Trabajo Francisco Ardiles

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Universidad Central de Venezuela

Facultad de Humanidades y Educación


Escuela de Letras
Departamento de Literatura Latinoamericana
Curso: Carlos Monsiváis

El cine de Hollywood y la cultura latinoamericana: dos visiones.

Alumno: Juan Guerrero


Profesor: Francisco Ardiles
El cine de Hollywood y la cultura latinoamericana: dos visiones.

“No es que los imitemos, es que son los únicos

espejos a nuestra disposición”

Carlos Monsiváis (Aires de familia)

A lo largo de su amplio ensayo Aires de Familia, el escritor mexicano Carlos

Monsiváis desarrolla el tema de la cultura Latinoamericana, su formación, principales

influencias y posterior desarrollo, resaltando por su extensión y profundidad el capítulo

dedicado a la influencia del cine Hollywoodense en América Latina. En otro ámbito

espacial, desde la perspectiva de la ficción, la novela “Las películas de mi vida”, del

chileno Alberto Fuguet, desarrolla en un círculo concéntrico a la obra del mexicano, una

historia que de la mano del cine del norte, plantea muchos de los temas de Monsiváis a

través de la experiencia vital del protagonista de la novela: Beltrán Soler. Contrastar y

sintetizar estas dos visiones, curiosamente ubicadas en los extremos de nuestro mundo

Hispanoamericano, es el objetivo de este trabajo.

Monsiváis dice en Aires de Familia: “A sus espectadores latinoamericanos, el

cine hecho en California les permite vislumbrar otras culturas y formas de vida, y los

prepara para lugares y situaciones “exóticos”, que la mera repetición torna legendarios.

Muy especialmente, el cine rompe con las informaciones fragmentarias y con el registro

literario y oral de las narraciones” (Monsiváis, pag52). Señala con pertinencia un rasgo

común de la cultura urbana: el cine, en la sala o el televisor, ha sustituido en estos días a

la novela o folletín del siglo XIX, convirtiéndose en medio por excelencia de difusión y

conformación de la cultura de masas o popular. Por su parte Fuguet, apelando a un

recurso que a primera vista parecería estar circunscrito al ámbito formal: colocar la
ficha técnica de una película al comienzo de cada capítulo de la novela - de la vida del

protagonista- está colocando sobre el tapete un tema similar: la influencia del medio

cinematográfico en la vida de Beltrán Soler, quien llega a decir: “Durante Amor en

juego me di cuenta de que las películas que de verdad te llegan siempre son acerca de

uno” ( Fuguet, pag 342) . Y si alguno pensara que el personaje de Fuguet no trasciende

lo anecdótico y particular, fijémonos que lo ha hecho sismólogo en Chile, y escuchemos

por ejemplo lo que nos dice en uno de los episodios iniciales “La NASA, a pesar de

todos sus fracasos, sigue taladrando el inconsciente de los niños. Todos quieren ser

astronautas o bomberos: Ya nadie quiere ser cura o sismólogo. Que esto suceda en

Canadá o Inglaterra, lo entiendo; pero que esto ocurra entre niños peruanos, mexicanos,

californianos y chilenos, me parece un horror, una verdadera maldición que me llena de

desasosiego y tristeza” (Fuguet, pag. 30). En esta profunda queja parece vislumbrarse la

abrumadora presencia de una cultura que produce mella en todas las demás, y nos

remite a un planteamiento más de fondo que, como se verá más adelante, se encuentra

claramente conceptualizado en Monsiváis.

Pero siguiendo con el paralelismo de los textos, encontramos que la influencia

cultural de California es determinante en la vida de este personaje. Vive en su infancia

cerca de Hollywood, hecho que lo coloca además en contacto pleno con las películas de

la época y hasta con algunos actores como Edgard Everett Horton, su vecino. Pero no

sólo eso, Beltrán entra en contacto con todos los iconos de esa cultura, son también los

juguetes Fischer Price, el Pan Wonder, los M&M´s, las visitas a Disneylandia y sus

personajes de las películas y la T.V., la celebración del día de San Valentín, lo cual va

conformando una manera de pensar, una forma de ser, y de estar norteña, o “gringa” si

quisiéramos llamarla de manera despectiva, que lo marca para toda su vida. En esta

época de su infancia ve películas como: Dumbo, Bullit, Oliver (Al que luego recrea
cuando regresa a Chile en el 74 sintiendo que los niños chilenos son todos pobres y

subdesarrollados por no tener tele a color), La dama y el Vagabundo, Las veinticuatro

horas de Le Mans. Ciertamente, aunque haya muchos latinos en California, no es

fundamentalmente a través del contacto directo que se concreta la influencia, es a través

de sus películas, objeto de consumo de la gran mayoría de los latinoamericanos, que se

concreta la vivencia cercana de esta realidad, y su consiguiente influencia en la

determinación de gustos y valores. Monsiváis, apuntando en este sentido dice en su

ensayo: “El que frecuenta los productos de Hollywood se americaniza por contagio y

paulatinamente, y gracias a eso la hegemonía norteamericana consigue en casi todas

partes el reconocimiento contrariado de un solo nacionalismo y por eso acaba siendo tan

teatral la resistencia a las gringadas” (Monsiváis, pag 53), palabras que fácilmente

podríamos trasladar a la situación venezolana actual.

Uno de los aspectos principales para Monsiváis de la influencia que tiene el cine

Norteamericano en el mundo de Hispanoamérica, es la identificación del hombre y la

mujer con la imagen del actor que se mitifica y se ve como modelo e ideal de belleza, y

que muchas veces puede estar lejos de lo que somos, tanto en lo físico como en lo

espiritual. En la mujer “Su glamour, su conversión en objetos esplendentes, su técnica

para domeñar las cámaras de cine, impulsan la metamorfosis internacional del look

femenino” ( Monsiváis, Pag. 54) y en el caso de los hombres “en la primera mitad del

siglo XX las innovaciones o las readaptaciones de conducta inspiradas por el cine se

concentran en las actitudes. Se adaptan o se inventan los estilos de virilidad, se estudian

con arrobo la elegancia y la ironía de los actores más refinados, se copian gestos, se

espían las técnicas de seducción. …Ser héroe es imposible y demasiado riegoso; ser

estrella de Hollywood es imposible y muy recompensante” (Monsiváis, pag 55)


Estos patrones se ven bien reflejados en la novela de Fuguet cuando Beltrán

idealiza a su padre en actores tan de la época como: Frankie Avalon, James Dean y

finalmente Steve McQueen: “En un principio, en todas esas fotos de fines de los

cincuenta, mi padre se parecía a Frankie Avalon. No al de las películas playeras (… )

sino más bien al Frankie Avalon corner, el tipo flaco que cantaba baladas enfrascado en

un traje oscuro. En muchas fotos de esa época, además, luce unos anteojos de marco

negro”. (Fuguet pag 95), más tarde su padre fue mutando en otro grande pero de una

época más reciente que la de Avalon: El gran ídolo de multitudes Steve McQueen: “Con

el tiempo mi padre se fue transformando en Steve McQueen. Al menos yo lo recuerdo

como tal: Esos anteojos de sol cuadrados, las patillas, sus camisetas rayadas. Supongo

que eso le podría gustar si se enterara de que cuando pienso en él se me viene la imagen

del rey del cool, el tipo lacónico, libre, a cargo de sí mismo, self-made, que más que

querer a las mujeres quería que ellas lo quisieran.” (“Fuguet, Pag.103).

Es interesante señalar que este fenómeno de influencia del cine y la cultura

norteamericana no ha sido uniforme en el espacio y en el tiempo en los países

Hispanoamericanos. Fuguet narra muy bien el choque que experimenta Beltrán a su

regreso a Chile en el 74, observa un país totalmente atrasado en relación con los

Estados Unidos, para la época Chile no había entrado de lleno en el mundo tecnológico,

“El país entero parecía de otra era, de otro hemisferio” ( Fuguet, pag 237) y luego en el

primer semestre del 75 cuando entra a The Bristol Academy, nota lo difícil que va a

resultar la verdadera adaptación a su país natal al ser un “gringo culiado”, no solo por

las diferencias en las cosas, sino por las diferencias humanas que nota en sus

compañeros: “Al carecer de tecnología (nada de grabadores para jugar al locutor de

radio nada de cámaras de 8 mm) la entretención de los niños chilenos era intentar dejar

impotentes o estériles a sus compañeros. (…) En Encino bastaba ser rápido de palabra,
manejar la mayor cantidad de información; en Santiago había que ser capaz de aplastar

al compañero y dejarlo sangrando” (Fuguet pag 256), más no así es la apreciación de

Beltrán a su llegada a Venezuela, a la que ve como un país mucho más cercano al modo

de vida americanos gracias al Petróleo: “Caracas me pareció como Beverly Hills pero

en español, lleno de freeways y malls y hoteles lujosos. Los supermercados ofrecían los

mismos productos que teníamos en California”.(Fuguet, pag 218)

Paralelamente Monsiváis siendo mexicano tiene una experiencia más

inmediata y palpable de la cultura del cine de Hollywood, reconoce que gran parte del

esplendor del cine mexicano tiene su origen en el aprendizaje de su gente de cine en los

Estados Unidos durante los primeros años de la industria en este país, llegando el cine

mexicano a vivir una era de esplendor entre 1930 y 1955, abonando el terreno desde tan

tempranas épocas al posterior y actual predominio del producto cinematográfico

norteamericano.

Tanto Monsiváis como Fuguet parecen coincidir en lo fundamental en relación a

las principales facetas y al alcance de la problemática planteada, en particular coinciden

en la diversidad de grados y matices que presenta el fenómeno de la influencia cultural

del Norte en el Sur, y en que de alguna manera en todos los casos se puede hablar de

una hegemonía cultural, lo cual representa una interrogante y un reto para la cultura

latinoamericana, y en todo caso podríamos preguntarnos: ¿Qué postura deberíamos

tomar ante este hecho? Una fundamentalista o nacionalista extrema que niegue todo

contacto que ponga en riesgo lo autóctono y que propugne la negación de lo ya recibido,

o una postura más abierta, que reconozca el hecho de la existencia de esta especie de

cultura “híbrida” a la que pertenecemos todos los latinoamericanos. Fuguet parece

concluir, con cierto pesimismo, que parte de ese aprendizaje o absorción de experiencias

se paga con el desarraigo cultural, que llega en ocasiones a convertirse en un


sentimiento de no pertenencia, algo como ser extranjero en todo lugar. “No se puede

tener todo en la vida y la gente que tiene dos países, dos idiomas, termina teniendo

menos que el resto”. (Fuguet, pag 89).

Pero Monsiváis no parece plantear esta influencia como algo del todo negativo,

más bien parece valorarla como un hecho cierto, innegable, que se ha convertido en

parte de lo que somos, influyendo de manera determinante en nuestra conducta, en

nuestra forma de sentir, de ver y de aspirar, de alguna manera nos ha enriquecido. La

corriente de influencia cultural que nos viene del Norte sigue presente, signo de los

tiempos puede ser la actual hegemonía del cine norteamericano en las carteleras de

nuestros países, razón por la cual una visión amplia, de síntesis cultural enriquecedora,

parece más en consonancia con la conclusión de Monsiváis en su capitulo sobre el cine

norteamericano: “El cine entrega a varias generaciones de latinoamericanos gran parte

de las claves en el accidentado tránsito a la modernidad”. (Monsiváis, pag. 78).


Bibliografía

Monsiváis, Carlos, (2000), Aires de Familia, Editorial Anagrama, Barcelona.

Fuguet, Alberto, (2003), Las películas de mi vida, Editorial Alfaguara (primera

edición), México.

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