EBOOK4
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MÓDULO IV
Contenidos
En este módulo hacemos una revisión general de los principales elementos que configuran
y que han configurado la comprensión actual de la sexualidad, definiremos conceptos
básicos que necesitamos conocer para comenzar a vislumbrar y respetar la gran
diversidad que caracteriza a la sexualidad humana.
Finalmente, cabe señalar que para la construcción de este módulo nos hemos apoyado en
una variedad de autores, en su mayoría sexólogos e investigadores que ofrecen una
mirada actualizada a estos temas, destacando entre nuestra bibliografía el texto ¿Y tú qué
sabes de “eso”? Manual de Educación Sexual para Jóvenes, escrito por Ana Infante García
y colaboradores (2009).
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1. CONSIDERACIONES Y CONCEPTUALIZACIONES PREVIAS
Que el ser humano sea un ser sexuado significa que desde el mismo momento del
nacimiento, el cuerpo tiene la capacidad de sentir placer. Cada rincón de nuestro cuerpo,
sea la mano, el pelo, los dedos de los pies, las rodillas, el pecho o las costillas nos da
infinitas posibilidades de hacer, sentir, crear, experimentar. La manera en que vivimos
nuestro cuerpo sexuado, es decir, cómo nos expresamos, comunicamos, sentimos, damos
y recibimos placer con palabras y los cinco sentidos, tiene que ver con la forma en que
llevamos nuestra sexualidad. Y la expresión de la sexualidad no viene marcada por nuestro
código genético, sino que tiene mucho de aprendido, por lo que va a ser diferente en cada
persona y cada contexto sociocultural.
Ya hemos dicho que debemos evitar transmitir una visión de la sexualidad reducida al
placer del coito, a las relaciones heterosexuales o a la función de la reproducción, sino
más bien debemos comprender la dimensión sexual humana en su totalidad. La
sexualidad abarca el sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer,
la intimidad, la afectividad, la reproducción y la orientación sexual; se vive y se expresa a
través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas,
prácticas, roles y relaciones interpersonales. La sexualidad está influida por la interacción
de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos,
legales, históricos, religiosos y espirituales. Esta comprensión integradora de la sexualidad
humana adquiere pleno sentido al plantearse conjuntamente con el desarrollo afectivo.
Para entender lo recién expuesto, debemos revisar los elementos que configuran y que
han configurado nuestra sexualidad actual. Entonces, una de nuestras primeras tareas
como personas educadoras en este ámbito es partir de una conceptualización de
sexualidad con la que poder entendernos para poder hacer una revisión crítica de
nuestras actitudes, creencias y vivencias en referencia a la sexualidad.
Como ya hemos dicho, este curso es una invitación a comprender una nueva perspectiva
de la sexualidad. Para esto será importante hacer un repaso de nuestra tradición cultural,
de la estructura de nuestra sociedad y del tipo de educación recibida. Esto nos lleva a
deconstruir para reconstruir y, así, no repetir historias y, entre todos, buscar alternativas
creativas y liberadoras.
Sabemos que desde el mismo momento del nacimiento el cuerpo tiene la capacidad de
sentir placer. Esta capacidad se mantiene durante toda la vida, pero las finalidades y las
expresiones que tendrá nuestra sexualidad variarán según nuestro momento evolutivo o
etapa del ciclo vital y nuestra situación personal.
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Como ya hemos dicho, hablar de sexualidad implica hablar de diversidad y género. Además,
la sexualidad está íntimamente ligada al desarrollo de la personalidad, a las relaciones de
vida en común y a las estructuras sociales. Fernando Barragán (1996) señala que la
sexualidad está asociada a procesos tan importantes para el desarrollo personal, como el
conocimiento de sí misma/o (conocimiento corporal,
Respuesta sexual: consiste en el
conocimiento de la respuesta sexual, identidad de
conjunto de cambios físicos y
género, autoestima, afectividad, etc.), el hormonales que se experimentan
frente al estímulo sexual. Fue un
conocimiento de las demás personas (ciclo de
concepto estudiado por Masters y
respuesta sexual, orientaciones sexuales, Johnson, quienes definieron
distintas fases de la respuesta
anticoncepción, etc.) y las relaciones interpersonales sexual humana: deseo sexual,
(vínculos afectivos, amistad, relaciones sexuales, de excitación, meseta, orgasmo y
resolución.
parejas, de poder, etc.) en un marco social
establecido (normas valores sociales y culturales).
Si hacemos una síntesis con todo lo expuesto hasta ahora, vemos que la vivencia y la
expresión de la sexualidad influyen decisivamente en la configuración de la personalidad
(autoconcepto) y en la autoaceptación (autoestima) y, a su vez, lo que somos (seres
sexuados con una forma de ser, con habilidades, necesidades, valores, etc.) influye en la
vivencia y expresión de la sexualidad.
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Por ejemplo:
Es más que un mero instinto biológico y mucho más que conductas. La afectividad,
la comunicación y el placer son sus funciones claves y están presentes en todas las
etapas evolutivas y puede variar a lo largo de la vida de las personas porque, como
proceso, presenta evoluciones y variaciones;
Existe más allá del coito y de la genitalidad, se puede disfrutar con todas las partes
del cuerpo y, de ello se deriva, ni la reproducción ni el orgasmo han de ser –por
obligación- los fines últimos de la sexualidad;
Tiene que ver con el autoconocimiento y el desarrollo personal, y no se basa en
cánones prefijados.
Es una construcción social, variando su significado en relación a las culturas y a los
momentos históricos.
ESTEREOTIPOS
Una opinión ya
No dan cuenta de hecha y que se
la diversidad Se dan en un impone como un
Válidos en ese
humana, rigidizan contexto cliché a las y los
Imágenes lugar y no en otro,
las conductas (por intercultural y miembros de una
preconcebidas de lo Se basan en juicios bajo ciertas
ejemplo, las emanan a partir comunidad, una
que "debe ser" un de valor. condiciones
mujeres son de los imagen
hombre y una mujer. sociohistóricas y
emocionales, los estereotipos convencional que
culturales.
hombres sociales se ha acuñado
racionales) para un grupo de
gente.
Cuando se utiliza un estereotipo para clasificar gente, se identifican algunos de los rasgos
o imágenes, entre todas las posibles, del grupo y se utiliza para representar al grupo en su
totalidad. Y no sólo eso, sino que al clasificar a un grupo, es decir, asignarle un
estereotipo, estamos creando una opinión sobre ese grupo, que puede ser tanto positiva
como negativa.
El hecho de que los estereotipos puedan ser inexactos no nos explica por qué los
estereotipos surgen. En todo caso, como vemos, tienen su origen en una generalización
indebida o demasiado arbitraria de la realidad. Su transmisión se realiza mediante el
“boca a boca” y de generación en generación, precisamente porque simplifican y sirven de
atajo en la comunicación humana, aunque es evidente que tienden a transformar datos
imprecisos en descripciones rígidas.
En cuanto a los estereotipos de género, que es el tema que nos ocupa, los valores que se
les enseña a cada cual como propios de “lo masculino” o “lo femenino” son distintos y
exclusivos, y corresponderían a uno de los polos de los ejes en la masculinidad y feminidad
tradicional. Son bipolares (se atribuyen a las mujeres cualidades o debilidades que se
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excluyen en los varones y viceversa) y complementarios (las tareas que se asignan a
mujeres y varones se completan entre sí). Un ejemplo claro de los estereotipos que se
adhieren a uno u otro sexo en función del conjunto de ideas, creencias, representaciones
y atribuciones sociales se ve reflejado en la siguiente tabla.
Si nos detenemos a examinar los estereotipos de género en nuestra sociedad nos damos
cuenta que a mujeres y hombres se nos atribuyen estereotipos negativos, positivos y
neutros, pero lo cierto es que, en general, los estereotipos socialmente más valorados son
los atribuidos a los hombres que, incluso, cuando son negativos, aparecen como buenos o
necesarios, como en el caso de la competitividad, o sirven para excusar, como en el caso
de la agresividad y la violencia. Nuria Varela lo expone, de una manera muy acertada, en
la siguiente tabla:
Cuando alguien se comporta así: Si es niña se dice que es: Si es niño se dice que es:
Ser conscientes de esta desigual distribución de poder entre géneros nos llama a
cuestionar los mandatos que recibimos desde la sociedad, que nos llevan a construir
identidades, formas de ser y a adoptar roles sobre un orden jerárquico y asimétrico.
Esta organización social se conoce como Patriarcado, esto es, un “sistema u organización
social de dominación de los hombres sobre las mujeres que ha ido adoptando distintas
formas a lo largo de la historia”. Y el rol de género sería, por lo tanto, el papel que se ha
de representar para ser considerada mujer u hombre dentro de una sociedad, es decir,
serían los papeles o conductas que socialmente se espera que cumplamos, cuando nos
interrelacionamos, en función del género. La sociedad castiga con la crítica y
discriminación a aquellas personas que tienen rasgos y cualidades masculinas siendo
mujeres y femeninas siendo hombres.
Por ejemplo, hoy día en nuestro país, se espera que la mujer pueda acceder
primeramente a unos estudios o carrera universitaria, posteriormente cuando la mujer
accede al campo laboral, además de cumplir con las exigencias que éste acarrea (horarios,
cumplimientos de objetivos, metas…) es necesario que sepa conjugar todo ello con la
casa, el hogar y el cuidado de los hijos, además debe preocuparse por las necesidades que
puede presentar el “hombre de la casa”. Esta concepción de la sociedad y de los roles de
género, transfieren a la mujer una posición en la que debe ser una “superwoman” que
debe lidiar de manera exitosa con todas las variable anteriormente citadas. Además de
todo ello, la mujer no debe olvidarse de las necesidades propias que toda persona puede
tener como persona individual, como el cuidado íntimo, personal y espiritual que tenemos
las personas y que debemos desarrollar.
Por todo esto, es importarte reflexionar y ser críticos de todo aquello que recibimos de la
sociedad, y así hacernos conscientes de lo que aprehendemos de ella, para -entonces-
poder evitar las limitaciones que acotan nuestra forma de ser o actuar, por restricciones
sociales que muchas veces tienden a ser realmente arbitrarias. Cada persona debe ser
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quien es, sentirse natural en su actuar, y respetarse en su originalidad. La sociedad no
debe censurar ni acotar a todas aquellas personas que se alejen de los roles propios
asignados a hombres y mujeres. Si queremos comprender y transmitir a nuestros alumnos
la perspectiva de sexualidad que proponemos en este curso, debemos mantener una
posición crítica y reflexiva frente a las representaciones sociales que hemos ido
adquiriendo a lo largo de nuestra vida, las que han sido influenciadas por un determinado
momento social, histórico y cultural. En este sentido, debemos defender el derecho de
cada persona a ser quien es y no a ser quien debe ser según la convención social bajo la
cual crecimos.
Desde el rol tradicional de género masculino, los hombres tienen que ser potentes para
mantener una posición de supremacía y superioridad y ser reconocido socialmente como
un “hombre”. Para desempeñar este rol, se les suponen ciertos atributos inherentes a su
condición, los estereotipos de género: ser activo y fuerte, vigoroso, con autoridad,
racional, protector; y se les exige tener una posición social. Esta posición de potencia y
superioridad implica ocultar las propias debilidades (por ejemplo, la típica frase “los
hombres no lloran”).
Desde el rol tradicional de género femenino, las mujeres tienen que secundarizarse,
mostrar signos que denoten carencia, estar dispuestas a la entrega y a negarse
expectativas, deseos y proyectos propios (salvo la maternidad), ser objeto del deseo
masculino y estar en posición de recibir lo que él tiene para darle, para ser considerada y
considerarse a sí misma una verdadera “mujer”. Para cumplir con este mandato, se les
suponen unos estereotipos de género: pasividad, docilidad, altruismo, necesidad de
protección; debiendo desarrollar la emocionalidad, ya que se espera que -a través del
sentimiento- puedan detectar los deseos y las necesidades de las y los demás, para
cuidarles. Las exigencias impuestas y autoimpuestas pasan por silenciar las propias
fortalezas y sus equivalentes (como por ejemplo, la inteligencia), para que los hombres no
se sientan desvalorizados frente a ellas, silenciando la debilidad masculina, y así los
hombres puedan mostrar su superioridad.
Los efectos del mandato, estereotipos y exigencias, según los cuales las mujeres tienen
valor a través de la pareja, conllevan como prioridad el conservar su pareja y vivir en
función del otro en lugar de para sí misma. Así, pues, trascribiendo el análisis de Sara
Velasco y Fina Sanz, si el hombre quiere mantener signos de potencia, tendrá que
demostrar su capacidad sexual y ser activo en el deseo y llevar la iniciativa. Los hombres
tienen que ser capaces de satisfacer sexualmente a la pareja para confirmar su virilidad y
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la mujer, llegado el caso y si es necesario, tendrá que demostrar placer (pasivo) pero para
reflejar la potencia del otro, para mantener vivo su deseo y poder así perpetuar la
relación.
Si la mujer muestra iniciativa, es que está sexualizada, será porque es una mujer que “se
comparte”. Las mujeres silencian su deseo y se muestran pasivas para alejar, también
ellas, el fantasma de la promiscuidad femenina que le puede restar oportunidades para
elegir pareja y ser deseada. Y la relación sexual coital, como símbolo de posesividad,
entrega y receptividad sexual, estará magnificada, obligándose al hombre a ocultar sus
debilidades, a exigírsele deseo activo y a satisfacer a la pareja aun con el riesgo de
frustrarse en su propio empeño.
Hombres y mujeres vivimos contradicciones entre el modelo que heredamos del pasado y
la construcción de los nuevos modelos. Afortunadamente, se empiezan a dar nuevos tipos
de relaciones en las que mujeres y hombres se relacionan sin perder su singularidad,
realizando sus deseos, desarrollando sus personalidades y sus identidades masculina y
femenina, dentro de un orden donde lo femenino y lo masculino tienen su lugar y su
espacio de encuentro es desde el respeto y hacia el enriquecimiento que supone la
diversidad. Las formas de relacionarse son infinitas, y los modelos positivos (que no tienen
por qué establecerse de forma rígida) deberán estar basados en condiciones que
posibiliten la comunicación y el desarrollo personal sin que hombres y mujeres tengan que
perder su posición de sujetos de su propia sexualidad.
Es a través del lenguaje y las palabras que se transmiten y enseñan los estereotipos de
generación a generación, y uno de los peligros que entrañan los estereotipos es que, a
partir de ellos, se crean los roles de género que, al ser asimétricos, conllevan directamente
a discriminaciones entre mujeres y varones, ya que consisten en sistemas binarios (que
oponen la mujer al hombre, lo femenino a lo masculino), y es también un sistema de
inclusión y exclusión (en lo que a unas nos incluye a otros los excluye y viceversa), como
señalábamos con anterioridad. Esto por ningún motivo da lugar a un plan de igualdad,
sino muy por el contrario, construimos roles de género e identidades sobre un orden de
jerarquías. Se enseña a cada cual a comportarse sobre la base de unos mandatos que
imponen roles con ciertos rangos y jerarquías personales. Esta “masculinidad” o
“feminidad”, con el tiempo, puede llegar a convertirse en un esquema rígido de
comportamiento, una especie de coraza cada vez más inflexible que impide una fluida
comunicación personal y relacional, fuente de conflictos individuales e interpersonales
(por ejemplo, la violencia de género).
Como ya hemos planteado, la sexualidad es una dimensión humana que debe ser
comprendida en un sentido global y amplio. Desde esta perspectiva podemos tener en
cuenta toda su riqueza y toda su variabilidad más allá de lo que la tradición cultural
impone; más allá de la norma heterosexista y heterosexual, ya que ésta reduce las
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vivencias sexuales y la expresión de los afectos a unas clasificaciones rígidas y poco
ajustables a la realidad, y además, puede influir muy negativamente en la construcción del
autoconcepto, autoestima e identidad de niños y jóvenes.
Dentro de las interrogantes más importantes que toda persona se hace está la que
pregunta: ¿quién soy yo? Sea cual sea la respuesta, siempre hará referencia a la identidad,
a la representación de sí mismo que elabora una persona a lo largo de su existencia y a
través de la cual se reconoce y es reconocida por los demás como un ser individual.
Por otra parte, sabemos que el sexo (no el que se hace, sino el que se es) de una persona
es el resultado de una suma de elementos (genéticos, biológicos, morfológicos, etc.) que
se van desencadenando de manera gradual. En la evolución de este complejo proceso de
construirse como una mujer o como un hombre puede haber situaciones muy diversas,
más allá de patologías, puede haber “discrepancias” o “coincidencias”.
En los seres humanos hay una fuerte tendencia hacia la concordancia entre la identidad
sexual y el sexo correspondiente, hecho que -como especie- nos parece natural. Si la
identidad que me doy (me siento hombre o mujer) coincide con la “identidad” sexual que
el resto del mundo me asigna, hay una coincidencia y la situación no llega a ser
cuestionada por el sujeto. Sin embargo, cuando la identidad que me doy (me siento
hombre) está en clara discrepancia con la identidad que me asignan (me ven y me
clasifican como mujer); entonces estamos ante una situación que genera gran sufrimiento
y malestar emocional. Y para el sujeto, lo más relevante será sin duda lo que “siente” e
intentará que los demás le “vean” como él se siente; antes del camino inverso: “sentirme”
como los otros me “ven”.
Hoy, desde las Neurociencias se plantea que así como nuestro cuerpo y organismo se
desarrolla en una dirección hacia la mujer o el hombre, el cerebro también adopta una
dirección ya sea femenina o masculina y ésta ocurre de manera independiente al
desarrollo del cuerpo físico. En este sentido, quien se identifique ya con un sexo u otro,
por mucha presión que la cultura imponga para identificarse con el sexo con el que nació,
el cerebro jamás cambiará la dirección que ha tomado.
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Sea cual sea la explicación al por qué existen las personas transexuales, tanto el hombre
transexual como la mujer transexual viven una situación de mucho estigma social y
discriminación. En nuestra sociedad chilena, poco se sabe y se habla del transexualismo, y
desde esta ignorancia se tiende a asociar al travestismo e incluso a la prostitución. El
travestismo puede ser un comportamiento transexual, ya que es la acción social de
expresar -a través de la vestimenta- una identidad propia del sexo opuesto. Sin embargo,
la principal diferencia entre el travestismo y la transexualidad es que -más allá de
presentar una discordancia real interna entre el propio sexo biológico y la identidad
sexual, como ocurre en el transexualismo- en el travestismo hay un deseo de ser
reconocido como una persona del género opuesto con la intención de expresar una
discordancia entre el sexo y el género, y así transgredir los roles tradicionales.
Si bien el término travestismo puede referir a una persona transexual y/o transgénero que
desea expresarse de una manera acorde a la propia identidad sexual y de género, el
travestismo puede también presentarse en personas de diferentes identidades y
orientaciones sexuales, y abarcar distintos comportamientos transgénero, realizados por
motivos que pueden ser desde el entretenimiento hasta el fetichismo.
Cabe destacar, entonces, la variedad de términos que -por ignorancia- creemos que
significan lo mismo. A continuación, definimos brevemente algunos conceptos que se
prestan para mayor confusión:
Hemos visto que el proceso de sexuación es complejo, aborda una serie de elementos en
distintos niveles, entre los que pueden haber concordancias o discrepancias (luego nos
referiremos a una metáfora aclaradora de este proceso), y es por afán de clasificar y
categorizar bajo la norma heterosexista que se ha hablado de patología, pero cierto es
que la identidad sexual se da independientemente del sexo biológico; es un elemento más
que contribuye a la diversidad natural del ser humano. En definitiva, más allá de clasificar
el transexualismo como una “anormalidad” o como una patología mental, creemos en la
tolerancia y el respeto a la diversidad que tanto caracteriza a la sexualidad humana. En
este sentido, proponemos sobreponernos a la tendencia de la sociedad que rechaza y
niega un aspecto importante de su propia diversidad, e invitamos a interpretar dicha
realidad como una circunstancia más que puede vivir y afrontar el ser humano, así como
lo fuera cualquier acontecimiento cotidiano, o como quien nace con una discapacidad
física, o como quien debe enfrentar una dificultad existencial, etc. En otras palabras,
invitamos a abandonar la reacción automática de juzgar a quienes se salen de la norma
impuesta por la tradición cultural, y con esto, a adoptar una posición mucho más amorosa
hacia nuestra especie humana.
Identidad de Género – Rol de género: Se debe tener presente que cuando un sujeto
adopta una cierta identidad de género, al mismo tiempo, está reforzando su identidad de
rol o rol de género: el papel, acción o actitud asumida de acuerdo a factores sociales,
culturales, políticos, económicos, éticos o religiosos. Sabemos que cada género presenta
un modelo que consiste en ciertos comportamientos, pensamientos y actitudes a seguir
para ser considerado socialmente como hombre o como mujer. De esta manera, cuando
nos identificamos con uno u otro género, nos identificamos también con los roles que
corresponden a dicho género. La identidad de rol es, entonces, aquella identidad por cuya
construcción el sujeto termina comportándose masculina o femeninamente,
independientemente de sus características físicas. Hay teorías que señalan que la
identidad de género y de rol son influidas por factores hormonales, sin embargo, el factor
fundamental en su construcción es de tipo cultural.
Identidad Sexual – Orientación Sexual: Son dos conceptos distintos, pero no excluyentes
entre sí. La orientación sexual hace referencia a la atracción sexual y emocional que una
persona siente por otra, de una manera más o menos permanente. Responde a las
preguntas ¿quién me gusta?, ¿de quién me enamoro?, y en función de lo que nos
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contestemos podremos sentirnos homo, hetero o bisexuales; es decir, es la atracción-
deseo-fantasía sexuales que se siente hacia alguien en concreto lo que define la
orientación, independientemente del sexo y de la identidad que tenga.
Cabe señalar que las diversas teorías que explican el origen y desarrollo de estos
conceptos -básicos para la comprensión del proceso de construcción del sujeto como ser
sexuado- se pueden catalogar dentro de un continuo entre la biología y el ambiente. Hasta
la fecha no existe una teoría fehaciente, por esto, más que buscar una hipótesis que
explique las causas u orígenes de la sexuación o identidades de las personas, proponemos
comprender los conceptos claves bajo una perspectiva centrada en las consecuencias, es
decir, considerando que la comprensión de los conceptos supone ciertos juicios y
creencias que se basan en la inclusión o exclusión, en el respeto o la discriminación, en la
visualización o invisibilización, etc. de un particular grupo de personas. En este sentido,
planteamos distinciones y definiciones basándonos en una mirada amorosa e inclusiva
para con el ser humano, dando cabida a la diversidad de biografías y realidades, sin caer
en los juicios que estigmatizan y patologizan, con el fin de prevenir consecuencias
dolorosas para aquellas personas que se escapan de la norma, y con esto, prevenir el daño
que genera la discriminación social.
3.2. Una metáfora que explica la diversidad sexual: “La pared y los ladrillos”.
Silberio Sáez, un reconocido sexólogo español, con la intención de explicar de manera más
visual y didáctica el complejo proceso de sexuación, ha planteado una metáfora bastante
aclaradora, que nos permite reconocer y comprender la gran diversidad que nos
caracteriza como seres humanos y sexuados que somos. Dejamos, a continuación, dicha
propuesta explicativa, extraída del libro “Cuando la terapia sexual fracasa: aportaciones
sexológicas para el éxito” (2005):
Eso que percibimos es el sexo, que sólo puede dar dos posibilidades: hombre o
mujer. En un primer análisis global, todos los individuos, todos, nos distribuiremos
en esas dos únicas categorías. Cuando percibimos otras paredes (sujetos) las
“sexamos”; cuando percibimos nuestra propia pared nos “sexamos”. Utilizando un
símil fotográfico, se trataría de un enfoque “panorámico”.
Pero recordemos que cada pared estaba compuesta por multitud de ladrillos
(niveles de sexuación, que sumados, conforman la totalidad de la sexuación del
sujeto). Esos ladrillos pueden ser de un rosa o azul “puro” (los genitales por
ejemplo: podrán ser más grandes o pequeños, pero son o vulva o pene, no hay
formaciones intermedias entre ambos: “vulne” o “peva”). Este tipo de ladrillos son
lo que los sexólogos llamamos “dimórficos”, es decir, con “dos” formas o
posibilidades; bien diferenciadas y sin estados intermedios.
Lo que nos gustaría explicar cómo se sexúan en rosa o azul alguno de los ladrillos
en cuestión; pero evidentemente no tiene por qué coincidir con la sexuación de
los ladrillos de quien nos lea; sí en su mayoría, pero nunca en su totalidad. E
hilando más fino, de nuevo. Todos tenemos ladrillos transexuados, que son
curiosamente lo que nos hacen el hombre y la mujer diferente que somos
(sexualidad) frente al resto de hombres y mujeres (sexo) con los que coincidimos.
Todos tenemos ladrillos (niveles de sexuación) más propios del otro sexo, que no
por ello cambian o varían nuestra identidad; sino que hacen que su contenido sea
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único, peculiar e irrepetible; pero sin dejar de ser de uno sólo de los dos sexos
posibles.”
(…)
Sin embargo, hay algunas ocasiones en las que la canasta que vale todo el partido,
cae del lado que menos puntos llevaba, con lo que altera totalmente el resultado
que hasta entonces había. Además, ese resultado sólo tiene valor para el propio
sujeto; pero no para los otros que lo perciben. Cuando el propio sujeto percibe su
marcador ve un resultado (me siento hombre); cuando lo ve el resto ven otro
totalmente discordante (perciben a una mujer)”. En este caso, estaríamos frente
una realidad transexual.
Finalmente, Silberio Sáez define claramente cuáles son los primeros ladrillos que
decantan durante el proceso de sexuación, desde el momento de la gestación. En
seguida, los nombramos y explicamos brevemente:
Así, dentro de la amplia gama de la diversidad sexual, podemos contemplar una persona
transgenérica femenina (hombre biológico que se siente mujer) que desea y se siente
atraída permanentemente por hombres. Estaríamos, sin duda, ante una persona
heterosexual. Puede ser un poco confuso, pero los invitamos a hacer las múltiples
combinaciones entre identidad y orientación y así intentar vislumbrar la variedad de
posibilidades que existen dentro de la sexualidad humana. Ahí en cualquiera de esas
categorías estamos todas y todos, eso es diversidad.
Poco sabemos de cómo se construye la orientación sexual, pero -influidos por la tradición
cultural- solemos pensar que las distintas orientaciones sexuales corresponden a
categorías dicotómicas e inmutables. Sin embargo, estudios e investigaciones actuales
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plantean que la orientación sexual no se trata de una etiqueta estable e inamovible, como
lo es la identidad sexual, sino que se desarrolla y evoluciona como un proceso a lo largo de
toda la vida de las personas. Tal y como plantea Efigenio Amezúa, “cada cual se va
sexualizando, es decir, notándose, viviéndose, descubriéndose, sintiéndose sexual,
progresivamente, evolutivamente. No es una obra puntual o estática, sino fruto del rodaje
y del vivir”. Por ello, hemos propuesto hablar de sexualidades, ya que cada persona la vive
según su propia biografía, y del mismo modo, hay que utilizar el plural y hablar de
orientaciones sexuales, para así ocupar un lenguaje que permita expresar –literalmente- la
diversidad sexual que caracteriza al ser humano.
La orientación sexual no es estática ni elegible, sino que es algo dinámico, y para entender
las distintas opciones debemos situar la heterosexualidad y la homosexualidad en los
extremos de un continuo a lo largo del cual, las personas se irán moviendo – o no- (para
un extremo u otro), según su propia biografía.
Fue Kinsey en 1940, quien planteó que los homosexuales y los heterosexuales no eran una
población separada, sino más bien un continuo, en el que todos los seres humanos se
ubican en algún punto. Lo expresaron en una gráfica con siete columnas numeradas de
cero a seis y cruzadas por una diagonal de uno a cinco, dando cuenta de siete grados en
los comportamientos sexuales, cuando tradicionalmente se consideraban sólo tres.
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Heterosexual: sentir atracción, deseo y/o amor por personas del sexo opuesto.
Homosexual (gay o lesbiana): sentir atracción sexual, deseo y/o amor por
personas del mismo sexo.
Bisexual: sentir atracción sexual y/o emocional por otras personas de su mismo
sexo o del sexo opuesto.
Pansexual: sentir atracción sexual y/o emocional por otras personas sin importar
su sexo biológico y su identidad de género, es decir, puede entablar relaciones
románticas y/o sexuales con mujeres, hombres, transexuales, intersexuales
(hermafrodita), etc.
Asexual: la persona puede entablar vínculos afectivos, pero no siente deseo o
atracción sexual por ninguna persona en particular.
3.3.1. Homosexualidad
El deseo sexual por alguien del mismo sexo puede ser vivido como un apetito natural,
como una tendencia comprensible, como un impulso normal y aceptado por la persona. Es
el caso de la homosexualidad egosintónica, en que las fantasías eróticas y conductas de
tipo homosexual no generan culpa ni ansiedad; al contrario, son vividas como
gratificantes, placenteras y gozosas. El sujeto no se cuestiona su condición y no tiene
ninguna intención de modificarla. En general, considera que quienes condenan esta
condición son homofóbicos, heterosexistas y discriminadores. Esto no significa que no
estén conscientes de las consecuencias que acarrea el mostrar su condición homosexual o
hacerla evidente para los demás.
Origen genético:
Origen hormonal:
Juan Luis Álvarez-Gayou, fundador y director general del Instituto Mexicano de Sexología,
en su libro Sexoterapia Integral, rescata algunos estudios que plantean la teoría
hormonal: en homosexuales se han encontrado alteraciones en la excreción urinaria de
metabolitos hormonales; en otros estudios, se observan cambios en la concentración de
lípidos séricos. En cuanto a la hormona luteinizante y el estradiol, hay autores que los han
encontrado con cifras altas en grupos de homosexuales masculinos. Respecto a la
testosterona plasmática, se encontró que no hay diferencia entre heterosexuales y
homosexuales, pero sí un aumento de gonadotropinas circulantes en los homosexuales.
Origen psicosocial:
Freud en su teoría psicoanalítica considera una bisexualidad innata. Nuestra mente crece y
se desarrolla a partir de la relación con el padre y la madre. Esto significa que nos vamos
identificando con alguien del mismo sexo y con alguien del sexo opuesto. Al mismo
tiempo, vamos deseando el contacto cercano con alguien del mismo sexo y con alguien
del sexo contrario. Estas partes femeninas y masculinas configuran una sana bisexualidad
en el desarrollo mental, la cual será abandonada –o no– más tarde, renunciando el sujeto
a la gratificación sexual con el progenitor del mismo sexo; así, en la orientación
heterosexual, el hijo comienza a desear a la madre y la hija, al padre. En el caso de que la
preferencia del deseo se oriente hacia la homosexualidad, el sujeto renunciará a la
gratificación sexual con el progenitor del sexo opuesto y deseará al progenitor del mismo
sexo.
Del mismo modo, en caso de presentarse una situación particular en la que reconocemos
juicios y creencias nocivas en el/la niño/a o adolescente, es decir, que conlleven
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consecuencias negativas hacia su autoconcepto y autoestima (o el de otros),
consideramos una responsabilidad del educador en sexualidad, entregar las orientaciones
adecuadas con el objetivo último de beneficiar su bienestar y desarrollo sano. En otras
palabras, si bien no debemos imponer nuestras propias creencias, sí debemos corregir y
aclarar, para evitar todo prejuicio que pueda propiciar una discriminación.
Enmarcado en toda la construcción del género y del rol en función de los estereotipos
sociales no podemos olvidar hablar del sexismo. Se considera sexismo cualquier
discriminación que se realice en el seno de una comunidad o sociedad en función del sexo,
y una actitud hacia una persona o personas en virtud de su sexo biológico. Para algunas
autoras y autores, el sexismo en nuestra sociedad es ambivalente, ya que incluye tanto
aspectos o evaluaciones positivas como negativas de la mujer. Igual que se ha observado
un racismo sutil en los estudios actuales, se plantea la existencia de un sexismo sutil, un
“sexismo moderno” que se materializaría en la negación de la discriminación que padecen
las mujeres, en el antagonismo hacia las demandas de las mujeres o en la falta de apoyo a
políticas diseñadas para ayudarlas.
- El sexismo benévolo (encubierto), que viene marcado por unas actitudes sexistas hacia
las mujeres en cuanto que las consideran, de forma estereotipada, limitadas a ciertos
roles. Camufladas de un cierto tono afectivo, la persona perceptora puede recibirlas de
forma menos negativa: paternalismo protector (el hombre debe cuidar y proteger a la
mujer); diferenciación de género complementaria (considerar que las mujeres tienen por
naturaleza muchas características positivas que complementan a las que tienen los
hombres -por ejemplo, intuición frente a la razón-), e intimidad heterosexual (considera la
dependencia de los hombres respecto de las mujeres -crianza, satisfacción de necesidades
sexuales, etc.).
El punto de partida que inició la discusión sobre el heterocentrismo fue la obra de Freud
Tres ensayos sobre la teoría sexual, publicada en 1905 en la que puso en cuestión que la
heterosexualidad fuera una cosa «natural». Según Freud no se nacía heterosexual, sino
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que la atracción sexual hacia las personas del sexo opuesto era el resultado de un
aprendizaje iniciado en la infancia.
Desde la perspectiva de género, se asumiría una visión crítica sobre la realidad social,
identificando las posibles diferencias y semejanzas existentes entre hombres y mujeres y
cuestionando, al mismo tiempo, sus valoraciones tradicionales que son las que sustentan
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las relaciones desiguales de poder y la desigual
distribución de conocimientos, propiedades,
ingresos y derechos, etc. Se trataría, por tanto,
de analizar las situaciones teniendo en cuenta el
lugar y significado que las sociedades dan al
hombre y a la mujer en su carácter de seres
masculinos y femeninos. Es importante enfocar, analizar y comprender las características
que definen a mujeres y hombres desde el análisis del sistema patriarcal, así como sus
semejanzas y sus diferencias. Bajo esta perspectiva se analizan las posibilidades vitales de
unas y otros, el sentido de sus vidas, sus expectativas y oportunidades, las complejas y
diversas relaciones sociales que se dan entre ambos géneros y también los conflictos
institucionales y cotidianos que deben encarar, y, cómo no, las múltiples maneras en que
lo hacen.