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ANI ANAL
en la Edad Contemporánea
ses
Javier Alvarado Planas
Miguel Martorell Linares
(O ICONS
Historia
del delito y del castigo
en la Edad Contemporánea
Colección Historia del Derecho y de las Instituciones
Director
Javier Alvarado Planas, catedrático de Historia del Derecho
de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Comité Científico
ikinsorn, S.L
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O Los autores
ISBN: 978-84-9148-250-5
Depósito Legal: M-18222-2017
Preimpresión:
Besing Servicios GráNcos, S.L.
besingsgO)gmail.com
Impresión:
Recco, S.L,
recco(Orecco-sll.com
WWW.recco.es
Índice
A 17
INTRODUCCIÓN cocine 43
L ALGUNAS PRECISIONES TERMINOLÓGICAS cocccacanninoconicicicnanoiasacanenccns 43
L INTRODUCCIÓN cnica 97
L1. — La codificación en ESpaña....oncniiciniiinininnnsniinsir 97
1.2. El Derecho penal en la España contemporánea................ 98
IL CÓDIGO PENAL DE 1822.00... 99
M.1. Introducción histórica... 99
1.2. El proceso de gestación del Código penal de 1822.......... 100
IL3. Principios generales del nuevo Código .............uo.ccaa.ummomom”. 100
TIL CÓDIGO PENAL DE 1848. .000cccco0mmmres 100
ML1. Introducción históriCa........o.nnniinncnmnmnmmms 100
HL2. La ciencia penal a principios del siglo XIX .............o..c. 102
1L3. El proceso de gestación del Código penal de 1848.......... 102
HI.4. Principios generales del nuevo Código... 103
IV. CÓDIGO PENAL DE 185Oo. 105
IV.1. Elproceso de gestación del Código penal de 1850......... 105
IV.2. Principios generales del nuevo CÓdigO .....ooniciniininim.mm.m 106
CÓDIGO PENAL DE 187 0O....ccciccicionioioioocociocncncnonnonoorrrrssccnsscimrirrrsss 107
V.l. — Introducción históÓriCa......ooioniiniiinininnninnenninonaas 107
Histaria del delito y del castigo en la Edad Contemporánea
10
Índice
11
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea
Lo INTRODUCCIÓN a 233
IL. LA INQUISICIÓN MEDIEVAL coccion
nera connarars semanas 234
II. LA INQUISICIÓN MODERNA....ccicincinncooamonmanonnnnanacanancnnnc
rene 236
MI.1. La Inquisición española 236
11 Bula introductoria, régimen de gobierno y
EribundleS ninio. raras 236
12
Índice
13
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea
14
Índice
L ANTECEDENTES .c.cccncinniinniinnicnnncnomoncmermarrarno
recorrer renerernnanrrrreereicanis 323
Ll. —Las*casas-galera once 323
12. — Delito y pecado ......oicniicnninnnnnnrcrcrrrrerae 325
O A 326
1.1. LasCasas de CorrecciÓn.....ciniicninnninnninniccnercncnarn
ranas 326
1.2. LaPenitenciaría central de Alcalá de Henares .................. 327
1.3. Una mirada al marco internacional .......coinnionianniniinicinnc.. 330
11.4. Positivismo penal: el “monstruo” femenino uni... 332
A 333
MI.1. Rutinas punitivaS..........nininicnnccinninnnnmararrserarer 333
111.2. Las reformas republicanaS ...nicnniinniinonnmsmrnses 334
MI.3. La herida de la guerra y de la posguerTa...ocoincncinmc.m<<m. 336
II11.4. Moral y política en la represión penal femenina.............. 338
MI.S. Las monjas de Franco.......o.oiniininininnnnmaarceamsnos 340
NIL6. Reajustes en la Sección Femenina Auxiliar del
cuerpo de PrisSiOMésS ....onniconicinicnicninnnnnnnnncnnrncrreniaronna
rancios 342
11.7. Laredención femenina de pena por el trabajo.................. 343
11.8. Las presas políticas y las presas COMUNES ..nicniniinniinno 345
II.9. Persistencias de antiguas rutinas punitivas....................... 346
III.10. El paisaje finisecular 348
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA occ 351
15
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea
16
Presentación
Han variado a lo largo del tiempo los criterios para determinar qué activida-
des deben considerarse delictivas, cuales son las medidas a adoptar para reprimir-
las y cómo ejecutar tales castigos. Hoy sería impensable tanto el considerar que la
brujería es un delito, como el castigar con la pena de vivicombustión, o condenar
a muerte a los falsificadores de moneda. La propia pena de muerte, aceptada y
extendida por todo el planeta hace cien años, se halla ahora en franco retroceso y
en los países democráticos donde aún se aplica genera un intenso debate alentado
por los partidarios de su supresión.
17
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea
Los coordinadores
18
Capítulo I
La Ilustración y la humanización
del Derecho penal
Javier Alvarado Planas
Universidad Nacional de Educación a Distancia
19
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
20
Capítulo L La Mlustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
21
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
delos franceses en 1765 cuando un juez local, enemistado con un joven de 20 años,
Francois Jean Lefebvre, caballero de La Barre, le acusó de no quitarse el sombrero
y no hacer una genuflexión al pasar ante una procesión. Condenado por blasfemia
a sufrir la amputación de la lengua hasta la raíz, la mutilación de la mano y des-
pués ser conducido en carro para ser atado a un poste hasta ser quemado en la ho-
guera, la sentencia fue ejecutada el 1 de julio de 1766. Ante ello, Voltaire escribió
en 1766 la Relation de la mort du chevalier de la Barre. A dicha obra siguieron el
Commentaire sur le libre des delits et des peines, que publicó en 1766 con el nombre
de “un abogado de provincia amigo íntimo de la humanidad”, o En Prix de la justice
et de l'humanité, escrito en 1777 en la que defiende el fin utilitario de las penas y,
por tanto, un argumento más para suprimir la pena de muerte y trocarla por la de
trabajos en beneficio de su país?,
Otro influyente penalista fue Jean-Paul Marat (1743-1793), autor del Proyecto
de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789). Al igual que
Voltaire, había buscado refugio en Londres y se había impregnado en los principios
liberales ingleses para escribir Philosophical Essay on Man (1773). Precisamente, a
sugerencia de Voltaire, el 15 de febrero de 1777 apareció en la Gazette de Berne el
anuncio para otorgar un premio al mejor proyecto de reforma de la legislación cri-
minal. A tal efecto, Marat presentó un manuscrito titulado Plan de Législation cri-
minelle que, aunque no fue premiado, tuvo una notable acogida, siendo reeditado
en 1783 al amparo de la “Bibliotheque criminelle" de Brissot. Allí criticaba las leyes
por ser ilegítimas, arbitrarias, discriminatorias, injustas, antinaturales e ilógicas.
Concluía que si los poderosos se empeñaban en utilizarlas contra los pobres, estos
quedaban legitimados para reconquistar sus derechos. Criticando el secreto de las
actuaciones judiciales, decía; “¿Queréis que el crimen sea castigado, la inocencia
defendida, la humanidad respetada y la libertad asegurada? Administrad la justi-
cia en público. Que todo delincuente sea juzgado a la vista del cielo y de la tierra”*.
Defendía también la independencia de los jueces frente a las órdenes o presiones
del poder ejecutivo; “Sería un abuso indignante que los tribunales criminales pro-
cediesen del príncipe; deben ser completamente independientes” pues, de otro
modo, “estarían siempre a las órdenes del patrón que les nombra, y jamás consul-
tarían sino su voluntad””. El sistema penal debía de descansar en el principio de la
presunción de inocencia consagrado en el artículo 9 de la Declaración de Derechos
del Hombre y del Ciudadano en virtud del cual “Todo hombre se considerara ino-
cente hasta que haya sido declarado culpable”. Concretamente, afirmaba que “En
tanto que no resulte probada a los ojos de los jueces la responsabilidad del acusa-
do, no hay derecho para tratarle como culpable”'”,
22
Capítulo 1 La Ilustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
23
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
sobre la eficacia y necesidad de las leyes). Poco después publicaba Riflessioni poli-
tiche su l'ultima legge del Sovrano, che riguarda la riforma dell'amministrazione de-
lla Giustizia (Napoli, 1774)*, que constituye una declaración de intenciones de su
posterior magna obra. De joven formó parte del grupo de Iluministas y reformado-
res como Antonio Planelli, M. Vargas-Machuca, F. Conforti y Andrea Serrao, Lucas
Nicola de Luca y el principe Raimondo de Sangro. De entre los ilustres personajes
que se cruzaron en la trayectoria vital del príncipe de Arianiello, cabe decir que
en 1787 recibió la visita de Goethe quien, en su obra “Viaje a Italia”, menciona sus
conversaciones con Filangieri sobre el despotismo describiéndole como una per-
sona preocupada por la felicidad y libertad de los hombres con «unos delicados
sentimientos morales», «de natural tierno y trato cómodo» a quien «gusta de con-
versar sobre Montesquieu o Beccaria con una profunda devoción a Giambattista
Vico», «Nunca oí una sola palabra banal de su boca»?,
Las reformas del derecho penal y procesal propuestas por Filangieri, comen-
zaban por “eliminar todos los altercados indecentes entre el juez y el acusado, to-
dos los terrores, violencias y asechanzas que hacen tan abominable, tan indigno é
injusto el actual sistema; desembarazar la justicia de aquella oscuridad voluntaria
en que se envuelve con el misterio de la pesquisa; abolir los juramentos inútiles
que se exigen al acusado, y que solo sirven para multiplicar los perjurios; no recu-
rrir en la citación a la captura sino en aquellos casos en que se pueda sospechar la
fuga del acusado, procurar que aun en tales casos la custodia del acusado no sea
indigna de un inocente; emplear parte de las rentas del estado en la construcción
de cárceles, donde los depósitos de la justicia pública deberían excitar la idea agra-
dable de la moderación y respeto con que custodia la sociedad aun aquellos indi-
viduos que han merecido su desconfianza; en una palabra, tratar al acusado como
ciudadano, hasta que resulte enteramente probado su delito”?! En su época, ta-
les propuestas serían tachadas de demasiado avanzadas, revolucionarias cuando
no escandalosas. Pero la elocuencia del príncipe de Arianiello no se quedaba allí.
Planteaba además “añadirse otra cosa a esta reforma; a saber, la división de cárce-
les para los acusados y para los convictos. El hombre que es acusado de un delito,
no debe perder el derecho a la imagen pública, hasta que se le haya convencido
de ser verdaderamente autor de él... Un acusado no es siempre reo; pero puede
llegar a serlo con este contagio pestífero. Encerrado en una misma caverna con los
delincuentes ya condenados, no respira en ella, por decirlo así, más que el olor del
delito. Una atmósfera viciada concentra allí estas terribles exhalaciones ¿y quién
sabe hasta qué punto pueden obrar en su ánimo y alterar su corazón”?,
Respecto a Mario Pagano, fue catedrático de derecho penal durante veinte años
y un activo reformador jurídico? y político que le enfrentaron al gobierno borbónico
con el correspondiente exilio a Milán. Su participación en el gobierno de la República
napolitana, le llevaría al patíbulo en 1799. Además de unos “Ensayos políticos”, es-
cribió unas “Consideraciones sobre el proceso penal” (Nápoles, 1787, reeditadas en
1801) y unos “Principios del Código Penal" (Milán, 1803, reeditadas en 1806) en que
se recopilan sus lecciones universitarias de Derecho penal.
24
Capitulo 1. La Rustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
25
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo L La Ilustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo 1. La llustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
“por el mismo delito debe infligirse igual castigo a todo delincuente”*, sin admi-
tirse otras graduaciones en la responsabilidad que las derivadas del sexo, la edad,
y las circunstancias del delito... “No se debe castigar a los imbéciles, los locos, ni a
los viejos dementes porque no saben cuándo hacen mal”””.
Fruto de diversos esfuerzos fue el Code des délites et des peines de 25 de octu-
bre de 1795, redactado principalmente por el conde Felipe Antonio de Merlin de
Douai (1754-1838), abogado, diputado en los Estados Generales de mayo de 1789,
texto que sentó las bases del que sería, poco después, el Código penal napoleóni-
co**, En efecto, será la Administración napoleónica la que lleve a cabo la redacción
30
Capítulo L La Nustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
interiores, los fueros y juzgados privativos, el tormento, etc. En todo caso, la Guerra
de la Independencia facilitó los planes reformistas que se materializaron en la la-
bor legislativa llevada a cabo por las Cortes de Cádiz* y en el trienio constitucio-
nal y de cuyo periodo disponemos de los trabajos y memorias de algunos de sus
protagonistas como Agustin de Argúelles**, Alvaro Flórez Estrada*, el Conde de
Toreno**, Romero Alpuente*” o Antonio Alcalá Galiano*?, entre otros.
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Capítulo I La Nustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Sobre las influencias ideológicas y jurídicas del Código Penal, Calatrava afir-
maba,; “confieso ingenuamente que he tomado muchas cosas del Código francés,
así como de las obras de Bentham, de Filangieri, de Bexon y de los demás que he
tenido a mano””, También había consultado los Códigos “de mayor crédito y repu-
tación en Europa”, teniendo presentes “los varios sistemas propuestos por los más
sabios autores””*, Y en efecto, de la lectura de sus 816 artículos se deducen eviden-
tes y literales influencias del Código Penal napoleónico de 1810 (por ejemplo, en
la estructura). Las Actas de las sesiones reflejan la frecuente invocación a las doc-
trinas de Montesquieu, Voltaire, Beccaria, Benthan, Filangieri, Diderot, Lardizabal,
etc. En suma, citando las palabras del Preámbulo, el Código Penal de 1822 fue una
“obra original, fruto de meditaciones filosóficas sobre los deberes y mutuas rela-
ciones de los miembros de la sociedad civil, y que partiendo desde los inalterables
principios del orden público, y de justicia universal, se dirigiese a un solo centro,
que es afianzar la tranquilidad y prosperidad del Estado, y amparar al ciudadano
34
Capítulo 1 La Ilustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
35
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Notas
1 Entre los antecedentes del movimiento reformista cabe citar a Francois HOTMAN,
Antitribonien ou discours sur lex Loix (1567) obra que prácticamente inició el género de li-
teratura crítica a los modos de creación y fijación del derecho positivo. En esta línea cabe
citar a G. W. LEIBNIZ (1646-1716) y su De naevis et emendatione jurisprudentiae romanae.
Leibniz puede considerarse uno de los más importantes precursores de la codificación al de-
fender en 1667 la redacción de un «novísimo código que fuese redactado completiva, breve y
ordenadamente, así la incertidumbre (es decir, la oscuridad y la contradicción) y lo superfluo (a
saber, la repetición de cosas inútiles), estarian ausentes» (Nova methodus, 2* parte, párr. 21).
El Código prusiano de 1794 mandado redactar por Federico Guillermo [en 1738, que luego
impulsaría Federico II y en cuya redacción intervinieron Samuel von Cocceji o el conde de
Carmer constituye una prueba de que, previamente a la codificación liberal hubo una codifica-
ción Ilustrada o, dicho en otros términos, que la «codificación» no ha sido consustancial al «li-
beralismo», sino una forma más depurada de técnica legislativa. De hecho el Código prusiano
de 1794 confirmaba la desigualdad de los ciudadanos ante la ley y las diferencias de estatuto
jurídico en función de la adscripción a uno de los tres estamentos sociales.
Para el derecho penal del Antiguo Régimen en España vid. Francisco TOMÁS Y VALIENTE, El
Derecho penal de la Monarquía absoluta (Siglos XVI, XVII y XVIII), Salamanca, 1969; José Luis
de LAS HERAS, La Justicia penal de los Austrias en la Corona de Castilla, Salamanca, 1991; Para
su evolución en Francia vid. J. M. CARBASSE, Histoire du droit pénal et de la justice criminelle,
París, 2000.
Mario PAGANO, Consideraciones sobre el proceso penal, Milán, 1801, pp.71 y 76.
Carta de Pagano al Regio Consigliere Signor Cavaliere D. Luigi Medici dei Principi d'Ottiano, en
Consideraciones sobre el proceso penal, Milán, 1801, p. IIL
Mario A. CATTANEO, Il liberalismo penale di Montesquieu, Napoli, 2000,
M. CASÁS FERNÁNDEZ, Voltaire criminalista. Precursor del Humanitarismo en la legislación
penal, Madrid, 1931.
Jean Paul MARAT, Plan de législation criminelle, Introducción de Daniel HAMICHE, Paris, 1974,
p. 161. la primera edición española se publicó como Principios de Legislación Penal, Madrid.
1891.
Jean Paul MARAT, Principios de Legislación Penal, Madrid, 1891, p. 166.
10 Jean Paul MARAT, Principios de Legislación Penal, Madrid, 1891, p. 164.
11 Constitution de l'Anglaterre, Amsterdam, 1771 (fue objeto de ocho ediciones hasta 1789).
12 Commentaire du Code criminal d'Anglaterre sur les lois anglaises, Paris, 1776.
13 Commentaires sur les lois anglaises, Bruxelles, 1774-1776; sobre el influjo penal del Derecho
inglés sobre el francés, véase también la obra de S. BEXON, Parallele du code pénal d'Angla-
terre avec les lois pénales francaises, et considérations sur les moyens de render celles-ci plus
utiles, Paris, 1800.
14 Jacques GODECHOT, «Les influences étrangéres...», p. 47.
15 Réflexions sur l'établissement des jurés et sur l'administation de la justice civile et criminelle,
París-Bailly, 1789.
16 Muministi italiani. Tomo VII: Riformatori delle antiche repubbliche, dei ducati, dello stato ponti-
ficio e delle isole, Milano-Napoli, 1965.
17 Dicha carta de Beccaria a Morellet se ha publicado en Cesar BONESANA, marqués de Beccaria,
Tratado de los Delitos y de las Penas, Buenos Aires, 1978, p. 231 y ss. Su correspondencia se ha
publicado en Cesare BECCARIA, Scritti e lettere inediti, reunidos y comentados por Eugenio
LANDRY, Milano, 1910.
18 La obra de Gaetano FILANGIERI, La Scienza della Legislazione, 3 vols., ha sido recientemente
editada por Francesco TOSCHI VESPASIANI, Venezia, 2003. La correspondencia de Filangieri
ha sido publicada en Il mondo nuovo e la virtú civile: l' epistolario di Gaetano Filangieri, por E.
LO SARDO (edit.), Napoles, 1999.
36
Capítulo [. La Nustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
19 Riflessioni politiche su l' ultima legge del sovrano che riguarda la riforma dell' amministrazio-
ne de la giustizia (Nápoles, 1774), ha sido publicada en 'Tlluminisrno giuridico, editado por
P. COMANDUCCI, Bolonia, 1978, pp. 173 y ss: Vid. sobre el universo jurídico de la época P.
BECCHI, Giuristi e principi. Elementi per una storia della cultura giuridica moderna, Genova,
2000, pp. 59-89.
20 J. W. GOETHE, Viaje a Italia, traducción de Manuel SCHOLZ RICH, Barcelona, 2001, pp. 195,
200 y 204.
21 Cayetano FILANGIERI, Ciencia de la legislación, traducción de Juan Ribera, tomo III, Madrid,
1821, p. 80.
22 Cayetano FILANGIERI, Ciencia de la legislación, traducción de Juan Ribera, tomo III, Madrid,
1821, p. 82.
23 Dario IPPOLITO, “El garantismo penal de un ilustrado italiano: Mario Pagano y la lección de
Beccaria”, en Doxa, Cuadernos de Filosofía del Derecho, 30 (2007), pp. 525-542.
24 Hay traducción española, Gian Domenico ROMAGNOSI, Génesis del Derecho Penal, Buenos
Aires, 1956.
25 F. TOMÁS Y VALIENTE, El Derecho penal de la Monarquía absoluta (Siglos XVI, XVII y XVII), cit.
26 Hay traducción española, Gian Domenico ROMAGNOSI, Génesis del Derecho Penal, Buenos
Aires, 1956, p. 159.
27 Para el desarrollo del principio de legalidad vid. Massimo MECCARELLI, Arbitrium: un aspetto
sistematico degli ordinamenti giuridici in etá di diritto comune, Milano, 1998. Su desarrollo en
Europa ha sido tratado por Bernard DURAND, Arbitraire du juge et consuetudo delinquendi. La
doctrine pénale en Europe du XVle au XVIlle siécle, Montpellier, 1993. Para su estudio especí-
fico en Francia, Bernard SCHNAPPER, «Les peines arbitraires su XIlle au XVIlle siécle (doc-
trines savantes et usages francais)», RHD, 41 (1973), pp. 237-277 y 42 (1974), pp.81-112.
28 J. BALLESTEROS LLOMPART, «La Historia y la Historicidad del principio jurídico nulla poena
sine lege», Estudios en honor al prof. José Corts Grau. Valencia 1977, I, pp. 521-537; Cristos
DEDES, «Sobre el origen del principio “nullum crimen nulla pena sine lege”» Revista de
Derecho Penal y Criminología, 2.2 Época, n.2 9 (2002), pp. 141-146. Agustín RUIZ ROBLEDO,
«El principio de legalidad penal en la historia constitucional española», Revista de Derecho
Político 42 (1997), pp. 137-169.
29 “Sila geometría fuese adaptable a las infinitas y oscuras combinaciones de las acciones huma-
nas, debería haber una escala correspondiente de penas, en que se graduasen desde la mayor
hasta la menos dura; pero bastará al sabio legislador señalar los puntos principales, sin turbar
el orden, no decretando contra los delitos del primer grado las penas del último. Y en caso
de haber una exacta y universal escala de las penas y de los delitos, tendríamos una común y
probable medida de los grados de tiranía y de libertad, y del fondo de humanidad, o de malicia
de todas las naciones” (BECCARIA, Tratado de los Delitos y de las Penas, capítulo VI).
30 Reflexiones sobre unas memorias inglesas, intituladas: “Pensamientos sobre la Justicia
Criminal”; y sobre otras publicadas en Francia, con el título de “Observaciones sobre el robo",
publicadas con anexo a Cesar BONESANA, marqués de Beccaria, Tratado de los Delitos y de las
Penas, estudio previo por Guillermo CABANELLAS, Buenos Aires, 1978, p. 105.
31 Cuestión planteada por Juan OttoTABOR (1604-1674), profesor en Estrasburgo y en Giessen,
en su De torturis et indiciis delictor, 30.
32 Julio CLARO (1525-1575), Receptarum sententiarum opus, libri V, Sententiae, Francfort, 1565,
lib. Y, $ fin., quaest. 64, n. 12.
33 Bossi Tit. de confessis per torturam, n. 11. (N. del A.)
34 Sobre este concreto asunto vid. Jean GRAVEN, “Montesquieu et le Droit pénal”; en Rev. De
Science Criminelle et Droit Pénal Comparé, 3 (1949), pp. 461 y ss.
35 Brissot de WARVILLE, Les moyens d'adoucir la rigueur des loix pénales en France sans nuire a la
súreté publique, Chálons-sur-Marne, 1781, p. 164.
36 Pietro VERRI, Observaciones sobre la tortura, prólogo de Manuel RIVACOBA, Buenos Aires,
1977, p. 82.
37
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
37 “Un asesino de los caminos, avezado a una vida dura y salvaje, robusto de cuerpo y encallecido
para el espanto, sale de la tortura sin que se haya podido aclarar nada: con ánimo resuelto, consi-
dera siempre en su mente el extremo suplicio que se procura si cede al dolor actual, y reflexiona
que el sufrimiento de esa congoja le proporcionará la vida y que, rindiéndose a la impaciencia, va
al patíbulo: dotado de músculos vigorosos, calla y frustra la tortura. Un pobre ciudadano, acos-
tumbrado a una vida muelle, que no se ha familiarizado con los horrores, es puesto al tormento
por una sospecha; la fibra sensible se sacude entera, y, ante los simples preparativos, le invade un
temblor violentísimo. Evitar el mal inminente, este que pesa insoportablemente, y diferir el mal
más lejano: esto es lo que le sugiere la extrema angustia en que se encuentra envuelto, y se acusa
de un delito no cometido”; Pietro VERRI, Observaciones sobre la tortura, cit., p. 83.
38 Dicho comentario se encuentra publicado por Juan Antonio de LAS CASAS conjuntamente con
la obra de BECCARIA, De los delitos y de las penas, Madrid, 1980.
39 Cayetano FILANGIERI, Ciencia de la legislación, traducción de Juan Ribera, tomo III, Madrid,
1821,p.95.
40 Manuel de LARDIZABAL Y URIBE, Discurso sobre las penas, Madrid, 1782, cap. V $ VI, 1. Sobre
el tema vid. Francisco TOMAS Y VALIENTE, La tortura en España, Madrid, 1994.
41 Mario PAGANO, Consideraciones sobre el proceso penal, Milán, 1801, p. 62.
42 Mario PAGANO, Consideraciones sobre el proceso penal, Milán, 1801, p. 188.
43 Jean Paul MARAT, Principios de Legislación Penal, Madrid, 1891, p. 44 y 201.
44 En el mismo sentido Cayetano FILANGIERI, Ciencia de la legislación, traducción de Juan RIBERA,
tomo IIL, Madrid, 1821, p. 350.
45 Op. cit., p. 165.
46 Jean Paul MARAT, Principios de Legislación Penal, Madrid, 1891, p. 37.
47 Jean Paul MARAT, Principios de Legislación Penal, Madrid, 1891, p. 38.
48 Vid. Giovanni TARELLO, Storia della cultura giuridica moderna, vol. l: Assolutismo e codifi-
cazione del diritto, Bologna, 1976, pp. 383-483. También vid. Isabel RAMOS VÁZQUEZ, “El
Derecho Penal de la Ilustración”, en Estudios de Historia de las Ciencias Criminales en España,
coord. Por Javier ALVARADO y Alfonso SERRANO, Madrid, 2007, pp. 43-68.
49 Sobre la evolución del Derecho penal alemán Eberhard SCHMIDT, Einfúhrung in die Geschichte
der deutschen Strafrechtspflege, Góttingen, 1947.
50 Sobre los inicios de la codificación penal francesa vid. René GARRAUD, Traité théorique et pra-
tique du Droit pénal francais, 5 vols., Paris, 13. ed., t. 1, 1913, pp. 150-161; Pierrette PONCELA,
«Le premier Code: la Codification pénale révolutionnaire», en Diritto e stato nella filosofia del-
la rivoluzione francese, cit., pp. 57-92; André LAINGUI y Arlette LEBRIGUE, Historie du droit
pénal. Le droit pénal, Paris, 1979; Mario DA PASSANO, «La codification du droit pénal dans
l'Ttalie jacobine et napoleonienne», en Revolutions et justice en Europe. Modeles francais et tra-
ditions nacionales (1780-1830), Paris, 1999, pp. 85-99; Aniceto MASFERRER, “Continuismo,
reformismo y ruptura en la Codificación penal francesa”, en AHDE, 73 (2003), pp. 411-419.
51 Jean-Pierre DELMAS SAINT-HILAIRE, “1789, un nouveau droit penal est né...”, en Liber
Amicorum. Etudes offertesá Pierre Jaubert, Bourdeaux, 1992, pp. 161-162.
52 Jacques GODECHOT, «Les influences étrangéres sur le droit pénal de la Révolution francaise»,
en La revolution et l'ordre juridique privé. Rationalité ou scandale? Actes du colloque d'Orléans
(11-13 septembre 1986), Orléans, 1988, pp. 49-50.
53 Antoine LECA, «Les principes de la Revolution dans les droits civil et criminel», Les principes
de 1789, Marseille, 1989, pp. 113-149.
54 Losé Luis GUZMÁN DALBORA, “Código Penal francés de 1791”, UNED, Revista de Derecho
Penal y Criminología, 32? Epoca, 1 (2009), pp. 481-517.
55 CARBASSE, «État autoritaire et justice répressive, L'evolution de la législation...», cit., pp. 314.
56 Jean Guillaume Locré, La législation civile, commerciale et criminelle de la France ou commen-
taires et complément des codes francais, Paris, 1831, tomo 29, pp. 103-382; Su contribución al
Código Penal puede seguirse en La législation civile, commerciale et criminelle de la France, ou
commentaire et complément des Codes Francais, Tomos XXX y XXXI, Paris, 1832.
38
Capítulo 1 La Nustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
70 Ramón SALAS, Lecciones de Derecho Público Constitucional, Madrid, 1821, 2 tomos. Existe edi-
ción moderna del Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1982.
71 Jeremías BENTHAM, Tratados de Legislación Civil y Penal, Madrid, 1981.
72 Essais sur la situation politique de Espagne, Lettres au compte de Toreno sur le Code pénal,
(Oeuvres, Bruselas, Société belge de librairie, 1840, MI, pp. 140-183.
73 Los Tratados sobre Organización judicial y la Codificación fue traducida por Baltasar ANDUAGA
ESPINOSA, Madrid, 1843; el Tratado sobre las pruebas judiciales fue traducido, a partir de
la Edición de Esteban DUMONT, por José GÓMEZ DE CASTRO, Imprenta de Tomás Jordán,
Madrid, 1835.
74 J. BENTHAM, Tratados sobre la organización judicial..., ya cit, tomo IX, pp. 21 y 80-81.
75 Valentín de FORONDA, Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la economía política y sobre
las leyes criminales, Tomo I, Madrid, 1789 y Tomo II, Madrid, 1794. La cita, en el tomo Í, p. 102.
Vid. M. RIVACOBA, “Ultimos escritos penales de Foronda", en Homenaje al Dr. Marino Barbero
Santos in memoriam, Cuenca, 2001, pp. 569-577.
76 Valentín de FORONDA, Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la economía política y sobre
las leyes criminales, Tomo I, Madrid, 1789, p. 101.
77 Valentín de FORONDA, Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la economía política y sobre
las leyes criminales, Tomo I, Madrid, 1789, p. 185.
39
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
78 Valentín de FORONDA, Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la economía política y sobre
las leyes criminales, Tomo I, Madrid, 1789, p. 232.
79 M? Paz ALONSO ROMERO, La tortura en Castilla (siglos XII-XIX), Salamanca, 2002.
80 Sesión del día 26 de marzo de 1811; Diario, 1, 753.
81 Cortes, Actas de las Sesiones de la legislatura ordinaria de 1814. Madrid, 1876, pág. 156.
82 Ibid.,t. IL, pág. 942.
83 Decretos del rey Don Fernando VII, por don Fermín Martín de Balmaseda, Imprenta Real,
Madrid, 1823.
84 «Real Decreto de 2 de diciembre de 1819»; texto en Decretos del Rey... ya cit., tomo VÍ, pp.
501-504; Luis DÍEZ DEL CORRAL, El liberalismo doctrinario, Madrid, 1984.
85 Alberto GIL NOVALES, Las sociedades patrióticas (1820-1823), tomo I, Madrid, 1975, p. 12.
86 Evaristo SAN MIGUEL, De la guerra civil en España, Madrid, 1836, tomo II, pp. 94-95.
87 Cartas de Estala a Forner, en Boletín de la Academia de la Historia, LVII (1914).
88 M. L. QUINTANA, Obras Completas, BAE, Madrid, 1852. pp. 175 y ss.; A. DEROZIER, Quintana
y el nacimiento del liberalismo en España, Madrid, 1978, pp. 351 y ss; José Luis CANO,
Heterodoxos y prerrománticos, Madrid, 1975, pp. 156 y ss.
89 “El dogma de los hombre libres”, en Artículos políticos y sociales, ed., prólogo y notas de José R.
LAMBA Y PEDRAJA, Madrid, 1982, p. 628.
90 “Política y filosofía: Libertad, Igualdad y Fraternidad”; artículo publicado por Espronceda en
El Español de 15 de enero de 1836.
91 Diario de las Cortes, Legislatura de 1820 tomo II. La formaban J. M. Calatrava, F. Martínez
Marina, J. M. Vadillo, [ Rey, F de Paul, Crespo, Cantolla, Vitórica, F.Caro, L. Rivera, A. Freses
Estrada.
92 José SÁEZ CAPEL, “Influencia de las ideas de la Ilustracióny la revolución en el Derecho penal",
en José Luis GUZMÁN DALBORA (coord.), El penalista liberal (Homenaje Manuel de Rivacoba
y Rivacoba), Buenos Aires, 2004, pp. 245-256; José R. CASABÓ RUIZ, El Código penal de 1822
(tesis doctoral inédita), Valencia, 1968; Manuel TORRES AGUILAR, Génesis parlamentaria del
Código Penal de 1822, Messina, 2008.
93 Diario, t.1. pág. 27.
94 Diario, t.I, pág. 458.
95 El Código..., cit., fol. 119.
96 Publicado como Proyecto de Código penal presentado a las Cortes por la comisión especial
nombrada al efecto, Madrid, 1821.
97 En España la recepción de la Scienza della legislazione de Gaetano Filangieri se realiza en tres
momentos; 1787-89, 1813 y 1821. Primeramente, con la traducción de Jaime Rubio publicada
en Madrid entre 1787 y 1789, en cuatro tomos. Después, en 1813 con motivo de la revisión
anónima de la parcial traducción de Jaime Rubio que se materializa en la primera traducción
completa de la «Ciencia de la legislación» de Filangieri, en diez tomos. Finalmente, y dado
que la traducción de Rubio seguía siendo incompleta y defectuosa, en 1821 Juan Ribera pu-
blica una nueva traducción; vid. Jesús LALINDE, “El eco de Filangieri en España”, en AHDE, 54
(1984), pp. 477-511.
98 Alvaro FLÓREZ ESTRADA, Del uso que debe hacerse de los bienes nacionales; B.A.E., tomo XCII,
Madrid, 1958, vol. I, pp. 359 y ss.
99 Antonio ALCALÁ GALIANO, Memorias, Segunda parte, cap. XVIII
100 Juan ROMERO ALPUENTE, Historia de la revolución española y otros escritos (1), Madrid,
1989, p. 345.
40
Capítulo L La Nustración y la humanización del Derecho penal (Javier Alvarado Planas)
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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J. M. DELGADO y A. MORALES (coords.), Gibraltar, Cádiz, América y la masonería.
Constitucionalismo y libertad de prensa, 1812-2012. XII Symposium Internacional de
Historia de la masonería española, Zaragoza, 2014, pp. 775-809,
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Antiguo Régimen”, en Anuario Jurídico y Económico Escurialense, XXVI, vol. II, El
Escorial, 1993, pp. 442 y ss.
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CARBASSE, J. M., Histoire du droit pénal et de la justice criminelle, París, 2000.
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1991.
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sa”, en AHDE, 73 (2003), pp. 411-419.
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TARELLO, Giovanni, Storia della cultura giuridica moderna, vol. I: Assolutismo e codificazio-
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y XVIID), Salamanca, 1969.
TOMÁS Y VALIENTE, Francisco, La tortura en España, Madrid, 1994,
TORRES AGUILAR, Manuel, Génesis parlamentaria del Código Penal de 1822, Messina, 2008.
41
Capítulo II
Los orígenes de la ciencia penal
en España
Regina M? Pérez Marcos
Universidad Nacional de Educación a Distancia
INTRODUCCIÓN
Constituye un lugar común en la historiografía jurídica reciente vincular los
orígenes de la ciencia penal en España a la etapa de la Ilustración y, concretamen-
te, a la divulgación de la obra de Cesare Beccaria, fundamentando tal convicción
en la profunda transformación que experimentó dicha ciencia en el siglo XVIII a
través de la discusión, la controversia y el análisis a que fue sometida entonces!,
Pero desde el punto de vista de la Historia del Derecho y de la Instituciones re-
sulta difícil sostener que las raíces de tal transformación no se encuentran en eta-
pas anteriores, en las obras de determinados juristas desde los albores de la Edad
Moderna? y, especificamente, ya en los siglos XVI y XVII, que contribuyeron con sus
interpretaciones a configurar la ciencia penal. Tal afirmación, avalada por figu-
ras tan relevantes como Eduardo de Hinojosa, Rafael Ureña y Francisco Tomás y
Valiente? justifica sobradamente una reflexión sobre su contenido, y unas sucintas
notas que consideramos oportunamente ubicadas en el ámbito de una publicación
de carácter preferentemente docente. Por ello, sin pretender presentar una pano-
rámica exhaustiva ni exponer en toda su amplitud las teorías jurídico-penales de
una serie de juristas, a continuación se aborda la significación de algunos de ellos
y de sus obras en el nacimiento de la ciencia penal, no inquisitorial, señalando sus
rasgos característicos en la etapa precedente a la Ilustración.
43
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
44
Capítulo IL Los orígenes de la ciencia penal en España (Regina M* Pérez Marcos)
delito como pecado, venía a determinar que las penas impuestas debían llevar
anejas la idea penitencia, arrepentimiento y reinserción, antes que la de venganza.
Tal influencia no se limitaría a mitigar el rigor de ciertas prácticas de punición,
sino que a largo plazo sentaría las bases del Derecho penal moderno, con sus ideas
acerca del delito y de la pena, y la regulación de unas y otras.
Al lado de esta, se constata la influencia en el Derecho penal del Derecho ro-
mano, que actuó en la Baja Edad Media a través de los estudios del Derecho de
Justiniano como factor más importante mediante la labor de los glosadores que, re-
ducido en un principio al comentario del Derecho criminal contenido en el Corpus
Iuris, se centró entonces especialmente en torno a la introducción y abuso de la pena
de muerte, ajena al sistema penitenciario de la Iglesia. Asimismo, el Derecho civil lo-
cal y el de la práctica, que llegó a crear costumbre general, contribuyeron a la forma-
ción, en el campo penal, de un derecho común característico de la Baja Edad Media,
cuyas máximas habían de renovar los escritores de la época siguiente.
Por el mismo tiempo, ya desde el siglo XV, se había iniciado un proceso de eu-
ropeización de la ciencia del Derecho que salió de Italia e invadió la Europa no ita-
liana. Así, en Francia, Alemania, Holanda, y también en España, se logró una pro-
ducción jurídica autóctona impulsada gracias a difusión de los textos posibilitada
por la imprenta. Asimismo, promovieron el fenómeno de la europeización jurídica,
las estructuras políticas del momento viéndose, en el caso español, relanzado todo
el Derecho de la Monarquía Hispánica durante los reinados de Carlos Y y Felipe Il,
y por la confrontación de las potencias francesa e hispana, a propósito de la hege-
monía sobre el suelo italiano”.
La ciencia del Derecho español careció de perfil propio hasta finales del siglo
XV, después de la recepción jurídica realizada entre los siglos XIII al XVL Hasta en-
tonces había sido tan solo una parte de la ciencia jurídica italiana, maestra de los
estudiosos del Derecho español debido a que muchos juristas españoles habían
realizado sus estudios en el colegio español de Bolonia, o en otras Universidades
italianas. Pero ya a finales del siglo XV y comienzos del XVI se puede decir que des-
pertó en España la conciencia en el campo del Derecho, y la ciencia jurídica española
experimentó un súbito crecimiento participando del esplendor cultural del siglo de
Oro, siendo sus fundamentos las Universidades, y a la cabeza ellas la de Salamanca,
en torno a la cual se fraguaron las aportaciones de Diego de Covarrubias, Antonio
Gómez y Fernando Velázquez, entre otros, que la dieron validez universal, pues con
frecuencia sus obras alcanzaron difusión al norte de los Pirineos?.
45
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
MI.1. Características
La ciencia del Derecho penal presentó en sus orígenes, al igual que la ciencia
jurídica, como primera característica un carácter ancilar, pues dependió de orien-
taciones científicas dirigidas a otros ámbitos del conocimiento, principalmente la
Filosofía y la Teología, a las que se hubo de adaptar. En la Edad Moderna la Teología
y los teólogos manejaban un saber especializado de la máxima importancia tanto
para los individuos como para el Estado y, por ello, la alianza de los reyes, los teólo-
gos, y la jerarquía eclesiástica fue estrecha y el saber teológico no sólo se ocupó de
los misterios de la divinidad, sino también de traducir en postulados prácticos las
verdades especulativas, sintetizando el conocimiento de la ciencia de lo justo y de
lo injusto deviniendo de ahí la trascendencia de sus escritos en materia penal y en
la en la fijación de normas públicas y políticas según las cuales habían de regirse la
ordenación social y el poder temporal. Puede, por tanto, hablarse en la formación
del derecho penal secular, de un teologismo que, más allá del ámbito jurisdiccional
de la Inquisición, le dio coherencia y unidad articulando a través del método de la
escolástica el ius puniendi en torno a dos grupos de problemas: la teoría del funda-
mento de la ley penal y su obligatoriedad, y la teoría y los fines de la pena”.
16
Capítulo HL. Los orígenes de la ciencia penal en España (Regina M*? Pérez Marcos)
Junto a la influencia que la Teología ejerció sobre la ciencia penal en sus orí-
genes, hay que reseñar la menor influencia que ejerció sobre ella la Filosofía. Y tal
diferencia fue debida a que el humanismo no penetró en España de manera pro-
funda siendo muy pocos los filósofos se dedicaron a tratar específicamente mate-
rias relacionadas con el Derecho público y con el Derecho penal, excepto los que
fueron filósofos-teólogos. Por tanto, entre los españoles que elaboraron Derecho
penal en los siglos XVI y XVII se encuentran un numero significativo de canonistas
(cuyo objetivo fue escribir un Derecho penal secular); por algunos filósofos; y por
los legistas o jurisconsultos propiamente dichos. La característica común de este
colectivo (teólogos, filósofos, o bien juristas) es que llegaron al Derecho penal bajo
las determinantes de la escolástica tardía, y del Derecho romano, inscribiéndo-
se la gran mayoría en las coordenadas de ambos. Los jurisconsultos siguieron en
general esa tendencia y fueron precursores del positivismo jurídico mediante los
tratados, glosas, y comentarios con que compusieron sus obras. Todos se inscri-
ben en la iuspublicística, aunque constituyen un grupo variopinto, no homogéneo
ni unidireccional, en el que predominan las obras de autores castellanos, aunque
no estén ausentes las de juristas de otros territorios. Algunos tuvieron una tras-
cendencia importante en la formación de la ciencia penal europea, bien por la in-
fluencia directa de sus obras, o bien a través de la formación de juristas desde las
cátedras que ocuparon.
47
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
48
Capítulo ll. Los orígenes de la ciencia penal en España (Regina M* Pérez Marcos)
49
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
conocida como Práctica civil y criminal (1666) obra en cuyo libro V estudia las
cuestiones penales con una honda influencia del Derecho romano. Comienza tra-
tando los maleficios y sus clases. Asimismo trata de los delitos (dividiéndolos en
los que merecen la última pena y los que merecen mutilación etc.) y las penas (que
clasifica en capitales y no capitales, corporales y no corporales). Fue el primer es-
critor que formuló científicamente la teoría del indulto, fijando su concepto y lí-
mites, no bien determinados hasta entonces, considerándolo atribución exclusiva
del rey, aunque pueda delegarlo en otros señores jurisdiccionales. Partiendo de la
base de que el pensamiento no es suceptible de represión penal, abordó la cues-
tión de sies o no es penalizable el conato de delito cuando no llega a cometerse en-
trando con ello de lleno en la cuestión de la intención y el resultado. Sin separarse
ni un ápice del derecho romano, al que toma por modelo. Habla de los maleficios y
sus tipos (leves, graves, atroces y atrocísimos), con carácter previo a tratar la ma-
teria de los delitos, sus causas y circunstancias. Expone toda una doctrina de la
penalidad, y fija las conclusiones a que debe llegar un juez antes de emitir su fallo.
Consigna el principio de que nadie debe ser castigado por delito de otro.
50
Capítulo II. Los orígenes de la ciencia penal en España (Regina M? Pérez Marcos)
51
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
La ciencia penitenciaria surge en el siglo XVI, como parte del derecho penal,
gracias a la aportación de las obras de Bernardino Sandoval, maestre-escuela de la
catedral primada de Toledo y autor del Tratado del cuidado que se debe tener con
los presos pobres, editado por primera vez! en 1564; y Tomás Cerdán de Tallada
que, con La Visita de la cárcel y de los presos editada por vez primera en Valencia!*,
en 1574 entonó, dentro del panorama español, una de las escasas y aislada vo-
ces de tratadistas que abordaron la ciencia penitenciariaen sus orígenes””, Otras
obras, que pese a su inferior calado contribuyeron al desarrollo de esta rama del
derecho penal en sus momentos incipientes, fueron la de Cristóbal de Chaves, pro-
curador de la Audiencia de Sevilla, autor de la Relación de las cosas de la cárcel de
Sevilla y su trato!*; Pedro de León, jesuíta que atendió espiritualmente a los presos
52
Capítulo II Los orígenes de la ciencia penal en España (Regina M? Pérez Marcos)
53
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
SÍNTESIS FINAL
Si admitimos que la ciencia del Derecho penal en la actualidad responde a una
larga evolución que incluye importantes disputas teóricas, metodológicas, a veces
conocidas como luchas de escuelas o de ideologías, que son diferentes en cada eta-
pa histórica porque se corresponden con las circunstancias sociales y culturales
que las determinan, y que constituyen paradigmas distintos acerca de los cuales es
arriesgado hacer comparaciones, es necesario admitir que en relación a la forma-
ción de la ciencia penal en España el periodo conformado por los siglos XVI y XVII
constituye su etapa inicial.
54
Capitulo IL Los orígenes de la ciencia penal en España (Regina Mi Pérez Marcos)
Notas
Ya en 1922 Quintiliano SALDAÑA desmintió el mito del italianismo del origen del Derecho
penal afirmando que ni Beccaria ni Italia crearon el Derecho penal, en su Prólogo a la obra
Contribución al estudio de la Escuela penal española de J. MASAVEU, Madrid, 1922, p. XV. En la
misma línea se había situado con anterioridad, entre otros, E. BULLON, Alfonso de Castro y la
ciencia penal, Madrid, 1911, p.7.
El presente artículo es la revisión de un trabajo anterior. Cfr: Regina M3 PÉREZ MARCOS
“Notas sobre la génesis de la ciencia penal en España” en Estudios de Historia de las Ciencias
Criminales en España, J. ALVARADO PLANAS y A. SERRANO MAÍLLO (editores), Madrid, 2007,
Capítulo 1, pp.19-41.
Eduardo de HINOJOSA y NAVEROS, "Influencia que tuvieron en Derecho público de su patria y
singularmente en el Derecho penal los filósofos y teólogos españoles anteriores a nuestro siglo”,
en Obras de Eduardo de Hinojosa, Tomo [, Madrid, 1948, pp. 25-151; Rafael UREÑA SMENJAUD,
“Origen de la ciencia Jurídico-penal”" Discurso leído en el solemne acto de la apertura del cur-
so académico de 1881-1882 en la Universidad literaria de Oviedo, en Revista General de
Legislación y Jurisprudencia, Tomo LXI, Madrid, 1882, pp. 33-74; Francisco TOMÁS y VALIENTE,
“Introducción” a la obra de C. Beccaria De los delitos y de las penas, Madrid, 1969, p. 17.
Francisco BUENO ARÚS, “La ciencia del Derecho penal: un modelo de inseguridad jurídica”,
Lección inaugural del curso académico 2003-2004 de la Universidad Pontificia de Comillas,
pronunciada el 1 de octubre de 2003, Madrid, 2003, pp. 8-9.
Federico LÓPEZ-AMO MARÍN, “El Derecho penal español en la Baja Edad Media", en Anuario
de Historia del Derecho Español, N* 26 (Madrid 1956), págs. 337-367, específicamente, p.354.
E. BULLOÓN FERNANDEZ, El concepto de soberanía en la Escuela jurídica española del siglo XVI
Madrid, 1936, pp.65-72.
F. SCHAFFSTEIN, La ciencia europea del Derecho penal en la época del Humanismo, Madrid,
1957, pp. 16-19.
VON WEBER “Influencia de la literatura jurídica española en el Derecho penal común alemán,
Anuario de Historia del Derecho Español N* 23 (Madrid 1953), págs.: 717-731.
Francisco TOMÁS y VALIENTE, El Derecho penal de la Monarquía absoluta (Siglos XVI-XVII-
XVIII) Madrid, 1969, pp.85-93.
10 No se expone una referencia completa de todos los autores que se relacionan en el esquema ni
tampoco se ha tratado de dar noticia completa de los seleccionados, sino unas someras reseñas
de ellos y de sus obras representativas en el campo del Derecho penal de los siglos XVI y XVIL
Los datos que aqui se presentan proceden de las siguientes obras, a las que me remito para una
eventual información mas completa: F. VON LISZT, Tratado de Derecho penal, traducido de la
18? edición alemana y Adicionado con la Historia del Derecho penal en España por Q. SALDAÑA,
Tomo primero, Madrid, 1999 (cuarta edición), pp. 335 y ss.; MSANZ LÓPEZ, “Juristas españoles
de la Edad de Oro”, en Revista de la Escuela de Estudios Penitenciarios, Año II (febrero de 1946),
N? 2, pp. 51-59; (julio de 1946), N* 15, pp. 40-47; Año V (enero de 1949), N? 46, pp. 25-37, ].
MASAVEU, Contribución al estudio de la Escuela penal española, Madrid, 1922; B. GUTIERREZ
FERNÁNDEZ, Examen histórico del Derecho penal, Madrid, 1886; J. COTS GRAU, Los juristas clá-
sicos españoles, Madrid, 1948; Jerónimo MONTES, Precursores de la ciencia penal en España.
Estudios sobre el delincuente y las causas y remedios del delito, Madrid, 1911.
11 De las que en todos los casos se cita la primera edición.
12 Dada la transcendencioa de este autor para la ciencia penal, ha merecido una atención pre-
ferente en las obras de los estudiosos. Cfr.: F SCHAFFSTEIN, Ls Ciencia europea del Derecho
penal....p. 157 y nota 4.
13 Existe un trabajo notable dedicado exclusivamente al análisis de este autor, al que nos remi-
timos para la ampliación de este punto, F. TOMÁS y VALIENTE, “Teoría y práctica de la tortu-
ra judicial en las obras de Lorenzo Matheu y Sanz (1618-1680)", en Anuario de Historia del
Derecho Español, N* LXI (Madrid, 1971), pp. 349-485.
14 A. MOSTAZA, “La ley puramente penal en Suárez y en los principales merepenalistas”, en
Boletín de la Universidad de Santiago de Compostela, 1950, pp. 189-241.
55
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
15 Editada en Toledo, en la imprenta de Miguel Ferrer. Existe una segunda edición realizada en
Barcelona en 1883.
16 En la imprenta de Pedro Huete. Unos años más tarde, en 1604, la Visita alcanzó nueva edición,
en la misma Valencia, en la imprenta de J. Garraiz.
17 Liszt, Franz (von) Tratado de Derecho penal, traducido de la 18.* edición alemana y adicionado
con la Historia del Derecho penal en España, por Quintiliano Saldaña, Tomo I, Madrid 1999
(cuarta ed.) Biblioteca Jurídica de Autores Españoles y Extranjeros. Vol. XI, p. 349: Tomás y
Valiente, F Manual de Historia del Derecho Español (2.? ed.) Tecnos, Madrid, 1980, p, 321.
18 Que vió la luz por vez primera en esa misma ciudad en fecha no anterior a 1585 y cuya inten-
ción se limita a describir las circunstancias del régimen penitenciario de la época.
19 Que debió terminarse de escribir en 1616.
20 Editada en Brujas en 1526 y cuya influencia se dejó sentir pronto en determinados pensado-
res españoles.
21 Siendo una excepción a este principio la prisión por deudas que implicaba, con frecuencia,
que el deudor quedaba a merced del acreedor.
22 Así es considerado por la historiografía contemporánea. Cfr.: Rutht PIKE, Penal servitude in
Early Modern Spain, The University of Wisconsin Press, 1983, p. 162.
23 En 1572 Felipe II requirió información de las principales ciudades del reino acerca de presos
condenados al servicio de galeras, así como de los gitanos y vagabundos. Tal iniciativa que, sin
duda, respondía a la necesidad de proveer de galeotes a la Armada española en un momento
crítico, redudó en las costumbres penales tradicionales provocando que no se conmiutasen
las penas a galeras, o que se agilizase el despacho de las sentencias.... etc., para hacer rápida-
mente efectivas las condenas y no por fallo judicial.
24 Cfr: Regina M? PÉREZ MARCOS, “Tomás Cerdán de Tallada, el primer tratadista del Derecho
penitenciario”, en Anuario de Historia del Derecho Español, N* 75 (Madrid, 2005).
56
Capitulo IL. Los orígenes de la ciencia penal en España (Regina M? Pérez Marcos)
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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Criminales en España, Madrid, 2007.
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M. A. PENA GONZÁLEZ, Aproximación bibliográfica a la (s)Escuela (S) de Salamanca,
Salamanca, 2008.
J. CRUZ CRUZ (Ed.) Delito y pena en el Siglo de Oro, Univ. De Navarra, 2010.
57
Capítulo III
La codificación del Derecho penal en España.
Tradición e influencias extranjeras:
su contribución al proceso codificador*
Aniceto Masferrer
Universidad de Valencia
El tránsito del Derecho del siglo XVIII al XIX constituye uno de los periodos
más complejos de comprender y de describir, tanto en España como en todo
Occidente. Las revoluciones de América del Norte (1776) y Francia (1789) die-
ron lugar a la aparición de un nuevo marco político, el liberal o constitucional, que
propició una transformación jurídica, una renovación del Derecho que, según el
parecer de algunos estudiosos, supuso una ruptura con el existente hasta enton-
ces. La Codificación -o el movimiento codificador- tuvo lugar en este contexto. La
Mlustración -como se ha visto en el capítulo anterior- criticó con dureza la situa-
ción del Derecho a finales del Antiguo Régimen, exigiendo una reforma tanto for-
mal como sustantiva del ordenamiento jurídico.
Las reformas de índole meramente formal perseguían superar tres rasgos ne-
gativos que, estrechamente relacionados entre sí, venían a caracterizar el Derecho
en el siglo XVIII: 1) difícil accesibilidad; 2) complejidad; y 3) falta de seguridad ju-
rídica. ¿Qué necesidad había de tener tal variedad de leyes? ¿Y por qué estaban tan
dispersas, dificultando así su acceso? ¿Por qué resultaba tan difícil llegar a conocer
la norma o el precepto aplicable en un caso concreto?
e
El presente estudio ha sido llevado a cabo en el marco del Proyecto “Las influencias extranjeras en
la Codificación penal española: su concreto alcance en la Parte Especial de los Códigos decimonó-
nicos” (ref. DER2016-78388-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.
59
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
En efecto, a) mientras los CLs debían ser aprobados por las Cortes —o parla-
mentos- liberales, institución sobre la que descansaba el principio de soberanía
nacional, los Cls eran promulgados por monarcas absolutos; b) mientras los CLs
contenían las instituciones de una sola rama jurídica, los Cls se ocupaban -salvo
raras excepciones- de regular todo el ordenamiento jurídico; c) mientras el con-
tenido del CL debía ser acordes con la Constitución y sus garantías (empezando
por el respecto alos principios de legalidad e igualdad), los CIs no siempre se ajus-
taban de un modo riguroso al principio de legalidad, y menos aún respetaban el
principio de igualdad, incompatible con las diferencias propias de una sociedad
estamental (nobleza secular, nobleza eclesiástica, estado llano).
1) Elque propugnaba una conexión entre el Derecho y la razón (en ese caso,
el Derecho sería el resultado de meras operaciones racionales).
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Capítulo HL La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
2) El que sostenía una conexión entre el Derecho y la Historia (en ese caso,
el Derecho sería el resultado de la propia tradición, de la Historia de cada
pueblo o comunidad).
En el fondo se enfrentaban así no sólo dos maneras de entender el Derecho
sino la vida humana y las relaciones sociales:
Uno de los signos más claros del triunfo del racionalismo sobre el historicis-
mo fue el movimiento codificador. ¿En qué consistió? Código significaba, en aquellos
momentos, mucho más que una mera colección de normas recogidas en un solo li-
bro, tomo o volumen. Código significaba -entre otras cosas y en resumen- ruptura
con el pasado, con la tradición; dar al traste con todo lo antiguo e incorporación de
lo nuevo. Y eso nuevo no quería ser entendido como una mera reforma de lo antiguo
sino una ruptura, como si nada tuviera que ver con lo existente hasta el momento.
Así lo expresaban algunos de los propios protagonistas de la empresa codificadora:
«..una normativa en la que nada era digno de respeto, nada era digno de conserva-
ción, ninguna parte se podía reservar para la regla de la sociedad futura. Toda, toda
entera, se necesitaba trastornarla (...). El carro de la destrucción y de la reforma
debía pasar por el edificio ruinoso, porque no había en él apenas un arco, apenas
una columna, que pudiera ni debiera conservarse (...). En España, y tratándose de
las leyes criminales, el sistema de la codificación, el sistema del cambio absoluto, era
el único legítimo y el único posible»?,
*“ ..el sistema de la codificación, el sistema del cambio absoluto, era el único le-
gítimo y el único posible”, afirma Pacheco, viniendo a manifestar esta identificación
entre “codificación” y “cambio absoluto”, nociones contrapuestas a “Recopilación”
y “tradición”. Si la legislación penal contenida en las recopilaciones de la época mo-
derna representaba el Derecho procedente de la tradición, de la concreta historia
de cada localidad, reino o corona, la legislación penal que se disponían a recoger
en los Códigos penales respondía no a la tradición, sino a la razón, a lo que la men-
te humana de aquellos tiempos juzgaba como racional y razonable. Considerado
lo histórico y lo tradicional como retrógrado e indigno de los nuevos tiempos que
corrían, la razón fue erigida como emblema y signo de la (nueva) modernidad?.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo HI La codificación del Derecho penal en España.... (Aniceto Masferrer)
Silos Códigos franceses eran reflejo del triunfo de la razón sobre la tradición,
recogiendo, en consecuencia, un nuevo derecho racional, bien alejado de su pro-
pia tradición jurídica, su influjo sobre los Códigos de otros países suponía asumir
que también éstos habían optado por romper con su propia tradición y adoptar
un derecho extranjero nuevo y anclado en el racionalismo ilustrado. Este plantea-
miento, que va en la línea de las afirmaciones recogidas más arriba del jurista y po-
lítico Joaquín Francisco Pacheco, constituye un lugar común, un tópico, una visión
reduccionista de una realidad mucho más rica y compleja”.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
En este sentido, conviene recordar que la Codificación, si bien puso punto fi-
nal a la vigencia legal del ius commune, recogió buena parte de ese legado en sus
preceptos, contribuyendo enormemente a su consagración y afianzamiento. La
Codificación fue el producto final del tratamiento científico de unas fuentes (roma-
no-canónicas) que, aunque en el siglo XVIII carecieran del prestigio de que habían
gozado antaño, constituyeron la base sobre la cual se construyó el nuevo edificio,
cuyo andamiaje (nociones, categorías y principios) era menos novedoso de lo que
en Ocasiones la historiografía ha dado a entender'*. En esta línea, si bien doy por
buena la expresión 'nacionalización' para referirse a que la vigencia del Derecho
sólo podía provenir de su aprobación por el conjunto de la Nación, representada
en las Cortes, y que, en consecuencia, el ¡us commune perdió su vigencia legal o
fuerza vinculante, no sería acertado, sin embargo, pasar por alto que los Códigos,
en la medida en que consagraron las nociones, categorías y principios de la tradi-
ción del ius commune, eran portadores de un Derecho que era 'supranacional' y, al
mismo tiempo -en cuanto integrado en la tradición del ius proprium-, 'nacional..
Carecería de sentido, por tanto, sostener que cualquier influencia o elemento pro-
veniente de modelos extranjeros supuso una 'desnacionalización' del Derecho. Habría
que indagar, en cada caso concreto, si una supuesta influencia extranjera pudiera pro-
ceder más del desarrollo doctrinal de categorías y principios del ius commune, inte-
grados en la tradición del ius proprium de diversos territorios españoles, que de un
auténtico trasplante o adopción de una institución ajena a la propia tradición penin-
sular. En este sentido, habría que estudiar en qué medida podría defenderse que, pese
a la similitud y literalidad de los artículos relativos a obligaciones y contratos entre el
Código civil francés y el español (así como el italiano, entre otros), esos preceptos no
supusieron tanto una 'desnacionalización' del Derecho español como una consagra-
ción de una tradición jurídica multisecular, merced a las aportaciones doctrinales de
los juristas Jean Domat (s. XVID y Robert-Joseph Pothier (s. XVII).
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Capítulo 1. La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo HH. La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
El esfuerzo realizado por algunos autores ilustrados para instaurar una ideo-
logía proporcionalista fue enorme, y el de Filangieri es una muestra bien clara.
Según el parecer de Tarello, este afán explica la preferencia por las sanciones am-
pliamente divisibles y multiplicables en número. Y de tal género son esencialmen-
te las penas de detención y las pecuniarias.
El carácter personal de las penas, en virtud del cual la condena sólo puede
recaer sobre la persona del delincuente, fue otro de los grandes principios de con-
tenido penal consagrados en los textos constitucionales, quedando así definitiva-
mente abolida la trascendencia de la pena. La expresa abolición de este lamenta-
ble efecto trascendente dispuesta en la Constitución gaditana fue tan definitiva?,
que ningún otro texto constitucional posterior hizo referencia alguna al respecto.
Las Cortes gaditanas, llevando hasta sus últimas consecuencias la idea de sal-
vaguardar el honor familiar, no se conformaron con desterrar tal institución sino
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Capítulo HH. La codificación del Derecho penal en España. .... (Aniceto Masferrer)
Una de las consecuencias penales más claras del triunfo de las reivindicacio-
nes ilustradas incorporadas al reformismo político-liberal fue el proceso de abo-
lición de algunas penas, provenientes en su mayor parte del Derecho romano y
aplicadas con toda normalidad en el Derecho penal del Antiguo Régimen. En este
sentido, la conveniencia de la pena de muerte -y en cualquier caso, su excesiva
aplicación-, la confiscación de bienes, la pena de infamia, el carácter trascendente
de ciertas penas y la aplicación de la tortura como medio probatorio constituye-
ron, sin duda alguna, las principales reivindicaciones. Y las voces realmente vincu-
lantes o decisorias sobre el porvenir del Derecho punitivo no procedían tanto de la
doctrina estrictamente penal sino más bien de la esfera política, según se despren-
de del discurso liberal de las Cortes de Cádiz.
a) La pena de muerte
La supresión de la pena capital no se logró hasta finales del siglo XX, merced al
art. 15 de texto constitucional de 1978, por mucho que la conveniencia de mante-
ner, reducir o suprimir la aplicación de la pena de muerte constituyera uno de los
aspectos fundamentales de la conocida consulta que Carlos III dirigió al Consejo
de Castilla. Que la ideología humanitaria, estrechamente vinculada al Derecho na-
tural de las Luces, lanzó agudas críticas a la pena de muerte es incuestionable. Que
no logró su objetivo, también lo es. No se trata de entrar aquí en los motivos de tal
fracaso. Baste recordar que no todos los autores ilustrados compartían la misma
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
b) La confiscación de bienes
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Capítulo HI. La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
VIL1. Sistematización
La distinción entre Parte General y Especial constituyó sin duda uno de los logros
más importantes del proceso codificador. La legislación penal del Antiguo Régimen
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Capítulo HH. La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
Sí constituyó, sin embargo, uno de los grandes méritos del proceso codificador
la definitiva plasmación normativa o legal de tal división, ya apuntada doctrinalmen-
te desde hacía tres siglos por algunos juristas de la corriente humanista.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo [H. La codificación del Derecho penal en España. .... (Aniceto Masferrer)
Artículo 2 CP 1822: “Comete culpa el que libremente, pero sin malicia, infrin-
ge la ley por alguna causa que puede y debe evitar”.
Artículo 1 CP 1870: “Es delito ó falta toda acción ú omisión voluntaria penada
por la ley. Las acciones ú omisiones penadas por la ley se reputan siempre volun-
tarias, á no ser que conste lo contrario. El que cometiere voluntariamente el delito
incurrirá en la responsabilidad criminal, aunque el mal ejecutado fuere distinto
del que se había propuesto ejecutar””.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo III. La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masterrer)
anterior. Sin duda alguna, “a ello contribuyó decisivamente la influencia de las doc-
trinas del iusnaturalismo racionalista y del pensamiento ilustrado de Feuerbach,
que comienza a abordar un concepto general secularizado de legítima defensa no
limitado exclusivamente a los delitos de homicidio”*”. Salvo algunas excepciones
bien concretas, “de una parte el movimiento codificador europeo emplaza siste-
máticamente la legítima defensa en la Parte General (...); de otra parte, los únicos
requisitos a los que se condiciona su ejercicio son la agresión ilegítima actual y la
necesidad defensiva”*!, desapareciendo en aquel momento referencia alguna a la
idea de proporcionalidad, exigencias todas ellas provenientes precisamente de la
Ciencia del Derecho común.
Como trazos característicos del tratamiento de la legítima defensa en el pe-
riodo codificador, cabe señalar: a) la concepción ilimitada de ésta, conforme a la
consideración individualista de la posición que el hombre ocupa en la sociedad; b)
la estructura de la legítima defensa se construye desde una perspectiva exclusiva
del agredido, pues se ensalzan de un modo exagerado los derechos de la persona-
lidad, especialmente la libertad y la propiedad; y c) marginación del discurso de
la exigencia de emprender la huida o de evitar la agresión injusta. Tales trazos no
siempre y en todos los países cuajaron con la misma intensidad, como muy bien
puede apreciarse al analizar la regulación de la legítima defensa en los Códigos de
los distintos países europeos. En España, por ejemplo, si bien triunfó —-en la litera-
tura por lo menos- la inexigibilidad de la huida, algún proyecto acentuó la idea de
la necessitas inevitabilis (necesidad inevitable) desarrollada por la doctrina del ius
commune, y marcó “una nota diferencial en relación al resto de países, a través de
la exigencia de la necesidad racional del medio empleado”*?, La legítima defensa
en el periodo codificador logró, por tanto, “unos perfiles mucho más definidos y
técnicamente más evolucionados que en la etapa precedente. De un lado, se alcan-
za un consenso generalizado en adjudicar a esta institución la naturaleza de causa
de justificación; de otro, su ámbito de aplicación abarca la defendibilidad univer-
sal de todos los bienes y derechos”*?*, A todo ello, hay que añadir el carácter ilimita-
do de la defensa, propio del pensamiento individualista liberal, que, el contexto del
siglo ideológico del siglo XX se encargaría de mitigar, llevando la legítima defensa
“hacia destinos esencialmente restrictivos”.
Hubo que esperar también al siglo XIX para que la controversia sobre si cons-
tituye una causa de justificación o de exclusión de la culpabilidad se aclarara, y
para que dejara de tratarse en la Parte Especial de los Códigos penales, incorpo-
rándose definitivamente a los artículos correspondientes a la Parte General'*,
aunque el Código penal francés siguiera ocupándose de ella al regular los delitos
contra la vida y la integridad corporal (Art. 328 CP francés). Los distintos Códigos
españoles decimonónicos y del siglo XX mantuvieron el régimen de la legítima de-
fensa dispuesto por Código penal de 1848, manteniéndose incólume salvo en algu-
na reforma menor de algún Código.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo TI La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
juicio del juez, podrá éste ponerle en una casa de corrección por el tiempo que crea
conveniente, con tal que nunca pase de la época en que cumpla los veinte años de
edad” (art. 24). Si hubiera obrado con “discernimiento y malicia” se le impondría
una pena atenuada (art. 25).
Los Códigos de 1848 y 1870 dividieron, pues, la menor edad en tres períodos:
hasta los 9 años se presumía la irresponsabilidad; desde los 9 hasta los 15 años
era preciso verificar mediante examen el discernimiento del menor, y si carecía de
él se le declaraba inimputable, mientras que en caso contrario era declarado res-
ponsable, estimándose su edad como atenuante; finalmente, entre los 15 y los 18
años, constituía una atenuante. Los paralelismos y analogías existentes —respecto
ala regulación de la edad—entre estos dos Códigos y nuestra legislación antigua no
pasaron desapercibidas por algunos comentaristas”.
El Código penal de 1928 estableció el límite de dieciséis años (art. 56), que
recogido por el Código de 1932 (art. 8.2) permaneció vigente hasta la reforma lle-
vada a cabo por nuestro Código penal vigente.
Siguiendo esta línea, el Código de 1822 declaró que no delinquía quien obrase
en estado de demencia, delirio o privado del uso de razón. El de 1870; siguiendo
al de 1848, dispuso la irresponsabilidad del imbécil y del loco cuando no hubiere
delinquido en un intervalo de razón. El Código de 1928 optó por una fórmula más
científica que los anteriores Códigos, pero que no satisfizo a los psiquiatras.
79
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
por tanto, el papel que pudo tener esta institución en nuestra tradición. Resulta
sorprendente comprobar, sin embargo, la desaparición de esta atenuante en la
Codificación decimonónica (a partir del Código de 1848), así como su posterior
rehabilitación en el siglo XX, cuestión tan sólo someramente esbozada a modo de
introducción en un estudio sobre esta circunstancia”. Si el Código penal de 1822
la recogió es un síntoma bastante claro de que estuvo vigente en la tradición penal
del Antiguo Régimen.
Un supuesto concreto del arrepentimiento como atenuante recogido por el
Código penal de 1822 es el del art. 292, según el cual, “los individuos que habién-
dose alzado en rebelión o sedición, según los artículos 274 y 280 se sometieren
absolutamente al primer requerimiento de la autoridad pública, no sufrirán por la
insurrección, si pertenecieran a la segunda o tercera clase, más que la de quedar
sujetos por dos años a la vigilancia especial de las autoridades. Pero los reos de
primera clase, en caso de rebelión, sufrirán una prisión de seis meses o tres años,
con privación de los empleos o cargos públicos que obtuvieren, y sujeción por dos
años más a la vigilancia de las autoridades, y con igual privación de empleos o car-
gos públicos”. Este precepto, que tiene su precedente en una norma recogida en
la Novísima Recopilación (NoR 12, 11, 5), fue posteriormente modificado por el
Código de 1848-50 (art. 182) que llegará hasta nuestros días. Tal precepto, que
el Código de 1822 recogió como atenuadora de la pena, apareció en el Código de
1848 como exención total de la misma, referida a los “meros ejecutores” y a los
comprendidos en su artículo 175. Parecida redacción empleó el Código de 1870
(art. 258), y así ha llegado hasta nuestros días.
El sexo, la embriaguez, la reincidencia y la alevosía, circunstancias modifi-
cativas de la responsabilidad que fueron recogidas por el movimiento codificador,
también habían formado parte de la tradición penal del Antiguo Régimen, y las
reformas llevadas a cabo por los distintos Códigos fueron más bien escasas. Las
dos más importantes serían el quedar todas ellas ubicadas en la Parte General por
una parte, y dentro de ésta, el formar parte en alguna de las distintas categorías de
la compleja y moderna teoría del delito como acción típica, antijurídica, culpable
y punible, por otra (aunque ya en el siglo XX), mientras que en la tradición penal
anterior al proceso codificador todas estas circunstancias giraban en torno a la
culpabilidad, elemento central y nuclear de la noción de delito elaborada por la
doctrina del ius commune.
La pena pecuniaria, es decir, el pago de una suma de dinero hecho por el de-
lincuente al Estado en concepto de pena, o la incautación que éste hace de todo o
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Capítulo HL La codificación del Derecho penal en España. . (Aniceto Masferrer)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
con carácter principal, sino también subsidiariamente, esto es, para el caso de que
el delincuente no pudiese hacer frente a la pena pecuniaria impuesta por la sen-
tencia condenatoria. Es la denominada “pena privativa de libertad por impago de
multa”, vigente en nuestro ordenamiento penal y estudiada por la doctrina pena-
lista%*, Históricamente, tal institución, que recibió, entre otras denominaciones, la
de “prisión por deudas”, fue regulada en numerosas fuentes normativas peninsu-
lares, tanto territoriales y generales como locales y municipales. De hecho, según
se desprende de su frecuente uso y regulación por las fuentes, parece ser que se
erigió en una medida enormemente útil para resolver los probablemente numero-
sos delincuentes insolventes castigados con penas pecuniarias.
No es extraño, pues, que con esta larga tradición esta institución apareciera
recogida en el primer Código penal. No obstante, “si bien durante el período inicial
de la Codificación penal la existencia de esta institución no fue objeto especial de
críticas, a partir del siglo XX empieza a cuestionarse la imposición de un castigo
de cierta gravedad a quienes, por ausencia de recursos económicos, no pueden
satisfacer una pena pecuniaria”. No parece necesario analizar la evolución que
experimentó esta institución en el proceso codificador. Tan sólo diremos que has-
ta 1870 se denominó “privación de libertad subsidiaria”, y que ya desde 1822 se
dispuso que pudiera aplicarse “en todo caso de imposición de multa” (art. 91). El
Código de 1870, con el objeto de aglutinar nuevas alternativas para los casos de
insolvencia del condenado, modificó la denominación sin cambiar el contenido ni
el sentido de la institución, pasando a llamarse “responsabilidad personal subsi-
diaria”*. Más tarde, aunque desaparecieron formalmente las medidas alternativas
que originaron el cambio de terminología, la denominación se mantuvo intacta.
Fue a partir de la Exposición de Motivos 1932, y especialmente en 1944, cuando
el legislador, la doctrina y la jurisprudencia se plantearon la naturaleza de tal ins-
titución, esto es, si debía de concebirse como pena privativa de libertad o como
responsabilidad personal subsidiaria.
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Capítulo III La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
por su carácter infamante. Éste fue el caso de la muerte civil -recogida ya en las
Partidas IV, 18, 2 y mantenida en el Código de 1822 (art. 53)-, la degradación -
frecuentemente aplicada en el Derecho canónico, y recogida por los Códigos de
1848-50 y 1870-, y la interdicción -de origen romano y de tradición multisecular,
regulada por nuestro Derecho penal hasta hace poco-.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capitulo HI. La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
recogido en nuestro primer Código penal. Tan sólo diremos que después de apa-
recer regulada abundantemente en el Código de 1822, quedó suprimido de modo
explícito en el siguiente cuerpo legal, el de 1848, en su art. 23 (“La ley no reconoce
pena alguna infamante”)”?. Aunque pueda sorprender, no resulta exagerada la afir-
mación de que ningún periodo de nuestra tradición penal había previsto tantos
supuestos delictivos castigados con la infamia, algunos nuevos, otros procedentes
del Antiguo Régimen.
Ciertamente, la pródiga presencia de esta pena en el Código de 1822, que qui-
zás invitaría a presagiarle todavía larga vida en nuestro ordenamiento, contrasta
con el contundente art. 23 del Código de 1848: “La ley no reconoce pena alguna
infamante”. Según refleja el acta n* 12 correspondiente a la sesión del día 29 de
Octubre de 1844, los miembros de la Comisión tenían -ahora sí, no tiempo atrás-
claro convencimiento de la necesidad de su abolición”.
Aunque la pena jurídica de infamia resultara abolida expresamente en el
Código de 1848, la desaparición completa de las penas infamantes o humillantes
no se produjo de modo repentino, sino que fue el resultado de un proceso lento y
gradual. En efecto, el hecho de que el Código de 1848 hubiera suprimido la pena
jurídica de infamia no impidió que recogiera otras penas de naturaleza análoga
como la reprensión pública, la argolla y la degradación. Y es que el sentido de pre-
vención general de la pena, tan enraizado en la mentalidad de los grandes autores
de la Codificación, influyó decisivamente en la pervivencia de algunas penas, que
si bien dejaron de ser consideradas formal y legalmente como infamantes, produ-
cían o acentuaban de hecho el efecto infamante que ya de por sí produce la comi-
sión de cualquier delito.
Según el art. 51 del CP 1848, “las penas de argolla y degradación civil llevan
consigo las de inhabilitación absoluta perpetua y sujeción a la vigilancia de la
Autoridad durante la vida de los penados”. Si la inhabilitación absoluta perpetua
ya se establecía con autonomía y efectos propios en el art. 30 de este Código, resul-
ta patente que la intencionalidad del efecto deseado por el legislador en la argolla
y la degradación, era claramente infamatoria.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
VII.3. Secularización
Según dijimos, la secularización del Derecho penal, otro de los grandes objeti-
vos de la nueva ciencia penal en el contexto del proceso codificador, respondía a la
secularización de la sociedad y del Derecho en general. La escisión entre el orden
moral y el jurídico, entre el acto inmoral y el ilícito penal, necesariamente habría
de traer consigo un lento -pero progresivo- proceso de despenalización de deter-
minadas conductas delictivas cuya punición gozaba de una tradición multisecular.
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Capítulo HL La codificación del Derecho penal en España. ... (Aniceto Masferrer)
penales españoles acogieron tan sólo gradualmente las consecuencias del nuevo
planteamiento penal ilustrado, resulta más coherente sostener que en realidad no
plantearon —-respecto a las conductas delictivas- una ruptura en sentido estricto,
sino más bien una reforma, pues ¿acaso no significan lo mismo “ruptura gradual”
y “reforma”?
Ciertamente, la verdadera ruptura se produjo más bien con anterioridad al
proceso codificador, acometiendo éste la tarea de aplicar de un modo progresivo el
nuevo sistema que, respecto a las conductas delictivas, el camino fue lo suficiente-
mente lento como para que resulte más acertado hablar de reforma y no de ruptu-
ra. El largo proceso de despenalización de determinados delitos contra la religión,
la blasfemia, el adulterio y amancebamiento, el incesto, o los juegos ilícitos, regula-
dos todos ellos hasta la segunda mitad del siglo XX, es una buena prueba de lo que
venimos afirmando.
De lo dicho se deduce que, respecto a las conductas penalizadas por nues-
tros Códigos, reformismo y continuismo son las expresiones que mejor califican
el tránsito y evolución del Derecho penal del Antiguo Régimen al periodo codifi-
cador. Veamos a continuación, pues -sin ánimo exhaustivo y a modo de ejemplo-,
algunos delitos que, regulados ya en nuestra tradición penal, fueron recogidos pri-
mero por nuestros Códigos, y posteriormente reformados, hasta su -en su caso—
definitiva despenalización.
La penalización por la práctica de los juegos ilícitos, regulada a lo largo de
nuestra tradición penal, fue recogida por los distintos Códigos, con la excepción
del de 1822. Fueron varios los intentos de despenalización de tal conducta a lo lar-
go de la Codificación, pero no llegaron a cuajar, a pesar de que, según el parecer de
algún autor, la legislación histórica sobre esta materia muestra su escasa eficacia,
y quizás por este motivo, en ocasiones se optaba por su tolerancia tácita, lo cual
tampoco contribuía a la desaparición de los problemas individuales y sociales que
el juego llevaba consigo. Con razón se ha dicho que “los problemas han sido prácti-
camente los mismos a través de la Historia, ya estuviera prohibido o autorizado el
juego”””, En este caso, pues, la empresa codificadora tendió hacia su lenta y paula-
tina supresión, no lograda hasta hace bien poco.
87
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
El Código fue el instrumento jurídico preferido por los poderes públicos para
llevar a cabo la reforma del Derecho en esos siglos. El Código, además de superar
los defectos de las recopilaciones de la Edad Moderna, permitía unificar el Derecho.
Tanto es así, que el mandato constitucional de Codificar el Derecho hacía mención
expresa a esa voluntad de unificación jurídica: “Unos solos Códigos regirán en toda
la Monarquía”, consignaron las Constituciones de 1837 y 1845. Fórmulas similares
emplearon todas las Constituciones españolas, incluido el Estatuto de Bayona de
1808. De hecho, las expresiones “unificación jurídica” y “codificación” suelen pre-
sentarse como sinónimas. La realidad, sin embargo, es más compleja, porque esa
unificación casa más con una concepción racional -o racionalista- del Derecho,
que con otra de corte historicista -propia del romanticismo-, según la cual el
Derecho debe ser la expresión de la tradición de cada pueblo o nación*?.
Si el Derecho contenido en los Códigos nada tuvo que ver con la tradición an-
terior, en ese caso habría que entender que se optó, bien por acoger un Derecho
estrictamente racional, bien por adoptar un Derecho completamente extranjero.
Cabría incluso sostener las dos cosas, es decir, la recepción de un derecho racional
elaborado y cristalizado en un Código extranjero. Este supuesto, con sus dos op-
ciones, apenas existe en la realidad, constituyendo un caso de mera especulación
teórica -o de laboratorio-. No existe ningún Código que sea mero reflejo de una
concepción racional del Derecho, sin conexión alguna con la tradición. Es verdad
que algunos territorios europeos adoptaron Códigos extranjeros en su integridad;
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Capítulo HH. La codificación del Derecho penal en España.... (Aniceto Masferrer)
pero como esos Códigos contienen -se quiera o no- muchos elementos de la tradi-
ción, común en buena parte a toda Europa -denominada ¡us commune-, incluso en
ese supuesto extremo de completa adopción de un Código extranjero no resultaría
ajeno a la tradición de ese territorio, porque recogería muchas nociones, catego-
rías e instituciones comunes a ambas tradiciones.
Silos Códigos penales acogieron tan sólo gradualmente las consecuencias del
nuevo planteamiento penal ilustrado, resulta más coherente sostener que en rea-
lidad su contenido no constituye -en muchos aspectos- una ruptura en sentido
estricto, sino más bien una reforma. Y al estudiar los Códigos conviene, como se
ha hecho aquí, distinguir entre su contenido político-penal (principio de legalidad,
personalidad de la pena, etc.), proveniente en gran medida de las conquistas po-
lítico-liberales, y el estrictamente científico-penal, deudor en buena medida de la
ciencia penal anterior a Beccaria, esto es, del ius commune. Respecto al primero
como se ha visto—, su reivindicación por parte de los autores ilustrados no fue
originaria ni innovadora, habida cuenta de que algunos juristas de los siglos XVI y
XVII ya habían defendido la conveniencia de su introducción. Sin embargo, el sis-
tema político -de corte absolutista- de aquellos siglos impidió su implementación
constitucional y legal.
89
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Notas
1 Al respecto, véase la síntesis de Javier ALVARADO PLANAS en Juristas Universales (edit. por
Rafael Domingo). Marcial Pons, Madrid, 2004, vol. 3 (Juristas del siglo XIX. De Savigny a
Kelsen, “Introducción”), pp. 23-57.
Joaquin Francisco PACHECO, El Código penal concordado y comentado, Madrid, 1848 (maneja-
mos la última edición: Madrid, Edisofer, 2000), p. 82.
Manuel BERMEJO CASTRILLO, “Primeras luces de codificación. El Código como concepto y
temprana memoria de su advenimiento en España”, AHDE 83 (2013), pp. 9-64.
Pio CARONI, Lecciones catalanas sobre la historia de la Codificación, Madrid, 1996, p. 35.
CARONI, Lecciones catalanas sobre la historia de la Codificación, p. 43.
Giovanni TARELLO, Cultura jurídica y política del Derecho (trad. I. Rosas Alvarado), México,
1995, p. 54.
Sobre la expansión territorial del Código civil francés por conquista, persuasión o inspira-
ción, véase Jean LIMPENSS “Territorial Expansion of the Code", The Code of Napoleon and
the Common-Law World (ed. By Bernard Schwartz), New York University Press, 1956 (The
Lawbook Exchance, LTD, 1998), pp. 92-109. Y quizá lo mismo cabría decir con respecto a los
demás códigos (procesales, mercantil y penal).
Al respecto, véase Aniceto MASFERRER, Al respecto, véase Masferrer, A., “The Napoleonic
Code pénal and the Codification of Criminal Law in Spain”, Le Code Penal. Les Métamorphoses
d'un Modele 1810-2010. Actes du colloque international Lille/Ghent, 16-18 décembre 2010
(Chantal Aboucaya Ex Renée Martinage, coords.), Lille, Centre d'Histoire Judiciare, 2012, pp.
65-98.
Al respecto, véase Aniceto MASFERRER, “Codification as Nationalization or Denationalization
of Law: The Spanish Case in Comparative Perspective”, Comparative Legal History 4.2 (2016),
pp. 100-130.
10 Alfonso GARCÍA-GALLO, Manual de Historia del Derecho español I. Origen y evolución del
Derecho, Madrid, 1984, p. 123.
11 Galo SÁNCHEZ, Curso de Historia del Derecho, Valladolid, 1980, p.175.
12 En torno a esta cuestión, véase el estudio de quien probablemente fuera el primero en explo-
rar esta cuestión, a saber: Ramón RIAZA, “El Derecho romano y el Derecho nacional en Castilla
durante el siglo XVIII”, Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales 12 (1929), 104-124: y el traba-
jo de Mariano PESET, “Derecho romano y Derecho real en las Universidades del siglo XVIII",
AHDE 45 (1975), pp. 273-339.
13 Sobre este punto -y con respecto al Derecho y ciencia penales-, véase Aniceto MASFERRER,
Tradición y reformismo en la Codificación penal española. Hacia el ocaso de un mito. Materiales,
apuntes y reflexiones para un nuevo enfoque metodológico e historiográfico del movimiento co-
dificador penal europeo. Prólogo de J. Sainz Guerra. Universidad de Jaén, 2003; del mismo au-
tor, “La ciencia del Derecho penal en la Codificación decimonónica. Una aproximación panorá-
mica a su contenido y rasgos fundamentales”, Estudios de Historia de las ciencias criminales en
España (Javier ALVARADO, coord.), Madrid, Dykinson, 2007, pp. 273-349.
14 “El olvido en que durante el siglo XVIII había ido cayendo la ciencia juridica española de la
época clásica, se hizo ahora total. En las obras de nuestros juristas del siglo XIX constituyen
rarísima excepción las citas de aquélla. La nueva literatura jurídica se desligó totalmente de la
tradición” (GARCÍA-GALLO, Manual de Historia del Derecho español I, p. 129).
15 Sobre esta cuestión, más compleja de lo que vengo exponiendo, véase MASFERRER, Tradición
y reformismo en la Codificación penal española, ya citado.
16 Joaquin Francisco PACHECO, El Código penal concordado y comentado, Madrid, 1848 (maneja-
mos la última edición: Madrid, Edisofer, 2000), p. 82.
17 Al respecto, véase la bibliografía recogida en la nota 13.
183 Alejandro GROIZARD y GÓMEZ DE LA SERNA, El Código penal de 1870 concordado y comenta-
do, Burgos, 1870, tomo I, p. 79.
90
Capítulo HI. La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
19 MASFERRER, “The Napoleonic Code pénal and the Codification of Criminal Law in Spain",
ya citado; Isabel RAMOS VÁZQUEZ y Juan B. CAÑIZARES-NAVARRO, “La influencia france-
sa en la primera Codificación española: el Código penal francés de 1810 y el Código penal
español de 1822", La Codificación española. Una aproximación doctrinal e historiográfica a
sus influencias extranjeras, y a la francesa en particular (Aniceto Masferrer, ed.), Pamplona:
Aranzadi-Thomson Reuters, 2014, pp. 153-212; Aniceto MASFERRER y M? D. del M. SÁNCHEZ
GONZÁLEZ, “Tradición e influencias extranjeras en el Código penal de 1848. Aproximación
a un mito historiográfico”, La Codificación española. Una aproximación doctrinal e historio-
gráfica a sus influencias extranjeras, y a la francesa en particular (Aniceto Masferrer, ed.),
Pamplona: Aranzadi-Thomson Reuters, 2014, pp. 213-274.
20 Calatrava, DSC, Congreso, 23 de noviembre de 1821, p. 924; sobre el Código de 1848, véanse
Ma Dolores del Mar SÁNCHEZ GONZALEZ, Los Códigos Penales de 1848 y 1850, Madrid, 2004;
Emilia INESTA PASTOR, El Código penal de 1848, Valencia, tirant lo blanc, 2010.
21 Para un estudio más amplio del principio de legalidad en el Derecho histórico comparado,
véase Aniceto MASFERRER, “The Principle of Legality and Codification in the 19'*'-century
Western Criminal Law Reform", Judges' Arbitrium to the Legality Principle: Legislation as a
Source of Law in Criminal Trials (Markus Dirk Dubber / Georges Martyn / Heikki Pihlajamáki,
eds.), Duncker €; Humblot, 2012, pp. 253-293; Isabel RAMOS VÁZQUEZ, “La individualiza-
ción judicial de la pena en la primera codificación francesa y española”, Anuario de Historia
del Derecho Español 84 (2014), pp. 315-351; Michele PIFFERI, Reinventing Punishment. A
Comparative History of Criminology and Penology in the 19th and 20th Century, Oxford, Oxford
University Press, 2016; del mismo autor, L'individualizzazione della pena. Difesa sociale e crisi
della legalitá penale tra Otto e Novecento, Milano, Giuffre, 2013.
22 La Constitución 1812 fue la única que no recogió expresamente este principio, si bien pue-
de deducirse de la interpretación de algunos preceptos; art. 9 Constitución 1837; art. 9
Constitución 1845; art. 10 Constitución nonnata (1856); art. 11 Constitución 1869; art. 16
Constitución 1876; art. 28 Constitución 1931; arts. 3 y 25.1 Constitución de 1978.
23 Francisco TOMÁS y VALIENTE, El Derecho penal de la Monarquía absoluta (Siglos XVI, XVII y
XVIID, Salamanca, 1969, pp. 359 ss.
24 Joaquín CADAFALCH y BUGUÑÁ, Discurso sobre el atraso y descuido del Derecho penal hasta el
siglo XVII, Madrid, 1849, p. 23.
25 Art. 305 Constitución 1812: “Ninguna pena que se imponga, por cualquiera delito que sea, ha
de ser trascendental por término ninguno a la familia del que la sufre, sino que tendrá todo su
efecto precisamente sobre el que la mereció”.
26 Decreto CCXXV, de 22-[I-1813, en Colección de Decretos..., vol Il, pp. 766-767 (recogido en J.
BABIANO Y MORA és A. FERNÁNDEZ ASPERILLA, “Justicia y delito en el discurso liberal de
las Cortes de Cádiz”, Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola. 2. Economía y
sociedad. Alianza Editorial, Madrid, 1995, p. 395.
27 Para una breve panorámica sobre su evolución histórica, véase Juan SAINZ GUERRA, La evolu-
ción del Derecho penal en España, Universidad de Jaén, 2004, pp. 273-288.
28 Miguel PINO ABAD, La pena de confiscación de bienes en el Derecho histórico español, Córdoba,
1999.
29 Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias. Legislatura de 1810 a 1813.
Madrid, 1870, tomo IV, 437, p. 2419; PINO ABAD, La pena de confiscación...cit., pp. 392 y 406;
M2? Paz ALONSO ROMERO, “Aproximación al estudio de las penas pecuniarias en Castilla (si-
glos XIM-XVI), AHDE 55 (1985), p. 14.
30 LARDIZÁBAL, Discurso sobre las penas, cap. V, III, 10 y 16.
31 Juan B. CAÑIZARES-NAVARRO, “Las penas infamantes en las fuentes jurídicas castellanas de
finales del Antiguo Régimen: naturaleza y noción”, Glossae. European Journal of Legal History
12 (2015), pp. 206-231; “Las penas infamantes en las postrimerías del Antiguo Régimen fran-
cés: tratamiento normativo y doctrinal", Foro. Nueva Época 17 núm. 1 (2014), pp. 101-137,
32 BABIANO Y MORA €; FERNÁNDEZ ASPERILLA, “Justicia y delito en el discurso liberal de las
Cortes de Cádiz”, p. 396.
91
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
33 Pedro ORTEGO GIL, "Algunas consideraciones sobre la pena de azotes durante los siglos XVI-
XVIII”, Hispania, LXI[/3, núm. 212 (2002), pp. 849-906, p. 903.
34 “El tormento queda abolido; todo rigor o apremio que se emplee en el acto de la prisión o en la
detención y ejecución y no esté expresamente autorizado por la ley, es un delito”.
35 MASFERRER, Tradición y reformismo en la Codificación penal española...cit., pp. 87-88;
Francisco TOMÁS y VALIENTE, “La última etapa y la abolición de la tortura judicial en España”,
La tortura en España, Madrid, 1994, 2* ed., p. 135.
36 Jesús LALINDE ABADÍA, Iniciación histórica al Derecho español, Barcelona, 1983, p. 669.
37 No existe unanimidad en la doctrina sobre este punto, según pone de manifiesto Fco. Javier
ÁLVAREZ GARCÍA, en “Relaciones entre la parte general y la parte especial del Derecho Penal
(D", ADPCP 46 (1993), f. II, pp. 1021-1023; al respecto, véase también MASFERRER, Tradición
y reformismo en la Codificación penal española...cit., pp. 114-117.
38 ÁLVAREZ GARCÍA, “Relaciones entre la parte general y la parte especial del Derecho Penal (1)",
pp. 1023-1024.
39 Partidas 7, 8, 2; FJ 6, 4, 6; FR 4, 17, 1; Ordenamiento de Alcalá 22, 2; NR 8, 23, 1 y 4; NoR 12,
21, 1; etc.; una sucinta pero sugerente panorámica de estos principios en Partidas, puede
verse en el estudio de Enrique GACTO FERNÁNDEZ, “Los principios penales de las Partidas”,
Rudimentos Legales 3 (2001), pp. 21-42.
40 TOMÁS y VALIENTE, El Derecho penal de la Monarquía absoluta...cit., p. 118.
41 Friedrich SCHAFFSTEIN, La Ciencia europea del Derecho penal en la época del Humanismo,
Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1957, pp. 95-96 y 137 ss.
42 El matiz o la distinción es importante, pero caben dos peligros de funestas consecuencias. El
primero sería encallarse en lo meramente terminológico y el segundo establecer un abismo
insalvable entre el Derecho vigente y el histórico. ¿Qué más da hablar de circunstancias agra-
vantes -empleando la metodología dogmática—, siempre y cuando el estudioso tenga claro a
partir de qué momento se acuña esa terminología y en qué medida se vio alterada esa insti-
tución desde entonces? En este sentido, si se actúa con las debidas cautelas, no vemos incon-
veniente en el uso razonable de esta metodología, siempre y cuando no se violente la realidad
juridica del momento histórico de que se trate.
43 Sobre la primera traducción de Caetano FILANGIERI, Ciencia de la legislación, traducida al
castellano por don Jayme Rubio, Madrid, 1787-1789, y su recepción en España a través de ésta
y otras traducciones posteriores, véase Jesús LALINDE ABADÍA, El eco de Filangieri en España,
AHDE 54 (1984), pp. 478-480.
44 Son delitos los “malos fechos, que se fazen a placer de la una parte, e a daño e a desonra de la
otra. Ca estos fechos a tales son contra los mandamientos de dios, e contra buenas costum-
bres, e contra los establecimientos de las leyes, e de los fueros e derechos”.
45 DSC, Congreso, 25 de noviembre de 1821, p. 971; sobre la Comisión de Codificación, véanse
los estudios de Gabriela COBO DEL ROSAL, Las Actas de la Comisión General de Codificación,
Dykinson, Madrid, 2013; La creación Legislativa en materia penal en los siglos de la
Codificación XIX-XX, Dykinson, Madrid, 2014; Emilia IÑESTA PASTOR, “La Comisión General
de Codificación (1843-1997). De la codificación moderna a la descodificación contemporá-
nea”, Anuario de Historia del Derecho Español 83 (2013), pp. 65-103.
46 Art. 5 del CP 1995: “no hay pena sin dolo niimprudencia”; según el parecer de CONDE-PUMPIDO
FERRREIRO, Código Penal: doctrina y jurisprudencia, Madrid, 1997, p. 353, “la consecuencia de
este artículo cinco es técnicamente inexacta” porque “sin dolo ni imprudencia lo que no hay es
delito y sólo como consecuencia de ello no habrá pena al no existir hecho punible”.
47 Esta definición fue heredada posteriormente por el artículo 1 del Código penal de 1928 ("Sólo
serán castigadas las acciones u omisiones que la ley penal haya definido como delitos o faltas.
No será castigado ningún delito ni falta con pena que no se halle establecida por la ley”); y el
artículo 1 de los Códigos penales de 1932 y 1944 (“Son delitos o faltas las acciones y omisio-
nes voluntarias penadas por la Ley. Las acciones y omisiones penadas por la Ley se reputan
siempre voluntarias, a no ser que conste lo contrario. El que cometiere voluntariamente el
delito o falta incurrirá en la responsabilidad criminal, aunque el mal ejecutado fuere distinto
del que se había propuesto ejecutar”).
92
Capítulo IL La codificación del Derecho penal en España... (Aniceto Masferrer)
48 “Linfraction que les lois punissent des peines de police est une contravention. L'infraction que
les lois punissent de peines correctionnelles est un délit. Linfraction que les lois punissent
d'une peine afflictive ou infamante est un crime”.
49 El estudio más completo al respecto pertenece a Miguel Ángel IGLESIAS RÍO, Perspectiva his-
tórico-cultural y comparada de la legítima defensa, Universidad de Burgos, 1999.
50 IGLESIAS RÍO, Perspectiva histórico-cultural y comparada de la legitima defensa, p. 119.
s1 IGLESIAS RÍO, Perspectiva histórico-cultural y comparada de la legítima defensa, p. 122.
52 IGLESIAS RÍO, Perspectiva histórico-cultural y comparada de la legítima defensa, p. 133.
53 IGLESIAS RÍO, Perspectiva histórico-cultural y comparada de la legítima defensa, p. 145.
54 El CP 1822 reguló todavía la legítima defensa al castigar el homicidio y las heridas o malos
tratamientos de obra (arts. 621, 622,655).
55 PACHECO, El Código penal concordado y comentado, p. 195; véase también Tomás María DE
VIZMANOS y Cirilo ÁLVAREZ MARTINEZ, Comentarios al nuevo Código penal. Madrid, 1848,
pp. 97-99.
56 GROIZARD y GÓMEZ DE LA SERNA, El Código penal de 1870 concordado y comentado, vol. I. pp.
285-286; según este autor, el art. 8.12 CP 1870 concuerda con D. 9, 2, 37; D, 44,7, 20; D.50, 17,
157 y 167; Partidas VIT, 15, 5; Partidas VII, 34, regla 20.
57 PACHECO, El Código penal concordado y comentado, pp. 162-169; según este autor, el art. 8.2-
4 CP 1848 concuerda con D. 47, 10, 3; Partidas VI, 19, 4; Partidas VII, 1, 9; Partidas VII, 31, 7;
NoR 12, 14, 3.
58 Véase por ejemplo en el art. 20.1 CP español, art. 96 CP italiano, art. 41 CP argentino y art. 20
CP alemán.
59 Partidas VII, 1, 9.2; Partidas VII, 8, 3; Partidas I, 1, 21; GROIZARD y GÓMEZ DE LA SERNA, El
Código penal de 1870 concordado y comentado, vol. l, p. 168; véase GACTO FERNÁNDEZ, “Los
principios penales de las Partidas”, pp. 26-27.
60 D. 13, 1, 9;D. 42, 1, 9; De regulis iuris, 40: “Furiosi...nulla voluntas est”.
61 Ángel DE SOLA DUEÑAS, “Lo subjetivo y lo objetivo en la circunstancia atenuante de arrepen-
timiento”, ADPCP 24 (1971), £ IL, pp. 417-423.
62 Gerardo LANDROVE DIAZ, “La abolición de la pena de muerte en España”, ADPCP 34 (1981), f.
L, p. 17; es preferible ahorrarse afirmaciones estereotipadas de este género que habitualmen-
te apenas coinciden con la realidad, y más -si cabe- cuando proceden de un penalista que sólo
de vez en cuando se ha ocupado de la tradición penal.
63 Véanse los estudios de Isabel RAMOS VÁZQUEZ, Arrestos, cárceles y prisiones en los Derechos
históricos españoles, Madrid, Dirección General de Instituciones Penitenciarias, 2008; La re-
forma penitenciaria en la historia contemporánea española, Madrid, Dykinson, 2013; “Un siglo
de estudios de derecho penitenciario comparado en España (ss. XIX-XX)", Glossae. European
Journal of Legal History 12 (2015), pp. 680-725.
64 Ángeles JAREÑO LEAL, La pena privativa de libertad por impago de multa, Madrid, 1994; para
una panorámica sobre su evolución histórica, véase SAINZ GUERRA, La evolución del Derecho
penal en España, pp. 330-333.
65 JAREÑO LEAL, La pena privativa de libertad por impago de multa, p. 25.
66 Art. 94 CP 1822; arts. 50-52 CP 1848; art. 49 CP 1850 (véase PACHECO, El Código penal concor-
dado y comentado, pp. 355-358); art. 51 CP 1870 (véase GROIZARD y GÓMEZ DE LA SERNA, El
Código penal de 1870 concordado y comentado, vol. II, pp. 274).
67 Arts. 24, 29, 51,52 y 113 CP 1848-50; o también el tener que presenciar la ejecución de otro
(arts. 62,63 y 100 CP 1822).
68 Sobre la historia de estas penas, Aniceto MASFERRER, La inhabilitación y suspensión del ejer-
cicio de la función pública en la tradición penal europea y anglosajona. Especial consideración a
los Derechos francés, alemán, español, inglés y norteamericano (Premio Nacional Victoria Kent
2008), Madrid, Servicio de Publicaciones del Ministerio del Interior, 2009.
69 MASFERRER, Tradición y reformismo en la Codificación penal española... cit., pp. 177-187.
93
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
94
Capítulo HH. La codificación del Derecho penal en España. ... (Aniceto Masferrer)
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Se recoge ahora —al margen de las referencias en notas al pie- una breve se-
lección de estudios sobre la Codificación penal española, publicados todos ellos en
español y en los últimos quince años:
95
Capítulo IV
Delitos y penas
en los código penales españoles*
Dolores del Mar Sánchez
Universidad Nacional de Educación a Distancia
L INTRODUCCIÓN
Entendemos por codificación el fenómeno que surge en el siglo XIX que trata
de superar el método recopilatorio de materiales a la hora de elaborar unos textos
de consulta donde se encuentre toda la legislación vigente. Por tanto la codifica-
ción no es un fenómeno que afecte exclusivamente al ámbito penal, sino que afecta
a todas las áreas, menos aquellas en las que debido a la constante modificabilidad
de las normas no es conveniente que queden fijadas en un instrumento que perju-
dica su posibilidad de cambio.
No podemos comprender la codificación sin entender los nuevos presu-
puestos filosóficos imperantes en toda Europa a principios del siglo XIX. La ilus-
tración lleva como causa efecto al nacimiento del racionalismo jurídico y éste al
positivismo.
El racionalismo jurídico supone una potenciación de todo lo que proviene de
la razón natural, de forma que se extiende la convicción de que lo que podemos
comprender y desarrollar es fruto de nuestro propio raciocinio. Sólo es real lo que
percibimos y ello nos lleva a considerar que sólo es derecho lo que se encuentra
contenido en la norma jurídica. La condición de ser “racional”, lleva al hombre a
organizarse jurídicamente siguiendo unos modelos que superen el pasado reco-
pilatorio, en los que para poder conocer qué derecho estaba vigente había que
acudir a volúmenes en los que se habían ido consignando las normas de manera
aleatoria y un tanto caprichosa por parte del recopilador de las mismas.
Esta premisa lleva a la necesidad de redactar unos textos -Códigos- que con-
tienen el derecho que se encuentra vigente, de forma que todo lo que no se en-
cuentre incluido en los mismos, no es derecho. Las normas son normas porque
*
El presente trabajo ha sido llevado a cabo en el marco del proyecto de investigación “Las in-
fluencias extranjeras en la tradición penal española: su concreto alcance en la Parte Especial de
los Códigos decimonónicos” (ref. DER2016-78388), financiado por el Ministerio de Economía y
Competitividad español.
97
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
están en esos Códigos, no son normas por sí mismas, es decir, porque alguien las
aprobó de manera aislada en tiempos pasados.
Esos son los fundamentos codificadores: el crear cuerpos jurídicos nuevos or-
denados con un sistema y una planificación determinada, que condensen cuál es el
derecho positivo.
Durante todo el siglo XIX asistiremos a la creación del pensamiento positivista a
la vez que surge un movimiento de rechazo en Alemania, no de los fundamentos de
la Codificación en sí mismos, sino del proceso imitativo que comienza a extenderse
por toda Europa, de forma que unos mismos textos van a ser copiados o al menos
influenciadores sobre otros de otros países, en el convencimiento de que dicha ta-
rea no es posible sin el conocimiento de la propia realidad nacional de cada pueblo
o nación. Estos movimientos serán conocidos bajo el tópico de Polémica Thibaut-
Savigny (1814). por cuanto Thibaut y sus seguidores, tras la publicación del Código
civil francés y los códigos prusiano y austriaco, se manifestarán a favor de acometer
un proceso codificador similar en Alemania, mientras que Savigny y sus partidarios
ponen de manifiesto lo anquilosador del sistema señalándose más partidarios de al-
canzar un mayor grado de conocimiento de las propias instituciones alemanas antes
de realizar cualquier intento codificador, con un éxito innegable por parte de este
último al lograr retrasar la aparición del Código Civil alemán en casi 100 años.
Como características del Derecho penal del Antiguo Régimen, anterior al deci-
monónico, destacamos las siguientes:
e Inexistencia de una definición general.
e Acudir al método de describir las especies posibles.
e Tnicio de una determinación de la pena.
e Vinculación de la pena con el pecado fruto de la prevalencia de la concep-
ción religiosa del delito.
e Inexistencia de un catálogo de penas.
e Muerte
e Destierro
e Azotes
e Vergúenza pública
e Galeras
e Cárcel y pecuniarias
El Derecho penal en la España contemporánea es fruto del utilitarismo y el hu-
manitarismo. A raíz de la ilustración, todo el Derecho penal del Antiguo régimen va
98
Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
Es, a la luz de los avances jurídicos producidos por esta Magna Carta, como
lograremos comprender el conjunto de medidas del Trienio Liberal (1820-1823),
entre las que se encuentra la confección del Código penal de 1822.
99
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Son las Cortes liberales del Trienio las responsables de la elaboración del pri-
mero de los Códigos penales españoles, el de 1822.
En 1820 se erige una Comisión en las Cortes, que se encarga de solicitar infor-
mes a organismos relacionados con el derecho penal en nuestro país y se encargan
de elaborar, en el plazo de un año, un proyecto de Código penal que se somete a la
consideración de la Cámara. El texto se discute en las Cortes desde noviembre de
1821 hasta febrero de 1822, es aprobado y promulgado el 9 de julio.
Características generales:
100
Capítulo IV. Delitos y penas en los cádigo penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
proyecto de Código penal, tarea que según Casabó Ruiz realizó en el plazo de ocho
meses (1978a: 5): el proyecto de Código criminal de 1830. La obra contenía tam-
bién preceptos de carácter procesal. Este proyecto —-al igual que hará el de 1834-
distinguía entre delitos públicos y privados en función de a quien iban dirigidos y
define el delito como trasgresión de la ley civil.
A la vez poco después el encargo es realizado a Sainz de Andino que presente
el proyecto de Código criminal de 1831, en una obra más pragmática y extensa que
la anterior (1.202 artículos), dividida en tres libros: uno general sobre delitos y
penas, otro a los delitos en particular y otro tercero a la rebaja, remisión y pres-
cripción de la pena. Distinguía entre delitos enormes y comunes en función de su
gravedad y de la pena impuesta. Recogía no sólo el principio de legalidad de los
delitos sino también el de las penas, señalando la irretroactividad de las mismas
-salvo que fueran más favorables al reo-.
101
Histaria del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Por lo que respecta a la ciencia penal, los primeros tiempos fueron de simple
traducción de las obras procedentes del extranjero, si bien bajo la atenta mirada
de los tribunales inquisitoriales y con las precauciones propias de tratar de evitar
los índices de libros prohibidos.
Joaquín Francisco Pacheco es quien inicia la consolidación de la ciencia penal
española en una conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid, que culminaría
con su obra Estudios de Derecho penal (1842), en la que rechaza el pacto social
como fundamento del orden penal, la utilidad social de Bentham y aboga por la
implantación del principio retribucionista del italiano Caetano Rossi, si bien adap-
tado: es preciso la voluntariedad en la comisión del delito, la pena tiene efecto a la
vez correctivo e intimidatorio y no es aceptable la división de los delitos en públi-
cos y privados (Acedo Castilla, J. F, 1996: 10).
Las limitaciones fruto de la represión y persecución política, impedirán el
florecimiento de este tipo de estudios, de forma que los juristas se centran más
en la práctica de los tribunales, si bien es destacable la figura de Florencio García
Goyena, que en su obra Código criminal español, según las leyes y la práctica vi-
gentes comentado y comparado con el penal de 1822, el francés y el inglés (1843),
que en su obra se muestra partidaria de que el tema sea extraído de las Cámaras
legislativas y la codificación sea objeto de juristas técnicos, como efectivamente se
realizó con la creación de las primera Comisiones.
Uno de los problemas que más se evidenciaron durante paso por las cámaras
fue que el proyecto no había pasado por una consulta previa a las Universidades,
102
Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
La aprobación del Código llevaba consigo la de una serie de reglas para la apli-
cación del mismo dado que no se había aprobado ningún código procedimental y
la aparición por primera vez en nuestra legislación del juicio verbal de faltas, un
procedimiento rápido y eficaz, suprimido en julio de 2015 por Ruiz Gallardón,
siendo Ministro de Justicia, y causando trastornos jurídicos irreparables no sólo
alos ciudadanos, sino también a la inmensa mayoría de los abogados penalistas.
Con carácter general podemos establecer cuáles fueron las novedades produ-
cidas en nuestra legislación penal:
e Introducción del principio de legalidad: nulla poena sine lege. Todos los
delitos están contemplados en el Código y los tribunales no pueden entrar
a sentenciar en los supuestos no contemplados:
Art. 22, No serán castigados otros actos u omisiones que los que la ley con
anterioridad haya calificado de delitos o faltas.
103
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Son correccionales:
Presidio correccional
Prisión correccional
Destierro
Sujeción a vigilancia de la autoridad
Reprensión pública
Suspensión
Arresto mayor
Pero el Código recoge otras clasificaciones de penas: penas leves, penas co-
munes, penas accesorias, divisibles e indivisibles, simples y compuestas, corpora-
les y no corporales... Lo que dificultó que su aplicación en los tribunales y generó
la prácticas de publicación de tablas para facilitar las cosas a los intervinientes en
los juicios.
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Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
105
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
* RD de 30 de mayo de 1849, que regula las costas procesales que nos e ha-
bían tenido en cuenta.
e RD de 2 de junio de 1849 y RO de 5 de junio de 1849. Se modifica de nuevo
la ley provisional reguladora del procedimiento, para incluir el procedi-
miento para el pago de las costas y los gastos del juicio, y los honorarios de
los promotores fiscales, respectivamente.
Dado que la ley de autorizaciones fue una carta en blanco al gobierno para
hacer las modificaciones que considerase oportunas con la única limitación de
comunicarlo a las Cámaras en 1849 se solicitan explicaciones y la creación de
comisiones parlamentarias para analizar las reformas pero el gobierno logra es-
cabullirse de todo debate, señalando que su obligación solo es dar explicaciones.
Mientras tanto nuevos decretos ven la luz y vuelven a modificar el texto.
106
Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
107
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Al igual que ocurrió con el Código de 1850, el Código de 1870 no es más que
una reforma del Código de 1848, debido a las modificaciones encubiertas introdu-
cidas en 1850 y la existencia de un nuevo orden constitucional, que partiendo de
la Constitución de 1869, exigía adaptar el orden penal al nuevo espacio político.
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Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
(Silvela, 1903: 33), cuando en realidad las modificaciones son esenciales. Más bien
en esas críticas se pone de manifiesto el escaso reflejo de las teorías penalistas del
momento, cuando se encontraba en plena difusión la doctrina correccionalista de
Augusto Roeder -mediante la que el propósito de la pena es la rehabilitación del
delincuente-, que difundió en nuestro país Sanz del Río mediante la creación de
una escuela de seguidores del Krausismo.
Con carácter general, predomina el principio retribucionista, sigue vigente el
principio de legalidad, el principio de intimidación se suaviza y no existe la fina-
lidad correctiva de la pena (Lasso Gaite, 1970: 1, 474-475). Por lo demás la valo-
ración de los juristas sobre el mismo está muy dividida, si bien todos resaltan el
magnífico lenguaje jurídico utilizado (Del Rosal, 1970: 212).
Las novedades introducidas por esta reforma, fruto de los reajustes a la nueva
realidad constitucional, son:
109
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
110
Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
Delitos militares.
Delitos de imprenta.
Delitos de contrabando.
Leyes sanitarias en tiempos de epidemias.
Pero son muchos los aspectos regulados por leyes especiales, en las que se
establece una sanción penal, como pueden ser:
112
Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
+ Sino es claro cuál es el delito entre dos figuras penales, se elige la de me-
nor gravedad en la pena.
e Extensión de la responsabilidad criminal a las empresas o sociedades.
+ Elencubrimiento pasa de ser grado de participación a convertirse en delito.
* Distingue entre causas de inimputación y causas de justificación.
e Clasifica las circunstancias atenuantes y agravantes, según las circunstan-
cias de la infracción o las condiciones personales del infractor.
+ Delincuencia habitual y predisposición para delinquir son objeto de un
apartado especial para imponer medidas de seguridad.
+ Incluye las costas procesales dentro de la responsabilidad civil del infractor.
* No se consideran penas: la prisión preventiva, las medidas de seguridad,
las correcciones gubernativas, las privaciones de derechos y las costas
procesales.
e Clasifica las penas en graves -muerte y superiores a 6 años y multa de 25.000
pesetas—, menos graves y leves -arresto y multa inferior a 1.000 pesetas.
« Regulación minuciosa de la pena de multa, cuya cuantía queda al arbitrio
de los tribunales.
e Artbitrio total de los tribunales en la consideración de las faltas.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
O0O0O0OOoOosoooO
Delitos contra la propiedad.
Delitos contra la familia y las buenas costumbres.
Delitos contra la sanidad pública.
Delitos contra la seguridad colectiva.
Delitos contra la fe pública.
Delitos contra la economía pública, la industria y el comercio.
Delitos contra la seguridad exterior del estado.
Delitos contra la administración pública.
o Delitos contra la administración de justicia.
e Contravenciones: conllevan las sanciones de arresto, multa y reprensión,
pero no ocasionan responsabilidad civil.
116
Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
Un proyecto de Código penal de 1939, sobre las bases que había redactado
Cuello Calón, con 597 artículos, divididos en tres libros, se encuentra en-
tre los textos posteriores que figuran en la Comisión de Codificación, pero
desconocemos su autor.
En 1938 aparece un anteproyecto de Código penal redactado por la
Delegación Nación de Justicia de la F.E. de la J.O.N.S., obra de Antonio Luna
García, en los archivos de la Comisión. Su principal novedad es que recha-
za el principio de legalidad, dejándolo al criterio del juzgador, dotando a
todo el texto de un enorme subjetivismo. Junto a ello, la indeterminación
de la pena y la defensa política del nuevo Estado, son su característica más
notorias.
117
Histaria del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
118
Capítulo IV. Delitos y penas en los código penales españoles (Dolores del Mar Sánchez)
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119
Capítulo V
Historia del régimen penitenciario
en España (1834-1936)
Isabel Ramos Vázquez
Universidad de Jaén
121
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
y las que había se mantenían básicamente con los derechos de carcelaje pagados
por los propios detenidos). Por eso, sólo se permitía de forma muy excepcional el
encarcelamiento como pena o el uso de antiguas formas de cárcel privada; y tam-
bién excepcionalmente algunos reyes utilizaron como pena la reclusión en casti-
llos o fortalezas de determinados personajes por delitos de carácter político o mi-
litar; aunque ésta última no puede considerarse propiamente una pena de prisión,
sino una manifestación más del arbitrio judicial de los monarcas.
Al margen de ello, la pena de prisión en sí misma considerada sólo podía en-
contrarse durante la primera Edad Moderna en la jurisdicción eclesiástica. A dife-
rencia del Derecho romano clásico, el Derecho canónico sí permitía que la prisión
pudiera ser utilizada como pena, de un lado por el impedimento moral que tenía
para ejecutar penas de muerte o corporales (“penas de efusión de sangre”), y de
otro por la finalidad correctiva que la doctrina canónica mantuvo siempre en la
sanción frente a los objetivos simplemente retributivos y preventivos por los que
se fue decantando con el tiempo el absolutismo regio.
122
Capitulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
se convirtió en una de las penas principales a lo largo de los siglos XVI y XVII para
mover la flota. Cuando en el siglo XVIII nuevas técnicas navales comenzaron a ha-
cer innecesarios los remeros o galeotes, éstos fueron destinados en su mayoría a
trabajos forzados en los arsenales para la limpieza del lugar, el bombeo de agua, o
las labores más duras de construcción?,
123
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
A tal fin, Bentham elaboró una amplísima clasificación de las penas, en la que
la pena privativa de libertad a través de la prisión comenzó a ser contemplada
por primera vez con una especial preeminencia, fundamentalmente porque era la
pena que permitía una mayor individualización para adaptarse a cada delincuen-
te, aseguraba el fin de la prevención general apartando al delincuente de la socie-
dad, y podía empezar a cumplir también el novedoso fin de la prevención especial,
tratando, en lo posible, de reformar al delincuente para devolver a la sociedad un
hombre honrado.
124
Capítulo Y. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramas Vázquez)
125
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
126
Capitulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
A ellos, habría que añadir, asimismo, los antiguos presidios de obras públicas
aún en pleno funcionamiento.
El artículo tercero de la Ordenanza se atrevía a establecer una estricta clasi-
ficación de los penados. Pero esta cuestión, como otras muchas de las previsiones
contenidas en la ley, no quedó más que en mera declaración de intenciones, pues
las dificultades de la práctica terminaron imponiéndose a su voluntad.
127
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
No sólo fue difícil llevar a cabo la estricta separación de los reos en los distin-
tos establecimientos”, sino que incluso hubo que hacer un enorme esfuerzo para
implementar en la práctica el diseño penitenciario propuesto en la Ordenanza de
1834, que se vio modificado en años sucesivos con la supresión de algunos de los
presidios correccionales o de primera clase por falta de medios económicos.
Para el profesor Tomás y Valiente, al margen de la centralización administra-
tiva, la Ordenanza de 1834 “reformó pocas cosas. Se sigue manteniendo en ella
las condenas “con retención”, cuyo alzamiento se reserva para sí la voluntad real;
se continúa regulando con severidad el trabajo forzado de los reclusos; se deja
abierta la puerta para que la reina pueda “conceder a alguna empresa un número
determinado de presidiarios”, para que se beneficie de su trabajo, y se militariza la
estructura de gobierno interno de los establecimientos”*?,
El trabajo obligatorio de los reos venía siendo una de las claves del sistema peni-
tenciario desde su orígenes (utilitarismo penal), y así quedó también reconocido en la
Ordenanza de 1834, que distinguió entre el trabajo en obras públicas (“caminos, cana-
les, arsenales y empresas”) para la mayoría de los penados; y, de forma subsidiaria, un
novedoso trabajo en “obradores” o talleres dentro de los presidios para el aprendizaje
de algún oficio. Originariamente, también se mantuvo el sistema de ceder presos “en
rebaja” para trabajar en empresas o casas particulares, aunque poco a poco se fue po-
niendo freno a esta práctica tan irregular, que quedó superada a mediados del siglo XIX.
128
Capítulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
Ahora bien, debido a la estructura militar de los presidios y los usos del pa-
sado, que eran mucho más propicios al trabajo extramuros en obras públicas de
utilidad (que redundaban un importante beneficio económico al Estado), que a
las nuevas propuestas de obradores o talleres profesionales (las cuales suponían,
de entrada, un importante coste o necesidad de capital inicial), el trabajo intramu-
ros en talleres profesionales fue muy difícil de desarrollar en la práctica y resultó,
en general, un rotundo fracaso. Las únicas excepciones fueron las experiencias en
talleres o manufacturas llevadas a cabo por el Comandante Puig i Lucá en el pre-
sidio de Barcelona, y sobre todo el Coronel Montesinos en el presidio de Valencia.
Pero, al margen de estas experiencias, el trabajo en los presidios españoles siguió
siendo fundamentalmente forzado en obras públicas o servicios comunitarios del
exterior, encadenados los presos de dos en dos.
Por su parte, la educación religiosa y la instrucción quedaron en manos de los
capellanes, y los recursos destinados a la escuela de cada establecimiento depen-
dieron en última instancia de las autoridades competentes, por lo que en definiti-
va los avances fueron pocos en la mayoría de los presidios del reino, aún cuando
en 1844 se promulgó un extenso y detallado Reglamento sobre escuelas, que ape-
nas se cumplió.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capitulo Y. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
Prisión mayor
(7 a 12 años)
Presidio menor
(4 a 6 años)
Prisión menor
(4 a 6 años)
131
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea — (Primera Parte: Evolución histórica)
La pena de cadena perpetua era la más grave porque implicaba elementos que
afectaban a la honra, como la argolla y la degradación, mientras que la reclusión
perpetua no llevaba consigo esa idea degradante (“la reclusión está destinada para
penalidad de crímenes, por decirlo así, más decentes”). Ambas se cumplían en los
presidios norteafricanos, que el código convirtió en centros de penados a perpe-
tuidad (recordemos que la Ordenanza de 1834 enviaba a ellos a simples penados
por más de 8 años), endureciendo su carácter aflictivo, y manteniendo excepcio-
nalmente en ellos, como se venía haciendo, el régimen puramente militar. Allí se
siguieron realizando trabajos forzados de defensa y obras públicas en una especie
de colonia penitenciaria que mantuvo su singularidad hasta el siglo XX, al margen
de la realidad peninsular.
La cadena y reclusión temporal podían llegar hasta 20 años, límite que sor-
prende si se tiene en cuenta que, aunque ya el Código Penal de 1822 previó penas
superiores en el tiempo y con la Ordenanza de 1834 se aplicaba la condena “con
retención”, en la práctica se había seguido utilizando hasta el momento el límite
tradicional fijado por la legislación histórica en 10 años, que era el único adecuado
para los trabajos en obras públicas. El Código Penal de 1848 superó dicho límite de
los 10 años, ampliándolo hasta los 20, porque superó también la “vorágine cons-
tructora” que se había vivido hasta el momento con el sistema de obras públicas.
Pacheco fue especialmente duro contra el mismo, relegando a un segundo plano
los trabajos en obras públicas, que ya sólo se llevarían a cabo en la pena de cadena
temporal, por los abusos y los desórdenes que habían supuesto en el pasado.
En la península sólo trabajarían en obras públicas, como se ha dicho, los sen-
tenciados a cadena temporal, con limitaciones según sus condiciones físicas o edad
(hasta los 60 años), y especificándose en la letra del código que “los sentenciados
a cadena temporal o perpetua no podrán ser destinados a obras de particulares ni a
las públicas que se ejecuten por empresas o contratas con el gobierno” (art.97); otra
importante novedad frente al régimen anterior que permitía la cesión de penados
a empresas particulares y que daba lugar a abundantes corruptelas.
132
Capítulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capitulo V. Historia del régimen penitenciaria en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
Del intenso debate penal que se produjo en Europa en torno a estas cuestiones,
participaron científicos, juristas y políticos, desarrollándose a nivel trasnacional a
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Con ello, el utilitarismo penal (excluido ya del Código penal de 1848) queda-
ba completamente desterrado, y se abría la puerta a un muy incipiente régimen
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Capítulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
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Capítulo Y. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
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Capítulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
libertad condicional” hasta que un año más tarde se promulgara la ley de Libertad
Condicional de 23 de julio de 1914.
Durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1931), se siguió la línea
marcada por Fernando Cadalso, cuya figura fue encumbrada en el ámbito pe-
nitenciario, refundiéndose en él los cargos de Director General de Prisiones e
Inspector General del ramo. En esta época se acometió una reorganización ad-
ministrativa y del personal de prisiones (incluyendo la supresión de la Escuela
de Criminología en 1926); se volvió a modificar el mapa presidial, y, para adaptar
los principios del nuevo Código penal de 1928 (mucho más severo en las penas
privativas de libertad) con la legislación penitenciaria, se promulgó un nuevo
Reglamento de los servicios penitenciarios de 1930, que venía a sustituir al an-
terior Reglamento de 1913, aunque también se basaba en el criterio de la clasifi-
cación por tipo de delito y establecía un régimen progresivo en el que se incluía
la libertad condicional.
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Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Pero siendo cierto que se dictaron este tipo de medidas corporativistas o res-
trictivas en pro de la seguridad, debido a las convulsas circunstancias del momen-
to, no se puede afirmar que se diera al traste en este periodo con toda la labor de
humanización y corrección alcanzada hasta entonces.
Persiguiendo dicha “humanización” de las penas, el nuevo Código penal aproba-
do en octubre de 1932, siendo Director de Prisiones Vicente Sol, no sólo abolió las
penas de muerte, relegación y degradación, sino que también modernizó las penas
privativas de libertad suprimiéndose las de cadena perpetua y temporal, y reducién-
dose la completa aritmética penal del Código de 1870 a tan sólo tres tipos de penas:
de reclusión mayor o menor, presidio y prisión o arresto; manteniéndose solo cuatro
de las seis escalas del Código de referencia para graduar o individualizar la pena”,
El objetivo era, en definitiva, asegurar la “elasticidad” del sistema y mantener
los mismos principios alcanzados para la ejecución de las penas: clasificación de
penados, sistema progresivo con aplicación, en lo posible, de un último periodo de
libertad condicional, trabajo y educación para el delincuente como presupuestos
básicos para su reinserción, régimen de premios y castigos, trato humanitario a
los presos y mejoras en sus condiciones de vida, etc.
En respuesta a la nueva clasificación de las penas realizada por el Código
Penal de 1932, se acometió una nueva clasificación de los establecimientos peni-
tenciarios según la naturaleza y gravedad de la condena:
— Reclusión mayor y menor:
e Colonia penitenciaria de El Dueso.
e Prisión Central de Cartagena.
— Presidio mayor y menor.
e Prisión Central de Burgos.
e Prisión Central de Puerto de Santa María.
e Prisión Central de Valencia.
— Prisión mayor y menor.
e Reformatorio de Ocaña.
+ Reformatorio de Alicante.
e Reformatorio de Segovia.
— Presidio y prisión menores que no excedan de 1 año, arresto mayor, y
aquellos a quienes falte menos de 6 meses para cumplir su condena.
e Prisiones provinciales.
— Arresto menor.
+ Depósitos municipales.
— Menores de 18 sentenciados a más de 1 año, y de entre 18 y 23 años, no
reincidentes, sentenciados a presidio o prisión mayor o menor.
e Escuela de Reforma de Alcalá de Henares.
— Mayores de 60 años o “inútiles” a quienes queden más de 6 meses para
cumplir la condena.
144
Capitulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
Cada vez eran más, sin embargo, las prisiones de partido que se iban poblan-
do de los numerosos detenidos de la crisis social y política que se vivía, sobre todo
tras la promulgación, en agosto de 1933, de la Ley de Vagos y Maleantes que per-
mitía detener a un buen número de personas por razón de su peligrosidad social,
y la revolución de octubre de 1934. El hacinamiento que comenzaba a padecerse
en estas cárceles, determinó que muchas de las prisiones suprimidas por Victoria
Kent en 1931 tuvieran que volver a abrirse, al tiempo que se dotaban nuevas pla-
zas ose reintegraban al servicio activo los funcionarios que estaban en excedencia
para poder atenderlas.
Junto a las restablecidas, también se crearon otras nuevas, como las dos pri-
siones de partido y las dos prisiones provinciales mandadas erigir en 1933 por el
Director General de Prisiones José Estellés en las localidades de Priego de Córdoba y
Cartagena, y Córdoba y Cáceres, respectivamente; y las prisiones provinciales que a
finales de 1934 se decidieron construir en Santa Cruz de Tenerife y Pontevedra,
Para dar respuesta al creciente número “vagos” o “maleantes”, aplicándoles
un específico tratamiento reeducador, se habilitó asimismo en junio de 1934 un
Reformatorio de vagos y maleantes en el edificio que antes había ocupado la pri-
sión de mujeres de Alcalá de Henares. En diciembre de ese mismo año de 1934,
se ordenó habilitar para el mismo fin el antiguo centro de custodia o depósito de
la prisión del Puerto de Santa María, y la prisión de Burgos, en cuyos terrenos de
cultivo se estaba tratando de organizar por aquel entonces una colonia agrícola.
La idea de crear nuevos espacios de reclusión, como esta colonia agrícola de
Burgos, llamados por la prensa o el propio lenguaje político de la época “campos de
145
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
concentración”*!, comenzó a imponerse entonces como una realidad cada vez más
próxima. En enero de 1933, se había planteado ya la creación de una Colonia penal
agrícola en los territorios del África occidental, y en marzo de 1834, se previó asi-
mismo la implantación de “colonias penitenciarias o campos de concentración” en
las islas canarias de Hierro y Lanzarote. A esta política se sumaba la creación de la
colonia agrícola de Burgos, prevista específicamente para el tratamiento de vagos
y maleantes, habiéndose barajado también la posibilidad de edificar este tipo de
campos de concentración en otras zonas de la Península.
146
Capítulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
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11 Michel FOUCAULT, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, vigésima edición en castellano,
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12 Jeremy BENTHAM, Tratados de legislación civil y penal, edición de Rodríguez Gil, M., Madrid,
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13 Jeremy BENTHAM, El Panóptico, edición de Michel Foucault, edic. Madrid, 1989, p.34.
14 José ANTÓN ONECA, “Historia del Código penal de 1822", en Anuario de Derecho penal y cien-
cias penales, 18 (1965), p.34, y José Ramón CASABO RUIZ, El Código penal de 1822, Tesis doc-
toral inédita, Valencia 1968, p. 374.
15 Cartas de Jeremías Bentham al Sr. Conde de Toreno, sobre el proyecto de Código penal presenta-
do a las Cortes, Madrid, 1821, cartas 2? y 3?, citadas ampliamente por SALILLAS, R., Evolución
penitenciaria de España, edición facsímil de la de Madrid, 1918, 2 vols., en Pamplona, 1999,
vol.2, pp.265 y ss
16 Carlos GARCÍA VALDÉS, Régimen penitenciario de España (investigación histórica y sistemá-
tica), Madrid, 1975, César HERRERO HERRERO, España penal y penitenciaria (Historia y ac-
tualidad), Madrid, 1985, o Ricardo ZAPATERO SAGRADO, “Los presidios, las cárceles y las pri-
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147
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
17 Rafael SALILLAS, La vida penal en España, Madrid, 1888, edic. facsímil en Pamplona, 1999, pp.
420-421.
18 Francisco TOMÁS y VALIENTE, Las cárceles y el sistema penitenciario bajo los Borbones, en
Historia 16, extra VII! (1978), p.78.
19 Carlos GARCÍA VALDÉS, Del presidio a la prisión modular, Madrid, 1998, p.15, y Enrique SANZ
DELGADO, “Disciplina y reclusión en el siglo XIX: Criterios humanizadores y control de la cus-
todia”, en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, tomo 52 (2002), pp.109-202.
20 Carlos GARCÍA VALDÉS, Régimen penitenciario de España, Madrid, 1975, p.30, e Isabel RAMOS
VÁZQUEZ, La reforma penitenciaria en la historia contemporánea española, Madrid, 2013,
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21 Horacio ROLDÁN BARBERO, Historia de la prisión..., p.81.
22 Cayetano CORTÉS, Tratado de Derecho penal, traducción de la obra francesa de PellegrinoRossi
(París, 1829), Madrid, 1839.
23 Joaquín F. PACHECO, Estudios de derecho penal, 1* edic. Madrid, 1842.
24 José ANTÓN ONECA, “El Código penal de 1848 y D. Juan Francisco Pacheco", en Anuario de
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57, o Emilia IÑESTA PASTOR, El Código Penal español de 1848, Valencia, 2011, pp.255-262.
25 Carlos GARCÍA VALDÉS, Régimen penitenciario de España, Madrid, 1975, p.37.
26 Fernando CADALSO, Instituciones penitenciarias y similares en España, Madrid, 1922, p.186.
27 Alfonso SERRANO MAILLO, "La metodología del estudio histórico de la Criminología en España”,
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28 Valentín SILVA MELERO, “En torno a la escuela penal española”, en el Anuario de Derecho pe-
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mación desde el krausismo, Buenos Aires, 2005.
29 José ANTÓN ONECA, “El Código penal de 1870", en Anuario de Derecho Penal y Ciencias
Penales, n* 23, fasc.2, (1970), p.250, o Ruperto NUNEZ BARBERO, La reforma penal de 1870,
Salamanca, 1969, p.58.
30 Isabel RAMOS VÁZQUEZ, “La colonización exterior penitenciaria en España: proyectos y reali-
dades", en Glossae. European Journal of Legal History, n* 9, 2012, pp.171-202.
31 Carlos GARCÍA VALDÉS, La ideología correccional de la reforma penitenciaria española del si-
glo XIX, Madrid, 2006, en el que hace un estudio sistemático de las nuevas figuras o cargos del
cuerpo de prisiones introducidos por este Decreto de 1881.
32 Federico CASTEJÓN, La legislación penitenciaria española. Ensayo de sistematización, Madrid,
1914, p.313, o Enrique SANZ DELGADO, El humanitarismo penitenciario español del siglo XIX,
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33 César HERRERO HERRERO, España penal y penitenciaria (Historia y actualidad), Madrid,
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34 Francisco BUENO ARÚS, “Cien años de legislación penitenciaria (1881-1981)”, en Revista de
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35 M2 Dolores RAMOS, Victoria Kent (1892-1987), Madrid, 1999, Zenaida GUTIÉRREZ VEGA,
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36 Victoria KENT, “Las reformas del sistema penitenciario durante la Segunda República”, en
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Capítulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
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Capítulo V. Historia del régimen penitenciario en España (1834-1936) (Isabel Ramos Vázquez)
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Capítulo VI
El regimen penal
y penitenciario franquista
Jorge J. Montes Salguero
Universidad Nacional de Educación a Distancia
L INTRODUCCIÓN
Tras el golpe de Estado contra el gobierno legítimo de la II República, el 1 de
octubre de 1936 Franco fue nombrado Jefe de Estado y Jefe de Gobierno, así como
Generalísimo de los ejércitos. Suprimido el sistema democrático basado en los
partidos políticos, el nuevo orden se fundamentó en el caudillaje y la represión del
contrario. La legitimidad de Franco procedía de la victoria militar contra un régi-
men que supuestamente había propiciado la anarquía y el comunismo. Por tanto,
esa victoria debía ser completa y absoluta a fin de depurar el país de ideologías y
personas que la pusieran nuevamente en peligro. Para ello se puso en práctica un
modelo de represión, vigilancia y delación. La Dictadura franquista tuvo una apli-
cación práctica inminente en el ámbito penal. La instauración de un tal sistema de
obediencia a la normativa promulgada, permitió que sobreviviera al margen de la
lógica democrática imperante en los países democráticos de nuestro entorno.
153
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
miseria de muchos. Todos estos tipos penales pasaron como tales al nuevo Código
penal de 1944 en sus artículos 233 al 238.
El Código Penal fue elaborado por una Comisión que fue nombrada por Orden
Ministerial de 21 de Octubre de 1944, compuesta por magistrados de la Sala
Segunda del Tribunal Supremo, algunos funcionarios del Ministerio Fiscal y some-
tido el texto a un dictamen del Consejo de Estado. El objetivo era convertir el Código
Penal en un instrumento más que garantizara la existencia de nuevo Régimen tota-
litario, tal y como se establece en el Fuero del Trabajo y los puntos de la Falange: “El
Estado nacional, en cuanto es un instrumento totalitario al servicio de la integridad
patria y sindicalista en cuanto representa una reacción contra el capitalismo liberal y
el materialismo marxista, emprende la tarea de realizar, con aire militar, constructivo
y gravemente religioso, la revolución que España tiene pendiente y que ha de volver a
los españoles, de una vez para siempre, la Patria, el Pan y la Justicia”.
El Código de 1944 no admite la libertad de cultos, instaura los delitos contra
la religión católica, recupera el delito de adulterio (solo de la mujer) estableciendo
la vieja venganza del padre o el cónyuge agraviado, la figura del estupro, derogó la
Ley del Divorcio y del matrimonio Civil, reguló el parricidio por honor hasta 1963.
Además, la Ley de 14 de Enero de 1941 castiga todo género de propaganda o infor-
mación anticonceptiva. También no hay que olvidar que la exigencia de la autoriza-
ción marital para el ejerció de los derechos laborales se mantuvo vigente hasta la
Ley de Relaciones Laborales de 1976, y también la prohibición de que la mujer fuera
juez (vigente hasta 1967, aunque la primera jueza lo fue en 1977). Paralelamente al
Código, se promulgaron diversas leyes especiales que permitieron el castigo de de-
litos políticos y restringieron todo tipo de libertades. Se mantuvo la pena de muerte
y una complicada escala de penas de privación de libertad. La estructura del Código
era muy similar a los de 1870 y 1932, pero incrementó las penas.
Junto al Código Penal conviven toda una serie de leyes anteriores que componen
el aparato legislativo penal del franquismo. Cabe citar el Código de Justicia Militar de
25 de junio de 1890, el Código de Marina de Guerra de 24 de Agosto de 1889 y el
Código Penal para la zona de influencia en Marruecos de 1 de Junio de 1914.
El Código Penal de 1944 fue elaborado por penalistas del régimen totalitario
franquista que aplicaron la nueva ideología del régimen en abierta oposición a la
establecida poco antes por Luis Jiménez de Asúa como presidente de la Comisión
encargada de redactar la Constitución republicana de 1931, e impulsor del Código
penal de 1932*.
Entre los penalistas defensores del régimen totalitario franquista desta-
camos: Isaías Sánchez Tijerina, catedrático de la Universidad de Salamanca,
que defendió en su Manual el golpe de Estado?, la pena de muerte y los juicios
sumarísimos para todos aquellos que conspirasen contra el Régimen. Esto le lle-
vó a participar en la redacción del Código y como premio obtuvo la Catedra en la
Universidad Central de Madrid, donde impartió docencia hasta su fallecimiento
en 1959. Otro redactor del Código fue Federico Castejón y Martínez de Arrízala,
catedrático en Sevilla y Magistrado del tribunal Supremo”, también defensor de la
pena de muerte y contrario a los principios humanitarios de la ONU. Por su parte,
154
Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge ]. Montes Salguero)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Mantes Salguero)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capitulo VI El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Montes Salguero)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Montes Salguero)
instruían las causas antes de pasarlas a los tribunales regionales. Para la confección de
los sumarios se utilizaban los informes de las autoridades locales (alcaldes, párrocos,
guardia Civil, falange local) relatando la actuación política del acusado y se inventa-
riaban sus bienes. Finalmente, estaban los Juzgados Civiles Especiales, uno por cada
Tribunal Regional para la ejecución de las sanciones. La implicación de la iglesia fue
decisiva dado que la ley contempla el informe preceptivo del cura párroco.
Esta amplia red de tribunales no fue suficiente para tramitar el enorme número
de causas instruidas. Más de 200.000 familias sufrieron en España la investigación,
retención o expolio de sus bienes, en un país que en 1940 rondaba los 26 millones
de habitantes. Las responsabilidades se exigían mediante procedimiento sumario
y rápido tramitado por Tribunales y Jueces militares, y se atribuía a los Tribunales
y Juzgados civiles la misión de ejecutar el embargo de los bienes en caso de impago
de la sanción, de acuerdo con lo dispuesto en los artículos 600 y siguientes de la ley
de Enjuiciamiento Criminal. En vez de la reconciliación, se buscó mayor castigo a
los vencidos. Por ello el preámbulo de la Ley expone: “Próxima la total liberación de
España, el Gobierno consciente de los deberes que le incumben respecto a la recons-
trucción espiritual y material de nuestra Patria, considera llegado el momento de dic-
tar una Ley de Responsabilidades Políticas, que sirva para liquidar las culpas de este
orden contraídas por quienes contribuyeron con actos u omisiones graves a forjar la
subversión roja, a mantenerla viva durante más de dos años y a entorpecer el triunfo,
providencial e históricamente ineludible, del Movimiento Nacional”.
La Ley de 1 de mayo de 1940 tenía también efectos retroactivos. Esta Ley con-
cibe a la masonería y al comunismo como los factores determinantes de la decaden-
cia de España. Tales crímenes de Estado eran imputados también directamente a
sus seguidores y militantes. Por ello, se tipifica el delito de profesión masónica o co-
munista en el artículo 4 y se castiga con pena de reclusión menor, es decir, de doce
años y un día, a veinte años (que era la correspondiente al homicidio o robo con
lesiones), abriendo la posibilidad de que el Tribunal Especial para la Represión de
la Masonería y el Comunismo añadiera a dichas organizaciones las ramas y orga-
nizaciones auxiliares que juzgase necesarios. La Ley de Represión de la Masonería
y el Comunismo se dirigió fundamentalmente contra los masones, puesto que los
comunistas podían ser juzgados de acuerdo a la ley de Responsabilidades Políticas.
161
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
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Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Montes Salguero)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
no, fueron los jueces especiales de vagos y maleantes, los cuales, valorando los an-
tecedentes de los sospechosos y sus conductas sociales, emitían un dictamen. Por lo
tanto, a través de las consideraciones de los Tribunales, la homosexualidad se consi-
deró un delito y fue condenada a: a) Internado en un Establecimiento de trabajo o en
un Establecimiento de custodia, a la elección del Tribunal. b) Prohibición de residir
en un determinado lugar o territorio. c) Sumisión a la vigilancia de Delegados. En la
práctica, la mayoría de los homosexuales condenados fueron ingresados en prisio-
nes comunes, en módulos apartados para no “contaminar” al resto de los presos. La
Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social del 4 de agosto del 1970 tuvo por obje-
tivo la reforma y “mejora” de la Ley de Vagos y Maleantes contra los homosexuales,
estando en vigor hasta finales de 1978. Lo que se hizo fue una modificación del ar-
tículo 2? y 6%, atacando los actos homosexuales como peligrosos y propios de “indi-
viduos enfermos”, y estableciendo penas para los mismos. Artículo 2% (Capítulo 1):
Serán declarados en estado peligroso y se les aplicarán las correspondientes me-
didas de seguridad y rehabilitación. Apartado tercero: “A Los que realicen actos de
homosexualidad”. Artículo 6* (Capítulo III): De la aplicación de las medidas de segu-
ridad. Apartado tercero: “A los que realicen actos de homosexualidad y a los que ha-
bitualmente ejerzan la prostitución se les impondrá, para su cumplimento sucesivo,
las siguientes medidas: a) Internamiento en un establecimiento de reeducación; b)
Prohibición de residir en el lugar o territorio que se designe, o de visitar ciertos lu-
gares o establecimientos públicos, y sumisión a la vigilancia de los delegados. Como
consecuencia de esta reforma por Orden del Ministerio de Justicia de 1 de julio de
1971 se crearon los centros específicos que esta Ley demandaba, como fue el caso
del Centro de Homosexuales de Huelva, encargado de reeducar a homosexuales
varones.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Comisiones de examen de penas, las cuáles revisaban las mismas por delitos de
rebelión debido a la falta de uniformidad en las penas impuestas por los diferentes
tribunales en cada zona.
Recurso a la libertad condicional a reclusos mayores de 65 años por causas
humanitarias y con sujeción a diversos requisitos (cumplimiento de parte de la
pena), beneficios extraordinarios para los condenados por la jurisdicción militar a
penas hasta seis años y un día o hasta doce años y un día con la mitad de la conde-
na cumplida e informes previos favorables.
Estas medidas puestas en marcha en 1940 fueron poco eficaces y obligaron al
Régimen a ir perfilando un modelo que permitiese reducir el número de personas
en las prisiones, a través de sistemas más flexibles basados en la libertad condicio-
nal, algo que finalmente se consiguió dando como resultado que entre el 1 de abril
de 1939 y el 1 de enero de 1945, la población reclusa se redujese.
Las Juntas de Régimen y Administración (en las que se incluía el capellán) ca-
recían de funcionarios cualificados, y sus líneas de actuación eran prácticamente
autónomas. Por encima de este órgano se hallaba el Director del Establecimiento,
figura directamente vinculada a la estructura jerárquica de mando en el Régimen
franquista y con una autoridad extraordinariamente superior respecto a los res-
ponsables administrativos de cualquier otro servicio público.
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Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Montes Salguero)
Las normas que regulaban la acusación fiscal y de las que hace un uso exhaus-
tivo la Fiscalía Jurídico Militar en todos los procedimientos sumarísimos incoados,
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Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Montes Salguero)
misma asignación durante el mismo año, era de ocho pesetas por día, y para las reli-
giosas que colaboraban en las prisiones era elevada a seis pesetas por día.
Una de las primeras medidas, tomada en plena guerra, fue la vuelta a las prisio-
nes de las Órdenes Religiosas Femeninas, anulándose la reforma de Victoria Kent
(Decreto de 23 de octubre de 1931). La orden de 30 de agosto de 1938 daba vía libre
a la contratación de servicios con las comunidades religiosas, con la excusa de inten-
sificar los valores morales en los establecimientos penitenciarios. Se recuperaba así
la tradición de prisiones administradas por religiosas, completada con la puesta en
vigor del Reglamento Penitenciario de1930, derogado por la República.
El régimen penitenciario también fue estricto con la religión y la moralidad.
Lo refleja, fehacientemente una orden circular del Servicio Nacional de Prisiones
a los directores de los establecimientos carcelarios de 19 de enero de 1939: “A los
reclusos que incurran en semejante falta (blasfemia) se les impondrá la primera vez
privación de comunicaciones oral y escrita por tiempo ilimitado, hasta que se apre-
cie su arrepentimiento, y en caso de reincidencia, además de aplicarles alguna de
las restantes correcciones que determina el artículo 100 del Reglamento, quedarán
siempre inhabilitados para obtener el beneficio de la libertad condicional y de la re-
dención de penas por el trabajo”.
La misión de las carceleras era conseguir los objetivos político-morales que
las autoridades franquistas pretendían inculcar a las presas. El nacional-catolicis-
mo debía de imponer la religión en todos los ámbitos de la sociedad, y las que se
apartaron de la tal vía serían sus objetivos preferentes durante años, siendo un
modelo de justicia divina y perdón religioso. El control religioso, dentro de la vida
carcelaria, iba a representar, poco a poco, un valor en alza, que llegaría a acaparar
cada vez más parcelas de poder. Las órdenes religiosas que colaboraron en esta
tarea fueron “Hijas de la Caridad”, “Oblatas”, “Hijas del Buen Pastor” y “Cruzadas”,
orden esta última que fue creada durante la guerra civil, con el fin de ocuparse de
las actividades de reeducación en las cárceles de mujeres. Una de las parcelas de
poder, en el interior de las prisiones, que iban a ocupar preferentemente las ór-
denes religiosas, fue sobre todo la del poder económico y administrativo. En este
sector, se les encomendaron labores de administración en las de los hombres, y
una gama más amplia de servicios en las de mujeres.
El Régimen nombró nuevas funcionarias de prisiones, que fueron elegi-
das entre las más afectas a la Causa Nacional, a las que se integró en la Sección
de Femenina del Cuerpo de Prisiones. Para ingresar en este Cuerpo era un valor
de suma importancia el ser familiar de alguna de las víctimas de la violencia re-
publicana y demostrar su lealtad al Régimen. Los sentimientos de revancha, que
muchos de estos funcionarios experimentaban hacia esas mujeres presas, fueron
aprovechados por las autoridades penitenciarias para asegurarse el celo en la vi-
gilancia y castigo de las presas, convirtiéndose en un leal instrumento de la repre-
sión franquista.
169
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
dramáticos. Con la agravante, además, de que había muchos hijos de reclusas que
convivían con ellas en pésimas condiciones. De los múltiples testimonios recogi-
dos por Tomasa Cuevas”, nos encontramos con la descripción de lo que eran las
condiciones de vida en las cárceles contada por una mujer después de ser deteni-
da: “me dieron cuatro golpes sin importancia y me llevaron a una habitación lla-
mada la habitación de la sarna. Aquella habitación era una masa de seres huma-
nos. Había gran cantidad de mujeres, puestas en varias filas, lo cual no permitía
moverse si no nos poníamos de acuerdo para poder cambiar de postura. El espa-
cio de la sala podría haber sido para diez mujeres, tal vez doce con petate. Pero
debíamos ser unas sesenta. Durante el día recogíamos los escasos petates de que
disponíamos y las presas de más edad y las madres que tenían pequeños se senta-
ban en ellos, pero el resto teníamos que continuar de pie. A ratos nos turnábamos
para poder descansar un poco; tampoco es cómodo permanecer de pie todo el día.
Como váter teníamos un desagúe en el suelo. Incluso en el bordillo de este se apo-
yaban las cabezas de las mujeres y pobre de la que le tocó estar en ese sitio -se
utilizaba constantemente- iban a hacer sus necesidades y tenían que levantarse a
cada momento. Todas tenían sarna y yo también la cogí. Nos daban azufre para que
nos fregásemos el cuerpo y con cubos de agua nos lavábamos cada dos o tres días,
pero solo nos proporcionaban tres o cuatro cubos de agua para todas las mujeres
que teníamos el cuerpo cubierto de azufre. Para beber nos daban cada tres días un
poco de agua, la cantidad aproximadamente de un bote de leche condensada”?
La menor oferta laboral para las mujeres en los talleres penitenciarios generó
una mayor presión hacia ellas. Muchas tenían que realizar trabajos clandestinos
dentro del penal intentando que alguien sacara los productos elaborados, vender-
los en el exterior para procurarse algunos recursos ilegales y no controlados y así
alimentar mejora sus hijos. La represión en las cárceles tuvo consecuencias fatales
para las internas. A muchas de ellas les aparecía la menopausia a muy temprana
edad, con lo que después no pudieron tener hijos. De igual forma, muchas mujeres
padecieron desarreglos metabólicos por las secuelas de la mala alimentación y la
presión vivida durante el encarcelamiento. Los atentados contra la integridad mo-
ral de las presas políticas también se producían con el vestuario. Por orden de di-
rección en muchas cárceles no se permitía a las mujeres que usaran blusas y otras
prendas de colores llamativos y chillones. Además, cuando ingresaban en prisión,
si tenían menos de 45 años, se les cortaba el pelo, dejándoselo corto para prevenir-
las contra los parásitos. Si eran mayores no se hacía esa operación. Un argumento
peregrino y ridículo a los ojos de cualquier mortal. ¿Acaso las mujeres mayores de
45 años no tenían riesgo de contagiarse de los parásitos? Evidentemente, lo que
se pretendía era desposeer a las jóvenes de cualquier cualidad de atractivo físico.
Una de las páginas más negras escritas por el régimen franquista en las cár-
celes de mujeres fue la segregación de los hijos de las presas políticas. Miles de
niños fueron separados de sus madres porque, según el régimen, así se prevenía
a los niños del contagio moral de sus madres, que eran mujeres desviadas debido
a sus ideas políticas. Eran “rojas y marxistas”, o lo que para el franquismo era lo
mismo, enfermas mentales que no pueden criar y educar a sus hijos. Por Orden de
30 de marzo de 1940 se determinó que las internas solo podían tener a sus hijos
hasta los tres años de edad, después eran enviados a sus familiares (en el mejor
170
Capítulo VI El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Montes Salguero)
Sin embargo, la Redención de Penas por el Trabajo surgió para mitigar las
largas penas privativas de libertad que resultaban de la aplicación del Código
de Justicia Militar de 1890 a los condenados por rebelión militar, “extendiéndose
después a las penas de Derecho Común, cumpliendo en ellas la misma finalidad”. La
Redención de Penas por el Trabajo se incorporó al Código Penal vigente en 1944 y
fue una figura que se mantuvo en sus posteriores refundaciones y reformas, par-
tiendo de un contexto jurídico doctrinal donde la redención se inserta en el marco
de un derecho autoritario, en el que “el Estado se impone sobre las personas”. De ahí
la naturaleza de su origen en el que se encuentra su lógica abusiva, su carácter ex-
plotador y su persistencia como elemento arcaizante que integra todavía aspectos
del control y del defensismo social de los Código anteriores de 1928 y 1932 y36.
El régimen franquista, consciente del problema de la masificación, elabora
ya, todavía en plena guerra civil, la normativa sobre Redención de Penas por el
Trabajo, mediante Decreto de 28 de mayo de 1937, incorporándose después en
el Código Penal de 1944 para delitos de rebelión militar. Aunque, la norma que
introduce por primera vez el concepto de redención es la Orden de 7 de octubre
de 1938 dictada en Vitoria e inspirada en las teorías del jesuita Pérez del Pulgar. Se
crea con esta Orden el Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo con-
virtiéndose, desde ese momento, en el gran organismo gestor de los rendimientos
delos trabajos forzados de los presos. El referido Patronato contaba en cada lugar
con una Junta Local compuesta por el alcalde, necesariamente afiliado a Falange,
el cura párroco del pueblo y un vocal que había de ser “una mujer que reúna condi-
ciones de espíritu profundamente caritativo".
En el artículo 100 del citado Código Penal de 1944, se establecía que el sen-
tenciado a penas de cárcel podía reducir la condena en un tercio de su duración,
171
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
abonándole un día por cada dos de condena, siempre que cumpliera el requisito
de trabajar. Para algunos penalistas, entre los que destaca Francisco Bueno Arús,
este beneficio penitenciario se gestó como una forma vergonzosa para solucionar
el pavoroso problema penitenciario generado tras la guerra civil. La mejor solu-
ción hubiera sido la concesión de una amnistía general y no mediante este meca-
nismo. Sin embargo, la redención de penas no se aplicaba a los condenados por el
Tribunal Especial de la Masonería y el Comunismo porque eran “sujetos no aptos
para la corrección”. Según el coronel Máximo Cuervo Radigales, Director General
de Prisiones entre 1938 y 1942, en este asunto los principios teológicos acabaron
por desplazar toda doctrina jurídica, legal y filosófica de las penas y además fue-
ron una forma de aminorar “los merecidos dolores de los que con su estulticia o su
maldad pusieron en trance de muerte a España””*.
172
Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Montes Salguero)
173
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Notas
1 Véase la obra de Niceto ALCALA ZAMORA, “Justicia Penal de Guerra civil”, en Ensayos de dere-
cho Procesal Civil y Penal y Constitucional, Buenos Aires, 1944, p.243.
Marino BARBERO SANTOS, política y Derecho penal en España, Tuscar ediciones, Madrid,
1977, p.68. Véase el artículo 411, 412 y 491 del Código Penal.
Marino BARBERO SANTOS, política y Derecho penal en España, Tuscar ediciones, Madrid 1977
p.68.
Véase el artículo 411, 412 y 491 del Código Penal.
IGNACIO SERRANO SERRANO, El fuero del trabajo doctrina y comentarios, Talleres tipográficos
Casa Martin, Valladolid, 1939, p. 332.
Luis JIMENEZ DE ASUA, Tratado de Derecho Penal I, en el que critica la redacción y modifica-
ciones introducidas en el nuevo Código franquista, Buenos Aires, 1958, p. 778.
Isaias SANCHEZ TEJERINA, Derecho Penal Español 1% edición Parte general y Parte especial,
Salamanca, 1937.
Luis JIMÉNEZ DE ASUA lo definió como un “Servidor sin escrúpulos de todos los regímenes,
quiso ser diputado en la monarquía, aduló a la república y luego se hizo, al triunfo de Franco,
decidido falangista”: L. JIMENEZ DE ASUA, Tratado de Derecho Penal, op. cit., p. 72.
EUGENIO CUELLO CALON, Vicesitudes y panorama legistativo de la pena de muerte, ADPCP,
1953, p. 493.
EUGENIO CUELLO CALON, Referencias históricas y del derecho Comparado sobre la represión
de la homosexualidad, ADPCP, 1954, p. 500 y ss.
10 Vease para mayor información a JUANCARLOS FERR OLIVE, Universidad y Guerra Civil, Revista
de Derecho Penal n* 25, Huelva, 2010.
11 Ley de 9 de febrero sobre sanciones y responsabilidades política (BOE de 12 y 13 /1939). Ley
de 1 de marzo de 1940 de la Represión de la Masonería y Comunismo (BOE de 2/3 1940).
12 BOE de 5/10/1936.
13 BOE de 19/11/1936.
14 Véase JUAN JOSE DEL AGUILA TORRES, “la represión política a través de la Jurisdicción de gue-
rra y sucesivas jurisdicciones especiales del franquismo”, Hispania Nova n%1 Extraordinario,
2015.
15 Decreto Ley de18 de de abril de 1947 sobre represión de los delitos de bandidaje y terrorismo
BOE de 6 de Mayo de 1947.
16 Para este apartado y las fases del proceso Sumarísimo véase el trabajo de Diego CASTRO
CAMPANO, Los sumarísimos de la Guerra Civil: el Archivo del Tribunal Militar territorial
Primero, en el Boletín informativo del Ministerio de Defensa n* 18 de diciembre de 2010.
17 Marino BARBERO SANTOS, Política y Derecho Penal en España, Tuscar ediciones, Madrid,
1977, p.69.
18 F. Tomás y Valiente, «Discurso de clausura de las jornadas», en AA.VV., Historia de España,
Madrid, Historia 16, t. II, p. 27.
19 Sobre la persecución de la masonería, véase Juan José MORALES RUIZ, La publicación de la Ley
de represión de la Masonería en la prensa de la España de la postguerra (1940), Zaragoza, 1992,
y los numerosos trabajos del profesor Jose Antonio FERRER BENIMELI sobre la masonería,
destacando La Masonería, Alianza Editorial, Madrid, 2001, o Jefes de Gobierno Masones 1869-
1936, en la Esfera de los libros, Madrid, 2007, y también La masonería, el contubernio judeo
masónico comunista, en Ismo Madrid, 1982. No podemos dejar de citar la obra más reciente
del profesor Javier ALVARADO PLANAS, Masones en la nobleza de España. una hermandad de
iluminados, que ha sacado del anonimato toda una serie de masones de gran relieve (incluidos
militares del llamado Bando Nacional) acabando con la simplista identificación entre maso-
nería e izquierdismo, en la Esfera de los Libros, Madrid, 2016.
20 Para este punto es de indudable consulta Gutmaro GÓMEZ BRAVO, El desarrollo penitenciario
en el primer franquismo (1939-1945), Hispania Nova n26 Madrid, 2006.
174
Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (Jorge J. Montes Salguero)
21 Véase Antonio Andrés LASO, Legislación Penal, procesal y penitenciaria tras la Guerra Civil
Española, en Revista Jurídica de Castilla León n* 35, pp 29 y ss.
22 Para conocer de primera mano los verdaderos testimonios de las múltiples reclusa es ne-
cesario utilizar el libro Tomasa Cuevas editado y Revisado por Jorge J. MONTES SALGUERO,
Testimonio de mujeres en la Cárceles franquistas. Esta edición incluye todos los testimonios
grabados por Tomasa, más de trescientos y casi mil páginas. Recién fallecido Franco recorrió
distintos pueblos de toda España, con un pequeño magnetófono para dejar constancia de la
represión vivida por las mujeres en las prisiones Franquistas. Tales testimonios fueron trans-
critos y editados por el profesor Montes con una numerosa bibliografía sobre el tema por el
Instituto de Estudios Altoaragonés y la UNED, Huesca, 2004. Todos los historiadores compro-
metidos con la recuperación de la memoria histórica estamos en deuda con esta mujer tan
valiente y, junto a ella, con Juana Doña Jiménez, que en 1978 publicó la novela testimonio:
Desde la noche y la Niebla, con un prólogo de Alfonso Satre, convirtiéndose en un libro de cul-
to para las mujeres que habían estado en las cárceles franquistas. Anteriormente, Mercedes
Núñez había publicado un libro en plena clandestinidad en París en Colección Ebro: Cárcel de
Ventas. Más adelante, Consuelo García nos dejó el testimonio de Soledad Real en Las cárceles
de Soledad real: Una vida, Madrid, 1982. Como suele suceder en España, sería una historiado-
ra de fuera, en concreto italiana quien publicaría un libro sobre el nivel de resistencia de la
mujer en España en su lucha contra el franquismo, es Giuliana di Febo y su obra Resistencia y
movimiento de mujeres en España 1936-1976, Hospitalet, 1979; en él aparecen los primeros
testimonios de Manolita del Arco, Tomasa Cuevas, y una carta de Matilde Landa. No hay que
olvidar el excelente documento histórico que supuso el libro de Fernanda Romeu: El Silencio
roto, mujeres contra el franquismo, editado por la propia autora en 1991 con un mosaico de
testimonios orales de mujeres de toda la escala social. Hoy, el libro se ha editado por la edi-
torial el Viejo Topo, en su momento no había editorial privada que se arriesgara a publicarlo.
Más recientemente se ha publicado Toda España era una Cárcel, de Rodolfo y Daniel Serrano,
Madrid, 2002 y C. Molinero, M. Sala, y J. Sobresqués, Una inmensa prisión. Barcelona, 2003.
23 Martín TORRENT, ¿ Qué me dice Usted de los presos ?, Imprenta Talleres Penitenciarios de
Alcalá de Henares, 1942. El Capellán de Prisiones señala estas medidas como usuales para el
personal interno en la prisión de Alcalá.
24 Para todo el tema especifico de Redención de penas es importante consultar Francisco BUENO
ARÚS, “La redención de penas por el trabajo en el ordenamiento jurídico español”, Boletín de
Información del Ministerio de Justicia n% 1002, 1974, y Antón ONECA, “El derecho penal de la
postguerra”, en Problemas actuales de Derecho penal y procesal, Salamanca, Universidad de
Salamanca, 1971. Entre los trabajos realizados desde esta perspectiva se pueden citar, en-
tre otros, los de Daniel FERNANDEZ BERMEJO, Individualización científica y tratamiento en
prisión, Madrid, Ministerio del Interior-Secretaría General Técnica, 2014, y Enrique SANZ
DELGADO, Regresar antes: los beneficios penitenciarios, Madrid, Ministerio del Interior-
Secretaría General Técnica, 2007.
25 Entre otros trabajos que tocan el tema de manera directa o en el marco más amplio del estudio de
la represión cabe citar: José Manuel SABÍN, Prisión y muerte en la España de posguerra, Madrid,
Alianza €; Mario Muchnik, 1996; P. GIL VICO, “Redentores y redimidos: la reducción de penas en la
posguerra”, en VV.AA,, Tiempos de Silencio. Actas del IV Encuentro de Investigadores del franquismo,
Valencia, Universitat de Valencia, 1999; A. CAZORLA SÁNCHEZ, Las políticas de la victoria, Madrid,
Marcial Pons, 2000; Ángela CENARRO, “Institucionalización del sistema penitenciario franquista",
en C. MOLINERO, Merce SALA y Jaume SOBREQUÉS (eds.), Una inmensa prisión. Los campos de
concentración y las prisiones franquistas durante la guerra civil y el franquismo, Barcelona, Crítica,
2003; Iñaki RIVERA BEIRAS, Política criminal y sistema penal: viejas y nuevas racionalidades puni-
tivas, Madrid, Antrhropos, 2005; Julián CHAVES PALACIOS, “El franquismo: prisiones y prisione-
ros”, en Pasado y Memoria, n* 4, 2005; Gutmaro GÓMEZ BRAVO, “El desarrollo penitenciario en el
primer franquismo (1939-1945), Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, n* 6, 2006
(htutp://hispanianova.rediirs.es/6/dossier/6do17 pd); La Redención de Penas. La formación del siste-
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Julio ARÓSTEGUI, Franco: la represión como sistema, Barcelona, Flor del Viento, 2012.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
176
Capítulo VI. El regimen penal y penitenciario franquista (JorgeJ. Montes Salguero)
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177
Capítulo VII
La configuración
del sistema penitenciario en democracia
César Lorenzo Rubio
179
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
180
Capítulo VIL La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
que derivasen en delitos, y que también se usó, entre otros fines, para la represión
de la homosexualidad?.
Naturalmente, continuaba habiendo presos políticos -hombres y mujeres-,
aunque el Estado franquista no reconociese oficialmente su condición. Su porcen-
taje fue variando en función los avatares y las oleadas represivas, pero estaría en-
tre un 5% y un 10% de la población total encarcelada. También eran mayoritaria-
mente hombres jóvenes, pero con formación, conciencia política y redes de apoyo
en el exterior, de lo que carecían la mayoría de presos comunes. Fueron miles de
obreros y, en menor medida, estudiantes condenados por el Tribunal de Orden
Publico [TOP] por causas que en países democráticos eran legales, como pertene-
cer a un sindicato o un partido, manifestarse o repartir propaganda. Por filiación
eran mayoritarios los militantes de las Comisiones Obreras [CCOO] y el Partido
Comunista [PCE], pero prácticamente todas las tendencias y sensibilidades de la
oposición antifranquista fueron objeto de represión. Para finalizar, en esta catego-
ría también se incluían a los miembros de grupos que recurrieron a las armas para
intentar derrocar el régimen, como la organización vasca Euskadi Ta Askatasuna
[ETA] o el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota [FRAP]*.
En suma, las prisiones del final de la dictadura eran un eslabón más, junto a
policía y tribunales, de la cadena de control de la disidencia y represión de la opo-
sición política, que el Estado empleaba con mano de hierro. También, un vertedero
humano donde se amontonaban delincuentes de clase baja. Para todos ellos, insti-
tuciones de castigo carentes de ninguna otra finalidad!,
181
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
manera que la concesión de una amnistía que beneficiaba a una parte de los pre-
sos políticos que permanecían en prisión”.
Al día siguiente de hacerse pública la medida, un grupo de reclusos de la
madrileña prisión de Carabanchel se amotinaban en los tejados reclamando una
“amnistía total” que también les beneficiase. Este motín marca el inicio del que se
conocerá como movimiento de presos sociales, el cual tuvo a la Coordinadora de
Presos en Lucha [COPEE] como su principal estandarte. Esta sigla, creada a finales
de 1976 en Madrid, no representaba a una organización política o sindical al uso,
sino a una plataforma clandestina integrada por reclusos de distintas prisiones,
con escasas posibilidades de comunicación directa entre sí. Pese a estos impor-
tantes condicionantes, a lo largo de la primavera de 1977 inundará los medios de
comunicación y determinará la agenda política en materia penitenciaria hasta fi-
nales de 1978. La COPEL firmó decenas de manifiestos, cartas públicas e informes
donde sus simpatizantes denunciaban el deplorable estado de las cárceles fran-
quistas y los abusos de que eran objeto los presos sociales denominación adop-
tada por el colectivo de presos comunes más movilizado para diferenciarse de los
presos políticos y dotarse de una identidad propia-. Si, como estos afirmaban, sus
delitos debían contextualizarse en la desigualdad e injusticias propias de la socie-
dad y el régimen franquista, era lógico que al iniciarse una nueva etapa política
reclamasen su excarcelación mediante una amnistía o indulto totales, la reforma
urgente del CP y el RP, asícomo la abolición de las jurisdicciones especiales, empe-
zando por la LPRS, y la depuración del cuerpo de funcionarios de prisiones, entre
otras demandas.
Anivel oficial, durante los primeros meses del conflicto, la Dirección General de
Instituciones Penitenciarias [DGIP] no reconoció a los miembros de la Coordinadora
como interlocutores, optando por aislar y trasladar de centro a los que considera-
ba sus líderes. Así las cosas, los presos sociales recurrieron masivamente a plantes,
huelgas de hambre, motines y autolesiones colectivas para dar a conocer su situa-
ción e intentar forzar una mejora de sus condiciones. En el verano de 1977 se apro-
bó una reforma provisional del RP que suavizaba la disciplina y buscaba adaptar la
norma a los nuevos tiempos, lo que puede interpretarse como un intento de pacifi-
car la agitada situación carcelaria que pocos días antes había vivido su peor episodio
hasta el momento, con la ocupación de las terrazas de la prisión de Carabanchel por
centenares de reclusos durante cuatro días. Sin embargo el alcance de esta reforma
quedaba muy lejos de las demandas de los presos y su incidencia real inmediata fue
muy escasa?. Pocos meses después, la aprobación de la Ley de Amnistía que permi-
tía la excarcelación de los últimos presos políticos del franquismo y el fracaso en
sede parlamentaria de una proposición de Ley de Indulto, cerraron definitivamente
la puerta a una excarcelación masiva”. Este revés provocó una enorme frustración
colectiva que se tradujo en acciones de protesta cada vez más violentas y a la deses-
perada. Solo en 1977 el Fiscal General del Estado contabiliza en su Memoria anual
más 50 motines, 9 de ellos con grandes destrozos e incendios, que comportaron cen-
tenares de heridos y miles de faltas disciplinarias.
La constante presencia de altercados carcelarios en las páginas de los perió-
dicos movió a la opinión pública a exigir reformas de mayor calado que mejorasen
182
Capitulo VIL La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
Jesús Haddad fue el primer Director General que puso las bases de la reforma
que debía acabar con la situación de excepcionalidad permanente. Tras su asesi-
nato culminó la tarea su sucesor al frente de la DGIP, Carlos García Valdés. Este
joven jurista emprendió una decidida actuación encaminada, por un lado, a aca-
bar con las protestas de los presos, aplicando medidas parciales y transitorias que
aminorasen la tensión y ayudasen a restablecer el orden; mientras que, por otro,
se erigió en el máximo responsable de la redacción de la futura ley.
En cuanto a las medidas más destacadas de su actuación, incidieron en tres
aspectos: 1) edificios, de los que estableció un detallado inventario de deficiencias
y reformas a efectuar en un ambicioso plan de inversiones que se debía ejecutar
durante los años siguientes, pero que tuvo que modificar sobre la marcha para ha-
cer frente a los numerosos destrozos causados durante los motines; 2) internos,
hacia quienes emprendió una política de concesiones y sanciones que mediante
órdenes circulares modificaban el RP, adelantando por la vía de los hechos algunas
de las futuras reformas y 3) funcionarios, colectivo muy desprestigiado que reivin-
dicaba más efectivos y mejoras laborales que fueron progresivamente atendidas.
Todo ello mientras protagonizaba una impactante campaña de gestos, como la vi-
sita a la mayoría de prisiones acompañado de la prensa o la rescisión del contra-
to de gestión de la prisión de mujeres de la Trinitat (Barcelona) con las Cruzadas
Evangélicas.
183
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
184
Capítulo VIL La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
la figura del Juez de Vigilancia Penitenciaria [JVP] como órgano superior de control
de la actividad penitenciaria y garantía de los derechos de los internos, por citar al-
gunas de las novedades más destacadas de la norma.
185
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
de Cuantías” que elevaba considerablemente las cuantías económicas de los tipos pe-
nales que servían para graduar la pena. Gracias a esta medida en torno a un millar
de reclusos quedaron en libertad'*. Pese a todo, continuaba siendo necesario abordar
una reforma integral. Con este ánimo, en enero de 1980 se hacía público un Proyecto
de nuevo CP. Este texto preveía una serie de elementos que lo convertían en una sólida
apuesta por la humanización del sistema penal: despenalización de todos los delitos
de opinión, reducción del tiempo máximo de encarcelamiento a 20 años -25 en casos
excepcionales-, incorporación de las medidas de seguridad ante la previsible deroga-
ción de la LPRS y eliminación de las medidas predelictivas, eliminación del agravante
de multireincidencia, reducción de la variada tipología de penas a solo dos: el arresto
de fin de semana y la prisión -solo para penas superiores a los seis meses o un año-,
etc.'* Sin embargo, también presentaba notables lagunas y contradicciones, por lo que
fue objeto de una feroz crítica dirigida por los sectores más conservadores y los pro-
pios estamentos profesionales afectados, en una labor de oposición que en parte tenía
como blanco al propio Gobierno de la UCD. Ante esta situación, el ejecutivo acabó por
retirarlo sin que llegase a ser discutido por los parlamentarios?*.
La LPRS, una de las causas recurrentes de encarcelamiento de personas
que no habían cometido delito alguno, fue modificada parcialmente a finales de
1978”. Entre los elementos derogados se encontraba el “internamiento en esta-
blecimiento de preservación hasta su curación o hasta que, en su defecto, cese el
estado de peligrosidad social” (es decir, nada menos que prisión indefinida hasta
que a criterio de un juez el sujeto ya no representase una amenaza para el resto de
la sociedad), así como la penalización de actos homosexuales, que hasta ese mo-
mento eran castigados con prisión. Pese a ello, en conjunto se trató de una reforma
de marcado carácter provisional al quedar los principios de la ley (pre-delictuali-
dad, peligrosidad meramente social, confusión estado-acción, etc.) prácticamente
intactos, además de no afectar para nada en lo tocante al tratamiento??,
Con la aprobación del RP podría considerarse que la reforma de las prisiones al-
canzaba su objetivo, pero la realidad distaba mucho de lo esperado. “Toda la reforma
penitenciaria podría quedarse tan solo en letra impresa si no se arbitran los medios
económicos necesarios para adecuar los establecimientos a la nueva circunstancia
que se derivará de la aprobación de la ley”, había afirmado su máximo promotor en
1978*%. Y los medios no llegaron. El plan de inversiones cuatrienal para la construc-
ción de nuevos centros, que el Gobierno aprobó a finales de 1976, resultó del todo in-
suficiente para hacer frente a las numerosas reparaciones que las viejas cárceles de
la dictadura necesitaban, más todavía tras dos años de continuos altercados. Pero no
solo los edificios requerían inversiones inasumibles. El funcionariado de prisiones
186
Capítulo VIL La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
carecía de efectivos suficientes para hacer frente a las nuevas tareas que LOGP y RP
le encomendaba. El personal médico y sanitario, los criminólogos, psicólogos, peda-
gogos, maestros y asistentes sociales que debían encargarse de llevar a cabo la clasi-
ficación, observación y tratamiento de los internos eran una ínfima minoría respec-
to al grueso del cuerpo encargado de la vigilancia. Además, sus miembros estaban
más desmotivados y enfrentados que nunca con la dirección de la administración, a
la que acusaban, mayoritariamente, de dejadez y excesiva laxitud, mientras exigían
mejoras en sus condiciones laborales.
187
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
188
Capítulo VII. La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
Durante el último año y medio de gobierno de UCD, liderado por Leopoldo Calvo
Sotelo tras el intento de golpe de Estado del 23-F, las prisiones españolas fueron el
escenario de las últimas movilizaciones de presos, mientras la inauguración de nue-
vos centros empezaba a cambiar, lentamente, el deteriorado paisaje carcelario.
189
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
Las movilizaciones del otoño de 1982 todavía tendrían una última réplica en
la primavera siguiente, justo antes de que el nuevo ejecutivo de Felipe González
emprendiera la tan deseada reforma de la LECr. En abril el Congreso aprobó, con
la sola oposición del Grupo Popular, la Ley que deshacía el entuerto de la reforma
efectuada tres años atrás. La nueva norma ponía límites a la prisión preventiva que
había llenado las cárceles en tan poco tiempo*!. A esta reforma la complementó
otra parcial del CP, que dejó de lado un Anteproyecto de nuevo Código elaborado
190
Capítulo VI. La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
ese mismo año y que no prosperó*”. Este tándem legal, bautizado como la “mini-
reforma" socialista, suprimió los efectos agravatorios de la multirreincidencia que
tanto perjuicio causaban a los delincuentes habituales, mantuvo la redención de
penas por el trabajo por el beneficio que representaba para los presos, eliminó la
inscripción eterna de los antecedentes penales, volvió a elevar las cuantías econó-
micas que afectaban a los delitos patrimoniales, que vieron suavizadas sus penas,
despenalizó la conducción sin permiso, que pasó a considerarse un ilícito adminis-
trativo y, movido por al gran cambio social producido en los últimos años, se regu-
laron los delitos relacionados con el tráfico de estupefacientes, distinguiendo en-
tre drogas blandas y duras, y despenalizando la tenencia para el consumo propio.
Todo ello supuso la libertad para casi 5.000 presos que permanecían a la espera de
juicio y otro millar más condenados, pero alos que se les redujo la pena.
191
Bistoria del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
192
Capítulo VIL La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
Para concluir este breve repaso, las mujeres presas -apenas un millar frente
a los más de 24.000 hombres-, sufrían un encarcelamiento todavía más penoso
debido a esta infrarepresentación. De 86 cárceles operativas en ese momento, solo
3 lo eran de mujeres en exclusividad (Madrid, Barcelona y Valencia); en el resto
había algunos departamentos para ellas, completamente insuficientes en todos los
aspectos (clasificación inexistente, falta de actividades, etc.)?”.
Este duro contraste entre lo que establecían las normas y lo que sucedía co-
tidianamente tras las rejas fue vuelto a poner de manifiesto en algunas de las ini-
ciativas dedicadas a conmemorar el décimo aniversario de la LOGP. En ese marco,
que incluso uno de sus redactores, como fue Francisco Bueno Arús, considerase el
tratamiento penitenciario “inviable en la práctica por falta de medios y de volun-
tad para ponerlos, absolutamente ineficaz por lo tanto para responder a lo que la
Constitución requiere de la ejecución de penas de privación de libertad”, revela
hasta qué punto teoría y realidad estaban distanciadas*,
193
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
80000. ———--— - a
70000
60000
50000
40000
30000
20000
10000
1975
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1998
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1987
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1996
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1990
1 999
2000
1992
1993
1994
1981
2005
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2007
2002
2003
2004
1991
2001 |
Gráfico 2. Tasa de reclusos en España
(presos por cada 100.000 habs.) (1975-2007)
160 =
140 — ee
120 Ea 2 HS
> A : A L
E NL bs
20
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0
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AA AA AA A A A A A A A A A A A A A A A A A A ANNAN NAANSNNARAN
Fuente gráficos 1 y 2: Ignacio GONZÁLEZ SANCHEZ, “Aumento de presos y Código Penal: Una expli-
cación insuficiente”, en Revista electrónica de ciencia penal y criminología, 13-4 (2011), p. 4.
194
Capitulo VIT. La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
Gráfico 3.
Evolución de la tasa de reclusos (presos por cada 100.000 habs.)
y la tasa de delitos (delitos por cada 100.000 habs.) (1980=100)
400
350
300
250
200 . +» * Tasa de
150 reclusos
100 Tasa de
50 A delitos
1980
1990
1984
1982
1986
1988
1998
2000
1996
1992
1994
2006
2004
2002
Fuente: Ignacio GONZÁLEZ SANCHEZ, “Aumento de presos y Código Penal: Una explicación insufi-
ciente”, en Revista electrónica de ciencia penal y criminología, 13-4 (2011), p. 7.
195
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
plazas que el sistema acumulaba en 1991. Para intentar acabar con esta problemá-
tica estructural ese año se aprobó el “Plan de Amortización y Creación de Centros
Penitenciarios” que debería ejecutar la Sociedad Estatal de Infraestructuras y
Equipamientos Penitenciarios [SIEP], creada en 1992 por orden ministerial. De
esta manera se empezaron a edificar los conocidos como “centros-tipo” o, popu-
larmente, “macrocárceles”, con capacidad para más de un millar de presos, pero
que gracias a su diseño permitían la compartimentación y en el funcionamiento
independiente de cada módulo del resto, como si de una “minicárcel” se tratase.
Así se podían dedicar módulos a mujeres (entre 1980 y 1994 su número creció en
un 800%) o régimen cerrado en todas las nuevas prisiones, una necesidad genera-
da por la nueva política hacia presos terroristas, dejando atrás la época en que las
prisiones se especializaban por entero a un tipo de reclusos**.
196
Capítulo VIL La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
197
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
198
Capítulo VIL La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
(robo, robo con fuerza, tráfico de drogas duras, lesiones) y se suprimió la reden-
ción de penas por el trabajo, gracias a la cual la mayoría de presos reducían a buen
ritmo sus condenas. A estas dos medidas de amplio impacto sobre la población
reclusa en general, se le sumó la posibilidad que, en determinados casos, cuan-
do se produjese una acumulación de condenas y atendiendo a la peligrosidad del
penado, el cálculo de tiempo para la aplicación de los beneficios penitenciarios se
estableciese en el total de las penas y no en el tiempo máximo que por ley (25 0 30
años) el penado podía cumplir**,
Junto al nuevo CP, también entró en vigor un nuevo RP”. En su Exposición de
motivos se señala que el nuevo texto responde a los importantes cambios que ha-
bían sufrido las prisiones y su población desde la aprobación del anterior, en base a
los cuales se dotaba al sistema de nuevos recursos para alcanzar los siguientes ob-
jetivos: 1) Profundizar el principio de individualización científica en la ejecución del
tratamiento, ampliando los programas a los presos preventivos (aunque ello entrase
en contradicción con el principio de presunción de inocencia). También se recogía
la existencia de los Centros de Inserción Social [CIS] para internos en tercer grado,
cuyo primer ejemplo fue el Victoria Kent que ocupó las antiguas dependencias de
la prisión de Yeserías en 1993, y se regulaban las unidades dependientes y extra-
penitenciarias, así como unidades de madres y departamentos mixtos, que todavía
tardarían en materializarse. 2) Potenciar y diversificar de la oferta de actividades de
tratamiento. 3) Facilitar el acceso a las prisiones de entidades públicas y privadas
que trabajasen en asistencia a los reclusos y aumentar para éstos los permisos de
salida y el régimen abierto. Y 4) redefinir el régimen cerrado.
199
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
del Derecho penal en un contexto de regresión del Estado social, el abandono del
ideal resocializador ligado al tratamiento penitenciario y un ensañamiento contra
los individuos que amenazan el statu quo, ya sean terroristas, migrantes o disiden-
tes socialesó%, Aunque las continuidades entre ambas etapas son notables y las raí-
ces de la segunda están sólidamente fijadas en substrato de la Transición -cuando,
como se ha visto, se pusieron las bases de la cultura de la emergencia y de la ex-
cepcionalidad penal-, no cabe duda que la realidad del encarcelamiento en el siglo
XXI difiere considerablemente de la observada en los años precedentes. Por esta
razón, vamos a concluir aquí esta aproximación a la historia contemporánea de la
prisión, no sin antes volver la vista atrás para comprobar su legado.
200
Capítulo VIL La configuración del sistema penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
Notas
1 Ángel SUÁREZ; COLECTIVO 36, Libro blanco sobre las cárceles franquistas, París, Ruedo
Ibérico, 1976.
2 Alfonso SERRANO GÓMEZ; José Luís FERNÁNDEZ DOPICO, El delincuente español. Factores con-
currentes (influyentes), Madrid, Instituto de Criminología de la Universidad Complutense, 1978.
3 Juan TERRADILLOS BASOCO, Peligrosidad Social y Estado de Derecho, Madrid, Akal, 1981.
Pere YSÁS, Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia, 1960-
1975, Barcelona, Crítica, 2004; Pau CASANELLAS, Morir matando. El franquismo ante la prácti-
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Franco”, en P. OLIVER OLMO (coord.), El siglo de los castigos. Prisión y formas carcelarias en la
España del siglo XX, Barcelona, Anthropos, 2013, pp. 63-100.
6 Decreto 2940/1975, de 25 de noviembre, por el que se concede indulto general con motivo de
la proclamación de Su Majestad Don Juan Carlos de Borbón como Rey de España.
7 Real Decreto-Ley 10/1976, de 30 de julio sobre amnistía.
8 Decreto 2273/77, de 29 Julio de 1977, por el que se modifica el Reglamento de los Servicios
de Establecimientos Penitenciarios.
9 Ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía. Sobre las diferentes normas relativas a la amnis-
tía de presos políticos, véase el capítulo de Oscar Bascuñán en este mismo libro.
10 César LORENZO RUBIO, Cárceles en llamas. El movimiento de presos sociales en la Transición,
Barcelona, Virus, 2013, pp. 245-264.
11 Marc ANCEL (dir), Les systemes pénitentiaires en Europe occidentale, La documentation
francaise, Paris, 1981, pp. 11-35.
12 Orden Circular de 24 de julio de 1978. Carlos GARCÍA VALDÉS, “El artículo 10 de la LOGP:
Discusión parlamentaria y puesta en funcionamiento”, en Revista de Estudios Penitenciarios,
Extra 1 (1989), pp. 83-88.
13 Ley Orgánica 1/1979 de 26 de septiembre, General Penitenciaria.
14 Ley 20/78, de 8 de mayo, de modificación de determinados artículos del Código Penal y de
la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Carlos GARCÍA VALDES, Informe general 1979, Madrid,
Dirección General de Instituciones Penitenciarias, 1979, p. 96.
15 Roberto BERGALLI, “Transición política y justicia penal en España”, en Sistema, 67 (1985), pp.
62-63.
16 Gonzalo QUINTERO OLIVARES; Francisco MUÑOZ CONDE, La reforma penal de 1983,
Barcelona, Destino, 1983, pp. 14-15.
17 Ley 77/1978, de 26 de diciembre, de modificación de la Ley de Peligrosidad Social y de su
Reglamento.
18 Juan TERRADILLOS BASOCO, Peligrosidad Social..., pp. 63-70.
19 Real Decreto 1201/81, de 8 de mayo.
20 Carlos GARCÍA VALDÉS, La reforma de las cárceles, Madrid, Ministerio de Justicia, 1978, p. 59.
21 Real Decreto-Ley 3/1979 de 26 de enero, sobre protección de seguridad ciudadana.
22 Ley 16/1980, de 22 de abril, sobre modificación de los artículos 503, 504 y 505 de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal en materia de prisión provisional
23 “Informe negativo sobre nuestras cárceles”, en La Vanguardia, 21 de diciembre de 1980, p. 13.
24 Xavier CASALS, La Transición española. El voto ignorado de las armas, Pasado €; Presente.
Barcelona, 2016, p. 15.
25 José Ramón SERRANO-PIEDECASAS, Emergencia y crisis del Estado social. Análisis de la excep-
cionalidad penal y motivos de su perpetuación, Barcelona, PPU, 1988.
26 Gonzalo MARTÍNEZ FRESNEDA, “Las garantías de la defensa en los juicios penales”, en Y.
PEREZ MARINO (comp.), Justicia y delito, Guadalajara, Universidad Internacional Menéndez
Pelayo, 1981, pp. 131-148.
201
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
27 Manolo REVUELTA, Sumario 22/79 Herrera de la Mancha. Una historia ejemplar, Madrid, La
piqueta - Queimada, 1980.
28 Borja MAPELLI CAFFARENA, “Consideraciones en torno al art. 10 de la LOGP”, en Revista de
Estudios Penitenciarios, Extra 1 (1989), pp. 127-138.
29 Eduardo PARRA, "Presos de GRAPO en una cárcel de máxima seguridad: lucha y resistencia en
Herrera de la Mancha, 1979-1983”, en Historia Contemporánea, 53 (2016), pp. 693-724.
30 Carlos GARCÍA VALDÉS, “La reforma penitenciaria”, en G. GOMEZ BRAVO (coord.), Conflicto y
consenso en la transición española, Madrid, Ed. Pablo Iglesias, 2009, p. 134.
31 Ley Orgánica 7/1983, de 23 de abril, de Reforma de los artículos 503 y 504 de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal.
32 Ley Orgánica 8/1983, de 25 de junio, de Reforma Urgente y Parcial del Código Penal.
33 María del Carmen HURTADO MARTÍNEZ, La inseguridad ciudadana de la transición españo-
la a una sociedad democrática. España (1977-1989), Cuenca, Ediciones de la Universidad de
Castilla-La Mancha, 1999, pp. 383-409.
34 Ley Orgánica 10/1984, de 26 de diciembre, por la que se modifican los artículos 503, 504 y
primer párrafo del 529 de la ley de enjuiciamiento criminal.
35 Real Decreto 787/1984 de 26 de marzo, de Reforma Parcial del Reglamento Penitenciario.
36 Real Decreto 3482/1983 de 28 de diciembre, por el que se aprueba el Acuerdo adoptado el
22 de junio de 1983 por el pleno de la Comisión Mixta prevista en la disposición sexta del
Estatuto de Autonomía de Catalunya.
37 DEFENSOR DEL PUEBLO, Informes, estudios y documentos. Situación penitenciaria en España,
Madrid, 1988.
38 Una sentencia del Tribunal Constitucional avalaría poco después esta situación al considerar
el derecho al trabajo en prisión como “de aplicación progresiva, cuya efectividad se encuentra
condicionada a los medios de que disponga la Administración en cada momento, no pudiendo
pretenderse, conforme a su naturaleza, su total exigencia de forma inmediata”. STC 172/1989,
de 19 de octubre. La misma doctrina será aplicada a otros aspectos, como el alojamiento en
celda individual, STC 195/1995, de 19 de diciembre.
39 Sobre la población reclusa femenina, Elisabeth ALMEDA, Corregir y Castigar. El ayer y hoy de
las cárceles de mujeres, Barcelona, Edicions Bellaterra, 2002.
40 Francisco BUENO ARÚS, “¿Tratamiento?”, en Eguzkilore. Cuaderno del instituto vasco de crimi-
nología, 2 (1989), p. 97.
41 José CID, “El incremento de la población reclusa en España entre 1996-2006: Diagnóstico y
remedios”, en Revista Española de Investigación Criminológica, 6 (2008), pp. 1-31.
42 Ignacio GONZÁLEZ SANCHEZ, “Aumento de presos y Código Penal: Una explicación insuficien-
te”, en Revista electrónica de ciencia penal y criminología, 13-4 (2011), pp. 4-5.
43 Para una visión de conjunto sobre la evolución cuantitativa de la delincuencia, Juan AVILÉS,
“La delincuencia en España: una aproximación histórica (1950-2001)”, en Historia del presen-
te, 2 (2003), pp. 125-138.
44 Gemma CALVET, "Toxicomanía y sida: la realidad de nuestras prisiones”, en I. RIVERA BEIRAS,
(coord.), La cárcel en España en el fin del milenio, Barcelona, M.J. Bosch, 1999, pp. 223-236.
45 Ley Orgánica 1/1988, de 24 de marzo, de Reforma del Código Penal en materia de tráfico ile-
gal de drogas.
46 Ley Orgánica 1/1992 de 21 de febrero, de protección de la seguridad ciudadana.
47 Ignacio GONZÁLEZ SÁNCHEZ, La penalidad neoliberal: aumento de presos y reconfiguración
del Estado en España (1975-2008), Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2014,
pp. 264-265.
48 Abel TÉLLEZ AGUILERA, Los sistemas penitenciarios y sus prisiones. Derecho y realidad,
Madrid, Edisofer, 1998, pp. 124-131.
49 Mónica ARANDA, Política criminal en materia de terrorismo en España, Tesis Doctoral, Universitat de
Barcelona, 2008, pp. 346-389; Cristina RODRIGUEZ YAGUE, “Política penitenciaria antiterrorista en
202
Capitulo VIL La configuración del sisterna penitenciario en democracia (César Lorenzo Rubio)
203
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Primera Parte: Evolución histórica)
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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(dir.), Política criminal y reformas penales, Valencia, Tirant, 2007, pp. 341-392.
206
Capítulo VUI
La jurisdicción militar en España
hasta la Constitución de 1978
Juan Carlos Domínguez Nafría
Universidad CEU San Pablo
207
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Dicha jurisdicción, desde el siglo XVI, fue considerada como “especial”, pero no
por constituir una especialidad dentro de la jurisdicción común, sino por ser distinta
de ésta!, de la misma forma que también fue calificada durante el Antiguo Régimen
(siglos XVI-XVII) como jurisdicción “privilegiada”, porque disponía de su propio
marco legal, que regulaba las competencias jurisdiccionales de las autoridades
y tribunales militares, los asuntos que le estaban sometidos y los procedimientos
propios que debía utilizar para substanciarlos. En definitiva, por tal privilegio debía
entenderse, sobre todo, el de disponer de justicia propia para todos sus aforados?.
En realidad, los estatutos privilegiados eran habituales en aquellos siglos,
pues les estaban reconocidos a varios grupos sociales y profesionales, tales como:
la nobleza, el clero, los caballeros de las Órdenes Militares, o el personal al servicio
de la Inquisición o de la Hacienda Real. Algo que complicó gravemente la admi-
nistración de justicia, debido a los numerosos conflictos de competencias entre
tantas jurisdicciones.
Por otra parte, la primera idea que siempre debe tenerse en cuanta al abor-
dar las jurisdicciones históricas especiales o privilegiadas —y la militar fue una
de las más antiguas y amplias—, es que, hasta la llegada del régimen liberal y
constitucional, que comienza a implantarse en España durante la Guerra de la
Independencia (1808-1814), no estaba reconocido el principio de “igualdad de
todos los ciudadanos ante la ley”, de tal forma que, como se ha indicado, eran
muchos los sectores sociales y profesionales que disfrutaban de su propio fuero
y jurisdicción.
Con respecto a esta situación, propia del absolutismo, la exposición de mo-
tivos de la Constitución de Cádiz de 1812, afirmó: “una de las principales causas
de la mala administración de justicia entre nosotros es el fatal abuso de los fueros
privilegiados introducido para la ruina de la libertad civil”. Por lo que el artículo
248 de aquella Constitución estableció que: “En los negocios comunes, civiles y
criminales no habrá más que un solo fuero para toda clase de personas."
208
Capítulo VHIL La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
209
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Durante este siglo, las Ordenanzas de las Guardas de Castilla de 1551, modelo
para los demás cuerpos militares, confirmaron la competencia de la jurisdicción
militar en todos los pleitos civiles!'* y criminales de sus miembros, estableciendo
que fuesen juzgadas por el “alcalde” (juez) de tales Guardas, con inhibición de los
demás tribunales y justicias del reino.
Posteriormente, Felipe Il extendió esta amplia jurisdicción militar a toda la
“gente de guerra”, con su real cédula de 9 de mayo de 1587**. Principio que se man-
tuvo hasta el siglo XIX.
Entre todas las disposiciones reguladoras de la jurisdicción militar durante
el siglo XVIII, destacan las Ordenanzas de S.M. para su Real Armada de 1748 (tra-
tado V), así como las de 1793, que, sin embargo, mantuvieron la vigencia de las
anteriores en lo que se refiere a la justicia militar'*. También debe destacarse la
importancia de las Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y
servicio de sus Ejércitos, de 1768 (tratado VIII), que regularon con la amplitud pro-
pia del espíritu codificador ilustrado, todos los aspectos morales, organizativos y
de funcionamiento del Ejército, así como los relativos a cuestiones disciplinarias,
penales y de procedimiento criminal.
210
Capítulo VII La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Dominguez Nafría)
Derecho penal militar, conforme a los modernos criterios de esta técnica legislati-
va, que se estaba aplicando a otras parcelas del ordenamiento jurídico común.
211
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Pese a tales resistencias, en 1865 se creó una junta encargada de reformar las le-
yes penales militares y las reguladoras de los correspondientes procedimientos judi-
ciales, que inició sus trabajos con la finalidad de elaborar un código penal militar al
modo del código penal común y bajo sus mismos principios. Así, el almirante marqués
de Rubalcaba, en su proyecto para la Armada de 1865, insistió en que esta legislación
penal debía estar asimilada en lo posible al Derecho penal común”'. Sin embargo, tales
proyectos quedaron aplazados con motivo de la Revolución Gloriosa de 1868.
Entretanto, se dictaron normas legales para suavizar la penalidad de ciertos
delitos militares y equipararla a la de delitos similares tipificados por el Derecho
penal común. Tales disposiciones hicieron que algunos delitos que se castigaban
exclusivamente con la pena capital, lo hicieran a partir de entonces con la de ca-
dena perpetua, y en otros casos la imposición de una u otra pena se dejaban al
arbitrio judicial”.
Sólo la estabilidad política que proporcionó la restauración de la monarquía
con Alfonso XII en 1875, sobre todo por asumir este monarca el papel de rey-sol-
dado, lo que dio estabilidad a la institución militar, favoreció el logro de que se
consiguiera codificar el Derecho penal del Ejército y la Armada.
Así, en 1880 se creaba una nueva comisión, y el 15 de julio de 1882, se aproba-
ba una “ley de bases”, a las que debían atenerse las futuras “leyes de organización,
atribuciones y procedimientos de los Tribunales militares y los Códigos penales
para el Ejército y la Armada”*,
Además, de forma consecuente con las “bases” establecidas por esta ley, los
futuros Códigos militares tenían que adaptarse, en lo posible, a las prescripciones
de la ley penal común, incorporando la novedad de incluir entre las autoridades
militares a las de los Cuerpos de la Guardia Civil y Carabineros.
En virtud de dicha “ley de bases” se aprobaron, al poco tiempo, tres disposi-
ciones para el Ejército?*, que constituyeron el amplio cuerpo legal regulador de su
jurisdicción militar:
— Ley orgánica de los tribunales militares, de 10 de marzo de 1884”.
— Código penal militar, de 17 de noviembre de 1884”.
— Ley de enjuiciamiento militar, el 26 de septiembre de 18867”.
Por lo que respecta a la Armada, se aprobó la siguiente legislación:
212
Capítulo VIIL La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Dominguez Nafría)
Sobre toda esta normativa hay que destacar que el Derecho penal militar ha-
bía evolucionado con cierto retraso, aunque finalmente se elaboró bajo los prin-
cipios del Derecho penal común. Sin embargo, también es cierto que se reconoció
mayor discrecionalidad a la jurisdicción militar para la imposición de las penas??,
Otro caso sería el de los delitos cometidos por bandas armadas, o los de ban-
didaje y terrorismo, pues el legislador prefirió a la jurisdicción militar para co-
nocer de semejantes transgresiones, por considerar que podía proceder de forma
mucho más enérgica y sumaria”,
Además de la legislación expuesta, otra fuente del Derecho penal militar eran
los “bandos”, que dictaban las autoridades militares en los estados de guerra o
de deterioro violento del orden público, creando un Derecho penal excepcional y
transitorio.
Los bandos militares eran órdenes, con fuerza de ley penal, dictadas por las au-
toridades militares en campaña, o en el lugar en el que se hubiera declarado el “esta-
do de guerra” o “de sitio", en los que dicha autoridad asumía todos los poderes.
Su valor como fuente del Derecho penal militar desde sus mismos orígenes
era tal, que el duque de Alba afirmó en Cascaes, el 5 de agosto de 1580, que: “en los
ejércitos no hay otras leyes en lo criminal sino los bandos.”
Los bandos ampliaban el ámbito de la jurisdicción militar, e incluso podían
crear nuevos delitos, establecer sus penas, o modificar las que correspondieran a
los ya tipificados, aunque, en principio, no podían imponer penas que no estuvie-
ran recogidas por el Derecho penal militar ordinario, pero sí agravarlas o asimilar
conductas a delitos muy graves, como el de rebelión o sedición?*,
213
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Las principales características del Derecho penal militar histórico han sido el
rigor y su práctica sumaria, con la finalidad de que los castigos fueran ejemplares
y rápidos, apoyando así el mantenimiento de la disciplina entre las tropas. Suelen
citarse como ejemplo de este rigor los numerosos delitos militares castigados con
la pena de muerte. Así, el castigo por el delito de cobardía frente al enemigo, resul-
ta ejemplar, tanto por lo que se refiere a la gravedad de la pena, como en cuanto a
la sumariedad con la que podía aplicarse””.
No obstante, hay que considerar que las penas más graves solían aplicarse
únicamente en tiempos de guerra y, sobre todo, estando frente al enemigo. En
cambio, en tiempos de paz y en guarnición, lo habitual era corregir las mismas
conductas con otras medidas disciplinarias, sin recurrir al proceso penal.
Otro aspecto original del Derecho penal militar es que la voluntariedad podía
no ser una condición exigible para la comisión de un delito**, al menos en los térmi-
nos en que lo exigía el Derecho penal común. Es más, en ciertas situaciones excep-
cionales, ni siquiera se requería haber participado directamente en los hechos de-
lictivos para ser condenado, como es el caso de los gritos sediciosos al estar la tropa
sobre las armas. Lo que se justificaba por razón de ejemplaridad*”. Como ejemplares
también eran las condenas a muerte entre grupos de soldados desertores, pues, se-
gún las antiguas Ordenanzas del siglo XVITI, tales penas se aplicaban por sorteo*,
214
Capítulo VIH. La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
Los delitos castigados con mayor dureza por las Ordenanzas militares y de la
Armada en el siglo XVIII, eran los considerados sacrílegos, tales como: robos de
vasos sagrados (ahorcamiento y descuartizamiento); ultrajes a imágenes divinas
y sacerdotes (ahorcamiento o amputación de mano); o insulto a lugares sagrados,
cuya pena podía llegar a ser la de ahorcamiento*.
Por lo que se refiere a la pena de azotes, tan habitual en la legislación común,
puede considerarse equivalente a la de “baquetas”, aunque ésta tiene un superior
componente de ejemplaridad, al ser aplicada por los compañeros del infractor,
golpeándole con las baquetas de las armas mientras se atravesaba dos filas de sol-
dados formados frente a frente.
Sin embargo, también se reconocía que en caso de empate en los votos de los
consejos de guerra, o que tales votos estuvieran muy divididos, debía imponerse la
pena más favorable al reo.
Por lo que respecta a la Armada, se criticaron en el siglo XIX algunas de sus pe-
nas específicas, como era la de pasar por debajo de quilla del navío al condenado
y los azotes sobre el cañón**. En cualquier caso, esta penalidad no era más severa
que la francesa o la inglesa.
El rigor de las penas aplicadas por la jurisdicción militar se suavizo durante
el siglo XIX, por la aplicación de los mismos principios que acogió el Derecho pe-
nal común, además de que las leyes constitucionales consideraron a los soldados
como “ciudadanos armados” para la defensa de la patria: “Está asimismo obligado
todo español a defender la Patria con las armas cuando sea llamado por la ley”*.
En la España liberal se abolió así la ejecución en la horca, por decreto de las
Cortes de 24 de enero de 1812, en tanto que en la jurisdicción militar se sustitu-
yó por la de “garrote” en 1832; la Orden de 20 de febrero de 1812, prohibió en el
Ejército el castigo disciplinario de los “palos”, exigiendo que para aplicarse prece-
diera sentencia judicial. La de azotes se suprimió igualmente por decreto de las
Cortes de 17 de agosto de 1813, en tanto que la Real Orden de 3 de mayo de 1821
abolió en el Ejército la pena de baquetas*, por analogía con la de azotes, por ser
contraria al “pudor, a la decencia, y a la dignidad” de la persona. La Real Cédula de
25 de julio de 1814 suprimió el tormento, que se practicaba como medida de prue-
ba, así como los apremios sobre los reos, tales como los grillos y encadenamien-
tos de los detenidos y prisioneros, lo que igualmente se extendió a la jurisdicción
militar”.
Es cierto que este tipo de medidas que rebajaron el rigor de la penalidad, se
adoptaban más lentamente en el ámbito militar, lo que tal vez responda no tanto
215
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
a un afán por mantener la dureza de las penas, como al arraigo institucional de las
antiguas Ordenanzas militares y navales.
216
Capítulo VINL La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
217
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
arsenales y buques del Estado, así como del incendio cometido en los
mismos parajes. También los atentados contra el régimen interior, con-
servación y seguridad de estos establecimientos.
— Los cometidos en plazas sitiadas por el enemigo, o que tiendan a alterar
el orden público, o a comprometer la seguridad de las mismas.
— Los delitos y faltas comprendidos en los bandos que con arreglo a las
Ordenanzas dictaran las autoridades militares con competencia para ello.
— Los cometidos por prisioneros de guerra y personas de cualquier clase,
condición y sexo que siguieran al Ejército en campaña.
— Los cometidos por los asentistas (contratistas) que tengan relación con
sus asientos y contratas.
— Los de cualquier clase, cometidos a bordo de las embarcaciones mercan-
tes, sobre presas, represalias y contrabando marítimo, naufragios, abor-
dajes y arribadas.
— Las faltas especiales que se cometieran por los militares en el ejercicio de
sus funciones o que afectaran inmediatamente al desempeño de las mismas.
— Las Infracciones de las reglas de policía de las naves, puertos, playas y
zonas marítimas, de las Ordenanzas de Marina y de los reglamentos de
pesca en las aguas del mar.
Otro criterio impuesto por esta disposición, fue el de que cuando se juzgara a
un paisano por algún tribunal militar, por delito contemplado en el Código penal
común, la pena que éste señalare sería la aplicable.
218
Capítulo VINIL. Lajurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
El Código de Justicia Militar de 1945 sistematizó las faltas cometidas por mili-
tares en “graves” y “leves”*!.
El procedimiento para su imposición era el “expediente judicial”, tramitado
por juez instructor y secretario, que se elevaba a la autoridad judicial, quien resol-
vía con su auditor.
220
Capítulo VITL La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
XVI y sobre todo por las ordenanzas del gobernador y capitán general de Flandes
Alejandro Farnesio, en 1587*%. Dichas Ordenanzas constituyen el mejor tratado de
Derecho penal militar de la época, y su aplicación se generalizó a todos los ejérci-
tos españoles.
El modelo judicial establecido se fundaba en la delegación de la jurisdicción
del capitán general en el auditor general, que era letrado, para que éste juzgase su-
mariamente y le propusiera, en los casos más graves (los que entrañaran pena de
vida y particularmente los crímenes de lesa majestad, rendición de plazas y otros
semejantes), la oportuna sentencia para su confirmación.
En los demás casos, la causa se juzgaba por los maestres o mandos de los ter-
cios o unidades, con sus auditores letrados particulares, elevando la propuesta de
sentencia al auditor general.
Sin embargo, en el siglo XVIII, con las llamadas Ordenanzas de Flandes de
1701, manteniéndose la jurisdicción del rey con su Consejo Supremo de Guerra
y la de los Capitanes Generales y mandos militares y navales por su delegación”,
aparecerá en España una institución de origen francés, como eran los consejos de
guerra, compuestos exclusivamente por oficiales no letrados, con lo que la juris-
dicción penal se militarizó aún más.
Los capitanes generales con mando territorial, los almirantes de las zonas ma-
rítimas, los generales al mando de los ejércitos, escuadras y distritos territoriales,
continuaron siendo la autoridad judicial, aunque sus decisiones no eran válidas si
no concordaban con la propuesta de su auditor.
En definitiva, la jurisdicción militar se ejercía en nombre del rey por los si-
guientes tribunales y autoridades militares:
1) Por el Consejo Supremo de Guerra y Marina*.
2) Porlos generales en jefe de los ejércitos y escuadras navales.
3) Porlos capitanes generales y almirantes de distritos o zonas.
4) Por los generales y almirantes comandantes en jefe de cuerpo de ejército o
escuadra naval con mando independiente, o que lo ejercieran teniendo inte-
rrumpidas las comunicaciones con el general en jefe; así como los jefes princi-
pales de unidades o buques sueltos que operasen en campaña aisladamente.
5) Porlos gobernadores de plazas sitiadas o bloqueadas.
6) Porlos consejos de guerra de oficiales generales.
7) Porlos consejos de guerra ordinarios.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
222
Capitulo VIN. Lajurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
En cuanto a las penas aplicadas por la jurisdicción militar conforme a los có-
digos del siglo XIX, tuvieron nomenclatura, extensión, graduación y aplicación di-
ferente de las comunes, que sí debía aplicar la jurisdicción militar, cuando juzgara
delitos de esta naturaleza.
En cuanto a las penas militares eran las siguientes: muerte, reclusión militar
perpetua, reclusión militar temporal, prisión militar mayor, prisión militar correc-
cional, arresto militar, pérdida de empleo, separación del servicio, suspensión de
empleo, destino a un cuerpo de disciplina, recargo en el servicio”,
Además, eran penas accesorias: la degradación militar, la deposición de em-
pleo, y la pérdida o comiso de los instrumentos y efectos del delito.
Por otra parte, aunque no constituya propiamente una pena, los militares de-
bían sufrir la detención y, en su caso, la prisión preventiva en establecimientos pe-
nitenciarios militares, y cuando se tuvieran que cumplir condenas de privación de
libertad en establecimientos penitenciarios comunes, debían quedar separados
del resto de presos. También debían estar separados los oficiales de la tropa.
La clase de tropa, en ocasiones, podía cumplir la pena, por el tiempo que le res-
tara de servicio militar, en cuerpos disciplinarios: unidades con estricto régimen de
disciplina. Las penas más breves, de prisión correccional o arresto, podían cumplir-
se en los calabozos del propio cuartel.
Finalmente, debe indicarse que, conforme a las ordenanzas del siglo XVIII,
quienes se negaran a aplicar la pena, la recibirían ellos mismos.
224
Capítulo VII La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
Notas
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
226
Capítulo VIH. La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
aunque no pertenece a ningún mando militar español, fue el dictado en Madrid por el maris-
cal francés Murat, el 2 de mayo de 1808, en el que entre otras cosas se decía: “IL.-Todos los que
han sido presos en el alboroto y con las armas en la mano, serán arcabuceados; II.- [...] Todos
los habitantes y estantes quiénes después de la ejecución de esta orden se hallaren armados o
conserven armas sin una permisión especial, serán arcabuceados; IV.- Toda reunión de más de
ocho personas será considerada como una junta sediciosa, y deshecha por la fusilería; V.- Toda
villa o aldea en donde sea asesinado un francés, será quemada; VI.- Los amos quedarán res-
ponsables de sus criados; los jefes de talleres, obradores y demás de sus oficiales; los padres
y madres de sus hijos; y los Ministros de los Conventos, de sus Religiosos. VIL- Los autores,
vendedores y distribuidores de libelos impresos o manuscritos, provocando la sedición, serán
considerados como unos agentes de la Inglaterra y arcabuceados."
37 “El que por cobardía fuere el primero en volver la espalda sobre acción de guerra, bien sea
empezada ya, o a la vista del enemigo, marchando a buscarle, o esperándole en la defensiva,
podrán en el mismo acto ser muerto para su castigo y ejemplo de los demás." (Ordenanzas de
1768, VII, X, 117). Precepto que mantuvo en la legislación posterior y que incluso se reprodu-
ce, prácticamente con las mismas palabras, en el artículo 338 del Código de Justicia Militar de
1945. “El que por cobardía sea el primero en volver la espalda al enemigo incurrirá en la pena
de muerte, y podrá en el mismo acto ser muerto para castigo y ejemplo de los demás.”
38 “Son delitos o faltas militares las acciones y omisiones penadas en este Código” (art. 181
Código de Justicia Militar de 1945).
39 “Será considerado siempre como promovedor del delito de sedición el militar que, estando la
tropa o marinería sobre las armas o reunida para tomarlas, levante la voz en sentido subversi-
vo o de otro modo excite la comisión de aquel delito. Cuando en el acto no se descubra al que
de la voz, sufrirán la pena de reclusión militar los seis individuos que los Jefes allí presentes
conceptúen más próximos al sitio de donde hubiese salido aquella, de cuya pena quedarán
exentos si se averiguare cual sea el verdadero culpable.” (art. 296 del Código de Justicia Militar
de 1945).
40 Silos condenados por deserción eran entre uno y nueve, se ejecutaba a uno; si eran entre diez
y catorce, a dos; entre catorce y diecinueve, a tres; y así sucesivamente una ejecución más
por cada cinco condenados. En tanto que los que quedaban con vida cumplían diez años de
presidio. (Ordenanzas de 1768, VIII, X, 7). En la Armada, el sorteo era de uno por cada tres
condenados (Ordenanzas de la Armada de 1748, V, IV, 53).
41 El ceremonial de degradación de un oficial, previo a su ejecución, debía ser el siguiente, con-
forme a las Ordenanzas militares de 1768: “El Sargento Mayor, tras ordenar al Tambor de
Orden que toque redoble largo, dirá en voz alta y comprensible: la piedad generosa del Rey os
concedió que delante de las Reales Banderas pudieseis cubrir vuestra cabeza con el sombrero,
en el concepto de que vuestro honor podría hacerla digna de esta distinción, pero ahora su
Justicia manda que así se Os quite, y se le mandará quitar y arrojar al suelo. Esta espada (y se
la mandará quitar) que ceñisteis para satisfacer (conservando vuestro honor) al que el Rey
os hizo, concediéndoos que contra sus enemigos la esgrimieseis en defensa de su autoridad
y Justicia, servirá rota, por la fealdad de vuestro delito, para ejemplo de todos y tormento
vuestro, y la mandará arrojar para que se rompa. Despójese de ese uniforme (y hará la acción
de mandar que se la quiten (la guerrera]) que sirvió de equivocarle exteriormente con los
que dignamente le visten, para contribuir a la mayor exaltación de la gloria del Rey; (y enca-
rándose a los Granaderos continuará diciendo) y pues la Justicia de Su Majestad no permite
que el delito tan grave de este hombre quede sin castigo, llevarle a que le padezca su cuerpo,
que Dios tendrá piedad de su alma).” Un ceremonial similar se mantiene en aplicación del
Código de Justicia Militar de 1945: “Diligencia acreditando la degradación y ejecución de...:
En... a... de... de..., siendo las..., se constituyó el Juzgado en..., y colocando al reo en el centro
del cuadro, frente a la bandera (o estandarte), S.S? dispuso que el sentenciado [de uniforme
completo, llevando espada si fuese oficial] ciñese la espada y pronunció la siguiente fórmula:
«Despojad a... de sus armas, insignias y condecoraciones, de cuyo uso la Ley le declara indig-
no; la Ley lo degrada por haberse él degradado a sí mismo». A continuación el Sargento D...,
por orden del señor Juez, le despojó de la espada, y haciendo ademán de romperla la tiró al
suelo, y sucesivamente de todas las insignias y condecoraciones. Acto seguido, y reconciliado
brevemente con el sacerdote (silo deseare), fue pasado por las armas. Ejecutada la sentencia,
227
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
el... médico Don..., previo reconocimiento del cuerpo del reo, certificó su defunción. Y para
que conste, firma S. S* el Oficial médico de lo que yo Secretario doy fe. (Firma del juez), (Firma
del Médico), (Firma del Secretario). (En: DÍAZ LLANOS, Rafael, Leyes penales militares, La
Coruña, 1946, pp. 223-224).
42 Así, las Ordenanzas Militares y de la Armada imponían al reincidente en el delito de blasfemia
la pena de horadarle la lengua con hierro candente; pena más benigna que la contemplada
por la legistación penal común, conforme a la que debía cortársele la lengua y recibir además
cien azotes. Por lo que se refiere al delito de robo en casa de un oficial, se castigaba por la le-
gislación militar con la pena de muerte, idéntica a la prevista por el delito de robo en domicilio
particular por la legislación penal común. (Novísima Recopilación, XII, XVI, 3). En cuanto al
crimen “nefando” o “bestial”, se penaba con la horca y el descuartizamiento del cuerpo del así
ejecutado, en tanto que la legislación penal común castigaba el mismo delito con la pena de
quemar vivo al condenado. (MUGA LÓPEZ, Faustino, Antecedentes del Código penal Militar de
1884, pp. 38-40).
43 No obstante, la pena más grave que podía imponerse la contemplan las Ordenanzas de la
Armada de 1748: “Los que en tierra hicieren hurtos con muerte serán «enrodados» o descuar-
tizados, así como los que robaren en iglesias o cosas sagradas." (Ordenanzas de la Armada de
1748, V, IV, 36). Sin que se explique si la muerte del delincuente en la rueda era por descuarti-
zamiento, como se practicaba en Francia.
44 ALVARADO PLANAS, La codificación del Derecho penal militar en el siglo XX, p. 216.
45 Art. 9 de la Constitución de 1812.
46 “Sufrir por castigo los golpes de una tropa, más o menos numerosa, que, formada en dos filas
dándose frente, azotaba con el portafusil o la grupera al condenado, que corría por en medio
con la espalda desnuda. Se suprimió en 13 de marzo de 1821" (ALMIRANTE, José, Diccionario
Militar, Ministerio de Defensa, Madrid, 1989, t.1, p. 133).
47 ALVARADO PLANAS, La codificación del Derecho penal militar en el siglo XX, 212; y MUGA
LOPEZ, Antecedentes del Código penal Militar de 1884, pp. 38-40.
48 MUGA LÓPEZ, Antecedentes del Código penal Militar de 1884, p. 41.
49 Ordenanzas de 1768, VII, L
50 Real Orden de 26 de julio de 1767, cit. por MUGA LÓPEZ, Antecedentes del Código penal Militar
de 1884, pp. 32-33. Las huérfanas hasta haber contraído matrimonio o profesado en religión,
y los huérfanos hasta los dieciséis años (Ordenanzas de 1768, VIII 1).
s1 NÚNEZ BARBERO, Derecho penal militar y Derecho penal común, p. 768.
52 Ídem, p.774.
53 DOMINGUEZ NAFRÍA, Juan Carlos, El Real y Supremo Consejo de Guerra (siglos XVI-XVIID,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001, pp. 465-471.
54 Quedaban exceptuados, de acuerdo con los párrafos 3* y 4? del art. primero, de los que cono-
cía la jurisdicción ordinaria: “3.2 De los delitos comunes cometidos en tierra por la gente de
mar y por los operarios de los arsenales, astilleros, fundiciones, fábricas y parques de Marina,
Artillería e Ingenieros fuera de sus respectivos establecimientos. 4.2 De los delitos contra la
segundad interior del Estado y del orden público, cuando la rebelión y sedición no tengan
carácter militar; de los de atentado y desacato contra la Autoridad, tumultos o desórdenes pú-
blicos y sociedades secretas; de los de falsificación de sellos, marcas, moneda y documentos
públicos; de los delitos de robo en cuadrilla, adulterio y estupro; de los de injuria y calumnia
a personas que no sean militares; de los de defraudación de los derechos de Aduanas y con-
trabando de géneros estancados o de ilícito comercio cometido en tierra, y de los perpetrados
por los militares antes de pertenecer a la milicia, estando dados de baja en ella, durante la
deserción o en el desempeño de algún destino o cargo público.”
55 Tales lugares se consideraban en permanente estado de guerra, aunque el CJM de 1945 excep-
túa de esta situación en su art. 10 a Ceuta y Melilla.
56 Blasfemias y juramentos, robos sacrilegos, ultraje a imágenes divinas, ultraje a sacerdote y
lugares sagrados, desobediencia, insultos y agresiones a superiores, maltrato por los oficia-
les a sus subordinados, insultos contra ministros de la justicia, sedición, tumultos, motines,
desafíos, asilo a prófugos, infidencia, poner mano al arma contra superiores o iguales, falta de
228
Capítulo VII. La jurisdicción militar en España hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
puntualidad, cobardía y desamparar a otra unidad o buque, pérdida, daños o abandono cul-
pable de navío, insulto a salvaguardia, centinela que abandona el puesto, se duerme, se deja
mudar la guardia por quien no sea su superior, o no avisa de la presencia del enemigo, o no da
parte o disparar a quien salta muralla, insulto a centinela, participar en riñas o inducir a ellas,
alevosía, encubrimiento, espionaje, robo en cuartel o buque (particularmente graves eran los
de armas, municiones y pertrechos), robo a proveedor del ejército, robo fuera de cuartel o
buque, desórdenes, emplear soldados en el servicio personal, incendios (especialmente en
barcos, castigándose duramente las imprudencias), violencia contra mujeres, crimen nefando
o bestial, testigo falso, adulteración de municiones y víveres por los proveedores, robo con
muerte, robo de armas, municiones y pertrechos, contrabando, deserción y disimulo malicio-
so de nombre patria, edad o religión.
57 Delitos contra la seguridad del Estado (traición, espionaje y delitos contra el Derecho de gen-
tes); Delitos contra el orden público y seguridad del Ejército o de la Armada (rebelión y sedi-
ción); Delitos contra los deberes del servicio militar (negligencia, debilidad e impericia en actos
de servicio, abandono de servicio, denegación de auxilio, usurpación de atribuciones y abuso
de autoridad y deserción); Delitos contra la disciplina; Delitos de insubordinación (insulto a
superiores y desobediencia); Insulto a centinela, salvaguardia o fuerza armada; Homicidio y
lesiones; Malversación de caudales y efectos de cargo, fraudes y otros engaños, Delitos contra la
propiedad (robo, hurto, estafa, daños); Delitos de falsedad (falsificación de documentos milita-
res, adulteración de víveres, otros delitos de falsedad); Fraudes y otros abusos; Usurpación de
insignias, distintivos y condecoraciones.
58 El Código penal militar de 1884 las define como “quebrantamiento de los deberos militares
que no constituya delito”, y debían ser castigadas “gubernativamente” (Artículo adicional al
Libro primero).
59 RODRÍGUEZ DEVESA, José María, "La «acción penal» y la «acción disciplinaria» en el Derecho
militar español”, en Revista Española de Derecho Militar, núm. 7 (1959), págs. 3-36. La Ley
Orgánica 12/1985, de 27 de noviembre, de régimen disciplinario de las Fuerzas Armadas, se-
paró formalmente los ámbitos sancionadores disciplinario y penal militares. Tal norma or-
gánica fue sustituida por la posterior Ley de Régimen Disciplinario de las Fuerzas Armadas,
aprobada por Ley Orgánica 8/1998, de 2 de diciembre, que supuso un considerable progreso
en el imprescindible equilibrio entre la protección de los valores castrenses y las garantías
individuales recogidas en la Constitución. También vid. NÚNEZ BARBERO, Ruperto, "Derecho
penal militar y Derecho penal común”, en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, t. 24.3
(1971) pp. 713-168, 730.
60 Partidas, XXVIII, IT, 1.
61 Faltas graves: deserción con arrepentimiento espontáneo en quince días y la no incorpora-
ción a filas, así como su encubrimiento; abuso de autoridad y uso indebido de atribuciones;
incumplimiento de las órdenes relativas al servicio, siempre que no constituyeran delito o fal-
ta leve; incumplimiento de los deberes militares, siempre que no constituyera delito; contraer
matrimonio sin la autorización reglamentaria; poner mano a las armas para ofender a otro
dentro del cuartel, campamento, buque o aeronave o donde hubiese fuerzas reunidas, asistir
sin autorización a manifestaciones políticas o a los medios de comunicación; hacer uso de
documento de identidad o licencia expedido a favor de otra persona; hacer uso de insignias,
condecoraciones o distintivos militares o civiles sin estar autorizado; quebrantar la prisión
preventiva o el arresto; revelar en tiempos de paz el santo y seña u órdenes reservadas, o que-
brantar el secreto de la correspondencia oficial; utilizar para necesidades particulares medios
oficiales; extraviar documentación que tuviera confiada; hacer reclamaciones o peticiones de
forma irrespetuosa; maltratar de obra a alguna persona; permitir actos que puedan produ-
cir incendio o explosión; ocultar o alterar el verdadero nombre, estado o destino; maltratar
de palabra u obra a cualquier persona de la casa en la estuviera alojado; promover suscrip-
ciones colectivas o participar en ellas, para hacer obsequios o agasajos a los superiores, asi
como aceptarlas no estando autorizada tal manifestación, faltar públicamente al respeto a
cualquier autoridad o superior. También incurren en falta grave: los oficiales que quedaran
en tierra, sin causa legítima, al zarpar el buque o despegar la aeronave; los oficiales que se
durmiesen o embriagasen estando de guardia; contraer deudas con individuos de la clase de
tropa o marinería. Igualmente incurrían en falta grave los soldados: que recibieran órdenes
229
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
230
Capitulo VIH. La jurisdicción militar en Espana hasta la Constitución de 1978 (Juan Carlos Domínguez Nafría)
obligados a aceptar este encargo, no así los abogados civiles. (VIDAL BLANCA, José y LORENTE
Y VALCARCEL, Crisanto, Justicia de Marina, Madrid, 1896, pp. 241-251).
67 PEÑA Y CUELLAR, Nicolás de, Estudio del Derecho militar y organización y atribuciones de los
tribunales de Guerra, Madrid, 1886, pp. 53-55.
68 Este consejo de guerra juzgaba a oficiales por los siguientes delitos: insuficiente defensa de
plaza, fuerte o puesto guarnecido; entrega de plaza, fuerte o puesto; rendición motivada por
desobediencia de inferiores; correspondencia no autorizada con el enemigo; abandono deli-
berado de puesto en acción de guerra o marchando a ella; pérdidas por sorpresa de plazas,
fuertes o puestos; desamparo a tropa subordinada; y revelación de secretos militares. Fuera
de estos casos la jurisdicción pertenecía al capitán o comandante general, que delegaba en
su auditor. (GONZÁLEZ-DELEITO DOMINGO, Nicolás, “La evolución histórica de la jurisdic-
ción penal militar en España", en Revista Española de Derecho Militar, núm. 38/1979, pp. 9-66,
51-52).
69 NÚÑEZ BARBERO, Derecho penal militar y Derecho penal común, p. 767.
70 En cuanto a su duración: las de cadena y reclusión temporales, de doce años y un día a veinte
años; las de presidio y prisión mayores, de seis años y un día a doce años; las de presidio y pri-
sión correccionales, de seis meses y un día a seis años; la de destino a un cuerpo de disciplina,
de uno a seis años; la de suspensión de empleo, de dos meses y un día a un año; la de arresto,
de dos meses y un día a seis meses; la especial de recargo en el servicio tenía la duración que
la ley establece en cada caso.
231
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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232
Capítulo IX
La persecución de la herejía:
Del santo oficio de la inquisición
a la congregación para la doctrina de la Fe
María del Camino Fernández Giménez
Universidad Nacional de Educación a Distancia
L INTRODUCCIÓN
La Inquisición aparece en la Edad Media como un instrumento dispuesto por
la Iglesia para perseguir la herejía. El hecho de que la jurisdicción de los obispos
se limitara a sus diócesis, y la aparición de movimientos heréticos que se despla-
zaban de unos territorios a otros, aconsejó la constitución de tribunales especiales
que pudieran perseguir y juzgar a esos herejes dondequiera que se encontrasen.
De conformidad con los principios cristianos de entonces, Santo Tomás había com-
parado en su Suma Teológica al hereje con un monedero falso. Y así como hay que
perseguir a quien corrompe la moneda en la vida civil, hay que perseguir y casti-
gar al corruptor de la vida religiosa. Y al igual que existe una República Cristiana,
es decir, una sociedad política que hay que proteger, existe una religión que tam-
bién debe ser protegida. El hereje es, pues, un peligro tanto para la vida civil como
para la vida religiosa, que en el fondo son realidades interdependientes',
Al cumplirse el primer milenio, la sociedad cristiana europea se encontraba
amenazada en diversos frentes geográficos: al norte por los normandos, al sur
por los musulmanes, y al este por el imperio de Bizancio. Fraccionada Europa en
unidades políticas independientes, el soberano o rey aparece en cada una de ellas
como defensor de la Iglesia y en ocasiones usurpador de sus funciones, inaugurán-
dose una larga era de entronque Iglesia-Estado, del papado y la realeza, que habrá
de durar hasta el siglo XVIII. La historia de la Inquisición debe ser entendida en ese
contexto?,
Desde un punto de vista de la actuación de los tribunales eclesiásticos, de cara
a actuar contra los herejes, existían tres tipos de procedimiento posibles: acusa-
ción, denuncia e inquisición?, La acusación, propia de cualquier ciudadano particu-
lar, era el procedimiento antiguo, basado en el derecho romano, por el cual alguien
formulaba unos cargos contra otro ante el tribunal; la denuncia, más propia del
mundo eclesiástico, se justificaba en cierto texto del evangelio de San Mateo (18,
15-17) y requería primero una amistosa admonición, pretendiendo más la rehabi-
litación que el castigo; la inquisición a su vez, que finalmente se impuso, se basaba
en que el inquisidor o juez juzgaba, pero también instruía el proceso y formulaba
la acusación. En el Edicto de Verona (1184) se ordenó a los obispos que visitaran
sus diócesis requiriendo información sobre los posibles herejes, y años después
233
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Entre los movimientos heréticos destacan los cátaros (del griego kataros,
puro), que por centrarse en la ciudad de Albi (Occitania) fueron conocidos tam-
bién como albigenses. Se ha discutido, no obstante, si los cátaros fueron una he-
rejía propiamente dicha, es decir, una derivación o deformación de la ortodoxia
cristiana, o bien una religión distinta, con raíces en el zoroastrismo o mazdeismo,
que desde la región de Tracia habría llegado al Languedoc francés, probablemen-
te llevada por quienes retornaban de las Cruzadas. Con unas creencias dualistas
(el bien y el mal), negaban el culto a las imágenes y la práctica de los sacramen-
tos. En su proyección a diversos territorios de Europa, a través del Rosellón y la
Cerdaña tuvo una especial presencia en Cataluña en la primera mitad del siglo
XIII. En la lucha contra ellos hubo una primera fase pacífica, a través de misioneros
234
Capítulo IX. La persecución de la herejía: Del santo oficio de la inquisición .. (María del Camino Fernández Giménez)
235
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
A partir del siglo VIII, en la España de cristianos y judíos habían aparecido los
musulmanes, convirtiéndose así en la España de las tres religiones, judíos, moros
y cristianos. Ahora bien, la convivencia entre esas tres razas y religiones no fue en
absoluto fácil, resultando especialmente problemática a fines del siglo XIV, en el
reinado de Juan Í, la de cristianos y judíos, tanto en Andalucía y Castilla como en la
Corona de Aragón, territorios en los que tuvieron lugar en 1391 graves matanzas
y asalto a juderías. A mediados del siglo siguiente, en 1449, los sucesos de Toledo
dan lugar en un clima de gran tensión a la Sentencia-Estatuto, por la que los con-
versos fueron privados de cargos públicos y que constituye el precedente de los
diversos Estatutos de limpieza de sangre que vendrán después??.
236
Capítulo IX. La persecución de la herejía: Del santo oficio de la inquisición (María del Camino Fernández Giménez)
Con ocasión de un viaje a Sevilla y de los problemas existentes allí con los
conversos, los Reyes Católicos, asesorados por fray Tomás de Torquemada, prior
del convento dominico de Segovia, solicitaron de Sixto IV la introducción de la
Inquisición, a lo que el pontífice accedió mediante la bula Exigit sincerae devotionis
affectus, de 1 de noviembre de 1478, creadora de la Inquisición española?*. Pero
esa Inquisición será distinta de la pontificia porque concede a los reyes la facul-
tad de nombrar a los inquisidores. Con arreglo a la bula, dos años después fueron
designados los tres primeros inquisidores, que acudieron a Sevilla donde tuvo lu-
gar el primer auto de fe el 6 de febrero de 1481. A partir de ahí fueron creados
nuevos tribunales en Andalucía y Castilla, forcejeando Fernando el Católico con
el papa para implantar también esa nueva Inquisición en Aragón. Desde Aragón
la Inquisición será llevada a Italia, y desde Castilla a América, donde funcionó con
tres tribunales radicados en México, Lima y Cartagena de Indias!*.
¿Por qué se creó la Inquisición? La doctrina común y lo que afirman los docu-
mentos de la época (bulas papales, documentos regios, etc.) es que fue establecida,
según hemos dicho, para perseguir a los falsos conversos y velar por la ortodoxia.
Sin embargo, no han faltado otras explicaciones pretendiendo que por debajo de
esos propósitos teóricos, había otros ocultos y reales. Así se ha dicho que lo que
los Reyes Católicos en realidad pretendían era obtener fondos económicos aprove-
chando la confiscación de bienes de los conversos, o disponer de un instrumento
político que pudiera actuar en toda la monarquía sin las cortapisas del derecho
particular de los reinos. Desechada la explicación economicista, pues está demos-
trado que la Inquisición resultó ser más una carga que una fuente de ingresos, en
los últimos tiempos ha adquirido notoriedad la tesis del historiador judío Benzion
Netanyahu, desarrollada en un importante libro!*, según la cual la Inquisición ha-
bría sido creada en España como instrumento de una política racista que preten-
día la “solución genocida” del exterminio de los conversos. Esa tesis, que dio lugar
a una viva polémica, fue rechazada entre otros por el profesor Escudero””, quien la
juzgó inaceptable tanto por el hecho de que la Inquisición no persiguió a una sola
raza (pues luego fue tras la herejía de moriscos, protestantes e incluso de cristia-
nos europeos y españoles, eclesiásticos, etc.), como por el hecho inverosímil de
que pudiera darse una farsa general en la que papas y reyes convinieran un fin
oculto distinto del que consta en todos los documentos.
237
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
1.2. El proceso
Tras la acusación formal del fiscal, y que el acusado aceptara o rechazara los
cargos, intervenía el abogado defensor, figura desconocida en la Inquisición me-
dieval y que esta Inquisición nueva había previsto en las Instrucciones de 1484.
La actuación del abogado era también problemática, pues debía defender al reo de
herejía sin defender la herejía misma, para no convertirse en sospechoso él mismo,
con lo que solía apelar a la condición cristiana acreditada del acusado, o atribuir el
delito a trastornos episódicos, locura, etc. Cuando en la práctica de los interrogato-
rios el reo se contradecía, o reconocía el delito pero negaba su intención herética,
o realizaba sólo una confesión parcial, se acudía al uso de la tortura, habitual por
otra parte en los tribunales de entonces, tanto europeos como españoles. Pese a
ello, la imagen de la Inquisición, ha quedado asociada en el imaginario popular a
crueles prácticas de tormento, lo que el más acreditado de los historiadores del
Santo Oficio, el norteamericano Lea, considera "un error debido a los escritores
sensacionalistas que han explotado la credulidad”. El mismo autor escribe: “El sis-
tema (de la tortura) era malo en su concepción y su ejecución, pero la Inquisición
española al menos no es responsable de su introducción; más aún, por regla gene-
ral fue menos cruel en su aplicación que los tribunales seculares...A este respecto
la comparación entre la Inquisición española y la romana resulta también clara-
mente favorable a la primera”!*,
238
Capítulo IX. La persecución de la herejía: Del santo oficio de la inquisición... (María del Camino Fernández Giménez)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo IX. La persecución de la herejía: Del santo oficio de la inquisición... (María del Camino Fernández Giménez)
Años después, en 1515 solicitó del papa la introducción de una Inquisición que el
monarca también pretendía controlar. Tras los forcejeos en el reinado siguiente de
Juan Ill entre Roma y Lisboa por el control del tribunal, y en concreto por quién
debía nombrar al Inquisidor General, esta primera Inquisición fue suprimida. Más
tarde el tribunal se restablece y queda al frente de él don Henrique, el hermano del
monarca. A raíz de otras tensiones ocasionadas por una bula del papa en 1544 que
suspendía la ejecución de las sentencias, la situación se estabiliza y en 1547 nace
al fin la Inquisición portuguesa tal y como funcionará después. Contando con tres
tribunales en Lisboa, Évora y Coimbra, más el de Goa que se constituyó después, su
organización y procedimiento fueron ordenados por diversos Regimentos.
La aparición del sistema inquisitorial que con el tiempo será conocido como
Inquisición romana, está en relación con la penetración del protestantismo en
Italia (en especial Lombardía y Venecia) en los primeros años del siglo XVI. En el
ámbito de una península fraccionada en múltiples repúblicas, con España dueña
de Nápoles, Sicilia y Milán, y enfrentada en las demás a pretensiones francesas,
Italia tenía en lo político y religioso la tradicional amenaza de los turcos a la que se
añadiría luego, en lo religioso, la amenaza protestante. Diversas circunstancias, y
en concreto el fracaso de la reunión de teólogos católicos y protestantes celebrada
en Ratisbona en 1541 (el llamado Coloquio de Ratisbona o Dieta de Regensburg),
persuadieron al papa Paulo III de que no había otra opción que un enfrentamiento
con el protestantismo mediante el aseguramiento y vigilancia de la doctrina ca-
tólica. Ello le llevaría, por una parte, a la convocatoria del Concilio de Trento, y
por otra, mediante la constitución Licet ab initio, de 21 de julio de 1542, al nom-
bramiento de seis cardenales que constituyeron el Sanctum Officium, organismo
supremo en materias de fe que habría de auxiliar al sumo pontífice en todas las
cuestiones dogmáticas y proceder contra los sospechosos de herejía. Quedó cons-
tituida así en 1542 la Inquisición romana, con jurisdicción en toda la Cristiandad
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo IX. La persecución de la herejía: Del santa oficia de la inquisición .... (María del Camino Fernández Giménez)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
que provocaba rechazo, por el de Congregación del Santo Oficio, sumando algunas
nuevas competencias como lo relativo a las indulgencias. En 1917, ya con el si-
guiente papa, Benedicto XV, las indulgencias fueron transferidas a la Penitenciaría
apostólica, pero la Congregación del Santo Oficio se hizo con las competencias de
la Congregación del Índice que fue suprimida?*.
La reforma de Pio X, y la consiguiente estructura de la Curia romana, se man-
tuvieron durante años, pero el Concilio Vaticano 11 (1962-1965) trajo para el Santo
Oficio nuevos cambios como consecuencia de las críticas hechas a este instituto
durante su celebración. Convocado el Concilio por Juan XXIII y presidido por él y,
tras su muerte, por Pablo VI, este papa, la vispera de la clausura, el 7 de diciembre
de 1965, publicó la carta apostólica Integrae servandae que dispone en su artículo
1 que “la hasta ahora llamada Sagrada Congregación del Santo Oficio, en adelante
se denominará Congregación para la Doctrina de la Fe, cuya misión es tutelar la
doctrina de la fe y costumbres en todo el orbe católico”. El dicasterio será presidi-
do por el Sumo Pontífice y dirigido por un Cardenal Secretario.
La Congregación para la doctrina de la Fe aparece en este texto con mayor fle-
xibilidad y menor rigor que las instituciones inquisitoriales anteriores. Examinará
así las nuevas doctrinas; promoverá estudios sobre estos temas; fomentará
Congresos de estudiosos y rechazará las doctrinas contrarias a la fe tras oír a los
obispos de los lugares que les afecte; examinará y prohibirá libros, en su caso,
siempre tras escuchar a los autores. La Congregación, en fin, contará con un grupo
de consultores “hombres eminentes por su ciencia, prudencia y costumbres”, a los
que se añadirán, para las distintas materias, peritos elegidos principalmente entre
profesores universitarios.
Tras esa reforma de Pablo VI resta hacer referencia a las modificaciones y ma-
tices introducidos por Juan Pablo II por la constitución apostólica Pastor Bonus,
de 28 de junio de 1988, sobre la curia romana. En ese documento, que fijó en 11
el número de Congregaciones y que dedicó a la Congregación para la Doctrina de
la Fe los artículos 48 a 55, se afirma que “la tarea propia de la Congregación para
la Doctrina de la Fe es promover y tutelar la doctrina de la fe y la moral en todo el
mundo católico” (art. 48), para lo cual “ayuda a los obispos, tanto individualmente
como reunidos en asambleas, en el ejercicio de la función por la que están consti-
tuidos maestros auténticos de la fe y doctores” (art. 50). En consecuencia tiene el
deber de exigir que los libros y escritos referentes a la fe y costumbres que publi-
quen los fieles se sometan al examen previo de la autoridad competente, y que si
constata que se oponen a la doctrina de la Iglesia, “después de dar al autor la facul-
tad de explicar satisfactoriamente su pensamiento” reprobarlos tras informar al
Ordinario interesado (art. 51). Le corresponde asimismo examinar los delitos con-
tra la fe y contra la moral, o los habidos en la celebración de los sacramentos (art.
52). Finalmente estatuye que en esta Congregación están constituidas la Pontificia
Comisión Bíblica y la Comisión Teológica Internacional, presididas ambas por el
Cardenal Prefecto de la Congregación.
Destaquemos también como, en contraposición a los viejos usos del se-
creto inquisitorial, la Congregación para la Doctrina de la Fe hace públicos sus
244
Capítulo IX La persecución de la herejía: Del santo oficio de la inquisición... (María del Camino Fernández Giménez)
245
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Notas
1 A.S. TUBERVILLE: La Inquisición española. Fondo de Cultura Económica, México, 1949, pp.
7-8.
Jean-Pierre DEDIEU: LInquisition, Les Éditions du Cerf, 1987, pp. 11-13.
Voz Inquisition en la New Catholic Encyclopedia, tomo 7, Thomson-Gale, Washington, p. 485.
Un valioso estudio sobre el proceso inquisitorial es el de Antonio PÉREZ-MARTIN;: “La doctri-
na jurídica y el proceso inquisitorial”, en José Antonio ESCUDERO (edit.): Perfiles jurídicos de
la Inquisición española, Instituto de Historia de la Inquisición, Madrid, 1989, pp. 279-322.
TURBERVILLE: ob. cit., pp. 11-13.
A History of the Inquisition of the Middle Ages, 3 tomos, reimpresos en 1955 en Nueva York.
Francisco Javier GARCÍA RODRIGO: Historia verdadera de la Inquisición, tomo Il, Madrid, 1876,
p. 243.
Hubert JEDIN: Manual de Historia de la Iglesia, IV, Barcelona, Herder, 1973, p. 188 y ss.
Bernardino LLORCA-Ricardo GARCÍA VILLOSLADA-Juan María LABOA: Historia de la Iglesia
Católica en sus cinco grandes edades: Antigua, Media, Nueva, Moderna y Contemporánea, tomo
II, BAC, Madrid, 1988, p. 749 y ss.
Ob. cit., tomo 7, p. 489.
10 Real Academia de la Historia, manuscrito 9/ 5605, folio 3.
11 Historia crítica de la Inquisición en España, 3 vols., Hiperión, 1980. De la Inquisición medieval
española trata en el tomo 1, p. 77 y ss.
12 Eloy BENITO RUANO: Toledo en el siglo XV, Madrid, 1961, y Los orígenes del problema conver-
so, Barcelona, 1976.
13 Sobre la problemática de las bulas, éstas y la fundacional de 1478, José Antonio ESCUDERO:
“La introducción de la Inquisición en España”, en Estudios sobre la Inquisición, Marcial Pons,
2005, pp. 85 y ss. Las bulas de Nicolás V las ha estudiado Vicente BELTRÁN DE HEREDIA: “Las
bulas de Nicolás V acerca de los conversos de Castilla”, en Sefarad, XXI (1961), 1, pp. 22-47.
14 Las exposiciones de conjunto sobre la Inquisición española son muy numerosas. Entre las
Obras extensas, la primera y más famosa fue, en el siglo XIX, la antes citada Historia crítica de
Juan Antonio LLORENTE. La más rigurosa e importante es la Historia de la Inquisición españo-
la de Henry Charles LEA, publicada en Estados Unidos en1905 en inglés en cuatro volúmenes,
y en tres en español por la Fundación Universitaria española en 1983. Entre las obras moder-
nas más resumidas, citaré La Inquisición española. Una revisión histórica, de Henry KAMEN
(ed. Crítica, 1999), y La Inquisición española. Crónica negra del Santo Oficio, de Joseph PÉREZ,
Madrid, 2002.
15 Para el origen y fundación de los distintos tribunales, véanse los capítulos 1 y II (“Las estruc-
turas geográficas de la Inquisición”) del tomo II de la Historia de la Inquisición en España y
América, obra dirigida por Joaquín PEREZ VILLANUEVA y Bartolomé ESCANDELL BONET,
BAC, Madrid, 1993, pp. 3-60.
16 Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV, ed. Crítica, 1999,
17 Fundamentalmente en su trabajo “Netanyahu y los orígenes de la Inquisición española”, en
Estudios sobre la Inquisición, cit., pp. 127-164.
18 Historia de la Inquisición española, tomo Il, pp. 498-499.
19 Véase mi libro La sentencia inquisitorial, Editorial Complutense, Madrid, 2000.
20 “La Inquisición española: revisión y reflexiones”, en Estudios sobre la Inquisición, cit., pp.
35-36.
21 Un resumen de esos proyectos, en Francisco MARTÍ GILABERT: La abolición de la Inquisición
española, Universidad de Navarra, Pamplona, 1975.
22 Sobre ese debate, véase el libro citado de MARTÍ GILABERT y los dos artículos de ESCUDERO:
“La abolición de la Inquisición española” (en Estudios sobre la Inquisición, pp. 351-438) y “Las
Cortes de Cádiz y la supresión de la Inquisición: antecedentes y consecuentes”, en el libro
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Capítulo IX. La persecución de la herejía: Del santo oficio de la inquisición .. (María del Camino Fernández Giménez)
colectivo dirigido por él mismo, Cortes y Constitución de Cádiz. 200 años, tomo II, Espasa, 2011,
pp. 285-308.
23 Varias de estas disposiciones se encuentran recogidas en los Apéndices de la obra de Jerónimo
BECKER: Relaciones diplomáticas entre España y la Santa Sede durante el siglo XIX, Madrid,
1908, p. 396 y ss.
24 He puesto de manifiesto algunas de las contradicciones de ese periodo, cuando por ejemplo se
pedía el restablecimiento del tribunal de la Inquisición que teóricamente ya estaba restable-
cido, en mi trabajo “La Inquisición y los obispos en la Restauración absolutista tras el Trienio
Liberal (1825)”, en la revista Glossae (2012), pp. 192-203.
25 Sobre las Juntas de Fe, Luis ALONSO TEJADA: Ocaso de la Inquisición en los últimos años del rei-
nado de Fernando VII. Juntas de Fe, Juntas Apostólicas, Conspiraciones Realistas, Madrid, 1969.
26 Sigo el epígrafe “LInquisition portugaise” de su libro L'Inquisition, pp. 49-53. También la New
Catholic Encyclopedia, 7, p. 490, y TURBERVILLE: La Inquisición española, pp. 77-79.
27 Ver “LTnquisition romaine” en DEDIEU, LInquisition, pp. 53-58.
28 La actuación de los papas la sigo en Javier PAREDES (Director), Maximiliano BARRIO,
Domingo RAMOS-LISSÓN y Luis SUÁREZ, Diccionario de los Papas y Concilios, Ariel, 1998.
29 New Catholic Encyclopedia, tomo 7, p. 490.
30 “Inquisizione (Época moderna)”, en Philippe LEVILLAIN (director): Dizionario storico del
Papato, Milán 1996, pp. 815-820.
31 Leopoldo VILLAERT S. J.: “La Restauración católica”, en la Historia de la Iglesia de los orígenes
a nuestros días, dirigida por Agustín FLICHE y Victor MARTÍN, vol. XX, p. 53. También el citado
Diccionario de los Papas y Concilios, pp. 336-337.
32 Diccionario de los Papas y Concilios, p. 354.
33 Para los Índices inquisitoriales y los asuntos relacionados con ellos, véase la colección Index
des libres interdits, dirigida por Jesús MARTÍNEZ DE BUJANDA en doce tomos (los once prime-
ros editados por la Universidad de Sherbrooke desde 1985 en Quebec, y el duodécimo por la
BAC en 2016).
34 BORROMEO: “Sant'Uffizio (Congregazione del)" en LEVILLAIN, cit., Dizionario storico del
Papato, págs. 1138-1339. Hubert JEDIN y Konrad REPGEN: Manual de Historia de la Iglesia,
tomo IX, Herder, 1984, pp. 39-40.
35 Ediciones Palabra, Madrid, 2007. La obra ha sido coordinada por Gonzalo LOBO MÉNDEZ.
36 Documenta, pp. 480-482.
247
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo X
El homicidio y el asesinato
Emma Montanos
Universidad de La Coruña
249
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
los hombres, tanto a la causada de forma voluntaria por alguien, como a la originada
de forma causal, circunstancial o accidental (Liber ludiciorum 6,5,1-21). Es decir, sigue
claramente -aunque de forma más detallada- la construcción jurídico-romana.
La voluntad de matar a alguien es el elemento cualificador del delito de ho-
micidio por el que debe de ser castigado el autor del mismo con pena de muerte
(Liber ludiciorum 6,5,11, antiqua). Como circunstancia especialmente detestable
el Liber contempla la situación del señor que mata a su siervo sin razón, por cruel-
dad, sin que el siervo haya sido condenado por el juez. Se suprime la licencia de
poder hacerlo que asistía a los señores y se les impone la pena de deportación y
confiscación de bienes, que pasarán a sus parientes más próximos, a aquéllos que
infringieran esta disposición. Una vez que el juez sostiene que el tal siervo cometió
*pecado' por el que merezca pena capital, ésta puede aplicarla su señor quien tam-
bién lo puede “guardar de muerte” (Liber ludiciorum 6,5,12). Por tanto, no es pe-
nado como homicida aquél “que mata a otro sin su grado” (Liber ludiciorum 6,5,1
y 7), o de forma circunstancial: “no lo viendo” (Liber ludiciorum 6,5,2), por ocasión
(Liber Tudiciorum 6,5,3-4 y 5).
Por otra parte hay que poner de manifiesto el hecho de que el contenido
“cristalizado' del ordenamiento legal visigodo en la medida en que las nuevas
250
CapítuloX El homicidio
y el asesinato (Emma Mantanos)
Se trata de toda una serie de instituciones que pueden responder a este plantea-
miento como: la 'venganza de la sangre” el duelo judicial” la responsabilidad penal
colectiva' de los parientes o de los vecinos, la 'prenda extrajudicial"... que aparecerán
insertas en los fueros municipales, en donde también se dará cabida a instituciones
jurídicas que suponen un claro reflejo de un ordenamiento *privilegiado' como res-
puesta a las nuevas necesidades de esta sociedad. No constituyen parte alguna del
contenido del Liber ludiciorum -derecho visigodo de inspiración romana- como ya
251
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
252
Capítulo X. El homicidio y el asesinato (Emma Moantanos)
Sin embargo, es crimen doloso el realizado de la manera que sea, pero siem-
pre ex proposito, animo occidendi, sin que sea en legítima defensa porque en este
caso no es punible?!. A su autor le debe de ser impuesta la pena máxima, la de
muerte que existe en todos los lugares tanto para el noble como para el plebeyo.
253
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Este cuerpo legal dedica las 16 leyes del título 8 de su Partida 7 al contenido
De los omezillos. En ellas se dispone acerca de los diversos elementos, detalles y
circunstancias que pueden darse en torno a este delito. En el momento de su re-
dacción ya circulaba y se estudiaba en Europa el ius commune (civil y canónico),
bien conocido por los juristas técnicos redactores de esta monumental obra cas-
tellana. Por lo tanto, también el caso concreto del homicidio es un eco del mismo
que, siglos después (siglo XVI) detallará en su glosa Gregorio López quien ya reco-
ge las diversas construcciones sobre el tema elaboradas al caso por los principales
juristas de los siglos de oro del derecho común y posteriores.
De todo el conjunto normativo, la ley 1 nos da el concepto: “homicidio tan-
to quiere dezir en romance, como matamiento de ome”. Indica a continuación las
formas en que se puede producir: 'tortizeramente' 'con derecho' y “por ocasión
?*,
no mereciendo en este caso pena el homicida si prueba que no lo quería hacer”,
a no ser que la ocasión fuese propiciada por el que provoca la muerte”*. La ley 2
es la que nos ofrece un escenario nuclear sobre homicidio: matar a un hombre
“a sabiendas”, salvo que se hiciese en defensa propia (Partidas 7,8,2). Hay otras
circunstancias por las que no merece pena de homicida aquél que mata a otro.
Se trata de otras razones que lo justifiquen como: hallar a un hombre yaciendo
con su mujer, encontrar a un ladrón nocturno en su casa y queriéndolo coger para
entregarlo ala justicia, éste se defendiese con armas, el que deserta, el que quema
o destruye casa y propiedades de alguien, el tratarse de ladrón conocido, o de ro-
bador de caminos; o bien, si el autor de la muerte es un loco o un desmemoriado, o
un menor “que non cae por ende en pena ninguna, porque non sabe, nin entiende
el erro que faze?””. Sin embargo, merecen pena de homicida aquéllos, con falta de
formación, que hacen prácticas médicas que conllevan la muerte del paciente”,
los vendedores de hierbas para matar”, la mujer que se provoca el aborto, los que
castran siervos, los que castigan a sus hijos o siervos con intención de matarlos y
así sobreviene”y los que dan armas a otros sabiendo que las utilizarán para matar
a alguien.
254
Capítulo X. El homicidio y el asesinato (Emma Montanos)
El Código de 1822 tuvo una vigencia oficial de unos meses y después de una
serie de intentos fallidos, por fin el 19 de marzo de 1848 ve la luz un nuevo có-
digo penal, “de modo que hasta la mitad de la centuria pasada estuvo vigente la
Novísima Recopilación con los Fueros y las Partidas de leyes supletorias; las úl-
timas preferidas por los tribunales. Todo ello moderado por el arbitrio judicial,
sometido a cambios de presión social y política?*”,
Este nuevo código y, a pesar de que dentro de su título 9, Delitos contra las
personas, dedica su breve capítulo primero al homicidio, tenemos que deducir el
contenido sustancial de este crimen 'por exclusión” Es decir, no se nos ofrece una
definición de este delito, pero el artículo 323 refiere la pena que merece el parri-
cida, la de cadena perpétua a muerte, siendo esta última la aplicable siempre que
concurriese además premeditación o ensañamiento?**, Por lo tanto, los que quedan
fuera del parentesco, es de suponer que son simples homicidas. Esta calificación
queda corroborada también por el artículo 324 que, al referirse a las penas por
muerte de hombre, indica las circunstancias que agravan el acto y que son merece-
doras de pena de cadena perpetua a muerte si concurre alevosía, si media precio
o promesa remuneratoria, si se hace por medio de inundación, incendio o veneno,
con premeditación o con ensañamiento. Todos los que quedan fuera del parricidio
y de los comprendidos en estas circunstancias, son castigados con la pena de re-
clusión temporal. En definitiva, cuando medie la relación de parentesco indicada,
o el que mata no actúe con alguna de las circunstancias aludidas (considerado en
este caso asesinato en el código de 1822), estamos ante un 'homicidio simple' que
merece la pena de reclusión temporal; pena de la que quedan excluídos aquéllos
255
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
V. EL ASESINATO
El artículo nuclear que el Código Penal actual (año 1995) dedica a la penaliza-
ción del asesinato es el 139 que, en su punto primero, establece que:
256
Capitulo X. El homicidio y el asesinato (Emma Montanos)
257
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Por una parte ya confunde y mezcla el matar por mandato de la Pro humani re-
demptione (Liber Sextus 5,1) con el matar “a los omes por algo que les dan”. Parece
lógica consecuencia de ver en el mandato para matar una locatio conductio según
indica Bartolo en su comentario a la l. non ideo minus (C.9.2.5) y que lleva a Baldo a
considerar pagada la locatio en su comentario a la 1. Cicero (D.48.19.39) cuando dispo-
ne que son asesinos quienes “occident aliquem per pecuniam””, comentarios de los
que se hace eco Gregorio López y repite en su glosa a Partidas 7, 27,3; y, en este mis-
mo sentido otros autores como Imola, Pablo de Castro... Y así apareció el matar por
precio, como una explicación del matar por mandato. Por otra parte, también la obra
258
Capítulo X El homicidio y el asesinato (Emma Mantanos)
alfonsina identifica y califica el asesinato, el matar por mandato y ahora ya por precio,
con traición, al decir “de los assesinos e de los otros traidores que matan a furto, a tray-
cion**” Esta equiparación se explica si tenenmos en cuenta el ambiente criminal de la
época en el momento de redacción de las Partidas (s. XIID. Todo parece indicar que el
redactor de Partidas de esta ley tuvo conocimiento de la decretal Pro humani redemp-
tione y, al examinar su contenido, ver los términos en que está redactada y las penas
que recaen en los autores del delito, desprende que está ante una situación delictiva
muy grave y esta gravedad que observa le lleva a equiparar la conducta criminal de
asesinato, prevista en la disposición eclesiástica, con la conducta criminal más grave
en el ambiente medieval: la traición. Conviene recordar que el ordenamiento penal del
Medievo es un ordenamiento de la paz; una paz general que luego se refuerza con el
añadido de “paces especiales, dando origen a una amistad y a una 'seguridad' creadora
de una fidelidad, cuya infracción da lugar a traición.
Los *prácticos' del siglo XVI tratan el delito de asesinato de una forma mar-
ginal, sin elaborar grandes comentarios, sin insistir en el tema. Esta despreocu-
pación aparente puede justificarse si entendemos que sigue considerándose
válida la configuración e interpretación del asesinato establecida en Partidas y
porque todavía no se conoce la Ordenanza francesa del año 1570. A través de esta
Ordenanza, que pasa a los códigos franceses y después a los españoles, se intro-
ducen elementos volviendo a desvirtuar su verdadero sentido, lo que lleva a la su-
perposición de categorías cualificadoras que pueden darse en torno a este delito y
que, como veremos en su momento, aparecen recogidos en los códigos.
Alonso de la Peña, en su tratado se refiere al asesinato en dos ocasiones y en
las dos lo califica acertadamente: matar por dinero**. Estas dos ocasiones en que
lo hace revelan situaciones de excepcionalidad. Y claro, la excepcionalidad viene
determinada por la gravedad. En las dos situaciones en que se refiere al asesina-
to, aparece incluido este delito entre otros que, por su gravedad, merecen un tra-
tamiento especial con relación a determinadas situaciones. La primera vez que
alude al asesinato lo hace a propósito del tema de la prescripción de delitos y la
excepcionalidad es que mantiene que delitos como el de herejía o el asesinato no
admiten prescripción temporal. La segunda situación en que este jurista destaca
la gravedad del asesinato es cuando se refiere al interrogatorio de los jueces que
reviste caracteres especiales en la ocasión de determinados delitos; entre ellos, el
de matar a otro por dinero**.
Me resultan muy interesantes estas dos alusiones de Alonso de la Peña acerca
del asesinato porque califica bien el delito: matar por dinero y porque destaca bien
su gravedad. Probablemente su acierto se debe a su preocupación religiosa, que le
llevó a conocer bien el contenido dela encíclica Pro humani redemptione y, sobre
todo, a captar bien el espíritu de gravedad que le concede la encíclica al asesinato.
259
Eistoria del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Del análisis del tratamiento doctrinal que los autores del siglo XVI realizan so-
bre el asesinato se puede desprender que, aunque se ocupan marginalmente de este
delito, todos captan bien su gravedad y la resaltan cuando se ocupan de este crimen,
casi siempre en sede de inmunidad eclesiástica y señalan al asesino como una ex-
cepción con relación al beneficio de asilo que acoge a otros delincuentes. De todos
estos autores, solo Alonso de la Peña califica bien el asesinato: matar por precio. Y,
en los otros, se respira de forma clara un ambiente de confusión. Confusión a la que
se llega por salirse del sentido literal de la decretal Pro Humani Redemptione y seguir
la interpretación dada por Partidas. De ahí, la “oscuridad” de la que habla Gregorio
López y de ahí también la identificación que se hace del asesinato con la traición.
Entre los autores que escriben sobre derecho criminal en el siglo XVII, resulta
muy grato recordar al italiano Farinaccius y al valenciano Mateu y Sanz. Ambos
autores hacen una buena construcción del asesinato. Parece lógico pensar que el
éxito de sus apreciaciones se debe a que no se separan del contenido de la encícli-
ca y esto les lleva a interpretar el asesinato en su sede y tal como fue concebido.
260
Capítulo X. El homicidio y el asesinato (Emma Mantanos)
¿Por qué después se entendió que también es cualidad del asesinato el ma-
tar por precio? Este añadido artificial es bastante comprensible. Primero, porque
se supone que el encargo de matar, como cualquier otro mandato, lleva implícita
una contraprestación, quizás por la consideración, ya desde Baldo, de la esencia
de este mandato con una locatio; naturalmente, todo arrendamiento (en este caso,
de servicio), lleva implícita una contraprestación, un pago por dicho servicio, bien
sea dinero o recompensa. Segundo, porque es razonable pensar que en el ánimo
de todos los que se han ocupado de asesinato, y también en el espíritu de Partidas,
esté la equiparación con el crimen sicariorum del derecho romano, cuyos autores
parece que reciben contraprestaciones económicas para realizar actos delictivos.
Matheu y Sanz
261
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
En las obras de los autores del siglo XVIII, que se siguen reimprimiendo a
principios del siglo XIX, aún después de la promulgación del Código penal de 1822,
parece que se vuelve ala interpretación medieval del asesinato. Nos situamos, otra
vez, en la identificación de este delito con el homicidio proditorio que supone una
identificación, por tanto, entre asesinato y traición. Es decir, califican el asesinato
con arreglo a Partidas. En esta línea debemos de situar a José Marcos Gutiérrez
quien en su Práctica criminal de España**, en su interpretación sobre este delito,
sigue de forma fiel a Partidas y él mismo nos lo da a entender cuando dice que “en
nuestra legislación solo habla de este delito tan feo, atroz y abominable una ley de
Partida**”, a la que nos remite, e indica que dispone pena de muerte, así a los que
mandan matar, como a los que matan por mandato de otros. Según la interpreta-
ción de este jurista, el asesinato es el homicidio proditorio; por eso, los homicidas
alevosos se llaman con toda propiedad asesinos, porque los asimila. Y dentro de la
categoría de homicida alevoso se da con particularidad el nombre de asesino a los
que matan por algo que les dan, sea dinero, alhajas o protección para conseguir
acomodo”.
El mismo clima de interpretación medieval parece apreciarse en la obra de
Juan Sala, llustración del Derecho real de España**. En este autor se ve claro el jue-
go medieval amistad-enemistad, perfectamente captado en Partidas y que recoge
literalmente en el concepto que expone de traición”. Nos ofrece la misma clasifi-
cación que la obra alfonsina hace del delito de homicidio, partiendo de que es “ma-
tamiento de ome””y tiene tres especies: la del que mata con derecho, por ejemplo,
262
Capítulo X El homicidio y el asesinato (Emma Montanos)
“en defendiéndose”; la del que “por ocasión, non lo queriendo fazer” se ve implica-
do en la muerte de alguien; y la del que mata sin derecho.
Sorprende en Sala una notable ausencia: no dice nada de asesinato. No parece
advertir la existencia de este delito, pues no hace consideración alguna respecto
a él y ni siquiera lo menciona. La posible explicación de esta 'ausencia'se puede
calificar negativamente. Y resulta tanto más reprochable si tenemos en cuenta que
este jurista parece seguir el esquema de Partidas, y este cuerpo legal se refiere al
homicidio y sus clases en el título 8, De los Omezillos, en el que no hay ninguna alu-
sión al asesinato. Como sabemos, en la obra de Alfonso X se opera la recepción del
asesinato, pero se hace sorprendentemente en el título 27 de esa misma Partida 7,
De los desesperados que matan a sí mismos, o a otros por algo que les dan; e de los
bienes dellos. Se le pasa desapercibido, no se para en la existencia del asesinato que
está contemplada un poco más atrás del delito de homicidio.
263
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Este Código, en su artículo 609, establece los casos en que se puede hablar de
asesinato y lo hace de una forma extraña. Comienza diciendo que “son asesinos
los que matan a otra persona no sólo voluntariamente, con premeditación y con
intención de matarla, sino también con alguna de las circunstancias siguientes”
que, a continuación, enumera”!, Ante esta forma de enunciación, todo parece in-
dicar que el legislador quiere dejar claro que, además de la situación en que se
encuentra el que voluntariamente y con premeditación mata a otro y se convier-
te en asesino, hay otras circunstancias que también convierten el homicidio en
asesinato.
Lo que parece extraño en este planteamiento es que sean la voluntariedad y la
premeditación los elementos que se suponen configuradores de asesinato, aunque
después, y bajo la fórmula de otras circunstancias, se incluyen otras situaciones. Y
parece extraño porque supone un alejamiento histórico con relación al origen de
esta figura delictiva. En esta forma de redacción parece plantearse el origen del
asesinato en la premeditación de muerte, y aparece como añadido el mandato que
es, en realidad, su verdadero origen, aunque ya, como hemos visto, incluyendo el
precio en la relación de mandato”. Así lo pone de relieve Carrara, quien sigue en
este planteamiento a Rousseaud de la Combe, pareciendo que la aplicación de la
palabra asesinato, que se hizo común en Francia y que de Francia se introdujo en
Italia, tuvo su origen por la confusión de los dos términos en la Ordenanza crimi-
nal francesa del año 1570 (ti. 1, art. 127).
Todo parece indicar que la confusión está en envolver, bajo el mismo signi-
ficado, dos términos distintos. En este equívoco cayeron los redactores de la
Ordenanza francesa de 1570, que no distinguieron entre la palabra “assassinat"
y la palabra “assassinium", cuando su sentido es radicalmente distinto”*. El error
habría consistido en envolver en el término assassinat, que se refería a todo homi-
cidio premeditado, el término assassinium que indicaba el homicidio cometido por
mandato de otro.
Puede, por tanto, resultar explicable que, habiéndose generalizado a través de
los códigos franceses e italianos el significado de asesinato con relación al homi-
cidio premeditado, esta situación hubiera repercutido también en España y que,
por esta razón, el legislador de nuestro Código Penal de 1822 establece que son
asesinos los que matan con premeditación y además los que matan concurriendo
alguna determinada circunstancia de las que enumera; de ahí, el carácter relevan-
te que otorga a la premeditación. De no ser así, hubiera sido más lógico que esta-
bleciese que es asesino el que mata por mandato y además el que mata con alguna
determinada circunstancia, entre las que debería incluir la premeditación. Ya el
contenido del asesinato está desvirtuado y se admite el que sea la premeditación
una de sus circunstancias cualificadoras, utilizando probablemente las categorías
de Derecho Romano que distinguían entre crimen impetu y crimen cogitatione, y
equiparan el crimen cogitatione al asesinato, crimen que el recién mencionado or-
denamiento jurídico había desconocido.
264
CapítuloX El homicidio y el asesinato (Emma Montanos)
265
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Salvo el Código Penal de 1822 que tiene algunas diferencias significativas, que
ya he señalado, todos los cuerpos legales de nuestro período codificador coinciden
al señalar las circunstancias que cualifican el delito de asesinato?*. Estas circuns-
tancias que hacen que el hecho de matar se convierta en asesinato consisten en el
acto de realizar el homicidio: con alevosía, por precio, recompensa o promesa; por
medio de inundación, incendio, veneno o explosivo; con premeditación conocida;
y, con ensañamiento, aumentando deliberadamente e inhumanamente el dolor del
ofendido.
266
Capítulo X El homicidio y el asesinato (Emma Montanos)
Notas
La voluntad de matar constituye un elemento esencial para la determinación del delito, como
puede inferirse también del contenido de la l. eum qui adseverat (C.9.16.4), o en el de la l. cum
autem $ capitalem (D.21.1.23.2) en que Ulpiano considera que la realización de un acto delic-
tivo merece pena capital si ha mediado dolo malo y perversidad; mientras que no merece esta
calificación el cometido por error o casualidad.
Resulta a este respecto muy expresiva la exposición que de la situación lleva a cabo Aquilino
IGLESIA FERREIRÓS, La creación del Derecho. Una historia del Derecho español. Lecciones,
Fascículo 2, Barcelona, 1988, p 41: “La herencia jurídica que la monarquía visigoda deja a
los cristianos altomedievales es un ordenamiento jurídico general y completo, recogido en
el Liber, al lado del cual había surgido de la práctica latifundiaria un derecho que puede ca-
lificarse de señorial. A partir de esta herencia, los cristianos tendrán que construir su propio
derecho, para dar respuesta a los nuevos problemas planteados por las transformaciones pro-
ducidas en su vida como consecuencia del asentamiento musulmán".
Vid. Emma MONTANOS FERRÍN, España en la configuración histórico-jurídica de Europa. 1
Entre el mundo antiguo y la primera edad medieval, Roma, 1997, pp. 207-235.
Los fueros prevéen y determinan la actuación de los parientes ante determinadas situaciones,
como por ejemplo las de “parienta forcada”, ante cuya situación el fuero de Viguera y Val de
Funes, dispone: “Et si alguno se quereyllare que tiene su parienta por forcada debenla por
mandado del seynnor poner en medio, e si eylla fuere al otro, los parientes pierdan quereilla
d'ell; et si fuere a los parientes, sea su persona a mercé del sennor d'él ...”, que reproduzco
en mi estudio anteriormente citado. La venganza privada adquiere en el caso de homicidio
y lesiones su más importante manifestación, siendo frecuente la utilización de frases como:
“guarde se de los parientes del muerto”, repetidas en múltiples disposiciones forales. Se trata
de un derecho y de un deber con relación a los que conforman el amplio circulo de parientes,
tanto que de no ejercitarlo incurren en irresponsabilidad prevista por ejemplo en el fuero de
Andaluz: *... e aquel que mataren so parient e no quisiere meter querella, peche ...”, o en des-
heredación determinada en el fuero de Soria: “Otrosi sea desheredado el hermano mayor o el
parient mas cercano que fuere de edat e en la tierra e non demandidiere la muerte de su padre
o de su parient cuyo heredero el es ...". En el supuesto de que el pariente resulte muerto en una
lucha o altercado, los parientes decidirán quién de ellos es el homicida, según determinación
común de los fueros que se ocupan de esta situación, como el de Santander: “Pro morte illius
qui in seditione mortuus fuerit infra villam, proximiores parentes eligant pro homicida illo-
rum qui eum percusserunt, per rectam inquisitionem...”, (cit. en mi aludida investigación). Por
su parte, la literatura medieval nos ofrece expresiones de esta solidaridad penal activa de los
parientes. Así por ejemplo, en la leyenda de los siete infantes de Salas, o en el Cantar de Mio
Cid se refleja también esta asistencia en varios pasajes recogidos también en mi reconstruc-
ción cientifica sobre las relaciones y actividad parental en el altomedievo.
Américo CASTRO y Federico ONÍS, Fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba
de Tormes, Madrid, 1916. Fuero de Salamanca 63: “De matar omne que non es desafiado. Et
quien omne matar, si non es desaffiado por conceio, debe morir por elle; et si negar, lidiar por
ello a su par, et si caier ponganlo en la forca. E toda su buena sea enproy de conceyo; e la tercia
parte ayan los parientes del muerto; et la mugier et los fijos non perdan lo suyo", p. 103.
Américo CASTRO y Federico ONÍS, Fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de
Tormes, op. cit. Fuero de Ledesma 32: “Titulo de los que no deffian e matan omnes. Et quien
omne matar, si lo non deffiar en conceyo, muerra por el; si fur niego e non podier firmar, llide
por ende assu par; e si cayr, enforquello. E su bona entre en provecho de conceyo e delos alca-
lides; es u mogier e sus fijos e sus parientes non pierdan su derecho. E plogo al conceyo que
por esta derechura se entiende la tercia parte”, p. 222.
Fuero de Miranda 34: "Ademas, si algun individuo de otra tierra cualquiera, o vecino de la
misma villa... matara a u vecino de Miranda sin haberlo desafiado y transcurridos nueve
dias, muera por tal causa...”, Francisco CANTERA, Fuero de Miranda de Ebro, Madrid, 1945,
pp. 74-75.
Fuero de Soria 496: *... Et si aquel a qui quisiere rrobar tornando sobressi o ssobre lo ssuyo
ffiriere o matare al rrobador, non peche calonna nin salga por enemigo, e sea luego saludado
267
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
delos parientes del muerto”, Galo SÁNCHEZ, Fueros castellanos de Soria y Alcalá de Henares,
Madrid, 1919, p. 191.
Fuero de Cuenca XI, 1: “Mando aun a vos que ninguno non peche omicidio, nin calonna por
omne que, en bofordando en congeio o en depuerto de bodas, por empellamiento de cavallo, o
con asta, o en otra manera fuere ferido o muerto fuera de los muros de la villa ”, Rafael UREÑA
Y SMENJAUD, “Fuero de Cuenca, Formas primitivas y sistemáticas, texto latino, texto castella-
no y adaptación del Fuero de Iznatoraf, Madrid, 1935 p. 300. Contenido similar en Fuero de
Béjar, 287, Juan GUTIÉRREZ CUADRADO, “Fuero de Béjar”, Salamanca, 1974, p. 81.
10 Fuero de Andaluz 17: “E aquel que mataren so parient e no quisiere meter querella peche XXII
menkales y medio e no'l fagan fuerca”, Juan ROJO HORCAJO, “Un fuero desconocido, el Fuero
otorgado a Andaluz”, en Universidad 2 (1925) p. 788.
11 Aunque la práctica totalidad de los fueros consultados insisten en ello, propongo como ejem-
plos: el Fuero de Cuenca, 14,2, p. 370: *... Debe ser desafiado el dia del domingo en Congejo....”;
el de Béjar 420, p. 90; el de Sepúlveda 32, Emilio SAEZ SÁNCHEZ, “Los Fueros de Sepúlveda",
Segovia, 1953, pp. 71-72.
12 Ejemplo: “... desafiet ata V die dominio a preconem plegado...” Juan CATALINA GARCÍA,
“Fuero de Valfermoso de las Monjas” 36 en La Alcarria, ap. 4, p. 120.
13 Por ejemplo, así consta, entre otros muchos fueros, en el Fuero de Teruel 21: *... E silos pa-
rientes del muerto lur enemigo podrán matar después quie iudgado e de la villa fuere echado,
matenlo sin calonia do quier que lo trobaren...”, Max GOROSCH, El fuero de Teruel según los
manuscritos 1-4 de la Sociedad Económica Turolense de amigos del País y 801 de la Biblioteca
Nacional de Madrid, Estocolmo, 1950, p.p. 102-103.
14 Vid. Emma MONTANOS FERRÍN, La familia en la Alta Edad Media española (Pamplona 1980)
pp. 128-130.
15 Albertus GANDINO, “Tractatus de maleficiis” en Albertus DE GANDINO, Bonifacio DE
VITALINIS, Paulus GRILLANDI, Baldus DE PELIGRIS, lacobus DE ARENA, Tractatus diversi su-
per maleficiis nempe, Ludguni, 1565, pp. 3-306.
16 Nuestro Ordenamiento de Cortes de Alcalá de 1348 incluye una disposición (recogida en la
Novísima Recopilación de las Leyes de España 12, 21, 4) por la que se castiga con pena de
muerte al que mata a otro "aunque lo mate en pelea”, saliendo al paso del fuero y costumbre
de muchos lugares que, en estos casos, mantienen una pena pecuniaria y la declaración de
enemistad por los parientes de la víctima, “salvo si lo matare defendiendose”.
17 Albertus GANDINO, Tractatus de maleficiis, tit. De homicidiariis, fol. 196, col. izqda., nrs.1 y 2 y
col. dcha., nrs. 3 y 4.
18 Bonifacio DE VITALINIS en op. cit. tit. De homicidio, fol. 335, nrs. 1 y 2.
19 Baldus DE PELIGRIS, Tractatus, op. cit. tit. De relaxatione carcere, nr. 4, fol. 630, col. izqda.
Por su parte, lacobus D'ARENA, en sus comentarios Super ¡iure civili, 1541, Comm. ad legem
Corneliam, fol. 224, cols. izqda. y dcha. insiste en que para penalizar la muerte de un hombre
como homicidio tiene que mediar dolo malo o animus occidendi en el que mata.
20 Angelus ARETINUS, De maleficiis cum additionibus Augustini ARIMINENSIS, Hieronymi
CHUCHALON, Bernardini DE LANDRIANO, Ludguni, 1555, pp. 164-165, 179, 205, 239, 300,
382,502, 539-540, 543, 548, 572-573, 663,681, 684, 687, 722, 732,752, 754, 790, 809.
21 Tulius CLARUS, Opera omnia, Ludguni, 1575, fol. 222 col. izqda.
22 “De iure autem canonico laicus pro homicidio excommunicatur, clericus autem deponitur,
preterea que privatur beneficiis...”, lulius CLARUS, Opera omnia, fol. 222 col. dcha.
23 Sus autores utilizan como fuentes las más importantes obras de célebres juristas tanto de los
siglos comprensivos de 'la edad de oro' del derecho común como de siglos posteriores. Entre
otros muchos: Bartolo da Sassoferrato, Baldo degli Ubaldi, Cino da Pistoia, Uguccione da Pisa,
Niccoló Tedeschi, Albericus da Rosciate, Joan de Imola, Caepolla, Maranta...
24 Partidas 7,8,1: “Que cosa es omezillo, e quantas maneras son del".
25 Partidas 7,8,4: “Como aquel que mata a otro por ocasión, non meece aver pena porende”.
26 Partidas 7,8,5: “Como aquel que mata a otro por ocasión que nasce por culpa del mismo, me-
resce porende pena".
268
CapítuloX El homicidio
y el asesinato (Emma Montanos)
27 Partidas 7,8,3: “Por que razones, e en que casos, non meresece pena de homicida aquel que
mata a otro ome”. Contenido similar en Fuero Real 12,21,1.
28 Partidas 7, 8, 6: “Como los fisicos, e los zirujanos, que se meten por sabidores, e lo non son, si
muriere alguno por culpa dellos”.
29 Partidas 7,8,7: “Como el fisico, o el especiero, que muestra o vende yervas a sabiendas, para
matar ome, debe aver pena de omicida”.
30 Partidas 7,8,9: “Que pena merece aquel que castiga su fijo, o su discipulo cruelmente... con
intención de lo matar, debe aver pena de omicida”.
31 Código Penal de 1822, parte segunda De los delitos contra los particulares, título primero, De
los delitos contra los particulares, capítulo 1, Del homicidio... artículos 605 y ss. Art. 605: “Los
que maten á otra persona voluntariamente, con premeditación, y con intención de matarla, no
siendo por orden de autoridad legítima, sufrirán la pena de muerte. Es homicidio voluntario el
cometido espontáneamente, á sabiendas, y con intención de matar á una persona, siendo indi-
ferente en este caso que el homicida dé la muerte á otra persona distinta de aquella á quien se
propuso hacer el daño".
32 Código Penal de 1822, art. 606: “La premeditación ó el designio de cometer la acción, formado an-
tes de cometerla, existe en el homicidio voluntario: Primero: aunque el previo designio de come-
terlo se haya formado con alguna condición ó con alguna diferencia en cuanto al modo de ejecutar
el delito. Segundo: aunque se haya formado el designio con relación á otra persona ó á persona
indeterminada. Tercero: aunque antes del homicidio se haya formado designio, no precisamente
de matar, sino de maltratar á una persona determinada ó indeterminada, siempre que al tiempo de
ejecutar el delito se unan en el reo la espontaneidad y la intencion actual de dar la muerte".
33 Código Penal de 1822, art. 618: “Cualquiera otro que mate á una persona voluntariamente y
con intención de matarla, aunque sea sin premeditación, sufrirá la pena de quince á veinte y
cinco años de obras públicas...”
34 Código Penal de 1822, arts.619 a 624.
35 Vid. José ANTÓN ONECA: “Historia del Código penal de 1822", en Anuario de Derecho penal
y Ciencias penales, tomo 18, fasc. 2, 1965, pp.263-278; “El Código penal de 1848 y D. Joaquin
Francisco Pacheco", en ADPCP, tomo 18, fasc. 3, 1965, pp. 473-496.
36 Código Penal de 1848, art. 323: “El que mate á su padre, madre ó hijo, sean legítimos, ilegíti-
mos ó adoptivos, ó á cualquier otro de sus ascendientes ó descendientes legítimos, ó á su cón-
yuge, será castigado como parricida: 1%. Con la pena de muerte si concurriese la circunstancia
de premeditación conocida, ó la de ensañamiento aumentando deliberadamente el dolor del
ofendido. 2*, Con la pena de cadena perpétua á la de muerte si no concurriese ninguna de las
dos circunstancias espresadas en el número anterior.
37 Código Penal, título I, capítulo II, De las circunstancias que atenúan la responsabilidad criminal,
art. 9.
38 Entre otros autores, José ANTÓN ONECA, “El Código penal de 1870" en ADPCP, tomo 20, fasc.
3,1968, pp. 229-251, pone de relieve la humanización de este código adaptando delitos y pe-
nas a los nuevos tiempos.
39 Juan SAÍNZ GUERRA, La evolución del Derecho Penal en España, Jaén, 2004, p. 635.
40 Código penal de 1870, tit. 8, Delitos contra las personas, cap. 2, Asesinato, art. 418: “Es reo
de asesinato el que, sin estar comprendido en el artículo anterior, matare á alguna persona,
concurriendo alguna de las circunstancias siguientes:1.a Con alevosía.2.a Por precio ó pro-
mesa remuneratoria.3.a Por medio de inundación, incendio ó veneno.4.a Con premeditación
conocida.S.a Con ensañamiento, aumentando deliberada é inhumanamente el dolor del ofen-
dido. El reo de asesinato será castigado con la pena de cadena temporal en su grado máximo á
muerte".
41 Código penal de 1870, tít. 8, Delitos contra las personas, cap. 1, Parricidio, art. 417: “El que
matare á su padre, madre ó hijo, sean legítimos ó ilegítimos, ó á cualquiera otro de sus ascen-
dientes ó descendientes, ó á su cónyuge, será castigado, como parricida, con la pena dé cadena
perpetua á muerte".
42 Código penal de 1870, tít. 8, Delitos contra las personas, cap. 3, Homicidio, art. 419: “Es reo
de homicidio el que, sin estar comprendido en el art. 417, matare á otro, no concurriendo
269
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
algunas de las circunstancias numeradas en el artículo anterior. El reo de homicidio será casti-
gado con la pena de reclusión temporal".
43 Código penal de 1928, tit. 7, Delitos contra la integridad corporal y la salud pública de las per-
sonas, cap. 2, Del asesinato, art. 519: “Es culpable de asesinato el que matare a otro concu-
rriendo alguna de las circunstancias siguientes: 1.a Alevosía; 2.a Premeditación conocida;
3.a Ejecutar el hecho para preparar, facilitar, consumar u ocultar un delito, o para impedir el
descubrimiento de otro, háyase o no éste realizado; 4.a Precio o promesa remuneratoria. 5.a
Ensañamiento, aumentando inhumana e innecesariamente el dolor del ofendido.6.a Por im-
pulso de perversidad brutal.7.a Por medio de venenos o de otras substancias gravemente peli-
grosas para la salud.8.a Por, medio de explosivos, inundación, incendio, sumersión, naufragio
o por cualquier otro medio capaz de poner en peligro la vida, la integridad corporal o la salud
de otras personas”.
44 Código penal de 1928, tít. 7, Delitos contra la integridad corporal y la salud pública de las perso-
nas, cap. 1, Del homicidio, art. 515: “El que matare a otro será castigado con la pena de ocho a
veinte años de prisión".
45 Código penal de 1932, tít. 9, Delitos contra la vida y la integridad corporal, cap. 1%, Homicidio,
art. 413: “Es reo de simple homicidio el que, sin estar comprendido en el artículo 411, matase
a otro no concurriendo alguna de las circunstancias enumeradas en el artículo anterior. El reo
de homicidio será castigado con la pena de reclusión menor”.
46 Código penal de 1944, tit. 8, Delitos contra las personas, cap. 1%, Del homicidio, art. 405: “El que
matare a otro será castigado, como homicida, con la pena de reclusión menor”.
47 Código penal de 1944, tít. 8, Delitos contra las personas, cap. 12, Del homicidio, art. 406.
48 C. P. Libro II. Delitos y sus penas; Título 1. Del homicidio y sus formas, art. 139. En este mismo
articulo, el punto 2 determina: “Cuando en un asesinato concurran más de una de las circuns-
tancias previstas en el apartado anterior, se impondrá la pena en su mitad superior”. Las re-
formas y añadidos más recientes, efectuados sobre aspectos penales concretos en legislación
complementaria posterior al Código Penal de 1995, no afectan sustancialmente al delito de
asesinato.
49 Vid. Emma MONTANOS FERRÍN, “El asesinato”, en Emma MONTANOS FERRÍN- José SÁNCHEZ-
ARCILLA, Estudios de Historia del Derecho Criminal, Madrid, 1990, pp. 256-307.
50 Francesco CARRARA, Programma del Corso di Diritto Criminale. Parte Speciale ossía
Esposizione dei delitti in specie, Lucca, 1881, p. 303.
s1 Asi lo consideraba Alfonso OTERO en conversaciones que mantuve a este propósito con el
mencionado profesor que pensaba entonces elaborar y publicar un tema En torno a la elabo-
ración de las Partidas.
52 Gregorio LÓPEZ, glossa a Partidas 7,27,3, “Que pena merecen los assesinos, e los otros deses-
perados que matan los omes por algo que les dan".
53 Baldo DEGLI UBALDI, Comm. ad 1. Cicero.
54 Gregorio LÓPEZ, glossa a Partidas 7,27,3.
55 Alonso De la Peña, Itinerario para párrocos de indios, Madrid, 1771, fol. 167va y 178vb.
56 Á este propósito dice que “muchos son los delitos, en los cuales puede el juez preguntar al
acusado por sus compañeros y especialmente en los de herejía, en el que es contra lesa majes-
tad, en el de sacrilegio, en el del que mata a otro por dinero, falsa moneda, pecado contra natu-
ra y también en los que el derecho llama fures”, Alonso De la Peña, Itinerario para párrocos, fol.
197va.
57 Diego COVARRUVIAS y LEYVA, Omnium operum, Venetiis, 1604, tomo 2, fol. 216, nr. 7 col.
dcha: “Octavo constat, homicidam proditorium (assasino), quique alium insidiose occiderit ab
ecclesia invitum, et publicavi ad punitionem criminis abduci posse...”
58 Ordenanzas reales de Castilla recopiladas y compuestas por el Doctor Alonso Díaz de Montalvo.
Glosadas por el Doctor Diego Pérez, cathedrático de Canones en la muy insigne Universidad de
Salamanca, Madrid, 1780, t. 2, fol. 285.
59 Diego PÉREZ, Glossa a las Ordenanzas Reales de Castilla, t. 2, 8,13,12, La pena del que matare á
traycion o aleve, glossa A traycion, fol. 277 col. dcha.
270
Capítulo X. El homicidio y el asesinato (Emma Montanos)
60 Diego PÉREZ, Glossa a las Ordenanzas Reales de Castilla, t. 2, 8,13,12, La pena del que matare á
traycion o aleve, glossa A traycion, fol. 277 col. dcha.
61 FARINNACCI, Prospero, Praxis et Theoricae criminalis, “Opera omnia”, pars quarta, Ludguni
1631, fols. 174-190.
62 MATHEU et SANZ, Laurentius, Tractatus de re criminalis sive controversiam usu frequentium,
cum earum decisionibus, tam in Aula Suprema Hispana Criminum, quam in summo Senatu Novi
Orbis, Matriti, 1776.
63 MATHEU y SANZ, Tractatus de re criminalis, contoversia 13, De genero aiortem socii affecttante
per Assassinium cum armis sulfureis exequendam. fols. 69-70.
64 MATHEU y SANZ, Tractatus de re criminalis, contoversia 15, An ad imponendam poenam assas-
sini sufficiat quod pecunia sit promissa. fol. 77.
65 José Marcos GUTIÉRREZ, Práctica criminal de España, Madrid, 1824.
66 José Marcos GUTIÉRREZ, Práctica criminal de España, p. 51.
67 José Marcos GUTIÉRREZ, op. et loc. cit.
68 Juan SALA, Ilustración del derecho real de España, Madrid, 1832.
69 *... tanto quiere decir como traer a otro so semejanza de bien a mal: e es maldad que tira de si
la lealtad del corazon del ome”, Juan SALA, Ilustración del derecho real de España, 2, p. 37.
70 Partidas 7,8,1, De los Omezillos.
71 Código Penal 1822, art. 609.
72 Quizá también se explica este planteamiento si tenemos en cuenta que, según pone de relieve
Carrara, la palabra 'asesinato' se usurpó, para indicar cualquier homicidio premeditado, del
Código frnacés(art. 296) y del Código sardo (art. 526), Francesco CARRARA, Programma del
corso di diritto criminale 1 (Lucca1881) p. 298.
73 E Carrara, Programma del corso di diritto criminale 1, p. 298.
74 F. Carrara, Programma del corso di diritto criminale 1, p. 299.
75 Código Penal de 1822, art. 609 señala que también es asesino el que mata a otro "con previa
acechanza, aguardando a la persona asesinada, o a la retenida en lugar suyo, en uno o más
sitios para darle muerte, ya observando la ocasión oportuna para embestirle, ya poniéndole
espías o algún tropiezo o embarazo para facilitar la ejecución, ya buscando auxiliadores para
el mismo fin, o ya empleando de antemano cualquier otro medio insidioso para sorprender a
dicha persona y consumar el delito".
76 Parece acertada la interpretación de Pessina acerca de que hemos de considerar dos especies
de asesinato: asesinato en el significado antiguo, esto es, el homicidio por mandato de otro, y
el asesinato en el significado moderno; esto es, el homicidio acompañado de premeditación,
de aguato (acechamiento) y de traición, Enrico PESSINA, Elementi di diritto penale 2, Napoli,
1883, p.31.
77 Pedro GÓMEZ DE LA SERNA y Juan Manuel MONTALBÁN, Elementos del Derecho civil y penal
de España, 2*. ed., Madrid, 1843, p. 271.
78 Pedro GÓMEZ DE LA SERNA y Juan Manuel MONTALBÁN, Elementos del Derecho civil y penal
de España (Madrid 1886).
79 Pedro GÓMEZ DE LA SERNA y Juan Manuel MONTALBÁN, Elementos del Derecho civil y penal
de España, 3*. ed., Madrid, 1886, p. 313.
80 Enrico PESSINA, Elementi di diritto penale, p. 31.
81 Ya he señalado que en el Código Penal de 1848 desaparece el término "asesinato, pero no su
contenido que aparece representado por distintas circunstancias que agravan la responsabi-
lidad de aquél que da muerte a otro y que coinciden con el contenido que de asesinato esta-
blecen los otros códigos penales españoles del período. Vid. Emma MONTANOS FERRIN, El
homicidio (en este mismo volumen).
271
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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272
Capítulo XI
La pena de muerte en España;
cambios y pervivencias
desde el Antiguo Régimen
Pedro Oliver Olmo
Universidad de Castilla-La Mancha
273
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
historiografía francesa; y 3) Las tesis del proceso civilizatorio de Nobert Elias con
sus plasmaciones historiográficas más conocidas, desde Robert Muchembled a
Pieter Spierenburg y James Sharpe, entre otros.
274
Capítulo XL La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antigua Régimen (Pedro Oliver Olmo)
Los datos cualitativos y cuantitativos que han podido recabarse son muy elo-
cuentes y, en definitiva, sitúan a España en la historia de esas tendencias gene-
rales que muestran el retroceso de la pena capital a lo largo de los siglos moder-
nos hasta su progresiva desaparición durante el siglo XX, tendencias que se verán
275
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Las noticias sobre las formas de llevar a cabo los ajusticiamientos públicos en
la Edad Moderna, con sus continuidades y analogías a lo largo del siglo XIX, ofrecen
una información bastante parecida en distintas ciudades españolas. Las similitudes
y las recurrencias hablan de un ceremonial codificado por la norma y sobre todo
por la costumbre, en el que aparecen figuras que encarnan toda una red de poderes.
Gente de orden y gente de Iglesia. Destacan los jueces y el ejecutor de la alta justicia
(o verdugo) junto a un entramado de instituciones municipales y eclesiásticas, cari-
tativas, filantrópicas... desfilando ante la comunidad vecinal y seglar, esto es, el con-
junto de vecinos y residentes que asimismo son los fieles católicos de las parroquias,
en calidad de espectadores y donantes de limosna, convidados de cuerpo y alma.
El espectáculo penal recordaba a todos cuáles eran los límites del desorden
haciéndoles participar de la afirmación de un cierto y seguro sentido del orden, el
que reproducían con su mera presencia ante el suplicio del reo. El Estado hablaba
desde los patíbulos a través de un ceremonial que representaba la cultura punitiva
del momento al tiempo que distribuía el poder de la misma. Durante el Antiguo
Régimen el ceremonial hubo de sufrir pocas modificaciones esenciales, aunque las
investigaciones locales muestran más variabilidad de lo que se presuponía. Pero lo
cierto es que tanto los cambios como las permanencias (a veces reactivas frente a
los cambios) se hicieron más inteligibles en las décadas de tránsito al Estado libe-
ral y alo largo del ochocientos, más aún al observar la concurrencia de la jurisdic-
ción militar en la ejecución de paisanos. En el artículo 40 del Código penal de 1822
se detalla el ritual que debía seguirse desde que el reo era sacado de la capilla de la
276
Capítulo XI. La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olmo)
cárcel, porque los liberales querían fijar un nuevo tiempo en el que se restara ba-
rroquismo al ceremonial, limitando las muestras de exhibición de la religiosidad.
Cuando el reo era puesto en capilla comenzaban por las calles y los templos, al son
de las campanillas, las colectas públicas de limosna por parte de los limosneros muni-
cipales y los mayordomos de las congregaciones religiosas, para pagar tanto los gastos
materiales (sobre todo los de personal, instrumental y sepultura) como los espiritua-
les (fundamentalmente las misas), y así poder salvar el alma del que iba a ser ajusticia-
do. Se ponía en marcha una suerte de economía de la piedad, una forma de mantener
a la cofradía que se encargaba de asistir al condenado y a la iglesia o al convento que
ofrecía el lugar de enterramiento para los condenados a muerte”. Después, con la crisis
de principios del siglo XIX, en los intervalos de gobierno liberal y de dominio francés,
algunos de los viejos ritos de las jornadas supliciales sufrieron transformaciones. Se
impuso una cierta limitación de los rituales acostumbrados, por ejemplo, con la co-
lecta, para evitar la clásica omnipresencia de los limosneros por las calles durante las
jornadas en las que el reo estaba en capilla. En Valladolid, durante la invasión francesa,
se retiró la campanilla y como consecuencia las limosnas fueran más cortas.
Se generó una literatura asistencial y formativa que se divulgaba entre las cofra-
días y hermandades que asistían a los reos de muerte. Circulaban textos orientativos
como la “Instrucción del Padre Don Pedro Portillo de la Congregación del Salvador
de Madrid, para dirigir a los infelices condenados al último suplicio”, un documento
muy difundido en la época de crisis del Antiguo Régimen e incluso a lo largo del siglo
XIX que nos permite reconstruir de manera genérica la experiencia del ceremonial
de la pena de muerte con bastantes visos de acercarnos a la realidad.
Antes de que a los presos les llegara la posible noticia de la sentencia a muer-
te, el clérigo debía estar en la cárcel con ellos para asegurarse de que estuvieran
confesados. Se aconsejaba hablarles dulcemente para “ganarles el corazón", pero
nunca para abrirles falsas expectativas: sin decirles que sus causas son verdade-
ramente desesperadas, “los tendrán siempre en la esperanza y el temor”. Cada reo
iba a recibir la noticia a su manera, algunos con cólera y maldiciones, otros lloran-
do amargamente y otros quedándose “como estúpidos, guardando el silencio de
la consternación”. Los religiosos que iban a pasar los últimos días y horas con el
preso “en capilla” debían tener en cuenta el “susto” y el “horror” que siente un “mi-
serable sentenciado” al enfrentarse a “la imagen terrible de una muerte afrentosa”.
Precisamente porque desde siempre se denunció la frivolidad de las “últimas
cenas” del reo, el texto del Padre Portillo insistía en la obligada sencillez de todo lo
que acontezca en la capilla: se les dará alguna comida, sólo para que tengan vigor,
y bebida templada. Una vez comidos se hará que descansen en la cama, pero dado
que hay riesgo de que no descansen y pierdan la cabeza, las exhortaciones deben
ser cortas y las confesiones breves. Las instrucciones pedían que se les rezara
siempre en castellano (no en latín) y que nunca se le diera a los reos de muerte
esperanza de indulto o perdón. Y así todo el tiempo. Hasta la mañana del suplicio.
A las ocho de la mañana, arrodillado y con el “saco o túnica”, el reo estaría en la
entrada de la cárcel para que el verdugo lo montara en la mula o macho y le atara
las manos. El sacerdote debía cogerlo del brazo para consolarlo y darle fortaleza
delante del público. Acto seguido saldría la comitiva.
277
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
En las manos del reo se coloca un crucifijo pequeño, “y se le previene que desde
aquel instante no ha de apartar los ojos del Señor, cuidando mucho de que vaya repi-
tiendo lo que le digan desde la cárcel hasta el suplicio”. Al pie del cadalso se le confie-
sa brevemente y mientras suben las escaleras, el sacerdote por la suya y el reo por la
propia, se le va exhortando “con el mayor fervor”. Cuando todo ha pasado, “concluida
la justicia”, se debe hacer “una corta exhortación al Pueblo”. Antes de terminar, las
instrucciones no pasan por alto que al tratarse de un acto público y de demostración
del poder de la justicia pueden ocurrir incidentes, en cuyo caso se recuerda a los reli-
giosos que deben proceder “siempre de acuerdo con los señores Jueces”.
Era un espectáculo solemne y sobrecogedor que casi siempre se acompañaba
de toques de campana sonando a duelo, hachas de luz en manos de disciplinan-
tes totalmente cubiertos por la túnica y el capuz, rezos, letanías y cánticos que en
muchas ciudades eran entonados por los coros de niños expósitos que crecían in-
ternados en los hospicios religiosos. Provocando una gran expectación, el cortejo
suplicial recorría las calles que llevaban desde la cárcel al patíbulo. Antes de que
con los liberales del Trienio (entre 1820 y 1823) comenzaran a emplazarse en las
afueras, los cadalsos se instalaban en plazas y zonas relevantes de las ciudades, al-
gunas de las cuales siguieron siendo escenarios de suplicios hasta los años ochen-
ta o noventa del siglo XIX: la Plaza de la Cebada o la Puerta de Toledo en Madrid, el
Patio de Cordeleros en Barcelona, la Puerta de Elvira en Granada, el campo Volante
en Coruña, la Plaza de la Fruta (hoy del Ayuntamiento) en Pamplona, etcétera.
Una vez allí se celebraba un muy reglamentado ceremonial lleno de formulis-
mos igualmente de carácter jurídico-religioso, a través de los cuales se reprodu-
cía el mensaje ejemplarizante y moralizante del poder político. En esos momen-
tos tan públicos, incluso multitudinarios, aunque se primaba el recogimiento y el
rezo, también se podía contemplar que el verdugo pidiera perdón al reo, y que
éste confesara ante la gente haber cometido los delitos por los que iba a ser ajus-
ticiado (esto tampoco era del agrado de los liberales de 1820 y lo prohibieron).
Inmediatamente después se procedía a la ejecución, para que fueran ahorcados o
agarrotados y, si eran militares, pasados por las armas (arcabuceados en el siglo
XVIII, fusilados en el XIX, aunque el fusilamiento se extenderá después también
hacia civiles juzgados por militares). La justicia militar imponía un matiz relevante
en el ceremonial: que se hiciera sin pompa y sin dilaciones, con sobriedad y con-
tundencia. Ese valor, el del recato frente a la solemnidad del suplicio revestido de
religiosidad, era la seña de identidad que vindicaban los liberales en las normati-
vas y en los discursos, pero casi siempre se imponía la fuerza de la tradición.
Después se retiraba el cadáver y comenzaba la procesión del entierro, aunque
en el caso militar se podía entregar el cuerpo a los familiares (otro proceder que
introdujo la codificación liberal sin que por ello desapareciera la vieja función de las
cofradías y hermandades religiosas). Durante todo el tiempo, antes y después del
suplicio público, se realizaban colectas por el alma del reo. Las cuentas y las actas de
las cofradías indican claramente que las limosnas aumentaban en torno al instante
del patíbulo, más aún si el condenado moría con entereza y resignación cristianas.
En el ceremonial se observan más las permanencias que los cambios. El debate
entre lo viejo y lo nuevo se centra en el boato y, al final, la inercia barroca se impone
278
Capítulo XI. La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olmo)
incluso en los momentos más álgidos del liberalismo, cuando llega a gobernar. En
cambio, es en el instrumental, en la tecnología de la muerte, donde el debate se hace
más virulento y los cambios técnicos no dejan de manifestar la profundidad del cam-
bio histórico. El emblemático protagonista de todo ello será el garrote.
279
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Se estableció una triple distinción, entre garrote noble (para los miembros de
esa clase social), garrote ordinario (para el resto del pueblo llano) y garrote vil
280
Capítulo
XL La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olma)
(para quienes fueran condenados por delitos infamantes). Puesto que en todos los
casos los reos iban a morir por estrangulamiento, ¿en qué se diferenciaban? En la
forma de conducir a los penados, en la decoración del tablado y en el atuendo: ca-
ballería ensillada y gualdrapa negra para los privilegiados del garrote noble, caba-
llería menor y capuz pegado a la túnica para los de garrote ordinario, y caballería
menor o arrastre para los que iban a sufrir garrote vil.
281
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Lo que muestran los datos que los historiadores hemos dado a conocer so-
bre ciudades tan diferentes como Pamplona, Valladolid, Zaragoza, Cáceres, Cádiz,
Granada o Madrid, es que las ejecuciones fueron aumentando conforme se desmo-
ronaba el Antiguo Régimen y se implantaba el Estado liberal. En ese nuevo contexto,
cuando el ceremonial de Estado se vio cuestionado, hubo que forzar el uso políti-
co de la pena de muerte. En Madrid, según los datos de la Hermandad de la Paz y
la Caridad, teniendo en cuenta que los hermanos no apuntaban ni a los reos de la
Inquisición ni a los de otras jurisdicciones civiles y militares que quedaban fuera de
su ámbito asistencial, durante el largo reinado de Felipe V se ejecutaron 112 conde-
nas a muerte, 60 bajo Fernando VI, 121 con Carlos Ill y 61 en la época de Carlos IV.
En tiempos de la Guerra de la Independencia -época de crisis que a su vez afectó a
la actividad de las cofradías consoladoras de los reos de muerte-, se contabilizaron
183 ejecuciones. Después, las cifras de ajusticiamientos todavía se multiplicarían
más, en el reinado de Fernando VII hasta llegar a los 259, y con Isabel lla 221'*,
La crisis del Antiguo Régimen, con los ya mencionados episodios de violen-
cia política de por medio, cambió el panorama. A finales del siglo XVIII se observa
un aumento de los ajusticiamientos públicos según reflejan los apuntes de las co-
fradías asistenciales, como la Cofradía de la Pasión de la ciudad de Valladolid'*. Y
en el siglo XIX los incrementos serían más llamativos. Así queda confirmado por
la estadística (aún provisional por incompleta) sobre la pena de muerte en toda
España a lo largo del siglo XIX: Pedro Ortego, además de confirmar lo que algu-
nos estudios locales ya habían aventurado, por ejemplo, “que la pena de muerte
era un castigo típicamente masculino”, ha contabilizado más de 4.600 condenas de
muerte, “de las que un elevado número corresponden al sexenio y a la década ab-
solutistas del reinado de Fernando VIT”**. Se ajusticiaba por motivos políticos pero
también para castigar otro tipo de delitos, como los que desde antiguo se venían
282
Capitulo
XI. La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olmo)
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Historia del delita y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capitulo XI. La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olmo)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
político sobre la función penal a finales de la década de 1920, lo que entre 1928 y
1932 había posibilitado la abolición de la cadena perpetua y de la pena de muerte,
pronto iba a enrarecerse y a desvelar los disensos y, en fin, las fracturas ideológicas
que llevaba dentro. En efecto, en la primavera de 1934, en un ambiente de abierta
conflictividad política que también resituaba a la pena capital en el campo de los
enfrentamientos ideológicos más virulentos, el gobierno de centroderecha se pro-
puso restablecer parcialmente la pena de muerte, argumentando que se trataba de
una medida excepcional y urgente?'. A partir de entonces, mientras que las derechas
políticas y mediáticas avivaban la alarma social provocada por el clima de insegu-
ridad ciudadana, las izquierdas y el anarquismo reavivaban de urgencia el espíritu
abolicionista de 1931, algo que luego tendrían que repetir aún con más tesón, du-
rante 1935 y principios de 1936, al incluir en la campaña pro amnistía de los repre-
saliados de octubre del 34 eslóganes contrarios a la pena de muerte, muy presente
entonces tanto en las peticiones fiscales incluidas en los miles de sumarios abier-
tos por la jurisdicción militar, como en las solicitudes de indulto para los que iban
siendo condenados a muerte (entre ellos, algunos lideres muy destacados, como los
socialistas asturianos Ramón González Peña y Teodomiro Menéndez, lo que llegó a
provocar divisiones críticas en las elites e incluso en las filas ministeriales).
286
Capítulo XL La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olmo)
rubricándolas con una anotación en la que se daba por “enterado”, mientras que otras
eran conmutadas por largas condenas de prisión y algunas eran confirmadas para
que se ejecutaran mediante “garrote y prensa”. Los cálculos de ejecutados por sen-
tencias de consejos de guerra después de marzo de 1939 siguen siendo provisionales
para la historiografía: nadie duda de que la cifra supera los 20.000 y no pocos inves-
tigadores aceptan que pasa de los 35.000. Para que las cifras de la pena de muerte
volvieran a “normalizarse” tendría que llegar y avanzar la década de 1950.
La publicación de la jurisprudencia criminal sufrió un apagón informativo en-
tre 1936 y 1946. No hubo datos oficiales sobre la pena de muerte ordinaria, pre-
cisamente, durante la década que vio cómo se agrandaba e hipertrofiaba la pena
de muerte en España (bien es cierto que por motivos fundamentalmente bélicos y
políticos, por obra y gracia de la jurisdicción militar y de guerra). A partir de 1947
volverá la luz a la estadística de las ejecuciones por delitos comunes. En la España
dominada por el bando que se había sublevado contra la República se había reins-
taurado la pena de muerte en la codificación penal ordinaria, la que formalmente
se venía aplicando en España desde 1870. Era el 5 de julio de 1938. Más adelante
el franquismo fijaría la pena de muerte en el Código Penal de 1944 y en sus re-
formas subsiguientes. Al socaire de la proclamación del “estado de guerra” fue la
jurisdicción militar la que ejerció un poder real y avasallador durante la guerra y la
posguerra, hasta anular casi por completo la actuación de la justicia ordinaria en
el caso de delitos como el de traición, rebelión, sedición o terrorismo.
El Código Penal Militar contemplaba con detalle las circunstancias que podían lle-
var a un reo cualquiera a morir por fusilamiento o por agarrotamiento, básicamente,
“delitos contra la seguridad de la patria” (traición, espionaje, devastación y saqueo)
y “delitos contra la seguridad del Estado y del Ejército” (rebelión y sedición). Por su
parte, en el Código Penal Común de 1938 estaba prevista la “pena de reclusión mayor
en su grado máximo a muerte” para sancionar delitos como el de traición, rebelión,
sedición y terrorismo. Pero en la práctica, el ámbito de la jurisdicción ordinaria reser-
vó la pena de muerte para castigar aquellos “delitos contra la vida” que hubieran sido
cometidos en circunstancias agravantes, concretamente, el parricidio y el homicidio
entendido como asesinato, es decir, el realizado de forma especialmente cruel, con ale-
vosía, premeditación o ensañamiento, por medio de inundación, incendio o envenena-
miento, o para obtener alguna recompensa o promesa recaudatoria.
En materia de procedimientos, ceremoniales y tecnologías de ejecución, el
primer Código Penal Común del régimen franquista restituía enteramente la nor-
mativa de 1870, con sus reformas de 1900: “La pena de muerte se ejecutará en
garrote, de día, en sitio adecuado de la prisión en que se hallare el reo, y a las diez
y ocho horas de notificarle la señalada para la ejecución, que no se verificará en
días de fiesta religiosa o nacional” (artículo 102). Y los tres artículos siguientes
volvían a reglamentar detalles que nos son ya muy conocidos, como el de la situa-
ción del condenado en sus últimas horas, la asistencia espiritual que podía recibir
por parte de “Sacerdotes o Ministros de la religión e individuos de las asociaciones
de caridad”, las personas que debían estar presentes en el momento del ajusticia-
miento, así como que se izara una bandera negra en la puerta de la prisión cuando
el reo fuera ejecutado, y que el cadáver fuera entregado a la familia del reo o en su
287
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
288
Capitulo XI. La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olmo)
pena de muerte por 30 años de prisión, pero en 1963 la dictadura se topó de lleno
con un caso todavía más polémico. Un dirigente del PCE, Julián Grimau, tras largos
meses de recuperación posoperatoria por haber sido ostensiblemente torturado,
fue procesado militarmente por su supuesta participación en hechos acaecidos
durante la Guerra Civil. El escándalo por las torturas y por el afán de venganza que
denotaba la acusación, junto al alcance abrumador de las peticiones de clemencia
que llegaron incluso desde el Vaticano, hubieron de preocupar seriamente al régi-
men. Sin embargo, Grimau fue fusilado a las 6:30 de la mañana del 20 de abril de
1963. En España, la ejecución del comunista apenas pudo tener repercusión social
manifiesta. En cambio, desde el día siguiente, la repulsa política por el cruel ajus-
ticiamiento de Grimau y la condena internacional del régimen franquista dieron la
vuelta al mundo.
Muy poco antes de que muriera el dictador su gobierno estaba actuando con
insólita dureza. La pena de muerte, desacreditada política y culturalmente -de
lo que dan buena muestra el cine de Berlanga o de Martín Patino, el teatro de El
Joglars o la canción Al Alba de Luís Eduardo Aute-, ya no servía ni para robustecer
a las fuerzas sociales afectas al régimen ni para escamotear las fricciones internas
de las elites franquistas.
289
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
todavía en octubre de 1977 se dictaran en Barcelona dos penas muerte contra José
Luís Cerveto, el célebre “asesino de Pedralbes”, penas que al ser confirmadas por
el Tribunal Supremo tuvieron que ser conmutadas por otras dos de treinta años
de cárcel. Entre 1977 y 1978 la pena de muerte había dejado de ser una amenaza
operativa. Iniciaba su camino hacia la abolición total.
En la Constitución de 1978 sí que se impuso lo que no pudo aprobarse en la
anterior, la de 1931: “queda abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan dis-
poner las leyes penales militares para tiempos de guerra" (art. 15). Más adelante,
ya en 1995 y bajo la presión de una intensa campaña abolicionista dinamizada
por Amnistía Internacional, la pena de muerte también desaparecería del Código
Penal Militar. Cual enunciado fósil, en la actualidad aún figura en la letra de la ley
de leyes de la democracia española.
290
Capítulo XI La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olma)
La segunda vertiente nos habla del cambio histórico en sus parámetros es-
tructurales de tipo administrativo y normativo, los que enmarcan el papel de la
pena de muerte dentro del sistema sancionador liberal. La construcción de una
nueva estructura doctrinal y normativa también acusó la conflictividad de los
tiempos tejiendo y destejiendo ideas innovadoras y a la postre acumulando pro-
yectos y normas. Señalada como sanción penal corporal dirigida contra sentencia-
dos por la comisión de crímenes atroces y alevosos de indole ordinaria o común
(es decir, delitos desprovistos de una lectura política que pudiera ponerlos en re-
lación problemática con los conflictos políticos del momento), la pena de muerte
iba a ser paulatinamente desplazada a la periferia de la codificación penal liberal,
al tiempo que la pena privativa de libertad terminaba por ocupar la centralidad del
nuevo sistema penal y del nuevo sistema carcelario, el penitenciario.
No es menos cierto que durante todo el siglo XIX seguirían viéndose por las
calles y plazas los cortejos supliciales que acompañaban a los reos de muerte al
lugar del ajusticiamiento público. Pero al discurrir envueltos por la atmósfera de
una nueva cultura punitiva ya no se celebrarían sin controversia, y sus promotores
tendrían que escuchar por doquier, incluso en sede parlamentaria, las reclama-
ciones que pedían su abolición, la que se impondría legalmente en 1901. Cuando
principiaba el siglo XX, la pena de muerte y también la otra pena que normalmente
llevaba solapada -la cadena perpetua, por la que se conmutaban la mayor parte de
las penas de muerte- siguieron vigentes pero en claro retroceso, hasta que duran-
te la Segunda República la pena capital fue abolida durante dos años en la jurisdic-
ción civil.
Nadie podía prever que el camino de lenta extinción de la pena de muerte se
vería truncado, y de una manera tan atroz, con el golpe militar de 1936. Tras sen-
tenciar a muerte a miles de represaliados, a finales de la década de 1950 la pena
de muerte se normalizó. Pero continuó el goteo de ajusticiamientos por motivos
políticos, los que a veces derivaron en un gran escándalo internacional, llegando a
utilizarse todavía en 1974 aquel viejo instrumento de ejecución que había gozado
de triste fama en la Europa de las postrimerías del Antiguo Régimen, el célebre
garrote español, popularmente conocido y aún recordado hoy como “garrote vil".
Después de que no prosperaran las dos coyunturas abolicionistas anteriores
(una brevísima durante la Primera República que en realidad no llegó a estar vi-
gente, y otra que duró dos años del período reformista de la II República), los últi-
mos fusilamientos del franquismo dieron paso al período abolicionista que refren-
dó la Constitución de 1978.
291
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Notas
292
Capítulo XI. La pena de muerte en España; cambios y pervivencias desde el Antiguo Régimen (Pedro Oliver Olmo)
Burocracia, poder político y justicia. Libro- homenaje de amigos del profesor José María García
Marín, Dykinson, Madrid, 2014, pp. 545-576. “Esta cifra (4.6000), por un lado, habrá que in-
crementarla a medida que recojamos más información; mientras que por otro, habrá que ma-
tizarla con las condenas que no se ejecutaron bien porque los reos estaban huidos, bien por-
que se les concedió el indulto, bien porque fallecieron antes de padecer al verdugo” (p. 572).
17 GARCÍA RIVAS, N., La rebelión militar en derecho penal, Universidad de Castilla-La Mancha,
Ciudad Real, 1990, pp. 51-52.
18 Se ha tratado ese fenómeno social y cultural en las obras ya citadas de Luzea y Bascuñán.
19 SERRANO TÁRRAGA, M.D., La pena capital en el sistema español, UNED, Madrid, 1992, pp.
174-175).
20 GARGALLO VAAMONDE, L., OLIVER OLMO, P. (coords.), La cadena perpetua en España:
fuentes para la investigación histórica, Grupo de Estudio sobre Historia de la Prisión y
las Instituciones Punitivas y Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real, 2016. Es
un documento on line de acceso abierto en https: //historiadelaprision.wordpress.com/
la-cadena-perpetua-en-espana/
21 ALEJANDRE, J.A. (1981), “De la abolición al restablecimiento de la pena de muerte durante la
República (1932-34)", Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, n* 62,
pp. 7-46.
22 GARLAND, D., Una institución particular. La pena de muerte en Estados Unidos en la era de la
abolición, Didot, Buenos Aires, 2013.,p.111.
23 PORTAL GONZÁLEZ, A., “Los muertos del régimen de Franco entre 1952 y 1975", Aportes:
Revista de historia contemporánea, n* 85, 2014, pág. 28.
24 PORTAL GONZÁLEZ, A., “Los muertos del régimen de Franco entre 1952 y 1975", Aportes:
Revista de historia contemporánea, n* 85, 2014, págs. 7-50.
293
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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SERRANO TÁRRAGA, M.D., (1992) La pena capital en el sistema español, UNED, Madrid.
295
Capítulo XII
Historia del delito político en la España
contemporánea (1808-1977)*
Óscar Bascuñán Añover
Universidad Complutense de Madrid
L INTRODUCCIÓN
Las fronteras entre los derechos políticos y los delitos políticos, esto es, entre
la discrepancia política admitida en el ordenamiento jurídico de un Estado y la dis-
crepancia política castigada por la ley penal, se han levantado habitualmente so-
bre terrenos bastante movedizos. Criminólogos y juristas han discutido desde la
Ilustración sobre la naturaleza del delito político, las características que lo distin-
guen de los delitos comunes y su extensa tipología sin que se haya conseguido un
acuerdo notable. Los sucesivos Códigos penales de la España liberal tampoco llevan
a cabo una definición previa del delito político, no aparecen enumeradas sus causas
ni agrupadas en un título o capítulo reservado para ellos. Rara vez aparece en estos
Códigos el término de delito político, como si éste no existiese en el ordenamiento
jurídico o pretendiesen ocultarlos. Es necesario acudir a los debates en las Cortes, a
la aprobación de otras disposiciones legales y, muy especialmente, a la concesión de
amnistías para tratar de desenmascarar la consideración de delito político que re-
cibían determinadas acciones en períodos históricos diferentes. Esta realidad apa-
rentemente oculta ha convertido al delito político en un tema de difícil investigación
y comprensión para historiadores y sociólogos. La evolución histórica que se ofrece
en las siguientes páginas en el marco de la contemporaneidad española pretende
despejar algunas incógnitas sobre la condición compleja y cambiante del delito polí-
tico y reclamar un mayor interés por este objeto de estudio?
Este estudio forma parte del plan de trabajo de los proyectos de investigación financiados por
el Ministerio de Economía y Competitividad HAR2015-64076-P, dirigido por José Miguel Lana
Berasain; y HAR2015-65115-P, dirigido por Manuel Álvarez Tardío.
297
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
viejas estructuras políticas del Antiguo Régimen. Las principales medidas adoptadas
tuvieron un profundo calado revolucionario, especialmente aquellas que sustituyeron
los privilegios estamentales y la servidumbre por los nuevos principios de libertad,
igualdad jurídica y propiedad liberal. La aprobación de la Constitución de 1812, la pri-
mera constitución liberal del país, llevó este intenso proceso legislativo a su cumbre,
recogiendo en su articulado la soberanía nacional, la limitación de la autoridad del rey,
la división de poderes, la creación de tribunales de justicia independientes y comunes
para toda la nación, el derecho de representación en las Cortes por sufragio universal
masculino y otra serie de derechos de ciudadanía, políticos y económicos como la li-
bertad de imprenta, la educación, las garantías penales y procesales, la inviolabilidad
del domicilio, la abolición de la tortura y el libre comercio e industria. España se aso-
maba así a la contemporaneidad mediante un cambio político y jurídico en la organi-
zación del Estado que no tardaría en revelarse lento y frágil, especialmente vulnerable
a la reacción y jalonado por retrocesos, que impedirían que el liberalismo se consoli-
dara hasta bien entrada la década de 1830.
La transformación de la organización política del Estado pronto suscitó la nece-
sidad de reformar las leyes penales. Además, a principios del siglo XIX se respiraba
en los círculos liberales un ambiente propicio a esta reforma, profundamente influi-
do por el pensamiento de hombres de la Ilustración como Montesquieu, Beccaria
y Bentham, favorables a la racionalización del derecho penal, la proporcionalidad
y moderación de los castigos. En la propia Constitución de Cádiz se hacía referen-
cia a la necesidad de sustituir las antiguas leyes penales por un único código que
plasmase los nuevos principios penales a través de una formulación uniforme y co-
herente. La nueva regulación de los delitos tenía que acabar con la arbitrariedad de
los crímenes de lesa majestad y traición contenidos en las Partidas y en la Novísima
Recopilación, útil instrumento del poder absoluto durante el Antiguo Régimen para
extender el delito político y castigar con la mayor severidad a un número indetermi-
nado de acciones y opiniones que el rey consideraba que podían conspirar o atentar
contra él y su familia, ofender su autoridad o simplemente cuestionar sus decisio-
nes. La labor de codificación que quedaba por delante a los liberales, por tanto, se
esperaba que ampliase los límites de las prácticas políticas permitidas de manera
precisa, concretase el delito político y protegiese la seguridad del nuevo Estado fren-
te a las amenazas que cuestionasen su legitimidad.
Sin embargo, conciliar todos estos propósitos no resultó nada sencillo en un
país envuelto en constantes tensiones y resistencias al cambio político y social. El
regreso de Fernando VII en marzo de 1814 y el retorno al absolutismo durante
todo su reinado, salvo por un breve interludio liberal entre 1820 y 1823, retrasó la
posibilidad de una nueva regulación de los delitos políticos. La pugna política y mi-
litar por establecer el poder soberano entre liberalismo y absolutismo que carac-
terizó a estas primeras décadas del siglo XIX español llevó a estos dos modelos de
Estado a actuar con extrema dureza frente a sus adversarios políticos, opositores
críticos, individuos considerados peligrosos o situaciones de conflictividad social
y transgresión de la ley. El uso de prácticas de castigo tan severas parecía obedecer
a la necesidad del poder político en curso de reafirmar su autoridad e imponer
el orden mediante la demostración de su fuerza. En este sentido, la violencia y la
represión política se incrementó en el tiempo en el que se desmoronaba el Antiguo
298
Capitulo XI Historia del delito político en la España contemporánea (1808-1977) (Óscar Bascuñán Añover)
299
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
una definición del delito político. En este Código, como en los posteriores, no se
expresaba qué era el delito político ni éstos aparecían enunciados en algún título o
capítulo específico del Código especialmente reservado para ellos. De este modo,
y posiblemente como rémora de la legislación del Antiguo Régimen, se limitaron
a enumerar en diferentes títulos del Código una serie de delitos que recibieron el
calificativo de “delitos de Estado” por considerar que atentaban directamente con-
tra la organización política, funcionamiento y seguridad del nuevo Estado liberal.
El delito político quedaba así equiparado en este Código a los delitos más graves,
independientemente de que siempre existiese una estricta motivación o finalidad
política en estas acciones delictivas. Por tanto, sin una definición previa del delito
político, la relación de estos delitos enumerados de manera dispersa en varios títu-
los del Código parecía obedecer más a la urgente necesidad política del momento de
afianzar un régimen débil y asediado, que al propósito de construir un ordenamien-
to político y jurídico preciso, dotado de plenas garantías para los ciudadanos. Los
delitos de Estado se correspondían con las causas más graves de conspiraciones di-
rectas contra la Constitución, contra la seguridad exterior e interior del Estado y, en
un claro intento por contener los efectos de la libertad de imprenta en la opinión pú-
blica, los escritos considerados subversivos. Entre las causas contra la Constitución
se distinguían toda una extensa relación de acciones que tratasen de disolver o im-
pedir el normal funcionamiento de las Cortes, la persecución de un diputado por sus
opiniones o la coacción sobre la libertad de los electores, las conspiraciones contra
la forma de gobierno, la vulneración de la división de poderes, los atentados contra
la vida y autoridad real, las injurias de palabra o escrito al rey, la reina y el príncipe
heredero, y las acciones encaminadas a destruir la religión oficial del Estado o a que
éste dejase de profesar la religión católica. Las causas contra la seguridad exterior
del Estado se referían a acciones de espionaje y complicidad con un país enemigo y
las que atentaban contra la seguridad interior eran las de rebelión y sedición. La re-
belión aparecía definida como un levantamiento colectivo contra la Constitución o el
gobierno, mientras que la sedición como un levantamiento colectivo desorganizado
que se opone a la ejecución concreta de alguna ley o disposición de las autoridades.
Como se puede apreciar en esta relación, a diferencia de la legislación del Antiguo
Régimen sobre crímenes de lesa majestad, los delitos políticos que más preocupa-
ban a los liberales ya no eran los que de manera imprecisa atentaban contra la “so-
beranía real”, sino los que atentaban directamente contra el principal bien jurídi-
co de la Constitución. De hecho, los ataques contra el rey constitucional quedaron
equiparados y comprendidos entre los delitos contra la Constitución. Las penas para
la mayoría de estos delitos políticos, especialmente para los considerados casos de
traición, quedaron sujetos a la pena de muerte. Los liberales también se empleaban
así con la mayor dureza para defender sus conquistas políticas y sancionar a los que
atentasen contra la nueva soberanía nacional.
300
Capítulo XI! Historia del delito político en la España contemporánea (1808-1977) (Óscar Bascuñán Añover)
301
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
siquiera enumerados. Los principales redactores del texto legal, aunque no inclu-
yesen la calificación de delito político en causa alguna, parecían aquí distinguirlos
de los delitos de Estado, a diferencia del Código de 1822, y reducirlos exclusiva-
mente a los delitos de rebelión y sedición. De este modo, los delitos políticos que-
daban limitados a aquellos que atentaban contra el orden político y constitucional
del Estado con la más evidente o directa finalidad política. Además, se avanzaba
hacia una mayor moderación y proporcionalidad en las penas de estos delitos. La
pena capital se mantuvo en este Código para los principales responsables de rebe-
lión y sedición, pero la prisión se encumbraba como la principal forma de castigo
frente a los antiguos tormentos o suplicios, que empezaban a considerarse tristes
recuerdos de un pasado bárbaro. Incluso se llegó a aprobar una ley de prisiones en
1849 que ordenaba la separación entre delincuentes políticos y comunes dentro
de las cárceles, aunque no parece que dicha distinción llegara a cumplirse.
Las luchas de los liberales frente al absolutismo y el temido delito de lesa
majestad al que se enfrentaron en el pasado pudieron estar detrás de esta nueva
concepción y tratamiento penal de los delincuentes políticos. Desde el triunfo de
la Revolución francesa de 1830 cobró fuerza en toda Europa una nueva considera-
ción romántica y comprensiva del delito político, atribuido a personajes movidos
por ideas nobles y altruistas, que aspiraban a un mundo mejor donde se recono-
ciesen mayores libertades y derechos. Según esta corriente de pensamiento, el de-
lincuente político no era un verdadero criminal ni representaba un gran peligro
social. Su comportamiento era honroso y merecía ser tratado con especial lenidad
por la legislación penal liberal. Fruto de este pensamiento liberal, los Estados eu-
ropeos asumieron a mediados del siglo XIX una legislación protectora que otorga-
ba asilo a los refugiados políticos e incorporaban cláusulas de no extradición en
las relaciones diplomáticas con otros países. En 1848, además, Francia abolía la
pena de muerte para los delitos políticos. El Código penal español de ese mismo
año no fue tan generoso, pero la cuestión suscitó intensos debates en las Cortes
que dejaban entrever el crecimiento de las opiniones abolicionistas.
Ahora bien, las ideas liberales originales en relación con la delincuencia políti-
ca acabaron derivando en una serie de correcciones y limitaciones encaminadas a
salvaguardar ante todo el orden social. La revolución democrática y nacional que re-
corrió Europa en 1848 y el temor a que se propagase en España con mayor fuerza y
organización, provocó una reforma del Código en 1850 que endureció las penas im-
puestas a los reos de rebelión y amplió la de muerte a los mandos subalternos impli-
cados. El orden social y la estabilidad institucional del Estado se revelaban para los
moderados un bien a preservar mucho más importante que la ampliación de mayo-
res derechos políticos y garantías jurídicas. Los pequeños conatos revolucionarios
de progresistas y republicanos que estallaron disgregados en Madrid, Barcelona
y algunas zonas de Andalucía, Cataluña y Levante fueron sofocados, saldados con
una decena de fusilamientos y la deportación de centenares de políticos y militares
a Filipinas, Baleares y Canarias. Otros muchos progresistas partieron al exilio. No
sería la primera vez, ni mucho menos la última, que intervenía el ejército y la justicia
militar en la represión de desórdenes públicos. Tomaba así forma otra de las carac-
terísticas del delito político en la historia de la España liberal: el creciente papel del
ejército y la justicia militar en su represión. Su protagonismo no quedó limitado a
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Capítulo XII Historia del delito político en la España contemporánea (1808-1977) (Óscar Bascuñán Añover)
los tiempos de guerra o a juzgar a los miembros del ejército implicados en pronun-
ciamientos o en incumplimientos de la disciplina castrense. Restablecida la ley del
Trienio de 17 de abril de 1821, la justicia militar fue incrementando sus atribuciones
contra los delitos políticos y consolidando un sistema de orden público militarista
y autoritario. Cualquier tumulto, protesta social o laboral en estas décadas, llevó a
abusar de la declaración del estado de sitio y a la intervención del ejército de manera
bastante autónoma del gobierno civil para reprimir las revueltas y dictar castigos
ejemplares o ejecuciones sumarísimas sobre las personas detenidas. La crudeza con
la que el ejército se mostró en la represión de las revueltas campesinas de El Arahal
en 1857 y Loja en 1861, con cerca de dos centenares de fusilados, ofrece un claro
reflejo de estas formas de actuación. Medidas que serían sistematizadas y recogidas
en la ley general de Orden Público de marzo de 1867, que sometía los delitos polí-
ticos a la jurisdicción militar en caso de declararse el estado de guerra. El proceso
normativo que otorgaba mayores atribuciones a la jurisdicción militar, no haría sino
aumentar en las siguientes décadas.
La fijación del delito político por la libertad de imprenta es otro rasgo que ya
se descubre en esta primera etapa de construcción del Estado liberal. Los límites
de la libertad de prensa fueron una de las principales preocupaciones de los libe-
rales desde los inicios de su obra legislativa en Cádiz. La inquietud por los efectos
de la libre opinión se intentó resolver durante todo este período mediante sucesi-
vas reformas por la vía del Real decreto que tendieron a ampliar los márgenes del
delito político a un número creciente de escritos contrarios a la ley y no sólo a los
considerados de carácter subversivo o sedicioso. Las multas económicas, penas de
prisión y supresión de rotativos que amenazaban a la prensa ayudan a explicar la
contención o amordazamiento que sufrió en estos años la libertad de expresión.
Los intentos de desafiar esta legislación podían pagarse todavía más caro. El 10 de
abril de 1865, el ejército reprimió una manifestación estudiantil que protestaba
por el cese en su cátedra del republicano Emilio Castelar, después de que hubiese
publicado un artículo de prensa crítico con la reina Isabel II. El choque se saldó
con nueve muertos y más de cien heridos. Estos últimos años de Isabel II en el tro-
no estuvieron plagados de protestas sociales, conspiraciones y pronunciamientos
que anunciaban el pronto final de su reinado. La sublevación de los oficiales del
Cuartel de San Gil en Madrid en 1866 extendió las barricadas por toda la ciudad.
La represión fue brutal. El ejército fusiló a setenta personas y Narváez aprovechó
la ocasión para suspender las Cortes y las garantías constitucionales, depurar el
ejército y la administración, cerrar la prensa de la oposición y desterrar a quienes
manifestaron la menor disidencia. La oposición al régimen sumaba para entonces
tantas fuerzas y alianzas en favor de una mayor apertura democrática que ninguna
de estas medidas pudo demorar mucho tiempo más la caída del régimen.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
la formación de juntas y cuerpos de milicianos. A los pocos días, Isabel II tuvo que
huir a Francia. La “Revolución Gloriosa” daba comienzo a un período del que se es-
peraban profundos cambios y la construcción de un sistema democrático. La nueva
Constitución aprobada en 1869, la más radicalmente liberal y democrática de las
constituciones españolas del siglo XIX, recogía la mayor autonomía de las Cortes, el
sufragio universal para los hombres mayores de veinticinco años y una amplia de-
claración de derechos y libertades del ciudadano, reconociéndose por primera vez
los derechos de reunión y asociación, la libertad de enseñanza y de culto religioso
y unas mayores garantías procesales para los detenidos: nadie podría permanecer
preso más de veinticuatro horas sin intervención de un juez. La Constitución tam-
bién prohibía la existencia de tribunales extraordinarios para las causas políticas y
las Cortes concedieron una amplia amnistía para los procesados por delitos de im-
prenta y por haber tomado parte en otros intentos insurreccionales.
Los cambios políticos necesitaban de una nueva legislación penal para proteger
el orden constitucional. El nuevo Código penal de 1870 se aprobaba en las Cortes pero,
una vez más, sin que quedasen definidos ni concretados los delitos políticos. A pesar
de ello, los legisladores del Sexenio pronto demostraron una gran preocupación por
los delitos políticos mediante la aprobación de otras disposiciones legales en las que se
enumeraban una serie de delitos a los que se les adjudicaba naturaleza política. La ley
de 18 de junio de 1870 sobre la concesión de indultos distinguía entre delitos comunes
y delitos políticos. La Real Orden de 2 de septiembre de 1871 sobre amnistías aumentó
el catálogo de delitos políticos, atribuyendo la condición de políticos a los delitos reco-
gidos en el nuevo código penal contra la seguridad exterior del Estado (a excepción de
la piratería), contra la Constitución, la rebelión, la sedición, los delitos contra el orden
público (atentados, resistencia y desobediencia, desacatos, insultos, injurias y amena-
zas contra la autoridad y sus agentes), los de la misma naturaleza que los anteriores co-
metidos por medio de la imprenta, así como los delitos electorales comprendidos en la
ley electoral de 20 de agosto de 1870 (falsedades, coacciones, arbitrariedades, abusos
y desórdenes cometidos con motivo de elecciones). La ley de enjuiciamiento criminal
de 22 de diciembre de 1872 excluía de la relación anterior de delitos políticos los que
atentaban contra la seguridad exterior del Estado y los de orden público. Por último, la
ley de régimen penitenciario de 15 de febrero de 1873, que contemplaba la detención
y encierro de los procesados por causas políticas en espacios distintos a los ocupados
por los delincuentes comunes en las prisiones, entendía por delitos políticos todos los
enunciados en la Real Orden de 1871 a excepción de los electorales.
La indeterminación, la ausencia de un criterio unánime para definir los delitos
políticos, era un rasgo heredado de los códigos penales anteriores al que se le podía
sacar gran provecho político. La simple enumeración de estos delitos mediante la
aprobación de leyes o decretos otorgaba una herramienta muy poderosa a la mayo-
ría parlamentaria o al gobierno del momento. De este modo, podían incluir o excluir
de la relación de delitos políticos las causas que estimasen convenientes a sus inte-
reses o alos de sus partidarios. Más novedoso es el aumento de los delitos a lo que se
les atribuye un carácter político a través de esta secuencia de disposiciones legales.
La razón de este ensanchamiento del delito político, sin embargo, no se encuentra
en el propósito del nuevo régimen de emplearse con mayor dureza frente a sus ene-
migos políticos. La legislación liberal del Sexenio parecía decidida a actuar con la
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Capítulo XII. Historia del delito político en la España contemporánea (1808-1977) (Óscar Bascuñán Añover)
mayor moderación en las penas por razones políticas que predominaba en la Europa
liberal de las últimas décadas. Se rescataba así una valoración mucho más indulgen-
te de los delitos políticos y los procesados por estas causas recibían un trato mucho
más favorable o benévolo que los delincuentes comunes. Las voces abolicionistas se
hicieron fuertes en este período y en 1872 se llegó a presentar una proposición de
ley para la supresión de la pena capital en los delitos políticos. Ésta no prosperó y la
pena de muerte no desapareció del código para regicidas consumados o frustrados,
para los que pretendiesen sustituir la monarquía constitucional o para los que se im-
plicasen en una rebelión armada. Aun así, el nuevo código contemplaba un sistema
de gradación en los castigos que permitía que la pena de muerte dejase de ser consi-
derada el único castigo posible para estos delitos y pasase a ser el grado máximo de
castigo que se les podía imponer. De este modo, el código abría una vía para que el
arbitrio del juez pudiese decantarse por la reclusión temporal o perpetua en los de-
litos políticos de mayor gravedad. Este sistema de gradación en los castigos pervivió
durante décadas hasta que la Segunda República abolió la pena de muerte.
En todo caso, la inestabilidad del régimen y los tempranos y crecientes focos de
oposición política y social arrastraron a los legisladores del Sexenio a actuar con fre-
cuencia en circunstancias excepcionales a las contempladas en la Constitución y el
Código penal. Resultó ser un período muy paradójico, abolicionista en los textos legales
y punitivo en la práctica política. Los que durante el período isabelino tanto sufrieron
la restricción de sus libertades políticas y los abusos del poder militar acabaron recu-
rriendo a la elaboración de su propia ley de Orden Público, promulgada el 23 de abril de
1870, Así, aunque la Constitución de 1869 prohibía la creación de tribunales extraordi-
narios para todo tipo de delitos especiales, la nueva ley de Orden Público afianzaba el
papel del ejército y la justicia militar en los conflictos políticos y sociales. Esta ley estuvo
vigente hasta 1933 y preveía un modelo de declaración del estado de guerra mediante
un proceso de cesión de poderes de la autoridad civil a la militar en caso de desórdenes
graves. Enfrentados a una guerra colonial en Cuba desde 1868, a las sublevaciones re-
publicanas del verano de 1869, a un movimiento obrero cada vez más organizado que
se había difundido de la mano de la I Internacional, a la oposición de grandes propie-
tarios de tierras y empresarios que desconfiaban de la democracia, al rechazo de una
Iglesia católica agraviada por la libertad de cultos y las políticas secularizadoras, a las
conspiraciones de los partidarios de la vuelta de los Borbones en la figura de Alfonso
XIL a una guerra civil desencadenada por los carlistas en 1872 y, muy especialmente, al
resquebrajamiento de una alianza de partidos políticos que hiciese posible la alternan-
cia en el poder por vías pacíficas y democráticas, los sucesivos gobiernos suspendie-
ron con frecuencia las garantías constitucionales, anulando así el amplio repertorio de
derechos fundamentales amparados por la Constitución. La intervención de los milita-
res en la sublevación cantonalista del verano de 1873, junto con la prolongación de las
guerras carlista y de Cuba, reforzó el protagonismo del ejército. El 4 de enero de 1874,
el general Pavía encabezó un golpe militar. Las Cortes fueron disueltas y se estableció
un gobierno presidido por el general Serrano que suspendió la Constitución, restringió
la libertad de prensa, disolvió la Internacional, ilegalizó a los republicanos federales y
clausuró sus sociedades. En suma, volvió la política de mano dura.
El retorno de los Borbones a España en enero de 1876 reafirmó los recortes so-
bre las libertades políticas y de prensa. La Constitución de 1876 rescató el principio
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que permitía actuar con discrecionalidad y sin las menores garantías judiciales a unos
tribunales especiales conformados por militares, falangistas y magistrados. Las res-
ponsabilidades políticas llegaban hasta los simples afiliados de las organizaciones po-
líticas afines al Frente Popular, no así de los afiliados a las sindicales, que quedaron fi-
nalmente eximidos para evitar un mayor colapso de los tribunales. Este Tribunal llegó
a abrir unos 200.000 expedientes. Las penas y sanciones, complementarias a las de los
consejos de guerra, podían consistir en el confinamiento o destierro, la pérdida de em-
pleo e inhabilitación absoluta, fuertes multas y el embargo o incautación de bienes. El
recurso a los testigos había conseguido extender por la sociedad un clima de delación
y sospecha. La intención aquí no consistía en hacer llegar un trato indulgente y benefi-
cios penitenciarios a un mayor número de causas y procesados de significado político,
como ocurrió en periodos anteriores del liberalismo español. Muy al contrario, se tra-
taba de criminalizar un mayor número de conductas políticas y agravar sus penas, lo
que recordaba a las prácticas políticas y judiciales del Antiguo Régimen y lo vinculaba
alos regímenes totalitarios europeos del período de entreguerras.
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Aun así, los adalides del franquismo hicieron grandes esfuerzos por argumen-
tar que la justicia del régimen no perseguía ideologías ni opiniones políticas sino
a delincuentes comunes que se habían amparado en organizaciones políticas cri-
minales para cometer todo tipo de acciones que atentaban contra el bien común
y la unidad de la patria. Tampoco mostraban reparos en propagar la idea de un
“Caudillo” compasivo y generoso, que conmutaba penas de muerte, y de una justi-
cia reparadora, que pretendía compensar el mal causado por la anti-España, pero
que daba la oportunidad a los descarriados de reincorporarse a la sociedad una
vez cumplida la pena y hecho el propósito de enmienda. El Código penal de 1944,
en este sentido, y sus reformas sucesivas de 1963 y 1973, se presentaba herede-
ro de la codificación liberal y tendente a reducir la pena de muerte en favor de la
pena privativa de libertad. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos retóricos del
franquismo, este Código penal incluía la huelga, la libre asociación, reunión y pro-
paganda política en el catálogo de delitos, castigados con mayor severidad en cada
nueva reforma. Además, la jurisdicción militar era la que siempre entendía en las
causas que el régimen consideraba políticamente muy graves como la traición, re-
belión, sedición y terrorismo. La justicia militar era también la que monopolizaba
la pena de muerte y podía enviar a los procesados por causas políticas a morir
fusilado o agarrotado.
Estas prácticas duramente represivas y las políticas anticomunistas que pro-
movió Estados Unidos en un nuevo contexto internacional y diplomático de Guerra
Fría, consiguieron doblegar a la oposición y apuntalar la consolidación del régi-
men. La persecución del delito político entró en un período de transición en los
años cincuenta hasta que una década más tarde volviese a recobrar un gran pro-
tagonismo debido al surgimiento de una nueva generación de antifranquistas. El
incremento de las huelgas, otras protestas obreras y estudiantiles en la década de
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Capitulo XIL Historia del delito político en la España contemporánea (1808-1977) (Óscar Bascuñán Añover)
los sesenta, al ritmo del desarrollismo económico, el aumento del número de tra-
bajadores industriales y estudiantes universitarios, suscitó una respuesta decidi-
da del régimen. En 1958 creó un Juzgado Militar Especial Nacional de Actividades
Extremistas especializado en asuntos de terrorismo y actividades armadas. Un año
más tarde aprobó una nueva ley de Orden Público pensada para someter las nue-
vas formas de protesta social y laboral a la jurisdicción militar y en 1960 un nuevo
decreto de Represión de la Rebelión, el Bandidaje y el Terrorismo consideraba de-
lito de rebelión militar las reuniones, manifestaciones y publicaciones que podían
alterar el orden público. Desde la inmediata postguerra la acusación de rebelión
militar no había sido utilizada de manera tan imprecisa ni recaído sobre tantas
acciones políticas. El régimen no bajaba la guardia frente a actuaciones vinculadas
con el despertar de una nueva oposición política y la emergente actividad sindical
que albergaba la gestación de las “comisiones obreras”. En estas fechas volvieron a
proliferar los consejos de guerra, pero ninguno llegó tan lejos como el que condenó
a morir a Julián Grimau frente a un pelotón de fusilamiento en 1963, un militante
clandestino del PCE acusado de rebelión militar por supuestos delitos cometidos
veinticinco años antes, en plena guerra civil. La presión internacional y la avalan-
cha de peticiones de clemencia de jefes de Estado y todo tipo de personalidades
del mundo no pudieron evitar que el régimen volviese a aplicar la pena de muerte
por causas políticas. Pocos meses después, otro consejo de guerra enviaba a morir
mediante garrote a Joaquín Delgado y Francisco Granado, dos jóvenes anarquistas
acusados de terrorismo por la supuesta colocación de dos bombas en Madrid que
habían provocado una veintena de heridos y numerosos daños materiales.
El franquismo, pese a todo, no era tan indiferente a las presiones y condenas interna-
cionales. La repercusión de la ejecución de Grimau llevó al régimen a crear en diciembre
de 1963 un tribunal especial para delitos políticos que limitase la amplia extensión de la
jurisdicción militar en la represión de la actividad política y sindical. El Tribunal de Orden
Público (TOP) reemplazaría así al Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el
Comunismo, al Juzgado Militar Especial Nacional de Actividades Extremistas y dejaría pro-
visionalmente sin efecto parte del articulado del duro decreto de Represión de la Rebelión,
el Bandidaje y el Terrorismo de 1960. El TOP pasó a ser el principal instrumento represivo
de la dictadura hasta su abolición el 4 de enero de 1977. Su labor consistía en procesar
y condenar los delitos que el régimen consideraba políticos, entre los que destacaban las
acciones contra el jefe del Estado, las Cortes, el Consejo de Ministros y forma de Gobierno;
la rebelión y la sedición; los desórdenes públicos; la asociación y la propaganda política
no permitida; las reuniones o manifestaciones que etiquetasen de no ser pacíficas, las de-
tenciones ilegales siempre que obedecieran a un móvil político o social; el allanamiento de
morada; las amenazas y coacciones; y el descubrimiento y revelación de secretos. Miles de
sindicalistas y huelguistas, estudiantes y todo tipo de miembros de organizaciones políti-
cas clandestinas conocerían muy de cerca los pasillos de este tribunal por ejercer lo que en
los países democráticos eran expresiones cívicas y políticas reconocidas por la ley. En sus
años de funcionamiento, su actuación creció de manera exponencial al incremento de la
contestación política y la agonía del franquismo: sia principios de la década de 1970 había
procesado a unos 900 opositores, en 1974 ya eran 6.000 los procesados por motivos po-
líticos y en el bienio 1974-1976 tramitó unas 13.000 causas. Trabajadores y dirigentes de
las ilegalizadas Comisiones Obreras, militantes del PCE, estudiantes y activistas de varias
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capitulo XI Historia del delito política en la España contemporánea (1808-1977) (Óscar Bascuñán Añover)
El nuevo horizonte político que se abrió con la muerte del dictador tuvo que
afrontar inevitablemente el reconocimiento de los derechos políticos y sociales de
asociación política, expresión, reunión, manifestación, libertad sindical y huelga,
así como la situación de los delitos políticos. Vaciar las cárceles de presos políticos
se convirtió en el símbolo de un nuevo comienzo hacia la transición democrática.
La primera medida vino con un indulto general el 25 de noviembre de 1975, con
motivo de la proclamación de Juan Carlos de Borbón como rey de España. El indul-
to supuso la excarcelación de unos 700 presos políticos, pero de poco servía una
medida así cuando el gobierno continuaba realizando detenciones masivas por
participar en reuniones políticas y sindicales, repartir propaganda o realizar pin-
tadas. La constante movilización de una oposición que empezaba a recuperar la
libertad fue determinante para que el nuevo ejecutivo presidido por Adolfo Suárez
concediese una amnistía el 30 de julio de 1976. Este nuevo gobierno también supo
entender que la amnistía le ofrecía una oportunidad para marcar distancias con
su pasado. Ésta beneficiaba a todos los delitos y faltas ejecutados con intenciona-
lidad política, social o de opinión, siempre que no hubiesen ocasionado lesiones o
puesto en peligro la vida de las personas. La amnistía dejaba de esta manera fuera
del perdón, además de a los presos comunes, a un sector de los que entonces la
oposición también consideraba presos políticos por luchar contra el franquismo:
los condenados por terrorismo.
La amnistía debía ser general para la oposición, debía de extenderse a todos
los delitos de intencionalidad política ocurridos desde el golpe de Estado de 1936,
porque solo así se conseguiría la reconciliación necesaria para una nueva etapa
constituyente de libertad y entendimiento político. Con el referente de la amnistía
concedida por el Frente Popular durante la Segunda República, la oposición esti-
raba la consideración de delito político a toda acción que tuviese una motivación
política y social, aunque se hubiese atentado contra la vida o la integridad física de
las personas. Esta demanda se convirtió en un clamor pero el gobierno, asediado
por secuestros, atentados y presiones en su contra, prefirió recurrir a puntuales
medidas de gracia o a extrañamientos de presos de ETA al extranjero hasta que no
se celebrasen las primeras elecciones de 15 de junio de 1977. La amnistía general
fue finalmente aprobada el 15 de octubre de 1977, con el apoyo parlamentario
de la mayoría de los grupos políticos. Para entonces quedaban poco más de 150
presos considerados políticos en las cárceles, la mayoría de ETA. La amnistía se
extendía a todos los delitos que tuviesen intencionalidad política, incluidos los ac-
tos terroristas, a cambio de incluir en el perdón a las autoridades y agentes del
orden que por convicción u obediencia atentaron contra los derechos fundamen-
tales de las personas durante la dictadura. Los partidos políticos creyeron que así
se conseguiría acabar con el terrorismo, pero ETA todavía estaba por escribir su
historia más sanguinaria. Lo que sí consiguió la ley fue garantizar la impunidad de
la dictadura y proteger a los colaboradores del régimen de futuras peticiones de
responsabilidades políticas. En la última década han arreciado las voces y orga-
nizaciones de derechos humanos que solicitan la derogación de esta última ley de
amnistía por entender que atenta contra los derechos humanos de las víctimas del
franquismo.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
V. CONCLUSIONES
El delito político surgió como una construcción ideológica poco precisa para
referirse a un conjunto de acciones heterogéneas que eran consideradas atenta-
torias contra el poder establecido. Los intentos de los legisladores del pasado por
definir el delito político, otorgarle un tratamiento penal uniforme o convertirlo en
un fenómeno esencialmente jurídico han estado limitados por la ideología política
del régimen vigente en cada momento histórico o por otras razones de convenien-
cia, intereses y oportunidad política de los detentadores del poder. Esta supedita-
ción al contexto político e ideológico lo ha dotado de significados muy diferentes,
ha alterado severamente la gravedad de las penas impuestas y en numerosas oca-
siones lo ha hecho convivir cerca de la discrecionalidad y los abusos de los go-
bernantes. Más que una tipología delictiva particular, el delito político ha sido una
consideración utilizada por el poder tanto para conseguir anular, encerrar o ejecu-
tar a sus enemigos como para argumentar la mayor lenidad e indulgencia con los
detenidos, especialmente con aquellos penados por regímenes o gobiernos ante-
riores y adversos. Los procesados por motivaciones políticas también han apelado
a esta consideración de delito político para conseguir un tratamiento penal dife-
renciado y reclamar el reconocimiento y la legitimidad de sus acciones.
La indeterminación del delito político pudo favorecer el protagonismo de la
justicia militar en su represión y la diversidad de causas sobre las que recayó una
consideración política. Los primeros intentos liberales, asediados por las resisten-
cias absolutistas, elevaron la consideración de delito político a todas las acciones
que atentaban contra la seguridad, organización y funcionamiento del Estado. Más
adelante, ya consolidado el liberalismo, el delito político parecía quedar restrin-
gido a aquellas acciones que atentaban contra el orden político y constitucional,
siempre que tuviesen la más estricta motivación política, como era el caso de la
rebelión y la sedición. La motivación política fue asumida por los primeros gobier-
nos de vocación democrática o más garantistas para ofrecer mayor indulgencia
y beneficios penitenciarios a los procesados políticos, aunque nunca estuvieron
exentos de contradicciones e involuciones en este sentido. En los años de mayor
conflictividad de la Segunda República, la motivación política y social llegó a pre-
valecer sobre el bien jurídico atacado, lo que llevó a extender la consideración de
delito político a acciones en las que se había atentado contra la propiedad o la vida.
El franquismo, finalmente, criminalizó el mayor número de prácticas de significa-
do político desde el Antiguo Régimen y agravó sus castigos, apoyado en una severa
justicia militar En definitiva, el delito político no ha seguido un guión definido ni
una trayectoria lineal y progresiva hacía una mayor indulgencia o tratamiento ga-
rantista con los procesados políticos entre 1808 y 1977. El camino ha estado de-
masiado expuesto a contradicciones y retornos traumáticos. Esta enseñanza que
nos ofrece la perspectiva histórica debería alertar al lector del momento actual en
el que se escriben estas líneas y estimular nuevos estudios que requieren de nece-
sarias perspectivas interdisciplinares, trasnacionales y comparativas.
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Capítulo XIL Historia del delito político en la España contemporánea (1808-1977) (Óscar Bascuñán Añover)
Notas
1 Este capítulo lo he escrito en diálogo y gracias a las principales aportaciones sobre el tema
de Alicia FIESTAS LOZA, Los delitos políticos, 1808-1936, Salamanca, 1977; Manuel Alberto
MONTORO BALLESTEROS, “En torno a la idea de delito político. (Notas para una ontología de
los actos contrarios a Derecho)", en Anales de Derecho, 18 (2000), pp. 131-156; Pedro OLIVER
OLMO, La pena de muerte en España, Madrid, 2008, y Manuel ÁLVARO DUEÑAS, “Delitos po-
líticos, pecados democráticos”, en J. Aróstegui (coord.), Franco: la represión como sistema,
Barcelona, 2012, pp. 60-106. También es fruto de las enseñanzas de otros trabajos que apa-
recen en la bibliografía que se facilita al final de este texto. Agradezco muy especialmente a
Fernando Hernández Holgado y a Miguel Martorell sus comentarios y sugerencias bibliográfi-
cas en la realización de este texto.
319
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo XIII
Cárceles de mujeres
en la España contemporánea:
Un enfoque histórico-social
Fernando Hernández Holgado
Universidad Complutense de Madrid
El universo de las prisiones femeninas, al igual que los análisis sobre los deli-
tos cometidos por mujeres con sus factores explicativos y consecuencias sociales,
ha sido tradicionalmente ignorado por el mundo académico. En los manuales de la
historia de la prisión al uso, el relato hegemónico ha reservado un lugar marginal,
anecdótico, a la realidad de las mujeres encarceladas. Ese relato histórico predo-
minante, referido casi exclusivamente a la experiencia penitenciaria masculina, se
ha presentado no obstante como universalista y totalizador, al menos en el campo
de la historia del Derecho. La llamada “historia de las prisiones” ha sido, en reali-
dad, una historia de la penalidad y de las instituciones penitenciarias masculinas.
Partimos pues de una invisibilidad que solo recientemente ha venido siendo
desvelada por el empuje de la criminología crítica de género, primero en Estados
Unidos y Gran Bretaña -desde mediados de los años sesenta- y después en Francia,
Italia, España y algunos países latinoamericanos. Varias razones podrían apuntarse
como explicación de esa invisibilidad: desde el bajo nivel de amenaza social que
tradicionalmente han tenido los delitos cometidos por mujeres, hasta el pequeño
porcentaje que estas han tenido secularmente en las cifras totales de la población
reclusa, sin olvidar el sesgo sexista de nuestras sociedades.
Apoyándose en estudios empíricos tanto de base actual como histórica, la cri-
minología de género, de tardío desarrollo en España, defiende que la pena privativa
de libertad ha sido y sigue siendo, por sus consecuencias tanto para la propia perso-
na Como para su entorno, mucho más severa para las mujeres que para los hombres.
Hoy día, el tratamiento penitenciario de las mujeres privadas de libertad continúa
fundándose en concepciones tradicionales que refuerzan el rol de la domesticidad
y generan situaciones discriminatorias. Pero todo esto tiene su base histórica y de
ella, al menos para su fase contemporánea, nos vamos a ocupar en este capítulo.
[ ANTECEDENTES
Michel Foucault dató a finales del siglo XVIII el nacimiento en Europa del
encierro penal, o de la pena privativa de libertad. Recientemente, sin embargo,
323
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
El énfasis correctivo de este primer “encierro penal" incluía altas dosis de cruel-
dad y maltrato, tal y como preconizaba sor Magdalena de San Jerónimo. Todo ello re-
dundaba en un mayor control y vigilancia de las galerianas, así como en un ambiente
todavía más opresivo y claustrofóbico que el de los presidios y cárceles de hombres.
324
Capítulo XII. Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
Se trataba, en suma, de una temprana “disciplina del alma" —y del cuerpo también-
exclusivamente centrada en las mujeres, hasta cierto punto semejante a la teorizada
por Foucault cuando explicó el nacimiento de la prisión contemporánea a finales del
siglo XVIII, con la aparición de los nuevos saberes penitenciarios. Y, sin embargo,
resulta llamativo el olvido o el vacío en los estudios históricos del filósofo francés de
las casas-galera y casas de corrección especificamente femeninas de épocas anterio-
res, como espacios de encierro y corrección-moralización perfectamente sexuados.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
326
Capítulo XHIL Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
Encontramos aquí una mirada social y de género que, como solución o me-
dida de alivio, proponía varias medidas que orbitaban en conjunto alrededor de
la educación y la instrucción. No por casualidad, la gran apuesta de Arenal fue la
denuncia de la educación tradicional que recibían las mujeres y la defensa de una
instrucción cultural y técnica adecuada para ellas, en un momento en que el índice
de analfabetismo femenino -en 1860- era del 86%. Para las casas de corrección
proponía, por ejemplo, un tipo de instrucción que fuera más allá de “las labores de
su sexo", de lo que debemos deducir que esta era la única impartida. En cuanto a
la religión, aunque la recomendaba como herramienta dada “la mayor influencia
que tenía sobre la mujer” -en el marco de pensamiento de la época- sus escritos
denotan una desconfianza hacia la severa disciplina de rezos:
“¿Basta que la presa rece? ¿Basta que ame? No: rezando y amando ha delinquido,
probablemente porque discurrió poco o discurrió mal; y para que no vuelva a delin-
quir hay que procurar, no la mutilación, sino la plenitud de todas las facultades que
pueden sostener su equilibrio moral".
327
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo XIIL Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
del total de población encarcelada. En Alcalá se recluía también a las mujeres que
contravenían la reglamentación vigente contra la prostitución, caso de las prosti-
tutas que pretendían escapar al control de la policía o que transitaban, por ejem-
plo en Madrid, antes de la una de la madrugada. Estas mujeres eran castigadas
con elevadas multas que se pagaban con quince días de prisión: las “quincenarias”
constituyeron durante el siglo XIX y buena parte del XX una presencia habitual en
las prisiones, El Código Penal de 1848 había legalizado la prostitución, proscri-
biendo únicamente la promoción de la misma a las menores -“estupro” o “corrup-
ción de menores”- en tanto que “delito contra la honestidad".
El ejercicio de la prostitución había quedado pues dentro del ámbito de la re-
glamentación municipal correspondiente, de carácter esencialmente sanitario y
policial, como quedó reflejado en el primer Reglamento de Madrid de 1865. Pero
el hecho es que, en la nueva sociedad industrial y urbana del último tercio del siglo
XIX, la prostitución ilegal fue mucho mayor que la registrada o legal y las “quince-
narias” llegaron a convertirse en una presencia constante en las prisiones feme-
ninas, que se prolongaría hasta las últimas décadas del siglo siguiente. Este perfil
concreto de reclusa, prácticamente invisible en las estadísticas oficiales, resumía a
la perfección ese difícil -por no decirimposible- deslinde entre “pecado” y “delito”
que tradicionalmente ha caracterizado el encarcelamiento femenino.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Hacia finales de siglo, el sistema ni siquiera llegó a dar el paso -que habría sido
importante- de la creación de un funcionariado femenino de Prisiones, ya dado
desde hacía décadas en el mundo anglosajón. En este último ámbito, el énfasis mo-
ralizador de los establecimientos femeninos era semejante, pero el “ejemplo con-
sistente de propiedad y virtud” y el “trato tierno” (tender treat) era impartido por
guardianas y matrons como personal directivo laico. En prisiones específicamente
330
Capitulo XIIL Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
331
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo XII. Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
MI. SIGLO XX
De las 110 reclusas que había en Quiñones en enero de 1921, 21 eran arres-
tadas gubernativas: “quincenarias” en su mayoría, esto es, mujeres arrestadas
por ejercer la prostitución clandestina y encarceladas a cambio del pago de
multas, por periodos de una o dos semanas. Lo que por aquel entonces era un
continuo trasiego de prostitutas callejeras en las prisiones constituye otro buen
ejemplo de persistencia de rutinas punitivas de largo alcance, asociadas a un uso
tan fugaz como intensivo del espacio carcelario femenino, casi siempre en los
sótanos y lugares más insalubres del establecimiento de turno. Dichas rutinas se
amparaban precisamente en la política reglamentista de la prostitución iniciada
a mediados del siglo XIX, y que se traducía en una doble realidad: el clásico bur-
del reglamentado por una parte y, por otra todas aquellas actividades prostitu-
cionales que transgredían la norma impuesta y eran por tanto perseguidas por
la actividad policial.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Esta fotografía fija del encierro penal femenino comenzó a moverse con las no-
vedosas reformas penitenciarias de la Segunda República, que tuvieron a Victoria
Kent, primera Directora General de Prisiones de la historia de España, como máxi-
mo exponente. En Victoria Kent se dieron cita tanto la huella laica y educadora de
la Institución Libre de la Enseñanza y la tradición teórica del penalismo republi-
cano representada por su maestro Jiménez de Asúa, como su sensibilidad femi-
nista agudizada por la observación que había venido realizando de las cárceles de
mujeres:
“La mujer delinque poco, pero sufre un castigo mil veces más duro que el hombre.
Yo he visto cárceles de mujeres y son un espectáculo de horror. Primero arreglar
cárceles para mujeres; mi criterio es de absoluta igualdad”.
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Capítulo XITL Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
Una vez admitidas, todas ellas debieron realizar un cursillo especial de cono-
cimientos penitenciarios en los locales del Instituto de Estudios Penales, antigua
Escuela de Criminología de la Prisión Celular de Madrid, que dio comienzo en ene-
ro de 1932 a cargo de un grupo de profesores encabezados por el propio Jiménez
de Asúa. En el marco de la encarnizada campaña que sectores monárquicos y con-
servadores emprendieron contra la nueva sección de funcionarias, la preparación
cultural que les era exigida fue objeto de críticas y también de burlas. Así, en las
páginas de ABC fueron calificadas de “improvisadas marisabidillas”, que bien poco
tenían que aportar frente a las hermanas de San Vicente de Paúl, con su “vocación,
renunciación de la vida entera, experiencia de muchos años y aprendizaje en un
largo noviciado”. Cerca de tres años después, hacia marzo de 1935, el cuerpo feme-
nino de Prisiones constaba de un total de noventa mujeres, de las cuales seis eran
jefes de servicios y el resto oficiales, maestras y celadoras. Una exigua minoría en
un escalafón ampliamente masculinizado, compuesto por los 1.716 funcionarios
del cuerpo de Prisiones registrados aquel año.
El empeño que puso Victoria Kent en mejorar la situación de las mujeres en-
carceladas se tradujo asimismo en el proyecto de la prisión “moderna” de Ventas,
en Madrid, que sería inaugurada en septiembre de 1933. Ventas fue, de hecho, la
primera Prisión Modelo de la historia de España, con una capacidad para unas qui-
nientas reclusas y un novedoso diseño de estilo racionalista, encargado al arqui-
tecto Manuel Sainz de Vicuña Camino. El edificio venía a encarnar los nuevos sa-
beres penitenciarios e higienistas, aplicados en esta ocasión por vez primera a un
establecimiento femenino, y de manera más acusada si cabe. Ejemplos de ello eran
las celdas individuales, las salas para las presas madres con terrazas para los baños
de sol de los niños, el pabellón separado para presas políticas, la biblioteca bien
provista, el salón de actos en sustitución de la capilla o los talleres mecanizados.
Pero las reformas penitenciarias republicanas en su conjunto fueron limita-
das, y no exentas del correspondiente sesgo centralista. La Presó Vella de Barcelona
había sido asaltada en abril de 1931 por la multitud con el correspondiente ritual
de liberación de reclusas y quema de “jergones, enseres y fichas antropométri-
cas”, en una buena muestra del grado de impopularidad alcanzado por el vetusto
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo XI. Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
En enero de 1939 el general Franco ya se ocupó de dejar claro que los vencidos
se dividían en redimibles e irredimibles. Los segundos, “criminales empedernidos,
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
sin posible redención dentro del orden humano”, fueron las víctimas más desa-
fortunadas de aquella “guerra invisible” que se prolongó en lugares de ejecu-
ción como las tapias del cementerio del Este en Madrid, el Campo de la Bota de
Barcelona o el cementerio valenciano de Paterna, por citar sólo algunos de los
principales de posguerra. Más de dos mil doscientas personas fueron ejecutadas
en Paterna, trece de ellas mujeres, para el periodo 1939-1941. En Barcelona ciu-
dad, once reclusas de Les Corts fueron fusiladas en los arenales de la Bota, durante
los dos primeros años de posguerra, de un total de 1.717 personas entre 1939 y
1952, La represión fue todavía más intensa en la capital madrileña, como castigo
ejemplar al Madrid heroico que soportó el largo sitio de guerra, o debido quizá
a la percepción que tenía el bando rebelde de la represión sufrida por los suyos,
ejemplificada en las tristemente famosas sacas de Paracuellos del Jarama. Prueba
de ello fueron las ochenta y dos presas de Ventas y Claudio Coello ejecutadas entre
1939 y 1943, de un total de 2.673 personas fusiladas en las tapias exteriores del
cementerio del Este para el periodo 1939-1945, solamente en la capital.
“Deshacer las casas de todos los que hubieran pensado diferente. Por eso, en
la cárcel, había familias enteras”: éste fue el primer objetivo de los vencedores,
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Capítulo XI. Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
hombres como de mujeres, los argumentos morales -la conducta moral y privada-
complementaban la mayor parte de las veces a los políticos, a los relativos a la con-
ducta pública. En el caso de la represión femenina, sin embargo, el acento sobre la
moralidad y la conducta privada fue todavía mayor que en los varones. El término
despectivo de la roja hacía referencia a una opción política reprobable, pero tam-
bién a una condición moral igualmente censurable y punible. Una condición moral
que no era por cierto ajena a aquellas teorías lombrosianas que militares-psiquia-
tras vinculados al bando sublevado como Antonio Vallejo Nájera se encargaron de
reproducir en 1939, aplicadas a la “criminalidad “marxista” a partir del “estudio”
de cincuenta mujeres de la prisión de Málaga.
Si en la representación cultural de la roja, presente en el imaginario de los
vencedores, pesaban tanto los aspectos de la moralidad y la conducta privada, era
precisamente porque encarnaba un modelo de feminidad opuesto al que ellos de-
fendían, como “guardiana de la moralidad, la obediencia y los valores de la tradi-
ción”, en palabras de Giuliana di Febo. El lema “¡Hijos sí, maridos no!”, supuesta-
mente coreado por muchachas de izquierda durante el primero de mayo de 1936
en Madrid, presente en la memoria colectiva de los elementos de derechas, ilustra
bien esta percepción indignada de lo que se entendía como una opción política y
moral infame, la ruina del mundo conocido que empezaba por la destrucción de la
familia tradicional. Y es que la roja, que en su variante miliciana se había asimilado
tan frecuentemente a la prostituta, era per se una mujer degenerada e inmoral,
carne de presidio y de paredón.
El Nuevo Estado franquista contó desde un primer momento con la eficaz co-
laboración del estamento religioso en la organización del mundo penitenciario, y
esto fue todavía más cierto y evidente en el caso de las cárceles de mujeres. Ya
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Capítulo XII. Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
La politización de estas órdenes era más que evidente, pero es que las usua-
rias de las cárceles también habían cambiado de manera radical. Aparte de las in-
evitables “quincenarias”, el perfil dominante durante la guerra y la primera pos-
guerra fue el de la roja -con todas las matizaciones que se quiera, en términos
de formación, implicación y responsabilidades políticas durante la guerra- como
encarnación concreta de la Anti-España enemiga de la religión. La tradicional dia-
léctica ya de por sí conflictiva entre correctoras y corregidas, entre carceleras y
encarceladas, vio así reforzados sus términos de oposición con el aporte de la va-
riable político-ideológica.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo XI Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
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Capítulo XIII. Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Que esta rutina punitiva de las cárceles de mujeres, más o menos avejentada,
pudiera sobrevivir hasta la llegada de la Transición y la democracia puede parecer
ciertamente increíble. No de otra manera, sin embargo, puede explicarse que una
orden seglar creada en plena guerra, las Cruzadas Evangélicas, fundada en 1937
por el padre Doroteo Hernández,
“(...) una institución de señoritas especializada en la evangelización, reeducación y
protección de las ex reclusas”.
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Capítulo XII Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
Tal parecía que los esfuerzos que había hecho el régimen por “modernizar” el
aparato penitenciario en su voluntad de presentar una imagen más o menos acep-
table u homologable ante el mundo occidental apenas habían afectado a los esta-
blecimientos femeninos. Porque, a nivel discursivo general, y por lo que se refiere al
sistema penitenciario franquista en su conjunto, los cambios de terminología habían
comenzado a resultar patentes en los años sesenta, en consonancia con el “empu-
je modernizador” de la década, susceptible de numerosas matizaciones. La apertu-
ra del Gabinete Psicológico de la Prisión Provincial de Carabanchel -hombres- en
1965 y de la Central de Observación Penitenciaria en el otoño de 1967, en la misma
sede, constituyeron dos de sus principales hitos. Consagrada al objetivo científico de
mejorar la diagnosis y por tanto el “tratamiento” individualizado del delincuente, la
Central de Observación fue presentada como la “la herramienta necesaria para los
fines de reforma y readaptación asociados a la privación de libertad”. Como máxi-
ma autoridad teórico-técnica, su función consistió en la coordinación y asesora-
miento de los diferentes gabinetes y equipos de observación que se irían abriendo
en cada centro penitenciario, tras la correspondiente reforma del nuevo reglamento
de 1956. No por casualidad este reglamento, que vino a sustituir al de 1948, había
trocado el término fetiche de “redención” por “reforma”, por razones “más diplomá-
ticas que filosóficas”, en palabras de Roldán Barbero, dada la voluntad del régimen
de cumplir con las Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos aprobadas
en Ginebra por el Consejo Económico y Social de la ONU en el año anterior, el mismo
del ingreso español en la organización internacional.
Sin embargo, esta “irrupción de la ciencia” en lo penitenciario no fue realmen-
te ni tan moderna ni novedosa, debido entre otras razones a su excesiva insistencia
en las tradicionales explicaciones etiológicas del delito, muy relacionadas con las
presuntas alteraciones psicobiológicas de los sujetos que recordaban peligrosa-
mente al positivismo penal de épocas anteriores. Pero lo más llamativo era que los
sujetos “observados” y “clasificados” por la Central de Observación Penitenciaria
eran exclusivamente varones, y que el barniz más o menos denso o eficaz de la tec-
nificación apenas afectó a los establecimientos femeninos, donde la acción de los
agentes religiosos continuaba pesando con fuerza.
Que el “Equipo de Observación” de la cárcel de la Trinitat en Barcelona estu-
viera compuesto en 1973 por el director del centro, el médico y la cruzada mayor
-como jefa de servicios- y la cruzada maestra habla a las claras del alcance real de
estas técnicas innovadoras. Lo cierto es que en los establecimientos femeninos no
llegaron a entrar “los profesionales ni los científicos expertos en evaluar la con-
ducta y aplicar el tratamiento”, según ha destacado la socióloga Elisabet Almeda. El
verdadero “tratamiento” seguía siendo más disciplinario que científico.
Inés Palou dejó escritas sus memorias de presa común en diferentes estable-
cimientos de la geografía española, a finales de los sesenta y principios de los se-
tenta. En la “prisión de mujeres de A.” una cárcel sin identificar de las numerosas
por las que pasó, había en 1968...
*“(...) misa diaria, rosario diario, rezo diario antes de cada comida, al terminar a todas
horas. El Reglamento no obliga a asistir, pero las monjas lo tienen todo organizado
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
de tal modo que, o se va, o hay que padecer las consecuencias de alguna privación
molesta (...)”
Las “piculinas” de las que nos hablaban las memorias carcelarias de décadas
pasadas seguían siendo huéspedes inevitables, enfermas muchas de ellas de sífilis.
La mayoría eran aisladas en pabellón aparte, pero aquellas que habían sido impli-
cadas en otros delitos, como la prostitución a partir de 1956, podían ser destina-
das alos departamentos generales. Inés Palou recordaba a las que había conocido
en su breve estancia en el departamento femenino de Carabanchel a principios
de 1971, donde por entonces recalaban tanto reclusas de paso hacia su destino
de cumplimiento en el penal de Alcalá como las detenidas “piculinas” de Madrid.
Eran, escribió, “el pan nuestro de cada día”. Llegaban al atardecer procedentes
de la Costa Fleming o de la calle de la Ballesta, donde eran detenidas en redadas
callejeras:
“Les aplican la Ley de Peligrosidad Social, poderosa arma que esgrime la Justicia
para tenerlas siempre pendientes de esa espada de Damocles que pende sobre sus
cabezas. La Ley de Peligrosidad Social es suave la primera vez y va agravándose
a medida que la mala suerte provoca detenciones continuadas. Porque la “piculi-
na”, la prostituta, sale a la calle “a trabajar”, como dice ella, diariamente. Corre el
riesgo de continuo. Es natural que, en tales condiciones, se encuentre en prisión
periódicamente”.
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Capítulo XIIL Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
En correspondencia con esta visión crítica del relato del progreso penitencia-
rio en España, la Ley Orgánica de 1979, como última de sus grandes balizas históri-
cas del siglo XX, no podía escapar a esta misma crítica de género o feminista. Según
este enfoque, autoras como Concepción Yagúe han comenzado señalando la escasa
atención a la realidad diferenciada del encarcelamiento femenino en el texto le-
gal, ejemplificada por su mención en tan solo seis artículos. Pero la realidad actual
sigue arrastrando inercias históricas, pese a las grandes novedades producidas a
escala social. El siglo XX acabó con una nueva cifra récord de mujeres en prisión,
en el marco general del aumento continuado de la población carcelaria durante las
dos últimas décadas del mismo. Las aproximadamente quinientas reclusas regis-
tradas en 1980 -de entre menos de quince mil internos- se convirtieron, para fi-
nales de siglo, en cerca de 4.000, un 9% del total de la población reclusa, uno de los
índices más altos de Europa. El gran salto hacia delante se produjo para el periodo
1985-1994, con el aumento de los llamados delitos contra la salud pública, asocia-
do al tráfico y consumo de drogas, de mayor proporción en la población femenina
que en la masculina. Hacia 1997, las reclusas procesadas por delitos de esta clase
-dejando a un lado otros relacionados indirectamente con el consumo de droga-
representaban el 47.2 % del total, frente a un 24 % en el caso de los reclusos.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
como 1991. Otro tanto de lo mismo podría decirse del especial descuido del “tra-
tamiento individualizado” de las reclusas, con una ratio de un solo psicólogo por
cada 214 presas en esta última cárcel. La socióloga Elisabet Almeda, autora del
primer y único estudio de investigación de base empírica -entrevistas- sobre es-
tablecimientos femeninos realizado prácticamente hasta la fecha, ha destacado
asimismo un dato importante:
“En la práctica, las entidades religiosas siguen manteniendo su hegemonía y su in-
fluencia en al ámbito asistencial de las cárceles, y constituyen, en definitiva, uno de
los pilares principales, o incluso el fundamental, de la política asistencial de las cár-
celes españolas”.
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Capítulo XII Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
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GUEREÑA, Jean-Louis, La prostitución en la España contemporánea, Madrid, 2003.
351
Historia del delito y del castiga en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
352
Capítulo XII. Cárceles de mujeres en la España contemporánea: Un enfoque histórico-social (Fernando Hernández Holgado)
353
Capítulo XIV
El duelo en 1900: Un “delito especial”
Miguel Martorell Linares
Universidad Nacional de Educación a Distancia
I INTRODUCCIÓN
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
así como la actitud ante los desafíos de la sociedad civil, el ejército y la Iglesia. Este
triple enfoque permite comprobar la compleja respuesta de las sociedades finise-
culares ante una práctica que, al estipular cómo debía resolverse por las armas un
conflicto entre dos individuos a margen del Estado, hurtaba a éste el monopolio de
la violencia. Los desafíos ocupaban un terreno impreciso, contradictorio, en la inter-
sección entre los distintos repertorios legislativos que combatían el delito: la legis-
lación civil -el Código Penal- perseguía los duelos, aunque con un grado relativo de
ambigiedad pues al tiempo cohonestaba el código del honor; el Código de Justicia
Militar los alentaba, y el derecho canónico los condenaba tajantemente. Por último,
el epílogo aborda el final de los lances de honor en el mundo occidental.
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Capitulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
comunidad de honorables caballeros que a finales del siglo XIX y las primeras dé-
cadas del XX se extendía por un vasto territorio que abarcaba desde la Rusia impe-
rial hasta las repúblicas americanas. No era una agrupación formal, instituciona-
lizada; no tenía órganos directivos ni sus adeptos requerían carnet de socio. Pero
quienes se consideraban parte de ella compartían un rasgo común: otorgaban al
sentido del honor un lugar predominante en sus vidas?,
El recurso al código del honor era privativo de las élites. Solo unos pocos ele-
gidos podían aplicar sus normas. Ser considerado digno de combatir en un duelo
era una señal de preeminencia social. De hecho, un caballero solo podía dirimir
un pleito sobre honor con otro caballero: nunca con alguien a quien creyera de
inferior condición social. Aunque no siempre resultaba fácil decidir quién tenía
derecho a batirse en duelo. En 1900 el marqués de Cabriñana, experto español
en el tema, escribió que integraban la comunidad de duelistas aquellos varones
que por “su nacimiento, cultura o posición social” están “más obligados a mante-
ner su propio honor y su decoro y se llaman caballeros”. Una definición vaga, im-
precisa que englobaba a aristócratas, propietarios, profesionales liberales, clases
medias... Cándido Nocedal subrayó la diferencia aludiendo al vestuario: el código
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
del honor era propio de quienes vestían levita, pero no de los obreros o empleados
que usaban “blusa y chaqueta”. Los alemanes acuñaron una palabra que definía a
los facultados socialmente para responder a una ofensa conforme a las leyes del
honor: satisfaktionsftihig. Pero la barrera social para ser considerado capaz de ba-
tirse en duelo tampoco era igual en todos los países!.
El caballero duelista, además, debía cumplir otros requisitos. Solo pueden
batirse en duelo “quienes tienen exacto conocimiento de los usos, costumbres y
leyes del honor y las practican constante e invariablemente”, advirtió el marqués
de Cabriñana. La defensa del honor conforme al código era, por tanto, patrimonio
de iniciados; no bastaba con tener una holgada posición social, rentas o fortuna:
quien quisiera pertenecer a esta comunidad debía conocer sus normas. Por eso
su observancia era generalmente urbana, más propia del ambiente refinado de las
ciudades que del mundo rural: “en los pueblos pequeños, donde la gente se pega
de palos y bofetadas, la frialdad, la corrección y la gravedad de los duelos produce
asombro y terror”, ironizó el novelista español Palacio Valdés en su novela El cuar-
to poder.
Los caballeros también debían hacer gala de una cierta probidad moral: no
podía defender su honor mediante el código quien hubiera perdido su dignidad
“por razón de la conducta”. “Sé hace mucho tiempo que no ofende el que quiere,
sino el que puede”, diría en 1896 José Sánchez Guerra, político español y consu-
mado duelista, en el Congreso de los Diputados. Quien no tenía honor no podía
ofender a una persona honrada, y Cabriñana enumeraba una larga lista de actos
indignos, que incapacitaban a un varón para batirse en duelo y que abarcaba el
proxenetismo, las condenas judiciales por motivos deshonrosos, la traición a la pa-
tria, el asesinato o el perjurio”.
El honor era una cualidad innata y a la vez un bien frágil que podía perder-
se al obrar contra lo que dictara la conciencia, o al cometer indignos como queda
apuntado que señaló Cabriñana. Pero el honor también tenía una faceta pública,
ligada al modo en que los otros respetaban la dignidad propia. No bastaba que el
caballero se considerase digno, que guiara su conducta conforme a valores o virtu-
des honorables y construyera su imagen en torno a ellos: dicha imagen debía ser
aceptada por los demás porque el honor era el valor que tenía un hombre para sí
mismo, pero también para la sociedad.
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Capítulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
Libros como el Essai sur le duel, de Chatauvillard, o Lances entre caballeros, pu-
blicado en España en 1900 por el marqués de Cabriñana, estipulaban cómo debían
tramitar dos caballeros el pleito surgido cuando uno se sentía ofendido por otro.
En términos de honor podía considerarse como una ofensa, consignó Cabriñana,
“toda acción u omisión que denote descortesía, burla o menosprecio hacia una
persona o colectividad honrada": el ofendido podía ser un individuo, pero tam-
bién un sujeto colectivo, una institución como, por ejemplo, el ejército. Las ofensas
podían ser leves, graves o incluso gravísimas si mediaban “vías de hecho”, una ex-
presión eufemística que aludía a “todo contacto material de un cuerpo contra un
individuo, ejecutado con la intención de ofender”.
Si un simple roce podía ser percibido como una ofensa, “una bofetada, un bas-
tonazo, el lanzamiento de una botella o un guante, el agarrar a un caballero por
las solapas”, proseguía Cabriñana, eran “ofensas gravísimas”, acciones que inevita-
blemente habían de desembocar en un duelo. Pero no era necesario que hubiera
contacto físico. La ofensa podía provenir de actos explícitos como una opinión, una
palabra, un golpe; pero también de un gesto de desprecio, de una omisión delibe-
rada como negar el saludo o dar la espalda a alguien en público. El honor públi-
camente ofendido requería un desagravio público, pues quien no reaccionaba de
forma patente ante una ofensa asumía que ésta era cierta: quien no respondía a
una acusación infamante reconocía la verdad de la infamia; quien no replicaba a
un gesto de menosprecio aceptaba ante los demás que valía menos.
La resolución del conflicto o el desarrollo del duelo siempre seguían un ritual
pautado, precisado con todo detalle en los manuales que compilaban el código del
honor. Una vez reconocida la ofensa, ofensor y ofendido se ponían a disposición el
uno del otro intercambiando sus tarjetas de visita: ya no se volverían a ver hasta
el día del duelo, salvo que la querella se solventara antes con un acuerdo. El código
del honor prescribía que el ofendido designase dos padrinos que defendieran sus
intereses y visitaran al ofensor para pedir explicaciones sobre la presunta ofen-
sa antes de que transcurrieran veinticuatro horas. A su vez, éste debía nombrar
otros dos padrinos que abogaran por su causa. Los cuatro padrinos estudiaban la
naturaleza de la ofensa y cómo solucionar el conflicto. No todo el mundo estaba ca-
pacitado para ejercer eficazmente como padrino. Tal y como aconsejaba en 1890
Eusebio Yñiguez, un experto en duelos, debían ser gentes de honor que gozaran
“de buen nombre en sociedad" y de fina habilidad negociadora”. La experiencia, la
templanza o la autoridad eran virtudes siempre aconsejables en quienes ejercie-
ran esta labor. Los padrinos, escribió el marqués de Cabriñana,
“han de tener al mismo tiempo firmeza de carácter para no dejar, por su debilidad,
en mal lugar a sus representados. Deben estar dotados de una educación y correc-
ción exquisitas para no agriar las discusiones por sus intemperancias o malas formas
de expresión. Su respetabilidad ha de ser indiscutible, y deben tener también cono-
cimiento y experiencia de las reglas del duelo, costumbre de las armas, sangre fría y
las condiciones físicas que tan ventajosas son para imponerse en un momento dado”.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
El acta precisaba también el lugar donde ocurriría el lance y a qué hora; las ar-
mas con las que se celebraría; quién sería el juez de campo, quién aportaría las es-
padas o las pistolas y si cada uno podía elegir arma o debían sortearse; el número
de asaltos y el tamaño del campo de lucha, en caso de que fuera un lance con arma
blanca, o cuántos disparos se cruzarían si se trataba de un duelo a pistola; en este
último caso, el acta especificaba también la distancia que habría de separar a los dos
tiradores y cómo se decidiría qué puesto ocuparían sobre el terreno, cuántos dispa-
ros harían, el tiempo concedido para hacer fuego, quién habría de cargar y montar
las armas y cuándo, qué posición de guardia adoptarían los duelistas antes disparar,
cómo garantizar que ambas pistolas tuvieran las mismas condiciones de fuerza y
dirección... Incluso figuraba en el acta el tipo de vestuario que debían llevar los con-
tendientes y cómo habría de ser de preciso el registro de su ropa para evitar que nin-
gún objeto extraño se interpusiera entre el cuerpo y la bala o frenase una estocada.
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Capítulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial" (Miguel Martorell Linares)
comenzar el siglo XX, la Iglesia española aún propugnaba una imagen femenina
ideal anclada en La Perfecta Casada, de Fray Luis de León: mujeres dependientes
del varón, piadosas, caritativas, abnegadas y virtuosas, ajenas a la vanidad y retira-
das del ámbito público*”,
Esta dualidad estuvo siempre presente en el ámbito del honor. Incluso en las
definiciones que el diccionario de la Real Academia Española asignaba al honor
masculino y al femenino. De las varias acepciones que muestra la palabra en la edi-
ción de 1843, la primera define el honor como “acción, demostración exterior por
la cual se da a conocer la veneración, el respeto y estimación que alguno tiene por
su dignidad”. Es la antítesis de la tercera, que entiende el honor como la “honesti-
dad y recato en las mujeres, y la buena opinión que se granjean con estas virtudes”.
De lo anterior resulta que el hombre hace valer su honor mediante la acción y la
mujer por su pasividad y recato. El honor masculino es positivo: requiere que el
hombre defienda su valía ante los demás; el honor femenino es negativo porque
no exige realizar hazañas, sino simplemente evitar toda afrenta a la reputación.
El honor del varón era activo y el de la mujer pasivo, y por tanto el varón debía
proteger el honor de la mujer. Es el padre, apunta el libro de Cabriñana, quien ha de
tomar “la defensa de la hija insultada u ofendida, el hijo la de la madre; el hermano
la de la hermana, el marido la de la esposa, y en general el caballero la de la dama
que acompaña”. Solo al hombre cabía imponer el respeto a “la parte más inviolable y
sagrada de las familias”, suscribía un periódico francés en 1845. Una mujer de buena
familia no podía defender activamente su propio honor; todo lo más, debía aspirar a
mantenerlo incólume con un comportamiento prudente, decente y decoroso!!.
Por otra parte, la cultura del honor prescribía que los conflictos sobre el honor
femenino jamás debían resolverse en los tribunales. Acudir a la justicia en estos
casos era deshonroso, pues el varón que actuaba así eludía el deber de defender
por su mano a las personas sometidas a su amparo. Además, la denuncia pública
difundiría a los cuatro vientos un tipo de ofensa que era obligado esconder, ocul-
tar, mantener en secreto. “Prefiero una y mil veces acabar mi vida en un desierto,
en la celda de un convento o en la cárcel, a sufrir la vergúenza y el martirio de de-
clarar ante los escribientes de un juzgado cómo sufrí la deshonra de mi esposa o
de mis hijas”, escribió el marqués de Cabriñana en 1908”.
La afrenta al honor de una mujer era una ofensa directa, personal, al varón
que velaba por ella. La peor de las posibles porque acaecía en el terreno privado,
en el espacio más íntimo, en el hogar que el hombre debía cuidar como cabeza
de familia y preservar incólume para sostener su buen nombre. Además, ponía en
entredicho su masculinidad: “La infidelidad de la mujer es casi siempre el resulta-
do de la incapacidad del marido”, escribió el escritor francés Remy de Gourmont
en 1908, recogiendo una opinión por entonces muy extendida. Por eso los duelos
concertados tras el conflicto en torno a una mujer solían ser los más graves; máxi-
me si aquella estaba a cargo de uno de los contendientes. Las ofensas que tocan “el
sagrario donde principalmente se guarda el honor femenino, comportan la supre-
sión necesaria de uno de los dos hombres”, escribió en 1886 el historiador liberal
portugués, Joaquim Pedro de Oliveira Martins'?,
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
rechazo social que generaba obrar al margen de sus preceptos, vivían en un per-
manente estado de tensión: su hombría estaba continuamente sometida a prueba,
pues debía ser reconocida en todo momento por los demás varones. Un caballero
debía impedir que nadie le intimidara, le menospreciara, le humillara, le pusiera
en cuestión en público. Por eso abundaban los lances con periodistas: todo aquel
que estimara herido su prestigio por un artículo podía enviar sus padrinos al re-
dactor. La ansiedad era parte esencial de la cultura del honor. “Siempre nervioso”,
describió Cabriñana a uno de los mejores tiradores de sable de Madrid, antes de
narrar cómo acudió al campo del honor por un simple roce de codos con otro ca-
ballero en el palco abarrotado de un teatro”.
La literatura ha vinculado con frecuencia honor y suicidio: el protagonista de
“Un cobarde”, cuento de Guy de Maupassant, se suicida la víspera de un desafío por-
que teme mostrar miedo al día siguiente. El suicidio ofrecía una salida digna y ho-
norable para el caballero que hubiera cometido un acto deshonroso o no hubiera
sabido -o podido- cumplir con su deber: en él encuentran refugio los hombres de
honor que en un rasgo de debilidad han hecho gala de cobardía; los militares de-
rrotados; quienes han malversado, estafado o cometido un delito relacionado con
el dinero o quienes han de airear su vergiienza en los tribunales por cualquier otro
delito... También las mujeres que no han podido mantener limpia su reputación. “El
mundo honra justamente a quien se sustrae con la muerte a la servidumbre, a la ver-
gúenza, al deshonor”, reflexiona un personaje de Estremecimiento, la novela escrita
en 1897 por el italiano Federico de Roberto. Estas reflexiones no solo se encontra-
ban en obras literarias. El jurista Ambrosio Tapia y Gil publicó en 1900 un estudio
sociológico sobre el suicidio. Consideraba éste como un acto cobarde “siempre que
no resulte efectuado por un móvil de honor, pues entonces, si no aparece justificado
alos ojos de Dios, puede serlo en cierto modo a la vista de los hombres”**,
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
La espada reinaba en los lances franceses, aunque poco a poco ganó terreno
la pistola, arma de manejo más sencillo que no requería una compleja formación
previa y cuyo uso creciente demuestra, a juicio de Francois Guillet, la paulatina de-
mocratización del duelo. No obstante, para la mayoría de los duelistas franceses la
espada siguió siendo un arma casi sagrada, que encarnaba las virtudes viriles. Los
varones de la élite social aprendían la esgrima en el colegio y seguían practicando
toda su vida en casinos, círculos y asociaciones de recreo; en gimnasios y cuárte-
les; las redacciones de los periódicos disponían de un espacio para que los maes-
tros de esgrima formaran a los periodistas y en los grandes palacios aristocráticos
y burgueses no faltaba un salón de armas...?.
Al acabar el siglo XIX los duelos en Francia resultaban tan vehementes y en-
tusiastas como inocuos. La mayoría se acordaban a primera sangre: los padrinos
pactaban condiciones benévolas para evitar lesiones graves y el combate se inte-
rrumpía si uno de los contendientes sangraba una solo gota. Con frecuencia los
desafíos eran actos festivos, espectáculos divulgados por la prensa que congre-
gaban numeroso público y acababan en banquetes de reconciliación. Incluso en
los lances con pistola, salvo que mediara una ofensa grave, el pleito fuera sobre
mujeres o estuviera en solfa el honor del ejército, las condiciones negociadas por
los padrinos evitaban el peligro de muerte. De hecho, conforme avanzó el siglo XIX
decayó la mortalidad en los desafíos franceses. Según Robert A. Nye, en la década
de los ochenta se celebraron entre 2.000 y 3.000 duelos y solo hubo cinco muertos
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Capítulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
y veintinueve heridos graves; Francois Guillet eleva la cifra a diez fallecidos. Las
bajas oscilarían entre 1 y el 2 por 100 del total. El último lance mortal en Francia
acaeció en noviembre de 19032,
Los duelos en Alemania eran mucho más peligrosos que en Francia, Italia,
Portugal o España. Los caballeros alemanes y de los territorios germanos del im-
perio austrohúngaro -sobre todo los oficiales del ejército- se inspiraban en las
mismas fuentes que los franceses: el Chatauvillard y otros códigos similares. Pero
su interpretación resultó radicalmente distinta. En la práctica, por ejemplo, los de-
safíos fueron más elitistas: los duelistas alemanes también eran militares, aristó-
cratas y burgueses, pero el listón para ser considerado caballero era más elevado,
de modo que el número de ciudadanos a los que se reconocía socialmente la capa-
cidad para responder a una ofensa mediante un lance rondaba en torno al 5 por
100 de la población. No era raro que un aristócrata o un oficial rehusaran batirse
con un industrial, un funcionario de clase media o un comerciante enriquecido.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
lucharan en igualdad pero, a diferencia de lo que ocurría en Francia, rara vez trataban
de rebajar el riesgo del combate, algo que hubiera sido interpretado como un rasgo de
cobardía y debilidad. El objetivo de los duelos a pistola, ha escrito George L. Mosse, era
anular, cuando no matar al oponente: rebajar deliberadamente el peligro rayaba en el
deshonor. Como el riesgo era mayor, en Alemania hubo menos lances que en otros paí-
ses, pero la mortalidad fue más alta: uno de cada cinco duelos era fatal?"
La tradición duelística española encaja en el modelo latino. Al igual que en
Francia e Italia, predominaban los lances con arma blanca. Quizás en España hu-
biera, incluso, más prevención que en Francia contra la pistola, limitada a los casos
graves en que mediaban “vías de hecho” y ofensas que afectaban a la integridad
personal del caballero y las mujeres a su cargo, o al honor del ejército. Expertos
como Cabriñana o Alejandro Saint-Aubin desaconsejaban el arma de fuego por-
que era más letal. La muerte podía ser la consecuencia no querida de una práctica
que entrañaba riesgos porque el peligro siempre ronda en el manejo de las armas,
pero rara vez era el objetivo que se buscaba: el duelo “no puede alcanzar sanción
moral cuando se parte de modo que, fatalmente, hubiera de resultar la muerte de
alguno, y tal vez de los dos combatientes”, insistía Saint-Aubin?”,
A diferencia de Francia, en España, como en Italia o en Hungría, prevaleció
el sable, un arma más pesada que la espada o el florete, extendida por los ejér-
citos europeos durante el siglo XIX. Por su fuerza y peso el sable era más eficaz
que la espada o el florete para quienes no dominaban el esgrima, pues permitía
emplear el arma como un palo, golpeando de plano o con el filo, un recurso habi-
tual para duelistas inexpertos. Y los duelistas inexpertos abundaban en el país, de
creer al maestro de esgrima Adelardo Sanz: “muchos tiradores de sable creen que
con treinta lecciones y sin calentarse la cabeza pueden echarse por esos mundos
de Dios a lanzar estacazos”. De hecho, las informaciones que aparecían en prensa
daban cuenta de que el “sablazo en la cabeza” fue una de las heridas más habitua-
les en el campo del honor. Al igual que en Italia y en Francia, en España la prensa
gozó de un notable protagonismo en los duelos. Los diarios daban cuenta de los
principales lances acaecidos y los desafíos eran casi un requisito en la carrera de
cualquier periodista que se preciara: la profesión “está expuesta a los lances de
honor y hay que saber manejar la espada y el sable por si llega el caso de batirse”,
anotó en sus memorias el escritor Rafael Cansinos Assens?*,
Carecemos de cifras precisas sobre duelos en España, pero da la impresión de
que en el tránsito del siglo XIX al XX gozaban de excelente salud, como demuestra
el hecho de que en 1904 el Fiscal de Tribunal Supremo quisiera redoblar la lu-
cha contra el duelo. Por otra parte, el marqués de Cabriñana, al publicar en 1900
Lances entre caballeros, alegó la creciente demanda de un código español para
duelistas, pues hasta el momento sólo circulaban traducciones y adaptaciones de
textos franceses. No obstante, lo más probable es que en España se concertaran
muchos menos desafíos que en Francia. Así lo reconocía el periodista Fernanflor,
al afirmar que en comparación con el país vecino eran “poco frecuentes”. Una apro-
ximación impresionista a la prensa española de ámbito nacional da cuenta de unas
150 cuestiones de honor entre 1880 y 1889, aunque esto no significa que todas
acabaran sobre el terreno, pues las referencias son abundantes, pero imprecisas?””.
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Capítulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
Este dato, como cualquier otra, debe tomarse con cautela. Como han observa-
do Robert A. Nye o Francois Guillot resulta imposible saber con exactitud, aproxi-
marse siquiera, al número real de duelos acaecido en cada país. No existen registros
oficiales y toda cifra calculada a partir de la prensa será muy inferior a la realidad.
De entrada, porque aunque algunos duelos tuvieran publicidad, se trataba de una
actividad clandestina y muchos no dejaron huella, sobre todo si afectaban al honor
familiar o a asuntos íntimos. Por otra parte, los diarios mencionaban los lances entre
figuras conocidas, pero no los transcurridos entre ciudadanos del común. Además,
la prensa nacional muestra sobre todo información de las grandes ciudades: los dia-
rios locales y archivos locales podrían multiplicar exponencialmente el número de
referencias. Es difícil saber en realidad si esas 150 menciones pueden multiplicarse
por dos, por seis o por diez. Basándose solo en periódicos y anuarios, Gabriel Tarde
estimó a finales del siglo XIX que entre 1880 y 1889 se habrían producido 60 duelos
al año en Francia. Pero esa cifra está muy lejos de los 200-300 duelos anuales año
que para las mismas fechas calcula Robert A. Nye?*.
Sí sabemos que la mortandad entre españoles fue mínima. En el duelo más
trascendente de las últimas décadas del siglo XIX, el duque de Montpensier mató
de un disparo a Enrique de Borbón, en 1870, y perdió así sus opciones a la coro-
na de España tras el destronamiento de Isabel II. Pero durante la Restauración,
entre 1875 y 1923, apenas hubo lances con muertos. El periodista y escritor José
Ferrer Couto y el marqués de Sofraga fallecieron respectivamente en 1877 y 1878
fuera de España. La siguiente muerte identificada ya es la de Rafael de León, mar-
qués de Pickman, a manos del capitán Paredes en 1904. Y en 1906 el periodista
Benigno Varela mató de un tiro en la espalda durante un duelo a su colega Juan
Pedro Barcelona: nunca estuvo del todo claro si se trató de un error o de un dis-
paro a traición, pero el asunto fue lo suficientemente turbio como para que Varela
diera con sus huesos en la cárcel?.
Tampoco se puede asegurar tajantemente que en la península no hubiera
otros fallecidos de 1870 a 1904, entre las muertes de Montpensier y Rafael de
León. De seguro hubo alguno, encubierto o desapercibido, dado el carácter clan-
destino de los duelos, la condición habitualmente discreta de los provocados por
asuntos de amor y el hecho, no menos importante, de que la Iglesia excomulgara
a los duelistas caídos en el terreno y por ello fuera aconsejable encubrir la muerte
en un desafío. Cabriñana cifra al menos dos duelos con muerte en este periodo,
sin precisar los datos de los lances ni los fallecidos, y la prensa da cuenta de otro,
también sin referencias explícitas. El caso del periodista Augusto Figueroa bien
pudiera ser el de una muerte en un lance después encubierta. Juan Fermín Vílchez,
historiador de la prensa, asegura que habría muerto a resultas de la heridas de un
duelo a sable, en febrero de 1904. Los diarios, no obstante, guardaron silencio al
respecto y aseguraron que había fallecido de una larga enfermedad, Solo El Diario
Universal, el periódico de Figueroa, hizo una velada referencia al hecho?,
Es probable que hubiera algún duelista más caído en el campo del honor, pero
aun así la cifra de muertos seguiría siendo parca. Lo habitual en España es que
las condiciones pactadas fueran livianas y la mayoría de los duelos breves escara-
muzas que no entrañaban mayor peligro y acababan “con el fraternal abrazo que
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
El código del honor era “más sagrado que las leyes gubernamentales”, escribi-
ría Chatauvillard. En la práctica, se emplazaba sobre la ley, pues la ley prohibía los
duelos en casi todos los países, aunque a finales del siglo XIX solo unos pocos ha-
bían logrado impedir que proliferaran los lances. Como observó un jurista portu-
gués en 1925 en todo el orbe el duelo era una institución “ilícita, ilegal o extra-jurí-
dica”, pero con un fuerte arraigo social entre las élites??,
En España, el Código Penal de 1870 perseguía expresamente a los duelistas.
El artículo 439 ordenaba a la autoridad que tuviera noticia de que se estuviera
concertando un duelo la detención del provocador y del retado, si hubiera acepta-
do el desafío, y no los liberara hasta que dieran su palabra de honor de que desis-
tirían del lance. El artículo 440 condenaba con pena de prisión mayor al duelista
que matara en duelo a su adversario, prisión correccional si le provocaba lesiones,
y de arresto mayor si se celebraba el lance aunque no hubiera heridos.
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Capítulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
El artículo 446 -y de nuevo aquí el Código Penal cohonestaba el código del ho-
nor- castigaba a quienes celebraran un duelo sin asistencia de padrinos a prisión
correccional, en el caso de que hubiera muerte o lesiones. Por último, el artículo
447 prescribía la inhabilitación de quien provocara un duelo proponiéndose un
interés pecuniario, algo que también impedía el código del honor al prohibir que
se concertaran duelos entre acreedores y deudores, así como del combatiente que
cometiera “la alevosía de faltar a las condiciones concertadas por los padrinos”.
Este último artículo expresaba a las claras el espíritu dual del Código Penal que, de
una parte, perseguía los duelos y, de otra, respaldaba el código del honor otorgan-
do a los padrinos un rango legal y elevándolos a la condición de máxima autoridad
si el duelo al fin acababa concertándose: aunque los duelos estuvieran prohibidos,
si llegara el caso de que el lance de honor se celebrara, la presencia de los padrinos
era ineludible y su dictamen preceptivo y de obligatorio cumplimiento para los
duelistas.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
judicial- ante los lances de honor. Sánchez Guerra era ministro de la Gobernación
del gobierno Maura y, por tanto, jefe máximo de la policía y último responsable en
la persecución de los duelos. En diciembre de 1904, ante una ofensa de Rodrigo
Soriano en el Congreso que podía aludir a su filiación y sus orígenes -Sánchez
Guerra era diputado por Cabra y Soriano le llamó públicamente “hijo de Cabra”- el
ministro dimitió del gobierno para batirse en duelo con el diputado?*.
Esta resistencia a permitir la intromisión del Estado en asuntos que pertene-
cían a la esfera privada, a situar por encima de cualquier ley la primacía del indi-
viduo, muestra —a juicio de la historiadora alemana Ute Frevert- la naturaleza in-
trínsecamente liberal y burguesa del duelo en el siglo XIX, aún cuando sus raíces
se hundieran en los siglos precedentes. El Estado, consideraba el hombre de honor,
jamás debía regir en el ámbito de la conciencia. Como escribió en 1904 el periodista
José Nogales, “la fuerza, como expresión suprema de la justicia individual, no es ad-
misible en una sociedad que va entregando al Estado toda iniciativa y toda voluntad;
más aunque inadmisible, está admitida, y en materia de honor es inexcusable”**,
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Capítulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
valores nobiliarios de un hombre de honor debían ser iguales entre sí, fuera cual
fuera su cuna?*,
De este modo, observó hace años el historiador José María Jover, mediado el
siglo XIX, al igual que ocurría en otros ejércitos europeos, los oficiales españoles
adquirieron una “fisonomía aristocratizante”: de aquí en adelante y por mucho
tiempo todo oficial, por el mero hecho de serlo, podría defender su condición de
caballero. “En ninguna parte como en el ejército resplandecen la nobleza y el ho-
nor. La caballerosidad del militar, su alteza de miras y las sublimes virtudes que
le adornan, le conducen a rendir culto exagerado a las leyes de la dignidad”, escri-
bió en 1899 el español Enrique Ruiz Fornells en un manual para la formación de
oficiales””.
Así pues, todo oficial era un caballero... salvo que se demostrara lo contrario:
la universalización de la condición honorable exigió un sistema de vigilancia que
mantuviera limpio el prestigio colectivo: la mera existencia de un oficial cobarde,
desleal o débil mancharía la reputación de todos. De ahí que los oficiales reivindi-
caran durante décadas la recuperación de los tribunales de honor, que reaparecie-
ron en un decreto del 3 de enero de 1867. Disponía el texto que dichos tribunales
intervinieran cuando un oficial cometiese un acto deshonroso, “en virtud del cual
se deje en duda su valor, o imprima una mancha en su propia reputación o en el
buen nombre del cuerpo a que pertenezca”, independientemente de que actuara
-o no- la justicia ordinaria?*,
El artículo 720 del Código de Justicia Militar de 1890, ratificó su existencia:
“Si algún Oficial cometiere un acto de carácter deshonroso para sí o para el cuerpo
en que sirva, podrá ser sometido a tribunal de honor, aunque hubiere sido juzgado
por otro procedimiento”.
El mismo Código dispuso que cualquier oficial podía acusar a otro e iniciar
los trámites para convocar un tribunal de honor: al fin y al cabo, la honorabilidad
de todos los oficiales era idéntica. La actuación del tribunal debía ser expeditiva:
si cuatro quintas partes de los oficiales del cuerpo al que perteneciera el sospe-
choso decidían su culpabilidad, sería expulsado del ejército. Por otra parte, nadie
podía apelar su fallo: ni la justicia civil, ni la militar, ni autoridad ninguna fuera
cual fuera su condición o rango. El 25 de enero de 1898 el Tribunal Contencioso
Administrativo dispuso que ni siquiera el Ministro de la Guerra pudiera revocar
sus sentencias, aun cuando fueran manifiestamente injustas o respondieran a
motivos ajenos al honor, como la animadversión entre oficiales. De este modo, los
tribunales de honor se convirtieron en una institución emplazada por encima de
cualquier otra autoridad militar y “de todos los Tribunales de Justicia, en los que
ni siempre se hace ésta, ni entienden cual lo entendemos nosotros, los militares,
las cuestiones de honor”, observó en 1903 La Correspondencia Militar en una re-
flexión cargada de desprecio hacia la justicia civil que evidenciaba la creciente au-
tonomía del ejército y la distancia entre el poder civil y el poder militar”.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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Capítulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
Pero la condena de los párrocos apenas hacía mella en los caballeros católi-
cos, que seguían batiéndose. Como observó con sorna un periodista, en un país
católico como España “la Iglesia condenará el desafío y católicos serán los desa-
fiados, católicos los padrinos y católicos quienes cohonesten y atenúen el delito”**,
La sociedad liberal asignó distintos roles y atribuciones a mujeres y a hom-
bres, y la religión cayó esencialmente del lado femenino. Tras la revolución libe-
ral sobrevino un proceso de feminización de la religión que marcó una diferen-
cia creciente entre los comportamientos religiosos de ambos sexos. Sin dejar de
ser creyentes, los varones se liberaron poco a poco de la tutela de la Iglesia y la
estricta observancia de la doctrina católica quedó relegada a las mujeres. Si el
universo femenino estaba dominado por valores religiosos como la piedad y el
perdón, encarnados en la figura de la Virgen María, el imaginario masculino exi-
gía la defensa del libre arbitrio frente a los dictados de la religión. El hombre del
siglo XIX, observó en 1895 Concepción Arenal, creía “que la religión era cosa de
mujeres”. De un varón se esperaba que antepusiera su virilidad a la fe. Rehuir un
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
duelo por motivos religiosos era un gesto femenino, un acto de cobardía. Y quie-
nes así obraban siempre podían encontrarse con el rechazo, o el vacío, de otros
varones. Iban a contracorriente y debían afrontar las consecuencias que esto im-
plicaba, como pudo comprobar un oficial del ejército que siguiendo el mandato
eclesiástico rechazó batirse tras ser ofendido y fue expulsado de la milicia por
un tribunal de honor**.
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Capitulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
a escasear por estas fechas. Con la Segunda República desaparecieron los duelos,
al tiempo que se esfumaba el mundo al que habían pertenecido los duelistas. De
hecho, la reforma del Código Penal de 1932 suprimió los artículos del 439 al 447,
relativos a los lances de honor. De entrada, porque “en un Estado auténticamente
democrático”, que no reconocía “privilegios por nacimiento, riqueza, ideas políti-
cas ni creencias religiosas”, no tenía sentido preservar el duelo como “como delito
privilegiado *honoris causa". Pero también porque, a estas alturas, los desafíos ya
eran algo anecdótico o, prácticamente, inexistente.
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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
Notas
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Marqués de Cabriñana: Lances entre caballeros, Madrid, 1900, p. 297. Todas las citas de
Cabriñana, salvo que se indique lo contrario, proceden de este libro. Cándido Nocedal, Diario
de Sesiones de las Cortes-Congreso de los Diputados (DSC-CD), 12 de octubre de 1904, núm. 9,
p. 199. Satisfaktionsfahig, en Kevin McAleer: The cult of honor in the Fin-de-Siecle Germany,
Princeton, 1997, p. 34.
Sánchez Guerra, DSC-CD, 10 de julio de 1896, núm. 49, p. 1230.
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la sociedad mediterránea, Barcelona, 1968. Adelardo Sanz: Esgrima del sable y consideraciones
sobre el duelo, Madrid, 1886, 9. Sánchez Guerra, DSC-CD, 22 de noviembre de 1896, núm. 54, p.
1396,
Eusebio Yñiguez: Ofensas y desafíos, Madrid, 1890.
10 Véase Nerea Aresti: Masculinidades en tela de juicio, Madrid, 2010, p. 45.
11 Diario francés, en Francois Guillet: La mort en face. Histoire du duel de la Révolution á nos jours,
Paris, 2008, p. 311.
12 Marqués de Cabriñana, Heraldo de Madrid, 13 de junio de 1908.
13 Gourmont, en Robert A. Nye: Masculinty and males codes of honor in modern France, Berkeley,
1998, p. 182. Mario Matos e Lemos: “"0O duelo em Portugal depois da implantacao da repúbli-
ca”, Revista de Historia das Ideas, vol. 15 (1993), p. 575.
14 Código del honor y masculinidad en la Europa continental durante el siglo XIX, en George L.
Mosse: The image of man: The creation ofmodern masculinity, Oxford, 1996.Julian Pitt-Rivers:
“La enfermedad del honor”, en Marie Gautheron (ed.): El honor. Imagen de sí o don de sí: un
ideal equívoco, Madrid, 1992, pp. 19-35., p. 20.
15 Sandra Gayol: Honor y duelo... p. 108. El Noticiero Sevillano, 11 de octubre de 1904.
16 Unamuno, Juventud, 23 de enero de 1902.
17 John Tosh: Manliness and Masculinities in Nineteenth-Century Britain, Edimburgh, 2005, p. 44
y ss.
18 Federico de Roberto: Estremecimiento, Madrid, 2105, 93. Ambrosio Tapia y Gil: Los suicidios
en España, Madrid, 1900, 218.
19 Marqués de Cabriñana, Heraldo de Madrid, 13 de junio de 1908.
20 Francia, Robert A. Nye: Masculinity..... p. 183 y ss. Legouvé, en Richard Cohen: Blandir la es-
pada. Historia de los gladiadores, mosqueteros, samurai, espadachines y campeones olímpicos,
Barcelona, 2003, p. 211.
21 Francois Guillet, La mort en face..., p. 30.
22 Mortalidad, Robert A. Nye: Masculinity.... pp. 185-200 y Francois Guillet: La mort en face...
118yss.
23 Victor Kiernan: El duelo en la historia de Europa, Madrid, 1992. Kevin McAleer: Dueling...
Ute Frevert: “Condición Burguesa y honor. En torno a la historia del duelo en Inglaterra y
Alemania”, en Josep María Fradera y Jesús Millán (eds.): Las burguesías europeas del siglo XIX.
Sociedad civil, política y cultura, Madrid, 2000, 361-398. Lisa Fetheringill Zwicker: Dueling stu-
dents. Conflict, Masculinity, and Politics in Cerman Universities, 1890-1914, Ann Arbor, 2011.
24 George L. Mosse: The image of man..., p. 20. Uno de cada cinco, en Kevin McAleer: Dueling...,
224,n 43.
25 Heraldo de Madrid, 11 de octubre de 1904.
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Capitulo XIV. El duelo en 1900: Un “delito especial” (Miguel Martorell Linares)
26 Adelardo Sanz: Esgrima del sable..., p. 14. Rafael Cansinos-Asséns: La novela de un literato. 1,
Madrid, Alianza Tres, 1955, pp. 266-267.
27 El dato, en Miguel Martorell Linares: Duelo a muerte en Sevilla. Una historia española del nove-
cientos, Ediciones del Viento, 2016. Fernanflor, La Ilustración Ibérica, 13 de agosto de 1887.
28 Dificultades para determinar el número de duelos en Francia, Robert A. Nye: Masculinity...,
p. 183 y ss, Francois Guillet: La mort en face..., p. 104 y ss. Gabriel Tarde: El duelo, Pamplona,
1999 (ed. or. 1890).
29 Los datos sobre muerte en los duelos proceden de Luis de Armiñán, El duelo en mí tiempo...;
Cabriñana: Lances entre caballeros... La Época, 14 de octubre de 1904. Para el duelo de Varela
y Barcelona, véase, p. ej. El Heraldo de Madrid, 9 de octubre de 1906 y ss.
30 Juan Fermín Vilchez: “Cien años de la muerte de Suárez de Figueroa”, Cuadernos de periodistas,
julio de 2004, pp. 101-106.
31 Kasabal, “La Quinta de Sabater”, ABC, 1 de septiembre de 1903,
32 Chatauvillard, citado en Francois Guillet, La mort en face. Histoire du duel de la Revolution a
nos jours, Flammarion Paris, 2008, 170. Jurista portugués, en Mario Matos e Lemos: “O duelo
em Portugal depois da implantacao da república”, Revista de Historia das Ideas, vol. 15 (1993),
565.
33 Memoria elevada al Gobierno de S. M. en 15 de septiembre de 1904 por el fiscal del Tribunal
Supremo, D. Juan Maluquer y Viladot, Madrid, 1904, pp. 62 y ss.
34 El caso de Sánchez Guerra y un breve estudio sobre los duelos en la España de la época, en
Miguel Martorell Linares, José Sánchez Guerra: un hombre de honor (1859-1935), Madrid,
2011, pp.129ys.
35 Ute Frevert: “Condición Burguesa y honor... José Nogales, El Liberal, 13 de octubre de 1904. El
Liberal, 17 de octubre de 1904.
36 Julio Ponce Alberca y Diego Lagares García: Honor de oficiales: los tribunales de honor en el
ejército de la España contemporánea (siglos XIX-XX), Barcelona, 2000. Juan Cruz Alli Turrillas:
La profesión militar, INAP, 2000.
37 José María Jover Zamora: Política, diplomacia y humanismo popular, Madrid, 1976 p. 287.
Enrique Ruiz Fornells: La educación moral del soldado, Toledo, 1893, p. 195.
38 Real Decreto de 1867, en Gaceta de Madrid, viernes 4 de enero de 1867.
39 La Correspondencia Militar, 17 de octubre de 1903.
40 El Heraldo de Madrid, 20 de diciembre de 1904.
41 Carlo Corsi: De la educación moral del soldado, Madrid, 1882, p. 327. Francois Guillet: La mort
en face..., p. 204.
42 Francisco Echarri: Directorio Moral, Valencia, 1770, p. 122.
43 La pastoral, en La Unión Católica, 31 de agosto de 1887.
44 El sermón, en José Ramos Domingo: Crónica e información en el sermonario español,
Salamanca, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, 2008, p. 317. El libro de inicia-
ción es La entrada en el mundo o Guía práctica del joven cristiano, Madrid, 1883, 90.
45 Catalunya artística, 20 de octubre de 1904. Nerea Aresti: Médicos, donjuanes y mujeres moder-
nas, Bilbao, Universidad del País Vasco, 2001, 35 y ss
46 Expulsión del militar, en El Heraldo de Madrid, 20 de diciembre de 1904.
47 Julio Ponce Alberca y Diego Lagares García: Honor de oficiales..., pp. 67 y ss.
48 Decadencia de los duelos en Francia y en Europa, en Francois Giullet: La mort en face..., 348
y ss. En Argentina, Sandra Gayol: Honor y duelo..., 221 y ss. Uruguay, El País, 25 de marzo de
1984.
377
Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea (Segunda Parte: Estudios de algunos delitos y penas)
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UNED