4 Hokusai y Las Vistas Del Monte Fuji PDF
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Resumen:
Esta ponencia se adentra en tema recurrente dentro de la producción artística de Hokusai:
las vistas del Monte Fuji. Nos adentramos en el mundo de este singular artista que por su
extraordinaria creatividad en ocasiones ha sido llamado el Miguel Ángel del Japón, o el
Velázquez del Extremo Oriente. Siendo nuestro principal objetivo la divulgación de un
conocimiento general sobre la materia, esperamos que el lector encuentre de provecho las
aportaciones del presente trabajo.
Palabras clave:
Hokusai, estampa japonesa, Ukiyo-e, Monte Fujiyama, Japón.
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1. Introducción
Hokusai vivió hasta casi los noventa años en plenitud de facultades, si bien soñaba superar
la centuria sólo para alcanzar mayor perfección en sus habilidades gráficas. Muchas
anécdotas se cuentan sobre su sentido del humor y su delicadeza de sentimientos en
circunstancias difíciles. Durante la mayor parte de su existencia no hizo otra cosa salvo
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trabajar, por lo que su producción es ingente. Se adentró en todos los géneros del estilo
Ukiyo-e; se especializó en grabados de lujo (Surinomo) y despuntó en las grandes series
a color y la ilustración de novelas populares. Sus grabados se incluyen en casi ciento
sesenta publicaciones, muchas de las cuales son compendios de varios volúmenes. Por lo
demás, elaboró una gran cantidad de estampas sueltas, pinturas y un sinfín de bosquejos,
no sólo como estudios preparativos o para la venta directa, sino también para satisfacer
sus propias inquietudes personales.
Tradicionalmente el paisaje era un tema menor del Ukiyo-e. Se preferían motivos urbanos,
escenas de teatro, el sumo o el barrio del placer. El campo no solía interesar. Sin embargo,
a raíz del contacto con el arte europeo la situación cambió. Los mercaderes holandeses
traficaban con aguafuertes de obras de grandes paisajistas barrocos como Jan van Goyen
o Rembrandt, y así los artistas japoneses descubrieron la perspectiva, el claroscuro y la
temática pastoral. Otra razón de la adopción del paisaje está en las restricciones del
gobierno a los grabadores, obligándoles a seguir determinados formatos, vetando el uso
de ciertos colores, limitando la producción de escenas de teatro kabuki y prohibiendo el
uso de veladuras de mica (un polvo plateado con el que se producían superficies
brillantes). Al tiempo se estaban experimentando mejoras en las técnicas que permitían
una mejor gradación de color y una expresividad más delicada en las imágenes del cielo,
la luz, el agua y la nieve. De tal modo, los artistas se animaron a crear ambientes
campestres. También los editores auspiciaban este tipo de obras, que se vendían como
suvenires de recuerdo a los viajeros. La naturaleza empezó a aparecer paulatinamente en
los grabados. En la década de 1820 adquirió rango como género independiente, y en 1831
Hokusai, con sus Treinta y seis vistas del monte Fuji, lo llevó a su punto culminante.
La gran serie de xilografías a color Fugaku Sanjurokkei, las Treinta y seis vistas del monte
Fuji, se propone plasmar este monte en diferentes condiciones climáticas y épocas del
año, siempre desde distintos puntos de vista. Se manifiesta como una narración gráfica de
la historia del campo alrededor de Edo, en la que vemos aldeanos en sus labores,
pescadores azorados por las olas, trabajadores en ingenios madereros, y por algún lugar
asomando siempre el vigilante y omnipresente Monte Fuji.
El monte Fuji, el pico más alto de Japón (3778 m.), se encuentra en la parte central de
Honshu y es visible desde veintidós prefecturas. Recibe la denominación autóctona de
Fugaku, un término compuesto de los ideogramas -Fu, la prosperidad y -Gaku,
montaña. Por una derivación se le llama Fuji no Yama, la montaña del Fuji. Sin
embargo, entre los japoneses, más que un motivo pintoresco, el Fuji posee un hondo
significado cultural y religioso. Alrededor de su cima se han tejido mitos y baladas. Una
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leyenda dice que de la misma colisión que le modeló surgió el mágico lago Biwa. Según
otra creencia albergaba la fuente de la inmortalidad, y así aparece reflejado en el cuento
tradicional “El cortador de bambú” (anónimo, siglo X), donde una diosa, la princesa de
la Luna, deposita en su cúspide el elixir de la eterna vida. El Fuji era apreciado desde
tiempos remotos como un espíritu guardián y un lugar bendito. La secta budista
Nichiren lo consideraba sagrado, y así también el taoísmo y el credo animista del Shinto.
Para Hokusai esta montaña hubo de tener un significado muy especial. La modeló en
muchos dibujos y pinturas, y tras finalizar este ambicioso proyecto (la mayor serie de
cromoxilografías nunca completada) de nuevo se enfrascó en una serie en blanco y negro
aún más voluminosa sobre el mismo tema: Cien vistas del monte Fuji, en formato libro (E-
hon).
que era un conocido miembro de una especie secta denominada Fujikō, “culto al Fuji”, que a
fines del periodo Edo se había difundido ampliamente.
La serie se forjó entre 1826 y 1829. La publicación era una audacia y un riesgo en sí
misma. Suponía una considerable apuesta editorial. No sólo era la mayor serie de Nishiki-
e exclusivamente dedicada al paisaje jamás publicada, sino que el formato escogido era
inusualmente grande, tamaño Oban (26,2 x 38,7 cm). La edición original salió en 1830,
y por suerte la obra tuvo un éxito inmediato. El gran público la recibió tan bien que en
1831 se publicaron otros diez grabados. De este modo, a partir de 1834 las nuevas
ediciones consistían realmente en cuarenta y seis láminas.
Hokusai rompió con muchos convencionalismos al integrar en los paisajes las actividades
rurales y los incidentes de las faenas del campo. Estaba influenciado por elementos de la
pintura pastoral holandesa, las perspectivas de largas distancias y la presencia de asuntos
humanos ordinarios, que en general eran algo muy poco común para el arte del Ukiyo-e.
Por eso resulta irónico que, estando esta serie tan alejada de la tradición japonesa, los
occidentales veamos en la estampa de La gran ola de Kanagawa la quintaesencia del arte
japonés. Esta imagen de una gran ola que amenaza a unos barcos pesqueros con el Fuji
de fondo es quizá la más famosa de la colección. Hokusai ya había experimentado el tema
de las olas en grabados anteriores, pero parece que aquí imitó bastante a Shiba Kokan,
que había realizado trabajos similares desde 1803. Hay quien ha visto en ella un tsunami,
pero simplemente es la característica forma de dibujar olas de Hokusai, que utilizaba
mucho la imaginación y quizá nunca estuviera en alta mar frente a la costa del Tokaido.
Otras afamadas estampas de esta serie son las de Viento sur, cielo claro (popularmente
llamada Fuji rojo) y Tormenta bajo la cumbre, ambas consideradas obras maestras de la
xilografía. También el Atardecer al otro lado del Puente de Ryōgoku es interesante por
su excepcional realismo.
La formidable labor de las Treinta y seis vistas no agotó a Hokusai, cuya capacidad de
esfuerzo le permitió aplicarse paralelamente en otras dos series de Nikishi- e sobre
cascadas y puentes famosos. Seguidamente comenzó una nueva obra llamada “Fugaku
Hyakkei”, las Cien vistas del Fuji. Se dice que un artista rival planeaba una serie más
grande del mismo tema que las Treinta y seis vistas, y para superarle Hokusai compuso
estos cien paisajes.
Las Cien vistas del Fuji se publicaron como libros en edición de lujo, rellenando tres
volúmenes en formato Oban. Los dos primeros tomos aparecieron en 1834 y 1835. Fueron
grabados por Egawa Tomekichi y sus pupilos, y editados por Nishimuraya Yohachi en
Edo. El tercer tomo está sin fechar, pero su publicación debió ser pospuesta hasta 1847 o
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más tarde, a causa de la crisis económica del periodo Tenpō. Este tercer tomo fue grabado
por Egawa Tsentaro y publicado en Nagoya por Yerakua Toshino. Con posterioridad se
hicieron reediciones del conjunto hasta 1876.
En esta obra Hokusai aprovechó para estrenar un pseudónimo nuevo, Gwakyo Rojin
Manji: “Manji, un anciano loco por dibujar”. El nombre Manji significa diez mil años
de felicidad, y es un concepto budista para designar la felicidad eterna. Las introducciones
a cada volumen las escribió su amigo Ryotei Tanehiko, que ya había participado como
prologuista en otras obras.
En total se contabilizan ciento dos imágenes, comenzando por el frontispicio, que muestra
a la diosa de los árboles y las flores. A continuación, se desarrolla una breve historia
pictórica del monte, registrando sucesos como su legendario nacimiento en el año 285
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antes de Cristo, o las hazañas del santo budista Yen no Shokaku, exorcizando demonios
en la cúspide.
Tras rendir tributo a los espíritus guardianes, se representa al Fuji como la sublime
montaña que es, exhibiendo un suntuoso manto de nieve. Luego entra la humanidad en
escena: esforzados peregrinos atravesando un barranco, la gente que vive en las aldeas de
sus alrededores. Más delante hay una curiosa representación de la devastación del gran
terremoto y la gran erupción de 1707.
Además de estas dos grandes series de grabados, Hokusai efectuó un conjunto de ocho vistas
del Fuji que desafortunadamente han desaparecido. También contribuyó con una ilustración
a color en una colección de poemas llamada Fujimi-no-tsura, "Los admiradores del Fuji”,
firmando Gwakyō Rōjin Hokusai: el anciano loco por dibujar.
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