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El Ayuno Bíblico I

Este documento presenta una reflexión bíblica sobre el ayuno. Explica que el ayuno era una práctica común en el Antiguo Testamento para expresar humildad, arrepentimiento o luto. Sin embargo, con frecuencia se distorsionó y se centró más en el hombre que en Dios. El documento también analiza las enseñanzas de Jesús sobre el ayuno, quien enfatizó la prioridad de los asuntos espirituales sobre los físicos y advirtió contra practicarlo por vanagloria. Finalmente, sugiere que el ay
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El Ayuno Bíblico I

Este documento presenta una reflexión bíblica sobre el ayuno. Explica que el ayuno era una práctica común en el Antiguo Testamento para expresar humildad, arrepentimiento o luto. Sin embargo, con frecuencia se distorsionó y se centró más en el hombre que en Dios. El documento también analiza las enseñanzas de Jesús sobre el ayuno, quien enfatizó la prioridad de los asuntos espirituales sobre los físicos y advirtió contra practicarlo por vanagloria. Finalmente, sugiere que el ay
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REFLEXIÓN BÍBLICA SOBRE EL AYUNO

Pr. Josué Espinoza H.


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EL AYUNO EN LA BIBLIA

El ayuno corresponde a una conducta de alcance global que se ha practicado
desde la antigüedad por motivos culturales o religiosos. Esta práctica no está limitada
al contexto judeo-cristiano, ni a los principios sustentados por las Escrituras. En los
últimos años este ejercicio se ha hecho popular como método de sanidad, cuidado o
promoción de la salud, dentro del ambiente secular. Ya que estudios científicos han
confirmado los beneficios que ciertos tipos de ayuno pueden producir.

En la actualidad el ayuno bíblico es una disciplina espiritual a veces mal
comprendida por algunos cristianos. Aproximaciones místicas o ascéticas provenientes
de costumbres medievales o de ciertas culturas no cristianas, han desvirtuado su
sentido y le han traído mala reputación. El testimonio de las Escrituras establece que el
ayuno es la abstinencia total o parcial de alimentos, agua o algún otro ingrediente
importante de la vida diaria. Esto con el fin de abocarse a una búsqueda intensa de Dios,
con actitud humilde y disposición para someterse a su voluntad. Este ejercicio no
considera algún período definido de tiempo o forma predeterminada. Para nuestro
beneficio, la Biblia presenta distintas variantes útiles que se pueden aplicar al ayuno
cristiano en nuestros días.

El ayuno en el Antiguo Testamento

El ayuno era una práctica común en el Antiguo Testamento que estaba muy
arraigada en la religión y la cultura de aquellos días. El primer acto de ayuno registrado
en la biblia es el de Moisés cuando subió al Sinaí para recibir los diez mandamientos
(Ex. 34:28). Sin embargo, no encontramos ninguna orden divina que exija el ayuno
como deber religioso regular de los creyentes, excepto en el día de la expiación. Para
referirse a esta conducta requerida por Dios una vez al año, la expresión utilizada es
“afligiréis vuestras almas” (Lv. 16:30, 31). Este solemne período de tiempo debía estar
acompañado por reflexión y autoexamen, en espera por la limpieza de los pecados
confesados del pueblo. Esta práctica ayudaba a los israelitas a afirmar su actitud
humilde y confiada en Dios.

En el contexto vetero-testamentario encontramos diversos casos de ayuno


voluntario por razones espirituales. Estas experiencias reflejaban abnegación,
humildad o contrición por el pecado cometido y estaban acompañadas de súplicas
personales o intercesión. Los israelitas piadosos que buscaban santidad o
reconciliación a menudo se humillaban y quebrantaban su orgullo para manifestar ante
Dios su pesar por el pecado. El arrepentimiento sincero del individuo o del pueblo
estaba acompañado frecuentemente por esta práctica (Neh.9:1). Además, el ayuno

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podía significar pesar o tristeza por diversas razones. Por este motivo se utilizaba como
señal de luto por una desgracia y era parte de los ritos fúnebres hebreos (2 S. 1:11,12).

El Antiguo Testamento nos da claros indicios acerca de distorsiones ocurridas


en los motivos y significados del ayuno judío. Ante esto, Dios envió mensajes correctivos
y orientadores. Un ejemplo notorio es la referencia a los ayunos que conmemoraban los
hitos relacionados con la destrucción de Jerusalén. En este caso Dios manifiesta su
deseo de que esta costumbre se conviertan en gozo, alegría y fiesta solemne para los
israelitas (Zac. 8:19). Este anuncio divino corresponde a la transición que Dios quería
realizar para establecer un mejor y más duradero plan para su pueblo, caracterizado
por el gozo y no la tristeza.

Es importante notar que el ayuno bíblico se centra en la deidad y no en la


humanidad. Por la pérdida de este centro espiritual Dios se quejó de su pueblo y
preguntó en tono dramático “Cuando ayunasteis… ¿habéis ayunado para mi? (Zac.7:5).
El egocentrismo de los israelitas había minado inexorablemente el carácter espiritual
de esta práctica, haciéndola un acto del hombre para si mismo. Esta rutina y su
banalización constante habían llevado al pueblo a ofender a Dios.

El libro de Isaías (58:3-12) registra el pasaje más extenso de la Biblia referido al


ayuno. Aquí Dios confronta a su pueblo y expresa su desagrado por la mera
externalización de un ayuno desprovisto de profundidad espiritual. La razón de esta
conducta es denunciada por Dios mismo: “He aquí en el día de vuestro ayuno buscáis
vuestro propio interés…” (Is. 58:3b). La queja divina es debido a la perversión que los
israelitas hicieron del sentido del ayuno y por apartarse del pacto. El llamado divino es
a dejar la hipocresía y redescubrir los propósitos espirituales del ayuno, para así
abandonar el formalismo vacío.

En este capítulo de Isaías, Dios declara que el ayuno sin amor ni obediencia es
un acto sin sentido. El ayuno que el Señor demanda no puede estar centrado en el
hombre y en sus deseos egoístas. Esta práctica debe implicar manifestaciones sinceras
de bondad hacia el prójimo, especialmente a los que sufren. Finalmente, Dios hace
explicita su intención de restaurar al que ayuna de manera sincera y usarlo como
instrumento de restauración para otros (Is. 58:12b). Esta experiencia de entrega a Dios
y servicio al prójimo llenará de gozo el corazón.

Ayuno en el Nuevo Testamento

En la época de Jesús el ayuno era una práctica extendida y ejercida con


regularidad especialmente por los fariseos (Lc. 18:12). Los integrantes de esta secta
sentían orgullo por la forma estricta y abnegada con la que lo practicaban
habitualmente. Sin embargo, al parecer, el modo en que se promovía llegó a ser gravoso

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y desequilibrado para los piadosos de aquel tiempo. Por este motivo Jesús entregó en
el evangelio orientaciones directas y esclarecedoras respecto a las tradiciones. Además,
enfatizó el principio de no poner cargas innecesarias sobre los hombros de los
creyentes (Mt. 23:4).

Fuera del extenso ayuno que realizó antes de iniciar su ministerio público, no
encontramos en los evangelios evidencias de que Jesús lo practicara de forma
voluntaria o regular con sus discípulos. No obstante, en una ocasión, mientras trataba
de enseñar a sus pupilos la importancia de cumplir la misión, rechazó la comida que le
trajeron. El dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y que acabe su obra”
(Jn. 4:34). En otras palabras, Jesús afirmó que comer este alimento satisface el espíritu,
y constituye una prioridad para los que sirven a Dios. Esta pasión por servir y salvar
produce una satisfacción interior que puede hacer olvidar temporalmente la necesidad
física.

Es conocida también la respuesta de Jesús ante la tentación del apetito en el


desierto: El declaró: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra de la boca de
Dios” (Mt. 4:4). En estos ejemplos es posible notar la priorización que Cristo hace de los
asuntos del reino por sobre los temporales. Sin embargo, estas actitudes y palabras de
Jesús son entendidas más como un recurso didáctico, que como una persuasión a
practicar el ayuno. Su objetivo fue impresionar a sus pupilos para valorar lo espiritual,
no una indicación definida para que los discípulos ayunaran regularmente.

Ante la pregunta sobre el ayuno que hicieron los discípulos de Juan, Jesús dejó
en evidencia la connotación que tenía esta práctica en aquellos días. En Lc. 5:33-35
explica que sus discípulos no ayunaban porque no tenían las razones para hacerlo.
Mientras estuviera el Salvador con ellos, era momento de celebrar, pero cuando los
dejara, entonces estarían tristes por la separación y ayunarían. Incluso Jesús en Mt.9:15
utilizó ayuno y luto como términos intercambiables. De esta forma, Cristo hizo
referencia a un uso popular en el ambiente hebreo de su época, pero no promovió esta
comprensión. De hecho, en los siguientes versículos (Mt. 9:16,17) se refirió a la urgente
renovación espiritual y religiosa que el pueblo judío necesitaba.

La idea del ayuno, en relación con la separación, es presentada también en la


última cena (Lc. 21:15,16). Aquí Jesús menciona un lapsus de tiempo antes de compartir
una comida celestial con sus discípulos. En el Evangelio de Juan, el Salvador, después de
reiterar su partida describe el sentimiento que envolvió a los discípulos. Ellos quedaron
tristes y turbados, más Cristo fortaleció la fe de ellos afirmando su promesa de regresar
a buscarlos para llevarlos a la casa paterna (Jn.14:1-4). Cristo también afirmó que
volverá, y las bodas del cordero serán motivo de celebración para sus seguidores (Mt.
25:6). Además, el Apocalipsis menciona que después de la tribulación, los redimidos

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celebrarán las victorias de la redención y el amor incomparable de Dios en una fiesta
sin precedentes (Apoc. 19:7-9).

En otra ocasión Jesús fue enfático al decir que la actitud correcta para ayunar no
es demostrar tristeza o congoja públicamente. Las conductas aparentes o formalidades
no son aceptables para Dios. Jesús dijo: “Cuando ayunéis, no pongáis cara triste como los
hipócritas” (Mt. 6:16-18). El Maestro le dio un sentido personal y positivo a esta
práctica. En este pasaje Jesús describió la forma de ayunar como una preparación para
celebrar o pasar un momento de alegría. Por lo tanto, el principio destacado aquí por
Cristo es que las disciplinas espirituales deben buscar una gozosa intimidad del
creyente con Dios. Esto constituye el más alto privilegio del hombre.

El ayuno en el libro de Hechos amplía su significado y rescata principios


olvidados. Saulo ayunó después de su encuentro con Cristo camino a Damasco. Con
disposición humilde y obediente, durante tres días se dedicó a orar y a examinar su
corazón, mientras esperaba instrucción divina (Hch.9:6-9). Esta preparación espiritual,
así como la disposición a ser usados por el Señor, es apreciada también en los líderes
de la Iglesia en Antioquía. Ellos buscaron la dirección de Dios para seleccionar y enviar
a nuevos ministros del evangelio. Después de ayunar con oración, impusieron las manos
a Pablo y Bernabé para enviarlos a su primer viaje misionero (Hch.13:1-3). A su vez,
estos líderes recién comisionados por la iglesia, al pasar por Listra, Iconio y Antioquía
nombraron ancianos “… y con oración y ayuno los encomendaron al Señor, en quien
habían creído” (Hch.14:23).

No es tan claro el tipo de ayuno del cual nos habla Pablo en 2 Co. 6:5. En este
contexto describe algunas adversidades experimentadas durante el ejercicio de un
ministerio fiel. Entre las experiencias mencionadas incluye los ayunos. Sin embargo, el
apóstol no aclara si los ayunos fueron voluntarios o involuntarios. Ni presenta esta
práctica como un modelo para todos los creyentes. Tampoco le da sentido de sacrificio
meritorio. Más bien, estas experiencias son descritas por Pablo como parte de un
ministerio lleno de pruebas necesarias para la maduración de su fe

Formas de ayuno en la Biblia

En la Biblia encontramos distintas modalidades de ayuno, sujetas a ciertas


condiciones y necesidades. El ayuno total convocado por la reina Ester en una situación
de crisis nacional, consideró la privación de alimentos y bebestibles por tres días
(Est.4:16). El ayuno parcial descrito por el profeta Daniel luego de recibir una visión se
extendió por 21 días e incluyó la abstención de ciertos alimentos y del uso de perfumes
(Dn.10:3). El propósito del profeta fue concentrarse en la meditación y la oración,
esperando una respuesta iluminadora de parte de Dios.

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Aunque la práctica del ayuno se presenta principalmente como una conducta
personal, las Escrituras mencionan algunos ayunos colectivos. Además del día de la
expiación, encontramos la convocación realizada por Esdras antes de emprender el
retorno a Jerusalén (Lv.23:27; Esdras 8:21-23). De esta forma, ellos se prepararon para
iniciar un solemne plan dirigido a completar la restauración de la nación elegida. En los
tiempos del profeta Zacarías se menciona la práctica de ayunos regulares. Aunque Dios
no los había ordenado, tampoco los prohibió. Sin embargo, manifestó su deseo de
renovar su significado y propósito (Zac. 8:19). Los fariseos mantuvieron la tradición de
ayunar regularmente y celebraban estos ayunos todavía en los tiempos de Jesús.

Moisés ayunó 40 días en dos oportunidades buscando la presencia de Dios y


esperando la revelación de su ley como fundamento del pacto (Ex. 34). Estos ayunos
extremos consistieron en la privación total de alimentos y agua, lo que implica actos
sobrenaturales (Dt.9:9). Tanto Esdras como Nehemías oraron y ayunaron durante un
período indeterminado por los pecados de su pueblo y la tan anhelada restauración del
pueblo (Esd.10:6; Neh. 1:4). Los israelitas ayunaron siete días como luto por la muerte
trágica de Saúl (1 Sm. 31:13). De este modo siguieron la tradición arraigada en la cultura
de aquel tiempo. El rey David ayunó durante 7 días y humilló su alma ante Dios pidiendo
misericordia por la vida de hijo recién nacido. Este ayuno involucró usar ropas ásperas
y acostarse en la tierra (2 Sm. 12:16-20).

Quizá el tipo de ayuno más conocido es el que consiste en la abstinencia de


alimentos, pero no de agua. Observemos la forma en que Jesús ayunó al iniciar su
ministerio público. Los evangelios nos dicen que Jesús ayunó un tiempo muy
prolongado, “Durante cuarenta días y cuarenta noches… y después tuvo mucha hambre”
(Mt. 4:2). Aquí se nos habla del hambre de Jesús, pero no dice que tuvo sed. En el relato
paralelo de Lucas tampoco se menciona que haya sentido sed (Lc.4:2).

Las Escrituras describen ayunos que pueden involucrar privación de ciertos


alimentos, hábitos o cosas que regularmente se utilizan por trabajo, necesidad o placer.
En la Biblia no existe una forma estandarizada, ni un período de duración establecido
para esta práctica. El objetivo del ayuno es despejar la mente y los sentidos para
abocarse a la búsqueda de Dios sin distracciones. Los elementos principales requeridos,
son la actitud y las motivaciones puras que impulsan al creyente.

CONCLUSIONES

El ayuno cristiano, unido a la oración y motivado por un espíritu de humilde


entrega, puede ser de gran beneficio para quien lo practica. Este ejercicio espiritual
puede ayudar a cultivar la fe y el carácter del creyente que busca de corazón a Dios. Las
Escrituras dejan en claro que el ayuno no constituye una forma de manipular a Dios a
fin de lograr objetivos individuales. Tampoco es un sacrificio o penitencia que pueda
conseguir el favor o la simpatía divinas. Por si solo, produce efectos biológicos, pero no
espirituales.

El ayuno bíblico es un acto de humildad y entrega que busca el reavivamiento


espiritual. Durante esta experiencia el adorador dispone su ser para Dios obre
libremente en el y realice eficazmente la restauración necesaria. Bien enfocado y
practicado, el ayuno puede redundar en crecimiento espiritual o sanidad interior.

En la Biblia, el ayuno es presentado como un asunto más personal que


corporativo. El énfasis no está en la dieta o el acto humano en si. El ayuno simboliza la
humillación del yo ante Dios, así como la total disposición para que la voluntad divina
sea cumplida. Al considerar el ejemplo de Cristo, Elena G. de White amplía este sentido
y declara: “El principal motivo que tuvo Cristo para soportar aquel largo ayuno en el
desierto, fue enseñarnos la necesidad de la abnegación y la temperancia” (E. White, JT I,
p. 419).

En las Escrituras no existe un modelo estandarizado para la práctica del ayuno.


No se promueve el ayuno regular, ni se exigen determinadas formas para realizarlo. El
ayuno no solo es la abstención de alimentos. Involucra postergar por algún tiempo
cualquier cosa importante que ocupe nuestra mente o estimule nuestros sentidos
nuestros sentidos de manera diaria. Debe ser un ejercicio voluntario e intermitente que
nazca de una necesidad espiritual profunda.

El ayuno, al igual que cualquier otro ejercicio espiritual corre el peligro de


convertirse en una costumbre carente de sentido. Por otro lado, habrá siempre algunos
que a partir de un enfoque ritualista o místico, le asignarán tanto significados como
efectos no sostenidos por las Escrituras. Imponer la práctica del ayuno como norma a
todos los creyentes es otro riesgo que los fariseos no percibieron en su tiempo. Esta
visión equivocada puede inducirnos a calificar la espiritualidad de otros en base a
patrones de conducta religiosa. Jesús desaprobó estos juicios que llevan a la arrogancia
y justificación propia (Lc. 18:9-14)

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El ayuno también es un momento de expectación. Es esperar el acto divino que
traerá algo nuevo, sorprendente y mejor. Esta espera se basa en la confianza que liga el
alma del creyente con Dios. En esta espera, el espíritu humano se calma y recupera las
fuerzas vitales perdidas en el ajetreo de la vida común. Y da lugar a la restauración que
solo el Espíritu puede obrar. Finalmente, el ayuno debe ser un acto festivo, no de
tristeza, que celebra el privilegio del ser humano de gozarse en la intimidad con Dios.
Que nos proyecta al gozo eterno de la unión definitiva y perfecta con el Señor.

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