Historia de La Vida Consagrada (Marcos Quesada)
Historia de La Vida Consagrada (Marcos Quesada)
Historia de La Vida Consagrada (Marcos Quesada)
1
La Exhortación Apostólica Vita Consecrata, en su numeral 6, corrobora que “desde los primeros siglos de la
Iglesia ha habido hombres y mujeres que se han se han sentido llamados a imitar la condición de siervo del
Verbo Encarnado y han seguido sus huellas, viviendo de modo específico y radical, en la profesión monástica,
1
No se trataba sólo de varones: pronto hizo su aparición la «institución de las
vírgenes», que creció a partir del s. III; antes de esto ellas vivían en sus casas y
sin hábito, es decir, no tenían vida comunitaria. En el s. IV son más numerosas
y se hace más solemne la consagración. En cuanto a los ascetas, los menciona
ya la Didaché, vivían en la pobreza y el celibato aunque conservaron sus
propiedades (a diferencia de los anacoretas, que renunciaban a sus
pertenencias), se fueron agrupando hasta que se hizo difícil distinguirlos de los
cenobitas; estos primeros anacoretas, junto con las vírgenes, son la originaria
manifestación de vida religiosa dentro de la Iglesia (más adelante
explicaremos la estructura de cada una).
2
tiempo también con una veta misionero-pastoral– fue la catapulta decisiva
para lograr esa reconstrucción religiosa y civil de la cristiandad.
3
Hoy se sabe que, aunque estos reclusos vivían un efectivo enclaustramiento, no podemos encontrar en
ellos, por muchas razones, la esencia del monacato pagano, ni mucho menos cristiano. Su clausura no tenía
como objetivo servir o contemplar a Dios, y tampoco se trataba de una clausura de por vida. Sin embargo,
resulta curioso el dato histórico de que San Pacomio, el iniciador de la vida cenobítica, eligiera como morada
3
eminentemente monacal: renunciaban a sus bienes, a sus familias, vivían en
castidad, guardaban estricta clausura, se llamaban entre ellos “padre” y
“hermano”, combatían a los demonios en sus sueños y visiones y llevaban un
estilo de vida de completa ascesis. Sin duda que estas prácticas coinciden
sorprendentemente con la ascesis monacal, y por eso Weingarten proclamó
con plena seguridad que los inspiradores de la vida monástica cristiana no eran
los Padres del desierto ni mucho menos, sino los reclusos del templo de
Serapis. Al defender esta tesis Weingarten sostenía que el monacato cristiano
no era una idea original del propio cristianismo, sino que estaba directamente
inspirado en los ritos cultuales de este templo egipcio. Estas hipótesis
Weingarten, como es de esperarse, suscitaron no poco rechazo y controversia,
ya que negar el origen cristiano del movimiento monacal significaba, al
mismo tiempo, enterrar una de las instituciones más longevas y
representativas del cristianismo: los monjes.
para su primera experiencia monástica las ruinas de un templo de Serapis, allá en la aldea de Schenesit; esto
ha sido suficiente para que algunos se atrevan a afirmar que San Pacomio era uno de eso enclaustrados del
templo de Serapis. Así, Battiffol, P. en «Revista Bíblica» IX (1900), p. 126
4
los continuadores de aquellos ritos cúlticos celebrados en el templo de Serapis
y no los herederos de un movimiento apostólico.
Siendo objetivos debemos decir que ambos bandos (por un lado, los que
afirmaban un origen exclusivamente pagano del monacato y, por otro, los que
remontaban la institución de los monjes directamente a Jesús) llevaban razón,
pero sólo en parte; por ejemplo: podemos decir que los apologetas católicos
4
García M., Colombás, El monacato primitivo, Madrid: BAC: 1998, pp. 9-11. Más recientemente
otros historiadores como Pierini también han dado su aporte al respecto: él dice que el monacato
cristiano nace en Egipto y Siria, y de ahí se extiende a todo el resto de Oriente y Occidente; la rápida difusión
del movimiento monástico coincide con la también extraordinaria difusión que está experimentando el
movimiento misionero cristiano dentro y fuera del imperio romano. Pierini, Franco. La Edad Antigua. Curso
de Historia de la Iglesia. Tomo I. Madrid: Editorial San Pablo: 1996, pp. 214-216.
5
tenían razón cuando apelaban de los muchos elementos originales de los
monjes cristianos y de su forma de vida eminentemente evangélica, pero
carecían de ella cada vez que intentaban contra todas las pruebas tirar por
tierra los paralelos y semejanzas (y por qué no también las influencias)
existentes entre la vida monástica cristiana con la de otras religiones. Como
suele suceder con otras controversias, en esta también la parte contrario
contaba con algo de veracidad: Weingarten5, p. e., estaba lejos de la verdad al
negar la relación entre el monacato cristiano y el Evangelio, pero no podemos
negar que es válida su tesis de que existían semejanzas, influencias y
paralelismo con otras experiencias monásticas extra-cristianas. Aclaremos un
punto importante en esto. El hecho de que existan notables e innegables
paralelos y semejanzas entre instituciones y prácticas cultuales o ascéticas
entre una religión y otra (a veces diametralmente distintas) no implica que
haya habido influencia directa de esta creencia en aquella otra; debemos tener
en cuenta que los paralelismos y demás coincidencias pueden explicarse
perfectamente partiendo del dato de que existe un sustrato común del que han
bebido todas las religiones, y esta fuente universal la constituye la dimensión
antropológica presente en toda creencia y práctica religiosa.
5
Aunque las tesis de Weingarten pronto fueron duramente rebatidas y anuladas, los investigadores de la
“Escuela de historia de las religiones” continuaron sacando a luz propuestas no muy lejanas a las de
Weingarten. La cuestión, incluso, no está del todo cerrada.
6
por cuanto en todas las religiones, de una o de otra manera, han existido
siempre formas más radicales y marginales de encarnar los valores religiosos
considerados como más esenciales; incluso sería interesante establecer una
comparación entre estos diferentes «movimientos monacales» para
confrontarlos y establecer puntos de contacto entre ellos y, más importante
aún, descubrir si –como ya se dijo supra– todas estas expresiones religiosas
tienen un sustrato antropológico común: tal vez el hecho de que el hombre es
también y siempre homo religiosus. Pero esto es empresa que excede los
límites de este curso.
Por ahora solamente aclaremos que es acertado afirmar que el ascetismo –en
cualquiera de sus formas–, más allá de su innegable significación religiosa, e
incluso por encima de ella, posee necesariamente un significado
antropológico. Esto explicaría el hecho de cómo hombres de épocas, culturas,
religiones y lugares tan distintos y distantes han buscado siempre ese estilo
sublime de vida con tantos puntos de contacto entre una experiencia y otra.
Decía por eso que, antes de la interpretación religiosa que puede dársele al
ascetismo monástico, debe enfocarse la dimensión antropológica, que nos
sitúa no ante un fenómeno de orden religioso, sino –primero– ante una
manifestación de la vida natural humana. Sabiamente dice Jesús Álvarez que
«el hombre, además de ser homo faber, homo sapiens y homo religiosus, es
también homo monasticus» 6.
6
Cfr.: Mora Amador, Jorge, Historia de la vida religiosa, Madrid: Publicaciones Claretianas: 1987, pp. 36-38
7
adjudicarse la génesis del monacato como algo que surgió aisladamente dentro
de su seno (los mismos hechos que tenemos antes los ojos dicen otra cosa), no
podemos por ello pasar gratuitamente a la innecesaria y riesgosa conclusión de
que la institución monacal cristiana es una especie de mímesis de las
instituciones paralelas a ella presentes en otras religiones paganas. Es
necesario dejar claramente sentada la originalidad del monacato dentro del
cristianismo, originalidad que no debe ser tirada por tierra al confundirla con
las coincidencias existentes en cuanto a elementos culturales, formas externas
o circunstancias antropológicas que pueden encontrarse también en
experiencias monásticas extra-cristianas. No podemos obviar una realidad
incuestionable: los monjes cristianos no seguían a ningún asceta del templo de
Serapis, ni a ningún líder esenio o a algún otro ilustre pensador helénico. No,
ellos seguían –y lo hacían con un heroísmo radical– a Jesús y su Evangelio; y
aquí radica lo más esencial y propio de su ser monjes.
7
Cf.: principalmente a García M., Colombás, o. c., pp. 11-26. También Mora Amador, Jorge, Historia de la
vida religiosa, Madrid: Publicaciones Claretianas: 1987, pp. 40-52
8
Pues bien, un ejemplo bastante conocido por todos es la India, cuya tradición
monacal –totalmente extracristiana– data de hace milenios. Muchos antes de
que pareciese el budismo y el jainismo, en el siglo V a. C., existía en la India
un gran número de monjes que no habitaban monasterios.
Tan significativos son los monjes para el hinduismo que Monchanin afirma:
ellos son «la más fiel expresión del genio religioso hindú, de su ardor
impaciente en la búsqueda del ser supremo, en lo hondo de sí mismo, en lo
hondo de todo, más allá de todo». Dato significativo es que, de acuerdo con
las tradiciones de la India dos de las etapas que debería recorrer todo hindú
durante su vida están directamente relacionadas con la vida monástica y
ascética, a saber: durante su juventud, cuando es célibe, debe aplicarse a
aprender las tradiciones védicas bajo la dirección de un gurú (un maestro; muy
posteriormente, cuando ya haya engendrado una familia y sus cabellos estén
blancos, marchará hacia los bosques y vivirá allí como ermitaño, sin comer
más que raíces y frutas; cuando ya sea más anciano tiene la obligación de
liberarse de todo lazo terreno para concentrarse en las cosas del espíritu, todo
esto para lograr la identificación de su atman con Brahman (dios que penetra
todo). Como es lógico suponer, esto es sólo teoría, por supuesto que no todos
los hindús recorren ese camino de perfección; muchos de ellos no practicaron
ni practicarán jamás la vida monástica, mientras que otro tanto la abrazaron
desde que eran jóvenes sin necesidad de pasar por las demás etapas.
9
vida comunitaria sus monasterios son más bien pequeños y extremadamente
pobres; su sustento lo consiguen por medio de la caridad de laicos piadosos.
El monacato budista si distinguió del hindú sobre todo por haber eliminado las
castas. Tanto el budismo como el jainismo posteriormente se fueron
estabilizando hasta crear una organización comunitaria más institucional,
incluso con una regla de vida, en la que se insiste mucho en la práctica de la
pobreza, y se regulan también los tiempos de oración, estudio y comidas (por
lo general es una sola comida diaria). El budismo terminó extendiéndose por
otras regiones fuera de la India, y poco a poco fue perdiendo su carácter
10
monástico exclusivo, para dar paso también al budismo como religión del
pueblo, aunque siempre ha persistido su forma monástica.
En fin, como puede concluirse, existen varios puntos de encuentro entre los
monjes de la India y el monacato cristiano; pero no debe olvidarse tampoco la
profunda diferencia que separa a los monjes budistas de los cristianos:
solamente el cristianismo conoce a un Dios personal con el cual se puede
entablar un diálogo; por lo mismo, el ascetismo cristiano –sea monástico o
no– tiene como principal finalidad el evitar todo aquello que impide el
encuentro personal del creyente con Dios. Tal encuentro hay que irlo
preparando y ensayando en este mundo, hasta que llegue el aquel Encuentro
definitivo en la otra vida; queda por fuera la necesidad de sucesivas
rencarnaciones.
12
dinero. Durante el tiempo de enclaustramiento casi no tenían contacto con el
exterior. No obstante, debe aclararse que el objetivo de este encerramiento no
era el servicio a Dios ni el perfeccionamiento moral del recluso; tampoco se
enclaustraban de por vida.
Algunos han querido argumentar que San Pacomio, padre del cenobitismo, se
inspiró en el estilo de vida de estos enclaustrados para iniciar su experiencia
ascética cristiana; sin embargo, esto es una afirmación gratuita a falta de
pruebas, y más inverosímil es –como hacen algunos: Battiffol, p. e.– suponer
que Pacomio en algún momento de su vida fue uno de esos reclusos egipcios.
Lo que sí es un dato probable (se narra en su biografía) es el hecho de que él
haya iniciado su experiencia ascético-monástica utilizando como morada las
ruinas de un templo ubicado en la aldea de Schenesit; y hoy se sabe que se
trataba de un templo de Seraphis.
La filosofía y el monacato
Hasta el gran Platón, en su República, alaba a Pitágoras al decir que: «se hizo
de gran respeto por su singular manera de vivir; y aún ahora sus seguidores,
que todavía hablan de un género de vida pitagórico, aparecen como algo
especial entre los otros hombres». Lo cierto es que la comunidad iniciada por
Pitágoras era una asociación religiosa basada en la piedad, el silencio, la
moderación, la obediencia y la virtud; su asentaba sobre el concepto de
koinonía. A la comunidad se ingresaba sólo después de aprobar un riguroso
examen de admisión: la primera prueba duraba tres años y la segunda, cinco.
14
Era un verdadero noviciado, durante el cual el candidato debía renunciar a
todos sus bienes en beneficio de la comunidad. Eran vegetarianos siempre y
comían en comunidad; mientras se ingería el alimento en silencio el más joven
del grupo hacía una lectura apropiada.
Para los seguidores de la filosofía cínica, por ejemplo, nada tenía valor en este
mundo a excepción de la virtud y la tranquilidad. Se distinguían por su radical
desprecio de los bienes materiales. Uno de estos cínicos, Anístenes de Atenas,
decía: «prefiero volverme loco a probar el placer». El más representativo de
ellos (Diógenes) se hizo mendigo, dormía en un tonel (barril), y un día que vio
a uno tomar agua con su mano, decidió deshacerse de su copa por innecesaria.
Si leemos el elogio que de los cínicos hiciera Epicteto en sus Pláticas (3,22),
nos asombrará la semejanza directa con el estilo de vida propio de los monjes
cristianos; el elogio va así:
Este ideal cínico fue heredado en gran parte por los estoicos, cuya moral tan
elevada superó incluso la de Platón. Es bien sabido como el estoicismo ha
15
influido en la ascética cristiana, hasta el punto de considerar como elementos
específicamente cristianos los que no son nada más expresiones literales de
autores estoicos. Un ejemplo de ello es Séneca, que tiene abundantes
expresiones que se han convertido en principios axiomáticos en los autores
ascéticos cristianos sobre el trabajo y la lucha contra las propias pasiones,
sobre la necesidad de una vida recogida y alejada de la multitud; es propio de
Séneca también el convencimiento de que el hombre no alcanzará jamás su
plenitud ni el perfecto dominio sobre sí mismo mientras no se emancipe de la
sensualidad.
8
Elourdy, E. El neoplatonismo, p. 314
16
de Atenas, en el discurso pronunciado por San Pablo ante epicúreos y
estoicos…San Pablo abandonó Atenas desilusionado. El Evangelio no debía
entrar en el mundo por la gran puerta de la filosofía, sino por los caminos
sencillos de la vida frecuentados por la gente »
Pero al margen de los paralelos evidentes que se pueden encontrar entre los
monjes cristianos y los filósofos neoplatónicos, hay una constante cultural
que, si se prescinde de sus raíces helenísticas, se podría creer que era
originariamente cristiana y, más precisamente, monástica. Desde mucho antes
los autores neoplatónicos habían utilizado términos tan caros al monacato
cristiano como: ascesis, koinobion (koinós bios = vida en común),
monasterion (paraje solitario donde vive el monje), monazein (vivir como
solitario), monotikós bios (vida solitaria). Debido a esto y a la inculturación
del cristianismo en el contexto helenista es que autores como Leipoldt (ya
citado) han tratado de justificar el origen del monacato cristiano como una
trasposición de los movimientos espirituales-ascéticos propios del helenismo
al cristianismo. Pero quien piense así olvida que la filosofía, con sus
tendencias espiritualistas, fue más bien un poderos rival del cristianismo en la
captación de los espíritus durante los tres primeros siglos cristianos.
Repitámoslo una vez más: el monacato cristiano no es hijo del ascetismo
hinduista, ni del budismo, ni del pitagorismo o neoplatonismo. Los paralelos
con estas manifestaciones espirituales es, en la mayoría de los casos,
accidental, superficial o aparente; y esto queda claro cuando se escudriñan los
motivos. Los paralelos existente entre el monacato cristiano y esas otras
formas monacales extra-cristiana no apuntan a un plagio ni mucho menos,
sino que el contexto sociocultural del que formaban parte les prestó a los
monjes cristianos un andamiaje ideológico y terminológico del que se
17
sirvieron oportunamente; era no sólo imposible, sino también absurdo no
hacerlo, porque todo este universo monástico y ascético –ya sea cristiano,
hindú o filosófico– es producto de un mismo contexto sociocultural y
sociorreligioso, y nada ni nadie puede escapar a la influencia del medio
ambiente.
18
existió en el AT algo que pueda ser la raíz de lo que más tarde vendría a ser el
monacato cristiano.
Ahora bien, que el monacato cristiano hunde sus raíces en el antiguo Israel
(según el decir de los Santos Padres) tiene su buena cuota de credibilidad si
tomamos en cuenta que ya en tiempos del Antiguo Testamento surgen
instituciones permanentes no dependientes del sacerdocio oficial, sino más
bien al margen de éste, que pueden ser consideradas como verdaderas
comunidades religiosas: los nazareos (carismáticos, con vida independiente
pero obligados a ciertas prescripciones), las comunidades proféticas (son
comunidades itinerantes agrupadas en torno a un Profeta considerado Padre),
los recabitas (se trata de un clan que observa fielmente las tradiciones
yahwistas), los asideos (movimiento radical y pietista, cuyos miembros eran
celosos observantes de la Ley), los esenios (son su continuación o al menos un
movimiento paralelo a los asideos. Al menos los esenios de Qumran vivían en
comunidad, alejados de la ciudad, y poseían prácticas ascéticas y penitenciales
comunes), los terapeutas (secta judía de la diáspora que se dedicaban también
a la contemplación para “curar” las pasiones). Así pues, debemos partir del
hecho de que en el judaísmo oficial existían ciertas instituciones
marcadamente ascéticas que, aunque no eran monásticas, sí pudieron haber
sentado un precedente. Veamos:
19
frente a los demás dioses. Posiblemente en sus inicios era un estilo de vida que
se abrazaba a perpetuidad (1Sam 1,11; 22,27); pero posteriormente se hace
común la consagración temporal, sobre todo después de la época de los Reyes.
Este nazareato temporal queda institucionalizado en la legislación sacerdotal
(Lev 10,8-11; Num 6,1-21). Todas las prácticas nazareas tenían un
simbolismo; p. e., la abstención de bebidas alcohólicas y del vino significaba
el rechazo de la vida sedentaria y lujosa culpable de que Israel se estuviese
alejando de Yahweh. El cabello largo simbolizaba la integridad de la persona
consagrada en cuerpo y alma a Dios; y el rechaza a tener contacto con
cadáveres figuraba una confesión explícita del Dios vivo y santo de Israel.
Para lo que a nosotros toca, los nazareos tienen un gran parecido con los
monjes cristianos que se caracterizaban por una vida individual, solitaria y
hasta cierto punto extravagante. Al igual que estos judíos, el monaquismo
inicial se convirtió también en un ejemplo y llamada de atención para la
Iglesia del siglo V: en efecto, la austeridad ascética de los monjes anacoretas
era el testimonio concreto de que el cristianismo es incompatible con esa
actitud materialista que supone la felicidad en los bienes contingentes de este
mundo que perece. Semejante testimonio de vida tenía que ser más que
elocuente frente a una Iglesia-institución que, después de Constantino, venía
mostrando un progresivo (escandaloso y desmesurado) interés por las pompas
del siglo.
20
profeta; viven pobremente de su propio trabajo o de la caridad pública (2Re
4,8; 6,1-7). No era obligatoria la continencia, pero tampoco era raro encontrar
alguno de sus miembros que hubiese optado por la continencia (2 Re 4,1).
También, aunque eran comunidades comúnmente nómadas, había algunas que
estaban vinculadas con algún santuario famoso; p. e., el de Nayot, junto a
Rama (1Sam 19,18-24), el de Betel (1Sam 10,3-6), el de Jericó (2Re 2,3), el
del Monte Carmelo (2Re 2,25). Se les conocía también con el nombre de
«hijos de los profetas».
21
Evidente es que resultaría absurdo tender una línea causal directa entre este
movimiento del antiguo Israel y la vida monacal cristiana; no obstante, es
lícito y necesario echarle una mirada a estas comunidades proféticas israelitas
a la hora de querer buscarle un fundamento bíblico a la vida consagrada dentro
de la Iglesia.
22
hijas; no edificamos casas para habitar, no tenemos viñas ni campos ni
sembrados, sino que habitamos en carpas».
23
casi nada, ya que al final de cuentas siguieron siendo perseguidos y la mayoría
de ellos exterminados, por esta razón se terminaron uniendo a los ejércitos de
los macabeos (1Mac 2,42-43).
Tomando en cuenta todo lo anterior debe reconocerse que en los orígenes del
monacato cristiano encontramos ciertas situaciones que asemejan las de los
asideos; por ejemplo, para el tiempo de las persecuciones de Dioclesano y
Decio algunos cristianos se vieron obligados a huir al desierto, situación que
después los llevó querer quedarse allí llevando una vida ascética y de
mortificación. Con todo, debemos tener claro que las motivaciones asideas
para huir al desierto discrepan mucho de los motivos por los cuales estos
cristianos del siglo IV se iban a las soledades desérticas: era una protesta
contra la excesiva comodidad causada por la libertad que a la Iglesia le había
concedido Constantino. En lo que sí coinciden ambos movimientos es en el
hecho de querer retornar a la fidelidad y radicalismo propio de los orígenes.
Los esenios de Qumrán: Hipótesis como esta tomaron revuelo sobre todo a
partir de 1951 con los descubrimientos de Qumrán (es un valle del Desierto de
Judea en las costas occidentales del Mar Muerto). Las excavaciones realizadas
ahí terminaron por desenterrar lo que ha venido a considerarse como un
monasterio judío.
24
Los residentes en ese lugar eran los esenios, secta judía de la que no se habla
en la Biblia. Ellos, según las noticias que tenemos por historiadores judíos
como Flavio Josefo y Plinio, desprecian las riquezas y es admirable en ellos la
comunidad de bienes: es imposible encontrar entre ellos a uno que se distinga
de los demás por su fortuna. Su ley exige que toda persona que se adhiera a la
secta se desprenda de sus bienes en beneficio de la comunidad, de manera que
en ninguno de ellos se manifiesta ni una pobreza degradante ni una riqueza
insolente. Los bienes de cada uno se mezclan con los del conjunto. Su
disciplina es estricta: a los que se les demuestra que han cometido faltas
graves se les expulsa de la orden. Según Filón, los esenios prefieren
mantenerse lejos de las ciudades para poder vivir en conformidad con las
normas de pureza que habían establecido.
25
celebraciones relacionadas con la alternancia de las estaciones (algunos dicen
que esta enumeración de siete momentos de oración diaria procede sin duda en
parte de la ficción, ya que es muy difícil distinguir algunos de ellos).
¿Fue Juan el Bautista esenio?: Esta pregunta tiene sentido aquí si tomamos
en cuenta que no pocas veces se ha llamado a Juan el Bautista como el más
eximio de los monjes, y esto porque ciertas prácticas suyas devienen similares
9
P. Benoît, Qumrân et le Nouveau Testament, en Exégèse el Théologie, III. Paris, 385
26
a las de los esenios de Qumrán. Pero a pesar de ciertas similitudes que se
derivan de la afirmación de Lucas referente a que Juan “permanecía en el
desierto hasta el día de su manifestación en Israel", lo cierto es que entre el
mensaje de Juan, su rito bautismal y las purificaciones qumranianas, se
observan ciertas divergencias que obligan a rechazar toda pertenencia del
Bautista a la secta.
En fin, como puede verse, las analogías entre ambas instituciones son
evidentes. Con todo, es necesario aclarar que no existen relaciones directas de
paternidad y filiación entre el monacato cristiano y el judío, según nos
permiten concluir las fuentes históricas disponibles. Quizá los monjes
cristianos tomaron algunas cosas de otras comunidades esenias que
subsistieron a la destrucción de Qumrán; sin embargo, para entonces la
relación entre el cristianismo y el judaísmo era más que hostil y por tanto,
usando el sentido común, resultaría imposible, por absurda, la idea de que el
primero quisiera reproducir conscientemente alguna cosa del segundo.
10
Cf.: Álvarez Gómez, o. c., p. 98
27
Pero recalquemos que entre el esenismo y el monacato cristiano no se han
encontrado dependencias materiales ni explícitas, lo que sí puede afirmarse es
que el espíritu que está en la base del esenismo tiene muchos puntos de
contacto con el espíritu que hará surgir la vida monacal entre los cristianos; no
obstante, no olvidemos que existen muchas diferencias entre ambos
movimientos, la más representativa de ellas es el carácter cismático y sectario
que determinó siempre la experiencia esenio-qumrámica; y esto no se
encontrará nunca dentro de la institución monástica cristiana, todo lo
contrario.
Los terapeutas: Filón de Alejandría, uno de los más renombrados filósofos del
judaísmo helénico que murió entre 45/50 d.C., es el único que nos da noticias
sobre los terapeutas. Parecidos a los esenios, ellos también constituyeron una
secta judía en la diáspora: viven en torno al lago Maeris, en Egipto, llevando
una vida casi exclusivamente contemplativa. Como lo indica su nombre,
tenían por finalidad curarse de las pasiones, y esto lo lograban con ciertas
prácticas y costumbres: vivían en celdas individuales, para su meditación
usaban las Sagradas Escrituras y también los libros propios de ellos; el único
alimento que consumían era por la tarde y fuera de la celda de contemplación.
En el Nuevo Testamento
11
Ibíd. Pp. 101 - 102
29
y corriente, como cualquier otro. Podríamos decir, de acuerdo a los últimos
estudios históricos al respecto, que él fue un trabajador del mundo rural
galileo. El dato proporcionado por Lc 4,16-24 referente al hecho de que Jesús
sabía leer, lo ubica en un estrado y con una formación humana que no poseía
el grueso de la gente de aquel entonces.
Después de ser bautizado por Juan, Jesús deja su estilo de vida habitual y se
marcha al desierto para dar inicio a su ministerio de carácter profético (algo
así como un predicador ambulante). Era costumbre que el predicador
ambulante abrazaba una vida llena de renuncias y privaciones (es aquí donde
debemos ubicar a Mc 8, 20 y Lc 9, 57 cuando dicen que el Hijo del hombre no
tiene donde reclinar la cabeza). Pero esto está lejos de significar que Jesús
abrazó un cierto tipo de ascetismo institucionalizado. Lo que encontramos en
los Evangelios más bien apunta a la dirección contraria: se le acusa de asistir a
banquetes y de no ayunar como lo hacían los discípulos de Juan. Y Jesús no
rechaza estas acusaciones.
31
los cristianos (al menos eso dice Lucas). Entre las características de aquella
primera comunidad se mencionan las que siguen12:
12
Cf.: las siguientes citas Hch 1,14; 1,24; 2,42; 2,46; 4,32; 6,1-6; 6,6; 12,12; 13,2; 13,3; 14,23;
16,25; 28,25.
32
en aquella Iglesia primitiva un modelo exacto de vida monacal y religiosa,
sino porque ahí queda dibujada la forma de vida que ha de caracterizar
siempre a todos los cristianos, y por lo mismo incluso aquellos que buscaron
la soledad del desierto volvieron también su mirada hacia el ideal cristiano
descrito por Lucas en Hechos para hacer suyo ese estilo de vivencia cristiana.
Por otra parte, un punto que debemos tener en cuenta es el hecho de que para
los judíos-cristianos de la Palestina del siglo I, la historia de Israel no era sólo
la historia del Pueblo de Dios, sino la historia de la Iglesia de Cristo, de quien
Israel fue tipo y principio. Esta historia así concebida no termina con Jesús,
sino que se prolonga en sus seguidores.
Todo esto explica el por qué los primeros monjes se consideraron siempre los
herederos de los ascetas judíos que figuraban en la Biblia, en sus dos
Testamentos. Incluso varios autores monásticos antiguos extienden su
ascendencia hasta alcanzar los mismos orígenes del ser humano: ya
mencionamos las constantes referencias a Adán y su vida íntima con Dios;
San Juan Crisóstomo, p. e., compara a los solitarios de Siria con Adán cuando
«antes de su desobediencia estaba revestido de gloria y conversaba
familiarmente con Dios». Adán se convierte en el prototipo ideal de los
monjes, por su vida libre de preocupaciones profanas, su pureza, el dominio
sobre sí mismo y su íntima amistad con Dios. Por esto, algunos como Asterio
de Ansedunum dijeron que en Adán fue el primer monje.
33
una llamada procedente del Evangelio, que invita a un seguimiento radical a
Cristo (Mt 4,20; 19,27).
13
Rincón Pérez, Tomás. La vida consagrada en la Iglesia Latina. EUNSA, Pamplona, 2001, pp. 165-166.
35
tuvieron la intención de refugiarse en parajes solitarios o desérticos; en un
primer momento siempre se tuvo la intención de permanecer insertos en la
comunidad de fe.
«La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del
Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa
de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido»
37
sentido femenino. El matrimonio poseía entonces, por supuesto, una función
más que clara, pero los célibes no tanto. De este modo, el Apóstol designa al
célibe (sea hombre o mujer) un lugar del que no gozaba hasta entonces. El
celibato puede ser elegido voluntariamente en vista a un servicio más
comprometido con el Señor. Pablo no denigra en lo más mínimo la vida
matrimonial, pero tampoco le concede ese valor absoluto propio de la cultura
judía. Así, entendemos porqué a la mujer viuda le expresa sinceramente que
«será feliz si permanece así según mi consejo» (v. 40).
Es útil tener presente que Pablo muchas veces calificaba a las mujeres no
casadas como “vírgenes”16; así, se nos está hablando de mujeres, vírgenes y/o
viudas, que no sólo están ansiosas por las cosas del Señor, sino –y
principalmente– por ser santas en el cuerpo y en el espíritu. Podría decirse
que la meta de estas vírgenes no es servir en las cosas del señor, sino buscar la
propia santificación. Si fuera así, entonces Pablo estaría criticando tal actitud.
Debemos también tener cuidado de interpretar esa santidad de la virgen o
viuda como una contraposición a la mundanidad de la casada.
1Cor 7,36-38
16
MacDonal, M., Las mujeres en el cristianismo primitivo y la opinión pagana. El poder de la mujer histérica
(Estella, Navarra 2004) p. 166
38
«Mas el que ha tomado una firme decisión en su corazón, y sin presión
alguna, y en pleno uso de su libertad está resuelto en su interior a respetar a
su doncella, hará bien. Por tanto, el que se casa con su doncella, obra bien. Y
el que no se casa, obra mejor»
Con base a este texto puede deducirse que en Corinto la virginidad de las
mujeres era un asunto muy valorado, especialmente entre aquellos más dados
a la ascesis. Recuérdese que en aquella época la doncellas no tenían (al menos
no totalmente) el control sobre su propia vida, y por eso –en este caso– Pablo
se dirige a aquellos que tienen autoridad sobre ellas: puede ser el padre, el
tutor, el tío o el hermano mayor17; en fin, aquel a quien corresponde la
responsabilidad de velar por la mujer en edad núbil, y por tanto también el
encargado de su matrimonio, según se acostumbraba 18. Es por eso que el
Apóstol dice que el casar a la virgen no está mal (es una práctica avalada por
la costumbre), pero si se decide hacer aquello que él (Pablo) estima mejor –es
decir, no casarla para consagrarla al Señor– tampoco hay problema alguno.
17
Aunque también pareciera dirigirse al novio, sobre todo al referirse a su doncella.
18
Cf.: Walter, E., o. c., p. 139
39
su virgen” era un asunto de suma importancia para la comunidad de los
corintios19.
19
Cf.: MacDonal, M., o. c., p. 165
40
sigue considerándose un fenómeno carismático, no deja de exigir por eso un
adecuado control y discernimiento necesarios para evitar abusos.
En fin, lo que podemos entresacar de estos datos de 1Cor 7 es que a finales del
siglo I ya existía en la comunidad de Corinto un considerable núcleo de
vírgenes y continentes. San Clemente romano, perteneciente a la Patrística
Apostólica, habla de este grupo diciendo de ellos que se les habían subido los
humos a la cabeza considerándose, por el carisma de la virginidad y de la
continencia, superiores a la misma jerarquía eclesiástica.
Se evidencia, pues, que los ascetas (ya sean hombres, ya mujeres), constituyen
un movimiento pre-monástico; ellos conforman, en cierto modo, la primera
manifestación de la vida religiosa en el seno de la Iglesia cristiana. Dentro de
este movimiento ascético, que recalcaba principalmente el celibato como
renuncia más radical de sí mismo, comienzan a aparecer otras prácticas que
pasarán más tarde a formar parte integral e irrenunciable de los monasterios,
entre éstas G. M. Colombás menciona las que siguen: «la pobreza voluntaria,
más o menos perfecta, los ayunos, la abstinencia de determinados alimentos,
las vigilias nocturnas, la oración más frecuente y la salmodia diaria; en
resumen, casi todas las observaciones que serán luego patrimonio de los
monjes (…) En realidad, el único elemento que aportó el monacato naciente
42
al ascetismo tradicional, fue una mayor separación del mundo, la fuga
mundi, en sentido local y no sólo espiritual»20.
Lo cierto del caso es que estos primeros monjes suscitaron no poca admiración
y elogio, sobre todo por el estilo de vida tan privado de comodidades que
hacía de ellos verdaderos héroes de la vida espiritual, aunque más que héroes
fueron ilustres maestros, que influyeron grandemente en la estructura y
desarrollo posterior de la Iglesia. Tomás de Kempis, en su famoso libro La
Imitación de Cristo elogiaba así a los monjes: «¡Oh, qué vida tan austera y
abnegada llevaron los santos padres en el desierto! ¡Cuán largas y graves
tentaciones sufrieron! ¡Con cuánta frecuencia fueron atormentados por el
20
García M., Colombás, op. cit., p. 36
43
enemigo!...¡Cuán rigurosas abstinencias practicaron…¡Cuán fuertes
combates sostuvieron para refrenar los vicios! ¡Cuán pura y recta intención
tuvieron para con Dios! Trabajaban de día y ocupaban la noche en larga
oración; y ni aun trabajando dejaban de orar mentalmente21»
La importancia que se le dio desde los inicios a esta forma radical de vida
cristiana viene atestiguada también por el hecho de las numerosas tradiciones,
cargadas de leyenda, que han transmitido los nombres de algunos personajes,
sobre todo mujeres, consagrados al ascetismo y la virginidad bajo la
inspiración y/o dirección de algún Apóstol. Una de historias más conocidas al
respecto es la de Tecla: una joven que se convirtió a la práctica de la
virginidad después de escuchar la exhortación a este estilo de vida que hiciera
Pablo en Iconio. Incluso todo el tenor de vida de esta mujer consagrada fue
puesto por escrito en un libro apócrifo titulado Hechos de Pablo y Tecla, cuyo
objetivo (al igual que con los demás apócrifos) ha sido principalmente llenar
algunas lagunas sobre la vida de esta ilustre virgen cristiana, que vivió en el
primer siglo del cristianismo y de cuya existencia no se duda.
Muy pronto Tecla fue considerada como el modelo de todas las vírgenes
cristianas; tan es así que cuando algún escritos eclesiástico quiere elogiar a
alguna virgen consagrada, dice simplemente que fue otra Tecla. La tradición
nos ha transmitido, asimismo, el recuerdo de otras mujeres vírgenes asociadas
a algún Apóstol; tal es el caso de Santa Prisca, virgen y mártir, que aparece
junto a San Pedro, quien es el responsable de su conversión y bautizo. Y así
hay muchas historias más que, aunque en gran parte legendarias, suelen
brindar datos históricos, sobre todo en lo que respecta a los nombres propios.
Y más importante que los nombres es el hecho de que tales hagiografías, lo
21
de Kempis, T. La imitación de Cristo, I,18
44
mismo que los pocos datos explícitos e implícitos del Nuevo Testamento,
evidencian que en esta era apostólica –efectivamente– fue lanzada aquella
semilla que más tarde germinaría en la gran y consolidada institución del
monacato cristiano, cuyos miembros serían los inspiradores de grandes
hazañas dentro del cristianismo.
22
También, Mt 4,20; 19,27.
23
Cfr.: San Atanasio, Vita Antonii, 2
46
núbiles, y tenían el don de la profecía (Hch 21,9). La Didaché, que se remonta
a los años 50-70, habla explícitamente de ascetas itinerantes que ejercen el
ministerio de la predicación. A finales del siglo I Clemente Romano (en su
carta a los Corintios) e Ignacio de Antioquía (en la carta a Policarpo) hacen
mención de ciertos cristianos que llevaban una vida más perfecta y ascética.
Pero dejemos para más adelante el detalle de cada una de aquellas primeras
formas en que surgió lo que nosotros hoy conocemos como monacato, aunque
estrictamente no podamos llamar monjes a estos primeros cristianos que
buscaban un estilo de vida de más perfecta observancia de las normas
evangélicas. Enfoquémonos por el momento en lo que toca al surgimiento del
ascetismo pre-monástico.
Sin duda, unas de las características que ayudó al impacto positivo que el
monacato tuvo entre los cristianos fue su novedad. Por ejemplo, el famoso
Tertuliano arremete contra todos los paganos que acusan a los cristianos de
ociosos e inútiles para la sociedad; los defiende argumentando que el estilo de
vida que ellos eligen es totalmente nuevo respecto a los demás habitantes
dentro del Imperio (coincide aquí Tertuliano con la descripción que se hace en
la Carta a Diogneto en V 1,14).
47
Este tema de la novedad que representaba el monacato también está presente
en los primeros escritores de temas monacales. San Atanasio, para explicar
que había sido San Antonio el primero en adentrarse en la soledad del
desierto, afirma: «no existían aún tantas celdas monacales en Egipto, y ningún
monje conocía siquiera el lejano desierto»24. Un antiguo historiador de la
Iglesia, Sócrates, dice ser un tal Ammón el primer monje cristiano que existió.
San Jerónimo, por su parte, sostiene que el honor de ser el primero no debe
darse a San Antonio, sino a San Pablo de Tebas; hoy se sabe que este San
Pablo nunca existió, pero lo importante aquí radica en que San Jerónimo
entiende al monacato como una novedad eclesial que se gestó en las
comunidades cristianas de finales del siglo III.
Por supuesto que esta novedad de la que hablamos no anula todo el proceso
que ha precedido al monacato, es decir, esa larga serie de personajes, hechos e
ideas que constituyeron la génesis de lo que vino a conocerse como ascetismo.
Pero ¿por qué no hubo monjes en los tres primeros siglos de la Iglesia? Para
responder esta pregunta será necesario determinar cuál era la situación de la
Iglesia durante esos tres primeros siglos para ver las motivaciones y las
coyunturas por las que la vida monacal tardó tanto tiempo en surgir.
24
San Atanasio, Vita Antonii, 3
25
«Nosotros los cristianos no vivimos al margen de este mundo; frecuentamos, como ustedes, los mercados,
el foro, los talleres, los baños, las tiendas, las plazas públicas; nosotros somos marinos, soldados,
agricultores, comerciantes, nosotros ponemos a su servicio nuestro trabajo y nuestra industria».
(Apologeticum adversum gentes, 42)
48
primeros siglos eran muy diferentes del resto de habitantes del Imperio. No
gozaban de los mismos derechos. Sufrían persecución cruenta 26, y hasta eran
condenados a muerte por el mero nombre de cristianos. En el intervalo que va
del 64 d. C. al 313 d. C., llamarse cristiano era delito suficiente para que una
persona fuese llevada ante los tribunales y ejecutada públicamente. A los que
profesaban la fe cristiana se les consideraba un tertuim genus, es decir, un
tercer género que no era ni judío (secundum genus) ni romano.
Lo cierto del caso es que los cristianos, durante la época de las persecuciones
imperiales eran considerados como extraños en medio de la ciudad y, por lo
mismo, no les quedaba más remedio que vivir socialmente marginados. Esta
marginación social será la característica que, después de la paz constantiniana,
definirá a aquellos cristianos llamados monjes. En todo caso, durante los tres
primeros siglos, todo aquel que decidía seguir a Cristo tenía que estar
dispuesto a convertirse en un solitario en medio de la ciudad, ya que su modus
vivendi permanecía prácticamente al margen de la vida normal de los demás
ciudadanos. Casi siempre había desacuerdo entre los deberes del que es fiel a
Cristo y los deberes del que se dice fiel a la ciudad. Muchas veces los
cristianos se veían obligados a renunciar a una serie de actividades sociales
que eran contrarias a su credo. Este autoaislamiento se vio reforzado y
empeorado no sólo por las leyes persecutorias del Imperio, sino también por
ciertas tendencias apocalípticas vigentes dentro la comunidad cristiana que
incitaban a una despreocupación casi total por las realidades temporales.
26
Debe aclararse que las persecuciones de las que fueron víctimas los cristianos no respondían a una acción
persecutoria sistemática e ininterrumpida por parte de las autoridades imperiales. Estas persecuciones se
inician el 64 con Nerón y concluyen oficialmente en el 313 con la promulgación del Edicto de Milán; fueron
exactamente 249 años de persecución oficial, es decir, de prohibición legal del Cristianismo en el Imperio
Romano; no obstante, durante este período también hubo momentos de paz que permitieron a la Iglesia
crecer y afianzarse.
49
Debemos tener en cuenta que no pocos textos neotestamentarios sugieren esta
desinstalación mundana (Heb 13,14; Filp 3,20).
27
Al respecto decía San Justino: «Nosotros, que en otro tiempo amábamos el lucro, la ganancia, distribuimos
ahora lo que poseemos y lo damos a todos los necesitados»
28
Así, Tertuliano en De culta feminarum.
50
ellos tenían horas determinadas para su oración y para el culto litúrgico
comunitario.
51
Muy pronto el martirio se convirtió en la forma de la vida cristiana, tan es así
que, desde que la persona pedía ser admitido como catecúmeno en la
comunidad de creyentes, se le “adiestraba” para el martirio, que lo tenía casi
seguro. San Cipriano y Orígenes hablan de esta necesaria preparación para el
martirio. El mismo Orígenes era hijo de un mártir (Leonidas, su padre) y, en
carne propia, sufrió los tormentos de la persecución, aunque no murió como
mártir.
29
Stromata, I, IV, c. IV
52
hombre es bienaventurado porque realiza no el martirio ordinario, sino el
martirio gnóstico…porque la gnosis es el conocimiento del Nombre y la
comprensión del Evangelio».
Es innegable que toda la historia de la Iglesia está adornada con las figuras de
cientos de mártires, que no han desaparecido, sino que tienen aún sus
continuadores en millones de cristianos que, quizá sin haber derramado su
sangre, han ofrendado su vida consagrándose en alguna forma de vida
religiosa, la cual, como continuadora del martirio, surgió precisamente cuando
éste cesó como hecho colectivo en la vida eclesial. Así las cosas, la Vida
Religiosa en cuanto tal surge cuando ese espíritu cristiano martirial del que
hemos hablado empieza a disminuir, sobre todo después de la paz surgida con
Constantino; y esto es fácil de entender, porque a una Iglesia impregnada de
esa espiritualidad martirial no le es necesaria la Vida monacal-religiosa, pero
en una época en que la Iglesia ya no cuenta con la realidad del martirio
cruento, sí tiene lógica la génesis del Monacato y la Vida Religiosa como
sucesores de aquella perfección evangélica que proporcionaba el martirio. Al
respecto dice Metodio de Olimpo: «Ellos, vírgenes y continentes, padecieron
un martirio. No debieron soportar por un espacio breve de tiempo los
53
tormentos físicos, sino por toda la vida resistir el esfuerzo, haciendo frente
fuertemente a los asaltos violentos de los placeres, del miedo, de la tristeza y
de todas las demás formas de debilidad humana»
Así pues, en los primitivos comienzos eran los y las mártires quienes mejor
encarnaban la perfección de las virtudes cristianas, después de la paz
constantiniana esa tarea recaerá sobre los monjes: serán ellos los
comprometidos a visibilizar una vida fundada sobre la caridad perfecta, sin
que esto libere al grueso de los cristianos de su obligación de dar testimonio
convincente de su fe.
54
Surgieron, por esto, movimientos extremistas, decididos a implantar –aunque
fuese a precio de sangre– la pureza del ideal cristiano; tal es el caso de los
encratitas y de los montanistas, muy cercanos a la ideología gnóstica. Uno de
los más importantes movimientos surgidos en esta época, y que cumplió
importante función evitando que la Iglesia perdiera su dimensión ascética, fue
la virginidad: esta expresión ascética será elemental cuando más adelante se
institucionalice el monacato.
Tenemos muchas noticias que nos hablan de la virginidad opcional de las y los
cristianos: San Justino nos menciona a gran cantidad de hombre y mujeres que
«instruidos desde su infancia en la ley de Cristo, han llegado puros hasta los
sesenta y setenta años…». Atenágoras menciona a «varones y mujeres que
envejecen en la virginidad»; y Minucio Félix da cuenta «muchos que
disfrutan…de un cuerpo sin mancha, en perpetua virginidad». Es dato
ilustrativo de lo que venimos diciendo Tertuliano, quien escribió una obra
titulada De virginibus velandis, en donde se ocupa de tratar algo tan trivial
(para nosotros) como es el hecho de que las vírgenes han de cubrirse con el
velo; un dato tan sencillo como éste nos ayuda a comprender que, al menos en
55
la Iglesia a la que pertenecía Tertuliano (Cartago), las vírgenes constituían una
realidad para nada despreciable y marginal.
Puede afirmarse con certeza, pues, que desde Siria, Asia Menor, Grecia y
Roma hasta las regiones más apartadas de Occidente, el ascetismo (bajo esta
forma particular de la virginidad y la continencia) se había hecho presente allí
en donde el cristianismo había hundido ya sus raíces. Este ascetismo, aunque
presente en distintas comunidades cristianas, y hasta en diferentes culturas,
presentaba siempre rasgos comunes: rigurosidad en los ayunos, mayor
hincapié en la oración, virginidad y pobreza o, al menos, un uso más
moderado y comunitario de los propios bienes materiales. Estos rasgos
propios del ascetismo cristiano fueron llevados al extremo en sectas cristianas
como los gnósticos y los encratitas30.
30
Se les conoció también con el nombre de acuarinos porque, al prohibir la ingestión del vino, celebraban la
Eucaristía únicamente con agua. Tuvieron una importante difusión en el siglo II.
56
Tanto los ascetas como las vírgenes carecieron de una organización particular
durante los tres primeros siglos; más bien, ellos permanecen sus propias
familias y se ocupan de las actividades cotidianas. A pesar de la no
organización, los obispos sí miraban con buenos ojos este género de vida (y lo
recomendaban), ya que éste venía a sustituir el ya desaparecido martirio. Las
vírgenes y los ascetas, aunque no constituía un estado diferente, sí que eran
reconocidos como tales dentro de la comunidad cristiana.
Ellos y ellas no sólo se proponían vivir en continencia, sino que buscan una
conversión total por amor al Evangelio y a los hermanos. Su programa de vida
es imitar a Cristo, y como consecuencia de esta imitación surgen elementos
como la castidad, entre otros muchos. Es destacable que este estilo de vida en
virginidad era en demasía revolucionario, sobre todo en lo tocante a las
mujeres, que antiguamente no podían aspirar a algo más que madres, esposas
o prostitutas; ellas eran personas con una posición socialmente subordinada,
políticamente nula y económicamente relativa. En fin, su lugar era siempre
secundario y de inferioridad respecto al hombre (o al marido si estaban
casadas). En una cultura como la aquella era del todo normal que fuese el
varón quien estableciera los estándares de conducta aceptables para una mujer;
y estos límites de acción para ellas quedaban prácticamente reducidos a los
oficios domésticos (entendidos éstos principalmente como servicio al varón) y
a algunas manualidades como el telar. Y este orden de cosas encontraba
siempre su justificación en las esferas religiosas. En un contexto social con
tales características, el que una mujer haga voto de castidad supone un rechazo
total frontal de la sociedad. Es sin duda un gesto profético.
Por otra parte, un dato importante es que desde el siglo III en Egipto y África
se vuelve común la práctica de dar a los ascetas la responsabilidad de presidir
57
la comunidad. Podemos ver en esto la génesis de aquella práctica común en la
Iglesia Latina de que el clero casado vaya siendo sustituido primero por un
clero continente y, después, por uno celibatario.
El voto de virginidad
La consagración en virginidad
58
y data del año 354, es la de la virgen Asella. Este voto de virginidad hacía
inválido el matrimonio de las vírgenes consagradas.
59
podemos decir, que lo único que les falta para ser monjes es la separación
material de las comunidades cristianas y marcharse al desierto a llevar vida en
común; lo demás ya lo tenía: castidad, pobreza, oración, mortificación y
separación del mundo.
En sentido estricto, también les faltaría un vestido propio, ya que los ascetas y
vírgenes de los tres primeros siglos no poseían un hábito específico; es hasta
época posterior que se tiene noticia de vírgenes que optaban por cortarse el
cabello, aunque era una práctica rechazada por la Iglesia31. Es significativo el
dato de que muchos autores, como San Crisóstomo y San Ambrosio,
consideran la virginidad como como un estado de vida más elevado que el
mismo matrimonio.
Los mejores representantes del monacato son los Padres del desierto, aunque
bien sabemos no fueron ellos los únicos monjes antiguos, ya que en la
antigüedad también existió un tipo de monacato urbano. Pero el monacato del
31
El Concilio de Gangra (342) excomulga a «cualquier mujer que, por piedad malentendida, se corte la
cabellera de que la proveyó Dios para recuerdo de su sujeción, como quien intenta esquivar tal precepto»
60
desierto constituye un fenómeno de difícil interpretación; tanto en su forma
individual como cenobítica se trata de un hecho de orden espiritual, que no
puede explicarse objetivamente sin acudir a una acción especial del Espíritu
dentro de la Iglesia, acción que –en todo caso– viene a ser respuesta a una
coyuntura eclesial muy específica. ¿Cuál?
Ya sabemos que con el Edicto de Milán la Iglesia deja de ser una religión
perseguida, y tiene ahora la oportunidad de hacerse pública 32, lo cual
significaba un gran avance para el cristianismo, unido esto al hecho de que
también el Emperador había decidido abrazar la fe en Cristo 33, lo que
constituía –aunque fuese indirectamente– una cierta protección o “empuje” al
cristianismo. Surge la así llamada Era Constantiniana, es decir, aquella
situación en la que, bajo la influencia de Constantino, se desarrolló un
complejo mental e institucional en las estructuras, comportamiento y
espiritualidad de la Iglesia.
32
En sentido estricto, debemos aclarar que tal Edicto no concedió al cristianismo ningún privilegio especial,
sino que el Imperio otorgó a todas las religiones operantes en su territorio la libertad de expresión.
33
Aunque no se hará bautizar hasta el 337, tres días ante de morir.
61
Dualismo alma-cuerpo / espíritu-materia: gran aporte del helenismo,
pero totalmente ajeno a la antropología bíblica.
Todo esto vino a ampliar los márgenes de la Iglesia, de modo que en su seno
ya no se encontraba sólo gente sencilla, como en los comienzos; ahora pedían
ser admitidos como cristianos también las familias senatoriales y muchos
intelectuales, lo cual significó –por una parte– la introducción del espíritu
mundano en la Iglesia y –por otra– que muchos obispos no dudaran en
abandonar su rebaño para irse a residir ampulosamente en la Corte Imperial. Y
así, sin darse cuenta, la Iglesia cayó fácilmente en la trampa que le estaba
tendiendo el Imperio, su libertador.
Ante un panorama tan poco edificante, hubo muchos cristianos que lograron
hacer una importantísima distinción al percatarse de que en el Evangelio había
cosas que eran obligatorias para todos, pero también otras que eran sólo
consejos destinados a quienes quisieran alcanzar la perfección cristiana y
abandonar la vida fácil que Constantino estaba ofreciendo, sobre todo a los
Obispos, a quienes había llenado de honore y privilegios: sin duda es ésta una
sutil y muy dañosa forma de perseguir el cristianismo. Al respecto escribía
San Hilario: «Ojalá Dios me hubiese concedido vivir en los tiempos de Nerón
o Decio…Me habría sentido feliz de combatir contra tus enemigos
declarados…Pero ahora tenemos que luchar contra un perseguidor insidioso,
contra un enemigo engañoso, contra el anticristo Constancio [hijo de
62
Constantino y heredero de su padre]. Este nos apuñala por la espalda, pero
nos acaricia el vientre…No nos mete en la cárcel, pero nos honra en su
palacio para esclavizarnos…Confiesa a Cristo para poder negarlo…Yo te
digo Constancio…: cuando te llamas cristiano, mientes. Tu genio sobrepasa
al del diablo, con un triunfo nuevo e inaudito: consigues ser perseguidor sin
hacer mártires».
Es por esto que muchos cristianos empiezan a añorar los tiempos pasados,
aquellos en los que el clero –al decir de San Jerónimo– no se andaba de
palacio en palacio luciendo su elegante vestir. Es necesario para la Iglesia
reemprender una búsqueda de la propia identidad, y una de las formas para
lograrlo era definir claramente cuál había de ser la conducta propia de un
cristiano inserto en aquella particular coyuntura histórica (no debe olvidarse
que por esta época la Iglesia también se vio precisada a definir su identidad
doctrinal mediante las fórmulas de fe; tal fue el caso –para citar sólo un
ejemplo– de Nicea I, en 325, convocado por el mismo Constantino, y que tuvo
por principal función defender la ortodoxia contra la herética cristología
arriana).
63
seno de la Iglesia lo que un principio habían sido los mártires, y anunciar lo
que –con su martirio– habían anunciado los primeros: que los creyentes en
Cristo deben vivir radicalmente su fe y conscientes de que su vida mundana es
efímera y pasajera.
Estos monjes primitivos tenían bien claro que ahora no debían luchar contra el
Imperio, sino que su enemigo era uno más sutil y peligroso: la mediocridad
que estaba seduciendo a la mayoría de los cristianos. Surge, de esta manera,
una contraposición de realidades: a la añoranza de las catacumbas se
contrapone la vida en las grutas solitarias; a las torturas de los verdugos, los
ayunos y abstinencias autoimpuestos; a la prisión, la estancia en el desierto.
65
--Recuerdo de Dios: el alejarse del mundo le permitirá al monje un espacio
seguro para el constante contacto con Dios.
--Interioridad: la desolación y soledad del desierto impulsan al monje a
adentrarse en sí mismo.
66
la mente de los Padres del desierto el monacato no es sólo una vida tranquila y
enteramente orante, sino que también que también es trabajo continuo y
extenuante. Monje era sinónimo de trabajo fatigoso: ellos cultivaban la tierra
para cosechar legumbres, cereales, hortalizas, melones y sandías; a veces
ayudaban a los campesinos de aldeas vecinas en sus tareas agrícolas. No
obstante, este trabajo no implica sólo, ni mucho menos, una labor físicamente
ardua; para la vida monástica el trabajo significaba también –y ante todo– un
ejercicio ascético
34
Éste era un término ya común para la filosofía griega, sobre todo la estoica. En realidad los latinos nunca
supieron cómo traducir exactamente este término. S. Jerónimo, p. e., acostumbraba traducirla como
impassibilitas e imperturbatio.
67
se unifica toda en Dios; se trata, pues, de una inmutable tranquilidad del alma
y una inviolable pureza de corazón. Ya en sus niveles más perfectos, la
apatheia se convierte en una participación infusa y adquirida de la
impasibilidad y bienaventuranza de Dios. Se entiende, entonces, porqué fue y
es la meta anhelada por los monjes de todos los tiempos.
El monacato egipcio
Con todo, es errado considerar Egipto como la cuna del monacato cristiano;
sabemos que, simultáneamente, éste había surgido también en otras latitudes.
35
Antonio, por ejemplo, aunque procedía de una familia pudiente, ésta era de clase campesina.
36
Ibíd. P. 66
68
Lo que sí es cierto es que el monacato egipcio se convirtió en prototipo de la
vida monacal (por el número de monjes egipcios, por la Vita Antonii de
Atanasio, por la mitificación de algunos de sus monjes…).
69
Historia Lausíaca: escrita por Paladio con el interés de narrar sólo
aquello de lo que ha sido testigo o ha conocido por fuentes fidedignas.
Su cronología y geografía son muy exactas.
Vidas de San Pacomio: fundador del cenobitismo, San Pacomio
impactó y redireccionó mucho la vida de los monjes. Prueba de ello son
las muchas biografías escritas sobre él, la mayoría inmediatamente
después de su muerte.
Regla de San Pacomio: cronológicamente ésta es la primera de todas las
reglas monásticas. Se escribió en copto y la mejor traducción es la que
San Jerónimo37 hizo el 404.
El anacoretismo en Egipto
Antonio (más tarde San Antonio Abad) fue el primer padre del anacoretismo,
o al menos el más ilustre entre los anacoretas; fue él el primero de los
cristianos que decidió separarse de la sociedad humana para vivir más
plenamente su encuentro con Dios38. Desde entonces el monacato se ha
caracterizado por la búsqueda de la soledad. De hecho, el término griego
anacoresis significa alejamiento, retiro, apartamiento; para lograr este
objetivo se buscó casi exclusivamente el desierto, por ser éste un lugar solo (¡y
peligroso!), alejado del contacto con el mundo y los demás hombres. De esta
manera, en los ambientes monásticos, se teje toda una teología del desierto (ya
de por sí presente en la Escritura): la desolación, la aridez, la soledad y la
37
Dice él mismo en el Prólogo de la Regla «Así, después de hacer venir a un secretario, dicté en nuestra
lengua las reglas que habían sido traducidas del copto al griego»
38
Se dice que San Antonio escribió una vez: «Cuando me hice monje no existía en todo el mundo ninguna
comunidad [monástica] para que también yo pudiera vivir comunitariamente, sino que había personas que
individualmente se retiraban un poco fuera de su pueblo y vivían apartadas; he aquí por qué también yo he
vivido en vida anacorética». Ibíd. p. 64.
70
dureza del desierto son un reflejo, o una extensión, de la opción radical por el
celibato y por el Reino.
39
Téngase en cuenta que en la hagiografía antigua es común la costumbre de exagerar la edad de los
ancianos venerables.
40
«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo;
luego ven y sígueme».
71
figura espiritual, en torno al cual se van agrupando los monjes (que lo llaman
padre) y multiplicando los monasterios.
Por todo lo dicho, San Antonio personifica el ideal del monje, y por lo mismo
San Pacomio lo considera la forma perfecta de vida anacorética. También, al
escribir la Vita Antonii, Atanasio garantiza ante la Iglesia la autenticidad
cristiana de la vida anacorética. La obra tuvo demasiada influencia debido a
las varias lenguas en las que fue traducida. Con este escrito San Atanasio puso
en evidencia las enseñanzas fundamentales del monacato anacorético:
radicalismo cristiano, sujeción a la Iglesia, soledad, combate contra los
demonios, crecimiento espiritual, oración y trabajo. Tal vez a esto se deba
también el hecho de que San Antonio fuera el primer cristiano no mártir a
quien se le rindiera culto a finales del siglo IV.
41
El abad Poemen escribe: «el monje debe comer todos los días, aunque poco y sin hartarse. Es cierto que
cuando yo era joven no comía más que cada dos o tres días, y aun una sola vez a la semana, y los Padres,
hombres fuertes, lo aprobaron…». Mora Amador, Jorge, op. cit., p. 217
73
anacoretas egipcios constituyen el puente que une la soledad estricta con la
vida comunitaria de los monasterios pacomianos.
Los monjes entregaban a los ecónomos las donaciones que dejaban los
visitantes, y también parte de lo que ganaban con su trabajo manual. A cambio
el ecónomo debía entregarles el pan de cada día y alguna otra cosa necesaria.
Los enfermos eran siempre tratados con atención y afecto especiales.
74
Rasgo fundamental de este primer monacato fue su carácter laical: los monjes
ordinariamente no eran ni se ordenaban sacerdotes. Aquel monje que fuese
sacerdote debía asistir a los demás en la vida sacramental, de lo contrario se
acudía al sacerdote de las aldeas vecinas. El primero monje sacerdote del que
se tienen noticias seguras fue Macario de Alejandría.
75
realidad la comunidad pacomiana nunca estuvo abierta a ninguna clase de
apostolado exterior.
Lo que fue San Antonio para la vida anacoreta (iniciada por él en el Norte de
Egipto), lo fue San Pacomio para el cenobitismo, en el sur de ese mismo país.
El fundador de los cenobios, Pacomio, nació en Latápolis, en 290 (y murió en
el 346), de padres paganos. Este ilustre hombre puede considerarse como el
que da inicio a la experiencia cenobítica, aunque en realidad los orígenes de
este movimiento no son tan claros como se quisiera; lo cierto es que el
impulso de San Pacomio fue verdaderamente revolucionario para aquel
entonces. Ya se dijo que no debe entenderse el cenobitismo como una
superación o corrección de la vida anacoreta; de hecho, en muchas regiones
coexistieron contemporáneamente. Ambas experiencias no eran más que dos
formas distintas de buscar la unión con Dios. Muchos de los cenobitas
provenían de la vida anacoreta, pero también hubo casos de monjes cenobitas
que decidían abrazar la vida anacoreta con vistas a una mayor ascesis y
perfección.
42
Ibíd. p. 225
43
Ibíd.
76
En poco tiempo el monasterio construido en Tabennesi resultó pequeño para
la cantidad de monjes que ingresaban, esto obligó a erigir nuevos monasterios
en diferentes lugares (Pbow, Chenoboskion, Tmousons…). El mayor
crecimiento de la congregación se gestó después de la muerte de San Pacomio.
Incluso San Jerónimo tradujo la Regla pacomiana al Latín y así la difundió
ampliamente, y con mucho éxito, por toda Roma.
44
Una vos le dijo: «La voluntad de Dios es que te pongas al servicio de los hombres para reconciliarlos con
Diosf»
77
monjes pacomianos vivían todos protegidos por los muros monásticos, que
hacían de ellos (de los monjes) una verdadera comunidad religiosa.
45
García Paredes, José, Teología de la Vida Religiosa, Madrid: BAC: 2000, p. 21
78
monjes46. Él falleció en 346 a causa de una gran epidemia que azotó también
los monasterios haciendo estragos.
La Regla de San Pacomio: son cuatro, y traducidas del latín, las Reglas que
han llegado a nosotros teniendo como autor a San Pacomio, si bien
46
Las cifras respecto a cuántos eran son muy variadas: desde 3000 (según dice Paladio) hasta 50 000 (al
decir de San Jerónimo). Ante tal variedad de cifras parece que la única conclusión que se pueda sacar es que
la Koinonía llegó a ser muy numerosa y que ya lo fue en vida del fundador.
79
actualmente los estudios creen que el Santo es autor únicamente de las dos
primeras (Precepta y Precepta e instituta). Si juntamos a la información que
no proporciona la Regla aquella otra que nos ofrecen las Vidas de San
Pacomio, podremos formarnos una imagen bastante fiel de cómo era el ritmo
de vida en los monasterios pacomianos:
Cada monasterio era amplio y rodeado por un alto muro dentro del cual había
varias casas para albergar a, más o menos, veinte monjes, cada uno con su
propia celda (cuando fueron muchos tuvieron que compartir su celda). Había
también una serie de estancias que eran comunes a todo el monasterio: el
refectorio, la iglesia, cocina y despensa y un patio y jardín. Su hábito era
idéntico al que se había introducido entre los anacoretas (un túnica de lino sin
mangas…).
Cada monasterio era regido por un Superior y cada casa por un prepósito. El
Superior recibía órdenes directamente del General (que primeramente residió
en Tabennesi). Las obligaciones del monasterio eran realizadas por
hebdomadarios que se rotaban por turnos. Todos los monasterios estaban
unidos entre sí y reconocían la autoridad y paternidad de Pacomio.
Anualmente los monjes se reunían dos veces (en Pascua y en agosto-
setiembre); durante tales asambleas se nombraban también los superiores y se
rendían cuentas.
Aunque Paladio, en su obra Historia Lausíaca, afirma ser muchas las mujeres
que habían abrazado la vida monástica, se sabe que más bien estas monjas
solitarias eran escasas, probablemente debido a la inseguridad que significa el
desierto. Son curiosos algunos casos conocidos de mujeres que se disfrazaban
de hombres para poder llevar vida anacoreta en los desiertos, sin embargo, no
sabemos si tales relatos (Patlagean menciona 12 mujeres anacoretas
disfrazadas de hombres, anteriores al siglo XII) son más leyenda que historia,
81
y resulta extraño que estos disfraces existieran, ya que los Padres del desierto
nunca consideraron a la mujer incapaz de llevar vida monástica.
Aún y con aquella advertencia de San Pablo en 1Tim 2,12; 1Cor 14,34 de que
las mujeres no tienen voz en la Iglesia, y con la precaución que tenían los
monjes frente a las mujeres, fuesen o no monjas, aun así muchos de ellos las
admitían como “maestras de espíritu” al mismo nivel de sus pares masculinos.
Estas Madres del desierto –con iguales prerrogativas que los Padres, excepto
los derechos y deberes que derivan del sacerdocio– ejercían su maternidad
espiritual tanto sobre monjes como monjas, y con una particular capacidad de
penetración psicológica47 de la cual es incapaz hombre.
El monacato el Palestina
47
Esta aseveración se desprende de estudios comparativos entre los apotegmas de los Padres con los de las
Madres; mientras que los primeros se centran en el reforzamiento de la ascesis, renuncia, etc.; ellas enfocan
más la delicadeza frente a la rudeza.
82
escenario de los grandes acontecimientos bíblicos, debía seducir también al
monacato, y sobremanera a los monjes del Occidente latino.
El puente que une al mocato egipcio con el palestino no es otro que este
Hilarión, que nació en Gaza alrededor del 291 y de padres paganos. A los 15
años se convirtió al cristianismo cuando estudiaba en Alejandría. Decidió
hacerse monje cuando se encontró con Antonio Abad, con quien permaneciera
sólo algunos meses, después de los cuales regresó a Gaza para vivir allí como
anacoreta santo. En 329 se le juntaron algunos discípulos. Acudían a él incluso
monjes de Egipto y de Siria deseosos de aprovechar la experiencia monástica
de Hilarión. Surgen así las Lauras48 (nombre como son conocidas las colonias
de anacoretas en Palestina). Existe un paralelismo sorprendente entre las dos
experiencias monásticas, la egipcia y la palestina: si la primera tuvo como
Señor al viejo Antonio, la segunda cuenta con el joven Hilarión.
San Hilarión muere en el 371 en Chipre, lugar al que se había ido buscando
soledad, en una cueva inaccesible. Aunque la biografía que escribiera sobre él
San Jerónimo es más mítica que histórica y revela más los pensamientos
48
Etimológicamente Laura significa “desfiladero” o “barranco”.
83
jeromianos que los del santo monje, la historicidad de Hilarión está también
atestiguada por otro escritor independiente de Jerónimo: Sozomeo.
Otro de los forjadores de este monacato palestino fue el monje Caritón, natural
de Iconio, quien después de padecer las persecuciones del Emperador
Aureliano (270-275), se estableció en una gruta ubicada en el camino a Jericó,
allá por el año 355. Esta residencia anacoreta dará lugar a la Laura de Souka
(6 km de Belén). Egeria, una virgen española que había realizado una
peregrinación y que relató su aventura en un Itinerario, atestigua la presencia
de monjes en varios lugares de Palestina. Dice ella: «en las cercanías del
monte Nebó moran muchos monjes verdaderamente santos, que aquí se
llaman ascetas».
Lo cierto del caso es que, a pesar de las muchas influencias que convergían en
Palestina, allí se desarrolló un monacato autóctono, que floreció copiosamente
en aquellos lugares venerados por haber sido escenarios de algunos
acontecimientos de la historia de Israel y de Jesús. Por ejemplo, las regiones
de Gaza se llenaron pronto de anacoretas, cuya vida fue evolucionando hacia
una veta más comunitaria, primero en forma de Lauras y, después, en
verdaderos monasterios. El gran promotor del monacato en Gaza fue San
Epifanio (muerto en 403).
84
El estilo de vida de los monazontes y vírgenes de Jerusalén era
extremadamente riguroso. Muchos hacían ayunos cinco días a la semana, y
comían sólo sábados y domingos. Lo habitual era comer una vez al día.
La época dorada de las Lauras palestinas se alcanzó con San Eutimio, que se
destacó por defender la ortodoxia en tiempos de los Concilios de Éfeso (431)
y Calcedonia (451). Por expreso deseo suyo, una vez muerto (en 473 a los 96
años) su Laura fue convertida en un cenobio. Discípulo eximio de Eutimo fue
San Sabas (439-532), que entró siendo muy niño al monasterio; fundó seis
Lauras a causa de los muchos discípulos que tuvo. Sabas puso mucho énfasis
en la formación específica que debía tener el monje.
86
Fue en el Monte de los Olivos en donde ella decidió construir su monasterio
de vírgenes, y junto a él edificó un albergue para peregrinos. Parece ser que
esta comunidad no estaba regida por principios monásticos estrictos, al menos
eso se desprende de las críticas hechas por San Jerónimo. Junto a Melania la
Mayor debemos colocar a Rufino de Aquileya, que construyó su monasterio al
lado del de ésta, en Jerusalén. Fue Rufino uno de los que importaron y
adaptaron el monacato oriental a Occidente. Una vez muertos Melania y
Rufino desaparece también la huella de aquellos dos monasterios fundados por
ellos en el Monte de los Olivos.
50
Algunos desaprobaban esta labor argumentando de que era incompatible con la profesión del monje
enseñar a los niños las sagradas letras de la Escritura por un lado, y por otro las paganas de Virgilio y
Cicerón.
87
una amplia labor epistolar y pastoral. Las controversias origenistas turbaron
los monasterios de Paula y Jerónimo. En el 393 San Jerónimo firmó una
declaración de condena contra Orígenes. Estos monasterios de Jerusalén se
declararon a favor del Obispo Epifanio de Salamina, que también era
antiorigenista; esto le valió a los monasterios jerosolimitanos la excomunión,
hasta el punto de que los monjes y monjas que residían en ellos fueron
privados de los sacramentos y de la sepultura eclesiástica. Esta polémica
jeromiana llegará a su fin cuando se restablezca la paz gracias a la mediación
de Teófilo de Alejandría (397).
88
Ellos hacían la distinción entre justos (todos los fieles) y perfectos (los
ascetas). Los Hijos y las Hijas hacían voto de virginidad, tendían a organizarse
comunitariamente, no podían vivir con seglares (se exceptuaban los de la
propia familia); los que eran sacerdotes o diáconos vivían en la Iglesia, oraban
y ayunaban, tenían prohibido el vino y la carne, no parece que hicieran voto de
pobreza. Comúnmente, los clérigos eran tomados de entre los Hijos de la
Alianza, mientras que las Hijas cuidaban de los enfermos y a los pobres, y de
entre ellas se escogía a las diaconizas.
89
No debemos caer en el error de creer que el estilitismo fue una simple
extravagancia, o una moda pasajera de unos cuantos; todo lo contrario: el
estilitismo estuvo fuertemente arraigado en el cristianismo de Siria, y gozó de
muy buena fama desde el siglo V hasta bien entrado el siglo X. Esto no
implica que, al principio, tan extraño modo de vida no dejara perplejos a
muchos, que se preguntaban si no había otros medios menos peligrosos para
servir a Dios de modo menos extravagante.; y la crítica tomaba más fuerza al
ver que eran tan numerosos los que vivían encima de columnas.
El más famoso de los santos estilitas fue San Simeón el Grande (más conocida
como el Estilita por antonomasia); nació en Cilicia hacia el 390. Después de
algunos de vida solitaria y excesivo ascetismo en Telanios, su fama se
extendió por todas partes al punto de que venían de un lugar a otro para
conocerlo y tocarlo. Para sustraerse de este acoso de las gentes decidió subirse
a una columna. Empezó con una columna de seis codos, terminó en una de
treinta seis codos (unos 17 metros). Y ahí vivió por espacio de 37 años entre el
cielo y la tierra.
90
No es fácil calcular el número de estilitas, ya que no son muchos los nombres
que han sobrevivido a la historia. Se sabe que este modo de vida sobrepasó los
límites de Siria, llegando a Palestina, Egipto y Constantinopla, aunque sin la
popularidad alcanzada en tierras sirias. En Occidente no floreció el estilitismo
debido a que la jerarquía nunca vio con buenos ojos estas estridencias
ascéticas, que fueron suprimidas del todo.
Para los estilitas no era fácil encontrar columnas adecuadas para su propósito,
de manera que casi siempre tenían que mandarlas a construir exclusivamente
para tal función. Se sabe de emperadores que encargaron a sus arquitectos la
construcción de varias columnas para estilitas famosos que gustaban cambiar
de columna. P. e., de las cuatro columnas diferentes en las que vivió San
Simeón el Grande, las tres últimas se las construyeron sus fieles. Pero la
mayoría de estos penitentes se contenta con la misma columna para toda la
vida.
91
La mayor parte de los estilitas estaban siempre a la intemperie (v. gr. Simeón
el Grande), y se cubrían de la lluvia y del sol con una capucha de piel; aunque
hubo algunos que construyeron sobre la plataforma una pequeña celdita. Con
una cuerda subían la alimentación que le donaban sus bienhechores; y para la
higiene (tema que no les preocupaba demasiado a los monjes) contaban con un
tubo endosado al fuste que llegaba hasta el pozo negro cavado en el suelo.
Los Idiotas: hubo monjes que fingían extrema locura para recibir el desprecio
agravio del pueblo. P. e., San Simeón el Idiota.
92
Ascemetas: esta palabra evoca a aquellos que nunca duermen; sobre sale entre
ellos San Alejandro el Ascemeta, que fundó un monasterio en vigilia
permanente, interpretando literalmente aquella máxima lucana “es preciso
orar en todo tiempo y no desfallecer”. Este monasterio se rotaba en turnos de
manera que se aseguraba la oración ininterrumpida. Jamás podía estar toda la
comunidad durmiendo.
Estacionarios: estos eran los monjes que decidían permanecer por el resto de
su vida en pie, sin ni siquiera acostarse para dormir. Algunos de ellos (p. e.,
Abraham de Carres) se imposibilitaron para caminar. Algunos más osados se
ataban con cadenas a un poste o viga y así permanecer de pie mientras
dormían.
93
Itinerantes: como lo indica el término, se trataba de monjes que se mantenían
siempre en camino. Los hubo tanto en Oriente como en Occidente. Estos
monjes que jamás aceptaban morada desaparecieron tan pronto como San
Benito anatematizó a los monjes giróvagos (vagabundos).
94
los comienzos] descendieron de las alturas de su primeros padres y se
enredaron en cosas del mundo».
En cuanto al trabajo manual, hubo monjes que –llegados a nivel muy alto de
perfección– lo hacían a un lado, como consecuencia de su total rechazo al
mundo material, porque –según dice el Libros de los Grados–: «el perfecto
debe apartarse de la tierra, de su cultivo y de todo trabajo y preocupación
material». Esto contrastaba con el monacato egipcio que prescribía el trabajo
manual siempre y en toda circunstancia. No obstante, también hubo muchos
monjes sirios que recomendaban el trabajo duro y cotidiano como medio de
purificación y de propio sustento, tal y como siempre sucedió en el
cenobitismo egipcio.
95
hipostática) y monofisitas (Jesús posee una única naturaleza) se dividió no
sólo la Iglesia de Oriente, sino también la vida monástica: hubo monasterios
que abrazaron el monofisismo52 y otros que se abrieron a la doctrina
nestoriana53. Estos monasterios nestorianos ejercieron una enorme actividad
apostólica en todo Oriente.
Entre los monasterios sirios hubo también otros que se desviaron hacia el
mesalianismo: doctrina herética que proponía que el demonio y el Espíritu
Santo cohabitaban juntos en el alma del bautizado, esto porque había una raíz
de pecado que el Bautismo no podía borrar. Los monasterios mesalianistas
tuvieron una prolongada supervivencia.
52
El Concilio de Calcedonia (451) afirma la unidad de las personas en la distinción de las naturalezas: son dos
naturalezas, pero una sola persona divina. Contrarresta el monofisismo de Eutiques, que decía en Cristo sólo
existe la naturaleza divina, porque después de la unión hipostática la divina absorbió a la humana.
53
Éfeso (431) es el primer Concilio ecuménico. Afirma la perfecta unidad en la única persona divina del
Verbo. Rebatió principalmente a Nestorio, patriarca de Constantinopla, que niega la comunicación de
idiomas, la unión hipostática y el título Theotokos a María. Nestorio llegó a afirmar no sólo dos naturalezas,
sino dos personas en Cristo. El documento más importante de este Concilio es la II Carta de Cirilo de
Alejandría a Nestorio en donde, entre otras cosas, defiende el título Theotokos.
96
A pesar de todo, el monacato sirio no logró dar con una única Regla que
sujetase a todos sus monjes, tal y como sucedió con la benedictina aquí en
Occidente. De todas las reglas monásticas surgidas en Siria, la más conocida
es la de Rabbula, un monje que fue elegido obispo en el 411. Es una
legislación muy incompleta comparada con las Reglas monásticas de
Occidente, que regulan toda la vida de un monasterio.
97
Otra particular característica del monacato persa fue su formación cultural; a
diferencia de los monjes sirios y palestinos, los de Persia buscaron siempre
instrucción y se dedicaron, además, a instruir a otros. Fundaron verdaderas y
reconocidas escuelas monásticas en las que también tenían cabida los seglares.
Asia Menor
54
En un primer momento Basilio fue discípulo de Eustacio, pero romperá después por cuestiones
doctrinales.
98
San Basilio de Cesarea (329/330 - 379): Se le llama “el segundo Atanasio”.
Padre del monacato oriental y reformador de la liturgia; se interesó por los
temas sociales. Escribió la Filocalia55 junto con Nacianceno, también redactó
2 reglas monásticas. Fundó varios monasterios. Luchó mucho contra el
arrianismo y enfrentó grandes problemas con los emperadores. Dentro de sus
obras están: Contra Eunobio, 2 reglas monásticas (es la regla más importante
de Oriente), Homilías, Cartas. Él es uno de los Padres Capadocios56. De los
nueve hermanos que tuvo, otros dos también fueron santos: Gregorio de Nisa
y Pedro Sebaste.
55
Es una hermosa antología de las obras de Orígenes. Gracias a la Filocalía conocemos el contenido de
algunos escritos origenistas ya perdidos.
56
Todos vivieron en Capadocia y se conocieron entre sí, o eran familiares: S. Basilio de Cesarea (hermano
de) S. Gregorio de Nisa 56 (ambos amigos de) S. Gregorio Nacianceno. Continuaron la obra de S. Atanasio, y
los tres estaban unidos por una gran amistad.
57
San Basilio nunca tuvo nada que reprochar a Eustacio respecto a las doctrinas ascéticas de éste, el
conflicto se dio en el campo dogmático: Eustacio se negó confesar explícitamente la fe de Nicea.
99
extravagancias ascéticas de Egipto; ni siquiera reproducirá el cenobitismo
pacomiano, sino que lo asume después de haberle impuesto no pocos
correctivos en vista a suavizar aquella excesiva austeridad que contradecía el
humanismo basiliano.
Basilio entiende la vida del monje como una vida nueva, revelada por la
Sagrada Escritura y fundada sobre la ortodoxia de la fe; implica una renuncia
al mundo y a la propia voluntad como medios de purificación del pecado y las
pasiones. Como fundamento de todo pone San Basilio la penitencia. Escribió
nuestro Santo también el Ascetikon, que constituye su obra fundamental sobre
la vida monástica. Y muchos se preguntan si ese Ascetikon no es, al fin de
cuentas, una inteligente adaptación de las ideas y enseñanzas prácticas del
antiguo maestro heterodoxo: Eustacio de Sebaste.
Lo que realmente importa es que se nota en Basilio una cierta nostalgia por la
Iglesia naciente, y él entiende su comunidad monástica como una renovación
de aquella primitiva Iglesia dibujada en los Hechos. La comunidad basiliana
está compuesta por un grupo pequeño de monjes, que realizan toda su jornada
juntos. Prevalece en el seno comunitario un ambiente familiar asentado sobre
el amor, la edificación y la corrección fraterna.
San Basilio no pretendió nunca crear un tipo nuevo de vida monástica dentro
de la Iglesia, ni tampoco fundó una Orden propiamente dicha, como sí lo hizo
San Pacomio; pero su fama de santidad y de ciencia hizo que se impusiera en
100
todo Oriente y también en los países eslavos la observancia monástica ideada
por él. El ideal monástico basiliano sobrepasó los límites de la Capadocia;
incluso el monacato occidental no escapó al influjo monacal de San Basilio,
cuya presencia espiritual en todas las reglas monásticas occidentales ha sido
constante y decisiva.
Armenia
En los inicios del siglo V aparecen dos de los más ilustres personajes eclesial
y socialmente: San Mesrop Varpet y San Sahak. Ellos inventaron el alfabeto
armenio y tradujeron a esta lengua la Sagrada Escritura y las obras patrísticas.
En cuanto al monacato, su principal logro fue el moldear una nueva línea de
apóstoles: los vartapets (= doctor o maestro, pero en el sentido evangélico).
Ambos santos fundaron muchos monasterios, que se dedicaban también a la
instrucción del pueblo. Los vartapets representaban los más selecto entre el
clero debido a su afamada educación y a su vida célibe, frente a un clero
casado y muy poco culto.
Una vez muerto Sahak (439), sus hijos monjes se esparcieron por toda
armenia y fundaron monasterios por doquier, y así fue como la vida monástica
armenia experimentó un privilegiado florecimiento (aprox. 460 monasterios),
y sus monjes constituyeron la categoría clerical más preparado y querida para
el apostolado.
101
Georgia
Hacia el año 337 esta región, que antiguamente era conocida como Iberia, se
convirtió al cristianismo. Cuando se habla del monacato en Georgia debe
hacerse la distinción entre los monjes georgianos que viven en su patria, y
aquellos otros que permanecen fueran de esas fronteras. De los monjes de
Georgia, el más conocido fue Evagrio Póntico (345-349) que –aunque se
estableció entre los monjes egipcios de Nitra– parece ser que era oriundo de
Georgia. Otro monje georgiano que se hizo célebre fuera de su tierra fue Pedro
el Ibero (409-488), que había fundado un monasterio en Jerusalén, y parece
que construyó otro para los monjes georgianos residentes en Egipto. Así pues,
en el siglo V se encontraban muchos monjes georgianos entre las multitudes
que circundaban la columna de Simeón el Grande (el Estilita). Existen muchas
otras fuentes que hablan de estos monjes de Georgia que vivían fuera de su
patria, pero ninguna habla del monacato dentro del territorio georgiano.
58
Antes de esta fecha ninguna fuente habla de la vida monástica dentro de las fronteras de Georgia.
102
Es a finales del 300 cuando se constata la presencia de monjes novacianos en
Constantinopla. San Isaac fundó el primero monasterio ortodoxo en
Constantinopla en 382, y ya para finales del imperio de Justiniano había en
Constantinopla 80 monasterios, de entre los cuales los dos más importantes
fueron el de los rufianes y el de los ascemetas.
Sería amputar una parte medular de la vida monacal antigua si al hablar de ella
se obvia toda la empresa agustiniana. Al menos en lo que toca a África, por
mucho tiempo se consideró a San Agustín como el que dio origen al monacato
en esas latitudes; hoy se sabe que antes de él ya habían monjes cristianos en
varias regiones africanas, tal vez provenientes de Egipto o del Mediterráneo.
También en la Iglesia norafricana el ascetismo preparó el nacimiento del
monacato.
59
Según datos, hoy residen en el Athos 2100 monjes, cuya vida discurre allí centrada en la oración, el
estudio y el trabajo. Por la tarde tiene lugar la liturgia de las vísperas que dura una hora y media. A
medianoche se reúnen nuevamente para la oración al estilo de los monjes occidentales. Finalmente al
principio del día tiene lugar la eucaristía con una duración también de hora y media.
En este Monte de gran tradición para los ortodoxos, hay diversas comunidades según las lenguas: rumanos,
búlgaros, macedonios, griegos etc. A lo largo del año tienen actos comunes, pero la vida monástica se
desarrolla en monasterios menores según el idioma. En la actualidad existen numerosas vocaciones de
jóvenes. No se trata sólo de un fenómeno masculino, sino que existen igualmente monasterios femeninos
con buen número de mujeres.
104
de las mujeres. Tiempo más tarde el mismo Agustín se lamenta de que en su
tierra «nadie se maravilla de ver tantos miles de jóvenes vírgenes que,
renunciando al matrimonio, abrazan la vida casta». Aunque no hay fuentes
que lo confirmen, parece verosímil que este incipiente monacato africano,
simultáneo, pero distinto del de Agustín, acabó siendo incorporado a la
espiritualidad y la Regla agustiniana.
El estilo de vida monástico agustino se expandió con gran rapidez por todo el
Norte de África y acogió entre sus muros a grandes intelectuales y a cristianos
de muy buena posición social; esto puede explicarse debido al gran prestigio
del que gozaba el Santo en todo el orbe cristiano. De hecho, sus monasterios
pasaron a ser germen de sacerdotes para toda la Iglesia Africana, aunque,
después que los musulmanes tomaran el Norte de África, fueron
disminuyendo paulatinamente.
60
Mora Amador, Jorge, op. cit., p. 336
105
Es más que conocida toda la aventura humana que vivó San Agustín antes de
hacerse cristiano, aunque –como dice él mismo– había recibido la fe cristiana
con la leche materna. En su conversión tuvo mucho que ver la lectura de la
Vida de San Antonio, de Atanasio; y por eso cuando se convierte desea hacerlo
radicalmente. Se retira a una casa de campo en Casiaco para llevar allí vida en
común con su mamá, su hijo Adeodato, amigos, alumnos y algunos primos.
Después regresa a Milán se hace bautizar en 387 por San Ambrosio.
Una vez muerta su madre, Agustín permanece en Roma hasta el 388, y allí
entra en contacto con los monasterios romanos, de los que aprenderá algunas
cosas que incluirá en sus monasterios. El Santo transforma su casa paterna en
algo parecido a un monasterio (aunque no lo es en sentido estricto) entre los
años que van del 388-391. Tres elementos se han fusionado en este programa
de vida: el ideal de la comunidad primitiva, el recuerdo de lo visto en los
monasterios de Roma y Milán y la tendencia de fusionar el ascetismo con un
retiro estudioso. Oración, ayuno, estudio y enseñanza constituyen el programa
de esta pequeña comunidad de Tagaste.
Cuando fue ordenado obispo en Hipona, fundó ahí un monasterio laical junto
a la Iglesia catedral; se exigía para ingresar la renuncia a todos los bienes y
llevar vida comunitaria. Este monasterio de Hipona se terminó convirtiendo en
una especie de Seminario de que se egresaron no pocos obispos. En Cartago
también fundó Agustín otro monasterio, tarea para la cual envió unos monjes
de Hipona. Junto a estos monasterios monjes, el Santo de las Confesiones
fundó otros tantos para mujeres; el más famoso de ellos fue el de Hipona.
--Un solo corazón y una sola alma hacia Dios: aquí se sintetiza el ideal
comunitario de los monasterios agustinianos; la comunidad es una
consecuencia / extensión de la interioridad. En la ascesis comunitaria la
caridad fraterna juega un papel central.
61
Ibíd. p. 341-342
62
Así lo hicieron los Siervos de María, los Dominicos y –por supuesto– también los Agustinos. Cada una de
estas Órdenes redactará sus propias Constituciones.
108
llamará a esta figura Padre del monasterio, que responderá ante Dios por cada
uno de los miembros de su comunidad.
No obstante, con todo lo equivocado que podría haber estado Vigilancio 63, ha
de reconocerse que no todos los monjes españoles fueron tan edificantes y
santos como se hubiese querido: se sabe que hubo no pocos giróvagos,
amantes del dinero y ávidos de una vida lujosa y confortable, que se escondían
bajo una hipócrita apariencia de un rostro demacrado y unos hábitos raídos.
109
peregrinación que ella habría realizado allá por el 380 aprox. Egeria inició su
peregrinación hacia Oriente en compañía del Emperador Teodosio, con el cual
parece ser que tenía un importante parentesco y amistad, que le valieron el que
fuese en todas partes bien vista y recibida por monjes y obispos.
Respecto al monje Baquiario, parece que –al igual que Egeria– era gallego. De
sus escritos se deduce que era muy instruido en Sagrada Escritura y en vida
monástica; vivió entre el último tercio del siglo IV y el primero del V. Tuvo
que abandonar su monasterio y su patria debido a las acusaciones de hereje de
las que fue objeto. Según San Basilio, Baquiario fue un gran defensor de la
vida monástica comunitaria, aún y cuando esto implicara oponerse a la vida
eremítica.
Galicia fue una tierra propicia para el monacato; de aquí era nativa la virgen
Egeria. En esta región galaico-portuguesa sobresale el gran evangelizador San
Martín de Dumio, que llegó a ser obispo. Él se avocó a la reorganización de
110
los monasterios femeninos y masculinos; buscó siempre la manera de conectar
a sus monjes con la espiritualidad monástica oriental que tanto había admirado
cuando estuvo de viaje por Palestina. Murió en el 580. Hubo, por supuesto,
otras muchas figuras monásticas sobresalientes en esta región, pero sería
tedioso traerlas a colación. Tal vez al único que podemos dejar por fuera es a
San Isidoro de Sevilla, Padre de la Iglesia y monje. Isidoro brilla con luz
propia como maestro y legislador de monjes. Escribió una regla monástica con
el fin de unifica y resumir las enseñanzas tradicionales de la vida monástica,
aunque también aporta cosas nuevas en cuanto a penas y castigos para los
monjes delincuentes. Se le reconoce a él también la idea de señalar en su
Regla un día para la conmemoración de todos los difuntos 64. Es curioso que –a
pesar del mucho prestigio que acompañó siempre a San Isidoro– su Regla
nunca sobrepasó las fronteras de España en el sentido de que sólo los
monasterios españoles la utilizaron como instrumento de gobierno. Con todo,
no puede negarse su importancia e influencia; un documento tan determinante
como lo fue el Decreto de Graciano contiene varias sentencias directamente
tomadas de la Regla isidoriana.
64
Aunque la paternidad de esta idea se le ha atribuido a los Cluniacenses.
111
majestuosidad y población del monasterio acrecentó la fama del Santo, fama
que vino a dar al traste con el silencio y regocijo de Compludo; por lo mismo
Fructuoso decide renunciar a su cargo de Abad del monasterio para internarse
en las soledades de la montaña, en una cueva; cuando sus discípulos
descubrieron su escondite ermitaño acudieron por él.
112
Es cierto que en Francia también se dio un cierto ascetismo premonástico,
pero hasta la llegada de San Martín de Tours a Ligué en el 360 ó 361, la vida
monástica era desconocida en tierras francesas. Se sabe que
independientemente del monacato que iniciara San Martín de Tours en las
Galias, hubo otro movimiento monástico anterior: se trata de unos monjes que
son mencionados por San Agustín en sus Confesiones. Es por tanto plausible
pensar que el monacato de Francia tuvo unos orígenes anteriores a la llegada
de San Martín que, de todos modos –y con justa razón–, será siempre
calificado como el Gran Patriarca del monacato en las Galias.
Tiempo más tarde, con un ardiente deseo de soledad, San Martín se instala en
la Isla Gallinara. Se convirtió así en el primer anacoreta insular de Occidente.
Su fama de santidad corrió como el viento por todas las Galias, y en el año
370 Martín es nombrado obispo por la comunidad cristiana de Tours. Fue con
él que se inició verdaderamente la conversión al cristianismo de toda esta
región.
65
Recuérdese que para entonces había una corriente eclesial muy fuerte que rechazaba el ser cristiano y
militar al mismo tiempo; según se decía, en el servicio militar reinaba la corrupción y se tenía que estar
dispuesto a matar a otros.
113
Como su deseo de una vida solitaria no disminuyó con su consagración
episcopal, entonces Martín se construyó una pequeña cabaña a tres kilómetros
de la ciudad. Como sucede comúnmente, pronto acudieron varios que también
deseaban imitar al monje-obispo, y para hacerlo se construyeron unas cabañas
cercanas a la del Santo. Este fue el origen del gran monasterio de Marmoutier,
que era laical y clerical a la vez. En realidad no se trataba de un monasterio en
cuanto tal, sino más bien de una Laura. Sus monjes eran más anacoretas que
cenobitas: se reunían únicamente para orar y comer.
114
Se tiene noticia de que en Marsella fundó dos monasterios (uno de mujeres, el
otro masculino), era más o menos el año 417. En esta misma ciudad, pero en
el año 435, murió San Juan Casiano. Antes de su muerte escribió valiosas
obras monásticas, cuya primera fuente es la Sagrada Escritura. La intención
del Santo era la de reformar la vida monástica de Occidente con una ascesis
más discreta y unos ideales más elevados que sintetizaran lo mejor del
cenobitismo y del anacoretismo.
Gracias a la influencia de San Juan Casiano (sobre todo con la llamada Regula
Cassiani), el monacato occidental conocerá un estilo de vida más equilibrado
y disciplinado. Todos los legisladores monásticos posteriores se inspirarán en
estas obras de Casiano; el mismo San Benito recomendaba la lectura de las
Instituciones y de las Colaciones casianas. Se le deberá siempre a Casiano el
enorme ingenio de lograr una síntesis perfecta entre el anacoretismo y la vida
en los cenobios. Esta nueva y sólida plataforma será la base sobre la que San
Benito de Nursia edificará su monumental obra, pero todo esto gracias a que
tuvo por precursor a San Juan Casiano.
115
era todavía pagana en su totalidad. Dato importante fue el hecho de que los
irlandeses no tuvieron que romanizarse para hacerse cristianos, de modo que
para ellos Roma no era el Imperio, sino la Iglesia.
Rasgo común del monacato irlandés fue la tonsura de sus monjes: rapado de la
parte frontal de la cabeza, de oreja a oreja. La arquitectura de estos
monasterios consistía en una gran multitud de pequeñas cabañas dentro de un
inmenso recinto. Estos monjes influyeron notablemente en la sociedad
irlandesa, ya que ellos eran quienes educaban al pueblo a nivel cultura y
religioso; pero esta inserción tan profunda en las esferas civiles pronto se
tradujo en relajamiento interno, que provocó a su vez –como reacción– el
surgimiento de algunos grupos observantes reformados, que reforzaban la
contemplación, la liturgia y la clausura por encima de la pastoral y de las
letras.
116
de la ausencia de una Regla escrita, la disciplina 66 siempre fue una
característica de estos monjes.
El monacato en Inglaterra
66
Sobresalen esto monjes por su gran austeridad: abstinencia de carne perpetuamente, ayunos frecuentes,
poco sueño, largas horas de rezo litúrgico, y diversos tipos de disciplinas (p. e., sumergirse en aguas
congeladas mientras se recita un salterio, o la llamada oración de la cruz: orar por horas con los brazos
extendidos en forma de cruz y sin moverse). A todo esto habría que anejar las durísimas penitencias para los
relajados.
117
significativo que desde el siglo VII al XI, 33 reyes y reinas acabaron sus días
en un monasterio; y 23 reyes y 63 reinas han sido canonizados.
En todas regiones floreció el monacato celta, que pronto entró en contacto con
el monacato irlandés. Le monasterio inglés con tradición celta y más antiguo
de todos fue el de Glastonbury67. Es importante recalcar que entre las dos
tradiciones monásticas anglosajonas (monacatos ingleses de tradición romana
y los celtas), hubo significativos roces debido a las divergentes costumbres
eclesiásticas.
67
Leyendas posteriores lo remontan a José de Arimatea.
118
doble (hombres y mujeres) del cual ella era la abadesa. Es evidente que las
monjas inglesas no se limitaban a la oración y al trabajo de la rueca, sino que
fueron también mujeres cultas, artistas, poetas, etc.
El monacato italiano
121
occidental68; él, junto con Pacomio y Agustín, son considerados las verdaderas
columnas de la vida monástica cristiana.
68
San Benito fue declarado el Padre del Monacato de Occidente. El Papa Pablo VI lo declaró, también,
patrono de toda Europa.
69
Más abajo la abordaremos con mayor detalle.
70
El abad estará siempre al lado de los monjes (Regla c. 3) y hará las veces de Cristo (Regla cc. 22 y 63)
122
cenobio en donde se forma al monje para su encuentro con Dios. La
comparación con los cenobitas aparece en la misma Regla de San Benito71.
71
Regla c. 1
72
A 110 km al nordeste de Roma; en la Sabina.
123
Las etapas de la vida de San Benito después de su decisión de abandonar el
mundo se van orientando progresivamente hacia una vida comunitaria; pero
también conoció la vida solitaria: en una gruta de Subiaco pasó tres largos
años en soledad y penitencia, tres años de desierto en donde fue también
tentado por el demonio. Dirá el propio Benito en su Regla que la soledad no se
debe abrazar sino después de haber combatido al diablo en la vida de
comunidad (Reg. c. 1).
El Santo llega a Montecasino en torno al año 529; yacían allí todavía las
ruinas de los templos a Apolo y Júpiter que habían sido levantados por los
romanos. Esas ruinas fueron convertidas en un oratorio cristiano, después
inician la construcción de lo que será el gran monasterio de Montecasino, que
se convirtió en modelo para todos los demás monasterios benedictinos.
124
Cerca de Montecasino Benito fundó otro monasterio para su hermana
Escolástica, a quien visitaba una vez al año. No obstante, sería equívoco
pensar que la importancia histórica de San Benito radica en la fundación de
monasterios, suceso que es meritorio por supuesto; pero el determinante y
gran mérito está en la composición de su Regula Monachorum.
Actualmente la Regla de San Benito es considerada como una síntesis que han
que situar en el conjunto de las Reglas monásticas anteriores. No es un escrito
totalmente original, sino que tiene como substrato otras fuentes: las
Collationes y las Institutiones de Casiano, la Regla de San Agustín, la de
Basilio, la de Pacomio, la de Cesáreo de Arlés, también algunas referencias a
los Santos Padres. Pero sobre todo Benito se apoya en la llamada Regla del
Maestro, de autor desconocido.
San Benito compuso su Regla en la lengua que para entonces hablaba la Italia
Central: sermo vulgaris. No es un latín muy elegante y pulido, lo que
pretendía el Santo era ser entendido por sus monjes, que no eran precisamente
latinistas clásicos. Se trataba de una Regla idéntica para todos los monjes del
monasterio, de este modo se evitan las rivalidades competitivas en cuanto a
grados de ascetismo: lejos de procurar sobresalir, el monje benedictino busca
desaparecer haciendo sólo lo que prescribe la Regla.
125
Para mejor entender la Regla benedictina debe también comprenderse el
contexto en el que fue escrita, y ya dijimos que aquella era una época difícil y
convulsa. La respuesta que San Benito da a las necesidades de su necesidad y
de su Iglesia fue ciertamente una respuesta monástica. La Regla que escribió
para sus monjes evidencia la respuesta que él da a los más apremiantes
problemas de su tiempo. Destacamos enseguida los más significativos y
particulares elementos de esta Regla.
Esta estabilidad benedictina no sólo fue útil a nivel monástico, lo fue también
en la esfera social: la ruralización de Europa –característica de la época
medieval– se hizo posible en gran medida gracias a la estabilidad de las
abadías benedictinas, que contradijo aquel andar de un lado para otro propio
del incansable nomadismo y que no permitía una verdadera organización
social.
126
En su Regla Benito organizó minuciosamente el Oficio divino, y con ello
ayudó a acabar con aquel mundo lleno de supersticiones y mitos propio de la
religiosidad popular. De esta manera, por siglos y siglos el Oficio litúrgico se
convirtió –a ejemplo de los monjes benedictinos– en la ocupación más noble
del creyente.
127
esta Regla a los distintos lugares; así lo harían después los Cluniacenses y los
Cistercienses, por ejemplo.
La invasión que hicieron los musulmanes en España a inicios del siglo octavo
arrasó prácticamente con la totalidad de los monasterios. Muchos monjes
tuvieron que emigrar para poder seguir llevando su tenor de vida, y con ellos
se fueron sus tradiciones monásticas allende los Pirineos. Pero para el período
de reconquista la nota más sobresaliente es la abundancia de fundaciones
monásticas. De hecho, la repoblación de nuevas tierras se inicia casi siempre
con la fundación de uno o varios monasterios, los colonos vienes después.
Florecieron en este tiempo muchos ejemplos de santidad monacal, aunque
hubo también algunos monjes díscolos, y esto probablemente debido a que la
escasa selección de los candidatos era ocasión de faltas graves contra los votos
y no pocos escándalos en materia de castidad.
128
gracias a los monjes de Cluny que las puertas españolas se abrieron para la
famosa Regla escrita por el ilustre y santo Benito de Nurcia.
Con su trabajo concluyó Benito de Aniano que una de las causas más
importantes de relajación monástica era la diversidad de observancias: cada
monasterio era un pequeño mundo autárquico sin relación con los demás.
Pensaba San Benito de Aniano que la única manera posible de lograr una
reforma duradera y profunda de la vida monástica era que todos los
monasterios retornasen a la observancia de la auténtica Regla de San Benito
de Nurcia.
129
Sería injusto, sin embargo, no mencionar que también hubo quienes no
concordaban con el ideal reformista, incluso existen actualmente
investigadores para quienes Benito de Aniano habría introducido en el
monacato un ritualismo y un formalismo ajenos al ideal benedictino primitivo.
73
Iriarte, Lázaro. Historia Franciscana, Valencia: Editorial Asís: 1979, pp. 43-47
130
variedad de opciones en cuanto a vida monástica se refiere, todas estas formas
priorizaban la vida en común (vita communis); es decir, compartir un techo, un
trabajo y la oración en comunidad. Ha de recalcarse la importante labor de la
Orden Premonstratense (1119), que marca el paso de una vida eminentemente
monástica a otra que se abre a la posibilidad de un trabajo apostólico fuera de
la abadía, sin abandonar, por eso, la estructura interna propia de un
monasterio.
La reforma de Cluny
o No era una reforma que naciese del interior del monacato, sino que fue
impuesta desde fuera en la mayoría de los monasterios.
o Con la división del Imperio (843) muchos monjes volvieron a mezclarse
en asuntos mundanos que sembraron desorden en el interior de los
monasterios.
o Los nobles que ambicionaban las riquezas de los monasterios
empezaron a inmiscuirse de nuevo en la vida intra-monacal.
o Hubo reyes y emperadores que –para recompensar a sus vasallos por
servicios prestados, y al no tener ya tierras que darles– entregaban
algunas abadías sobre las que ellos tenían el derecho de nombrar el
abad. Otro tanto hicieron los obispos con sus monasterios. Esto provocó
situaciones tan desviadas como el caso de algunos monasterios –que
131
tenían como abad a un laico– en donde los monjes, a semejanza de su
abad, tomaron esposa y vivían a expensas de los bienes monásticos.
o La decadencia monástica alcanzó límites insospechados con las
invasiones de los normandos y los musulmanes. Muchos monasterios
fueron arrasados. Parecía que la vida monástica había llegado a su fin.
Muchos monasterios ni siquiera tenían una Regla para observar, con un
laico por abad, con mujeres, hijos, vasallos y perros de caza, y –para
colmo de males– ni siquiera sabe leer.
Era más que sombrío el panorama, pero pronto surgiría una nueva primavera
que pondría fin a todos esos males: la reforma de los cluniacenses, que se
extenderá por todo Europa y recuperará lo más puro del espíritu de Benito de
Aniano.
La vida monástica de los siglos X y XI sufrió una entera reforma gracias a esta
influyente abadía francesa, que arrastró tras de sí a decenas de abadías y
monasterios que se afiliaron a ella, aunque otros muchos no dieron el paso de
afiliación. Varios de los monasterios que fueron reformados por Cluny
quedaron en total libertad, y se convirtieron ellos también en centros de
reforma.
132
La reforma iniciada por los monjes cluniacenses no se limitó a los ámbitos
espirituales, sino que –aparte de la Iglesia en general– Cluny repercutió
notablemente en diferentes sectores sociales y, de una manera especial, en la
reafirmación de los proyectos ideados por el papa Gregorio VII. Así pues,
aunque la Reforma Gregoriana no fue obra de esta abadía francesa, los monjes
cluniacenses sí le dieron el impulso que ésta necesitaba para afianzarse e
imponerse en toda la Iglesia. Sin Cluny, en definitiva, las ideas reformadoras
de Gregorio VII no hubiesen pasado a la historia como la Reforma
Gregoriana74.
74
Mora Amador, Jorge, o. c., pp. 522-528
133
"inalienable propiedad de los Santos Pedro y Pablo", es decir, a la directa
protección de la sede de Roma. Esta directa ligazón que fue confirmada en
932 por Juan XI, implicaba la independencia del monasterio respecto de
cualquier poder laico o eclesiástico, lo que unido a la santidad de este primer
abad y de sus sucesores haría de Cluny un éxito arrollador y el principal de los
monasterios europeos hasta bien entrado el siglo XII. La importancia del
privilegio de autonomía radica en el hecho de que el monasterio se sustraía
tanto a la autoridad de la diócesis correspondiente como a la del rey de
Francia, sentando así las bases de una verdadera supranacionalidad.
Discípulo de Bermón fue el monje Odón, que también fungió como abad de
Cluny reafirmando y propagando la reforma no sólo en Aquitania, sino
también en Roma. Y así todos los abades de Cluny fueron celosos
propagadores del ideal reformista.
134
Algunas cosas cambiaron respecto a las austeridades de la Regla benedictina:
el trabajo manual pierde valor frente al trabajo intelectual; la comida deviene
más variada y aderezada; cada monje tiene su propia celda (no existe ya el
dormitorio común); además de su hábito casi negro, tenían otros hábitos
complementarios; si en la antigua ordenación legislativa el monje era ante
todo un penitente, para Cluny el monje es primero un contemplativo, que no
huye del mundo, sino que se sabe ocupando una de las partes de aquella triple
dimensión mundana: los que rezan, los que trabajan y los que luchan. Él,
indudablemente, ocupaba el primero de los puestos.
135
verdaderamente– no tenían vocación, y terminaban relajando aún más la vida
clerical). Había que luchar contra estas investiduras laicales.
Tanto le debe Europa a los monjes que uno de ellos, San Benito, ha sido
proclamado Patrono de ese Continente, precisamente porque fue el hombre
que más contribuyó a la creación y afianzamiento de la cultura europea. Esto
demuestra que los monjes, aunque vivían apartados de su siglo, no dejaron de
ser hombres de su tiempo; no podían dejar de influir, desde su especificidad de
138
monjes, en la sociedad y en la Iglesia. Eran miembros muy vivos y muy
activos. La constante crítica y admiración de la que son objeto es muestra
clara de su influencia y de su importancia.
El gran maestro del Occidente medieval fue San Agustín, “monje y maestro
del humanismo cristiano” (Decarreaux). En la vida monacal ideada por él el
amor a los libros y a la cultura en general ocupará un puesto determinante. San
Agustín y sus monjes están muy lejos de la “piadosa ignorancia” propia de los
139
monjes antiguos; ellos saben que la contemplación de Dios encuentra una
poderosa ayuda en el estudio de la verdad.
140
Sin duda que hasta siglo XII podríamos decir la cultura fue patrimonio
exclusivo de la Iglesia porque, en definitiva, solamente los hombres de Iglesia
se preocupaban del cultivo de su inteligencia, hasta el punto de que la palabra
clérigo durante la Edad Media se convirtió por igual en sinónimo de “hombre
de Iglesia” y “hombre culto”.
Todo esto hacía necesaria una biblioteca para el servicio del culto y de la
lectio divina. También resultaba necesaria una escuela interna para la
formación de los novicios, lo cual comportaba la tenencia de algunas
manuales y libros de texto. El orden del monasterio implicaba la existencia de
archivos para custodiar documentos o títulos de propiedad; se requería
también algún tipo de catálogo con el nombre de los monjes vivos y difuntos;
y –por supuesto– sin duda también se contaba con algún tipo de libro de
crónicas en el que se narraban los acontecimientos más relevantes de ese
monasterio.
75
Pero por supuesto que este trabajo (el del copista) se encontraba comprendido dentro del trabajo manual
que sí está muy bien ordenado dentro de la Regla.
76
Se menciona únicamente una vez, pero no en el sentido cultural y académico, sino más bien cultural: “el
monasterio es una escuela del servicio del Señor”. Regla, Prólogo.
142
claustrales. Bien dijo Justo Pérez de Urbel77: estos autores clásicos constituían
“el entusiasmo de unos, el escándalo de otros y la ocupación de todos”.
77
En Historia de la Orden Benedictina, Madrid, 1941, p. 145
78
Fue el abad Suger (†1151) el creador del arte que llamamos gótico
143
al pensamiento del Pseudo-Dionisio, vemos que el gótico se impregna
igualmente del platonismo dionisiano. El arte cisterciense coincide con el
gótico de San Denis (abadía Benedictina) en dos aspectos: la luz y su aspecto
mariano. Estas figuras de María esculpidas durante los comienzos del gótico
catedralicio son aún figuras hieráticas en todo el sentido de la palabra.
144
Nueva imagen del hombre: el ser humano se percata de que Dios le ha
colocado en el vértice de toda la creación y -por ende- se da una nueva visión
del hombre como destinado a gobernar la naturaleza, así, la Iglesia misma se
convierte en el elogio del trabajador. En las fachadas de las iglesias se
muestran hombres y mujeres dueños y señores de sí mismos, con rasgos
individuales. La encarnación libera al universo de su culpabilidad, sólo Jesús
puede salvar al hombre, y éste debe seguirle. Pero también en este tiempo los
pobres se percatan de que la prosperidad de algunos no elimina la miseria de
otros; se siente más agudamente la miseria. La escatología empieza a tener
una vertiente política: la liberación de los pobres.
Los monjes le dan simbolismo a todo. Todo lo que los teólogos y exégetas
decían en sus Sumas los artistas lo han expresado en el arte (escultura, pintura,
arquitectura, canto). Por este motivo se llamaba, y con justa razón, a las
iglesias, a las catedrales y a las esculturas la Biblia de los pobres, porque ellos
sabían descifrar en todo ello un mensaje de salvación. De este modo, las
grandes catedrales, basílicas e iglesias abaciales, con sus espléndidas fachadas,
145
sus hileras de santos perfectamente tallados, sus cristos de piedra, sus ábsides
coloridos eran una permanente enseñanza para los campesinos que vivía en las
inmediaciones de los monasterios o que acudían a ellos desde lejos atraídos
por sus imponentes bellezas.
146
de San Crodegango quedarán bien definidos y diferenciados los estilos de vida
de los Canónigos Regulares y de los monjes.
Con todo, el precedente más genuino de la nueva forma de vida religiosa que
serán los Canónigos Regulares fue el monasterio clerical de Hipona fundado
por San Agustín, cuyo tenor de vida pronto se propagó por otras latitudes. Al
fin de cuentas, son muchos los testimonios que demuestran la vida común era
considerada como el ideal al que debían aspirar todos los clérigos.
Crodegango dispone que sus clérigos han de vivir juntos, participar de una
mesa común y dormir también en dormitorio común; se imponen tiempos de
silencio y de trabajo manual. Esta Regla era muy rigurosa respecto a los
147
ayunos y clausura, y deja la puerta abierta para aquellos que deseen renunciar
completamente a sus bienes. La Regla de San Crodegango ejercerá una amplia
influencia debido a su gran difusión en todo Occidente.
148
Aunque en un principio cada comunidad era autónoma, pronto los Canónicos
sintieron la necesidad de establecer vínculos entre ellos; surgió así una
fraternidad que sobrepasaba los muros de la propia Canónica y abarcaba a
sacerdotes seculares y laicos, que eran agregados a la comunidad mediante
lazos espirituales, de modo que participaban de las oraciones y de las obras
buenas de la comunidad. Existía también la fraternidad entre diversas casas,
que comportaba tres factores esenciales: la intercomunicación en las buenas
obras, el sufragio por los difuntos y la hospitalidad recíproca. Entre las más
sobresalientes comunidades de Canónigos Regulares están: Congregación de
San Rufino, Congregación San Víctor, Congregación del Gran San Bernardo
y los Premostratenses (esta es la más reconocida de todas; Premontré fue
fundada por San Norberto, y tuvo una rápida expansión por todos los países
europeos, con unos mil monasterios afiliados. Dentro de los monasterios había
cuatro clases de miembros: canónigos, clérigos, novicios y conversos. Desde
el inicio Premontré adoptó la Regla de San Agustín con unos Estatutos
propios. San Norberto permitió a las mujeres formar parte de su Orden. Dentro
de las innovaciones premostratenses está la Tercera Orden laical, fundada por
el mismo Norberto en 1123. Debido a su mucha influencia cisterciense, la
máxima autoridad dentro de la Orden Premostratense la ejercía el Capítulo
General, y dentro de los monasterios el gobierno recaía sobre un Abad
vitalicio elegido por la abadía y bajo la vigilancia del Abad General y de otros
tres abades elegidos por él. El Abad gobierna su comunidad con una autoridad
casi absoluta).
149
meramente ascética como sucedió con los monjes, sino que se trata de una
vida común y de una pobreza que tienen un carácter liberador en un doble
sentido: a) remover los obstáculos del Nicolaísmo y de la Simonía; lo cual, a
su vez, implica la liberación de las ataduras de la investidura laical; b) esta
vida común y pobre significaba la liberación más radical para dedicarse al
ministerio apostólico.
Así las cosas, un acuerdo entre Canónigos y Monjes resultaba imposible. Pero
gracias a estas contiendas entre Canónicos y Monjes se logró clarificar la
noción de una vida religiosa en la que el Monje no quedaba confinado entre
las cuatro paredes de su claustro, sino que también salía de él para ponerse al
servicio de la comunidad cuando era necesario; y en la que el Canónigo
Regular, apoyado en la Regla de San Agustín, se dedicaba al ministerio
pastoral, pero se retiraba a la soledad de su claustro canonical como una
exigencia de su propia misión apostólica. Poco a poco llegaron a comprender,
de un lado y de otro, que –dentro de la única Iglesia de Cristo– ellos no son
grupos opuestos, sino distintos y complementarios.
Volver al desierto
Las transformaciones socioeconómicas del año mil (en donde las ciudades, el
dinero y la moneda son los impulsores de una nueva civilización) dieron paso
a profundas transformaciones intelectuales. El desarrollo de las
comunicaciones promovido por el comercio acrecentó la curiosidad del
hombre occidental, que sintió que se le abrían nuevos horizontes
epistemológicos cuando entraba en contacto con las culturas antiguas. Este
progreso tan vivo que se está gestando produce una ebullición tal, que
151
repercute sobre todos los aspectos de la civilización y especialmente sobre la
visión que los hombres tienen del mundo y del mismo cristianismo.
Ya no se trata de una sumisión pasiva a los dictados del clero, sino que
empieza a surgir en el pueblo fiel el sentimiento de que la religión es un
asunto que ha de quedar más recluido en la dimensión personal. El
movimiento comunal dirigía también sus dardos contra el sistema eclesial, y
no solo por el afán de independizarse de su dominio temporal, sino también a
causa del mismo evangelio, cuyas enseñanzas contrastaban con aquella Iglesia
poderosa y rica.
79
San Anselmo Sobresale principalmente por afirmar el deber de entender lo que se cree (intellectus
fidei), es decir, -y en esto retoma a San Agustín- una vez aceptadas, con libre voluntad, las
verdades de la fe, el hombre puede y debe tratar de comprender eso que ha asentido ya desde la
fe. Cf.: Proslogium.
152
concentran en la formación de sus propios candidatos. A esto contribuyó la
actitud de las Escuelas catedralicias que preanuncian las futuras
universidades.
Es por eso que el monacato tradicional desde finales del siglo XI experimenta
una gran decadencia que no tiene sus causas, como en el pasado, en un
relajamiento de tipo moral, sino en una falta de adaptación a las nuevas
circunstancias del mundo y de la Iglesia. La sociedad y la Iglesia estaban
153
pidiendo otra cosa. Así como los monjes habían dado respuestas adecuadas en
otro tiempo, las nuevas circunstancias estaban exigiendo otro tipo de
respuestas. Eso sí, el monacato nunca dejó de tener una plena vigencia en la
Iglesia.
154
Espiritualidad del eremitismo medieval: dice Jean Leclercp que en la Edad
Media no hay eremitismo, sino eremitas, y cada uno individualmente va en
busca de la perfección cristiana y llegan tan lejos como se lo permiten sus
posibilidades; pero todos coinciden en la búsqueda de la soledad y en la falta
de una organización específica. A pesar de amplia diversificación, podemos
clasificar a estos eremitas en cuatro rubros:
155
imposible reducirlo a una unidad coherente. Con todo, existen ciertas
constantes en este eremitismo del Medioevo:
--La pobreza. Este eremitismo polemiza con la pobreza monástica, sobre todo
la de Cluny: critican los edificios suntuosos y las rentas, los grandes
latifundios y la pomposidad del culto en aquellas majestuosas iglesias
abaciales. Los eremitas, en cambio, practican un absoluto despojo de los
bienes materiales. Se rechazan las formas tradicionales de pobreza. Frente a la
pobreza radical del monje y a la riqueza de su comunidad, se exige ahora la
156
pobreza personal junto a la comunitaria. Se pide un culto mucho más sencillo
–desde los utensilios sagrados, hasta la liturgia– en pleno contraste con las
solemnes ceremonias realizadas en la Basílica de Cluny, la más grande y
magnífica de toda la cristiandad.
Por otra parte, en lo que toca a legislación debemos decir que el eremitismo
medieval también tuvo su regla: La Regula solitarium, compuesta por un tal
Grímlico del cual nada se sabe. No es una obra original, sino que se limita a
entresacar algunas enseñanzas de los autores monásticos antiguos (sobresale
por supuesto Benito).
El autor de esta Regula, sea quien fuere escribe para los monjes que quieren
vivir en la soledad o en la reclusión, pero no se descarta la posibilidad de que
los candidatos vengan directamente del mundo, aunque siguiendo la tradición
monástica occidental se estaba implantando la idea de que el eremitismo era
sólo para los monjes bien experimentados en la vida monástica.
Esta Regla de los solitarios no sólo tolera algunos contactos con el mundo,
sino que incluso les impone el apostolado directo, aunque no sistemático, sino
157
más bien ocasional. Se admite también la aceptación de ministerios
eclesiásticos.
Este rebrotar del eremitismo medieval se expandió por toda Europa durante
los siglos XI y XII. Por todas partes surgen pequeñas ermitas, diseminadas
sobre las montañas, en los bosques, en las islas y, también, cerca de las
ciudades. Hay eremitas que viven en completo anonimato, pero otros se
convirtieron en personajes influyentes y populares. A mediados del siglo XI
existen eremitas por todas partes, pero sus hagiógrafos decepcionan porque no
transmiten de ellos más que sus aventuras ascéticas.
Congregaciones eremíticas
80
La nota la recoge San Pedro Damián en la Vita Sancti Romualdi.
159
al mismo tiempo, el superior general de la Congregación. Es el elegido de por
vida por los monjes de la Casa Madre, pero debe ser confirmado por el
Capítulo General que –en votación secreta– puede rechazarlo.
161
organizarse de una manera estable; se le señaló para ello el bosque de
Fontevrault. Era el año 1101. Estableció en ese lugar varias comunidades bajo
la Regla de San Benito.
162
Debido a los muchos discípulos decidió organizar una comunidad eremítica,
centrada principalmente en una espiritualidad bíblica, que quedará muy bien
plasmada en la Regla escrita por el cuarto sucesor en la dirección de la
Congregación de Grandmont (Esteban de Liciac). Se lee en su Regla:
«…Porque hay una solo Regla de las Reglas primer y principal, de la que
todas las otras derivan como de su fuente: El Santo Evangelio…».
Los cartujos
Hacia el año 1030 nacía San Bruno en Colonia, pero la mayor parte de su vida
no la pasó en Alemania, sino en Francia. Con sólo 26 años fue nombrado
maestro de la escuela de Reims, sobresaliendo en la exposición de la Sagrada
Escritura. Actualmente se conservan sus comentarios a los Salmos y a las
Cartas de Pablo. Entre sus alumnos en Reims estuvo el que más tarde llegó a
ser el Papa Urbano II (1088-1099).
Más o menos por el 1080, junto con otros dos compañeros (Pedro y
Lamberto), decide abandonar la cátedra de Reims para instalarse en la Séche-
163
Fontaine, un bosque del monasterio de Molesme, dirigido por el abad Roberto,
quien más tarde sería el fundador del Císter. La amistad entre ambos
permanecerá, aunque Bruno nunca quiso ser benedictino, él aspiraba a una
mayor austeridad y a un mayor alejamiento del mundo.
164
comer pescado y queso. Se reunían únicamente para el rezo del Oficio y la
Misa que, al principio sólo se celebraba domingos y días festivos. Su jornada
estaba determinada por la oración y el trabajo manual e intelectual. San Bruno
nunca quiso que sus monjes fueran ignorantes.
Cuando fue elegido papa en 1088 Odón de Chatillon, que escogió llamarse
Urbano II, se acordó de inmediato de su maestro en Reims, y pensó que le
podía ser de gran ayuda en favor de la Reforma de la Iglesia. El Pontífice lo
mandó a llamar para que fuese a Roma, y Bruno obedeció, dejó al frente de
los cartujos a uno de los hermanos (Landuino), y se puso en marcha
acompañado por unos compañeros.
Ante la ausencia del líder, los monjes se dispersaron y la Cartuja volvió a las
manos del abad de Chaise-Dieu. Ante esto, San Bruno pidió ayuda al Papa, el
cual se comunicó con el abad de Chaise para que se interesara en el asunto y
reorganizara la comunidad de la Cartuja. El abad logró reagrupar a los monjes
bajo la dirección de Landuino y reconfirmó la donación de esas tierras al
monje cartujo en 1090. Desde entonces la comunidad prosiguió su vida con
toda normalidad.
Con la ayuda de Urbano II, San Bruno fundó otro monasterio: el de Santa
María de la Torre, y poco después fundó el de San Esteban del Bosque (ambos
en Italia). San Bruno no regresó nunca más a Francia y pasó sus últimos años
165
en el monasterio de la Torre, y allí murió el 6 de octubre de 1101.
Primeramente fue enterrado en el monasterio de San Esteban, pero luego
fueron reconducidos sus restos a la Iglesia de Santa María de la Torre.
En su celda pasa la casi totalidad de su jornada; se reúne con los otros sólo
para maitines, laudes y vísperas, y la misa. Los alimentos se consumen en la
propia celda, excepto los domingos. El silencio es absolutamente riguroso, a
excepción de algunos momentos especiales.
166
monasterio se ha regido siempre por unas pautas muy exigentes a nivel
espiritual, físico y psicológico. Estos filtros de selección vocacional han
hecho de la Cartuja una verdadera clase de élite entre las Órdenes religiosas.
167
soledad en la que Dios habla al Cartujo y en donde se encuentra el reposo
contemplativo.
En toda su espiritualidad los cartujos, antes incluso que los Cistercienses, han
puesto de relieve la importancia de la figura de María, aunque de manera muy
sobria. Ya en las primeras profesiones religiosas de los monjes aparecía en
nombre de la Madre de Dios.
Los Cistercienses
168
concubinario; pero no fue así: se cuestionó también la estructura tradicional
del monacato y, de manera especialísima, a los cluniacenses.
A los monjes de Cluny se les acusaba de todo: de llevar una vida de grandes
señores, de excesiva influencia en asuntos políticos y públicos (se llegó
incluso a equiparar al abad de Cluny con el Rey), y –por supuesto– se les
acusa también de acumular excesivamente riquezas. Todas estas y otras
críticas hacia los cluniacenses venían no sólo del laicado o del clero secular,
sino también de otras formas monásticas surgidas a lo largo del siglo XI. Uno
de estos críticos fue San Pedro Damián.
169
Con todo, una vez que la comunidad logró una sabia combinación entre la
soledad y la comunitariedad benedictina, Molesme se convirtió en un punto de
referencia para el monacato reformado de finales del siglo XI, hasta el punto
de que reformas como la de San Bruno se acogieron en sus comienzos a este
monasterio.
El Papa envió a un legado (el arzobispo Hugo de Die) para invitar a los
monjes a regresar al monasterio madre; de todos, sólo San Roberto decidió
volver a Molesme, en donde siguió fungiendo como abad hasta su muerte en
1111. Este abandono de Roberto lo resentirán siempre los monjes que
quedaron en el Císter y, por eso, en sus anales no presentaban a San Roberto
como fundador y primer abad del Císter.
170
Roberto fue canonizado en 1120, y dos años más tarde su culto fue aceptado
en el Císter, lo cual indica un cambio de opinión de los cistercienses que, con
el paso del tiempo, llegaron a aceptar sin obstáculos a San Roberto como el
verdadero fundador de la Orden Cisterciense.
La expansión del Císter: San Roberto fue sucedido por San Alberico en el
cargo de abad cisterciense, y a éste le correspondió la consolidación jurídica
de la nueva fundación. Alberico consiguió del papa Pascual II el Privilegio
romano, con el cual se concedía la aprobación pontifica. Para distinguirse de
los cluniacenses, San Alberico impuso a sus monjes un hábito blanco con
escapulario negro. En las Instituta monachorum cisterciensium de Molismo
venientium se hace más rígida la observancia de Regla benedictina: se rechaza
el sistema feudal de los monasterios, se impone el trabajo manual, se
admitieron los hermanos conversos, y los edificios debían ser austeros:
carentes de todo lujo y comodidad.
171
El número de monjes en cada abadías era muy variable: iba desde 12, que era
el número mínimo permitido por las legislaciones, hasta más de 100 en los
monasterios grandes. Uno de los golpes más duros para el Císter lo representó
la Reforma Protestante que acabó con 220 monasterios.
Los abades son vitalicios y elegidos por los monjes de cada monasterio; a su
vez, los abades eligen a los priores. El monasterio del Císter es visitado
conjuntamente por los llamados protoabades, es decir, los abades de los
cuatro monasterios fundados después del Císter (y que junto con éste forman
las cinco abadías-madre de los cistercienses): La Ferté, Pontigny, Claval y
Morimond.
172
La Orden cisterciense se caracterizó por una interpretación más literal de la
Regla de San Benito, y esto hizo que los monjes blancos empezaran a chocar
con los monjes negros (Cluny). Incluso San Bernardo, como abad del Císter,
tuvo fuertes polémicas con el último gran abad de Cluny: San Pedro el
Venerable. Al fin de cuentas, la disputa la ganaron los blancos (Císter), y esto
quedó patentado cuando Pedro el Venerable, en un significativo acto de
humildad, introdujo en Cluny algunos usos y costumbres de los cistercienses.
La culminación de esta victoria se materializó cuando unos de los hijos del
Císter fue elevado a la cátedra de San Pedro con el nombre de Eugenio III
(1145-1153).
173
Las monjas cistercienses: en un principio los monjes no procuraron fundar la
rama femenina de su Orden, aunque los abades de los primeros monasterios,
empezando por San Esteban Harding, contribuyeron a la fundación de algunos
monasterios femeninos, con el de Tart (1120), que más tarde pasará a
depender directamente de la Orden. Pero el primer abad general del Císter que
se preocupó expresamente por la promoción del Císter femenino fue Guido de
Paray (1194-1200). Ya para 1500 el número de monasterio de monjas
cistercienses se elevaba a 650, y en algunas partes (Bélgica, Alemania, Suiza)
su número era superior al de las abadías masculinas.
174
renovarse para seguir ofreciendo a esos hombres nuevos los medios para
colmar su sed de Dios.
Las Cruzadas también avivó el cuidado por los peregrinos que viajaban a
millares hacia Tierra Santa, para los cuales se crearon varias Hermandades
hospitalarias, algunas de las cuales llegarán a ser Órdenes Militares.
Aunque todo esto es importante, existe una razón que es más determinante
para explicar la aparición de estas Órdenes hospitalarias: la espiritualidad
creada por la Reforma Gregoriana, que promovió en redescubrimiento de
Cristo pobre. El amor a la humanidad doliente de Cristo se concretó después
en el amor a los pobres y débiles. Esto se materializó en innumerables
fraternidades hospitalarias. Incluso los Premostratenses estaban obligados por
sus estatutos a erigir un hospital al lado de sus monasterios.
En esta misma línea están las comunidades de Beguinas, que fueron las
primeras Comunidades de vida común sin votos. Muchas de estas
comunidades evolucionaron hacia la institución de las Terceras Órdenes. Estas
fraternidades de Beguinas adoptaron casi siempre la Regla de San Agustín, y
algunas de estas comunidades se convirtieron en Órdenes que comúnmente se
denominaban Oblatas hospitalarias o Agustinas Hospitalarias.
176
Este movimiento hospitalario ya generalizado en Occidente dio origen al
surgimiento de nuevas Órdenes religiosas con finalidad específicamente
hospitalaria. Todas las Órdenes Militares también tuvieron su origen en la
fundación de un hospital para asistir a los peregrinos de Tierra Santa, y este
componente hospitalario se mantendrá en ellas aunque después se conviertan
netamente en Órdenes Militares, algunas de las cuales establecerán la rama
femenina para que se encargue de los hospitales. De entre las Órdenes
específicamente hospitalarias sobresalen dos: Hospitalarios del Espíritu Santo
(fundada por Guido de Montpellier entorno al 1175. Aún subsisten en España)
y Hospitalarios de San Antonio (conocida también como Canónigos
Regulares de San Agustín de San Antonio de Vienne. Su fundación se remonta
al 1095 cerca de una ciudad de Vienne en la que existía un monasterio que
contenía reliquias de San Antonio Abad, de ahí el nombre. En 1787 Pio VI
decretó su supresión y ordenó que todos sus miembros [211 sacerdotes y 11
conversos] se incorporaran a la Orden de Malta, a la cual pasaron también los
bienes de la Orden extinguida).
Órdenes Militares
177
Con todo, no es del todo plausible que el surgimiento de las Órdenes Militares
haya sido influenciado por instituciones y prácticas islámicas. Incluso ya antes
de la aparición de Mahoma, San Agustín (430) tiene argumentos de sobra para
la declaración de la “guerra santa” y la aparición de unos cristianos entregados
profesionalmente a la lucha militar para la defensa de la fe. Sin embargo, no
podemos negar totalmente que las Órdenes Militares hayan sufrido algunas
influencias de la mencionada institución ribat, aunque de seguro no
determinantes.
178
Iglesia oficial no tomó, por mucho tiempo, una posición definida al respecto.
Es con la conversión de Constantino que se opera un cambio de mentalidad,
porque al grabar él, en los escudos de su ejército, el anagrama 81 cristiano,
trocó un ejército pagano en ejército cristiano. De modo que las guerras del
Emperador quedaban así elevadas a la categoría de “guerras santas”.
Fue a partir de esas “guerras religiosas” contra los invasores paganos como el
concepto “militas Christi”, es decir, el combate espiritual dejó de significar la
ascesis cristiana para significar Iglesia Militante.
81
Del griego ἀνάγραμμα. Símbolo o emblema, especialmente el constituido por letras. También indica la
transposición de las letras de una palabra o sentencia, de la que resulta otra palabra o sentencia distinta.
Palabra o sentencia que resulta de esta transposición de letras; p. ej., de amor, Roma, o viceversa.
179
se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha
alistado” (2Tim 2,4; cf.: 2Cor 10, 3-4). También otros autores de NT aluden a
la vida cristiana como lucha y combate (1Pe 2,11; Sant 4,1). Esta terminología
militar era de uso frecuente entre los autores cristianos primitivos cuando se
referían a la vida ascética.
Entre todos los cristianos, quien merece de verdad el nombre de asceta y, por
tanto, de soldado de Cristo, es el mártir, auténtico vencedor en el combate de
la fe. Ahora bien, si los monjes son sucesores de los mártires, es lógico que el
aperitivo de miles Christi, se haya transferido del ámbito martirial al ámbito
monástico. San Agustín consideraba el monacato como una “milicia espiritual
cristiana” y clasificaba a los monjes como “soldados de Cristo”.
180
Ahora bien, después de la conquista de Jerusalén por la primera Cruzada
(1099) había que asegurar a los peregrinos frente al peligro musulmán. Se
hacía necesaria la presencia de unos Caballeros consagrados permanentemente
a esa tarea. Protección militar y asistencia sanitaria de los peregrinos pobres y
enfermos apuntan a la finalidad de las Órdenes Militares. Estos caballeros
religiosos no son monjes, aunque sus Reglas tendrán vasta influencia de
Benito y Agustín. San Bernardo dice de los Templarios que son monjes y
soldados, porque no les falta ni la mansedumbre del monje ni la fortaleza del
soldado.
El esplendor de las Órdenes Militares coincidió con el siglo XII, aunque sus
hazañas también se dejaron sentir en el siglo XIII, si bien en este mismo siglo
iniciará su decadencia, ante todo por el movimiento pacifista suscitado por
San Francisco de Asís que, presentándose sin armas para dialogar con el
Sultán de Egipto, señala una alternativa diferente al espíritu belicoso de la
Cristiandad medieval82.
Al igual que todas las demás, las Órdenes Militares estaban sometidas a una
Regla, que puede ser propia (Temple y Sanjuanistas) o una ya preexistente,
por lo general la de San Agustín o la del Císter, claro que añadiendo unos
estatutos específicos. Aparte de los tres votos comunes, ellos hacían un cuarto
de servicio perpetuo a la guerra santa. Este voto obligaba a los caballeros a no
rehuir jamás el combate, aunque los enemigos fuesen muy superiores en
número83. La pobreza era sobre todo individual, porque las Órdenes Militares
82
También es cierto que el poderío de las Órdenes Mendicantes empezó a decaer debido a las rivalidades
internas y a los frecuentes recelos de los reyes de Francia, España y Portugal contra ese poder militar y
económico.
83
La Regla de los Templarios dice hasta tres contra uno.
181
fueron por lo general muy poderosas económicamente. Los Templarios, p. e.,
llegaron a ser los más grandes banqueros de toda Europa.
182
Los Templarios: nacen como una Orden estrictamente militar. Su nombre
deriva de su primera morada en unas dependencias que les cedió el su propio
palacio el rey de Jerusalén Balduino II, edificado en el emplazamiento del
Templo de Salomón. Inicialmente profesaban la Regla de San Agustín. Fueron
aprobados en el Concilio de Troyes (1128); el papa Eugenio III les concedió la
cruz roja octogonal sobre túnica y manto blanco.
Por su inigualable valor en los campos de batalla se les llegó a identificar con
los célebres caballeros del Grial. Pero llega un momento en que los
Templarios, a fuerza de enriquecerse (terminaron siendo banqueros), pierden
el espíritu guerrero primitivo. Ya en el siglo XIII Inocencia III los acusaba de
cometer graves abusos, sobre todo de desobediencia a los legados pontificios.
Pero fue Felipe IV el Hermoso el que se propuso acabar con la Orden del
Temple; y lo consiguió.
Este rey francés temía a los más de dos mil templarios esparcidos por todo su
reino, porque representaban una fuerza muy peligrosa. En realidad, la
intención de fondo era apoderarse de su envidiable e inmensa riqueza. Lo
cierto es que Felipe el Hermoso orquestó la más perfecta campaña difamatoria
contra los Templarios, con las más terribles acusaciones. El rey francés logró
183
que el papa Clemente V (elegido en 1305) entablara un proceso judicial contra
la Orden.
184
Aún hoy, muchos siglos después de su supresión, la Orden de los Templarios
sigue siendo objeto de leyendas y fábulas acerca de los supuestos tesoros
escondidos por la Orden, y las artes ocultas que habrían aprendido los
templarios en Oriente y que transmitían a sus iniciados. Este fue el
desgraciado fin de una Orden que nunca fue merecedora de semejante
tragedia.
186
Recolectó dinero y viajó hacia Oriente para realizar la primera liberación de
cautivos. De regreso se estableció en Aisne bajo la dirección del ermitaño San
Félix de Valois; estando allí se le unieron otros compañeros para la fundación
de la Orden. En marzo de 1198 San Juan y San Félix se dirigieron hacia Roma
para convencer a los canonistas romanos sobre la necesidad de la nueva Orden
Trinitaria, que presentaba evidentes innovaciones que contrastaban con la vida
estable y contemplativa del monje, pero también con el apostolado restringido
de los Canónigos Regulares.
85
Que fue aprobada por Inocencio III el 17 de diciembre de 1198, después de que los asesores curiales del
papa la retocaran en lo necesario.
86
Se nota que este aspecto no era original de la Regla Franciscana.
187
noble, de los mayores. La Orden se dividió en provincias cuando aún vivían
sus fundadores; al frente de ellas estaban los ministros provinciales con sus
respectivos Capítulos. Los Trinitarios estaban centralizados en la persona del
Ministro General y su Capítulo. Todos los Trinitarios están en estrecha
dependencia del Papa.
Su hábito consistía de una túnica blanca con capa negra y una cruz de tramos
iguales sobre el pecho: el tramo transversal de color azul y el vertical, rojo. La
tonsura será igual a la de los Victorianos, lo mismo que su liturgia. Los
Mendicantes (Franciscanos principalmente) tomarán al pie de la letra muchas
de estas innovaciones de la Regla Trinitaria.
188
reformados y descalzos de la Orden de la Santísima Trinidad, instituida para
observar con todo su rigor la Regla de San Juan de Mata.
Se rigen por la Regla de San Agustín, pero desde sus comienzos (1272)
pusieron por escrito sus propias Constituciones. En sus comienzos la Orden
era gobernada por un Maestro general vitalicio. Por disposición de Alejandro
VIII (1690), los Mercedarios gozan de los privilegios de todas las Órdenes
religiosas y, por confirmación de Benedicto XII (1725), especialmente de los
privilegios de las Órdenes Mendicantes.
La Orden de la Merced trabajó con gran entusiasmo en las misiones del Nuevo
Mundo, recién descubierto: fundaron conventos y provincias a lo largo del
siglo XVI en Santo Domingo, Guatemala, Perú, Chile, Argentina, Uruguay y
Paraguay; en el siglo XVII en México y Ecuador.
En 1603 surgió en Madrid una reforma: los Mercedarios Descalzos, que en sus
inicios estuvo siempre inscrita a la única Orden Mercedaria, peo en 1621 se
separaron para constituir una Orden independiente que subsiste todavía hoy.
Al constituirse la Orden masculina de los Mercedarios Descalzos, muy pronto
apareció también su rama femenina. El primer monasterio de Mercedarias
Descalzas fue el de Lorca del Río (Sevilla, 1617), pero luego se expandieron
exitosamente.
190
En cuanto a la espiritualidad mercedaria, debe decirse que el carisma de San
Pedro Nolasco no desapareció cuando terminó el fenómeno social de los
cristianos cautivos en tierras de musulmanes; sino que tiene y tendrá vigencia
mientras haya un cautivo, de cualquier condición que sea, al que haya que
devolverle la libertad. Por eso el carisma mercedario ha revivido también en
varios institutos religiosos que profesan este mismo ideal: Mercedarias
Misioneras de Barcelona (1860); Mercedarias de la Caridad (1878), etc.
El contexto histórico en el que nació esta nueva forma de vida religiosa fue
especialmente convulso, porque chocaron entre sí todos los componentes
sociales, religiosos y culturales, que antes habían coexistido pacíficamente.
Las tensiones que se advierten en la Iglesia y en la sociedad de finales del
siglo XII son la señal más clara de que las cosas han empezado a cambiar. Y
el origen de este cambio se encuentra en la Reforma Gregoriana.
191
compartían con sus vecinos. En grupos reducidos, imponían sus leyes y
justicia, organizaban las cosechas y los recursos que de ellas obtenían. Pero
con el paso del tiempo estas comunidades fueron absorbidas por señores, que
podían ser laicos o religiosos (por ejemplo, los abades), a los que habían sido
entregadas esas tierras87. Así da comienzo un nuevo modo de organización y
estratificación social: el feudalismo.
87
Cf.: http://www.arteguias.com/sociedadmedieval.htm
88
Cf.: http://antropos.galeon.com/html/sociemedieval.htm
192
importante talante: la vinculación del mensaje de Jesús con las más poderosas
fuerzas creadoras de la historia.
Hacía ya cuatro siglos que el mundo vivía bajo este régimen feudal. La masa
rural del pueblo bajo no podía halla lo necesario para su subsistencia y su
seguridad a no ser convirtiéndose en vasallo de un “señor”, o sea,
subordinándose a él. Así pues, el señor feudal era quien explotaba las tierras
de su feudo y los campesinos y/o vasallos hacían ante él un juramento de
sumisión económica y social. A esta sociedad la caracterizaba la estabilidad,
que era una consecuencia del arraigo a la tierra. Todos estaban atados a la
tierra y nadie podía desprenderse; tampoco el señor tenía derecho de venderla.
Encerrada entre sus muros y castillos, la sociedad medieval no conocía otro
movimiento que el de las cuatro estaciones anuales.
193
ganarse la vida y –como supremo valor– enriquecerse. Necesitan pasar su vida
viajando; surcan Europa de norte a sur buscando las mejores ferias. No sólo
circulan personas, también lo hacen con ellas las mercancías y las ideas.
Emerge un espíritu nuevo, atrevido, ansioso, que busca una nueva sociedad
con nuevas relaciones humanas y más rural. La sociedad feudal estaba
fundada sobre la servidumbre y sobre las relaciones subordinadas de vasallos
a soberanos. Ese mundo nuevo que aparece con las ciudades rechaza ese
sistema de relaciones por considerarlo totalmente inadaptado a una economía
de mercado y de libre circulación. Había llegado la hora de la comuna libre.
194
Estos mercaderes, que en sus inicios llevaban una vida ambulante, empiezan
ahora a asentarse en lugares fijos y favorables a su estilo de vida, como
puertos o cruces de rutas; es decir, en zonas estratégicas en donde puedan
encontrarse con otros mercaderes. Conforme el mundo comercial crece, se
afianza y se desarrolla, los mercaderes empiezan a asociarse: ya no viajan
solos, sino en caravanas (esto con el fin de protegerse de los bandidos y
también para obtener descuentos en las tarifas de peaje). Con el paso del
tiempo estas asociaciones se organizan y estructuran de mejor manera, nacen
las confederaciones (o ansas). Una vez confederados, los mercaderes tienen la
ventaja de comprar en común, a mejor precio y de emprender empresas más
osadas. Cuando estos comerciantes se empiecen a conglomerar en
determinadas regiones es cuando surge el imponente mundo urbano.
Las ciudades: su nacimiento y renacimiento: todo este cambio que matiza los
siglos XI y XII está ligado también la nacimiento o re-nacimiento de las
ciudades: aparecen unas nuevas, se reaniman otras antiguas; y todo es obra de
los comerciantes, quienes a las orillas de las vías y calles abren tiendas y
almacenes con las más variados productos. El nuevo estilo de vida
emprendido por los comerciantes atrae, a su vez, una multitud de personas que
se ven beneficiadas de los primeros a causa de que éstos les proporcionan
empleos (banqueros, carreteros, cargadores).
La gran revolución del dinero: como muy bien lo dijo Vivet: «Se hizo sin
ruido, sin clamores, ni estrépito de armas. Y sin embargo esta es la gran
revolución que va a quebrantar la Edad Media». Con el surgimiento y
crecimiento de los comerciantes crece también la importancia que se le da al
dinero, que ahora empieza a circular de nuevo. Por su actividad de
intercambio y consumo, las ciudades necesitan del dinero: recurren a las
monedas de plata primero, y a las de oro después. Con razón sobrada se le ha
llamado al siglo XIII «el siglo del retorno al oro».
Los que mejor y primero se benefician de esta economía cambiaria son los
comerciantes que –progresivamente– van gestando en sí un espíritu de lucro
cada vez más ávido: buscan cómo acumular más dinero de forma más rápida y
fácil. Tenemos una nueva figura del rico: aquel que amasa grandes fortunas y,
196
con ellas, preciosos inmuebles; y frente a éstos tenemos a los otros: los
antiguos ricos: propietarios de bienes raíces.
89
Así se les llamaba los habitantes del nuevo burgo
197
una reglamentación harto minuciosa que lo convierte en un modelo tan
obsoleto como repugnante, tan opresivo como retrógrado. Los burgueses –que
no viven ya en los campos, sino en las ciudades– se convencen de que es
urgente una estructura nueva que responda a las exigencias nacientes; a ellos
les cuesta cada vez más soportar las cargas fiscales y las restricciones jurídicas
y políticas del feudalismo.
La única forma que ellos veían plausible para lograr sus reivindicaciones era
agrupándose en una asociación. A este agrupamiento se le dio el nombre de
comuna. El movimiento comunal, que pronto se extenderá por toda Europa,
tiene como primer objetivo liberar a las ciudades del pesado poder señorial.
Algunas comunas obtendrán esta prerrogativa más fácilmente que otras,
obligadas a recurrir a la violencia; no obstante, en la mayoría de los casos era
plausible entablar un diálogo que culminaba en el otorgamiento de una carta
de libertad, mediante la cual se aseguraba a la ciudad su autonomía municipal
y su personalidad jurídica. Esto implica que –de ahora en adelante, y sin que
nadie se lo impida– podrá administrarse por sí misma, con su propio consejo
comunal y su tribunal, con su fortaleza propia, su torre vigía el sello particular
para legitimar los actos municipales. Por supuesto que las comunas también
podrán acuñar monedas.
198
la creación de las comunas libres. Este acontecimiento da lugar a un nuevo
tipo de sociedad. Los hombres –mediante la asociación en comunas– logran
emanciparse; y esta emancipación es decisiva porque tiene una doble
vertiente: los habitantes de la comuna no sólo se emancipan del poder feudal,
sino también de todo el régimen social existente hasta entonces. Quieren
establecer nuevos lazos de interrelación humana: unos lazos sociales
adaptados a una economía de mercado y de libre circulación. Únicamente
unos lazos de esta índole podrían responder a las nuevas aspiraciones y
posibilidades de los hombres.
Sin duda que estas nuevas relaciones humanas estarán matizadas por la
ideología comunal; es decir, se tratará de relaciones fundadas sobre la
aspiración profunda de la libertad, que no era sólo una libertad enfocada al
derecho de administrase por sí mismos o de hacer circular libremente los
bienes y personas; se tratan –también y ante todo– de una libertad que implica
igualdad en las relaciones humanas. Ya dijimos arriba que en la sociedad
feudal eran imposibles las relaciones humanas igualitarias debido a la
jerarquización social; la única manera de relacionarse era de vasallo a señor,
de inferior a superior, no más. No podía obviarse el hecho de que todos los
que vivían en la tierra de un determinado señor eran vasallos suyos, y este
mismo seño venía a ser vasallo de otro señor más poderoso que él. Desde una
perspectiva antropológica, podemos decir que en el feudalismo el hombre
siempre pertenece a otro hombre.
200
La tiranía del dinero: aunque con muy buenas y justas intenciones, las
comunas tampoco fueron el sueño ideal: con todos y sus muchos logros (el
principal de ellos el anhelo de libertad y fraternidad), también hubo fuerzas
turbias y oscuras que produjeron desgarros irreparables. Era el dinero –y la
ciega ambición por él– el que estaba a la base de todo esto. El mundo
mercader y comerciante estaba locamente apasionado por el dinero.
Sin darse cuenta tal vez, las comunas hicieron del dinero un rey, y entonces
todo se echó a perder. Pronto las comunas se enfrentaron unas a otras por
rivalidades e intereses. Tan pronto como una ciudad se erige en comuna lo
primero que hace es levantar murallas; ejemplo de ello fue Asís: sus habitantes
cercaron la ciudad con una enorme muralla construida con las piedras de la
antigua fortaleza feudal destruida por ellos mismos. Todas las ciudades
comuna hacían lo mismo, y se desafiaban entre ellas: ¿cuál de nosotras tiene
las murallas más fuertes y las torres más altas?
Todo aquello que en principio rechazaron y que las llevó a luchar por su
autonomía, pronto se empezó a repetir dentro de las mismas comunas: a su
interno aparecieron nuevas desigualdades sociales y nuevas formas de
201
opresión. Como siempre sucede: esta revolución comunal no fue beneficiosa
para todos, ni mucho menos. Los ricos comerciales se llevaron la mejor parte,
y al pueblo bajo las migajas. Y sucedía que a menudo los ricos aportaban
menos impuestos de lo que debían y exoneraban de estos a otros ricos. Las
comunas estaban siendo gobernadas por malos amos. Por supuesto que los
pobres no estaban dispuestos a tolerar tal situación y –desconociendo otra
manera para reclamar sus derechos– terminaron lanzándose contra los
poderosos.
Como se evidencia a simple vista, este paso del mundo feudal hacia las
libertades comunales estaba dando origen a un profundo cambio social.
Mencionemos las principales características que lo definen:
202
Ese proceder de los comerciantes que es contrario al espíritu de las
comunas engendrará nuevas desigualdades y nuevas formas de
opresión.
90
Lecrerc, Eloi. Francisco de Asís, p. 30
203
El retorno a la Iglesia pobre: ya desde los primeros decenios del
franciscanismo se representó a San Francisco como deseoso de retornar a la
Iglesia pobre de los orígenes. Así también lo interpreta Dante: «La pobreza
privada de su primer marido (Jesucristo), vivió más de mil cien años
desaparecida y oscura, sin que nadie la invitase hasta entonces». El poeta
florentino le negaba a la Iglesia de entonces la virtud de la pobreza, que debía
ser imperativo de la jerarquía eclesiástica. Pero no era así.
Francisco fue, sin duda, el representante más eximio del retorno a la Iglesia de
los orígenes, pero no fue el iniciador, sino más bien un continuador de aquel
movimiento pauperístico que tan profundamente conmocionó a la Iglesia de
los siglos XII y XIII.
Así las cosas, elevada la pobreza a la categoría de consejo solo para monjes, se
inicia una larga etapa en la que la pobreza y la riqueza constituyen un
estridente contraste en las comunidades cristianas. Y se fue levantando la
imagen de una Iglesia poderosa y rica, respetada por toda aquella sociedad
medieval. Pero era una Iglesia en la que esa misma sociedad medieval no
204
lograba identificar a la comunidad heredera y seguidora del Cristo pobre del
Evangelio. Ni siquiera los monjes, profesionales del voto de pobreza, lograban
transmitir una imagen coherente con la verdadera pobreza evangélica.
Los humillados
Inició como una agrupación de personas sencillas y humildes, originarias de
Lombardía. Este movimiento se empezó a gestar allá por el 1178. Tenían
como principio unirse en el trabajo cotidiano (no profesaban votos ni ningún
otro vínculo fraternal-comunitario). Como se arrogaron el privilegio de la
predicación sin el debido permiso, fueron excomulgados en 1184. Sin
embargo, el inteligente papa Inocencio III, con el fin de utilizar en pro de la
Iglesia todo cuanto podía, reencausó a los humillados y les dio una regla en el
año 1201. Ya con la aprobación pontificia los humillados se dividieron en tres
ramas, de las cuales la más grande e importante era la compuesta por clérigos
y laicos de vida común.
puros,
limpios” (empezaron a denominarse así a partir de 1163); o sea, los albigenses
se consideraban a sí mismos como los verdaderos creyentes a causa de su
pureza y perfección. Para asegurarse su pureza de vida practicaban estrictas
normas morales, así como un ascetismo caracterizado por su austeridad.
Aparte de los desvíos doctrinales ya mencionados, también fueron declarados
herejes por otros varios motivos: rechazan la totalidad del Antiguo
Testamento, no aceptaban ninguna forma de culto externo, también
rechazaban varios dogmas cristianos. En fin, lo cierto es que los cátaros
alimentaban un odio feroz contra la Iglesia católica, odio que en muchas
ocasiones se mostraba en el saqueo de templos y hasta asesinato de clérigos y
fieles. Además de esto, resultaban peligrosos para la sociedad en general por
su doctrina contraria al matrimonio y a la procreación de la especie humana.
206
sobre todo, a los Predicadores de santo Domingo de Guzmán, que lograron
encauzar en favor de la Iglesia católica aquellas fuerzas religiosas centrífugas
que amenazaban con desintegrarla91.
Los valdenses
Originarios de Lyon. Iniciaron como un grupo dentro de la Iglesia. Alejandro
III les había concedido la aprobación en 1179. Hacían voto de pobreza, pero
no podían predicar sin el debido permiso. Esta última norma no la observaron
y pronto empezaron a predicar a su antojo, incluso con interpretaciones
torcidas de las Sagradas Escrituras. Enseñaban que todo hombre que esté
verdaderamente en concordia con el Evangelio es, en todo el sentido del
término, sacerdote; por el contrario, aquellos sacerdotes ordenados cuya
rectitud de vida sea cuestionada o indigna no pueden ejercer válidamente su
ministerio (sus actos no son válidos).
Este grupo arrastró a hombres y mujeres que iban de dos en dos, vestidos de
sayal, practicando la pobreza y predicando la penitencia, como los apóstoles.
Valdo fue rechazado por su obispo porque predicaba sin autorización y
utilizaban una Biblia traducida en lengua vulgar, y por adoptar posturas cada
vez más heréticas y radicales. Éstos y otros fueron los motivos por los que él
y sus seguidores fueron excomulgados por el papa Lucio III en el sínodo de
Verona (1185), junto con los cátaros y otras sectas menores. Años después de
su condena, específicamente en 1218, se unieron con los pobres lombardos
que, desde tiempo atrás, venían denunciando la doble moral del clero.
Convertidos en secta clandestina, formaban dos categorías: los creyentes o
simpatizantes, que les daban alojamiento, y los perfectos, que rechazaban el
trabajo manual y profesaban los tres consejos evangélicos.
91
Cf.: http://www.fratefrancesco.org/hist/10.htm
207
No todos los valdenses estaban de acuerdo con el rumbo que había tomado su
obispo mayor y fundador (Pedro Valdo). Por tales divergencias, en 1207
Durán de Huesca y un grupo de seguidores se separó de Valdo para iniciar un
nuevo movimiento llamado los pobres católicos.
92
Cf.: Ibíd.
208
La Iglesia acepta oficialmente el movimiento de retorno a la Iglesia pobre:
fue el papa Inocencio III quien marcó nuevos rumbos a la vida religiosa
medieval (había salida en defensa de los Trinitarios, los Hospitalarios del
Espíritu Santo, los Cistercienses, etc.). Pero el gran mérito de Inocencio III en
cuanto a la vida religiosa se refiere, radica en el hecho de haber sido capaz de
intuir y aprobar la novedad carismática de las Órdenes Mendicantes.
209
Así como Pedro Valdo se había presentado ante el Alejandro III en 1179,
ahora Francisco se presenta ante Inocencio III, pero las circunstancias son
distintas, principalmente porque la Santa Sede había comprendido que con las
constantes prohibiciones no estaba consiguiendo nada positivo.
210
oficial de la Orden hasta que Domingo de Guzmán y sus predicadores
hubieran adoptado una de las reglas vigentes en la Iglesia. Esta última medida
se explica completamente enmarcándola dentro de la decisión del Concilio IV
de Letrán (1215), convocado por Inocencio III, respecto a la fundación de
nuevas Órdenes religiosas.
En lo que toca a este importante Concilio, XII ecuménico93, fue fruto de una
profunda meditación del Papa Inocencio sobre la situación de la Iglesia en
medio de aquella convulsa coyuntura histórica. Puede decirse que este
Concilio era el culmen de la Reforma Gregoriana, iniciada hacía ya más de
ciento cincuenta años.
93
Concilios Ecuménicos = Universales, porque ya deliberan sobre asuntos que interesan a toda la Iglesia y al
que asisten representantes de todas las latitudes. En estos casos el Sumo Pontífice asiste en persona y preside
las sesiones o bien se hace representar por Legados.
94
Un Patriarca es el obispo que preside una sede, en principio de fundación apostólica, o una parte de ella
que practica un determinado rito. Este título es utilizado por varias denominaciones cristianas, entre ellas las
Iglesias Ortodoxas, la Iglesia Católica, las Iglesias orientales o la Iglesia Husita Checoslovaca, en la que los
obispos de mayor rango han sido denominados patriarcas.
Estas Iglesias particulares, tanto del Oriente como del Occidente, aunque difieren algo entre sí por sus ritos,
como suele decirse, a saber, por su liturgia, disciplina eclesiástica y patrimonio espiritual, sin embargo, están
encomendadas por igual al gobierno pastoral y la dirección del Romano Pontífice (Cf.: Decreto Orientalim
Ecclesiarium)
211
Lateranense no podía dejar por fuera la situación de la vida religiosa. De los
70 cánones aprobados, sólo dos trata sobre el tema de las órdenes religiosas.
Ahora bien, lo que consiguió este canon 13, dentro de los planes de
unificación general de la Iglesia que tenía Inocencio III desde su ascensión al
pontificado, fue la desaparición de todas aquellas pequeñas comunidades y
grupos espontáneos que no estaban encuadrados dentro de la legislación
canónica vigente, aunque hubieran sido aprobadas por los Ordinarios del lugar
más o menos explícitamente. Y esta desaparición de tantos grupos
espontáneos redundó, sin duda, en beneficio de las grandes Ordenes
Mendicantes que, en su desarrollo, se vieron libres de los continuos conflictos
que esos grupos, más o menos marginales, causaban de continuo en la Iglesia
213
y que podían afectarles a ellas por provenir del tronco común de los
movimientos de pobreza y predicación itinerante.
Por otra parte, el canon 13 del Concilio IV de Letrán fue aplicado con mucha
amplitud por los papas y por los obispos a 1o largo del siglo XIII. Lo cual dio
ocasión a la aparición de muchas Órdenes nuevas, pero sin mayor relevancia.
El Concilio II de Lyon (1274) con la dura constitución Religionum
diversitatem renovó la prohibición lateranense, pero en un contexto diverso
del existente en 1215. Buena parte de los obispos presentes en el II Concilio
de Lion estaban movidos por una fuerte animosidad contra el creciente influjo
de las Órdenes Mendicantes en sus diócesis. Este Concilio de Lyon decretó la
supresión de todas las Órdenes religiosas fundadas después de 1215 que no
hubieran obtenido la aprobación del papa.
214
A los religiosos afectados por estas disposiciones de supresión del II Concilio
de Lyon se les concedía la posibilidad de pasar a otras Órdenes religiosas
aprobadas, pero no se podía dar el paso en de una Orden suprimida a otra
aprobada, o de un convento a otro. Algunas Órdenes extendidas ya en gran
medida, amo los Siervos de María, los Carmelitas y los Eremitas de San
Agustín quedaban en una grave situación; pero lograron poco después la
reconfirmación por parte de la Santa Sede. Los Eremitas de Pedro Morrone,
futuro papa Celestino V, adoptaron la Regla de San Benito, con lo cual
dejaban de ser Orden Mendicante. Pero muchas otras Órdenes, algunas con
gran relevancia ya en Iglesia, fueron suprimidas. Entre éstas merecen citarse la
Orden de la Penitencia de Jesucristo; los Siervos de la Bienaventurada Madre
de Cristo, fundada en Marsella; los Hermanos de la Penitencia de los
Bienaventurados Mártires; los Hermanos de la Santa Cruz; los Hermanos y
Hermanas de los Apóstoles o Apostolinos y Apostolinas, fundados por
Gerardo Segarelli y continuados por fray Dolcino.
215
campesinos para refugiarse en las ciudades, era lógico surgiese una nueva
forma de vida religiosa que respondiese a nuevos retos planteados por la
nueva organización social representada por las formas organizativas
horizontales de la burguesía naciente. Del mismo modo que el monasterio
medieval reflejaba en su estructura interna el sistema autoritario feudal, las
formas organizativas de la Ordenes Mendicantes se parecerán más a la
organización horizontal de los municipios y de los gremios que al verticalismo
del señorío feudal.
216
posibilidad de subsistencia para varios conventos que tenían que vivir de la
mendicancia diaria de puerta en puerta.
217
monasterios en la soledad del desierto o en medio de los bosques; aunque, por
otra parte, en la Edad Media, la fundación de un monasterio implicaba el
acercamiento del mundo a los monjes, porque en torno a cada abadía surgía de
inmediato una villa o una aldea como primer germen de una futura ciudad.
También ahora los Mendicantes huyen pero no de la ciudad, sino de la
estabilidad y de la autarquía (= autosuficiencia, soberanía), propias de los
monasterios anteriores. Estos eran pequeños mundos autosuficientes; se
autoabastecían en todo; en lo espiritual y en lo económico. La fuga de los
Mendicantes es de otro tipo; no es una fuga espacial o geográfica, sino
estrictamente espiritual, en el sentido de que huyen de cualquier forma de
poder político, económico, e incluso espiritual, para situarse no en el desierto
geográfico, sino en el desierto de los sin poder, de los sin-privilegios, en una
palabra, de los menores.
218
manos están también los destinos de todos y de cada uno de los frailes. Pero
cada una de estas autoridades, en sus distintos niveles, tendrá que responder
ante el Capítulo conventual, provincial o general, respectivamente. Estas
autoridades no serán vitalicias como los abades, sino elegidas para un tiempo
determinado, transcurrido el cual, podrán ser removidas de sus cargos o
reelegidas. Esta estructura centralizada, que será adoptada después por todas
las Órdenes y Congregaciones religiosas, es de gran utilidad, sobre todo por la
movilidad de los religiosos, tan necesaria para las urgencias apostólicas.
La cercanía de los seglares: Los Mendicantes rompen las barreras que hasta
entonces separaban a los «claustrales» de los «seglares». Esta cercanía no se
debe solamente al hecho material de que los Mendicantes vivan en medio de
las ciudades, codo a codo con los seglares, a causa del ministerio apostólico y
de la cuestación (recaudación) de puerta en puerta, sino porque ahora darán
origen a una forma intermedia entre los seglares y los religiosos: las Terceras
Ordenes Seglares, en las que ingresarán numerosos fieles deseosos de
apropiarse la espiritualidad de los Mendicantes.
Desde la segunda mitad del siglo XII había multitudes de cristianos seglares
dispuestos a dejarse evangelizar; tal era el hambre de Evangelio que había
despertado la Reforma Gregoriana en la Iglesia. Pero muchos de estos fieles
sencillos corrían el riesgo de caer en manos de aquel pulular de movimientos
heretizantes por la falta de una predicación, y, sobre todo, de un estilo de vida
que en la Iglesia reflejase con más coherencia el ideal cristiano de la primitiva
comunidad de Jerusalén. Estas eran las multitudes que los Mendicantes
estaban llamados a conducir a la comprensión ortodoxa y a la vivencia
coherente del Evangelio.
219
Durante la Edad Media, la Iglesia había canonizado la división de la sociedad
apuntada ya por Alfredo el Grande de Inglaterra a principios del siglo IX, el
cual, traduciendo muy libremente el libro De Consolatione, de Boecio,
asignaba a cada categoría de personas una función específica: Los clérigos
deben orar por los guerreros y por los campesinos; los guerreros deben luchar
para defender a los clérigos y a los campesinos; los campesinos deben trabajar
para alimentar a los clérigos y a los guerreros. Es una concepción sagrada de
la sociedad. Pero, a lo largo del siglo XII, como consecuencia de los
sentimientos antifeudales y antijerárquicos popularizados por los
«movimientos de liberación» de las ciudades y por los movimientos de retorno
a la Iglesia pobre de los orígenes, se inicia un proceso de secularización de la
sociedad que culminará a comienzos del siglo XIII, aunque no sin resistencia,
cuando se dio el paso de una sociedad organizada en órdenes, clérigos,
caballeros y campesinos, a una sociedad estructurada en estados de vida. A la
sociedad sacralizada de los órdenes, le sucede una sociedad laica organizada
en estados de vida o en estados profesionales.
220
y clerical, porque tiene que desarrollarse en contacto permanente con el
mundo.
221
de Inocencio III concedida a los Humillados y a algunos otros grupos
provenientes del Valdesismo, el movimiento penitencial se traduce en una
actitud frente a la vida que no solamente es religiosa, sino incluso cultural.
222
monasterios benedictinos, cuando algunos seglares, e incluso familias enteras,
ansiosas de asegurar su salvación eterna, se entregaban «en cuerpo y alma» al
abad, a fin de participar de las obras espirituales y materiales de los monjes.
Algo más cercano a lo que serán las Terceras Ordenes afiliadas a las Ordenes
Mendicantes está en aquellos hombres y mujeres que se asociaban a los
Premostratenses; y más cercana aún, la asociación laico-religiosa de los
Humillados que, bajo la Regla benedictina se ocupaban en la industria de la
lana, que si bien después se desvió, fue definitivamente recuperada, como se
deja dicho, por Inocencio III. Hay ahí un precedente bastante parecido a lo que
será la Tercera Orden Franciscana Seglar.
223
El florecimiento de las ciudades y de los municipios y, sobre todo, la nueva
estructura de una economía de comercio, exigían la presencia de hombres
cultos. La creación de escuelas y de Universidades, por otra parte, hacía
necesaria la existencia de unos hombres dedicados a la función de la docencia.
Surge así el intelectual como profesional de la cultura y de la ciencia. Estos
hombres nuevos, estos intelectuales, plantean unos retos nuevos a la Iglesia, a
los que ella responderá a través de las Órdenes Mendicantes.
224
este movimiento penitencial surgido de los estamentos humildes, porque él
mismo no es sino una rama del frondoso árbol del movimiento penitencial. En
cambio, el dominicanismo, aunque también se sumó a esta predicación
popular, por su origen canonical, tenía un carácter más docto. Santo Domingo
tuvo muy clara, desde los orígenes mismos de la Orden, la idea de
proporcionar, por una parte maestros para la enseñanza de las ciencias
sagradas, y -por otra- predicadores populares que hicieran frente al
expansionismo de los movimientos heréticos.
Una de las bases del gran éxito de la predicación popular de los Mendicantes
estuvo en el empleo de las lenguas vulgares a1 etilo de lo que hacían también
los predicadores ambulantes de los movimientos heréticos. Con los
Mendicantes, la predicación se hace cada vez más frecuente. En realidad, con
ellos el sermón se convirtió en una parte importante del servicio religioso.
Hasta entonces, la predicación era casi exclusivamente oficio de los obispos.
Pero los Mendicantes recibieron del Papa el privilegio de predicar por todas
partes, incluso sin permiso del obispo. Es más, con ellos la predicación salió
de los templos para invadir las calles y plazas.
225
predicadores se sienten en la obligación de convertir los sermones en un
vehículo de información del pueblo sobre temas que van desde la política
hasta la ciencia y el arte; desde la moral cristiana hasta los usos y costumbres
de la vida familiar y ciudadana. Con los Mendicantes, la predicación popular
alcanzó el culmen de su desarrollo y de su eficacia. Los predicadores, para la
preparación de sus sermones, contaban ya con enciclopedias históricas y
teológicas, con colecciones de citas bíblicas y patrísticas; con colecciones de
cuentos y leyendas, e incluso de chistes. Hubo predicadores famosos como
Juan de Vicenza, Venturino de Bérgamo, Bernardino de Siena, Bernardino de
Feltre, Vicente Ferrer, Savonarola, que congregaron en torno a sí a
muchedumbres incalculables.
226
presencia de los doctores en las aulas universitarias, sino, sobre todo, porque
la fundación de un convento mendicante, especialmente dominico, en
cualquier ciudad de Europa, comportaba necesariamente la apertura de una
escuela de teología, que con el correr del tiempo se convertía en centro
universitario. Esto contribuyó a descentralizar también la cultura y la
enseñanza.
227
Saint-Gilles se hizo dominico (1228) y continuó enseñando, en una segunda
cátedra en el mismo convento. Aún pasarían algunos años sin mayores
complicaciones; pero el recelo aumentaba, a medida que los Mendicantes
ocupaban cátedras en la Universidad, porque disminuían las oportunidades de
los Maestros seculares. Fue en 1252 cuando estalló verdaderamente el
conflicto. Una decisión de la Universidad de París prohibió a los colegios de
los religiosos tener más de una cátedra magistral; y los religiosos que no
pertenecieran a ningún colegio no podrían enseñar en la Universidad. Y, sobre
todo, cuando lo Maestros Mendicantes, dos dominicos y un franciscano,
rehusaron tomar parte en la huelga organizada en 1253 para protestar por la
por la lesión hecha a sus privilegios; se les reprochó su actitud, pero como los
mencionados profesores permanecían en su actitud inicial de no participar en
la protesta, los expulsaron de la Universidad. Después de varios intentos
inútiles para solucionarlo pacíficamente, el asunto fue elevado al papa.
228
La cuestión se complicó al aparecer el libro lntroductorius in Evangelium
aeternum, del franciscano Gerardo de Borgo San Donnino, que comentaba
erróneamente las teorías del abad Joaquín de Fiore. Guillermo de Saint-Amour
quiso envolver a todos los franciscanos en la condena, e incluso a todos los
Mendicantes como fautores de herejía. Sus ataques no se limitaron a los
verdaderos errores apocalípticos del mencionado libro, sino que se atrevió a
condenar el ideal mismo de perfección cristiana de las Órdenes Mendicantes
en cuanto tales, queriendo demostrar que el pedir limosna, lejos de ser una
virtud, implicaba un gravísimo peligro para la misma Iglesia.
En defensa de los Mendicantes salieron las dos máximas lumbreras que éstas
tenían entonces, San Buenaventura, con sus lecciones bíblicas Sobre la
pobreza de Cristo, y, poco después, Santo Tomás de Aquino, con su libro
Contra los impugnadores del culto de Dios y de la religión. Guillermo de
Saint-Amour, no sólo no se calló, sino que salió de nuevo a la palestra con
otro libelo incendiario contra las Ordenes Mendicantes, Libelo sobre los
peligros de los últimos tiempos.
229
las dos cátedras de los Dominicos, pero separándolos del gremio de la
Universidad, fue declarada nula por el papa; el cual, para acabar de una vez
por todas con la cuestión, privó a Guillermo de Saint-Amour y a otros tres
maestros, cabecillas de la rebelión, de todo oficio y beneficio; y pidió al rey
que expulsara de Francia a Guillermo de Saint-Amour, instigador de toda la
animosidad contra los Mendicantes.
230
fundamentación agustiniana, pero matizada con elementos extraídos de
Aristóteles. Santo Tomás de Aquino levantó un edificio cultural imperecedero,
en el que se hallan bien cimentados la sobriedad, 1a seguridad y el
compromiso entre la Iglesia y el mundo, que tan necesarios se hacían a los
hombres del siglo XIII, sobre todo de la alta burguesía.
231
Mateo de Aquasparta, y más), pero que acabaron imponiéndose dentro de las
corrientes del pensamiento.
Sin duda, las Ordenes Mendicantes, primero los Dominicos, después los
Franciscanos y, finalmente, los Agustinos y los Carmelitas, crearon sus
propias escuelas e hicieron aportaciones decisivas a la historia de la cultura.
232
monasterios, dentro de la más pura línea veterotestamentaria de las
bendiciones de Dios, como la justa recompensa divina por la pobreza
individual de los monjes y la observancia regular de la comunidad monástica.
Nunca se le había ocurrido a ningún monje pensar que pudiese existir una
contradicción entre vida cristiana y riqueza monástica, sino que aquella
justificaba a ésta. El ejemplo más claro es la teoría de Raul Glaber, el cual
llegó a afirmar: «Aquellos que se entregaron incesantemente a las obras de
Dios, es decir, a las obras de la justicia y de la piedad, merecieron ser
colmados de todos los bienes».
Sin duda, crecieron las críticas contra la excesiva riqueza de los monasterios
después de la Reforma Gregoriana. Ante esta desazón espiritual por encontrar
en los monasterios un camino de seguimiento de Jesús en pobreza radical, las
vocaciones religiosas ya no se orientan hacia ellos, sino que emprenden de
nuevo el camino del desierto, dando origen, como ya se ha visto, a algunas
Órdenes monásticas que realizaron los primeros ensayos de pobreza
comunitaria, como fue el caso de la Orden de Grandmont. Pero la respuesta
definitiva a los planteamientos de los movimientos pauperísticos que exigían
la pobreza colectiva de la Iglesia, no se plasmará hasta las Ordenes
Mendicantes.
233
pobreza colectiva, sin embargo, cada una de ellas vivirá este ideal de una
manera peculiar, a través de la cual se puede ver incluso la evolución del
concepto mismo de pobreza:
234
Medioevo, los ideales de la vida cristiana y el retorno al Evangelio, en la
obediencia a la Iglesia administradora de los carismas necesarios para la
salvación. La influencia ejercida por estos predicadores populares, para la
formación de la nueva religiosidad del mundo moderno, constituye un
fenómeno histórico de gran relieves».
La vida de San Francisco de Asís, el hombre que amó todo lo que vive y
alienta, el santo amado y admirado por los hombres de todos los tiempos, y
canonizado por los credos religiosos más dispares, resulta muy difícil
interpretarla, no tanto escribirla, porque es muy lineal, muy abierta y muy
corta. Apenas cuarenta y cuatro años de vida, pero intensamente vividos. Luigi
Salvatorelli ha escrito sobre él las palabras más elogiosas:
235
los que se han acercado a él. Precisamente, el primero que se esmeró en
escribir una biografía crítica del santo fue un protestante: Paul Sabatier.
Son muy pocos los escritos que se conservan del santo: Dos Reglas, un
Testamento, algunas cartas, algunas poesías, algunas exhortaciones y algunas
oraciones. Estos escritos constituyen la fuente principal para comprender el
misterio de Francisco; porqué él fue un misterio para sus contemporáneos y lo
sigue siendo en la actualidad. Lo cierto es que hay algo que resulta evidente: a
pesar de los siglos transcurridos la figura del Santo de Asís continúa tan viva e
influyente como lo fue en el siglo XIII. Francisco, todo lo que él representa,
sigue ejerciendo una impresionante fascinación que resulta aún más
impresionante al constatar que excede los amplios límites del catolicismo,
incluso del cristianismo: el Poverello es, sin duda, paradigma para hombres y
mujeres de todas las razas, culturas y credos; él –según el decir de Eloi
Leclerc– posee un encanto que acalla todas las diferencias95.
95
Leclerc, Eloi. Francisco de Asís. Editorial Franciscana Aranzazú. Guipúzcoa, 1993, p. 7
236
Es una historia que reviste singular importancia también porque, a lo largo de
ocho siglos, ha dado lugar a una historiografía, investigación científica,
reflexión crítica, expresión artística y experiencia espiritual sin iguales, que no
pueden ser reducidos a los estrechos muros de la historia eclesiástica y
religiosa.
Surge, entonces, una pregunta: ¿de dónde esa gran irradiación, esa fuerza de
seducción que se brinca las fronteras? Es la misma cuestionante que le lanzaba
a Francisco el hermano Maseo en el cap. X de las Florecillas: «¿Por qué a ti?
¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti?... Me pregunto ¿por qué todo el mundo va
detrás de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte?
Tú no eres hermoso de cuerpo, no sobresales por la ciencia, no eres noble, y
entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti?...»
237
en 1263 fue aprobada como biografía oficial del fundador por el Capítulo
General de París (1266), el cual ordenó, al mismo tiempo, la destrucción de
todas las demás «leyendas». También esta obra es sospechosa, porque San
Buenaventura y el mencionado Capítulo General intentaron conciliar todas las
disidencias existentes en la Orden respecto a la interpretación de la vida del
Santo Fundador, y justificar la situación vigente entonces en el
Franciscanismo.
Existe también una Leyenda antigua que tiene como autor probable a fray
León (dato no comprobable), y que parece más segura (en realidad no tanto).
Con todo, ninguna de estas fuentes biográficas debe ser aceptada sin gran
prudencia en todas sus afirmaciones, porque cada una de ellas adolece de un
gran defecto. Celano es demasiado conformista; fray León excesivamente
rigorista en la interpretación del Francisco de los orígenes; y San
Buenaventura demasiado conciliador de las diversas corrientes en que estaban
96
La Carta enviada por los Compañeros aclara explícitamente: No va escrito en forma de leyenda, puesto que
ya existen leyendas de su vida y de los milagros que Dios ha obrado por él; lo que hemos hecho es recoger,
como de un ameno jardín, las flores más hermosas, según nos parecía, sin seguir un orden histórico...» (TC 1).
Ahora bien, esta noción de florilegio se aplica muy bien al texto de la Leyenda de Perusa, como veremos,
pero no a la titulada Leyenda de los tres compañeros, que es verdadera «leyenda», es decir, una biografía
estructurada según la sucesión de los hechos.
238
divididos entonces los seguidores del Pobre de Asís (debe también matizarse
esta aseveración gratuita del autor).
Asís, ciudad libre y comercial: esta ciudad umbra está inmersa en la dinámica
del tiempo. En 1174, apenas ocho años antes del nacimiento de Francisco, fue
arrasada por Cristian de Maguncia, un eclesiástico de armas tomar que,
además de arzobispo de Maguncia era también canciller del Imperio. Desde
1177, Asís queda sometida al duque imperial de Espoleto; pero no se resigna a
su suerte. En 1200 los asisienses se sublevan de nuevo; y ahora sí, consiguen
arrasar la fortaleza, la Rocca Maggiore, que desde la altura del Sasso Rosso
sombreaba las 255 casas que albergaban a los dos mil habitantes que
componían toda la vecindad. Se estableció un gobierno comunal, aunque la
carta definitiva de su libertad no la recibirán los ciudadanos asisienses hasta el
año 1210, después de algunas batallas perdidas en las que intervendrá el
propio Francisco.
239
Los clérigos de la iglesia de San Jorge, muy cercana a su casa, le enseñaron a
leer y a escribir un poco de latín, que seguía siendo el idioma habitual en la
Umbría; aprendió también algo de música y de poesía, porque cuando se
sentía alegre cantaba canciones que él mismo componía (¿sí?), y,
posiblemente, las tres reglas de cálculo, imprescindibles, después de todo, para
quien se iba a dedicar al comercio, como su padre (nada de esto es
comprobable por medio de las Fuentes, aunque puede suponerse).
240
enfermedad grave; pero no es solamente una enfermedad corporal, la
tuberculosis (¿?), que lo acompañará ya siempre hasta su muerte, sino también
una especie de enfermedad del espíritu, una depresión, una apatía, que ahora
le tornaba amargas todas las cosas que antes le atraían: «Ni la belleza de los
campos, ni la frondosidad de los viñedos, ni todo lo que de más delicioso haya
los ojos pudo, en modo alguno, deleitarle. Se maravillaba de tan repentino
cambio y juzgaba necios a quienes amaban tales cosas» (1C 3,4).
Era el Señor que empezaba a trabajarlo desde dentro. No obstante, él sigue
empeñado en ser un caballero, un guerrero de fama, al estilo de Gualterio de
Brienne, jefe de los ejércitos pontificios que luchan en el sur de Italia contra
las tropas del emperador. Una vez repuesto, Francisco se enrola en el ejército
pontificio y se encamina hacia el sur; pero el Señor lo espera a mitad de
camino. En Espoleto cae de nuevo enfermo. Es el comienzo de la conversión.
Regresa a casa. Sus amigos de siempre le preparan una gran fiesta. Francisco
está tan alegre que sus amigos piensan que ha encontrado esposa y se va a
casar. Y era cierto, se iba a desposar, pero con una esposa muy especial:
«Estoy pensando en tomar una esposa tan noble, rica y hermosa como jamás
hallan visto otra» (TC 7; 1C 7). Francisco ha descubierto a Madama Pobreza,
la pobreza de Cristo que lo invita a abandonarlo todo y a entregase a ella como
a una mujer querida.
241
encuentro definitivo con su identidad profunda, la identidad del Poverello de
Asís.
Ahora si que se hizo realidad literal la ambición más profunda de todos los
movimientos de pobreza voluntaria que se venían sucediendo en la Iglesia
desde hacía más de un siglo: Seguir desnudos a Cristo desnudo, que tan
bellamente cantará un discípulo del propio Francisco, Iacopone da Todi:
«Povertil é nulla avere e nulla cosa poi volere e onne cosa posedere en spiritu
de libertate»
97
La Porciúncula pertenecía a la abadía benedictina de Monte Subasio, la cual la cedió más tarde a San
Francisco. Este, en señal de reconocimiento y casi como signo de vasallaje, mandó que sus frailes enviasen,
cada año, a los monjes una cesta de peces; pero éstos, en razón de la humildad de Francisco, le enviaban a él y
a sus hermanos una cántara de aceite. Cf. Leyenda de Perusa, 56; Espejo de perfección, 55. El nombre de
242
que él había restaurado y elegido como residencia habitual, cuando el
sacerdote leyó el pasaje del Evangelio de Mateo (10, 7-13) en el que Jesús
envía a sus discípulos a predicar y a curar enfermos, yendo pobremente
vestidos y mendigando el sustento, lo consideró como una llamada dirigida a
él personalmente; entonces descubrió su vocación definitiva: «Esto es lo que
yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que, en lo más íntimo de mi
corazón, deseo poner en práctica» (1C 22; TC 25; LM 3,1). Había descubierto
su vocación de pobreza en predicación itinerante, que para él era sinónimo de
una vida plenamente evangélica: «El Altísimo mismo me reveló que debía
vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14).
Porciúncula, le viene de un trozo de terreno: «porcioncola». Y el apelativo de Santa María de los Ángeles, se
debe a que el pueblo creía que los ángeles bajaban allí a cantar las alabanzas del Señor.
243
porque entonces sería preciso tener armas para defenderlos (Tres
Compañeros, 35).
Ante el Señor Papa Inocencio III: Francisco se da cuenta de que hay que
escribir una Regla que defina los ideales y aglutine al grupo. Será la Regla
primitiva. Se· desconoce su texto porque se ha perdido, pero se sabe que era
apenas una recopilación de textos del Evangelio; entre los cuales estarían sin
duda: Mt 19,21; la respuesta de Jesús al joven rico; Lc 9,2-3, y Mt 10, 9-10: el
envío de los discípulos «a predicar el Reino de Dios y curar enfermos»; Mt
16,24: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame». Y añadió, como dice Celano: «algunas pocas cosas más,
absolutamente necesarias para poder vivir santamente» (1 Celan o, 32; Tres
Compañeros, 29).
Pero un grupo como el suyo puede ser fácilmente confundido por el pueblo, e
incluso por los obispos, con muchos otros grupos que caminan por ahí sin
sujeción a la Iglesia y sospechosos de herejía. Francisco, en cambio, quiere ser
un hijo fiel de la santa Madre Iglesia. Para que todo quede claro ante el
pueblo y ante los señores obispos, es preciso pedir la aprobación del señor
papa Inocencia III. Podría pedir la aprobación al obispo de Asís que lo conoce
y acepta su estilo de vida, pero Francisco quiere una aprobación, no para una
iglesia local, sino para la Iglesia universal (1 Celano, 30, 31). Era el año 1209.
244
según aparece narrado en las biografías antiguas, el señor papa intuyó en aquel
pobre mendigo la respuesta a un sueño en que veía la Basílica de San Juan de
Letrán, a punto de derrumbarse, y a un hombrecillo insignificante que
arrimaba el hombro para sostenerla. En consecuencia, aprobó, aunque sólo
oralmente, la Regla y el estilo de vida que Francisco le explicó en pocas
palabras, porque realmente pocas palabras se necesitan para decir que se
quiere vivir sencillamente, «según la forma del santo Evangelio» (Test. 14).
El papa le había dado facultad para predicar; pero también había ordenado que
les hicieran la tonsura; con lo cual, en cierto modo, los sacaba de la condición
de seglares y los preservaba del peligro de confusión con cualquier otro grupo
de predicación pobre e itinerante, pero por libre. Ellos quedaban así
enmarcados dentro de la santa Madre Iglesia Católica. Francisco será
ordenado después de diácono (un dato que nos del todo seguro: ¿por qué
ninguno de los biógrafos menciona la dicha ordenación, habiendo sido, como
tuvo que serlo, un acontecimiento tan significativo para la fraternidad? ¿Será
porque nunca se dio?).
245
soñoliento en la oración, vigilias y otras obras buenas, entonces lo deberán
castigar como a un jumento malo» (EP. 97; 2C 129). Tampoco entre los
seguidores de Francisco faltaron, es verdad, algunas extravagancias como las
de fray Junípero o las de fray Juan el Simple, pero llenas siempre de dulzura y
de simpatía. Es una pobreza vivida en la alegría y en la entrega generosa al
servicio de la misma fraternidad, de los pobres y de los enfermos,
especialmente de los leprosos, porque éstos eran los últimos, los menores de
entre los enfermos. Otros Cristos nuevamente crucificados.
También a Francisco le parece que crecen en demasía (2C 70). Cada año, el
Santo reunía en Asamblea a sus Hermanos Menores para exhortarlos al
cumplimiento de la Regla y para hacer los destinos de predicación itinerante.
246
En 1217 se celebró una asamblea especial; se puede decir que es el primer
Capítulo verdaderamente tal. Se le conoce como el «Capítulo de las Esteras»
(¿el primer Capítulo de las Esteras no fue celebrado en Pentecostés de 1221?),
porque los hermanos construyeron unos cobertizos de cañizo y de esteras.
Tomaron parte en él unos cinco mil Hermanos Menores.
Después que Inocencio III dio su aprobación oral a la Orden, Francisco quiere
horizontes más amplios. «En el sexto año de su conversión», probablemente
en 1212 (1C 55), decide embarcarse para Siria, pero la Providencia se muestra
desfavorable a la expedición en forma de unos vientos contrarios que
247
devuelven la nave a las costas de Dalmacia. De nuevo en Italia, dice
bellamente Celano, el santo «se dedicó a recorrer la tierra, y surcándola con
el arado de la palabra de Dios, sembraba la semilla de vida» (1C 56). En otro
intento de evangelizar a los musulmanes, y ansioso del martirio, hacia 1213-
1214, se dirige a Marruecos (1C 56-57), pero al llegar a España, una
enfermedad le obliga a regresar a su cuartel general de la Porciúncula, después
de visitar Compostela.
248
martirio. No obstante, el camino del Islam será una preocupación franciscana
de todos lo, tiempos.
98
Sabatier, P. San Francisco de Asís.
249
La Regla Franciscana: durante su ausencia en Oriente, los vicarios generales
en Italia, introdujeron modificaciones importantes: Ayunos y abstinencias más
frecuentes, estricta disciplina, construcción de iglesias y grandes conventos; y,
sobre todo, crearon casas de estudios. Evidentemente, no todo era
objetivamente malo; pero se desviaba notablemente de la sencillez de los
orígenes.
Avisado de lo que pasaba, por un hermano que había ido expresamente para
ello (creo que de nombre Esteban), Francisco regresa rápidamente a Italia
(1220). Antes de volver a Asís, se entrevista en Roma con Honorio III, el cual,
por la bula Cum secundum concilium, revocó las innovaciones introducidas
por los vicarios, impuso un año obligatorio de noviciado para los nuevos
candidatos (según lo había sugerido anteriormente Jacobo de Vitry), prohibió
el abandono de la Orden después de la profesión y exigió a todos los hermanos
la obediencia a los superiores para ir de una parte a otra. Francisco le pidió al
papa la designación de un cardenal protector. Fue nombrado para este cargo el
cardenal Hugolino de Ostia, futuro Gregorio IX, el cual encomendó a
Francisco la redacción de una nueva Regla que fuese apta para gobernar una
Orden tan numerosa ya.
250
impuesto en derecho, y de un talante muy autoritario, que antes de su ingreso
en la Orden (1211) había desempeñado cargos de gran responsabilidad en el
gobierno de la ciudad de Asís. Su modo de gobernar creará graves problemas
a la Orden, hasta el punto de tener que abandonarla; y será excomulgado por
el papa (¿?); pero no hay que adelantar acontecimientos. Todo su afán
consistirá en hacer de la Orden franciscana una institución poderosa e
influyente en la Iglesia y en la sociedad (esto es una visión parcializada sobre
Elías, al mejor estilo espiritual).
Para redactar la nueva Regla, Francisco tomó como ayudante a fray Cesáreo
de Espira, gran conocedor de la Sagrada Escritura. Es de suponer que esta
Regla de 1221 toma como punto de partida la selección de textos evangélicos
de la primera Regla de 1209 pero, sin duda, contiene muchos más, pues llegan
a cerca de un centenar. Como no podía ser de otro modo, Francisco ha
incorporado en la nueva Regla las disposiciones de la Bula de Honorio III
relativas al año de noviciado y al no girovagar de una parte a otra sin licencia
de los superiores. La pobreza y la sencillez evangélicas de los primeros
tiempos campean en todo su esplendor en el nuevo texto. Francisco ha hecho
aquí su propio autorretrato. No era, ciertamente, un texto de medias tintas con
el que contentar a los dos grandes bloques en que se hallaba dividida la Orden.
251
de los orígenes, impusiera la Regla, pero no quiso actuar así. Ellos querían una
Regla menos exhortativa y más concreta, más disciplinada (es decir, más
legislativa). Y, de hecho, prevaleció esta opinión, porque la misma Curia
romana le pidió a Francisco que redactase una nueva versión; él aceptó sin
rechistar la insinuación de Roma.
La leyenda de Perusa (n° 17) hace mención de un hecho que, de ser verdadero,
preanunciaría las tribulaciones que le esperaban a Francisco a causa de la
Regla que estaba redactando. Fray Elías, capitaneando a un grupo de ministros
o superiores de los conventos, se presenta ante Francisco para decirle: «Son
ministros que, habiendo oído que estás componiendo una nueva Regla y,
temen que la hagas demasiado estrecha, dicen y reafirman que no quieren
obligarse a ella; que la hagas para ti, no para ellos».
252
annuere (“solemos conceder”) de Honorio III (1223), por lo cual, es conocida
como Regla Bulada. Hugolino fue providencial para la Orden en aquellos
momentos. Supo conciliar las posturas tan divergentes entre los hermanos
fieles estrictamente a los orígenes franciscanos, y los innovadores, sobre todo
en lo referente a la necesidad de abrir la Orden a los estudios (según como está
esta redacción parece ser que los innovadores eran -por necesidad- infieles a
los orígenes), entre los cuales había, sin duda, espíritus generosos, como
Antonio de Padua, el primero que enseñará teología entre los Franciscanos (y
no se olvide que lo hizo con el permiso explícito de Francisco), y Cesáreo de
Espira. El cardenal Hugolino permaneció siempre fiel al espíritu de Francisco,
a quien apreciaba sobre manera; pero no siempre comprendía lo que hacía el
Santo. Era tal su confianza en él que, aunque esperando siempre algo
imprevisible, optó por decirle: «Hijo mío, haz lo que mejor te parezca, pues
veo que el Señor está contigo» (EP 23: 2C 23; LM 7). Cuando llegó a ocupar
el solio de San Pedro, canonizará a su amigo solamente dos años después de
su muerte.
Esta Regla salvaguarda, sin duda, lo más esencial del espíritu originario; pero
tampoco cabe duda de que es un triunfo de lo jurídico y de lo institucional
sobre lo carismático (¿podía ser de otra manera?). La «prudencia» que la
Curia romana le había exigido a Francisco en la primera visita realizada a
Roma, había ganado definitivamente la partida a la sencillez y a la frescura de
los movimientos de pobreza itinerante. Pero de los labios de Francisco no
saldrá un reproche contra quienes le han obligado a filtrar de tal modo su
espíritu en la materialidad de esa letra (¿sería que él no lo entendió de esa
manera?). Hasta tal punto obedece las decisiones de Roma que, para no
decantarse por un bando ni por otro, «se aislaba de la compañía de los
253
hermanos, para no oír contar de uno o de otro algo malo, que le renovase el
dolor» (2C 157).
254
La Crucifixión presupone la encarnación. Y así, Francisco empieza por
representar al vivo el misterio del nacimiento del Verbo de Dios hecho
hombre. Tuvo lugar en Greccio. Constituía una novedad litúrgica. Por eso
pidió expresamente permiso al papa Honorio III. Era un grito dirigido a todos
los cristianos y a todos los hombres en general: Ved ahí a vuestro Dios como
un niño pobre e indefenso entre el buey y el asno; ved a vuestro Dios en cada
prójimo, en cada pobre y desvalido. Se dirige contra los cátaros, porque Dios
no es solamente espíritu puro, sino también hombre de carne y hueso. Es
también el más duro correctivo contra aquella Iglesia poderosa y rica, dueña
del mundo, en aquella hora estelar del Pontificado: Cristo no vino a dominar,
sino a servir a todos los hombres. Pero Francisco no protesta contra nada ni
contra nadie; es más bien una sonrisa que acaricia al mundo entero, a los
hombres, a los animales, a las plantas, al sol, a la luna, a las estrellas, al
universo entero.
255
Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal: le queda
poco tiempo de vida, pero quiere aprovecharlo al máximo. Emprende una
última correría apostólica. Como ya no puede caminar, a pesar de las sandalias
especiales que le ha confeccionado Hermana Clara para sus pies llagados, lo
llevan de ciudad en ciudad montado sobre un borriquillo. Su entrada en cada
ciudad se asemeja mucho a la entrada de Jesús en Jerusalén. Predicaba; pero,
sobre todo, era testimonio viviente con todo su cuerpo, «pues había
convertido en lengua todo su cuerpo», dice bellamente Celano 97. Regresa a
Asís extremadamente débil; está ya casi ciego. Pero no lo llevan a la
Porciúncula, sino a San Damián, donde le prepararon una choza, a fin de que
Hermana Clara lo pudiera cuidar. Volvía también a su raíz primera; a donde el
Señor lo había llamado para que reconstruyera su Casa.
256
que hacer su Testamento. Lo redactó en abril o mayo de 1226. Escribió
también una larga Carta al Capítulo General (1226) al que ya no pudo asistir.
257
la que bendice: «… para que ella sea siempre morada y estancia de quienes te
conozcan y glorifiquen tu nombre bendito y glorioso en los siglos de los
siglos. Amén» (EP 124).
Como signo de pobreza total, quiso morir desnudo sobre la tierra desnuda;
pero el guardián del convento lo convenció de que la ropa que le
proporcionaba no menoscababa su pobreza radical: «Reconoce que, por
mandato de santa obediencia, se te presta esta túnica, los calzones y la
capucha. Y para que veas que no tienes propiedad sobre estas prendas, te
retiro todo poder de darlas a nadie» (2C 106). En este sentido, iba también la
misiva que Francisco dirigió a la Hermana Clara: «Yo, el hermano Francisco
el pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro Altísimo Señor
Jesucristo y de su Santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin; y os
ruego, mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santísima
pobreza. Y estad muy alerta para que, de ninguna manera, os apartéis jamás
de ella por la enseñanza o consejo de quien sea» (Regla de Santa Clara 6)
Todavía no habían transcurrido dos años, cuando el 16 de julio de 1228 el papa Gregorio
IX, su gran amigo Hugolino de Ostia, se apersonó en Asís para tributarle el máximo honor
que la Iglesia Católica puede conceder a uno de sus hijos: Inscribirlo en el catálogo de los
santos. Fray Elías mandó construir, paradójicamente (¿?), en honor del santo enamorado de
la pobreza, una espléndida basílica, decorada por los mejores artistas del momento, a la que
trasladó el cuerpo de Francisco el 25 de mayo de 1230.
258
«Hermano Sol, hermana Luna»: el ejemplo y la predicación de Francisco,
«el rey de la juventud de Asís», convertido ahora en «juglar de Dios», tuvo
también una gran resonancia entre el mundo femenino de Asís. Entre las
mujeres que oían complacidas las palabras de Francisco, cuando predicaba en
las iglesitas de los alrededores o en la misma catedral, había una que estaba
pendiente de sus palabras. Era Clara de Favarone, que pertenecía a una de las
más nobles familias de la ciudad. Sus padres eran Favarone Scifi99 y
Ortolana100 (ella era la hija mayor de los prestigiosos Scifi). Esta era una chica
profundamente religiosa como lo demostraba el hecho de que hubiese
realizado varias peregrinaciones de especial dificultad en aquel tiempo: Roma,
Monte Gargano y, sobre todo, Tierra Santa. Cuenta la leyenda que el nombre
de Clara se debió a un sueño que habría tenido su madre cuando estaba
encinta: el fruto de su vientre habría de ser una clara luz que alumbraría el
camino de muchas gentes.
Su educación había sido muy esmerada. No sólo era una maestra consumada
en el bordado, como lo atestigua el alba que confeccionó para Francisco que
todavía se conserva, sino que conocía la música, hablaba con elegancia la casi
ya formada lengua de la Umbría, e incluso leía y escribía con corrección el
latín que cada día estaba más en desuso en la ciudad. Era una asidua lectora de
romances y canciones caballerescas. En cierto modo, era el modelo de la
juventud femenina de Asís, como Francisco lo había sido de la juventud
99
Parece ser que fue conde de Sasso-Rosso, representante acaudalado de una antigua familia romana, a quien
pertenecía un gran palacio en Asís y un castillo en las faldas del monte Subasio. Eso es, al menos, lo que
cuenta la tradición.
100
Ella pertenecía a la noble familia de los Fiumi.
259
masculina. Era trece años más joven que Francisco. Según parece nació en
Asís el 16 de julio de 1194.
260
quien estableciera los estándares de conducta aceptables para una mujer; y
estos límites de acción para ellas quedaban prácticamente reducidos a los
oficios domésticos y, en el mejor de los casos, a la reclusión en un monasterio.
Por eso, las Damas Pobres de Asís tuvieron que aceptar un estilo de vida más
semejante al de las monjas de San Benito, al parecer por disposición de la
misma Curia romana. Jacobo de Vitry establece en 1216, apenas cuatro años
después de la «conversión» de Clara, un paralelismo entre la vida de los
Hermanos Menores y las Hermanas Menores:
Clara y sus Damas Pobres complementaban así algo que Francisco llevaba
muy dentro de sí: el afán por la contemplación. Sin embargo, por las
exigencias del Evangelio, cuya forma de vida quería cumplir a rajatabla, tuvo
que vivir siempre un poco escindida entre la soledad de los eremitorios y el
tumulto de multitud en las ciudades. La Leyenda mayor informa cómo fueron
Clara y sus Damas Pobres, junto con el hermano Silvestre, quienes
101
Jacobo de Vitry, Carta a los Canónigos de Lyón, octubre de 1216.
261
consiguieron de Dios con sus oraciones la clarificación de las vías apostólicas
de la predicación del Evangelio a los hombres (LM 12; Flor 16)
.
Lo mismo que en el caso de Francisco, que recibió de los benedictinos la
iglesia de la Porciúncula, también Clara recibió de ellos la iglesita de San
Damián, donde Francisco había recibido de labios de Cristo la orientación
definitiva de su vida. En San Damián nació la Orden segunda de San
Francisco, la Orden el las Clarisas. Se trataba de un nuevo género de vida
religiosa, distinto de las monjas tradicionales de la Edad Media, a pesar de
que, como consecuencia del Decreto lateranense (1215) que obligaba a las
nuevas Órdenes religiosas a tomar una de las Reglas ya existentes, Clara tomó
la de San Benito; pero esto no significa que la Clarisas fuesen Benedictinas.
Era simplemente una manera de poder declarar auténtica a la Orden, como le
decía el papa Inocencio IV (1243) a la beata Inés de Praga.
La comunidad empezó a crecer. A los ocho días del escándalo producido por
la fuga de Clara, se fuga también su hermana Inés; más tarde su hermana
Beatriz y, andando el tiempo, incluso su propia madre Ortolana se les juntará;
y asimismo dos sobrinas, Balbina y Amada. Y muchas otras, hasta el punto de
que pudieron enviar Hermanas a fundar otras fraternidades por Italia, e incluso
fuera, como fue el caso de las cinco Damas Pobres de Asís que, a petición de
Inés de Praga, hija del rey de Bohemia y prometida de Federico II de
Alemania, fueron a fundar un nuevo convento en aquella ciudad.
262
habitual entre las monjas del tiempo, Clara hubo de conseguir del papa
Inocencio III (seguramente de forma oral), el «privilegio de pobreza
radical102» (1215-1216), que garantizaba la seguridad para la nueva Orden.
Pero el papa Gregorio IX, que se lo había reconfirmado en 1228, precisamente
durante su viaje a Asís para canonizar el santo fundador, intentó revocarles el
privilegio, que Clara defendió a rajatabla. Inocencio IV en 1247, les impuso
una nueva Regla con la cual quedaba eliminada la profesión, según la Regla
benedictina, y también la pobreza radical; pero fue tal la tenacidad de Clara
por mantener el primitivo ideal franciscano que, por bula de Inocencio IV, del
9 de agosto de 1253, quedaba definitivamente aprobado el «privilegio de la
pobreza radical» para las Hermanas Clarisas en la Regla por ella redactada y
en la que introducía algunos párrafos literales de la primera Regla escrita para
ellas por Francisco. Por primera vez era aprobada por un papa una Regla
presentada por una mujer.
102
Grau, E., El privilegio de la pobreza de Santa Clara. Historia y significado, “Seleccione de Franciscanismo”,
20 (1978), pp. 233-242
263
Órdenes afiliadas a su Regla. Fueron especialmente numerosas las vocaciones
y fundaciones de Clarisas en España. En el año de la muerte de Santa Clara
(1253) había ya 21 conventos, y en 1300 se había elevado el número hasta 49.
Sobresalen Pamplona (1228), Zaragoza (1234), Plasencia (1233), Burgos
(1234). A medida que avanzaba la Reconquista de Andalucía, las Clarisas se
hacían presentes por diversas ciudades, como Ubeda (1247) y Jaén (1253).
264
que los frailes menores pudieran pedir por ellas. Esta completa renuncia a toda
propiedad fue, sin embargo, considerada por Hugulino inviable para mujeres
enclaustradas. Por tanto, cuando en 1228 fue a Asís para la canonización de
San Francisco (habiendo mientras tanto ascendido al trono pontificio como
Gregorio IX), visitó a Santa Clara en San Damiano, y la presionó tratando de
desviarla de la práctica de la pobreza que había guardado hasta ese momento
en San Damiano , y hacerle aceptar algunos bienes para cubrir las necesidades
imprevistas de la comunidad. Pero Clara rehusó firmemente. Gregorio IX,
creyendo que su renuncia podía deberse al miedo a violar el voto de absoluta
pobreza que había hecho, ofreció absolverla de él. "Santo padre, yo anhelo la
absolución de mis pecados", contestó Clara, "pero no deseo ser absuelta de mi
obligación de seguir a Jesucristo".
265
contra ella, hágasele saber que incurrirá en la ira de Dios Todopoderoso y de
sus Bienaventurados Apóstoles, Pedro y Pablo”103.
266
de la penitencia a su manera. Su contenido es estrictamente espiritual y
centrado en la idea de conversión, predominando en ella el mandamiento del
amor y la llamada constante a crecer y vivir conforme al Evangelio. En 1221,
con la ayuda del cardenal Hugolino de Ostia, compuso la primera Regla de la
Orden Tercera que, con adiciones posteriores, desde 1221 hasta 1289, fue
descubierta y publicada por Pablo Sabatier en 1903 con el título de Memorial
del propósito de los hermanos y hermanas de Penitencia que viven en las
propias casas, empezado en el año 1221104.
Pero la gran intuición de San Francisco no consistió en hacer con los seglares
una simple cofradía de gentes piadosas, sino gentes verdaderamente
comprometidas con el Evangelio en medio del mundo. En vez de ponerles
cortafuegos que los separasen del mundo, lanzó a los seglares en medio del
mundo, pero con su mismo espíritu de penitencia y de pobreza. Francisco
entendió la Tercera Orden como destinada a identificarse con todos los
hombres, por eso el título de su escrito destinado a ellos: Carta a todos los
104
Los franciscanólogos discuten acerca de si San Francisco intervino personalmente en la redacción de este
documento. Es posible que no lo hiciera, pero el escrito refleja perfectamente su espíritu. Este Memorial...,
fue la Regla observada por los Terciarios Franciscanos Seglares hasta que fue modificada por Nicolás IV en
1289 con la Bula Supra montem.
267
fieles. El ideal secular que Francisco ha impreso en el corazón de sus
Terciarios, ha sido descrito amplia y bellamente por varios autores.
Ahora bien, del seno de estos penitentes seglares salieron muy pronto algunos
grupos que vivían en comunidad, dedicándose a la oración, al trabajo y a las
obras de misericordia. En 1324, el papa Juan XXII, mediante la bula Altissimo
in divinis, aprueba estos nuevos grupos diseminados un poco por toda Europa,
que viven de una manera autónoma, sin ninguna conexión entre sí, al margen
de tener un espíritu franciscano común. En 1447, el papa Nicolás IV, con la
bula Pastoralis officii, unifica todos estos grupos bajo la dirección de un
ministro general. Queda constituida así la Tercera Orden Regular con
autonomía propia, puesto que hasta entonces todos esos grupos habían
dependido de la Primera Orden de San Francisco. León X, con la bula Inter
268
caetera (1521) reformuló la Regla en todo lo referente a los hermanos y
hermanas de vida religiosa propiamente dicha.
269
configurado desde el comienzo de la Reconquista (siglo VIII), había agotado
ya todas sus posibilidades. El régimen eclesial anterior se caracterizaba,
aunque pueda parecer una paradoja, por la estaticidad y por la movilidad. La
estaticidad era consecuencia de su configuración jurídica, de su organización
beneficial y de su economía de tipo agrario. Y la movilidad era, a su vez,
causada por las continuas reparcelaciones a que obligaba el permanente
ensanchamiento de las tierras reconquistadas.
105
Citado por Linage Conde, A., El monacato repoblador, en AA.VV., Historia de la Iglesia en España, II
1°, p. 149.
270
fundaciones con el monacato tradicional, pero en las tierras reconquistadas de
Andalucía tuvieron ancho campo para sí solas, ya que la presencia monástica
en estas regiones fue prácticamente nula.
Fue más eficaz la segunda expedición enviada por San Francisco después del
Capítulo de 1219, y dirigida por fray Juan Parente, que fue el primer ministro
271
provincial de España. Las vocaciones franciscanas surgen pronto en España,
con las cuales fue posible la fundación de conventos. Las fundaciones se
suceden con rapidez: primero fue Zaragoza (1219), después Burgos, Santiago
de Compostela, Toledo. «En los arrabales de las ciudades, como modestos
ermitaños, ofrecieron la estampa del franciscanismo naciente... Pero, sobre
todo, fue en ambiente moro donde consiguieron acendrar su testimonio. En
Valencia y Sevilla, y poco después en Ceuta, alternaron las disputas
sapienciales con los ejemplos heroicos de caridad hacia los cautivos
cristianos y la asistencia espiritual a la numerosa población cristiana que
moraba en Berbería». Juan Parente pasó de ministro provincial de España a
ministro general de la Orden después de la muerte de San Francisco, cargo que
ocupó durante el período 1227-1232.
Los que habían visto en la Regla bulada una especie de traición al espíritu
originario de la Orden, ven ahora en el Testamento una llamada patética de
San Francisco, el cual preveía el giro que estaba a punto de tomar su obra más
querida; y, en consecuencia, exigen una puesta en práctica del mismo,
obligante en la misma forma que la Regla. Pero la mayoría de los frailes que
272
habían optado ya decididamente por la Regla bulada, consideraban el
Testamento como una exhortación cada día más difícil de poner en práctica; lo
mismo que algunas prescripciones de la misma Regla bulada, sobre todo las
relativas al manejo del dinero.
273
«ninguno sea recibido en la Orden, a menos que sea clérigo y con suficiente
conocimiento de Gramática o de Lógica, y si es lego, de tal condición que su
entrada produzca mucha edificación en el clero y en el pueblo»106.
274
de Padua y San Buenaventura. En el Capítulo de 1230 se manifestó
abiertamente la disensión entre los dos bandos.
El autoritarismo de fray Elías, que era laico, provocó la antipatía de los frailes
sacerdotes por una parte, y por otra la desesperación de los Rigoristas a causa
de la tiranía con que eran tratados (¿?). El malestar llegó a tal extremo que
Gregario IX convocó un Capítulo General (1239) que lo depuso (uno de los
líderes que movió a los frailes contra Elías fue Hymon de Faversham, y fue él
quien mal informó a Elías ante el Papa. Hymon no descansará hasta ver a Fray
Elías depuesto; curiosamente, cuando Hymon llegue al generalato de la Orden,
de 1240 a 1244 será cuando ésta alcance su más alta institucionalización e
275
inserción en el mundo académico). Y entonces se demostró el escaso talante
franciscano de fray Elías (¿quién lo demostró? ¿Sus enemigos? No podía ser
de otra manera), que se rebeló contra la decisión del Capítulo aprobada por el
papa, y se pasó al bando de Federico 11 de Alemania, que por entonces estaba
en lucha abierta con Gregario IX, lo cual le valió la excomunión y la
expulsión de la Orden (objetivo que buscaban los espirituales).
Fray Elías murió, sin embargo, reconciliado con la Iglesia en 1253. Todo esto
no debe ser óbice para que se le reconozcan también a fray Elías algunas (no
pocas, diría yo) decisiones de importancia para el futuro de la Orden como
fueron su preocupación por las misiones, el fomento de los estudios entre los
hermanos; y, en general, la gran difusión que alcanzó el franciscanismo
durante su mandato. Fray Elías fue el último hermano laico que ocupó el cargo
de ministro general.
San Buenaventura quiso zanjar de una vez por todas las controversias entre
ambos bandos. Para ello, él mismo compuso una interpretación de la vida y
obra de San Francisco, la Leyenda Mayor, que fue declarada biografía oficial
276
del fundador para toda la Orden en el Capítulo General de 1266, el cual,
además, mandó destruir todas las biografías anteriores (Celano incluido).
Mientras vivió San Buenaventura, se mantuvo una cierta tranquilidad, pero al
morir mientras asistía al II Concilio de Lyon (1274), de nuevo surgieron las
controversias, centradas ahora fundamentalmente en torno a la pobreza.
Los Rigoristas, llamados también Espirituales, empiezan a moverse en contra
del rumor que corre por los eremitorios franciscanos del sur de Italia y de la
Provenza, según el cual el Papa Gregorio X querría abolir para todos los
Mendicantes la pobreza comunitaria o colectiva; llegando a afirmar que ellos
no estaban dispuestos a obedecer tal indicación, aunque el papa lo ordenase.
Por supuesto, el Concilio II de Lyon no dio ningún decreto en este sentido,
pero los Espirituales insistieron en sus diatribas contra la corrupción
introducida en la Orden. Estaban influidos por las ideas de fray Gerardo de
Borgo San Donnino y del teólogo Pedro Juan Olivi (1255), seguidores de las
teorías heréticas de Joaquín de Fiore. Olivi consideraba a San Francisco de
Asís como el nuevo Mesías que inauguraba la Edad del Espíritu Santo,
anunciada por Joaquín de Fiore. Sería la edad de los monjes, y especialmente
del franciscanismo, cuya Regla se identificaba con el Evangelio. Y, por lo
mismo, oponerse a la pobreza en ella establecida, sería oponerse al mismo
Evangelio (Esta relectura del joaquinismo aplicada al franciscanismo la puso
por escrito Gerardo de Borgo San Donnino en su obra Introducción al
Evangelio Eterno, que lógicamente fue condenada como herética).
Discípulo de Olivi fue Ubertino de Casale, autor del libro Arbor vitae
crucifixae Jesu, en el que se exalta contra la corrupción del Papado, al que
tilda de «Anticristo», «mala bestia y no papa». El ministro general dispersó a
los Espirituales por diversos eremitorios; algunos incluso fueron encarcelados
277
como herejes; y otros fueron enviados a las misiones de Armenia Menor
(Cilicia). Uno de éstos murió más tarde como mártir: el beato Tomás de
Tolentino. Entre los Espirituales tuvo una actividad preponderante Ángel
Clareno, que se convirtió en el representante principal de los Espirituales.
Escribió la Historia Septem tribulationum107, en la que la que narra sus
aventuras en defensa del espíritu franciscano originario. Otro de los
Espirituales más influyentes fue el gran poeta fray Jacopone de Todi.
278
pronunció un vibrante discurso en defensa de los Espirituales al que replicaron
los representantes de la Orden, tachándolos de rebeldes. Por la bula
Quorumdam exigit (2 de octubre de 1317) el papa sometía de nuevo a la
obediencia de la Orden a todos los Espirituales y les obligaba a adaptarse a la
vida común en todo lo relativo al modo de vivir la pobreza y vestir el hábito
propio de los Hermanos Menores (color ceniza).
Para doblegar la resistencia de los Espirituales que no aceptaron la bula del día
2 de octubre, Juan XXII publicó el 30 de diciembre del mismo año 1317 otra
bula, Sancta Romana109, por la que se suprimían todos los conventos de los
Espirituales: esos falsos frailes “que fingen observar la Regla de San
Francisco a la letra, no prestando obediencia a los superiores de la Orden de
los Menores y aduciendo haber recibido un privilegio de Celestino V por el
que se reconocía su estado de vida”; y una tercera, Gloriosam Ecclesiam (23
108
La Congregación Benedictina de los Celestinos fue fundada por Pedro de Murrone en 1254: el nombre
deriva del de su fundador en 1294 después de su elección al papado con el nombre de Celestino V. Esta orden
se deriva de la orden de San Benito. Celestino V fue quien les dio autonomía a los fraticelli.
109
Con la publicación de esta bula Juan XXII pretende identificar, para reprimirlos, algunos componentes
mayores del abigarrado mundo de la disidencia franciscana, que hasta entonces no se había proyectado en
el ámbito de la herejía, y establecía las premisas canónicas para su heretización.
279
de enero de 1318), por la que se condenaban sus errores dogmáticos; con esta
bula Juan XXII castiga con la excomunión a los Espirituales huidos a Sicilia,
definiéndoles como “rebeldes, cismáticos y defensores de un perverso
dogma”. En Provenza, cinco espirituales pertinaces cayeron en manos del
tribunal de la Inquisición, el cual condenó a uno a ser emparedado (enjaulado),
y a los otros cuatro a morir en la hoguera (1318). Los Espirituales que no
aceptaron las decisiones pontificias abandonaron la Orden y se unieron a otros
grupos fanáticos, dando origen a una secta herética conocida genéricamente
como los Fraticelli110.
110
el grupo de los Fraticelli originado entre algunos franciscanos de la Marca de Ancona quienes, tras su
primer exilio en Armenia (1290-93), ya se habían convertido en 1317 en una familia autóctona con el
consentimiento del Papa Celestino V y bajo la dirección del H. Liberat (Pedro de Nacerata) y de Ángel
Clareno (Pedro de Fosombrone).
280
en 1337 fray Ángel Clareno, el infante don Felipe fue el verdadero director
espiritual del grupo en Italia. No se conoce cómo ni cuándo murió.
Probablemente en 1347.
281
La disputa fue llevada ante Juan XXII, el cual, de inmediato, hizo arrestar al
franciscano; y previa consulta a algunos obispos y doctores en Teología y en
Derecho canónico, publicó la bula Quia nonnunquam (26 de mayo de 1322),
en la que se declaraba discutible la opinión de Nicolás III. Esto provocó un
enorme escándalo entre los franciscanos, porque consideraban que las palabras
de Nicolás III constituían un verdadero dogma de fe. El Capítulo General,
reunido en Perusa, rogó al papa que no innovase nada. Pero no contentos con
esto, el ministro general, Miguel de Cesena, juntamente con algunos
provinciales y doctores en Teología de la Orden, publicó un escrito dirigido a
toda la Iglesia en el que, por su cuenta, decidían la cuestión doctrinal,
afirmando que ni Cristo ni los Apóstoles habían poseído nada ni personal ni
comunitariamente.
282
Apóstoles habían poseído nada en común ni tenían derecho a vender o
cambiar sus bienes.
Esta declaración de Juan XXII fue considerada como una verdadera herejía
por buena parte de los Franciscanos. Muchos de ellos se pasaron abiertamente
al bando de Luis de Baviera, contribuyendo en buena medida a la redacción
del manifiesto de Sachsenhausen (22 de mayo de 1324), en el que se afirmaba
que el papa se había alzado contra el mismo Señor Jesucristo y contra su
sacratísima madre que vivió con su hijo en la observancia del mismo voto de
radical pobreza. Juan XXII, con una nueva bula, Quia quorundam (10 de
noviembre de 1324), ratificó su doctrina, la cual, a primera vista, parecía una
contradicción con la declaración de Nicolás III, pero en realidad, como se
desprende del contexto, solamente condenaba a los que negaban a Cristo y a
los Apóstoles el derecho a poseer bienes materiales.
283
retenidos por el papa en Aviñón, huyeron de noche (25 de mayo) en una
galera (carreta) que les envió Luis de Baviera. De esta forma se pasaron al
bando de Luis IV de Baviera, que acababa de nombrar un antipapa en la
persona del franciscano Pedro Rainalducci (1324).
Después de estos sucesos, Miguel de Cesena fue destituido del cargo de ministro
general y, posteriormente, excomulgado a causa de las furibundas campañas
denigratorias contra Juan XXII, en las que asimismo esparcía doctrinas
heréticas que fueron condenadas por una bula dirigida expresamente contra él,
con este significativo título: Quia vir reprobus (16 de noviembre de 1329).
Miguel de Cesena, ante esto, publicó otros escritos defendiéndose.
284
los ideales originarios de San Francisco de Asís, había sido sostenida tan
imprudentemente como lo hicieron los Fraticelli.
Para conocer quién fue Santo Domingo lo más oportuno es remitirnos a sus
propios escritos, pero resulta que la mayor parte de ellos han desaparecido. Lo
único que se conserva es el Libro de costumbres o texto legislativo primitivo
de la Orden, basado en las constituciones de los Premostratenses; poseemos
también las Constituciones redactadas por fray Domingo para el monasterio de
San Sixto, y también tres Cartas.
111
Fue sucesor de Santo Domingo en el cargo de Ministro General
285
brilla, se debe a circunstancias que fueron más decisivas para la Iglesia y la
cultura que todas esas cosas que se le atribuyen a nivel popular.
286
Fue así como Domingo fue descubriendo su identidad profunda y el carisma
que el Espíritu le había concedido para responder a las necesidades y
aspiraciones de la Iglesia y de la sociedad de aquella época. En realidad no era
una propuesta totalmente nueva: era el nuevo ideal de vida apostólica, que
actuaba ya en el interior de la Iglesia desde hacía algún tiempo. Domingo se
percató de todo esto mediante un suceso concreto: la predicación del obispo
Diego de Acebes a los legados pontificios. En esa predicación del obispo se
encontraba sintetizada la intuición fundamental que constituiría a la Orden de
Predicadores.
El obispo de Acebes amonestó a los legados a seguir trabajando con más ardor
que nunca en la predicación, abandonando todas las demás preocupaciones. Y
para tapar la boca a los herejes recomendaba enseñar la doctrina practicándola
con la vida, según el ejemplo del Buen Maestro y de sus Apóstoles: sin oro ni
plata, yendo a pie, etc.
Inocencio III aprobó este estilo de vida, que ya él mismo había denominado
“Predicación de Jesucristo”. El obispo de Osma se había entregado a este
estilo de predicación. Pero como lo reclamaban sus obligaciones pastorales,
entonces puso en frente a uno de los predicadores que le acompañaban: fray
Domingo. Se trataba de un ideal de vida apostólica.
Pues bien, Santo Domingo no solo practicó durante diez años la predicación
pobre, itinerante, sino que hace de ella un programa de vida que pueda ser
vivido por una comunidad estable.
287
Fue en Prouille donde Domingo constituyó el primer centro de predicación: la
Comunidad de Nuestra Señora de Prouille (1207). Esta comunidad estaba
conformada únicamente por mujeres, que habían sido abandonadas por sus
familias por abandonar el catarismo. Así las cosas, esta Comunidad se
convirtió en lugar de acogida para los predicadores de la zona y para aquellas
mujeres expulsadas de sus casas por haber abrazado la fe católica. Al lado del
edificio creado para ellas, se construyó también otro para los predicadores.
289
parecía haber copiado las tareas que Domingo realizaba juntamente con sus
primeros Predicadores.
Sin duda que en la aprobación pontificia de la O.P. se mira por todas partes la
influencia del canon XIII del mismo Concilio Lateranense, que establece: si
alguien quiere abrazar la vida religiosa ha de escoger laguna de las Órdenes ya
existentes; y si alguien busca fundar una nueva casa religiosa, ha de tomar una
de las reglas ya aprobadas.
Esto explica la respuesta que Inocencio III dio a Domingo: ir a reunirse con el
resto de sus hermanos para que juntos «deliberen cuál de las Reglas ya
aprobadas van a adoptar. Después de esto el obispo les asignaría una iglesia;
posteriormente volvería el Fundador a donde el Pontífice para recibir la
aprobación de todo» (Jordán de Sajonia).
En octubre de ese mismo año Honorio III (Inocencio ya había muerto unos
meses antes) le aprobó su Orden mediante la bula Religiosam vitam del 22 de
diciembre de 1216.
290
vida de sus hermanos, aunque sigue en mucho a las Constituciones de los
Premostratenses112.
La labor legislativa que suscitó este primer Capítulo General de 1220, aunque
tendrá que ser posteriormente perfeccionada, brindó a la Orden una estructura
clara y definida, evitándole así las múltiples controversias internas en que, por
carecer de ella, se vieron envueltos los Hermanos Menores.
291
Superior General con el título de “Maestro General”. También en 1221 Santo
Domingo viajó a Venecia para entrevistarse con el cardenal Hugolino de Ostia
(que fue tan amigo de Domingo como de Francisco de Asís). Y en ese mismo
año, el 6 de agosto, murió.
Las primeras monjas de Prouille tuvieron en sus inicios una marcada vida
activa: dedicadas a la enseñanza y a la atención para con los Predicadores; y
posiblemente ellas también fueron Predicadores. Fue después cuando
evolucionaron hacia un estilo de vida más estrictamente contemplativo y en
clausura. La difusión de las monjas corrió a la par de la difusión de los frailes
dominicos, porque generalmente la fundación de un convento de Predicadores
292
llevaba casi siempre consigo la fundación de una comunidad de monjas
dominicas.
Ya a principios del siglo XIV existían 149 conventos femeninos, y las monjas
sumaban unas 7500, mientras que los frailes llegaban a 10000. Al principio en
cada convento femenino residía una comunidad de frailes para atender a la
dirección espiritual de las monjas. Y esto provocó pronto dificultades entre
ambos estamentos: los frailes creían que no podían cumplir su auténtico
ministerio de la predicación y de la lucha contra las herejías a causa del
tiempo perdido en la dirección espiritual y material de las monjas, siendo así
que más bien deberían ser éstas quienes les asistiesen a ellos en el cometido de
la predicación y de la represión de herejía.
294
Benedicto XI aprobó definitivamente la Orden por la bula Dum levamus
(1304).
295
Espiritualidad: es de una raíz eminentemente cristológica. Obviamente se
pone también muy de relieve el “servicio” de María bajo la advocación de los
Siete Dolores, considerada como Mediadora de Cristo, modelo de vida
evangélica y de servicio humilde a los pobres. De igual modo, los Servitas
siempre se han decantado por los estudios; y a lo largo de su historia han
contado con notables maestros. Pero ha sido en el ámbito mariológico donde
sus doctores y maestros han brillado con luz propia en una tradición que ha
llegado bien arraigada hasta hoy en la Facultad Teológica Marianum de
Roma.
Los Carmelitas
Desde siempre los Carmelitas creían ser sucesores directos del profeta Elías, al
que consideraban como el iniciador de un estilo de vida eremítica en el Monte
Carmelo; este estilo de vida habría sido continuado por su discípulo Eliseo y
por los hijos de los profetas ininterrumpidamente hasta el siglo XII. Estas
leyendas surgieron muy probablemente para demostrar ante el IV Concilio
Lateranense (1215) la existencia de los Carmelitas desde tiempos muy
anteriores a la celebración de ese Concilio. Con esto se buscaba evadir el
decreto conciliar que obligaba a asumir una Regla preexistente para conseguir
la aprobación pontificia.
296
asegurando que el primero superior de la Orden fue San Bertolo. Esto suscitó
una gran polémica entre los defensores de la tesis carmelitana por un lado, y
los bolandistas por otro. La polémica continuó hasta que el papa Inocencio
XII, con la bula Redemptoris, impuso silencio a ambas partes en 1698.
Hoy no cabe duda de que el origen de la Orden Carmelita debe ser colocado
en el contexto de las Cruzadas y en la revitalización de eremitismo que se
advertía en la Iglesia de Occidente desde el siglo XI. Las fuentes más dignas
de crédito se remontan al siglo XII y comienzos del XIII.
Jacobo de Vitry, obispo de San Juan de Acre desde 1216 a 1228, hablando
sobre el renacimiento de la vida eremítica escribe: «Unos… se retiran al
desierto de la Cuarentena; otros, a ejemplo e imitación del santo y solitario
Elías, viven anacoréticamente en el Monte Carmelo… donde en pequeñas
celdas como panales, estas abejas del Señor fabrican dulce miel espiritual».
Ahora bien, ya desde antiguo la figura de Elías fue muy cara a la vida ascética;
el propio San Atanasio en Vita Antonii dice que los ascetas tienen un modelo
en el ejemplo del gran Elías. Y lo mismo opina San Jerónimo.
Se sabe que estos antiguos eremitas occidentales del Monte Carmelo poseían
una Regla muy breve, en la cual se contenían los tres votos religiosos; se
insiste en el silencio y en la oración ininterrumpida, lo que en el ayuno
riguroso que se ha de observar desde el 14 de setiembre hasta Pascua. Esta
Regla probablemente les fue dada por un obispo de nombre Alberto. Según la
legislación canónica vigente entonces, esta aprobación episcopal era suficiente
para darle consistencia jurídica a la Orden del Carmelo. Pero ya vimos que el
IV Lateranense obligaba a las nuevas Órdenes a adoptar una regla ya aprobada
anteriormente, y también reservaba la aprobación de las nuevas Órdenes a la
Santa Sede.
297
Por petición del patriarca Rodolfo de Jerusalén los Carmelitas pidieron, en
1226, la aprobación pontificia, que les fue concedida por Honorio III, pero en
términos que no fueron satisfactorios para los eremitas del Carmelo. Por eso
acudieron posteriormente a Gregorio IX quien, con la bula Ex officii nostri,
confirmó la aprobación en 1229, considerándola una más de las Órdenes
Mendicantes: les imponía pobreza personal y comunitaria, con la única
licencia de poseer algunos animales para su alimentación o trabajo.
Otra amenaza para la Orden fue el II Concilio de Lion (1274), que renovó el
canon del IV Lateranense, pero que además decretó la supresión de aquellas
nuevas Órdenes religiosas fundadas después de 1215. Los Carmelitas, en
cuanto que habían sido fundados antes de esa fecha podían subsistir hasta que
la Santa Sede hubiese determinado otra cosa.
298
El paso de estas comunidades de conversas carmelitas a conventos o
monasterios propiamente dichos se dio con la bula Cum nulla (7 de octubre de
1452), que Nicolás IV dirigió al Superior General.
Los Agustinos
300
cuarenta bulas que fueron promulgadas en favor de los agustinos en tan solo
once años.
En 1256 se dará la gran unión de todos los eremitas a los que se les habían
impuesto la Regla del Santo de Hipona, dando origen así a la Orden de los
Eremitas de San Agustín, que en realidad tenía su más claro substrato en los
Agustinos de Tuscia, que además prevalecieron sobre todos los demás grupos.
Así las cosas, con la bula Licet Ecclesiae Catholicae, el papa Alejandro IV
decretaba la unificación de los cinco grupos siguientes: los Eremitas de la
Orden de San Agustín de Tuscia, los Guillermitas 114, los de San Juan Bono,
los de Brectino y los de Montefavale; y a estos se deben añadir otros grupos
menores que no fueron convocados, como la provincia Lombarda de Pobres
Católicos.
113
Los roces se dieron con los juanbonitas, es decir, los fundados por Juan Bono de Mantua.
114
Este grupo pedirá dispensa papal para separarse, y así lo hizo tan sólo un año después de la unificación,
es decir, en 1256.
301
contradicción con la Regla del Santo. Ya en el Capítulo de 1224 se realizó la
primera redacción de estas Constituciones, que fueron reiteradamente
aprobadas por Inocencio IV y Alejandro IV. Este último promulgó dos bulas
diferentes con un solo día de diferencia y con el mismo título (Solet annuere:
14 y 15 de julio de 1255), para aprobar de un modo específico las
Constituciones agustinas.
Con la Unión los Agustinos lograron una notable expansión, pero a partir de la
segunda mitad del siglo XIV empieza una decadencia, sobre todo a causa de la
peste negra, que arrasó con el 50 por ciento de los frailes, entre 1348-1351. El
prior general, Ambrosio Masari, afirmó que fallecieron cinco mil agustinos.
A finales del siglo XVI, dentro del movimiento provocado por el Concilio de
Trento, surgen los Agustinos Recoletos, que fueron aprobados en el Capítulo
302
General de Toledo, España (1588); su principal inspirador fue el célebre Fray
Luis de León. Recibieron la aprobación pontificia de Gregorio XV, con la bula
Militantes Ecclesiae (1621), que les concedía autonomía propia, pero sin
desprender de la Orden. Se expandieron ampliamente por Filipinas y por la
América Española. La independencia total, por la que se convirtieron en una
Orden propiamente dicha, les fue concedida por San Pio X en 1912.
Las Monjas Agustinas alcanzaron una gran expansión por toda Europa.
También dentro de ellas se introdujo la Reforma de los Agustinos Recoletos y
de los Agustinos Descalzos. Las Monjas Recoletas fueron fundadas por el
beato Alfonzo Orozco en Madrid (1589). Las Descalzas lo fueron por San
Juan de Ribera en Alcoy (1597), aunque bajo una forma un tanto híbrida, ya
303
que les asignó las Constituciones de Santa Teresa 115. Entre las varias beatas y
santas Agustinas ha sobresalido, por la piedad popular que la ha rodeado,
Santa Rita de Cascia (Perusa).
115
Éstas no lograron expandirse más allá de España.
304
en la agricultura. Aunque de momento la cuestión económica no tuvo una
repercusión especial sobre la observancia monástica.
Pero a partir del siglo XIII el monacato cluniacense empieza a decaer cada vez
más deprisa. Los motivos fueron varios: a) la falta de sintonía con los nuevos
tiempos; b) no lograron integrarse en el movimiento comunal, porque la
mayor parte de los monjes provenía del estamento de la nobleza, y por eso
más bien optaron por defender el sistema feudal establecido; c) como
institución tampoco se sumaron a los nuevos movimientos culturales de los
laicos que luchaban por abrirse un camino propio en medio de aquel contexto
cultural dominado hasta entonces por clérigos y monjes; d) asimismo, no se
comprometieron en la lucha por las herejías antisociales y antieclesiales; e) los
monasterios cluniacenses, tan saturados de bienes materiales, no atraen ya a
unos espíritus cuyo prototipo es Francisco de Asís, y que buscan el
seguimiento de Cristo pobre y en predicación itinerante; f) buena parte en esta
decadencia la tuvo la forma en que se elegían los abates después del Cuarto
Concilio Lateranense. El IV de Letrán menciona dos formas de elección: por
inspiración, que es aquella en la que todos los votantes actúan unánimemente;
y por compromiso, reservada a un grupo reducido (de tres a doce) y que han
de actuar por unanimidad. Como la primera casi nunca se da, se impuso la
segunda. Pero resulta que este “grupo reducido” de compromisarios con
frecuencia se vio entorpecido por gentes externas al monasterio a la misma
jerarquía eclesiástica. De modo que varias veces se produjeron elecciones
dobles: una provenientes de los monjes, y otra de los seglares, que podía ser el
rey o una familia noble que se creía con derecho a intervenir en la elección; y
a esa frecuente doble elección se añadía una proveniente de la Santa Sede.
Estas intervenciones de la Santa Sede se generalizaron en los siglos XIII y
305
XIV, generando conflictos que mantuvieron a muchos monasterios en una
situación de interinidad.
Por todo esto, a lo largo de los siglos XIII y XIV, los cristianos que buscaban
un estilo de vida más radicalmente evangélico ya no tocaban a las puertas de
los monasterios, sino a las de los conventos mendicantes.
306
mismo monjes olvidaron aquella primitiva austeridad para instalarse en el lujo
y la molicie116.
116
Afición al regalo, abundancia, delicadeza, afeminación.
307
En 1327 fue elegido cardenal y en 1334 papa. Empezó por frenar a los monjes
giróvagos; después se propuso eliminar los abusos en su querida Orden del
Císter: mejor administración de los bienes materiales, mejor capacitación
teológica, mayor pobreza y austeridad.
117
Esta bula es más conocida con el nombre de Benedictina
308
Nuevas Congregaciones monásticas reformadas: en 1189 Joaquín de Fiore,
antiguo cisterciense, dio origen a una reforma en el monasterio de Fiore
(Calabria), llamada Congregación de Fiore, que contaba con más de cuarenta
monasterios a finales del siglo XIII. Pero una rápida decadencia en el siglo
XV obligó a los monasterios supervivientes a incorporarse al Císter.
Surgió en 1250 una Orden llamada de los Monjes de San Pablo Primer
Eremita, fruto de la fusión de dos grupos de eremitas llevada a cabo por el
Beato Esteban; la aprobó Clemente V y la confirmó Juan XXII. Aparecieron
otros llamados los Silvestrinos, fundados por Silvestre Guzzolini (1177-1267);
fueron aprobados por Inocencio IV en 1247, llegó a contar con 56
monasterios.
Los Celestinos reciben su nombre del papa Celestino V, cuyo nombre de pila
era Pedro Morrone, y que antes de papa había sido ermitaño. En 1294
renunció al papado. Él, cuando aún no había subido al solio pontificio, fundó
un monasterio para sus discípulos ermitaños, y recibió la aprobación de
Urbano IV en 1264.
309
La Orden española de San Jerónimo: no se trata de una continuación del
eremitismo iniciado por San Jerónimo en Belén, sino más bien la
cristalización de un movimiento eremítico iniciado en Italia, España y
Portugal a mediados del siglo XIV. Por este tiempo proliferaban por toda
España grupos de eremitas que se remitían al espíritu de San Jerónimo, pero el
que estaba llamado a convertirse en el núcleo de la Orden de San Jerónimo en
España fue el eremitorio del Castañar (Toledo).
La Orden de San Jerónimo consiguió muy pronto las simpatías de los Reyes
de España, que la consideraron como su propia Orden. Esto se tradujo en la
multiplicación de monasterios por toda la geografía española, y muy pronto se
expandió por Portugal. Para el año 1998, la Orden contaba con cuatro
monasterios y 32 miembros. También existe la rama femenina: las jeromianas
prometen también la Regla de San Agustín, y para 1998 contaba con 15
monasterios y 325 monjas.
310
-La peste negra: tuvo lugar entre 1348 y 1350, y en esos dos años acabó con la
vida de más de cuarenta millones de personas en Europa. Las comunidades
religiosas también se vieron diezmadas en sus miembros, y hubo algunas en
las que falleció toda la comunidad. Los monasterios se vieron obligados a
conseguir ayuda externa para sus faenas agrícolas. Incluso hubo casos en que
los reyes hacían entrar en los monasterios a los soldados viejos o mancos. Con
vocaciones de este tipo no podía esperarse mucho a nivel espiritual y
apostólico. La decadencia agarraba más impulso.
-La relajación de las costumbres: la relajación alcanzó por igual a monjes que
a monjas. No se distinguía de cuál bando provenían los más grandes
escándalos. Las fiestas mundanas no eran extrañas dentro de la clausura; las
monjas se asemejaban a las damas de la Corte, y algunos monasterios andaban
entre sí en competencias de belleza. En cuanto a los monjes, muchos abades
vivían en las Cortes dilapidando los bienes monacales; algunos monjes se
fugaban de la abadía; y para acabar de ajustar, la misma Curia les dispensaba
de la pobreza y de la vida común.
311
la vida monacal, ya que a nivel externo poco o nada podía esperar, ni siquiera
de la Santa Sede.
Así pues, a pesar del panorama tan triste, empezaron a surgir unos cuantos
monjes fervorosos, que iniciaban reformando algún antiguo monasterio o
fundaban uno nuevo, del cual salí después monjes para otras abadías a las que
iban ganando para su Reforma. Cuando eran ya varios monasterios
reformados se constituían, con el permiso de la autoridad correspondiente, en
una Congregación de Observancia, que tomaba el nombre del monasterio del
que había partido. Así hubo varias: Congregación de Santa Justina de Padua;
Congregación de Bursfeld (de Alemania); Congregación de Melk (en
Austria); Congregación Benedictina de Valladolid; Los Bernardos
españoles...etc.
312
Pero no todo era cuestión meramente pecuniaria. Había también un problema
teológico de fondo; por lo menos, así le parecía a Guillermo de Saint-Amour,
según el cual la mendicidad no es un camino que lleve a la perfección
cristiana, siendo tan claras las exhortaciones de San Pablo, que exigía a los
cristianos de Tesalónica que vivieran del trabajo de las propias manos. Es
cierto que los Mendicantes, según se ha visto anteriormente, salieron
victoriosos de esta contienda con los maestros seculares de la Universidad de
París, pero no es menos cierto también que la pobreza voluntaria de los
Mendicantes, que vivían a expensas de la cuestación de puerta en puerta,
quedó muy desacreditada ante la sociedad, porque se consideraba que, de ese
modo, los Mendicantes arrebataban a los pobres de verdad unas limosnas que
necesitaban para vivir; tanto más, según decía Gerardo de Abbeville, que el
ideal de la pobreza no es exclusivo de los Mendicantes, sino algo que
pertenece a todos los cristianos.
313
Las controversias ya descritas en torno a la pobreza de Cristo, que enfrentaron
a los Franciscanos con el papa aviñonense, Juan XXII, contribuyeron, a lo
largo de los siglos XIV y XV, a hacer más sospechosa aún la pobreza de las
Órdenes Mendicantes, hasta el punto de que en la literatura se hizo corriente la
sátira contra aquellos pobres voluntarios que se servían de la profesión de la
pobreza para alcanzar más fácilmente las riquezas y el confort, y que
predicaban la pobreza de Cristo, pero no la practicaban. Se consideraba como
un verdadero robo a los pobres auténticos las limosnas recogidas por los
frailes pedigüeños, especialmente a raíz de las hambres generalizadas en toda
Europa, simultáneas a la Peste Negra del año 1348.
A mediados del siglo xv, a causa, en buena medida, de que muchos pobres son
confundidos con vagabundos sembradores de falsas doctrinas, porque éstos se
presentan con frecuencia bajo las apariencias de aquéllos, la mendicidad por
parte de quienes gozan de buena salud, se considera contraria a la ley natural,
de modo que solamente se tiene por pobre de verdad a aquel que, como tal, es
conocido personalmente. Esta actitud no sólo hace que se mire de reojo a
aquellos frailes robustos que van pidiendo limosna de puerta en puerta, sino
que su misma predicación en favor de los pobres no siempre es bien aceptada
por los fieles.
314
orígenes de cada Orden y en la relajación de la disciplina regular. Lo mismo
que en las Órdenes monásticas, las dispensas fácilmente concedidas unas
veces por superiores complacientes y otras por la misma Santa Sede para
ganarse, sobre todo, en la época del Cisma, partidarios para la propia causa,
estaban acabando con la vida común, y especialmente con la pobreza.
315
desempeñar determinados ministerios apostólicos, con el correr de los años se
concedían, sin justificación religiosa alguna, tanto por parte de los propios
superiores como, incluso, de la misma Santa Sede, que con ello obtenía unos
ingresos suplementarios nada despreciables. Estas dispensas y privilegios para
las ausencias de la comunidad y especialmente en materia de pobreza, dieron
lugar a una serie de abusos que la literatura satírica del tiempo no dejó de
exagerar, aunque en buena medida responden a la realidad.
316
.
Las dos tendencias observadas, rigoristas y moderados, reciben, de un modo
generalizado, en todas las Órdenes Mendicantes los apelativos de Observantes
y Claustrales o Conventuales, respectivamente. Ya se ha visto cómo la
palabra Claustra designaba la vida monástica y conventual tradicional en
contraposición a las modalidades nuevas surgidas del proceso de reforma. Los
Observantes, por su reiterada afirmación de retorno a los ideales primitivos de
la Orden, tienen ganada de antemano la simpatía de los fieles y de la Jerarquía
eclesiástica; en cambio, los Claustrales o Conventuales suelen recibir una
consideración despectiva o peyorativa, porque se supone que han decaído del
fervor primitivo. Otros términos equivalentes, positivos y negativos, son para
los Observantes el de Familia, y para los Claustrales el de Comunidad,
durante un tiempo que va desde principios del siglo XIV hasta la segunda
mitad del siglo XVI; es decir, hasta que se implanta definitivamente la
reforma de los Regulares decretada por el Concilio de Trento.
317
Aunque a lo largo de la segunda mitad del siglo XIV y a lo largo de todo el
siglo XV, los Franciscanos mantuvieron una gran actividad apostólica, como
predicadores de grandes masas populares y con servicios especializados en
favor de la Santa Sede, sin embargo, no pudieron menos de verse envueltos en
las tinieblas generalizadas que oscurecían a las Órdenes religiosas y a la
misma Iglesia en general.
318
el punto de serles concedido nada menos que el convento de la Porciúncula,
cuna de la propia Orden. Fray Paulo de Trinci fue elevado a la categoría de
comisario general para los 35 conventos y eremitorios reformados de Umbría
y de las Marcas.
319
Corbie (1381-1447). Santa Coleta había realizado un largo camino espiritual,
primero entre las beguinas de Corbie, después entre las benedictinas de la
misma ciudad; después entre las Clarisas Urbanistas de Moncel; después entre
las Terciarias Franciscanas de Hesdin, y, finalmente, llevó vida de reclusa
junto a la iglesia parroquial de su propia ciudad natal durante algunos años.
Después de haber experimentado algunas apariciones de San Francisco, salió
de la reclusión para iniciar la Reforma de las Clarisas bajo la dirección del
franciscano Enrique de Baume. El papa aviñonés Benedicto XIII aprobó su
iniciativa, recibiendo él mismo la profesión religiosa de la Santa en Niza; la
nombró abadesa general de los monasterios reformados y le concedió facultad
para recibir en sus monasterios a Clarisas provenientes de otras comunidades.
La Reforma de Santa Coleta se regía por la Regla estricta de Santa Clara con
unas Constituciones propias muy rígidas, especialmente respecto a la pobreza
y a la clausura, aprobadas por Pío II en 1458.
Según parece, esta estrecha dependencia de Santa Coleta dio origen a que
entre los Franciscanos se llamase, despectivamente, Coletinos a los miembros
de esta nueva Congregación de Observancia, que tiene como iniciador al ya
mencionado fray Enrique de Baume, director espiritual de la santa. Ambas
Reformas, femenina y masculina, crecían –lógicamente- a la par, porque cada
320
nueva fundación de Coletinas llevaba consigo la fundación de una nueva
comunidad de frailes reformados.
321
trasladó su residencia a La Salceda (Guadalajara) y, poco después, en 1403, a
La Aguilera (Burgos), donde fundó el primer convento.
322
Al fallecer en 1422 fray Pedro de Villacreces, quedó como promotor de la
Observancia, San Pedro Regalado. Casi al final de la época de las
Observancias, concretamente en 1487, surgieron otros núcleos franciscanos
observantes, como el de fray Juan de Guadalupe, denominado Frailes
Guadalupenses y también Frailes del Santo Evangelio, en Extremadura; y el
de fray Juan de la Puebla, el cual había sido anteriormente monje jerónimo,
pero con aprobación de Sixto IV se pasó a la Orden franciscana, y fundó los
conventos de Santa María de los Ángeles (Sierra Morena) y de Belalcázar,
dando lugar a una Observancia que fue aprobada por Alejandro VI en 1496.
323
de mayo de 1493, que autorizaba a los Reyes Católicos para designar un
comisario que visitase y reformase todos los conventos y monasterios de
cualquier Orden religiosa existente en sus dominios. La Reforma monástica y
la mendicante estaban ya en marcha desde mucho tiempo antes en España.
Pero, sin duda, Cisneros le dio un fuerte impulso, aunque con mucha
discreción para que, como fraile ajeno, no apareciese como un intruso en los
asuntos de otras Órdenes.
324
Isabel la Católica, la cual visitaba personalmente muchos conventos, y
conversando y rezando con las mismas monjas, las exhortaba a observar la
disciplina regular, convirtiéndose así en la mejor colaboradora de Cisneros.
325
eso Martinianas, pero no se consiguió el efecto deseado de la reunificación.
Por todo ello, Eugenio IV, después del nuevo intento fallido del Capítulo
General celebrado en Padua (1443) en el que tomaron parte más de dos mil
franciscanos conventuales y algunos observantes como San Bernardino y San
Alberto de Sarteano, concedía tanto a la Observancia francesa como a la
italiana, por la bula Ut sacra (11-1-1446), una autonomía propia que equivalía
en la práctica a la independencia total respecto de los Superiores
Conventuales.
En la Segunda mitad del siglo XV y en los primeros años del siglo XVI no
faltaron nuevos intentos de salvaguardar la unidad de la Orden franciscana;
pero se habían creado ya demasiados intereses, personales unas veces y
comunitarios otras, y también demasiadas tradiciones diferentes que fueron
favorecidas por obispos, por Príncipes y reyes, de modo que la división se
hacía ya inevitable. Ni siquiera la ascensión al solio de San Pedro, del antiguo
ministro general (1464-1467), Francisco della Rovere, con el nombre de Sixto
IV (1471-1484), fue capaz de conseguir la unión.
La división se agravó aún más durante el mandato del ministro general fray
Gil Delphin (1500-1506), hombre de grandes conocimientos jurídicos y
teológicos, pero de escasa prudencia. Su acción en favor de la unión, llevada a
cabo desde una visión enteramente personalista, no consiguió nada más que
muchos conventos y frailes de la Conventualidad se pasaran a la Observancia,
entre otros el Estudio General de París.
326
«generalísimo», en el que tomarían parte los Conventuales y los Observantes.
Se celebró en Roma durante los meses de mayo y junio de 1517, reuniéndose
los Conventuales en el convento-basílica de los Doce Apóstoles, y los
Observantes en el convento de Santa María de Aracoeli. La doble sede
capitular evidenciaba la realidad de dos Órdenes diferentes. Por más que
jurídicamente ambas dependieran aún de un mismo ministro general, la
función de los vicarios generales de los Observantes equivalía, en la práctica,
a la de un ministro general.
327
Conventuales, casi como un sambenito (=descrédito o desprestigio), al que
sólo la reforma tridentina y el tiempo curarán de su aspecto negativo.
Observancia dominicana
328
La Reforma fue iniciada por el beato Raimundo de Capua, confesor de Santa
Catalina de Siena y maestro general de la Obediencia romana (1380-1399).
Empezó por instituir en cada provincia un convento de Observancia, en el que
podían integrarse cuantos frailes quisieran retornar al espíritu primitivo de la
Orden. En Italia se constituyó en fervoroso impulsor de esta Reforma el beato
Juan Dominici (1347-1419), el cual, desde el convento de Santo Domingo de
Venecia, expandió la Reforma por todo el norte de la península, hasta formar
la Congregación de la Observancia de Lombardía, de la que fue nombrado
vicario general en 1393. Antes incluso que en Italia, la Observancia
dominicana se implantó en Alemania por medio de fray Comado de Prusia, el
cual, desde el convento de Colmar, la expandió por todo el país, incluso la
llevó a los conventos de Suiza, y, por medio de fray Francisco de Retz y fray
Juan Níder, también a Austria.
La Congregación de Observancia de Holanda, iniciada por fray Juan van
Uytenhove en 1464, agregó conventos del Báltico oriental, de Irlanda y de
Escocia, e incluso alguno de Francia.
329
reformados, de modo que se prescindió incluso del apelativo de Congregación
de Observancia. En cambio, en los conventos aragoneses, a pesar de los
esfuerzos de San Vicente Ferrer, no arraigó la Reforma hasta bien entrado el
siglo XVI por obra de fray Domingo de Montemayor. En cuanto a la Reforma
de las Monjas Dominicas fue a la par de la Reforma de la primera Orden.
330
Los Siervos de María: La Congregación de Observancia entre los Servitas
partió del convento de Monte Senario. Destruido materialmente por varios
terremotos, y también espiritualmente por las múltiples causas que llevaron a
toda la vida religiosa a la decadencia en el siglo XIV, Monte Senario fue
restaurado material y espiritualmente en 1405, convirtiéndose en el primer
núcleo observante de los Servitas. El papa Eugenio IV sustrajo en 1439 la
Observancia a la obediencia de los provinciales y la hizo depender
directamente del prior general, a través de un vicario general. Esta
Observancia se difundió con rapidez y prestó muy buenos servicios a la
Iglesia. En 1570, después de la Reforma tridentina, Pío V la suprimió a
petición del prior general, fray Azorelli, e incorporó sus 70 conventos a la
jurisdicción ordinaria de la Orden, acabando así con las denominaciones de
Observantes y Conventuales entre los Servitas.
331
colectiva como individual». No faltaron disposiciones de los priores generales
tendentes a Corregir estos abusos. Se esforzó, en este sentido, a principios del
siglo XIV, el prior general, fray Alejandro de San Elpidio (1312-1326), pero
sin resultados positivos, de modo que el peculio (=capital), las asignaciones y
los estipendios fijos concedidos a los frailes por las funciones que
desempeñaban en el convento se hicieron práctica general en toda la Orden.
No era éste el único síntoma de la decadencia de la Orden, pero entre todos los
demás que afectaban a todas las Órdenes, era, sin duda, el más importante, por
lo que significaba de discriminación entre los frailes, y de quiebra de la vida
comunitaria.
Ante una situación así, era lógico que se iniciase una reacción en busca de la
Reforma. Y es, sin duda, la Orden Mendicante en la que más proliferaron las
Congregaciones de Observancia: Congregación de Lecceto (Siena) (1387),
San Juan de la Carbonaria (Nápoles) (1389), Santa María del Popolo, llamada
también de Perusa (1430); Monte Ortone (1436), Lombardía (1439), Alemania
o Sajonia (1422).
332
LA «DEVOTIO MODERNA»
A lo largo del siglo XIV se van fraguando los gérmenes de que Dante
Alighieri llamará Vita nuova119. Son los gérmenes que pronto harán brotar el
“mundo moderno”. Sin duda, este siglo se caracterizó por sus rupturas;
elemento que se palpa en los más ilustres personajes de la época; así por
ejemplo, Gilson dice que Ockham significó un cisma filosófico y teológico.
Petrarca (1304-1374) y Boccacio (1475) abren el camino a Erasmo (1536); así
como Wyclif (1384) y Hus (1415) constituyen el antecedente más inmediato
de la ruptura eclesial provocada por Lutero.
119
Es el título de una de sus poéticas obras. Dante murió en 1321
333
La Devotio moderna, pues, viene a ser una respuesta a su contexto. En su
forma latina, esta expresión indica lo que en ella se contiene; es decir, se trata
de una “devoción” exterior de sentimientos de piedad y fervor religiosos, que
surgió en la actualidad moderna. Fue un movimiento espiritual surgido a
finales del siglo XIV como una contraposición del nuevo hombre devoto
frente al hombre interior, representado por el maestro Eckhart y su escuela.
334
Fue a través de los escritos de Gerardo Groot y de sus discípulos, que la
Devotio moderna se propagó rápidamente por la Cristiandad occidental. Otro
escrito que favoreció muchísimo esta propagación fue la Imitación de Cristo
(el libro más leído después de la Biblia).
335
Se trata de una contraposición entre afectividad e intelectualismo, que se
evidencia en uno de los más representativos, Juan Mombaer: «Todo lo nuestro
pase al afecto, pero santo, piadoso, casto; y reduzcamos todo entendimiento a
la cautividad, en obsequio de Cristo». Ahora bien, esta actitud encierra en sí
misma el peligro de privar a la devoción de una sólida fundamentación
teológica, abriendo así un verdadero abismo entre teología y piedad. El mejor
exponente de esta actitud antiespeculativa fue Tomás de Kempis: «es
preferible sentir la compunción a saberla definir». (Imit. de Cristo I,1,9).
Sin duda, uno de los autores más representativos de la Devotio moderna fue
Tomás de Kempis, nacido en Kemplen en 1379. Se hizo monje en el
monasterio de Agnetemberg, perteneciente a la Congregación de Windesheim;
336
allí su hermano, Juan Kemplis, era el prior. Ya como sacerdote Tomás
escribió muchas obras de espiritualidad; de hecho, en Dialogus novitiorum se
dedica a narrar la vida de los iniciadores de la Devotio moderna. En su haber
se cuentan muchos títulos más, pero la obra que irá indisolublemente unida a
su nombre será la Imitación de Cristo (De Imitatione Christi): es uno de los
libros que más ha influido en la espiritualidad cristiana, así lo atestigua las
más de 6200 ediciones y los 95 idiomas a los que ha sido traducido.
337
haciéndolo suyo también los estamentos populares y los príncipes cristianos:
“hasta las piedras se ven forzadas a gritar reforma”.
338
plasmó fundamentalmente en dos instituciones: las Congregaciones de
Observancia (ya estudiados) y los Oratorios del Divino Amor.
Con este nombre se designa a los miembros de las nuevas Órdenes clericales
surgidas a lo largo del siglo XVI, con votos solemnes, con vida común y con
una actividad apostólica total. Aunque la expresión clérigos regulares es muy
antigua en la Iglesia: fue empleado por vez primera por San Egberto de York
339
en 748, para referirse a los clérigos que cumplían con toda exactitud las reglas
pertenecientes al estado clerical.
Sin lugar a ningún tipo de duda, la génesis de los Clérigos Regulares vino a
responder a los signos de los tiempos en medio de una Iglesia que necesitaba
de una renovación. Era urgente en el mundo eclesial y social la presencia de
una asociación de clérigos que, con las mismas cualidades de los religiosos, y
sometidos como estos a los Consejos Evangélicos a través de una Regla,
permaneciesen -sin embargo- entre el mundo, unidos codo a codo con el clero
secular. Se trataba de que los primeros ayudaran -con su labor apostólica y,
340
sobre todo, con su ejemplo- a estos segundos a retornar a un estilo de vida
sacerdotal más conforme con las exigencias de la Iglesia.
341
Todos sus proyectos de reforma eclesial encontraron eco en sus antiguos
compañeros del Oratorio, entre los cuales sobresalía Juan Pedro Carafa. Murió
en Nápoles el día 7 de agosto de 1547. Pio XII dijo bellamente de él que era
un “apóstol encendido en el Divino Amor y campeón insigne de la
misericordia cristiana”.
De Juan Pedro Carafa (Pablo IV) debemos decir que nació el 28 de junio de
1476 en Capriglia, Nápoles. A los 18 años recibió la tonsura y de inmediato se
encaminó hacia la Roma renacentista, que recién había visto subir al solio
pontificio al cardenal Rodrigo de Borja con el nombre de Alejandro VI.
Nombre que es suficiente por sí mismo para evocar aquella calamitosa
situación de la Iglesia del Renacimiento.
Como era sobrino del rico cardenal Oliviero, Pedro Carafa pudo muy pronto
penetrar en los intrincados caminos de la Curio Pontificia; y ya para 1500 era
camarero secreto de Alejandro VI. En julio de 1505 el papa Julio II lo nombró
obispo de Chieti, diócesis de la cual estuvo siempre muy ausente. Igualmente,
en 1518 León X le confió el arzobispado de Brindis, arquidiócesis que Carafa
gobernó siempre por medio de vicarios, porque nunca se hizo presente en ella.
342
contradiga”, así se expresaba del papa un veneciano que lo conoció. Con
todo, fue intachable en su conducta abocada de todo a la reforma de la Iglesia.
Al morir en 1559, los romanos se desfogaron contra él, arrasando sus estatuas.
No obstante, su memoria se llena de claridad cuando se le contempla al lado
de San Cayetano de Thiene, quien creyó siempre que era del clero de donde
debía venir la reforma de la Iglesia. Y esta fue la idea fundamental que dio
origen a los Teatinos. Si los males de la Iglesia habían comenzado por el
estamento clerical, también por él debía venir la cura.
Esto fue lo que movió a Cayetano a fundar una compañía de clérigos que
fuesen un verdadero modelo de vida y de acción apostólica para aquellos otros
sacerdotes que se movían bajo el sello de la política y sus repliegues
corruptos. Y esto se conseguiría únicamente retornando al estilo de la
comunidad primitiva. Para esto Cayetano necesitaba compañeros decididos, y
los encontró en el Oratorio del Divino Amor. Entre ellos hubo uno que pidió,
insistentemente, ser admitido a la nueva familia religiosa: Pedro Carafa, ya
que él mismo había pensado en un proyecto semejante.
Una cosa tenía bien claro Cayetano: no se trataba de fundar una nueva Orden
de monjes ni de frailes mendicantes; aunque no despreciaba la labor de éstos
en la Iglesia, San Cayetano pensaba en algo totalmente nuevo, no vinculado
con la clausura monástica ni con la conventualidad mendicante. Por lo mismo
el Santo y sus primeros compañeros rehúsan darse el nombre de Orden y
eligen, en cambio, el de Compañía de Clérigos. No obstante, el breve
pontificio de la aprobación los denomina Orden de Clérigos Regulares. Fue el
papa Clemente VII quien, con el breve Expone nobis, firmado el 24 de junio
de 1524, aprobó esta nueva forma de vida en la Iglesia.
343
Ese mismo día el papa aceptaba la renuncia de Pedro Carafa a su sede
episcopal a favor de su incorporación a la Orden religiosa. Así, el 14 de
septiembre, fiesta de la Santa Cruz, fue la fecha elegida para la primera
profesión. La reacción del mundo clerical fue de estupor, porque resultaba
difícil de comprender cómo en medio de un clero que tenía sus ojos puestos en
los honores y en las riquezas, esos cuatro clérigos lo abandonasen todo para
entregarse a una vida de humildad y pobreza.
Lo cierto es que los Teatinos siguen siendo la memoria viva de aquel genio
innovador que fue San Cayetano de Thiene, y de aquellos otros caballeros
ilustres que se pusieron en seguimiento de Cristo para vivir el espíritu
sacerdotal en todas sus exigencias religioso-apostólicas.
Existen también las monjas teatinas, porque aunque San Cayetano no fundó
ninguna Orden femenina, son teatinas las Oblatas de la Inmaculada
Concepción, fundadas en 1583. En 1948 se fusionaron con ellas las Hijas de la
Providencia, inspiradas también en la espiritualidad providencialista de San
Cayetano de Thiene.
344
Los Barnabitas: fueron fundados por San Antonio María Zaccaría, nacido a
finales de 1502 en España. En 1524 se doctoró como médico, pero en lugar de
ejercer se dedicó a estudiar teología y Sagrada Escritura. En 1528 se ordenó
sacerdote, y desde ese momento su principal preocupación fue la reforma de la
Iglesia. Gana muchos adeptos dispuestos a llevar una vida espiritual más
intensa, y con ellos funda diversos grupos al estilo de los Oratorios del Divino
Amor, pero él los bautiza Amistad.
El 1530, con la ayuda de la condesa Ludovica, San Antonio fundó las Madres
Angélicas de San Pablo, aprobadas en 1533 por Paulo III. Inicialmente se
regían por la Regla de San Agustín y vestían el hábito de Santo Domingo,
pero no eran ni Agustinas ni Dominicas, sino que formaban una Congregación
nueva, que resultó muy eficaz para con el ministerio apostólico de los
345
Barnabitas. Y por el empuje que tuvieron y tienen constituyeron y constituyen
ejemplo e inspiración para otras congregaciones femeninas 120 que han querida
cimentarse sobre la espiritualidad barnabita.
120
P. e., Las Hermanas de la Preciosa Sangre y las Pequeñas Obreras del Sagrado Corazón.
346
Thiene y Pedro Carafa en su ayuda. Una vez recuperado no sólo continúa su
obra asistencial, sino que la extiende a otras latitudes.
La compañía de Jesús
347
fueron: los jesuitas, Santa Teresa y la Inquisición. Pero en medio de este
entusiasta florecimiento se cernía también un peligroso fenómeno: el
iluminismo o alumbradismo, inspirad, principalmente, en el Enchiridion de
Erasmo, renacentista con el cual Ignacio tuvo algunos puntos de coincidencia.
De trece hermanos (entre los cuales había cinco hermanas), Ignacio fue el
menor. A excepción de uno, todos sus hermanos varones se iniciaron en las
armas. Ignacio fue inducido al camino clerical: muy pronto recibió la tonsura,
pero pronto olvidó su iniciación clerical para introducirse en el mundo y el
ruido de la Corte Real.
A finales de febrero de 1522 dio inicio a una peregrinación que lo llevó hasta
Manresa, lugar en donde inició su oración metódica. Estando allí leyó algunos
348
libros propios de la Devotio moderna, tales como El ejercitario espiritual y La
imitación de Cristo. En su estancia en Manresa recibió San Ignacio las
mayores iluminaciones de Dios, y seguro que fue allí en donde recibió la idea
exacta de lo que, pasado el tiempo, llegaría a ser la Compañía de Jesús. Fue
también en una de las cuevas de ese lugar (conocida hoy como la Santa
Cueva) en donde redactó el librito de los Ejercicios Espirituales, escrito
pensando no en los ejercitantes, sino más bien en quien tiene la tarea de dirigir
los ejercicios, cuya finalidad quedaba bien aclarada en el título completo de la
obra: Ejercicios Espirituales para vencer a sí mismo y ordenar su vida sin
determinarse por afición alguna que desordenada sea.
349
porque al traducirla al latín en los documentos fundacionales no se emplean
palabras o expresiones castrenses como militia, legio, etc. Además, tal nombre
no era del todo novedoso: ya existían las Compañías del Divino Amor y, sobre
todo, los Somascos, cuyo nombre oficial era Compañía de los siervos de los
pobres.
350
Monástica, pero tampoco una Mendicante, a pesar de que Paulo III y Gregorio
XIII les otorgaran el nombre y los privilegios propios de los Mendicantes.
Solamente quienes emiten los cuatro votos son jesuitas en sentido pleno.
Además de los cuatro votos solemnes, los jesuitas de la primera categoría
emiten cinco promesas más: a) no alterar lo establecido en las Constituciones
acerca de la pobreza, a no ser para estrecharla más; b) no pretender
dignidades en la Compañía; c) no pretender ninguna dignidad fuera de la
Compañía; d) denunciar a quien pretenda alguna de estas dignidades; e) si se
llega a presidir alguna iglesia seguir los consejos de Prepósito, si pareciesen
mejores que el propio parecer.
351
Ahora bien, los cargos más importantes dentro de la Compañía (Prepósito
General, Provinciales, Superiores de las Casas Profesas) están reservados a
quienes emiten los cuatro votos, aunque los profesos simples desempeñan los
mismos ministerios que los profesos solemnes. El cargo del Prepósito General
es vitalicio: al morir éste el Vicario convoca la Congregación General para
elegir un nuevo Prepósito. Toman parte en la elección los Provinciales y los
delegados de las provincias. Aunque actualmente los profesos simples forman
también parte de la Congregación General, solamente un profeso solemne
puede ser elegido Prepósito General, que será ayudado por su respectivo
gobierno general.
Obedecer como cosa muerta es una frase que ilustra justamente el concepto de
obediencia que manejan los jesuitas. Correlativa al verticalismo de la
autoridad es la obediencia ciega debida a todos los superiores, desde el
Prepósito General hasta el más joven de los Superiores locales. San Ignacio
consideraba la obediencia como el rasgo más distintivo del Jesuita. Esta
obediencia sobresale por dos rasgos: ha de ser ciega, y ha de ser como la de un
cadáver; y todo esto porque Cristo fue obediente hasta la muerte.
352
En cuanto a su actividad apostólica, la Compañía sobresalió desde el principio
en cuatro formas de apostolado: los Ejercicios Espirituales; la lucha contra la
herejía, especialmente en Alemania; las misiones, sobre todo con la presencia
de San Francisco Javier en la India y Japón; y la enseñanza, acerca de lo cual
San Ignacio tuvo una gran visión de futuro al abrir el Colegio Romano.
Para cuando murió San Ignacio en Roma (el 31 de julio de 1556) la Compañía
contaba ya con más de mil miembros. Hacia 1580 llegaron a ser 5000, y en
1616 ya eran más de 13000 en 32 provincias. En 1750 ya se contaban 22500
jesuitas. Y a lo largo de la historia son muchos los hijos de San Ignacio que
han llegado a los altares o que han dado testimonio derramando su sangre en
defensa de la fe.
Pero toda esta asistencia a los desfavorecidos tiene de fondo una esencial
intención: hacer socialmente inofensivos a los pobres, y para esto se
implementan varias medidas a partir del primer tercio del siglo XVI: se
prohíbe la limosna callejera; se instaura una cuota municipal en favor de la
asistencia pública; los pobres son registrado en la municipalidad; se les obliga
a llevar un distintivo; reciben una distribución regular de alimentos; a los
353
pobres aptos se les obliga a trabajar en obras públicas; los considerados
inútiles se ocultan en los hospitales o en otros centros destinados a este
propósito; a las milicias se les encarga la tarea de vigilar a los pobres.
354
(era la locura de la irrupción de Dios en su vida), al punto de que enfermó y
tuvo que ser internado en el hospital. Lo que vivió y vio en ese hospital le
ayudó a descubrir los designios de Dios sobre su vida: ponerse
incondicionalmente al servicio de los enfermos.
Recogía leña para venderla en las calles y dar el dinero a los enfermos y
pobres. Pronto necesitó colaboradores. Los primeros no fueron enfermeros/as
graduados, sino gentes sencillas, necesitadas ellas mismas de ayuda material.
Lo cierto es que eran muchas las personas que acudía a al Hospital de Juan
Ciudad, a quien el obispo de Tuy (Sebastián Ramírez) le impuso un hábito y le
cambió el nombre por el de Juan de Dios. Pronto se le unieron muchos
colaboradores a los que Juan dio el mismo hábito que él vestía, dando origen
así a una pequeña comunidad sin votos.
Fue hasta el año 1570 que los hermanos Pedro Soriano y Sebastián Arias se
encaminaron hacia Roma para solicitar la aprobación pontifica de su género
de vida. El papa dominico San Pio V aprobó la Orden con la Bula Licet ex
355
debito (1-1-1571), poniéndola bajo la Regla de San Agustín. De ahí en
adelante se fueron sucediendo los hospitales que los hijos de San Juan Dios
fundaban en diferentes partes para atender a los enfermos.
356
Congregaciones femeninas que se han unido a los Hermanos Hospitalarios de
San Juan de Dios por vínculos de espiritualidad, una espirituales que no es
otra que el Evangelio, literalmente entendido y actualizado según lo exigen las
necesidades del mundo y de la Iglesia.
121
Se trata de una llaga que adquirió tiempo atrás, y que ya nunca lo abandonará.
357
compañeros. De ahí en adelante el grupo irá creciendo progresivamente, y a
cambio de sus servicios no piden más que la comida necesaria para sobrevivir.
Cada vez son más las comunidades fundadas por los camilos debido a que las
vocaciones se agolpan en las puertas: en un solo día llegaron doce. Cuando
murió Camilo de Lelis, en 1614, la Orden contaba con 300 religiosos y 80
novicios, distribuidos en 14 casas y 10 hospitales. Durante dos siglos no
tuvieron hospitales propios, sino que servían a los enfermos en centros de
salud ajenos. Al confiarles el papa el Hospital de San Juan de Letrán, en 1836,
se inició para los camilos la recuperación de la vida hospitalaria propiamente
para la Orden. Así, en los últimos cien años han pasado a regentar más de 90
hospitales en diversas partes del mundo. Actualmente122, la Orden cuenta con
141 casas y 1026 miembros, de los cuales 639 son sacerdotes.
122
La estadística es para 2002
358
voto específico de asistir a los enfermos, incluso con peligro de la propia vida.
Profesan además cuatro votos simples perpetuos: dos que les son comunes con
todas las demás Órdenes de Clérigos Regulares (no aspirar a prelaturas ni
dignidades, dentro ni fuera de la Orden, y denunciar a quienes buscasen esto),
y otros dos que les son exclusivos: no tratar ni consentir que se cambie nada
de los escrito en el modo de servir a los enfermos en los hospitales, y no
ejercer l administración de los hospitales públicos. Estos cuatro votos simples
fueron suprimidos por la Sagrada Congregación para los religiosos, a
instancias de la propia Orden. Lo que nunca ha cambiado ha sido la esencia de
la espiritualidad camila, que parte del hecho de que Cristo está presente, de
modo particularmente sensible, en el enfermo.
En lo tocante a la Alta Edad Media, los monjes occidentales han heredado los
materiales necesarios para construir su propia pedagogía. Sobre todo se han
valido de las obras de San Basilio, Casiano y San Agustín, que será el maestro
indiscutible en toda la Edad Media.
359
Es habitual atribuir a los monjes occidentales una incuestionable vocación de
educadores de la niñez y la juventud; tal y como dijo el cisterciense Balduino
Moreau allá por el 1600: “todos los monasterios eran gimnasios, y todos los
gimnasios monasterios. Aunque ciertamente ninguno de los dos extremos
coincide con la realidad histórica, sí es cierto que la identidad carismática de
la vida monástica se preocupó por abrir escuelas para la educación de la niñez
y la juventud. Amén del hecho que todas las abadías poseían su biblioteca y
muchas de ellas también un scriptorium que tenía como fin surtir a los monjes
de los libros necesarios para el culto y la lectio divina.
Para el siglo XIV los Hermanos de la vida común abrieron colegios para la
educación de la niñez y juventud. Su actividad educadora fue el precedente
360
inmediato de las Órdenes y Congregaciones dedicadas específicamente a la
enseñanza, a pesar de que sus objetivos eran más amplios.
En sus constantes visitas por los barrios pobres de Roma, Calasanz constató la
falta de escolarización; y esto iba unido directamente al hecho de que los
niños ignoraban casi completamente las verdades mínimas de la fe. Esta
conmoción que experimentó Calasanz le lleva a colaborar con las instituciones
ya existentes que se dedicaban a la educación de la niñez; pero descubrió que
casi nadie se preocupaba por los niños abandonados. Y entonces empezó a
361
pensar si Dios no lo estaría llamando a él para responder a este reto. Y fue así
como llegó a exclamar convencido: “ya he encontrado, aquí en Roma, la
manera de seguir a Dios: el servicio a los niños ya os jóvenes. Y no lo dejaré
por nada del mundo”.
Esta no aceptación de la que fue objeto indica que José esta ofreciendo algo
completamente nuevo original ¿Qué era eso novedoso? Pues bien, se trata del
ideal calasancio de las Escuelas Pías: alcanzar con su enseñanza a todos los
niños pobres. Una vez que José de Calasanz estaba decido a enseñar a los
niños pobres, procedió a alquilar un local nuevo perteneciente a monseñor
Vestri. Nacía así una nueva institución: Las Escuelas Pías de la Madre de
Dios. Corría el año de 1601. Junto a varios cardenales también fue protector
de esta obra el Papa Clemente VIII, que quiso recibir en audiencia al Fundador
y aprobó de viva voz lo que ya empezaba a llamarse Congregación de las
Escuelas Pías. En verdad se trata de una Congregación, porque José y sus
colaboradores desde el inicio empezaron a vivir como religiosos conforme a
unas Reglas que habían sido compuestas al efecto; pero no tenían votos.
Las Escuelas Pías se afianzan cada día más debido a que crece paulatinamente
el número de estudiantes. En las Escuelas se recibían sólo niños con
certificado de pobreza. En 1613 eran ya 11 los compañeros de José. El 18 de
noviembre de 1621 el Papa Gregorio XV la elevó a la categoría de verdadera
362
Orden religiosa con el nombre que ostenta hoy: Clérigos Regulares Pobres de
la Madre de Dios de las Escuelas Pías.
363
Todo esto fue una conspiración iniciada por monseñor Albizzi, quien nunca se
sintió contento con la labor de los hermanos escolapios. Lo cierto es que con
ese Breve Pontificio la Orden quedaba condenada a muerte por inanición. Lo
cierto es que, aunque la Orden podría quizá adolecer de algunas deficiencias,
éstas jamás justificarían semejante atropello y persecución. Lo peor es que la
gran perjudicada con estas tribulaciones no fue ni siquiera la Orden Escolapia,
sino desgraciadamente la gran población de niños pobres, urgidos de
educación. Por eso el Santo Fundador luchó denodadamente para salvar su
barca, que amenazaba con ser hundida. Y la salvó heroicamente. San José de
Calasanz vivió aún dos años más después de la debacle que cayó sobre su
comunidad religiosa.
Con todo, el fundador de las Escuelas Pías fue beatificado por Benedicto XIV
el 18 de agosto de 1748. El Papa Clemente XIII, el 16 de julio de1767, lo
incluyó en el catálogo de los canonizados juntamente con otros santos más:
Juan Cansio, Jerónimo Emiliani, Serafín de Ascoli, Juana Fremiot de Chantal
y el gran José de Cupertino. En 1948 Pío XII proclamó a San José de Calasanz
como Patrono de las Escuelas Cristianas.
Antes del Concilio de Trento: las Órdenes religiosas fueron las primeras en
iniciar una gran ofensiva en favor de la Reforma. Todo daba comienzo con la
presencia en algún convento de unos cuantos religiosos deseosos de retornar a
la observancia de la Regla primitiva de su Orden. Así se iba extendiendo el
movimiento de reforma. Pero una reforma radical de las Órdenes religiosas
resultaba imposible si previamente no se reformaba la Iglesia empezando por
el mismo papado.
Por ejemplo, entre los varios los varios papas renacentistas uno de gran
importancia fue Pio II, que se preocupó especialmente por los mendicantes, y
sobre manera de la Observancia franciscana en cuyos conventos se hospedaba
indefectiblemente cuando se ausentaba de Roma. En cambio fue muy duro con
los Dominicos, porque su Maestro General (Fr. Marcial Auribelle) se mostró
remiso a la reforma de sus conventos. El sucesor de Pio II, Sixto IV (1471-
1484), mostró una solicitud sincera por la Vida Religiosa; no en vano era
conventual. Apenas subió al solio de San Pedro demostró su amor filial a la
familia religiosa a la que pertenecía con la Bula Regimini universalis
Ecclesiae (31-8-1474), popularmente conocida como Mare magnun, porque
era un verdadero maremágnum (=abundacia, muchedumbre) de privilegios
hasta límites inconcebibles; privilegios que más tarde extendió a los
Agustinos, Carmelitas, Dominicos y Siervos de María.
365
Asimismo, mediante la Bula Aurea (25-7-1479) colmó de nuevas gracias a los
Franciscanos y Dominicos. También pensó seriamente en sujetar los
Franciscanos Observantes a los Conventuales (para restablecer el orden
histórico de la Orden); incluso ya había redactado la Bula correspondiente,
pero debido a la oposición de algunos reyes –que apadrinaban al
franciscanismo observante– no llegó a publicarla.
Los viejos conflictos que desde antaño pervivían entre el clero regular y el
secular se encendieron aún más con la Mare magnum. Para limar tantas
asperezas el Papa publicó en 1478-1479 algunos decretos en los que prohibía a
los párrocos acusar de herejía a los Mendicantes; y a éstos se les prohibía
predicar al pueblo fuera de sus propias iglesias; además, se obligaba a los
fieles a cumplir el precepto dominical en la propia parroquia.
Lo cierto es que los pontífices Sixto IV, Alejandro VI, Julio II, León X y
Clemente VII se ocuparon con vehemencia de lograr una reforma de la Iglesia,
y más concretamente de las Órdenes religiosas, sobre todo porque la rebelión
de Lutero convulsionó de un modo trágico toda la vida de la Iglesia, afectando
muy especialmente al estamento de los monjes y frailes: fueron numerosos los
366
religiosos y religiosas que, siguiendo el ejemplo de Martín Lutero,
abandonaron sus hábitos para contraer matrimonio.
En cuanto al Papa León X, entre muchas cosas, la gran decisión por la que
sobresalió en materia de Vida Religiosa fue la división definitiva de la Orden
franciscana entre Conventuales y Hermanos Menores Observantes, esto
mediante la Bula Ite vos123 (29-5-1517).
Por lo que toca al Papa Clemente VII, su pontificado estará siempre ligado a la
aprobación de la Orden Capuchina. Aunque los Capuchino no deben ser
considerados como una Orden nueva, sino como una reforma más entre las
muchas surgidas dentro del Franciscanismo. Su iniciador fue Mateo de Bascio,
quien en 1525 se propuso como meta, en el convento de Montefalco, la
plasmación de los primeros ideales de San Francisco. A pesar de la oposición
de los Franciscanos Observantes a quienes pertenecía el mencionado
convento, obtuvo de Clemente VII los permisos pertinentes para observar en
todo su rigor la Regla de San Francisco.
123
Según esta Bula, la Orden quedó dividida en dos Órdenes diferentes, con ministros generales cada una:
los Hermanos Menores de la regular Observancia (que pasaron, por privilegio papal, a ostentar la primacía
dentro de la Orden Franciscana) y los Hermanos Menores Conventuales (que tuvieron que ceder su
precedencia histórica a los Observantes). Los primeros reunían los diferentes grupos observantes, como los
coletanos, los amadeitas, los descalzos, y otros; los Frailes Conventuales, agrupaban la corriente conventual,
que desde los inicios no presentó tanta diversificación.
367
de la Observancia, Luis de Fosambrone se presentó en Roma donde obtuvo la
protección de Juan Pedro Carafa. Con ayuda de éste obtuvo el 18 de mayo de
1526 la autorización de Clemente VII para este nuevo género de vida; y dos
años después la ratificación oficial mediante la Bula Religionis zelus (2 de
julio de 1528), confirmada por Paulo III.
Diez años después de la fundación del primer convento contaban ya con más
de 700 miembros divididos en 12 Provincias. Pero este rápido crecimiento se
vio bruscamente frenado con la revocación, por parte de Clemente VII (1530),
de algunos privilegios, sobre todo el de poder recibir nuevos miembros
provenientes de la rama Observante y la expulsión de Roma, donde habían
logrado introducirse al servicio de la iglesia de Santa María de los Milagros y
del hospital de Santiago, aunque por la mediación poderosa de algunas
matronas, como la duquesa de Camerino y de la célebre Victoria Colonna,
pudieron regresar pronto a la Ciudad Eterna.
Entre los Capuchinos han existido altísimos ejemplos concretos de este ideal
de vida: San Félix de Cantalicio (1587), San Serafín de Montegranaro (1604),
San Fidel de Sigmaringa (1622), etc. En los años 2000 contaban con 1670
comunidades y 11953 frailes, de los cuales, 8302 son sacerdotes. A lo largo de
todo el siglo XX se han fundado nueve Congregaciones religiosas masculinas
afiliadas a la espiritualidad capuchina. Fundaron también una nueva rama de
la Segunda Orden: las Clarisas Capuchinas, cuyo primer convento se fundó en
Nápoles en 1535, y tuvo como promotora a María Lorenza Richeza Longo.
Esta fundación fue aprobado por Paulo III con la Bula Debitum pastoralis
officii (19-2-1535). Desde muy temprano estas Capuchinas fueron
consideradas como una reforma de la Orden de Santa Clara. También en los
siglos XIX y XX se han fundado cerca de un centenar de Congregaciones
religiosas femeninas de votos simples afiliadas a la espiritualidad capuchina.
370
obispos contra la exención de los Regulares. Se creía que sin la eliminación de
tantas exenciones no podría realizarse la reforma de la Iglesia. Con todo, en
ninguna de las dos primeras fases del Concilio se planteó la reforma de los
Regulares; esto se retomó únicamente, y casi de prisa, en la sesión XXV y
última del Concilio.
Lo cierto es que el Papa Teatino, San Pedro Carafa (=Paulo IV: 1555-1559),
temeroso de la asamblea conciliar, quiso reformar la Iglesia mediante decretos
personales. Sin duda este Papa amaba la vida religiosa; pero aun así llegó a
cometer algunos abusos fruto de su temperamento, especialmente con los
jesuitas: les impuso el rezo coral y limitó a tres años el cargo vitalicio de
Prepósito General.
372
en contra de la tradicional exención de los Mendicantes. Y como dominico
que era, trató con especial predilección a los frailes de su Orden: les dirigió
138 Bulas por diversos motivos. Asimismo, a los Jesuitas les concedió los
derechos de los Mendicantes y los alabó en varias ocasiones.
El sucesor de Sixto fue Clemente VIII (1592-1605), el cual llevó a cabo una
verdadera reforma institucional: visitó personalmente muchos conventos y
monasterios; reforzó la disciplina sobre los confesores de los religiosos;
prohibió la entrada a la religión de todas aquellas personas no movidas por
verdadera vocación (e. d., eliminó aquella vieja costumbre de mirar a los
conventos y monasterios como una solución económica para los hijos
segundones de la nobleza). Con la Constitución Nullus onmio (25-5-1599)
buscaba reformar la vida interna de las comunidades. Entre todas las Órdenes
religiosas, Clemente VIII sintió especial predilección por dos de ellas: los
Jesuitas (elevó al cardenalato a dos de sus miembros) y la reforma carmelitana
373
iniciada por Santa Teresa de Jesús, que él aprobó definitivamente el 22 de
junio de 1580.
Dentro de este mismo siglo sobresalen los Pontífices Gregorio XV por haber
canonizado en 1622 a dos grandes fundadores de la centuria anterior: San
Ignacio de Loyola y Santa Teresa de Jesús; Urbano VIII por suprimir la
fundación de Mary Ward y por la tragedia a la que condujo a las Escuelas Pías
y a San José de Calasanz; e Inocencio X, que formó la Congregación Super
statu Regularium, compuesta por algunos cardenales y prelados curiales.
Mediante el trabajo de esta Congregación se suprimieron 1513 conventos (con
la Bula Inter caetera) y 805 granjas y dependencias menores decretada por la
Constitución Instaurandae regularis disciplinae.
Fueron especialmente heridos por esta supresión los Agustinos con 442
conventos sobre un total de 751; los Franciscanos Conventuales con 221 sobre
506; los Dominicos con 128 sobre 520; los Siervos de María con 102 sobre
261; los Crucíferos fueron prácticamente extinguidos al serles suprimidos 22
conventos sobre un total de 25 que poseía su Orden hasta ese entonces. Sin
embargo, el suceso de más relevancia a nivel de Vida Religiosa fue el que
374
protagonizó el Papa Clemente XIV cuando proclamó la supresión de la
Compañía de Jesús (se abordará más abajo).
En 1536 fueron suprimidos 260 monasterios, porque sus rentas eran inferiores
a las establecidas (en el caso de Inglaterra se trataba de 200 libras como
mínimo; por supuesto que esta medida preparó el camino para la supresión
375
general de la vida monacal en tierras inglesas). En 1539 el Parlamento Inglés
decretó la confiscación de los bienes de los monasterios en favor de la Corona;
y también varios abades y monjes fueron llevados a la pena capital.
376
podían ser trasladados de un monasterio a otro. Tenía también un centro único
para la formación de los monjes.
Los Maurinos procuraron una formación excelente para sus candidatos, que se
prolongaba incluso después de la profesión solemne con el aprendizaje de
lenguas antiguas y demás ciencias humanísticas. Los Maurinos sobresalieron
por sus aportes culturales a la Patrística, la Liturgia y la Historia. Cuando la
Revolución Francesa suprimió a todas las Órdenes monásticas, se alzaron
muchas voces pidiendo que se exceptuara a los Maurinos por los muchos
méritos contraídos con la cultura de la nación; pero aun así sucumbieron para
siempre.
377
Reformas cistercienses: desde el siglo XV los Cistercienses no venían
gozando de una buena salud (y esto era ya una pandemia dentro de la vida
religiosa). La causa más importante de la decadencia había sido la
introducción de la encomienda dentro de los monasterios: esto se tradujo en un
debilitamiento de los lazos que los unían con la abadía-madre del Císter.
378
Aunque Rancé habla mucho de la penitencia no hace de ella el fin de la vida
monástica, pues ese fin es la perfección de la caridad. La penitencia debe
conducir a la caridad, porque escribe Rancé: “la penitencia no es otra cosa que
la conformidad de nuestro corazón con el de Dios". Ella no tiene valor sino en
la medida en que alcanza la Voluntad Divina que es la caridad. Por otra parte,
para Rancé es la voluntad propia y no el cuerpo el verdadero enemigo. Busca
la renuncia a sí mismo por la humildad y la obediencia, pero con esa mirada
pesimista sobre la naturaleza humana propia de los convertidos de su siglo, y
de ahí ese rigorismo que se le achacaba. Las críticas a tanta dureza no se
hicieron esperar. Hubo muchos que acusaron a Ransé de proyectar en su
Reforma no los ideales cistercienses, sino su propia espiritualidad y ascetismo.
Las más duras críticas le vinieron de los Maurinos que vieron en la Trapa una
condena directa y acre a su afán por el estudio. Para defenderse de sus
acusadores Armando publicó su obra De la santidad y de los deberes de la
vida monástica.
379
monasterios de monjas cistercienses, contando para la misma fecha con 30
Trapas y unas 1300 religiosas.
La Reforma Teresiana
380
propia Santa pasó vario tiempo en casa de su padre y en la de su hermana,
aunque fue por causa de enfermedad.
381
Todos estos devaneos de su hija los cortó de raíz su padre internándola en el
monasterio de las Agustinas de Gracia de la misma ciudad de Ávila, lugar
donde se educaban otras jóvenes de alta sociedad. Año y medio después salió
de ese monasterio totalmente transformada y se hizo cargo de la casa paterna.
Poco después enfermó. Este tiempo de convalecencia le permitió un buen
espacio para reflexionar sobre su vocación cristiana. Fue así como decidió
ingresar en el monasterio de le Encarnación con harto dolor de su padre quien,
a pesar de ser una católico practicante, buscaba retenerla junto a sí.
Comenzaron los problemas para la Santa. Para las navidades de ese mismo
año un confesor le negaba la absolución si no desistía de sus proyectos de
Reforma. No obstante, después de consultar con Fray Pedro de Alcántara,
Teresa sabía que no podía abandonar su intención reformadora. Con todo, le
preciso superar no pocas dificultades venidas principalmente de su Orden, y
otras de la jerarquía eclesiástica, o incluso de las autoridades civiles de la
ciudad. Pero contó igualmente con colaboradores incondicionales: San Pedro
de Alcántara, San Juan de la Cruz, San Francisco de Borja, los padres Daza,
Ibáñez y Báñez.
124
El detalle de estos “pasos” lo consignó la Santa en su hermoso libro Fundaciones.
384
Pero a la Madre Teresa de Jesús le faltaba encontrar frailes bien dispuestos
para su proyecto; y parecía no haberlos. Fue en el Convento de los Carmelitas
de Medina del Campo donde conoció a “fraile y medio”, según contaba la
monja a sus hermanas aduciendo a la magnífica estampa de Fr. Antonio
Heredia y la raquítica figura de Fr. Juan de Santo Matía, que después cambiará
su nombre por el de Juan de la Cruz. Este fraile había nacido en 1542 (y
morirá en 1591). Como fraile tuvo la oportunidad de estudiar en Salamanca,
que para entonces contaba con 7000 alumnos, y un innegable prestigio que le
habían heredado algunos de su recientes fallecidos profesores, como Mechor
Cano y Francisco de Victoria, o algunos de los actuales, como Francisco
Suárez.
Frente a todo esto surge una inevitable pregunta: ¿emitieron aquellos tres
frailes una nueva profesión? No parece lógico que así fuera, porque eso
equivaldría a fundar una nueva orden, y no fue ciertamente ésta la intención
del Provincial, ni del General, ni de los tres frailes reformados, ni de Teresa: la
Reformardora, que los pudo visitar hasta el primer domingo de cuaresma de
1569, quedando ella profundamente conmovida con la austeridad de vida que
aquel pobre convento carmelita de Duruelo se llevaba; tal y como ella misma
dejó por escrito: «A cada parte que miraba hallaba con qué me edificar».
Fue providente la cantidad de vocaciones que afloraron, hasta tal punto que
Duruelo resultó incapaz de dar cabida a tanta gente. Se necesitaba una nueva
fundación, porque a pesar de profesar una vida tan austera, el Carmelo
Descalzo se propagó rápidamente, dando cabida a no pocos estudiantes de
prestigiosas universidades. Cuando murió San Juan de la Cruz (14-12-1591)
existían ya 31 conventos reformados. Y pronto traspasarán las fronteras
españolas. Incluso, a pesar de que su carisma estaba profundamente
impregnado por la contemplación, los Carmelitas Descalzos aprobaron en
1585 la fundación de México con la cual la Orden del Carmen iniciaba su
aporte en la labor evangelizadora del Nuevo Mundo Americano.
Posteriormente, se harán presentes también en el África negra.
386
El Carmelo reformado, Orden independiente. Tan solo dos años después de la
muerte de San Juan de la Cruz, algunos carmelitas como el Padre Doria
estaban dispuestos luchar por la completa separación de la Reforma respecto
a la Orden. Y la ocasión se presentó en el Capítulo General celebrado en
Cremona en 1593. Allí se presentó la propuesta de independencia completa de
los Descalzos que, de por sí, desde hacía tiempo ya actuaban como una Orden
independiente.
125
Sobre todo recurriendo a la no tan descabellada idea de que debido al crecimiento numérico de los
Descalzos, pronto éstos dominarían los Capítulos y terminaría por imponer al resto de la Orden su propio
estilo de vida reformado.
387
Reforma: número restringido de monjas en el monasterio; la renuncia a las
rentas; la austeridad y sencillez en los edificios, en los edificios y en los
hábitos; la igualdad entre todas las monjas126; el reforzamiento de la
abstinencia; mayor soledad, oración y recogimiento.
El Carmelo reformado, tal y como era de esperarse, cultivó toda una escuela
de espiritualidad, que podría describirse con las siguientes características: a)
armonía en el funcionamiento de los sentidos y potencias ante el hecho de las
divinas comunicaciones; b) psicologismo equilibrado, que hace al hombre
tanto más humano cuanto más divino y lo transforma en su trato consciente
con Dios; c) vigencia predominante de las virtudes teologales, que cuajan en
obras estupendas de santidad. Ahora bien, huelga decir que esta Escuela
espiritual y eminentemente Teresiano-Sanjuanista, y ha dado a la Iglesia no
sólo cultivadores de la teología mística, sino también místicos excepcionales
que han sabido seguir las huellas de sus primeros padres y maestros, a quienes
–y con sobradas razones– la Iglesia los declaró santos: Santa Teresa de Jesús
fue canonizada cuarenta años después de su muerte, en 1622, y San Juan de la
Cruz en 1726. Fueron ellos dos quienes marcaron la senda para otras y otros
muchos santos que vendrían después a dar testimonio de vida interior y acción
profética, sea ya desde la soledad contemplativa de un claustro (Teresa de los
Andes, p. e.) o desde el desgarrador gripo por la justica y la libertad, tal como
lo hiciera Edith Stain en la desolación de Auschwitz.
126
La Santa les recuerda una y otra vez que “las monjas no son esclavas”. Cf.: Obras Completas, p. 378
388
alguna de las cuatro ya existentes y aprobadas; sin embargo, de poco sirvió tal
prohibición, ya que inmediatamente después de clausurado el Concilio, se
fundaron varias Órdenes mendicantes, las cuales, si bien es verdad que
corrieron el grave peligro de ser suprimidas con el II Concilio de Lion (1274),
lograron sobrevivir. Y a ellas se le unieron varias más en los siglos XIV y XV,
porque la prohibición del Lateranense se refería a la fundación de verdaderas
Órdenes religiosas, pero se dejaba en libertad a los obispos para fundar en sus
diócesis nuevas Congregaciones que, con el paso terminaron también
convirtiéndose también en Órdenes.
389
Esta sociedades a lo largo de la historia han recibido varios nombres, el
principal de ellos fue el de Sociedades de vida común sin votos, y así entraron
al Código Canónico de 1917; sin embargo, éste era un nombre que las definía
de un modo privativo, es decir, por aquello que no tenían. Fue por ello que el
en nuevo Código, promulgado por Juan Pablo II en 1983, se les asignó el
nombre de Sociedades de vida apostólica (SA), que expresa fielmente su
razón de ser y su naturaleza socio-jurídica.
La primera SA fue el Oratorio Romano, fundado por San Felipe Neri en 1575.
Y habrá que esperar casi cuarenta años más para que surja la segunda, que en
este caso fue el Oratorio francés (1611) de Pedro de Bérulle, que no hizo más
que copiar a Felipe Neri. Lo cierto es que después de esas dos proliferaron
muchas más: desde 1575 hasta 1949 (fecha de fundación de la última SA
masculina). La primera SA femenina fueron las Nobles vírgenes de Jesús
(1615), y la última, por lo que se refiere a las SA de derecho pontificio, fueron
las Asistentes sociales misioneras (1946). En total, para la promulgación del
CIC83 existían en la Iglesia 134 SA: 28 masculinas clericales y 9 femeninas
de derecho pontificio; 12 masculinas clericales, 6 masculinas laicales y 79
femeninas de derecho diocesano.
390
modo que, desde entonces, las SA pueden incardinar a sus socios en una
diócesis; pero también actuar en sentido contrario se así lo determinan las
propias constituciones.
1) Hay SA que carecen de todo vínculo especial explícito (sea éste voto,
juramento o promesa), por lo cual de distancian completamente del
estado religioso en cuanto tal. El único vínculo que poseen es el que
dimana de una sociedad propiamente dicha que exige un contrato, que a
su vez implica la aceptación de unas leyes específicas. Estos miembros
viven los Consejos evangélicos no a fuerza de un voto, sino a fuerza de
la dimensión evangélica que estas virtudes poseen. Y todo con vistas a
una mayor eficacia apostólica.
2) Están también aquellos que se comprometen con un vínculo expreso
que puede ser una promesa de fidelidad (v. gr. Los Eudistas) o una
promesa de obediencia (v. gr. El Cottolengo). Pero ese vínculo no se
dirige a la práctica de los Consejos evangélicos, sino a la labor
apostólica. No se emite, pues, una consagración religiosa, sino una
consagración apostólica.
3) En estas otras SA se profesan los Consejos mediante vínculos
peculiares privados, pero sólo como un medio institucional ordenado a
un fin apostólico; de lo contrario pasarían a ser Institutos religiosos.
Entran en este subgrupo los Vicentinos/as (La Congregación de la
Misión y las Hijas de la Caridad).
4) Integran el cuarto grupo aquellas SA, sobre todo femeninas, que están
muy próximas al estado religioso. Son SA de derecho diocesano que
profesan institucionalmente los Consejos evangélicos muy
391
parecidamente a los modernos Institutos seculares, por lo que sólo se
diferencian de los religiosos en lo jurídico más que en el teológico.
En 1534 Felipe llegó a Roma, y allí inició sus estudios de filosofía y teología
en la Sapienza de los Agustino; pero poco después abandona los libros y
decide ponerse al servicio de los enfermos en los hospitales romanos. Y a
todos aquellos que buscan dirección espiritual con él los encamina hacia el
servicio a los enfermos. En esos mismos hospitales de Roma se encontró un
día con Camilo de Lelis.
392
buscaba simplemente una nueva forma de orar, con un método casi que
contrapuesto al de los Ejercicios Espirituales.
Para los inicios del 2000 el Oratorio contaba con 62 congregaciones y 435
miembros. También, ya en el siglo XIX, surgieron algunas congregaciones
femeninas con la espiritualidad de San Felipe Neri. Desde sus inicios y hasta
hoy los oratorianos no han dejado de prestar sus valiosos servicios a la Iglesia.
Cabe destacar aquí también la insigne labor de San Pedro de Bérulle (1575-
1626). Él implantó el Oratorio en Francia y con ello buscó la reforma del clero
francés. El Oratorio fundado por San Pedro de Bérulle estaba inspirado
totalmente en el modelo de Felipe, pero tenía sus peculiaridades. Lo cierto es
que la fama de Bérulle era tal que muchos obispos le confiaron la formación
de los seminaristas.
Como cura, San Vicente entró en contacto directo con las realidades de la
pobreza más descarnada. Sintió pronto la necesidad de evangelizar a las gentes
más sencillas del campo. A pesar de su mucho trabajo pastoral logra sacar una
licenciatura en Derecho Canónico en 1624 en la Universidad de la Sorbona.
127
Álvarez Gómez, Jesús. O. c. p. 365
394
destruir la Congregación por completo. No obstante, después de la era
napoleónica, la Misión fue restaurada rápida y eficientemente.
Las Hijas de la Caridad, aún y cuando emite votos privados, nunca serán
religiosas. Sus votos deberán ser renovados siempre cada 25 de marzo.
Vicente siempre rechazó para sus Hijas cualquier estructura jurídica de
religiosas; nunca quiso que ellas fueran monjas ni mucho menos. Por lo
395
mismo tampoco quiso él que ellas llevasen hábito de ninguna clase (pero más
tarde asumirán un hábito como el resto de las religiosas128).
Existen otras sociedades surgidas en la primera mitad del siglo XX, p. e., los
Misioneros de la Preciosísima Sangre (fundados por San Gaspar del Búfalo,
italiano muerto en 1837); la Sociedad del Apostolado Católico, conocidos
como Palotinos (fundador: San Vicente Palloti, italiano muerto en 1818); la
Sociedad de los Sacerdotes de San José Benito Cottolengo (su fundador fue
Benito Cottolengo, muerto en 1842).
128
Según dicen fue Christan Dior quien diseñó el hábito que estas religiosas adoptaron después de Vat. II.
396
Resumen de la vida religiosa en el siglo XIX: Uno de los muchos resultados
de aquellas ideas revolucionarias originadas en la Ilustración Europea fue la
proclamación de la independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de
1776. El caso de este nuevo país sirvió de modelo para otros pueblos de
Europa, que intentarían hazañas semejantes. Tal fue el caso de Francia cuando
en 1789 levantó su famosa y determinante Revolución; sin embargo, los
resultados fueron distintos a los de Estados Unidos, porque las circunstancias
también lo eran. Por lo pronto, la Revolución Francesa no logró sus ideales
democráticos, pero sí amontonó muchas víctimas, y la primera de ellas fue la
Iglesia Católica; sobre todo por el hecho de que, a partir de la Revolución, la
humanidad se acostumbró a vivir al margen de la intervención de la Iglesia, de
sus poderes trascendentes y de sus ministros considerados como detentores de
dichos poderes. La Revolución realizaba así una separación completa de la
Iglesia y el Estado: este último no estaba ya más dispuesto a seguir
concediendo especiales privilegios a la primera129.
129
Martina, Giaccomo. La Iglesia, de Lutero a nuestros días. III. Época de la Illustración. Ediciones cristianas,
Madrid, 1974, pp. 40-41
397
Este pujante liberalismo se traduce en una positiva animadversión hacia la
vida religiosa, que es sucesivamente expulsada -de nuevo- de España,
América Latina, Polonia, Lituania, Francia, Suiza, Holanda, Alemania, etc. Y
es que los mismos gobiernos católicos tampoco estaban muy contentos con el
progreso y crecimiento de las Congregaciones religiosas, demasiado sumisas a
la Santa Sede130.
Con todo, hubo dentro de la misma esfera eclesial quienes dieron un voto de
confianza a todos aquellos ideales promovidos por la Revolución, y que
conducían a la liberación y emancipación del individuo. Está de más decir que
esos tales fueron debidamente callados por la misma Iglesia o por aquellos que
dentro de ella consideraban obra satánica la Revolución Francesa. Fue
entonces cuando se levantaron muchas voces (eclesiásticas, sobre todo) que
pedían una restauración de toda Europa, Iglesia incluida; pedían ellos una
restauración que recompusiera el panorama europeo tal y como este se
encontraba antes de la Revolución; es decir, los ideales restauracionistas
promovían una vuelta a atrás131.
130
Codina, Víctor – Zevallos, Noe. Vida religiosa. Historia y teología. Colección Cristianismo y Sociedad.
Ediciones Paulinas, Madrid, 1987, p. 56
131
La Iglesia se la Restauración se propuso como objetivo volver a cristianizar las masas, que imbuían cada
vez más en el secularismo iniciado por los revolucionarios, y que estaba teniendo como consecuencia el
quebranto de las prácticas religiosas. Frente a este reto, las órdenes y congregaciones religiosas resultan de
muchísima ayuda a los proyectos restauracionistas de la Iglesia, porque proporcionan un personal (e. d., los
religiosos y religiosas) sumamente eficaz y preparado. Cf.: Comby, Jean. Para leer la historia de la Iglesia.
Verbo Divino, Estella (Navarra), 1987, pp. 105-106.
398
que este movimiento entrañaba132. En efecto, el sector eclesiástico miró con
buenos ojos al movimiento romanticista, ya que éste contribuyó notoriamente
en dos campos: la restauración de las Órdenes monásticas, por un lado; y la
renovación de la Liturgia, por otro. Con estas coyunturas, en el siglo XIX lo
único favorable para la vida religiosa fue el romanticismo; fuera del
movimiento romanticista, la centuria decimonónica no mostró especial interés
por la vida religiosa.
Pero a la segunda mitad del siglo XVIII y a la primera del decimonónico les
faltaba experimentar otra Revolución más, tan sonada y determinante como la
Francesa. Hablamos de la Revolución Industrial: responsable de un pujante
crecimiento económico tanto como de un mar de víctimas; ésta vez se trata de
miles de obreros –muchísimos de ellos niños– que eran inhumanamente
explotados día y noche por los señores industriales, cada vez más sedientos de
aumentar las ganancias de sus maquilas textileras. La exposición a jornadas de
trabajo tan largas, pesadas y muy mal pagadas condujo al analfabetismo, la
miseria y la enfermedad. Por doquier se encontraban ancianos desechados por
su inutilidad laboral; personas nada instruidas que apenas y tenían tiempo para
dormir poco y comer menos; niños igualmente analfabetos y abandonados:
todos ellos víctimas de una Revolución Industrial que se levantó sobre la
carencia de una verdadera justicia social.
132
Ante todo la excesiva y casi enfermiza exaltación de la sensibilidad y la imaginación humanas, que se
oponían, a veces, al pensamiento y la razón.
399
tantas fábricas y minas que no ofrecían más que condiciones antihigiénicas y
esclavizantes a sus desprotegidos obreros133.
Es de esperar que la vida religiosa del siglo XIX sienta de muchas maneras la
repercusión de esta ola secularizante que atraviesa toda la centuria
decimonónica. Sin duda que la secularización influirá no sólo en las
133
El surgimiento de nuevas congregaciones religiosas traerá como resultado, también, un fortalecimiento
en el sistema educativo enfocado a las clases bajas. Estas nacientes congregaciones aportarán profesoras/es
que se avocarán a la enseñanza primaria municipal, e incluso iniciarán la fundación de nuevos escuelas. Cf.:
ibíd. p. 107.
400
Congregaciones provenientes de los “sacralizados” siglos anteriores, sino que
también marcará el norte de los nuevos Institutos que surgirán a futuro.
134
Álvarez Gómez, Jesús. Historia de la Vida Religiosa. Vol. III. Desde la «Devotio Moderna» hasta el Concilio
Vaticano II. Publicaciones Claretianas, Madrid, 2002. pp. 503ss.
135
Lástima que la Iglesia tuvo que esperar hasta la llegada de Pablo VI para reconocer que las aspiraciones a
la libertad, la igualdad y la libertad son, evidentemente, de innegable inspiración evangélica.
136
Y fue así como surgió el deseo de una restauración, que volviese a la situación prerrevolucionaria.
Especialmente, se buscaba restaurar la autoridad papal. En este mismo contexto se insertan las críticas
durísimas que Pio IX dirigió contra el modernismo, el laicismo y el liberalismo en el Syllabus (1864).
401
servicios (asistenciales, educativos y sanitarios) que, hasta entonces, habían
estado liderados por las órdenes y congregaciones religiosas y que ahora
pasarán exclusivamente a manos del Estado.
Con todo, a pesar de los esfuerzos de la Revolución Francesa para acabar con
la vida religiosa, ésta no sólo no desapareció, sino que experimentará un
crecimiento espectacular, sobre todo en las congregaciones femeninas; y será
precisamente Francia el centro de esta expansión religiosa. Los nuevos
fundadores/as, conscientes de los cambios profundos que significó la
Revolución y la era napoleónica, buscaron la forma de que sus
Congregaciones aporten una notable novedad carismática dentro de la
137
Álvarez Gómez, Jesús. Op. Cit. pp. 521-522
402
Iglesia138. Esta creatividad fundacional hace que la vida religiosa empiece a
resurgir de las cenizas.
Pero aunque el siglo XIX fue un período de floración para la vida religiosa, no
estuvo por eso exento de nuevas oleadas revolucionarias e incluso de nuevas
expulsiones, que vendrán a significar no fáciles pruebas para las nacientes
familias religiosas, quienes aprovecharán esos nuevos focos turbulentos para
fortalecerse más. Y por eso el siglo decimonónico se caracterizará por el
surgimiento de una pléyade de nuevas congregaciones religiosas de hombres y
mujeres, que buscan ser testimonio y respuesta para un mundo cada vez más
descristianizado, con grande ignorancia religiosa y en donde los niños pueblan
las calles y no las escuelas.
Los palotinos, los marianistas, los maristas, los salesianos, la Sociedad del
Verbo Divino; abundantes ramas franciscanas, dominicas y mercedarias son
parte del centenar de congregaciones nacidas para esta época, especialmente
en Italia, Francia y España. Se abre también un nuevo horizonte de
138
Ibid. p. 518
403
posibilidades para las congregaciones femeninas que, en los siglos anteriores,
habían sido estrictamente limitadas por inflexibles estructuras canónicas. En
cambio ahora, con el nuevo panorama, podrán incluso fundar comunidades de
votos simples y aún de derecho pontificio139.
Como fruto de las coyunturas históricas de este siglo XIX, la vida religiosa
decimonónica presenta una fisonomía más clerical que laical, más centralista
que comunitaria, más conservadora que innovadora (de hecho, los religiosos
se terminarán alineando junto a los sectores más conservadores a nivel social y
eclesial) y con una mentalidad más asistencialista que solidaria. De igual
manera, un rasgo que caracterizará a la vida religiosa de esta centuria es el
hecho de que, si en los siglos anteriores los religiosas/as sobresalieron por su
labor profética en la Iglesia y en la sociedad, ahora aparecerán con un objetivo
más reformista que profético; en el fondo, la intención es evitar nuevos
intentos revolucionarios140.
Lo cierto fue que los religiosos tuvieron que buscar la forma de superar el reto
que les lanzaba esa nueva sociedad nacida en la Revolución Francesa; y
parecía ser que la solución no era ya –como lo fue décadas atrás– volver a las
fuentes, es decir, retomar la radicalidad de los fundadores y sus Reglas
originales, sino más bien echar a andar una pronta y decidida restauración de
la Vida Religiosa en general. Esto dio como fruto un elevado número de
nuevas fundaciones: clericales, laicales, femeninas y de vida apostólica 141.
Todos estos nuevos institutos encarnarán diversos tipos de apostolado y
distintas formas de espiritualidad (se trata de una espiritualidad que hace
constante referencia a Jesús y a María); se evidencia también en estas nuevas
139
Esto se logrará con la Bula Conditae a Christo de León XIII.
140
Codina, Víctor – Zevallos, Noe. Op. cit. P. 60
141
Álvarez Gómez, Jesús. Op. Cit. pp.536-537.
404
congregaciones la centralización romana y el hecho de que todas responden –
prácticamente– al mismo modelo fundacional.
142
Rincón-Pérez, Tomás. La vida consagrada en la Iglesia Latina. Estatuto teológico-canónico. EUNSA,
Pamplona, 2001. P. 39
405
La progresiva aceptación de las Congregaciones de votos simples eliminó, en
la práctica, la fundación de nuevas Órdenes de votos solemnes, considerando
que estos votos respondían cada vez menos a las exigencias de los nuevos
tiempos y de los diversos lugares. La última Orden de votos solemnes en ser
aprobada por la Iglesia fue la de los Hermanos de la Caridad (Betlemitas),
fundada en Guatemala en 1653.
Carácter religioso de los votos simples: hasta bien entrado el siglo XIX los
términos Congregación, Orden y Religión eran sinónimos de votos solemnes.
Los votos simples no conferían carácter religioso. Es aquí donde reluce la
innovación de Mary Ward: ella quería la aprobación pontificia para su
instituto de votos simples y dedicado al trabajo con la juventud femenina, en
paralelo directo con el apostolado que los jesuitas hacían con la juventud
masculina; pero ellas no dependían de estos.
406
por la profesión de consejos evangélicos; pero afirma que los derechos propios
pueden seguir utilizando aquellas otras denominaciones caras a su tradición
interna o relacionadas con el origen del Instituto: sociedad, familia,
congregación, orden, religión, fraternidad, etc.
407
Montfort no contaba más que con dos sacerdotes y cuatro hermanos
coadjutores. Fueron aprobados por Benedicto XIV en 1749. Para el año 2000
contaban con más de 1600 miembros esparcidos por 28 naciones de los cinco
continentes, pero hasta bien entrado el siglo XVIII no había podido superar el
número de 15. Antes de fundar a los Misioneros, Luis María Grignon habían
fundado en Poitiers a las Hijas de la Sabiduría, con la ayuda de María Luisa
Trichet; esto en 1703.
San Pablo de la Cruz también fundó una rama de monjas pasionistas, que
abrieron su primer monasterio en 1771 en Tarquinia en colaboración con
María Crucificada Constantini, muerta en 1786. La flor más bella de estas
monjas pasionistas ha sido, quizá, santa Gema Galgani. Existen también otras
congregaciones femeninas inspiradas en la espiritualidad pasionista.
409
Cristianas no tenían, al principio, ningún vínculo entre sí. Se llamaban a sí
mismos hermanos¸ y rechazaban el título de maestros.
Inicialmente los hermanos no emitían votos, pero pronto San Juan quiso
introducirlos; el Superior General era vitalicio, y las casas debían ser
gobernadas por un director. Fueron aprobados por Benedicto XIII mediante la
Bula In apostolicae dignitatis solio (26-1-1725). La enseñanza espiritual de
San Juan de la Salle está toda orientada hacia la educación integral: entendida
como un verdadero ejercicio ministerial, que consagra al hermano al servicio
de la Iglesia y de los jóvenes. Se trata de una vida gastada en función de Dios
a través del servicio educativo prestado a los hermanos más pequeños.
410
espiritualidad vivida por estos hermanos es esencialmente monfortiana y
centrada en la educación). Hermanos de la Doctrina Cristiana o Hermanos
Menesianos (fundador: Juan María de La Mennais. Hoy son más de 1500
hermanos en 23 naciones). Hermanos de la Sagrada Familia de Belley
(Gabriel Taborín; los aprobó la Santa Sede en 184. Educación y liturgia).
Pequeños Hermanos de Jesús y Pequeños Hermanos del Evangelio (son dos
familias religiosas asociadas a la espiritualidad del hermano Carlos Eugenio
de Foucauld, muerto en 1916, y que buscó siempre la forma de vivir el
Evangelio en medio de los más pobres).
Con todo, debemos admitir que, según la mentalidad del tiempo, las monjas
tenían que estar encerradas. El ministerio apostólico directo se consideraba
tarea exclusiva de los varones. No obstante, algunas monjas de clausura
realizaban algunas actividades apostólicas dentro de sus monasterios.
143
Expedía letras dimisorias, otorgaba licencias para oír confesiones, celebrar misas y predicar; lanzaba
censuras; recibía profesiones de varones; encarcelaba a sacerdotes; etc. En 1873, mediante una Bula, la
Santa Sede le abolió todos estos privilegios.
412
fundadora, a pesar de que ninguna de ellas se remonta materialmente a los
tiempos de la primera fundación.
Sentía cada vez con más fuerza el deseo de fundar una Congregación
femenina con nuevas estructuras que agilizasen el apostolado de la mujer:
religiosas sin clausura, sin hábitos monásticos, dedicadas al apostolado.
Obviamente, Inglaterra no era viable para un proyecto así, de modo que Mary
se pone en camino hacia Saint-Omer en compañía de cinco jóvenes más
deseosas de entrar en su proyecto.
413
No obstante, y con grade lástima, muchos hombres de Iglesia seguían
empeñados en su idea de toda mujer que aspirase a la vida religiosa no tenía
otra opción que encerrase en lo muros de un monasterio; así como también
muchos hombres de Iglesia se empeñaron en callar a Galileo de su obsesión en
afirmar que la tierra giraba alrededor del sol.
Pero fue un fracaso como el de la Cruz, es decir, fracasos que generan vida y
victoria. El Instituto de la Bienaventurada Virgen María pudo continuar, y en
1749 el papa Benedicto XIV lo aprobó definitivamente, aunque se prohibía
dar el título de fundadora a Mary Ward. Así que, podemos decir sin temor,
que el apostolado femenino está fundado sobre las luchas y sufrimientos de
esta valiente mujer, que sostuvo el combate hasta el momento de una aparente
derrota, detrás de la cual venía el triunfo. De modo que todas las
congregaciones femeninas de vida activa deben, en lo más profundo de su
esencia, un sincero y perpetuo agradecimiento a Mary Ward.
414
Compañía de María Nuestra Señora: fundada por Juana de Lestonnac, nacida
en Burdeos en 1556 y muerta en la misma ciudad en 1640. Esta fue la primera
Orden femenina fundada con una finalidad específicamente educativa. Su
espiritualidad está enteramente centrada en la herencia de San Ignacio de
Loyola, y ellas se rigen por unas constituciones que son una modificación de
las jesuitas. La Compañía de María sufrió grandes pérdidas con la Revolución
Francesa, con la desamortización española y con la revolución mexicana. En
la actualidad la fundación de Santa Juana de Lestonnac cuenta con poco más
de 264 casas y unas 2380 hermanas.
415
negra que poco de verdad tenía: la decadencia de las Órdenes y
Congregaciones religiosas. Un exponente de esta leyenda negra fue Diderot
con su obra La Religiosa, sobresaliente por el cúmulo de adjetivos negativos
que emite contra la vida religiosa; dice p. e., “hacer voto de pobreza es
comprometerse por juramente a ser perezoso y ladrón; hacer voto de castidad
es prometer a Dios la infracción constante de la más sabia e importante de
sus leyes; hacer voto de obediencia es renunciar a la prerrogativa inalienable
del hombre, la libertad…”.
144
Con todo, quedaban todavía significativos bastiones de la observancia como los Trapenses y los Cartujos.
416
encuentre en la Encomienda, que hacía que los monjes vivieran sin una
autoridad propia, e incluso los abades no comendatarios vivían generalmente
separados de su comunidad, en unas mansiones lujosas exclusivas para ellos y
separadas del edificio abacial, aunque dentro de la propiedad de la Abadía.
Siguiendo el ejemplo de los abades, los monjes también eran reacios a la vida
común. Muchos religiosos parecen haber perdido el sentido de su vocación; el
claustro se ha convertido, en el mejor de los casos, en un lugar de reposo.
145
También su pedagogía fue muy cuestionada, sobre todo por el monopolio que ellos ostentaban por
medio de sus muchos colegios esparcidos por toda Europa.
146
El deísmo es una postura filosófica que acepta la existencia y la naturaleza de Dios a través de la razón y
la experiencia personal, en lugar de hacerlo a través de los elementos comunes de las religiones teístas
como la revelación directa, la fe o la tradición. Por supuesto que es contrario al cristianismo.
417
francmasonería, el enciclopedismo, los rencores jansenistas, las exigencias
galicanas y regalistas, etc. Deberíamos también sumar muchos enemigos que
los jesuitas tenían dentro de las otras Órdenes religiosas (dominicos,
escolapios, agustinos, algunas abadías benedictinas, oratorianos, etc.).
Hasta la misma patria que vio nacer a San Ignacio de Loyola expulsó a los
5500 jesuitas que realizaban desde décadas una insigne labor en todo el
territorio español. Carlos III firmó el decreto que expulsaba a la Compañía de
Jesús de España el 27 de marzo de 1767; y se promulgó un decreto por el que
se condenaba a muerte a quienes realizasen cualquier demostración pública
favorable a los jesuitas. Incalculable fueron los daños causados por el exilio de
estos religiosos españoles: de la noche a la mañana quedaron abandonados
188 colegios y 31 seminarios. Ciertamente, con la idea de los jesuitas se iba de
España también una significativa parte de su patrimonio cultural.
418
Pero faltaba lo peor: una vez que las Cortes borbónicas habían conseguido la
eliminación de la Compañía de todos sus territorios, quizá para justificar su
mala conciencia por semejante hecho, pretendieron a toda costa un decreto
pontificio de supresión general de los jesuitas en toda la Iglesia. Pero los
esfuerzos mancomunados de los embajadores de Francia, España y Nápoles
ante la Santa Sede, durante el mes de enero de 1769, toparon con la resistencia
heroica del Papa Clemente XIII, pero éste murió el 2 de febrero de 1769.
147
Cada obispo debía velar por la aplicación del decreto en su propia diócesis
419
generales de excepción alcanzó de nuevo un extraordinario florecimiento,
llegando a contar, en vísperas de Vat. II, con más de 34.000 miembros,
esparcidos por todo el orbe terrestre.
148
La Iglesia siempre trató de ver en estos tres fundamentos una proyección de las enseñanzas evangélicas;
es decir, asumir esos tres principios, pero fundamentados desde el Evangelio y no desde la filosofía
ilustrada.
149
Parecía que a Francia se le olvidaba todo lo que le debía a los monjes benedictinos, así como se le había
olvidado los muchos favores que el prestaron los jesuitas, que ya habían sido completamente expulsados del
territorio galo en décadas anteriores.
420
de octubre todos los religiosos tendrían que haber abandonado sus casas, a
excepción de los hospitales.
421
La vida religiosa en los siglos XIX y XX
422
práctica de la caridad, las que terminaron supliendo la carencia de esta justicia
social.
Es así como hace su entrada la Posmodernidad, que viene a ser una reacción
en contra de la modernidad o de la confianza que ésta había depositado en la
razón. La Posmodernidad pretende ser una desmitificación de los tiempos
modernos. Se intenta, entonces, caminar por otros derroteros menos racionales
y más contemplativos, porque las cosas siempre apelan a algo más profundo
que la sola razón. No obstante, se corre el peligro de un excesivo enfoque a los
sentimientos de la subjetividad.
Así pues, la Iglesia del siglo XIX ha tenido que asumir la tarea de evangelizar
a un mundo paganizado, y la no menos fácil tarea de encontrar una nueva
manera de situarse frente a la cultura para salvar la antinomia que muchos
423
intelectuales veían en las relaciones entre fe y ciencia. Pues bien, la fundación
de muchos institutos religiosos, masculinos y femeninos, ha tenido su origen
precisamente en este pavoroso reto que le ha planteado a la Iglesia la
descristianización del mundo a lo largo de los siglos XIX y XX.
Los que conformaban dicha unión debían guardar las mismas constituciones,
vestir el mismo hábito (que debía ser castaño, desapareciendo la anterior
variedad de colores: gris, negro, violeta o azul) y permanecer en absoluta
unidad de régimen, con un solo General, un procurador, un secretario y un
postulador para las causas de canonización. Por su parte, León XIII nombró
general al P. Luis Lauer (1897-1901), ex procurador de los Recoletos; a la
prudencia de este fraile se debe la ejecución de la Felicitate quadam150.
150
Actualmente existe una enorme cantidad –centenas– de institutos religiosos (masculinos y femeninos)
que han nacido dentro del carisma franciscano o se han inspirado en él, pero la orden como tal mantiene la
misma división jurídica de antaño: son tres las Ordenes franciscanas que existen en la actualidad, como tres
ramas de un único tronco primitivo: los Hermanos Menores Conventuales, de los que se separaron las
distintas reformas; los Hermanos Menores y los Hermanos Menores Capuchinos (desgajados de la rama
Observante en el siglo XVI). En fin, quedaba así sentado que serían tres los generales que se consideran
legítimamente sucesores de San Francisco.
425
nuevas Congregaciones, sobre todo femeninas. Con frecuencia se ven surgir
hasta más diez Congregaciones en un mismo ámbito geográfico y en un
espacio de tiempo muy reducido; y casi siempre con finalidades y carismas
bastante similares. Lo cierto es que en toda Europa se multiplican las
Congregaciones y para todas hay vocaciones suficientes. En Francia, p. e.,
entre 1800 y 1880 se fundaron 400 institutos, con un promedio de cinco por
año; y en 1815 eran en Francia 30 000 las religiosas; ya para 1878 alcanzaban
el número de 135 000. Definitivamente, los siglos XIX y XX han contemplado
la aprobación pontificia de más Congregaciones religiosas que todos los
demás siglos anteriores juntos. A lo largo de estas dos centurias se han
fundado y han sido aprobadas por la Santa Sede 1.139 Congregaciones.
426
instituto pone de relieve algún rasgo del ministerio de Jesús o alguna página
específica de los Evangelios.
Se dio el caso también de algún fundador/ra que diera origen a más de una
Congregación; el ejemplo más notorio fue en el siglo XX el Siervo de Dios
don Santiago Alberione (muerto en 1971), que fundó cinco Institutos
151
La nuestra no es la excepción: «Yo, fr. N.N., a gloria de Dios, con la firme voluntad de vivir más
perfectamente el Evangelio de Cristo […] Por tanto, me entrego de todo corazón a esta fraternidad […]
mediante la eficaz acción del Espíritu Santo, la intercesión de la Inmaculada Virgen María, de nuestro Padre
San Francisco y de todos los Santos, y vuestra ayuda fraterna».
427
religiosos. Más frecuente ha sido el caso del fundador que da inicio a la rama
masculina y, después con la ayuda de una mujer cofundadora, a la rama
femenina del mismo carisma. Otro fenómeno típico de las modernas
Congregaciones es que suelen extender su espíritu religioso y apostólico
también a las asociaciones de seglares que, en cierto modo, recuerdan las
Terceras Órdenes, propias de los Mendicantes.
428
Por supuesto que otro rasgo propio de estos Institutos decimonónicos está
relacionado con la feminización del catolicismo. Ciertamente, el catolicismo
del siglo XIX se escribe más como femenino; esto en el sentido de que la
mujer empieza ahora a ocupar un puesto más determinante en la marcha de la
Iglesia Católica. El síntoma más evidente de esta feminización es el
surgimiento de una pléyade de nuevas Congregaciones femeninas, sin que esto
signifique nunca un cuestionamiento al sacerdocio ministerial, rígidamente
ejercido sólo por varones.
429
En Costa Rica, p. e., uno de los primeros evangelización fue Fr. Bartolomé de
las Cazas, dominico (1536); pero quienes llevaron el cristianismo de un modo
sistemático a toda la región fueron los franciscanos desde 1550.
Los religiosos que llegaron a América Latina lo que pretendían era edificar
una Iglesia nueva y no simplemente una Iglesia indigenista. Buscaban lo que
hoy llamamos inculturación. Justo es reconocer que fueron los franciscanos
los pioneros en esta labor de inculturación, aunque la llegada de los dominicos
abrió un nuevo cauce al profetismo liberador de los religiosos. Ellos se
percataron rápidamente de las dificultades que acarreaba a la conversión de
los indios el sistema opresor de la conquista y de la colonización,
especialmente de los encomenderos. Abrió la marcha Fray Antonio
Montesinos, pero el portaestandarte del profetismo denunciante sería Fray
Bartolomé de las Casas.
430
Aunque no tenga fuerza jurídica, la CLAR tiene la máxima autoridad moral y
doctrinal dentro del área de la vida religiosa en los países que la componen.
El Vat. II se ocupó de la vida religiosa más y mejor que ningún otro Concilio
anterior lo había hecho; y lo hizo en varios de sus documentos, pero
especialmente en el capítulo VI de la Lumen Gentium, y en el decreto
Perfectae Caritatis. La vida religiosa fue el grupo eclesial más conmocionado
por el Concilio. Fruto de esos trabajos de renovación conciliar han sido unas
Constituciones renovadas en las que se expresa con mayor fidelidad y claridad
la identidad propia de cada instituto, y un Directorio actualizado conforme a la
disciplina del Código de Derecho Canónico promulgado por Juan Pablo II en
1983.
Uno de los principales retos que lanzó el Concilio a los religiosos fue la tarea
de definirse a sí mismos. Esto dio como resultado una clarificación del
carisma y del patrimonio espiritual del propio Instituto, y también originó toda
una teología sistemática sobre la vida religiosa; teología que se fundamenta en
el sexto capítulo de LG, que se había ocupado de sacar a luz la eclesialidad de
la vida religiosa, que brota de la vida y santidad de la Iglesia (LG 43).
Podemos inferir que uno de los logros más significativos de Vat. II fue el
señalarle a la vida religiosa su propio lugar dentro de la Iglesia, porque este ha
sido el punto de partida para todos los demás trabajos posteriores de
renovación y adaptación.
Por último se ha puesto atención al aspecto misionero, y esto ha hecho que las
comunidades se tornen más creativas a la hora de reinventar nuevos caminos
para la realización de su propia misión. Han surgido comunidades insertas en
distintas realidades sociales y eclesiales; se han hecho opciones preferenciales
por los pobres y marginados. Las misiones comunitarias también ha sufrido
una reorientación hacia distintos y nuevos compromisos: el mundo de la
increencia, el ecumenismo, la drogadicción, etc. Este redescubrimiento
también encubre un peligro: la secularización de la propia misión,
convirtiendo en simple desempeño profesional lo que ha de ser siempre
misión salvífica.
432
sumergido en al injusticia. Ante este panorama los religiosos deben ofrecer
comportamientos existenciales y apostólicos diferentes.
Por otra parte, también es necesario prestar atención a los datos cuantitativos:
las estadísticas han puesto su contrapunto a la euforia de la renovación
postconciliar de la vida religiosa. El abandono masivo de religiosos/as después
del Concilio ha sido muy preocupante; y es más preocupante aún el
espectáculo que ofrecen en muchos países occidentales (sobre todo europeos)
tantos noviciados, juniorados y escolasticados, abarrotados antes del Vat. II,
pero ahora completamente vacíos.
Los números, en este caso, hablan por sí solos: de los 327.315 religiosos
existentes en todo el mundo el 1 de enero de 1964, se había descendido trece
años después (1 de enero de 1977) a 263.362. Y en el mismo espacio de
tiempo las religiosas habían descendido de 855.162 a 771.947. Por supuesto
que en las últimas décadas los números no han sido más alentadores. Con
todo, es más que evidente que, mientras en unos países caen estrepitosamente
las vocaciones, otros experimentan un verdadero florecimiento vocacional.
Sería muy arriesgado achacar tanto un fenómeno como el otro a los
planteamientos introducidos por Vaticano II; el problema vocacional es algo
mucho más complejo que todo eso.
433
Lo cierto de todo esto es que el mismo Espíritu Divino que suscitó –hace ya
más de 1500 años– aquellas primeras experiencias comunitarias del monacato
en el desierto, sigue suscitando hoy nuevas formas de vida consagrada, como
ha venido haciéndolo a lo largo de todo este itinerario histórico. Pero por
encima de todas estas cuestiones históricas y estructurales, lo que prevalece es
la constatación de que, aún y con los avatares propios de quince siglos de
historia, la Vida Religiosa no ha dejado de dar testimonio de que ella
pertenece esencial y constitutivamente –tal y como lo expusiera la Lumen
Gentium– a la vida y santidad de la Iglesia.
434