En 1943, los aliados ganaron varias batallas clave contra las fuerzas del Eje. En el Norte de África, las tropas británicas derrotaron a las fuerzas de Rommel en El Alamein. En el mar, los aliados ganaron la Batalla del Atlántico para proteger las rutas de suministro. En el este, la victoria soviética en Kursk marcó el punto de inflexión, con el Ejército Rojo avanzando desde entonces. Los líderes aliados Roosevelt, Churchill y Stalin se reunieron en Teherán para coordinar
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En 1943, los aliados ganaron varias batallas clave contra las fuerzas del Eje. En el Norte de África, las tropas británicas derrotaron a las fuerzas de Rommel en El Alamein. En el mar, los aliados ganaron la Batalla del Atlántico para proteger las rutas de suministro. En el este, la victoria soviética en Kursk marcó el punto de inflexión, con el Ejército Rojo avanzando desde entonces. Los líderes aliados Roosevelt, Churchill y Stalin se reunieron en Teherán para coordinar
En 1943, los aliados ganaron varias batallas clave contra las fuerzas del Eje. En el Norte de África, las tropas británicas derrotaron a las fuerzas de Rommel en El Alamein. En el mar, los aliados ganaron la Batalla del Atlántico para proteger las rutas de suministro. En el este, la victoria soviética en Kursk marcó el punto de inflexión, con el Ejército Rojo avanzando desde entonces. Los líderes aliados Roosevelt, Churchill y Stalin se reunieron en Teherán para coordinar
En 1943, los aliados ganaron varias batallas clave contra las fuerzas del Eje. En el Norte de África, las tropas británicas derrotaron a las fuerzas de Rommel en El Alamein. En el mar, los aliados ganaron la Batalla del Atlántico para proteger las rutas de suministro. En el este, la victoria soviética en Kursk marcó el punto de inflexión, con el Ejército Rojo avanzando desde entonces. Los líderes aliados Roosevelt, Churchill y Stalin se reunieron en Teherán para coordinar
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Guerra profunda
En agosto de 1941 Roosevelt y Churchill se encontraron en aguas de la
isla de Terranova con el fin de intercambiar opiniones acerca del transcurso de la guerra y su futuro desarrollo. La implicación norteamericana en el conflicto en apoyo a Gran Bretaña había dado un paso decisivo con la aprobación de la Ley de Préstamo y Arriendo en marzo de 1941. Durante el encuentro, ambos mandatarios firmaron una declaración conjunta que pasó a denominarse la Carta del Atlántico, que reflejaba el deseo de que no se produjera ningún cambio territorial, salvo si este se hacía con el asentimiento de los pueblos afectados; el respeto al derecho de todos los pueblos a elegir su propia forma de gobierno; la promoción de un acceso igual de todos los estados al comercio y las materias primas tras la derrota del Eje; que se aprobara una paz bajo la que las naciones pudieran vivir con seguridad dentro de sus fronteras. Esa paz garantizaría la libertad de navegación en los mares y, a la espera de la consecución de una seguridad colectiva basada en la renuncia a la fuerza, los potenciales agresores tendrían que ser desarmados. La Carta del Atlántico recordaba al idealismo de los Catorce Puntos de Wilson y fue posteriormente incorporada a la Declaración de las Naciones Unidas aprobada el 1 de enero de 1942. A partir de 1942, las fuerzas del Eje sufrieron derrotas significativas en el Norte de África, en el Mediterráneo y el Atlántico. En octubre de 1942, el general Bernard Law Montgomery derrotó a las fuerzas alemanas de Rommel en El Alamein, lo que provocó una larga retirada hasta Túnez. Los británicos mostraron una gran audacia cuando, a la par que defendían Egipto, actuaban para contrarrestar las amenazas alemanas en Oriente Medio. En Iraq se puso fin a un golpe de Estado favorecido por los alemanes y las autoridades de Vichy en Siria y el Líbano fueron depuestas. Junto con los rusos, los británicos invadieron Irán. Oriente Medio quedaba asegurado frente al nacionalismo árabe proalemán y Alemania, sumida en el frente ruso, no podía hacer nada para evitarlo, por lo que cualquier atisbo de unir los frentes alemán y japonés resultaría imposible. En el verano de 1943, los tres líderes aliados exigieron la rendición «incondicional» de Alemania. El desembarco aliado en el Norte de África fue el primer paso para la rendición del Afrika Korps y la pérdida de 250 000 hombres, hechos prisioneros. En el mar, la guerra también se inclinó del lado de los aliados. El 30 de enero de 1943 Hitler cesaba al almirante Raeder como comandante en jefe de la Marina y nombraba a Karl Dönitz, defensor del submarino, lo que implicó un cambio de prioridades. Con el abandono de la Flota de Alta Mar alemana, la Royal Navy británica iba a lograr el equivalente a una gran victoria que afectaría sensiblemente al equilibrio de fuerzas en el Mediterráneo, en el océano Índico y en el Pacífico. Hitler consideró que solo el submarino podía cortar las arterias vitales del enemigo. La batalla del Atlántico, es decir, el intento alemán por acabar con los suministros a Inglaterra y Rusia, llegó a su punto álgido en 1943. En marzo de ese año, los grupos de submarinos alemanes que se lanzaban sobre los convoyes aliados lograron grandes éxitos al hundir 476 000 toneladas. Durante un breve periodo de tiempo, el hundimiento de buques aliados superó al número de barcos construidos, pero la suerte de los submarinos alemanes no duró mucho tiempo. El vacío que existía en el Atlántico, donde no existía cobertura aérea, fue cubierto por los nuevos bombarderos de largo alcance y se introdujeron nuevos portaaviones para escoltar a los convoyes, además Portugal permitió, en 1943, el uso de las Azores como base, lo que llevó a un control más efectivo de la ruta trasatlántica. La aparición de nuevos sistemas para interceptar señales de los submarinos alemanes y un nuevo radar hacían muy difícil la labor de las tripulaciones alemanas. En mayo de 1943 Dönitz confesaba: «Hemos perdido la batalla del Atlántico». El esfuerzo por estrangular el comercio de Gran Bretaña y evitar que las tropas norteamericanas llegasen a Europa había fracasado. Los aliados desembarcaron en Sicilia, donde las fuerzas de George Patton y de Montgomery se impusieron. Los sicilianos recibieron con entusiasmo a las tropas aliadas, la destrucción causada por la guerra había mermado en gran medida el apoyo al fascismo. Posteriormente, las tropas aliadas desembarcaron en la península itálica, iniciando una dura lucha debido a la tenaz resistencia alemana y a las peculiaridades de la geografía italiana. A pesar de los medios empleados por los aliados, la posterior lucha por desalojar a los alemanes de Italia se convirtió en una de las campañas más duras de las libradas contra las fuerzas del Eje. Temiendo por sus vidas, el 9 de septiembre el rey Víctor Manuel y los miembros del gobierno se olvidaron del pueblo al que gobernaban y huyeron de Roma, dejando la capital y toda la Italia central y septentrional en manos alemanas. Italia se convirtió en el escenario de dos guerras yuxtapuestas: una convencional entre las fuerzas aliadas y los alemanes, y una amarga guerra civil entre los fascistas radicales y la creciente resistencia. La mayor parte de la población no se sentía vinculada a ninguno de los bandos en guerra y lo único que deseaba era sobrevivir. El mensaje más extendido era: «Aquí nadie cree en nada». El 25 de julio, Mussolini era rescatado por tropas alemanas y establecía la fantasmagórica República de Saló en el norte de Italia. Aquellos que trataron al Duce durante ese periodo destacaron que se trataba de un hombre en declive físico y mental. Cuando Mussolini se entrevistó con Hitler en septiembre, afirmó que había llegado la hora de retirarse de la vida política, algo que Hitler rechazó. El Duce se vio obligado a aceptar la anexión alemana de Tirol del Sur, Trieste y el Trentino, y miles de italianos fueron forzados a trabajar en las industrias alemanas. La resistencia italiana quedaría reflejada en la película Roma, ciudad abierta (1945), de Roberto Rossellini. Hacia noviembre de 1943, los alemanes habían logrado un empate en Italia similar al de la Gran Guerra. Finalmente, los aliados consiguieron entrar en Roma en junio de 1944. En el este, 1943 fue el año de la «Operación Ciudadela», destinada a cortar el saliente que se había formado en torno a la localidad de Kursk. Tras la rendición del Sexto Ejército alemán en Stalingrado, el Ejército Rojo lanzó una serie de ofensivas, muchas de las cuales se concentraron a lo largo de la cuenca el Don, cerca de Stalingrado. Estos ataques se tradujeron en ganancias iniciales, hasta que las fuerzas alemanas fueron capaces de tomar ventaja de la debilitada condición del Ejército Rojo y lanzar un contraataque para recapturar la ciudad de Jarkov y áreas circundantes. En julio, después de reunir la concentración de poder de fuego más grande de toda la guerra, la Wehrmacht lanzó su ofensiva contra la URSS en el saliente de Kursk. Aunque hicieron ciertos avances, los alemanes no lograron romper el frente y cercar a las tropas soviéticas. Las bajas de ambos bandos fueron terroríficas. Sin embargo, al final los alemanes se retiraban. Cuando el escritor soviético Ehrenburg visitó la zona, comentó: «Todo se funde en una sola cosa: en la guerra profunda». Kursk confirmó lo que Stalingrado había demostrado: que el Ejército Rojo estaba ganando la guerra en el este. A partir de ese momento el avance soviético fue ininterrumpido. El 18 de febrero de 1943 Goebbels proclamó la necesidad de una guerra total en un discurso en el Sportpalast de Berlín ante una audiencia seleccionada de nazis convencidos, pero la fe en Hitler entre la población estaba ya minada. El año 1943 marcó la pérdida irreversible de la iniciativa diplomática y militar que la Alemania nazi había disfrutado desde 1933; si Stalingrado había determinado que Alemania perdería la guerra, Kursk anunció que el conflicto acabaría irremediablemente con la destrucción total del Tercer Reich. Churchill, intuyendo que la guerra cambiaba de signo, señaló: «Esto no es todavía el final. Ni siquiera se trata del principio del fin, pero esto puede ser, quizás, el final del inicio». A mediados de noviembre de 1943, Stalin, pletórico por sus victorias, se dirigió hacia la capital iraní, donde recibió a Churchill y Roosevelt. La Conferencia de Teherán constituyó el punto culminante de la cooperación en el seno de la llamada Gran Alianza, y los éxitos del Ejército Rojo, unidos a la inminencia de la apertura de un segundo frente en Europa Occidental, permitieron que el primer encuentro entre «los tres grandes» se desarrollara en un ambiente cordial. En mayo de 1943, Stalin anunciaba la disolución del Komintern, la organización que había simbolizado el compromiso de la URSS con la revolución mundial. Stalin comenzó a exigir a sus aliados que cumpliesen con sus compromisos de abrir un nuevo frente para absorber parte del esfuerzo de guerra alemán. Roosevelt parecía entusiasmado con el proyecto de un segundo frente, mientras que Churchill procuraba retrasarlo lo más posible, aunque finalmente tuvo que ceder, y el desembarco en Francia quedó fijado para mayo de 1944. Durante el encuentro, el presidente norteamericano propuso la creación de una organización internacional, que acabaría desembocando en las Naciones Unidas. Roosevelt regresó a Washington ingenuamente convencido de que había forjado una estrecha relación con Stalin y de que la misma sería fundamental para acabar con la Alemania de Hitler y reconstruir el mundo de la posguerra. En Teherán se anunciaba ya el reparto y división del mundo en esferas de influencia. Se hacía evidente que la URSS, después de la victoria, se constituiría en la superpotencia dominante en Europa Central y Oriental. Cuando Stalin y Churchill se volvieron a encontrar en Moscú en 1944, se produjo el tristemente célebre «acuerdo de los porcentajes», en el que, a cambio de que Stalin permitiese el mantenimiento de la influencia británica en Grecia «90 por ciento», Churchill dejó que la URSS controlase Bulgaria, Hungría y Rumanía: 90, 80 y 75 por ciento respectivamente, aceptando un reparto equitativo en Yugoslavia: 50 por ciento. Estados Unidos no participó en el acuerdo, ya que condenaba ese tipo de diplomacia. Así, en unos minutos y gracias a un acto político de un cinismo memorable, la suerte de media Europa quedó sellada por medio siglo. Por otra parte, en la Conferencia de Casablanca se decidió el bombardeo estratégico contra el Eje. El entusiasmo británico por esa idea hundía sus raíces en el periodo en el que había tenido que enfrentarse al Eje en solitario en 1940 y 1941. Incluso antes de la guerra, Churchill había sido un creyente en la efectividad del bombardeo. La política de bombardeo estratégico, en fin, obtuvo una respuesta entusiasta tanto de Roosevelt como de la fuerza área norteamericana