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LA HERENCIA DE CLAUDIO

U
n día agradable y soleado en la ciudad de Constantinopla, despertó Claudio. Con
ánimos de recorrer su vecindario y ya puesto en pie, decide salir a caminar,
cuando a los pocos minutos de su travesía, se encuentra con Augusto, el pretor,
quien le comunica que tiene un asunto privado muy importante que comunicarle, a lo que
Claudio responde con una invitación a comer y le indica el camino hacia la tabernae,
donde acostumbraba ir a comer en ocasiones especiales.

Claudio, dijo Augusto, al momento de sentarse a la mesa, y darle un trago a una copa de
buen vino, tu padre Diógenes falleció hace unos días en la ciudad de Florencia y a ti te
corresponde su herencia, de acuerdo al ius civile por cognatio. Tú eres su único
heredero y ambos son ciudadanos romanos. Diógenes fue un gran amigo mío y sentí el
deber de comunicarte esta noticia personalmente.

Claudio se sintió apesadumbrado ya que las últimas veces que convivió con Diógenes lo
miro activo y sano como un roble.
¡Augusto!, exclamó Claudio, no sé cómo agradecerte éste gran favor que me has hecho,
¡eres de verdad un gran amigo! A lo que respondió Augusto, es lo menos que podía hacer
por Diógenes, después de tantos apuros que me sacó, haciéndome muchos préstamos
(nexum), cuando yo estaba en bancarrota debido a varios contratos (ex contractu),
escritos ( litteris) y a punto de ser despojado de mis bienes (bona debitoris).

Claudio tuvo que trasladarse a la ciudad de Florencia, la ciudad donde vivió Diógenes
para que le fuera entregada la herencia, se hospedó en el único hotel que había en la
ciudad. El pretor de la ciudad le entregó todas las propiedades de su padre y también
unas considerables cantidades de bronce. Claudio después de haber recibido su herencia
decidió quedarse un día más en el hotel. Antes de dirigirse al hotel decidió acudir a los
baños de vapor de la ciudad, así podría conversar con varios viejos amigos de su padre y
conocer un poco más acerca de Florencia.

Al entrar a su cuarto de hotel se encontró con todas sus pertenencias revueltas. Y se


percató que le habían robado una espada muy fina. El dueño del hotel fue citado ante el
juez y éste, pronunció que era un quasi ex delictu, a lo que el hotelero accedió de
manera responsable y de buena gana a reponer el robo de la espada con su equivalente
en piezas de bronce.

¡Cuán valioso es ser un hombre de bien en esta vida!, exclamó Claudio, al reflexionar
sobre la memoria de Diógenes, un hombre que vivió su vida siendo responsable y
dadivoso y que, gracias al buen nombre de su padre, se le hizo justicia inmediatamente
ante el pretor. Desde ahí, Claudio juró por todos los dioses, ser una persona de bien y una
sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro mientras el sol lo acariciaba.

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