer se le ocurrió
adquirirla en el caso equivocado—, que Guy Lewis se suponía que
fuera el fiscal a cargo del caso y que la defensa ha tomado la ini-
ciativa en el juicio. En fin, que ya le están buscando explicaciones a
una posible derrota, aunque como siempre andándose por las ra-
mas, pues la explicación más sencilla y cercana a la verdad es que
este caso nunca debió de haberse complicado con los cargos de

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espionaje y de conspiración para cometer asesinato, que la tal evi-


dencia contundente nunca existió y que la Fiscalía está siendo víc-
tima de sus propias mentiras y exageraciones. Ya sabemos que El
Nuevo Herald traerá algún artículo interesante respecto al caso, pues
esta gente de Radio Mambí lo que hace es comprar el periódico y
repetir una por una y como un todo las noticias, historietas y menti-
ras que se mezclan en la publicación, sin distinción entre sí.
Estamos temprano en la sala y pasa un tiempo antes de que
haga su aparición la jueza, a las 9:25 a. m., con malas noticias: el se-
ñor Torroba, primer suplente del jurado, ha perdido repentinamen-
te a su hermano y se supone que no esté disponible hasta el jueves.
Los abogados nos dicen que el señor, aunque está en calidad de
alterno, parece tener cierta influencia en el panel debido a su buen
carácter y ha contribuido a la unidad del grupo, cualidad bastante
apreciable, sobre todo en este caso tan largo. Nuestros abogados
se inclinan por mantener la integridad del jurado.
La Fiscalía plantea que se tome el día de receso para tener más
información acerca de cuándo estaría realmente disponible el se-
ñor, dejando para más tarde la decisión respecto a cómo continuar.
Paul, que representa al resto de los abogados, argumenta que se le
dé al afectado el tiempo, tal como se ha hecho en otros casos, pues
es mejor ser coherente con todos los jurados.
Como la jueza no puede asegurar que el señor Torroba estará de
vuelta el jueves, se suspende la sesión hasta las cuatro de la tarde.
Somos llevados de vuelta al penal. Por la noche el Faquir se en-
tera, al llamar a Jack por teléfono, de que se ha decidido cancelar
las audiencias hasta el viernes 4 de mayo.
Y para no perder la costumbre, aquí te ofrezco el artículo de
El Nuevo Herald que motivara los comentarios matinales de Radio
Mambí. Sin más aquí va la pieza literaria que nos entregó el órgano
oficial de la sagüesera bajo la firma de... de ese mismo.

CRÍTICA A LA FISCALÍA EN EL CASO DE LOS ESPÍAS

Sin presentar aún las pruebas que decía poseer contra los acusados
Tras cuatro meses de juicio, la Fiscalía no ha presentado aún las
pruebas contundentes que dijo poseer para sostener las acusaciones
contra cinco hombres sospechosos de espiar para Cuba, coinciden
abogados y observadores.

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Además, dicen los analistas, la estrategia trazada por los fiscales


parece mostrar cierta ignorancia política y despreocupación por
atajar acusaciones lanzadas por la defensa contra el exilio cubano.
Incluso, existen serios indicios de que los esfuerzos de la Fiscalía
estarían siendo erosionados desde Washington, que proporcionó
a la defensa un documento capital en el caso del derribo de las
avionetas de Hermanos al Rescate, añadieron.
En 1998, el encausamiento por espionaje de dos mujeres y ocho
hombres arrestados en Miami fue hecho por el entonces fiscal fede-
ral adjunto Guy Lewis. Pero en diciembre del año pasado, cuando
se inició el juicio contra cinco de los acusados, Lewis era ya fiscal
federal y el caso fue llevado al tribunal por sus asistentes, Caroline
Heck Miller, John Kastrenakes y David Buckner.
Heck Miller y Kastrenakes son dos veteranos del mundo judicial
del sur de la Florida. La primera llegó incluso a aspirar dos veces a
juez federal en el área, y el segundo tuvo una larga trayectoria en la
Fiscalía estatal. Pero ninguno de los tres tiene experiencia en casos
de espionaje.
Desde los arrestos, durante el proceso organizativo del juicio, las
sesiones de selección de jurados y en los alegatos iniciales del caso,
la Fiscalía aseguró disponer de amplias pruebas y documentación
sobre las supuestas actividades de espionaje de los acusados.
Sin embargo, cerca de un mes del final previsto del juicio, muchos
observadores y líderes comunitarios se están quejando de que estas
pruebas «contundentes» brillan por su ausencia, y la defensa parece
haber puesto al exilio cubano en el banquillo de los acusados.
Según el exdirector de Radio Martí, Ernesto Betancourt, los tres fis-
cales resultan inoperantes en sus funciones porque cumplen estricta-
mente las directivas emanadas del Secretario de Justicia en Washington,
que no parece interesado en lograr una condena en este caso.
«Con la administración de George W. Bush no se ha producido
ningún cambio en la política hacia Cuba, y [el Secretario de Justicia,
John] Ashcroft es un enemigo de la comunidad cubanoamericana»,
indicó Betancourt.
Este sentimiento es lo que ha llevado a muchos especialistas a ex-
plicar aparentes errores que la Fiscalía ha cometido. Errores como
el de haberse dejado arrebatar la iniciativa en el caso y haber per-
mitido que la defensa llevara a declarar al líder de Hermanos al
Rescate, José Basulto.

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Esto condujo a que Basulto fuera considerado un testigo hostil, lo


cual permitió a la defensa interrogarlo sobre todo lo que quisiera y,
al mismo tiempo, restringir las posibilidades de contraataque de la
Fiscalía en esos aspectos tratados, dijeron abogados.
«Un juicio es, ante todo, una búsqueda de la verdad. Y desde el
primer momento hubo diferencias entre los fiscales, porque sabían
que había áreas muy difíciles de presentar y la verdad es que esos
puntos deben ser enfrentados frontalmente. En ningún momen-
to se debe tratar de reducir o limitar testimonios o evidencias»,
sostuvo el abogado Ralph Fernández, de Tampa, exfiscal estatal y
defensor en 1997 de tres cubanos que fueron absueltos de desviar
una avioneta a Estados Unidos.
Basulto «es una clave del caso y debería testificar. Que la Fiscalía
no lo llevara fue un error táctico serio, porque es siempre mejor
exponer todo y no atajar las consecuencias», aclaró.
Fernández cree que en este caso la Fiscalía no ha usado todas
sus armas deliberadamente, aunque no por decisión de los fiscales
adjuntos.
«Quiero creer que ellos quisieron hacer más, pero por una serie
de factores no lo quieren discutir», dijo el abogado. Esos factores
serían de índole política, añadió.
El abogado reveló a El Nuevo Herald que, días antes de que Basulto
prestara testimonio, tuvo una reunión con Heck Miller para intentar
convencerla de que llamara a declarar al veterano piloto. «Le dije que
sería un error de proporciones increíbles [no hacerlo]», recordó.
No era la primera vez que se reunían ni era la primera vez que la
fiscal adjunta no le prestaba atención. Fernández está involucrado
en los esfuerzos de Basulto para encausar al gobernante Fidel Cas-
tro por el derribo de las avionetas.
Cuando le planteó el caso a Heck Miller en noviembre pasado,
ella tampoco pareció interesada, dice. «Noté por la falta de res-
puesta que la decisión no era de ella», indicó Fernández.
Según confirmaron a El Nuevo Herald varias fuentes que pidieron el
anonimato, el caso del espionaje cubano en el sur de la Florida fue
inicialmente manejado por dos organismos federales: la Secretaría
de Defensa y la Oficina Federal de Investigaciones (FBI).
Pero hasta ahora la Fiscalía no ha presentado ningún militar que
testimonie a su favor; todos los que han ido fueron convocados por

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la defensa, y esto pudiera indicar que el sector militar no ve en una


supuesta red de espionaje cubana un riesgo de seguridad nacional.
«Dejan que [estos testigos militares] le tiren a la comunidad nues-
tra, porque piensan que así pueden tener acceso a los militares en
Cuba, que es lo que quieren», aseguró Betancourt.
Para Fernández, quien no niega sus lazos con la comunidad de
inteligencia de este país, «no hay duda de que el gobierno optó por
cambiar el enfoque y decidió esterilizar este caso. Estoy convencido
de que la administración lo ha bloqueado y los fiscales no pueden
ni hablar de eso».
Como están las cosas, «vamos a acabar en que el jurado, que no
sabe nada de Cuba, va a poner en libertad a estos espías», aseguró
Betancourt.

Y como bien dice el señor Betancourt, así están las cosas. Por
eso no quería que este artículo quedara fuera de este diario y te lo
reproduzco para que lo disfrutes.
Mientras, me despido para ir mañana a la Corte. Este fin de semana
será más descansado. Solo tendré un día de actividades que relatarte.

Hoy es sábado 5 de mayo y te contaré lo que ocurrió ayer viernes


en la Corte. Pero antes no quiero dejar de comentarte el artículo de
El Nuevo Herald que te reproduje el jueves pasado.
Es obvio que el juicio se le ha ido a los fiscales de las manos,
pero lo único que nunca podrán decir es que fue por falta de aviso.
Nosotros les advertimos que nos íbamos a defender y en más de
una ocasión los abogados les dijeron que este caso sí tenía defensa.
Si añadimos a eso que, a través de su manipulación del Acta de
Procedimiento de Información Clasificada, ellos supieron de ante-
mano que los documentos sobre el terrorismo contra Cuba serían
un arma en nuestras manos, es difícil comprender qué vericuetos
mentales los llevaron a persistir en un rumbo que ya, indepen-
dientemente del veredicto del jurado, los conduce a una bochorno-
sa derrota.
Lo cierto es que ahora los medios de desinformación locales tie-
nen que ir explicando esa derrota a sus lectores, pero no pueden
darse el lujo de mirar los hechos de frente. Resulta realmente gra-

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cioso que se acuse a la Fiscalía de no haber prestado atención a


los consejos de la mafia anticastrista miamense, cuando la reali-
dad es que el haber adoptado la tesis de dicha mafia ha sido una
de las causas fundamentales de todo este ridículo. No se puede
llevar ante una audiencia no comprometida el discurso falso que
durante cuarenta años ha servido de sostén al negocio anticubano
y corrupto de Miami, y esperar buenos resultados. Posiblemente
el peor error de los fiscales haya sido precisamente el dedicarse a
racionalizar todas y cada una de las falsedades, mentiras e ideas
huecas de que se ha valido esta gavilla para enajenar al resto de
las comunidades —incluidos los cubanos decentes a quienes tam-
bién victimizan con la lucha anticastrista como excusa— de la vida
política y social de Miami.
Pero el hecho cierto es que la verdad es mucho más sencilla
que cualquiera de estas teorías conspirativas. La Fiscalía cometió
un error garrafal al querer vincular nuestro caso al cargo de es-
pionaje y luego lo trató de enmendar cometiendo otro error más
grave: echar sobre Gerardo la acusación de conspirar para cometer
asesinato en el caso de los aviones de Hermanos al Rescate. Yo no
puedo determinar cuáles habrán sido los primitivos mecanismos
psicológicos que los llevaron a levantar estas acusaciones; pero sea
como fuera, los fiscales han sido víctimas solo de sus propios erro-
res y de haber caído en el círculo vicioso de querer tapar un error
con otro, el subsiguiente siempre peor.
Volvamos a ayer, viernes 4 de mayo, para concluir esta relampa-
gueante semana. Todavía sigue la lata en la llamada radio cubana de
Miami en relación con el artículo de El Nuevo Herald y con lo mal que
andan las cosas en el séptimo piso de la Corte Federal, cuando nos
disponemos a avanzar otro paso para acercarnos al final del juicio.
Aquí cada paso da trabajo, sobre todo si se trata de traer testigos
de la defensa. A las 9:00 a. m. Paul toma el podio para explicar a la
jueza que otro testigo está comenzando a oler mal. Resulta que el
abogado había citado al capitán del barco de pesca en cuyas proxi-
midades cayeron los aviones de Hermanos al Rescate y, al querer
ejecutar la orden de la Corte, resulta que el hombre se fue inespe-
radamente de pesca por una semana y no estará disponible hasta
después de terminado el juicio. Paul pide a la jueza que los algua-
ciles sean encargados de ejecutar la citación para que el capitán
comparezca a testificar.

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Kastrenakes dice que Al Alonzo llamó a la casa del testigo y todo


lo que saben es que «algún correo o alguien así» le llevó una cita-
ción de la Corte. El fiscal dice que se trata de un pescador que vive
de su trabajo y que no regresa hasta el próximo jueves, además, in-
mediatamente deberá someterse a una cirugía del cerebro. Ya se ve
que los fiscales no desean que el marinero venga a testificar.
Paul repite que aquí hay algo que huele mal y le llama la aten-
ción que, no habiendo hablado con el testigo, Kastrenakes conozca
tantos detalles sobre los quehaceres del capitán. Kastrenakes se
hace el ofendido y dice que la defensa espantó al marinero al acu-
sarlo prácticamente de ser un mentiroso, y pone en dudas la mane-
ra en que la defensa entregó la citación de la Corte.
Paul discrepa. El sabe perfectamente cómo se entrega una cita-
ción judicial y esta fue dada a la esposa del testigo, de acuerdo con
los procedimientos. La jueza pide que se le entreguen los papeles
relativos a la citación, y ya estamos listos para proseguir con la de-
posición del ingeniero oceanógrafo Jorge Luis Viamontes Fernández.
A las 9:10 nos hallamos con el ingeniero a bordo del barco de
investigaciones Ulises, en los días finales de febrero de 1996. El bu-
que mide 110 metros de largo y pesa unas 2000 toneladas; está
equipado con un laboratorio de oceanología. El ingeniero perma-
nece alrededor de cuatro meses al año a bordo del laboratorio flo-
tante y, en la ocasión de marras, estuvo en la costa norte de Cuba,
entre el 22 de febrero y el 1.o de marzo, recogiendo datos para crear
un modelo de corrientes entre la Bahía de Cabañas y la playa de
Guanabo, lo cual se hace rutinariamente para perfeccionar estos
modelos e incrementar la precisión según la cantidad de datos.
Paul presenta una carta de corrientes en la zona, a través del testi-
go, y Kastrenakes quiere hacer algunas preguntas al respecto.
Los datos brutos no son presentados por el ingeniero y la car-
ta está computadorizada. Los datos brutos están almacenados en
el instituto y la carta que se está presentando al jurado es la úni-
ca confeccionada por el testigo. Terminado el cuestionario, Paul
muestra la carta al jurado en la sala y se pasa de nuevo a ver la
deposición en los monitores.
Los datos brutos no han sido dados al abogado por el testigo
ni tampoco al fiscal, quien la víspera se reunió con el oceanólo-
go sin interesarse por los mismos. Paul entrega una carta al cientí-
fico, marcada con un punto rojo, y le pide medir la distancia entre

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el punto y la fortaleza del Morro. Viamontes calcula la distancia,


«9.2 a 9.3 millas», y a solicitud del abogado también localiza las
coordenadas del punto en los 23°18'N y los 082°22'O, datos que
coinciden con los aportados por el oficial que encontrara el maletín.
La carta es mostrada al jurado, y Paul pide al científico que calcule
la posición inicial del bolso, dieciocho horas y media antes de haber
sido hallado, es decir, en el momento del derribo de los aviones.
Antes de hacer el trabajo, el oceanólogo explica detalladamente
lo que hará; o sea, que aplicará la conocida fórmula de velocidad
igual a espacio entre tiempo, para determinar la distancia que el
objeto pudo haber derivado en dieciocho horas y media, y así calcu-
lar la distancia recorrida, que en este caso resulta ser de 16.65 mi-
llas. Aplicando esta distancia al modelo de corrientes que ha sido
presentado al jurado antes y que indica una dirección general del
noreste en esa área, el punto original del maletín en el momento
del derribo estaría a los 23°11.5'N y 082°38.5'O. Ahora el abogado
quiere saber la distancia a que este punto se halla de la costa; y
aunque la carta del científico no muestra el litoral directamente al
sur de estas coordenadas, el testigo hace una medición inclinada
hasta el punto costero más cercano que, aún con la desventaja que
ofrece a la defensa, está a 10 millas de las coordenadas calculadas
por Viamontes. En el momento en que te cuento esto, acabo de
tomarme la libertad de hacer el cálculo en un mapa y este punto
aparece a 8 millas al norte del litoral entre Baracoa y el Mariel,
aproximadamente a la altura de la Playa del Salado.
Son las 10:05 a. m. y viene Kastrenakes para su contraexamen.
Veamos cómo te cuento lo que pasó en la hora con treinta y tres
minutos que empleara el fiscal, sin tener que caer en las constantes
reiteraciones en que él cayó.
Kastrenakes establece que el área de estudios se extiende por
unos 1000 kilómetros desde San Antonio a las Bahamas, pero
cuando quiere describir el canal viejo de Bahamas, se da de nari-
ces con los conocimientos del testigo y leva anclas retirándose del
tema. El buque Ulises tiene una bitácora a bordo, pero es utilizada
por el capitán, como en cualquier otro barco, y lo que el científico
usa es el diario de campo, donde anota sus observaciones y experi-
mentos. El fiscal está equivocado cuando insinúa que los datos son
válidos únicamente para un tiempo determinado, pues este méto-
do científico sirve para crear un modelo aplicable para una época

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dada, mientras las variables sean típicas, y cada medición sirve solo
para incrementar la precisión del modelo.
El día del derribo el Ulises andaba por el norte de Matanzas y
a unos 90 kilómetros al este del lugar de los hechos. El estudio al
norte de la capital no había concluido todavía porque el laborato-
rio flotante venía trabajando de este a oeste, y la fase habanera se
completó el 27 de febrero. Esto no afecta las conclusiones en rela-
ción con el día 24, porque mientras el resto de las variables meteo-
rológicas se mantiene inmutable, las corrientes en esa época del
año mantienen sus parámetros.
Y se enreda el contraexamen cuando el fiscal blande un reporte
que presenta al científico para saber si este está familiarizado con
el mismo. El testigo dice conocer el documento.
Kastrenakes pregunta si la velocidad de la corriente a menos
de 3 millas es de 0.2 nudos, a lo que el testigo responde que de-
pende del lugar. Respecto a la influencia que pueda tener el viento
en la deriva de un objeto, Viamontes le explica que esto depende
de qué proporción del mismo está expuesta a este elemento, no
siendo un factor para considerar si el objeto está completamente
hundido.

—¿No experimentó usted con la bolsa para saber si el viento pudo


haber tenido algún efecto?
—No. Si el objeto está hundido el viento no es un factor.
—¿El viento no estaba contra la corriente ese día?
—De nuevo le explico. Si el objeto está completamente hundido,
el viento no sería un factor. Esto depende de la proporción de
área sumergida contra área expuesta al viento. Para que este
último sea el factor preponderante en la deriva del objeto,
esta proporción tiene que ser de cien a uno a favor del viento.

Y en los primeros treinta y cinco minutos el fiscal se las ha arre-


glado para que el testigo le repita hasta la saciedad que el objeto
estaba sumergido y, por tanto, el viento no tenía que ver con su
movimiento. Con enemigos como este Kastrenakes no necesitamos
abogados. Para concluir esta parte antes del receso, el fiscal quiere
saber si la corriente aumenta de sur a norte y recibe una respuesta
afirmativa:

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—Esta corriente es parte de la corriente del Golfo. Sus velocidades


son menores cerca de la costa, tanto al norte, en el litoral floridano,
como al sur, en el cubano, y en la medida en que nos acercamos al
centro del estrecho de Florida, sus velocidades aumentan.

El fiscal pregunta de nuevo si las velocidades de la corriente, a


menos de 3 millas de la costa, son de 0.2 nudos y el testigo le ex-
plica que estas varían de 0.2 a 1 nudo. Son las 10:45 a. m. y la jueza
le tira un cabo al fiscal para que descanse de otro nudo, el de sus
repeticiones.
De vuelta a las 11:07 a. m. caemos en el vórtice de un pequeño
remolino que, según la carta de corrientes, parece ser parte de la
geografía en la desembocadura del río Jaimanitas, al menos en
esta época del año. Aunque el fenómeno hidrológico no tiene nada
que ver con las áreas que ha discutido el testigo, Kastrenakes pare-
ce querer meter en el dichoso remolino a todo el jurado, a ver si se
rinde por mareo. Que si el agua coge pa’llá... Que si coge pa’cá... Que
si sube pal’oeste... Que si baja pal’este... La velocidad de la corrien-
te justo en la costa es de 0.25 nudos y el fiscal fuerza un cálculo con
esta velocidad, que no tiene que ver con la velocidad de la corrien-
te en el lugar de los hechos, para insinuar que el margen de error
del experimento científico pudiera ser de unas 15 millas.
Y no se puede dejar de crear otro remolino alrededor de la de-
claración jurada del testigo —que no tengo en mi poder—, donde
un párrafo parece vincular los cálculos del científico con el lugar del
derribo de los aviones; el fiscal quiere saber si Viamontes localizó
este último en el mapa y recibe una respuesta negativa. La discu-
sión se centra en el párrafo y en lo que el oceanólogo interpretó del
mismo cuando otra persona se lo tradujo al inglés: que él estaba
calificado para testificar sobre la trayectoria que pudo haber segui-
do el objeto hasta el lugar en que fue encontrado, de acuerdo con
sus estudios de las corrientes marinas.
Por la lectura que el fiscal está haciendo del párrafo, tengo que
aceptar que parece prestarse a malas interpretaciones, pues la men-
ción al lugar del derribo sirve para apuntalar el argumento de que
la opinión del experto estaría influida por su conocimiento previo
de la posición de este evento. Kastrenakes no pierde la oportuni-
dad de reiterar su lectura, recibiendo siempre la misma respuesta:
Viamontes interpretó del párrafo que él estaba capacitado para ha-
cer esas mediciones y punto.

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La declaración jurada no puede llevar a otra parte que al papel


que habrá desempeñado Nuris Piñero, abogada castrista que habría
tomado del cogote al científico para obligarle a preparar un mapa
donde las corrientes son de extrema izquierda y el nivel de las aguas
baja desde el Comandante, siguiendo por ahí pa’bajo, todos ejer-
ciendo presión hidráulica sobre el científico y su familia para que
aquel haga los cálculos políticamente correctos. El testigo se mantie-
ne firme y dice que no sabe si Nuris trabaja para el gobierno. Acepta
que realizó los cálculos antes en presencia de la abogada, quien le
diera la posición del hallazgo para que él realizara el experimento.
Por supuesto, él sabía que hubo un derribo y realizó los cálculos con
la abogada unos tres días antes de su testimonio, para determinar la
probable posición del hecho sobre la base de sus cálculos y supo-
niendo que el objeto hubiera pertenecido a algún avión. Reitera que
nadie le dio los puntos del derribo para realizar sus cálculos y el úni-
co punto que se le dio fue el del hallazgo de la bolsa.
Y aunque parezca mentira el fiscal quiere volver sobre la historia
del viento y su efecto en un objeto «a la deriva»:

—¿Cómo afecta el viento a un objeto con una mitad bajo el agua


y otra sobre la superficie?

El oceanólogo abunda en la materia: la deriva del objeto es re-


sultado del cálculo vectorial de la presión del aire sobre la parte
expuesta y la velocidad de la corriente. Si ambos van en la misma
dirección, los vectores se suman y si sus direcciones son contrarias
los vectores se restan:

—Esto no se aplica a un objeto sumergido sobre el que el viento


no ejerce influencia –repite por enésima vez Viamontes.

Para terminar, el fiscal establece que el punto de las 9.3 millas


náuticas al norte del Morro se le dio al testigo, él no lo determinó.
Si este punto fuera erróneo, el experto tendría que replantearse
el problema y hacer sus cálculos nuevamente. Kastrenakes quiere
que Viamontes le muestre en el mapa los puntos de Guanabo y Ca-
bañas, lo cual él hace de buena gana. Claro, no se puede terminar
sin referirse a si el gobierno castrista tiene en sus largas manos los

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frijoles de la familia Viamontes. Pero para desazón del fiscal el Ins-


tituto de Hidrometeorología es una entidad estatal independiente
autofinanciada que, para más desgracia... ¡no pertenece a ningún
ministerio! Ni siquiera al Ministerio del Interior. Creo que he podido
conciliar concisión con alcance para ser breve, sin que escapara al-
go de esta hora treinta y tres minutos de contraexamen que acaba
de concluir justamente al mediodía.
Paul viene a hacer su reexamen para establecer que ni las co-
rrientes justo en la costa ni el remolinito del río Jaimanitas tienen
que ver con el área en la que se halló el bolso o con los cálculos del
testigo. Este no tiene que ver con la DAAFAR (Defensa Antiaérea y
Fuerza Aérea Revolucionaria) ni está familiarizado con el derribo de
los aviones, ni había hecho alguna investigación al respecto, ni se
le mostraron los lugares en que ocurrió el incidente. Nuris es una
abogada que está ayudando a Paul McKenna y el testigo conoció
a este último dos días antes del testimonio. Ni la primera ni nadie
más le dijo cómo tenía que testificar, y no conoce nada acerca del
punto en que apareció el maletín, 9.3 millas al norte del Morro. Él
se limitó a resolver un simple problema matemático con los datos
que le dieron.
Viamontes vuelve a dar su interpretación de la declaración ju-
rada. Según su opinión, el párrafo no hace más que confirmar su
capacitación para determinar el lugar del origen del bolso, a partir
del punto en que fuera encontrado. Paul lee el párrafo completo y
el testigo explica que le fue traducido por alguien en la Consultoría
Internacional que dirige la abogada Nuris, pues él personalmente
no domina el inglés. El testigo, por supuesto, conoce que el juicio
tiene relación con el derribo de los aviones de Hermanos al Res-
cate, pero el párrafo de la declaración jurada no dice en ninguna
línea que él haya marcado el lugar del derribo. El mapa que se uti-
lizó es editado en los Estados Unidos. Las corrientes al norte de La
Habana son estables en dirección nordeste. El bolso no podía es-
tar sobre el agua, pues sus características de flotabilidad lo harían
permanecer semihundido, de manera que el viento no es un factor
para considerar en su deriva.
Son las 12:40 cuando el testimonio del oceanólogo Jorge Luis
Viamontes Fernández llega a su fin. Gerardo ya circula su próxima
caricatura con una sugerencia en la que todos coincidimos: Paul

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pudo haber conseguido un par de científicos más capacitados, in-


dependientes, libres y honorables que este oceanólogo graduado
en el Kremlin.

Es verdad Caroline, nos estamos moviendo hacia el nordeste… ¡¿John?!


Kastrenakes y Heck Miller quisieron comprobar la teoría de Viamontes…

El testimonio del oceanólogo no puede haber sido mejor. Jor-


ge Luis Viamontes no es solo un hombre preparado en su campo,
también destila honestidad, sencillez y credibilidad. Aunque poco
acostumbrado a esta situación y ocasionalmente tal vez algo ner-
vioso, mostró la solidez de sus conocimientos y estableció muy bien
sus puntos. En ocasiones, Paul, tratando de obtener respuestas más
categóricas acerca de la precisión de sus cálculos, no pareció muy
contento cuando Viamontes se refería en términos de probabili-
dades o describía los puntos calculados como áreas aproximadas,
pero yo creo que esto le dio mayor credibilidad ante el jurado,
tratándose sobre todo de corrientes marinas, un área en la que
supongo nadie espere una precisión milimétrica o una respuesta
absoluta. Otro buen tanto para la defensa.
Faltan cuarenta y dos minutos para el final de la sesión y viene a
declarar Cecilio García de la Cruz, quien también lo hace a través de
un video. Cecilio es un oficial de la Defensa Antiaérea, ahora esta-
cionado en Santa Clara, que en febrero del año 96 era el jefe de la
estación de radar ubicada en el Pan de Matanzas. Graduado de In-
geniero en el Instituto Técnico-Militar José Martí en 1987, se desem-
peñó como ingeniero de radar durante dos años, antes de asumir el
mando de una unidad de dos radares, para ser luego jefe ingenie-
ro de radares a nivel de batallón primero y de regimiento después.

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En 1993 estudió en la Academia Superior de las FAR Máximo Gó-


mez y luego pasó a ser el jefe del Batallón de Radares del Pan de
Matanzas, posición que ocupaba en febrero del 96.
Huelga decir que está familiarizado con la técnica de radares.
El Batallón del Pan de Matanzas es el mejor de su tipo en Cuba,
porque sus unidades combinan una altura de 861 metros sobre el
nivel del mar con una cercanía a la costa que les resulta ventajosa.
El testigo sabe leer datos de radar y lo ha estado haciendo por die-
ciséis años. A solicitud de Paul dibuja un esquema de la estación
que dirigía en el año 96.
La estación soterrada controla el trabajo de cuatro radares,
tres que miden ángulo y uno que mide altura del objetivo. El
local bajo tierra dispone de tres pantallas de radar, cada una
con su operador, quienes están bajo la supervisión del testigo,
que también dispone de una pantalla habilitada para reproducir
a voluntad la imagen de cualquiera de las otras tres. A dos me-
tros del oficial está ubicado el planchetista, quien en una plan-
cha transparente va dibujando las trayectorias que están siendo
seguidas por los operadores, los cuales se comunican con él a
través de audífonos.
El oficial nos explica que, en febrero del año 96, la estación no
disponía de almacenamiento automático de datos, por eso, cuan-
do se quería conservar la información de un vuelo determinado, se
ponía un papel transparente sobre la plancha y los datos dibuja-
dos en ella por el planchetista eran copiados sobre papel cebolla.
El 24 de febrero de 1996 el testigo fue llamado a su casa y se pre-
sentó en la unidad a las 11:30 a. m. Allí se enteró de que se habían
recibido tres planes de vuelo de la organización Hermanos al Res-
cate, donde se establecía que supuestamente volarían al norte de
Cuba, desde Sagua la Grande hasta el Mariel.
Sorprendidos por la hora, no hay tiempo para más. La jueza
excusa al jurado para hurgar un poco en la espinita del marino
que tan súbitamente levara su ancla para pescar justo una semana
antes de operarse del cerebro. Resulta que la secretaria de Lenard,
una amable y eficiente señora de nombre Lisa, ha logrado hablar
con algunas personas del entorno del capitán y descubrió que, con-
tra lo que afirmara en la mañana la Fiscalía, hay varias maneras de
comunicarse con el testigo potencial en alta mar.

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La jueza ya no cree en casualidades y muestra su irritación por


el hecho de que se le hubiera ocultado la posibilidad de hacer con-
tacto con el testigo:

—Yo quiero que tanto la defensa como la Fiscalía se pongan en


contacto con el capitán y lo convenzan de que se presente a la
Corte. De lo contrario tendré que enviar al guardacostas a que lo
recoja de su barco y lo traiga a tierra para que testifique.

Estas palabras provocan alarma en el cubil de la Fiscalía y la


señora Heck Miller se pone de pie sobresaltada:

—¡¿Usted va a involucrar al guardacostas en este asunto, señora


jueza?!

Kastrenakes viene con refuerzos y explica que, a estas alturas, el


marino «debe de estar en medio del Atlántico, quién sabe si cerca
de África». Pero Su Señoría debe conocer algo de geografía y no
ve cómo en tan poco tiempo un barco de pesca se haya trasladado
al continente negro.

—Yo espero que ambas partes tengan éxito en hacer que el señor
se presente voluntariamente a testificar. De lo contrario haré
que el Servicio de Guardacostas vaya a buscarlo a su barco.

Y con estas declaraciones que le amargarán la digestión a los


fiscales este fin de semana, termina la sesión.
Otra semana mutilada y el juicio se sigue arrastrando penosa-
mente en sus últimos momentos. A nosotros también se nos va
notando el cansancio.

Hoy es domingo 13 de mayo. Esta semana también tuvimos difi-


cultades con un miembro del jurado, lo cual hizo que el juicio se
volviera a atrasar, aunque nos sirvió para discutir las instrucciones
al panel.
Es el Día de las Madres y tuve la suerte de hablar contigo, aun-
que me diste la desafortunda noticia de la enfermedad de Gladys.
Luego pude llamar a Papín, quien además de contarme que recibió

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tu llamada, me puso al tanto de la salud de mi tía. Aunque parece


estar bastante delicada, tengo la esperanza de que pueda rebasar
ese estado y la vida me dé la oportunidad de darle un beso, una
vez que esto haya terminado. Con esta nota triste, que empaña un
día tan bonito y significativo, comienzo la narración de la semana
que acaba de concluir.
Paul ha decidido no llamar al capitán del barco pesquero como
testigo y el Servicio de Guardacostas se ahorra la necesidad de irlo
a buscar al golfo de Guinea, adonde, según Kastrenakes, lo habría
llevado su bote raudo y veloz en un par de días. Al parecer, se ha lle-
gado a una especie de acuerdo entre las partes en relación con este
testigo, y yo respiro aliviado, pues no me entusiasma que el caso de
la defensa se siga prolongando. Paul nos informa que no traerá más
testigos, una vez que haya terminado la deposición del operador
de radar cubano y Lisa McDermont vuelva a ocupar el estrado por
un momento. Después de eso se pondrán en la evidencia unos po-
cos documentos y, si todo sale bien, el abogado espera terminar en
el día su presentación.
La jueza decide que se puede aprovechar el impasse provocado
por la novedad del jurado para discutir las instrucciones al panel.
Por lo pronto, se reanudan los procedimientos el lunes 7 de ma-
yo a las 9:22 a. m. Continuamos viendo en nuestras pantallas al ofi-
cial Cecilio García de la Cruz, quien bajo la guía de Paul se remonta
nuevamente al 24 de febrero de 1996.
La tarea que se le asignó fue la de seguir objetivos lentos y a ba-
ja altura procedentes del norte, y el abogado quiere saber si el tes-
tigo anteriormente había efectuado seguimiento a Hermanos al
Rescate.

—¡¡Uhhh!! ¡Una pila de veces! –responde muy serio Cecilio, mien-


tras apoya su afirmación con un movimiento de ambas manos.

El oficial explica que también hizo lo mismo en enero del 96


y describe algunas características de los aviones de Hermanos al
Rescate:

—Vuelan a poca altura y son lentos. Su tamaño es pequeño y tie-


nen poca área de reflexión, por lo que el eco que retornan es
bastante débil.

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A continuación informa que sus radares no están equipados


para recibir señal secundaria o de transponder y que él no tiene co-
municaciones con ningún avión desde su puesto.
De vuelta al día del derribo. Él estaba esperando los aviones
porque había recibido el plan de vuelos, y todo el mundo estaba
en sus puestos. Describiendo más en detalle el trabajo del planche-
tista, explica que este se sitúa frente a él, a unos dos metros, y es-
cribe en la lámina de plexiglás los datos de radar desde el lado
opuesto y de manera invertida, para propiciar que el oficial ten-
ga control sobre toda la plancheta y pueda leer correctamente lo
que se escribe en ella. Tras el incidente, él dejó los datos en la lámi-
na para poder documentarlos. Le superpuso luego el papel cebolla
para transferirle la información.
Paul quiere introducir en la evidencia el papel cebolla, así como
una copia que se hiciera de este, que el testigo autentifica a su vez y
explica que él documentó el vuelo por tratarse de una violación del
espacio aéreo cubano. Cecilio identifica dos rayitas paralelas que
simbolizan el punto en que el radar perdió el rastro de los aviones;
aclara que no hay ningún otro original del papel cebolla, excepto
el que está siendo introducido en la evidencia. Caroline Heck Miller
quiere interrogar al testigo antes de que se proceda a la admisión
de ambas piezas.

—¿El trabajo de colección y registro de la información es realizado


por varias personas?
—Sí, señora. Se trata del operador de radar, el planchetista y yo
mismo.
—¿No hay siete personas haciendo este trabajo en la estación?
—No, señora. Nosotros nos apoyamos en el radar principal para
este trabajo.
—¿Ustedes utilizan tres planchetas?
—No, señora. Nosotros utilizamos una sola plancheta en la que se
trazan los datos que yo determino. Usualmente provenientes del
radar principal.

El testigo declara que tiene bajo su control tanto al planchetista


como a los tres operadores de radar, que él determina la antena
cuyos datos irán siendo transferidos a la plancheta y supervisa al
planchetista para asegurarse de que coloca los datos correctos.
Para concluir el interrogatorio admite que no todos los datos en la

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lámina de plexiglás son controlados por él, pues hay información


geográfica y de otro tipo en la plancheta que no está bajo su control.
A las 9:56 Paul retoma el cuestionario para establecer que el tes-
tigo confirma las marcas en la plancheta, comunicándose por me-
dio de audífonos, tanto con el planchetista como con los operadores
de radar. La plancheta refleja fielmente los eventos y el oficial es la
fuente más confiable de su precisión, por ser el más experimenta-
do, el más calificado y el que tiene a mano la mayor cantidad de
información, pues su pantalla puede representar a voluntad los tra-
zos de cualquiera de las otras y él controla las comunicaciones de
la dotación.
El papel cebolla y su copia son introducidos como evidencia;
Paul los muestra al jurado para luego establecer que, a propósito
de la investigación de la OACI, el testigo los hizo llegar a la comi-
sión del organismo internacional. Y tanto a él como al resto de sus
subordinados les fueron tomadas declaraciones juradas. Ahora se
explica cómo los datos del papel cebolla fueran trasladados a un
mapa, superponiendo el primero al segundo, sobre una mesa ilu-
minada. Paul quiere introducir también el mapa en la evidencia,
y nos enfrentamos a otro cuestionario de la señora Heck Miller.
Cecilio transfirió personalmente los datos del papel cebolla al
mapa. Algunos detalles que aparecen en el mapa no aparecen en
el papel. El testigo resaltó en el mapa el límite del ADIZ de Cuba,
una vez que pasó los datos, para acentuar la violación del espa-
cio aéreo. La transferencia se realizó hace cinco años y el testigo
no recuerda con precisión la secuencia en la que algunos puntos,
como la localización de su estación de radar, fueron señalados en
el mapa. El oficial da fe de que todos los datos del vuelo son fiel-
mente representados, y admite que el trabajo es hecho a mano.
Pero la fiscal sigue dando vueltas a si esta marquita por aquí y
la otra marquita por allá, y Cecilio le corta el paso:

—Señora, si usted quiere deme el papel cebolla y el mapa y le


puedo mostrar que todo coincide.

La fiscal se llama a capítulo y Paul recupera a su testigo.


El mapa es introducido en la evidencia y el abogado estable-
ce que las marcas hechas por el testigo, como la localización de la
estación de rastreo y el límite del ADIZ, no alteran la información del

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producto. Las coordenadas de los puntos de desaparición de los ob-


jetivos son calculadas por el oficial: 23°10’N 082°39’O para el pri-
mer avión, a las 3:20 p. m., y 23°13’N 082°21’O para el segundo
avión, a las 3:23 p. m., y las distancias de la costa se fijan en 5.3 y
5.9 millas náuticas, respectivamente.
El oficial repite que ambos aviones desaparecieron de sus pan-
tallas en aguas cubanas, y explica cómo se calibró el radar al co-
menzar la jornada, utilizando lo que se demonina como objeto local
de control, lo que definió como determinado punto fijo en la geo-
grafía circundante, a partir de cuyo retorno los datos de radar pue-
den ser comparados con la distancia y ángulo conocidos hasta el
objeto, para determinar su precisión.
A las 9:48 nos vamos a un receso y se apagan los monitores.
De vuelta del receso, Paul pide al militar que puntee en el mapa
antes utilizado por el oceanógrafo, la posición del derribo. Cecilio
pone sobre el mapa la regla una y otra vez y en un tiempo que me
parece eterno parece dudar sobre si marca el punto o no. Al final
se decide y establece la localización que resulta estar bastante
cerca del punto anteriormente marcado por el científico, tras sus
cálculos de deriva. Paul presenta para la evidencia el mapa donde
aparecen localizados el punto de derribo y el punto calculado por
el oceanógrafo, bastante cerca el uno del otro, así como el lugar en
que se hallara el maletín unas 17 millas al este nordeste.
Y a las 11:30 a. m., la voz del abogado es sustituida en la graba-
ción del video por el graznido de la Heck Miller.
La apertura es la típica: gambito de prejuicios con amenaza de
dama cacumen torcido variante Heck Miller. El testigo es mayor
de las FAR y pertenece a la DAAFAR. No pertenece a la Fuerza Aé-
rea, que es otro departamento de la DAFAAR, su departamento es
el de tropas radiotécnicas. Era capitán en febrero de 1996 y para
disgusto de la fiscal no fue promovido a su actual grado hasta di-
ciembre de 2000. Era jefe del Batallón Radiotécnico del Pan de
Matanzas hace cinco años; el nombre del Batallón se deriva de su
ubicación geográfica en la altura del mismo nombre. Es un militar
graduado en el ITM (Instituto Técnico-Militar) y toda su educación
la ha recibido en las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Por supues-
to que es un militar leal a su juramento y por supuesto que ha sido
entrenado en radares.
Su función en la dotación es de supervisor. Aquel sábado 24 de
febrero fue llamado a las 10:30 a. m. por su segundo al mando.

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La fiscal quiere saber si fue llamado en virtud de algún oscuro plan,


que tal vez el testigo tuviera bajo su almohada en un sobre lacrado
para que fuera abierto al recibir una contraseña. Pero Cecilio parece
alérgico a dar vueltas a los asuntos y cuando Caroline comienza a
ponerse densa, la corta firme pero cortésmente:

—Señora, eso fue una llamada telefónica –y haciendo como quien


habla al teléfono prosigue—: «¡Oye, Cecilio. Arranca pa’cá!...». Y ya.

El oficial ha sido llamado otras veces en relación con Hermanos


al Rescate, sobre todo desde el año 1995. Y la llamada del 24 de
febrero de 1996 no fue distinta a las demás.

—Aunque, a decir verdad, después de ese día ya no molestan tanto.

La estación de radar a cargo del militar se halla en las afueras de


la ciudad de Matanzas, cerca de la costa, y el calendario de trabajo
es aleatorio: no es operada en un horario fijo ni las veinticuatro ho-
ras del día. De nuevo explica que asumió sus deberes regulares tras
recibir la orden de rastrear objetivos lentos y a baja altura proce-
dentes del norte. Una vez que los planes de vuelo llegaron, ordenó
conectar todos los equipos.
Los radares del Pan de Matanzas se hallan a 381 metros sobre
el nivel del mar y son radares de búsqueda, algunos rotatorios. El
oficial está entrenado en rastreo de objetivos lentos y de baja altu-
ra y la fiscal quiere saber si él se entrenó en este tipo de objetivos
durante el mes previo, e insiste en el tema:

—¿No se entrenó en este tipo de objetivos un mes antes del


derribo? ¿No practicó eso poco antes? ¿Ustedes no utilizaron en
enero un avión Wilga como objetivo para estos entrenamientos?

Pero la firmeza de Cecilio escapa a la presión de Heck Miller y sabe


ponerse molesto ante la impertinencia sin perder su decencia. Tras
negar varias veces las insinuaciones de la fiscal, da un tirón a la brida:

—Señora, Basulto nos acostumbró a trabajar los sábados cada vez


que venía a violar el espacio aéreo de Cuba –dice con determi-
nación–. Él mismo nos hizo expertos sin necesidad de practicar.

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Definitivamente Basulto tiene pocas oportunidades como re-


dentor del pueblo cubano.
Se habla de las características de los radares. Y luego hay un
duelo fuerte entre ambos interlocutores, cuando la fiscal trata de
saber demasiado sobre el trabajo del oficial y este le dice, tan cor-
tés como firme, que había ciertos asuntos militares cubanos en los
que no le permitiría meter sus narices para olisquear.
Luego de un receso, Caroline sigue escudriñando en las fun-
ciones del testigo el día de los hechos. El oficial tenía varios telé-
fonos para recibir y hacer llamadas, por lo que podía comunicarse
con su jefe inmediato superior, cuya función dice desconocer. Ce-
cilio no escuchó ni participó en las comunicaciones radiales y no
tuvo contacto con los navegadores que dirigieron la trayectoria de
los Mig. Los cuatro operadores de radar bajo su mando estaban
separados entre sí, como también del testigo y el planchetista, con
quienes podían comunicarse individualmente a través de sus au-
dífonos. Todas las antenas bajo el control del testigo se encuen-
tran en el Pan de Matanzas.
Los planes de vuelo recibidos telefónicamente por el militar in-
cluían la hora, ruta de vuelo y latitud aproximada de la trayectoria,
pero no recuerda que incluyeran el squak; por otra parte, no es algo
con lo que él trabaja, pues su radar solo está equipado para recibir
el eco primario de un objetivo y no para captar las señales del res-
pondedor. La fiscal quiere saber si los radares militares de Cuba no
disponen de esa capacidad, en oposición a los civiles. Pero el testi-
go se limita a responderle que el suyo no recibía señal secundaria
y eso es lo único que él sabe.
Ahora vamos al papel cebolla. Unos símbolos indican el punto en
que terminó la ruta de dos de los tres aviones. Usualmente debe ha-
ber comunicaciones entre las autoridades civiles y las militares, aun-
que Cecilio no tiene conocimiento de primera mano para testificar al
respecto. Las trayectorias son seguidas por seres humanos.

—¿Los aviones pueden identificarse entre sí sin el respondedor?


—Yo solo uso radares primarios, señora.
—¿Usted sabe que el respondedor sirve para que se identifiquen
aviones entre sí?
—Sí, señora.

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—¿Entonces es una persona la que tiene que identificar los avio-


nes entre sí?
—Sí, señora.
—¿El radar no hace esto automáticamente?
—No, señora.
—Pero los radares del tráfico aéreo sí lo hacen. ¿Eso es correcto?
—Yo no sé, señora.

El testigo supervisó todo el proceso desde el plexiglás, pasando


por el papel cebolla y terminando en el mapa. Se utilizó una mesa
iluminada para pasar los datos del papel cebolla al mapa. Normal-
mente transcurren algunos segundos entre la fijación de una posi-
ción por el operador del radar y el punteo de dicha posición por el
planchetista. La velocidad de rotación del radar depende de si se
trata de detección o seguimiento, siendo de 3 r. p. m. en el primer
caso y de 6 r. p. m. en el segundo. La posición del objetivo es pun-
teada en el plexiglás cada dos minutos, lo cual según el testigo le
concede más precisión, pues el eco es reflejado en el radar veinte
veces antes de ser marcado en la plancheta. Los Mig no fueron ob-
jeto de punteo, y el papel cebolla solo se utiliza para dejar constan-
cia de alguna violación, como en este caso. El límite de las aguas
territoriales es reflejado en el plexiglás, pero no en el papel cebolla.
Cecilio no tiene contacto radial con los aviones de Hermanos al
Rescate, aunque su estación tiene las facilidades de radio instala-
das, pero no están habilitadas para el uso. Existía la posibilidad de
utilizar la frecuencia de emergencia de 121.5 mhz, aunque normal-
mente estos equipos permanecen desconectados y su empleo no
es parte de la rutina de la estación. El testigo no sabe si se habría
confeccionado algún otro mapa de la situación aérea del 24 de fe-
brero de 1996, y recuerda que efectivamente uno de los intrusos
pudo regresar de vuelta a los Estados Unidos.
De regreso al mapa ofrecido en evidencia por el testigo: el pri-
mer avión fue detectado al acercarse a Cuba a las 2:39 p. m., el se-
gundo a las 2:41 y el tercero a las 3:00; hubo un lapso de veintiún
minutos entre la primera y la tercera detección. El radar es capaz
de detectar embarcaciones, aunque el testigo no recuerda si de-
tectó alguna el día del derribo, pues de haber ocurrido esto él no
lo hubiera reportado, por no ser parte de su misión y no tener re-
levancia.

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Dicho esto, ya son las 2:00 p. m. y han pasado quince minutos de


la hora fijada para cerrar la sesión, de manera que la jueza decreta
un alto hasta el día siguiente y Heck Miller se queda a medio pelo
de terminar su contraexamen del testigo.

El martes 8 de mayo nos levantamos y Gerardo se conecta como de


costumbre a las ondas hertzianas para olfatear el ambiente local.
Hay luto en la sagüesera, pues hace ya cincuenta y seis años que
los soviéticos partieron el espinazo a la maquinaria militar hitleria-
na y no falta el comentario en Radio Mambí: «Mañana será otro
aniversario de la desgraciada fecha en que los rusos derrotaron a
Alemania en la Segunda Guerra Mundial».
Otro bichito fascistoide recibirá también palos en la Corte, esta
vez de un modesto soldadito rojo de esa islita cabezona que no se
deja gobernar. Tan roja la manzanita y no acaba de madurar para
caer en el seno amoroso de la Unión Americana.
Cuando los monitores vuelven a la vida, la voz de Caroline inte-
rroga a Cecilio por solo un par de minutos. El primer avión fue derri-
bado a los 23°10’N 082°39’O y el segundo a los 23°13’N 082°21’O:

—¿Está usted tan seguro de estas posiciones como del resto de su


testimonio? –pregunta Heck.
—Sí, señora.

Escuchamos a continuación la voz de Paul, que comienza su in-


terrogatorio.
El seguimiento de botes y otros arcefactos flotantes no era parte
de las labores del oficial, quien había sido asignado únicamente al
monitoreo de aeronaves a baja altura y poca velocidad. Él no tiene
que hablar con los aviones de Hermanos al Rescate y su trabajo solo
consiste en dirigir y controlar radares. Los dos minutos que median
entre el punteo de posiciones contiguas no afectan la precisión de
la lectura; el oficial confía en el método, que le permite seguir tres
trayectorias distintas y representarlas en el mapa, tal como hizo en
este caso. Todas las trayectorias se dirigían a la ciudad de La Habana.
Los vuelos se desviaron bastante más al sur de lo que aparecía
en los planes y no estaban autorizados a violar las aguas cubanas. El
margen de error del radar no los localizaba en aguas internacionales.

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El oficial no practicó ningún derribo y nunca se le comunicó que esto


sucedería en dicha ocasión, por lo que se enteró del incidente horas
después, a las cinco de la tarde. La lealtad del testigo a su país no
compromete su integridad hasta llevarlo a mentir bajo juramento.

—No puedo mentir porque eso es delito. Yo soy un especialista


en radares, no soy ni un político ni un economista o alguna otra
cosa. Yo solo testifico acerca de lo que vi en mi radar.

La documentación se preparó hace cinco años, una vez que se


violó el espacio aéreo; y aun antes de conocer del derribo ya el ofi-
cial había firmado el papel cebolla. La llamada de ese sábado no
fue un hecho aislado, Basulto gustaba de ir a molestar los sábados
a Cuba, de manera que no era extraño que un sábado se produje-
ra este aviso. El testigo asocia a Basulto con el grupo Hermanos al
Rescate. Él entregó los mapas a la OACI, aunque no fue entrevistado
personalmente por los investigadores. Los radares se encontraban
en buen estado el día del derribo y todo fue hecho correctamente.
Paul lee de la declaración jurada.

—Yo punteé el progreso de los objetivos durante el curso de en-


trada y luego cuando uno dejó las aguas cubanas.
—¿Esa declaración es precisa? –pregunta McKenna, y a la respuesta
afirmativa del testigo da por terminado su cuestionario.

Pero Heck es propensa al suicidio —al fin y al cabo otro atorran-


te se suicidó en Berlín hace cincuenta y seis años— y quiere hacer
algunas pregunticas extras al testigo, de manera que, trayendo los
clavos que faltan a su ataúd, se lanza a otro recontrainterrogatorio
del que supongo se arrepentiría luego.

—¿Usted no puede mentir?


—No, señora.
—Si se le acusara de mentir en este caso, ¿usted iría a los Estados
Unidos a enfrentar esos cargos?
—Yo soy un militar señora. Tengo jefes.
—¿Entonces usted no iría a enfrentar cargos de perjurio a los Es-
tados Unidos?

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—Usted tiene que comprenderme, señora. Yo no soy un abogado


y no sé lo que ustedes quieren decir por perjurio. Yo soy un
especialista de radares.

Heck Miller se abstiene de describir al testigo lo que significa ser


perjuro —tal vez la descripción coincidiría con casi todos sus testi-
gos y eso no sería saludable—. Y ahora viene Paul armado del mar-
tillo para calafatear el ataúd de Heck Miller con los clavos que ella
misma trajera.

—¿Usted está preocupado de si ha mentido aquí?


—No.
—¿Usted iría a los Estados Unidos a declarar esto mismo?
—Lo mismo que acabo de declarar aquí —responde Cecilio con
determinación—, lo diría en Estados Unidos, en Alaska y donde
ustedes quieran. Esa, señor, es mi verdad... Ahora... —continúa
respetuosa y firmemente el oficial—, ustedes tienen que com-
prender que yo soy un militar. Cualquier militar en cualquier
país del mundo necesita permiso para hacer un viaje como este.
Y si ustedes hacen los arreglos legales correspondientes... —re-
mata mientras se encoge de hombros—, yo voy a donde tenga
que ir, señor.

Y así termina la deposición del único testigo cubano que logró


congeniar con Heck Miller..., si interpretáramos por congeniar el
mantenerla a raya sin inmutarse, enfrentar sus provocaciones con
una calma a toda prueba y mezclando firmeza con autocontrol. «Sí,
señora... No, señora... Esto no es así, señora... Aquello no es asao, se-
ñora... Señora... ¿Quién dijo eso?... ¿Señora?».
El hecho es que nos anotamos otro buen testigo. Muy conoce-
dor de su oficio, directo, serio y convencido de su testimonio, no
permitió libertades a la fiscal y nuevamente puso de relieve el abis-
mo que separa a la gavilla que desde aquí quiere componer el futu-
ro de Cuba y los que allá conocen muy bien el pasado y el presente de
ese futuro que todo un pueblo tuvo a bien renunciar. Cecilio García
de la Cruz, el cubano sencillo que seguramente se siente a sus an-
chas en su estación de radares y con su plancheta al frente, supo
ponerse la corbata, que a todas luces sentía incómoda, para barrer
el piso, en su propio terreno, con la sofista consumada, quien con

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aires de superioridad había arribado a la Perla del Caribe en «un


avión del gobierno norteamericano».
A las 10:05 a. m. retoma nuevamente el estrado la eficiente in-
vestigadora Lisa McDermont y, a través de ella, Paul presenta al
jurado la bolsa y el cargador de baterías hallados a 9 millas del Mo-
rro, para explicar que ella trató de seguir la pista a dichos objetos
sin éxito y no le fue posible dar con alguna persona vinculada con
los mismos. Esto ha tomado solo dos minutos, y a las 10:07 a. m.
Kastrenakes quiere inquirir sobre este asunto y el testimonio ante-
rior de Lisa, acerca de la ubicación del hotel Tritón.
Así nos enteramos de que la investigadora localizó el empla-
zamiento del hotel Tritón con la ayuda de un mapa y una guía
turística. El fiscal se entretiene un poco con el mapa marino para
que la testigo ubique la instalación hotelera. Pero el contorno de la
costa hace que en esta zona el litoral habanero desaparezca bajo
el borde inferior del mapa —el mismo fenómeno que impidiera al
oceanólogo trazar una línea directa desde el punto de partida del
bolso hasta la orilla— y el hotel no puede ser localizado en este
mapa. Lisa estuvo en Cuba en febrero y abril del presente año, y
trajo en su último viaje el bolso y el cargador de baterías, artículos
que habían estado en manos de las autoridades cubanas hasta ese
momento.
Ha tomado solo unos minutos al fiscal y seguidamente Paul
quiere hacer algunas precisiones. El FBI tuvo oportunidad de exa-
minar el bolso y el cargador de baterías mientras estaban bajo la
custodia de Lisa y fuera de la presencia de oficiales cubanos. El
abogado quiere introducir la guía turística utilizada por la inves-
tigadora para localizar el Tritón y Kastrenakes se opone con éxi-
to. No olvides que después de todo la guía es impresa en Cuba y
quién quita que entre los intereses del gobierno cubano esté el que
los turistas se pierdan y no encuentren los hoteles. El testimonio
concluye cuando Lisa explica que el hotel tiene veintiún pisos y
ubica su posición en un mapa donde sí aparece el área de Miramar.
A las 10:37 el jurado se va a un receso y discutimos diversos
temas.
Se trata de algunas evidencias que Paul quiere introducir, como
la copia en color del papel cebolla donde se registró el vuelo del
24 de febrero. Heck Miller pide un poco de tiempo para buscar en
las transcripciones la fundamentación de este pedido de McKenna.

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Paul presenta también el registro del avión N58BB. A las 10:47 a. m.


la jueza nos da un receso y propone que se prosiga más tarde con
el jurado y discutir esas minucias luego.
De vuelta a las 11:10 a. m., ya las partes se han puesto de acuerdo
en cuanto a la mayoría de los documentos. Se discuten con la jueza
los restantes, que quedan casi en su totalidad en la evidencia. Y a las
11:23 a. m. se hace pasar al panel para que McKenna se los presente.
Una vez hecha la presentación, Paul anuncia el fin del caso de
defensa de Gerardo Hernández, a las 11:44.
William Norris viene a continuación para introducir una amplia-
ción de la página de instrucciones en donde se describe a Lorient
los indicadores que debe observar en Boca �ica.
A las 11:45 a. m. cesa la defensa de Ramón Labañino.
Le sigue Joaquín Méndez para introducir el reporte que las auto-
ridades cubanas entregaran al FBI sobre las actividades terroristas
contra la Isla en la reunión de junio del 98. A las 11:47 a. m. cesa la
defensa de Fernando González.
Un minuto después, a las 11:48 a. m., este 8 de mayo del año 2001
de la era cristiana, cesa la defensa de Antonio Guerrero y la de René
González, para dar fin a esta etapa del proceso. A las 11:59 a. m. el
jurado es excusado y termina el día bastante antes de lo previsto.

Hoy es 18 de junio y se cumplen diecisiete años del día hermoso


en que naciera nuestra querida hija. Todavía me suenan frescas en
los oídos las palabras de Alberto �appi cuando desde el control de
vuelos leyó, para que todos se enteraran, el telegrama en que me
hacías saber que la vida nos premiaba con Irmita y llenaba nuestro
hogar de felicidad. Algo parece haber llovido entre aquel momento
en que todas las congratulaciones de mis compañeros de vuelo
convergieron en mi avión y el momento en que te escribo estas
líneas, diecisiete años después.
También algo ha llovido –claro que bastante menos– desde el
último día en que escribí algo en este diario, el 13 de mayo pasado,
y este momento, aguas que incluyen el veredicto del jurado que
ya conoces y que trataré de ignorar, poniendo a prueba mi capaci-
dad de abstracción, en la medida en que continúo este relato para
traerte cada momento, tal y como lo viví en el instante preciso en

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que ocurrió, y esforzándome por no dejarme influir por el fallo del
panel. Espero lograrlo.
Sin perderme en detalles inútiles te puedo enumerar varias cau-
sas para explicar esta interrupción de más de un mes: terminado
el caso de la defensa y con varios días sin jurado disponible, nos
abocamos a la discusión de las instrucciones al panel, prolonga-
do y tedioso proceso que hizo extenderse las jornadas más allá
de lo previsto, devolviéndonos al piso generalmente alrededor de
las 7 p. m., solo con energías para comer algo y calentar algún asien-
to frente al televisor por un rato, antes de bañarnos e irnos a la
cama. Este proceso se combinó con el caso de refutación de la Fisca-
lía, que requirió de mi concurso para apoyar a Paul McKenna y ago-
tó mis reservas de tiempo una vez llegados a la unidad entre una
sesión y la otra.
De esta manera me tomaron por asalto los argumentos finales
de ambas partes, sorprendiéndome con un atraso de varias sema-
nas, que me llevó a la decisión de obtener las transcripciones de
los mismos para ofrecerte, si no su traducción literal, al menos una
versión fiel de los principales argumentos esgrimidos para dar por
concluidas las presentaciones.
Todo esto contribuyó al drenaje de las pocas reservas de neu-
ronas con que llegué a mediados de mayo. En otras palabras, mis
energías para sentarme al teclado se agotaron, hicieron mutis, se
evaporaron... En fin, me fundí. Así que el instinto de conservación
me aconsejó autorrecetarme unas vacaciones a las que he decidido
poner fin precisamente hoy, cuando se cumplen diecisiete años del
nacimiento de nuestra niña.
Y así regresamos al pasado 9 de mayo, miércoles en el calen-
dario, cuando se celebran cincuenta y seis años de la osadía de
tres rusos rojos al encaramarse en ese remanso de paz que era el
Reichstag, para sustituir con la bandera de la hoz y el martillo a la es-
vástica de los nazis, hecho que todavía conmueve los sentimientos
de los propagandistas radiales del gueto miamense.

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la decisión del jurado. El 8 de junio gran sorpresa, fuimos recibidos con fuertes
de 2001, sin una sola duda o pregunta, el aplausos por la gran mayoría de la población
jurado nos encontró culpables de todos los penal con la que habíamos convivido durante
cargos. La fecha del veredicto y casi la hora esos meses de juicio.
exacta se habían anunciado. Todo estaba
fríamente calculado. Los canales cloacas de Miami habían dado la
noticia del veredicto. En respuesta, recibimos
Ese día regresamos tarde de la Corte. Al aquel gesto, que bien pudiéramos llamar el
llegar a la unidad de dormitorio, para nuestra primer acto de solidaridad con nuestra causa.

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XII
Donde se discuten las instrucciones que
servirían al jurado para determinar si los
hechos del caso se adaptan a las leyes de cuya
violación somos acusados

Ese miércoles 9 es el primer día de discusiones alrededor de las


instrucciones al jurado que, como te dije antes, es un proceso com-
plejo y tedioso. La sesión comienza algo más tarde, cuando la jueza
hace su aparición a las 9:52 a. m. y se enfrenta a una sala bastante
llena, donde supongo que se encontrará la mitad de la agentura
del FBI de la aldea, las familias de los pilotos de los Hermanos
al Rescate por tres generaciones y su abogado Frank Angones, el
mago de los millones. También les acompaña una monja que han
traído a menudo a las sesiones, al parecer por su capacidad de
llorar en los momentos más convenientes.
Las primeras discusiones giran en torno a si dar al jurado las
instrucciones antes o después de los argumentos finales. La jueza
pide a las partes que se dirijan a ella por escrito y el asunto queda
inconcluso para pasar directamente a lo que será el plato fuerte de
varias sesiones: cómo conformar dichas instrucciones.
Este es un asunto que la jueza se toma muy en serio y, según
deducimos del proceso, es a menudo fuente de apelación una vez
que el juicio concluye. Las notas que yo puedo tomar no reflejan
en absoluto la complejidad y el tiempo que se emplean en estas
discusiones, pues tanto las partes como la jueza se apoyan en el
derecho precedente, en un libro de instrucciones generales que pro-
vee el Onceno Circuito14 y en las instrucciones que, según su criterio,
han preparado tanto Fiscalía como defensa. Nada de esto está a mi

14 Instancia judicial intermedia entre el distrito y la Corte Suprema de los Esta-


dos Unidos. Es también el primer nivel de apelación sobre los procedimientos
realizados en el distrito. En este caso el juicio se realizó en la Corte Federal del
Distrito Sur de Florida, perteneciente al Onceno Circuito, radicado en Atlanta.

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disposición. Y cuando alguna parte se refiere a Jack Estrujacráneos


o a la Instrucción 11.67(A)(1)(d), yo no sé que se están refiriendo a
un señor juzgado hace veintinueve años y a una instrucción regular
del Onceno Circuito, respectivamente. Con esas limitaciones todo
lo que yo puedo ofrecerte son las notas que alcanzo a hilvanar y
que resultan bastante escuetas en relación con la enormidad de
tiempo y discusiones empleadas en esta parte del proceso. Algunas
instrucciones son bastante rutinarias en su naturaleza y otras van
a asuntos medulares del caso, siendo la última categoría la que
más polémica levanta entre las partes y la que, por tanto, más
notas genera, aunque también es válido decir que las discusiones son
bastante reiterativas y los mismos puntos de vista se repiten una y
otra vez.
Para dar comienzo a esta etapa, la jueza decide que se empie-
ce a discutir el borrador de instrucciones propuesto por la Fiscalía.
Las primeras instrucciones pasan inadvertidas y parecen copiar al
carbón el librito emitido por el Onceno Circuito: «Ustedes deben con-
siderar toda la evidencia», «El acta de acusación no es una eviden-
cia», «Las caras de los acusados no son prueba de culpabilidad», «Y
por supuesto las de los fiscales no son prueba de inocencia», etc., etc.
En fin, se trata de instrucciones que deben darse a un jurado lo mis-
mo en un caso de drogas que en uno de infidelidad conyugal.
La primera instrucción que levanta un pequeño oleaje se rela-
ciona con el uso de las deposiciones y el sabotaje indiscriminado que
a través de sus objeciones ejerciera la Fiscalía. Ellos ahora quieren
que se explique al panel que los testimonios de Cuba han sido
editados, atendiendo a lo que Heck Miller llama eufemísticamente
«cuestiones legales». Joaquín objeta y deja en claro que lo que
ahora la señora quiere arropar con el manto de «cuestiones lega-
les» no es más que una montaña de objeciones, y que objeciones
en inglés se dice objections y no legal issues, y una montaña de obje-
ciones es eso mismo y no otra cosa. La jueza ventila el asunto de
forma expedita: la palabra objeciones queda escrita en piedra en
las instrucciones.
Al llegar a las instrucciones relacionadas con los cargos de cons-
piración, la discusión se complica. Joaquín quiere que se instruya
al jurado acerca del papel que nuestro conocimiento de la ley re-
presentaría en la conspiración. En otras palabras, nosotros estamos
acusados de actuar como agentes extranjeros sin notificarlo a la

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Procuradoría General; pero si no conocíamos que había una ley


que requería de esta notificación, no debemos ser hallados cul-
pables.
Norris acude a la regulación que establece los procedimientos
para registrarse, conocida como la 28 CFR 73.01, y señala una ex-
cepción al requisito de registro, que libera de dicha obligación a
cualquier agente extranjero en visita temporal, relacionada con los
asuntos internos de su propio país. La regulación ha sido citada en
el acta de acusación, y el señor Norris pide que la excepción sea
dada al jurado como una instrucción.
La señora Randy Golder, que nuevamente acompaña a McKenna,
pide una instrucción específica respecto al cargo general de conspira-
ción para actuar como un agente extranjero sin notificarse. Se trata
de que el cargo cita dos ofensas separadas y la abogada está pi-
diendo a la jueza que el jurado decida específicamente de cuál de
las dos ofensas —defraudar al gobierno en sus funciones o actuar
como agente no registrado–, encuentra culpable a cada acusado.
La jueza se reserva la respuesta a esta última petición y Heck Miller
tiene la palabra.
El representado de Norris no reúne los requisitos para calificar
como un oficial temporal de un gobierno extranjero en visita rela-
tiva a los asuntos internos de su país, pues ha estado aquí desde el
año 1992 y ha estado trabajando en la penetración a largo plazo
de instalaciones militares. Por otra parte, la regulación 28 CFR, que
establece los procedimientos para registrarse, no puede estar por
encima de la ley aprobada por el Congreso, que seguramente no
estableció una excepción para que los agentes castristas se paseen
por Miami poniendo en peligro la seguridad nacional de los Esta-
dos Unidos y la esencia misma de sus valores democráti... ¿o diría
plutocráticos?..., en fin.
La jueza no parece coincidir con Heck Miller y plantea que el
tema de la temporalidad de nuestra presencia y su relación con
asuntos internos de Cuba debe ser argumentado ante el panel. Joa-
quín apoya a la señora Lenard: el gobierno ha mantenido en el
acta de acusación que nosotros violamos la 28 CFR 73.01 y ahora
que no les conviene lo que dice la regulación, quiere dar marcha
atrás. La jueza pide a ambas partes antecedentes para considerar

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el asunto un poco más, y pide a Heck Miller su opinión en cuanto


a nuestro conocimiento del requisito de registro, argumentado por
Joaquín al principio.
Heck Miller comienza a buscar en la montaña de papeles que
tiene en su buró, la mitad de ellos memorandos mamotréticos,
cerca de seis o siete, cada uno con unas veinte páginas, que ha
estado distribuyendo la Fiscalía durante los días previos tanto a
los defensores como a la jueza. Tras buscar tan afanosa como
infructuosamente, la fiscal se rinde y termina por decir que el
desconocimiento de la ley no es excusa para violarla, que noso-
tros tomábamos todo tipo de precauciones para no ser detecta-
dos por el FBI, lo que demuestra que conocíamos el carácter ile-
gal de nuestros actos. A decir verdad, el argumento tiene lógica
y no se necesita de ningún memorando para exponerlo. La jueza
se toma un receso para pensar acerca de esto y regresa con una
decisión tomada: el cargo de conspirar para actuar como agen-
te extranjero sin registrarse con el procurador general requiere
demostrar conocimiento del requisito de registro, no así el cargo
relativo a la ofensa sustantiva de actuar como agente extranjero
sin cumplir con el requisito de registro.
A las 12:30 p. m. nos vamos a almorzar. Al volver, se continúa
argumentando sobre si separar las distintas ofensas que el go-
bierno nos achaca en el cargo de conspirar para ser agentes no
registrados. Joaquín y Heck se enfrascan en los últimos intercam-
bios de razones.
Concluye la discusión sobre lo que se llama conspiración de
objetivos múltiples en relación con el cargo de conspirar para
ser agente extranjero no registrado. La jueza decide que el ju-
rado será instruido a determinar unánimemente cuál de las dos
faltas citadas en el cargo fue cometida por cada acusado, ya sea
la de conspirar para actuar como agente extranjero sin notifi-
carlo al procurador general o la de defraudar al Gobierno de los
Estados Unidos en sus funciones gubernamentales y derechos.
Mientras concluye esta discusión, circula la próxima caricatura
de Gerardo dedicada a la comisión de embullo del FBI que ha
tomado la sala en este día y especialmente a un señor que pa-
rece sacado de una película de Charles Chaplin; luego sabríamos
que es el esposo de Heck Miller..., debimos haberlo deducido al
primer vistazo.

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…Hoy nos acompañan por el FBI de Miami su director el ¿Y el señor de alante quién será…?
Sr. Hector Pesquera, los agentes De Almeida, Montoto, D’ Amico, Debe ser el que fuera fiscal de «Bonnie
Alonso, Fernández, Orejuela… la recepcionista y el gato… and Clyde»...

Y se sigue discutiendo, ahora lidiando con el cargo de conspi-


ración para cometer asesinato que pesa sobre Gerardo, referido al
derribo de los aviones de Hermanos al Rescate. La propuesta del
gobierno se inclina por un asesinato en segundo grado, es decir,
sin premeditación, lo cual haría más fácil para el jurado el encon-
trar culpable al acusado por requerir parámetros de prueba menos
exigentes de parte de la Fiscalía.
Randy Golder se rebela. El gobierno nunca ha argumentado
asesinato en segundo grado y desde el inicio ha hablado de un
plan siniestro, muy fríamente calculado por el acusado para con-
figurar un asesinato premeditado. Ahora resulta que, como la evi-
dencia no resultó favorable a su teoría, quieren que las instruccio-
nes de la jueza apunten a un asesinato impremeditado porque es
más fácil de probar. O sea, que la Fiscalía ha utilizado el argumen-
to de la premeditación para impresionar al jurado y ahora quiere
aplicar las instrucciones de asesinato en segundo grado para hacer
más fácil la convicción.
Heck Miller toma la palabra, pero yo me pierdo en el gali-
matías de sus divagaciones sobre asesinato en primer grado,
asesinato en segundo grado, doctrina legal para explicar muerte
y la importancia de la localización del hecho en relación con el
cargo. Mientras estoy tratando de dar sentido a su intervención,
retoma la palabra Randy Golder sin que yo haya logrado enten-
der lo que dijo la fiscal.
La señora Golder retoma su argumento de unos meses antes,
cuando se discutió la moción de la Regla 29 para que la jueza anu-
lara el cargo de asesinato: no hay un solo caso como este en que
una persona es condenada por los actos de un gobierno soberano.
El Gobierno de los Estados Unidos no hubiera permitido sobre su

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capital las incursiones que Basulto y su gavilla realizaron sobre


Cuba, país que a su vez ve a Basulto como un terrorista. Algo así
como lo que realmente es, diría yo.
Paul toma la palabra: el gobierno está ahora metido en pro-
blemas porque los fiscales se apoyaron para ganar su caso en la
expectativa de poder presentar los hechos del 24 de febrero como
un suceso aislado. Pero no resultó porque el juicio terminó demos-
trando las provocaciones de Hermanos al Rescate que llevaron a
ese lamentable hecho. Ahora que la evidencia no salió como ellos
esperaban, quieren rebajar el grado de la ofensa para acercar las
instrucciones a la evidencia.
A estas alturas ya son las 3:10 p. m, la jueza ha escuchado su-
ficiente, y nos marchamos dando por terminado el día de trabajo.

El jueves 10 de mayo seguimos discutiendo las instrucciones al ju-


rado mientras el señor Yagle resuelve su problema familiar. La jueza
hace su entrada a las 10:08 a. m. para que se reanuden los debates.
Su Señoría discute con Paul para clarificar algunos conceptos
respecto a dos instrucciones que parecerían similares, ambas re-
lativas al cargo de conspiración para cometer asesinato. El primer
concepto tiene que ver con la conspiración como tal y el segundo con
el concepto de soberanía que, al parecer, Paul piensa introducir como
parte de las instrucciones en este caso.
Caroline pone el graznido en el cielo al oír hablar de sobera-
nía, sobre todo cuando es la de una islita que por la doctrina del
Destino Manifiesto debería tener como bandera el símbolo de
McDonalds:

—Nosotros no podemos decirle al jurado que Cuba tiene el dere-


cho de matar dentro de sus 12 millas de aguas territoriales –salta
ante la insolencia de estos picapleitos que se han dejado lavar el
cerebro y olvidan que solo los Estados Unidos tienen el derecho
divino de acabar con un barrio en Panamá o lanzar unos cohetes
que le sobran sobre Sudán, Afganistán o cualquier otro punto a
su alcance.

La fiscal sigue haciendo gala de su aplastante lógica para decir


que la conspiración no tiene que haber sido para matar exclusi-

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vamente en el espacio especial y marítimo norteamericano. Tiene


que haber sido tan amplia en su concepción geográfica como para
poder haber ocurrido en este espacio. Para terminar, hace una di-
sertación que ocupará gran parte de las discusiones futuras y me
tomará algún tiempo comprender. Por lo pronto, solo puedo deducir
que hay por ahí un caso al parecer concerniente a un sujeto llamado
Viola, que tiene relación con el tema de hasta dónde es importante
el conocimiento del acusado respecto a determinados aspectos de
la conspiración. El resto del argumento lo escucho como en trance.
La jueza no se decide sobre cómo instruir al jurado en lo que
atañe a estos asuntos de soberanía. Paul ha estado remitiéndose a
la Convención de la OACI para apoyar su punto de vista, y Su Seño-
ría pide a ambas partes que, apoyándose en la misma, le remitan
proposiciones para conformar la instrucción que se dará al jurado
relativa a la teoría de defensa que se utilizará.
Ahora entramos en el cargo de espionaje y Norris aborda un
tema que ha sido objeto de discusiones bizantinas entre nosotros
por dos años, con Fernando y quien suscribe de abogados del dia-
blo, en oposición al resto del grupo. El abogado aduce que para
acusar a alguien de conspiración para transmitir información de
defensa, según el artículo 18794 USC, debe haber sido reunida al-
guna información de defensa. Pues no se puede conspirar para
transmitir algo que no se posee y, evidentemente, nosotros no he-
mos sido acusados de poseer ninguna información de defensa.

—¿Cómo se puede acusar a alguien de conspirar para transmitir


una información que nunca tuvo? –pregunta Norris.

Buckner replica que los acusados no tienen necesariamente que


haber obtenido ninguna información de defensa para que se les acu-
se de conspiración para cometer espionaje. Una conspiración con-
siste en un acuerdo para hacer algo, y si los acusados tienen éxito
o no, es irrelevante. El fiscal pone como ejemplo el caso del famoso
espía soviético Rudolph Abel,15 que fue convicto de conspirar para

15 Seudónimo de Vilyam Willie Genrikhovich Fisher, agente de Inteligencia soviético,


capturado en junio de 1957 bajo acusaciones de espionaje. Cumplió cerca de
cuatro años de una condena de treinta al ser canjeado, en febrero de 1962, por
Francis Gary Powers, piloto del U-2 capturado por los soviéticos. Curiosamente,
su abogado, James B. Donovan, negoció luego con Fidel Castro la liberación de
los invasores de Playa Girón.

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cometer espionaje sin haber logrado conseguir los materiales que


se proponía transmitir a la URSS.

—Un acusado no tiene que haber tenido un éxito parcial para


conspirar –termina Buckner.

Por desgracia la jueza da la razón al diablo, en esta ocasión; y


Fernando y yo nos quedamos con los deseos de haber estado equi-
vocados, al menos esta vez. El haber centrado el argumento en el
tecnicismo de si se podía transmitir una información que no se tiene,
permitió un respiro a la Fiscalía mediante el desvío de la atención
al caso de Rudolph Abel, una historia completamente distinta a
la nuestra por la naturaleza de la información que era objeto de
búsqueda por parte del agente soviético. A la decisión de la jueza
sigue un receso y nos vamos a nuestra caja de resonancia, a buscar
otro tema para discutir.
De vuelta a las 11:52 a. m. Jack toma a su cargo, todavía referido
al tema de espionaje, los argumentos para definir en las instruccio-
nes al jurado el concepto de información de defensa nacional. Par-
tiendo de un caso precedente conocido como Goring, se establece
una definición más general, según la cual información de defensa
nacional es la relativa a la defensa de la nación frente a sus enemi-
gos. Otro caso de la Segunda Guerra Mundial, que ha sido objeto
de acucioso estudio por nuestra parte debido a sus similitudes con
el nuestro, establece que toda información accesible a cualquiera
que se tome el trabajo de obtenerla sin violar la ley no es conside-
rada información de defensa nacional. El abogado termina dicien-
do que todos los casos de espionaje han involucrado información
protegida de alguna manera por el gobierno. Y Paul toma la pala-
bra brevemente para definir según el diccionario los términos de
daño y ventaja, claves en el estatuto de espionaje.
Buckner viene con la desvergüenza al codo y comienza mutilando
una cita de la Corte Suprema sobre un caso reciente conocido por
Squillacote, ni más ni menos que el de una abogada del Pentágono
convicta de espionaje: «Defensa nacional es un término amplio»,
extrae el fiscal de la cita y continúa diciendo que no se necesita del
diccionario para definir lo que quiere decir daño o ventaja. En refe-
rencia al caso de la Segunda Guerra Mundial, conocido por Heine,
miente sin recato para decir que «lo que Heine estaba haciendo era
recoger periódicos».

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La poca vergüenza del bisoño aprendiz de cazador de brujas


levanta un comentario de Philip a mi oído: «Si tú te acuestas con
perros se te pegan las pulgas. El pobre, ha estado expuesto a Heck
Miller por demasiado tiempo».
A las 12:30 p. m. nos vamos a almorzar, no sin que antes Jack
apunte que el caso Goring, al que hiciera referencia al principio de
su intervención, define la información de defensa nacional como
información resguardada.
Y es aquí donde está el meollo de este caso y en lo que coincidi-
mos los cinco. Efectivamente, no se trata de si nosotros pudimos o
no acceder a información de defensa nacional o de si, como dice el
fiscal, el gobierno no tiene que demostrar este acceso para probar
un caso de conspiración para espionaje. De lo que se trata es sen-
cillamente de que a nosotros no nos interesa la defensa nacional
de los Estados Unidos, de que no hay un solo elemento que apoye
la teoría de que alguna vez quisiéramos acceder a alguna informa-
ción protegida por este país, de que nunca se dio el más mínimo
paso para lograr ese acceso ni se planeó ni se tuvo como objetivo
el acceder a ese tipo de información. Sencillamente no nos interesa,
no es nuestro problema, no nos concierne lo que este país haga o
deje de hacer para defenderse. Si algo molesta a la Fiscalía sobre
este cargo, es el no poder mostrar un solo documento, esquema,
instrucción, acuerdo o sugerencia que apunte a una pieza de infor-
mación protegida por este país.
A las 2:06 p. m. estamos de vuelta a la sala y se sigue discutien-
do el borrador de instrucciones sometido por la Fiscalía.
Heck regresa del almuerzo con deseos de hablar y se extiende
para explicar su punto de vista en relación con el uso de las iden-
tificaciones en el comercio interestatal. Mientras la señora diser-
ta sobre el comercio interestatal, pasaportes, entradas, salidas y la
cadena puerto-transporte-economía interna, el Faquir me pasa un
poema que acaba de concluir:

Cuenta hasta diez

Olvida por un momento


quién eres.
Cuenta hasta diez.

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Olvida tu mundo material;


tu cama, tu auto, todo.
Olvida tus títulos,
tus ocupaciones;
cada papel que se quedó
encima de tu mesa.
Olvida el afán de confort,
el ansia de poder.
Olvida tus obligaciones mentales,
tus intentos de justificar.
Olvida lo que has visto
o escuchado.
Olvida los idiomas,
las razas, las creencias.
Olvida el tiempo.
Y mírame de frente,
a los ojos.
Cuenta hasta diez.

Ya ves,
en nada somos diferentes.
Entonces ahora,
júzgame;
defiéndeme o condéname.

Y en lo que acabo de leer el poema la fiscal está terminando su


disertación, mientras alarga un legajo a la jueza y a Paul. Se trata
de otro caso que tanto Su Señoría como el abogado digieren por
un buen rato. Y mientras el tiempo transcurre me pasa por la cabe-
za la idea de que no debe ser fácil ser juez. Tras la lectura, la dis-
cusión sigue por un rato y la fiscal pide un tiempo para investigar
no sé qué.
La jueza deja caer un huesito a Paul quitando ciertas referen-
cias directas a nuestro caso del borrador presentado por la Fisca-
lía, mientras una alita va a parar a las manos de Heck Miller con la
aceptación de sus referencias al comercio interestatal, tal y como
aparecen en las instrucciones remitidas por ella.
La instrucción número veinte, okey, y la número veintiuno nos
lleva de vuelta a la discusión sobre la Regulación 28 CFR 73.01,

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la misma que define los requisitos para registrarse como agen-


te extranjero. Joaquín dice que la Fiscalía en su borrador de ins-
trucciones está utilizando una parte conveniente de la regulación
para tipificar al agente extranjero; pero cuando se trata de la ex-
cepción que aplica a un agente en visita temporal relativa a los
asuntos internos de su país, ahora al gobierno no le parece que la
28 CFR 73.01 se deba aplicar.

—Si a ellos les parece que la Regulación 28 CFR 73.01 es incons-


titucional, pues que retiren la acusación que se apoya en ella
–concluye el abogado.

Heck Miller a la caja de bateo. Todo el mundo está absoluta, in-


discutible, irremediable y maratónicamente equivocado. Blandien-
do su cuarto memorando que logra encontrar de entre los otros, lo
sacude al aire como prueba de su aplastante e inequívoca propie-
dad de la razón absoluta. Ella lo escribió bien claro en el mamotre-
to: el estatuto está por encima de la regulación. Esta última tiene
que ser construida sobre la base del primero. Se trata de un proble-
ma de sentido común –y aquí le concedo la razón–, el Congreso no
debe haber aprobado una ley para que luego los agentes castristas
fueran excluidos a través de una excepción de carácter regulatorio.
Joaquín responde aduciendo que la Fiscalía puso en el acta de
acusación que nosotros violamos la regulación 28 CFR 73.01 y ahora
quiere barrer y esconder la regulación bajo la alfombra. Norris viene
en su apoyo:

—Es un asunto del jurado el determinar si la excepción que li-


bera a un agente extranjero de visita temporal en actividades
relacionadas con los asuntos internos de su país se aplica a los
defendidos —argumenta.

Y añade que el panel debe decidir sobre los hechos y determi-


nar si nosotros estábamos aquí en función de asuntos internos de
Cuba, tal como, por ejemplo, lo hacen oficiales de Inglaterra que
investigan al Ejército Republicano Irlandés.
Son las 4:05 p. m. y la jueza decide hacer un receso para revisar
los memorandos que la fiscal ha estado sacudiendo en sus narices.
Como te decía antes, no parece asunto fácil esto de ser juez.

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Cuando recomenzamos, las verdades aportadas por la Fiscalía en


sus pergaminos no parecen ser tan absolutas, pues la jueza regresa
a la sala y la única decisión que ha tomado es la de seguir discutien-
do instrucciones menos espinosas. La número veintidós relacionada
con posesión de documentos, okey. La número veintitrés acerca del
supuesto patrocinio de los agentes, okey. La número veinticuatro que
habla del conocimiento y voluntad en la comisión de una violación,
okey. Y se despierta el gallinero con la número veinticinco, relativa a
motivo e intento.
Esta es una vieja discusión que data de la época previa al juicio,
cuando la Fiscalía puso una moción para que no se hablara de
terrorismo. El torcido razonamiento tras la propuesta era que, al in-
troducir el tema, nosotros confundiríamos al jurado, pues las moti-
vaciones que mueven a los acusados, ya sean patrióticas, altruistas,
políticas, religiosas o de otro tipo, no deben interferir en el análisis
de cuál era realmente la intención de estos señores:

—El discurso político sobre sus motivaciones debe ser pronun-


ciado durante la sentencia –acotó cínicamente Heck Miller en
aquella ocasión.

La postura de nuestros abogados no ha variado. La que quiere


confundir con todo ese ditirambo es la fiscal, que está precisamente
diciendo que nuestras intenciones, es decir, la prevención de acti-
vidades terroristas y de otro tipo contra Cuba, son motivación. La
jueza comparte el criterio de nuestros abogados y sabe bien cuál es
la diferencia entre motivación e intención, de manera que la propo-
sición de la Fiscalía es sustituida por la instrucción que aparece en
el librito del Onceno Circuito, a solicitud de mi abogado.
Y seguimos adelante con la proposición número veintiséis con-
cerniente a la sentencia, la proposición número veintisiete y el deber
de deliberar y la proposición número veintiocho relativa al veredic-
to. A las 4:45 p. m. ya se ha hablado suficiente y terminamos de
discutir las instrucciones para escuchar, a solicitud de la jueza, el
pronóstico del gobierno en cuanto al caso de refutación.
Heck Miller: El caso será breve. Un testigo no puede venir hasta
el próximo miércoles y, antes de ese día, solo necesitarán el vier-
nes 11 y el lunes 14 de mayo.

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La jueza parece satisfecha y antes de abandonar la sala pide a


Joaquín un memorando sobre una teoría de defensa que él ha es-
tado esbozando desde hace un tiempo: Necesidad o Justificación.
Así termina un largo día y dos largos asaltos alrededor de este
asunto de las instrucciones al jurado. Me pregunto si habré podido
ser capaz de transmitirte una idea clara de lo que aconteció en estos
dos días, pues realmente al momento de dejar la sala, en la tarde
del jueves 10 de mayo, yo estaba en las nubes. Todavía quedarán
unas jornadas intensas de discusión alrededor de estas instruccio-
nes que, como te dije, son un aspecto capital en el proceso, pues
ante un veredicto adverso estas instrucciones son usualmente tema
de apelación, y la jueza evidentemente las está tomando con sumo
cuidado, dejando para más adelante las más complejas a fin de
darles una consideración más cuidadosa. De todos modos, cuando
llegue el momento apropiado en el calendario, yo te ofreceré las
instrucciones tal como le fueron ofrecidas al jurado en su versión
definitiva.

El viernes 11 de mayo estamos de vuelta en la sala y listos para


enfrentar el caso de refutación de la Fiscalía. Supongo que a estas
alturas te preguntarás qué es eso del caso de refutación.
Como es obvio, en un juicio alguien tiene que decir la última
palabra y las leyes de este país dan esa ventaja al gobierno, lo
que, según la explicación de mi abogado, me parece bastante ló-
gico: siendo ellos los que tienen la obligación de probar su caso,
se enfrentan a un reto mayor en el proceso, de manera que la ley
compensa esta desventaja dándoles la última palabra, tanto en la
presentación de su caso como en los argumentos finales.
De ahí el caso de refutación, porque si la defensa presentó algu-
na evidencia fraudulenta o hizo gala de ciertos trucos, el gobierno
tiene el derecho a refutarlos. Habría que suponer que se considera
al gobierno como un ente honesto –al menos en teoría– que no
acudirá a fraude o trucos, en su caso de refutación. Pero como la
práctica es el mejor criterio de la verdad, ellos se encargarán de des-
mentir esta teoría haciendo buen uso de esta prerrogativa para
echar mano precisamente a sus últimos fraudes y trucos, tal como
veremos en los próximos días sin pizca de asombro.

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hueco y separación. Tras el veredicto, el Una vez más las autoridades carcelarias nos
Comandante en Jefe Fidel Castro, en tribuna condujeron a las celdas del hueco desde el 26
abierta el 23 de junio de 2001, dio a conocer de junio hasta el 13 de agosto, cuando René
a nuestro pueblo la colosal injusticia que se cumplía 45 años.
había cometido en la guarida del terrorismo
contra Cuba. Comenzaron entonces las Al salir de aquel injusto castigo fuimos
manifestaciones de respaldo a nuestra batalla separados y ubicados en diferentes unidades
por nuestra libertad a lo largo y ancho de la y pisos distintos, con el fin de impedir nuestra
Isla y en muchas partes del mundo. preparación para las audiencias de sentencia.

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XIII
Donde el gobierno hace su caso de refutación,
en el cual intenta impugnar algunos elementos
presentados en el caso de la defensa

Así comienza el caso de refutación de la Fiscalía, con su primer tes-


tigo bajo la tutela de Kastrenakes. Se trata de Chris Burridge, piloto
del Servicio de Guardacostas que, a las claras bien aleccionado, se
sienta al estrado regalando al panel una amplia sonrisa Colgate,
con blanqueador y anticaries. En el gallinero una clonación de su
uniforme para vestir a quienes supongo sean dos de sus camara-
das..., perdón..., quise decir, colegas, quienes vienen a demostrar al
jurado que el testigo cuenta con todo el apoyo del cuerpo.
Chris es un tipo agradable, aun sin necesidad de su estudiada
jovialidad, y explica que ha volado para el Servicio de Guardacostas
durante dieciséis años, que está destacado ahora en Puerto Rico,
donde realiza actividades de salvamento y rescate en un avión Fal-
con, del mismo tipo que voló en los días en que ocurrió el incidente
de Hermanos al Rescate. Acto seguido describe algunas modifica-
ciones realizadas al avión para su uso en actividades de búsqueda
y nos brinda una panorámica de los equipos de navegación del
aparato, para remitirse luego a su papel en los hechos del 24 de
febrero de 1996.
Despegó de la base del Guardacostas en el aeropuerto de Opa-
-locka, a las 4:44 p. m. de ese día, y fue dirigido hacia los 23°26’N
082°25’O. Necesitó primero pedir permiso a Cuba, por la activación
de las zonas peligrosas al norte de La Habana, y no pasó en nin-
gún momento el límite de las 12 millas que establece la jurisdic-
ción de la Isla. Mientras volaba entre 5100 y 1000 pies de altura
y 160 nudos de velocidad, divisó dos manchas de aceite, algo que
dice haber visto alrededor de unas cien veces en su carrera de
piloto.

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Las manchas de aceite, que describió como del tamaño de un


terreno de balompié cada una, fueron vistas alrededor de las
5:35 p. m., bajo condiciones de poco viento y buena visibilidad, y
sin que se pudiera ver la costa de Cuba; sus coordenadas se regis-
traron en los 23°26.6’N 082°28.8’O y los 23°30’N 082°28.2’O respec-
tivamente, según los equipos de navegación de a bordo. El testigo
permaneció en el lugar realizando un patrón de búsqueda y rescate
y dejó caer una boya equipada con un localizador electrónico. A las
6:10 p. m. vio un velero con el cual habló por radio y cinco minutos
más tarde localizó algunos escombros en los 23°27.8’N 082°25.5’O.
Tanto las manchas de aceite como el área de escombros fueron fil-
mados en video. Pero antes de que se introduzca este como eviden-
cia, Paul quiere interrogar al piloto sobre el mismo, a las 9:55 a. m.

Recién hoy, 9 de julio, puedo retomar esta narración, interrumpida


el pasado 26 de junio porque sorpresivamente nos devolvieron a
las celdas de castigo. Esto te lo contaré en detalle llegado el mo-
mento. Ahora me acaban de devolver mis notas, aquí en el hueco,
por lo que puedo retomar el diario.
Únicamente te diré que desde ese día he podido, desafiando
las más elementales reglas de la lógica y la física, mantener actua-
lizado el recuento de este segundo encierro con solo un mocho de
lápiz semanal, al que se supone no puedo sacarle ni punta. Escribir
aquí en el hueco se hace doblemente difícil, y no solo por el tamaño
del lápiz sino también porque el acceso a la máquina de escribir es
mucho más limitado. Aquí hay que deslizar una solicitud escrita por
debajo de la puerta cada vez que uno quiere ir a la biblioteca le-
gal, y durante nuestra estancia anterior en este lugar la cantidad de
solicitudes permitidas por viaje a la biblioteca promediaban siete,
siendo también limitado el tiempo que te autorizan a estar frente
a la máquina.
Todo esto implica que no puedo darme el lujo, tal como ha-
cía en el piso regular, de sentarme a redactar frente a la máquina
tomando mis notas como guía. Ahora tengo que ir a la biblioteca
con el texto elaborado para no perder el tiempo frente al teclado,
así que tendré que ir escribiendo ahora íntegros dos diarios: el que
cubre la brecha entre el 11 de mayo y el 25 de junio, redactándolo
a partir de las notas tomadas hasta el último de ambos días y que

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me fueran devueltas hoy, y el que comencé el 26 de junio, al subir


al hueco, que iré engrosando con las vivencias de cada día. Todo
esto con mi mocho de lápiz.
No sé cómo esto funcionará, cuántas veces iré a la biblioteca o
si al final terminaré enviándote los borradores a mano. Ni siquiera
tengo idea de qué haremos con las caricaturas restantes que pro-
bablemente, en el mejor de los casos, acaben perdiendo los colo-
res. Por lo pronto no te costará trabajo cerciorarte de que la hoja
se pone fea, llena de tachaduras y con el margen derecho medio
torcido, resultado del acondicionamiento a la nueva máquina que,
para más desgracia, hoy no tiene instalado el corrector.
En fin, espero que entiendas este enredo y que al final todas las
partes ocupen su lugar. Ahora que debo contar simultáneamente la
misma historia en dos tiempos diferentes, se me ocurre que lo úni-
co que le faltaba a este diario era un poco de ciencia ficción, algo
así como La máquina del tiempo o Regreso al futuro. Bueno..., supongo
que ya lo tiene. Trataré de que no se note mucho, de manera que
si alguien tiene que volverse loco se trate solo de mí.
Lo mejor que puedo decirte es que me sigas en esta aventura.
Mi mocho de lápiz señala el camino...

Y ya estamos de vuelta, a las 9:55 a. m., bajo la égida de la señora


Joan Lenard en el séptimo piso de la Corte Federal de Miami, donde
el piloto de Guardacostas �ris Burridge obsequia a Paul McKenna
su sonrisa Colgate con blanqueador y anticaries, siempre bajo la
mirada atenta de sus clones en los palcos.
El cuestionario no llega a los tres minutos. Paul se limita a es-
tablecer que el testigo reconoce la cinta de video, que esta no está
editada y que solo se filmaron las manchas de aceite y el área de
escombros. A las 9:58 a. m. Kastrenakes recupera a su testigo, sonri-
sa Colgate incluida.
El fiscal presenta el video, que coincide con la descripción del
piloto en cuanto a las dos manchas de aceite. De la supuesta área
de escombros, todo lo que se puede ver son unas pequeñas man-
chas blancas muy aisladas, nada en común con la descripción que
hiciera el testigo antes; este atina a decir que le parecen pedazos de
papel, excusándose en que el sol se estaba poniendo y no se veía
muy bien. Para concluir añade que él se comunicó con el velero que

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estaba en las proximidades para dirigirlo hacia el lugar, y mar-


ca ahora en un mapa los puntos en que dice haber visto las man-
chas. Cuando quieren introducir las notas y el reporte que sirvieron
de base al punteo, Paul pide nuevamente interrogar al piloto, a
las 10:12 a. m.
Esta vez el abogado es más agresivo y parece buscar imponer
su personalidad al aviador. Establece que las notas no han sido es-
critas por el piloto sino por el copiloto bajo su supervisión; algunos
de los datos el testigo se los dictó a su colega. Una vez en tierra,
el señor Burridge utilizó las notas para confeccionar el reporte que
ahora se pretende introducir también en la evidencia.
Paul pide un side bar aduciendo que el testigo no fue quien ge-
neró las notas, y la jueza le permite inquirir un poco más. Del cues-
tionario se deriva que la mayor parte de las notas fueron escritas
por el copiloto y que las pocas anotaciones que el señor Burridge
pudo haber hecho habían sido desahuciadas. El oficial, por su par-
te, dice que él usualmente chequea lo que escribe su compañero,
aunque admite que no pudo verificar el ciento por ciento de dichas
notas mientras operaba los controles de su avión.
Kastrenakes viene a hacer lo que parece un último intento para
salvar el reporte y establece que las posiciones fueron verificadas
con la memoria del sistema de navegación por satélite, una vez de
vuelta a Opa-locka. A continuación se produce un breve side bar en
el que el fiscal retira el reporte. Tras preguntar al piloto si entró a
aguas cubanas o si vio la costa de Cuba y recibir sendas negativas,
termina su examen y da la palabra a Paul.
El abogado comienza estableciendo que el oficial tenía su base
en Opa-locka, que conocía de Hermanos al Rescate, aunque no sus
aviones, y que ocasionalmente habían establecido contacto radial
en el área del estrecho de Florida. Remitiéndose al día del derribo,
el señor Burridge acepta que las zonas peligrosas al norte de La
Habana estaban activadas; y dice que aunque no es requerido un
permiso para entrar en ellas, él tuvo que esperar por la aprobación
de Cuba, procedimiento que para ellos resulta rutinario cuando hay
actividad en dichas zonas. Cuando Paul quiere abundar en esto, la
Fiscalía objeta y él pasa a otro tema.
El piloto había visto antes manchas de aceite que provenían de
barcos, alrededor de cien. McKenna señala en el mapa la corriente
del Golfo, próxima al lugar en que el aviador marcara las manchas,

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y le pregunta si el tráfico marítimo en esa área no es denso, convir-


tiendo a mi colega en experto en manchas de aceite.

—Bueno..., este..., cuando es de un barco, la mancha es usualmente


elongada.

El abogado quiere saber si los quince litros de aceite que con-


tiene un Skymaster pueden crear una mancha del tamaño de un
campo de fútbol. Y el testigo –¿no era piloto?– no tiene idea de
cuánto aceite lleva el Cessna 337. Para no hablar más de aceites,
el abogado lee del reporte: «No fue posible identificar el aceite».
Y hablando de barcos, el piloto no vio al buque de pasajeros.
Paul quiere que identifique nuevamente el velero en la cinta, y Phil
hace avanzar el video hasta detenerlo cuando aparece, en el cris-
tal del avión, la figura que el testigo identificó como tal bajo su
examen. A instancias del abogado, el señor Burridge apunta re-
petidamente al «velero», y cuando mi abogado pone de nuevo la
grabación en movimiento resulta que la «embarcación», prendida
al cristal, parece moverse al compás del avión..., un poco más de vi-
deo y el fenómeno se explica solo... ¡El velero no es más que mierda
de pato adherida al parabrisas de la aeronave!
Ahora vamos al área de escombros que supuestamente habría
sido filmada entre las dos manchas de aceite. El video sigue sien-
do proyectado y todo lo que se puede ver son esporádicos puntos
blancos aquí y allá, sobre los que mi abogado va deteniendo la
imagen, mientras Paul pregunta al testigo si no se trata de peque-
ños pedazos de papel. Ante la negativa del piloto, McKenna lee un
reporte del barco del guardacostas Nantucket, que informa haber
hallado en el área varias láminas de papel utilizadas por el barco
cubano Ulises para medir las corrientes marinas. El testigo se sigue
negando a identificar las manchas blancas, cada vez que el aboga-
do detiene la imagen en una:

—Yo no puedo decir qué es eso –se defiende–, pudieran ser puntas
de espuma.

En lo que a mí respecta, algunas manchas pudieran ser hojas de


papel y otras, menos definidas, puntas de espuma. Por supuesto,
yo no sé si los papeles vendrían del barco Ulises, pero lo que sí sé
es que la supuesta área de escombros no existe.

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Para terminar, Paul pregunta al señor Burridge si él se reunió


con la Fiscalía para revisar su testimonio, el oficial admite haberlo
hecho de dos a tres veces –la misma cantidad de tragos que un
beodo rebosante de alcohol admite haber tomado cuando lo para
un policía–, entre el mes de febrero y el momento del testimonio.
A las 11:37 a. m. Kastrenakes recupera su testigo para el primer
reexamen del caso de refutación de la Fiscalía.

—¿Alguien le dijo lo que debía decir aquí? –pregunta el fiscal.

Y apenas el testigo responde negativamente, Paul interviene:

—¡Perdón, Su Señoría! Le ruego que me excusen, pero se me que-


dó una pregunta por hacer.

Y se dirige al testigo:

—Usted punteó esas posiciones previamente, en la oficina de la


Fiscalía. ¿Correcto?
—Sí.
—Y obviamente es más fácil hacerlo en el ambiente relajado de la
oficina que bajo la presión de la Corte. ¿No es así?
—Sí.
—Gracias, Su Señoría.

Kastrenakes retoma la palabra, realmente molesto:

—¡¿Alguien le dijo lo que debía puntear en el mapa?!


—No.
—¡¿Yo se lo dije?!
—No.
—¡¿Se lo dijo el oficial Alonzo?!
—No.

Y aunque lo más probable es que efectivamente tanto el fiscal


como Alonzo le hayan indicado al piloto qué hacer, ahora el prime-
ro luce realmente enojado.
El fiscal sigue adelante y lo que viene sí es para encender de
ira a cualquiera que posea el don de la vergüenza. Kastrenakes se

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refiere al «área de escombros» y pregunta al piloto si cree haber


visto papeles. El testigo, el mismo para quien una cagada de pato
en el cristal del avión era un velero y que durante dos interrogato-
rios consecutivos no ha podido definir lo que él llamara «áreas de
escombros», se une al festín de la ignominia:

—A mí realmente me parecen pedazos de metal. Coincidentes con


el color de un avión.

...¡Le zumba la berenjena! Al menos se le puede dar el crédito


de que no mezcló la sonrisa Colgate con esta desvergüenza. ¡Y eso
que ni el fiscal ni Alonzo le dijeron cuál tenía que ser su testimonio!
Para nosotros ya resulta claro el tono de esto que se llama
refutación. Los fiscales aprovecharán la prerrogativa de poder
tener la última palabra para introducir, cuando ya los abogados
no pueden replicar, estas barbaridades que esperan sembrar en
el subconsciente del jurado; así que ya sabemos qué esperar del
resto de los testimonios y durante el argumento final. Para mí lo
que acaba de pasar es una falta de respeto al panel, y los cinco nos
preguntamos si ellos querrán darse cuenta.
Para finalizar, Kastrenakes establece que las manchas de aceite
son dos y que se pueden distinguir la una de la otra, hace al testigo
repetir que las manchas procedentes de embarcaciones son elon-
gadas, explica que los papeles laminados del barco de investigacio-
nes fueron hallados al día siguiente por alguien más y recuerda al
jurado que el Ulises en esos momentos se hallaba a 90 kilómetros
al este del área. A las 12:00 termina el reexamen del piloto del Ser-
vicio de Guardacostas Chris Burridge.
El testimonio del piloto no nos pareció nada espectacular. Por
una parte es una persona que cae bien, tiene cierto aire de ino-
cencia y con su recuento acerca de las dos manchas de aceite
aporta un elemento circunstancial que pudiera apuntalar la teoría
de la Fiscalía acerca del lugar del derribo, asumiendo que algunos
miembros del panel den por hecho que las manchas efectivamente
tienen relación con el suceso. Por otro lado, demostró demasiada
ansiedad por ver visiones como el velero y el área de escombros,
y el truquito de dejar para el final su explosiva declaración sobre
los pedazos de avión en el agua debería ser tomado como una
bofetada en el rostro por cualquier jurado que se respete. Pero

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esto último sigue siendo una incógnita, porque no olvides que aquí
millones de personas que se respetan se pueden gastar 99.99 dó-
lares en un pomito que, por la televisión y mostrando una sonrisa
Colgate con blanqueador y anticaries como la del piloto, una artista,
que nunca ha rebasado las noventa y cinco libras, les vende como
la poción milagrosa que la ayudó a perder doscientas en un mes.
Y al filo del mediodía tenemos en la sala al segundo testigo del
gobierno en su caso de refutación. El fiscal David Buckner nos pre-
senta al señor David Park, quien con sus primeras respuestas nos
hace saber que ha sido fotógrafo del FBI durante quince años, que
fue llevado a Opa-locka para tomar unas fotografías del ala de-
recha en el Skymaster N2506 y lo hizo desde el interior del avión.
Paul quiere hacer unas preguntas antes de que continúe el
cuestionario.
Bajo la guía de Paul dice que las fotografías fueron tomadas
desde el asiento delantero derecho de la cabina, que el capitán
�arles Leonard y el agente Al Alonzo estuvieron durante la sesión
fotográfica, siendo el último quien le dijera qué imágenes tomar, que
Basulto no estaba presente y la entrada al avión se la facilitó un em-
pleado del lugar donde el equipo tiene su base. A las 12:09 p. m. el
fiscal David Buckner tiene de vuelta a su tocayo.
El fiscal y el testigo recorren juntos la experiencia del último en
el campo de la fotografía, dejando bien establecido que se trata
del mejor fotógrafo del planeta antes de ofrecerlo como experto
en comparación fotográfica, sin que la defensa levante objeción.

—¿Nos puede describir los pasos que se deben seguir para iden-
tificar un objeto desconocido en una fotografía? —pregunta
Buckner. McKenna objeta la disertación que se nos viene en-
cima. El fiscal riposta diciendo que quiere establecer la técnica
de que se valió el experto para su trabajo, y por ahora la jueza
le da el visto bueno.
—Ejemmmm... –toma impulso el señor Park—. Se trata del prin-
cipio de individualización según Todd Hill. Si usted mira hacia
una planta de �evys desde una loma, verá que algunos son
rojos, otros blancos, otros azules y así sucesivamente. Los rojos
son una clase y tal vez hay cien de un total de quinientos ese
día, pero cuando usted se baja de la loma verá que los hay de

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dos puertas, de cuatro puertas, convertibles, y estos son una


subclase. De los de cuatro puertas rojos hay cinco que traen el
mismo paquete de radio, aire acondicionado, cambios de velo-
cidad, etc.; y para distinguirlos usted tiene que mirar el número
de serie. Si esos cinco son comprados por alguien en Miami,
sus dueños les pondrán calcomanías, antenas, uno tendrá un
accidente y otro se llenará de polvo en un parqueo..., en fin, las
características de clase vienen de la fábrica mientras las caracte-
rísticas únicas permiten distinguirlos...

Y gracias a la conferencia del fotógrafo me puedo hacer una


idea de cómo lucirá un �evy de Miami...
No será como las de Gerardo, pero ahí fue.

El papa es comunista - Yo me como a Castro sin mascar - Yo amo a Cuba - Yo soy pacifista
Yanquis, suéltenme que me fajo - Lo compré rojo porque no había de otros colores

Mientras, Buckner trata de encarrilar el testimonio:

—O sea, que usted necesita identificar las características únicas...

Pero la jueza decide darle un empujoncito:

—Señor Buckner, usted necesita referirse a identificación fotográ-


fica. Ustedes están hablando acerca de Chevys. Por favor, hable
de identificación fotográfica.

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Después de todo Paul tenía razón al objetar.


El fiscal recibe el mensaje y va al grano. Pasa a introducir en la
evidencia la imagen que ellos han congelado del video de Basulto,
para establecer la comparación con las fotografías tomadas al ala
del N2506. Paul objeta aduciendo que, después que se le negó el
original de 8 milímetros para que su experto congelara la imagen,
obligándole a trabajar con una copia de peor calidad, ahora el go-
bierno quiere presentar su trabajo a partir precisamente del original
negado a la defensa, con lo que tendría una injusta ventaja.

—El agente Al Alonzo me negó a mí el original para que hiciera mi


experimento –plantea Paul–, por lo que ellos deben trabajar a
partir de la misma copia con que lo hice yo.

La jueza llama a un side bar del que te ofrezco un fragmento de


la transcripción:

—Míster McKenna recibió una copia y el coronel Buchner hizo todo


el trabajo con ella bajo aprobación del Onceno Circuito –recuer-
da la señora Lenard–. Más tarde él no pudo conseguir al coronel
cuando se le dio el original y las imágenes ya se habían hecho.
—Antes de eso no hubo retención del original —intercede Heck
Miller, pero es cortada por la jueza.
—Ciertamente la hubo.
—Antes de eso –repite la fiscal.
—¿Antes de qué?
—Antes de ser llevado al laboratorio. El agente Alonzo estaba rea-
cio a dejar que fuera llevado al laboratorio. No se negó el origi-
nal para que no se viera. La decisión de la Corte...
—A él se le dio una copia —corta la jueza—. Eso no es verdad.
—Para llevarla al laboratorio —sigue Heck—, pero el descubrimien-
to de evidencias les permitía el acceso al original. Cuando McKen-
na quiso llevarlo a Trial Graphics...
—Correcto –asiente Lenard.
—Antes de eso no hubo retención –termina la fiscal sin lograr con-
fundir a Su Señoría.
—A él se le entregó una copia. No se le permitió trabajar a partir
del original.

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—Eso no es correcto –corrige Heck a la jueza y comienza a com-


plicarse.
—Seguro que lo es –acota Paul antes de que la fiscal continúe.
—La retención del original tiene que ver con...
—Yo no estoy diciendo que a él no se le permitiera ver el original
–interviene la jueza–, pero en cuanto a la copia de trabajo, él
tuvo que utilizar una copia de una copia, porque Alonzo no le
dio el original.
—Utilizar este... —intenta decir Paul, olvidando que Heck Miller
representa al Gobierno de los Estados Unidos de América.
—¡Por favor! ¡¿Podría yo terminar míster McKenna?! El problema
surgió..., yo inmediatamente le dije al agente que hiciera dispo-
nible el original. Él se lo hizo saber a McKenna enseguida...
—No, no, no —se atreve la jueza—. Eso fue después que las fotos
fueron hechas...
—¡¿Puedo terminar mi narración?! —se exaspera Heck Miller.

Y esta jueza se cree que ella manda en la sala:

—¿Sabe algo, señora Heck Miller? —Y parece que sí, que es la que
manda—. A mí me está permitido interrumpirla a usted.
—Pero...
—No se supone que usted se exaspere conmigo.
—Entiendo, Su Señoría.
—A mí me está permitido interrumpir a cualquiera que yo quiera
interrumpir –sigue Lenard–. Ahora, si usted quiere, me pregunta si
puede continuar; pero, por favor, no me hable de esa manera.
—Lo siento.
—Vamos a tomar un receso ahora —decide Su Señoría.
—Es un buen momento para tomar un receso –apunta conciliador
Kastrenakes.

De regreso a las 12:45, Heck Miller pide disculpas a la jueza,


pero esta no se molesta ni en mirarla.
Se debate abiertamente el asunto de las dos copias de video
usadas por cada parte para su experimento y cada uno se adhiere a
los mismos argumentos, prolongándose la discusión alrededor del
árbol genealógico de cada copia a partir de Adán, el primer video

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de 8 milímetros creado por san Basulto, desde su trono en el cielo,


con matrícula de brigada mercenaria. El fiscal Buckner quiere llamar
al experto para hacerle un par de preguntas y la jueza accede, no
sin antes advertirle:

—No haga preguntas sugestivas.

El señor Park es llamado y se establece que los dos videos, origi-


nal y copia, fueron analizados independientemente por él, y que sus
imágenes fueron congeladas a partir de una copia. No obstante, el
experto, en su afán de adivinar cuál pudiera ser la respuesta más
conveniente para la Fiscalía, comete el error de decir:

—Yo exigí la evidencia de la mejor calidad. Es decir, el video de


8 milímetros.

Bien concebido, pero en el momento equivocado.


La discusión continúa sin el experto y Paul lo parafrasea:

—Yo exigí la evidencia de la mejor calidad.

El abogado aduce que haber podido usar una grabación de me-


jor calidad, que había sido escamoteada a la defensa, constituye
una ventaja indebida para la Fiscalía.
Buckner, por su parte, dice que los análisis del original y la copia
fueron independientes aunque hayan llegado a la misma conclu-
sión, lo que hace que la jueza pida ambos reportes para comparar-
los, descubriendo que se parecen demasiado. Tras expresar que el
resultado del estudio de la copia pudo haber sido influido por el es-
tudio previo del original, Su Señoría dice que revisará las transcrip-
ciones antes de tomar una decisión que será anunciada el lunes.
Así damos el adiós a otra semana de juicio.

Lunes 14 de mayo. Por la mañana pasamos por el proceso de cos-


tumbre y, al llegar a las celdas de espera, antes de quitarnos las
cadenas, los alguaciles nos preguntan dónde pensamos ir a darnos
los tragos cuando se dé el veredicto.

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—Eso se lo dejamos a ustedes –les respondemos–. Nosotros no


tenemos dinero.

Al parecer han estado comentando sobre el caso entre ellos y ya


tienen su propio veredicto, pues cuando vienen a sacarnos para ir a
la Corte, se producen las acostumbradas frases de los otros presos
deseándonos suerte, y no se hace esperar la respuesta del alguacil
que nos está colocando las esposas:

—Ustedes no necesitan suerte. Los hechos están de su parte.

Una vez en la sala, los abogados nos cuentan de un homenaje


que les ha hecho la Asociación de Abogados de Florida. Se trata de
un premio anual que se otorga a quienes se destaquen en la de-
fensa de un caso impopular, este año ha recaído en ellos. Nos dicen
que la jueza se acercó a sus puestos en el convite para felicitarlos
personalmente.
A las 9:29 a. m. la señora Lenard está en el estrado para darnos
su decisión en cuanto al uso de las imágenes analizadas por el es-
pecialista en fotografía del FBI. Se ve que ha sido extremadamente
cuidadosa y que ha revisado las transcripciones detenidamente. Re-
pasa la historia del video original de 8 milímetros, negado en prime-
ra instancia a Paul cuando quiso hacer su experimento y entregado
solo el 22 de febrero, cuando ya la copia de peor calidad había si-
do utilizada para congelar las imágenes. La defensa ha sido puesta
en desventaja y el experto del gobierno, quien tuvo el privilegio de
utilizar el original..., ¡no puede testificar!
Conmoción en el área de la Fiscalía. Buckner patalea y dice que
aunque sea nada más para el récord debe quedar claro que el coro-
nel Buchner también usó el original de 8 milímetros. El fiscal plantea
que ellos están dispuestos a utilizar la copia de que se valiera Paul
con otro experto.
La jueza lo conmina a que no siga argumentando lo mismo y le
repite que su experto se basó inicialmente en su experimento con
la cinta original de 8 milímetros. Si la Fiscalía quiere, puede traer a
otro experto que haya trabajado solo con la copia de Paul.
Pero Buckner sigue dando vueltas alrededor de si el coronel
Buchner utilizó una copia de una copia de otra copia de otra copia

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de la copia del original, y Su Señoría hace una pregunta que debía


estar flotando en su cerebro hace rato:

—Señor Buckner —inquiere—, hay alguna duda de que había avio-


nes Mig en el aire? Todo está en la grabación de audio. Basulto
dijo haberlos visto.
—Ellos dicen que esa imagen es un Mig —dice el fiscal molesto—.
Nosotros tenemos derecho a refutar eso.
—Traigan otro experto que utilice la copia de Paul –concluye la
jueza, encogiéndose de hombros.

El señor Park ha madrugado por gusto y el fiscal parece querer


que, al menos, se gane parte del salario, tal vez lo suficiente para
pagarse el parqueo de su �evy, tal vez rojo, tal vez de cuatro puer-
tas, tal vez con su paquete de aire acondicionado, radio, caja de
velocidad, etc., en el estacionamiento de la Corte. Por eso solicita in-
troducir, a través del testigo, las fotografías que este tomó al ala del
avión de Basulto y que, también, soportemos otra conferencia so-
bre distorsión fotográfica.
Paul objeta la última pretensión sobre la base de que ya este
experto está viciado y la jueza parece coincidir –o no querrá oír
una conferencia más sobre distorsión aplicada a los �evys– por-
que permite la introducción de las fotografías y declina aprender
sobre distorsión fotográfica. A las 10:02 a. m. al fin hace su entrada
el jurado y el señor Park muestra sus instantáneas, poniendo fin
a su efímera e inconclusa aparición por el estrado, que no necesita
comentarios.
A las 10:09 a. m. tenemos a Jeffrey Richardson, quien tocará a
dúo con Heck Miller. El señor Richardson nos confiesa que pertene-
ce al 84 RADES, donde funge como jefe de Desarrollo e Ingeniería,
y que además tiene títulos de bachiller en Biología e Ingeniería Eléc-
trica, habiendo realizado varios estudios con la Fuerza Aérea. Reco-
rre el largo camino de sus extensivos entrenamientos y experiencia,
pero ya yo estoy bastante cansado como para seguirlo. Tras estable-
cer que el testigo ha trabajado con radar en evaluación de inciden-
tes, la fiscal lo presenta como experto y Paul pide interrogarlo.
El señor Richardson conoce de radares de tierra, habiéndolos
operado personalmente, no así los radares de Tamiami y Cayo Hue-
so. Ha estado en el lugar donde se opera el globo aerostático del

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radar de Cudjoe Key. No conoce de radares soviéticos. Paul quiere


discutir la presencia del testigo en la deposición en Cuba y se pro-
duce un side bar, tras la objeción de Heck Miller. El experto es acep-
tado y la fiscal lo recupera para sí.
La señora será quien discuta el tema de las deposiciones en
Cuba. Efectivamente, el experto asistió a las mismas y puede iden-
tificar el mapa con los trazos de radar aportado por Cecilio en la
Isla. Está familiarizado con el programa de computación y a través
de este realizó la comparación de los datos de radar aportados por
ambos países, transfiriendo los de Cuba a la computadora y aña-
diéndolos al programa RS-3 para que la máquina representara si-
multáneamente los trazos de los dos radares. La fiscal ofrece como
evidencia el disco compacto así creado, y Paul pide interrogar al
experto.
Son las 10:50 a. m. cuando Paul establece que ambos mapas
son distintos, pero el testigo se defiende diciendo que lo que él
tomó de la carta de navegación cubana fueron las coordenadas,
pues el programa tiene su propio mapa. El trabajo fue hecho por
otra persona bajo la supervisión del señor Richardson. El abogado
quiere argumentar y tanto el jurado como el testigo son excusados.
Paul alega que la evidencia de Cuba fue puesta en un programa
de computadoras para distorsionarla:

—Yo presenté un mapa y ellos lo pueden usar –dice–. Imagínese


que yo pusiera los datos de Cuba en el disco compacto de ellos
y lo presentara como evidencia.

La fiscal por su parte responde diciendo que las coordenadas


son una constante independientemente del mapa que se trate y
agrega que el mapa cubano puede ser comparado con la imagen
del programa RS-3. La jueza quiere saber cómo Paul podría con-
traexaminar sobre el programa que leyera las coordenadas y Heck
Miller responde que los datos pueden ser leídos y comparados con
el mapa cubano. Su Señoría hace entrar al experto y ella misma lo
interroga.
Brevemente el señor explica que el mapa cubano fue copiado
íntegro por la computadora y luego fueron leídos los puntos de la
trayectoria por la máquina, para trasladar el trazo al programa RS-3.
El testigo sale y la discusión continúa.

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Paul aduce que esta es la misma historia de Clelland: todo me-


tido en un programa y mezclado hasta con los datos del Majesty of
the Seas.

—Este es un caso de refutación y ellos pueden usar mi evidencia


—añade Paul—. Yo no puedo contraexaminar sobre esto.

Para Heck este es un clásico ejemplo de examen y el contraexa-


men no debería presentar ningún problema. La jueza quiere saber
quién garantiza la confiabilidad del mapa y la fiscal responde que
se trata de un mapa ampliamente utilizado por la Fuerza Aérea en
sus actividades diarias. Son las 11:30 a. m. y se decreta un receso.
Al volver, Heck Miller interroga al testigo: El 84 RADES ha utilizado
el programa Map Info, que trae incorporado el mapa en disputa por
un tiempo de dos años. El programa es confiable y ha sido empleado
tanto por el Buró Nacional de Seguridad del Transporte como por la
Fuerza Aérea, siendo de uso diario por el RADES. Las coordenadas
pueden ser comparadas manualmente con las del mapa cubano.
Paul a la carga. El testigo concede que solo unos pocos de los
65 puntos marcados en el mapa cubano fueron comprobados ma-
nualmente y dice no haber presenciado la comprobación. Él no es
experto en el programa Map Info y solo supervisó al técnico que
hizo el trabajo. No conoce los márgenes de error del programa. Paul
objeta sin éxito y a las 11:52 a. m. Heck Miller presenta su programa
a través del testigo.
Así que de nuevo vemos las conocidas lombrices —que ya nos
mostró el señor Clelland— reptar en los monitores, en esta ocasión
acompañadas de otros trazos que, al irse alargando, lucen como
alambre de púas, estas serían las trayectorias de los aviones de Her-
manos al Rescate según el radar de Cuba. El área entre Cayo Hueso
y La Habana es cubierta en esta oportunidad, el experto señala las
diferencias principales entre las trayectorias representadas por los
alambres de púa castristas y las infalibles y precisas lombrices nor-
teamericanas: los primeros representan una trayectoria más al este
y al sur, que los aviones procedentes de Florida.
Dicho sea de paso, en el juicio nunca se ventiló si los gusanos
que representaban las trayectorias de los aviones de Basulto y com-
pañía implicaban algún mensaje subliminal por parte de la Fiscalía.
Ahora se pasa a un close-up del área al norte de La Habana para
que se acentúe la diferencia. Los trazos del radar cubano muestran

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a los aviones más separados entre sí, y el avión de Carlos Costa


aparece más al sur, en contraste con el avión de Basulto que ocupa
esta posición en la versión norteña.
Dejando solo los alambres de púa, el señor Richardson muestra
algunas inconsistencias en las trayectorias aportadas por Cuba: a
veces los aviones aparecen más separados de lo que deberían, en
otras ocasiones parecerían acelerar más de lo permitido y discre-
pancias por el estilo, similares a las que yo he mostrado a Paul en
la composición del 84 RADES introducida por Clelland. Presenta-
das ahora solamente las lombrices norteamericanas, el experto nos
dice que todo es bello, prístino, puro y cristalino mientras el jurado
está durmiendo, pues esto ha tomado mucho más de lo que me
toma contártelo.
Paul pide un side bar para poner fin a la sesión de hipnosis, pero
aunque de mala gana, la jueza en esta ocasión permite que la fiscal
continúe.

—Heck Miller es nuestra mejor amiga —me dice Philip, feliz, al


regresar del side bar.

Y la señora sigue comparando gusanillos y alambres de púa con


tremenda calma chicha, hasta que a la 1:10 p. m. la jueza despier-
ta al jurado con un receso. La presentación del programa, resumido
por mí en cuatro párrafos, ha tomado una hora y dieciocho minutos.
Pero no hemos concluido. Al regresar Heck Miller continúa in-
mutable su letanía, mostrando las diferencias entre las trayectorias
casi minuto a minuto. Ahora se refiere al momento del derribo y
apunta las diferencias de posiciones y rumbos entre la versión cu-
bana y la norteamericana, para luego buscar supuestas contradic-
ciones entre el radar de Cuba y la toma de video hecha por Basul-
to. Cuando quiere volver sobre inconsistencias en la velocidad del
avión de Mario de la Peña, Paul comienza a objetar y la jueza a
sostener. Heck insiste, Paul objeta y la jueza sostiene... Heck insiste...
Paul objeta y la jueza sostiene... Heck insiste... Este párrafo ha toma-
do veinticuatro minutos en tiempo real hasta que la jueza manda al
jurado a casa a la 1:50 p. m.

—Usted ha sido muy repetitiva –le señala a la fiscal–. Este testigo


ha testificado una y otra y otra y otra vez...

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—Algunos puntos como la distancia entre los trazos de radar de


ambos países no han sido establecidos –replica Heck Miller.

Y Paul tercia:

—Es por la manera en que se está haciendo. Primero muestran


toda el área, luego enfocan un área tras otra y hacen las mismas
preguntas. Ya se ha establecido que hay diferencias entre los
radares. Todo eso se puede plantear en los argumentos de
clausura.

La jueza quiere saber qué tiempo de letanía falta y Heck Miller


responde que veinte minutos.

—Esto ha sido cubierto ya —dice Su Señoría tras leer la transcrip-


ción y agrega que permitirá algunas preguntas limitadas a la fis-
cal, aunque todo indica que mantendrá las bridas bajo control.

Así termina el día. En la tarde se produce el acostumbrado cam-


bio de custodia cuando los alguaciles nos llevan a la cárcel y somos
recibidos por un boricua muy decente de apellido Colón. Cuando nos
va a realizar el registro de rutina recibe la advertencia de un alguacil:

—No les encontrarás nada encima ahora —bromea—, ellos se van


a sus casas en dos semanas.

El martes 15 de mayo la sesión comienza a las 9:24 a. m. en el mis-


mo punto en que concluyó la víspera: con Heck Miller interrogando
al experto del 84 RADES.

—Señor Richardson, ayer estábamos discutiendo... –comienza la


fiscal con unas láminas que repiten la misma información que
se ha dado al panel a través del programa de computadora. De
nuevo volvemos a escuchar las mismas comparaciones entre los
trazos del radar de Cuba y el de Estados Unidos, y Paul comien-
za a objetar, haciendo que Su Señoría tire de las riendas una
y otra vez para conminar a Heck Miller a que introduzca una tras
otra las láminas en la evidencia, ahorrándose sus reiterativas

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explicaciones. A las 9:45 a. m. termina el examen que ha tomado


veintiún minutos, con tirones de rienda y todo, para poner fin a
esta letanía.

Paul, armado de un reporte inicial del 84 RADES donde se admite


que en el análisis del radar cubano no se detecta ningún elemento
fraudulento, comienza por ese punto y el señor Richardson corrobora
la conclusión del reporte. Tras establecer que efectivamente hay sig-
nificativas diferencias entre ambos radares, McKenna muestra al tes-
tigo el diagrama de la estación de radar del Pan de Matanzas hecho
por Cecilio e inquiere sobre si de alguna manera está conectado al
radar del norte. Kastrenakes adivina por dónde viene Paul y comienza
a objetar en el vacío, mientras el testigo, tras mostrar su horror ante la
sola idea de que un radar neoliberal norteamericano pueda conec-
tarse a otro de economía centralizada, termina ayudando a establecer
que, efectivamente, el 24 de febrero Cuba reacciona ante lo que ve
en su propio radar y que este localizó los objetivos en aguas cubanas.
El abogado pide al experto determinar la distancia entre el pri-
mer derribo y el lugar más cercano de la costa cubana utilizando su
programa de computación. La medición es entonces repetida, esta
vez con el mapa introducido por Cecilio, y, por encima de las cons-
tantes objeciones de Heck Miller, se descubre que las distancias no
son iguales, lo que demuestra que la imagen computarizada no es
una réplica tan fiel del mapa cubano. Para concluir, Paul establece
que el testigo no sabe cuándo los datos fueron puestos en el disco
compacto ni dónde fueron almacenados, ni quién lo hizo, ni quién
los transfirió al disco de su albergue original. Después de dejar claro
que los trazos de radar no muestran el rumbo de vuelo de los avio-
nes, el testigo es devuelto a Heck Miller a las 10:19 a. m.
Ahora, de la mano de la fiscal, míster Richardson declara que
los trazos del radar cubano no muestran ningún cambio de rumbo
y que las trayectorias de alambres de púas que muestra la pantalla
son iguales a las del mapa de Cecilio. Luego tratan de explicar que
el error en la medición de distancia con la computadora se debió al
perfil inclinado del litoral –algo parcialmente cierto–. Pero cuando
quieren recorrer la costa cubana con el cursor en la pantalla, Paul
objeta aduciendo que el litoral, en el monitor, difiere obviamente
del mapa, recibe así de la jueza una oportunidad para volver a exa-
minar al testigo.

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El testigo recuerda que, según Cecilio, el radar del Pan de Ma-


tanzas era el mejor de Cuba, pero no puede asegurar que Cuba se
haya apoyado para sus datos en este o en algún otro radar durante
el incidente.
Y ahora llega la puñalada al estilo de la que propinaron con el
piloto de Guardacostas cuando se refirió a los pedazos de avión que
solo recordó haber visto en mayo de 2001, al ser reexaminado por
la Fiscalía. Heck Miller repite una pregunta ya hecha por McKenna,
y ya sin asombrarnos escuchamos una respuesta diametralmente
opuesta a la que el testigo le dio al abogado: resulta que ahora el ex-
perto cree que el radar de Cuba es un fraude, para esto se basa en
las diferencias irreconciliables con los dibujos animados concebi-
dos en los laboratorios del 84 RADES.
Esta vez Paul pide un side bar; cuando los abogados regresan Phil
me dice que la jueza autorizó contraexaminar en este truco. A pun-
to de concluir su dúo, la fiscal y el testigo se limitan a explicar que
la misión del 84 RADES consiste en ofrecer una reconstrucción pre-
cisa de incidentes aéreos, que son los mejores, que nunca se han
equivocado, que son un montón de gente genial dedicados a esta
tarea y que los norteamericanos tenían un radar secundario. A las
10:43 a. m. McKenna accede a su oportunidad de volver a enfrentar
al señor Richardson.
El abogado enarbola el reporte escrito por el propio testigo, tras
haber examinado en primera instancia el mapa del radar de Cuba
introducido por Cecilio.

—¿Usted no escribió este informe? –pregunta realmente ofendido


y recibe una respuesta afirmativa.
—¿Usted no escribió en él que no había ninguna indicación clara
de fraude en el mapa de radar presentado por Cuba?

El testigo admite también esto último y el contraexamen de


Paul termina haciéndole comparar el perfil costero de la isla, según
el programa Map Info utilizado por el 84 RADES en su animación
computadorizada, con el mapa real de Cuba; y demuestra que real-
mente existen discrepancias que hacen deficiente el dibujito del
RADES. A las 10:50 a. m. ha concluido su paso por el estrado el se-
ñor Richardson.
El peso de la comparecencia de Jeffrey Richardson recayó en el
ataque a los datos de radar aportados por Cuba sobre la base de

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dos elementos: ciertas deficiencias intrínsecas y su comparación


con el radar estadounidense.
Y por último tenemos la más extemporánea declaración acerca
del supuesto carácter fraudulento de los datos cubanos, tan ladi-
namente introducida cuando ya asumían que Paul no podría in-
tervenir. Es difícil adivinar qué valor darán los miembros del panel
a cada uno de estos elementos, y es evidente que el grueso del
trabajo de la Fiscalía sigue apoyándose en los prejuicios, como lo
demuestra el que hayan dedicado un tiempo tan desproporciona-
do a comparar el radar de Cuba con el de los Estados Unidos. Dos
horas de este ejercicio constituyen un reto a la inteligencia... del
que la tenga.
Análisis aparte merece el hecho de que la Fiscalía tenga la prerro-
gativa de presentar como evidencia el entramado computarizado
introducido a través de este testigo, para que la defensa lo asimile
a marcha forzada en un muy breve período, sobre el que Paul tuvo
que preparar su contraexamen casi al mismo tiempo que el exper-
to testificaba. Tuvo MacKenna que sobreponerse al imposible reto
de inquirir acerca de una evidencia de mucha complejidad técnica,
elaborada por un equipo multidisciplinario de especialistas en las
ventajosas condiciones de sus lugares de trabajo, solo apoyado en
su experiencia como abogado y en las observaciones al vuelo que
hubiera podido hacer durante el testimonio. Algo no anda bien en
el concepto legal de lo que se conoce como caso de refutación, al
menos en la manera en que aparece concebido.
Al volver a las 11:09 a. m., la sala comienza a llenarse con un
grupo de visitantes a todas luces extranjeros. Alguien nos dice que
se trata de una delegación de Armenia, tal vez un grupo de juristas
que está descubriendo la democracia a través de algunas películas
norteamericanas y ha venido a aprender cómo funciona el mejor
sistema legal del mundo... cinematográfico. Espero que se vayan a
tiempo para que no aprendan demasiado.
Los asiáticos presencian una cláusula concerniente a toda la
basura que Hermanos al Rescate se ha dedicado a lanzar sobre
Cuba. Kastrenakes muestra las medallas que dicen haber lanzado
sobre La Habana en julio del 95, supongo que las más pequeñas
que se pudieron buscar para mostrar ahora al jurado, y continúa
poniendo en el proyector una tras otra las octavillas y calcomanías
que han estado lanzando por años sobre la Isla. Se recrea en este
ritual mientras vira y revira las octavillas en el proyector, como si

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estuviera friendo una tortilla, y lee una y otra vez lo que dicen: «El
cambio soy yo», «Tu problema es el mío», «Tu vecino piensa igual»,
«Compañeros no. Hermanos»... El fiscal saborea la lectura de algunos
artículos de la Declaración de Derechos Humanos y algunas fra-
ses hipócritas más sobre derechos de familia, detenciones arbitra-
rias y conceptos por el estilo, que estos truhanes manipulan tan bien.
No te voy a negar que me revolvió el estómago oír a Kastrenakes
leer sobre valores familiares y pensar en el trato que se les diera
a ustedes. Todas las octavillas tienen una frase común: «Cubano,
lucha por tus derechos». Exactamente lo que hemos estado hacien-
do por más de cuarenta años para que gente como Basulto y Kas-
trenakes no vengan a arrebatarnos nuestros derechos.
Tras los mensajes emancipadores de Basulto se introduce la
transcripción del audio grabado a bordo del N2506 el día del derribo,
y le sigue otra de las advertencias que el tráfico aéreo de La Habana
hiciera a los flotilleros durante la incursión del 13 de julio del 95.
Mientras Kastrenakes sigue presentando documentos nos llega la
próxima obra de Gerardo sobre la visita de los armenios:

Los armenios vinieron para devolverle la visita a Heck Miller, porque ella estuvo en Armenia
el año pasado…

La próxima evidencia que el fiscal quiere introducir provoca un


side bar solicitado por Paul, quien plantea que las seis notas diplo-
máticas, que Kastrenakes pretende presentar ahora, ya habían sido
presentadas por él.

—Eso ha sido hecho durante el juicio –dice el fiscal.

Pero la jueza le explica que se ha tratado de fragmentos de al-


gunos materiales muy extensos y Kastrenakes insiste. Según dice

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él, quiere leer las notas al jurado porque Paul lo hizo como parte de
un grupo que incluía también varias notas de Cuba, pero sin pro-
porcionar alguna explicación o lectura al panel, lo cual tiende a dar
la impresión de que el gobierno no hizo nada contra Hermanos al
Rescate. Algo así como la verdad.

—Esto no refuta nada —dice Paul—. Son las mismas notas que yo pre-
senté. Hay una regla de procedimiento que permite introducir los
sumarios que tanto Philip como Jack presentaron en la evidencia.
—Paul sabía que yo iba a introducir las notas y realizó una jugada
táctica adelantándose a presentarlas para evitarlo –se queja el
fiscal.
—El jurado las leyó un día y al regresar a la mañana siguiente las
pidió de nuevo –argumenta McKenna.

La jueza decide que, efectivamente, las notas son acumulativas,


haciendo que Heck Miller intervenga:

—Paul dedicó mucho tiempo leyéndolas al jurado y lo impactó


–dice–. Nosotros tenemos el derecho a refutarlo.
—Eso ya fue hecho público. Ese es mi fallo. Ustedes pueden utili-
zar las notas en los argumentos de cierre –concluye la señora
Lenard.

Mientras Kastrenakes y Paul se ponen de acuerdo acerca de las


notas que serán separadas del montón de papeles, Heck Miller,
obstinada de recibir palos durante el juicio, parece atravesar a Su
Señoría con una mirada homicida, a juzgar por lo que sigue:

—Señora Heck Miller, ¿hay algo que usted quiera? Me parece que
usted me está mirando fijamente.
—Yo solo estaba mirando a Su Señoría.

Ahora Joaquín y Kastrenakes parecen haberse puesto de acuerdo


y el último se dirige a la jueza:

—Esta es la situación, Su Señoría, con respecto a estas notas. Míster


Méndez fue tan amable como para coincidir en la autenticidad
de la nota tal como está redactada.
—Lo siento –responde la jueza–, yo estaba muy distraída.

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La cara de la señora Lenard es de pocos amigos.

—¿Usted quiere que abordemos este asunto más adelante? –pre-


gunta Kastrenakes.
—No. Usted puede comenzar de nuevo... Puesto que usted lo está
haciendo, la señora Heck Miller será excusada.

Y se dirige a la fiscal:

—¿Puede retirarse del side bar?

Heck Miller se retira a su asiento y el side bar continúa sin ella.

—¿Quiere que tomemos un receso? –inquiere Kastrenakes.


—No, yo no quiero tomar un receso.
—No se ponga brava conmigo.
—Yo no estoy brava. Eso fue muy duro.
—Yo no sé qué pasó —termina el fiscal—, lo siento. Yo pensé que ella
estaba mirando a un punto en la pared. Pido disculpas en su lugar.

Y a juzgar por este fragmento de transcripción que te acabo de


regalar, el punto en la pared que miraba Heck Miller habría sido un
clavo donde querría colgar a la jueza.
A las 12:03 p. m. ocupa el estrado de los testigos un joven de
nombre Allan Prozd, quien fue amigo de Carlos Costa desde la ense-
ñanza secundaria. Allan cuenta que en 1986 Carlos fue a estudiar a
la Embry Riddle School, una academia de aviación, y debido a ese
motivo ellos perdieron contacto, por lo que solo se vieron esporá-
dicamente hasta 1992, año en que su amigo regresó a Miami. El
testigo asegura que puede identificar la voz de Carlos Costa en una
grabación, lo que hizo la víspera, y dice estar dispuesto a hacerlo
nuevamente. La cinta de audio grabada por Basulto el día del derri-
bo es escuchada y cuando una voz dice Seagle one. Where are you? (Ga-
viota uno. ¿Dónde tú estás?), el joven dice identificar la voz de Costa.
A las 12:13 p. m. interviene Paul y establece que Allan era amigo
tanto de Carlos como de su familia, que habló con ellos en los últi-
mos tiempos algunas veces, la última vez fue hace varios meses. Él
no sabe quién lo recomendó al gobierno como posible testigo, no
ha escuchado a Costa hablar a través de un radio, nunca antes ha

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escuchado el audio de una conversación de aviación y no conoce


de los hechos del caso. Paul lo confronta con un segmento de la
transcripción de la grabación, justamente anterior a la parte en que
él supuestamente identifica a Costa, donde se comenta el primer
derribo demostrando que Costa ya estaba muerto cuando, según el
testigo, habría hablado.
A las 12:21 viene Kastrenakes, fingiendo indignación, para pre-
guntar al joven si alguien en la familia de Costa le indicó qué hacer
en el estrado. Tras decir naturalmente que no, el señor Prozd repite
que la voz es la de Carlos Costa. A las 12:24 p. m. la jueza despide
al panel para discutir algunas cosas pendientes.
Y antes de abordar esa discusión, el comentario obligado sobre
el paso por el estrado del testigo Allan Prozd.
La Fiscalía ha hecho una cuestión de principios el tratar de hacer
creer al jurado lo imposible –es decir que Carlos Costa pudo haber
hablado por radio tras ser derribado–, con el aparente propósito
de crearle la impresión de que Mario de la Peña no fue quien hizo
referencia a los Mig en el aire. La idea de que alguien pueda identi-
ficar a la fuente de la breve oración que se hizo escuchar al testigo
es burlesca. La persona que dijo Seagle one. Where are you? es imposible
de identificar, yo no lo logro a pesar de haberme comunicado por
radio con Costa en muchas ocasiones.
Aquí todo lo que se puede hacer son deducciones, y una cosa
es segura: habiendo sido el primer avión derribado el que tripula-
ba Costa, él no pudo haber dicho la frase que le adjudica el testigo.
Todo esto nos confirma la falta de ética que ha demostrado la
Fiscalía en el proceso desde el primer día. La frase en discordia fue
adjudicada a Mario de la Peña por la OACI en su primera investiga-
ción, hace cinco años; y esto lo ratificaron los traductores de la Cor-
te al crear la versión que introdujera Paul. No obstante, los fiscales
trataron de valerse de Susan Salomon a fin de adjudicarla a Costa,
pero al no lograr su propósito, se valieron de este joven, a quien ¡sí!
le indicaron exactamente lo que tenía que decir, para establecer su
poco relevante punto.
Esta parece ser definitivamente la visión que tienen estos seño-
res de la justicia. Ellos se sienten por encima de la verdad, del honor,
de la palabra y hasta del juramento que tan devotos hacen sobre
una Biblia en la que dicen creer. Luego tienes que soportarlos cuan-
do fingen estar ofendiditos o cuando, aún peor, tienen la desvergüen-
za de cuestionar a un cubano sobre si está diciendo la verdad.

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A veces me pregunto cómo se organizarán estas conspiraciones


para burlarse del jurado, de la Corte y del propio sistema judicial
que dicen representar. ¿Abordarán directamente a su testigo para
decirle que necesitan que mienta? ¿Le dirán que se trata de un gru-
po de malvados comunistas a los que hay que castigar a toda cos-
ta y lo convencerán de que el fin justifica los medios? ¿O tal vez le
recordarán la memoria de su amigo, diciéndole que tiene en sus
manos la posibilidad de vengarlo? ¿Serán quizá más sutiles mani-
pulando al sujeto hasta que capte por sí mismo lo que ellos necesi-
tan? ¿Se pondrán de acuerdo entre sí para mentir y hacer mentir a
sus testigos? ¿Lo hablarán abiertamente? ¿Se tratará de un acuerdo
tácito, sin palabras ni señales, tal vez un instinto aprendido de ac-
tuar de esa manera y mantener un código de silencio? ¿Celebrarán
cuando logran engañar al jurado fingiendo algún rapto teatral de
indignación? ¿Se engañarán a sí mismos y terminarán creyéndose
las mentiras que dicen?
¿Cuántas personas inocentes habrán sido víctimas de tanta in-
moralidad y estarán pagando en la cárcel delitos que no han come-
tido? Este país se levantaría horrorizado si un día sus ciudadanos
decentes amanecieran con el conocimiento de cuán bajo pueden
caer los valores morales de quienes dicen representar a la justicia.
Regresamos a la sala a las 12:24 p. m., cuando ya se están dis-
cutiendo los asuntos pendientes. Al parecer Kastrenakes quiere
introducir algunas notas diplomáticas de Estados Unidos a Cuba
en relación con el terrorismo y Joaquín se opone. El abogado
argumenta que esas notas fueron intercambiadas un año después
de nuestro arresto y, por tanto, están fuera del período que cubre
el acta de acusación, razón que a su vez fue esgrimida por el propio
fiscal para impedir que se introdujera el tema de la detención de
Posada Carriles en Panamá. Aunque Kastrenakes aduce que lo
que él quiere hacer es refutar el testimonio del teniente coronel
Hernández Caballero acerca de reuniones con el FBI en el período
posarresto, Joaquín riposta diciendo que la mención a las reunio-
nes tuvo el propósito de introducir algunas fotografías, lo que el
gobierno impidió.
La jueza pide a las partes que le indiquen las páginas de la
transcripción en las que puede hallar el testimonio relativo al
diferendo y quiere poner fin a la sesión; pero Kastrenakes le pide
discutir un asunto pendiente y la señora Lenard pregunta:

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—¿Quién va a argumentar esto?


—Yo, Su Señoría –dice Heck Miller.

Y cuando va a abrir la boca para comenzar, la jueza le da la espalda.

—Estamos en receso, hasta mañana –anuncia mientras se retira


dejando a la fiscal con la palabra en la boca.

Antes de que dejemos la sala, Philip me da su criterio: la jueza


está tan enojada que sencillamente no considera que pueda ser
justa con la Fiscalía en estas condiciones.
El enojo de la señora Lenard ha puesto fin a la sesión a las
12:30 p. m., y esto nos ha permitido subir al piso temprano, lo su-
ficiente como para escuchar Radio Mambí en el noticiero vesper-
tino de las 5:00 p. m.
Así nos damos de narices con la «noticia» de que la jueza im-
pidió a la Fiscalía presentar en la evidencia un video que mostraba
la desintegración en el aire de los aviones de Hermanos al Rescate
por la fuerza aérea castrista, y que al rechazar el video explicó que
lo hacía porque la evidencia elevaba la credibilidad de Basulto. No
comment.

El miércoles 16 de mayo llegamos a la Corte y Philip nos recibe con


un editorial en El Nuevo Herald escrito por otro personaje de la sagüe-
sera llamado Luis Botifol y titulado «El caso de los espías contra
la credibilidad del sistema judicial», que demuestra por sí solo el
grado de frustración de este elemento ante lo que está pasando en
la sala y vale la pena que te reproduzca al menos un fragmento:

La defensa está siguiendo el plan del espía Kim Philby. Desvía la


atención del jurado, crea confusión y demora el juicio.
Cosas inexplicables han ocurrido durante el juicio de cinco ciuda-
danos cubanos acusados de espiar para Fidel Castro.
En lugar de desacreditar las acusaciones, la defensa ha tratado de
justificar las acciones de los defendidos, presentando al régimen
de Castro como víctima y a la comunidad exiliada cubana como la
parte culpable. Los defendidos de esa manera desvían la atención
de los jurados creando dudas que pueden influir en el veredicto.

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A pesar del silencio impuesto sobre aquellos que participan en


este caso, los reportes de prensa generan comentarios desfavora-
bles en la comunidad, la cual atribuye la permisividad de la jueza
como motivada por su asociación con miembros prominentes de
la pasada administración, quienes no simpatizan con la comunidad
exiliada, especialmente después del caso de Elián.
Mientras parecería que la Fiscalía no ha recibido la asistencia total
de la Casa Blanca, el procurador general o el Pentágono, la defensa
seguramente ha recibido amplia cooperación del régimen de Castro.
Está poniendo a disposición de la defensa información y a varios ofi-
ciales del gobierno para que la asistan. Los abogados de la defensa
han hecho numerosos viajes a Cuba, recibiendo no solo cooperación
sino también consideraciones del gobierno cubano, eso sin mencionar
mini vacaciones con los miembros de sus familias.
Por propia iniciativa o por aviso del régimen de Castro, los aboga-
dos de la defensa están siguiendo el viejo plan que Kim Philby, el
famoso agente británico para la Unión Soviética, propuso en 1963
para uso de la KGB: desvía la atención del jurado con irrelevancias,
crea confusión y demora el juicio lo más posible. Lo último ha sido
conseguido: originalmente estimado para unos treinta y cinco días,
el juicio se ha extendido por siete meses.
En cuanto a lo primero, la jueza ha permitido, a pesar de fuerte
oposición de la Fiscalía, discusiones y evidencia de que Cuba no
representa una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos, que
Cuba ya tiene información clasificada acerca de las instalaciones
militares norteamericanas y no necesita más, que si los Estados
Unidos fueran a atacar, Cuba sería capaz de conocer cuándo y dón-
de mirando las noticias en la CNN, que las oficinas del Comando
Sur y las bases militares en la Florida son suficientemente seguras
para evitar espionaje, que el único objetivo era espiar en organi-
zaciones cubanas exiliadas que financian actos terroristas en Cuba.
La defensa también alega que los aviones de Hermanos al Rescate
estaban en aguas cubanas y no en aguas internacionales cuando
fueron derribados. La jueza ha admitido evidencia y testimonio pro-
vistos por el régimen de Castro para probar tal argumento. En algu-
nos casos, la tolerancia de la jueza ha llegado hasta los extremos. En
tres ocasiones diferentes, las partes han viajado a Cuba para tomar
declaraciones a miembros del gobierno cubano, quienes, si fueran
autorizados por el gobierno de Cuba a viajar a Miami, pudieran en-
frentar cargos de perjurio [...].

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rené gonzález sehwerert

[...] La jueza ha permitido una amplia investigación, efectuada


mayormente en Cuba, cuestionando la decisión de la OACI [sobre
el derribo de los aviones].

La pieza no es tan seria como para merecer muchos comenta-


rios. La mayor parte de las idioteces se explican solas y las mentiras
saltan a la vista, pero entre las primeras hay una que podría nece-
sitar clarificación.
Se trata de la mención a Kim Philby, nombre que conocí preci-
samente a través de este periódico, cuando meses atrás elucubraba
teorías para explicar el descalabro en la Corte. Según su fabulación
el señor Philby era un agente inglés que, al desertar a la Unión So-
viética, enseñó a los comunistas a manipular las bondades de este
sano y justo sistema de justicia para enfrentar juicios de espionaje.
El panfletero nos achaca todos los trucos de que precisamente se
ha valido la Fiscalía y dice que nosotros hemos seguido los conse-
jos del inglés, quien supongo que puede haber sido fiscal antes de
cruzar la cortina de hierro en dirección al poniente.
¡Ah! Según rumores no confirmados, el señor Botifol sería abue-
lo o algo parecido de... ¡Sofía Powel Cossío! Como puedes ver, ol-
vidó decir con quién la niña aprendió a hacer señas a los testigos
desde el banco de la Fiscalía.
A las 9:05 a. m, la jueza nos anuncia su salomónica decisión re-
ferente a la discusión de la víspera. Las notas diplomáticas que el
fiscal quería presentar son admitidas, con la excepción de un par de
ellas que Hernández Caballero dijo no poder identificar en su tes-
timonio. El fiscal Kastrenakes parece querer al niño entero para sí
y protesta, pero la señora Lenard mantiene su posición. La Fiscalía
amenaza con llamar a un oficial de la policía al estrado para impug-
nar no sé qué estipulación ya introducida por Joaquín. Tras cinco
minutos de pataleo, tenemos ante nosotros al próximo testigo de
la Fiscalía.
El general James Clapper se unió al Cuerpo de Infantería de Marina
en 1961, fue comisionado como oficial en 1963 para desarrollar su
carrera en la especialidad de Inteligencia. Trabajó como recolector
de señales de inteligencia en la década del sesenta e hizo dos viajes
a Vietnam. Fungió como comandante de un ala de Inteligencia y
luego fue asignado al Pentágono como director de Inteligencia de la
Fuerza Aérea. Estuvo destacado en la base aérea de Patrick entre

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xiii | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

1984 y 1985, fue dos años director de Inteligencia en Corea y luego


director de Inteligencia de la Fuerza Aérea en las operaciones Es-
cudo del Desierto y Tormenta del Desierto. Antes de su retiro, en
septiembre de 1995, fue director de Inteligencia del Comando del
Pacífico y comandante de la Agencia de Inteligencia del Departa-
mento de Defensa. Tras su paso a la vida civil, ha hecho trabajos
privados y se ha envuelto intermitentemente con el gobierno en
investigaciones relativas al terrorismo (colocación de bombas sin
permiso de los norteamericanos).
El general Clapper ha supervisado actividades de contrainteli-
gencia que incluyen a Cuba. Y actuó como profesor en los últimos
cuatro o cinco años. Buckner presenta al general, sin que haya
objeción, como experto en inteligencia.
A las 9:26 a. m. Buckner alarga al experto su curriculum vitae. A par-
tir del documento regala al jurado algunas definiciones: capacidad
militar, equipamiento, entrenamiento, movilidad y disposición com-
bativa. Deteniéndose algo más en el concepto de intención de utilizar
la fuerza militar, explica que este es un elemento de interés para la
Inteligencia. El señor Clapper dice haber estudiado la evidencia conte-
nida en los documentos que el FBI nos confiscó y brinda sus conclu-
siones: era una operación de Inteligencia humana que prestaba gran
atención a la secretividad, vigilancia y penetración.

—Una actividad de Inteligencia humana de tipo comunista –agita


el general el coco rojo ante el jurado y sigue—. Yo he visto esto
en la Inteligencia comunista alrededor del mundo. —Buuuhuhu-
huhuhu. ¿No te vienen a la mente automáticamente los conse-
jos del señor Philby?

Ahora se discuten los Elementos Esenciales de Información:


«Descubrir planes de agresión contra Cuba», para afirmar que el
intento de agredir a Cuba no hubiera sido publicado. Acto seguido
comienzan a mezclar parte de la documentación con generalizacio-
nes a diestra y siniestra:

—¿Aquí dice penetración en DAV-101?


—Sí. Y el objetivo de la penetración es por lo general acceder a
información no pública.

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—¿Y esta guía para datos biográficos?


—Para hacer reclutamientos hay que conocer.

Jack objeta las generalizaciones y la jueza sostiene.


Los fiscales echan mano a otro documento en que sí se habla de
reclutamiento; el testigo aprovecha para extenderse y sacar como
conclusión que el propósito del reclutamiento más probable era
obtener información no pública. Buckner aprovecha para envolver
a todos los acusados en el mismo paquete:

—¿Cuál piensa usted que era el objetivo de Giro, Allan, Lorient...?


—¡Objeción!
—Individualice –ordena la jueza.
—En relación con este... grupo...
—Objeción –saltan al unísono todos los abogados.

La jueza sostiene y provoca un comentario venenoso de Buckner:

—Pero Su Señoría, esto es una conspiración.


—¡Side bar! –saltan de nuevo los abogados.

Philip y Joaquín piden que el juicio se anule, pues lo que el fiscal


ha estado haciendo es teñirnos a Fernando y a mí con el cargo de
espionaje, para asegurarse de que nos ganemos el odio del jura-
do. Esto es obviamente impropio, pero aunque la señora Lenard no
opta por la anulación, decide explicar al jurado que lo que la Fiscalía
hizo no es correcto y que cada acusación debe analizarse individual-
mente en relación con cada acusado. Por su parte, el comentario de
Buckner: «Pero Su Señoría, esto es una conspiración», dará pie a un
artículo del día siguiente que ocupará espacio en este diario.
Tras un receso, estamos de vuelta a las 10:46 a. m. De la mano
del documento identificado como DG-108 se discute la penetra-
ción del Comando Sur y las posibilidades de que Joseph Santos
trabajara allí.

—Cuba tiene la capacidad de lanzar una guerra cibernética.

Repite de este modo el testigo una de las últimas fábulas de la


mitología anticubana. De nuevo se toca la secretividad de nuestras

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acciones para insistir en que nuestro objetivo debía ser el obte-


ner información no pública. Y utilizando un par de documentos,
se vuelve sobre la idea de que se estaba realizando un trabajo de
penetración a largo plazo.
Más generalizaciones al cerebelo de los miembros del panel,
así nos enteramos de que los sistemas de seguridad dependen de
la confianza en la gente, de que el Ejército norteamericano tiene
1.4 millones de hombres sobre las armas y de que algunos de ellos
pueden cometer errores:

—Un solo hombre desde fuera del Ejército puede fastidiar a


todo el país en estos tiempos en que los virus de computa-
doras...

Paul objeta todo esto que no tiene nada que ver con el caso y la
jueza sostiene. Pero Buckner no va a soltar tan fácilmente el fantas-
ma de los prejuicios y se habla de qué daños se podría hacer desde
plazas de limpiapisos en la Agencia Nacional de Seguridad y de si
en el Comando Sur hay información no pública.
Un último toquecito de confusión, para terminar:

—General Clapper, ¿cuál sería el resultado de un descubrimiento


de información...?
—¡Objeción! ¿A qué información se refiere?
—Sostenida.

Buckner no puede referirse a ninguna información específica en


la evidencia y da taimadamente otro paso:

—¿Cuba comparte información?


—Sí.
—¿La información es transferible?
—Sí
—¿Qué daño causaría que la información...?

Vuelve por sus fueros el fiscal.

—iObjeción! ¿A qué información se refiere?


—Sostenida.

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Y privado por la jueza de su última jugadita, el aprendiz de Tor-


quemada concluye haciendo decir al experto que Cuba comparte
información con �ina y Rusia.
Son las 11:15 a. m. cuando toma la palabra el señor Norris como
primer abogado de la defensa en enfrentar al general Clapper.
El general no conoce a Luis Medina y sus opiniones son influi-
das por treinta y tres años de experiencia. Presentándole un artícu-
lo sobre su persona aparecido en una publicación, el abogado le
hace admitir que se trata de una información sobre sí mismo y sin
embargo no está clasificada. Repasando los gastos de Inteligencia
de los Estados Unidos, se establece que de los 28 000 a 35 000 mi-
llones invertidos anualmente, el uno por ciento dedicado a fuentes
abiertas aporta el cuarenta por ciento de la información total. La
Inteligencia norteamericana descansa más en la tecnología que en
operaciones clandestinas. Por supuesto, algunos países no tienen
los recursos tecnológicos de que disponen los Estados Unidos.
Hablando de fuentes abiertas de información, a una pregunta
de Norris, el general dice no saber si algunos países se han de-
dicado a esas fuentes, pero acepta que acudir a ellas no consti-
tuye un delito de espionaje, coincidiendo también con el abogado
en que es bueno descansar en múltiples fuentes de información.
El testigo también coincide en que a Cuba le preocupa un ataque
potencial de este país y en que esta preocupación puede definir
los Elementos Esenciales de Información de la Isla; pero no puede
olvidar que ha sido llamado por la Fiscalía y agrega una coletilla:

—Pero no define exactamente lo que ellos pueden mirar.

Míster Clapper no conoce sobre el Ejército cubano, no sabe


cuántos hombres tiene, cuántos están abocados a trabajos civiles
o cuántos Mig poseen las FAR. La próxima pregunta se refiere a si
Cuba es una amenaza para los Estados Unidos:

—No. Pero ha sido de vuelta calificada por el Departamento de


Estado como una nación terroris...
—¡Objeción! –saltan todos los abogados como uno solo y tras un
side bar la jueza instruye al jurado que obvie el comentario vene-
noso y bajo del testigo. Claro que lo de venenoso y bajo no lo
dijo ella, pero sí lo digo yo.

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Respecto a una posible invasión a Cuba, el general admite que


«probablemente» –dice él– se pueda tener información de fuentes
públicas. Pero cuando Norris le pregunta si una biblioteca puede
ser fuente de inteligencia abierta, el señor es más resbaloso.

—Si usted lo llama de esa manera...


—¿Está usted redefiniendo el término de fuente abierta, general?
–Norris está enojado.
—No –responde el experto secamente y el cuestionario continúa.

Míster Clapper sabe de Joseph Santos a través de la evidencia y


al general Wilhelm lo conoce personalmente.

—¿El espionaje es utilizado en inteligencia? –pregunta Norris.


—Sí.
—¿Y la palabra penetración indica espionaje?
—Sí –responde el experto.

Norris lee algunas instrucciones de un documento:

—Penetración de las oficinas de Ileana Ross, Lincoln Díaz-Balart


y políticos cubanos de extrema derecha... ¿Usted dijo haber se-
leccionado documentos relacionados con actividades militares?
–ataca Norris.
—Bueno..., ese documento es una excepción que yo seleccioné...
—¿Qué tiempo ha empleado usted leyendo estos documentos?
—Unas veinte horas.

Para terminar, el abogado quiere dejar claros los vínculos eco-


nómicos del testigo con el gobierno. La compañía para la que tra-
baja el general tiene contratos anuales con el Tío Sam y tías como
Heck Miller por dos millones al año; la incorporación de míster
Clapper a la empresa fue objeto de amplia publicidad, y el señor
admite que su billetera está vinculada a las ganancias de la com-
pañía, pero dice ignorar cuánto representa él en papel moneda
para Systems Resource Analysis, el modesto negocito conectado al
gobierno por solo un par de milloncitos al año. A las 12:10 p. m. el
jurado es excusado para discutir un par de misceláneas.

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Resulta que ahora la Fiscalía quiere introducir en la evidencia par-


te de las audiencias de fianza de Fernando y de Ramón, en las que
Fernando González y Ramón Labañino se presentaron precisamente
con sus nombres falsos sin dar a conocer sus verdaderas identidades.
En el fondo esta gente no se ha recuperado del golpe que repre-
sentó la revelación de los nombres de nuestros compañeros en los
argumentos iniciales, tras quién sabe cuántos esfuerzos para averi-
guarlos sin tener éxito, y tienen una fijación casi infantil con este de-
talle; de ahí su lucha por que no se presentaran los documentos de
Cuba y ahora por querer presentar estos fragmentos de las audiencias
de fianza. Claro que un subproducto de esta táctica es decir al jurado
que se fije en estos castristas, en lo malos que son, tan mentirosos y
sinvergüenzas han resultado que dieron a un juez de este respetable
sistema judicial unos nombres que ahora resultan falsos.
Pero el meollo de esta maniobra apunta a un resultado concreto
más tangible: incrementar las sentencias de los compañeros llegado
el momento.
Joaquín ha puesto una moción oponiéndose a esto, que ha desem-
bocado en una discusión. Tanto la moción como los argumentos que
ahora exponen Méndez y Norris apuntan a que esto no refuta abso-
lutamente nada. Los abogados argumentan que sus defendidos no
han negado el uso de falsas identidades y agregan que este paso
de la Fiscalía no refuta las identificaciones cubanas que se han pre-
sentado. La jueza divide nuevamente al niño en dos mitades, per-
mitiendo una versión limitada de las transcripciones donde solo se
hagan constar los nombres y se obvien ciertos argumentos que los
fiscales querían introducir.
A las 12:15 p. m. nos vamos a un receso.
Son las 12:39 cuando la señora Heck Miller ocupa el podio
para guiar en su testimonio a Florence Levy, quien identifica las
transcripciones correspondientes a las audiencias de fianza de
Fernando y de Ramón.
A las 12:46 p. m. Heck Miller puede dejar caer relajadamente su
peso sobre el asiento, pues al fin los fiscales se han arrancado la
molesta espinita del tema de las identidades. Entonces seguimos
con el general Clapper, en esta ocasión enfrenta a Jack en el estrado.
El general reconoce que en los documentos se orienta a los
acusados no hacer lo que no deben, para no llamar la atención,
y también concede que la observación directa es una fuente de

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Inteligencia humana. El experto termina aceptando que hay infor-


mación no pública que termina siendo conocida por el pueblo, una
vez que al ponerse en práctica se pone de manifiesto.
Otro side bar cuando el abogado quiere discutir los periódicos de
la base de Boca �ica y Buckner se opone. El fiscal regresa con el
rabo entre las patas y Jack compara los periódicos con los reportes
escritos por Lorient, que en muchos casos terminan proveyendo in-
formación más inocua que la que se está publicando en los diarios.
Para finalizar, se establece que el testigo conoce el Comando Sur
y las medidas de seguridad empleadas en la instalación para prote-
ger la información sensible. Es de su conocimiento que para acceder
a información clasificada o protegida hay que tener una habilitación
de acceso y además necesidad justificada para obtenerla.
A la 1:28 p. m. Paul toma el estrado para interrogar al experto.
El cuestionario de Paul es breve y conciso, comenzando por el
asunto del Comando Sur y la supuesta amenaza de Joseph Santos
a la seguridad nacional.
Ahora McKenna extrae algunas admisiones del general: El tér-
mino penetración se usa liberalmente en los documentos y no siem-
pre en relación con el tema militar. En toda la evidencia no aparece
una sola instrucción para obtener información resguardada por
Estados Unidos. A los acusados se les instruye no improvisar. A
nadie se le instruye obtener una habilitación de acceso o clearance.
Ningún acusado trató de obtener un clearance o alguna información
protegida. El propósito principal nuestro era observar indicios de
una invasión a Cuba, en cuanto al área militar se refiere. El testigo
dice no saber qué tiempo llevaba el Faquir en Boca �ica, y el
abogado lee de un documento una de las últimas instrucciones
que este recibió: «Busca un trabajo más cerca de las pistas, ya sea
poner combustible o alguna actividad de ese tipo».

—¿No era su tarea contar aviones para descubrir indicios de una


invasión?
—Eso es lo que vemos –responde el experto.

Y cuando Paul va a confrontarlo con el documento en el que


aparecen los indicadores, Buckner objeta aduciendo que el general
no conoce la base de Boca �ica. A una pregunta de McKenna,
Clapper ratifica la afirmación del fiscal, y siendo la 1:55 p. m. la
jueza da por terminada la sesión.

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Jueves 17 de mayo. Día del campesino. Hace cuarenta y dos años


se les quitó de debajo de sus pies la alfombra a un montón de
chupa sangres, para darles un empujoncito y se fueran a destripar
guajiros a otra parte.
Camino de la Corte, intercambiamos criterios con un alguacil en
relación con el testimonio del general Clapper. Esto nos interesa
porque nos permite acceder a una visión imparcial. En la opinión
del oficial, la Fiscalía necesitaba traer este testigo después del des-
file de generales patrocinado por la defensa.

—Todo depende –nos dice nuestro interlocutor– de si el jurado


da más peso a las generalizaciones del testigo o a la evidencia.
Yo fui militar y estoy en mejores condiciones de evaluar lo que
realmente es una amenaza o no a la seguridad de este país.

Nosotros le expresamos muestra coincidencia con su criterio y


compartimos su opinión de que en el cargo de espionaje la Fiscalía
tiene terreno más fértil para sembrar confusión. Respecto al cargo
de asesinato, el alguacil lo ve todo más despejado y piensa que no
hay forma de que a Gerardo lo declaren culpable.

—¿A quién le importa ahora si lo que se ve en el video es un ala o


un Mig? –nos dice encogiéndose de hombros.

Llegados a la sala, Phil nos recibe con lo último de la prensa local.


The Miami Herald ha llevado al inglés la versión hispana del impresio-
nante artículo de Luis Botifol publicado la víspera, mientras que en
español El Nuevo Herald, nos regala ahora un legajo donde título y
texto se combinan para idiotizar, todo alrededor del exabrupto
ponzoñoso ensayado por Buckner cuando la jueza lo cortó en sus
trampas ayer: «Pero Su Señoría, esto es una conspiración».
Aquí te va la pieza:

FISCALÍA TEME UNA CONSPIRACIÓN EN SU CONTRA EN EL JUICIO

Los primeros síntomas de preocupación de la Fiscalía por el de-


senlace del juicio a cinco supuestos espías cubanos salieron a flote
ayer, cuando la jueza Joan A. Lenard exigió que el jurado decida

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xiii | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

por sí solo si los acusados conspiraron para obtener información


secreta y ordenó que se borrara de la transcripción el comentario al
respecto de uno de los fiscales.
«Señoría, esto es una conspiración», comentó el fiscal asistente
David Buckner, cuando la defensa se opuso a que el exdirector de
la Agencia de Información de Defensa (DIA, por sus siglas en in-
glés), teniente general James R. Clapper, detallara al jurado los pro-
cedimientos de trabajo de la llamada «Red Avispa», desarticulada
en Miami en septiembre de 1998.
Llamados a una conferencia privada, Lenard decidió que el jurado
debía olvidar el comentario y decidir por sí mismo si el gobierno
había logrado probar las acusaciones de conspiración.
La jueza tampoco permitió que Clapper le recordara que Washington
incluyó recientemente a Cuba en la lista de estados terroristas y
dijo al jurado que desechara ese comentario también. A juzgar por
la expresión de los fiscales, ambas decisiones fueron recibidas con
desaliento.
En las últimas semanas, Lenard ha desestimado frecuentemente
objeciones de la Fiscalía a interrogantes de la defensa, y esta semana
incluso criticó directamente a los fiscales, constataron reporteros y
público en la sala.
El martes, la jueza viró la espalda ostensiblemente y dejó a la
fiscal, Caroline Heck Miller, literalmente con la palabra en la boca.
Clapper, quien trabaja ahora para una empresa privada espe-
cializada en cuestiones de inteligencia, explicó que, a juzgar por
la documentación confiscada por las autoridades a la Red Avispa,
un objetivo importante del grupo era conseguir información con-
fidencial sobre dos bases aéreas en la Florida: Boca �ica, en Cayo
Hueso, y McDill, en Tampa.
«Sí se puede decir que, en términos generales, a la larga ese era
el objetivo del grupo», aseguró el especialista.
Instado por la defensa a que indicara un solo documento don-
de se consignaran instrucciones para obtener información que no
fuera pública, el exoficial del ejército dijo que no conocía ninguno.
Al menos dos de los acusados permanecieron largo tiempo den-
tro o cerca de las dos bases, tratando de tener una idea de sus
movimientos. En Tampa, Ramón Labañino escuchaba desde un
apartamento alquilado al lado de McDill las transmisiones de radio

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entre los aviones y la torre de control, que eran reportadas a la Isla


en informes detallados.
A su vez, Antonio Guerrero consiguió un empleo de mantenimien-
to en Boca �ica y durante años informó regularmente sobre los
aterrizajes y despegues de aviones de combate estadounidenses.
Clapper aceptó, en términos generales, que los supuestos agen-
tes cubanos recibieron instrucciones de no improvisar sus mo-
vimientos y que no pudo encontrar un solo mensaje donde les
ordenaran explícitamente que consiguieran información militar
confidencial.

Como puedes ver, esta gente sigue tratando de explicarse por


dónde se le está saliendo el agua a su coco.
Y a las 9:04 a. m. empezamos con el reexamen directo del gene-
ral Clapper por el imberbe inquisidor David Buckner. El fiscal abre
precisamente la puerta que había pedido cerrar la víspera cuando
las preguntas de Paul tomaran un rumbo inconveniente, es decir,
la base de Boca �ica.
McKenna objeta:

—¿No se suponía que ayer el general no sabía nada de Boca �ica?

La objeción provoca un side bar en el que Su Señoría le da la


oportunidad a los abogados de reexaminar al testigo y se abre nue-
vamente la puerta a Cayo Hueso. Así es que fiscal y experto se refie-
ren a que en los documentos hay un par de párrafos que hablan de
reclutamiento, un par de reportes referidos a las amistades de Tony,
una oración acerca de la salud del Faquir y el Comando Sur y otro
documento relativo a un trabajo en este último lugar, para llegar a
la conclusión de que Lorient no se dedicaba solo a contar aviones.
Tras especular acerca de un ejemplo que se lee en un reporte, don-
de se explica el caso hipotético de que a un especialista en compu-
tación de la base de Boca �ica le sería más fácil ocupar la misma
posición en el Comando Sur, el dúo agita de nuevo el fantasma de
la guerra cibernética ante el jurado y concluye que eso también va
más allá de contar aviones.
Más truculencia, esta vez para hacer creer al jurado que a noso-
tros nos interesaba obtener información resguardada. El fiscal lee
de un documento enviado a Tony: «Si te puedes enterar de por qué

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dicen que el hot pad está destinado a información secreta, háznoslo


saber», e inquiere al testigo:

—¿La información secreta es información resguardada?


—Sí –responde el experto.

A las 10:34 a. m. Buckner quiere limitar los contraexámenes a


los documentos que él usó. A la jueza no parece gustarle eso de
que un día el general no supiera de Boca �ica y al día siguiente
despertara como experto sobre la base, por lo que de nuevo deja
plantado al fiscal y, cuando el jurado entra, míster Norris puede
preguntar a Clapper lo que desee. Aunque durante todo el juicio
los abogados nunca mostraron desdén por el tiempo ajeno que en
cambio derrochó la Fiscalía, trataré de ir a los puntos medulares de
los contraexámenes, pues esta narración ya se extiende demasiado.
Básicamente el abogado establece que el general seleccionó
con pinzas los documentos más convenientes para el reexamen.
No conoce nada de la Fuerza de Tarea Conjunta de Boca �ica. Las
personas de interés que se relacionan en los documentos del Fa-
quir son todas civiles, y las menciones de reclutamiento, por parte
del experto, son más bien inferencias suyas, muy convenientes por
cierto. En resumen, tras mirar nuestra evidencia bajo la lupa de sus
treinta y tres años de experiencia con Rusia, �ina, Vietnam y cuan-
to peligro externo se ha cernido sobre esta recogida nación, lo más
lejos que el testigo se atreve a ir es a decir que esto se trata de una
operación de Inteligencia humana, ni un paso más allá de lo que
nosotros mismos admitimos desde el primer día.
A las 11:09 a. m. Jack asume el podio. Básicamente se estable-
ce que los reportes supuestamente más serios emanados de Tony,
como los del hot pad y el edificio 290, giran sobre comentarios de
origen incierto que repiten los civiles en la base. Se reitera que lo
más que se pide a Tony, desde el punto de vista laboral, es un tra-
bajo que le permita ver las pistas.

—¿Se instruye a alguien colocar micrófonos o alguna técnica en


alguna instalación militar?
—Bueno, no está incluido, pero... bueno..., tampoco se puede excluir.
—¿Se le orienta a Lorient obtener alguna información del hot pad,
una vez que se certificó para almacenar información secreta?

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—Bueno..., yo no seguí la secuencia..., no puedo recordar aho-


ra..., tendría que mirar los documentos... La respuesta es no
—se decide a responder Clapper.

Jack cede el podio a Paul a las 11:29 a. m.

—¿El momento en que Guerrero trabajó en la remodelación del hot


pad no sería el idóneo para instalar algún micrófono o técnica
similar?
—Sí, pero la ausencia de referencias en la evidencia no significa
que no se haya hecho –pone su cara dura por delante el testigo.
—¿Acaso no se le dice a Lorient que no improvise?
—Sí.
—¿Halló usted alguna información protegida por el gobierno de los
Estados Unidos a la que se haga referencia en los documentos?
—No –admite el general.

Son las 11:37 a. m. y Buckner pide un side bar. Declina reexami-


nar al testigo.
El side bar tiene relación con el próximo testigo, el fotógrafo
emergente que viene a seguir dando vueltas al asunto de si es un
Mig, un ala o un �evy. Mientras se discute el espinoso y estraté-
gico tema, Gerardo nos regala su próxima caricatura, al parecer
una sugerencia a Heck Miller para que tenga mejor suerte en los
side bar.

Heck Miller va a tener que hacer algo, porque a la jueza no le


gustan sus miradas.

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xiii | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

Se podría pensar que el propósito de la Fiscalía es abrumar al


jurado con un derroche de imágenes pues, de regreso, los fiscales
se vienen golpeando las rodillas con las bembas y mi abogado me
dice que la jueza aplicó la tijera al trucaje visual del gobierno para
dejar, se supone, las fotografías suficientes para establecer el punto.
Pero antes de entrar en este testimonio, repasemos el del último
testigo, el general James Clapper.
El peso de este testimonio se reduce a lo que hablábamos en
la mañana con el alguacil: ¿se dejará el jurado engañar por las
menciones a Rusia y �ina, la guerra cibernética, la canallesca
acusación de terrorismo contra Cuba y el resto de las inferencias
y generalizaciones del testigo, todas tan lejos de los hechos del
caso y completamente ajenas a la evidencia? ¿Observará el panel
objetivamente la evidencia y juzgará a partir de la misma bajo la
luz de las instrucciones legales que les impartirá la jueza?
Si la primera alternativa resulta válida, eso querría decir que el
testigo estuvo de sobra, que no hacía falta y que ya el jurado nos
juzgó hace tiempo a través del prisma de sus prejuicios, su ignoran-
cia respecto a Cuba y cuanta historieta, película o cuento por el es-
tilo ha escuchado o leído para conformar sus conceptos del mundo.
Si, por el contrario, el panel desecha la escoria que se ha vertido
sobre el caso de espionaje y escucha las partes relevantes del tes-
timonio, tendrá que tomar en cuenta que el propio general tuvo
que hacer varias admisiones críticas: no hay una sola mención en
la evidencia a alguna información resguardada; no hay ni la suge-
rencia de obtener un clearance o acceder a alguna información pro-
tegida. Sencillamente no nos interesa. Esta es la médula del caso
de espionaje, y si el panel tiene la voluntad de verlo, lo que sigue
siendo la principal incógnita, entonces este habrá resultado nuestro
mejor testigo de descargo en esa acusación.
La principal confusión que la Fiscalía ha querido sembrar a tra-
vés de Clapper está relacionada con la vaga expresión, creada por
ellos y ajena a la ley, de información «no pública», a través de la
cual quieren hacer ver que cualquier información sería protegida
por el hecho de no estar en un periódico. Ellos quieren aprovechar
esa área gris de información, de irrelevancia que nadie se molesta
ni en publicar ni en proteger, para hacer creer al jurado que acceder
a ella es espionaje. Algo así como si la cantidad de mosaicos del
hot pad o la profundidad del ombligo del general fueran piezas de

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información protegida porque a nadie le ha importado publicarlas.


En nuestra opinión este es el elemento que más pudiera confundir
a un jurado sincero cuyo nivel de discernimiento no estuviera a la
altura de las complejas instrucciones que aplican a este caso.
En resumen, me pareció ver a un testigo incómodo ante los
contraexámenes, como consciente de que estaba tratando de ca-
lafatear una embarcación podrida y de no tener elementos para
sostener una acusación de espionaje. Y aunque fue pródigo en
generalizaciones e inferencias vagas, en el terreno de lo concreto
solo pudo llegar a decir que nuestra actividad era secreta, lo cual –más
inferencias– él consideraba indicio de que buscábamos algo más que
información pública.
A las 12:24 p. m. tenemos al señor Jerry Richards, quien testifica
bajo la batuta de David Buckner. El señor Richards es el segundo
fotógrafo del planeta —no olvides que el primero ya pasó infructuo-
samente por el estrado— y ha hecho de todo para el FBI en el cam-
po de la fotografía. Tuvo un Óscar en la academia de la sagüesera
y es experto en testimonios. Tras ser aceptado sin muchas ceremo-
nias va al grano de la mano protectora del fiscal.

—Si usted se para en una loma y mira a una fábrica de autos...

Definitivamente esto de los �evys está en el libro básico «Tes-


tifotógrafo del FBI». Pero el señor ha sido aleccionado y tras em-
plear solo un minuto en �evys y Volkswagens, hace rodar la cinta
del video donde la ya familiar sombra fugaz pasa como un bólido
por el lente de la cámara de Basulto. Míster Richards ahora compa-
ra varias de las fotografías tomadas al ala del N2506 por su colega
con algunas imágenes supuestamente congeladas de video, re-
creándose por un buen rato en varias características similares en
una y otra fotografía. Por supuesto que se trata incuestionablemen-
te del ala del N2506, que nadie le sugirió el resultado que espera-
ba el gobierno y de más está decir que bajo ninguna circunstancia
esa mancha puede ser el malvado Mig castrista, cuya fotografía le
mostraran los ingenuos agentes del FBI. Esto ha tomado cincuenta
minutos, y a la 1:14 p. m. Paul interroga al experto, no sin que an-
tes Buckner pida un side bar para evitar que salgan a flote las ma-
rañas de la Fiscalía en relación con el video de 8 milímetros y sus
deseos se vean cumplidos por la jueza.

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xiii | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

Cuando McKenna quiere saber en qué momento fue hecho el


análisis, provoca brinco. ¡Objeción! Side bar desestimado. La res-
puesta fue: hace dos días. La conclusión tomó cinco horas. El exper-
to fue contactado por un agente del que dice no saber si era del FBI
o no. Se le mostró el video y la fotografía del ala del avión y del
Mig-29 para que hiciera la comparación, pero nadie le dio la más
mínima idea de qué resultado era el más conveniente para el go-
bierno. Ja, ja, ja. El gobierno no le ofreció al experto, ni se le ocurrió
a este, la posibilidad de ir con una cámara de video al avión para
repetir la experiencia.
Paul quiere presentar al testigo un diagrama algo rústico en el
que yo he intentado reproducir una vista del Cessna 337 tomada
desde arriba, con el que he tratado de explicarle que, de acuerdo
con el movimiento relativo de la sombra por el lente, es imposible
que el ala pasara por delante de la cámara si se estaba filmando
por donde dijo Arnaldo Iglesias. El fiscal objeta y McKenna amena-
za entonces con poner dos sillas en medio de la sala para reprodu-
cir la cabina del avión. Esto levanta otra objeción y un side bar en el
que se logra que la Fiscalía ceda en relación con mi garabato. Pero
estamos lidiando con un testigo profesional, y cuando el abogado
le pregunta si mi dibujo asemeja la vista superior de un Skymas-
ter, el bicho de míster Richards le dice que no, ofendiendo mi or-
gullo como dibujante y quitándose el diagrama de encima. A decir
verdad, estaba algo rústico, aunque con algo de buena voluntad...
quién sabe. Si lo hubiera dibujado Heck Miller....
Paul entonces le presenta una fotografía del N2506 con la puerta
derecha abierta para que el experto repita que sí, que precisamente
desde ese asiento deben de haberse hecho las tomas de video, y el
abogado le lee el testimonio de Basulto sobre la filmación.

—¿No le presentó a usted el gobierno este testimonio?


—No –responde el testigo con un asomo de inseguridad en la voz.

McKenna lee entonces de la transcripción del audio: «¡Dámela a


mí! Vuélalo tú, Arnaldo». Y ataca:

—¿Usted no sabía que el piloto estaba filmando desde el asiento


izquierdo?
—No tenía idea –responde con voz quebrada el señor Richards,
cuando son la 1:50 p. m. y lo salva la campana.

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Por la noche llamo a abuela y me comunica la infausta noti-


cia del fallecimiento de su hermana Gladys, ese ser todo ternura
a quien la vida me diera la oportunidad de conocer en el otoño
de su existencia, para que recibiera de ella, en tan pocos años, un
torrente de amor suficiente para desbordar de cariño los cuarenta
y cuatro que he vivido. Ya no veré más a mi tía Gladys ni le daré
de nalgadas, ni tomaré de su café, ni disfrutaré de su fino humor
o pelearé con ella para que no me llene tanto el plato. Otro sueño
al que renunciar.
Adiós, viejita buena. Que tu Dios te tenga en la gloria.

El viernes 18 de mayo comienza por el final de la víspera, aunque


con la diferencia de que el testigo logró recomponerse y ahora
aparece bastante más relajado que cuando dejó el estrado la tarde
anterior. Paul sigue abundando en las inconsistencias entre la chapu-
cería de imágenes y la teoría del testigo, y establece que, para que
el ala derecha cruce el lente de izquierda a derecha, el operador de
la cámara tendría que haber estado filmando a unos 120 grados
de la nariz del avión, es decir, entre la propia ala y la cola. El
abogado rueda el video donde aparece la cubierta del panel de
instrumentos, justo antes de que la sombra pase como un bólido
por el lente.

—Si ese es el panel, entonces su teoría no es válida.


—Bueno..., él pudo hacer un paneo de cámara —responde míster
Richards.

Mostrando la filmación hecha desde el mismo avión, el 13 de


julio del 95, Paul identifica el panel de instrumentos y muestra el
montante del ala, que también debería aparecer en la cinta del
24 de febrero, así como otros elementos que rebaten la versión
del experto. Pero este ya sabe que no puede dar marcha atrás y no
cede un milímetro, ni siquiera confrontado con la admisión de Ba-
sulto respecto al panel de instrumentos. De vuelta al segundo video
y tras el paso fugaz de la sombra, que desaparece en el borde in-
ferior del lente, se nos presenta nuevamente en el borde superior
la otra figura que el coronel Buchner identificara como el parasol
derecho.

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—¿Qué es esto que aparece ahora en el borde superior? –pregun-


ta Paul.
—Esa es nuevamente el ala.
—¿No acaba de desaparecer el ala por la parte baja de la ima-
gen? ¿Cómo puede surgir por arriba solo un par de segundos
después?
—Puede que el movimiento de la cámara sea algo alocado –res-
ponde el señor Richards.

Durante el resto del cuestionario sigue aferrado a su versión y


explica que él solo comparó las fotografías y no estudió el video. A
las 10:07 a. m. Buckner puede proceder a su reexamen.
El tiempo fue suficiente para hacer el análisis. La cámara de vi-
deo en manos de Basulto era un ente altamente maniobrable. Es
un ala. No es un Mig. No es un �evy. A las 10:13 a. m concluye el
desfile de testigos en este juicio y el jurado es excusado.
Este testimonio tuvo un elemento fuerte en la comparación de
las imágenes fotográficas con las instantáneas supuestamente con-
geladas de la secuencia de video, de cuya autenticidad no puedo
decir ni esto ni aquello. El análisis de las figuras fue muy favora-
ble a la proposición de la Fiscalía de que se trataba de un ala del
N2506, y la comparación fue muy exhaustiva, tomando mucho más
tiempo del que me tomó el narrarlo porque sería redundante de-
tallar cada una de las curvas o depresiones que el testigo mostró
para apoyar la versión de que se trataba del mismo objeto. En con-
traste con esto, el interrogatorio de Paul fue sólido al resaltar las in-
congruencias de la secuencia del video, con la hipótesis de que fue-
ra efectivamente el ala del avión. En definitiva se podría decir que
la parte del testimonio relativa a las imágenes fijas fue favorable al
gobierno, mientras la parte relativa a la imagen en movimiento fue
favorable a la defensa. Yo por mi parte me quedo con mis dudas
respecto a si es un ala de Cessna 337 o si es un Mig, lo cual, dicho
sea de paso, no sé a quien pueda importarle ahora.
Volviendo a la sala, se discuten varios documentos que la Fisca-
lía quiere introducir antes de cerrar el caso: dos notas diplomáticas
que no se objetan; una declaración jurada de Héctor Viamontes,
mi amigo narcoanticastrista, que se objetó; unos garabatos que se
le quedaron a Kastrenakes, que se objetan; las tres notas diplomá-

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rené gonzález sehwerert

ticas cuya resolución quedó pendiente días atrás... La discusión se


prolonga y la jueza advierte:

—Este caso ha durado ya demasiado tiempo y eso se refleja en


las caras de algunos jurados. Algunas veces los abogados, y
me estoy dirigiendo a ambas partes, no pueden distinguir el
bosque de los árboles –sermonea Su Señoría. Al final termina
permitiendo que se introduzcan las dichosas notas diplomáticas
y la declaración jurada de Viamontes. Respecto al garabato que
olvidó Kastrenakes y quizás algún dibujo rupestre pintado por el
capitán Johanson, la jueza explica que no puede reabrir el caso
de la Fiscalía ahora para introducirlos.

—Si quiere los puede usar como evidencia demostrativa en los ar-
gumentos de cierre –concede la señora Lenard, y Paul se cuela
por la hendija para presentar también, como evidencia demos-
trativa, una imagen congelada del video en que los flotilleros
de Ramón Saúl Sánchez aparecen practicando un desembarco
anfibio en las playas de Key Biscayne.

A las 11:18 a. m. el panel es nuevamente admitido para que los


fiscales presenten estas últimas piezas de evidencia, aprovechando
la ocasión para tirar a mondongo el consejo de la jueza y leer ínte-
gras las declaraciones juradas, las notas diplomáticas y las transcrip-
ciones de las apariciones iniciales ante el magistrado de Fernando
y de Ramón. A las 11:40 a. m. de este glorioso viernes 18 de mayo,
la señora Heck Miller estira el cogote unas diecisiete pulgadas para
anunciar al mundo que la Fiscalía cesa su caso.
La señora Lenard se dirige al panel para explicarles que la próxi-
ma semana la tendrán de asueto, cortesía del sistema judicial. Tras
desearles unas felices vacaciones, Su Señoría despide al jurado: «Nos
vemos el martes 29 de mayo». Para nosotros, menos afortunados,
solo ha concluido otra semana.

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el segundo hueco. La obra representa los Sobran los dedos de una mano para contar
edificios del área del Centro de Detención las veces que fuimos cada uno por separado,
Federal (FDC), la Corte y el down town, y de con su abogado, a ese lugar. No creo que
todo ello, un cuartico, con una puerta pintada estuviéramos allí, alguna de esas veces,
de negro, que muestra lo que René calificó por más de una hora. Así fue diseñada la
como «el segundo hueco», el lugar donde se «preparación» de nuestra defensa para
ubicaron nuestras «evidencias». el juicio por quienes lograron crear este
«segundo hueco».

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XIV
Donde se redactan las instrucciones que deben
servir al jurado para determinar si los hechos
probados se ajustan a la ley que se esgrimió
para acusar a los defendidos

Y mientras el jurado se toma un descanso, nos reencontramos en la


sala el lunes 21 de mayo con las caras de costumbre. La semana se
dedicará a dar su forma definitiva a las instrucciones, y albergamos la
esperanza de poder ventilar el asunto en un par de días para tomar-
nos el resto de la semana de asueto. ¿No habrás oído decir si hay un
premio Nobel al optimismo? Dicho sea de paso, la delincuencia debe
estar de plácemes en Miami, pues nuevamente la Fiscalía tiene a sus
espaldas a medio FBI, imagino que vienen a recordar a la jueza que
Heck Miller no está sola. El espectáculo es ridículo por sus propios
méritos, aun sin la presencia del fiscal de Bonnie y Clayde.
A las 10:29 a. m. hace entrada la jueza y se abre la sesión. Apro-
vecha la fiscal para presentar otro de sus infinitos memorandos, es-
te en relación con el uso de la fuerza mortal y el concepto de defen-
sa propia, como teoría de defensa en el cargo de conspiración para
cometer asesinato. Ella quiere que se instruya al jurado que la fuer-
za letal solo se puede usar en casos de defensa propia.
Paul se opone a esta aberración y dice que él es el defensor y
es quien tiene que exponer la teoría de defensa. A él no se le ha
ocurrido acudir a la defensa propia y ahora la fiscal se quiere adju-
dicar el papel que le corresponde a él, pidiendo una instrucción en
el lugar del defensor.
Heck Miller quiere introducir entonces otras instrucciones rela-
tivas a los procedimientos para interceptar aviones civiles según la
OACI, y Paul vuelve a objetar:

—Ahora resulta que la fiscal quiere meter el manual de la OACI com-


pleto en mi teoría de defensa para aguármela —dice McKenna—.

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xiv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

La teoría de ellos es que se trata de una intercepción civil y la


mía que estamos ante una acción militar. La Fiscalía no tiene
derecho a introducir su teoría en la de la defensa.

La jueza acepta una versión relativa al papel de la aviación civil,


nada del otro mundo.
Seguidamente Joaquín propone que se dé una instrucción rela-
tiva al Acta de Neutralidad,16 pues según dice el abogado este tema
fue objeto de testimonio y el gobierno impidió que se explicara al
jurado en qué consiste esta ley. Caroline no está de acuerdo:

—El Acta de Neutralidad no está en juicio aquí y no es relevante.


Mencionarla crea confusión y lo que ellos pretenden es desviar la
atención del jurado hacia la falta de respuesta de Estados Unidos.

Su Señoría no coincide:

—El Acta fue elemento de testimonio y el gobierno objetó que los


testigos la explicaran. Sobre este punto, el jurado debe saber de
qué se trata.

Así, el Acta de Neutralidad queda en las instrucciones.


Un par de argumentos alrededor del uso de documentos fal-
sos en el comercio interestatal y el cargo de conspiración para ser
agente extranjero sirven de preámbulo a una teoría de defensa
que Joaquín ha estado dejando entrever: Necesidad y Justificación.
El abogado se refiere a un caso conocido como Delavoux, para
luego decir que se han introducido treinta y cinco documentos re-
lacionados con actos de agresión a Cuba:

16 Ley de E. U. A. que data de 1794 y declara como crimen federal el organizar o


iniciar en el territorio de Estados Unidos una expedición hostil contra otro país
con el cual esa nación se encuentra en paz. Se consideran violaciones de esta
ley no solo la realización de expediciones punitivas, sino también la ejecución
con esos fines de acciones de reclutamiento de hombres, su entrenamiento, re-
colección de dinero, ropas, provisiones y el suministro de medios de transporte
y armas. Un individuo o grupo de personas incurren en la violación de esta Ley
de Neutralidad aun cuando la expedición militar o empresa bélica en la que esté
involucrado nunca llegue a materializarse. Según el Acta, el presidente no es-
tá facultado para autorizar a personas o a instituciones a violar la ley, ni pue-
de permitir que, con su conocimiento, un individuo o grupo de ellos haga lo
que esta prohíbe.

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rené gonzález sehwerert

—Es una larga historia –dice Méndez.

Y repasa los testimonios alrededor de Alpha 66, F-4, PUND, bo-


tes llenos de explosivos, las bombas en La Habana, el barco La Espe-
ranza y los intentos de atentados contra Fidel..., en fin, el rosario de
actividades siniestras que han salido a relucir durante el juicio, to-
das destinadas a dañar a nuestro país y concebidas en Miami.

—Todo esto representa un daño inminente para Cuba –señala el


abogado– y las autoridades norteamericanas fueron bastante be-
névolas con esta gente, que era detenida para luego ser libera-
da, incluso hasta cuando iba a juicio –dice nuestro amigo, para
añadir que, ante los ojos de Cuba, las alternativas legales no eran
suficientes.

Toca a Buckner refutar esto y el chico dice que un temor gene-


ralizado a un daño futuro no puede considerarse un elemento de
daño inminente, tal como lo exige el estatuto.

—Esta defensa no corresponde si el problema tiene otra solución


—aduce para explicar que nosotros estamos aquí desde comienzos
de la década del noventa y no podemos señalar un solo hecho
concreto que nos haya traído acá—. La llamada al FBI acerca de
los barcos con explosivos en el río Miami demuestra que hay
alternativas –dice como si nosotros, sentados en el Malecón de
La Habana, nos hubiéramos podido enterar de que se estaba
preparando esa felonía en Miami.

Siendo ya tarde, la jueza da por terminada la sesión y el tema de


Necesidad y Justificación queda inconcluso.

El martes 22 de mayo le hacemos un regalo a Richards, el estenógrafo


de la Corte. Nuestro amigo se enciende de agradecimiento y nos
dice que buscará de inmediato un marco apropiado para poner la
caricatura, de la cual te adjunto una copia para que quede en este
diario. Más tarde nos enteramos que efectivamente el estenógrafo
puso el dibujo en un cuadro en su oficina y lo enseña orgulloso a
todo el que lo visita allí.

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To Mr. Richard A. Kaufman, from a «network» of people who admire and hold in high regard your aptitude
and your capacity to perform such a skillful job, always with a smile ready to be offered. May, 2001.
[Al Sr. Richard Kaufman, de una «red» de personas que admiran y tienen en alta estima su aptitud
y su capacidad para desempeñar tan hábil trabajo, siempre con una sonrisa presta para ofrecer. Mayo, 2001].
Gerardo Hernández, Fernando González, Antonio Guerrero, René González, Ramón Labañino.

A las 10:45 a. m. estamos de regreso al tema de Necesidad y Justi-


ficación, se continúa con la intervención de Buckner. El fiscal retoma

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rené gonzález sehwerert

sus argumentos diciendo que no hay ningún indicio de peligro inmi-


nente y que nosotros investigamos incluso hasta el pasado de al-
gunas personas, entre ellas gente pacífica. Repitiendo la historia del
bote del río Miami como ejemplo de una alternativa razonable, se
refiere también en este sentido a mis conversaciones con Al Alonzo,
para hacer ver que el FBI se preocupaba por el terrorismo contra Cuba.

—Nosotros detenemos a las personas –expresa Buckner–, pero


para llevarlas a juicio hacen falta más elementos y, además,
cuando las autoridades las detienen ya están evitando que rea-
licen sus actividades.

El fiscal termina diciendo que nosotros hemos realizado otras


tareas en relación con instalaciones militares a las que no se aplica
la Defensa de Necesidad y Justificación.

—Ellos tomaron la ley en sus manos –concluye Buckner.

Joaquín dice que este es un caso distinto en el que no hay una


amenaza específica contra una persona sino un constante esta-
do de amenazas avalado por la historia, «algo así como el Medio
Oriente, donde la agresividad solo recesa por un momento. Son
cuarenta años de historia —continúa—, y para investigar actividades
futuras hay que observar a los perpetradores del pasado». Y prosi-
gue el abogado, para fustigar a la Fiscalía y a sus ahijados:

—Esta gente actúa abiertamente y alardea de hacerlo. Ahora el


gobierno dice que ellos no han hecho nada ilegal, pero cuan-
do ellos fueron a testificar, este mismo gobierno amenazó con
procesarlos. Frómeta reapareció en televisión hace unos días
anunciando nuevos actos terroristas y los fiscales ven la misma
televisión que todo el mundo.

La discusión se prolonga y en ocasiones los argumentos se ha-


cen repetitivos, de manera que sería redundante seguir el hilo de
todo este debate que, en tiempo real, toma horas, mucho más de lo
que me ocupa el contarlo. Se discute un elemento relacionado con
esta teoría conocido como choice of evils, algo así como que, si la vio-
lación de la ley es un mal menor en comparación con el mal que
se está evitando, en este caso el terrorismo, entonces la Defensa de

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xiv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

Necesidad y Justificación es permitida. La señora Lenard decide re-


servarse respecto a esta teoría de defensa, Joaquín propone enton-
ces discutir otra opción en su lugar, dado el caso de que la primera
no sea aceptada.
La propuesta de Joaquín se basa en una instrucción conocida
como Ausencia de Intento Específico; en otras palabras: si los acu-
sados no están motivados por el intento específico de violar la ley
deben ser declarados inocentes. Obviamente Heck Miller discrepa:

—Esa teoría no tiene que ver con este caso. Es completamente


erróneo. Está absolutamente fuera de lugar —y bla, bla, bla...

Mientras la fiscal ejercita su vocabulario, Philip me ofrece en un


papel su versión de las instrucciones al jurado, bien sintéticas y me-
nos complicadas:

Damas y caballeros:
Cargo I: Si ustedes piensan que este caso es mierda o porquería
entonces deben hallar a los defendidos «No culpables».
«Porquería», según estas instrucciones, significa cualquier infor-
mación por la que nadie daría un ano de rata a no ser que fuera
miembro de la Fundación Nacional Cubano-Americana.
«Mierda», según estas instrucciones, significa cualquier cosa que
diga Heck Miller.
Cargo II: Si ustedes piensan que contar aviones es suficiente. ¿Por
qué la defensa no se los quitó de encima cuando tuvo la oportu-
nidad?
Cargo III: Si el piloto del Mig fue Gerardo Hernández ustedes de-
ben hallarlo culpable.
Si el operador de radar era Gerardo Hernández ustedes deben
hallarlo culpable.
Si Gerardo Hernández estaba volando el N2506 el 24 de febrero
ustedes deben hallarlo culpable.
En cualquier otra circunstancia deben hallarlo «No culpable».

La jueza da fin a la sesión, no sin antes anunciar que las instruc-


ciones serán dadas al jurado después de los argumentos de cierre.
El espacio que me ha tomado este día en el diario podría, repito,
ser engañoso. Las jornadas se están terminando bastante tarde y
solo por la salud de la narración estoy tratando de ir a la esencia.

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El miércoles 23 de mayo comienza con malas noticias para noso-


tros, pues la jueza nos recibe a las 9:57 a. m. anunciando que las
mociones para desestimar los cargos según la Regla 29 (a) han sido
denegadas. Recordarás que estas mociones fueron puestas por los
abogados tras el caso de la Fiscalía y dieron lugar a un intenso
debate. A nosotros no nos toma por sorpresa esto y te explico a
continuación por qué.
Evidentemente este sistema legal facilita que los juicios sean re-
sueltos por los jurados, los cuales se supone que son el símbolo del
poder, la sabiduría y el sentido común del pueblo; de ahí que se es-
tablezca como principio que el acusado sea juzgado por un panel
de «sus iguales», por raro que nos suene. Porque para nosotros la
única manera justa de ser puestos a disposición de nuestros igua-
les sería pararse en una esquina habanera y escoger a las primeras
doce personas que pasaran por ella.
Y aunque el sistema permite, a través de la Regla 29, que el juez
pueda desestimar los cargos antes de que el caso llegue al jurado,
el procedimiento apoya el principio que te he expuesto en el párra-
fo precedente, e impone a Su Señoría, a su vez, otro principio: las
mociones de la Regla 29 tienen que analizarse bajo el prisma más
favorable a la Fiscalía, determinando si hay evidencia suficiente
para que un jurado imparcial esté en capacidad de evaluarla y de-
terminar la culpabilidad o no del acusado. De ahí que la Regla 29
sea en muy raras ocasiones garantizada. Y, en este caso, ya se llegó
bastante lejos por el hecho de dedicar una jornada a las discusio-
nes, lo que de por sí es muy extraño.
En otras palabras, para que la Regla 29 se aplique tiene que su-
ceder que los fiscales apenas tengan qué presentar ante el jurado,
lo cual no ocurre en este caso, pues mal que bien la Fiscalía ha pre-
sentado evidencias que pueden ser evaluadas correctamente por
un jurado... i m p a r c i a l.
Punto y aparte nos merece el cargo de conspiración para ase-
sinar, sobre el que nos parece que Su Señoría pudo haber garanti-
zado la moción.
Dicho sea de paso, estas mociones, que de acuerdo con la Re-
gla 29 (a) fueron puestas tras el caso de la Fiscalía, pueden ser re-
novadas como Regla 29 (b) y (c) antes de que el caso vaya al jurado
o después del veredicto, respectivamente.

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xiv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

Acto seguido la jueza nos da el beneficio de dos decisiones fa-


vorables relativas a instrucciones: una es clave para el cargo de es-
pionaje, pues apoyada en el derecho precedente, establece que la
información de defensa nacional tiene que haber sido resguardada,
habiendo tenido que hacer el gobierno un esfuerzo por proteger-
la. La segunda se remite a la vieja discusión en la que los fiscales
querían rebajar los parámetros de la instrucción de asesinato en
primer grado a segundo grado, para hacer más fácil que el jurado
hallara culpable a Gerardo en ese cargo: «El gobierno ha alega-
do conspiración para asesinato en primer grado durante todo el
juicio y ahora no puede dar marcha atrás –dice la jueza–. Debe ser
probado el propósito de matar, el acuerdo, la malicia y las intencio-
nes de hacerlo en aguas internacionales».
La buscada venganza política se desliza por entre las pezuñas
de estas bestias cuando Kastrenakes reacciona queriendo quitar
del cargo de conspiración el elemento del lugar en que debió de
producirse el derribo. Pero la jueza le responde:

—Señor Kastrenakes, nosotros hemos empleado meses tratando


de determinar el lugar del derribo.

Mientras Paul se para a preguntar si llegaremos al cuarto milenio


discutiendo esto, Heck Miller viene en auxilio del compinche:

—El gobierno debe probar que al menos un derribo fue en aguas


internacionales.
—Ahora resulta que quieren acusarlo del crimen sustantivo –salta
Paul–. Gerardo ha sido juzgado por conspiración y no por lo
que pasó.

Heck Miller: «Taca, taca, taca, taca». Esgrime nuevamente el caso


que días antes me sonara como Viola y que hoy me entero que es
Feola. Aunque sin mucho entusiasmo, Su Señoría dice que lo leerá
y nos deja caer una de cal a nosotros: la Defensa de Necesidad y
Justificación no se aplica a nuestro caso, pues las actividades en las
bases militares de algunos de los acusados excluyen esta teoría de
defensa. Mientras tanto la jueza compensa ofreciendo a Joaquín
su segunda opción: Ausencia de Intento Específico de violar la ley.

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Se discute largamente sobre otras instrucciones, pero se impone


la brevedad a fin de que este diario no termine siendo el manto de
Penélope. De cualquier manera, llegado el momento, te ofreceré
la versión final. Por lo pronto se toca la Regulación 28 CFR 73.01
sobre el requisito de registro y la excepción que aplica a agentes
temporales en actividades relacionadas con los asuntos internos de
otro país. Defensa a favor, Fiscalía en contra, jueza en el medio: la
instrucción será dada, pero la defensa tiene la obligación de probar
el carácter temporal de nuestra estancia aquí. A punto de caer el
telón, discutimos si a la ofensa de ser agente extranjero sin regis-
trar se puede aplicar una instrucción que exija nuestro conocimien-
to previo del requisito de registrarnos. Joaquín por un lado, Heck
Miller por otro; y cuando la fiscal nos arrolla con su amplia cultura
trayendo a colación la película Misión imposible, la jueza cierra la ta-
quilla dando fin a la función.

A las 9:55 a. m. del jueves 24 de mayo volvemos a encontrar a


la mitad del FBI y la mitad de la oficina de la Fiscalía, todos con
sus severas miradas puestas en la jueza. Con la ciudad en sus ma-
nos seguirán de fiesta los delincuentes y los terroris..., bueno, para
estos últimos no es mucho la diferencia.
La señora Lenard anuncia que se leyó el caso Feola y que...

—Su Señoría –interrumpe Heck–, ¿usted leyó mi séptimo memo-


rando?

La fiscal alarga su último papiro a la jueza y esta se toma su


tiempo para digerirlo antes de dar sus conclusiones favorables a
la Fiscalía:

—Teniendo en cuenta al socorrido Feola, el séptimo elemento pro-


puesto por Paul, es decir la localización del lugar en que ocurrie-
ron los hechos, no es un elemento relevante en el caso.

Paul salta como un resorte:

—Su señoría, la Fiscalía quiere eliminar ese elemento porque ellos


saben que, según toda la evidencia, se supone que cualquier
cosa que pasó debe haber sido en aguas cubanas.

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xiv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

El abogado solicita retirarse una vez que se discuta el próximo


punto, a fin de estudiar algunos casos, y viene a sentarse junto a
nosotros:

—Primero lo que voy a hacer es tomarme una cerveza, a ver si


descanso de esta bruja, que ya me tiene hasta la coronilla.

Antes de seguir, ya creo haber atado suficientes cabos como para


poder darte una idea de lo que hiciera Feola: míster Feola al pare-
cer asesinó a alguien, que resultó ser un agente federal; todo pa-
rece indicar que luego pidió se diera alguna instrucción al jurado
para que se tuviera en cuenta su desconocimiento con respecto a
la condición de agente de su víctima. La Fiscalía quiere establecer
un paralelo con este caso, haciendo ver que es irrelevante el que
Gerardo supiera o no el lugar del derribo, de manera que la Corte
elimine este elemento tal y como el Tribunal de Apelaciones hiciera
con Feola.
Aunque no soy abogado, para mí la diferencia es obvia: lo que el
señor Feola concibió es un crimen independientemente de que la
víctima fuera un heladero o el oficial del FBI Al Alonzo. En cuanto a
Gerardo se refiere, aun cuando el jurado diera por ciertas todas las
demás elucubraciones de la Fiscalía, la localización en que el he-
cho ocurrió sería el elemento que definiría el carácter legal o no del
acuerdo, pues si ese lugar fuera en aguas jurisdiccionales cubanas,
entonces el acuerdo no hubiera sido ilegal por tratarse de un área,
por definición, fuera de la jurisdicción norteamericana.
Antes de que Paul vaya a hacer su investigación, se discute al-
gún pequeño detalle sobre el cargo de documentos falsos. Luego
se pasa a la vieja propuesta de Philip para que se haga una boleta
especial relativa al cargo general de conspiración, a fin de que el ju-
rado decida unánimemente la culpabilidad respecto a actuar como
agente extranjero no registrado o a defraudar a los Estados Unidos,
cada elemento por separado. Heck obviamente se opone, le toma
una media hora explicar que eso es complicado, no es apropiado
y no hay razón para ello. Después de citar varios casos, ofrece sus
buenos oficios y brinda a la jueza su propia versión de la boleta,
por si Su Señoría se decide aceptar esta proposición.

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—La simplicidad tiene sus virtudes aquí –dice como si nada tras
haber estado complicando el caso desde hace seis meses,
mientras alarga su modelo a la señora Lenard.

No me cuesta mucho trabajo imaginar la boleta que puede ha-


ber concebido la Fiscalía:
Usted considera que este satánico acusado, ateo por más señas y castrista
redomado, amigo de los rusos y de los chinos y lleno de odio hacia nuestros
valores democráticos, es sin lugar a dudas culpable de:
Elemento Sí Sí Por supuesto
Actuar como agente extranjero sin x x x
registrarse con el procurador.
Defraudar al Gobierno de los x x x
Estados Unidos en sus funciones.
Tómese su tiempo y sea cuidadoso. La justicia está primero.
¡Ah! Y gracias por cumplir con su deber cívico.

La jueza decide diseñar una boleta que mezcle ambas, la pro-


puesta del gobierno y la propuesta de la defensa. Y se siguen an-
dando caminos ya trillados para que las partes se enfrasquen en
una inacabable discusión sobre el llevado y traído asunto de la
Regulación 28 CFR 73.01 y la excepción al requisito de registro.
Joaquín argumenta... Heck Miller replica. Joaquín argumenta... Heck
Miller replica. Joaquín argumenta... Heck Miller replica. Joaquín ar-
gumenta y termina:

—Señora jueza, ya veo que la señora Heck Miller se está poniendo


de nuevo en pie. ¿Hay alguna manera de que yo pueda ser el últi-
mo en hablar algún día? Ellos no pueden tener siempre la última
palabra –reclama el abogado y concluye—: esta es mi propuesta
final.

Tomando asiento se dirige a nosotros:

—Esta gente me tiene jodí'o ya, mano.

La jueza reconoce que la defensa ha dado elementos para que


el jurado decida si algunos de nosotros estamos aquí con carácter
temporal y en relación con asuntos internos de Cuba. La instrucción

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final será una combinación de las posiciones de ambas partes. Una


vez terminada la cuerda de la fiscal, Su Señoría se dirige a Joaquín
en relación con un caso que este trajera a colación en el debate:

—Señor Méndez, gracias por llamar mi atención sobre el caso


Klause...
—¡Su Señoría! –salta Heck Miller–. Yo también traje algunos casos
a colación...

Y yo que pensé que se le había acabado la cuerda.


Son las 12:30 p. m. y la jueza decreta un receso para almorzar.
Al regreso, Gerardo nos muestra su próxima obra inspirada en el
conejo del comercial de las pilas Energizer:

«…Y sigue… y sigue… y sigue…».

Según la opinión de los alguaciles esta ha sido la mejor de to-


das. Dicen que retrata a la señora de cuerpo entero, o mejor, de
mentalidad entera.
Paul ha regresado de su investigación con las manos vacías. Lo
cierto es que todos comprendemos que es extremadamente difícil
encontrar uno entre los miles de casos establecidos como jurispru-
dencia en tan poco tiempo. Baste de ejemplo la Fiscalía, que con una
oficina dedicada a tiempo completo a redactar memorandos para
aturdir a la jueza, solo ha podido traer de los pelos al pobre Feola.
Pero McKenna no se rinde y acude a la mejor fuente de justicia:
el sentido común. Su cliente está acusado de una conspiración, lo
cual no es más que un acuerdo para lograr un fin ilegal que, en este

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caso, tal y como dice la ley, es el de asesinar ya sea dentro de este


país o en aguas internacionales. Cuba tiene derecho a defender su
soberanía y los fiscales saben bien que, según la evidencia, todo lo
que preocupaba al acusado eran las violaciones de esa soberanía
por la pandilla de Basulto.
El abogado cede un paso para facilitar el trabajo a la jueza y
modifica su propuesta original pidiendo que se introduzca la ins-
trucción relativa al delito de conspiración según el libro del Onceno
Circuito, seguida de la instrucción relativa al delito de asesinato en
primer grado del mismo libro, para que el jurado sume dos más
dos y a través de ambas llegue al veredicto. La Fiscalía se opone y
Su Señoría lanza una flecha al corazón de Heck Miller:

—Dígame una cosa, señora Heck Miller, incluso si los radares de


Estados Unidos hubieran mostrado el derribo en aguas cubanas,
¿habrían ustedes levantado esta acusación?

La pregunta se las trae porque tanto un sí como un no harían


quedar mal parada a la fiscal. En el primer caso, quedaría como
una mentirosa redomada y terminaría simplemente riéndose de
la jueza en su cara, pues nadie en su sano juicio concebiría esta
acusación bajo la premisa de que todo ocurrió en aguas cubanas.
En el segundo caso, la fiscal sencillamente tendría que retirarse del
ruedo dando la razón a Paul.
En fin, que la pregunta es lo que aquí se llama win win question
(una pregunta que gana al seguro), pero estamos lidiando con Ca-
roline Heck Miller, genio y figura hasta la sepultura, y ella decide
perder investida de toda su indignidad.
No obstante, hay indignidades que dan trabajo, aun cuando
se trate de Caroline. La fiscal se estremece y casi que se tuerce un
tobillo mientras piensa en la salida que no existe. Entonces se va re-
componiendo con un trastabilleo y se sacude, tal vez como si qui-
siera desprenderse de algún rastrojo de vergüenza adherido al
pelo o a la ropa, antes de recuperar la compostura y responder con
un tartamudeo:

—S... s... sííí, Su Señoría —suelta ya libre de pudor—. Aunque nues-


tros radares hubieran localizado el derribo en Cuba, no hay base
legal para derribar un avión si no es en defensa propia.

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—¿Usted está segura? –pregunta incrédula la jueza–. Usted tal vez


pudiera decir que es excesivo e incluso inmoral. Pero dudo que
pueda discutir la legalidad de lo que hacen los cubanos en su país.

Heck Miller no se respeta ni a sí misma y sigue en sus trece,


esta vez con el apoyo de Kastrenakes que no puede quedarse atrás
cuando se trata de ser canalla:

—Nosotros no hacemos esas cosas en este país.

Y la sangre me hierve en las venas mientras sigue esta sabandi-


ja con manto intelectual:

—A usted lo pueden matar en Cuba por caminar en las calles,


pero aquí no. Nosotros como fiscales hubiéramos acusado en
cualquier circunstancia.

Y la jueza los mira con estupor mientras de nuevo son los super-
fiscales cuando les conviene, y son más celosos que nadie, y más
vigilantes que nadie. Valientes fiscales, tremendos fiscales, extraor-
dinarios fiscales, fiscales con letra mayúscula: FISCALES, FISCALES,
FISCALES. Y me pregunto cuándo encausarán estos hipócritas a los
funcionarios de este país que propiciaron el derribo de un avión en
el Perú y la muerte de una religiosa con su bebita de siete meses.
Aunque Paul no ha encontrado ningún caso, Su Señoría ha te-
nido mejor suerte:

—Yo hallé el caso Walker –anuncia cuando ya son las 4:30 p. m.–,
me retiraré a revisarlo para tomar la decisión final.

Como la jueza no acaba de volver, los alguaciles se me acer-


can a propósito de un mapa de la región occidental de Cuba que
ha sido utilizado en el juicio. Durante un buen rato curiosean y
me preguntan sobre nuestra geografía, las atracciones turísticas, la
gente... Conversamos así animadamente junto al mapa hasta que
hace su entrada la señora Lenard a las 5:20 p. m.
Su Señoría se sienta, se acomoda, pone sus papeles en orden y
cuando va a abrir la boca...

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—Señora jueza, yo he tenido oportunidad de ver el caso Walker y...


—Ya voy a fallar –corta Su Señoría a..., bueno, a esa misma, y pro-
cede a dar su fallo.

La señora Lenard ha leído cuidadosamente el caso Feola, así


como el caso Walker y varios otros. El conocimiento por parte del
acusado en algunos casos es relevante y este es uno de ellos. El
gobierno ha acusado a Gerardo de planear las muertes en aguas
internacionales y tiene que demostrar que él lo concibió así. La pro-
puesta de Paul se aprueba y serán dadas las instrucciones del libro
del Onceno Circuito relativas a conspiración y a asesinato.
Esto es un golpe mortal a la Fiscalía y una sombra se cierne
sobre el ala derecha. Seguidamente se discuten algunas minucias
relativas a las instrucciones de los documentos falsos y de moti-
vación e intento. La jueza se ve agotada y hay que admitir que se
ha devanado los sesos haciendo un esfuerzo sobrehumano para
redactar unas instrucciones de acuerdo con la ley, de manera que,
habiendo despachado su agenda íntegra, se decide a dar por ter-
minada la semana.

—Bueno –dice mientras se dispone a incorporarse–, creo que eso


es todo.

Ji, ji, ji. Su Señoría olvidó que Heck Miller está en la sala. Esta
se levanta y quiere ¡regresar al asunto del uso de fuerza mortal
y defensa propia! La jueza no le permite ni la arrancada, y Paul
aprovecha para hacer una precisión respecto al concepto de aguas
territoriales y abrir luego el camino de la retirada a la señora Lenard:

—Que tenga unas buenas noches, Su Señoría...

Pero el truco no funciona, pues en la sala también está Kastrenakes,


quien anuncia que quiere mantener sus objeciones en el acta.

—Archívelas –le indica la jueza, disponiéndose a partir.

Pero el fiscal no la deja. Envalentonado con el apoyo de la ceñuda


agentura del FBI, advierte a Su Señoría que van a apelar, y esto y
lo de más allá.

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—Haga lo que quiera –le responde Lenard, y al fin se terminó la


semana.

Mientras nos retiramos Philip me apuesta cinco dólares a que


para el lunes ya la Fiscalía tendrá su octavo memorando, pero yo
no estoy para perder cinco dólares que ni siquiera tengo y no le
tomo la apuesta.
Y así termina este agotador proceso de redactar las instruccio-
nes que serán dadas al jurado, proceso que, como ves, ha toma-
do varias jornadas de trabajo. Espero haberte brindado una idea
lo más aproximada posible acerca de la odisea que significó esta
etapa del juicio. En mi opinión las instrucciones finales fueron ade-
cuadas a las exigencias del caso. Todos estamos satisfechos y sabe-
mos que si un jurado imparcial examina el caso bajo la luz de estas
orientaciones, podrá hacer justicia y poner en su lugar los hechos
tan distorsionados por la Fiscalía. Si este jurado, que con tanto tra-
bajo fue seleccionado, hace justicia en el cas298
o, hará algo diferente, rompiendo tabúes y llevando un paso
adelante a esta aldea en que ha quedado convertido Miami por
el odio y los bajos instintos de ese pequeño grupo de facinerosos
que se ha arrogado la representación de esta comunidad a la que
cada día se parecen menos. Queda por ver si el jurado puede ser
imparcial, si estará a la altura de esa oportunidad y si tiene el valor
cívico de tomarla.

El domingo 27 de mayo recibo la sorpresa de la visita de Irmita


después de casi un año sin verla. Nuestra hija es siempre la misma,
adornada con su inextinguible sonrisa y destilando la dulzura, los
valores y la madurez que la hacen tan fácil de querer donde quiera
que llega. Siempre tuve la seguridad de que, pasara lo que pasara,
independientemente de cuál rumbo diera esta misión a mi vida, la
retaguardia estaría segura, y nuestra hija sería el ser humano que
soñamos desde mucho antes de su nacimiento, cuando todavía no
tenía ni idea de que nuestro pequeño mundo sería puesto a prue-
ba una y otra vez. Hoy podemos decir que hemos pasado la prueba
y con nosotros también nuestra hija.

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la celda de espera. Nos bajaban en grupos
de cada unidad de dormitorios hasta el
piso cinco del Centro Federal de Detención
de Miami y nos iban reuniendo a todos en
una celda de espera, donde casi siempre
debíamos aguardar cerca de una hora para
iniciar el proceso que nos llevaría a otras
celdas de espera y finalmente a la sala de la
Corte.

Normalmente éramos el doble de personas


para las cuales estaban diseñados esos
cubículos totalmente cerrados.

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XV
Donde fiscales y defensores se dirigen al
jurado por última vez para argumentar que los
acusados son culpables o no culpables

El martes 29 de mayo, al arribar a la sala, nos enteramos de que,


efectivamente, la Fiscalía apeló las instrucciones aprobadas por la
jueza y archivó una moción con el Onceno Circuito para que se detu-
viera el juicio hasta que dicha instancia pudiera estudiar lo que, se-
gún los fiscales, es una vergüenza para el sistema judicial. El corto
vistazo que puedo echar a la moción me permite asomarme a un
documento lleno de rabia donde, entre otras cosas, se repite el
lenguaje hiperbólico que nuestros acusadores han empleado du-
rante todo el proceso, pero esta vez enfilado contra Su Señoría.
Los inquisidores admiten que, con la evidencia existente, no tienen
manera de que el jurado nos encuentre culpables bajo estas ins-
trucciones y, a juzgar por la manera en que desbarran contra la
jueza, algunos de nuestros abogados piensan que pudiera tratarse
de una táctica para que nosotros pidamos una anulación de juicio.
Los jueces del circuito de apelaciones no parecen muy inclinados a
sucumbir a la histeria, y cuando debemos encontrarnos el martes en
la sala, ya le han indicado a nuestros McCarthysitos que sus cacerías
de brujas no incluyen a la jueza, de manera que podemos retomar
el curso del juicio.
Por otra parte, hay comentarios de que al parecer los oficiales
del FBI, Al Alonzo y Susan Salomon, no están muy contentos con el
tratamiento que les han dado los fiscales, lo que explicaría el que
esta última no se pierda un receso para hacer relaciones sociales
con los alguaciles ubicados tras nuestros asientos. Aunque no
tengo los detalles, según rumores inconfirmados, el «trío Torque-
mada» los ha tratado como a herejes.

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xv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

A las 9:30 a. m. hace su entrada la señora Lenard y los augurios


no son buenos para la Fiscalía, pues la jueza llama a un side bar
para reafirmar, a través de nuevos elementos, su instrucción acerca
del conocimiento por parte de Gerardo del lugar donde ocurriría el
derribo. Y aprovecha también para dar un rapapolvo a los fiscales
en relación con su moción al Onceno Circuito.

—Quiero corregir algo en el archivo ya que parece que el gobierno,


en su petición al Onceno Circuito, indicó que recibirían el paque-
te final de las instrucciones el viernes, a las once de la mañana
–comienza la jueza–. Yo no dije tal cosa. Afirmar eso fue una
abierta adulteración de los hechos ante el Onceno Circuito. Lo que
indiqué a los abogados es que tendría listo para el gobierno un
borrador a fin de que se pudieran preparar para sus argumentos
finales hoy.

Definitivamente esta gente no cree ni en su madre cuando se


trata de salirse con la suya. En este caso su veneno cayó sobre la
jueza solo porque les pareció útil mentir al Onceno Circuito a fin de
crear, en esa instancia, una atmósfera de urgencia.
Con casi todo listo para comenzar los argumentos finales, única-
mente queda un escollo por salvar: los fiscales quieren ahora utilizar
día y medio para su intervención, volviendo sobre sus pasos respec-
to al estimado inicial de un día. Heck Miller se excusa diciendo que
la jornada comenzará con retraso, la jueza la compensa prolongan-
do la sesión cuarenta y cinco minutos más de la hora de cierre.
A las 9:40 a. m. comienza la señora Caroline Heck Miller dando
gracias al jurado de parte de cada uno de sus asociados, por su pa-
ciencia y atención. Nombra individualmente a los miembros del
panel, para luego recordarles que ella representa a los Estados
Unidos.

—Les quiero agradecer de parte de tantas personas –dice–. Este es


un caso de personas. Es el caso del pueblo de los Estados Unidos
contra estos defendidos individuales: Gerardo Hernández; John
Doe número dos, también conocido como Luis Medina; John Doe
número tres, también conocido como Rubén Campa; René Gon-
zález y Antonio Guerrero. A veces es posible perder de vista que
este es el caso de los Estados Unidos contra estos defendidos.

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Este no es un juicio del Gobierno contra Cuba o José Basulto o la


comunidad exiliada. No hay nadie en juicio excepto estos defen-
didos y ustedes escucharán las instrucciones del jurado que ex-
presan que ustedes están aquí para determinar por la evidencia
si cada defendido es o no culpable.

La señora sigue explicando al jurado que se concentrará en el


caso expuesto por ellos en los primeros tres meses del juicio y, por
supuesto, les recuerda que el caso de la defensa no es importante,
que es una cortina de humo y que, desde luego, ella le dedicará el
beneficio de algún tiempito para que los inteligentes miembros del
panel se convenzan de que el gobierno probó abrumadoramente
sus cargos. A continuación se refiere a las acusaciones comunes
referidas al hecho de actuar como agentes extranjeros en este país
sin registrarnos en la oficina del procurador general y al hecho de
conspirar para hacerlo.
Nuevamente se recuerda al jurado, tras seis meses de estar di-
ciéndole horrores sobre Cuba, que no se trata de una lucha entre
dos ideologías tal como «a veces se ha representado aquí» (por
ellos mismos, hasta donde yo sé). El trabajo del jurado no es el
de resolver la historia política de los Estados Unidos ni tampoco
el de decidir si el Grito de Baire es el día más importante del calen-
dario cubano. De más está decir que no se deben dejar influenciar
por simpatía o antipatía hacia los defendidos. Se espera que sean
objetivos y lógicos y que no respondan a inflamadas declaraciones.

—En otras palabras –dirá Heck Miller con los dedos cruzados en la
espalda–, olviden el noventa por ciento de todo lo que nosotros
hemos dicho y hecho en estos seis meses.

Hay que concederle a la señora el más fino magisterio de la


duplicidad.
La fiscal se dirige a Al Alonzo con extrema cortesía:

—Señor Alonzo, ¿sería tan amable de extenderle copias del acta de


acusación a los miembros del jurado?

Al complace a la amable señora y ahora, con el acta y con el dia-


grama de la red, se repite que la evidencia es abrumadora –este
es el adjetivo predilecto de Caroline– respecto a que nosotros

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xv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

acordamos actuar como agentes extranjeros sin notificar y acorda-


mos defraudar a Estados Unidos. (Yo, de acuerdo con lo primero).
Ahora se recuerda a los presentes el testimonio según el cual
nuestros nombres no aparecieron ni en los archivos, ni en las com-
putadoras, ni en las guías telefónicas, ni en las gavetas, ni en las
neveras del Departamento de Justicia. Nosotros sencillamente no
nos registramos. Todo el caso de la Fiscalía está más que demos-
trado en los tres volúmenes que han sido entregados al panel y
que la señora les invita a leer «a su propio ritmo». Los volúmenes
muestran un «compendio de las artes del espionaje», según la ex-
ponente. Ya sea a través de documentos falsos por parte de algu-
nos, como a través de su ciudadanía norteamericana por parte de
otros, los defendidos trataban de evitar la vigilancia de las autori-
dades tal como hicieran Tony en Boca �ica e Iselín cuando «trató
de penetrar» al FBI. Me toca el triste honor de la primera mentira
en los argumentos finales de la Fiscalía.
La referencia a mis supuestos intentos de penetrar el FBI nece-
sita de un digestivo, y la señora se adentra en mis reportes en rela-
ción con los contactos con Al Alonzo a fin de que el jurado pueda
deglutir la idea, en combinación con el hecho real, de que yo no
me identifiqué al agente y de que efectivamente le mentí –de nue-
vo, sin discusión– para defraudar así al Gobierno de los Estados
Unidos. La fiscal sigue por ese camino para argumentar que, in-
dependientemente de nuestras motivaciones, nosotros estábamos
actuando aquí bajo instrucciones del gobierno cubano. No objection,
your dishonor.
Se aborda el trabajo de Ramón en California para la creación de
identidades falsas a través del registro de nacimientos, y la fiscal
desborda cultura: «Señoras y señores, yo no sé si ustedes vieron
aquella vieja película Invasión de los plagiadores de cuerpos. Es una pelí-
cula donde el planeta es invadido por unas personas que vienen en
unas vainas y al final hay una escena donde un camión llega, con
nuevas vainas listas para ser plantadas. De eso se trata: de nuevas
identidades listas para ser usadas y listas para ser sembradas por la
Inteligencia cubana». Y mientras yo pienso que también se puede
ser vaina y fiscal al mismo tiempo, encuentro consuelo en las pala-
bras de la propia Heck Miller al jurado: «Sean lógicos. No se dejen
llevar por las emociones. Miren a la evidencia». ¡Qué vaina!

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Esgrimiendo nuevos documentos se establecen nuestras rela-


ciones de trabajo y algunas de nuestras comunicaciones, así como
algún que otro viaje del Faquir a Cuba, más otros análisis relativos a
la posibilidad de que yo también visitara la Isla en ocasión del cum-
pleaños de mami, lo cual no pudo ser. La fiscal aprovecha para re-
cordar al jurado que mi mujer es también una terrible espía. Estoy
tratando de ahorrar espacio, acudiendo a mi capacidad de síntesis,
pero en cada documento la señora se recrea y lee porciones consi-
derables. Caroline aprovecha el último para recordar que, en oca-
siones, nosotros reportamos en tercera persona, de manera que al
jurado le quede bien claro que si ella les indica que un documento
fue escrito por zutano, eso es así y más na'. Punto.
Tras dedicar otro espacio a instrucciones menores relativas a la
confección de nuestros reportes, la ponente emplea algún tiempo
en examinar el rango de nuestros intereses aquí: penetración de
grupos paramilitares cubanos, instituciones militares de los Estados
Unidos, instituciones privadas y autoridades legales, las oficinas de
la distinguida guanaja feroz Ross –loba para algunos, en lo que me
parece una sobreestimación de su persona– y del otro loquillo, Lin-
coln Díaz-Balart, a quienes la Fundación consiguiera una botella en
el Congreso, etc., etc., etc. Algunas actividades concretas también
son recorridas: echar leña al fuego de las discordias y ambiciones
personales de los próceres sagüeseros, medidas activas y cartas
anónimas, y otras de ese tenor que, según la señora, «fomentan
la noción de que esos grupos están fraccionados y luchando los
unos con los otros» –como si esa noción requiriera ser fomentada
desde Cuba.
La fiscal agrega que «aquí tenemos una idea de cómo esta co-
munidad exiliada cubana puede ser vista cuando esto está siendo
hecho por agentes de Cuba», confundiendo calculadamente a los
personeros del negocio anticastrista, bajo la ajada banderola de
«comunidad exiliada cubana», con la gran masa de cubanos que
viven y trabajan aquí tranquilamente, sin que nos importe cómo
se ganan honradamente la vida.
Tras añadir que, desde luego, muchos grupos como Democra-
cia, Hermanos al Rescate y otros eran entidades dedicadas al paci-
fismo, la fiscal se refiere a nuestro interés en Radio Martí y vuelve
sobre las bases militares, para terminar diciendo que todo lo que se
ha dicho hasta ahora apoya la noción de que nosotros estábamos

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actuando como agentes extranjeros sin notificar al procurador ge-


neral de los Estados Unidos. Algo así como lo que hemos acepta-
do desde el primer día del juicio, sin necesidad de que se dedique
hora y media para convencer de ello al jurado.
Ahora toca el turno a Fernando. Heck Miller echa mano al docu-
mento identificado como DAV 118 para repasar sus tareas en sus-
titución temporal de Ramón, y aprovecha para vender al jurado su
versión de lo que, según ella, es el orden de prioridades asignado
a nuestro compañero. La primera prioridad era la penetración de
figuras políticas norteamericanas, léase la guanaja feroz y el loqui-
llo que dan color y folclore al Congreso. La segunda, siempre bajo
la interpretación de la señora, eran la Fundación, el CID y el Ex Club
de Prisioneros Políticos. La tercera habría sido el trabajo con el Co-
mando Sur; todo bajo la falaz ordenación de la fiscal. Ahora viene
una charla sobre reclutamiento donde no se puede distinguir en-
tre lo que realmente dice el documento y lo que está inventando
la acusadora. Todo esto toma varias páginas de las transcripciones
–de las que me estoy valiendo para esta parte del diario– y es bas-
tante confuso, en el mejor estilo de Caroline.
Seguimos con el acta de acusación, de la que apenas hemos
cubierto un par de páginas. La fiscal se remite al párrafo G para
regresar al tema de nuestra obstrucción de las funciones guberna-
mentales, mezclando elementos reales con la historia ficticia de mi
infiltración y manipulación del FBI. Para reforzar el punto se pre-
sentan declaraciones de aduanas en conjunción con reportes don-
de nuestros compañeros narran las peripecias de su entrada a los
Estados Unidos. Las obstrucciones al funcionamiento de este gran
país no han terminado y se muestra al jurado una planilla firmada
por Guerrero durante su entrada a trabajar en el Departamento de
Obras Públicas para que el jurado no olvide que él firmó un párrafo
donde prometía ser fiel a los Estados Unidos. El tema cierra con la
carta que se enviara a la Sección de Intereses de Estados Unidos en
La Habana para que vieran si Cuba permitía que tú –una «espía»–
te reunieras conmigo. Otro ejemplo de cómo nosotros sacudimos la
estructura gubernamental de este país con nuestras maquinaciones.
El párrafo H del acta de acusación se remite a nuestra secretivi-
dad a través del uso de seudónimos y otras medidas. Por suerte la
fiscal anuncia que nos concederá la gracia de no entrar en detalles
y solo se refiere a algunos seudónimos en conexión con nuestros

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nombres reales pasando de plano, en ese estilo suyo tan confuso


de alante pa’trás y de atrás pa’lante, de Medina a Allan, a Johnny, a
Oscar, a Vicky, a Roque, a Germán, a Guerrero, a Lorient, al hot pad
de la base de Boca �ica.
La incursión en el edificio A-1125 o hot pad, que dudo no se re-
pita durante el resto de los argumentos, es todo lo confusa que
debe ser para sembrar en el jurado la idea falsa de que el Faquir
estaba interesado en materiales secretos. La fiscal intercala hábil e
inmoralmente los reportes de nuestro compañero, escritos cuando
todavía la instalación no estaba certificada como almacenamiento
secreto, con fotografías tomadas por el FBI, una vez que la certi-
ficación fue extendida, sin molestarse en explicar el origen de las
últimas a fin de plantar la noción de que las fotos habían sido to-
madas por el acusado.
Pero no olvides que todavía estamos en el párrafo H –¿no nos
había prometido la señora que no entraría en detalles?– y no se ha
agotado el tema de las identidades y los seudónimos. Como falta
por saber quién es Castor o Iselín, la fiscal se remite a varios docu-
mentos para conectarme con dichos nombres.
Y para despedir el párrafo H que ha tomado cinco hojas de la
transcripción, la señora empleará cuatro páginas más recordando
al jurado que lo de nosotros era en serio, que nosotros utilizába-
mos técnicas profesionales, que los discos de computadora estaban
en código, que no le fue fácil nada de esto al FBI, que esto no es un
asunto trivial, que no es gracioso, que consideramos sabotear las
instalaciones de Hermanos al Rescate y sus aviones, que le íbamos
a enviar a un terrorista una bomba con plastilina, que estudiába-
mos las condiciones de vulnerabilidad de la guarida de Basulto y
sus chicos traviesos y que habíamos considerado dar candela a
los botes que en el río Miami se preparaban para enviar explosivos
a Cuba.
Un par de páginas para recordar al jurado que nosotros vemos
a Estados Unidos como el enemigo, la fiscal se refiere a lo que lla-
ma nuestra «beligerante e inequívoca representación del gobierno
de los Estados Unidos como su enemigo», antes de entregarnos
una morcilla de medias oraciones de distintos documentos: el FBI
es identificado como Servicios Secretos Enemigos; la señal de TV
Martí es catalogada como señal enemiga; Al Alonzo pone fugaz-
mente cinco pancartas en el trípode que nadie tiene tiempo de leer

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y la señora, para sano beneficio del jurado, les dice que en ellas
se identifica a los Estados Unidos como el enemigo. Frases sueltas
aparecen ahora conectadas una tras otra: «Usted tiene el privilegio
de celebrar este día en el mismo corazón de nuestro principal ene-
migo», «me hace feliz la calidad humana, política y operacional de
los compañeros que como usted realizan estas misiones en terri-
torio enemigo para que nuestras familias y nuestro pueblo pue-
dan descansar en paz», «mis mejores deseos por este nuevo año
de batallas y victorias justo en el seno del enemigo», «felicidades
por su trabajo en las entrañas del enemigo». En fin, que tras bus-
car en veinte mil páginas de documentos, la fiscal halló unas diez
muestras fehacientes de nuestro espíritu mal agradecido hacia el
gobierno que ella representa, al cual deberíamos dar las gracias por
el bloqueo, las agresiones militares y económicas, su contubernio
de cuarenta años con quienes quieren llevar el terrorismo a Cuba y
todo el rosario de bondades que ha derramado sobre nuestro pue-
blo en cuatro décadas. Injustos, estos comunistas cubanos.
Todo parece indicar que la señora quiere dar conclusión al Car-
go 1 del acta de acusación... ¡Sí! ¡Todavía estamos en el Cargo 1! Y
la fiscal va poniendo en el proyector de la página siete a la once,
para leer al jurado los actos palpables que demuestran nuestro tra-
bajo para Cuba, treinta y uno en total. Heck Miller los lee uno a uno
y se recrea explicando el origen de la pieza evidencial en que se
apoyan, repitiendo la disertación sobre la recepción de los mensa-
jes de HF (alta frecuencia), su almacenamiento, su decodificación,
la decodificación de los disquetes de computadora, etc., etc.
Regresando a los actos palpables. El acto palpable número 13:
en o acerca del verano... ¡Ah!, nosotros hablamos acerca de ese –y
la fiscal ya hasta se confunde a sí misma–. DG 107 muestra el acto
palpable 14 en la forma de un reporte de Lorient a Giro relativo
a Boca �ica. Y la señora se extiende en un soliloquio acerca de
nuestra agresividad que toma otra página. El próximo acto está re-
lacionado con mis reuniones con Al Alonzo. DG 138 y DG 123 son
reportes del Faquir sobre el edificio A-1125. DG 138 es un reporte
de Iselín sobre Democracia. En marzo del 97 yo hice un vuelo cerca
del aeropuerto de Homestead y reporté no ver ningún movimiento
extraño. DC 101 provee una vista a las medidas activas sobre las
que Giro consultó a Iselín. DAV 129 provee un plan de comunica-
ciones para Campa. DG 135 y DG 105 se refieren a la entrada de

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Many a través de Memphis. DG 102 trata sobre algunas instruccio-


nes generales para Giro, y del mismo documento emana el acto
palpable número 29: un reporte de Campa. La fiscal dedica una
hoja a redundar sobre el Comando Sur, Boca �ica y el dichoso
monedero de nuestro hermano. Y termina así con este viaje por los
actos palpables del acta de acusación.
A las 12:30 p. m. la fiscal anuncia, para nuestro alivio, que ha re-
sumido el Cargo 1 del acta de acusación, y la jueza se apresura a
dar un receso. Han tomado dos horas con cincuenta minutos y se-
senta y seis páginas de la transcripción estos esfuerzos de Caroline
Heck Miller para demostrar que nosotros conspiramos juntos y con
otras personas desconocidas, para actuar como agentes de Cuba,
algo semejante a lo que nosotros aceptamos desde el primer día
en que nuestros abogados se dirigieran al panel.
De regreso a la sala, Paul pide una instrucción para el jurado: el
acta de acusación no constituye evidencia. El abogado aduce que
el acta ha sido leída una y otra vez al panel y que la Fiscalía le ha
entregado una copia a cada uno de sus miembros, quienes la han
estado utilizando para hacer anotaciones y resaltar algunos frag-
mentos, de acuerdo con los argumentos de la fiscal. Heck Miller,
por su parte, se opone a la instrucción y aduce que de todos mo-
dos esa es una de las instrucciones que será dada al panel antes
de deliberar. Joaquín y Norris apoyan la moción de Paul, y aunque
la jueza considera que las instrucciones aprobadas son suficientes,
decide informar al jurado que las copias del acta les serán retiradas
una vez que Heck Miller finalice, de manera que cualquier nota que
consideren pertinente debe ser hecha en algún cuaderno aparte.
A las 12:45 p. m. continúa su argumentación la señora Heck Miller,
quien pasa a discutir el Cargo 2 en el que se acusa a Gerardo Hernán-
dez, Ramón Labañino y Antonio Guerrero de conspiración para en-
tregar y transmitir información de defensa nacional a un gobierno
extranjero con intención de dañar a los Estados Unidos o de lograr
una ventaja del país receptor, en este caso Cuba. Pero antes de
adentrarse en este cargo en particular, la amable señora ofrecerá al
jurado su versión general sobre lo que implica una conspiración, de
manera que les sea más fácil analizar los tres primeros cargos del
acta que tratan precisamente de eso: conspiración para ser agente
extranjero, para entregar información de defensa nacional y para
asesinato.

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Trataré de resumirte en pocas líneas esta incursión en el con-


cepto legal conocido como conspiración al que la señora dedicará,
según sus propias palabras, unos pocos momentos.
La esencia de una conspiración estriba en que el delito consiste
en el acuerdo. O sea, que una conspiración no es más que un acuerdo
para hacer algo ilegal. El acuerdo no tiene que ser expreso ni explí-
cito. Solo tiene que haber un entendimiento común que se puede
deducir a través de la evidencia.
La conspiración no tiene que tener éxito pues el crimen es el
acuerdo en sí, y todo lo que tiene que demostrar el gobierno es que
se cometió un acto palpable en función de la conspiración.
Aclarado esto, la fiscal entra en el Cargo 2 para explicar que «el
cargo es una conspiración, un acuerdo para proveer, comunicar,
entregar y transmitir información relacionada con la defensa nacio-
nal y con otros elementos; y esa ofensa, la ofensa sustantiva, no tie-
ne que haberse completado exitosamente para que haya existido
una conspiración total y completa». La fiscal añade que es cuestión
de sentido común que el gobierno no esperaría hasta que la infor-
mación de defensa hubiera sido transmitida para proceder contra
los conspiradores; trata de explicar de esta manera la ausencia de
información clasificada en la evidencia y añade que, aunque no fue
obtenida, el gobierno ha demostrado que a largo plazo esa era la
meta del grupo, y aunque el estatuto no requiere que la nación re-
ceptora sea enemiga de Estados Unidos, su oposición a los intereses
de Estados Unidos explica su compromiso de obtener cualquier ven-
taja sobre este país, como buscar signos de invasión y planes con
antelación, los objetivos y funciones finales de instalaciones como
el edificio A-1125, en Boca �ica, y otros edificios como el 290
y el 291; conseguir las frecuencias del greenhouse, el móvil de tráfi-
co aéreo del que la capitana Hutton les dijo que incluía frecuencias
no públicas. Monitoreando cercanamente aviones electrónicos, como
el RC 12 y los batallones 224 y 138, Lorient reporta acerca de esos
batallones de Inteligencia para que Cuba pueda eludir sus capaci-
dades de escucha.
La señora se extiende en la documentación, cita un reporte don-
de se evalúa un semestre de trabajo y califica de valiosas tres in-
formaciones de Lorient acerca de la llegada del Batallón 224 de
Inteligencia y la instalación de un nuevo radar en la base, así como
la posibilidad de reinstalar misiles antiaéreos, omitiendo, por su-

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puesto, que las fuentes de dichas informaciones son públicas. Aho-


ra distorsiona groseramente las instrucciones para decir que el re-
querimiento legal de que la información sea secreta o resguardada
se aplica también a la forma en que la clasifique Cuba, lo cual es
totalmente falso. De nuevo acude al sentido común para decir que
si alguien está en una base militar actuando encubiertamente no es
para acceder a información que se puede conseguir en una librería,
otra distorsión de las instrucciones legales.
Los argumentos se van poniendo fangosos a medida que los
cargos son más tomados de los pelos y Caroline victimiza ahora al
coronel Escalante, falseando la afirmación del oficial cuando opinó
que la Unión Soviética ganó la guerra de Europa a los nazis: «Fran-
camente el coronel fue quien dijo que los aliados no ganaron la
Segunda Guerra Mundial, de modo que ustedes deben analizar sus
opiniones a la luz de sus razonables explicaciones». La señora se
burla de la inteligencia del jurado y de repente se me ocurre que
tal vez no, a lo mejor no es burla, quizá Heck Miller es sincera; des-
pués de todo no sería extraño que ni siquiera sepa que los soviéti-
cos eran parte de los aliados durante la guerra.
Pero al fin y al cabo esto no tendrá importancia pues, después
de todo, ella se tomó el trabajo de advertir al panel que no se deje
llevar por boberías cuando abrió sus argumentos finales. Y tras acu-
dir nuevamente al sentido común para insistir en que no tiene caso
penetrar una base militar si no es para obtener información clasifi-
cada, miente de nuevo, esta vez monda y lirondamente, para decir
que a Guerrero se le evaluaba según la información secreta que
obtenía.

—Nada puede mostrar más claramente los objetivos, aspiraciones


y esperanzas de este grupo y esta conspiración para adquirir
información protegida de defensa nacional, que las referencias
a las funciones secretas del hot pad.

Otra mentira.
Claro que del hot pad se hablará más adelante, nos avisa Caroline
antes de hablar del hot pad, ahora mismo, por segunda –¿o terce-
ra?– vez y referirse a que los acusados estaban interesados en saber
cuál sería su uso futuro. Seguidamente se nos habla por segun-
da –¿o tercera?– vez, de los aviones R 12 que Lorient observaba en

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las pistas y avisaba a Cuba para que desconectara sus radares, impi-
diendo así que este pobre país se preparara para ejercer su dere-
cho divino a desaparecer a Cuba del mapa, si algún día un cristiano
como Basulto provocaba un conflicto entre ambas naciones o un
santo como Mas Santos atinaba a dar la cantidad de dinero apropia-
da al político apropiado para que encontrara el pretexto apropiado
para lanzar a este país contra Cuba.
Ya estamos en Boca �ica y aunque del hot pad se hablará más
tarde, Heck Miller nos hace un cuento sobre por qué se creó un am-
biente de base abierta:

—Dado el gran acceso a la base, que está en el agua, se determinó


que no era práctico, y de hecho era contraproducente, crear un
sentimiento falso de seguridad con el emplazamiento de una
puerta controlada con personal militar, pensando que los che-
queados en la puerta estaban okey, de manera que de seis de la
mañana a seis de la tarde la puerta estaba abierta y la gente po-
día pasar a través de ella. No podían entrar a los edificios, pero
el público podía atravesarlos manejando, y esto creaba además
un sentido de satisfacción en el personal por demostrar que el
mero hecho de que alguien estuviera en la base no significaba
que tuviera carta blanca.

Mentira, mentira y mentira. ¿Tú entendiste algo? Pues yo tampoco.


Ahora hacemos un recorrido por la instalación de la mano de
algunos documentos que la fiscal utiliza como referencia para mez-
clarlos con su confusa interpretación del testimonio de la capitana
Hutton. La pista estaba cercada y su parte este no era visible al pú-
blico. El documento DG 120 muestra el recorrido de Lorient a través
de las estaciones de bombeo, y Caroline se monta en el itinerario
para llevarnos al BOQ, al Anexo Truman, a una cafetería desde la
cual se ve el edificio 290, al hospital militar, a un costado del hot
pad, a la estación naval, un polvorín, un tanque de combustible, et-
cétera, etcétera. Aunque para el Faquir la importancia de todo este
recorrido radica en sus posibilidades de observar la pista y otros
movimientos visibles en la base, tal como se explica en el reporte,
la señora le da otra interpretación:

—Durante los cuestionamientos de la defensa a algunos de los tes-


tigos, hubo cierta sensación de escepticismo acerca de las po-

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sibilidades de un empleado de limpieza para conseguir algo.


Señoras y señores, el sentido común les dice que este no es
el caso. Las personas de limpieza son las mismas que algunas
veces se confunden con el papel de las paredes, volviéndose
invisibles, y con respecto a quienes la guardia se deja caer.

Y prosigue luego:

—Lorient tiene un acceso que no tiene el público y él está anotan-


do esto para el Servicio de Inteligencia de Cuba como un punto
de interés que puede ser explotado –resume así la fiscal este
asunto de las estaciones de bombeo que, dicho sea de paso, tie-
nen la importancia estratégica de destupir de caca los drenajes
de la base.

Al fin parece que se hablará del hot pad. La fiscal comienza al-
borotando la testosterona patriótica del jurado con una fotografía
de la instalación a la que sigue una acuciosa descripción física de
la misma, una vez que había sido certificada para almacenar do-
cumentos secretos. Nada que ver con algún reporte o actividad de
Lorient. Se nos informa que el edificio fue usado para este almace-
namiento en abril del 97 –esto es cierto– y que se realizaron discu-
siones de naturaleza clasificada en sus predios antes de esa fecha,
algo completamente ajeno a la evidencia y de lo que no aparece ni
una coma en los reportes de Lorient.
Nos embarcamos en sinuoso tour por los documentos relativos
al hot pad: DG 121 reporta ciertas remodelaciones en julio del 96.
DG 106 se refiere a que las remodelaciones están teniendo lugar
y hay información de que el edificio será utilizado para actividades
secretas. En DG 141 Cuba se dirige a Gerardo a finales del 96: «Si
es posible extiéndete respecto a por qué dicen que ese edificio será
utilizado para actividades secretas y cualquier otra cosa que oigas
sobre el uso del edificio», lee la fiscal, para distorsionar impúdica-
mente lo que acaba de recitar.

—Señoras y señores, esto es muy explícito. Es el propósito y la meta


de esta operación. Es parte de su acuerdo y de sus fines que ellos
adquieran información ultrasecreta. Información protegida relati-
va a la defensa nacional de los Estados Unidos –miente de nuevo.

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El hot pad sigue siendo tema para un par de páginas más de


transcripción, pero no hay nada que no haya sido dicho una y otra
vez y todo lo que se hace es repetir la falsedad de que Cuba estu-
viera interesada en acceder a la información ultrasecreta que alber-
garía el edificio.
Me acerco al recuento final de la jornada y ya esta traducción
me causa mareos, de manera que trataré de condensar las ocho
hojas de transcripción que faltan para que Heck dé fin al cantin-
fleo de esta sesión. La fiscal habla del edificio de la Fuerza de Tarea
Conjunta, los edificios 729, 1280, 290 y 291. Todo esto se mezcla
hábilmente con fotografías tomadas por el FBI a posteriori, informes
de Lorient y descripciones de la propia ponente para decir:

—Es explícito que este grupo de espías quiere adquirir informa-


ción protegida de defensa nacional. Esto es de lo que ellos están
sedientos y lo que ellos están buscando.

Y más adelante dice textualmente:

—Cuando un agente cubano escribe a Cuba diciendo: «Oigan, en-


contré información ultrasecreta» –otra mentira–, eso es un acto
palpable en ejercicio de la conspiración para obtener informa-
ción no pública relativa a la defensa de los Estados Unidos.

Ya falta poquito. El Faquir anotó unas frecuencias del greenhouse,


esa casa móvil tan secreta que lo mismo dormía junto a la pista que al
lado del McDonalds adyacente a la base.

—Este equipo puede ser utilizado en lugar de la torre de control en


tiempo de combate –vuelve a mentir Heck Miller.

Se dedica luego una página al Batallón 224 de Inteligencia sin


que se diga nada nuevo, y la fiscal quiere terminar con una eviden-
cia contundente: las postalitas de colección halladas en casa de Ra-
món, que recogen desde el globo de Matías Pérez hasta el propio
caza soviético Mig-29. La señora comienza a sacar sin asomo de
vergüenza una postalita tras otra para mostrar algunas de las foto-
grafías cuidadosamente escogidas: el helicóptero Sikorsky Sky King

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antisubmarino, el avión P-3 Orión de reconocimiento y antisubma-


rino, el avión Nimrod de patrullaje marítimo y antisubmarino...

—Damas y caballeros –parece que dará conclusión a la jornada—,


el almirante Carroll, uno de los expertos de la defensa, testificó
que el Ejército cubano no tiene submarinos operacionales. ¿Para
quién ellos están adquiriendo información sobre el monitoreo de
submarinos? –ella misma responde a su falacia– . Recuerden, la
información es transferible. Puede ser vendida, puede ser obje-
to de mercadeo y, de acuerdo con el general Clapper, Cuba tiene
relaciones de cooperación de inteligencia con otras naciones,
incluyendo Rusia y �ina.

Realmente me resisto a creer que sea posible verter tanto em-


buste en una sala de «justicia» en un solo día. Pero esta señora es
un reservorio inagotable, y tras advertirnos de que no ha terminado
con la base de Boca �ica, se dispone a disertar respecto al Coman-
do Sur cuando la jueza decide que es suficiente por el momento.
La señora Lenard despide al jurado y llama a un side bar. Al parecer
esta gente se puso en régimen de difamación desde el viernes en
anticipación a los argumentos finales y la jueza quiere corregir otra
falsedad espetada al Onceno Circuito, en la moción para detener el
juicio. En su afán por urgir al Tribunal de Apelaciones, los fiscales
distorsionaron la verdad aduciendo que los fallos de Su Señoría, re-
ferentes a las instrucciones y el caso Feola, eran definitivos.

—Yo estoy muy molesta de que el gobierno haya hecho tan grose-
ras tergiversaciones concernientes a mis fallos respecto al caso
Feola y al estado de las instrucciones al jurado ante el Onceno
Circuito, en su moción para detener el juicio archivada el viernes.

Y cuando nos retiramos tal vez podamos hallar consuelo en que


al menos tenemos algo en común con la jueza: todos hemos sido
objeto de difamación por parte de los fiscales. Me pregunto si la
señora Lenard podrá ponerse en el lugar de quienes hemos sido
victimizados por dos años y medio y todavía tenemos que soportar
en un respetuoso y forzado silencio la sarta de barbaridades que
durante cuatro horas, sin el menor pudor, hemos tenido que escu-
char a esta musaraña envestida con todo el poder que, para mentir

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sin pizca de vergüenza, le otorga su carguito en el gobierno de los


Estados Unidos.

Heck Miller retoma el podio a las 9:14 a. m. del miércoles 30 de


mayo y se dirige, tal como anunció la víspera, al Comando Sur del
Ejército norteamericano, instalación que, según ella, tiene la res-
ponsabilidad y supervisión del Caribe, incluida Cuba. Yo prefiero
coincidir con el coronel Escalante y decir que esa es una responsa-
bilidad y supervisión que ellos mismos se han asignado, pues no
tengo conocimiento de que el Caribe tenga un gobierno que haya
puesto esa tarea sobre los hombros de alguien.
La señora Heck Miller comienza a repasar, a través de la docu-
mentación, la historia de nuestro trabajo respecto al Comando Sur
que habría tenido como objetivo principal su penetración.
La relación de documentos la fiscal la salpica con sus elucu-
braciones: «Ellos querían penetrar el Comando Sur en sus pun-
tos más sensitivos», «La misión claramente contemplaba adquirir,
comunicar y obtener información no pública», «Los defendidos
deben haber actuado con razones para creer que los materiales
que buscaban serían utilizados para dañar a los Estados Unidos o
para beneficiar [otra falsificación de las instrucciones] a Cuba».
Un documento expresa la preocupación de Cuba respecto a la
influencia de la mafia cubanoamericana sobre la oficialidad de
la instalación, pero la fiscal le resta importancia diciendo que esa
es una frasecita al aire y repite que nuestro interés era el de con-
seguir información para beneficiar a Cuba y dañar a los Estados
Unidos.
Nuevamente se repite que el éxito o no de una conspiración es
irrelevante y aunque no se había penetrado la instalación, la cons-
piración para hacerlo –otra distorsión de las instrucciones– estaba
en marcha cuando nos detuvieron.
Tres páginas están dedicadas a las credenciales de Ramón y
hacen referencia a sus actividades en las inmediaciones de la base
de McDill en Tampa. Caroline se recrea alrededor de las medidas de
precaución que este tomaba para no tener problemas con las
autoridades.

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Varios fragmentos son repetidos por enésima vez para que el


jurado no olvide que en el momento del arresto nosotros estába-
mos «desesperados por penetrar el Comando Sur».
Lee lo que viene y te darás cuenta de por qué el mundo está
como está:

—La estrategia cubana es algo llamado la «guerra del pueblo».


Si tuvieran que enfrentar una invasión de los Estados Unidos,
ellos querrían saberlo lo antes posible para poder resguardar su
equipamiento en los túneles y luego realizar la guerra de guerri-
llas contra cualquier tropa de los Estados Unidos que arribara a
Cuba –ella no dice invada, destruya, mate, bombardee, ataque...
No..., ella dice «arribara», tal como «arribaron» los conquistado-
res al Nuevo Mundo.

Y te aconsejo que te sientes para que leas la frasecita que le sigue:

—Claramente, esto es contrario a la defensa nacional de los Es-


tados Unidos. Estos defendidos trataron de obtener esa infor-
mación con el conocimiento y la finalidad de que serviría para
dañar a los Estados Unidos y beneficiar a Cuba.

Todavía en el año 2001 de la era de nuestro Señor Jesús tene-


mos que oír estas cosas de esta señora, que posiblemente tiene un
banco asignado en su iglesia y de vez en cuando dona los zapatos
que le sobran, como muestra de su espíritu cristiano.
Y mientras estamos escuchando cosas como estas, hace su en-
trada José Basulto en la sala. El prócer se quiere sentar en la se-
gunda fila, que han estado utilizando los familiares de los pilotos
de Hermanos al Rescate, pero muchas miradas lo atraviesan. Mirta
Méndez va más lejos y le hace una seña diciéndole que no; como le
obstruye la entrada, él va a sentarse junto a sus iguales, los fiscales
y agentes del FBI, que ocupan la primera línea. A Gerardo, mientras
tanto, parece que le ha picado una frase que ha dejado en la sala
la señora fiscal y nos presenta la próxima caricatura, que desborda
injusticia e incomprensión hacia la piadosa Caroline.

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Parqueo de los fiscales

Son las 9:40 a. m. y la fiscal quiere concluir con el Cargo 2 de


conspiración para cometer espionaje, recordándonos que ningún
sistema de seguridad es invulnerable y que el personal de limpie-
za se puede convertir en un elemento extremadamente peligroso.
Esta explicación ha tomado seis minutos y, a las 9:46 –cuando se
supone le queden trece minutos de los cuarenta y cinco extras asig-
nados a la Fiscalía–, la señora anuncia que se referirá al cargo de
conspiración para cometer asesinato en la jurisdicción marítima y
territorial de los Estados Unidos. Así como lo oyes.
Heck Miller comienza aceptando que el rol de Gerardo no fue muy
obvio en conexión con lo que ocurriera el 24 de febrero de 1996.
Luego dice que si él no se hubiera asegurado de que Roque y yo no
estaríamos en los aviones, no hubiera ocurrido el evento.

—Lo ocurrido fue la largamente esperada solución del gobierno


de Cuba en su guerra propagandística con José Basulto. No era
miedo a que Hermanos al Rescate volara sobre la Isla. Se tra-
taba del terror al lanzamiento de octavillas que caerían sobre
Cuba con la Declaración Universal de Derechos Humanos. –dice,
ignorando que Cuba trató de solucionar el problema en una
infinidad de maneras antes de actuar contra el grupo.

Tras dar una nalgadita a Basulto, quien según ella hizo «algunas
cosas estúpidamente increíbles», la fiscal repite la teoría cocinada
en la sagüesera respecto al impacto que habría producido Concilio
Cubano y el papel que, según ella, el incidente habría tenido como
elemento disuasor sobre personajes como Leonel Morejón Alma-

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gro; y mezcla peras con frijoles, como el despistado testimonio de


Richard Nuccio acerca del supuesto peso de Concilio con un men-
saje de Cuba que se refiere a la impunidad con la que está actuan-
do el grupo de Basulto.
Los mensajes en la evidencia muestran el papel de Gerardo
Hernández: informar sobre Hermanos al Rescate y sus planes, pre-
parar el regreso de Germán a Cuba para que ejecutara su parte en
esta guerra propagandística y asegurarse de que no hubiera agen-
tes cubanos a bordo de los aviones el 24 de febrero. Hermanos al
Rescate era una molestia para Cuba, según se puede ver en las no-
tas diplomáticas, y los pobres norteamericanos estaban procedien-
do, pero Cuba quería algo más rápido y decisivo «sin las molestias
de un sistema de debido proceso donde hay cortes y defensas y
procedimientos». He aquí a Heck Miller hablando del debido pro-
ceso que ella misma ha hecho añicos durante dos años.
Basulto no es un terrorista. Roque reporta sobre una conversa-
ción en la que el primero le habla de un arma que se había utili-
zado en la Segunda Guerra Mundial, pero el arma no debía ser tan
importante si no se había utilizado desde entonces y no debía ser
tan cierto que Basulto la quisiera introducir en Cuba. Los deseos de
Roque de regresar al terruño desde finales de 1994 adquieren sig-
nificación en el derribo, según la fiscal, y ahora se recorren algunos
de los mensajes al respecto.
Uno de los mensajes se refiere a la licencia de pilotaje de Ger-
mán y a la posibilidad de usar un avión, ya sea hurtado o alquilado
para el viaje; otro, a que el viaje no sería tan rápido como Roque
esperaba. Se vuelve a recodar cómo los mensajes fueron intercep-
tados, cifrados, leídos y digeridos, antes de explicar que se produce
un renovado interés en el viaje de Roque a Cuba, apareciendo el
nombre de Operación Vedette para este plan. El mensaje del 5 de
enero de 1996, con las instrucciones sobre mi conducta respecto a
Roque hasta el momento en que se fuera, y el del 13 de enero, se-
gún la fiscal, marcan el momento en que las cosas se comenzaron
a poner calientes por el lanzamiento de propaganda entre Matan-
zas y Varadero.

—Los planes comienzan a configurarse para actuar de una manera


más decisiva respecto a Hermanos al Rescate –dice la señora.

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Otro grupo de mensajes contiene: la lluvia de papeletas del


13 de enero; Cuba pide más información; se urge a Germán
para que venga en un avión y se le explica que no será robado; se
habla de la denuncia a Hermanos al Rescate que se puede hacer
con la acción; se pide de nosotros la mayor información posible.
La señora aprovecha para comparar la resonancia que se busca,
con la denuncia de lo que ella llama el «espectacular hallazgo
del maletín». Tramposa crónica, piensa que todo el mundo es
tramposo. Cuando miente para decir que Gerardo estaba en el
Centro Principal (Jefatura de la Dirección de Inteligencia), Paul
objeta y la jueza sostiene la objeción.
El regreso de Gerardo de Cuba coincide con la aprobación de la
Operación Escorpión. La fiscal lee: «Para perfeccionar la confronta-
ción con Hermanos al Rescate...». Y continúa, esta vez especulando:
«Siempre está la noción de que Cuba está siendo confrontada por
los Hermanos al Rescate. El gobierno de Cuba está siendo provocado
por Hermanos al Rescate. Señoras y señores, eso no justifica el asesi-
nato. Es como la noción de que tu nariz se puso delante de mi puño,
esa es la manera en que ha sido constantemente caracterizado».
Ahora resulta que es mentira, que Hermanos al Rescate no ha
estado confrontando a Cuba, no ha estado provocando a Cuba.
Después de todo tampoco han explotado las bombas en los hote-
les y, al fin y al cabo, es Cuba la que ha venido con su puño apa-
rentemente a chocar con la nariz de Basulto en Miami. De milagro
no se le ocurrió a la señora decir que fue Cuba la que se mudó para
el Caribe, justo en su mismo centro, y se metió de esa manera en el
vórtice del área que «cuida y protege» el Comando Sur de los Es-
tados Unidos. Tanto se parecen a lo más execrable, que sería capaz
de coincidir con Posada Carriles cuando dijo que el italiano asesi-
nado cometió el error de estar en el lugar equivocado en el mo-
mento equivocado. Para esta señora todo es un asunto de nociones
cuando se trata de los daños que se le hacen a Cuba.
La fiscal sigue leyendo los mensajes: se pide información pre-
cisa sobre los planes de Basulto, si está volando, si se violará el
espacio aéreo o se lanzarán papeletas, si Germán o Iselín están vo-
lando, decirles que no vuelen y que, si lo hacen, digan esta u otra
frase por la frecuencia..., en fin, según la señora, se trata de un plan
premeditado para eliminar a Hermanos al Rescate que envuelve a
la Fuerza Aérea. Siguen algunos fragmentos del último mensaje:

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«optimicen las comunicaciones», «extremen las medidas de segu-


ridad» y frases de ese tenor.

—Damas y caballeros, después de estos mensajes vemos desarro-


llarse más la Operación Escorpión y los otros planes.

Y ya la señora los fundió en uno solo.


La señora dice que Germán retornará a finales de febrero y se
cancela el uso del avión de Hermanos al Rescate para el viaje; con
ese sentido del espectáculo que la adorna, nos dice que la cancela-
ción se debe a que ya se ha preparado algo más espectacular con
el derribo que ha de ocurrir el 24 de febrero. Se sigue discutien-
do cómo regresará Roque, y Cuba muestra preocupación por otros
vuelos del grupo en febrero. La fiscal se refiere ahora a la adver-
tencia que hiciera el general Arnaldo Tamayo al almirante Carrol
respecto a estas violaciones, haciendo énfasis en el hecho de que
luego llegaban a Florida alardeando de sus hazañas.

—Damas y caballeros –dice–, eso no es razón para asesinar –y de


nuevo parece recordarnos que es el gobierno que ella repre-
senta el único que puede autorizar a derribar aviones civiles,
ya sea en el área del Comando Sur, que ellos tienen asignada,
o en cualesquiera de las otras cuatro áreas que también se han
asignado para cuidar el otro ochenta por ciento del planeta.

Sigue hablando de la salida de Germán y la edición de su libro


bajo los auspicios de la Fundación. Se refiere al sospechoso docu-
mento que, según la Fiscalía, firman Miguel, el oficial que sustituía
a Gerardo en Miami, y Gerardo –documento que yo nunca vi–, que
permitiría al gobierno cerrar la acusación contra el último, no ha-
biendo otra prueba de que él haya estado al tanto de estos inter-
cambios de mensajes con Cuba. Todavía en los momentos en que
te escribo esto, tanto Gerardo como yo nos preguntamos si ese
mensaje habrá sido plantado por la Fiscalía y tenemos serias du-
das sobre su autenticidad. En el documento de marras se supone
que los compañeros me habrían repetido las instrucciones de que no
volara, recibidas por alta frecuencia desde la Isla.
El 23 de febrero es el viaje de Germán por Cancún; y Germán e
Iselín no pueden volar entre el 24 y el 27 «para prevenir cualquier

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incidente o provocación que se pueda llevar a cabo y nuestra res-


puesta a esto».

—Tenemos ese espectacular derribo el 24 de febrero. Concilio Cu-


bano se desperdicia, y todo lo que tenemos es una nueva bata-
lla entre el gobierno de Cuba y Hermanos al Rescate.

Realmente impresionante, como sacado de un manual de la CIA


o de la Biblia de Heck Miller.
Las tres aeronaves con las personas que ya conocemos salen
de Opa-locka. Llenaron planes de vuelo y estos están en poder de
Cuba. Usaban transponder y se anunciaban cada vez que irrumpían
ilegalmente en Cuba. No siguieron la ruta planeada, pero tenemos
que creer a Basulto y su historia del sol y demás. Se anunciaron y
Cuba sabía dónde estaban.
La Región de Información de Vuelos es solo el área de control
de tráfico aéreo de La Habana y no es territorio jurisdiccional de
Cuba, siendo este último el espacio aéreo hasta las 12 millas de la
línea base. Ellos no hicieron nada inteligente al entrar en las áreas
activadas tras ser avisados, pero eso no significa que usted deba ser
derribado. No se les avisó más y, precisamente en el momento en
que se consumaba el primer derribo, Basulto estaba hablando cati-
bía con los controladores del tráfico aéreo en la frecuencia, lo cual
ustedes deben comparar con la cantidad de avisos que le fueron
dados en julio del 95 –y que fueron absolutamente ignorados por
él, agrego yo—. Cuba no hizo eso en febrero del 96 porque la inten-
ción era derribar los aviones.
No se cumplió con los gentiles procedimientos de la OACI ni
con los de Cuba para interceptar aeronaves civiles, y el insensible
coronel Buchner no se interesó por los datos biográficos de las
personas a bordo de los aviones. El hecho de que Basulto fuera un
saco de plomo no significa que se le debiera derribar y, de todos
modos, las otras personas no podían ser considerados culpables
solo por su asociación con Basulto. El coronel Buchner no fue un
testigo confiable porque no conocía profundamente muchos de los
aspectos de su testimonio y confundió un Mig con un ala... o un ala
con un Mig.
El coronel dijo que básicamente los gobiernos pueden hacer
cualquier cosa en nombre de la soberanía, pero eso es contrario a

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la ley –a no ser que se trate de la norteamericana, por supuesto—.


El concepto de que los aviones dejaron de ser civiles, no reúne los
criterios de la OACI. El testigo estrella de la defensa, José Basulto,
fue un mal actor en el año 62– para esta señora cañonear un hotel,
si se trata de Cuba, es una propuesta artística. Va y es una «insta-
lación» o algo así –y fue responsable de que tuvieran que morir
otras personas en el año 96. Él tuvo el mal gusto de decir ji, ji, ji,
tal vez por nerviosismo o por insensibilidad, pero no era el piloto
del Mig. Y ahora un trozo de la mejor filosofía Heckhipócritosofis-
ta de la señora:

—Basulto entró en aguas cubanas ese día, de eso no hay dudas,


pero el derribo iba a ocurrir de todos modos y los cubanos fueron
indiscriminados. Ellos derribaron los dos aviones que no entra-
ron en el espacio aéreo de Cuba –y ahora viene lo bueno–. Da-
mas y caballeros, dejen a Basulto en el cielo. Aquí en la tierra
y en esta Corte él no es quien está en juicio. El defendido es
Gerardo Hernández por su papel en acordar y apoyar la muerte
ilegal de cuatro personas –miente la fiscal.

Este es precisamente el problema. Para villanos como la señora


Caroline Heck Miller, los tipos como Basulto, Frómeta, Posada Carri-
les, Orlando Bosch y tantos otros tienen que ser juzgados por Papá
Dios, cuando les toque la hora de irse tranquilamente al cielo, pues
ella y otros que como ella tienen la obligación de llevarlos a la cor-
te en la tierra, no tienen el coraje, o la honestidad, o la voluntad
política, o sencillamente el más mínimo sentido de la justicia como
para hacerlo; a no ser, por supuesto, que sus pupilos se atrevan a
testificar bajo citación de la defensa. Cuando pienso en la cantidad
de oportunidades que esta gente tuvo para evitar lo que pasó con
simplemente hacer cumplir la ley, en los alardes públicos de Ba-
sulto mientras se burlaba del Acta de Neutralidad, y en las tantas
ocasiones en que una Fiscalía con vergüenza lo pudo haber llevado
a juicio impidiendo así este resultado, oír estas palabras de la
señora me da asco.
Fotografías de los cuatro fallecidos. La defensa ha querido susti-
tuir estas fotografías por la de Basulto para desviar la atención del
jurado. El acusado es Gerardo Hernández. No olviden la grabación
de los pilotos de los Mig mientras daban culminación al plan para

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eliminar la molestia de Hermanos al Rescate. Eso no hubiera sido


posible sin la participación de Gerardo Hernández, quien tuvo que
asegurarse de que ningún agente volara en los aviones ese día.
Además, Hernández tuvo una destacada participación en la cam-
paña de propaganda que se lanzó a través de Roque y su exfiltra-
ción, pues amén de derribar los aviones era necesario hacer ver
que se trataba de un acto justo. Ahora se repasan mensajes poste-
riores al evento: Operación Venecia fue un éxito.
La fiscal necesita mezclar un poco más la Operación Venecia,
que se fue preparando desde finales del año 94, con la Operación
Escorpión que, según ella, es la conspiración para el derribo:

—Después del 24 de febrero ellos se refieren a Operación Venecia


y no se habla más de Escorpión. Tal vez consideraron mejor la
connotación siniestra de la frase después que el trabajo sucio
había sido hecho –nos dice en una elucubración muy propia de
ella, para seguir luego con más mensajes de reconocimiento.

Alude a una felicitación en la hoja de servicios de Gerardo por


la Operación Venecia y sigue otra fantasía que no tiene nada que
ver ni con Venecia, ni con Germán, ni con Vedette, ni con Escor-
pión, ni con Roque. La señora se refiere a un extenso documento
escrito por Gerardo un año más tarde, en el cual, entre otras mil
ideas, propone que se escriba un libro con la versión cubana de lo
que ocurrió el 24 de febrero de 1996. El fragmento, completamen-
te fuera de contexto, es utilizado para argumentar que Gerardo se
había integrado a la conspiración con malicia premeditada, algo
absolutamente ridículo, dado lo remoto de la conexión entre este
fragmento y los hechos.
Y esto parece no tener fin, pues la fiscal nos recuerda que toda-
vía no se ha discutido el lugar del derribo. La prueba es clara e ine-
quívoca –olvidó decir abrumadora–: fue en aguas internacionales.
El infalible radar norteamericano pasó todas las pruebas habidas y
por haber en esta sala. El capitán Johansen –a quien ni su jefe le
creyó– lo vio en aguas internacionales, así como el confiable pilo-
to de la sonrisa Colgate vio un conveniente velero en una cagá de
pato en el cristal de su avión y luego, también muy conveniente-
mente, vio pedazos de aeronaves donde antes solo había podido
distinguir las punticas de las olas. Y la fiscal dedica un buen rato a

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repetir lo que incontables testigos han mostrado de los trazos de


gusanillos y alambritos de púas. No abusaré de ti repitiéndolo.
El radar cubano es todo lo opuesto. La señora tiene que admitir
que el mayor Cecilio García fue muy sobrio y serio en su testimonio
antes de decir que no fue creíble, pues el jurado debe recordar que se
negó a hablar del resto de los radares, «lo cual demuestra que él no
sabía sobre ellos y decidió mejor decir que era un secreto de Esta-
do después de pensarlo mejor». ¡Ah!, y no olviden que preguntado
sobre si vendría a los Estados Unidos a enfrentar cargos de perjurio
dijo que era un militar, que no se mandaba a sí mismo y que tenía
superiores.

—¿A quién estaba su testimonio dedicado? –pregunta esta señora


que ha preparado a una legión para mentir en el estrado–. ¿A la
verdad o a las necesidades del gobierno cubano?

Lo que sigue es una repetición «abrumadora» del testimonio de


cuanto experto en radares ha pasado por el estrado en favor del
gobierno. Las diferencias entre los radares de ambos países y las
discrepancias entre el radar cubano y el video son nuevamente re-
pasadas, y la fiscal aprovecha para mentir de nuevo diciendo que
el coronel Buchner se apoyó en el radar de la Isla para llegar a sus
conclusiones, barriendo así bajo la alfombra la evidencia principal
de nuestro testigo, relacionada con las grabaciones, tanto de audio
como de video, tomadas a bordo del N2506, sobre las que la Fis-
calía no se ha atrevido a decir una sola palabra durante el juicio.
Son las 11:00 a. m. cuando la jueza decreta un receso, ya la Fis-
calía se había pasado en una hora de los cuarenta y cinco minutos
concedidos por Su Señoría, de manera que al fin se las agenció
para salirse con la suya y tener un día y medio, aun cuando sea a
las malas.

—Señora Heck Miller –interpela la jueza–, usted indicó ayer que


hoy le quedaban cuarenta y cinco minutos. Ya vamos por una
hora y cuarenta y cinco minutos. ¿En qué parte de sus argumen-
tos estamos?
—Yo siento mucho haber calculado mal el tiempo que necesita-
ba –dice sin pizca de recato la fiscal que, como todo el mundo
sabe en la sala, se ha propuesto desde la víspera extenderse a

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día y medio–. También quiero expresar mi agradecimiento por


haber podido proseguir con mis argumentos a pesar de mi error
de cálculo.

Tras informar que le quedan unos veinte minutos, Su Señoría


decreta un receso de quince.
El receso se toma veintiocho, pasada esa cantidad de minutos
de las once, nos encontramos todos en la sala a excepción del ju-
rado. Ahora Paul nos hace saber que detrás de la demora hay un
cálculo algo más turbio. No por gusto es tan fácil para los fiscales
prodigarse en todo tipo de teorías acerca de los siniestros planes
que, según ellos, Cuba habría elaborado.

—Su Señoría, nosotros debemos establecer cierto límite de tiempo


aquí. Ahora estamos enfrentando la posibilidad de que el ar-
gumento de refutación se produzca el próximo lunes que, creo,
es lo que quiere la Fiscalía. Kastrenakes me lo planteó ayer y
yo me opuse. Nosotros necesitamos límites de tiempo. Yo puedo
vivir con límites y todos aquí podemos vivir con límites, pero
permitir al gobierno que se pare y lea al jurado documentos que
han sido hecho públicos, y cometer esta artimaña usando la
evidencia, no es correcto.

Paul agrega que el gobierno ha tenido ya demasiado tiempo y


solicita un límite de diez minutos, a fin de que Joaquín pueda ter-
minar en lo que resta del día. Plantea que los abogados de la de-
fensa –como durante todo el juicio– están dispuestos a cooperar
para que él termine el viernes, dejando el suficiente espacio a Kas-
trenakes para el argumento de refutación.

—Su Señoría, esto está como fuera de control con sus argumentos.
Ellos se tomarán todo el tiempo que deseen, y Kastrenakes se
tomará el tiempo que desee para luego recobrarse durante el
fin de semana y seguir argumentando todavía el lunes –conclu-
ye el abogado.

Joaquín, por su parte, explica que él quiere terminar en el día,


y dice que si se le permite comenzar quince minutos antes de las
doce eso sería suficiente para él.

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—Yo ya voy a heredar a un jurado que en mi opinión está cansado


y no quiero tenerlos hacia el final del día, cuando sus estómagos
estén gruñendo y sus mentes divagando. Yo quiero contar con
su atención al principio de mi presentación.

Heck Miller propone que, si el jurado es traído de inmediato y la


jueza le avisa con dos minutos de anticipación, ella puede terminar
a la hora que pide Joaquín. El panel es admitido a la sala para que
la fiscal continúe.
Las comparaciones entre los radares de Cuba y de los Estados
Unidos siguen por un rato, tal como se ha hecho ya durante el jui-
cio, sirviendo de preámbulo a la parte más espinosa de la ponencia,
cuando la señora trata de adaptar la letra de la ley a los hechos:

—¿Era eso lo que se intentaba y lo que se acordó? La evidencia


muestra que el plan era derribar los aviones, punto, y si eso
significaba hacerlo en aguas internacionales, de todos modos
coincidía con el plan.
—Objeción. Es una tergiversación de la ley.
—Sostenida.

Antes de pasar a los cargos restantes, Heck Miller ofrece una


lista de los actos palpables del Cargo 1, compaginándolos con las
piezas de evidencia que, según dice, los demuestran, pero sin en-
trar en explicaciones. A estas alturas todos estamos anestesiados y
supongo que el jurado lo está, de modo que si cada pieza apoya
realmente o no el acto palpable que le adjudica la fiscal, es algo
que pasa inadvertido para la concurrencia. En cuanto a los actos
palpables en sí, algunos tienen que ver con la Operación Escorpión,
otros con la operación llamada indistintamente Venecia, Germán o
Vedette y otros sencillamente no tienen que ver en absoluto con el
asunto y han sido insertados a la fuerza por la Fiscalía para valerse
en algún punto falso o engañoso.
Al fin parece que se agotó el tema de Hermanos al Rescate y la se-
ñora pasa rápidamente por los cargos relativos al uso de documen-
tos falsos y al crimen sustantivo de la violación, por cada individuo,
del estatuto que obliga a un agente extranjero a registrarse. Cada
una de las identidades es adjudicada a quien la utilizó, en una rápi-
da relación que solo toma tres páginas y media de la transcripción,

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y la última página se dedica, en su primera mitad, a recordar que


nosotros estábamos actuando aquí como agentes de Cuba sin re-
gistrarnos, y en la segunda, a redundar con el panel en el asunto de
las medidas activas, antes de proceder a la despedida.

—Damas y caballeros, gracias por la atención que nosotros sabe-


mos prestarán a este caso. Estados Unidos somete a la conside-
ración de ustedes que todos los cargos, en este caso, han sido
probados más allá de toda duda razonable. Y además, damas y
caballeros, que es tiempo de que la propaganda termine –tendrá
cara esta mujer–. Es tiempo de que ustedes deliberen después
de oír los otros argumentos y las instrucciones de la Corte, y los
Estados Unidos solicitan y están confiados en que ustedes deli-
berarán que estos cargos han sido probados y retornarán un ve-
redicto de culpable para cada defendido en cada cargo. Gracias.

Así, a las 11:45 a. m., termina Heck Miller su exposición. En lo


que Joaquín Méndez se apresta a tomar la palabra, tenemos dos
minutos para recuperar aliviados el aliento y aprovecho para hacer-
te un resumen de esta pieza de hipnotismo que fue el argumento
final de la fiscal.
La señora se lució, hizo lo que quiso, maltrató a la concurren-
cia y se burló arrogantemente del límite que pusiera la jueza antes
de comenzar los argumentos. Su intervención fue monótona hasta
el cansancio, redundantemente redundante –valga la redundan-
cia–, nebulosa, confusa e irrespetuosamente extensa, tratando de
emular con Richard Gianotti y Susan Salomon en su lectura de la
evidencia y aprovechando para hacer lo que Su Señoría no le ha
permitido desde el inicio del juicio: adueñarse, al menos por un
rato, de la sala.
No le faltó habilidad, dado que tonta es algo que ella no es.
Mezcló muy inteligentemente verdad con mentira, evidencia con
elucubración, peras con papas y llenó cada flanco débil con sus
propias torcidas teorías. Hasta qué punto el jurado se deje llevar
por sus técnicas baratas de venta o sepa, o tal vez quiera, o tal vez
se atreva a distinguir entre el humo y las llamas, es algo sobre lo
que nunca me he atrevido a especular.
El discurso tomó 195 páginas de transcripción que he logrado
reducir, según mis cálculos, a una cuarta parte.

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Creo haber representado fielmente los argumentos de la fiscal


y he tratado de ser bien objetivo, no dejando tema o teoría sin to-
car. Ha sido un rompecabezas que he tenido que armar con mucha
paciencia, al final he podido hacer un resumen abarcador y mucho
más coherente que el original. Después de esta prueba, te puedo
decir que todo lo que me queda del diario me parece una bicoca.
A las 11:47 a. m. toca a Joaquín Méndez, representante legal de
Fernando González, la titánica tarea de sacar de su sopor al jurado.

—Damas y caballeros del jurado. Yo soy Joaquín Méndez, defensor


público y represento a Fernando González, quien es identificado
en la mayoría de los papeles como Rubén Campa.
Yo me he sentado aquí ahora por dos días, tal como me he
sentado aquí a través de casi todo el juicio y casi toda la presen-
tación del caso del gobierno, y he estado oyendo a los fiscales
en este último par de días, a la señora Heck yendo una y otra,
y otra, y otra, y otra vez, en esmerado detalle sobre un gran nú-
mero de cosas y mi cabeza se entumece, mis tímpanos rever-
beran y es difícil mantenerse despierto y enfocado, porque hay
tanta información, tantas palabras brotando que es fácil con-
cluir que deben tener relación con algo, que cada palabra debe
de ser importante, pero si usted es capaz de dar un paso hacia
atrás un minuto y es capaz de tomar aire y mirar desde atrás y
piensa acerca de lo que hay realmente en disputa en este caso,
ustedes verán que el noventa por ciento de lo que nos ha dicho
el gobierno, el noventa por ciento de las pruebas en el caso, el
noventa por ciento de la evidencia y el testimonio que ellos han
presentado, no tiene nada que ver con lo que ustedes tienen
realmente que decidir.
Mucho de lo que se ha dicho trata cuestiones que no están
sencillamente a discusión en este caso. Se nos ha estado dando
ahora por dos días, y por varias semanas durante el juicio, infor-
mación que nosotros simplemente no negamos, que no discuti-
mos, que ustedes no tienen ni que decidir si creer o no. Nosotros
estamos de acuerdo.
No es necesario insistir una y otra vez para probar que Fer-
nando González utilizó el nombre de Rubén Campa. Yo se lo dije
a ustedes la primera vez que me paré aquí, varios meses atrás.
De hecho yo introduje documentos, sus documentos personales

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de identificación para probar que él no es Rubén Campa. No


ha habido necesidad de mostrar que esos disquetes y reportes
escritos por alguien nombrado Oscar pertenecían a Fernando
González. Nosotros no lo hemos negado.
Lo que el gobierno ha tratado de hacer es crear la impresión
de que ellos tienen tanta información, una tonelada de informa-
ción, que alguna de ella requiere que ustedes condenen a estos
hombres de lo que ellos han sido acusados; pero ustedes tie-
nen que separar el trigo de la paja. Ustedes tienen que sentar-
se y pensar acerca de lo que es realmente importante en este
caso, y si el gobierno ha presentado alguna evidencia acerca
de esos importantes asuntos que están realmente en disputa
en este juicio.
Escuchar al gobierno poner tanta evidencia y hacer tales ar-
gumentos acerca de cosas que no están realmente en disputa,
me recuerda el viejo refrán cubano que habla acerca de quienes
quieren tapar el sol con un dedo. Esto se relaciona con toda esta
evidencia y esta información, todos estos documentos y fotogra-
fías que no tienen nada que ver con este caso, y el sol que yo
quiero hacer brillar en este juicio, al que yo quiero que ustedes
sean expuestos y disfruten y aprecien [...].

No voy a caer en la tentación de transcribir todo el argumento


de Joaquín, dando así la impresión de que escamoteo la misma
ventaja a la Fiscalía. Pero me pareció importante hacerlo con su
introducción porque es una descripción exacta de lo enmarañado,
nebuloso, confuso y oscuro del caso del gobierno. A partir de ahora
daré a los argumentos de los abogados el mismo trato que al de
la acusación, aun cuando no sería tan injusto si a la postre decidiera
transcribirlos, dada la brevedad, la manera sintética y la honestidad
intelectual con que estos fueron a la esencia de las cosas, hablan-
do al jurado con la claridad de quien se sabe dueño de la justicia.
Brevemente el abogado se refiere al contexto histórico en que
se inserta este caso y señala la historia de hostilidad y resentimiento
hacia la Revolución sembrados aquí durante cuarenta años, antes de
recordar que este episodio, dado el marco temporal de la evidencia,
ocupa solo un período breve en toda esa historia; no obstante, re-
cuerda Joaquín, el jurado ha tenido oportunidad de percibir algo del
resto, a través de testimonios como el de Basulto, donde afloraron

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referencias acerca de hechos como el de Bahía de Cochinos y sus


proezas personales como la de cañonear un hotel en el año 62.
En este punto miro hacia el banco de la Fiscalía, José Basulto
ha hecho mutis escapando al acoso de Méndez. Luego me entera-
ría por Roberto de que, una vez terminado el receso, los fiscales le
prohibieron el acceso para evitar que el abogado les restregara en
la cara, delante del jurado, su contubernio con este santurrón de la
sagüesera, sentado entre los representantes del gobierno y agen-
tes del FBI.
Muy a tiempo, pues Joaquín se refiere a Basulto con pelos y
señales:

—¿Cuán torcida puede estar una persona como para disparar


un cañón contra un hotel? ¿Qué espera esa persona obtener
de eso? ¿Matar indiscriminadamente? Cuando usted tiene un
problema con un gobierno ¿dispara un cañón contra un hotel?
¿Usted va a matar a los trabajadores de allí, las mucamas, los
jardineros? ¿Qué clase de odio hay en su corazón?...

Y prosigue el abogado:

—Ahora Basulto es un hombre distinto y pacífico. Es un lobo bajo


una piel de oveja que quiere convertirse en un vehículo para
que estalle una guerra entre los Estados Unidos y Cuba, a fin de
recoger los pedazos. Pero esa guerra la tienen que pelear otros.
Cuando hablaba de Martin Luther King y se comparaba con Mar-
tin Luther King, yo estaba en estado de shock. Y todavía lo estoy
porque Martin Luther King fue un hombre de coraje, de visión,
de convicción, un hombre que nunca corrió ante una pelea y no
hacía que otros la pelearan por él... Eso es un hombre de honor y
convicción, y decir que Basulto, que estaba sentado allí y se fue...,
que se compare con ese hombre..., es una afrenta –dice mientras
señala a la fila del gobierno. Y está realmente indignado.

Joaquín nos informa que se referirá al período actual, es decir, la


etapa que se ha ventilado en el juicio y acerca de la que se incluyó
evidencia. Tras una introducción general sobre el tipo de activida-
des entre los años 1993 al 1998, todas de tipo violento, el abogado

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se refiere a las organizaciones anticastristas y sus violaciones del


Acta de Neutralidad, para después ser más específico:

—[Hablemos de] Alpha 66 y la amplia evidencia relativa a sus acti-


vidades, mucha de ella incautada por el FBI a los defendidos. No
se esconden para hacer sus actividades ilegales, las anuncian;
su oficina está adornada con toda suerte de lemas guerreristas
y el personal con atuendo militar entra y sale libremente de
ella. Lo mismo retan al gobierno de Cuba que al de los Estados
Unidos, y la evidencia, tanto testimonial como documental, es
demostrativa de sus actividades. Los detiene la policía, aduanas,
el FBI, la ATF, pero ellos siguen en sus andanzas.

Y señala luego:

—Cuando la señora Heck Miller dice que Alpha 66 no está siendo


juzgada yo estoy de acuerdo. Ese es el problema. Alpha 66 no
está en juicio. Ellos nunca están en juicio. Ese es el problema.
Ellos salen con impunidad y amenazan con atacar al gobierno
de Castro, instalaciones turísticas, plantas industriales y lo hacen
descarada y abiertamente y nadie los para...

Joaquín se refiere a las fotografías y a la evidencia que ha sido


introducida en el juicio, las cuales muestran medios de destruc-
ción, armamentos, explosivos y otros artefactos en manos de estas
personas; abunda en sus intenciones de llevar la guerra a Cuba sin
importarles si arrastran al resto de este país tras ellos. Es importan-
te que alguien los mantenga bajo vigilancia y si el FBI, aduanas o el
ATF no tienen la voluntad o la habilidad de hacerlo, esa necesidad no
puede ser ignorada.
Campos de entrenamiento. Ametralladoras. Gente que da mie-
do, armas que dan miedo:

—Pero todos le pueden poner velas a Rodolfo Frómeta... Ustedes


no olvidarán a ese hombre con su boina y barba. Claro que no
vino vestido así, pero es así como viste cuando no está ante un
jurado.

Joaquín recorre en pocas palabras el testimonio de este indivi-


duo para recordar al panel que ahora es un pacifista.

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—Él sabe qué tiempo es. Está en una Corte y niega sus acciones,
pero sus hechos hablan mejor que sus palabras cuando está en
un bote con ametralladoras y un mapa de Cuba que ahora nos
dice es para no perderse y terminar allá. ¿Quién puede creerlo?...

Y se nos recuerda las veces que fue detenido sin consecuencias,


trayendo a colación el testimonio de la evasiva Julie Torres:

—A menos que las armas sean automáticas, ellos no han cometido


ninguna violación y pueden seguir con sus vidas. No es mi pro-
blema –parafrasea Méndez a la oficial del ATF.

El abogado describe a Frómeta como un lunático que no se con-


forma con rifles y lanzagranadas, de manera que necesita comprar
un lanzacohetes antiaéreo, explosivo C-4 y armas antitanque, así
que al FBI no le queda más remedio que arrestarlo.

—Al fin es acusado y él dice que le ofrecieron un año de arresto


domiciliario. Y nos dice que, mirándolo en retrospectiva, debió
haber aceptado el trato, pero no estaba preparado para renun-
ciar a su misión. Agrega que le ofrecieron un año de arresto
domiciliario por comprar esos misiles antiaéreos, armas antitan-
que y explosivo C-4. La gente mira eso con horror. Personas
alrededor del mundo, y en Cuba en particular, miran esto y se
preguntan qué está pasando en Miami, quién pondrá fin a esta
locura que ha ocurrido por años, y años, y años –dice antes de
recordar al panel el testimonio acerca de las fotografías que
Gerardo y Fernando tomaran durante una misión de búsqueda
del campamento de Comandos F-4.

Toca el turno a la historia del barco La Esperanza, detenido en


Puerto Rico por la aduana, cuando se dirigía a realizar un atentado
en isla Margarita a Fidel durante la Cumbre Iberoamericana. Muy
brevemente se recorre el testimonio del agente Rocco, las armas a
bordo del yate y la admisión por parte de uno de sus tripulantes,
Ángel Manuel Alfonso, del propósito de su viaje a la isla venezola-
na. Se objeta cuando el abogado informa al jurado que los cuatro
tripulantes fueron absueltos en Puerto Rico, y la jueza sostiene. Al
parecer los fiscales no quieren ventilar en público cuán suave ha
sido este sistema de justicia con el terrorismo anticastrista.

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xv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

—¿Qué más dice el señor Alfonso? No solo dice que la misión de


su vida es matar a Fidel. Él no será impedido de realizarlo, pero
por supuesto, tal y como muchos de estos hombres hacen una vez
detenidos, él también se compara con Martin Luther King. Yo
supongo que esto será algo que se les pega en la escuela de
terrorismo o algo así, compararse con Martin Luther King al ser
arrestados.

El próximo blanco es el PUND y se recorre la evidencia acerca


del grupo. Arrestos frustrados, el testimonio de la esquiva señorita
Torres sobre la detención de un bote con cinco ametralladoras al
norte de Cuba y la confesión por parte de uno de los tripulantes
acerca de sus intenciones bélicas.
Orlando Bosch. Cuarenta años de terrorismo ya sea contra Cuba
o contra cualquiera que le parezca colorado. Vinculado al asesina-
to de Letelier. Joaquín presenta el curriculum vitae del individuo, de
veinte páginas de extensión, sin adentrarse a discutirlo con el ju-
rado, solo para recordarles la participación del sujeto en el crimen
de Barbados.

—¿No somos afortunados? –pregunta–. En 1991 y tras su arresto,


porque no era ciudadano norteamericano, después de que sus
solicitudes de asilo político son denegadas por treinta y un países,
a Orlando Bosch se le admite bajo palabra en los Estados Unidos y
vive en Miami, Florida. Él hace sus compras en nuestras tiendas,
maneja alrededor de nuestras calles y sigue tramando actos
violentos, actos terroristas contra Cuba, contra Castro, contra
cualquiera a quien considere amigo del régimen de Castro.

De Bosch pasamos a la ola de atentados terroristas dirigida a


los hoteles en Cuba –la misma que minimizó un experto en terro-
rismo que testificó por el gobierno– y se tocan los testimonios de
Percy Alvarado y Juan Gómez involucrando al mismo Bosch, a Luis
Zúñiga Rey, Alfredo Otero y otros personajes vinculados a la Fun-
dación. Bombas en Tropicana, bombas en el monumento a Ernesto
�e Guevara, bombas y misiles para asesinar indiscriminadamente.

—Usted puede tener un misil guiado por calor, pero no existe un


misil que busque comunistas. Cuando usted dispara esas armas,

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mata igual a un niño que a un militar que a un turista que a un


obrero.

Se refiere a Roberto Hernández Caballero y Felipe Carmona, quie-


nes testificaron sobre las bombas en los hoteles Meliá Cohíba, en
abril del 97; por partida doble en los hoteles Nacional y Capri, el 12
de julio de ese año; de nuevo en el Meliá Cohíba, el 4 de agosto; y
el 4 de septiembre, las bombas en los hoteles Tritón, �ateau Mi-
ramar y Copacabana, seguidas de otra detonación en la Bodeguita
del Medio. Fabio di Celmo asesinado en la tercera explosión.

—No fue Fidel quien murió ni Raúl Castro. Las personas que fue-
ron heridas no eran oficiales del gobierno sino personas comu-
nes. Eso es lo que quiero significar cuando digo que las bombas
no discriminan.
La presencia de este hombre en este país es una respuesta di-
recta a esta situación. Fernando González, Rubén Campa, Camilo,
Oscar o Vicky, está aquí porque no pudo soportar la visión de
lo que ha estado pasando en Cuba, la violencia contra su gente
que ha estado ocurriendo por demasiado tiempo. Si nosotros
pudiéramos siquiera imaginarnos lo que sería vivir y trabajar en
una situación como esa, pudiéramos comenzar a comprender la
ansiedad, el miedo y el deseo de hacer algo que personas como
Fernando González albergan en sus corazones.

Y en la fecha en que escribo esto, 31 de agosto de 2001, te puedo


decir que el jurado ni entendió, ni se imaginó, ni comprendió abso-
lutamente nada, excepto cada una de las teorías, argumentos, elu-
cubraciones, tramas, sugerencias y propuestas de la Fiscalía. No
estaba entre mis planes el adelantarme al veredicto hasta llegado el
momento en este diario, pero la realidad es que todo el que ponga
sus ojos sobre esta lectura ya lo hará sabiendo el resultado de las
deliberaciones, si es que realmente hubo algunas. Después de todo,
ha sido ese veredicto y su naturaleza infame lo que ha hecho tras-
cender este diario mucho más allá de lo que pensé aquel día en que
comencé a escribirte lo que creí sería, sencillamente, la carta más
larga de mi vida.

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Pero no he hecho este alto para entretenerme con el jurado y


su capacidad de entendimiento sino para hacerte un pequeño co-
mentario: por lo que escuché en la radio, todo parece indicar que
The Miami Herald ha anunciado una conferencia de prensa para esta
mañana a las 10:30 a. m. El propósito del show es dar a conocer sobre
dos nuevos arrestos vinculados a nuestro caso y, para eso, los seño-
res Héctor Pesquera y Guy Lewis, jefe del FBI y Fiscal Federal de la
sagüesera, respectivamente, se adelantaron a la hora de cierre del
periódico, con su habitual sentido del espectáculo, para asegurarse
la concurrencia cuando asomen, frente a cámaras y micrófonos, sus
severos, bellos y carismáticos rostros.
Volviendo a la intervención de Joaquín, este compara la situa-
ción de Estados Unidos, respecto al terrorismo, con lo que sucede
en Cuba, propone al jurado que imagine el sur de Florida como
objeto de dichas actividades y le recuerda también que algunas
de nuestras informaciones iban a parar al gobierno de los Estados
Unidos, poniendo como ejemplo los barcos del río Miami y nues-
tras discusiones acerca de la opción de notificar al FBI. Nuestro
amigo explica al panel que no se adentrará en los documentos ya
discutidos como evidencia –después de todo Joaquín no es Heck
Miller– y hace un rápido resumen de las actividades terroristas apa-
recidas en esta.
Grupo paramilitar de la Fundación Nacional Cubano-Americana,
PUND, Alpha 66 y el CID; todos traman todavía acciones violentas
contra instalaciones turísticas, plantas de energía o centrales azuca-
reros. Nuestras investigaciones alrededor de Posada Carriles, Antonio
Esquivel y Arnaldo Monzón. Planes de Erneido Oliva, Rafael del Pino
y Orestes Lorenzo para atentar contra Fidel en un viaje a Nueva
York y otras lindezas por el estilo. El abogado las menciona identifi-
cando cada operación investigativa por su nombre, sin adentrarse en
los documentos y ofreciendo solo un sumario de dichas actividades.
El intercambio de información con el FBI es el próximo asunto,
y tras recordar al panel cómo en la evidencia se muestran algunos
ejemplos de intercambios indirectos, la atención se dirige a las notas
diplomáticas: octubre de 1992 y el tiroteo a un hotel; abril del 93 y
el ataque a un barco mercante; mayo de ese año y un campo de
entrenamiento de Alpha 66; una conferencia del mismo grupo en
octubre de ese año donde se amenaza a todo el que vaya a Cuba o

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gaste dinero allá; un sujeto con explosivos arrestado en Cuba; acti-


vidades violentas del PUND y otras notas por el estilo.
Comunicaciones directas entre Cuba y el FBI acerca de estas
aventuras. Nuestro país responde a la solicitud de las autoridades
norteamericanas preparando un informe de sesenta páginas, y es
entregado a los agentes del FBI que viajan a la Isla en junio del
año 98. El paquete es amplio y abarcador, provee información no
solo sobre los actos contra Cuba sino también de sus vínculos con
Miami. El FBI promete dar seguimiento a la información, parte de la
cual, de todos modos, han estado leyendo de los disquetes copia-
dos en los registros subrepticios a los acusados, quienes por toda
respuesta son detenidos en septiembre de 1998.

—El porqué se decidió detenerlos ahora es algo que cada cual puede
imaginar –apunta Joaquín–. Ellos lo han sabido por años. ¿Por qué
no los detuvieron? Porque no los consideraban ninguna amenaza.

Y deja claro que el gobierno norteamericano sabe que las fuentes


de información que nutren los reportes de Cuba provienen, entre
otras, de quienes están monitoreando esas actividades desde aquí.
A continuación el abogado aborda la discusión de la ley, tal como
será dada al panel por la jueza una vez que terminen los argumen-
tos, explicando al jurado que, una vez instruidos, se darán cuenta
de que no se puede analizar este caso sin ponerse en el lugar y en
la disposición mental con que actuaron los acusados. El gobierno
debe demostrar, más allá de toda duda razonable, que los acusados
actuaron voluntariamente y con el intento específico de hacer algo
que prohíbe la ley. Si existe una duda razonable respecto a si el de-
fendido actuó de buena fe, creyendo estar exento de la ley, enton-
ces el defendido no violó intencionalmente un deber.

—El gobierno tiene la responsabilidad de probar más allá de la


duda razonable que los defendidos actuaron con el intento es-
pecífico de violar la ley. Si ellos fallan en esto, ustedes deben dar
un veredicto de no culpable.

El próximo tema es el espinoso asunto de la llevada y traída Re-


gulación 28 CFR 73.01, que tanto diera que hablar durante la prepa-
ración de las instrucciones, referente a la excepción del requisito de

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registro como agente extranjero en caso de que el acusado esté en


este país conduciéndose en relación con asuntos internos del suyo.
El abogado dedica un tiempo a describir la situación de Fernando
en los Estados Unidos, como sustituto temporal de Ramón, para ex-
plicar al jurado que, dada esta situación, su defendido no estaba
obligado a registrarse como agente extranjero.

—Nosotros no estamos aquí para decidir si Cuba es un buen país


o no, o si estamos de acuerdo con su forma de gobierno o no.
No estamos aquí para decidir si ese es el tipo de lugar en que
nos gustaría vivir o no. Estamos aquí para decidir si bajo nuestro
sistema de justicia, el que apreciamos y que es nuestro, con el
que hemos crecido..., el gobierno puede pedirles que condenen
a estos hombres con el tipo de evidencia que han sido capaces
de reunir.
De nuevo hablaré de Fernando González. Sobre si el gobierno
puede probar que no solo estaba reportando acerca de los bo-
tes del río Miami o los campamentos de F-4, sino también ac-
tuando con la mentalidad criminal que requiere la ley y que
la evidencia muestra es todo lo contrario. Fernando González
estaba actuando de buena fe; no estaba tratando de herir a
nadie aquí. No estaba tratando de subvertir nuestro sistema de
gobierno sino tratando de salvar a su propio país.
Tanta evidencia superflua acerca de la falsa identidad que se
reconoció desde el primer día solo puede apuntar a predisponer
al jurado contra Fernando, haciéndolo aparecer como alguien
malo porque adoptó la identidad de una persona fallecida. Se
puede argüir una y otra vez sobre la necesidad de identidades
falsas, pero su uso no implica una voluntad de ofender a esas
personas o dañar su memoria, y está claro que Fernando está
lidiando con personas respecto a las cuales hay que adoptar
medidas de precaución. Solo por alquilar un cuarto al testigo
Percy Francisco Alvarado, a una persona le atacaron la casa. Uno
tiene que guardar sus identidades, a causa de este elemento, tal
como hiciera el agente que supuestamente vendiera los arma-
mentos a Frómeta.
Ni siquiera el agente Berlingeri, en su recuento del arresto,
pudo referir que la conducta de Fernando fuera negativa o
irrespetuosa. El propietario de la casa que este habitara en Caro-

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lina se refirió al defendido como una persona decente. Se trata


de una persona que ama a su familia y a su patria, como se ve
en los propios documentos. —Y Joaquín lee estas palabras de
Fernando—: «Yo estoy haciendo esto para que nuestras familias
en Cuba puedan dormir mejor de noche».

A estas alturas Méndez ha ido acumulando cuidadosamente, a


medida que las iba utilizando, las fotografías de destrucción y muerte
en los hoteles, a la derecha del jurado, y las del elemento de la mafia
anticastrista a la izquierda, formando poco a poco dos grupos sepa-
rados por unos metros. Ahora invita al jurado a comparar la calidad
de los acusados con el haz de fotografías de la izquierda, donde se
confunden caras patibularias, uniformes de camuflaje y armamento,
mientras en medio de ambos grupos de fotografías coloca el tan
manoseado esquema de la «Red Avispa» utilizado por la Fiscalía.

—Someto esto a vuestra consideración. Lo que se levanta entre


alguna de la gente de esta comunidad, algunos de estos extre-
mistas, lo que se levanta entre ellos y esas bombas que explotan
en Cuba y en los hoteles, que han matado al menos a un turista
italiano, son hombres como estos, que garantizan que ese tipo
de cosas y acciones puedan ser prevenidas, sin que nadie esté
tratando de usurpar la autoridad del gobierno de los Estados
Unidos o del FBI o de alguien más. Todo el mundo está tra-
bajando hacia el mismo objetivo; pero el FBI y algunas otras
agencias tienen un pez más grande que freír, aparentemente.
No es tan importante para algunos de esos oficiales de la ley el
poner fin a esto, como sí lo es para las personas que son real-
mente las víctimas.

Y advierte:

—Tal vez algún día habrá un tiempo en que no tendremos per-


sonas que estén llenas de odio, que estén llenas de ira, que no
respeten la ley. Espero que habrá un día en que no tengamos
personas así en nuestras comunidades, en nuestras escuelas,
en nuestras tiendas o manejando en nuestras calles, pero hasta
que ese día venga, hasta que aprendamos a vivir con respeto
mutuo y con entendimiento, con tolerancia hacia otras personas

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y otros países, necesitamos tener el ojo sobre ciertas personas.


Mientras más personas puedan mantener un ojo en Frómeta,
mejor. En lugar de tener treinta y cinco agentes persiguiendo a
Rubén Campa, tengamos uno observando a Frómeta.

Joaquín recuerda a los miembros del panel su responsabilidad,


el hecho de que han tenido que sacrificar sus vidas para cumplir
con el deber de impartir justicia, los esfuerzos que tomó el integrar-
los en un jurado para buscar una docena que solamente juzgara
por la evidencia. Les recuerda que solo ellos y quienes han presen-
ciado el juicio durante seis meses saben lo que realmente ha pasa-
do en la sala y no tienen que explicar sus decisiones a nadie, que
esta es una decisión enteramente de ellos y tiene que ser toma-
da sin considerar presiones, simpatías o prejuicios; recordándoles
también que es una decisión que requiere mucho coraje.
Les pide que sean justos en relación con el caso, con la evidencia
y con la ley; y así encontrarán que Fernando solo estaba aquí
para monitorear las actividades contra Cuba, que su disposición
mental no era en absoluto criminal y que, según la definición legal
que entregara la jueza, no califica como un agente extranjero sin
registrar. Todo lo que ha sido probado contra Fernando es preci-
samente lo que él no ha negado.

—Cuando yo fui designado para representar a Fernando González


–continúa–, se me dio la responsabilidad de asegurarme de que
sus derechos estaban protegidos, que sus derechos constitucio-
nales estaban protegidos. Yo me sentaré ahora y no les hablaré
de nuevo, pero les paso esa responsabilidad, porque no puedo
responder más a lo que el gobierno diga en su refutación acerca
de Fernando González. Eso es todo, ya yo terminé, pero se lo
paso a ustedes. Yo estoy seguro de que ustedes atesorarán, us-
tedes protegerán esos derechos, como juraron hacerlo, y estoy
seguro de que arribarán al resultado correcto y justo en este tan
difícil caso que requiere coraje y convicción de vuestra parte.
Muchas gracias.

A la 1:23 p. m. Joaquín ha dado por terminada su intervención.


El abogado estuvo muy a tono con su carácter y sus virtudes per-
sonales, genuinamente apasionado, y estableció una fuerte comu-
nicación con la concurrencia, despertando a un jurado al que su

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predecesora había puesto a divagar y logrando mantener su aten-


ción durante todo el argumento, reto extremadamente difícil, dadas
las circunstancias en que tuvo que intervenir. Todos nos sentimos
muy satisfechos por su discurso impecable, claro, sincero y directo.
Libre del truco, la sinuosidad y el abuso de la evidencia que derro-
chó Heck Miller. Le tomó solo un cuarto —cincuenta páginas de
transcripción— del espacio ocupado por la fiscal. Tiempo total: una
hora con treinta y seis minutos.
Tras un receso merecido una vez finalizada la argumentación
de Joaquín, regresamos a la sala para que, a la 1:44 p. m., la jueza
haga entrega a las partes del paquete final de instrucciones al ju-
rado. Su Señoría decide excusar al panel y Kastrenakes se anuncia
listo para corregir lo que llama «un montón de pequeños errores
de mecanografía», toda vez que «ha revisado las instrucciones con
anterioridad». La torpeza –o truco para cubrir sus mentiras al Once-
no Circuito– del fiscal revuelve en la memoria de la señora Lenard
las mentirillas escritas en la moción del gobierno al Onceno Circuito
para detener el juicio, que al parecer el señor no ha asimilado como
eso: mentirillas. Así que la jueza se lo recuerda:

—Como les aclaré antes, lo que se les dio a ustedes fue un borrador
extremadamente rudimentario que ni Lisa ni yo habíamos revi-
sado. Como yo les había explicado a los fiscales que tendrían
una copia rudimentaria a fin de prepararse para los argumentos
finales, vine el viernes y cumplí con esa responsabilidad porque
se los había prometido.

Su Señoría explica que el paquete nuevo es el definitivo y que,


una vez que lo lean, se podrán discutir las observaciones de las
partes.
Pasadas las dos de la tarde se da por terminada la jornada.

El jueves 31 de mayo los argumentos comienzan temprano. Son


las 9:15 a. m. cuando Philip Horowitz toma la palabra en represen-
tación de René González, alias Iselín, alias Castor.

—Damas y caballeros del jurado, a esta altura ustedes saben quién


soy y saben a quién represento, pero ustedes no han visto mu-
cho de René González en los últimos seis meses.

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Y dice más adelante:

—Me pueden recordar en varios roles: como el hombre del trípode


o el Capitán Vídeo. Como veterano de largos juicios, me he para-
do y dirigido a jurados que se han sentado por largos períodos,
y en lugar de darles las gracias, prefiero leerles un pasaje que
un juez escribiera sobre el jurado, tras sentarse durante dieciséis
meses en un juicio en California: «Este tipo de juicio impone
sacrificios en los ciudadanos que cumplen su deber cívico sir-
viendo como jurados. Los jurados ven su vida hogareña y su tra-
bajo interrumpidos, a menudo a un gran costo financiero, físico
y personal. Se les pide sentarse estoica y silenciosamente cada
día, día tras día, y se les prohíbe dedicarse a muchos placeres
de su vida diaria».

Phil explica al panel que el tiempo de sentarse a escuchar ha


terminado y que tras los argumentos de la defensa y el caso de
refutación les serán dadas las instrucciones, algo así como un
mapa de carreteras que deberán seguir en sus deliberaciones.
Regresando a los sacrificios que implica un juicio tan largo como
el presente, se refiere a los suyos propios y a cómo no ha podi-
do, como antes, ayudar a su hija en las tareas, y ha tenido que
dedicar los fines de semana a revisar los vocablos que le dieron
a estudiar a la niña, sin que el caso haya podido escapar de su
mente. Este es un recurso que el abogado ha ideado para guiar, a
través de los vocablos supuestamente enseñados a su hija, el hilo
de sus argumentos. Por lo que me montaré con Philip en este
viaje a través de una tarea escolar para seguirlo en su coloquio
con el panel.
La primera palabra es «peso», y Phil recuerda que sobre el go-
bierno recae el peso de demostrar las acusaciones: indica que la
fiscal se refirió a la obligación de probar sus cargos solo dos veces
en toda su intervención. Esa obligación recae en la Fiscalía –dice
Philip–, no es transferible, y el gobierno sencillamente no puede ser
relevado de la obligación de probar su caso, más allá de toda duda
razonable. Esa obligación no tiene que ver ni con Cuba, ni con el
Ministerio del Interior ni con el FBI.
Abundando en el concepto de duda razonable, el abogado
contrasta los testimonios de Guillermo Lares y Arnaldo Iglesias,

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quienes dijeron que yo no había volado con Hermanos al Rescate


desde 1993, con los mensajes en que se me orienta a no volar con
el grupo tres años después.

—¿Por qué enviar un aviso acerca de una conducta que no ha ocurri-


do en tres años? –pregunta para exponer su concepto acerca de
la duda razonable y aduciendo que hasta con respecto a la pre-
cisión de esos mensajes el gobierno ha sorteado esa obligación.

A través de la palabra «añejo», el abogado se adentra algo más


en el hecho de que los mensajes, en ambas direcciones, eran recibi-
dos en su cuarta o quinta generación, tras pasar por varios interme-
diarios; y se refiriere también a las medidas activas que se discuten
en la evidencia, llamando la atención sobre el hecho de que no son
ejecutadas en un abrir y cerrar de ojos, son solamente sugerencias
o ideas que se discuten de norte a sur y de sur a norte, antes de
que algunas sean realmente puestas en práctica. De paso aprove-
cha para dejar en claro una omisión de la Fiscalía: la impresora con
que se escribió la carta al tío de Ramón Saúl Sánchez resultó no ser
la mía en las pruebas de laboratorio. Aprovechando el tema de los
mensajes y los medios para procesarlos, lee una lista de veinte ar-
tefactos que yo no poseía, para aventurar que más que un agente
su cliente sería un simpatizante, quien a su trabajo como instructor
de vuelos añadía el cumplimiento de un deber: informar a Cuba
sobre las andanzas de estos grupos. Esta es una proposición en la
que yo honestamente nunca tuve mucha fe, pero jugó un papel im-
portante en el enfoque que Philip aplicó a la defensa.
«Exilio» es la próxima palabra, y se aproxima a lo que ha sido
nuestro interés primordial en este juicio: una minoría vociferante y
no asimilada ha creado una industria que no tiene que ver con la
democracia, imponiendo su voluntad a otras personas y creando
una isla dentro de este país. Empujados por esa autoproclamada
minoría, que se ha intitulado como portadora de la cruz del exilio
prolongado, han establecido su propia política exterior.
Cuba tiene un gobierno comunista –corteja Philip al jurado– y
sus niveles de vida no son iguales a los de acá; no obstante, se pu-
diera decir esto último de Francia, pero a ningún exiliado francés

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de aquí se le ocurriría sustituir la política exterior norteamericana


por su propia agenda. Y pregunta el abogado:

—¿Acaso alguien, al igual que Rodolfo Frómeta, compraría misiles


para volar el Arco del Triunfo? ¿Acaso por eso alguien vuela,
como Basulto, sobre la torre Eiffel lanzando papeletas y obje-
tos metálicos hacia abajo? Esto me conduce a la palabra: «po-
lítica» –avanza Philip en su tarea–. Estados Unidos tiene un
Departamento de Estado que crea una sola política exterior pa-
ra todo el país. Esta no es patrimonio de grupos individuales
para su propio beneficio. Los asuntos son tratados de gobierno
a gobierno y no por ciudadanos privados con sus agendas
propias, es una función del gobierno que no puede ser usurpada
por un grupito con una agenda personal.

Antes de entrar a la próxima palabra, el abogado se refiere al


libro de evidencias –bastante exiguo para mi criterio– que se pre-
sentara en mi nombre y que consta básicamente de tres partes: mis
relaciones con los grupos de la industria anticastrista, el caso de
Héctor Viamontes y mis esfuerzos para traer a mi familia de Cuba.
El próximo vocablo es «provocación» y está relacionado con la
primera parte. Aprovecha Philip para mencionar algunos de los
documentos y reportes generados por mí, concernientes a las acti-
vidades provocativas contra Cuba. Las actividades paramilitares
contra la Isla y las provocaciones contra su gobierno dan la clave
de la presencia de su cliente aquí.

—RG-3 no dice nada acerca de defraudar a los Estados Unidos.


Habla acerca de cómo grupos exiliados, terroristas..., llámenlos
como quieran, sistemáticamente han utilizado este país como
plaza para lanzar sus misiones militares. La misión es usurpar
el trabajo y las funciones del gobierno de los Estados Unidos y
de sus militares.

Y continúa:

—Como ustedes han oído y oirán, ni yo ni los otros abogados re-


presentamos al gobierno de Cuba. Ahora yo represento al señor

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de la barba que disfruta un tabaco ocasional. Responde al nom-


bre de René, no de Fidel. Es un instructor de vuelo por profesión
y un reportero de la vanguardia, por opción. Los grupos terroris-
tas y su política confrontacional lo forzaron a convertirse en eso.

Después el abogado se refiere a la carta que yo te escribiera y


que a duras penas se pudo poner en la evidencia, pasando por en-
cima de las objeciones de la Fiscalía.

—Aunque no fue entregada al jurado tan románticamente como


fuera escrita hace siete años –dice–, muestra cómo era la vida
de González en el año 94. Fue un año de auge en las actividades
terroristas contra Cuba, la política migratoria dio un giro, estaba
rebosante el tesoro de grupos como el de Basulto, quien admi-
tiera haber ingresado más de un millón en ese año, los rescates
de balseros realmente envolvían rescates y balseros antes de
que cambiaran las circunstancias.

La carta está libre de la retórica de guerra fría sobre la que el


gobierno puso tanto énfasis. En cambio ellos se esmeraron en las
palabras camarada, revolución y patria, para inflamar las pasiones
de la Guerra Fría.

—Comparen el tono de esta carta con el de los reportes sobre lo


que las organizaciones terroristas comenzaron a hacer.

Sus actividades violentas y los propósitos de invadir a Cuba dan


pie a la palabra «soberanía».
Las misiones de estos grupos en su isla artificial se centran en
violar la soberanía cubana en cada oportunidad posible. Contraria-
mente a la política exterior norteamericana, su objetivo es empujar
a este país a una situación en la que no desea estar. Las invasiones
de aguas territoriales no son cambios pacíficos como tampoco lo
son las incursiones aéreas o la adquisición de pistolas, balas, armas
y medios de destrucción masiva como misiles Stinger. Eso no es
abogar por cambios pacíficos como tampoco lo es poner bombas
en un hotel. Esos grupos tienen como misión una manera de vivir
violadora de cada principio que hace grande a este país.

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—Mientras la sociedad democrática demanda respeto por los de-


más, su torcida y equivocada visión del mundo demanda una
reacción. La continua e intencional violación de la soberanía cu-
bana requiere la inyección temporaria de observadores contra
estas actividades que directamente amenazan la soberanía de
Cuba y la seguridad de su pueblo, así como la del pueblo de los
Estados Unidos.

La próxima palabra es «tráfico» y trae directamente a colación


las actividades de tráfico de drogas de Héctor Viamontes, a quien
el gobierno quiere pintar como el escalón que René utilizó para in-
filtrar al FBI. El señor Viamontes es un dirigente de Comandos de
Liberación Unidos (CLU), otro grupo dedicado a la violencia contra
Cuba, respecto a cuyas actividades los documentos en evidencia se
extienden ampliamente. Pero en la parte del documento RG-3 que
el gobierno se cuidó de omitir, se aborda otro ángulo del grupo: las
veleidades de Héctor Viamontes en el tráfico de drogas. La palabra
«contrabando» sigue en la lista de Philip.
En enero de 1996 Viamontes se acerca a René para utilizar sus
habilidades como piloto en la importación de cocaína, lo cual apa-
rece además en el documento RG-6. René se siente perturbado por
esta proposición y hace lo correcto: contactar al FBI en relación
con este problema.
Esto no fue algo que René buscara. Fue Viamontes quien lo buscó
a él para incrementar el presupuesto del grupo CLU a través de la
importación de ese veneno hacia los Estados Unidos. El agente Alex
Barbeito fue utilizado como testigo para mostrar al jurado solo una
parte de la ecuación, tratando de hacer plausible la teoría diabólica
de que el acusado quería utilizar a un inocente como Viamontes
para poner fuera del juego a Comandos de Liberación Unidos. Más
adelante la teoría se vuelve temeraria y ahora resulta que René
quería también infiltrar al FBI.
El agente Alex Barbeito busca los antecedentes de ambos, René y
Viamontes, proponiendo que se siga el curso de la investigación sin
que aparezca nada que indique, respecto al acusado, que este estu-
viera tratando de defraudar a los Estados Unidos. La propia oficina
de la Fiscalía da el visto bueno para la operación y son ellos mismos
ahora quienes quieren utilizar una cortina de humo aduciendo que
González quería defraudar a las autoridades. Para que el jurado se

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deje llevar por esta proposición, nada más conveniente que omitir de
su volumen de evidencia el documento RG-7, en el cual se consig-
na el arresto de Viamontes por tráfico de drogas. La evidencia de
descargo RG-19 apoya el informe de René contenido en RG-7 y es
la orden de sentencia sobre Héctor Viamontes, de manera que el
inocente a quien el defendido supuestamente preparó una trampa
está cumpliendo una condena de ciento ocho meses por tráfico de
drogas.
En octubre de 1996 la participación de René en el caso Viamontes
cesa, y ahora el gobierno nos quiere hacer creer que el acusado
nuevamente defraudó al FBI en sus posteriores contactos con Al
Alonzo. La realidad es que fue idea del FBI, a través de Alonzo, el
cortejar a René, quien nunca trató de buscar ese acercamiento. Eso
está claramente definido en los documentos.
La próxima palabra es «inefectiva» y el abogado la vincula a mis
supuestos esfuerzos para traer a mi familia a través de la oficina de
Ileana Ross, aun cuando ya todos tenían la visa de entrada a este
país y todo estaba en manos del gobierno cubano. Phil remite al
jurado al documento RG-11, donde se cuenta esta historia, y sin
detenerse a leerlo resume su contenido: obviamente todo lo que la
oficina podía hacer era enviar una carta a la Sección de Intereses
de Estados Unidos en La Habana, de las que se mandan cientos to-
dos los años, sin que se espere algún resultado de estas gestiones.

—La última palabra en la lista de mi hija es «confusión». Nunca en


la lengua inglesa una palabra había tenido tantos significados,
como en este caso. Se ha convertido en el nombre de una ope-
ración y también el nombre de lo que el gobierno ha intentado
hacer aquí, en un esfuerzo apenas velado de confundirlos a us-
tedes. En todo momento han tratado de crear la imagen a través
del juicio, a pesar de que ahora lo nieguen, de que el acusado
aquí es el gobierno de Cuba.

Y Philip les recuerda que los enjuiciados somos nosotros cinco


y que su defendido no es una isla sino un padre, un esposo y un
hombre cuya preocupación ante la posibilidad de una invasión mi-
litar a Cuba se mezcla con su punto de vista respecto a lo que debe
ser una sociedad libre.

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Añade que los fiscales deberían representar a todo el pueblo


norteamericano, tal como dijera la propia Heck Miller cuando ex-
presó que este era el caso del pueblo de Estados Unidos contra
acusados individuales.

—Después de todo, ellos representan al pueblo de Estados Unidos


y no a una facción. No son los abogados del señor Lares, ni del
señor Iglesias, de Hermanos al Rescate o José Basulto. Ellos son
el gobierno del pueblo y para el pueblo.

La labor del gobierno de mantener una política ordenada y única,


señala, no debe ser saboteada por unos pocos en función de sus
intereses personales.

—Confusión sería pues, en este caso, lo que ustedes, individual o


colectivamente, les hayan permitido hacer. La confusión tiene
que ver con la misión. El gobierno alega que René González
estaba aquí para informar, ignorando su misión. Esa misión era
la paz. No la paz que para Cuba quieren los grupos contrarrevo-
lucionarios, sino el derecho a vivir libres de actividades terroris-
tas y de invasiones provenientes de la isla internacionalmente
aislada en que se ha convertido el condado de Dade.

Antes de concluir, el abogado dedica algunas palabras a las ins-


trucciones legales que serán dadas por la jueza: Intento y Nece-
sidad, Acta de Neutralidad y la violencia contra el pueblo cubano
desde Miami. «Sin repetir los argumentos al respecto de Méndez –se-
ñala Phil–, René González cabe exactamente en las definiciones arti-
culadas de Joaquín».
Y continúa su alegato. Defraudar a los Estados Unidos no inclu-
ye grupos terroristas o exiliados. Ni el Movimiento Democracia, ni el
PUND, ni CLU, ni Alpha 66, ni Comandos F-4 son parte del gobier-
no norteamericano. Esos son grupos que tienen su propia agenda
para violar las leyes de esta nación, provocando a un país para que
actúe. Y hablando de Democracia, nos dice que fue ese mismo gru-
po, al que el gobierno califica de pacifista, el que en julio de 1995
invadió las aguas cubanas al tiempo que Basulto sobrevolaba el
centro de La Habana. El señor Nuccio testificó que fueron Basulto y
Ramón Saúl Sánchez, el jefe del Movimiento Democracia, quienes

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fueron convocados a Washington, por él y por el general Shehan,


para disuadirlos de llevar a este país a una guerra con Cuba en una
violación de la Ley de Neutralidad.

—En su isla internacionalmente aislada, estos grupos operan


abiertamente y con vidrieras como si se tratara de tiendas. Una
tienda en la que te detienes a comprar terrorismo. El Acta de
Neutralidad, mientras tanto, busca hacer a esta nación indivisi-
ble en sus propósitos y no selectiva, basada en los propósitos
militares de grupos aislados.

El abogado recuerda al jurado, antes de terminar, que el acta de


acusación no es evidencia, comparándola con la invitación a una
boda en la que se indica quiénes son los protagonistas y de qué se
les acusa. El acusado se presume inocente y trae un velo de ino-
cencia al entrar a la Corte que el gobierno tiene la responsabilidad
de remover, a través de pruebas más allá de toda duda razonable.
Los argumentos de cierre no pueden sustituir las pruebas que el
panel ya tiene en sus manos. Los argumentos no pueden ser utili-
zados para compensar la falta de evidencia en el juicio y eso es lo
que ha pasado en el caso de René González, a quien se ha men-
cionado más en dichos argumentos que durante los pasados seis
meses. Los argumentos finales son una ayuda, no una excusa para
corregir las deficiencias evidenciales.

—Damas y caballeros, René González y todos estos defendidos


visten el mismo velo. Como representante de René González
que me presento a ustedes, yo les propongo: si ustedes eva-
lúan toda la evidencia en este caso, que es parte del mapa de
carreteras de la ley que la jueza les dará, ustedes encontrarán a
René González no culpable de los dos cargos que se le imputan.
Muchas gracias.

A las 10:08 a. m. Philip ha terminado, tras emplear cincuen-


ta y tres minutos en sus argumentos finales que ocuparon solo
treinta páginas de transcripción. El abogado fue ameno, concre-
to y se adaptó a lo que hemos esperado de la defensa en este
juicio, denunciando valientemente la influencia de la industria
anticastrista, ese cáncer que se ha apropiado de Miami y de sus
instituciones.

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En cuanto al asunto concreto de mis acusaciones, tocó lo más


esencial, es decir, mis actividades entre los grupos de la mafia an-
ticubana, mis relaciones con el FBI a través del caso Viamontes
primero y de los fallidos intentos de reclutarme por parte de la ins-
titución después y las gestiones para traerlos a ustedes, gestiones
diseñadas más con el propósito de evitar suspicacias que de pro-
ducir realmente algún resultado concreto.
Sin tiempo para tomar un respiro sube al podio William Norris
en representación de Ramón Labañino.
El abogado comienza refiriéndose a lo complicado del caso,
desde la selección del jurado hasta la cantidad abrumadora de in-
formación que se ha expuesto. Cuando la jueza les haya dado la
última palabra –indica el abogado–, se irán con la montaña de
evidencia y los millones de palabras vertidas en seis meses para
decidir el caso.
Norris describe al panel la tentación que le invade, como abo-
gado, de responder a todas y cada una de las cosas que ha dicho la
Fiscalía en el juicio, poniendo como ejemplo la distorsión y el abu-
so del término «secreto» por parte de Heck Miller.

—Cuando ellos utilizan el término «secreto» se están refiriendo a


la fuente. De manera que, por ejemplo, si yo envío a La Habana
un artículo del The Miami Herald donde se dice que el papa visitó
a Miami, Cuba no lo cuenta como un secreto.
¿Qué les parece si yo escribo a La Habana lo siguiente? «Yo
soy su hombre aquí y vi al papa en Miami». La información
está viniendo de una fuente secreta, pero cuando La Habana
responde, me dice: «Usted nos dio una información pública, de
un artículo de periódico y además una información secreta por
partir de usted...». Damas y caballeros, el hecho de que el papa
vino a Miami no es un secreto. Y frente al hecho de que el go-
bierno se pare aquí y lo afirme, es difícil no decir algo. Pero yo
trataré de contenerme y dedicar mis comentarios a puntos más
desarrollados y a cómo ustedes tendrán que tomar estos seis
meses de testimonio y de evidencias, para mezclarlos con casi
una hora de instrucciones, en la que oirán a la jueza decirles
cuál es la ley.

Ahora la atención se dirige al Cargo 2, de conspiración para


transmitir información de defensa nacional, haciendo una recapi-

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tulación de la lista de testigos por ambas partes. Por el gobierno,


Joseph Santos –a quien presentaron como un espía, recuerda el
abogado–, el teniente coronel �ristopher Winne del Comando Sur
y la capitana Linda Hutton de la base de Boca �ica. Por la defensa,
el almirante Eugene Carroll, el mayor general Edward Atkeson, el
coronel de las FAR Escalante Colás y el general �arles Wilhelm, exjefe
del Comando Sur. Luego el general James Clapper fue llamado para
el caso de refutación.
Norris avisa que no entrará en detalles tanto en relación con es-
tos testimonios como en relación con la evidencia. El panel tampo-
co debe temer un cúmulo de pancartas de su parte. Solo un par de
ellas. En pocas palabras, diría yo, se respetará al jurado.
No obstante, se les recuerda la calidad de los testigos de la de-
fensa que el abogado califica como una defensa de ocho estrellas,
apuntando al privilegio que han tenido estas doce personas de
poder escuchar a un oficial superior de casi cada arma del Ejérci-
to norteamericano, a lo que se suma también un oficial de Cuba,
quien en capacidad puede estar a la altura de los primeros.

—El calibre de los testigos que fueron llamados en defensa de este


caso, las personas que estuvieron dispuestas a venir a instancias
de la defensa, todas ellas gratuitamente, sin cobrar un centavo,
para venir y hablar de estos asuntos, hace luz sobre el significado
de lo que se les ha pedido hacer a ustedes en este juicio y espero
que de alguna manera compense por los inconvenientes que,
tal como observó el señor Horowitz, han sido exigidos a ustedes.

A Norris le gusta la historia y nos brinda una disertación sobre


el papel de un jurado en el sistema de justicia anglosajón: llevado
a Inglaterra por los normandos, el sistema de jurado vino luego a
los Estados Unidos. Hace ya bastante tiempo desde que el rey Juan
instituyó en 1215, a través de la Carta Magna, este sistema que
compensa por la obvia injusticia de que el soberano sea acusa-
dor y juez al mismo tiempo. De manera que ahora el rey sigue
siendo el acusador, mientras que un grupo de ciudadanos decide
si el soberano ha probado sus acusaciones más allá de una duda
razonable.
Esto nos lleva de la mano a una particularidad en este caso:
se trata de que el rey, especialmente sobre el Cargo 3 del acta de

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acusación, es una de las partes a la que apunta la evidencia. No hay


dudas de que el gobierno de Cuba derribó los aviones y de que
hay cuatro personas fallecidas. Tampoco hay dudas respecto a las
actividades de Basulto y él carga a su vez con su parte de responsa-
bilidad. El asunto es quién debe ser castigado por este hecho.

—Hay responsabilidad, pero el gobierno de Estados Unidos, el rey,


carga alguna culpa también, pues ellos le están diciendo al go-
bierno de Cuba: pruébanos que Basulto voló sobre La Habana.
Damas y caballeros, ustedes vieron los videos de noticias que
se pusieron en la televisión. No hay dudas acerca de eso. El
gobierno no hizo nada. Ellos se pararon a mirar y ahora levan-
tan cargos. Ellos levantaron cargos sobre alguien que puede ser
sencillamente un chivo expiatorio y entonces acusaron a cuatro
personas más, así que tenemos ahora a cinco personas.

Así, antes de entrar a discutir el Cargo 2, el señor Norris recuerda


al jurado su responsabilidad de decidir si el rey está tratando senci-
llamente de echar sus culpas sobre alguien que no es responsable.
En ese estilo florido que lo caracteriza, Norris llama a imaginar-
se un equipo de softball con un lanzador tan bueno que nadie se
queda en una base, así se podría suponer que sería suficiente con
ese pitcher para ganar un campeonato. El problema es que hace fal-
ta impulsar alguna carrera –nos dice el abogado– y siempre se ne-
cesita al menos de un par de bateadores, por eso la idea de que
un equipo puede entrar en la competencia con solo una estrella
deportiva, es irreal.

—Ese es el rol de Ramón Labañino, ese bateador es él. Lo han acu-


sado de conspiración. Él no ha hecho nada, pero acusémosle de
conspiración. Acusémosle de haber pensado en hacer algo,
de haber hablado sobre hacer algo. Acusémosle de haber es-
crito acerca de hacer algo. Ellos han estado aquí por años. Ellos
no han hecho nada. Acusémoslos de pensar acerca de eso y de
esa forma tenemos nuestro equipo de softball, el as de pitcheo y
el bateador para anotar algunas carreras.

El abogado nos dice que ese es precisamente el problema con


el Cargo 2 y agrega, antes de abordarlo, unas pocas palabras sobre

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el cargo precedente, también de conspiración, pero en este caso


para actuar como agentes de un gobierno extranjero sin notificar
al procurador general.
Expresa luego que el extremismo anticubano en Miami es, al
parecer, un asunto interno del gobierno de Cuba, como las bombas
que explotan en La Habana o que alguien se dedique a sobrevolar
sus edificios temerariamente con un avión. La Fiscalía se dedicó a
leer detalladamente al jurado, uno tras otro, todos los actos palpa-
bles, ninguno de ellos un crimen en sí, puntualizando en qué docu-
mento se podían basar. Sin embargo, la señora Heck Miller no dedicó
ni un segundo a decirles simplemente que un agente extranjero, si
actúa con carácter temporal en un asunto relacionado con los proble-
mas internos de su país, no está obligado a registrarse, según la ley.
Eso significa, señala el abogado, que no son los actos palpables
la clave de este caso. Por encima de los actos palpables está la pre-
gunta de si los cargos de que se les acusa se aplican a los defendi-
dos. Pero antes de dejar el tema de los actos palpables para pasar
al Cargo 2, el abogado no quiere olvidar los únicos actos palpables
que no han sido transferidos literalmente del primer cargo.
En el tercer acto se dice que, entre 1996 y 1998, Allan instruyó
a Joseph y Amarilys Santos que reportaran información, incluyen-
do protegida, concerniente al Comando Sur. Mientras, el acto seis
nos dice que alrededor de febrero del año 97 Lorient reportó a Giro
que estaba tratando de saber sobre actividad top secret en la base
de Boca �ica.
Las frases claves aquí, señala Norris, son las relativas a informa-
ción protegida y a actividades top secret.

—Yo los reto –se dirige al panel como McKenna lo hiciera al gene-
ral Clapper– a mostrar dónde hay algo en los documentos acer-
ca de esta información clasificada. En qué lugar aparece algo en
donde se oriente al señor Santos acerca de esto.

Y el testimonio de Santos es traído a colación para recordar a


la concurrencia que tales instrucciones nunca existieron. «Nadie
nunca le orientó hacer eso, pero el rey aquí –y Norris señala a los
marrulleros a nuestra derecha– ha acusado a Allan de pedir a San-
tos información protegida. Eso es sencillamente una afirmación sin
pruebas, una carencia de las pruebas. No existe ninguna».

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Lo mismo ocurre con el acto palpable número seis. Ese acto


palpable no es más que una espantosa tergiversación de la
complejidad de los hechos. Se ha hablado suficiente del hot pad,
instalación a la que se refiere este acto palpable. Todo el mundo
comentaba acerca de la actividad top secret que se desarrollaría
allí, pero nadie la conocía, Guerrero nunca la conoció, nunca re-
portó sobre ella; un plano del edificio se introdujo en evidencia
pero no era secreto; las personas del pueblo entraban a vender
Coca-Cola, como lo hacía también una señora para vender sus
helados.
«La señora Heck Miller –prosigue el abogado– dice que uno de
los mejores indicadores acerca de una conspiración es lo que real-
mente se hizo. Pero Ramón Labañino estuvo aquí primero en el
año 92, contando aviones, luego regresó por otro tiempo, y si lo que
él quería era coleccionar información protegida, ¿por qué no lo
hizo? El gobierno ha querido destilar gota a gota páginas de docu-
mentos, pero el problema es que lo que ellos quieren nunca apa-
rece. Comparen el resultado de esa destilación de documentos con
la cantidad de evidencia relativa al negocio anticastrista de Miami y
verán lo que los defendidos estaban haciendo aquí».
En eso se basa el caso de la Fiscalía: en el aprovechamiento de
una palabra aislada, en los reportes donde se le dice a Santos que
ha enviado cosas secretas, en el aprovechamiento de la historia
acerca del edificio A-1125, en el aprovechamiento de la idea de que,
mientras Tony bombeaba aguas albañales, podía observar los en-
trenamientos secretos de los pilotos que se perdían en el horizonte
un minuto después de despegar. Si alguien quiere ver esos entre-
namientos, todo lo que tiene que hacer es ir a una tienda de videos.
Todo esto impone la pregunta de dónde está el daño a la defen-
sa nacional de Estados Unidos o el beneficio de Cuba, o si alguien
realmente quería dañar a Estados Unidos.
Y el señor Norris se refiere a los testimonios relativos a la dis-
paridad militar entre ambos países y explica a grandes rasgos el
despliegue de medios electrónicos y de combate que se lanzaría
en una invasión contra Cuba.

—Los cubanos lo saben, no son estúpidos. Es por eso que han


diseñado lo que se conoce como la defensa de todo el pueblo.

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Luego el abogado propone mostrar una pancarta al jurado, lo


que provoca la objeción de Heck Miller. Su Señoría aprovecha para
dar un respiro al panel mientras se discute el tema. Norris quiere
mostrar una ampliación del estatuto de espionaje supuestamente
violado por los acusados y la Fiscalía se opone. Caroline argumenta
que se ha discutido suficiente sobre las instrucciones y la ley para
dar una instrucción legal al jurado, y se editó el estatuto para adap-
tarlo a las características del caso, de modo que presentar ahora el
estatuto completo tendería a confundir... Sí..., confundir, así como lo
oyes. A la señora ahora le preocupa que se cree confusión. La jueza
presenta una fórmula de compromiso y se decide que Norris pre-
sente en el proyector el fragmento del acta de acusación donde se
describe el estatuto seguido de las instrucciones al jurado.
Tras diez minutos de receso y con todo el mundo presente, el
abogado dirige la atención al Cargo 2 y el concepto en que se apo-
ya: Información de defensa nacional y la intención de dañar a los
Estados Unidos o beneficiar a Cuba.
A través del acta de acusación se repasan los elementos del
delito: el acuerdo o conspiración para hacer algo ilegal voluntaria-
mente; la información que se quería transmitir a Cuba era relativa
a la defensa nacional de los Estados Unidos; esa información era
protegida o resguardada; se pretendía dañar a este país o dar algu-
na ventaja a Cuba; y uno o más actos palpables fueron cometidos
en función de la conspiración.
De la mano de las instrucciones se va directamente al meollo
del cargo: el gobierno tiene que probar que los acusados conspira-
ron para obtener información de defensa nacional de los Estados
Unidos. Ese concepto está definido en las instrucciones a través de
dos elementos: la propagación de dicha información tiene que ser
dañina para el país o dar una ventaja a Cuba y el gobierno tiene
que haber hecho algún esfuerzo para resguardarla o tiene que ha-
berla protegido de diseminación.
Y nada mejor para ilustrar el concepto que la ridícula imagen
de Heck Miller mostrando tarjeticas postales al jurado, para indu-
cirles a creerse la historia de que Guerrero estaba interesado en
guerra antisubmarina. El abogado hace mofa de la truculenta his-
toria sobre la venta de información a Rusia o a �ina que la fiscal
ha tratado de montar con las postalitas y recuerda que fue pre-
cisamente esa señora, Caroline, quien les pidió utilizar el sentido

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común para luego burlarse de todos con su colección de tarjetas.


Nada de eso –explica Norris– tiene relación con la defensa nacio-
nal, por cuanto los reportes de Tony eran acerca de actividades
que estaban a la vista de quien las quisiera observar. De más está
decir que el gobierno no ha podido explicar el daño a los Estados
Unidos o la ventaja para Cuba que representaron las actividades
de Lorient.
Y esto nos lleva a una definición que el general Clapper –a quien
Norris califica como el mejor testigo de la defensa– discutiera con el
jurado: fuentes de información abiertas. De eso se trata cuando se
habla de Lorient. Y el abogado se extiende algo en relación con el tes-
timonio del testigo de refutación del gobierno, para poner las acti-
vidades de nuestro compañero en su propio contexto.
Ahora se recorren los testimonios de ambas partes: las impre-
cisiones del coronel Winne, quien tuvo que corregir su testimonio y
pintó de relajo las instalaciones del Comando Sur, al tratar de poner
la información ultrasecreta al alcance de un empleado de limpieza.
El contraste del coronel con las esclarecedoras explicaciones del
general Wilhelm referidas a las medidas de seguridad de la insta-
lación. Los niveles de clasificación, necesidad de saber, clearences o
habilitaciones de acceso. El testimonio del señor Donahue, quien
desde Boca �ica confirmó, a través de su experiencia, las medidas de
seguridad que describiera el general, sobre quien Norris se expresa
en términos respetuosos.

—Tengan en mente que nosotros no decimos que no hubiera


secretos allí. Mejor decimos que a los defendidos no les impor-
tan, incluso si los vieran. Es como si un perro siguiera un au-
tomóvil. ¿Qué se supone que haga una vez que le muerda el
guardafangos?

Lo más interesante de este caso, señaló el abogado, es que el


general �arles Wilhelm explicó que él conocía de la existencia de
la Red Avispa porque el FBI se la comunicó y admitió no haber
sentido la necesidad de hacer algún ajuste en el sistema de segu-
ridad del Comando Sur, por estar este adecuadamente preparado;
sistema, por otra parte –apuntó Norris–, que los acusados nunca
intentaron romper porque ese no era su propósito. El documento
DG-141, editado para su conveniencia por la Fiscalía, explicaba en

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su parte mutilada, entre otros asuntos, cuál era la preocupación del


gobierno cubano respecto al Comando Sur: los planes de la Funda-
ción Nacional Cubano-Americana de efectuar acciones que pudie-
ran comprometer al Comando Sur en una posición confrontacional
con Cuba, tras la relocalización de ese comando en Miami bajo el
general Wesley Clark.
El abogado recorre también brevemente los otros asuntos: es-
tado de las transmisiones de Televisión y Radio Martí; planes de
los grupos contrarrevolucionarios en el aniversario del derribo de los
aviones de Hermanos al Rescate; una base de operaciones que se
estaría montando en la costa atlántica de Nicaragua con la parti-
cipación de cuarenta cubanoamericanos y bajo la cobertura de un
negocio pesquero.
Y tras anunciar que regresará sobre este punto, el señor Norris
vuelve sobre sus pasos para concluir el examen de los testigos. Nos
dice que el almirante Eugene Carroll explicó el concepto defensivo
de Cuba, la disparidad militar entre ambos países, las tareas a que
el Ejército cubano se ha dedicado a fin de convertirse en una fuerza
del desarrollo económico de la Isla y el poco valor intrínseco que
las actividades de la base de Boca �ica tienen para esta.
El abogado continúa con el general Edward B. Atkeson, especia-
lista en inteligencia, quien expresó que aunque no se puede decir
que Cuba esté paranoica acerca de una invasión, ciertamente le
preocupa esa posibilidad. Se refirió al concepto de transparencia
y a que el conocimiento mutuo evita problemas. Cuba no es vista
por los militares norteamericanos como un problema. El concepto
de Elementos Esenciales de Información introducido por el exper-
to y los elementos que realmente interesan a Cuba, ninguno es de
carácter secreto.
Ya aproximándose al final de su intervención, el abogado de-
dica un espacio al uso del nombre de Luis Medina por Ramón
Labañino. Su cliente reconoció su nombre el mismo primer día de
juicio, pero al gobierno no lo satisfizo tomar una admisión por res-
puesta, dice Norris para dar seguimiento a los esfuerzos de los acu-
sadores alrededor de este asunto en su caso de refutación:

—¿A dónde quieren llegar con eso? –se pregunta, y recuerda


al panel que aún los agentes del FBI tienen que cambiar sus
identidades para asumir un trabajo encubierto entre personas

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violentas–. ¿Dónde está el intento de engañar a los Estados Uni-


dos? Yo no lo veo.

Y tras dedicar un párrafo al tema de la acusación sobre el in-


tento de utilizar otra identidad en el comercio interestatal, Norris se
acerca a las conclusiones.

—Este jurado tiene una responsabilidad excepcional y ha tenido


también una oportunidad excepcional para conocer a través de
los testimonios en este juicio al establishment militar norteameri-
cano. Muchas personas anunciaron el final de la historia con la
desaparición de la Unión Soviética, pero lo cierto es que todavía
hay confederados que no se quitan la gorra y ondean la ban-
dera de la confederación mientras entonan el lema: «¡Olviden
el infierno!». Muchos han visto a los veteranos japoneses y nor-
teamericanos de la guerra del Pacífico abrazarse y llorar a sus
muertos. Algunos han sido capaces de olvidar y seguir adelante.
Algunos sin duda no lo han sido. Aquí en nuestra propia comuni-
dad recientemente tuvimos una situación en la que unos pocos
veteranos de la Brigada 2506 fueron a conmemorar a Cuba lo
que nosotros llamamos Bahía de Cochinos y los cubanos llaman
Playa Girón. Cuando esas personas regresaron fueron sometidas
al ostracismo y expulsados...
—¡Fuera de tema! –salta Heck Miller que ha sudado demasiado
durante seis meses sembrando prejuicios como para permitir,
a estas alturas, que el jurado se crea ese cuento de que unos
brigadistas pudieron visitar la Isla y regresar vivos a Miami.
—No es para que ustedes basen sus opiniones en eso –sigue Norris–,
pero el asunto es este: en determinado momento, o usted se
pone su gorra confederada y grita «olviden el infierno», o bien
usted mira hacia el futuro. Y yo les pido a través de su veredicto
que hagan eso, que miren hacia el futuro. Que reconozcan que
el gobierno no ha probado sus cargos porque está pensando,
aparentemente, tal como hiciera el general Clapper, en el mode-
lo comunista de la Unión Soviética, o la �ina roja, o el modelo
norcoreano. Y yo espero que ustedes hayan aprendido en estos
seis meses que lo que han visto no se ajusta a la definición de
«olviden el infierno». No es eso de lo que se trata aquí, sino de al-
go a la vez más simple y más complejo. Es la conducta de unas

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personas que tienen su propio país, al que están tratando de


proteger de exiliados que viven en otro país y quieren regresar
a la isla que dejaron hace cuarenta años, sin apercibirse de lo
que ha ocurrido en estos cuarenta años.

El abogado recuerda que, en cierto sentido, nosotros hemos es-


tado defendiendo la política norteamericana, y se apoya en el tes-
timonio de Richard Nuccio respecto a sus preocupaciones por las
actividades provocativas de Basulto y también en las preocupacio-
nes del general Shehan por el conflicto al que los flotipandilleros
de Ramón Saúl podrían arrastrar a sus bisoños soldados de apenas
dieciocho años de edad.

—El general no quiere que sus muchachos norteamericanos de


dieciocho años resulten muertos como resultado de una con-
frontación disparada por estos extremistas; y, en efecto, este es
un problema, porque desde el punto de vista de Cuba ya fue
invadida una vez y lo fue por personas que creyeron que la In-
fantería de Marina norteamericana cargaría tal como el Séptimo
Cuerpo de Caballería en las películas del oeste. Y todavía hay
resentimiento en la comunidad cubana de aquí contra los de-
mócratas y contra Kennedy. Pero el asunto es el siguiente: en
algún momento se debe comprender y reconocer que Ramón
Labañino estaba trabajando con el mismo objetivo que el gene-
ral del Comando del Atlántico. Porque él no quiere muchachos
norteamericanos de dieciocho años de edad empujados a un
conflicto. Él no quiere que sus amigos, su familia, sus vecinos, las
personas de su país sean empujados a un conflicto provocado
por personas que no obedecen las reglas. Por eso Ramón Laba-
ñino ha trabajado por un objetivo que ciertamente el gobierno
de los Estados Unidos comparte con su gobierno, y de un modo
que no justifica los cargos que han sido levantados contra él
aquí. Y yo les pido a ustedes que voten por esa visión del futuro
y que pongan a un lado a los veteranos de la confederación y
voten no culpable. Gracias.

Bueno. Evidentemente no basta con un proceso exhaustivo para


encontrar a doce personas que sepan mirar al futuro, al menos
aquí. Norris fue ameno y llegó al meollo del cargo de espionaje,

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ridiculizando algunas de las exageraciones y tergiversaciones de


la fiscal y dirigiendo la atención a la esencia del concepto de in-
formación de defensa nacional; demostrando, a la luz de las ins-
trucciones legales que se darán al jurado, que nuestra actividad no
dañaba a los Estados Unidos, no brindaba ninguna ventaja a Cuba
sobre este país y que, además, las informaciones que nuestros
compañeros buscaban no cumplían con el requisito de haber sido
protegidas por el gobierno. Dicho de otra forma: a nosotros nunca
nos interesó el acceso a información protegida o resguardada por
las autoridades.
En resumen, sus argumentos finales fueron muy buenos, mostró
un respeto sincero por nosotros y supo poner en claro el hecho de
que las actividades que nosotros combatimos no amenazan sola-
mente a Cuba. Su apelación final a la cordura pudo haber movido
a un panel en cualquier parte del mundo, quizá con excepción del
Miami contemporáneo –esta última palabra tal vez suene contra-
producente en referencia a Miami– y de ciertas ciudades de Euro-
pa durante la Inquisición. La duración del alegato fue de algo más
de hora y media, y tomó cuarenta y ocho páginas de transcripción.
Son las 12:22 p. m. cuando Jack toma de inmediato la palabra
en representación de Antonio Guerrero, alias Lorient, y para noso-
tros, con todo cariño, el Faquir. El abogado comienza bromeando
acerca de lo difícil que es dirigirse al panel después que lo han he-
cho tantos colegas y, tras prometer no extenderse una eternidad,
pide perdón anticipadamente por alguna repetición, enfatizando
que él es el único representante de Guerrero.

—Si yo roturara algún terreno que ya lo ha sido, les pido disculpas.


Yo quisiera evitar que se vayan más tarde de lo que ustedes
desean, pero este es un día demasiado importante como para
acortar caminos cuando se trata de la libertad de alguien.

En vez de discutir la cantidad de evidencia –dice el abogado–,


se concentrará en su calidad, pues el hecho de que el gobierno
haya probado veintiséis o cantidad similar de actos palpables, no
hace a alguien culpable de conspiración. Los actos palpables tienen
que demostrar el acuerdo que el gobierno achaca al acusado y Jack
propone llevar la discusión a este punto: el acuerdo.

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Utilizando un ejemplo del libro sobre inteligencia que sirvió


para examinar al general Clapper, Blumenfeld explica cómo, en
una operación de inteligencia humana, el agente recopila informa-
ción dentro de ciertos parámetros para que, después, un analista
separe el trigo de la cáscara; establece una similitud con el traba-
jo del jurado en este juicio, donde ha fluido evidencia tanto testi-
monial como documental en abundancia, siendo las partes algo
así como los agentes, mientras al panel le toca la responsabilidad del
analista. Jack los invita, entonces, a coincidir con la fiscal cuando en
sus argumentos apelaba a la razón, antes de abordar el caso con-
tra Tony.
La discusión comienza tocando someramente los cargos más
generales, o sea, el Cargo 1 de conspiración para ser un agente ex-
tranjero sin registrar, que envuelve a todos los acusados, y el Car-
go 16, que singulariza al Faquir por ser un agente extranjero sin
registrar. En este ángulo de la acusación, los argumentos se incli-
nan hacia el requisito del conocimiento de la ley y la voluntad de
romperla por parte del defendido, elementos que, según el aboga-
do, el gobierno tiene que demostrar para que Guerrero pueda ser
culpable de violar la ley voluntaria y conscientemente. Particulari-
zando algo más, Jack explica que la evidencia no muestra que su
cliente conociera las verdaderas identidades de sus coacusados,
que no tuvo relación con pasaportes o documentos falsos, que no
se muestra en las pruebas nada relativo a sus intenciones de de-
fraudar a los Estados Unidos y que las actividades nuestras estaban
compartimentadas. En referencia al juramento en la planilla del
trabajo para el Departamento de Obras Públicas, el abogado paro-
dia el argumento de la fiscal en el sentido de que el Faquir tendría
reservas mentales hacia el gobierno.

—Así que él conspiró para tener reservas mentales como para de-
fraudar a los Estados Unidos.

Luego recorre la trayectoria laboral de Guerrero en Cayo Hueso


y se refiere a sus trabajos, a su calidad como trabajador, a la mane-
ra en que fue mejorando sus posiciones con su esfuerzo y a cómo
fue su amiga Dalila Borrego, que testificó en el juicio, quien le con-
siguió el trabajo en la base de Boca �ica, sin que mediara ninguna
iniciativa por parte del acusado. En la discusión sobre el cargo de

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espionaje, el abogado recuerda que nosotros nunca negamos nues-


tras actividades como recopiladores de información, y repite que
el ochenta y cinco o noventa por ciento de la evidencia en el caso
apunta a mostrar esto, a pesar de nuestra aceptación en los argu-
mentos iniciales.

—Nosotros admitimos eso. Nunca lo hemos negado. Tony Guerrero


es quien Tony Guerrero es. Es la persona que llenó esas planillas
que ustedes ven en los archivos de su trabajo y nunca mintió
a nadie, si hablamos de defraudar. Él les dijo quién era. Nació
en el Hospital Jackson Memorial y creció en Cuba hasta hacer
el preuniversitario, después marchó a Ucrania a diplomarse en
Ingeniería Civil. Todo eso se lo dije yo a ustedes, y el juicio pudo
haberse tomado dos meses menos si ellos hubieran querido se-
guir adelante y, como dijo Norris, tomar nuestra afirmación co-
mo respuesta.

Y ya estamos en el Cargo 2, de conspiración para cometer es-


pionaje. Los fiscales pueden hablar todo lo que quieran –explica el
abogado–, pero en la evidencia no hay nada acerca de dañar a los
Estados Unidos u obtener alguna ventaja para un enemigo de este
país o a Cuba.
Como Norris se le adelantó en mostrar las instrucciones, Jack
prefiere referirse al requisito de protección que la ley aplica al con-
cepto de información de defensa nacional, recordando que es in-
dispensable que el gobierno haya guardado o tratado de proteger
de alguna manera una información para que esta sea de defensa
nacional, según lo define la ley. Esta es una sociedad muy abierta
donde hasta los pecadillos de los políticos se discuten públicamen-
te y las emisoras plantan sus antenas frente a las bases militares
para ver si por fin los norteamericanos atacarán a Iraq o no. Todo
eso lo podemos ver a través del satélite, y ahora la Fiscalía se para
a decir al jurado que nosotros no anunciamos los movimientos de
tropas, como si no se hubiera visto en la televisión a los soldados
despidiendo a sus familiares antes de marchar a Kosovo.
El abogado toma un par de ejemplos del periódico de la base
de Boca �ica para apoyar su argumento: uno anuncia la basifica-
ción de una escuadrilla de F-5 y el otro se refiere al arribo de seis
aviones P-3 Orión, que traerá consigo un incremento de doscien-

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tas personas en la instalación. Este periódico –recuerda Jack– se


distribuye gratuitamente en la base, así como en Cayo Hueso, y
desmiente el argumento absurdo de que los movimientos de tro-
pas no se anuncian. El propio general Clapper testificó acerca de la
conveniencia de recoger este tipo de información por su bajo costo
económico y por su relación con la seguridad.
Ahora se cita un reporte de Lorient sobre la instalación de misi-
les en los cayos, del que la Fiscalía hiciera una novela, para compa-
rarlo con sendos artículos aparecidos en Cayo Hueso y en The Miami
Herald. Los periódicos dicen que serán veinticuatro misiles y presen-
tan las fotografías y descripción de los mismos, todo de fuentes
públicas.

—Cuando se discute para decidir acerca del Cargo 2, damas y ca-


balleros, hay dos preguntas que deben hacerse: A o número
uno, qué fue lo que Tony acordó buscar; y número dos, cómo se
suponía que él lo buscara –sugiere el abogado antes de abordar
la primera pregunta–. Veamos la A. El acta de acusación habla
en estos términos: combinarse, confederarse, conspirar y acor-
dar. Eso es habladuría de abogados. Nosotros nunca utilizamos
una palabra cuando podemos utilizar cuatro. Cuatro palabras
que significan lo mismo. ¿Cuál fue el acuerdo?

Y el abogado se refiere al testimonio del general Atkeson, luego


corroborado por el propio general Clapper, acerca de los Elementos
Esenciales de Información y a cómo, una vez que estos están de-
finidos, no hay lugar para las improvisaciones. Los tres volúmenes
introducidos por la Fiscalía, que el propio agente Gianotti admitiera
como solo el diez por ciento del total de documentos conseguidos
por el FBI, salen sobrando a los efectos de determinar nuestros in-
tereses informativos, y Jack insta al panel a que lo siga a través de
algunos ejemplos.
Las instrucciones que se dan en la evidencia inculpatoria mar-
cada como DG 141 y como DG 107, identificada como las piezas 5
y 51 de la defensa, son repetidas una y otra vez durante el período
de tiempo que cubre la acusación. Estas instrucciones son claras
en cuanto a los intereses de Cuba, que el general Clapper identificó
como propósitos principales: detectar indicaciones de preparativos
o implementación de una agresión contra la Isla a partir de sus

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observaciones. En los propios documentos se da por sentado que


Lorient no tiene acceso a otras vías de información que no sean
sus propias observaciones y los medios de difusión pública. Esto
se repite a lo largo de los documentos y se traduce en estar alerta
ante alguna escalada visible en relación con el estado normal de
la base.
En ese sentido el almirante Carroll, así como los generales Wilhelm
y Atkeson, coincidieron en que eso es lo que interesa a Cuba, saber
si los Estados Unidos atacarán al país y, si esto fuera a ocurrir,
saber cuándo. A la Isla no le importan los intereses defensivos de
este país o la situación militar en el sudeste asiático, sino la even-
tualidad de ser atacados por los norteamericanos. Ellos no nece-
sitan ninguna otra información militar de sus poderosos vecinos, y
todos los altos oficiales que testificaron coincidieron en eso. Excepto
el señor Frómeta, todos los demás testigos coinciden en que la Isla no
atacaría a Estados Unidos y en que sus líderes saben que una ocu-
pación norteamericana no puede ser impedida. El tipo de guerra que
Cuba haría se asemejaría a la que hicieron los vietnamitas contra la
ocupación norteamericana.
La idea de que alguien como Joseph Santos pudiera tener
acceso a un plan de batalla, que en caso de existir estaría en manos
de alguien como el general Wilhelm, no tiene nada que ver con la
evidencia y es un invento de la Fiscalía. La idea de que a Cuba le
interesen las tácticas de combate que se practican en Boca �ica
es tan absurda como la de que la Isla venda información de guerra
antisubmarina a �ina y a Rusia relativa al teatro de operaciones
del Caribe. Todo eso son invenciones. Cero evidencia. Nada.
Respecto a la pregunta sobre el cómo, la respuesta se encuen-
tra en lo que el general Atkeson identificara como indicadores.
El mejor documento para acceder a estos indicadores fue intro-
ducido por los fiscales bajo el código de DA 101 y es la pieza de
descargo número 40, consistente en un análisis de las actividades
visibles que antecedieran a la invasión de Haití, que Jack va enu-
merando para recordar al jurado que no son secretas o protegi-
das. Consisten en movimientos físicos visibles al público, especial-
mente en una base abierta como lo era Boca �ica. Hasta en el
acápite relativo a conseguir información pública que demuestre la
creación de un ambiente favorable a invadir a Cuba, la Inteligen-
cia cubana se tomó el trabajo de poner un paréntesis: «(Si no es
censurada)».

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El general Atkeson fue claro respecto a la disponibilidad de esta


información a cualquiera que se tomara el trabajo de manejar alre-
dedor de la base o de leer los periódicos. Testimonio que ni siquie-
ra fue impugnado en el caso de refutación.
El mismo rasero se aplica al Comando Sur. Y cuando todos los
expertos coinciden en el profesionalismo de la Inteligencia cubana,
se nos quiere hacer creer que a Joseph Santos se le envió a adquirir
secretos a dicha instalación, lo cual sería como decir que alguien
envió a un enfermero a realizar una cirugía cerebral. Los mismos
fiscales saben que Santos nunca obtendría acceso a información
protegida y vienen a decir aquí que era el hombre para penetrar al
general Wilhelm. El propio Santos admitió que nunca se le orientó
hacerse de un clearence y que su propósito principal era detectar in-
dicios de agresión a la Isla.
Tony trabajó cinco años y medio, antes de su arresto, en la base
de Boca �ica. Él estaba haciendo lo que se esperaba y esto no
era transmitir información sobre la defensa nacional de los Estados
Unidos; la propia Fiscalía ha establecido tanto en sus argumentos
como durante el juicio que nunca se transmitió información de de-
fensa nacional a Cuba. Ahora los acusadores han optado por hacer
de ilusionistas, mostrando barajas en su mano izquierda para que
no vean la esencia del caso los miembros del jurado.
Esas barajas son el greenhouse, que lo mismo era estacionado en
el parqueo como en algún terreno aledaño a las pistas y estaba
accesible a cualquiera que entrara a la base, en la época de base
abierta. El polvorín en el que Guerrero midió un hueco para cons-
truir una ventanilla. El edificio 290, que se dedica a la lucha contra
el narcotráfico siguiendo los rastros a los aviones sospechosos de
traficar con drogas en el Caribe. Lorient nunca transmitió informa-
ción alguna respecto a estos puntos que fuera clasificada o res-
tringida, y el gobierno demuestra estar consciente de esto por una
sencilla razón: nunca se les ocurrió levantar cargos contra Tony por
haber violado el estatuto de espionaje, de manera que acuden al
truco de acusarlo de conspirar para hacerlo.
Otra baraja falsa es el concepto de reclutamiento, tan ventilado
en el vacío por la Fiscalía, aprovechando el hecho de que el Faquir
tomara las fotografías de la boda de un joven en camino de con-
vertirse en piloto, para hacer ver que era un objetivo para reclutar
por Guerrero. Ahora se quiere hacer creer que esto era una estra-
tagema para que el padre del joven, quien tenía un puesto medio

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en la terminal de pasajeros de Guantánamo, vendiera ni más ni


menos que secretos militares a nuestro hermano, a modo de agra-
decimiento por unas fotografías tomadas al hijo. Eso sin contar con
que el señor estaba a punto de retirarse del servicio activo.
Una persona –aunque Jack no lo ventiló en el juicio resultó ser
una carnada baldía del FBI para que el Faquir se interesara por in-
formación secreta– visita a la novia del acusado, haciéndose pasar
por cliente, se presenta como un contratista del Comando Sur en el
área de computación y cuenta a Lorient una historia acerca de ac-
tividades secretas sobre la que ni este ni la Inteligencia cubana se
interesan en absoluto, así como tampoco en su propia persona. Sin
embargo, el documento DAV 114 muestra las personas en las que
el acusado estaba realmente interesado: cuatro civiles que podían
propiciar a Tony una mejor posición en el Departamento de Obras
Públicas. Como si esto fuera poco, también el documento describe
la posición que tras siete años trabajando en la base sería idónea
para los intereses informativos de Cuba: un trabajo conectado a las
pistas desde el que se puedan ver mejor los aviones que despe-
gan y aterrizan. Tal vez despachando combustible u otra actividad
parecida. Resulta que el Faquir está interesado en un trabajo que
le permite el acceso a las pistas, las que, por otra parte, pueden ser
fotografiadas por los visitantes desde un área señalizada al efecto.
Esos son los secretos que está buscando el acusado tras cinco años
de trabajo en la instalación.
La pieza de evidencia número 39 de la defensa es una fotogra-
fía de la señalización que marca el punto desde el que los civiles
pueden filmar las pistas. Tomada el 9 de noviembre de 2000 por
el investigador de Jack, en su fondo se puede ver un avión radar
AWACS, capturado por pura casualidad por el lente del fotógrafo.
El gobierno no ha resguardado las pistas de la vista pública y, de
hecho, la distribución de combustible a la base la realizan compa-
ñías privadas de Cayo Hueso, al igual que la venta de helados y el
servicio a las máquinas expendedoras en el hot pad.
La última baraja diversionista del gobierno es precisamente el
hot pad, del que tanto se ha hablado. Un día Tony informa a Cuba
haber oído decir que el edificio se destinaría a actividades secretas.
Sin embargo, todos los testigos de la base que ocuparon el estrado
coincidieron en que la información que Guerrero pasó a Cuba era
vox populi. Sencillamente, todo el mundo en el lugar lo sabía.

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—El gobierno en sus argumentos finales les trajo a ustedes aque-


llas fotografías –explica Jack respecto a las imágenes que los
fiscales mostraran aviesamente del edificio tras su certificación–.
¿Ustedes recuerdan aquellas fotografías del A-1125 totalmente
cerrado y la descripción que decía área restringida, público no
autorizado, y aquellas cercas alrededor? Damas y caballeros, yo
les aseguro que lo que ellos hicieron fue vergonzoso. Ellos están
tratando y trataron, en un intento de engañarlos, de hacerles
creer que cuando Tony trabajó allí el edificio estaba cerrado.
Ustedes saben por la evidencia que esa fotografía fue hecha
después de terminado el trabajo. Su descripción y sus restriccio-
nes fueron puestas allí después de que se hiciera el trabajo, no
cuando Tony estaba trabajando allí, y es una vergüenza que ellos
traigan esa fotografía aquí para hacerles creer otra cosa, para
subvertir la verdad en un procedimiento que por seis meses ha
sido una búsqueda de la verdad.

Y dicho esto, repasa el testimonio de Ed Donahue acerca de los


trabajos que se hicieron en el edificio, el carácter abierto de la ins-
talación mientras el Departamento de Obras Públicas laboró allí y
su certificación en febrero de 1997, cuando nunca más entraron en
él los trabajadores bajo su supervisión, Tony incluido.

—Mostrarles esa fotografía fue vergonzoso y prueba hasta qué


punto distorsionarían la verdad, cuando saben lo que la verdad
puede demostrar. Ellos trajeron a colación ese esquema que
Tony envió, como para hacerles creer que él envió algún secreto.

De nuevo recuerda que, si lo que el Faquir alguna vez informó a


Cuba hubiera sido secreto o resguardado, este habría sido acusado
de la ofensa sustantiva de cometer espionaje, paso del que se cui-
dó la Fiscalía. Adicionalmente mostró el plano completo del edificio,
que el propio Donahue dató en abril del año 2000, tres años des-
pués de haber sido certificado el edificio como almacenamiento de
documentos secretos. Otro plano como el que se presentó en la evi-
dencia, de la época en que todavía el edificio estaba en reparacio-
nes y no había sido certificado, colgaba en una pared a la vista de
todo el que entraba al hot pad.

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Por otra parte, no se halló una sola instrucción o idea acerca


de colocar técnicas electrónicas durante la remodelación, etapa en
que el edificio era más vulnerable. Los propios reportes corro-
boran que Guerrero no indagó sobre lo que no concernía a su
posición, cuidándose de aparecer demasiado interesado en asun-
tos que no eran de su incumbencia. El acusado estuvo en la base
durante dieciocho meses después de que el edificio A-1125 fuera
certificado y no había una sola orientación o el más mínimo interés,
por parte de Cuba, respecto a la información clasificada que este
albergaba.

En esta narración me sorprende el 11 de septiembre y tengo que


hacer un alto obligado antes de concluir con los argumentos finales
de Jack. Tal vez todo lo que hubiera aparecido aquí sería una refe-
rencia al aniversario veintiocho del asesinato –en la historiografía
oficial del gueto le llaman suicidio– del presidente Salvador Allen-
de,17 que acompañó al sangriento golpe de Estado en �ile. Pero a
veces la historia se hace demasiado aprisa y un amanecer apacible
se torna en una mañana dramática sin aviso, en esta ocasión a tra-
vés de una salvajada que viene a teñir de luto, paradójicamente, a
la misma potencia que auspiciara aquel amanecer devenido tra-
gedia en un país del cono sur americano. No hay dudas de que
este día pasará a ser uno de los más luctuosos en la historia de los
Estados Unidos de América.
Esta mañana, después de escuchar el saludo matutino de nues-
tros amigos de Radio Rebelde, en el programa Haciendo Radio, te
llamé por teléfono. Quizá a esa hora se alistaban varias tripulacio-
nes de aerolíneas comerciales para realizar sus actividades de ruti-
na, mientras otros cientos de personas, tal vez miles, se aprestaban
a comenzar sus jornadas de trabajo, viajar en avión por los más
disímiles motivos o dar inicio a un nuevo día en las tantas, casi in-
contables, maneras en que millones de seres humanos interactúan
entre sí para dar vida a una sociedad. Cuando te escribo esto toda-

17 Presidente socialista de �ile, electo en 1970. Asumió la presidencia en noviem-


bre de ese año y su gobierno fue víctima de la intervención de la CIA en compli-
cidad con la oligarquía chilena. El 11 de septiembre de 1973 sufrió un cruento
golpe de Estado a manos del general Augusto Pinochet. Murió durante el asedio
y bombardeo aéreo del Palacio de la Moneda, sede presidencial de �ile.

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vía no se tiene idea de a cuántos habrá unido el destino, o mejor la


estupidez humana, en un terrible drama.
Para nosotros, parias sociales puestos a buen recaudo por el
odio y la arrogancia de algunos, las cosas no resultan tan compli-
cadas dado nuestro estado de ostracismo, de manera que, una vez
terminada nuestra conversación, desayuné y me dirigí a mi celda, a
punto de que se nos ordenara cerrarnos dentro para el conteo, ru-
tina que ya tenemos instalada en la corteza cerebral todos los días
a las ocho de la mañana. Mientras escuchaba un programa de radio
local, mi compañero de habitación sintonizaba Radio Caracol de Co-
lombia, y ya casi habíamos sido contados cuando mi amigo me di-
ce que al parecer un avión se había estrellado contra una de las
torres gemelas del World Trade Center de Nueva York. Pudiendo ya
salir de la celda, le propuse que nos paráramos en el pasillo frente
al televisor, seguro de que en esta era de las comunicaciones, y de
la incomunicación, no demoraríamos en ver las imágenes del acci-
dente por la pantalla chica.
Dicho y hecho. En solo pocos minutos podíamos ver una de las
torres con su cúpula envuelta en humo a partir de su cuarto supe-
rior, mientras escuchábamos a los locutores de televisión especular
sobre las características del avión accidentado o la forma en que
se produjera el accidente. No pude dejar de maravillarme de la so-
lidez de un edificio capaz de mantenerse en pie tras tal impacto,
y mientras pensaba en la cantidad de víctimas que podrían haber
resultado, en cuán ocupado estaría el lugar a esas horas de la ma-
ñana o en las causas que podrían haber dado lugar al accidente su-
cedió lo insólito: otro avión, esta vez visiblemente una aeronave de
pasajeros de gran tamaño, apareció de improviso por el lado de-
recho de la pantalla para impactar algo por encima de su mitad a
la torre más alejada, siendo tragado por el edificio para reaparecer,
por el lado opuesto al del impacto, en una espantosa explosión. No
creo haber sido el primero en descubrir, supongo que junto a varios
millones de personas, que no se trataba de accidentes.
El resto es historia. Imágenes caóticas que quedarán grabadas
tanto en las mentes de millones de personas como en los más di-
versos medios al alcance de la tecnología. Otro avión se estrella con-
tra el Pentágono y destruye un ala del edificio, las torres gemelas se
desploman una tras otra haciéndose polvo y escombros, personas
inocentes atrapadas entre columnas de humo y haciendo señales

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poco antes de desaparecer aplastadas bajo miles de toneladas de


hierro, cemento y muebles desmenuzados, otras personas que se
lanzan desesperadamente desde la altura sabiendo que no sobrevi-
virán, siendo seguidas por el lente de algún reportero durante una
caída que me parece eterna. En fin, el espectáculo dantesco de lo
lejos que puede llegar la involución de la raza humana y del increí-
ble daño que podemos hacernos los unos a los otros en este mun-
do que hacemos girar alrededor del odio, la avaricia y los intereses
de unos pocos.
Luego, el presidente Bush dirigiéndose al público con natural
indignación. Enérgico, severo y asegurando al mundo que se hará
la justicia que las circunstancias reclaman, pero acudiendo a la re-
tórica de la guerra, la solución más limitada de todas las soluciones.
Al verlo subir a su avión con el paso marcial, no me cabe dudas de
que en algún lugar del mundo la atmósfera se tragará nuevas ex-
plosiones y el cielo se llenará de destellos que nos serán transmi-
tidos en el momento de ocurrir. Tal vez algunas bombas alcancen
a alguno de los responsables de esta barbaridad. Tal vez algunas
maten también a personas inocentes. La conciencia justamente in-
flamada de este país ante este acto injustificable propiciará apari-
ciones en televisión, campañas políticas y agendas personales, pero
cuando se asiente la pólvora no se habrá resuelto ninguno de los
problemas que hacen crecer en este mundo a personas capaces de
la atrocidad que enlutó hoy a la nación. Construir un mundo mejor
no produce dividendos.
Y ante esos problemas no puedo dejar de pensar en nuestro
juicio, en las maniobras de la Fiscalía para ocultar las actividades
terroristas contra Cuba, en la figura de José Basulto sentado en el
banco del gobierno, en la indiferencia de los agentes que debieron
haber cumplido con su deber y no lo hicieron porque se trataba de
Cuba. No puedo dejar de pensar en los terroristas recién liberados
gracias a los auspicios de la Fundación, tras haber pasado por la cár-
cel como de visita después de haber asesinado a Orlando Letelier; y
las imágenes de un avión siendo engullido por una de las torres me
traen a la memoria las palabras de Fausto Marimón, acompañante
del buen padre y ciudadano decente Rodolfo Frómeta, cuando dijo
que si un avión caía sobre un hotel en Cuba, estarían matando dos
pájaros de un tiro. Y me pregunto si las personas que veían a Osa-

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ma Ben Laden18 como un luchador por la libertad, cuando sus cohe-


tes Stinger tenían como blanco aviones soviéticos en Afganistán,
serán ahora capaces de darse cuenta de que uno de los problemas
que tenemos es su actitud hipócrita ante el terrorismo.
Nunca he podido encontrarle lógica a una salvajada como la
que el mundo acaba de presenciar. Pero no puedo dejar de ofrecer-
te la perspectiva de uno de ellos acerca del asunto, cuando mucha
gente se pregunta qué había en el cerebro de quienes cometieron
estas atrocidades:
En abril del año 1994, la euforia creada alrededor de algunas
deserciones de militares cubanos embulló a Rafael del Pino para
la creación de una organización –otra más– a la que se le dio por
nombre Militares y Profesionales por la Democracia, cuya duración
no hizo honor a su largo título.
El exgeneral delegó en Roque y en mí –mala pata la de Del
Pino– para que redactáramos una declaración de principios que
sería discutida por los integrantes del grupo para su aprobación.
La discusión se llevó a cabo una noche, en la casa de un desertor,
creo que teniente coronel, de nombre Reinaldo Gutiérrez Pastrana.
En ella participamos junto a los ya mencionados otro exoficial de
nombre Danilo Paneca, un expiloto de Cubana de Aviación llamado
Tony Márquez, Joanicot19 –otro exoficial, camarada de Roque y de
quien te habla en esta tarea de defender a Cuba–, y Germán Pom-
pa a quien conoces. Un invitado especial, seguidor de Martin Luther
King, es José Basulto, a quien había puesto en contacto con Roque
un amigo común llamado Alberto Cossío. ¿Te suena el apellido? Su
esposa se llama Sofía Powell.
La declaración, modestia aparte, era un modelo de corrección
política, de acuerdo con los cánones de la sagüesera: «Apoyamos la
democracia... Castro es malo... Nosotros somos buenos... Queremos
a Cuba...» y esto y lo de más allá. Como la hipocresía está asentada

18 Heredero de una rica familia saudí, en 1979 se unió a los grupos que, bajo
los auspicios de la CIA, practicaban el terrorismo contra la intervención militar
soviética en apoyo al gobierno de Afganistán. Convertido luego en enemigo de
los Estados Unidos, en 1988 fundó Al Qaeda, grupo que se atribuyó varios actos
terroristas, incluyendo el ataque a las torres gemelas de Nueva York. Fue locali-
zado y asesinado por un comando élite estadounidense, en Pakistán, en 2011.
19 Oficial de las FAR que junto a su esposa, María Elena Reyes Ortiz, viajó ilegal-
mente a los Estados Unidos para infiltrar varias organizaciones contrarrevolucio-
narias. Regresó a Cuba en 1997, donde falleció en 2012.

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en la psiquis del mundillo anticastrista, le pusimos su toque procla-


mando al mundo que Militares y Profesionales por la Democracia
apoyaba todas las formas de lucha contra Castro, excepto el terro-
rismo. O sea, todo lo opuesto a lo que realmente se oculta bajo el
pellejo de los próceres del gueto.
Y aquí se trabó la catalina, pues el invitado especial, siete años
después huésped de honor en el banco de la Fiscalía, se lanzó a una
defensa teórica del terrorismo como un arma legítima. La discusión
duró cerca de una hora, pero afortunadamente la mayoría de los
presentes estaba de acuerdo con la declaración, tal como estaba
redactada. Al final Basulto se convenció a través de un fuerte argu-
mento de conveniencia: no era políticamente correcto decir abier-
tamente al mundo que estábamos de acuerdo con el terrorismo,
aunque, claro –razonamos con él–, el hecho de que se afirme algo
en una declaración no significa necesariamente que los hechos se
ajusten a la letra.
La lógica de Basulto resultó mucho más sencilla y nos la resu-
mió en una oración: «El terrorismo es el arma de los pobres». Siete
años después la anécdota me vuelve a la memoria cuando trato de
explicarme las motivaciones de otro grupo de atorrantes, que se ha-
brán considerado, como Basulto, en un estado financiero lo sufi-
cientemente precario como para justificar su odio desmedido y su
irracionalidad.
El resto del día transcurre aquí bajo el fuerte impacto de los
hechos, que tardará algún tiempo en disiparse. Lo triste es ver el
estado de euforia de algunos, que parecen considerar este ataque
como una reivindicación a su estancia en una cárcel federal. Y más
triste todavía es ver que hay quienes consideran que yo debería
compartir su ánimo por el simple hecho de ser un agente de Cuba y
se me acercan con la pretensión vana de que viva su júbilo. Otra
muestra más de hasta dónde se puede dañar a la mente colectiva de
un pueblo a través de una propaganda malsana y criminal, y otra
muestra también del tipo de mentalidad que con esto se crea. Pero
la esperanza también asoma cuando ves que, con solo unas pocas
palabras, los puedes convencer de lo estúpido y absurdo del terro-
rismo, llevándoles en pocos minutos de una actitud eufórica a una
actitud reflexiva.
Junto a lo triste y lo esperanzador también lo insólito: Ileana
Ross y Lincoln Díaz-Balart despotricando contra los terroristas, exi-

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giendo represalias drásticas y, por supuesto, tratando de que apun-


ten hacia Cuba. El próximo 6 de octubre se cumplirán veinticinco
años de que un avión se convirtiera en la sepultura de setenta y
tres inocentes. La misma estupidez humana que nos conmueve
hoy, los unió aquella mañana en un terrible drama, pero años des-
pués los ilustres congresistas Ileana Ross y Lincoln Díaz-Balart lu-
charon a brazo partido para que uno de los organizadores de ese
crimen recibiera resguardo en Estados Unidos.
En esta digresión se me ha ido el día, porque no pude escapar
a la fuerza de estos dramáticos hechos. Es posible que la saga de
esta tragedia se prolongue por algunas jornadas, pero eso lo dejaré
para cuando llegue su momento en esta cronología, y por ahora re-
tomaré los argumentos finales del abogado Jack Blumenfeld, unos
meses atrás, exactamente el pasado 31 de mayo.

El abogado ha descubierto el haz de barajas diversionistas que el


gobierno ha querido utilizar para desviar la atención del jurado y
ahora se refiere al concepto de duda razonable. A pesar de que el
caso de la Fiscalía pudo haber dejado suficientes dudas por sus
propias faltas –explica Jack–, la defensa no se apoyó en la debi-
lidad de las evidencias acusatorias y ha hecho una presentación
vigorosa a través de sus testigos. Pero como si no fuera suficiente
con esto, las acciones de la propia escuadra de contrainteligencia
del FBI hablan por sí solas, o dicho de mejor forma, sus inacciones.
Resulta que Tony ha penetrado una base militar para obtener
secretos que ponen en peligro la seguridad nacional de los Estados
Unidos, resulta que el FBI lo sabía desde hacía dos años y que un
día se le siguió un rato por los alrededores de Cayo Hueso, después
que salió de la base. Y he aquí que la escuadra que lo seguía se re-
tiró, una vez cumplido su turno de trabajo, y que no se estableció
ninguna vigilancia adicional sobre su casa o sobre su trabajo, no se
procedió a hacer algún registro, no se hizo partícipe de esta vigilan-
cia a los servicios de seguridad de la base, ni se buscó la coopera-
ción de alguno de sus colegas. Y la capitana Linda Hutton se enteró
del caso ocho meses antes del juicio, debido a que fue llamada a
testificar. Si el gobierno hubiera pensado que Tony era realmente un
peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos y que estaba
transmitiendo información protegida, de seguro las medidas de vi-
gilancia sobre su persona no habrían sido tan escasas.

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Jack se dispone a ofrecer sus últimos argumentos y reitera cier-


tas coincidencias con la Fiscalía: es justa la exhortación a usar el
sentido común, como es justo el establecer que no se trata de Cuba
contra los Estados Unidos. Esto no es acerca de Cuba ni acerca del
gobierno de Cuba.

—Me atrevería a decir que hay solo cinco personas en toda esta sala
que tienen algo bueno que decir acerca del gobierno de Cuba, y
son estos defendidos que trabajan para él. Son patriotas, no se
equivoquen acerca de esto. Tony estaba sacrificando a su hijo
adolescente, a su madre, su hermana, su cuñado. Los estaba sa-
crificando por su país. No importa lo que pensemos de ese país,
pero es bueno ver que despierta en alguien tanto sentimiento
patriótico.

El abogado dice que lo ventilado en este juicio tiene que ver


con un país cuya forma de gobierno lo convierte en un faro para
el mundo y que hará que lo siga siendo gracias a los derechos que
aquí se garantizan, entre ellos el derecho a un juicio justo, asegu-
rado por la constitución. Esto último implica un jurado imparcial,
desapasionado, que estudie la evidencia utilizando la razón inde-
pendientemente de sus opiniones sobre el lugar de procedencia de
los acusados. Cinco abogados han sido designados por el gobierno
para representar a cinco acusados que consideran a los Estados
Unidos su enemigo.

—Solo en América –parafrasea Jack a un escritor de su juventud,


que seguro nunca habrá sabido de un flaco sentado en el públi-
co, que es mi hermano, que se llama Roberto, que es abogado,
que lo es en Cuba y que allí ha defendido también, con el mismo
ímpetu que Jack, a quienes han ido a poner bombas y sembrar
la muerte en nuestra pequeña, bravía, asediada y difamada islita.

Pero no voy a discutir con Jack mientras corteja al jurado y le re-


cuerda que nosotros somos un ejemplo de la belleza de este sistema,
que cuando en justicia se nos ponga en libertad, el mundo nos mira-
rá, recordará que fuimos bien defendidos a pesar de estar acusados
de crímenes contra este país, que pudimos llamar en nuestra defensa
a generales y almirantes, y nos verá convertidos en los mejores em-

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bajadores de este gobierno, una vez que la razón prevalezca. Esa


es la fortaleza de este país por encima de su poderío militar. La
pregunta que hiciera Basulto a McKenna, cuando lo acusó de hacer
el trabajo de la Inteligencia cubana, tiene una respuesta simple:
McKenna estaba defendiendo la constitución de los Estados Uni-
dos, al igual que el resto de los abogados. Y como ahora lo hace
el jurado.

—Yo me uno a mis colegas de la Fiscalía para pedirles que la razón


prevalezca, en este sentido he buscado decir algo acerca de la
razón y de su importancia, algo erudito y profundo antes de que
ustedes se marchen a sus casas. Entonces mi amigo el poeta –y
Jack apunta hacia Tony– me dio las palabras que pueden decirlo
mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Y esas palabras son de Mar-
tí, un hombre que vivió y murió por la libertad de su patria, un
hombre que, más de cien años después de su muerte, es todavía
reverenciado en ambas orillas del estrecho de Florida. Él dijo: «La
razón es como un brazo colosal que eleva la justicia donde no
puede ser alcanzada por la avaricia de los hombres».Yo les pido,
damas y caballeros, que sean ese brazo colosal y que eleven la
justicia donde no pueda ser alcanzada por la avaricia humana de
la ideología y la demagogia. La justicia reclama una conclusión
para Tony Guerrero, y es el veredicto de no culpable. Gracias.

A la 1:50 p. m. Jack Blumenfeld ha concluido sus argumentos


de clausura tras dirigirse al jurado durante una hora y veintiocho
minutos, que consumirán cuarenta y ocho páginas de transcripción.
El abogado fue agresivo, directo y al grano, deshaciendo cada argu-
mento de la Fiscalía acerca del supuesto peligro que representa-
ba el Faquir para la base de Boca �ica y poniendo en perspectiva
cada una de las invenciones de la acusación para desviar la aten-
ción del panel. Después de esta intervención no quedó piedra so-
bre piedra en el castillo de naipes levantado alrededor del cargo
de espionaje.
El estilo de Jack se caracteriza por cierta tendencia a contempo-
rizar con la otra parte o de hacer ciertas declaraciones de principios
que establezcan claramente su distancia de nosotros. Esto se vio
cuando elogiaba al sistema de justicia «único en América», que con
tanta sevicia terminó ensañándose con nosotros.

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Este estilo podría estar motivado por el deber profesional de esta-


blecer un terreno común con el jurado, por una necesidad de aclarar
sus posiciones personales o por una combinación de ambos facto-
res. Pero nada de esto impidió que Jack Blumenfeld hiciera un tra-
bajo muy profesional que todos nosotros tenemos en gran estima.
Jack adicionalmente ha mostrado, como el resto de los abogados, un
respeto sincero por nuestras posiciones y por nosotros cinco como
personas.
El abogado ha dicho gracias y la jueza no pierde tiempo para
dirigirse al agotado panel a fin de darles el hasta mañana. Para no-
sotros todavía queda un tema pendiente que Paul saca a colación
en un side bar.
Entre las invenciones que la fiscal ha espetado al jurado en sus
argumentos está aquella de que Cecilio García no conocía el resto
de los radares cubanos y, como no los conocía, no pudo responder
a la profunda pregunta de la señora Heck Miller y, como no pudo
responder, prefirió decir que eran secretos y, como hizo eso, enton-
ces mintió y, como mintió, pues el panel no debe creer nada de lo
que dijo, y entonces el panel debe creer en la capacidad de Heck
Miller para penetrar los más recónditos rincones de la conciencia
del oficial cubano y descubrir cada impulso de sus neuronas. Paul
quiere establecer que las cosas son mucho más simples, que los
testigos norteamericanos también tienen algún que otro secreto
que guardar, tal como lo demostraron varias mociones anterio-
res al juicio de la Fiscalía para no abordar temas sensibles y tam-
bién el alboroto que se armó en la sala cuando el coronel Buchner
identificó a la Agencia Nacional de Seguridad como fuente de las
grabaciones de los Mig, lo cual era un secreto tan grande que el
nombre de la agencia no debía ser mencionado en este diario ni en
los periódicos que lo repitieron una y otra vez, tras la indiscreción
involuntaria del testigo.
Así que el abogado piensa que, tal como hiciera Heck Miller,
él también tiene derecho a explicar al jurado que los Estados Uni-
dos también tiene sus secretillos y solicita a la jueza que se le per-
mita traer a colación, claro que sin nombrar por su nombre a la
Agencia Nacional de Seguridad –que está prohibido–, el ejemplo
del corre-corre y el secreteo acerca del organismo que supuesta-
mente habría grabado las conversaciones de los cazas cubanos.

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El asunto se discute en el side bar y luego abiertamente con la par-


ticipación del experto en secretos y cajas fuertes, mi amigo James
Londergan. Aparentemente no se llega a ninguna conclusión y se
decide continuar la discusión a las cuatro y media de la tarde, mo-
mento que aprovechamos para dejar el asunto en manos de los
abogados y retirarnos al confort de nuestra cárcel federal, después
de ceder nuestro derecho a regresar a la Corte. La discusión continúa
por la tarde y, aun cuando la transcripción está mutilada –recuerda
que no se puede mencionar a la Agencia Nacional de Seguridad y
Heck Miller está celosamente atenta de que solo se enteren quie-
nes leyeron el Herald, el Sun Sentinel, el New York Times y el Washignton Post,
el día del exabrupto de Buchner—, su lectura me es suficiente para
saber que la proposición de McKenna fue aprobada. Así que ya sa-
bes que en los argumentos finales de Paul sí se mencionará que
los Estados Unidos guardan también sus secretos, lo cual, para ser-
te sincero, no creo que haga diferencia en el jurado. En definitiva,
la teoría de Heck Miller acerca de los procesos mentales del oficial
Cecilio García es lo suficientemente porosa y absurda como para
caerse por sus propios deméritos.
Y así termina este recorrido por el día 31 de mayo.

El viernes 1.0 de junio se rompe el corojo temprano, pues la sesión


de la tarde anterior ha sido testigo de una reanudación del con-
sabido chapoteo de los fiscales para hacer interminables sus ar-
gumentos. Ello obliga a Paul a comenzar temprano para concluir
esta dichosa etapa del juicio en la presente semana. Resulta que
el argumento de refutación de la Fiscalía, inicialmente estimado en
una hora, ha pasado a una y media, y luego a dos, haciendo que
nuevamente McKenna ceda y ofrezca terminar a las doce del día
para acomodarse a los antojos de Kastrenakes. Así las cosas, se hizo
un esfuerzo para comenzar temprano y tenemos a las 9:08 a. m.
a Paul McKenna en el podio, en representación de Gerardo Her-
nández.

—Buenos días, damas y caballeros. No se puede elevar una acusa-


ción más seria a un ser humano que la de asesinato premeditado
en primer grado. Cuando usted lo hace es mejor que, como
dicen en la FAA, tenga todos sus patos en línea. En este caso,

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señoras y señores, los patos no están en línea, y yo pienso que


cada persona en esta sala lo sabe.

Así comienza el abogado pidiendo al jurado un voto de no cul-


pable antes de dirigirse al acta de acusación; lee del documento el
cargo contra Gerardo para enfatizar en el hecho de que él está acu-
sado de conspiración, o sea, de confederarse y acordar con otras
personas el matar en la jurisdicción de los Estados Unidos. En otras
palabras, recuerda McKenna, la esencia de la acusación está en lo
que acordara hacer el acusado.
Nunca existió tal conspiración. La única preocupación del go-
bierno cubano, tal como muestra toda la evidencia, estaba relacio-
nada con la defensa de la soberanía de su país y de su territorio, y
era absolutamente ajena al concepto de aguas internacionales o al
territorio norteamericano.
Y apunta Paul:

—Recuerden los argumentos de apertura del fiscal Buckner, si es


que alguien puede recordar hasta tan atrás. El se paró aquí, jus-
to frente a ustedes, y les dijo: «Señoras y señores, esta es la his-
toria de tres aviones en una misión rutinaria de salvamento de
balseros, en busca de balseros en el estrecho de Florida». Eso no
era verdad señoras y señores. Ustedes lo saben ahora. No hubo
nada rutinario en ese vuelo.

Señala que Hermanos al Rescate publicó un comunicado de pren-


sa refiriéndose al vuelo como una conmemoración del Grito de Baire
y no como una misión de rescate. No se trataba de un vuelo rutinario,
de los que no habían hecho ni uno en aproximadamente un año.
Todo el mundo sabía que no había tales vuelos rutinarios, y Richard
Nuccio testificó acerca del ambiente de preocupación alrededor de
estas incursiones de José Basulto y Hermanos al Rescate: dos nom-
bres que no se pueden separar porque son como el huevo y el toci-
no en un desayuno. La FAA intercambia mensajes de preocupación
ante la expectativa de otra provocación de Basulto y recuerda que el
gobierno cubano podría no ser tan comedido en esta ocasión. Todo
el mundo sabía que eso podía pasar, incluido el propio José Basulto.
Prosigue recordando que ha habido suficientes testimonios
acerca de las reuniones previas al vuelo en el hangar del grupo, y

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todos sabían lo que estaban haciendo: buscar otra confrontación


con el gobierno de Cuba. Durante dos años ese gobierno había
mostrado prudencia buscando las más diversas soluciones: adver-
tencias, trabajar con la FAA, NOTAM... Pero los Estados Unidos no
hicieron lo que hubieran podido para poner fin a esta situación.
La orden de emergencia para revocar la licencia de Basulto pudo
haber sido emitida antes de los hechos, pero en lugar de eso el go-
bierno llama a estas actividades protesta pacífica o ejercicio de de-
rechos constitucionales. Las leyes de este país uno no las puede
trasladar a Cuba, así como tampoco se puede ir a Arabia Saudita a
tomar alcohol o a ponerse un bikini en la playa.
De modo que Hermanos al Rescate y José Basulto sencillamente
no respetaron las leyes, y el propio �uck Smith, de la FAA, nos dijo
que Basulto decía estar en una misión y creía que las reglas no se
aplicaban en su caso. Pero es un hecho que las reglas se aplican a
todo el mundo, especialmente cuando se trata de un país aislado
como Cuba; y no regirse por las reglas, como ocurrió, es una receta
para el desastre.

—Ahora, cinco años después, ellos quieren hacer a Gerardo Her-


nández responsable por este embrollo, como si él hubiera sabi-
do que Basulto ignoraría esos avisos, como si él hubiera sabido
que a los Mig se les ordenaría derribar esos aviones. Damas y
caballeros, Gerardo Hernández debe ser el mayor chivo expiato-
rio jamás visto en la historia de esta Corte.

«A través de sus acciones –continúa– Basulto y Hermanos al


Rescate tiraron por la ventana todas esas lindas reglas que el ca-
pitán Leonard nos explicara acerca de la intercepción de aviones
civiles. Sus aviones dejaron de actuar como civiles para hacerlo en
una forma paramilitar, y Cuba se estaba quejando de eso. Basul-
to es bien conocido en Cuba como un terrorista y ellos no tienen
por qué olvidarlo, como tampoco Estados Unidos lo olvidarían en
el lugar de Cuba. Los cubanos reciben datos de inteligencia sobre
Basulto, saben que está jugando con municiones y cargando con
ellas artefactos para ser lanzados sobre la Isla. ¿Qué se supone que
piense un país acerca de eso? Y Basulto se aparece con el cuento
de que quería cazar pájaros y pescar tiburones».

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Señala que Cuba está lidiando con un señor que además de


jugar con esos artefactos está pensando comprar un avión militar
checo para sus actividades en su contra. Se trata de un hombre pe-
ligroso que ahora viene a decirnos que ha renunciado a la violencia
y está siguiendo a Martin Luther King o a Gandhi.20

—Permítanme hacerles una analogía, usemos a Ben Laden. Yo no


sé cómo pronunciar su primer nombre. Él es un terrorista interna-
cionalmente reconocido y buscado en los Estados Unidos, como
Basulto en Cuba. Supongamos que Ben Laden anuncie: «Yo ya he
renunciado a la violencia. No soy más un seguidor de la violencia
o del terrorismo. Soy ahora un seguidor de Martin Luther King y
un seguidor de Gandhi, y lo que quiero hacer en este momento es
volar con un escuadrón de aviones sobre Washington D. C., y va-
mos a lanzar panfletos, vamos a lanzar propaganda, miles y miles
de piezas de propaganda condenando a George Busch, llamán-
dole asesino, condenando a los Estados Unidos y a su forma de
gobierno y pidiendo al pueblo de los Estados Unidos que se alce
contra George Bush y luche contra George Busch y luche contra
el país». Y que agregue: «Mientras esté aquí lanzaré unas pocas
bombas de humo, haré vuelos rasantes sobre algunos edificios
y sobre algunos barcos».
¿Qué les parece si hiciera eso, si viniera aquí y volara sobre
Washington D. C.? ¿Cuántas veces lo soportaríamos? ¿Cuántas ve-
ces ustedes piensan que nos gustaría que hiciera eso Ben Laden,
ese terrorista que voló edificios, como lo hizo Basulto? ¿Cuántas
veces lo dejaríamos venir a jugar alrededor de nuestra capital?
Yo les digo a ustedes que no permitiríamos que sucediera ni una
sola vez.

Y a más de tres meses de haber sido pronunciadas, a la vista


de los espantosos sucesos del pasado martes 11 de septiembre,
cuando te escribo este recuento el día 16, estas palabras de Paul
McKenna me suenan con una estremecedora vigencia.

20 Mahatma Gandhi (1869-1948). Exponente de la no violencia, creó el Congreso


Nacional Indio para guiar a su pueblo a la independencia del colonialismo bri-
tánico. Opuesto a la partición que dio lugar a Pakistán, favorecía un país mul-
tirreligioso. Un año después de la independencia y partición de la India, en 1948,
fue asesinado por un extremista hindú.

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«Cuba mostró paciencia y contención por dos años –prosigue


McKenna–. Trataron con la diplomacia y trataron de trabajar con
la FAA por dos años, pero todo fue inútil y ellos lo sabían. Un fun-
cionario de la FAA, quien se suponía que investigaría las actividades
del grupo, ayudaba a Basulto a conseguirse un abogado y a sortear
sus propias investigaciones. Los reportes de González acerca de las
actividades del funcionario Luis Carmona llegaban a La Habana.
¿Qué se suponía que pensaran de esto allá? Porque ellos ya sabían
que nadie aquí pararía a Basulto a pesar de todos los avisos.
»Ahora resulta que el gobierno quiere que se vea este caso
como en un vacío: un grupo humanitario que sale un día a buscar
balseros y es atacado sin misericordia. Al menos siete incidentes
han sido documentados por la defensa, sin contar los que se esta-
blecen a través de las notas diplomáticas de Cuba y que no pudie-
ron documentarse en el juicio por falta de cooperación».

—Veámoslos. Les prometo que no les pasaré más videos. Ya los


he «videizado» a muerte. Pero cuando uno representa a alguien
acusado de conspirar para asesinato premeditado en primer
grado, uno no quiere dejar una piedra sin levantar y tampoco lo
quise en este caso.

Y Paul se va ayudando con las imágenes presentadas en la evi-


dencia:

—La violación de 17 de abril del 94 grabada por el Canal 23, con


Bernadette Pardo a bordo del N2506; y el juego al gato y al
ratón con un Mig. El coronel Buchner lo categorizó de insano y
no tiene nada que ver con la aviación civil.
Noviembre 10 de 1994. Basulto hace un vuelo ilegal sobre
Maisí, tras despegar de la base de Guantánamo. Un paso atrás
en el tiempo antes de proseguir: Hermanos al Rescate comienza
sus vuelos de rescate en el año 91 y hasta el 94 no tiene ningún
problema con el gobierno de Cuba. Todo transcurre tranquila-
mente, no hay vuelos ilegales ni conflictos. De pronto se produ-
cen los acuerdos migratorios y la misión de rescate se vuelve ob-
soleta. Los donativos caen en picada y Basulto y Hermanos al
Rescate necesitan mantenerse en el candelero, no perder el esce-
nario. Así comienzan estos vuelos provocativos para no perder la

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tarima y también para desestabilizar al gobierno de Cuba. Basulto


comienza a conducir su propia política exterior sin licencia, llevan-
do a este país al riesgo de una guerra, para que otras personas
mueran mientras él realiza sus sueños de provocar una confron-
tación y poder de ese modo regresar a la Isla. Así están las cosas
el 10 de noviembre de 1994.
Sigamos: Hermanos al Rescate visitan la base pero no les per-
miten ver a los balseros; como se molestan, lo que se les ocurre
es violar la soberanía cubana volando sobre La Habana –esto úl-
timo un lapsus linguae de Paul, pues se trata de Maisí.

El abogado recuerda la nota diplomática de Cuba al respecto y


también la configuración militar de algunos de los aviones utiliza-
dos en estas violaciones.

—Los cubanos están familiarizados con esos aviones. Ellos cono-


cen esos aviones. Esto no es acerca de las personas dentro de
esos aviones a excepción de Basulto. Se trata de Basulto, de Her-
manos al Rescate y de esos aviones.
Julio 13 de 1995. Otro acto de insania mental sobre el que se
conoce ya cada detalle.

Paul pone un par de instantáneas de la violación y recuerda que


fue sobre la capital de Cuba.

—Eso nosotros no lo permitiríamos aquí, pero él se sale con la suya


por la política. Esta es la única razón por la que se sale con la
suya: la política.

Otra fotografía congelada a partir de los videos de ese día: los


aviones de Florida picando provocadoramente sobre las patrulleras
cubanas de Guardafronteras. Otra insana provocación.

—La próxima aventura es la malograda flotilla del 2 de septiembre


de ese año, en la que se quiere sacar partido del golpe propa-
gandístico de julio. Los flotilleros se reúnen con oficiales nortea-
mericanos en Washington y un general les dice que están locos,
que van a provocar una guerra y mandar a sus muchachos a la
muerte. Un accidente da al traste con la aventura y una persona

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muere. —Muestra imágenes de Ramón Saúl Sánchez de antes


de la tragedia, que han sido introducidas en la evidencia—.
El gobierno dice que Saúl es un pacifista y que todo lo que se
ha dicho sobre él es un cuento de la defensa. Pero la imagen que
el jurado ve ahora es la práctica de desembarco de su grupo en
relación con dicha flotilla. Con lo ridícula que parece, no tiene nin-
guna gracia para Cuba. Y Basulto daría cobertura a esa escara-
muza protagonizada por un pacifista, reconocido por su pasado
terrorista, como integrante de Omega 7, por el mismo Nuccio.

Ahora se presenta una imagen del video tomado el 9 de enero


de 1996, sobre la cual McKenna dice que Basulto parece estar listo
para bombardear Pearl Harbor.21 El prócer y sus compinches se pa-
ran ante la cámara para decir que van en una misión secreta y que si
no regresan y aparecen lloriqueando por la televisión, es porque
han sido torturados. Basulto está hablando como si fuera a una mi-
sión militar en lugar de una búsqueda de balseros. Eso es lo que re-
vela el video. Dado que a Cuba no le interesa lo que pasa en aguas
internacionales, este señor lo que está buscando es una confronta-
ción. Al final ocurre el lanzamiento de volantes que todos conocen.
Cuatro días después se produce la próxima aventura, de la que
no se pudieron conseguir imágenes, pero el programa de Radio
Martí en el que participa Basulto dos días más tarde, nos da una
visión increíble de lo que está pasando. Solo unos fragmentos de
la entrevista son suficientes para mostrar la actitud provocativa del
entrevistado: «Escondemos la manera en que lo hicimos por razo-
nes obvias»... «La Habana fue el blanco»... «El gobierno cubano no
nos ha atacado por ahora y todo ha sido solo verbal».
Se hace Paul eco de los alardes del personaje mientras acompaña
su argumento con el movimiento de sus manos:

—(¡Plaff!) Esto es transmitido dentro de Cuba y ellos lo están escu-


chando y Basulto... (¡Plaff, plaff!) –sacude McKenna el aire frente
al jurado– abofeteando sus rostros, tanteándolos.

El abogado pregunta al panel si estamos viendo alguna activi-


dad relacionada con la aviación civil en estos ejemplos.

21 Base aeronaval norteamericana ubicada en Hawai. Atacada por la flota japone-


sa el 7 de diciembre de 1941, dio lugar a la declaración de guerra de los Estados
Unidos a Japón y su entrada en la Segunda Guerra Mundial.

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Cecilia Capestany testificó acerca de otro vuelo no autorizado en


aguas cubanas, el 20 de enero. La cancillería estaba preocupada
porque, en vista de los vuelos anteriores, este podría constituir otro
reto al gobierno cubano. O sea, que el propio gobierno norteameri-
cano reconoce el carácter provocador de las actividades de Basulto
y las califica literalmente como violaciones flagrantes.

—Yo no inventé esto, amigos. Así es como nuestro gobierno lo


llama: violaciones flagrantes.

Mientras tanto el Departamento de Estado urge a la FAA a que


actúe y la FAA envía a Luis Carmona para que ayude a Basulto a con-
seguirse un abogado, salirse del problema y burlarse del sistema:

—¿Lo pueden creer? –pregunta Paul al jurado– ¿Qué se supone


que piensen los cubanos?

Claro que Basulto alardea aún más y comenta en Radio Martí la


falta de respuesta del gobierno de Cuba. Paul lee: «Esa es la misma
pregunta que nuestros compatriotas en la Isla se deberían hacer
cuando temen al gobierno, en el momento en que quieren hacer al-
go en su contra. Nosotros hemos estado dispuestos a asumir riesgos
personales y ellos deberían estar dispuestos a lo mismo». Y señala
al jurado:

—Miren lo que está transmitiendo hacia Cuba. Les dice a los cuba-
nos: Mírenme. Yo puedo volar sobre la casa de Fidel. Yo pue-
do lanzar volantes. Ustedes pueden irse a la insurrección. Yo
puedo volar sobre las lanchas patrulleras y hacer lo que quiera.
Mírenme, ellos no levantarán un dedo contra mí, los militares
me tienen miedo. Ni siquiera pueden poner un avión en el aire
contra mí. Mírenme y hagan lo que hago yo.

El abogado apunta luego:

—Usted no puede hacer eso en otro país. Nosotros no dejaríamos


a Ben Laden hacerlo en este país. Un terrorista, un tipo que voló
edificios como Basulto. Nosotros no lo permitiríamos.

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«Para llevar las cosas al colmo –prosigue–, el locutor le pregun-


ta a Basulto cuál fue la respuesta del gobierno norteamericano y
él suelta un chistecito: "Bueno, la otra parte positiva de esto es que
el gobierno norteamericano está de vacaciones hasta mañana". Y
todos ríen a coro el pujo del provocador. Para este señor el propio
gobierno de los Estados Unidos es una gracia, eso es lo que está
transmitiendo a Cuba el 15 de enero. Él puede hacer lo que quiera
con total impunidad, y los cubanos lo advierten».
Así llega el incidente del 24 de febrero y, disculpándose por su
mala calidad, Paul muestra al jurado una instantánea congelada
del video tomado por Basulto ese día, en la cual se ve borrosa la
costa de La Habana. Tras recordar al jurado que, en el momento
de la filmación, el N2506 jugaba con los Mig y su piloto al mando
decía ji, ji, ji al tiempo que llevaba a cuatro personas a la muerte,
el abogado deja pendiente el hecho para hablar un poco de la ley.
La instrucción legal referente a soberanía se pone en el proyec-
tor y McKenna lee: «Se les instruye que cada nación tiene completa
y exclusiva soberanía sobre el espacio aéreo encima de su territo-
rio». El espacio aéreo territorial es definido y se recuerda al panel
que las reglas aplicables a la aviación civil no se aplican a los avio-
nes estatales. El jurado deberá determinar si los aviones de Her-
manos al Rescate estaban actuando como aviones civiles o no, y
si, en el último caso, las reglas que el capitán Leonard explicara no
tienen relevancia.
El estudio de la OACI es la mejor base para determinar si un
avión es civil y establece ciertos parámetros que el abogado nos
recuerda: el uso de la aeronave es el criterio determinante por en-
cima del registro civil, pero este último es el parámetro en el que
se quiere apoyar el gobierno, cuyo experto no se molestó ni en ir
a la sede de la OACI para indagar sobre esto. Entre el resto de los
factores están: la naturaleza de la carga, en este caso miles de vo-
lantes subversivos como los que lanzaba el coronel Buchner sobre
Vietnam desde su O-2, equipado para eso con una puerta especial
igual a las que fueron instaladas en los Skymasters del grupo; la
propiedad del avión, ni más ni menos que en manos de una corpo-
ración presidida por Basulto, un terrorista; el control y supervisión,
el otro factor en este caso nulo, dada la forma anárquica en que
operaba el grupo fuera del control de las autoridades: «Ellos están
en una misión. No les aplican las reglas. Y hacen lo que quieren».

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Seguimos repasando los parámetros establecidos por el estudio:


pasajeros y personal transportado. «Pero no llevan pasajeros, no es
un negocio de pasajeros sino un negocio de provocación. "Provoca-
tion Air" es como se deberían llamar. Ellos no buscan más balseros
sino peleas. Eso es lo que quieren hacer. Ellos buscan peleas –co-
menta Paul– y luego quieren que alguien las pelee por ellos».
Y continúa el próximo parámetro: las marcas de registro y na-
cionalidad. Recuerda al jurado las marcas militares en los aviones
del grupo.
Se refiere luego al carácter secreto de las operaciones y repasa
los falsos planes de vuelo, el llamado al secreto por parte de Basul-
to en el programa radial citado anteriormente, el ocultamiento de
sus verdaderas intenciones tras el cuento de la búsqueda de bal-
seros. Porque realmente, como se trasluce en la grabación del 24 de
febrero cuando se habla de anunciarse al norte de La Habana, el pro-
pósito no era otro que provocar. Y recuerda también que se mintió
al controlador de tráfico aéreo cuando se le dijo que la ruta que
seguirían estaba en el plan de vuelos.

—De eso se trata cuando se habla de secreto del vuelo. Ellos no


estaban siendo honestos acerca de su ruta, dado que querían
ir hasta la costa de La Habana, donde se estaba celebrando un
gran festival ese día. Todo el mundo estaba afuera celebrando el
carnaval, el Grito de Baire... Les mostré esta evidencia para que
vieran que Basulto fue allá ese día para hacer otra provocación.

El resto de los parámetros también se discutió suficientemente: la


naturaleza de la tripulación, como ya se dijo antes, es como el huevo
y el tocino en el desayuno, Basulto y Hermanos al Rescate. La docu-
mentación no se aplica en este análisis. Área de operaciones: ¿vuelan
los aviones en un área en situación de conflicto presente o inminente?
Ellos fueron avisados más de una vez de que no se internaran en esa
área y los mapas establecen que quienes lo hacen pueden ser derri-
bados. Para finalizar el estudio, se refiere a permisos de aduanas. Ellos
nunca obtuvieron permiso alguno para lo que hacían.
Y vamos a otra área: el papel de Gerardo Hernández en este
asunto, perdido entre la discusión sobre el porqué, dónde y cómo
fueron derribados los aviones. Gerardo se pone de pie, a pedido de
Paul, quien dice, dirigiéndose al jurado:

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—¿Engañó Hernández a Basulto para que volara ese día? No.


¿Envió un mensaje a Cuba?...

Paul continúa. El gobierno se paró frente al jurado y dijo que un


mensaje había sido enviado a la Isla para asegurar que no había
pilotos leales a Cuba en los aviones. Pero lo cierto es que no ha
sido capaz de presentar tal mensaje en todo el juicio porque sen-
cillamente no existe. Otra mentira es haber dicho que el acusado
estaba cocinando este plan en Cuba, cuando realmente estaba en
sus vacaciones de rutina, y es una afirmación absurda a la luz de
los mensajes que sí se han podido presentar. ¿Por qué entonces
repetir por radio a Gerardo lo que supuestamente él habría prepa-
rado en Cuba?

—Eso fue un invento. Yo lo objeté y la jueza lo sostuvo. No había


evidencia de que hubiera estado en la jefatura o de que hubiera
enviado nunca un mensaje.

No se puede, basados en invenciones, armar un cargo de cons-


piración para asesinato en primer grado, que es lo que ha hecho la
Fiscalía, introduciendo al jurado en su juego de especulaciones fre-
néticas. No es lógico que un jurado juzgue sobre esta base a nadie
en este país. El acusado no envió planes de vuelo a Cuba, lo que sí
fue hecho por el propio gobierno norteamericano sin que Hernández
tuviera nada que ver. Nunca hubo un acuerdo para que se derriba-
ra avión alguno en aguas internacionales y es de eso de lo que se
acusa a Gerardo: un acuerdo para asesinar en el espacio marítimo
y territorial de Estados Unidos.
Pero no hay la más mínima evidencia en ese sentido. La úni-
ca preocupación de Cuba era en relación con su propio territorio.
Y poniendo en el proyector las instrucciones relativas al cargo de
conspiración, Paul se dispone a revisarlas con el jurado:
«El Título 18, Sección 1117, establece como un crimen separado
que alguien conspire para llevar a cabo una violación de la ley, en
este caso del Título 18, Sección 1111, que se refiere al asesinato en
primer grado. La esencia de una conspiración es el acuerdo. O sea,
lo que el acusado acordó que se hiciera. Debe ser probado, más
allá de toda duda razonable, que el acusado llegó a un acuerdo
mutuo sobre el propósito ilegal respecto al que se le acusa. En este

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caso, un acuerdo para matar personas en la jurisdicción marítima y


territorial de los Estados Unidos. No en Cuba».
Ahora se lee en los monitores la instrucción relativa al estatuto
sustantivo –es decir, al asesinato en primer grado descrito bajo el
Título 18, Sección 1111–, ya que supuestamente Many habría cons-
pirado para violar la ley especificada en este estatuto. Paul la quiere
examinar mediante algunas de las evidencias, siendo la primera la
sospechosa carta que supuestamente me habrían enviado el 13 de
febrero y que yo nunca recibí. Lee Paul: «Hermano Iselín, como le
dijimos en el contacto anterior, necesitamos puntualizar con más
detalles todo lo relacionado con nuevas incursiones a ejecutar por
Hermanos al Rescate en nuestro país...». Y se detiene en las palabras
que me he tomado la libertad de resaltar, para explicar que no se
puede juzgar en los Estados Unidos a una persona por acciones
que se realizarán dentro de Cuba. Luego prosigue: «Bien claras y
precisas especificaciones que nos permitan saber, fuera de duda, si
Marisol está volando o no –y Paul aprovecha para recordar al panel
que Marisol es Basulto, lo que el huevo al tocino para Hermanos al
Rescate, antes de continuar con su lectura–, si habrá actividad de
lanzamiento de octavillas o violación del espacio aéreo». Y me vuelvo a
tomar la licencia de destacar media oración.
Paul insiste en que Cuba no está preocupada por la búsqueda de
balseros en aguas internacionales o con el territorio de los Estados
Unidos, sino por su territorio y por un terrorista que lanza panfletos
y vuela rasante sobre su país. A Cuba no le importan las aguas in-
ternacionales y esto es lo que nos muestra la evidencia.
Paul revisa ahora los mensajes lo más someramente posible, no
sin antes recordar que Gerardo está de vacaciones entre octubre y
finales de enero del año 96: el mensaje HF 101 sería irrelevante si
no demostrara que no es siquiera Gerardo quien recibe estas co-
municaciones, a pesar del esfuerzo de la Fiscalía por hacer ver que
él lo recibió.
Otro mensaje grandioso es el que orienta al receptor que no
venda su auto a Giro: «¿Por qué decirle a Giro que no se venda su
auto a sí mismo? Eso no tiene sentido», explica McKenna y repite
que el gobierno ha querido hacer ver que los mensajes eran recibi-
dos por Gerardo, antes de continuar con el siguiente: «[...] puedes
utilizar el programa de Giro [...]», orienta al receptor. Y Paul no de-
mora en ofrecernos otro: «[...] dale una copia del programa a Giro

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para que pueda hacer el descifrado». Y el abogado se pregunta si


alguien puede considerar como probado, fuera de toda duda ra-
zonable, que Gerardo estaba leyendo estos mensajes, cuando in-
cluso este último, fechado después del derribo y tan lejos como el
14 de marzo, era transmitido cuando aún el defendido no tenía
ni el programa para descifrarlo. La única evidencia que relaciona
directamente a Gerardo con la acusación es la carta dirigida a Iselín,
y todo lo que dice se relaciona con violaciones dentro de Cuba y
provocaciones de Basulto.
Paul afirma que aun si estuviera equivocado, todos los mensa-
jes pueden ser leídos sin que aparezca un acuerdo para cometer
asesinato premeditado. El de enero 12, que se pudiera considerar
como el trasfondo de lo que luego se llamaría Operación Escorpión,
se refiere al lanzamiento de papeletas del día 9 y solicita informa-
ción de Miami, lo que en ocasiones es difícil hasta para los agen-
tes cubanos aquí. En otro mensaje también se solicita con apremio
información sobre cómo ocurrieron los lanzamientos del día 13 de
enero. El mensaje mismo en el que se menciona por primera vez
el nombre de la Operación Escorpión, lo que solicita es información
relativa a violaciones del espacio aéreo cubano. A pesar de la con-
notación siniestra que el gobierno da a esta comunicación, lo que
dice es que la operación está destinada a hacer más eficaz la con-
frontación con las actividades contrarrevolucionarias de Hermanos
al Rescate, y no hay una sola mención a un derribo de aviones o a la
muerte de alguien. Para el gobierno todo esto debe implicar asesinato
premeditado, de tal manera que todos quedemos felices al aparecer
un chivo expiatorio que pague por las idioteces de Basulto.

—¿Por qué ellos la llamaron Operación Escorpión? Tal vez han


sido picados demasiadas veces por Basulto..., quién sabe. El go-
bierno dirá cualquier cosa. Ellos preparan cualquier argumento.
La próxima cosa que argumentarán... como es Escorpión..., un
escorpión mata..., pues eso lo hace asesinato. Ellos dirán cual-
quier cosa para llevarlos a condenar por este cargo, porque se
consiguieron una cabeza por estas muertes: miren..., tenemos al
sujeto responsable. Como les dije antes, tiene que ser el mayor
chivo expiatorio en esta Corte.

Se siguen mostrando mensajes relativos a la Operación Escor-


pión, que piden información sobre vuelos de Hermanos al Rescate,

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y Paul asegura que de eso se trata: conseguir información. No obs-


tante, el gobierno se quiere adherir a la palabra «confrontación» pa-
ra que el jurado encuentre culpable a Gerardo de conspiración para
cometer asesinato.

—Algo sencillamente sin precedentes.

El abogado a continuación se refiere a la Operación Venecia,


que el gobierno ha querido confundir con la Operación Escorpión.
Eso es falso. La operación Venecia está relacionada con la salida de
Roque y la denuncia a Hermanos al Rescate, como lo demuestran
otros mensajes: el primero en discutirse está vinculado con los de-
talles del viaje. Qué hacer, cómo hacerlo, quién lo apoyará... Y luego
se discute otro al que McKenna identifica como su favorito: «Cuan-
do se haga pública la salida de Roque, la primera reacción de Iselín
debe ser de incredulidad y luego de condena, debiendo llamar al
agente Oscar Montoto para verificar las noticias», resume Paul del
mensaje. Luego recuerda al jurado que, en su apertura, el gobierno
anunció a Montoto como testigo, pero luego se llamó a capítulo y
se abstuvo de hacerlo antes de seguir.
El abogado lee: «Su conducta con Hermanos al Rescate y con Ba-
sulto debe de ser extremadamente cautelosa». Y entonces razona:

—Yo pensé que Basulto sería muerto en este plan de asesinato del
que se ha hablado. ¿Cómo pueden decirle a Iselín que sea caute-
loso con Basulto y Hermanos al Rescate? ¿De qué están hablan-
do? ¿Sea cauteloso con el fantasma de Basulto? Yo sé que ella
dijo –y Paul apunta a Heck Miller– que Basulto iría al cielo.
Este mensaje desmiente esa teoría y el caso no se sostiene
porque ha sido levantado con un propósito de venganza y la
venganza no funciona. Es absurdo que Cuba pida información
sobre la participación personal de Basulto en los vuelos y luego,
si el plan es asesinarlo, oriente respecto a la conducta que se
debe seguir con él. Todo lo que se habla en esos mensajes está
vinculado al regreso de Roque y su denuncia. El resto de los
mensajes lo demuestra; se refieren a la situación creada aquí por
los sucesos, además de incluir algunas expresiones de reconoci-
miento por las operaciones identificadas indistintamente como
Germán y Venecia. Claramente Venecia es una operación en sí
misma y distinta de Escorpión.

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Y a media mañana, Paul exhorta al jurado a considerar si el go-


bierno ha probado algo más allá de la duda razonable, concepto
que será definido en las instrucciones como una duda que no les
haría vacilar en el más importante de sus problemas.

—Eso significa que ustedes tienen que saber justo aquí, en sus en-
trañas y en sus cabezas que, por Dios, este señor no es culpable,
y yo lo sé. Las pruebas no son suficientes en absoluto, ni siquiera
se acercan a la posibilidad de serlo. ¿Cómo ustedes podrían no
dudar con la clase de caso que les han presentado?

Dicho esto, McKenna propone un receso sin que yo, bastante can-
sado, me anime a tomar nota de la hora. La jueza ha dicho que tras
un descanso de diez minutos estaremos de vuelta a las 10:44 a. m. Y
como estoy utilizando la transcripción, te puedo decir ahora, más de
tres meses después, que todo esto está pasando a las 10:34 a. m.
De vuelta a la sala. McKenna quiere terminar con el área de los
mensajes. Señala que Roque no ha estado envuelto de modo alguno
con el derribo o algo parecido y refuta la fusión que ha querido esta-
blecer la Fiscalía entre la salida de Roque y el derribo de los aviones.
Antes de pasar al próximo asunto, Paul recuerda al jurado que
ellos son la barrera de contención entre Gerardo Hernández y el
poder del gobierno, que el sistema de justicia está por encima de
chivos expiatorios y está por encima de entregar cabezas para ha-
cer que una familia o que una comunidad se sienta mejor. Hacerlo
sería el principio del fin de este sistema, les recuerda Paul antes de
adentrarse en el testimonio del coronel Buchner, comenzando con
una breve panorámica de cómo veía Cuba a Hermanos al Rescate.
La otra cara de la moneda con Hermanos al Rescate es el por-
qué y el dónde ocurrieron los hechos. El porqué ha sido realmente
cubierto y tiene que ver con la percepción del grupo como un ente
hostil, una amenaza a la población de Cuba, al control de tráfico
aéreo, a la manera en que se conducen las cosas allá, y ellos inten-
taron todas las vías antes de ejecutar la opción final.
Respecto a cómo ocurrieron las cosas, el testigo más competente
ha sido el coronel Buchner, el único que revisó la evidencia viva
estudiando las grabaciones de imágenes y de audio, sobre quien
los fiscales quieren desviar la atención diciendo que no investigó
el pasado de los fallecidos. Paul explica que él nunca enviaría a un

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experto a tocar a la puerta de los familiares, a revivir el pasado o a


echar tierra sobre ellos. En definitiva no merecían la muerte, fueron
seguidores llevados por Basulto a su trágico final. Como si fuera
poco, Kastrenakes se paró y faltó el respeto al testigo diciendo que
era un sembrador de pinos, ignorando su experiencia de combate,
sus credenciales y la preparación que le permitió arribar a conclu-
siones sobre lo que ocurrió el 24 de febrero de 1996.
El Mig dio un pase de aviso a Basulto fuera de toda duda, y
mientras este ignoraba al caza que se desplazaba a 540 nudos o
10 millas por minuto, y decía ji, ji, ji, el piloto de combate se dio de
boca con Carlos Costa y lo derribó para hacer luego lo mismo, unos
minutos después, con el de Mario de la Peña en la misma área, lo
cual fue establecido más adelante.
Una de las mejores piezas de descargo es la transcripción de
audio del avión de Basulto, que fue introducida en la evidencia
por la defensa, lo que desmiente la acusación de la Fiscalía de que
McKenna pasaba por alto las pruebas. Junto a esta pieza, fue intro-
ducida en la evidencia, por la defensa, la grabación de imágenes a
bordo del mismo avión, y además se llamó a testificar a José Basul-
to, ante la reticencia de unos fiscales que quisieron sustituirlo por
Arnaldo Iglesias –quien ni pintaba ni daba color a bordo y se bajó
del avión con unas coordenadas escritas en la mano, y luego tam-
bién escribió algo en sus manos durante el testimonio—.
Ahora resulta que la Fiscalía acusa a Paul de pasar por alto las
pruebas. Ellos, que no se tomaron el trabajo de analizar el video a
bordo del avión o la grabación de audio, y que no se atrevieron a
llamar a Basulto como testigo de cargo.

—¿Por qué no harían todas esas cosas que yo hice? ¿Yo pasé por
alto la evidencia? No me parece que esa sea una acusación justa
contra mí.

Se repasan algunas porciones del audio: página tres, con la ad-


vertencia a Basulto por parte del tráfico aéreo de La Habana –de
quienes, no obstante, el gobierno insinúa que estaban en el su-
puesto plan para derribar a los aviones–. Página seis, donde Mario
de la Peña dice que le gustaría también anunciarse. Paul recuerda
al jurado que anunciarse es todo lo que han estado haciendo du-
rante dos años con sus violaciones y ahora Basulto dice que no

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sabe lo que eso quiere decir. Página nueve, con toda la conversa-
ción acerca de los Mig, en contraposición al testimonio de Iglesias
que dice no haber visto un caza: «Lanzaron los Mig», «Dámela a
mí» –pide Basulto la cámara–, «Ahí lo tienes, vuélalo tú, Arnaldo».
–McKenna pregunta si también querrán vender estas imágenes y
continúa leyendo–: «Van a tirar..., nos van a tirar... ¡Tú verás!... ¡Bár-
baro!...». Y antes de referirse al primer derribo, que Basulto equivo-
cadamente interpreta como una bengala, el abogado recuerda al
jurado de lo que se trata para él:

—Para este sujeto es un juego... «¡Bárbaro!» ¡Ahhh!

Y Basulto vio una bengala cuando en realidad el avión de Carlos


Costa era derribado o, al menos, eso le pareció. Pero la realidad es
que no hubo bengalas ese día y el hecho queda claro en la trans-
cripción de los Mig.
Ya estamos en la página diez. Los Mig siguen alrededor y se ha-
bla de ello, ya se ha observado una explosión sin que se hable de
retirarse o se le dé aviso a alguien: «Un poco más abajo. Tenemos
un Mig alrededor».

—Ahí es donde dice ji, ji, ji. Adoraba ese momento. ¿Ustedes real-
mente piensan que estaba nervioso? Él no estaba nervioso, es-
taba en su elemento.

Un poco después, el fragmento en el que Mario de la Peña in-


forma tener un «Bogey in the air». El gobierno quiere hacer creer que se
trata de Carlos Costa, para ocultar el hecho de que De la Peña sabía
también que había Mig en el aire y que, aun sabiéndolo, no se reti-
ró, puesto que eso significaría que él también estaba jugando. Ellos
quieren ocultar que él también estaba al tanto y que la frase «Coco
en el aire. ¿Dónde tú estás?» fue pronunciada por él. Paul pide al
jurado que recuerde el testimonio del propio Basulto al respecto,
en el que espontáneamente identificó a Mario de la Peña, en con-
cordancia con la lógica de la grabación. Establecido el punto, Paul
anuncia al panel que hablará de los radares, aunque les dice que
no se preocupen porque no abusará de los medios audiovisuales.
Yo trataré de seguir la pauta, pues realmente me parece haber
dedicado una eternidad a los argumentos finales. Nuestro abogado

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presenta al jurado una tabla comparativa de ambos radares, el cu-


bano y el norteamericano, para hacer un contrapunteo en relación
con algunos parámetros. Primero, preservación de datos: los datos
cubanos fueron archivados y preservados directamente a partir de
la plancheta original, mientras los del radar norteño matraqueados,
trajinados, transvasados y removidos de un medio a otro, para ter-
minar en un programa de computación cuyas interioridades nadie
ha podido explicar al jurado, así como tampoco la integridad de
todo el proceso. Teniendo la capacidad de imprimir directamente la
imagen en pantalla, en el día de los hechos, los norteamericanos se
abstuvieron de hacerlo. Y ahora la Fiscalía quiere volcar sobre Cuba
las suspicacias del jurado por no haberlo hecho con las imágenes
recibidas en el control de tráfico aéreo.
Paul se refiere al proceso y al testimonio de Clelland:

—Él no sabe quién lo hizo, en qué forma, si algo fue alterado en


esa transferencia, si la integridad de los datos cambió. Él no lo
sabe, pero incluso así ellos están tirando a jarana mi radar cuba-
no. ¿El de ellos es tan a prueba de sonidos? Vienen aquí y dicen
que como es un radar norteamericano..., eso es así amigos..., ese
radar cubano tirémoslo a risa fuera de esta Corte.

Y prosigue:

—Cuando nosotros los seleccionamos a ustedes como jurados,


una de las cosas que hicimos, una de las preguntas..., y es pro-
bablemente la pregunta más importante que les hicimos cuan-
do los estábamos seleccionando, fue: «¿Ustedes escucharán con
una mente abierta a los testigos de Cuba, aun a testigos que
pudieran estar conectados con el gobierno?». Y cada uno de
ustedes dijo sí, que lo harían. Ahora el gobierno, en esta etapa
del caso, quiere que ustedes olviden esa promesa. Ellos quieren
que ustedes rompan esa promesa y se digan: «Hey, cualquiera
de Cuba..., tú no puedes confiar en eso. Ellos son basura allá
abajo». No rompan su promesa para conmigo, damas y caballe-
ros, mantengan su promesa. Solo juzguen a estos testigos como
lo harían con cualquiera otro. No los boten fuera y los rechacen
únicamente porque son de Cuba.

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El segundo parámetro comparativo en la tabla de Paul es la


precisión, el abogado se refiere a las características físicas del radar
sobre el Pan de Matanzas con cuatro antenas, fijo, a buena altura,
especializado en objetivos lentos y más cerca de los hechos. En
contraposición, el radar de Cudjoe Key consta de una sola antena,
sobre un globo a 10 000 pies de altura, sujeto a las condiciones
meteorológicas y dedicado a otras actividades ese día.
La alineación es el tercer parámetro y Paul recuerda que el equi-
po cubano fue alineado por el propio Cecilio, mientras el testimo-
nio de McClelland fue vago acerca de quiénes y en qué condiciones
habrían calibrado los radares norteamericanos.
La inconsistencia de los datos de radar es, según Paul, el cuarto
parámetro y también una pista falsa sobre la que la Fiscalía quiere
dirigir la indagación del jurado. Kastrenakes cuestionó extensamente
al coronel Buchner acerca de esto, para ocultar que así como los rada-
res cubanos tienen sus contradicciones, los norteamericanos también.
Cuatro radares distintos dan cuatro coordenadas distintas en Cuba, de
la misma manera que los norteños se aparecen en la OACI con cinco
trazos diferentes y se les dice que se los lleven y vuelvan con uno solo.
Encima de eso, los fiscales arman una alharaca alrededor de los datos
borrados de los Mig, cuando el gobierno también lo hizo con el radar
de Cayo Hueso. Sencillamente, los radares no son perfectos.
Y el último parámetro es el testigo llamado en relación con los
radares, el mayor Cecilio García, el único protagonista de los hechos
subido al estrado durante el juicio. Ahora el gobierno argumenta
que no se le puede creer solo por el simple hecho de no querer re-
velar secretos militares cubanos acerca de otra estación de radar:
«Damas y caballeros, helos aquí nuevamente. Ellos utilizaron evi-
dencia en este caso... ¿Ustedes recuerdan las transcripciones de los
Mig? Eso viene de un puesto de escucha secreto del Departamento
de Defensa que ellos no revelarían, acerca del cual ellos no dirían...».

—¡Objeción! –salta Heck Miller. De nada sirvieron los side bar y la


audiencia de la tarde anterior en que se ventiló el asunto.
—Desestimada –y la jueza parece recordar lo que se discutió la
víspera, permitiendo a Paul proseguir.
—Lo que es bueno para el ganso también lo es para la gansa.
Cuba tiene algunos secretos militares que preservar, al igual que
nosotros. No sigan esas falsas huellas, pues ellos hacen aquí

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exactamente lo que se hace en Cuba. De nuevo ellos no quie-


ren que ustedes crean a los cubanos porque son cubanos, pero
ustedes no van a hacerlo porque nos dijeron que serían sufi-
cientemente abiertos para escuchar a los testigos y juzgar su
credibilidad sobre la base de lo que oigan, como con cualquier
otro testigo. Ellos no quieren que lo hagan, porque si lo hacen,
su caso estará en un gran, gran problema.

Se acabó el tema del radar y Paul entra en el del capitán Johansen,


de quien nos recuerda que la Fiscalía lo calificó como un testigo
inconmovible: «Cuando usted pone un testigo en un pedestal de
esa forma, usted sabe que será derribado, y yo pienso que ellos lo
saben y ustedes lo verán ahora».
Paul se refiere al testimonio donde el coronel Buchner analizó
la participación de Johansen como testigo y repasa las inconsis-
tencias del marinero: después de observar dos aviones que eran
derribados, no llamó al guardacostas. Su barco no cambió el curso
o se detuvo o siquiera aminoraron la marcha para buscar sobrevi-
vientes. Según el reporte de la OACI, el Triliner estaba a 18 millas del
crucero, fuera de su horizonte, y no obstante el testigo dijo haberlo
visto. El Triliner no aparece en el video tomado por Basulto, contra-
diciendo el testimonio del capitán. Tanto el capitán del Majesty of the
Seas como los propietarios de la línea de cruceros rehusaron avalar
las posiciones y tiempos dados por Johansen.
Johansen contradice el propio reporte del FBI, en el que se con-
signa su participación en un encuentro con esta organización y con
el guardacostas, el día posterior al derribo. Los datos del hecho
son supuestamente escritos en una hoja llena de tachaduras para
ser luego vertidos en la bitácora del buque; y en el momento del
testimonio, la hoja es utilizada a escondidas y retirada subrepticia-
mente al capitán por el oficial del FBI, Al Alonzo, en un gesto que,
gracias a la perspicacia del Faquir, no pasó inadvertido a la defensa.
Finalmente Paul repasa el último punto de Buchner. Ni una sola
de las aproximadamente tres mil almas a bordo del barco ha sido
llamada por la Fiscalía a fin de corroborar este testimonio; todo lo
que hacen, en el caso de refutación, es llamar a un experto que ha-
bla de �evys, y luego a otro que no sabe que había aviones Mig en
el aire ni que el video fue tomado del asiento izquierdo. No se mo-
lestan siquiera en analizar la grabación completa, para embarcarse
en la bizantina discusión acerca del espejo o el Mig.

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Y ahora es Paul el que se lanza a explicar, a través de una teo-


ría algo enmarañada, las motivaciones que habrían dado origen a
las inconsistencias del marinero, las cuales en mi opinión son sufi-
cientes por sí solas, sin necesidad de meternos en la conciencia de
Johansen para poblar de cucarachas su credibilidad.
Pero nuestro amigo no quiere dejar nada sin explicar y aquí va
su teoría con el apoyo de la bitácora del barco de placer, a la que,
informa al jurado, solo ha tenido acceso unos días antes. Según
McKenna, las posiciones del barco en itinerarios idénticos, en com-
paración con la que se registró el día del hecho, muestran que el
Majesty of the Seas realmente acostumbraba a navegar más al sur en
esa área, más cerca de la costa de Cuba de lo admitido por el capi-
tán, cuando dijo que ellos siempre seguían el curso de la corrien-
te del Golfo. La bitácora nos muestra que la semana anterior, a la
misma hora, la nave se hallaba en una latitud 10 millas más al sur.
Por lo tanto, el capitán habría mentido para no admitir que había
estado en el lugar equivocado durante el incidente.
Desde ahora te puedo decir que este superfluo ardid no le saldría
bien a nuestro amigo, tal y como se encargará de demostrar Kas-
trenakes, que no tiene un solo pelo de tonto, en sus argumentos
de refutación.
Y bitácora en mano, se blande un elemento más sólido para
terminar con el capitán Johansen: después que este testificó que no
fotografió las manchas de aceite porque ellos no hacen eso, porque
no es un procedimiento que ellos harían y porque adicionalmen-
te no poseen los equipos para ello, ahora resulta que el abogado se
tropieza con una anotación anterior en la que, sin haber ocurrido
algún incidente, el barco encontró una mancha de aceite y se tomó
el trabajo de documentarla y hacerle fotografías:

—Si ellos se detuvieron a fotografiar una mancha de aceite sin que


hubiera ocurrido algún hecho –pregunta Paul–, ¿cómo es que no
pararon para fotografiar las manchas del derribo de dos aviones?

Y McKenna aventura que, quizás por estar más cerca de Cuba


que lo admitido, la tripulación habría querido alejarse lo más aprisa
posible.
El testimonio de Johansen es apoyado por el piloto del guar-
dacostas, que dijo haber visto dos manchas de aceite, como otras

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cientos anteriormente, en una localización a lo largo de la corrien-


te del Golfo. El motor del Skymaster es capaz, según él, de originar
una mancha de aceite del tamaño de un campo de fútbol, y en su
reporte firmado hace cinco años acepta no haber sido capaz de
identificar la naturaleza de los escombros que yacían en el mar. No
obstante confunde una cagada de pato en el cristal de su avión con
un velero que nadie más vio en el área.
Como contrapartida, un oficial cubano de Guardafronteras halló
un bolso al norte del Morro. No se trata de un político o de un fun-
cionario del gobierno cubano, sino de un oficial de línea en una
misión de salvamento. Y frente a este testimonio, el gobierno no ha
llamado a un solo testigo que desmienta la pertenencia del maletín
a Hermanos al Rescate, los que, por otra parte, se gastan 14 000 dóla-
res todos los años en equipos de video, según sus reportes financie-
ros. Tanto el bolso como su contenido fueron entregados a la OACI,
justo tras el derribo y cuando nadie sabía que se haría un juicio en
relación con esta historia en Miami, cinco años después.
Esto es más confiable que un par de manchas de aceite en me-
dio de la corriente del Golfo, por mucho que el gobierno diga que el
testigo es un cubano, que esto lo cancela y lo saca de consideración.

—Ustedes no son el gobierno. Ustedes hicieron la promesa de es-


cuchar a cada testigo, y no solo sobre lo que fue encontrado a
9 millas de las costas de Cuba. No olviden que yo llamé a dos
testigos en este asunto. El primero fue Herrera, quien lo encon-
tró. Él dijo que estaba sumergido en la corriente del Golfo..., no
en la corriente del Golfo..., en las aguas».

Y el segundo es el oceanólogo, cuyo estudio coincide con las


marcaciones del radar de Cecilio. De manera que tenemos un hom-
bre que halló el maletín, otro que calculó su posición original en el
momento del derribo y otro que estaba observando esta posición
en su pantalla el día de los hechos. Estos testigos se respaldan en-
tre sí, y cuando el gobierno se refirió a su elucubrado triple play en
relación con el derribo, más Concilio Cubano y la solución de Her-
manos al Rescate, no sabía que ese triple play sería presentado aquí
en la forma de estos testimonios.
No obstante, Kastrenakes persistió en empujar al jurado por un
atajo falso, cuestionando al científico acerca de una frasecita que

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pudo haberle sido mal traducida. Kastrenakes se lanzó a divagar al-


rededor de la dirección de una corriente a 3 millas de la costa, que
no tiene que ver en absoluto con algún testimonio o elemento del
caso. De nuevo se insiste en sembrar la confusión.

—Al final, en el último análisis, aun cuando hemos empleado tres


cuartas partes del juicio ocupándonos del lugar en que ocurrió
el derribo..., y parecería una locura el decirlo en este punto, esto
resulta demasiado irrelevante porque el crimen por el que el
gobierno ha acusado es el de conspiración, es decir, el de un
acuerdo para derribar a cuatro personas en el espacio especial
marítimo y territorial de los Estados Unidos. No se trata de dón-
de fueron derribados los aviones sino de cuál fue el acuerdo...

Y de nuevo se recuerda al panel la preocupación de Cuba res-


pecto a su propio territorio, respaldada por absolutamente toda la
evidencia. Si el jurado se percata de esto una vez que comience a
deliberar, se dará cuenta de que no necesita recordar las tres cuar-
tas partes de un juicio diseñado por el gobierno para confundirlos
desde el principio.
A punto de concluir, Paul quiere dar las gracias a todos los par-
ticipantes antes de abordar someramente el resto de los cargos.
Mientras te escribo esto la cabeza me da vueltas, por lo que trataré
de ser aún más sintético que Paul cuando abordamos el Cargo 2.
McKenna comienza reconociendo el trabajo de Norris y Jack,
que le evita entrar con profundidad en este cargo. Tal vez la manera
mejor de entender este cargo radica en un fragmento del interro-
gatorio a Joseph Santos por el propio abogado:

—Usted nunca tuvo discusiones acerca de conseguir información


secreta o algo parecido con Giro. ¿Las tuvo?
—No.
—Él nunca le dijo que consiguiera información de defensa o de
seguridad nacional. ¿O lo hizo?
—No.

Y ahí está la esencia. Un millón de expertos puede pasar por el


estrado, pero ni ellos, ni Heck Miller, ni Kastrenakes, ni Buckner, ni
ninguna otra persona que estaba dentro de la conspiración como

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lo estaba Santos. Sencillamente no se discutió la obtención de secre-


tos de defensa nacional.
Ahora la teoría es que, en un futuro, algún día, alguno de los
acusados podría decidir conseguir secretos para intentar dañar a
los Estados Unidos y dar una ventaja a Cuba sobre este país. Eso
es una fantasía. Pero la realidad es que Santos lo habría dicho si se
hubiera discutido hacer eso en un futuro. Sencillamente eso nunca
ocurrió. No se puede especular sobre si hubieran podido, o habrían,
o podrían, o en tal vez, o en quizá. Aunque la ley referida a conspi-
ración no implica que el acuerdo tenga necesariamente éxito, esto
no da a la Fiscalía licencia para acusar sobre especulaciones. Ellos
tienen que probar que se acordó conseguir información resguar-
dada y que esta se utilizaría para dañar a los Estados Unidos o dar
ventaja a Cuba. Eso sencillamente no se probó. Y no se probó por-
que sencillamente no se hizo.
No se puede acusar de espionaje solo porque se utilizó la pala-
bra secreto o porque se hable de penetración, de la misma manera
que no se puede utilizar la palabra confrontación, aparecida en un
mensaje, para implicar conspiración para cometer asesinato. San-
tos se libró de una sentencia de cadena perpetua testificando para
el gobierno, pero Paul no tiene por qué perder el tiempo en eso
porque la Fiscalía ha basado este cargo en una falacia. Como Cuba
no representa una amenaza para este país, ellos tienen que inven-
tar la amenaza china y la amenaza rusa, pero cuando la evidencia
se pone junto al testimonio de Santos, queda claro que el sendero
que apunta a alguna información protegida no conduce a ningún
lado. Se termina. La única manera de seguir andando ese sendero
es embarcarse en la ruta de las elucubraciones de la Fiscalía salién-
dose de la evidencia y de los testimonios.
A las 11:50 el abogado entra en el cargo de los documentos
falsos. Muy rápidamente Paul hace una lectura algo forzada de la
ley que establece que el documento tiene que ser diseñado por
estatuto o regulación para la entrada a Estados Unidos. Y señala
que, como Gerardo utilizaría los documentos en un plan de fuga,
la ley no se aplica. —Esto último es un apretón a la tuerca que nos
parece excesivo—. Por otra parte, algunos documentos han sido
hallados en contenedores ocultos, sin que se estableciera que el
acusado los tuviera en su posesión directa.
Gerardo Hernández estaba en Estados Unidos temporalmente y
no hizo ningún daño. Él no tomó dinero a este país o algún producto

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fraudulentamente. Él único documento ilegal del que hizo uso fue


la licencia de conducción, pues el resto no está siquiera firmado y
está claro que solo habrían de serlo en caso de tener que abando-
nar el territorio. En cuanto a los cargos de ayudar y apoyar a otros
agentes –plantea Paul–, todos estaban realizando sus actividades
aquí cuando su cliente arribó por primera vez a estos lares.
Y antes de despedirse McKenna quiere dedicar unas palabras a ad-
vertir sobre pistas falsas y confusas, como si tuviera una premonición
de lo que será el argumento de refutación de Kastrenakes. La Fiscalía
puede hacer uso de esta única oportunidad para acudir a las emocio-
nes del jurado de mil maneras. Ellos pueden poner la grabación de
los Mig, que a él mismo le causara disgusto, para que dejen de ser
objetivos y actúen contra Gerardo. Se pueden referir al chofer de taxi
sobre quien el acusado hiciera un reporte en la Isla, aunque eso no
tiene nada que ver con este caso y fue introducido en el juicio preci-
samente para despertar el odio del jurado. Ellos se pueden referir a la
mentira del libro bomba, que no era tal y que ni siquiera tiene que ver
con alguno de los acusados, para que el defendido termine, a los ojos
del jurado, como un maldito comunista al que hay que odiar por eso y
para que de esa manera el jurado no mire a la evidencia.

—Una última cosa quería decirles antes de sentarme y recoger mi


reguero. La señora Heck Miller se paró aquí el otro día y dijo que
ella quería que la propaganda cesara. Bueno, yo no sé exacta-
mente lo que quiso decir con eso, pero les quiero decir esto:
nada de lo que yo he hecho en este caso es propaganda. Yo iría
a donde quiera para encontrar la evidencia. Yo iría a la luna y
no estoy avergonzado de haber ido a Cuba. Yo estoy satisfecho
de haber ido allá e iría de nuevo, e iría hasta el fin del mundo
si pudiera encontrar la evidencia y encontrar la verdad y yo no
soy un lacayo de Castro y no soy un incauto. A mí no me gusta
el comunismo. Yo tuve dos abuelos que lucharon en la Primera
Guerra Mundial. Uno recibió la condecoración Corazón Púrpura.
Mi padre luchó en el Pacífico sur. Yo no soy comunista y no me
gustó haber sido calificado como tal en este juicio, y no me gus-
ta que se esté insinuando que soy un propagandista de Cuba.
Yo no lo soy. Yo fui allá y solicité evidencia. Ellos no me dijeron
qué utilizar. Utilicé la evidencia que pensé que demostraba la
inocencia de mi cliente de estos cargos; así que olvídense de

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la propaganda. No hay ninguna. El asunto aquí, ahora mismo,


es lo que ustedes van a hacer, cuál va a ser su veredicto. ¿Ustedes
tienen el coraje de votar no culpable? ¿Ustedes tienen el coraje
de ser justos y de saber cuando ellos activan esa grabación con
«cojones» que no es evidencia contra mi cliente? ¿Para poner a
un lado esa cosa del taxista? ¿Tienen los nervios para hacer to-
das esas cosas? Yo sé que la respuesta es que pueden. Ahora yo
lo sé y sé cuáles van a ser sus veredictos. Gracias.

Al filo del mediodía Paul ha concluido sus argumentos finales


dando cumplimiento a su compromiso con la Fiscalía. Dos horas
con cuarenta y dos minutos. Ochenta y tres páginas de transcripción.
Paul no me ha permitido resumir, pues todo lo que dijo fue esen-
cial. Y se limitó en cuanto a adornar su discurso, seguramente apre-
miado por la necesidad de cubrir tantos ángulos y el volumen del
contenido que tenía que incluir en menos de tres horas. Sus argumen-
tos fueron sólidos, emotivos y sencillamente brillantes. Desentrañó
elucubraciones, señaló al jurado todo espacio vacío que Heck Miller
llenó con sus propias invenciones y alertó repetidamente respecto al
uso desmedido que ha hecho el gobierno del factor prejuicio. Que
el panel no le haya hecho el menor caso, como luego lo demostraría
la historia, se debe solo a una cosa: precisamente al factor prejuicio.
Habrá que dedicar unos párrafos al prejuicio, más adelante, en este
diario. Todos quedamos muy satisfechos con nuestro amigo Paul
McKenna.
Flaquezas: obvió la pieza maestra del coronel Buchner, cuando
el experto combinara exquisitamente el audio de los Mig con el
video a bordo del N2506, dejándome con deseos de matarlo al tirar
a mondongo el trabajo sobre esto que me había tomado media
semana. Se aferró demasiado a los radares obviando los méritos
propios de la grabación de los Mig, que por sí sola contenía bastantes
elementos exculpatorios relacionados con la posición de los derribos.
Por otra parte, empleó demasiadas energías en asuntos que no
constituyen elementos para probar en el caso, energías que pudo
haber empleado en profundizar en lo esencial: el acuerdo, según
lo habría concebido Gerardo.
Su teoría para explicar las incongruencias del capitán Johanson
fue muy tomada de los pelos y lo hizo vulnerable. Algo que aprendí
en este juicio es que los fiscales pueden darse el lujo de inventar
las más increíbles teorías, pero si se trata del abogado defensor el

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jurado no perdona el menor desliz. No olvides que aquí tú eres cul-


pable hasta que no demuestras, más allá de toda duda imaginable,
tu inocencia. Esto será más adelante también motivo de análisis y
desde ahora te advierto que vayas olvidando todas las películas de
Hollywood que has visto.
El que haya señalado estas flaquezas no demerita en nada el
tremendo trabajo de este gran abogado. No se puede olvidar que
enfrentó una tarea descomunal, teniendo que asimilar muchos
elementos de gran complejidad técnica. Sus argumentos fueron
brillantes, independientemente de la decisión del jurado. Sencilla-
mente no se puede hacer que un asno coma con tenedor. Ese fue
el trabajo que le tocó a Paul McKenna.
Paul ha terminado y Kastrenakes pide cinco minutos para que
los autorizados a pararse estiren las piernas, mientras los cinco
que no, estiramos el pescuezo. A las 12:05 p. m. salta el fiscal al
podio como toro al ruedo bufando, impetuoso y agresivo, mitad
histrionismo y mitad, supongo, genuina ira. No olvides que su arro-
gancia ha sido barrida por el piso de la Corte, una y otra vez, du-
rante casi siete meses. Y ahora le ha llegado la oportunidad de
desquitarse gracias a este privilegio único que se llama refutación.
Así que nos llenamos de paciencia para ver desbordarse el caudal
inagotable de su ruindad y su degradación al amparo de esa carga
sin respuesta que los procedimientos otorgan a los honorables y
honestos representantes del gobierno.
Las gracias de rigor. El jurado ha sido un fenómeno. Se han sa-
crificado como corderos en festividad judía y como pavos en Día de
Acción de Gracias. En fin, apertura clásica:

—Cualquiera que sea su veredicto, no les puedo pedir nada más.


Ustedes han prestado atención. Ustedes han estudiado a los testigos,
no solo lo que dicen sino su comportamiento –y me permito resaltar la
frase, mientras el fiscal dice al jurado que este es un caso ex-
tremadamente importante y estará en sus manos a partir del
próximo lunes.

Expresa que los abogados de la defensa se han cansado de decir


que la Fiscalía derrochó el tiempo del jurado y que los hechos que
han traído a juicio a los defendidos son culpa de todo el mundo,
excepto de ellos.

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—La falta es de la comunidad cubana. Ellos están aquí trabajando


ilegalmente para la comunidad de Inteligencia de Cuba, pero
es por culpa de la comunidad cubana exiliada de Miami. —Y así
de rápido ha sacado las uñitas este alcahuete intelectual, envol-
viendo a sus compinches del negocio anticastrista en la bande-
ra de una comunidad cubana que no ha sido mencionada por
nosotros, en casi siete meses de juicio, ni siquiera una sola vez.
Que no lo ha sido ni siquiera de pasada—. Que sus fiscales en-
foquen su atención sobre la comunidad cubana exiliada –sigue
destilando su veneno–, no sobre nosotros. Júzguenlos a ellos y
no a mí. Juzguen a la Fundación Nacional Cubano-Americana,
juzguen a Alpha 66, PUND, Rodolfo Frómeta. No nos juzguen a
nosotros. Miren para allá. No me miren a mí.

El fiscal se pregunta por qué decimos eso y además acusamos


al FBI de no perseguir las actividades violentas contra Cuba, antes
de lanzar su segunda mentira al rostro del jurado:

—En cada uno de los casos que Joaquín les mencionó, alguien
resultó arrestado y procesado. Parece que el FBI hace su trabajo.
—¡Objeción! –salta Méndez–, tergiversa la evidencia.
—Sostenida –y una vez que la jueza da un tirón de riendas para
devolver al fiscal a la verdad, este se deshace en alabanzas al
trabajo del FBI... contra nosotros.

Fabuloso lo llama. Los mejores de lo mejor. Han establecido un


récord. La vigilancia, los registros, el descifrado de los discos. Ha
sido un placer y un honor.
«Claro que para los abogados defensores las agencias de la ley
nunca hacen lo correcto. O bien se apuran demasiado en arrestar a los
acusados o, como se ha argumentado en este caso –otra mentira–,
esperaron demasiado y terminaron consiguiendo excesiva eviden-
cia. O se movieron muy rápidos o muy lentos para poder establecer
fuera de toda duda razonable el intento de los acusados. Esto último
es la médula de este caso. Cuatro personas inocentes están muertas
y la culpa es de Basulto o de la FAA, pero no del acuerdo cómplice de
su cliente con sus socios en Cuba para matarlos. No miren a la evi-
dencia que lo vincula al acuerdo para matar a esos esposos, herma-
nos, hijos y padres inocentes. Hablemos de Basulto». Y al tiempo que

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chilla, Kastrenakes se planta frente a Gerardo, muy valiente él, muy


fogoso él, muy iracundo él, y le apunta y manotea casi en su cara,
probablemente disfrutando el desquite por cada una de las patadas
al trasero que le hemos propinado en estos seis meses de juicio.
Mientras le miramos impasibles, sin demostrar cómo nos hierve
la sangre, mostrándole un respeto no merecido, el fiscal continúa
con su diatriba. Basulto fue llamado y examinado por tres días a
fin de desviar la atención del jurado, pero los acusados aquí son
los cinco que aparecen en el acta de acusación. Y el fiscal tuvo que
echar mano varias veces al documento para asegurarse, pobrecito
él, de que se trataba de nosotros y no de sus amigos José Basulto o
Rodolfo Frómeta y, por supuesto, de la comunidad cubana exiliada.
Esto realmente no me extraña. Supongo que cada vez que tenía
que meter la cabeza debajo de la mesa, debía encontrar en el suelo
alguna copia de su acta de acusación.
Pero Carlos Costa y Mario de la Peña no eran exiliados sino nor-
teamericanos –al menos cuando no estaban provocando en Cuba,
ya que al sur del paralelo 24 eran cubanos libres–, porque ellos ha-
bían nacido aquí. Armando Alejandre hacía su segundo vuelo con
Hermanos al Rescate y Pablo Morales era un balsero rescatado por el
grupo. No obstante, el coronel Buchner considera que no hay que
averiguar sobre su pasado, le basta que se trate de la organiza-
ción y de Basulto. Eso es suficiente para aplicar la solución final.
Este es un caso acerca de consecuencias y responsabilidades.
Los acusados tomaron la decisión de adherirse a un buró de inteli-
gencia hostil, que ve a Estados Unidos como su principal enemigo,
sin que nadie los forzara. Estas son las reglas de la justicia federal
norteamericana y no las reglas de Cuba, las cuales no se aplican
aquí, a Dios gracias. Ellos son leales a Cuba y actuaron sobre la ba-
se de esa lealtad, y tienen ahora que enfrentar las consecuencias.
Sea Basulto del gusto del jurado o no, dijo algo, el otro día,
que Kastrenakes no puede olvidar: que cuando fue a escondidas
a Cuba para derrocar al gobierno «comunista del país, que todavía
lo es», sabía que estaba corriendo un riesgo. Lo mismo se aplica
a los defendidos, que conocían sus riesgos, conocían lo que esta-
ban haciendo y que podían ser descubiertos y encausados. Fueron
detenidos y la detención es la madre de la invención, de manera
que inventaron esa defensa de Disney World –que al parecer le ha
dolido bastante al fiscal– echando sus culpas sobre todo el mundo.

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—Yo quiero que ustedes piensen en la política respecto a Cuba


–truena Kastrenakes volviéndose hacia nosotros mientras gesti-
cula como director de orquesta–. ¿No es el embargo una buena
idea? ¿A quién le importa? Señor Méndez, ¿no estamos noso-
tros mejor con estos sujetos en nuestro país? ¿Qué? Sí, eso es
grandioso. Nosotros queremos a estos sujetos enviando llama-
das amenazadoras tal y como lo hicieron a David Lawrence...,
enviando cartas amenazadoras a Allan Simpson en Wyoming.22
Libros bomba, sabotaje de hangares de aviación. Tal vez René
González puede introducirse en el hangar de Hermanos al Res-
cate y hacer algo que cause a los aviones... Nosotros estamos
mejor con ustedes, señores.

Y el fiscal se desarma tratando de apuntar hacia todos nosotros


al mismo tiempo y no le alcanzan los brazos para manotearnos a
todos simultáneamente, mientras se desplaza frenético de derecha
a izquierda y de nuevo a derecha, regalándonos su dedo acusador
y severo. No me voy a detener en cada una de las falsedades de la
parrafada.
En fin, que Estados Unidos estaría mejor sin nosotros aquí y an-
dando por las Carolinas, o Virginia, o Fayetteville, Cayo Hueso, etc.

—Ellos están donde quiera..., vamos –dice Kastrenakes.

No puedo estar más de acuerdo. Dejen a Cuba tranquila y yo


hubiera sido el primero en largarme para allá con el resto de los
espías, que mientras las cosas no cambien espero sean bastantes.

—¿Qué defensa han hecho acerca del cargo de los documentos


falsos? –pregunta mientras coge en falta a McKenna y alerta
al jurado respecto a la pista falsa en la lectura que hiciera del
estatuto. Efectivamente, la ley criminaliza la posesión de un
documento destinado a la entrada en el país y el delito es su
posesión, independientemente de que se usaría para salir de
Estados Unidos.

22 David Lawrence, presidente de The Miami Herald, y Allan Simpson, representante


a la Cámara por Wyoming. En la evidencia aparecen discusiones sobre el posible
envío de cartas intimidatorias firmadas por Alpha 66 a ambos, a fin de predis-
poner a las autoridades norteamericanas contra el grupo terrorista.

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Paul objeta repetidamente. La jueza da la razón a Kastrenakes.


Este aprovecha el impulso para referirse en general al resto de las
acusaciones relacionadas con documentos falsos, refutando las afir-
maciones de la defensa en el sentido de que el propósito no era
defraudar al gobierno y recordando que en las audiencias de fianza
los acusados se identificaron con nombres falsos. Ellos solo se iden-
tificaron ante el jurado una vez comenzado el juicio, cuando vieron
que la evidencia era abrumadora. Y aunque ahora dicen no discutir
el elemento de sus falsas identidades, se declararon no culpables
tras sus arrestos.

—Ellos fueron presumidos inocentes. Nos obligaron a probar su


culpabilidad más allá de toda duda razonable. Ellos recibieron
la ayuda capaz de abogados que argumentaron cada punto y
llamaron a muchos testigos y contraexaminaron a los nuestros.

Y agrega:

—Todo esto para personas orientadas a destruir a Estados Unidos


–y esta es la segunda vez que exhala esta barbaridad–, pagado
por el contribuyente norteamericano...
—¡Objeción! –brinca McKenna, un segundo antes de que lo hiciera
Joaquín para poner una moción.
—Sostenida –responde la jueza, pero Kastrenakes se hace el bobo.
—El señor Blumenfeld hizo esa declaración al jurado...
—¡Sostenida! –reafirma la señora Lenard que sabe muy bien lo
que Jack dijo y lo que no.

Y seguimos con la historia de que este desapasionado, frío, ana-


lítico y justo jurado sentado en la sala es la prueba de la grande-
za de este país. El argumento de la defensa de que estaban aquí
debido a las actividades del exilio cubano, es una falacia. ¿Por qué
estaban cerca de bases militares? ¿Por qué cerca de Boca �ica en
Cayo Hueso o en Fayetteville? Y de nuevo el fiscal se burla de la
orden de la jueza en relación con Fayetteville, lo que provoca una
objeción de Joaquín que Su Señoría sostiene. Pero el fiscal pare-
ce no darse por enterado y recita la leyenda que Fernando le
contara a Berlingueri, la misma que hace unos minutos acaba
de calificar de falsa cuando habló de los cargos relacionados con

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documentos, mezclándola con elementos reales, para recordar al


panel una y otra vez que Fernando estuvo cerca de una base mi-
litar. Ramón estuvo cerca de la base de McDill en Tampa y... ¡No
solo estuvo cerca!..., no, no, no... ¡También compró en una tienda de
la base! Y para no perder la costumbre de mentir al jurado, dice que
para eso Ramón necesitaba una identificación militar. Y luego recor-
dó que este también visitó durante dos días a unas amistades cerca
de la base de Eaglin.
El fiscal recorre ahora la llevada y traída discusión acerca de mo-
tivación e intento, explicando que la primera es lo que impulsa las
acciones de una persona, mientras que intento se refiere al estado
mental con el que esta realiza sus actos. Si los actos constitutivos del
crimen fueron cometidos como una violación voluntaria e intencio-
nal de la ley, deben de declararnos culpables, independientemente
de que hayamos creído estar actuando moral o políticamente bien.
Las personas pueden tener razones para cometer crímenes to-
dos los días en este gran país. Un ladrón de bancos puede hacer-
lo para pagar una operación que cuesta lo que no tiene. Rodolfo
Frómeta tuvo motivos para lo que hizo –hace falta tener cara para
repetir el cuento de Frómeta–, pero eso no lo hizo menos culpa-
ble ante la ley. La jueza será quien tome en cuenta cualquier cir-
cunstancia atenuante, en este caso, y el jurado tiene que hacer su
trabajo independientemente de que vea alguna motivación moral
detrás de la conducta de los acusados.
Tampoco cuentan los motivos del gobierno cubano para infil-
trar espías aquí, a la hora de determinar la culpabilidad de los de-
fendidos. En la propia acta de acusación se admite que parte de su
trabajo era infiltrar a los grupos anticastristas de Miami, sin que
eso los haga menos espías. Pero ellos también infiltraron al FBI y
al Congreso de los Estados Unidos –y ya no sé cómo contar tantas
mentiras, sabiendo que todavía quedan quién sabe cuántas más—.
La próxima me toca a mí, cuando el fiscal me quiere adjudicar la
autoría de la carta al tío de Ramón Saúl Sánchez. Sin haberse mo-
lestado en probarlo durante seis meses y a pesar de que el peritaje
admitió que no se podía determinar una vinculación de la carta a la
impresora de mi computadora, Kastrenakes se para frente al jura-
do y dice que mi impresora es la única de ese tipo entre las incau-
tadas a los acusados, lo cual es absolutamente falso, como sabría

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después por mis compañeros. Pero supongo que como lo dice la


Fiscalía, el jurado lo dé por sentado.

—Yo les digo que la carta viene de esa impresora y en este caso...,
¿a quién se le pidió que la hiciera? ¡Ding, ding! –suena como
una campanita mientras da unos saltitos hacia mí–. A René
González, el único con esa impresora en este grupo, este mismo
sujeto. ¿Quién creen ustedes que escribió la carta? No se nece-
sita ser un científico coheteril, amigos. El señor Horowitz no les
dio la versión correcta de la evidencia en este caso.

Si no lo estuviera viendo no pudiera creerlo. Este tipo ha ter-


giversado los hechos, la evidencia, el testimonio, el peritaje; se ha
burlado en su propia cara de mi abogado y todavía tiene la desfa-
chatez de decir al panel que Philip Horowitz no les dio la versión
correcta de la evidencia. Es increíble lo licencioso que puede ser un
fiscal en este país. Este gran país, como dice al jurado cada cinco
minutos.
Pero campanita no ha terminado conmigo. Después de todo, a mí
apenas se me ha juzgado en seis meses. La táctica de la Fiscalía ha
sido la de cargarme la mano en los argumentos finales, seguros de
que, cuanto digan, será asumido sin vacilaciones por el jurado, con
o contra toda evidencia. Ahora toca el turno a mi supuesta infiltra-
ción del FBI. Todo habría ocurrido así: Roque, que estaba dentro del
FBI, se iría a Cuba y yo lo tendría que sustituir –otra mentira– para
infiltrar la organización y averiguar lo que esta sabía y cómo lo ob-
tenía –otra mentira más–. En otras palabras, se trató de un pase de
batón de Roque a mí, y aunque es verdad que Héctor Viamontes
era un traficante de drogas –al fin lo tienen que admitir–, yo utilicé
esta información real para tomar el batón de manos de Roque.
O sea, que yo me acerco a Alex Barbeito con una información
real, para ganarme su confianza e infiltrar al FBI; algo diametral-
mente opuesto a lo que demuestran los documentos, en los que
queda claro que nuestro objetivo era sacar a Viamontes de circula-
ción, dejando el asunto en manos de Barbeito para desentenderme
yo del mismo. Pero de nuevo Kastrenakes lo está diciendo y él es
un fiscal, y representa al gobierno de los Estados Unidos, y está bra-
vito, algo histérico, y todo esto debe de ser verdad por contrario que
sea a lo que demuestran los documentos admitidos en evidencia.

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Luego Ding Ding recorre mis contactos con Al Alonzo y, sin recrear-
se en la insistencia infructuosa de este para reclutarme, al fin dice
una verdad. Obviamente yo no me identifiqué con el agente ni
le dije en lo que andaba ni le di saludos de parte de Roque y sí me
mostré todo lo gusano que pude. El fiscal aduce que lo que importa
es mi intento de confundir al FBI y no si él sabía quién era yo real-
mente. Y ahora una dosis de desvergüenza al ciento por ciento. Sin
mezclar. Las bombas en La Habana no justifican nuestra presencia
aquí. Si hubiera alguna evidencia directa y... ¡creíble!... –no olvides
que todo lo que viene de Cuba es mentira–, ellos procesarían a los
responsables de esas actividades terroristas. Él mismo lo investigaría
y llevaría el caso. El FBI quiere ir a Cuba para investigar los hechos, y
el fiscal comienza a especular diciendo que, como a nosotros se nos
detuvo, allá no quieren cooperar con el gobierno norteamericano,
con lo que levanta una serie de objeciones de Joaquín que lo obli-
gan a moverse de tópico, pues nada en la evidencia permite estas
especulaciones.
Toca el turno a la famosa excepción al requisito de registro que
se aplica a todo agente de un gobierno extranjero en visita tem-
poral relacionada con los asuntos internos de su país. Kastrenakes
apela –creo que por primera vez con razón– al sentido común del
jurado y le pide que tenga en cuenta que la excepción solo es para
oficiales reconocidos públicamente y no para espías. Si este país
admitiera espías legalmente por un minuto o por una hora –nos
dice el fiscal–, no habría necesidad de tener un escuadrón de con-
traespionaje en el FBI. Punto para Ding Ding.
Dicho todo esto, el fiscal somete al jurado la propuesta de que
todos los defendidos son culpables de los cargos de ser agentes
extranjeros sin registrar y de portar documentos falsos más allá de
toda duda razonable, antes de adentrarse en el cargo de conspi-
ración para cometer espionaje, que envuelve a Gerardo, Ramón y
Guerrero.
Continúa: claro que los defendidos no están siendo acusados
de haber cometido espionaje sino de conspirar para hacerlo. Esto
quiere decir que ellos acordaron entre sí recopilar y transmitir in-
formación resguardada relativa a la defensa nacional de los Esta-
dos Unidos.
El crimen es el acuerdo, independientemente de que se haya
tenido éxito o no. Si la conspiración tuviera que alcanzar sus objeti-

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vos para que el crimen se considere consumado, las calles estarían


llenas de cocaína antes de que la DEA (Drug Enforcement Adminis-
tration), la agencia antidrogas, pudiera evitar su venta. La imposibi-
lidad no es un requisito a la hora de probar el crimen, porque este
consiste en el acuerdo, independientemente de que resulte posible
de ejecutar o no. Por otra parte, este acuerdo no tiene que ser ex-
preso o formal.
Joseph Santos, un testigo veraz en todo lo que dijo, explicó que
fue entrenado para conseguir información secreta. Ahora la defen-
sa quiere hacernos creer que alguien se infiltró en Boca �ica para
conseguir información pública o de la CNN. Nadie entra en una
base militar y busca niveles más altos de penetración –he de supo-
ner que se refiere al trabajo del Faquir despachando gasolina a los
aviones– para adquirir información pública.
Los generales y almirantes, a quienes míster Norris llamó una
defensa de ocho estrellas, no dijeron nada relevante, pues el hecho
de que Cuba no pueda ganar una guerra a los Estados Unidos no
tiene ninguna relación con la naturaleza del acuerdo alcanzado por
los acusados. Tampoco es relevante que ellos no hayan podido ac-
ceder a la información secreta en el Comando Sur.

—Yo les digo que el hecho de que el Servicio de Inteligencia cu-


bano ponga a Antonio Guerrero en una base militar de Cayo
Hueso, Florida, un hombre leal a Cuba, que firmó un juramento
a los Estados Unidos completamente falso... Yo les digo que eso,
por sí solo, les muestra cuál era su intención: conseguir secretos
militares, información militar cerradamente resguardada.

Pero resulta que en este gran país no se puede juzgar a una


persona por lo que se suponga que iría a hacer.

—Bueno... ¿Y quiénes lo manejan? ¡Diosssss míííío! —Se desordena


todito Kastrenakes—. ¡Las mismas dos personas! ¡Hernández y
John Doe número dos están manejando a Guerrero! Los aboga-
dos defensores siempre tienen un cierto modo de interpretar el
idioma. Así es que, cuando a Guerrero se le dice que encuentre
lo que hay dentro de una instalación ultrasecreta –otra desver-
gonzada mentira del fiscal–, Blumenfeld nos dice que eso no
quiere decir lo que dice.

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El fiscal retoma un fragmento de su contraexamen al general


Atkeson, que ni pinta ni da color al cargo de espionaje. Se repasa el
documento donde al Faquir le piden que profundice, si es posible,
en el por qué del rumor acerca del hot pad y su uso para actividades
secretas. Y el fiscal dice que, una vez que este accediera a informa-
ción secreta –supongo que dentro de cuarenta y cinco años–, segu-
ramente en La Habana no la rechazarían. Nos recuerda también que
se le pidió informar sobre los aviones espías que iban a husmear la
frecuencia de los radares cubanos, antes de que arribaran a la base
–y que dicho sea de paso, recordemos, estaba a la vista pública en
el lobby de un hotel de Cayo Hueso—. Un poco más del hot pad, y el
fiscal trata de vender la idea de que la información que Guerrero
brindó era cerradamente resguardada, a pesar de que ellos mis-
mos se cuidaron de no acusarlo de la ofensa sustantiva, así que,
después de todo, tenemos que pensar que fueron generosos con
nuestro compañero, quien no fue acusado de espionaje tras haber
mandado a Cuba información secreta. La Habana estaba satisfecha
con Guerrero. La información a disposición de Tony iba más allá de
la que podía estar al alcance del público, y la información, según
testificó el general Wilhelm, no tiene que ser clasificada para ser ce-
rradamente resguardada.
Y ahora cáete pa’trás. ¡El Faquir es un maestro de la manipu-
lación! El trabajo en la base le fue conseguido por Dalila Borrego
gracias a que nuestro amigo casi la hipnotizó y luego le hizo creer
que todo había sido idea de ella. No puedo dejar de reírme cuan-
do oigo a un tipo como Kastrenakes calificar de manipulador a una
persona tan superior a él como lo es Antonio Guerrero.
Guerrero era un buen trabajador porque esa era su misión: ser
promovido y alcanzar su meta a largo plazo que era la penetración
de la base de Boca �ica. Pero, por otro lado, si usted dirige una
corporación, no le gustaría tener a alguien como él trabajando para
una firma competidora en su propia nómina:

—¡Vamos! ¡Por supuesto que no! ¡¡Él es un espía!! ¡Dios mío!


¡Estos tipos son espías! –Se desmadeja otra vez Kastrenakes–.
¡¿Qué piensan ustedes que estaban haciendo en este país?! –Y
se deshace todito el fiscal.

Falta media hora –nos anuncia– para que él termine y se siente


y no tengamos que soportarlo más hasta el lunes, cuando la jueza

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dará al jurado las instrucciones legales. Esa media hora la empleará


tratando de responder a las tres horas y media –ni en esto puede
ser veraz– que McKenna empleó discutiendo el asunto del derribo
de los aviones. Pero de todos modos el panel tiene las evidencias.
«McKenna –afirma Kastrenakes– trató de justificar el derribo y
de convencer al jurado de que su cliente no sabía que el hecho
ocurriría. Y ahora resulta que hemos empleado meses discutiendo
la localización del derribo porque... ¡McKenna cambió su teoría en
medio del juicio!».
Se burla así de McKenna en su propia cara, después de haber
sido la Fiscalía la que introdujo y discutió el tema de la localización
del incidente durante dos meses. Yo lo oigo y no lo puedo creer.
Se nos ha abrumado con radares, testigos oculares, capitanes de
barco, gusanillos y alambritos de púas, pilotos del guardacostas,
expertos en seguridad aérea..., todo para convencernos de que el
derribo ocurrió en aguas internacionales. Y cuando McKenna trata
de ripostar, se le culpa de haber introducido el tema. ¡Esto se le dice
al jurado que ha visto todo eso y, para más insulto, en la propia
cara del abogado! Me abruma la seguridad que esta gente tiene en
la estupidez de un jurado. Sencillamente escapa a mi comprensión.
Dice luego Kastrenakes que Buchner es el experto de la defensa
y el hombre en el que esta ha apoyado su exposición. Él sirvió a los
Estados Unidos pero no es asunto de él venir a justificar la muerte
injustificable de cuatro personas. El jurado debe de comparar las
notas de �uck Leonard con las de este señor cuando se trata de
establecer el carácter civil de un avión:

—Yo le leí a George Buchner, en mi contraexamen, un pasaje del


documento de la OACI en el que McKenna se basó. El documen-
to de trabajo está en la evidencia.

Según el documento, continúa Kastrenakes, un avión de Libia


fue interceptado por los israelíes y la OACI condenó a Israel porque
el avión era civil y pertenecía a un estado determinado. En cam-
bio, Buchner no pudo decir a qué estado pertenecían los aviones
de Hermanos al Rescate. No se derriban aviones por un problema
personal con Basulto, y los Estados Unidos, en una ocasión, hicie-
ron aterrizar un avión comercial para detener a una persona bus-
cada por la ley.

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Lástima fuera que hubieran derribado un Boeing 747 con tres-


cientas personas a bordo para castigar al tipo..., digo yo.
Y prosigue el fiscal aduciendo que a Basulto había que haberle
hecho aterrizar si se tenía un problema con él. El hecho de haberles
advertido no era suficiente para derribar los aviones. Es como si un
vecino se parqueara en nuestro espacio o lanzara latas de cerveza
en nuestro jardín y, en lugar de llamar a la policía, lo matáramos.
Para el coronel Buchner soberanía significa todo lo que se pueda
hacer impunemente. En otras palabras, es la ley de la selva y esta
ley no se aplica en Estados Unidos o en un tribunal del sur de Flo-
rida –no, los norteamericanos no hacen eso en Estados Unidos, lo
hacen cuando van a Panamá, Perú, Granada, Vietnam, Santo Do-
mingo, Corea, Colombia, Nicaragua, Iraq o, por supuesto, Cuba—.
Ahora se refiere a la supuesta conspiración para asesinato, lo
que provoca dos objeciones exitosas de McKenna, una detrás de
la otra, cuando quiere dar su propia versión de las instrucciones,
ignorando el discutido elemento de la localización de los hechos
según lo definiera la jueza. Obviamente las instrucciones no les
gustaron y el Tribunal de Apelaciones apoyó la interpretación de
Su Señoría respecto al papel de la localización como elemento
de la conspiración. Pero ellos son el gobierno y están dispuestos
a imponer al jurado, por encima de la señora Lenard, su propia
interpretación, la que a ellos les gusta, la que les conviene, la que
les viene bien, la que ellos quieren. Quién se cree que es esa señora
sentada allí arriba.
Dos objeciones sostenidas en el espacio de diez segundos obligan
a dar un paso atrás y enmarañar al jurado más indirectamente. El
hecho de que al almirante Eugene Carroll se le haya advertido
en Cuba de la posibilidad de derribar los aviones, y el que los
pilotos del Mig pidieran autorización para proceder con solo ver
los Skymasters, muestra premeditación, explica el fiscal y tuerce el
razonamiento brusca y sigilosamente:

—Nosotros tenemos jurisdicción en esta Corte, en esta Corte de


distrito de los Estados Unidos, porque eso ocurrió en espacio
aéreo internacio...

Pero McKenna está alerta:

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—¡Objeción!
—Sostenida –tercer strike y McKenna pide más.
—Solicito que el jurado sea instruido en cuanto a la confusión de
la ley.
—La jueza les instruirá que nosotros debemos probar que eso ocurrió
en espacio aéreo internacional... –miente Kastrenakes y se toma
el lugar de Su Señoría.
—¡Objeción! –McKenna, que se está molestando.

Pero el fiscal insiste:

—Está en las instrucciones –miente de nuevo antes de que la jueza


lo corte, conminándolo a que le permita dictar sobre la moción
de McKenna, para aclarar al jurado las tergiversaciones de Kas-
trenakes. Su Señoría se toma unos segundos revisando la trans-
cripción, que llega a su computadora directamente del teclado
de Richard, y finalmente dicta dando la razón a McKenna.
—La declaración sobre la jurisdicción –aclara al panel– no es un
asunto para ser determinado por el jurado sino por la Corte. La
moción para eliminarla está garantizada. Se les instruye no tener
la declaración en cuenta.

Pero Kastrenakes sencillamente no quiere escuchar. Esta gente


se siente por encima de la jueza y del Onceno Circuito, y tendré que
creer que es lo único en lo que son sinceros. Ellos son el gobierno
y punto, son los que mandan en la sala y tanto la señora Lenard
como el Tribunal de Apelaciones no son quiénes para tener otra
idea acerca de las instrucciones que no sea la de ellos.

—Hay un elemento que requiere la prueba de que el crimen ocurrió


en aguas internacionales...
—¡Objeción! –si a Paul lo pinchan no echa sangre–. ¡Es una tergi-
versación! ¡Se trata del acuerdo!
—Sostenida.

Es la quinta objeción sostenida en apenas un minuto, y el fiscal


decide explicar su versión de la ley al jurado.

—Damas y caballeros, ustedes lean las instrucciones... –Y su gesto


parece desafiar a Su Señoría.

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Pero Paul no le deja explicar al panel que él sabe más que la


jueza y que el Onceno Circuito, uno encima de la otra:

—¡Ahora está discutiendo a la Corte lo que las instrucciones dicen!


—Sostenida –y van seis.
—Ustedes recibirán una copia de las instrucciones –insiste el fis-
cal–. Yo les pido que las lean cuidadosamente en lo concernien-
te al crimen y los elementos que contiene. Los Estados Unidos
de América han probado que el derribo ocurrió en espacio aé-
reo internacional...
—Yo objeto a este argumento del fiscal y solicito que sea borrado
–vuelve a la carga Paul–. Eso no es lo que se debe probar.
—Sostenida —y van siete.
—Yo estoy simplemente diciéndole al jurado...
—Yo objeto que se ponga a discutir con la Corte acerca de la ley
–ataca McKenna.

Y la jueza vuelve a sostener la objeción, la octava, para ordenar


al fiscal que se mueva de tópico definitivamente. Es de suponer
que haya quedado claro para todo el mundo que el lugar en que
ocurrieron los hechos no es relevante, sino el lugar en que Gerardo
consideraba que habrían de ocurrir... ¿Dije para todo el mundo?...
¡Ah!, perdona. Hay doce envilecidos sentados en la sala.
Y mientras tanto el fiscal tiene que cambiar de tema. La com-
paración de Cuba y los Estados Unidos, como David y Goliat, se ve
reflejada en el enfrentamiento de los Mig con los aviones de Her-
manos al Rescate y en la manera en que estos fueron derribados
sin aviso, dando cumplimiento a la Operación Escorpión, originada
como respuesta a los lanzamientos de octavillas en enero del 96.
Y ahora viene la última teoría de la Fiscalía. ¡No olvides que viene
del mismo sujeto que acusó a McKenna, veinte minutos antes, de
cambiar de una teoría a otra!
El derribo no tiene nada que ver con el sobrevuelo de La Haba-
na por Basulto en julio del 95, no tiene que ver con la violación sobre
Guantánamo en noviembre del 94 ni con alguna de las violaciones
del espacio aéreo cubano por Hermanos al Rescate. No. La única
causa del derribo es que Basulto descubrió en enero del 96 una
forma imparable de entregar su mensaje al pueblo cubano: el lan-
zamiento de papeletas desde aguas internacionales. Un comentario

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escrito por René González en el primer aniversario del incidente


lo demuestra: «Al final, ellos saben que si se hubieran dedicado a
buscar balseros y no al lanzamiento de papeletas, hubieran arriba-
do a las 70 000 misiones sin ningún problema [...]».
O sea, que el problema son las papeletas. Los mensajes en que
Basulto informaba al pueblo cubano sobre sus derechos. Un men-
saje con el que todo el mundo se puede identificar. Eso había que
pararlo y lo sabían González, Hernández y todo el mundo. Pues ese
mensaje desde aguas internacionales no lo podía parar nadie.
Así como lo oíste. Olviden todo lo que dije acerca de la preme-
ditación, todas las advertencias anteriores que datan desde 1995,
lo que les conté acerca del aviso al almirante Eugene Carroll y todo lo
demás. Yo, John Kastrenakes, griego norteamericano seguidor de las
enseñanzas de Sófocles sobre la verdad, que acabo de denunciar
la vileza con que McKenna ha cambiado su historia, les presento mi
última versión, la más fresquecita, la más nueva, con olor de fábri-
ca, a la que le acabo de quitar la envoltura. Para que se la traguen
sin masticarla bajo la honorabilidad que me otorga mi condición
de fiscal de este gran país. Y así se diseña la Operación Escorpión
y el papel de Hernández es el de asegurarse de que ni Roque ni
González vuelen en esos días.

—¿Por qué derribar personas por unas papeletas? Para anotarse


un punto. Un punto de propaganda. Y ustedes se dirán: «Ese
es un punto ridículo para el resto del mundo», pero ustedes
oyeron el testimonio...
—¡Objeción!
—Sostenida.

El fiscal recalca que Paul tenía razón al decir que el gobierno de


Cuba estaba siendo humillado, pues ese hombre estaba lanzando
papeletas desde el espacio aéreo internacional y nada podía hacer-
se. Todo cambió tras el lanzamiento de esas papeletas y Hernán-
dez fue parte de esa conspiración. Su papel fue importante y se le
reconoció por eso.

—¡¿Es él capaz de conspirar para matar personas?! –Sigue en-


trando en trance Kastrenakes, mientras se quiere sentar en las
piernas de Gerardo–. ¡Totalmente! ¡Él es quien propone a René

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González introducirse en el hangar y sabotear los aviones! ¡Esta


organización es capaz de asesinato! –chilla histérico este hijo de
puta mientras se desplaza frenético y recorre la sala de un lado
a otro señalando, acusando, alborotando y gesticulando como
plañidera en velorio. Hernández es reconocido por la Operación
Venecia y, según un filósofo romano, quien se beneficia de un
crimen, lo comete. Todo está mezclado: Seguridad, Escorpión,
derribo, Venecia, Germán y la madre de los tomates... Y si algo
quedara, lo mezcla malintencionadamente este villano.

El punto de vista cubano sobre lo que pasó el 24 de febrero está


definido en el mensaje en el que se reconoce a Hernández por su
participación en la Operación Venecia –al derribo lo llama nueva-
mente así–, y donde se califica lo ocurrido como una provocación
del gobierno de Estados Unidos.

—¿Fue la provocación de un grupo terrorista? No. El gobierno cu-


bano no dice eso. Ellos ven lo que pasó el 24 de febrero de 1996
como una provocación de los Estados Unidos de América... –y re-
pite nuevamente que quien se beneficia de un crimen lo comete.

Ahora un punto para Kastrenakes. Cuando Paul trató de expli-


car un patrón de acercamiento a la costa cubana por el Majesty of
the Seas, obvió que en los ejemplos precedentes el crucero estaba
más al oeste, por lo que era natural que la latitud fuera más baja. El
fiscal se recrea en la falta de nuestro abogado, pero al terminar lo
traiciona su naturaleza: ahora nos dice que Paul pudo haber traído
más testigos para corroborar su versión sobre el lugar del derribo y
la posición del crucero.
No puedo dejar de pensar en las presiones a los testigos, al ge-
neral Wilhelm y el capitán del Triliner, que supuestamente se habría
ido a pescar al África, cuando ahora se nos para el señor a decirnos
que McKenna pudo haber citado a más personas. Por su parte, el
abogado objeta tres veces, sostenidas por la jueza que, a la tercera,
poncha a Kastrenakes y le ordena cambiar de tema.
El fiscal dice que las posiciones dadas por el capitán coinciden
con las del radar de Estados Unidos; por otra parte, la distancia de
18 millas entre el Triliner y el barco de recreo fue estimada aproxi-

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madamente por la OACI sobre la base de lo estimado por el capi-


tán del primero, todo lo cual, según quiere hacer ver ahora el fiscal
contra toda evidencia, es una posición imprecisa, dado que el Triliner no
tenía el GPS conectado. Paul tiene que objetar otras tres veces antes
de que la jueza conmine nuevamente al fiscal a pasar a otro asunto.
La jueza lo ha ponchado nuevamente y ahora va a los radares
de Cuba. Los radares cubanos han mostrado imprecisiones y el pro-
pio coronel Buchner admitió haber revisado cuatro mapas distintos,
todos punteados a mano. El oficial de Guardafronteras que testificó
trabaja para la dirección de Inteligencia –dice Kastrenakes, con lo
que provoca una objeción de Paul que le obliga a rectificar– y prac-
ticó las posiciones antes de testificar.

—Él practicó las posiciones del derribo. —Finge asombro Kastrena-


kes—. ¡¿No es eso asombroso?! La práctica hace la perfección.

En fin, todo es una mentira organizada por los cubanos –afirma


el fiscal–. Es ridículo, y si el jurado se lo cree, entonces que decida
no culpables. Ninguna información de Cuba vale el papel en que
está escrita. Es vaga y es una mentira.

—Adlai Stevenson23 dijo lo mejor acerca de la mentira. —Ahora


este alcahuete cita precisamente a quien fue a decir en la ONU
que los Estados Unidos no tenían que ver con lo que estaba
pasando en Girón–. Dijo que las mentiras son una abominación
al Señor, pero son una ayuda conveniente en momentos proble-
máticos. ¿No es así?

Y después de todo esto, remata diciendo que no es que se trate


del gobierno cubano ni mucho menos. No. Es que sencillamente
eso es increíble. Es lo que hace todo aquel a quien sorprenden co-
metiendo un crimen en este gran país: destruir evidencia.

23 Político norteamericano del Partido Demócrata, con reputación de hombre ho-


nesto. Embajador en la ONU en 1961, mostró allí las fotos de los falsos aviones
B-26 cubanos, pintados con las insignias de las FAR, cuyos pilotos supuesta-
mente se habrían sublevado contra la Revolución, bombardeado Ciudad Liber-
tad y pedido luego asilo en Florida, por lo que quedó en ridículo al descubrirse
de inmediato el embuste. Consideró seriamente renunciar, lo que indica que sus
estándares morales eran superiores a los de Kastrenakes.

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xv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

Y tras dos objeciones de Paul que la jueza sostiene, Kastrenakes


sigue: todo es mentira. Nadie se cree que el radar del aeropuerto
cubano no estuviera grabando las posiciones ese día ni tampoco las
grabadoras de datos de los Mig. Lo de la bolsa con el cargador de
baterías, es un cuento. Cecilio García movió las coordenadas en el
mapa a propósito para que coincidieran con el estudio de corrientes
hecho por el oceanólogo. En fin, Kastrenakes dice que todo eso es
mentira y como él es fiscal, y citó a Sófocles, a otro filósofo romano
que no recuerda y a Adlai Stevenson, pues todo eso que viene de
Cuba tiene que ser mentira. ¡Ahh! Y no porque venga de Cuba.
Todo es mentira. El capitán Herrera encontró la bolsa y, en lugar
de seguir buscando, se retiró a su base.

—Para el análisis de deriva la bolsa estaba sumergida y para el


capitán estaba flotando.

Vuelve a mentir Sófocles, levantando otra objeción de Paul que


en esta ocasión la jueza equivocadamente desestima. ¿No será
que ya le da pena con Kastrenakes?
Para desestimar el testimonio del capitán Johansen habría que
creer que se reunió con el RADES antes de llenar su libro, pero, por
otra parte, el oficial no tiene nada que perder en este caso, a di-
ferencia de Cuba. El coronel Buchner también es un testigo poco
creíble y no tiene preparación. Se equivocó respecto a la posición
del avión de Basulto tras el derribo y:

—....El tenía 75 000 razones para inventar su testimonio, 75 000 ra-


zones... —Y frota sus deditos para insinuar el dinero.

Ante tan indignante afirmación, Paul objeta y la jueza sostiene.


Todo el que se une a una conspiración –afirma el fiscal– corre el
riesgo de ser enjuiciado. En la película sobre Pearl Harbor –si esta
gente no demuestra su profunda cultura no duerme de noche–, al-
guien posa como turista tomando unas fotografías que luego se
utilizan para el ataque. Sin esas fotografías los aviones no habrían vo-
lado, de la misma manera que si Hernández no avisa a Cuba de que
no hay agentes en los vuelos de Hermanos al Rescate, no se hubie-
ra producido el derribo. Los documentos muestran que él se reunió
con sus agentes antes de los hechos. Lo que pasó el 24 de febrero

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de 1996 es igual a Pearl Harbor, porque fue un ataque sorpresivo a


dos aviones que no tenían idea de que serían derribados. (¡¡!!).
Y el final debe de estar próximo, pues ahora se le comienza a
quebrar la voz a Kastrenakes y sabemos que se acerca el momento
del clímax.

—El 24 de febrero de 1996, como el 7 de diciembre de 1941, es


un día que vivirá en los corazones y las mentes de esas familias,
esas cuatro familias para siempre destruidas. —Y ya comienza
a moquear un poquito y se le sacuden los hombros mientras
sigue—. Yo quiero que ustedes recuerden que cuando ustedes
piensan acerca de lo que ha durado este juicio, desde el Día de
Acción de Gracias hasta el Día de Recordación, un día que con-
memoramos a quienes han luchado por este país –¡¡ay!!, no dijo
GRAN país– y Acción de Gracias —repite con grandilocuencia—,
un día en que apreciamos estar con nuestras familias..., esto
nunca más ocurrirá con estas familias –y ya tenemos a Alonzo
junto a Kastrenakes, con la misma cara de sanacos los dos y
el primero sujetando ante las narices del jurado las fotografías
de los cuatro fallecidos mientras el fiscal apenas puede hablar
entre estremecimientos y sollozos—, porque él con su sangrienta
promoción a capitán..., capitán Hernández, de acuerdo con el
gobierno cubano él se...
—¡Se me acaba el disqueteeee! –truena Richard, interrumpiendo
la patética farsa de los sollozos, gemidos y sanaquería.

Kastrenakes anuncia que le falta un minuto y se decide si el es-


pacio alcanzará al estenógrafo. La tragicomedia se ha detenido en
su momento culminante y, una vez que Richard está listo, el fiscal
se conecta automáticamente a su modus «plañiderus» como si nada.

—Porque él, con su sangrienta promoción a capitán..., capitán Her-


nández, se ganó el reconocimiento por su acción de destruir es-
tas vidas –sigue gimiendo Kastrenakes–. Él se ha ganado esta
convicción por ese reconocimiento. Cuando todo se haya dicho y
hecho y cuando el humo se disipe, ustedes pueden mirar a todos
estos defendidos como lo que realmente son: espías dirigidos a
destruir a Estados Unidos de América. Son conspiradores, tres de

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xv | tomo dos escrito desde el banquillo. el diario de rené

ellos en espionaje, y Gerardo Hernández tiene en sus manos la


sangre de cuatro personas. Muchas gracias por su tiempo. Yo sé
que ustedes harán lo correcto.

Y a las 2:27 p. m. de este día primero de junio, el fiscal John


Kastrenakes ha puesto fin, con esta interpretación de tragicomedia
griega, a los argumentos finales del juicio.
El fiscal ha concluido y la jueza manda al jurado inmediatamen-
te a casa:

—Hasta el lunes en que les diré la ley. No hablen acerca del caso. No
lo discutan ni entre ustedes ni con nadie. No se vean con nadie
asociado a este juicio. No oigan ni lean nada sobre el caso. Des-
pachen a quien se les acerque a hablarles del asunto y repórten-
lo inmediatamente a mi personal. Nos vemos el lunes y que la
pasen bien.

El jurado se va y Su Señoría nos da un receso para que Richard


pueda cambiar el disquete que le pasmara las lagrimitas y los so-
llozos a Kastrenakes.
Estamos de regreso a las 3:27 p. m. para discutir un asunto rela-
cionado con la estela nauseabunda dejada por el argumento del
fiscal. Joaquín pone una moción para anular el juicio, basada en
las groseras violaciones cometidas por Kastrenakes de la orden
de la jueza en relación con Fayetteville.
El abogado está muy molesto y con razón. Dice que siente te-
ner que poner esa moción tras seis meses de juicio, pero que no le
queda más opción; hace un recuento de las veces que la Fiscalía
simplemente ha ignorado una orden de la Corte en el sentido de
no conectar a Campa con Fort Bragg, a menos que tengan eviden-
cia al respecto. Esto ha sido una abierta falta de respeto a la jueza y
viola específicamente la última orden referente a que no se trajera
el asunto a los argumentos finales, la cual Joaquín lee literalmente
de la transcripción: «Yo ordeno al gobierno no traer en los argu-
mentos finales esta conexión, y no creo que el señor Kastrenakes
u otro lo haría». –Lee el abogado y sigue citando a la jueza–: «Yo
le ordeno al gobierno no presentar ninguna evidencia más concer-
niente a la estadía del señor González en Fayetteville y las bases
militares en el área, a menos que puedan mostrar evidencia con-

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creta de que hay una conexión entre su presencia en Fayetteville y


las bases militares que había allí. Y esto no será traído a los argu-
mentos de cierre, como ya lo he ordenado antes».
Joaquín continúa repasando la historia de estas repetidas viola-
ciones del gobierno. Ellos simplemente no respetan a la jueza, se les
sancionó ya por eso en una ocasión y se instruyó al jurado sobre lo
inapropiado de esta conducta el 7 de marzo. Pero al parecer no hay
nada que pueda hacerse para que se cumpla con las directivas de la
Corte. Se han garantizado mociones de la defensa, se han sostenido
objeciones y se ha sancionado a la Fiscalía, todo eso de manera in-
fructuosa. Obviamente no hay nada que se pueda hacer y el único
recurso que Joaquín encuentra es el de una moción para anular el
juicio.
La Fiscalía admitió, en su apelación al Onceno Circuito respecto
a las instrucciones, que los elementos del juicio no eran suficientes
para lograr una convicción. Por eso acudieron a este truco para que
el jurado declarara culpable a Fernando, dada la insinuación de
que estaría haciendo espionaje en Fayetteville. El argumento fue
hábilmente intercalado, tras una interpelación a Guerrero relacio-
nada con la presencia en Boca �ica, para recordarle al jurado que
Fernando había estado en Fayetteville, lo cual es una transparen-
te insinuación de que este habría estado haciendo en Fort Bragg
lo que Tony en Boca �ica. Para más insulto, todo esto los fiscales lo
incorporan al argumento de refutación, porque saben que la de-
fensa no tiene posibilidad de responder.

—Yo supongo que esto está dirigido a mí –dice Kastrenakes bur-


lándose cínicamente de todo el mundo.

Su argumento acerca de la presencia de Fernando en Fayette-


ville fue simplemente una refutación al que hiciera la defensa en
el sentido de que los acusados estaban aquí para vigilar las activi-
dades de grupos exiliados. El contexto en que se trajo a colación la
presencia de Fernando en Carolina del Norte no fue el del cargo de
espionaje, y el fiscal nos dice que fue muy cuidadoso en no traer el
argumento en ese contexto.
La jueza revisa la transcripción y aunque dice que la cuestión es-
tá bastante reñida, no anulará el juicio. La preocupación de Joaquín

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es lógica debido a la pasada conducta del gobierno en este caso,


dice Su Señoría, pero la pregunta no relacionó directamente la es-
tancia de Fernado en Carolina del Norte con la base militar y, por
otra parte, el jurado ha sido instruido lo suficiente sobre este pun-
to. Joaquín lucha un poco más con la jueza sin resultado y, aunque
esta admite la legitimidad de la preocupación del abogado, los fis-
cales se salen con la suya.
Y el asunto queda zanjado, aún sabiendo todos que se trató de
otra muestra de un patrón de conducta de la Fiscalía bien estableci-
do durante el juicio: imponer por la fuerza lo que no les garantice la
ley. Así de sencillo. Todo el mundo sabe que el discurso fue prepa-
rado cuidadosamente para vincular a Fernando con bases militares.
Todo el mundo sabe que Kastrenakes ha actuado con hipocresía y
con cinismo en el manejo del asunto, desde que lo concibió hasta
que le dio su explicación a la jueza. Pero no creo que esto vaya a in-
fluir en si el jurado se dejará manipular por los trucos de la Fiscalía
o si le hará pagar a esta sus continuas faltas de respeto al panel. De
todas maneras, esto ya debe estar decidido.
Así termina el día y con él la semana. Antes de abandonar la sala,
la jueza corrige algunos errores de mecanografía en las instruccio-
nes, se discuten asuntos de horario tanto del jurado como de las
partes y se da por concluida esta etapa del juicio. En cuanto a mí,
ahora me toca la impostergable, desagradable, maloliente y odio-
sa tarea de hurgar en los argumentos de refutación de Kastrenakes
para darte mis opiniones. Nada fácil.
Pudiera prodigarme en adjetivos, cosa que detesto aunque pa-
rezca lo contrario al leer este diario. Tal vez he abusado de ellos, y
si de algo estoy seguro es de que los he utilizado mucho más de lo
que hubiera querido o imaginado, cuando comencé a escribir estas
páginas. Pero de alguna manera tiene uno que describir lo que está
viviendo y no es mi culpa que se me haya revelado tanta maldad en
solo seis meses. A veces la indignación estalla en adjetivos y hasta
en palabras fuertes que ni remotamente estaban en mi ánimo, en
noviembre de 2000. Tal vez deba pedir disculpas por ello y no sé si
creo que sea fácil que el lector se ponga en la posición de quien ha
sido sometido, durante tres años, a una campaña de calumnias sin
poder defenderse y tiene que sentarse todavía durante los últimos
seis meses, callado e imperturbable, disciplinado y respetuoso, a es-
cuchar cómo se le sigue calumniando y se le ataca utilizando como
santuario una corte de justicia.

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Es por eso que no puedo sustraerme a los adjetivos, pero trata-


ré de describir este argumento de refutación con unos pocos que
sean abarcadores y no sean sinónimos: mentiroso, irrespetuoso,
marrullero, bajo y cobarde. Veamos ahora qué hacemos con estos
adjetivos.
Mentiroso. No creo que haga mucho más largo este diario si te
ofrezco en un párrafo las mentiras más evidentes, totalmente des-
mentidas por la evidencia o sencillamente no probadas por esta,
en fin, las más obvias. Aquí están, y trataré a estas alturas de evitar
los comentarios.
Los acusados trataron de convertir en acusada a la comunidad
cubana. La defensa argumentó que el gobierno esperó demasiado
para proceder contra los acusados, acumulando demasiada evi-
dencia. Nosotros queríamos infiltrar al FBI y al Congreso de Esta-
dos Unidos. Los acusados estaban patrocinando el envío de libros
bomba y sabotajes a hangares de aviación. Los acusados mataron
a cuatro personas inocentes. Los acusados querían destruir a Esta-
dos Unidos. ¡No hay ninguna evidencia de que nosotros estábamos
aquí para combatir a los grupos contrarrevolucionarios! Roque es-
taba dentro del FBI y yo lo iba a sustituir. El Faquir se enteró de se-
cretos en Boca �ica por indiscreciones. Yo quería que el FBI me
siguiera teniendo como una fuente de información tras la ida de
Roque. La sola presencia de Guerrero en Boca �ica demuestra
que quería acceder a secretos militares. A Guerrero se le orientó
obtener lo que había en el hot pad. McKenna cambió su teoría de
defensa en medio del juicio, utilizando lo que más le convenía en
cada etapa. El lugar en que ocurrieron los hechos es el elemento
relevante, según la ley, y no el lugar en que Gerardo suponía que
deberían de ocurrir. Todo lo que llevó al derribo fue el que Basul-
to descubriera una manera infalible de lanzar los volantes desde
aguas internacionales. Las operaciones Venecia y Escorpión son la
misma operación. El capitán de la lancha guardafronteras que halló
la bolsa pertenecía a la Inteligencia cubana. La bolsa estaba sumer-
gida para el análisis de deriva y estaba flotando para que el oficial
Herrera la encontrara. Gerardo fue promovido a capitán por su par-
ticipación en el derribo de los aviones.
No creo que tenga que explicar más ese adjetivo. He selecciona-
do las falsificaciones más evidentes y claras, dejando de lado incluso
las referencias a testimonios falsos como el de Joseph Santos y su

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misión de buscar secretos militares, la historia de Frómeta y otras


historias por el estilo, pues creo que con esto es suficiente.
El próximo adjetivo es irrespetuoso. Irrespetuoso con todo el
mundo. Con la jueza, con los abogados y con el jurado. Por supues-
to que con nosotros también, tal vez más que con nadie. Pero no-
sotros al fin y al cabo no contamos, pues en definitiva somos cinco
culpables que tenemos que demostrar nuestra inocencia más allá
de toda duda.
Vea, Su Señoría. ¿Usted no nos deja hablar de Fayetteville? Pues
mire como lo hacemos e ignoramos sus órdenes. Y le restregamos
en sus narices nuestra hipocresía y nuestro cinismo. Sus instruccio-
nes no nos gustaron, Su Señoría. Nosotros las cambiamos. Somos
los fiscales. Representamos al gobierno y damos al jurado las ins-
trucciones que mejores nos parezcan. ¿Usted dijo que Cuba no esta-
ba en juicio aquí? Pues mire, nosotros hablamos de Rusia, de �ina,
de Libia, y le revolvemos al jurado todos sus prejuicios repitiendo las
mentiras de Frómeta y lo malo que es el gobierno de Cuba.
Paul, créeme que lo siento pero yo tengo que ganar este jui-
cio. ¿Tú me has visto cambiar mis teorías aquí todos los días? No
problem. Ahora yo le digo al jurado que has sido tú y... ¿sabes qué?,
ellos creen al fiscal. Mira cómo manipulo tu interrogatorio a Santos,
donde él te dijo que era SU idea lo de entrar al Comando Sur como
jardinero y hago creer al panel que fue TU teoría. Mira Jack. Yo sé
que a Guerrero no se le pidió acceder a la información almacenada
en el hot pad, pero si yo le digo al jurado que tú no quisiste leer bien
la evidencia... ¿A quién crees que va a creer? Vamos, Jack. Así es la
vida. ¿O no, Philip? ¿Tú crees que estos mequetrefes te van a creer
porque tú les muestres un peritaje y algo de evidencia? Come on. Todo
lo que yo, un fiscal, tengo que decirles, es que tú eres un marañero
y es suficiente para enmarañarlos. Joaquín. Acerca de Fayetteville...,
tú sabes cómo es eso..., perdona, pero...
Honorables miembros del jurado. Yo sé que ustedes son un gru-
po extremadamente inteligente. Han hecho un trabajo extraordi-
nario y tienen un nivel de razonamiento excepcional. Escúchenme
bien, yo les voy a soltar unas mentiritas ahí..., no muchas..., alrededor
de treinta, que les iré filtrando entre una que otra verdad, un llama-
do a sus emociones, alguna elucubración y mucha caca sobre Cuba
y su terrible gobierno. Yo soy el fiscal y les voy a soltar una frasecita
de Sófocles por aquí, una de Adlai Stevenson por allá y otra de un

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romano ahí, que acostumbro soltar en todos los juicios. También,


de mi experiencia como fiscal, los arrebaticos fingidos de indigna-
ción, los brinquitos, esa agresividad tan cobarde hacia los acusados
y mis lloriqueos, sollocitos, arranques teatrales de ira, y Alonzo para-
do a mi lado con cara de comemierda mientras les muestra las foto-
grafías de los muertos. Pero como yo sé que ustedes son un grupo
extraordinario, extremadamente inteligente y tienen un nivel de ra-
zonamiento excepcional..., yo sé que ustedes harán lo correcto.
Los otros adjetivos: marrullero, bajo y cobarde, se explican por sí
mismos y no necesitan más espacio.
Sé que le he dedicado mucho más neuronas de las que se me-
reciera a esta diatriba, pero es que contiene ella sola todo lo que
para la Fiscalía ha sido este juicio aún desde antes de nuestros
arrestos.
Sin embargo, nos fuimos con una ligera impresión de que pudo
haber tenido efecto. El jurado le prestó mucha atención, yo diría
que tanto como a sus predecesores, a excepción de Heck Miller que
fue un somnífero. De manera que al terminar la semana, nos retira-
mos con la sensación de que el jurado ha de tener una madeja de
hilo en la cabeza y con la esperanza de que la lectura de las instruc-
ciones por la jueza, el próximo lunes, los traiga de vuelta a la razón.
En cuanto a mí, en el momento en que te escribo esto, el 24 de
septiembre de 2001, creo haberme quitado una tonelada de peso
de encima tras haber llevado a término felizmente esta etapa de la
narración. Resumir seiscientas dieciséis páginas de transcripción en
este diario me ha costado más que levantarme todas las mañanas
a las 4:30 a. m. para pasar por el proceso que ya conoces durante
casi siete meses. Una vez que termine con la próxima jornada, co-
rrespondiente a las instrucciones al jurado, que tendré que tradu-
cir casi literalmente, este trabajo se hará infinitamente más ligero
y espero ponerme en sintonía con el tiempo real antes de un mes.

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TESTIMONIO FOTOGR ÁFICO

LOS UNOS... LOS OTROS

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Basulto al lado de Roque en una conferencia de prensa de Hermanos al Resca-
te, escoltado por Iván Luis Joanicot y María Elena Reyes, agentes de la Seguridad
cubana.

José Basulto con Juan Pablo Roque y René González.

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Juan Pablo Roque con Ileana Ross Lehtinen y Bob Menéndez.

Pancarta fo-
tográfica con
amenazas
contra Juan
Pablo Roque,
por parte de
los Coman-
dos F-4.

En la boda de Ramón Saúl Sánchez. Nótese el gesto de obstinación de nuestra hija.

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Un minuto de fama tras haber lo-
grado regresar a salvo en la misma
aeronave que Ramón Saúl Sánchez,
hecho por el cual el insigne promotor
de las flotillas lo condecora (ver foto
inferior).

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Fotogramas de las irresponsables provocaciones encabezadas por Basulto y
Ramón Saúl Sánchez cubiertas en horario estelar por las televisoras de Miami.

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Fernando y Gerardo posan como turistas, mientras localizan campamentos de
entrenamiento de los grupos terroristas al sur de Florida.

Entrada de la base naval de Boca Chica donde trabajaba Tony.

Sede del Comando Sur en Florida.

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Andrés Nazario Sargén, jefe de Alpha 66.

Detalle del mural fotográfico en la sede de los Comandos F-4, en la esquina


inferior izquierda su cabecilla y testigo de la Fiscalía, Rodolfo Frómeta.

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T AD P O TA N IA

mufh_ctr 24º00’00’’ N
079º59’00’’ W
sector c
centro/center
habana C LA RA
22º28’51’’ N
124.55 mhz 079º59’36’’ W

fl unl
gnd

IBSEN
20º30’56’’ N LESO M
080º14’17’’ W 20º00’00’’ N
080º07’28’’ W

KA N EX K A TA L

radares Mapa que muestra el FIR del


ee.uu. occidente cubano (conocido como
Habana) y sus límites con otros
FIR. El azul claro indica el límite
territorial de las 12 millas. El recua-
dro más pequeño de borde negro
radares el área de los hechos del 24 de
cuba febrero de 1996.

La diferencia de posiciones señala-


das por los radares fue motivo de
reiterados ataques de la Fiscalía.
Los datos de los radares estadou-
nidenses que registraron el hecho
difieren entre sí.

Las aeronaves de Hermanos al Rescate involucradas en el incidente fueron tres


Cessna 377 Skymaster.

Las aeronaves cubanas de la Brigada de la Guardia Combativa Playa Girón fue-


ron un Mig-29 y un Mig-23 respectivamente.

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Vista de la sala de la corte donde se celebró el juicio por espacio de 7 meses,
entre finales del año 2000 y junio de 2001.

Carlos Costa Mario


de la Peña

Armando Pablo
Alejandre Morales

Pilotos de las aeronaves abatidas


de Hermanos al Rescate. La fiscal Caroline Heck Miller.

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1

22 28

23 29
3
24 30

25 31

26 32

27 33

4 5 6 7 8 9 10 17 18 19

15 11 12 13 14 20 21

15
16 16 16 16 20 20 20

34

35

«En su revisión de estos documentos, ¿vio usted alguna información secreta de defensa nacional que hubiera
sido transmitida? ¿Vio alguna?». «No, que yo reconociera, no».

1 Joan Lenard, jueza 19 David Buckner, fiscal


2 Richard Kaufman, estenógrafo 20 Oficial FBI
3 Estrado de testigos 21 Al Alonzo, FBI
4 Traductoras 22 Gil Page, jurado
5 Fernando, acusado 23 David Bucker, jurado
6 Joaquín Méndez, abogado 24 Sonia Portalatin, jurado
7 Ramón, acusado 25 Diana Barnes, jurado
8 William Norris, abogado 26 Omaira García, jurado
9 Gerardo, acusado 27 Elthea Peeples, jurado
10 Paul McKenna, abogado 28 Wilfred Loperena, jurado
11 René, acusado 29 Richard Campbell, jurado
12 Philip Horowitz, abogado 30 Migdalia Cento, jurado
13 Antonio, acusado 31 Sergio Hernán, jurado
14 Jack Blumenfield, abogado 32 Deborah Vernon, jurado
15 No identificados 33 Eugene Yagle, jurado
16 Alguaciles 34 Familiares de Hermanos al Rescate
17 Caroline Heck Miller, fiscal 35 Familias de los Cinco
18 John Kastrenakes, fiscal

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El fiscal John Kastrenakes expone a la corte el diagrama de la llamada red de
espionaje cubano, bautizada por la Fiscalía y el FBI como Red Avispa.

Red de espionaje cubano


Red avispa

oficial oficial oficial


ilegal ilegal ilegal

agente agente agente agente agente agente agente


ilegal ilegal ilegal ilegal ilegal ilegal ilegal

Diagrama de la red presentado en el juicio.

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Agentes que se declararon inocentes. Las primeras fotografías de
los detenidos filtradas a la prensa.

Sentencias Cargos
Gerardo Conspiración para cometer asesinato. Conspirar
Hernández y actuar como agente de un gobierno extranjero
Nordelo no registrado ante las autoridades. Conspiración
Condenado a dos para comunicar a Cuba información sobre la
cadenas perpetuas y defensa nacional de EE. UU. Documentación
216 meses de cárcel. falsa. Supervisar una red de agentes.

Sentencias Cargos
Ramón Labañino Conspiración para comunicar a Cuba
Salazar información sobre la defensa nacional de
Condenado a una EE. UU. Conspirar y actuar como agente de
cadena perpetua y un gobierno extranjero no registrado ante las
216 meses de cárcel. autoridades. Documentación falsa. Ejercer
funciones de supervisión.

Sentencias Cargos
Antonio Conspiración para comunicar a Cuba
Guerrero información sobre la defensa nacional de
Rodríguez EE. UU. Conspirar y actuar como agente de
Condenado a cadena un gobierno extranjero no registrado ante las
perpetua. autoridades. Ejercer funciones de supervisión.

Sentencias Cargos
Fernando Conspirar y actuar como agente de un gobierno
González Llort extranjero no registrado ante las autoridades.
Condenado a 22 Documentación falsa.
años.

Sentencias Cargos
René González Conspirar y actuar como agente de un
Sehwerert gobierno extranjero no registrado ante las
Condenado a 15 autoridades.
años, 3 años de
probatoria y 200
dólares de multa.

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Agentes que se declararon culpables y cooperaron con la Fiscalía.
Las primeras fotografías de los detenidos filtradas a la prensa.

Sentencias Cargos
Linda Hernández Agente de un gobierno extranjero no
Condenada a registrado ante las autoridades.
7 años.

Sentencias Cargos
Nilo Hernández Agente de un gobierno extranjero no
Mederos registrado ante las autoridades.
Condenado a
7 años.

Sentencias Cargos
Alejandro Alonso Agente de un gobierno extranjero no
Condenado a registrado ante las autoridades.
7 años.

Sentencias Cargos
Joseph Santos Agente de un gobierno extranjero no
Cecilia registrado ante las autoridades.
Condenado a
4 años.

Sentencias Cargos
Amarilis Silverio Agente de un gobierno extranjero no
García registrado ante las autoridades.
Condenada a
3 años y medio.

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ÍNDICE

7 TOMO DOS

9 X
Donde la defensa intenta probar el elemento de la necesidad
que tenía Cuba de protegerse, a través de los acusados, del
terrorismo proveniente del sur de Florida

93 XI
Donde la defensa intenta demostrar que los acusados no
acordaron obtener información clasificada, ni tenían
posibilidades de obtenerla, ni hicieron algo para acceder
a esas posibilidades

217 XII
Donde se discuten las instrucciones que servirían
al jurado para determinar si los hechos del caso
se adaptan a las leyes de cuya violación somos
acusados

231 XIII
Donde el gobierno hace su caso de refutación, en el cual
intenta impugnar algunos elementos presentados en el caso
de la defensa

279 XIV
Donde se redactan las instrucciones que deben servir al
jurado para determinar si los hechos probados se ajustan a la
ley que se esgrimió para acusar a los defendidos

297 X V
Donde fiscales y defensores se dirigen al jurado por
última vez para argumentar que los acusados son culpables o
no culpables

425 Testimonio fotográfico. los unos... los otros

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