Rezo Del Viacrucis
Rezo Del Viacrucis
Rezo Del Viacrucis
Acto de Contrición:
Oh Jesús, amable Salvador nuestro, henos aquí postrados humildemente a tus pies, a fin de
implorar tu Divina Misericordia para nosotros y para las almas de los fieles difuntos. Dígnate
aplicarnos a todos los méritos infinitos de tu Santa Pasión que vamos a meditar. Has que esta Vía del
dolor y de lágrimas en que entramos, mueva los corazones de tal manera a la contrición, al
arrepentimiento y a la sumisión a tu Santa Voluntad; que recibamos con alegría todas las
contradicciones, sufrimientos y males de esta vida.
Y tu ¡Oh Virgen María!, que has sido la primera en enseñarnos a seguir el camino de la Cruz,
alcánzanos de la Santísima Trinidad, que se digne aceptar en reparación de tantas injurias que le son
hechas, los afectos de dolor y de amor con que el Espíritu Vivificador se dignará favorecernos
durante este santo ejercicio.
¡Oh adorable Jesús!, puesto que son nuestros crímenes los que te han condenado a la muerte, has
que los detestemos con todo nuestro corazón a fin de que nuestro arrepentimiento y nuestra sentencia,
nos obtengan perdón y Misericordia.
Consideremos con cuánta resignación nuestro Divino Maestro, nuestro Modelo, recibe sobre sus
hombros lacerados y sangrantes, el terrible instrumento de su suplicio. Es así como quiere enseñarnos
a llevar nuestra cruz, aceptando con la más grande resignación los males que nos son enviados por el
Cielo o que nos causa nuestro prójimo.
Oh dulce Jesús, no era a ti a quien tocaba llevar esa Cruz puesto que tú eras inocente, sino a
nosotros, miserables pecadores, cargados de toda especie de iniquidades ¡danos pues, la fuerza de
imitarte!, soportando sin murmurar los reveses y las desgracias de esta vida. Que con el orden
admirable de tu Providencia Paternal, deben ser para nosotros, la ocasión de satisfacer tu Justicia y el
medio de llegar a la Patria Celestial.
Consideremos a nuestro Señor Jesucristo en el camino del Calvario. La Sangre que ha derramado
en la flagelación y en la coronación de espinas de tal manera lo ha debilitado, que cae bajo su pesada
carga, y no se levanta sino después de los insultos más sangrientos, insultos que soporta sin mostrar
ningún sentimiento de indignación. He aquí cómo ha querido expiar todas nuestras caídas, y
enseñarnos a levantarnos por las austeridades de la penitencia, cuando hemos tenido la desgracia de
caer en el abismo del pecado.
Oh buen Jesús, tiéndenos tu manto compasivo en medio de tantos peligros a que estamos
expuestos. Dígnate fortalecernos en nuestras necesidades, a fin de que después de haberte seguido
valientemente en el camino del Calvario, podamos gustar los frutos deliciosos del árbol de Vida, y
llegar a ser eternamente felices contigo.
Oh María, Madre de dolor, alcánzanos para tu divino hijo este amor ardiente, con el cual tú lo
acompañaste a la montaña santa, y esta firmeza de la que diste muestras al pie de la Cruz, a fin que
permanezcamos ahí constantemente contigo, y que nada pueda separarnos de ella.
Oh Jesús, Maestro nuestro, tu has bebido lo más amargo y nos has dejado la parte más pequeña. No
permitas que rechazándola vengamos a ser nuestros propios enemigos. Has, por el contrario, que la
aceptemos de buena gana a fin de hacernos dignos de participar, de los torrentes de delicias con los
que embriagas a tus elegidos en el Cielo.
Consideremos la acción heroica de esta Santa mujer, que se adelanta entre la multitud de los
soldados para ver a su Divino Maestro. Ella lo apercibe cubierto de escupitajos, y de polvo, de sudor
y de Sangre. Tal espectáculo enternece su alma hasta el llanto, y haciendo su amor que olvide todo
temor, se aproxima a Jesús, enjuga su rostro desfigurado. Este augusto Rostro que extasía a los
Santos, y delante del cual los Ángeles se cubren con sus alas no pudiendo resistir su brillo.
Oh Jesús, el más bello de los hijos de los hombres ¡a qué estado te ha reducido tu amor por
nosotros! No, nunca jamás has sido tu tan digno de nuestras adoraciones y de nuestros homenajes.
Nosotros, pues, te adoramos y postrados ante tu Divina Majestad, te suplicamos que olvides todas
nuestras ofensas, y que devuelvas a nuestra alma su antigua belleza que ha perdido por el pecado.
Consideremos al hombre Dios sucumbiendo otra vez, contemplemos esta Santa Víctima caída en
tierra bajo el peso horrible del madero de su Sacrificio, expuesto de nuevo a la crueldad de los
soldados y de los asesinos. Es también para darnos pruebas de su amor infinito, que permite a nuestro
Señor Jesucristo esta segunda caída.
Él quiere también mostrarnos por ella que aunque recaigamos frecuentemente en el pecado, no
debemos jamás perder la confianza, sino esperar todo de su Misericordia, y que en medio de las más
grandes aflicciones no debemos dejarnos llevar por el desaliento; que el camino del Cielo está
sembrado de espinas y que para ser glorificados, es preciso pasar antes por el crisol de los
sufrimientos.
Oh Jesús, fuerza nuestra ¡presérvanos de toda caída!, y si caemos, ayúdanos a levantarnos, por
frecuentes que sean nuestras caídas. No permitas que perdiendo la confianza en tu Misericordia,
hagamos inútiles las fatigas y las penas que tú has soportado para librarnos de la muerte eterna.
Consideremos cuál no será el tremendo castigo que tiene reservado Dios al pecado, que es más
digno de llanto, que la Pasión d su Divino Hijo.
Oh amable Jesús, dígnate mirarnos con ojos de ternura y de Misericordia. Haznos la Gracia de
acompañarte en el camino de la Cruz, como las hijas de Jerusalén te acompañaron, y haznos oír como
a ellas, continuamente, tu tremenda advertencia para que ella nos aparte del pecado.
¡Oh Jesús, víctima de amor! He aquí pues, que Tú vas a ser inmolado por la salvación de las almas.
Dígnate aplicarnos los méritos de tu Sacrificio en el tiempo, a fin de que podamos ofrecerte nuestras
alabanzas durante toda la eternidad.
¡Oh Jesús, Cordero divino! Bien sé por qué permitiste tan brutal atropello. Para darme ejemplo de
honestidad y satisfacer la Justicia airada de tu Padre Celestial, por mis deshonestidades; y permitiste
también que antes de morir te despojaron de lo único que tenías, para darme ejemplo de pobreza, para
enseñarme el despego que suelo tener de las cosas mundanas. Dame tu divina Gracia para que
siguiendo el ejemplo que Tú aquí me das, alcance las virtudes de la pobreza de espíritu y de la
castidad.
¡Oh pecado! ¡Pecado maldito! Eres tú quien fue la causa de este mar de dolores en el que
contemplamos la Víctima de nuestra Salvación. ¡Ah cristiano! ¡Qué exceso de amor! ¡Qué inmensa
caridad! ¡Qué a esta vista nuestros corazones se desgarren y se abrasen! ¡Que renuncien a todo afecto
desordenado a los placeres de la tierra! ¡Cómo no estamos sin cesar crucificados con Jesús! ¡Cómo
nuestros ojos no vierten noche y diez torrentes de lágrimas!
¡Oh pecadores! ¡Sólo nosotros permanecemos insensibles a este espectáculo tan conmovedor!
Dirijamos una sola mirada a nuestro Salvador. Veamos el estado tan espantoso al que nuestros
crímenes lo han reducido. Él nos perdona sin embargo, si nuestro arrepentimiento es sincero, Él tiene
sus pies clavados para esperarnos; sus brazos extendidos para recibirnos; Su costado abierto y su
Corazón herido para esparcir sobre nosotros todas sus Gracias; su cabeza inclinada para darnos el
beso de paz y de reconciliación. Corramos pues, todos corramos a su Cruz y si es preciso, muramos
por Él, puesto que él murió por nosotros.
¡Oh María! Somos nosotros la causa de tu aflicción y son nuestros pecados los que han traspasado
tu alma clavando a Jesús en la Cruz.
A cambio de este mal tan grande que te hemos hecho, dígnate ¡Oh madre de misericordia! obtener
nuestro perdón y permítenos adorar en tus brazos a tu Amor Crucificado; e imprime en nuestras almas
los dolores que sufriste al pie de la Cruz, de tal modo que nunca perdamos el recuerdo de ellos.
Entierra como en una tumba todas nuestras iniquidades y todas nuestras concupiscencias a fin de
que muriendo a nuestras pasiones y a todas las cosas de aquí abajo, para llevar contigo una vida
oculta en Dios, merezcamos tener un fin feliz y contemplarte cara a cara, en los esplendores de tu
Gloria.
Señor pequé ¡ten Misericordia de mí!
Pecamos Señor y nos pesa ¡ten Misericordia de nosotros!
PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
R.- El Señor lo conserve, le dé vida, le haga feliz en la tierra y no le entregue en manos de sus
enemigos.
V.- Roguemos por los fieles difuntos. Dales Señor el Descanso Eterno.
ORACION:
Dígnate Señor, arrojar una mirada sobre esta familia por la cual nuestro Señor Jesucristo no ha
dudado entregarse en manos de los malvados y sufrir el suplicio de la Cruz.
Señor Jesús, Hijo de Dios Vivo, que a la hora sexta has sido clavado en la Cruz para la Redención
del mundo y has derramado tu Sangre preciosa por la remisión de nuestros pecados, te suplicamos
que escuches tras humildes Oraciones y que después de nuestra muerte, seamos admitidos en la
Gloria Eterna.
Pedimos tu divina clemencia, Señor Jesús, ahora y en la hora de nuestra muerte, por la intercesión
de la Bienaventurada siempre Virgen María, Madre tuya y Madre nuestra, cuyo corazón fue
traspasado por una espada de dolor en el momento de tu Pasión.
¡Oh Dios! Que no queréis la muerte del pecador sino que se convierta y se salve. Pedimos a tu
Misericordia por la intercesión de la siempre Bienaventurada Virgen María y de todos los Santos, que
concedas el eterno descanso a nuestros padres, hermanos, amigos y bienhechores difuntos. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
V.- ¡Bendita sea la Hora en que nuestro Señor Jesucristo instituyó la Sagrada Eucaristía!
R - ¡Bendita sea!
Sea eternamente bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar y la Inmaculada Concepción
de nuestra Señora la Virgen María, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante
de su ser, para ser Madre de Dios, Señora y abogado nuestra. Amén.