Rompecabezas
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Pues señor... digo que aquel día o aquella tarde, o pongamos noche, iban por los
llanos de Egipto, en la región que llaman Djebel Ezzrit , tres personas y un
borriquillo. Servía este de cabalgadura a una hermosa joven que llevaba un niño en
brazos; a pie, junto a ella, caminaba un anciano grave, empuñando un palo, que así
le servía para fustigar al rucio como para sostener su paso fatigoso.
Pronto se les conocía que eran fugitivos, que buscaban en aquellas tierras refugio
contra perseguidores de otro país, pues sin detenerse más que lo preciso para reparar
las fuerzas, escogían para sus descansos lugares escondidos, huecos de peñas solitarias,
o bien matorros espesos, más frecuentados de fieras que de hombres.
La suerte les deparó, o por mejor decir, el Eterno Señor, un buen amigo, mercader
opulento, que volvía de Tebas con sinfín de servidores y una cáfila de camellos
cargados de riquezas. Contaron sus penas y trabajos los viajeros al generoso
traficante, y éste les albergó en una de sus mejores tiendas, les regaló con
excelentes manjares, y alentó sus abatidos ánimos con pláticas amenas y relatos de
viajes y aventuras, que el precioso niño escuchaba con gravedad sonriente, como
oyen los grandes a los pequeños, cuando los pequeños se saben la lección.
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