Cornejo Polar Estudios Literatura Peruana PDF
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BANCO CENTRAL DE
RESERVA DEL PERÚ
Colección Biblioteca Universidad de Lima
Estudios de literatura peruana
Edición impresa: 1998
Primera edición digitalizada: 2018
Presentación 9
Melgar fabulista 11
El Espejo de mi Tierra y el costumbrismo en el Perú 19
Los artículos de costumbres de Manuel Ascencio Segura 67
Costumbrismo y periodismo en el Perú del siglo XIX 75
Relaciones entre el costumbrismo peruano y el español 107
Presencia inglesa en el costumbrismo peruano 131
Palma entre el costumbrismo y la novela 141
El símbolo del alimento en la poesía de César Vallejo 155
Vallejo y la vanguardia, una relación problemática 169
La poesía de César Atahualpa Rodríguez 191
Estuardo Núñez y la crítica de poesía en el Perú 225
La poesía en Arequipa en el siglo XX 239
Nota sobre la función del espacio en Los ríos profundos 263
Arguedas y la política cultural en el Perú 271
Notas sobre la teoría novelística de Ciro Alegría 283
La poesía de Juan Gonzalo Rose 295
Tres aproximaciones a la poesía de Javier Sologuren 317
El símbolo en la poesía de Javier Heraud 329
Historia de los textos 339
[7]
Presentación
Creo que los textos reunidos en este volumen no sólo dan testimonio
de un buen tramo de mi largo caminar por los inacabables territorios de
la literatura (el más antiguo de ellos, el dedicado al estudio del símbo-
lo en la poesía de Javier Heraud, data de 1966) sino que evidencian
también la naturaleza de mis preferencias y el sentido de mis búsque-
das. En efecto, la mayor parte de ellos están dedicados o al análisis e
interpretación de obras poéticas o al tema del costumbrismo que son
los dos campos principales en que se ha desenvuelto mi ejercicio crí-
tico.
La preferencia por la poesía es consecuencia de una inclinación na-
tural que, por eso mismo, no necesita explicación, aunque tal vez deba
advertirse que ella no significa incomprensión o indiferencia ante nin-
guna otra forma literaria. Es seguramente una cuestión de temperamen-
to. Pero lo cierto es que mis más auténticos y duraderos goces literarios
nacen ante la magia de la poesía, a cuyo misterio, encarnado en deter-
minadas obras, he intentado aproximarme en repetidas ocasiones.
Por otra parte, una de mis convicciones más antiguas y firmes es la
que ve en el costumbrismo no sólo un hecho literario significativo (la
fundación de la literatura republicana) sino también un factor actuante
en los procesos de descubrimiento de la realidad del país, de definición
de la nacionalidad, de consolidación de la independencia, de búsque-
da de la identidad. De aquí mi constante trabajo sobre el tema en las
dimensiones peruana y latinoamericana.
Como el título lo indica, el proyecto de este libro consideró desde
el comienzo recopilar exclusivamente estudios sobre literatura peruana
(dejando para otro los trabajos sobre temas latinoamericanos). A pesar
de esta primera decisión, el corpus que tenía entre manos era conside-
rablemente mayor al aconsejable para un volumen de esta naturaleza.
Fue imprescindible entonces practicar una poda que eliminó por com-
[9]
10 jorge cornejo polar
Mariano Melgar
“Manuscrito de la Universidad de Indiana”
[11]
12 jorge cornejo polar
3 Bosh, Rafael y Ronald Cere. Los fabulistas y su sentido histórico. Colección Iberia. New
York, 1969.
melgar fabulista 13
4 Ver: Rada y Gamio, Pedro José. Mariano Melgar y apuntes para la historia de
Arequipa (Obra póstuma). Lima: Casa Nacional de Moneda, 1950.
melgar fabulista 17
le cuenta la fábula del Sol que se queja a Júpiter porque el búho aborre-
ce su luz, a lo que el dios responde consolando al astro con la reflexión
de que si es cierto que el búho huye de su resplandor, en cambio el
águila, “la reina de la aves”, vuela a lo más alto de los cielos por ver su
luz más viva. Viene enseguida la aplicación al caso concreto: el poeta
debe gloriarse de que una preciosa niña lo honre y despreocuparse de
“quien sin causa alguna” lo desprecia. Y, en efecto, oída la lección de
Esopo, dice el narrador: “... volaron mis enojos/ cual humo se exhaló
mi sentimiento...”.
De acuerdo a la exégesis de Rada y Gamio, esta fábula “es un cuadro
de las luchas existentes en tiempo de Melgar entre la ignorancia y las
luces, entre las ideas caducas y las nuevas... entre el oscurantismo del
coloniaje y la aurora de la república”. Siguiendo esta línea de lectura, el
Sol sería “la claridad, los modernos ideales, la democracia, la libertad,
el progreso; el búho, el siniestro yugo peninsular...”, etc. No creemos en
verdad justificada esta manera de entender la fábula, que nos parece
más bien vinculada a las historias amorosas que vivió Melgar, a los des-
denes de alguna niña y al amor de alguna otra. Leemos así en el texto
que Esopo dice al poeta: “Gloríate de ver que honrarte quiso, creyéndo-
te de luces adornado,/ esa preciosa niña, que el cielo hizo/ reina en su
amable trato y en su agrado/ Esa águila sublime por sí basta/ a compla-
certe, y el furor contrasta/ de quien sin causa alguna te desprecia”. Estos
versos los consideramos definitivos como sustento de la versión de tipo
personal.
A Luis Monguió,
peruanista ejemplar
1. Introducción
Como en toda Hispanoamérica, también en el Perú, la primera modali-
dad literaria que se cultiva después de la independencia es el costum-
brismo. Desoyendo las sabias recomendaciones de Andrés Bello en la
“Alocución a la poesía” (1823) y “La agricultura de la zona tórrida”
(1826), los escritores de la América Hispana —salvo alguna excepción—
no hacen ni poesía épica ni poesía descriptiva, sino que se inclinan de-
cididamente por el costumbrismo, que comienza a escribirse en los
años veinte y seguirá haciéndose casi hasta fines del siglo, aunque a
partir de cierto momento —hacia mediados del siglo— compartirá con el
romanticismo las preferencias de los escritores latinoamericanos1.
En una primera etapa, los principales costumbristas peruanos son
Manuel Ascencio Segura (1805-1871) y Felipe Pardo y Aliaga (1806-
1868), al estudio de cuya obra en un solo aspecto, el periódico de cos-
tumbres El Espejo de mi Tierra, está dedicado el presente ensayo2. De-
1 En el caso de Cuba, que continuó siendo colonia española hasta fines del siglo XIX,
el costumbrismo se da al mismo tiempo que en los demás países de Hispanoamérica,
esto es a partir de la tercera década del siglo.
2 En el texto se halla la descripción técnica de los tres números de El Espejo de mi Tierra
y del “Alcance” al número 2. No existe hasta la fecha una edición facsimilar, pero sí
una reedición completa que incluye los dos números y los dos “Alcances” al número
2 de Lima contra El Espejo de mi Tierra. La referencia bibliográfica es la siguiente:
[19]
20 jorge cornejo polar
2. El Espejo de mi Tierra
La aparición (a partir de 1820) y el posterior auge del costumbrismo
latinoamericano tienen una estrecha relación con el desarrollo del perio-
dismo a lo largo de esa misma época. Los medios naturales de difusión
de los cuadros o artículos de costumbres —los textos costumbristas por
excelencia— eran el periódico y la revista, que también sirvieron para la
publicación de letrillas y otras formas versificadas de la literatura de cos-
tumbres. Pero además muchos costumbristas solos o en grupo fundaron
2.1. Historia
2.2. El “Prólogo”
largo e inmediato con todas las clases de la sociedad” ... “Así los
que digan que un peruano no puede censurar las costumbres del
Perú dirán un solemnísimo disparate...”. De este modo salía
Pardo al frente de las críticas que le iban a sobrevenir y cuya
dureza ya conocía por las muchas que recibiera cuando en agos-
to de 1830 estrenó su comedia Frutos de la educación.
3. En la misma línea de justificación previa y bien fundada, afirma
ahora Pardo que...
No obstante, parecen ser algo más decididas que Goyito, pues a pesar
de su consternación, dolor y angustia, “en un santiamén tomaron las
providencias del caso” e “hicieron el horrendo sacrificio de ir por pri-
mera vez al Callao”. Pardo hace intervenir a muchos otros personajes
(como terciarios, podríamos calificarlos, según una conocida clasifica-
ción), pero solamente se mencionaron los nombres y ocupaciones, que
se acompañan rara vez de alguna nota específica.
La estructura de la narración consta de tres secuencias que se suce-
den perfectamente delimitadas por el contenido, aunque no están nume-
radas, y de dos niveles de realidad. Las tres partes son: la presentación
del personaje y la explicación de las causas, los preparativos y el inicio
del viaje. Éste es sin duda el trozo más específicamente literario y el de
mayor calidad artística. Del personaje ya hemos hablado, así como de los
tres años enteros que demoró el tomar la decisión de viajar y del sin-
número de consejos de los que hubo menester para atender a los llama-
dos de su corresponsal en Chile, quien lo reclamaba para “negocios inte-
resantísimos de familia”. Nos detenemos más bien en la forma como Par-
do logra transmitir al lector una vívida impresión del superlativo y des-
mesurado transtorno que el viaje desde su simple anuncio produjo en el
círculo familiar (“La noticia corrió por toda la parentela... convirtió la casa
en una Liorna... seis meses se consumieron en los preparativos gracias a
la actividad de las hermanas...”) y en el más amplio ámbito de las rela-
ciones amistosas de Goyito y sus hermanas, reclutadas a lo que parece
entre el elemento monjil y clerical especialmente:
quios con el público”, dice con un dejo de ironía, ya que, según se ano-
ta a continuación, él mismo presume que habrá quienes respondan a su
amistosa despedida exclamando “¡mal rayo te parta y nunca más vuelvas
a incomodarnos la paciencia!”. Por lo demás, basta recurrir a la historia
literaria para comprobar cuán poco dulces eran los diálogos de Pardo con
muchos de los lectores de sus textos o espectadores de sus piezas teatra-
les. Luego ensarta Pardo una serie de consejos reveladores de muchas de
sus convicciones y muestra de lo que hoy se llama intertextualidad: “Ha-
blad de la ópera como os acomode” (recuérdese su artículo “Ópera y na-
cionalismo”), “Idos a Amancaes cómo y cuándo os parezca” (Recuérdese
el artículo “El paseo de Amancaes”), “Bailad la zamacueca a taco tendi-
do, a roso y belloso, a troche y moche, a banderas desplegadas” (Recuér-
dese la comedia Frutos de la educación, en que el rompimiento del com-
promiso matrimonial de la protagonista se origina bailando una pícara za-
macueca en presencia de su pretendiente). Son, pues, estas líneas finales
de “Un viaje” como el compendio de muchas malquerencias de nuestro
autor y como la revelación de la unidad que en cuanto a los blancos de
su crítica al menos caracteriza al conjunto de su obra.
No cabe duda, como acabamos de ver: “Un viaje” es una pequeña
obra maestra de la literatura costumbrista.
“Ópera y nacionalismo” lleva un epígrafe de Luis de Góngora:
“Cuando pitos flautas / cuando flautas pitos”. No es un artículo de cos-
tumbres en sentido estricto, aunque tiene algunos elementos de esta
forma literaria. Se trata de una larga reflexión sobre el nacionalismo,
seguida de un relato de las dificultades que, como consecuencia de un
mal entendido nacionalismo precisamente, pusieron en peligro la tem-
porada de ópera de 1840 a cargo de una compañía italiana. La parte
final consiste en un comentario crítico de la temporada que contra vien-
to y marea se llevó a cabo; en este final se deslizan, al igual que en la
primera parte, una serie de observaciones sobre costumbres limeñas.
El tema del nacionalismo. El artículo se abre con una frase que per-
mite adivinar el sentido del texto. Dice Pardo: “Entre la multitud de
ideas nuevas que la revolución ha transportado al Perú, pocas han te-
nido una aclimatación menos feliz que la idea del nacionalismo”. Fun-
damentando su aserto argumenta Pardo que un mal entendido naciona-
lismo lleva a muchos a considerar extranjeros, en un sentido peyorati-
vo o agresivo, a los ciudadanos de los demás países de Latinoamérica,
sin considerar que todos componíamos “la antigua familia hispanoame-
ricana”. Ello sucede especialmente cuando ese extranjero se opone a los
intereses personales de algunos. En cambio, cuando se trata de ciuda-
40 jorge cornejo polar
y político Andrés Martínez (Porras, 1953: pp. 294-295). Se afirma allí que
El Espejo de mi Tierra es “el primer periódico de costumbres que se pu-
blica en la América Española”, lo que parece cierto. No tenemos noti-
cia de otra publicación periódica anterior a la de Pardo dedicada exclu-
sivamente a la literatura de costumbres (lo que sí hubo y mucho fueron
textos costumbristas insertos en periódicos o revistas de tipo general).
Más adelante y luego de una serie de elogios a Pardo, señala el entera-
do articulista: “Irreprensible en sus costumbres y moderado como Addi-
son, ingenioso, conciso, pintoresco y rápido como La Bruyère, gracioso
como Larra y correcto como pocos en el lenguaje puro, castizo, lleno y
vigoroso con que hace brillar el idioma castellano... ha excitado con justi-
cia nuestra admiración, nuestra gratitud y nuestros respetos”. Luego y co-
mo adelantándose a lo que iba a ocurrir, añade el autor:
Y añade:
mo una hoja eventual, que Pardo no publicase sino pocos números por
diversas razones es otra cosa. Además, Sánchez parece no recordar el
importante número tres de 1859, ya que solamente da como fecha del
periódico costumbrista la de 1840.
Por su parte, Augusto Tamayo Vargas, aunque incurre en algunas
inexactitudes —como decir, por ejemplo, que la letrilla sobre el carnaval
de Lima se publicó en El Espejo y dar el título “Amancaes” en vez del
verdadero que es “El paseo de Amancaes”—, acierta en cambio al opinar
sobre el carácter y significado de la revista al afirmar:
dacidad y acritud, también osa hacerlo con las privadas: las comidas
que se sirven, las ropas que se usan. Y además y para colmo: el lengua-
je y los giros que se emplean en El Espejo parecen más apropiados para
Madrid que para Lima. La conclusión: “El desorden de las costumbres
privadas no se ha corregido jamás por medio de sátiras picantes”. Lo
que Pardo ha debido hacer es escribir “catecismo de educación de ur-
banidad” y no “insolencias y denuestos que no hacen más que irritarnos
y excitar las personalidades, hijas legítimas de la justa venganza...”
También sin fecha y con 17 páginas y con igual formato, aparece
poco después el segundo número de Lima contra El Espejo de mi Tierra,
cuyo contenido está formado por un largo artículo titulado “El doctor
soldado” y una composición en verso: “Al autor de El Espejo”. Con una
prosa tan descuidada como la del número anterior, “El doctor soldado”
(probable alusión a que Pardo, abogado y escritor, llegó a recibir un
grado militar) rebaja el nivel de la polémica al entrar al terreno perso-
nal con una serie de ataques al contrincante que toman como argumen-
to desde su actuación política hasta supuestos rasgos negativos de su
personalidad, aparte de repetir de una manera u otra las críticas consig-
nadas en el primer número. Los versos de “Al autor de El Espejo” siguen,
sin gracia, el mismo camino.
El primer “Alcance” es una letrilla en respuesta a “El tamalero” de Fe-
lipe Pardo y el segundo (del 19 de octubre) es sólo una carta “À Front de
Boeuf, primer heraldo honorario de... El Espejo de mi Tierra”, en la que,
bajo tan vulgar apelativo, el autor de Lima contra El Espejo de mi Tierra
ataca a don Juan Antonio Ugarteche, quien, como ya se ha visto, había
publicado el 17 del mismo mes una carta de elogio al periódico de Pardo.
El fundador, director y redactor de Lima contra El Espejo de mi Tierra
fue un militar con inquietudes políticas llamado Bernado Soffia. En el
mundo de la milicia desempeñó tareas importantes y lo hicieron ascen-
der hasta el grado de coronel, que era el que ostentaba en la época de
su enfrentamiento con Felipe Pardo. Como político llegó a ser elegido
representante al Congreso Constituyente de 1839, habiendo desempe-
ñado algunas comisiones de importancia. Sin embargo, no se le cono-
cían preocupaciones literarias hasta el momento en que, indignado por
las críticas que contra Lima y los limeños descubre en El Espejo de mi
Tierra, se decide a dar la batalla. Alberto Tauro piensa que en la polé-
mica había algo más que un simple desacuerdo sobre el tema de las
costumbres. Sostiene al respecto que ya en la agitada época de las lu-
chas en torno a la confederación Perú-Boliviana Soffia debió de haber
discrepado con el grupo que rodeaba al general Manuel Ignacio Vivan-
el espejo de mi tierra 55
3. Balance y conclusiones
3.1. El proyecto y su realización
to de vista cronológico (19 años separan una de otra) sino por el conte-
nido de la publicación. En la primera, El Espejo de mi Tierra responde
cabalmente a la denominación de “periódico de costumbres” que le dio
el propio Felipe Pardo, y en la segunda, el contenido único que es
“Constitución política” es de naturaleza cívica, patriótica o más espe-
cíficamente política. El autor mismo lo precisa en la “Advertencia” que
precede a la “Constitución política”, según hemos visto.
La etapa costumbrista del periódico de Pardo está conformada por
una serie de textos de notable importancia, entre los que debe destacarse
el “Prólogo” estudiado ya detenidamente y los artículos de costumbres
“Un viaje” y “El paseo de Amancaes”, que también se han analizado en
detalle. Sin embargo, hay un curioso desfase entre lo que el “Prólogo”
parece anunciar y la realidad misma de los dos únicos números de esta
primera etapa. Dicho de otro modo, el “Prólogo”, por los propósitos y
consideraciones que allí se exponen, permitía suponer que la revista iba
a tener una larga y fecunda existencia y que el material a publicarse,
aunque inscrito todo en el marco del costumbrismo, iba a ser muy rico
y variado. No obstante, no ocurrió así, ya que los textos, aunque de gran
importancia, son pocos en verdad: tres artículos de costumbres, otro
texto en prosa, dos letrillas. Todo ello hace suponer que alguna impre-
vista razón alteró los planes de Pardo y Aliaga y lo obligó a suspender
la publicación de El Espejo de mi Tierra al mes de haberla iniciado.
El recurso de la biografía resulta el primer paso lógico para esclarecer
estos hechos. Se verá entonces que luego de publicado el número dos de
su periódico (8 de octubre de 1840) y su “Alcance”, don Felipe tuvo que
viajar a Chile para recibir a su madre doña Mariana Aliaga de Pardo y a
sus hermanas Mariana y Rosario Pardo y Aliaga quienes volvían al Perú
luego de la muerte del padre, don Manuel Pardo, ocurrida en Madrid el
15 de abril de 1839. Felipe Pardo llegó a Valparaíso el 28 de octubre y es-
tuvo de vuelta en el Callao el 28 de diciembre del mismo año. Este viaje
obliga pues a la interrupción en la publicación de El Espejo, según lo dice
el propio Pardo en el artículo “Un viaje”. Puede pensarse que el periódi-
co podía haber reaparecido en 1841, pero sucedió que, poco después de
su vuelta, Pardo fue desterrado a Chile (enero de 1841) por el presidente
Gamarra, temeroso de que el escritor estuviese comprometido con la su-
blevación que en ese mismo mes inició en el Cusco Manuel Ignacio de
Vivanco, gran amigo de Pardo desde la época en que ambos frecuenta-
ban el cenáculo que presidía José María Pando. Este exilio terminó en
mayo de 1841. Cabría suponer que a partir de entonces pudo don Felipe
haber pensado en hacer reaparecer su periódico. No ocurrió así, sin em-
el espejo de mi tierra 57
bargo, por razones que se desconocen, pero que bien pudieran estar rela-
cionadas con la salud del escritor. Consta en efecto que desde 1839, Par-
do (que tenía entonces solamente 33 años de edad) venía sufriendo de
una afección que un certificado médico describe como “una irritación
crónica de los intestinos complicada con una afección al higado”, que
llevaba al facultativo a recomendar “quietud, privación de trabajo mental
y aires de campo” (Porras, 1953: p. 297). Y consta también que siguiendo
estos consejos Pardo y Aliaga se retiró en mayo de 1842 a los baños ter-
males de Yura, cerca de Arequipa, donde permaneció más de un año.
Parece que no cabe duda de que los quebrantos de salud del escritor
son suficientes para explicar la no reaparición de El Espejo de mi Tierra
de 1841 a 1843. Pero debe añadirse que a partir del 11 de abril de 1840
Pardo era vocal de la Corte Superior de Lima. Es probable, entonces,
que aunque los dos primeros números de El Espejo de mi Tierra apare-
cieron cuando Pardo era ya vocal en ejercicio, más adelante considerase
que había cierta imcompatibilidad entre su condición de magistrado y
la dirección y redacción de un periódico de costumbres en el que la sá-
tira y el humor eran ingredientes principales. Aunque con muchas inte-
rrupciones. Pardo continuó siendo vocal por más de diez años, de mo-
do que la especulación que hacemos acerca de posibles escrúpulos su-
yos tiene vigencia por más de una década.
Sin embargo, hay otros hechos vinculados a la vida pública de don
Felipe que ayudan a entender las razones por las que el célebre El
Espejo de mi Tierra no volvió a aparecer en los años cuarenta. Por ejem-
plo, de abril de 1843 a setiembre de 1844 fue ministro de relaciones ex-
teriores en el gobierno del general Manuel Ignacio de Vivanco. Derro-
cado Vivanco, Pardo inicia otro de sus destierros (a Chile como todos
los demás). Lo agitado de esos años explica, en parte al menos, que Par-
do pasase bruscamente de exiliado a diplomático. En efecto, de octubre
de 1846 a abril de 1848 fue ministro plenipotenciario en el mismo país,
cargo del que pasa a ser ministro de relaciones exteriores, justicia y
negocios eclesiásticos de 1848 a 1849, y luego, de 1849 a 1850, miem-
bro del Consejo de Estado.
Por otro lado los problemas de salud de Pardo no solamente no
amenguaban sino que se hacían más graves (parálisis, comienzos de ce-
guera). En busca de alivio a sus males don Felipe emprende en 1850 su
segundo y último viaje a Europa, de donde retorna en 1852 sin haber
logrado mejorar su estado.
En definitiva, es posible afirmar que un conjunto de factores (de sa-
lud, viajes voluntarios o forzados, desempeños de puestos públicos, agi-
58 jorge cornejo polar
tada vida política) son los responsables de que Felipe Pardo no pudiese
llevar a la práctica en toda su dimensión el gran proyecto que en su
mente significó la fundación de El Espejo de mi Tierra. Lástima que así
haya ocurrido. La historia de la literatura peruana perdió de este modo
la posibilidad de contar con una grande y duradera publicación dedi-
cada con exclusividad al costumbrismo.
No obstante, Pardo y Aliaga no olvidó nunca su proyecto. Prueba de
ello es que, como sabemos, hace reaparecer El Espejo en marzo de 1859
(el número tres y último es del 31 de marzo del indicado año). Pero se
trata en verdad de otro El Espejo de mi Tierra, en que el propósito de
hacer literatura de costumbres es sustituido por la intención de hacer li-
teratura política. En este número tres —lo hemos visto con calma— el
único texto que se publica es la larga composición versificada titulada
“Constitución política”, que va antecedida por una “Advertencia” en que
se lee:
aparecidos entre 1760 y 1767). Es probable que Pardo haya leído a estos
autores en su idioma original, ya que la existencia en su epistolario de
cartas que se le dirigen en inglés permite suponer que conocía esta
lengua.
Sin salir del mundo inglés cabe presumir que Pardo conoció también
en alguna medida a Richard Steele (1672-1719) aunque no lo cite. Pero
Steele, junto con Addison, publicó los mencionados periódicos y ade-
más The Tatler, frecuentemente mencionados con elogio por costum-
bristas de Europa e Hispanoamérica. Es cierto que estos escritores bri-
tánicos no son costumbristas en sentido estricto, ya que su obra está for-
mada mayoritariamente por ensayos. Pero el así llamado ensayo exce-
día ciertamente el marco de un cuadro de costumbres. Sin embargo,
algunos títulos contenían una serie de elementos que pueden ser con-
siderados costumbristas. Y ciertos textos de The Tatler tienen títulos que
revelan esta evidente relación con el costumbrismo: “La extraordinaria
conducta del caballero de la puerta vecina”, “Comentarios de cafetería”,
“La enmienda de las costumbres”, “Pensamientos sobre la bebida”, “La
reprensible costumbre de empeñar”, etc.
Para terminar con el tema, traemos a colación el erudito estudio de
A.R.Humphreys, Steele, Addison and Their Periodical Essays. Aparece
allí una descripción de los textos de The Tatler que tiene cierto pareci-
do —como veremos luego— con algunos párrafos del “Prólogo” de Felipe
Pardo. Sostiene Humphreys:
3.3. Final
ANÓNIMO
1840 “Carta de elogio a El Espejo de mi Tierra”. En: El Republicano.
Arequipa, 25 de noviembre.
BASADRE, Jorge
1983 Historia de la República del Perú. Lima: Editorial Universitaria.
MONGUIÓ, Luis
1967 Don José Joaquín de Mora y el Perú del ochocientos. Madrid:
Editorial Castalia.
[64]
el espejo de mi tierra 65
TAURO, Alberto
1952 “El espejo de mi tierra”. En: Revista Iberoamericana. Nº IV.
México, pp. 333-344.
1962 “Felipe Pardo y Aliaga, periodista”. En: Revista Interamericana de
Bibliografía. Segunda época, Nº XII. Washington D.C., pp. 89-
137.
[67]
68 jorge cornejo polar
guales en calidad literaria los logros que alcanzó. Para nosotros el pri-
mer rango lo ocupan las obras teatrales (las comedias en sentido estric-
to, no las obras menores), un cierto número de artículos y algunas de
las poesías festivas, ya que juzgamos inferiores las piezas en un acto y
el resto de artículos y poesías.
Así, pues, el conocimiento de los artículos resulta un paso indis-
pensable para conseguir una cabal comprensión de la creación de
Segura y para poder sustentar una justa valoración de su significado
dentro de la tradición literaria peruana. La presente edición busca, pre-
cisamente, ofrecer una selección representativa de este aspecto de su
obra, contribuyendo así a salvar una omisión grave en la bibliografía
nacional. En efecto, desde la edición dirigida y prologada por Ricardo
Palma en 18851, que hoy es prácticamente inhallable, no se había inten-
tado una presentación de conjunto de lo mejor de los artículos (sólo
algunos de ellos habían sido reimpresos). En esta oportunidad se reú-
nen 26 de los que a nuestro entender ejemplifican más cabalmente lo
alcanzado por Segura dentro de esta modalidad literaria.
De peculiar fisonomía y de raigambre mixta —a medias entre la lite-
ratura y el periodismo— el artículo de costumbres es una criatura carga-
da de caracteres singulares. Escrito en prosa, participa en alguna medi-
da de la crónica pura y simple en cuanto suele construirse sobre la base
del relato de hechos acaecidos, pero accede al nivel del arte literario en
cuanto exige una cierta dosis de capacidad creadora para la edificación
de personajes, el establecimiento de una acción aunque sea elemental
y el ejercicio de un lenguaje al que contribuyen diversas técnicas lite-
rarias: la descripción, la narración, el diálogo, el monólogo y las moda-
lidades expresivas habitualmente llamadas figuras literarias. En sus me-
jores exponentes el artículo es casi un cuento, del que, en tales casos,
sólo se distingue por una eventual presencia de reflexiones o juicios a
los que debe recurrir el autor comprometido en la empresa de corregir
realidades humanas y por la distancia que el escritor establece entre sí
y su obra en el cuento y la ficción. Se llega así al establecimiento en
cierto grado del “mundo de ficción” que es propio del arte narrativo y
se le puebla de personajes que dotados de vida propia, extraída en
parte de modelos reales, en parte de los veneros de la imaginación, lle-
van sobre sí la carga de protagonizar el o los sucesos escogidos.
1 Artículos, poesías y comedias de Manuel Ascencio Segura. Lima: Carlos Prince, impre-
sor y librero-editor, 1885. Preámbulo biográfico y noticiero de Ricardo Palma.
70 jorge cornejo polar
[75]
76 jorge cornejo polar
2. El costumbrismo en el Perú
2.1 Cronología
2.2 Representantes
3. Costumbrismo y periodismo
3.1 Introducción
Hay, sin embargo, cierta duda sobre las fechas exactas. Mientras que
Mariano F. Paz Soldán da como fecha de inicio el 11 de enero de 1841
y de final el 31 de diciembre del mismo año, con un total de 248
números, Manuel Odriozola da como fecha del primer número el 11 de
febrero del mismo año y dice que el número 460 salió el 13 de agosto
de 1842.
Más importante que estas precisiones cronológicas resulta el dicho
de Sánchez en el sentido de que como folletines de La Bolsa apare-
cieron los siguientes artículos de costumbres de Segura: “Me voy al
Callao”, “La vieja”, “La montonera de Huacho”, “Una visita”, “El puente”,
“Otra visita”. Y que también fue en ese diario en que se publicó una de
las más celebradas letrillas de Segura (Sánchez, 1947: p. 74).
Siguiendo el hilo del precursor “Preámbulo” de Palma, señalaremos
que El Cometa fue la siguiente aventura periodística de Segura. Dice
don Ricardo: “El Cometa fue una publicación periodística debida exclu-
sivamente a la pluma y al ingenio de Segura. Cada número (y sólo
aparecieron doce) constaba de dieciséis páginas en un cuadernito en 8º
menor: es decir que El Cometa tenía el mismo formato que las famosas
Capilladas de Fray Gerundio que, a la sazón, se publicaban en España”
(loc. cit.: p. VI). La única referencia a la fecha de El Cometa la da Maida
Watson (op. cit.), quien indica que fue de 1841.
La indiscutible atracción que Segura sentía por el periodismo, que le
servía de insuperable instrumento para dar a conocer artículos de cos-
90 jorge cornejo polar
4. A manera de conclusión
El necesariamente breve examen que acaba de hacerse acerca de las
relaciones del costumbrismo con el periodismo en el Perú revela que si
bien nuestros costumbristas aprovecharon del primer auge del perio-
dismo nacional para difundir su obra, a su turno la prensa periódica se
fortaleció, enriqueció y alcanzó a un mayor público gracias a los textos
de escritores costumbristas nacionales y extranjeros que aparecieron
con inusitada frecuencia en sus páginas.
Por otro lado, la presencia de artículos o cuadros de costumbres y
de letrillas en los diarios y revistas nacionales de la época estudiada fue
un factor determinante en el fortalecimiento de la opinión pública. La
revisión crítica de este otro aspecto de la inserción del costumbrismo en
la realidad social del Perú del siglo pasado confirma la importancia que
tuvo en el proceso sociocultural del país en una decisiva etapa de su
100 jorge cornejo polar
historia. Es éste un tema que por ahora nos limitamos a apuntar, pero
que requiere de un estudio sistemático y en profundidad.
Hora es, pues, de olvidar las actitudes prescindentes o de abierto
desdén hacia el costumbrismo peruano. Ha llegado el momento, más
bien, de llevar adelante estudios que desde diversos pero complemen-
tarios puntos de vista contribuyan a levantar su historia, que es, de
algún modo y en buena proporción, la historia del Perú a partir de la
Independencia y hasta finales del siglo XIX.
Bibliografía
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tronato del Libro Peruano/ Segundo Festival/ Autores de la Colo-
nia, Emancipación y República. Nº 10 (Estudio preliminar de Raúl
Porras Barrenechea).
I
Como es sabido, hay dos maneras de entender la noción literaria de
costumbrismo. En un sentido muy general la denominación de costum-
brismo puede englobar todas aquellas composiciones que de un modo
u otro presentan las costumbres típicas de un país, de una región o de
una ciudad, pero sin que sea esta presentación su principal propósito.
Un gran número de obras del pasado y del presente de la literatura uni-
versal quedarían así comprendidas dentro del marco demasiado amplio
e impreciso de esta definición que no es, ciertamente, la que ahora uti-
lizamos. Pero de acuerdo con un criterio más estricto, el costumbrismo
es solamente cierto tipo de literatura cuyo principal y con frecuencia
excluyente objetivo consiste en la pintura (a veces crítica, a veces elo-
giosa) de los usos o hábitos peculiares de la población de una deter-
minada área geográfica y social. Esta finalidad de retrato casi directo de
la realidad social en lo que tiene de más aparente, esta aproximación
tan estrecha entre el referente real y su versión textual (casi no hay
espacio para la ficción literaria propiamente dicha), desplaza o subor-
dina por lo general a la búsqueda propiamente estética. “Un placer de-
sinteresado, un interés puramente estético, no es nunca, a lo que pare-
ce, el móvil de un escritor de costumbres”, llega a decir uno de los más
destacados especialistas en el tema, el crítico español José F. Montesinos
(Montesinos, 1960: p. 48).
Por otro lado, el costumbrismo, cuya mirada se dirige sólo a la cir-
cunstancia presente, da origen a una forma literaria específica: el cuadro
o artículo de costumbres, cuya aparición en Francia, a finales del siglo
XVIII, marca precisamente el surgimiento de esta manera literaria. Debe
anotarse, sin embargo, que el costumbrismo se vale también de otras
formas como la comedia (de costumbres) y la poesía festiva o satírica.
[107]
108 jorge cornejo polar
II
Expuestos así los propósitos y alcances de este trabajo, no faltará
quien se pregunte por las razones justificativas de tal tipo de investi-
gación, habida cuenta de que ni en el Perú, ni en la América Hispana,
ni en España misma, el costumbrismo cuenta con cultores que hayan
alcanzado el nivel de la excelencia artística (con la relativa excepción
de Mariano José de Larra). Ante inquietudes o dudas como éstas habría
que responder, en primer término, que el interés por el costumbrismo
se halla ampliamente fundamentado, desde la perspectiva latinoameri-
cana, por el rol que este movimiento literario cumple en el proceso ge-
neral de la historia de los países de Hispanoamérica (y no sólo en la
serie literaria).
En efecto, como apuntó con acierto Mariano Picón Salas: “El cos-
tumbrismo es la primera vía no digamos hacia lo autóctono, pero por
lo menos hacia lo circundante, en el proceso de nuestras letras” (Picón
Salas, 1958: tomo I, p. 9). Y como así es en verdad, resulta que por esta
vía puede descubrirse algo aún más significativo: que el costumbrismo
del siglo XIX en América Latina fue el primer intento después de la
Independencia, de lo que ahora se denominaría búsqueda de la identi-
dad nacional. Ya lo anotó sagazmente el ensayista mexicano José Luis
Martínez al sostener:
III
Para iniciar propiamente el estudio comparativo del costumbrismo
peruano y español entre fines del XVIII y las seis primeras décadas del
XIX, que es el objetivo central de la presente investigación, parece ade-
cuado elaborar como paso previo un listado cronológicamente pautado
de los principales costumbristas y el inicio de sus trabajos literarios tanto
en España como en el Perú. Este simple expediente arrojará luces sobre
las posibilidades reales de una influencia de los escritores hispanos
sobre los peruanos, relación de dependencia o de derivación que ha
sido siempre supuesta de modo explícito o tácito por la crítica.
De la amplia serie de costumbristas españoles tomamos sólo a los más
destacados, que son a la vez a quienes con más frecuencia se les señala
como influyentes sobre sus colegas peruanos. Son ellos: Ramón de la
Cruz (1713-1794), Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), Serafín
Estébanez Calderón (1799-1837), Ramón de Mesonero Romanos (1803-
1882), Mariano José de Larra (1809-1837). Y del lado peruano escogemos
a los principales representantes de la tendencia, que son: Manuel Ascen-
cio Segura (1805-1871), Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868), Manuel Atana-
sio Fuentes (1820-1889) y Ramón Rojas y Cañas (1830-1881).
Del listado que antecede se desprende con claridad que, salvo el
caso de Ramón de la Cruz, los más representativos costumbristas espa-
ñoles son prácticamente coetáneos de sus pares peruanos, lo que
comienza a sembrar dudas acerca de la viabilidad del influjo español
siempre aceptado por la crítica. Y la duda crece si cotejamos las fechas
costumbrismo: peruano y espaæol 113
IV
Felipe Pardo y Aliaga es autor de las comedias costumbristas Frutos
de la educación (estrenada en 1830 y primera aparición formal del cos-
tumbrismo en el Perú), Una huérfana en Chorrillos (1833) y Don Leoca-
dio o el aniversario de Ayacucho (1833). También lo es de un cierto nú-
mero de letrillas de tipo costumbrista como “El carnaval de Lima”, “Co-
rrida de toros”, “El ministro y el aspirante” (que son las más celebradas).
Pero tal vez el más importante aporte de Pardo a la literatura del cos-
tumbrismo peruano esté dado por la fundación y dirección de El Espejo
de mi Tierra, periódico de costumbres que aunque sólo alcanzó a pu-
blicar un prospecto y dos números en 1840 y uno tercero en 1859, con-
tiene textos memorables. En primer lugar el prólogo, que es el único ma-
nifiesto, si así puede decirse, del costumbrismo peruano. Y luego sus dos
únicos, pero excelentes artículos de costumbres: “Un viaje” y “El paseo
de Amancaes”. Además, la larga composición versificada “Constitución
política”, que es a la vez que una crítica a las cartas constitucionales que
hasta entonces había tenido el Perú republicano, un descarnado retrato
de la manera de pensar y actuar de la clase política de entonces y en
general una pesimista visión del Perú. Debe recordarse que Pardo
escribió también un considerable número de poesías no costumbristas.
Para la cuestión de relación entre costumbristas peruanos y españo-
les de la que aquí tratamos, es importante recordar que Felipe Pardo,
hijo de un alto funcionario del gobierno virreinal español y miembro de
una familia aristocrática, se formó en gran parte en España, donde per-
maneció entre 1821 y 1828 (es decir, entre sus 15 y 22 años). Durante
114 jorge cornejo polar
este tiempo Pardo siguió estudios, entre 1821 y 1823, “en el Colegio de
la Calle San Mateo, del que era Director don Juan M. Calleja, Regente
de Estudios don Alberto Lista y Profesor de Literatura don José Gómez
de Hermosilla” (Monguió, 1973: p. 2). Por haberse cerrado dicho cole-
gio nuestro escritor tuvo que seguir sus estudios entre 1823 y 1826 en
la casa de Alberto Lista, quien daba allí clases particulares. Pero Pardo
y Aliaga además fue miembro de la Academia del Mirto, fundada en
abril de 1823, a la que concurrían los alumnos de Lista que gustaban o
practicaban la literatura (como, además de Pardo, José de Espronceda,
Ventura de la Vega, Mariano Roca de Togores).
Dado el carácter del colegio, en el que el sector literario estaba en
manos de José Gómez de Hermosilla, “el genuino representante de la
intolerancia” clasicista, como lo llama Francisco Blanco García (Blanco
García, 1899: tomo 1, p. 397), y de don Alberto Lista, quien, aunque de
criterio más amplio y de ideas liberales (“La doctrina enseñada por Lista
e incluso su mensaje poético de estos años estaba en consonancia con
las ideas y creencias liberales que respiraba toda la juventud europea y
los más de sus hombres de letras”; Juretschke, 1951: p. 100), al igual
que el primero tampoco sentía simpatía por el naciente costumbrismo,
cabe suponer con fundamento que no fue en el Colegio de San Mateo
ni tampoco en la Academia del Mirto donde Felipe Pardo pudo haber
descubierto y gustado del costumbrismo.
Por ello ha de entenderse que tal descubrimiento y afición debe de
haber surgido de sus contactos con el ambiente literario madrileño en
general y más específicamente de la lectura de la prensa periódica y aun
de su posible concurrencia a las primeras representaciones del teatro de
Bretón de los Herreros. Seguramente pudo presenciar también algunos
de los numerosos sainetes de Ramón de la Cruz, que, aunque estrena-
dos a fines de la centuria anterior, seguían representándose con alguna
frecuencia en los teatros madrileños.
Y aunque no hay seguridad absoluta sobre lo anterior, no cabe en
cambio dudar de las afirmaciones del propio Pardo, quien es autor del
único texto que pudiera describirse como teórico o programático del
costumbrismo peruano: el prospecto del 10 de septiembre de 1840 al
periódico de costumbres que él mismo fundara, dirigiera y redactara en
su totalidad, El Espejo de mi Tierra. En efecto, luego de explicar que los
temas que ha de tratar “son principalmente las costumbres”, invoca a
una serie de antecesores ilustres (el inglés Addison, los franceses La
Bruyère y Jouy, el español Cervantes), menciona expresamente a Larra
y dice que éste “y otros en nuestros días, con pequeñas diferencias, se
costumbrismo: peruano y espaæol 115
puede decir que han escrito para sociedades formadas en las que tienen
las costumbres una estabilidad que rara vez se pierde a los esfuerzos de
los censores”, explicando luego que su caso es más favorable ya que el
período de transición y crisis que significó la Independencia “ha graba-
do en las costumbres el mismo carácter de inestabilidad que afecta a
todas las cosas en semejante crisis”. Más adelante, siempre en su
propósito de explicar el tipo de literatura que hace y de justificarla,
agrega:
“El transcurso del tiempo y los notables sucesos que han me-
diado desde los últimos años del siglo anterior han dado a las
costumbres de los pueblos nuevas direcciones, derivadas de
costumbrismo: peruano y espaæol 117
Y más adelante:
Muy distinto resulta ser el caso de otra de las figuras principales del
costumbrismo peruano, Manuel Ascencio Segura (1805-1871). Su obra,
mucho más abundante que la de su coetáneo Pardo y Aliaga, com-
prende en lo teatral dos dramas (destruidos por voluntad expresa del
autor), doce comedias y tres piezas menores; en prosa al menos 36
artículos de costumbres —que son los que aparecen en el volumen titu-
lado Artículos, poesías y comedias de Manuel Ascencio Segura (1885)
que dirigiera Ricardo Palma— y un número menor de composiciones en
verso entre las que se cuenta un largo texto satírico denominado La
Pelimuertada. Todo el teatro que se conserva, todos los artículos y
algunos poemas son de carácter costumbrista.
Pero aparte del carácter casi exclusivamente costumbrista de sus
escritos y del mayor volumen de producción, hay otros motivos más de
fondo para postular la diferencia entre Manuel Ascencio Segura y Felipe
Pardo y Aliaga. En primer lugar y en cuanto a lo biográfico, Segura,
quien no perteneció a la aristocracia sino a la clase media, tuvo una for-
mación escolar y literaria considerablemente menor que la de Pardo y
además jamás salió del Perú (es decir, no tuvo contacto personal con
escritores españoles ni pudo experimentar el ambiente literario de
España).
Por otro lado y no obstante lo que supone Luis Alberto Sánchez
acerca de cierto dominio del francés por parte de Segura —“A pesar de
no conocerse obras en francés pertenecientes a Segura, parece que leía
en este idioma. Sus muchas alusiones a literatura francesa y hasta las
intercalaciones en francés, especialmente en El resignado y Ña Catita,
así lo demuestran” (Sánchez, 1947: p. 156)—, somos de la opinión, por
la biografía de Segura que demuestra sus pocos estudios y su temprana
dedicación a la milicia, que su conocimiento de francés, si acaso tuvo
alguno, fue muy superficial y en ningún caso suficiente, creo, para leer
a De Jouy o Mercier, los más importantes costumbristas franceses en su
idioma original. Si los conoció, cosa que tampoco está probada, debió
de haber sido por medio de traducciones.
En segundo lugar y en cuanto al carácter de su figura y a la natura-
leza de su obra, debe enfatizarse que ambos factores demuestran en mi
opinión la existencia de una vocación literaria mucho más auténtica que
la de Pardo y consecuentemente explican la mayor y más constante
dedicación a la literatura, como puede verse de la simple enumeración
de sus obras y de la fecha de las mismas así como del cotejo de ambos
indicadores con los de Felipe Pardo.
124 jorge cornejo polar
más llana y popular que la del primero y mucho más humorística que
la del segundo.
VI
CORREA CALDERÓN, E.
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costumbrismo: peruano y espaæol 129
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1960 Costumbrismo y novela. Ensayo sobre el redescubrimiento de la
realidad española. Berkeley, Los Angeles: University of California
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Introducción
De manera general y poco rigurosa, cabe denominar costumbrismo a
cualquier tipo de escritura literaria que de algún modo refleje las cos-
tumbres peculiares de una determinada comunidad o región. No es
ciertamente en este amplio sentido en que se emplea en estas notas el
término costumbrismo, sino en la más exacta y precisa acepción que lo
refiere a una modalidad literaria que tiene vigencia en ciertas literaturas
europeas desde fines del siglo XVIII y particularmente en las primeras
décadas del XIX y que en América Latina absorbe casi por completo la
producción literaria entre 1820 y 1860 aproximadamente. La creación de
una forma nueva, el cuadro o artículo de costumbres, define y caracte-
riza a esta tendencia.
[131]
132 jorge cornejo polar
El costumbrismo en el Perú
Con rasgos semejantes al del resto de los países de la región, el cos-
tumbrismo decimonónico en el Perú tiene como principales represen-
tantes a Manuel Ascencio Segura (1805-1871), Felipe Pardo y Aliaga
(1806-1868), Manuel Atanasio Fuentes (1820-1889), Ramón Rojas y Ca-
ñas (1820-1881) y Abelardo Gamarra (1852-1924); aunque debe seña-
larse la existencia de elementos costumbristas en diversas proporciones
en otros autores del mismo siglo como Flora Tristán, Narciso Aréstegui
e incluso en los novelistas románticos y realistas como Luis Benjamín
Cisneros, Fernando Casós, Mercedes Cabello de Carbonera y Clorinda
Matto de Turner. En los siglos XVII y XVIII los antecedentes están dados
por Juan del Valle y Caviedes, Francisco del Castillo, Alonso Carrió de
la Vandera, Esteban de Terralla y Landa y José Joaquín de Larriva.
La semejanza entre ambos textos es, creo, la prueba más clara que
pueda aducirse para demostrar la vinculación de Pardo y Aliaga con los
ensayistas ingleses.
Por otro lado, nuestras investigaciones permiten formular la hipóte-
sis de que las ideas estéticas y literarias del tratadista inglés Hugo Blair
deben de haber intervenido también en la formación teórica de Pardo.
Según la erudita afirmación de Estuardo Núñez en su libro (indispen-
sable en estas cuestiones) Autores ingleses y norteamericanos en el Perú,
presencia inglesa en el costumbrismo peruano 137
la ciudad sede de la acción (la capital, por lo común). Este nuevo per-
sonaje, imparcial y objetivo por definición, que ve las cosas desde otro
punto de vista, resulta particularmente adecuado para —como tácito por-
tavoz del escritor— describir costumbres y —mejor todavía— para criticar-
las haciendo ver lo ridículo, anticuado, censurable o peligroso que
tienen según los casos y a la vez para ensalzar otros determinados
hábitos de conducta. Desde luego que todo esto supone un contraste
(la otra faz de la misma técnica) entre lo que cree y practica el persona-
je extraño a la realidad social descrita y lo que esta sociedad vive.
Los costumbristas peruanos en general utilizan abundantemente el
recurso del contraste, el instrumento de la perspectiva diferente sirvién-
dose, en ambos casos, también frecuentemente, de personajes ingleses.
Los ejemplos son numerosos y preferimos por ello hacer alusión a un
caso paradigmático, la comedia Frutos de la educación de Pardo y Aliaga
y el papel decisivo que en ella cumple un inglés, don Eduardo. Su reac-
ción ante las costumbres nacionales precipita el desenlace ejemplarizador
y moralizante. Recordemos: en una típica familia limeña de clase media,
en la segunda década del pasado siglo, Pepita, la hija, es pretendida, entre
otros, por don Eduardo, negociante inglés. Luego de algunas dudas y vac-
ilaciones de los padres, los buenos propósitos del pretendiente extranjero
son acogidos con entusiasmo creciente y derivado de diversas motiva-
ciones según sean el padre o la madre los protagonistas. Cuando todos
los proyectos marchan por buen camino surge precisamente el efecto de
la distinta perspectiva con que el inglés ve y juzga determinadas costum-
bres generalmente aceptadas en Lima y el consiguiente contraste que así
se produce entre la realidad peruana y la opinión inglesa. Habiendo sido
testigo de cómo Pepita baila una “zamacueca de gala, zamacueca de alto
bordo, zamacueca de borrasca, de aquellas luciferinas...”, don Eduardo
desiste de su compromiso con la movediza niña. El funcionamiento del
mecanismo está claro. Para censurar una serie de fallas o defectos en la
educación de la mujer limeña (recuérdese que la pieza se titula Frutos de
la educación, de la mala educación, en el sentir de Pardo), el autor se
vale del juicio (¿inapelable?) de un inglés, a quien de hecho se le coloca
en sitial y función de árbitro de las costumbres. Hacia el final de la come-
dia, un parlamento de Manuel, tío de Pepa, explicita transparentemente
el asunto: “Todo esto para nosotros es cosa sencilla y llana, pero un
inglés, hija mía, ni lo entiende ni lo traga... Cual ave que vió la trampa,
el inglés levantó el vuelo...”.
Muchos otros ejemplos del uso de personajes ingleses o de referen-
cias a Inglaterra como práctica del perspectivismo costumbrista pudieran
140 jorge cornejo polar
[141]
142 jorge cornejo polar
“Doña Claudia Orriamun era por los años de 1640 el más lin-
do pimpollo de esta ciudad de los reyes. Veinticuatro prima-
veras, sal de las salinas de Lima y un palmito angelical han
sido siempre más de lo preciso para volver la boca agua a los
golosos. Era una limeña de aquellas que cuando miran parece
que premian y cuando sonríen parece que besan” (“Una vida
por una honra”).
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[152]
palma, el costumbrismo y la novela 153
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1890 Cartas americanas. Madrid.
El símbolo del alimento en la poesía de
César Vallejo*
A Julio Vélez
Desde el primer poema del primer libro de Vallejo, Los heraldos negros
(1918), es posible encontrar ya —como un anuncio— la mención del ali-
mento en su forma elemental, el pan, alimento básico por excelencia.
Pero también desde esta primera vez, la palabra «pan» (como ocurrirá
con la mayoría de las que denotan alimento en su poesía posterior) está
empleada en un sentido múltiple, es sin duda un símbolo polisémico.
En efecto, el pan que en la puerta del horno se nos quema es evidente-
mente el pan material que se daña gravemente en el momento decisi-
vo, pero la misma palabra alude a la vez a uno de los golpes denuncia-
dos desde el verso inicial, uno de esos siniestros heraldos negros que a
partir de este momento inaugural de la poesía de Vallejo elevan ya su
sombra ominosa. Si se recuerda el texto: “Esos golpes sangrientos son
las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos que-
ma”, se verá con claridad que dentro del contexto del célebre poema
* Una primera versión de este estudio fue leída durante el curso “La poesía contem-
poránea en español y César Vallejo”, organizado por la Universidad Complutense de
Madrid del 17 al 21 de agosto de 1992, en recuerdo del primer centenario del
nacimiento del poeta.
[155]
156 jorge cornejo polar
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6 Vélez, Julio. “Introducción” a la edición de Poemas humanos, poemas en prosa y
España, aparta de mí este cáliz. Madrid: Cátedra-Letras Hispánicas, 1991 (segunda edi-
ción).
vallejo y el símbolo del alimento 157
II
Lejana e irrecuperable la infancia, el hablante de la poesía de Vallejo
(ahora adulto) se enfrenta a la dura condición del hambre físico y de la
orfandad afectiva, dos de los varios heraldos negros vistos y temidos
desde el comienzo del ejercicio creativo del autor. Pero aunque la
situación ha cambiado, las palabras que aluden a la nutrición o a su
contrario, el hambre, continúan siendo símbolos polisémicos, pode-
rosos núcleos generadores de un abanico de variadas significaciones o
sugerencias.
“La cena miserable” (Los heraldos negros), el poema XXVIII de Trilce
y “La rueda del hambriento” (Poemas humanos), tres memorables tex-
tos vallejianos, serán la vía de acceso en esta nueva fase de la inda-
gación.
La singularidad impresionante del primer poema comienza por el
título, que encierra una paradoja inquietante: una cena, acto de comer
que por definición tendría que calmar el hambre, es insólitamente adje-
tivada como miserable, es decir, como desdichada, mezquina, expresión
de pobreza suma. Sin duda, este uso irónico o paradójico de las pa-
labras “cena” y “miserable”, del que nace la poderosa fuerza de la ex-
presión, recuerda el empleo en similar forma de la palabra “ágape” para
titular otro poema en el que no se habla de comida servida en comu-
nión fraterna, como pudiera válidamente suponerse, sino más bien de
la soledad de un hombre hambriento de afecto en medio de la mu-
chedumbre indiferente o egoísta que puebla una gran ciudad.
Sin embargo, el centro vital del texto no termina en la paradoja del
título. Hay otro componente esencial que es la dimensión temporal
162 jorge cornejo polar
III
Con demasiada frecuencia se ve en Vallejo solamente al poeta del
dolor, la angustia, el desamparo, la soledad (lo cual es cierto, pero no
abarca todo el complejo mundo vallejiano) y se deja de lado otro ele-
mento esencial de su mensaje: la esperanza. Vallejo es también, hay que
proclamarlo, un poeta de la esperanza. Este tema está presente desde
Los heraldos negros, tanto en forma algo críptica pero indiscutible como
en “Líneas”, cuanto de modo explícito en “El pan nuestro” y especial-
mente en “La cena miserable”. Y este eje temático se prolonga en Trilce
(poemas XXXVI y LXXVII por ejemplo), para afianzarse en Poemas
humanos y culminar espléndidamente en España, aparta de mí este
cáliz.
Para este tema que nos interesa (el de la “expansión semántica del
símbolo del pan”, como diría Ana María Pucciarelli), retenemos “El pan
nuestro” y “La cena miserable” del primer libro de Vallejo y el “Himno
a los voluntarios de la República” del libro final.
En “El pan nuestro” la esperanza de la nutrición cabal se expresa de
modo a la vez más concreto y más empapado de ternura, si así puede
decirse. Se quisiera, en efecto, “tocar todas las puertas y preguntar por no
sé quién” (expresión que recuerda a “Ágape” del mismo libro) y luego
“ver a los pobres y, llorando quedos, dar pedacitos del pan fresco a
todos” (de nuevo el alimento hecho una sola cosa con el amor). De aquí
se traspasa sorpresivamente el “borde célebre de la violencia” (que no se
llegará a cruzar en “Me viene hay días...” de Poemas humanos) y se desea
así saquear a los ricos sus viñedos (lo que insufla a la esperanza cierto
aire de reivindicación social, aunque dulcificada, porque tal violento acto
se hará no sólo en nombre de Cristo sino con las mismas “manos santas/
que a un golpe de luz/ volaron desclavadas de la Cruz”). El poema con-
cluye renovando el anhelo central: hacerle a alguien, a todos, “pedacitos
de pan fresco/ aquí en el horno de mi corazón”. La intensidad de la
expresión que reúne el propósito de alimentar con el de amar, se halla
cabalmente conseguida otra vez con gran economía expresiva y basada
en el empleo de términos del más cotidiano léxico (cosa que siempre será
motivo de admiración en la poesía de Vallejo).
De “La cena miserable” debe rescatarse los hermosos versos que ex-
presan de modo claro el deseo (la esperanza) de un futuro diferente vis-
to desde la óptica del alimento material/espiritual: “Y cuándo nos vere-
mos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos”.
Este texto del primer Vallejo se enlaza inequívocamente —como hemos
vallejo y el símbolo del alimento 167
apuntado ya— con una de las composiciones principales del Vallejo termi-
nal: el “Himno a los voluntarios de la República” de España, aparta de
mí este cáliz, y naturalmente con otros poemas de los dos últimos libros
de Vallejo.
El “Himno” es, como se ha dicho muchas veces, un canto de espe-
ranza en un porvenir mejor que se edificará sobre los sufrimientos del
presente. En tal futuro distinto, el ingrediente de la nutrición polisémi-
camente simbolizada tiene un rol vital. Los voluntarios son vistos como
constructores de “la activa, hormigueante eternidad”, a la que donarán,
con su propia muerte, un destino feliz en el que “vendrá en siete ban-
dejas la abundancia...”. En ese mismo anhelado y avizorado mañana:
“¡Se amarán todos los hombres/ y comerán tomados de las puntas de
vuestros pañuelos tristes/ y beberán en nombre de vuestras gargantas
infaustas” (y hasta la hormiga “traerá pedacitos de pan al elefante enca-
denado”, es decir, pan con ternura, visible ésta en el diminutivo). La
misión del miliciano republicano queda así sublimada: su lucha y su
previsible muerte serán los factores desencadenantes de la utopía hecha
paradójicamente realidad. Repárese que tanto en el fraseo del “Himno”
como —veinte años antes— en el de “La cena miserable”, se habla de una
plenitud vital para todos los humanos, no para un grupo, sector o clase.
La visión de la “cena” imagina a los hombres “desayunados todos” al
borde de una mañana eterna, mientras que en el “Himno” se reitera la
plural “fraternidad”: comerán todos los hombres y se amarán todos los
hombres. El amor entre la totalidad de los hombres será condición pre-
via fundamental del bienestar futuro, de manera semejante a “Masa”,
donde la misma totalidad —“todos los hombres de la tierra”— es el re-
quisito sine qua non para que el cadáver del combatiente deje de morir,
vuelva a la vida.
En busca del tema del alimento en su variada riqueza hemos reco-
rrido una buena parte del territorio poético trabajado por Vallejo. Al ter-
minar el itinerario programado percibimos con claridad que quedan
todavía muchas zonas por explorar con relación al mismo asunto. Y
esto porque no cabe duda que el eje temático del alimento es uno de
los principales del universo vallejiano en sí mismo y por ello atrae como
un imán una serie de significaciones y cuestiones conexas. No podría
decirse, sin caer en la exageración, que estamos ante el tema funda-
mental de Vallejo, pero su significación en la obra del poeta peruano es
grande. Los análisis e interpretaciones que ahora ofrecemos deben con-
siderarse como un work in progress (como de hecho debe catalogarse
todo proyecto crítico serio). Habremos de continuar por el camino
168 jorge cornejo polar
[169]
170 jorge cornejo polar
I
Son dos las explicaciones que de inmediato aparecen como presu-
miblemente válidas cuando se trata de comprender la razones del cam-
bio experimentado por Vallejo entre 1918 y 1922. Una de ellas plantea
una interpretación fundada en la biografía mientras que la otra privile-
gia a factores literarios como principales responsables de la transforma-
ción. Ninguna de las dos nos parece enteramente satisfactoria según se
verá más adelante, pero ambas aportan elementos de interés.
Como es sabido, a partir de 1915 (con la muerte de su hermano Mi-
guel) comienzan a sucederse en la vida de Vallejo acontecimientos do-
lorosos o desagradables cuya frecuencia se va a intensificar en los años
siguientes.
Una rápida enumeración de estos “golpes” (en los que seguramente
pensaba, recordando los pasados y avizorando los futuros, al escribir el
famoso poema liminar de su primer libro) tendría que mencionar.
En 1917: Vallejo recibe la noticia de un asunto importante resuelto
desfavorablemente y de modo que afecta seriamente a algunos de sus
familiares. Esta revelación produce un gran impacto emocional en el
poeta y constituye la motivación próxima de la escritura del poema “Los
heraldos negros” (Espejo Asturrizaga, 1965). Además, a lo largo del año,
se publican duros ataques contra Vallejo, tanto en La Industria de
Trujillo como en Variedades de Lima que en su edición del 22 de se-
172 jorge cornejo polar
soluta no hay. Por otra parte, en un artículo titulado “El dadaísmo. Sus
representantes en el Perú” (Lora, 1921), el escritor Juan José Lora, lue-
go de hacer una presentación del dadaísmo, considera a Vallejo “el ini-
ciador en América del suceso poético que venimos tratando” (el da-
daísmo). Y justifica su apreciación invocando insólitamente el caso de
Los heraldos negros, obra en “la que está marcado, con agudo relieve,
un intento de liberación rítmica, de concentración emocional, de suge-
rencia rítmica, de sugerencia sensacional inmediata, de expresión ínti-
ma que es la acordación total y fundamental de Dadá, el porvenir mag-
nífico del nuevo verso”. Sin embargo, el poema que Lora publica no es
ninguno de Los heraldos..., sino otro que luego dará origen a tres poe-
mas de Trilce (“Este piano viaja para adentro”, del que se derivan los
poemas “XLIV”, “XII” y “XXXII” de Trilce). Ha de citarse también la opi-
nión de Mariátegui cuando dice que en la poesía de Vallejo hay “ele-
mentos de expresionismo, de dadaísmo y de suprarrealismo” (Mariáte-
gui, 1928). Y recordar tal vez el juicio discutible y errado en la fecha de
Trilce, pero de algún interés, de Pierre Lagarde: “César Vallejo a inven-
té le surréalisme avant les surréalistes... Il est curieux de signaler en fin,
qui avec ce livre (Trilce) le premier essai de dadaïsme ait eté fait au Pé-
rou et cela en 1918...” (Abril, 1958).
No estamos de acuerdo con la rotunda adscripción de Vallejo al da-
daísmo, que hace Lora, pero su texto —deducimos— debió de haber sido
leído por Vallejo, quien, si entonces no estaba al día en lo que a dadaís-
mo se refiere, debió de haberse puesto de inmediato en busca de infor-
mación al respecto. O sea que, de modo indirecto, el artículo de Lora
nos lleva al convencimiento de que Vallejo debió de tener algún cono-
cimiento sobre el dadaísmo. Repárese, sin embargo, que el artículo es
de junio de 1921, es decir, cuando, al decir de Espejo, estaba ya escri-
ta la mayor parte de Trilce y al menos “Cuneiformes”, la primera parte
y la más vanguardista de Escalas melografiadas.
Por lo demás, si, como en el caso del futurismo, recurrimos a la in-
dispensable revisión de los textos, de los dos libros que nos interesan,
se encontrarán algunos (pocos) en que pueda rastrearse alguna presen-
cia dadaísta (sería en Trilce: los poemas XXXII, el V y el XII). Mi impre-
sión final es que Vallejo más que recoger elementos específicos del da-
daísmo (que no eran muchos), lo que pudo haber encontrado de esti-
mulante en esta escuela —si realmente la conoció— fue la actitud, el de-
seo y la realización de una ruptura con la tradición poética y la búsque-
da de un nuevo lenguaje aun a costa de romper las estructuras básicas
del lenguaje habitual (cotidiano y poético).
vallejo y la vanguardia 177
II
Una sola actitud, un mismo impulso creador dan origen a Trilce y
Escalas melografiadas. Tal es la principal relación, el decisivo vínculo
que une a ambas obras que aparecen en la primavera de 1922 y en los
primeros meses de 1923 respectivamente. En las líneas que siguen
trataremos de justificar ordenadamente esta afirmación.
Trilce, como se sabe, consta de setentisiete poemas que no llevan tí-
tulo sino simplemente el correspondiente número romano. Escalas me-
lografiadas es un libro en prosa compuesto de dos partes simétricas:
“Cuneiformes” (con seis textos que difícilmente pueden considerarse
cuentos: son más bien como relatos muy libres de impresiones o de ex-
periencias subjetivas u objetivas y que tienen como títulos “Muro no-
roeste”, “Muro antártico”, “Muro este”, “Muro dobleancho”, “Alféizar” y
“Muro occidental”). En la segunda parte hay otros seis textos que sí res-
ponden a la idea habitual de cuento. Se titulan “Más allá de la vida y la
muerte”, “Liberación”, “El unigénito”, “Los caynas”, “Mirtho” y “Cera”. La
crítica ha privilegiado siempre las relaciones entre Trilce y “Cuneifor-
mes”, lo que no parece muy justificado ya que el parentesco se extiende
también a “Coro de vientos”, la segunda parte de este libro al que Coy-
né, con acierto, juzga el más importante logro de Vallejo en narración:
“Entre todos los textos de ficción de Vallejo, los más importantes son,
sin lugar a dudas, aquellos reunidos bajo el título musicográfico típica-
mente ultraísta de Escalas melografiadas” (Coyné, 1968).
1. La crítica frente al tema.- Las relaciones entre Trilce y Escalas me-
lografiadas fueron ya mencionadas y en alguna medida estudiadas por
los críticos que pueden considerarse los iniciadores de la crítica siste-
mática y rigurosa en torno a Vallejo: Luis Monguió y André Coyné. El
primero en su ahora clásico libro César Vallejo (1892-1938), vida y obra
(Monguió, 1952) y el segundo en César Vallejo y su obra poética (Coyné,
1958). Posteriormente, y entre otros, han tratado el tema el propio Coy-
né en su libro de 1968 (Coyné, 1968), Roberto Paoli (Paoli, 1969),
Eduardo Neale Silva (Neale Silva, 1975) y Sonia Mattalía (Mattalía, 1988).
Opiniones características de la actitud de la crítica sobre este asunto
son, por ejemplo, las de Monguió: “Algunos de los relatos de la primera
vallejo y la vanguardia 181
Para los textos de César Vallejo se han utilizado las siguientes edi-
ciones:
ABRIL, Xavier
1958 Vallejo. Buenos Aires: Ediciones Front.
1963 César Vallejo o la teoría poética. Madrid: Taurus.
1988 Exégesis trílcica. Lima: Editorial Gráfica Labor.
COYNÉ, André
1958 César Vallejo y su obra poética. Lima: Editorial Letras Peruanas.
1968 César Vallejo. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
[187]
188 jorge cornejo polar
ESCOBAR, Alberto
1973 Cómo leer a Vallejo. Lima: P.L. Villanueva Editor.
FRANCO, Jean
1984 César Vallejo. La dialéctica de la poesía y el silencio. Buenos
Aires: Editorial Sudamericana.
MATTALÍA, Sonia
1988 “Escalas Melografiadas: Vallejo y el vanguardismo narrativo”. En:
Cuadernos Hispanoamericanos. Nos. 454-455, abril-mayo. Ma-
drid.
MONGUIÓ, Luis
1952 César Vallejo (1892-1938). Vida y obra. Bibliografía, Antología.
New York: Hispanic Institute in the United States/Columbia Uni-
versity.
NEALE-SILVA, Eduardo
1975 Vallejo en su fase trílcica. Madison: The University of Wisconsin
Press.
vallejo y la vanguardia 189
NÚÑEZ, Estuardo
1938 Panorama actual de la poesía peruana. Lima: Editorial Antena S.A.
PAOLI, Roberto
1969 “Vallejo prosista en los años de Trilce”. En: Revista Visión del
Perú, Nº 4. Lima, julio (homenaje internacional a César Vallejo).
1981 Mapas anatómicos de César Vallejo. Firenze: Casa Editrice
D’Anna.
YURKIEVICH, Saúl
1971 Fundadores de la nueva poesía latinoamericana. Barcelona:
Barral Editores.
NOTA: No debe olvidarse que también en 1923 y antes del viaje a Eu-
ropa, Vallejo publicó otra obra narrativa: la novela corta Fabla
salvaje. Este texto tiene igualmente relaciones con Trilce, aun-
que en menor grado que Escalas melografiadas, pero en ge-
neral es una obra menos renovadora que las otras dos. Todo
ello plantea una serie de problemas que trataremos en otra
ocasión.
La poesía de
César Atahualpa Rodríguez
Descubierto hacia la segunda década del siglo por el ojo avizor de Abra-
ham Valdelomar, elogiado poco después por Manuel González Prada y
César Vallejo, reconocido desde entonces por la crítica (Estuardo Núñez,
Luis Alberto Sánchez, Luis Monguió, Augusto Tamayo Vargas, entre
otros), César Augusto Rodríguez Olcay (César Atahualpa según lo bauti-
zara para siempre el ingenio juguetón de Percy Gibson) sigue siendo,
no obstante, para la mayoría de lectores nacionales, un desconocido o,
en el mejor de los casos, exclusivamente un nombre y algunos poemas
que se mencionan admirativamente. Solamente los especialistas o el
círculo creciente, pero todavía limitado, de los iniciados saben de las
poco comunes calidades de la poesía de este hondo, original, prolífico
escritor. Han contribuido sin duda a esta injusta situación dos hechos:
el que en vida Rodríguez publicara únicamente dos libros (La torre de
las paradojas y Sonatas en tono de silencio), separados por un largo
intermedio de cuarenta años, en primer lugar; y luego, el que el resto
de su cuantiosa y variada obra poética permanezca inédita a excepción
del volumen antológico Los últimos versos, de un par de antologías me-
nores y de un puñado de poemas dispersos en revistas y periódicos1.
Hora es, pues, de hacer justicia, de buscar para esta obra excelente
una audiencia más amplia, difundiéndola en especial entre las nuevas
generaciones (que es en verdad la mejor manera de perpetuar la memo-
ria del poeta y de rendirle un merecido homenaje). Y también es el mo-
mento de intentar, paralelamente, nuevas exploraciones críticas que
[191]
192 jorge cornejo polar
Vida y poesía
Tengo un mendrugo,
un miserable mendrugo de pan,
que me arroja todos los días
con mano torpe, la ciudad.
En cambio,
por la infamante limosna que me da
he vuelto del revés mis malos versos
y en la región lumbar
llevo como una cebra muerta
la Biblioteca Municipal.
Estamos, sin duda, ante una cabal imagen de la alienación del artista
en el mundo contemporáneo. Y, sin embargo, sorprendentemente, en
el mismo poemario, otra composición, “Ego sum”, en la que el autor se
describe: “En esta ciudad sencilla, yo/ soy una red de líneas/ de comu-
nicación... soy el correo... soy el libro que llega de Europa”, parece
anunciar la interpretación positiva que sobre los mismos hechos apare-
ciera con razonado detalle en un texto posterior en 16 años: el discur-
so que Rodríguez pronunciara en agosto de 1942 al agradecer el home-
naje que se le tributó por haber cumplido 25 años precisamente como
director de la biblioteca de marras 2.
Leemos en este importante documento (sobre el que volveremos
con frecuencia):
Georges Poulet
César A. Rodríguez
a aquel acto a partir del cual cada universo imaginario se abre” (Poulet).
En muchos casos, la mayoría de las veces sin duda, el investigador ten-
drá que intentar reconstruir este delicado mecanismo generador de li-
teratura, desde donde se perfila el carácter original de cada obra, en
base al análisis de los mismos textos poéticos o narrativos del autor, tra-
bajo de todos modos inexcusable pero difícil, riesgoso y de resultados
inciertos.
La tarea, empero, se alivia considerablemente cuando se dispone de
revelaciones que el propio poeta ofrece acerca de su mundo interior y
de su actitud creativa. Y eso fue, precisamente, lo que hizo César A. Ro-
dríguez en más de una ocasión.
El más importante documento con que en este caso se cuenta es sin
duda el discurso ya citado, texto de excepcional riqueza que es, a la
vez, autobiografía espiritual, confidencia íntima, crónica del itinerario
cultural de su ciudad.
La primera afirmación importante para nuestro propósito es la que
sirve de epígrafe a este capítulo, que vale como una constancia solemne
de la autenticidad de su poesía.
Párrafos adelante, Rodríguez formula la explicación central:
“Hay arte siempre que se presente algo... que no tiene por fin
el conocimiento de la realidad ni debe confundirse con la
realidad, sino que debe satisfacer en sí el interés del contem-
plador. La imaginación creadora del poeta se nos presenta
como un fenómeno que sobrepasa completamente la vida
cotidiana de los hombres”.
7 Ver nota 2.
la poesía de césar a. rodríguez 203
8 Ver nota 2.
204 jorge cornejo polar
César A. Rodríguez
... Laso,
se me adelgaza la vivencia
y en este vidrio que es un vaso
gotea el alma pura esencia...
Soy un pozo.
Me estoy llenando de silencio.
En algún nervio o parte ignota
siento la pugna de una yema.
Cálido parto. De allí brota
la gracia eterna del poema.
(“Alumbramiento”)
Yo te detesto lógica...
En rebelión con tus designios
tramo el absurdo de mi verso,
jugando a juegos malabares
libre de toda coacción, libérrimo.
(“Confidencias”)
La obra
Un enigma preocupante ronda por la mente de todo conocedor de
poesía peruana al considerar el caso de César A. Rodríguez: ¿Por qué
10 Rodríguez, César Atahualpa. Dios no nos quiere. Lima: Librería Editorial Juan Mejía
Baca, 1973.
la poesía de césar a. rodríguez 211
11 Núñez, Estuardo. Panorama actual de la poesía peruana. Lima: Editorial Antena S.A.,
1938.
212 jorge cornejo polar
Mi gato...
En el umbral tendido, decorando las losas,
es un aguafuertista que realiza su rol.
(“Psicología felina”)
César A. Rodríguez
A manera de conclusión
Una renovada impresión admirativa sobrecoge nuestro ánimo luego
de haber recorrido una y otra vez las variadas estancias de la obra de
César A. Rodríguez y de haber intentado con tenacidad y desigual for-
tuna descubrir el arcano de su espíritu y de su conciencia creadora. Sin
duda estamos en presencia de un gran poeta peruano, uno de los ma-
yores nacidos en la tierra arequipeña. ¿Cabe considerarlo por esto poeta
de Arequipa? No, tajantemente no, si con esa calificación se trata de pre-
sentar a Atahualpa como un poeta lugareño y costumbrista de dimen-
sión provincial. En otro sentido, más cabal y profundo, Rodríguez es
ciertamente poeta de Arequipa no sólo por su “Ofrenda cívica” o su
“Canto a Arequipa” (o por sus versos famosos: “Soy de la raza ameri-
núñez y la crítica de la poesía 223
Nota
El texto que antecede fue escrito en 1984 como estudio preliminar a
Cien poemas. Casi 10 años después, en 1993, se publica en tres volú-
menes Obra poética, que compila “la producción poética total de César
A. Rodríguez”, según afirma Enrique Azálgara Ballón en el prólogo.
Queda claro, entonces, que al momento de preparar tal estudio no tuve
a la vista la poesía completa de Rodríguez. Sin embargo, creo que mis
planteamientos críticos mantienen su vigencia y son válidos, de algún
modo y con ciertas limitaciones, para el conjunto de la obra del gran
poeta arequipeño. Pueden considerarse por ello como una primera y
sintética versión del libro que sobre la poesía de César Atahualpa Ro-
dríguez deseo publicar algún día.
Estuardo Núñez y la crítica
de poesía en el Perú
Estuardo Núñez Hague (Lima, 1908) es, sin duda, una de las figuras de
mayor relieve en el campo de los estudios literarios en el Perú del siglo
XX, a cuyo desarrollo ha contribuido con un numeroso y variado con-
junto de trabajos, que van de la historia a la crítica, de la literatura com-
parada a la biografía, de las ediciones de textos a las pesquisas biblio-
gráficas. A pesar de ello, uno de sus más valiosos aportes, el Panora-
ma actual de la poesía peruana (primera edición 1938; segunda edición,
corregida y con dos adendas, 1994), aunque es citado en algunas obras
especializadas, no ha merecido, que sepamos, un estudio específico.
Para salvar en parte esta omisión, pero sobre todo para cumplir un ac-
to de estricta justicia crítica con un libro de indudable significación, está
escrito el presente texto1.
El Panorama actual de la poesía peruana contradice, desde el títu-
lo, los preceptos de cierta crítica pacata y conservadora que aconseja
abstenerse de opinar sobre lo cercano en el tiempo por temor a errar.
Aquí, al contrario, el discurso crítico circunscribe deliberadamente su
objeto a la actualidad más próxima del acontecer poético nacional (los
[225]
226 jorge cornejo polar
los que interesa destacar el “Ensayo sobre una estética del color en la
poesía de Eguren”, que forma parte del Nº 21, dedicado al poeta de La
canción de las figuras. Más tarde, y fiel al interés por Eguren que venía
desde su época universitaria, publica en 1932 su primer libro, La poesía
de Eguren, que es también el primero sobre este poeta de los varios que
aparecerán en años posteriores (el propio Núñez volverá al tema en va-
rias ocasiones).
Por los años del Panorama, Núñez publica una serie de textos im-
portantes como “Expresionismo en la poesía indigenista del Perú” (Spa-
nish Review, Vol II, Nº 2, New York, 1935), “Las generaciones post-ro-
mánticas del Perú” (Letras, Nº 5, Lima, UNMSM, 1936), “La evolución de
la nueva poesía peruana” (Revista Americana de Buenos Aires, vol.
LXIII, Nos. 167-168, Buenos Aires, 1938), “El sentimiento de la natu-
raleza en la nueva poesía del Perú” (Revista 3, Nº 1, Lima, 1939), entre
muchos otros estudios aparecidos en revistas y periódicos. Como se ve,
la preferencia por el tema poético es notoria.
De modo tal que al asumir el reto de describir críticamente el pano-
rama de la poesía peruana de esa época, Estuardo Núñez se hallaba
especialmente capacitado para cumplir con éxito una tarea cuyas
dificultades ciertamente conoce. Lo anima a hacerlo —además de las
razones expuestas en la adenda de 1994, ya glosadas— la convicción de
que ése es el momento más adecuado para emprenderla. Se lee así en
la introducción: “Si este ensayo de trazar un Panorama actual de la
poesía peruana se hubiera intentado cinco años antes, es probable que
hubiera resultado prematuramente concebido. Tal vez, un lustro antes,
en la poesía nueva del Perú, no habían madurado las notables figuras
que en la actualidad surgen y resaltan brillantemente” (p. 5). Y tiene
razón el autor, ya que al comenzar la década del treinta no se habían
publicado todavía las primeras y fundamentales obras de Enrique Peña
Barrenechea, Xavier Abril y Emilio Adolfo Westphalen, por ejemplo.
Pero hora es de que comencemos a presentar de modo más cumplido,
el Panorama actual de la poesía peruana, hito en la historia de la críti-
ca literaria en el Perú 2.
2 Las informaciones contenidas en la sección “Perfil del joven crítico” no son, desde
luego, ni una biografía ni una bibliografía de Estuardo Núñez. Se trata sólo de pre-
sentar brevemente al crítico que en 1938, a los 30 años de edad, publicaba Panorama
actual de la poesía peruana.
228 jorge cornejo polar
la literatura peruana nueva está recogido en sus páginas” (p. 26). No cabe
duda de que la información crítica contenida en el libro de Núñez resul-
ta imprescindible para cualquier estudio sobre la vanguardia peruana.
El primer capítulo concluye con el apartado “El retorno del orden
poético” (la vuelta al orden, que dicen otros críticos), en que se da
cuenta del paulatino abandono de la vanguardia. Núñez señala como
fecha (tal vez un poco prematura) el año 1926 e identifica el inicio del
fenómeno con el artículo de Vallejo “Poesía nueva” aparecido en el
número 3 de Amauta (noviembre de 1926), aunque también podría ha-
berse pensado en “Se prohíbe hablar al piloto” (Amauta Nº 4, diciem-
bre de 1926) o más específicamente en “Autopsia del surrealismo” del
número 30 de la misma revista (abril-mayo de 1930). Piensa Núñez que
quien mejor encarna las ideas de Vallejo (sin pretenderlo, desde luego)
es Martín Adán, por ejemplo con los sonetos que Mariátegui llama anti-
sonetos: “el soneto que ya no es soneto, sino su negación, su revés, su
crítica, su renuncia”. Sin embargo, será sólo a partir de 1929, según Nú-
ñez, cuando “El disparate estético del vanguardismo fue morigerando
ímpetus y evolucionando hacia esa poesía purista...” (p. 38). De este
modo y también dedicando unos párrafos al neoimpresionismo y al ex-
presionismo regionalista o indigenismo, el final del capítulo primero
prepara el terreno para los tres siguientes.
El purismo
Núñez advierte reiteradamente que lo que él entiende como “puris-
mo” en la poesía peruana no coincide con lo predicado por Henri
Bremond en su conocida obra sobre la poesía pura. Tampoco se trata
estrictamente de una poesía opuesta a la poesía social o comprometida
como se llamará más adelante. Por ello concluye:
El neoimpresionismo
Este capítulo es el más breve del libro, tal vez porque los poetas que
trabajan esta forma poética son, en general, menos importantes que los
de las otras corrientes de la poesía peruana. ¿Pero qué es el neoimpre-
sionismo? La respuesta no nos parece tan clara y convincente como la
referida al purismo. En todo caso, Núñez la frasea del siguiente modo:
232 jorge cornejo polar
El expresionismo indigenista
A la corriente poética que luego iba a denominarse simplemente
indigenista o indigenismo, Núñez prefiere designar como “expresionis-
mo indigenista”, denominación que no fue acogida por la crítica poste-
rior. Recuérdese que el expresionismo, tendencia nacida en Alemania al
comenzar el siglo, puede definirse como...
El rigor de un crítico
Es posible que algún otro autor hubiera cerrado el libro con el capí-
tulo anterior. No Estuardo Núñez, ciertamente, quien, escrupuloso en el
cumplimiento cabal de la tarea emprendida, creyó necesario (y lo era)
añadir un capítulo final destinado a examinar la actitud y la obra de
poetas de generaciones anteriores durante el período al que se contrae
el libro. El capítulo se titula “Inquietud nueva en las generaciones ante-
riores” y en él se pasa revista a los casos de José Gálvez, José María
Eguren, Alberto Ureta, Juan Parra del Riego, Enrique Bustamante y Ba-
llivián, César A. Rodríguez, José Santos Chocano y muchos otros. La in-
tención es hacer notar cómo algunos poetas mayores —caso de Gálvez—
hacen un esfuerzo de adaptación a las nuevas modalidades, mientras
que otros —caso de Eguren— optan por el silencio, o —caso de Chocano—
se mantienen fieles a sus maneras originales.
Este capítulo quinto, y final, resulta en verdad un adecuado comple-
mento que cierra el Panorama de modo acertado.
Final
Puede afirmarse que —aunque con un admirable antecedente en los
siglos coloniales: Apologético en favor de don Luis de Góngora de Espi-
nosa Medrano— la historia de la crítica literaria en el Perú comienza, en
sentido estricto, en 1905, cuando se publica Carácter de la literatura del
Perú independiente de José de la Riva Agüero. A partir de entonces irán
apareciendo Del romanticismo al modernismo de Ventura García Cal-
derón, Posibilidad de una genuina literatura nacional de José Gálvez,
los iniciales trabajos de Luis Alberto Sánchez sobre los poetas de la co-
lonia y de la revolución, seguidos por la primera edición de su La lite-
ratura peruana, el “Proceso de la literatura” de José Carlos Mariátegui,
que hace parte de 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana,
Equivocaciones de Jorge Basadre, por citar las principales obras de esta
índole. Es en esta brillante secuencia en la que hay que ubicar el primer
libro de Estuardo Núñez, La poesía de Eguren (1932), y luego el Pano-
rama actual de la poesía peruana (1938), motivo del presente estudio.
Del breve recuento que acabamos de hacer se desprende que el Pa-
norama de Estuardo Núñez es el primer libro orgánico dedicado entera-
mente a la poesía en las primeras décadas del siglo, lo que otorga al
libro de Núñez una especial significación.
Pero, además, el Panorama, y esto es tan importante como lo ante-
rior, no es hoy una curiosidad histórica ni el libro obsoleto que el inves-
236 jorge cornejo polar
[239]
240 jorge cornejo polar
Agüero Bueno termina los párrafos citados más arriba diciendo: “Eso
fue el Aquelarre. Una cosa simple, efímera, pero bonita”4. Pensamos
que se trata de un exceso de modestia: El Aquelarre tuvo sin duda im-
portancia. Por una parte cohesionó, aunque fuera temporalmente, a los
nuevos poetas de entonces que representaban la inquietud de renova-
ción, el deseo de encontrar nuevos caminos, la influencia de corrientes
poéticas hasta entonces desconocidas en el medio. El Aquelarre no fue
ciertamente una escuela, pero sí en cambio un grupo generacional (en
el que se da la mayoría de requisitos que la teoría exige para que haya
“generación”: desde la coetaneidad hasta la existencia de un vocero co-
mún) que significó para la Arequipa que aún vivía en algún sentido la
centuria decimonónica, el primer grito del nuevo siglo, la apertura hacia
más amplios panoramas espirituales, una conmoción fecunda en el am-
biente general de la ciudad. El Aquelarre, por otra parte, sirvió también
para protagonizar lo que Monguió ha llamado con acierto el abandono
del modernismo, ya que disuelto el grupo sus integrantes prosiguieron,
cada quien a su modo, su carrera literaria.
Percy Gibson exhibe claramente en su poesía la huella de las distin-
tas fuerzas literarias vigentes en su juventud. Sobre la base de un tempe-
ramento romántico se muestra modernista en sus comienzos para variar
luego hacia una poesía de cantos al progreso, al porvenir, a la técnica,
de ascendencia futurista, o hacia un cierto tono de protesta derivado tal
vez de la influencia de Gonzales Prada. Sin embargo, quizá lo más lo-
grado y perdurable de su obra sea una amorosa pintura de la Arequipa
rural. La provinciana ciudad de comienzos de siglo y Yanahuara, Tingo,
Tiabaya, Cayma, San Isidro —las breves aldeas que diseminadas en la
verde alfombra que rodea a la ciudad constituían un paisaje de encan-
to— son la materia prima de esta poesía en la que, sin embargo, más que
el paisaje es la colorida vida aldeana su ingrediente principal. Con razón
ha hablado Tamayo Vargas de su ruralismo y ha apuntado que en su
obra se descubre “el amor al campo del hombre de la ciudad”. Este tono
eglógico se mantendrá hasta el final, sólo que entonces, de regreso a su
tierra y vuelto al mundo que le había sido tan caro, constatará tristemen-
te que éste o ya no existe o ha perdido sentido para él. Debe señalarse
finalmente otros dos rasgos en la obra de Gibson: el humor cargado de
escepticismo (“la socarrona y dulce pesadumbre” que él mismo apun-
ta) y algo que lo convierte en una suerte de adelantado de la poesía
posterior: cierto prosaísmo perceptible tanto en el lenguaje como en la
incorporación en el discurso poético de temas o personajes insólitos en
aquellas épocas.
En esta sumaria revisión en orden cronológico de los poetas de El
Aquelarre, llegamos ahora a la que es sin discusión la figura mayor, Cé-
sar Augusto Rodríguez Olcay (1889-1972), a quien, a partir de una hu-
morada de Percy Gibson, se comenzó a llamar César Atahualpa, apelati-
vo que ha terminado por sustituir al nombre original. Rodríguez publi-
có en vida sólo dos libros: La torre de las paradojas (1926) y —cuarenta
años después— Sonatas en tono de silencio (1966). Luego de su muerte
han aparecido otros dos volúmenes: Los últimos versos (1972) y Cien
poemas (1985). En 1993 se publica Obra poética, que reúne, en una dis-
cutible sistematización, la obra casi completa del poeta.
El mundo de Rodríguez es original, personalísimo, siendo la primera
señal que el lector descubre la de una reflexión constante y profunda
nacida de un temperamento orgulloso pero sobre todo escéptico. En un
texto importante, el discurso que pronunciara en 1942 al cumplir 25
años como director de la Biblioteca Municipal de Arequipa, Rodríguez
hace significativas revelaciones que permiten acercarse con seguridad a
los misterios de su proceso creador. Dice:
nace del dolor que es el pan de todos”. Del dolor, del amor y del senti-
miento religioso habría que completar leyendo su obra primera. Pero en
los poemas de Semen se despliega otro temple y otra andadura. Es una
poesía de versos largos, libres y armoniosos, en que una aguda inteli-
gencia y una sensibilidad abierta a estímulos múltiples visitan una varie-
dad de temas con estilo ligero, ágil (que no se opone a la profundidad
de un pensamiento marcado por un humor escéptico y desencantado).
De los poetas vinculados a la revista Anunciación mencionamos pri-
mero a Luis de la Jara (1899-1978), autor de un pequeño libro publica-
do en España, Espigas, colección de reflexiones poéticas en forma de
máxima que denotan originalidad en la visión y profundidad en el pen-
samiento, plasmadas en un lenguaje en que abundan felicidades expre-
sivas. Pero tal vez lo mejor de la obra de de la Jara esté en su labor pe-
riodística y en una infatigable y extendida tarea de promotor del arte (li-
teratura y teatro especialmente) en Arequipa. De Alberto Guillén y de
Alberto Hidalgo, sin duda figuras mayores, nos ocuparemos luego de
trazar un breve panorama.
A partir de El Aquelarre y Anunciación, pero sobre todo en los años
veinte, la poesía en Arequipa protagoniza lo que con exactitud y para
todo el Perú ha denominado Luis Monguió5 el “abandono del Moder-
nismo”, que se produce primero como una eclosión de la poesía de
vanguardia y luego como el surgimiento de tres corrientes paralelas pe-
ro que guardan íntimas relaciones y a ratos parecen fundirse: el nativis-
mo (que engloba, según el crítico español, el cholismo, el indigenismo
propiamente tal y el neonativismo), la poesía pura y la poesía social. En
el ámbito arequipeño esos movimientos estarían representados por Al-
berto Hidalgo y Mario Chabes (la vanguardia), Renato Morales y el pri-
mer Mercado (indigenismo), Gibson, el mismo Mercado, Gallegos Sanz
(cholismo), Guillén, Blanca del Prado (la poesía pura), Mercado otra vez
(la poesía social).
Alberto Guillén fue un poeta de talento poco común y de una gran
fecundidad, al que frustraron en parte una desmedida egolatría y la en-
fermedad que tempranamente segó su vida. No obstante, alcanzó a
componer una obra importante.
Si alguna denominación tuviera que darse al credo de Guillén, la de
“mesianismo poético” le convendría más que ninguna. Está convencido
tría que conjuga los valores peruanos con la dimensión universal. Con
la perspectiva que dan los casi veinticinco años transcurridos desde su
muerte, es posible describir su obra como una de las más grandes y
complejas construcciones verbales que haya creado un escritor perua-
no; nos asombramos de su abundancia y de su variedad, nos admira-
mos del vuelo fulgurante de sus metáforas, del ritmo amplio de sus es-
tancias, de la música honda de su verso, pero nos emocionamos ante
todo con el viento de libertad que, inatajable, la recorre en todos sus
ámbitos, desde el primero hasta el último de sus versos. Libertad temáti-
ca, libertad en la imaginación, libertad en la estructura, libertad en el
lenguaje; si hay una palabra que pudiera (vanamente) resumir la poesía
de Hidalgo, ésa sería “libertad”.
Hidalgo cierra la nómina de poetas importantes nacidos en los últi-
mos quince años del siglo pasado. En los primeros tres lustros del pre-
sente siglo nace otra promoción muy heterogénea en tipo y calidad de
obra, que está conformada por Enrique Telaya (1900), Federico Segun-
do Agüero Bueno (1900-1981) (nos hemos referido a ambos en páginas
anteriores), Pedro Arenas y Aranda (1902), Mario Chabes (1903-1981),
Blanca del Prado (1903-1978), Carlos Manchego (1903-1976), Manuel
Gallegos Sanz (1905), Guillermo Mercado (1904-1983), Emilio López de
Romaña (1906-1945) y Carlos Alberto Paz de Noboa (1911-1984). La fi-
gura principal es sin duda Mercado.
Arenas y Aranda estaba llamado a ser seguramente el poeta épico de
la Arequipa del siglo XX. Su famoso “Canto al bronce” es buena prue-
ba de ello. Lamentablemente, su total dedicación a la enseñanza le im-
pidió, es de suponer, publicar una obra abundante que sólo ha sido edi-
tada póstumamente y revela a un poeta de gran inspiración y excelen-
te manejo del lenguaje. Mario Chabes, en cambio, representa la más pu-
ra huella del vanguardismo en Arequipa. Sus tres libros —Alma (1922),
El silbar del payaso (1923) y Ccoca (1926)— lo muestran empeñado con
acierto en el juego de la metáfora insólita, de la transgresión de la sinta-
xis, de la imaginación arbitraria. Ccoca, por lo demás, constituye una
feliz simbiosis de temple indigenista con procedimientos vanguardistas,
en actitud similar a poetas puneños coetáneos. Blanca del Prado pro-
tagoniza una aventura poética que la lleva desde un inicial, delicado
ruralismo (Caima, 1933), hasta un patético tono elegíaco (motivado por
la muerte del pintor José Malanca, su esposo) que impregna su obra úl-
tima. Entre un extremo y otro, sus demás libros dan cuenta de una pu-
rísima voz lírica que recorre con intensidad diversas estancias del ser y
del acontecer. Carlos Manchego Rondón es otro poeta cuya obra resul-
252 jorge cornejo polar
6 Palabras de Alberto Escobar citadas por Leonidas Cevallos en Los nuevos (Lima:
Editorial Universitaria, 1967).
la poesía de arequipa 259
de poetas que se inician, sí es difícil pretender hacer una lista que aspire
a ser completa), Rosa Elena Maldonado (1952), Oswaldo Chanove
(1953), Leandro Medina (1954), Misael Ramos (1956), Nilton del Carpio
(1957), Pedro Escribano —que vive fuera de Arequipa— (1957), José Ga-
briel Valdivia (1958), Dino Jurado (1958), Luzgardo Medina (1959),
Alonso Ruiz Rosas (1959), Rolando Luque (1961), Odi Gonzales (1962)
y otros cuya fecha de nacimiento no nos ha sido posible conocer, como
Rosario Muñoz, Porfirio Mamani, Fátima Carrasco, Alfredo Herrera, Wal-
ter Velásquez.
Cabe advertir en primer término que la eclosión de talento poético
que esta generación encarna es parte de una notable intensificación en
calidad y en cantidad que la vida cultural de Arequipa experimenta des-
de mediados de los años setenta. En el campo de la literatura este perío-
do ha visto la publicación de más de veinte libros, decenas de plaque-
tas, muchas revistas. Y es que el fenómeno de una Arequipa cada vez
más grande, compleja y caótica, con una población ya muy marcada por
la migración andina, genera inevitablemente el incremento en el núme-
ro de universidades, colegios, escuelas y otros centros de estudio y el
consecuente ensanchamiento de la franja poblacional cultivada que
plantea de inmediato una mayor demanda cultural.
En el prólogo a la antología de los ochenta señala Rolando Luque
como influencias actuantes sobre esta generación: la lección de los poe-
tas limeños del sesenta (Hernández, Cisneros, Hinostroza) a través de la
cual llega el mensaje de la poesía en lengua inglesa a la que hemos he-
cho referencia antes y “esa aventura inconclusa” que protagonizaron es-
pecialmente Hora Zero y Estación Reunida (con atención especial hacia
la obra de Watanabe y Verástegui), para terminar definiéndola, creo que
con acierto, como “la generación del desconcierto, que, desconfiada
frente a los usos del poder, los sueños oficiales y la bendición capitali-
na”, asume un “escepticismo humoroso y biengeniado” que no reco-
noce ya ídolos ni maestros impecables y que se traduce más bien en “el
riguroso estudio y la búsqueda exhaustiva del espacio poético” bajo la
acción de una “lucidez activa”7.
En estos últimos años es muy importante la acción cohesionadora y
desencadenante de grupos y revistas entre los que cabe mencionar los
siguientes: Roña, Margen, Mesa de Partes, Eclosión, Polen de Letras, La
8 Cornejo Polar, Jorge. “La poesía de Chanove: muerte, amor y religión”. En: El
Comercio, Suplemento Dominical, 31/01/1988.
Nota sobre la función del espacio
en Los ríos profundos
[263]
264 jorge cornejo polar
2 Debo indicar que, aunque el enfoque es diferente, me ha sido muy útil en este sen-
tido el artículo de María Fernanda Palacios titulado “El término de una sumisión. El
espacio en el texto y el texto como espacio”. En Papeles, Nº 17, diciembre 1972,
Caracas. La frase “envoltura pasiva” referida al espacio que aparece en el primer pá-
rrafo de nuestro estudio está tomada de este artículo.
Arguedas y la política cultural
en el Perú
I
Convencido como estoy de la trabada coherencia que distingue al pen-
samiento, la obra y la acción de José María Arguedas, creo que un estu-
dio sistemático y en profundidad de la labor cumplida por Arguedas co-
mo director de la Casa de la Cultura del Perú resulta pieza indispensa-
ble para tener una imagen cabal del escritor, tanto más que su breve
permanencia en ese cargo (1963-1964) coincide con una etapa impor-
tante en su trayectoria vital y literaria: la de terminación y publicación
de la novela Todas las sangres.
Debe advertirse, sin embargo, que antes y después de su estancia en
la Casa de la Cultura, Arguedas desempeñó diversas funciones en el sec-
tor cultura de la administración pública. En efecto, entre 1947 y 1963 el
novelista fue sucesivamente conservador general de folklore y bellas ar-
tes del Ministerio de Educación, presidente de la Comisión Calificadora
de Conjuntos Folklóricos del mismo Ministerio y jefe del Instituto de Es-
tudios Etnológicos del Museo Nacional de Historia. El estudio del traba-
jo desarrollado por Arguedas en todos estos cargos también es tarea im-
portante que dejamos para una próxima ocasión. Por ahora limitaremos
nuestra indagación al examen preliminar de la función cumplida como
director de la Casa de la Cultura del Perú.
II
Sólo 120 años después de establecido el Estado peruano, sus gob-
ernantes toman conciencia, aunque limitada, de sus responsabilidades
en el ámbito de lo cultural. En 1941, en efecto, se crea en el Ministerio
de Educación, la Dirección de Educación Artística y Extensión Cultural,
que toma a su cargo lo que más tarde se llamará el Sector Cultura de la
[271]
272 jorge cornejo polar
III
Nuestro primer objetivo está dado por el examen de tres textos en
los que Arguedas explicó la manera como entendía la función que le
había sido encomendada y cuáles eran las metas que se trazaba.
a) El primero de ellos es el artículo titulado “¿En otra misión?”,
aparecido en el diario Expreso el 23 de setiembre de 1963, en
el que Arguedas expone lo que puede llamarse su plan de ac-
ción. El objetivo principal se expresa así:
arguedas y la política cultural 273
“Yo siento que hay una nueva luz que ilumina el Perú, por
eso estoy aquí, en este Despacho: para servir con la acción al
país como lo he servido con mis limitadas posibilidades de
escritor. Si no contara con los medios para realizar el plan que
hemos propuesto, volvería a la otra misión, a la del intelec-
tual atento, humilde y feliz”.
IV
¿Cómo llevó a la práctica Arguedas las ideas contenidas en los tex-
tos teóricos que acabamos de glosar? A pesar de que estuvo un solo año
como director de la Casa de la Cultura, puede afirmarse que logró lle-
var adelante varios proyectos y algunas acciones concretas en los que,
como es previsible, se perciben dos líneas fundamentales: el afán de-
mocratizador es una; el estudio, conservación y puesta en valor del pa-
trimonio cultural es la otra.
En relación con el primer aspecto, se lee en un informe sobre las ac-
tividades de la Casa de la Cultura (revista Cultura y pueblo, Nº 2): “In-
tensificando su labor en todos los campos culturales, la Casa de la Cul-
tura del Perú ha continuado en su empeño de irradiarla en todo el país
y, particularmente, en los ambientes populares”. Tales acciones eran,
entre otras: a) La instalación de Casas de la Cultura Departamentales en
Arequipa, Ayacucho, Chiclayo, Piura, Tacna y Trujillo, con clara inten-
ción descentralizadora de la acción cultural; b) el festival “de primav-
era” de la Orquesta Sinfónica Nacional, destinado sobre todo a las clases
medias y populares; c) la fundación de las revistas Cultura y pueblo, de
proyección masiva y Revista Peruana de Cultura, de índole académica;
278 jorge cornejo polar
V
En la introducción de Ángel Rama a la compilación de artículos de
Arguedas titulada Formación de una cultura nacional indoamericana
(1975), se afirma con acierto que en el caso de Arguedas “presenciamos
la construcción de una tarea intelectual como una totalidad de significa-
ción”. Así lo entendemos nosotros también y por eso postulamos que
hay relaciones indiscutibles entre el proceso de la creación literaria del
novelista y su tarea como conductor responsable de la política cultural
peruana.
Parece indudable que a partir de Los ríos profundos (1958) y más cla-
ramente desde El sexto (1961), la narrativa de Arguedas tomó un rumbo
algo diferente al de sus primeras obras en las que predominaba la mos-
tración del mundo quechua enfrentado, en desigual encuentro, con las
fuerzas hostiles o incomprensivas del sistema dominante.
En Los ríos profundos, la inmersión del protagonista (joven mestizo,
“indio” por su formación y por el afecto) en un mundo, el del colegio
de Abancay, en el que predomina la concepción occidental del mundo,
plantea de hecho el tema de la pluralidad cultural como rasgo decisivo
de la identidad nacional. En El sexto, cuyo escenario es una cárcel lime-
ña en que conviven reclusos provenientes de todas las regiones geográ-
arguedas y la política cultural 279
VI
Arguedas no empleó sino una sola vez —que yo sepa— la expresión
“política cultural” (en el artículo “La política cultural del Estado y la cri-
sis de los museos”, aparecido en el Suplemento Dominical del diario El
Comercio de Lima, el 17 de abril de 1966). Sin embargo, fue la primera
persona en el Perú que se preocupó por reflexionar acerca de la acti-
arguedas y la política cultural 281
[283]
284 jorge cornejo polar
“En realidad [la novela] nace lejos, sin duda con el propio na-
cimiento del creador —o recreador—, crece junto con sus expe-
riencias y, una vez cumplida, marcha —desligándose de su pa-
dre y cobrando autonomía— a entendérselas en cierta justa
con el tiempo o más bien con quienes dan a éste validez y
categoría: los hombres. Sus ingredientes [de su novela] bul-
lían en mí desde la infancia y volcarlos —dentro de la concep-
ción del hecho en sí— fue más tarea de redescubrimiento que
de imaginación...
Pero las contingencias externas tienen —lo sabemos todos— un
notorio papel condicionante. Del choque de la categoría hu-
mana con los acontecimientos cotidianos nacen la historia y
la anécdota y esto es, en principio, la novela” (Ciro Alegría,
trayectoria y mensaje, p. 150).
Un primer dato valioso en este texto: hay una “nueva” realidad pe-
ruana que se ha configurado en base a la obra del grupo de narradores
con los que Alegría se identifica. O dicho de otro modo: una dimensión
hasta entonces desconocida o poco frecuentada del Perú auténtico ha
encontrado al fin su expresión literaria en este nuevo tipo de novela.
Ahora bien, si se recuerda la composición del grupo de participantes en
aquel importante encuentro (Arguedas, Hernández, Izquierdo, Vargas
Vicuña, Zavaleta y el propio Alegría), tendrá que convenirse que el mo-
delo de novela en el que fundamentalmente pensaba Alegría al formu-
lar las afirmaciones que anteceden, es el de la novela de la tierra.
Nos parece importante también advertir el proceso de elaboración
de esta variedad novelística: 1) descubrir el Perú; 2) interpretar el Perú;
3) presentar el Perú. De la excavación intensiva en las vetas de la reali-
dad nacional se pasará al trabajo reflexivo, al análisis y finalmente al
objetivo último que es la presentación del Perú. El realismo de Alegría
dejó de ser personal para transformarse en colectivo, nacional.
La intención de Alegría, no obstante, era aun de mayores proyeccio-
nes en cuanto —al menos en teoría— se asignaba también con respecto
la teoría novelística de ciro alegría 287
sea que primero está la concepción del personaje, del ser humano que
va a caminar por la novela, y luego el hecho técnico con palabras” (En-
cuentro, p. 146).
Finalmente, de modo definitivo:
El indigenismo y lo social
Terminaremos esta sumaria revisión del aporte teórico de Alegría
examinando algunas de sus afirmaciones al respecto.
En el prólogo a El mundo es ancho y ajeno expresa con absoluta cla-
ridad: “A la luz de mi experiencia quise contribuir con este libro a la rei-
vindicación del individuo indio mismo”, que es una versión restringida
a lo indígena de una afirmación más amplia contenida líneas arriba: “Mi
punto de vista dialéctico está relacionado con la liberación integral del
hombre antes que con ningún ‘ismo’ circunstancial”.
Aparte de estas formulaciones generales, Alegría se preocupa por
definir y caracterizar de manera más ceñida la noción de indigenismo.
Tal ocurrió, por ejemplo, en los debates del Encuentro de Arequipa.
Dice allí:
292 jorge cornejo polar
“Yo creo que por eso el indigenismo dejará de ser ismo, pero
como expresión indígena va a vivir siempre y cada día, a me-
dida que se integre el indio, va a tomar formas más amplias de
expresión de una sensibilidad, de una raza, de un pueblo, del
destino de una nación o de un continente” (Encuentro, p. 253).
“Sólo debo decir que en mí las letras han sido una vivencia
muy antigua recogida del pueblo y que han representado
siempre un acto de homenaje, de adhesión y también de pro-
testa. Ha habido en el fondo de mi ánimo de escritor, como
creo que hay en el fondo de todos los escritores peruanos
que pertenecemos a estas generaciones que han tenido más
bien una imagen triste de la patria, el deseo de hacerla mejor
y la necesidad de mostrar la injusticia y el mal; ha sido un ac-
to de adhesión al pueblo y de protesta contra la injusticia y
de idealismo en espera de que vengan tiempos mejores. Por
eso nuestras novelas, yo creo, tienen ese sentido de denun-
cia, de acusación y de adhesión; son por eso, fundamental-
mente, con muy pocas excepciones, actos de revalorización
del pueblo, pueblo al que los novelistas han levantado y des-
tacado, anticipándose como siempre al proceso político de
justicia que está llegando y que será más pleno en el futuro”
(Encuentro, p. 34).
Varios autores
1969 Primer Encuentro de Narradores Peruanos. Lima: Casa de la
Cultura.
[294]
La poesía de Juan Gonzalo Rose
Con una obra édita que comprende ocho títulos —La luz armada (1954),
Cantos desde lejos (1957), Simple canción (1960), Las comarcas (1964),
Hallazgos y extravíos (1968), Informe al rey y otros libros secretos (1969),
Cuarentena (1974) y Peldaños sin escalera (1974)—, Juan Gonzalo Rose
es sin duda una figura importante en el cuadro de la poesía peruana
contemporánea, a la que aporta una visión del mundo, un temple poéti-
co y un ejercicio lingüístico muy originales. En el presente estudio in-
tentamos una exploración de las coordenadas fundamentales de este
universo poético y a la vez el descubrimiento de los sucesivos estadios
en que esta poesía se ha ido plasmando1.
[295]
296 jorge cornejo polar
Los inicios
Rose nació en 1928 en la ciudad de Tacna, extremo sur del territo-
rio peruano, en la zona fronteriza con Chile. Tacna es aún ahora una
ciudad de provincia pequeña y de vida apacible que el continuo tránsi-
to de viajeros y los avatares de un comercio dinámico, consecuencias
de su condición fronteriza, no alcanzan a turbar en demasía. La aridez
del desierto costero que la circunda, la belleza de alguna playa cercana
y unos cuantos valles cálidos y hermosos aportan la cuota de la natura-
leza a la realidad tacneña y éstos además le dan el toque rural.
La infancia de Rose transcurre en la tierra natal, cuyas diversas co-
marcas debe haber recorrido mucha veces con la sensibilidad desplega-
da si hemos de colegir por las huellas que se encuentran desperdigadas
en sus textos. Estudia allí el ciclo primario en una escuela pública en la
que su padre era a la vez profesor y director, y luego la secundaria, has-
ta el tercer año, en un colegio nacional. Hacia 1942 ó 1943 Rose se tras-
lada a Lima donde concluye su escolaridad. En 1945, año crucial en la
historia peruana, Rose —que tiene entonces 17 años— ingresa a la Facul-
tad de Letras de la Universidad de San Marcos. En las elecciones gene-
rales de ese año (uno de los pocos comicios verdaderamente libres en
la vida política nacional) resulta elegido como presidente José Luis Bus-
tamante y Rivero y este hecho significa el inicio de un período de ejer-
cicio democrático pleno que grandes sectores de la población y espe-
cialmente las juventudes viven con intensidad no exenta de pasión. La
universidad es desde luego uno de los centros principales de la acti-
vidad política y de la prédica ideológica. El poeta Rose entra en el tor-
bellino de la acción y asume con claridad la opción revolucionaria al
mismo tiempo que su vocación poética comienza a manifestarse. Poe-
mas suyos aparecen en revistas y su figura se hace presencia habitual
en los frecuentes recitales poéticos de entonces. Vibrantes manifestacio-
nes, agitadas asambleas, debates y enfrentamientos cuentan también
con su presencia de militante convencido. Rose hace además periodis-
mo y se desempeña por algún tiempo como auxiliar de cátedra.
En la literatura estos años finales de la década de los cuarenta son
los de la aparición de una promoción particularmente brillante de poe-
tas que desde ese momento, y sobre todo en los primeros años de la
década siguiente, protagonizarán una instancia fundamental en el pro-
ceso de la poesía peruana en el presente siglo. Están allí, junto a Rose,
Gustavo Valcárcel (1921), Javier Sologuren (1921), Jorge Eduardo Eiel-
son (1924), Sebastián Salazar Bondy (1924-1965), Blanca Varela (1926),
la poesía de juan gonzalo rose 297
2 Para la información sobre la vida de Rose hemos utilizado algunos datos contenidos
en una nota biográfica escrita por Luis Arana Galindo, que nos ha sido facilitada por
el poeta Livio Gómez. También hemos aprovechado información proporcionada por
familiares y amigos.
298 jorge cornejo polar
Al ausentarme,
enciende nuestra fe
bajo el tejado;
y si sientes mis pasos regresando
aviva más su luz;
y si me tardo
la poesía de juan gonzalo rose 299
tud peruana: “... y saber que en mi voz miles de voces se empinan por
besar tu oído”. Entre el poeta y la patria están, pues, “muertos esperán-
dote con los ojos abiertos”, “... muchachos, ancianos escribiéndote car-
tas... hombres de sed muriendo... pescadores negros en alta mar perdi-
dos”, todos los que “... seguirán remando mientras no den contigo”. El
retorno finalmente se avizora: “El día del regreso, de mí no les pregun-
tes:/ en todos he de estar./ Con los que acá se pudran/ me quedaré dor-
mido,/ con los que a ti retornen/ caminaré en el mar”. He aquí una her-
mosa, poco frecuente manera de hacer poesía social: el poeta asumien-
do la representación comunitaria, su verbo transfigurándose en mensaje
colectivo.
MARISEL
Yo recuerdo que tú eras
como la primavera trizada de la rosas,
o como las palabras que los niños musitan
sonriendo en sus sueños.
Yo recuerdo que tú eras
como el agua que beben silenciosos los ciegos,
o como la saliva de la aves
cuando el amor las tumba de gozo en los aleros.
En la última arena de la tarde tendías
agobiado de gracia tu cuerpo de gacela
y la noche arribaba a tu pecho desnudo
como aborda la luna los navíos de vela.
Y ahora, Marisel, la vida pasa
sin que ningún instante nos traiga la alegría...
Ha debido morirse con nosotros el tiempo
o has debido quererme como yo te quería.
3 Sobre el verso “No he inventado ninguna melodía”, Luis Fernando Vidal ha escrito:
“No he inventado ninguna melodía, la tarea es más simple, más humana, muy her-
mosa. El poeta ha de hacer retornar la primera canción con que soñamos, aquella
simple canción que compartimos enteramente” (Ver prólogo a la segunda edición de
Simple canción, Lima: Cuadernos del Hipocampo, 1972).
306 jorge cornejo polar
A = B - B’ - B’’
A = C - C’ - C’’ - C’’’
A = D - D’ - D’’ - D’’’
A = E - E’ - E’’
Nota final
Veinte años transcurrieron entre La luz armada, el primer libro del
poeta, y Cuarentena. Veinte años que significan el cumplimiento de una
trayectoria literaria caracterizada por la autenticidad en la actitud crea-
dora y por la búsqueda permanente y en la que pueden, sin esfuerzo,
descubrirse tres etapas. Una primera en la que predomina la poesía so-
cial, el arte comprometido. Una segunda de ejercicio lírico volcado más
bien hacia la subjetividad del poeta, sea en la forma amatoria, sea como
un recorrido por comarcas de la geografía, de la imaginación y del en-
sueño. Una tercera, finalmente, en que reaparece la preocupación por
lo social, pero dentro de un temple diferente, de mayor madurez y refi-
namiento, que se traduce en un discurso marcadamente crítico y escép-
tico. Pero en todos los momentos de este proceso la calidad y variedad
del logro estético, la pureza e intensidad de la entrega a la tarea de crea-
ción, justifican que la obra de Juan Gonzalo Rose pueda ser considera-
da entre las más importantes de la literatura peruana del siglo XX y su
figura como uno de los factores decisivos en el florecimiento poético
nacional que se inicia hacia 1950.
El presente estudio fue escrito en 1974. Lo reproducimos ahora sin
mayores variaciones, sobre todo porque Rose publicó poco entre ese
año y el de su muerte (1983). Probablemente lo más significativo en esa
etapa final sean las canciones que, musicalizadas por el propio poeta
con colaboración de amigos, conforman una serie de valses criollos de
gran éxito. Juan Gonzalo, quien escribió alguna vez que “la palabra
poética en aciago momento se divorció de la música”, quiso con estas
composiciones hacer un intento de fundir de nuevo ambas expresiones
artísticas y lo logró de modo casi cabal en varias ocasiones. De este mo-
do pudo además acercar la poesía al pueblo, otro de sus ideales.
la poesía de juan gonzalo rose 315
1 Todas las citas se refieren a la siguiente edición: Sologuren, Javier. Vida Continua
(Obra poética 1939-1989). Lima: Editorial Colmillo Blanco, Colección de Arena, 1990.
[317]
318 jorge cornejo polar
ren que se abre en 1939, nos habrá de servir para intentar una pri-
mera cala en este admirable universo poético del que no resulta
en modo alguno hiperbólico decir con José Miguel Oviedo que es
el resultado de un trabajo que va “de perfección en perfección”.
Navegar es naturalmente viajar, ir de un punto a otro (“entre lo que
dejé y lo que me espera”), pero además pareciera postularse en es-
tos textos que el navegar es imagen del vivir y a la vez del traba-
jo poético en general y también de la escritura de cada poema en
particular, ya que a ambos momentos del proceso poético les con-
viene la descripción que encontramos en el texto: “la enésima
aventura/entre la naciente/primicia de la a/y el zigzag postrero de
la zeta... dentro de los consabidos confines de la página” es la
aventura que el navegante/poeta inicia al comenzar a escribir este
libro.
Si esto es así, resulta lógico que las diversas partes de Tornaviaje
tengan títulos vinculados a la idea central de que el navegar (el
viajar) es el vivir (el poetizar). Así, “Proa contra el tiempo”, “Es-
calas”, “Ícaro”, “El puerto que no cesa”. Retengamos por ahora al-
gunos fragmentos de “Escalas”, en los que van apareciendo,
transfiguradas por el impulso creador de la imaginación poética,
ciertas estancias del itinerario del artista que comienza afirmando
que aunque no es Homero, Virgilio o Dante (“no fui auriga de las
furias de mi pecho/ni descendí sin mi sombra a los infiernos/ni
canté el canto que provoca/el insomnio de los muertos...”), bata-
lla sin embargo día y noche contra el “áureo legado/y sus promo-
ciones muertas” (¿podría entenderse contra la herencia del pasa-
do literario asumida imitativamente, sin originalidad ni audacia?).
Diremos luego que la primera escala “en ese ardiente viaje” fue
“a favor de la noche/bajo las mondadas estrellas/tendido y arras-
trado/por el resuello oceánico...” (versos importantes además
porque en ellos reaparecen otras líneas básicas de la temática de
Sologuren: el mar y la noche). Otra escala lo llevará a estar frente
a planetas, frente a mares, asistirá a “las risotadas silenciosas del
sueño/al intercambio de las máscaras” como “peregrino mil veces
extenuado” que cree a veces estar tocando el límite, escuchar los
sones de ese canto final en que se iluminarán “ese quizá y ese
para qué y ese por fin”.
Pero tal vez lo más interesante del periplo de este “navegante...
solitario embarcado en su contienda... amarrado al gobernalle...
sin nada encima salvo el cielo... pero terco en el asombro/y el
la poesía de javier sologuren 319
2 Paoli, Roberto. “Palabra y silencio en las texturas de Sologuren”. En: Estudios sobre li-
teratura peruana contemporánea. Firenze: Universitá degli Studi di Firenze, Stamperia
Editoriale Parenti, 1985.
la poesía de javier sologuren 321
3 Cabrera, Miguel. Milenaria Luz - La poesía de Javier Sologuren. Madrid: Ediciones del
Tapir/ensayo, 1988.
4 Oquendo, Abelardo. “Sologuren: la poesía y la vida” (prólogo a: Sologuren, Javier.
Vida continua. Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1971).
322 jorge cornejo polar
dos acciones, que “las dos actitudes fusionadas, las dos acciones cons-
tituyen una convergencia dentro del poema”. Lo más importante, sin
embargo, es la precisión que el poeta postula: “hay que hacer de estos
desechos, de estas cien mil hojas muertas, algo que tenga vida, que
tenga sentido: el poema”. Toda esta teoría del poetizar empalma bien
con lo que tenemos visto: la contemplación de la realidad es parte de
la excavación que hará surgir ese organismo vivo que es el poema
(apartado 2). Y también con lo planteado en el primer apartado de este
estudio: la poesía como una forma de superar el rigor aniquilador del
tiempo y de la muerte. Y si allá veíamos que poetizar es poner “proa
contra el tiempo”, vemos ahora que el poema es “ruido o palabra que
fuera a quebrantar/la equívoca eternidad de la muerte”.
Henos aquí ahora al término de este triple, convergente intento de
acceder al rico universo de la poesía de Sologuren. Pero como (casi)
siempre ocurre, la tarea crítica —ese tratar de superar “la ajenidad de lo
ajeno” (Bajtin) para aprehenderlo y explicarlo— deja siempre un poso de
insatisfacción en quien la practica, en particular si se toma como obje-
to la poesía, cuya huella en el ánimo del lector/crítico, aunque intensa,
ronda a veces con lo inefable. En todo caso, si mucho se ha quedado
por decir, de algo al menos estamos ciertos: hemos escogido bien los
tres puntos de mira, ya que todos ellos llevan a instancias fundamen-
tales de la poesía de Javier Sologuren, una de las más altas voces líricas
de la poesía contemporánea de América Latina.
El símbolo en la poesía de
Javier Heraud
Para una lectura superficial o poco atenta, la poesía de Heraud puede
[329]
330 jorge cornejo polar
que la referencia al destino final de los ríos (ir a confundirse con el mar)
sirve de instrumento para expresar algo mucho más profundo, el desti-
no final de la vida de los hombres en general y del poeta en particular:
la muerte. Pocas veces se hallará una tan bella y delicada manera de
decir lo inevitable de la muerte (“llegará la hora… el día llegará...”),
consumación que para el poeta es sobre todo el acallarse de su canto
(“tendré que / silenciar mi canto / luminoso…”) y el dejar de ver su
mundo (“no veré más mis campos… mis árboles… mi viento”, etc.). Al
fin todo se disolverá en una llanura de agua, todo se confundirá en una
nueva realidad. La palabra antigua de Jorge Manrique (“Nuestras vidas
son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”) parece resonar,
sabiamente asimilada, en estos versos.
paisajes sin fin; pero en otros casos, y más profundamente, el viaje alu-
de a una experiencia interior, quizás a una crisis radical acaecida al poe-
ta en alguna ocasión. Porque el viaje en Heraud expresa fundamental-
mente un deseo hondo de descanso, de un descanso que podría signi-
ficar superación de conflictos íntimos, tranquilidad, ausencia de angus-
tias; pero un descanso así no ha sido logrado en el transcurso del año
en que Heraud ha “viajado”, es decir, ha intentado descansar. Se produ-
ce entonces ese entrecruzamiento entre dos “entidades fundamentales,
el año y el descanso, cuya intensidad varía y cuyos significados se entre-
cruzan formando la trama interior que sostiene los versos”, como lo ha
visto y expresado lúcidamente Washington Delgado en el estudio inclui-
do en el volumen Poesías completas y homenaje.
Todo esto ocurre en el poemario El viaje. En Viajes imaginarios, co-
mo el mismo título lo indica y como lo confirma la cita de Luis Hernán-
dez que precede a los textos (“viajes no emprendidos / trazos de los de-
dos / silenciosos sobre el mapa”), parece darse más que nada una suer-
te de ejercicio de imaginación logrado a través de diversas estancias:
viaje por los bosques perdidos, viaje por los sueños, viaje por las calles,
viaje por las playas desiertas, viaje por las ruinas ignoradas. Este libro
presenta la peculiaridad de no estar escrito en verso, aunque se trata
desde luego de unas prosas de elevada calidad poética.
[338]
UNSA-Concytec-Ediciones de la Pacpaquería, 1990). “Nota sobre la fun-
ción del espacio en Los ríos profundos” apareció en Anales de Literatura
Hispanoamericana, Nos. 2-3 (Madrid, 1973-1974). “Arguedas y la políti-
ca cultural en el Perú” fue una ponencia presentada en el Seminario
Internacional “José María Arguedas, 25 años después” organizado por
SUR, Casa de estudios del socialismo (Lima, 9-11 de noviembre de
1994). “Notas sobre la teoría novelística de Ciro Alegría” se publicó en
Punto de Equilibrio, año 6, Nº 50 (Lima, setiembre-octubre 1997). “La
poesía de Juan Gonzalo Rose” es una versión ampliada y puesta al día
de un artículo aparecido en Cauce, Nos. 2-3 (Tacna, diciembre de 1974).
“Tres aproximaciones a la poesía de Javier Sologuren” se publicó en
Kantu, Nº 9 (Lima, agosto de 1991). “El símbolo en la poesía de Javier
Heraud” apareció en su primera versión en la revista Homo, año 1, Nº
3 (Arequipa, agosto de 1966). El texto “El Espejo de mi Tierra y el cos-
tumbrismo en el Perú” forma parte del volumen titulado Homenaje a
Luis Monguió, que ha sido publicado recientemente en California.