Clase 1

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EVANGELISMO PRÁCTICO

LECCIÓN 1

LA RESPONSABILIDAD EVANGELÍSTICA DEL CRISTIANO

¿QUÉ ES LA EVANGELIZACIÓN?
La evangelización es la comunicación del evangelio de Dios a través de la vida y de las
palabras de sus hijos, para Su gloria y en el poder del Espíritu Santo, de tal manera que los
hombres puedan recibir a Jesucristo como Salvador y servirle como Rey.

1. «La evangelización es la comunicación…»


Luego tiene que ver con la transmisión de ideas y con la utilización de palabras. Las ideas han
de ser asequibles al oyente y las palabras comprensibles. El lenguaje las ilustraciones y los
métodos evangelísticos que utilizamos deben ser apropiados, no sólo a la dignidad de nuestro
mensaje, sino también a la clase de personas que nos escucha.

La comunicación incluye el escuchar, además del hablar.

Se trata también de una comunicación seria y sincera, no de un lavado de cerebro. No cabe


en la evangelización ninguna clase de engaño ni ninguna técnica indigna del mensaje que
llevamos (1Ts 2:3-5; 2Co 4:2).

Por lo tanto, presentamos la verdad del Evangelio con sencillez, sin encubrir nada ni exagerar
nada. La comunicamos con urgencia e insistencia, porque es un asunto de vida o muerte, pero
no nos interesan conversiones falsas, fruto de la emoción y no del arrepentimiento y la fe.
Utilizamos las artes de la persuasión, pero evitamos técnicas sentimentales baratas.

Animamos, pero sin ofrecer promesas falsas ni presentar una visión utópica de la vida
cristiana. Avisamos, pero no jugamos con el miedo de la gente. Presentamos argumentos y
evidencias, pero sin exagerarlos ni distorsionarlos.

2. «… del Evangelio de Dios…»


El mensaje que comunicamos no es nuestro. Podemos ser todo lo creativos que queramos en su
presentación, pero jamás en su contenido. Es un mensaje dado; no lo hemos de inventar. Es un
depósito que Dios nos ha encomendado (2Ti 1:13-14); no debemos ni quitarle ni añadirle
nada.

3. «… a través de la vida y de las palabras de sus hijos…»


La vida y las palabras deben ir juntas. Algunos de los que se apresuran a hablar harían bien en
callarse, porque sus vidas no honran el Evangelio que predican, y muchos de los que se callan
harían bien en empezar a hablar, porque su silencio es reprensible (Ez 33:7-9).

4. «… para Su gloria…»
Nuestro amor al Señor, nuestro deseo de que Él sea honrado y sus derechos reconocidos en la
vida de nuestros prójimos, es la única motivación capaz de sostenernos en medio de los
muchos momentos de desánimo que habremos de afrontar en nuestra evangelización.
5. «… y en el poder del Espíritu Santo…»
Ninguna sabiduría humana, ningún sistema de «marketing» ninguna técnica psicológica, ninguna
planificación de comité, puede hacer las veces de la dirección del Espíritu Santo en nuestra
evangelización. Bajo el señorío de Cristo estas otras cosas pueden tener su lugar, pero se
convierten en sustitutos pobres del poder de Dios cuando evangelizamos sin descansar en la
guía y recursos del Espíritu.

6. «…de tal manera que los hombre puedan recibir a Jesucristo como Salvador…»
Nuestra tarea es la de conducir a la gente al Salvador, el único que les puede abrir el camino a
Dios (Jn 14:6). Nosotros no les salvamos. Sólo Cristo salva. Nuestra tarea no ha acabado
hasta no haberle conducido a aquella encrucijada en la que puede acudir a Cristo con
conocimiento de causa (o rechazarle con igual conocimiento de las implicaciones),
comprometerse con Él habiendo calculado el precio, y creer en el Salvador sin que su fe
represente un suicidio intelectual.

7. «… y servirle como Rey».


No es lícito intentar aceptar su salvación sin acatar Su Señorío (porque en parte la salvación
consiste precisamente en una vida vivida bajo Su Señorío), ni tampoco es lícito predicar un
Evangelio en el que la salvación queda separada del señorío de Cristo.

Si en nuestro afán de proselitismo «rebajamos el listón» del Evangelio y predicamos una


salvación de eterna felicidad a expensas del arrepentimiento, repudio del pecado y
acatamiento del señorío de Jesucristo, no sólo hacemos violencia a los derechos de nuestro
Rey, sino que podemos acabar ofreciendo una salvación que no salva.

¿QUIÉN DEBE EVANGELIZAR?


Hay dos ministerios que deben manifestarse en todo aquel que ha nacido de nuevo: la
adoración y el testimonio. La evangelización es un privilegio que todos hemos heredado porque
el vivir por el Evangelio y el testificar para Cristo son consecuencias inevitables de nuestra
conversión e incluso la condicionan (Mt 10:32-33).

¿POR QUÉ MUCHOS CRISTIANOS NO EVANGELIZAN?


En respuesta a esta pregunta podemos aducir seis razones principales:

1. Por la mediocridad de nuestro compromiso con el Evangelio


Hay gente que no vive por y para el Evangelio, sino que lo tratan casi como un pasatiempo, algo
que justifique ciertos aspectos de su vida y les dé ciertas garantías para el futuro, pero que
no envuelve todo lo que son. No «respiran» el Evangelio. El Evangelio no es la principal
motivación de su vida y como consecuencia no evangelizan.

2. Por desconocimiento de la responsabilidad evangelística


Deben saber que tener las buenas nuevas y no compartirlas con otros es un egoísmo
imperdonable.

3. Por falta de conocimiento


Algunos que no evangelizan se callan por falta de un entendimiento claro del Evangelio y de
las evidencias históricas en las que está basado.
4. Por miedo a la gente
Muchos creyentes son tímidos y temen ser rechazados por la gente. Sin embargo, ni la lógica
cristiana (Mt 10:26-33) ni los recursos que Dios nos ofrece (2Ti 1:6-8) nos permiten justificar
con la timidez nuestra inactividad evangelística.

5. Por un espíritu derrotista


Los que tienen tal espíritu piensan que todo depende de ellos y no reconocen que la
evangelización es una obra de Dios. Necesitan renovar su confianza en la soberanía de Dios,
en la eficacia de Su Palabra y en la realidad de la obra del Espíritu Santo.

6. Por una falta de plenitud espiritual


Ya hemos dicho que el Espíritu Santo es quien nos capacita para evangelizar. La ausencia de
evangelización es, por lo tanto, necesariamente evidencia de una ausencia del poder del
Espíritu Santo en la vida del creyente. Quien es lleno del Espíritu Santo evangeliza; quien no
evangeliza no es lleno del Espíritu.

¿CUÁL ES EL MOTIVO DEL EVANGELISMO?


Hay dos motivos que nos deben de impulsar hacia a un evangelismo constante. El primero es el
amor a Dios y la preocupación por Su gloria; el segundo es el amor al hombre y la
preocupación por su bienestar.

1. El primer motivo es lo principal y lo fundamental. El fin principal del hombre es


glorificar a Dios. La regla bíblica para la vida es: “Así pues, ya sea que comáis, que bebáis, o
que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31). Los hombres
glorifican a Dios obedeciendo Su Palabra y cumpliendo con Su voluntad revelada.
Igualmente, el mandamiento primero y más grande es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con todo tu alma, y con toda tu mente”. Mostramos nuestro amor al Padre y al Hijo
guardando Sus mandamientos.

Ahora bien, el evangelismo es uno de los mandamientos de nuestro Señor. La promesa que
nos hace Jesús por cumplir con Su comisión nos señala qué tan importante es. La frase “hasta
el fin del mundo” nos muestra que la comisión no fue dada exclusivamente a los once
discípulos: la promesa se extiende a toda la Iglesia Cristiana dentro de la historia. Pero si la
promesa es para nosotros, la comisión también es para nosotros. La promesa fue dada para
animar a los once frente a la tarea enorme que les fue comisionada. Si es nuestro privilegio
tomar de la fuente riquísima que nos provee esta promesa, también es nuestra responsabilidad
obrar incesantemente para cumplir con la comisión.

Otro hilo de este argumento es que glorificamos a Dios con el evangelismo, no sólo por
obediencia sino también porque estamos anunciando al mundo las maravillas que Dios ha
hecho para los pecadores. Dios se glorifica cuando se anuncian Sus obras todopoderosas.
Cuando un cristiano habla con otro acerca de las maravillas de Cristo, él está glorificando a
Dios.

2. El segundo motivo que nos debe de motivar hacia al evangelismo asiduo es el amor a
nuestro prójimo, el deseo que nuestro prójimo sea salvo. La esperanza de ganar a los perdidos
para Cristo es una muestra inefable que proviene del corazón de todos los que hayan nacido de
nuevo. El Señor Jesucristo reafirma el mandamiento del Antiguo Testamento que dice que
debemos amar a nuestros prójimos como nos amamos a nosotros mismos. El apóstol Pablo
declara: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos…” (Gá 6.10). ¿Qué
necesidad más grande puede tener un hombre muerto en sus pecados que conocer a Cristo el
Salvador y Redentor? ¿Qué bien podemos hacer más bondadoso que compartir el evangelio del
Señor Jesucristo?

La evangelización descansa sobre el deseo humano de querer compartir las cosas buenas de la
vida. No evangelizamos para dominar a la gente, o para ganar puntos, o demostrar
nuestra superioridad sobre los demás. Si esas motivaciones han existido en el pasado, la
iglesia debe arrepentirse de ello. Porque la verdadera razón para evangelizar es la
generosidad; el deseo humano básico de compartir algo precioso que nos llena de satisfacción
con aquellos que nos importan. Es como si un mendigo le estuviera diciendo a otro mendigo
dónde puede encontrar pan. Es el acto de compartir, de no quedarse para sí mismo algo tan
maravilloso. “Probad y ved que el Señor es bueno”, escribió el salmista (Sal 34:8). La
evangelización es como recomendar a unos amigos una receta deliciosa, o contarles algo
extraordinario que te ha ocurrido. Si algo te importa de verdad, ¡no te lo guardarás para ti
mismo!

Es trágico y abominable cuando los cristianos carecen del deseo de compartir lo que a
ellos les fue dado. Fue normal que Andrés, cuando escuchó las noticias del Mesías, haya ido
en busca de su hermano Simón, y que Felipe haya buscado frenéticamente a su amigo Natanael
para compartirle las buenas nuevas. Nadie les dijo que compartieran las noticias con otros;
lo hicieron automática y espontáneamente. Lo hicieron de la misma manera que uno comparte
noticias importantes con sus familiares y con sus amigos. Si nosotros no sentimos este deseo
automáticamente, tenemos problemas muy graves.

Evangelizar es un privilegio; es algo maravilloso compartir con otro las buenas nuevas de
Cristo sabiendo que son necesitados espiritualmente y que no hay conocimiento en el mundo
que les sirva de más bien. Por lo tanto, debemos aprovechar cada oportunidad que tengamos
para evangelizar al nivel personal e individual y debemos ser gozosos y ansiosos por hacerlo.
Nunca debemos rehusar estas oportunidades y excusarnos por lo mismo. Tenemos que pedir
gracia para que de veras podamos avergonzarnos de nosotros mismos y así inundarnos con el
amor de Dios, para poder inundar a nuestro prójimo con el mismo amor. Sólo así podremos
compartir el evangelio con espontaneidad, gozo y ansia.

No todos estamos llamados a ser predicadores; no a todos se les han otorgado dones
especiales para poder comunicar efectivamente con los hombres y las mujeres que necesiten a
Cristo. Pero todos tenemos alguna responsabilidad de evangelizar si no hemos de fracasar
en nuestro amor a Dios y a nuestro prójimo.

¿CUÁL ES EL PRINCIPIO FUNDAMENTAL?


Como ya hemos aclarado, el evangelismo es un acto de comunicación con el fin de convertir.
Por lo tanto, en última instancia, hay un sólo medio de evangelismo. Este medio es el evangelio
de Cristo Jesús explicado y practicado. La fe y el arrepentimiento ocurren como producto del
evangelio. Pues Pablo nos dice: “Luego la fe es por oír; y oír por la palabra de Dios” (Ro 10:17).

También hay un sólo agente del evangelismo, es decir, el Señor Jesucristo. Es Cristo que
por Su Espíritu Santo hace que Sus siervos puedan explicar el evangelio verosímilmente y
practicarlo con poder y eficacia. Asimismo, es Cristo Jesús quien abre las mentes y los
corazones de los hombres para recibir el evangelio y así los redime, los salva y los trae a su
lado.

Otra vez, en el análisis final hay un sólo método del evangelismo, es decir, la explicación
eficaz y la práctica fiel del mensaje evangélico. Éste es el principio fundamental que hemos
estado buscando. Una consecuencia lógica de este principio es que debemos medir cualquier
estrategia, técnica o estilo evangelístico con la regla de la Palabra de Dios.
- ¿Servirá esta estrategia para avanzar la Palabra de Dios?
- ¿Será una manera fiel y eficaz de explicar el evangelio en todos sus aspectos?

Si la respuesta a estas dos preguntas es sí, el método de evangelismo es bueno y agrada a


Dios; pero si la respuesta es no o no tanto como debe, el método es malo y será condenado por
Dios.

Esto quiere decir que tenemos que reexaminar todas nuestras prácticas evangelísticas —las
misiones, las campañas, los desfiles, los sermones, las reuniones pequeñas y las reuniones
grandes, las charlas, los testimonios, las presentaciones personales del evangelio, los tratados
que repartimos, los libros que prestamos o vendemos, las cartas que escribimos— y de cada
uno de ellos debemos hacer las siguientes preguntas:

- ¿Enfatiza este método el evangelio de Cristo como mensaje de Dios?


- ¿Es su propósito dar al oyente una visión clara y precisa de Dios y de su verdad en vez
de una visión distorsionada por las cosas humanas?
- ¿Presenta el evangelio como algo proveniente de la boca de Dios o como una producción
humana?
- ¿Carece esta presentación de la soberbia y la presunción humana? Si no, ¿glorifica al
hombre? El mensaje debe tener la claridad y sencillez del mensajero que sólo quiere
asegurar que el mensaje es comunicado.
- ¿Impide o promueve este método la obra de la Palabra en las mentes humanas?
- ¿Va a clarificar el mensaje o lo va a ocultar, enigmatizar y encerrar en las polémicas
piadosas y fórmulas oraculares?
- ¿Va a hacer que la gente piense, que piense en Dios y en sus relaciones con Él? O
¿impedirá el pensamiento porque se enfoca exclusivamente en las emociones?
- ¿Es este método empleado para mover el hombre hacia Cristo por medio de la verdad o
por medio del sentimiento? No hay nada inherentemente malo con la emoción, es más,
es difícil pensar que alguien se haya convertido sin ella; lo que sí es malo es cuando
las emociones se usan como instrumento del evangelismo y sustituto de la
enseñanza doctrinal.
- ¿Estamos enseñando con este método toda la doctrina del evangelio? Enseñando parte
de la doctrina no es suficiente; hay que enseñarla completamente —la verdad acerca de
nuestro Creador y Sus planes, de nuestra condición pecaminosa, perdida, depravada y
culpable necesitando nacer de nuevo, y del Hijo de Dios que se hizo hombre y murió
como hombre para pagar por los pecados del hombre y llevarlos a Dios.
- ¿Es este método inferior en este aspecto, enseñando medias verdades y dejando a la
gente con un entendimiento incompleto de la doctrina, para apresurarles y exigirles una
decisión?
- ¿Es exigirles la fe y el arrepentimiento cuando no saben de qué tienen que arrepentirse
o qué deben creer?
- ¿Es nuestro método una impresión inadecuada y distorsionada de lo que requiere ser
discípulo de Cristo? Por ejemplo ¿sabrán que están obligados a responder a Cristo
inmediatamente? o ¿supondrán que todo lo que se les requiere es confiar en Cristo
como pecadores sin negarse a ellos mismo y colocar a Cristo en el trono de sus
vidas como Señor de todo?
- ¿Es nuestra presentación de Cristo lo suficiente seria? ¿Hará que la gente sienta que
está enfrentando una situación de vida y muerte?
- ¿Verán la majestad de Dios, la gravedad de sus pecados y la grandeza de la gracia en
Cristo?
- ¿Les hará sentir y experimentar la santidad y la magnificencia de Dios?
- ¿Se darán cuenta que entregarse a las manos de Dios es algo temible?

Cuando vulgarizamos y trivializamos el evangelio con nuestras presentaciones de ello, estamos


insultando a Dios y perjudicando al hombre. Esto no quiere decir que cuando hablamos de las
cosas espirituales debemos poner nuestras máscaras de seriedad, pues no hay nada más
frívolo que una seriedad falsa. Nuestros oyentes se volverán hipócritas si empleamos esta
máscara. Necesitamos orar constantemente pidiéndole a Dios que nos llene nuestros
corazón con el deseo de adorarle y glorificarle, con el gozo de estar en comunión con Él y
con la angustia de tener que enfrentarnos a la eternidad sin Él. Debemos orar que Dios nos
capacite para hablar honestamente y con franqueza en estos asuntos. Sólo así podremos
presentar el evangelio con seriedad y sin barreras.

Con este tipo de pregunta podemos examinar y, donde es necesario, reformar nuestros
métodos evangelísticos. El principio es que el mejor método de evangelismo es el que
concuerda con el evangelio completamente. Es aquel que presenta el evangelio como un
mensaje divino y como una cuestión urgente de suma importancia. Es aquel que explica la
doctrina de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, y que comunica con exactitud la
práctica que va con ella. Es aquel que anuncia con eficacia la situación real del individuo
para con Dios. Es aquel que desafía el pensar. El mejor método es relativo a estas preguntas.

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