Clase 1
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LECCIÓN 1
¿QUÉ ES LA EVANGELIZACIÓN?
La evangelización es la comunicación del evangelio de Dios a través de la vida y de las
palabras de sus hijos, para Su gloria y en el poder del Espíritu Santo, de tal manera que los
hombres puedan recibir a Jesucristo como Salvador y servirle como Rey.
Por lo tanto, presentamos la verdad del Evangelio con sencillez, sin encubrir nada ni exagerar
nada. La comunicamos con urgencia e insistencia, porque es un asunto de vida o muerte, pero
no nos interesan conversiones falsas, fruto de la emoción y no del arrepentimiento y la fe.
Utilizamos las artes de la persuasión, pero evitamos técnicas sentimentales baratas.
Animamos, pero sin ofrecer promesas falsas ni presentar una visión utópica de la vida
cristiana. Avisamos, pero no jugamos con el miedo de la gente. Presentamos argumentos y
evidencias, pero sin exagerarlos ni distorsionarlos.
4. «… para Su gloria…»
Nuestro amor al Señor, nuestro deseo de que Él sea honrado y sus derechos reconocidos en la
vida de nuestros prójimos, es la única motivación capaz de sostenernos en medio de los
muchos momentos de desánimo que habremos de afrontar en nuestra evangelización.
5. «… y en el poder del Espíritu Santo…»
Ninguna sabiduría humana, ningún sistema de «marketing» ninguna técnica psicológica, ninguna
planificación de comité, puede hacer las veces de la dirección del Espíritu Santo en nuestra
evangelización. Bajo el señorío de Cristo estas otras cosas pueden tener su lugar, pero se
convierten en sustitutos pobres del poder de Dios cuando evangelizamos sin descansar en la
guía y recursos del Espíritu.
6. «…de tal manera que los hombre puedan recibir a Jesucristo como Salvador…»
Nuestra tarea es la de conducir a la gente al Salvador, el único que les puede abrir el camino a
Dios (Jn 14:6). Nosotros no les salvamos. Sólo Cristo salva. Nuestra tarea no ha acabado
hasta no haberle conducido a aquella encrucijada en la que puede acudir a Cristo con
conocimiento de causa (o rechazarle con igual conocimiento de las implicaciones),
comprometerse con Él habiendo calculado el precio, y creer en el Salvador sin que su fe
represente un suicidio intelectual.
Ahora bien, el evangelismo es uno de los mandamientos de nuestro Señor. La promesa que
nos hace Jesús por cumplir con Su comisión nos señala qué tan importante es. La frase “hasta
el fin del mundo” nos muestra que la comisión no fue dada exclusivamente a los once
discípulos: la promesa se extiende a toda la Iglesia Cristiana dentro de la historia. Pero si la
promesa es para nosotros, la comisión también es para nosotros. La promesa fue dada para
animar a los once frente a la tarea enorme que les fue comisionada. Si es nuestro privilegio
tomar de la fuente riquísima que nos provee esta promesa, también es nuestra responsabilidad
obrar incesantemente para cumplir con la comisión.
Otro hilo de este argumento es que glorificamos a Dios con el evangelismo, no sólo por
obediencia sino también porque estamos anunciando al mundo las maravillas que Dios ha
hecho para los pecadores. Dios se glorifica cuando se anuncian Sus obras todopoderosas.
Cuando un cristiano habla con otro acerca de las maravillas de Cristo, él está glorificando a
Dios.
2. El segundo motivo que nos debe de motivar hacia al evangelismo asiduo es el amor a
nuestro prójimo, el deseo que nuestro prójimo sea salvo. La esperanza de ganar a los perdidos
para Cristo es una muestra inefable que proviene del corazón de todos los que hayan nacido de
nuevo. El Señor Jesucristo reafirma el mandamiento del Antiguo Testamento que dice que
debemos amar a nuestros prójimos como nos amamos a nosotros mismos. El apóstol Pablo
declara: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos…” (Gá 6.10). ¿Qué
necesidad más grande puede tener un hombre muerto en sus pecados que conocer a Cristo el
Salvador y Redentor? ¿Qué bien podemos hacer más bondadoso que compartir el evangelio del
Señor Jesucristo?
La evangelización descansa sobre el deseo humano de querer compartir las cosas buenas de la
vida. No evangelizamos para dominar a la gente, o para ganar puntos, o demostrar
nuestra superioridad sobre los demás. Si esas motivaciones han existido en el pasado, la
iglesia debe arrepentirse de ello. Porque la verdadera razón para evangelizar es la
generosidad; el deseo humano básico de compartir algo precioso que nos llena de satisfacción
con aquellos que nos importan. Es como si un mendigo le estuviera diciendo a otro mendigo
dónde puede encontrar pan. Es el acto de compartir, de no quedarse para sí mismo algo tan
maravilloso. “Probad y ved que el Señor es bueno”, escribió el salmista (Sal 34:8). La
evangelización es como recomendar a unos amigos una receta deliciosa, o contarles algo
extraordinario que te ha ocurrido. Si algo te importa de verdad, ¡no te lo guardarás para ti
mismo!
Es trágico y abominable cuando los cristianos carecen del deseo de compartir lo que a
ellos les fue dado. Fue normal que Andrés, cuando escuchó las noticias del Mesías, haya ido
en busca de su hermano Simón, y que Felipe haya buscado frenéticamente a su amigo Natanael
para compartirle las buenas nuevas. Nadie les dijo que compartieran las noticias con otros;
lo hicieron automática y espontáneamente. Lo hicieron de la misma manera que uno comparte
noticias importantes con sus familiares y con sus amigos. Si nosotros no sentimos este deseo
automáticamente, tenemos problemas muy graves.
Evangelizar es un privilegio; es algo maravilloso compartir con otro las buenas nuevas de
Cristo sabiendo que son necesitados espiritualmente y que no hay conocimiento en el mundo
que les sirva de más bien. Por lo tanto, debemos aprovechar cada oportunidad que tengamos
para evangelizar al nivel personal e individual y debemos ser gozosos y ansiosos por hacerlo.
Nunca debemos rehusar estas oportunidades y excusarnos por lo mismo. Tenemos que pedir
gracia para que de veras podamos avergonzarnos de nosotros mismos y así inundarnos con el
amor de Dios, para poder inundar a nuestro prójimo con el mismo amor. Sólo así podremos
compartir el evangelio con espontaneidad, gozo y ansia.
No todos estamos llamados a ser predicadores; no a todos se les han otorgado dones
especiales para poder comunicar efectivamente con los hombres y las mujeres que necesiten a
Cristo. Pero todos tenemos alguna responsabilidad de evangelizar si no hemos de fracasar
en nuestro amor a Dios y a nuestro prójimo.
También hay un sólo agente del evangelismo, es decir, el Señor Jesucristo. Es Cristo que
por Su Espíritu Santo hace que Sus siervos puedan explicar el evangelio verosímilmente y
practicarlo con poder y eficacia. Asimismo, es Cristo Jesús quien abre las mentes y los
corazones de los hombres para recibir el evangelio y así los redime, los salva y los trae a su
lado.
Otra vez, en el análisis final hay un sólo método del evangelismo, es decir, la explicación
eficaz y la práctica fiel del mensaje evangélico. Éste es el principio fundamental que hemos
estado buscando. Una consecuencia lógica de este principio es que debemos medir cualquier
estrategia, técnica o estilo evangelístico con la regla de la Palabra de Dios.
- ¿Servirá esta estrategia para avanzar la Palabra de Dios?
- ¿Será una manera fiel y eficaz de explicar el evangelio en todos sus aspectos?
Esto quiere decir que tenemos que reexaminar todas nuestras prácticas evangelísticas —las
misiones, las campañas, los desfiles, los sermones, las reuniones pequeñas y las reuniones
grandes, las charlas, los testimonios, las presentaciones personales del evangelio, los tratados
que repartimos, los libros que prestamos o vendemos, las cartas que escribimos— y de cada
uno de ellos debemos hacer las siguientes preguntas:
Con este tipo de pregunta podemos examinar y, donde es necesario, reformar nuestros
métodos evangelísticos. El principio es que el mejor método de evangelismo es el que
concuerda con el evangelio completamente. Es aquel que presenta el evangelio como un
mensaje divino y como una cuestión urgente de suma importancia. Es aquel que explica la
doctrina de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, y que comunica con exactitud la
práctica que va con ella. Es aquel que anuncia con eficacia la situación real del individuo
para con Dios. Es aquel que desafía el pensar. El mejor método es relativo a estas preguntas.