El Socialismo y La Actualidad

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EL SOCIALISMO Y LA ACTUALIDAD

Autor: Profesor Agustín Fernández Arner.

Tras el colapso del llamado «socialismo real» en la Unión Soviética (URSS) y


Europa Oriental a comienzos de la última década del pasado siglo, los
apologistas del neoliberalismo festejaban gozosos el fracaso definitivo de la
«utopía» socialista, a la que calificaban de «aberración», de distorsión arbitraria
del curso natural de la historia. Proclamaban que, con ello, llegaban a su fin las
ideologías y que el planeta todo se convertía en un espacio sin fronteras para
el libre desenvolvimiento del interés privado, regido por las infalibles fuerzas del
mercado en los marcos de la democracia liberal. Imbuidos de un delirante
optimismo, saludaban el inicio de una nueva era para la humanidad, signada
por el orden, la paz y la prosperidad. Terminada la Guerra Fría, la enorme
masa de recursos que hasta entonces había venido siendo destinada a la
carrera armamentista –pensaban algunos ilusos– podría ahora servir para
fomentar el desarrollo pacífico de los países más atrasados y la elevación del
bienestar material y espiritual de la humanidad en general. Era, en suma, el fin
de la historia.

Sin embargo, con el desarrollo de la crisis estructural sistémica del capital,


jalonada por sucesivas depresiones, burbujas y crisis, aquellas necias fantasías
no demoraron en desvanecerse. La inestabilidad y la desigualdad inherentes a
la economía capitalista mundial se acentuaban dramáticamente, haciendo
proliferar por doquier el desempleo y la pobreza; la mercantilización de todos
los aspectos de la vida social, el individualismo extremo, la violencia, el
narcotráfico y la corrupción crecían de manera continua; la depredación del
planeta y el consiguiente deterioro ambiental adquirían proporciones cada vez
más alarmantes; el sistema institucional y jurídico que se había ido
conformando durante la posguerra, con el propósito de crear un clima
internacional de paz, cooperación y seguridad colectiva y que, a contrapelo de
la agresividad imperialista y los avatares de la guerra fría, había registrado
algunos avances, estaba, prácticamente, en fase de liquidación a manos de la
única superpotencia subsistente, Estados Unidos, la cual, con el respaldo –o al
menos la aquiescencia– de los demás estados imperialistas, había declarado
obsoleto el concepto de soberanía nacional, arrogándose el derecho de
imponer sanciones económicas y realizar acciones militares contra cualquier
país cuyo gobierno represente un obstáculo a su proyecto de dominación
mundial, so pretexto de combatir el terrorismo o de proteger los derechos
humanos.

El derrumbe del mal llamado «socialismo real» representó un fuerte trauma


para el movimiento obrero, debilitado ya por la ofensiva neoliberal. La
credibilidad de la idea de un futuro socialista para la humanidad quedó
seriamente afectada por la bancarrota definitiva de la corriente estalinista hasta
entonces hegemónica en el pensamiento marxista, y la mayor parte de las
organizaciones de izquierda, quedaron, momentáneamente, sumidas en el
desconcierto y la inercia y, en algunos casos, se desintegraron o pasaron al
campo de la socialdemocracia. Pero poco a poco, los sectores sociales más
avanzados se fueron recuperando de este trauma. Un número creciente de
trabajadores, intelectuales, estudiantes e incluso de personas honestas
pertenecientes a las clases dominantes comenzaron a tomar conciencia de que
el capitalismo se encuentra sumido en una crisis sistémica global, cuya
superación parece imposible –o al menos sumamente difícil– en los marcos de
la lógica del capital, por cuanto no se trata solo de una crisis económica, sino
de una crisis integral que abarca todos los aspectos de la vida social,
incluyendo la relación hombre/naturaleza. Una crisis que amenaza con borrar
de la faz de La Tierra la civilización que la humanidad tardó milenios en
edificar.

Como consecuencia de ello, el cambio de siglo estuvo marcado por el


ascenso de numerosos movimientos sociales, cuyo denominador común era el
rechazo del orden de cosas prevaleciente en el mundo. Expresión sintética y
universal de estos movimientos lo fue, sin duda, el Movimiento
Antiglobalización, que, enarbolando la consigna «otro mundo es posible», logró
movilizar considerables masas de manifestantes en varias ciudades de países
desarrollados (Davos, Seattle, Génova), hasta que su heterogeneidad
ideológica y la consiguiente carencia de una dirección única y un programa de
acción, así como la puesta en práctica de sofisticados mecanismos de
vigilancia y represión por los estados imperialistas lo hicieron debilitarse y
finalmente desaparecer, para resurgir en la actual etapa de la crisis como
movimientos de los «Indignados» en España y otros países de Europa y
«Ocupar Wall Street» en Estados Unidos, en protesta contra el desempleo, las
políticas de austeridad y la creciente desigualdad en la distribución de los
ingresos.

Empero, a partir de los últimos años del pasado siglo, el centro de las luchas
populares contra el imperialismo se ha desplazado a América Latina. Y no es
casualidad, pues las estadísticas de los organismos económicos
internacionales la señalan como la región del mundo con mayor grado de
desigualdad en la distribución de los ingresos. El examen de los
acontecimientos que han venido teniendo lugar en nuestro continente, de
entonces a acá, pone de manifiesto un proceso ascendente de radicalización
de las luchas de las masas populares por cambiar el orden de cosas existente.
El suceso que ha marcado el rumbo de este proceso –además, claro está, del
ejemplo que ha representado la subsistencia de la revolución cubana en medio
del cerco imperialista– ha sido el triunfo de la Revolución Bolivariana,
encabezada por el Presidente Hugo Chávez Frías en Venezuela, seguida por
las victorias electorales de organizaciones políticas que sustentan programas
antiimperialistas, como en los casos de Bolivia, Nicaragua y Ecuador. De gran
trascendencia ha sido también la ocurrencia de grandes movilizaciones
populares de una magnitud no vista en la región por largo tiempo, como el
movimiento que derribó el gobierno oligárquico y corrupto de Fernando de la
Rúa en Argentina (Argentinazo) y los que frustraron los intentos de golpes de
estado contra Chávez y contra el Presidente ecuatoriano Rafael Correa.
Agreguemos a esto que en la mayor parte de las últimas contiendas electorales
efectuadas en el Continente han resultado vencedoras las fuerzas de izquierda,
aunque la reacción ha logrado también algunas victorias significativas, como
los golpes de estado en Honduras y Paraguay y los triunfos electorales de la
derecha en Panamá y Chile.
Es cierto que con la excepción de aquéllos que incluyeron claramente en sus
programas electorales transformaciones sociales de fondo, con un carácter
antioligárquico y antiimperialista, los candidatos presuntamente de izquierda
han estado por debajo de las expectativas de sus electores y, en algunos
casos, ni siquiera han sido capaces de apartarse de las pautas neoliberales
emanadas de Washington. Pero aun así, el voto de las masas por los
candidatos de izquierda, aunque se vea defraudado por la actuación de estos,
es una demostración contundente de su creciente repudio a las políticas
neoliberales trazadas por el imperialismo y su alejamiento definitivo de los
partidos tradicionales representantes de las oligarquías nacionales.

El desconcierto y la confusión imperantes en las izquierdas durante los años


90, tuvieron, naturalmente, su reflejo en el campo de la teoría. No pocos
presuntos intelectuales de izquierda se apresuraron a identificar el fracaso de la
experiencia soviética y la bancarrota de la versión estalinista del marxismo
como una crisis de sus fundamentos mismos, y comenzaron a tratar al
socialismo como a «perro muerto». Por su parte, los apologistas del capitalismo
se explayaban en largas exposiciones en torno al fin de las ideologías, la
«posmodernidad», la «aldea global», la «nueva economía», la «sociedad del
conocimiento» y otras fábulas de moda. Pero el «viejo topo» de la historia
continuó realizando impasiblemente su implacable trabajo. Ya a fines de la
década, se hacía patente la rápida agudización de las contradicciones del
sistema; la vocinglería triunfalista empezó a ceder su lugar a las
preocupaciones; el sesquicentenario fantasma del comunismo, cuyo certificado
de defunción habían firmado alegremente los ideólogos del capital resucitaba y
amenazaba con comenzar a rondar por el mundo como en los viejos tiempos.
Ante la incapacidad de la teoría económica convencional para resolver los
acuciantes problemas de la economía mundial y prever su curso futuro,
muchos comenzaron a volver sus ojos a la teoría económica de Marx, en busca
de respuesta a sus preguntas, lo cual motivó que en varios países se
reeditaran obras como el Manifiesto Comunista y El Capital con tran éxito de
venta.[1]
A la par con la radicalización del contexto político, particularmente en América
Latina, se extendió el debate en torno a temas que, en los años precedentes,
Habían tenido una presencia limitada en las publicaciones de izquierda, tales
como el imperialismo, el subdesarrollo, la naturaleza de las crisis, la lucha de
clases, la insostenibilidad del capitalismo y también el socialismo, en lo que
puede considerarse como un verdadero reverdecimiento de la teoría marxista.

Un importante papel en el desarrollo de este debate, tuvo la publicación de dos


libros, a los cuales, no obstante sus enfoques erróneos –o precisamente por
ello– hay que reconocerles, al menos, ese mérito, el de haber puesto a la orden
del día los temas de las peculiaridades del imperialismo y la transición al
socialismo en el nuevo contexto del siglo XXI. En el año 2000 vio la luz el libro
Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri,[ 2] en el cual se cuestiona la teoría
leninista del imperialismo, arguyendo que con la globalización, la dominación
mundial del capital no se ejerce ya por los estados imperialistas, sino por el
poder del capital global desterritorializado, al que denominan «imperio» y,
correlativamente, declaran obsoleto el concepto de proletariado, al que
sustituyen por la ambigua noción de «multitud». Dos años más tarde, apareció
el libro «Cambiar el mundo sin tomar el poder», de John Holloway.[ 3] Como ya
su título lo indica, esta obra constituye una rotunda negación de la política
como vía para llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad. El autor
sustenta su posición al respecto en el hecho de que, en las experiencias
socialistas del siglo XX, tras la conquista del poder político por las fuerzas
revolucionarias, el
Estado, lejos de extinguirse y transferir gradualmente sus funciones a la
sociedad, se hipertrofió y colocó por encima de esta, posibilitando a la
burocracia la usurpación del poder conquistado por los trabajadores. En
consecuencia, descarta la lucha del proletariado por la toma del poder político y
asigna el papel de agente del cambio revolucionario a la acción de los
movimientos sociales.

No creo necesario extenderme aquí en la crítica de los errores de estos


autores, por cuanto, en el caso de Hardt y Negri, se han publicado numerosos
artículos y libros consagrados a este propósito.[ 4] En lo tocante al libro de
Holloway, las refutaciones han sido menos numerosas, probablemente por lo
poco consistente de la tesis que en él se expone. En su libro, Holloway
pretende dar una fundamentación teórica a la posición adoptada por el Frente
Zapatista de Liberación, pero la vida ha mostrado que su puesta en práctica por
la Organización ha provocado el debilitamiento de su influencia en las masas
populares. por otra parte, en definitiva, la referencia a estas obras solo tiene
por objeto contribuir a ubicar al lector en el contexto teórico en que, incentivada
por la radicalización del clima político, tiene lugar la renovación del interés por
el socialismo, haciendo que la teoría vaya desplazando el foco de su atención
del pasado –crítica del llamado socialismo real e indagación en torno a las
causas de su colapso final– al futuro –reflexión sobre el socialismo del siglo
XXI–.

El concepto «socialismo del siglo XXI» aparece, por primera vez, al publicarse,
en 1996, un libro con ese título por el profesor de la Universidad Estatal
Lomonosov de Moscú, Alexander V. Buzgalin.[ 5] Sin embargo, fue en América
Latina donde este concepto concitó el interés de periodistas, científicos y
políticos, aunque ello no parece haber sido suscitado por el libro de Buzgalin,
sino, más bien, por las condiciones imperantes en la región a comienzos del
nuevo milenio y, sobre todo, por el hecho de que el Presidente de la República
Bolivariana de Venezuela, compañero Hugo Chávez Frías, lo ha colocado en el
centro del programa de la Revolución Bolivariana que él encabeza, e incluso ha
identificado el socialismo del siglo XXI con el contenido del movimiento
revolucionario de nuestros días.

Aun cuando la noción de socialismo del siglo XXI ha sido recibida por la
izquierda de manera mayormente positiva, como es natural, las respuestas
muestran diversidad de matices en correspondencia con el espectro de
posiciones que presentan los partidos de izquierda y los movimientos sociales
en el Continente. Algunos hipercríticos, representantes de organizaciones
ultraizquierdistas convergen con la derecha, al calificarla como una consigna
populista carente de contenido objetivo, enarbolada por el líder bolivariano con
fines meramente propagandísticos y electorales. En el extremo opuesto,
encontramos autores como Heinz Dieterich Steffan, quien la adopta
vehementemente y en su libro «El socialismo del siglo XXI»[ 6] y en multitud de
artículos y entrevistas posteriores nos propone toda una teoría al respecto,
cuyos fundamentos han sido objeto de múltiples cuestionamientos. Por su
parte, aquéllos que, a mi juicio, asumen una postura marxista consecuente,
sustentan una actitud positiva, aunque crítica, ante el tema, indagando acerca
de sus múltiples implicaciones con el propósito de avanzar hacia un concepto
de «socialismo del siglo XXI» MÁS SÓLIDO Y PRECISO.

Hay algunos autores que objetan este concepto, porque consideran que al
hablarse de socialismo del siglo XXI, tal parece que se trata de un socialismo
totalmente nuevo, sin conexión alguna con la teoría y la práctica del socialismo
precedente, por lo cual, prefieren hablar de socialismo en el siglo XXI. Pero a
esto podría objetarse que, a la inversa, al hablarse de socialismo en el siglo
XXI, tal parece que se está hablando del mismo socialismo en las nuevas
condiciones. Por consiguiente, no es posible enfrentar el reto que nos plantea
la necesidad de desarrollar la teoría del socialismo en las complejas
condiciones del mundo contemporáneo con un simple cambio de preposición.
Para ello es preciso dar respuesta a un conjunto de problemas aún no
resueltos, sobre la base de una adecuada comprensión de la dialéctica
continuidad/discontinuidad en el desarrollo de la teoría y la práctica del
socialismo.

En lo que se refiere a la continuidad, resulta indudable que las causas que


determinan el surgimiento del ideal socialista y su sostenido arraigo en las
masas trabajadoras son intrínsecas a la naturaleza del modo de producción
capitalista; se hallan en las contradicciones generadas por el carácter
explotador y alienante del sistema. El dominio del capital, a la par que posibilita
el parasitismo de las clases explotadoras, da lugar a la cosificación de las
relaciones sociales y convierte a los productores directos en simples
instrumentos al servicio del capital. En una dinámica diabólica, el capital
convierte la creación de riqueza en sí misma en un fin que debe ser perseguido
sin descanso y a la satisfacción de las necesidades de los trabajadores en el
medio para la consecución de este fin. Es este carácter irracional y bárbaro del
capitalismo el que ha mantenido viva la llama del ideal socialista a lo largo de
más de 150 años, a pesar de los avances y los retrocesos, de los éxitos y los
fracasos y de las vicisitudes de todo tipo.

Por el contrario, cuando hablo de discontinuidad en el desarrollo del


movimiento socialista me refiero , justamente, a su carácter no lineal, es decir,
a las modificaciones que ha experimentado a lo largo del tiempo como
consecuencia de los cambios en las condiciones histórico-concretas en que ha
debido desenvolverse, tales como el patrón de acumulación del capital vigente
en cada etapa del desarrollo capitalista, el grado de la internacionalización del
capital, la intensidad de la lucha de clases, tanto en el ámbito nacional como en
el internacional, etc.

Así, pueden distinguirse en la historia del movimiento socialista etapas


claramente diferenciables, que representan momentos de ascenso,
estancamiento o retroceso en su desarrollo, y que están condicionadas por
variaciones en los factores antes mencionados:

 Etapa de formación del sistema capitalista, especialmente el siglo


XVIII y primera mitad del XIX. Surgimiento de proyectos socialistas o
comunistas que expresaban la aspiración a superar la explotación, la
desigualdad y la irracionalidad inherentes a la sociedad burguesa,
aunque dado el todavía insuficiente desarrollo de esta, tenían un
carácter ideal y abstracto, puesto que no podían precisar las
condiciones y los medios para su realización, razón por la cual,
Engels englobó todos estos proyectos bajo la denominación genérica
de «socialismo utópico».
 Mediados del siglo XIX y décadas subsiguientes, cuando la
maduración del capitalismo industrial y el desarrollo del incipiente
movimiento obrero y del pensamiento económico y filosófico crearon
las premisas para la elaboración por Marx y Engels de la teoría del
«socialismo científico» –científico en cuanto demuestra el carácter
histórico transitorio del capitalismo y cómo el desarrollo de sus
contradicciones genera la posibilidad y la necesidad de su sustitución
por el socialismo–.
 Finales del siglo XIX y comienzos del XX. Con el tránsito al
imperialismo, el saqueo de los países atrasados permite al capital de
los países más avanzados hacer concesiones al movimiento obrero,
como resultado de lo cual, los partidos socialistas agrupados en la
Segunda Internacional se deslizan, gradualmente, al campo del
reformismo, dando lugar a la escisión entre la vertiente reformista y la
vertiente revolucionaria del movimiento obrero internacional y al
desplazamiento del centro de la revolución mundial al Oriente.
 Segunda década del siglo XX. Se exacerban las contradicciones del
imperialismo hasta desembocar en la Primera Guerra Mundial, al
tiempo que se hace definitiva la ruptura entre la vertiente reformista y
la vertiente revolucionaria del movimiento obrero internacional.
Basándose en el carácter desigual del desarrollo capitalista, Lenin
postula su tesis de la posibilidad del triunfo inicial de la revolución
socialista en uno o en unos pocos países (eslabón más débil de la
cadena imperialista), la cual se ve corroborada por la victoria de la
Revolución Rusa de 1917, pero, no obstante la marea revolucionaria
que se extendió por Europa al término de la guerra, no ocurrió lo
mismo con la expectativa del triunfo de revoluciones socialistas en
Occidente. De este modo, el joven estado soviético quedó aislado
con su atraso económico en medio del cerco capitalista, lo cual
condicionó la deformación y perversión del proyecto bolchevique
originario y que, no obstante sus innegables logros, condujeron a su
colapso final.
 En el mundo de la segunda posguerra (1945 a fines de la década de
los años 60) la sostenida expansión de la economía capitalista
mundial propició la mediatización del movimiento obrero en los
países capitalistas desarrollados (estado de bienestar), mientras la
URSS, en el contexto del equilibrio bipolar, adoptaba la política de
«coexistencia pacífica» y «emulación económica» entre los dos
sistemas. Al mismo tiempo, la causa del socialismo cobraba
renovado ímpetu en los países subdesarrollados, particularmente en
América Latina, cuyas fuerzas populares, tras el fracaso de las
estrategias desarrollistas, tendían a ver al socialismo, no ya como el
resultado del desarrollo económico, sino como la única posibilidad de
salir del subdesarrollo.
 Década de los años 80 hasta el final del pasado siglo. Comienza la
reestructuración de la economía capitalista mundial a favor del capital
transnacional, alias globalización neoliberal, caracterizada por la
ofensiva del capitalismo salvaje contra el trabajo, a fin de mantener a
toda costa los niveles de la acumulación del capital en las
condiciones de la crisis estructural que sufre el sistema.
Doblegamiento de los países subdesarrollados por el imperialismo,
mediante la imposición de las políticas de ajuste; crisis y colapso final
del llamado «socialismo real».
 Etapa actual. Su inicio coincide con el comienzo del nuevo siglo, lo
cual, proporciona una cierta base objetiva al concepto de «socialismo
del siglo XXI». En efecto, a partir del año 2000 se aprecia la
ocurrencia de importantes cambios que marcan una clara diferencia
con respecto a la etapa precedente: revienta la burbuja de las .comn,
dando paso a la crisis de 2000-2001, enmascarada
momentáneamente por las medidas anticrisis adoptadas por el
gobierno del Presidente Bush y que reaparece en 2008 con violencia
renovada, en una debacle financiera de devastadoras consecuencias
ECONÓMICAS Y sociales, cuyo final aún no se avizora;
recrudecimiento de la agresividad imperialista, aprovechando los
ataques del 11 de septiembre, con el propósito de apoderarse de los
menguantes recursos naturales del planeta e imponer su dominación
mundial–proclamación de la «guerra contra el terrorismo», , con sus
terribles implicaciones de ataques preventivos, intervenciones
humanitarias, legalización de las detenciones indefinidas, empleo de
la tortura y ejecuciones sumarias. Guerra de Irak, intervención militar
en Libia y derrocamiento de su gobierno, cerco económico e
intervención militar contra Siria (todavía en curso), cerco económico y
amenaza de agresión militar contra Irán, etc.– A esto hay que
agregar la persistencia o exacerbación de una serie de fenómenos
que se habían venido desarrollando durante las décadas anteriores,
sobre todo, a partir de la implementación de las políticas
neoliberales, tales como la transformación de las economías
capitalistas desarrolladas en economías de servicios y la
consiguiente conversión del proletariado industrial en una fracción
minoritaria de la fuerza de trabajo ocupada, fragmentación de la
clase obrera como consecuencia de la desconcentración y
deslocalización empresariales y la subcontratación, creciente
capacidad de manipulación de la opinión pública mundial por los
medios masivos de comunicación al servicio del capital transnacional
y los estados imperialistas, en suma, privatización y mercantilización
generalizada del mundo (no sólo de la producción y los servicios,
sino también del espacio, la información, el derecho, la moneda, la
violencia, los conocimientos y de la vida misma).

De lo anterior, puede concluirse que el actual contexto socioeconómico


mundial constituye un nuevo estadio en el despliegue de la crisis
estructural sistémica del capital a que ya he hecho referencia. A este
respecto, en los «Lineamientos de la política económica y social del
Partido y la Revolución» aprobados por el VI Congreso del Partido
Comunista de Cuba el 18 de abril de 2011 se afirma: «En cuanto a los
factores externos, el entorno internacional se ha caracterizado por la
existencia de una crisis estructural sistémica, con la simultaneidad de las
crisis económica, financiera, energética, alimentaria y ambiental, con
mayor impacto en los países subdesarrollados.»[7]

El pronóstico poco optimista que he expresado más arriba acerca del


curso futuro de esta crisis estructural no es una manifestación de
triunfalismo dictada por motivaciones ideológicas. Se basa en la
constatación de su carácter multifacético, de la tendencia a la
ralentización que ha venido mostrando la economía mundial en los
últimos cuarenta años, de la turbulencia que con cada vez más
frecuencia sacude el sistema, o alguna parte de él y de su creciente
carácter parasitario y depredador.[ 8] Sin embargo, no parece probable un
colapso del sistema. El fin del capitalismo es hoy impredecible; su
duración dependerá de la correlación entre distintos factores, tales como
el ritmo de deterioro de la naturaleza, las acciones que adopte el
imperialismo para mantener su dominación mundial–que pueden,
incluso, provocar la destrucción del planeta, ora como resultado de una
guerra nuclear; ora por el daño ecológico irreversible que ocasionaría la
sola prolongación de su existencia más allá de cierto límite– y de la
capacidad que logren desplegar los pueblos de los países periféricos y
las masas trabajadoras de los países centrales para resistir la
degradación de sus condiciones de vida y ponerle fin al mundo del
capital. En consecuencia, es necesario que los revolucionarios asuman
la incuestionable verdad de que el futuro socialista de la humanidad no
está predeterminado por alguna ley natural del desarrollo histórico, sino
que advendrá como resultado de la acción consciente de las masas; no
está garantizado; hay que conquistarlo.

Por consiguiente, lejos de ser una anticuada ideología del siglo XIX que
algunos intelectuales trasnochados se empeñan en
mantener viva, el socialismo es en el siglo XXI más
actual y urgente que nunca antes, puesto que su
victoria sobre el capitalismo es la única posibilidad
cierta con que cuenta la humanidad para salvarse de
la irremisible catástrofe a que está siendo arrastrada
por la inexorable lógica del capital. De aquí la
renovada vigencia que adquiere en nuestros días el
dilema de «socialismo o barbarie» planteado por
Rosa Luxemburgo en 1916.[9] Desde este punto de
vista, si bien el actual movimiento revolucionario es
la continuación de la sempiterna lucha del trabajo
contra el capital, la significación de esta lucha para la
humanidad en las presentes condiciones confiere
sentido al concepto «socialismo del siglo XXI», no
obstante el carácter vago que aún presenta su
formulación. Por otro lado, resulta obvio que para
que una propuesta socialista actual sea capaz de
despertar el entusiasmo de las masas trabajadoras,
debe tomar distancia de las experiencias socialistas
precedentes, es decir, del llamado «socialismo real».
Los explotados y marginados del mundo sienten la
necesidad imperiosa de un cambio social radical que
les abra el camino hacia un futuro mejor, pero,
indudablemente, el fracaso de aquellas sociedades
presuntamente socialistas es un hecho lo
suficientemente reciente como para que los ecos de
sus deformaciones y errores pervivan en las mentes
de muchos, generando actitudes dogmáticas y
sectarias en unos y escepticismo y recelo en otros.
Por eso, considero necesario hacer algunas breves
consideraciones en torno al surgimiento y la
naturaleza del llamado «socialismo real», que
permitan un ajuste de cuentas con la experiencia
socialista anterior._

El triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia en 1917 constituyó, a mi


juicio, el acontecimiento más importante del siglo XX. Por primera vez en la
historia salvo el efímero episodio de la Comuna de París- era derribado el
poder de los explotadores y surgía en su lugar un estado de obreros y
campesinos, validando en la práctica la hipótesis formulada por Marx y Engels
acerca de la posibilidad del triunfo de la revolución proletaria, pese a tratarse
de un país económica y culturalmente atrasado como Rusia.

Sin embargo, el naciente estado proletario debió enfrentar el tremendo


obstáculo que representaba el atraso cultural de la sociedad rusa, y no tuvo
más remedio que contratar a miembros de la vieja burocracia zarista y
especialistas provenientes de las clases poseedoras, a fin de acometer la
organización del nuevo estado y la gestión de las empresas expropiadas,
confiando en que podría utilizarlos sin menoscabo de su autoridad, pero esta
esperanza no se vio confirmada por la historia. Un conjunto de sucesos
acaecidos poco tiempo después de la victoria vendrían a trastocar el curso de
la Revolución apartándola del proyecto leninista originario. El
desencadenamiento de la Guerra Civil y la intervención extranjera entronizó el
caos en todas partes, provocando la disgregación del minoritario proletariado y
desarticulando los soviets, órganos del poder de los trabajadores, cuyas
atribuciones debieron ser asumidas por funcionarios centralmente designados,
al tiempo que la actividad económica quedaba concentrada en manos del
Estado. Como resultado de todo ello, al terminar la contienda la nomenclatura
estatal-partidista se estructuraba en un poderoso aparato vertical que
controlaba, cada vez más, la vida económica y política del país en detrimento
de los soviets, que no demoraron en convertirse en una institución formal.

Por otra parte, dada la terrible conmoción causada por la Primera Guerra
Mundial, Lenin y los bolcheviques en general consideraban que la Revolución
Rusa era el preámbulo, un anticipo de la revolución mundial y que Rusia podría
contar con el apoyo del proletariado triunfante en otros países más avanzados,
particularmente en Alemania, para superar su atraso económico. Pero la
revolución alemana fue aplastada y el joven Estado soviético quedó aislado con
su atraso económico y cultural en medio del cerco capitalista, condenado a una
participación restringida en la división internacional del trabajo y obligado a
procurar el mayor grado de autarquía posible para subsistir. Fue así como el
atraso económico y el aislamiento, unidos al cansancio de la población por
tantos años de guerras y calamidades y a la ausencia de perspectivas
revolucionarias en el mundo se conjugaron para posibilitar la victoria definitiva
de la burocracia frente a sus opositores, lo cual halló su expresión en el
advenimiento del estalinismo.

A fin de enfrentar esta situación no prevista por los bolcheviques, en 1924,


Stalin formuló su «teoría del socialismo en un solo país»,[10] según la cual, la
URSS contaba con todas las condiciones para alcanzar, por sí sola, la victoria
completa del socialismo, con el propósito de proporcionarse una meta política
atractiva para las masas. En correspondencia con esto, en 1936 se promulgó
una nueva constitución, en la que se proclamaba que la URSS había rebasado
el período de tránsito y arribado al socialismo. Medio siglo después, la historia
se encargaría de demostrar la falsedad de esta teoría, con la crisis y el
derrumbe del llamado «socialismo real», confirmando así la justeza de la tesis
leninista de que, aunque en virtud de la acentuación del desarrollo desigual del
capaitalismo que caracteriza su fase imperialista, la revolución socialista puede
triunfar inicialmente en países aislados, la victoria completa y definitiva del
socialismo solo es posible a escala mundial.

Lenin tenía plena conciencia de la deformación burocrática de la sociedad


soviética y trató de revertirla al final de su vida, como lo evidencia el hecho de
que el tema está en el centro de la mayor parte de sus últimos artículos e
intervenciones, pero ya era demasiado tarde. A guisa de ejemplo, he aquí un
fragmento harto elocuente de 1922: «Pues bien, ha pasado un año, el Estado
se encuentra en nuestras manos, pero ¿ha hecho en la Nueva Política
Económica durante este año nuestra voluntad? No. Y no lo queremos
reconocer: el Estado no ha hecho nuestra voluntad. ¿Que voluntad ha hecho?
El automóvil se desmanda; al parecer, va en él una persona que lo guía, pero
el automóvil no marcha hacia donde lo guía el conductor, sino hacia donde lo
lleva alguien, algo clandestino, o algo que está fuera de la ley, o que Dios sabe
de dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, quizás unos capitalistas
privados, o puede que unos y otros; el automóvil no va hacia donde debe, y
muy a menudo en dirección completamente distinta de la que imagina el que va
sentado al volante».[11]

Con la consolidación del estalinismo, entró en la historia el modelo de sociedad


que caracterizó a la URSS hasta su colapso final, el cual fue asumido como
paradigma de socialismo por el Movimiento Comunista Internacional y
adoptado en mayor o menor medida por todos los países que emprendieron el
camino de la transición socialista. Sus críticos lo han bautizado con distintos
nombres: capitalismo de estado; socialismo de estado; socialismo burocrático;
colectivismo burocrático. Cada una de estas denominaciones enfatiza algún
aspecto del modelo. Por ejemplo: el empleo de los términos «socialismo» o
«colectivismo» resalta la ausencia de propiedad privada, la alusión al Estado
destaca el hecho de que en el modelo el Estado absorbe la sociedad civil y de
que, tanto en la teoría como en la práctica, Hay una identificación de sociedad
con estado y, por ende, de socialización con estatización. Por último, la
referencia a la burocracia apunta a la esencia misma del modelo, puesto que al
identificarse el Estado con la sociedad, la capa integrada por sus funcionarios
se coloca por encima de la sociedad y en condiciones de hacer pasar sus
intereses por los de ella. Yo prefiero no adoptar ninguna de estas
denominaciones en particular. Creo que el modelo de sociedad que se formó
en la URSS a partir de los años 20 del pasado siglo fue una modalidad sui
géneris de sociedad poscapitalista en la que, como resultado de las
condiciones histórico-concretas en que tuvieron lugar su surgimiento y
desarrollo, se combinaron los rasgos inherentes a la transición socialista con un
orden burocrático y autoritario. Por tal razón, estoy convencido de que lo
fundamental al hacer una evaluación crítica de la experiencia soviética y demás
experiencias socialistas del pasado siglo consiste en colocar en el centro del
análisis el problema del poder, esto es, la cuestión de la participación real y
efectiva de los trabajadores, como copropietarios de los medios de producción
en la toma de decisiones que inciden sobre sus condiciones de trabajo y de
vida. En una palabra, la cuestión de la democracia socialista.

No obstante los fenómenos negativos que acompañaron la experiencia


soviética, es preciso destacar también los innegables logros que alcanzó a lo
largo de sus más de setenta años de existencia. Ante todo, el extraordeinario
salto en el desarrollo de las fuerzas productivas que permitió a la URSS pasar,
en solo doce años, de país predominantemente agrícola a potencia industrial
de primer orden, aunque sobre una base extensiva y con un elevado costo
humano; sus éxitos en los campos de la cultura y de la ciencia; su papel
decisivo en la derrota del fascismo; su ayuda a los países excoloniales recién
liberados, así como su papel de freno de las apetencias imperialistas en el
contexto del equilibrio bipolar de posguerra. Aun así no resulta ocioso poner de
manifiesto cómo la deformación burocrática y autoritaria del ejercicio del poder
impuso un sello de rigidez y arbitrariedad a la mayor parte de los aspectos de la
vida social, incluyendo aquellos cuyo balance puede considerarse como
indudablemente positivo: frecuentes fenómenos de voluntarismo e
irracionalidad en la planificación, degradación de las ciencias sociales,
convirtiéndolas en siervas de la política, imposición a otras ciencias como la
biología, la psicología y la lógica de dogmas que provocaron su rezago,
imposición a la creación artística del dogma del «realismo socialista», etc.

El penoso desenlace de casi todas las experiencias socialistas del siglo


XX –especialmente, de la soviética–, y las peculiaridades que presenta
el actual orden capitalista mundial, con sus graves amenazas a la
humanidad, sustancialmente distintas de aquellas que debieron
enfrentar los revolucionarios de etapas precedentes, imponen la urgente
necesidad de formular una estrategia capaz de llevar adelante la
transformación socialista del mundo en estas nuevas condiciones. Para
ello, es preciso partir de las tesis fundamentales del socialismo científico
elaboradas por los fundadores del marxismo y evaluar críticamente
todas las experiencias revolucionarias del siglo XX, tanto las exitosas
como las que fracasaron, a fin de aprender de sus aciertos y errores.

Sin embargo, estas mismas circunstancias hacen que ello no resulte


una tarea fácil. Hoy no existe una organización internacional que
aglutine a las fuerzas revolucionarias, ni una tendencia hegemónica
dentro del pensamiento marxista como antaño. En su lugar, tenemos un
verdadero mosaico de organizaciones que proclaman su fidelidad al
marxismo y que declaran como su objetivo programático la
transformación socialista de la sociedad. Algunas, como los antiguos
partidos comunistas que sobreviven y las organizaciones trotskistas,
sustentan posiciones más bien ortodoxas, pero la mayoría de ellas, a la
par con su adhesión al marxismo, sostienen puntos de vista
provenientes de otras corrientes de pensamiento, representativas de
toda una gama de posiciones que denotan, en mayor o menor grado, la
influencia del anarquismo: anarcocomunismo, anarcosindicalismo,
socialismo libertario, etc., mientras que otras, extraen sus fundamentos
de la matemática, la informática o las ciencias naturales, como el
marxismo analítico o el cibersocialismo. Existe, además, una multitud de
organizaciones y movimientos sociales anticapitalistas que no tienen un
objetivo socialista, sino que restringen su lucha a ciertas reivindicaciones
específicas –ecológicas, de género, de las minorías, de los inmigrantes,
etc–, pero que desempeñan un importante papel en las movilizaciones
populares contra la explotación y la opresión.

Por consiguiente, repensar el socialismo, a fin de elaborar un proyecto


alternativo a la barbarie capitalista que se nos impone, y que resulte
viable en este complejo mundo globalizado, plagado de contradicciones
y amenazas, constituye un formidable reto para los revolucionarios de
este turbulento inicio de siglo, porque la teoría del socialismo tiene hoy
ante sí muchas más preguntas que respuestas; más problemas que
soluciones. Por eso, es indispensable promover un amplio debate
pluralista, sin dogmatismos ni sectarismos, a fin de elucidar las
cuestiones esenciales y lograr, así, la tan necesaria unidad de acción.
En lo que sigue, trataré de contribuir a la consecución de este propósito.

Si de socialismo se trata, la primera cuestión a abordar es,


indudablemente, el concepto mismo de socialismo. Resulta difícil hallar
un concepto que haya tenido en solo 200 años tan diversas acepciones;
que haya sido enarbolado, con tanto desenfado, por las más variadas
posiciones políticas.

La idea de una sociedad superior, más justa, basada en el colectivismo y la


solidaridad humana, resulta tan antigua como lo son la desigualdad social y la
explotación del hombre por el hombre. Su surgimiento y evolución han estado
vinculados con el secular afán de libertad, de igualdad y de bienestar del
hombre. Así la condena a la propiedad privada y la exaltación de la comunidad
de bienes pueden encontrarse ya en algunos escritos de la antigüedad y en los
programas de muchas sublevaciones campesinas de la Edad Media. En sus
inicios, tales proyectos aparecían como el descubrimiento casual de éste o
aquél intelecto, cuya misión era elaborar un sistema ideal lo más perfecto
posible para ser implantado en la sociedad, sin que pudiesen precisar las
condiciones requeridas ni los medios para lograrlo.
El surgimiento de lo que puede llamarse propiamente socialismo se halla
indisolublemente asociado al advenimiento de la sociedad burguesa y
constituye un reflejo de las profundas contradicciones del régimen capitalista de
producción exacerbadas al máximo por el dramático impacto de la revolución
industrial sobre la situación de la naciente clase obrera, las cuales
evidenciaban, cada vez más claramente, la inconsistencia de la ideología
liberal burguesa. En la medida en que se consolidaban las relaciones de
producción capitalistas, lejos de instaurarse el reino de libertad, igualdad y
fraternidad anunciado por el humanismo burgués de los siglos XVII y XVIII, se
acentuaba la polarización de la sociedad en poseedores y desposeídos y se
ahondaban los antagonismos de clases, provocando la rebeldía de los
explotados y despertando en las personas de ideas avanzadas la aspiración a
un orden social más justo y humano, la cual dio vida a numerosos proyectos de
sociedad ideal denominados genéricamente socialistas o comunistas.
Originariamente, el término socialismo no poseía un significado político, ni tampoco
se refería a una determinada forma de organización social. En eso se diferenciaba
fundamentalmente de la denominación comunismo, surgida mucho antes y que, desde
su origen, estaba relacionada con una sociedad basada en la propiedad común sobre los
medios de producción como superación de la propiedad privada. Los conceptos
socialismo y socialista estaban relacionados con la naturaleza del hombre, en tanto que
ser social y sociable. Desde este punto de vista la antítesis del socialismo no era el
capitalismo, sino el egoísmo, el individualismo. Lo que hacía del socialismo algo
anticapitalista era, precisamente, la esencia del modo de producción capitalista, basado
en el interés privado, el egoísmo personal y la competencia como forma de su
existencia, contrapuesta al colectivismo, la cooperación y la solidaridad humana
inherentes al concepto de socialismo. Esto explica el carácter un tanto vago y difuso de
su utilización, sobre todo en los albores del movimiento obrero.

En sus obras escritas con anterioridad a los años 1870, Marx y Engels
se refirieron siempre a la futura sociedad que surgiría en virtud de la
revolución proletaria como sociedad comunista y comunismo a la teoría
científica por ellos elaborada, mientras que el término socialismo lo
empleaban para referirse a aquellas corrientes de pensamiento que
propugnaban alguna clase de sociedad ideal, imaginada o deseada, sin
contar con una base objetiva. Así, en el «Manifiesto del partido
comunista», en los capítulos I, II y IV se habla del comunismo y de los
comunistas. En cambio, en el capítulo IIII, se ofrece una caracterización
de las distintas corrientes socialistas en boga por aquel entonces:
socialismo utópico-crítico, socialismo feudal, socialismo
pequeñoburgués, socialismo verdadero o socialismo alemán, socialismo
burgués o reaccionario, socialismo cristiano, etc.

Frente a aquella miscelánea de corrientes socialistas, se alzaba la teoría


de la revolución proletaria elaborada por Marx y Engels que, sobre la
base de la concepción materialista de la historia, la crítica de la
economía política y la teoría de la lucha de clases, demostraba
científicamente el carácter histórico trransitorio del modo de producción
capitalista, así como la posibilidad y la necesidad de su sustitución
revolucionaria por una sociedad superior, más racional, justa y, por fin,
auténticamente humana: la sociedad comunista.

Dejando de lado las teorías socialistas mencionadas en el Manifiesto


que fueron expresión del momento histórico de su redacción y que
tuvieron un carácter efímero, queda en pie la antítesis entre el
socialismo utópico de Saint Simón, Fourier, Owen o Cavec y la teoría
científica fundada por Marx y Engels. Conviene hacer aquí algunas
consideraciones acerca de esta contraposición. Ante todo, resulta obvio
que Marx y Engels tenían que hacer especial énfasis en la diferencia
radical existente entre la teoría científica que proponían al movimiento
obrero y las fantasías e ilusiones de los utopistas. Pero, en realidad, por
científica que sea la teoría socialista, ella es a la vez, un proyecto
revolucionario, un ideal que se aspira a alcanzar, un mundo anhelado,
cuyos contornos en pensamiento solo puede prefigurar de manera
difusa. Como la vida ha mostrado tantas veces, no existe una frontera
infranqueable, absoluta, entre la ciencia y la ideología. Todo
revolucionario, por científico que sea, lleva dentro de sí un soñador, algo
de utópico. Sin la fuerza irresistible de ese sueño que arrastra a los
revolucionarios hacia el futuro, nunca habrían tenido lugar las
revoluciones.

Como puede apreciarse, el concepto de utopía tiene al menos dos


acepciones: una, como una quimera, una ilusión irrealizable; la otra,
como un proyecto posible, pero sin que estén presentes, de momento,
las condiciones y los medios para su realización. Cabe citar aquí el
poema «Ventana sobre la utopía» de Eduardo Galeano:
«Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos y ella se aleja dos
pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la
utopía? Para eso sirve: para caminar.»[12]

Si bien el socialismo utópico fue un producto del romanticismo del siglo


XIX, y Marx y Engels lo consideraban algo superado, este ha seguido
acompañando al socialismo científico hasta el presente. Por solo
mencionar algunas figuras u organizaciones representativas, hay que
destacar al anarquista inglés William Morris, quien publicó en 1890 su
novela «News from nowhere» (Noticias de ninguna parte), y es
considerado precursor del socialismo ecológico. En la actualidad,
pueden mencionarse el movimiento denominado Economía Solidaria,
que trata de mejorar la situación de los menos favorecidos mediante el
fomento de cooperativas, y también, la organización llamada Economía
Participativa (PARECOM), creada por el norteamericano Michael Albert,
con cierto número de adeptos en Estados Unidos y Canadá, y que ha
auspiciado la creación de algunas empresas de propiedad colectiva.

En cuanto a la cientificidad de la teoría marxista del socialismo, es


necesario rechazar de plano la interpretación vulgar, según la cual, esta
es equiparable a la de las ciencias naturales. La teoría socialista no
puede prever con exactitud el comportamiento de los individuos o de las
clases, ni la posible incidencia en el curso de los acontecimientos de una
multitud de factores coyunturales cuyo número es prácticamente
indeterminable. No puede decirnos cuándo y cómo triunfará la revolución
socialista, o si fracasará, del modo en que el astrónomo predice un
eclipse de sol.Y es que, a diferencia de las leyes naturales, las leyes
sociales son leyes de la actividad humana y, por tanto, su acción está
mediada por la actividad consciente de los hombres, son leyes
tendenciales. En consecuencia, la teoría del socialismo científico es una
hipótesis que debe ser validada, de manera concreta en cada etapa
específica del desarrollo histórico. Corresponde a los revolucionarios de
nuestro tiempo repensar la teoría del socialismo en el complejo mundo
del siglo XXI y validarla en la práctica. Por eso afirmé más arriba que el
futuro socialista de la humanidad no está predeterminado, garantizado;
hay que conquistarlo.

Ahora bien, ¿por qué la teoría de la revolución comunista se transformó


posteriormente en la teoría del socialismo científico? A lo largo de la
segunda mitad del siglo XIX fue cambiando la significación del término
socialismo para la teoría marxista y el movimiento obrero. La clase
obrera había sufrido una dura derrota con el aplastamiento de la
Comuna de París en 1871 y, con el nuevo impulso adquirido por el
capitalismo en su tránsito al imperialismo, la burguesía de los países
desarrollados tuvo la posibilidad de hacer algunas concesiones a las
capas superiores de la clase obrera, con lo cual, esta se fue alejando
paulatinamente –imperceptiblemente al principio– del camino
revolucionario. Con cada vez más frecuencia, las autoridades y los
patronos reconocían a los sindicatos y hasta negociaban con ellos; las
organizaciones políticas de la clase obrera se incorporaban a la lucha
legal y se transformaban en partidos políticos –social-demócratas o
socialistas– que aspiraban a la victoria parlamentaria y que, poco a
poco, se iban deslizando al campo del reformismo. De este modo, los
partidos obreros y la futura sociedad que aspiraban a alcanzar perdieron
la denominación de comunistas, empleada por Marx y Engels desde sus
primeros trabajos, que gradualmente fue reemplazada por la menos
traumatizante –más política– de socialistas. Poniéndose a tono con el
lenguaje prevaleciente en los partidos obreros, Engels empleó ya el
concepto de socialismo científico en «Anti-Dühring» y tituló a su folleto
de 1885 «Del socialismo utópico al socialismo científico». Esto, en
definitiva, era solo un cambio en el lenguaje, no en los objetivos del
programa revolucionario. Por eso, en lo adelante, los marxistas
emplearon la denominación de socialismo para referirse a la fase inferior
de la sociedad comunista, a la que aludiera Marx en su «Crítica del
Programa de Gotha».De aquí que Lenin, al referirse a esta fase inicial,
agregó «(lo que suelen llamar socialismo)».[ 13]

El número de figuras y organizaciones que desde el siglo XIX hasta la


fecha se han autodenominado socialistas es tan grande y tan variado
que sería imposible –y además poco provechoso– referirme aquí a todas
ellas. Todo el que ha elaborado un proyecto, presuntamente de
mejoramiento o perfeccionamiento de la sociedad, ya sea mediante la
acción del Estado, o mediante la actividad autónoma de las
comunidades, los colectivos laborales o alguna otra clase de
organizaciones, se ha autodenominado socialista. Por lo tanto, voy a
tratar de hacer una generalización que englobe las principales
tendencias, a riesgo de incurrir en alguna omisión, con el fin de brindar
al lector una visión sintética de todo lo que ha habido en los casi dos
siglos transcurridos desde que entró en la historia el polisémico
concepto de socialismo.
Pienso que los movimientos o teorías socialistas, no marxistas pueden
clasificarse en dos grandes categorías:
 Reformismo. Pretenden reducir la desigualdad y mejorar la
situación de las clases trabajadoras, mediante la puesta en
práctica por el Estado de políticas redistributivas, o la promoción
de la actividad autónoma de las comunidades, los colectivos
laborales, de alguna clase de organizaciones o de individuos
particulares, sin afectar, en lo fundamental, el dominio de la
propiedad capitalista.
 Teorías socialistas de corte anarquista. En este caso, hay que
diferenciar entre el anarquismo en su forma pura, extrema, que
propugna, prácticamente, la disolución de la sociedad en aras de
la libertad absoluta de los individuos (acracia), de las corrientes
socialistas radicales que, aunque su discurso es, en mayor o
menor medida, marxista, su inclinación a la izquierda hace que
tomen algunos elementos del anarquismo o afines a él. Aquí la
frontera entre marxismo y anarquismo se hace, a veces, un tanto
difusa, al punto de que, en algunos casos, es difícil decidir si un
pensador puede considerarse como marxista o no. Existe toda
una gama de posiciones de este tipo que se distinguen por su
grado de inclinación a la izquierda: anarcosindicalismo,
anarcocomunismo, comunismo de izquierda, comunismo
consejista, socialismo autogestionario, socialismo desde
abajo,socialismo libertario, etc., cada una de las cuales es, a su
vez, heterogénea.

Estoy consciente de que existen corrientes socialistas cuya ubicación en esta


clasificación resulta difícil, or ejemplo, el socialismo de mercado. Sus
representantes se hallan entre el marxismo y el reformismo, según el caso,
mientras que los representantes del socialismo ecológico se sitúan entre el
marxismo y el socialismo libertario. No obstante, me parece que, salvo estas
dos corrientes, que están enfocadas a objetos muy específicos, como lo son el
mercado y el medio ambiente, casi todas las demás caben en las dos
categorías que propongo. Por otra parte, el reformismo y el anarquismo no son
excluyentes. Así, un proyecto anarquista es reformista si trata de lograr el
nuevo orden social a que aspira, mediante cambios pacíficos al interior de la
sociedad capitalista, a diferencia de las corrientes anarquistas revolucionarias,
que propugnan el derrocamiento del poder de la burguesía y la abolición
inmediata del Estado. Tales son los casos del proyecto mutualista propuesto
por Proudhon, de la economía participativa, de Michael Albert, etc.

Tanto el reformismo como el anarquismo han acompañado al socialismo desde


sus mismos orígenes. Ya en 1847, Marx debió escribir su libro «La miseria de
la filosofía», a fin de someter a crítica el proyecto reformista de Proudhon. Sin
embargo, la expresión más trascendente y representativa de esta corriente fue
la que surgió de la degradación oportunista de los partidos socialdemócratas en
los inicios del siglo XX, que condujo a la desintegración de la Segunda
Internacional y a la creación, después de la Primera Guerra Mundial de la
Internacional Socialista. Los partidos socialistas o socialdemócratas europeos
alcanzaron cierto relieve durante el boom que siguió a la Segunda Guerra
Mundial, como consecuencia del éxito transitorio de las políticas keynesianas y
el Estado del bienestar. Pero, a partir de los años 80, con la globalización y la
imposición en todo el mundo capitalista de las políticas neoliberales, han ido
perdiendo su identidad, para convertirse en otros tantos partidos burgueses,
que no pueden ofrecer ya nada a las masas trabajadoras, y que solo conservan
de socialistas o socialdemócratas, el nombre.

El anarquismo es la expresión fundamental del revolucionarismo


pequeñoburgués. Mostró gran fuerza en los países más atrasados, como
España, Alemania, Italia y Rusia, donde la clase obrera estaba poco
desarrollada. Sus primeras manifestaciones teóricas aparecen también en los
años 40 del siglo XIX, con las figuras de Stirner y Proudhon, y ha mantenido
una influencia significativa en el movimiento obrero de muchos países y en la
intelectualidad de izquierda. En los años 60 del siglo XIX el anarquista ruso
Mijail Bakunin y sus seguidores llegaron a alcanzar cierta influencia en el seno
de la Primera Internacional, lo cual obligó a Marx y Engels a librar una intensa
lucha contra ellos, hasta que lograron, finalmente, expulsarlos de la
organización, en su 5º Congreso, efectuado en La Haya en 1872.
También Lenin debió polemizar en numerosas ocasiones con los anarquistas y
otras agrupaciones de izquierda afines al anarquismo, las cuales constituían
fuerzas políticas importantes en Rusia, dado el elevado peso específico de la
pequeña burguesía en su composición social, aunque también lo hizo en el
ámbito del movimiento obrero internacional. Baste recordar sus extensos
debates con los comunistas de izquierda en torno a la socialización socialista
de la producción en Rusia y la Paz de Brest-Litosvsk, o su crítica de los errores
cometidos por los comunistas alemanes, expuesta en su folleto «La
enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo».

La historia del pensamiento revolucionario debe prestar especial atención al


anarquismo en sus diversas modalidades, habida cuenta de sus nexos
históricos con el socialismo, de enfrentamiento, en algunos casos y de
tangencia, en otros, y porque ha desempeñado un importante papel en ciertas
situaciones extremas. Me limitaré a mencionar aquí solo tres de ellas: la Guerra
Civil española, la efervescencia revolucionaria de mayo de 1968 y el momento
actual, donde se aprecia un fortalecimiento de la influencia anarquista en la
izquierda y en la juventud, como reacción al recrudecimiento de la barbarie
capitalista y el escepticismo provocado por la fracasada experiencia del
llamado socialismo real.

Igualmente difícil resulta hacer una caracterización general del desarrollo del
pensamiento socialista marxista con posterioridad a los fundadores del
socialismo científico. No es posible exponer en unas pocas páginas las grandes
contribuciones de tantos revolucionarios a su enriquecimiento de entonces acá,
pero es indudable que su desarrollo estuvo asociado, ante todo, a las tres
grandes revoluciones socialistas que tuvieron lugar en el siglo XX: la
Revolución Rusa, la Revolución China y la Revolución Cubana.

Atendiendo a esto, hay que colocar en un primerísimo lugar la extraordinaria


obra teórica y práctica de Vladimir Ilich Lenin, por haber sido el fundador del
bolchevismo; por su incansable lucha contra el oportunismo dentro del
movimiento obrero, tanto de derecha como de izquierda; por haber desarrollado
la teoría de la revolución socialista en las condiciones del imperialismo; por
haber sido el creador y conductor del primer estado de obreros y campesinos
de la historia y por haber sentado las bases para la teoría de la transición
socialista. Ello sin desconocer las relevantes aportaciones a la teoría socialista
de otras figuras del bolchevismo, principalmente, la de L. D. Trotski, con su
implacable crítica a la deformación burocrática de la sociedad soviética y sus
profundos análisis de los vínculos entre la dinámica del capitalismo y la
transición al socialismo.

tras la muerte de Lenin, se fueron acentuando las divergencias entre los


comunistas soviéticos, las cuales culminaron con la formación de la «Oposición
de Izquierda» liderada por Trotski. Al cabo de un intenso debate, centrado
fundamentalmente en los temas del socialismo en un solo país y la
industrialización, el conflicto concluyó con la derrota de la Oposición de
Izquierda y el destierro de Trotski.

Con la victoria completa del estalinismo, el marxismo se fue transformando en


un cuerpo teórico cerrado, contentivo de verdades incuestionables, cuya misión
era sustentar las acciones de la dirección soviética. Fue así como los
apologistas del estalinismo despojaron gradualmente al marxismo de su
creatividad y su carácter abierto y polémico, convirtiendo la experiencia
soviética en paradigma de la transformación socialista de la sociedad, que
debía ser seguido e imitado por los demás partidos comunistas, desvirtuando
así el objetivo fundacional de la Internacional Comunista. Esta fue la razón por
la cual, con la crisis y colapso final de la URSS, la mayor parte de los partidos
comunistas de los países capitalistas _–aquellos que no se desintegraron o se
pasaron al campo de la socialdemocracia– han sufrido una considerable
pérdida de su relevancia política y teórica, en comparación con otras
organizaciones y figuras de la izquierda que se han venido mostrando más
activas, como es el caso de las organizaciones trotskistas.

La segunda gran revolución del siglo XX fue la Revolución China. No solo por
la extensión territorial del país y el volumen de su población, sino también por
su estratégica ubicación geográfica y sus recursos naturales. Cupo a Mao
Zedong (Mao Tse-Tung) el mérito de haber elaborado y puesto en práctica una
estrategia revolucionaria que, partiendo del reconocimiento de las
potencialidades revolucionarias del campesinado chino, permitió a los
comunistas llevar adelante la guerra revolucionaria que los condujo a la
conquista del poder y a la creación de la República Popular China en 1949.

Por último, la Revolución Cubana que, no por tratarse de un país pequeño, es


menos relevante. La Revolución Cubana fue el hecho revolucionario más
importante de la segunda mitad del siglo XX, justamente por tratarse de un país
pequeño, por ser la primera revolución socialista en el Hemisferio Occidental y
en América Latina, por el ejemplo de su inquebrantable resistencia al asedio
imperialista de más de cincuenta años y por su solidaridad irrestricta con todas
las causas justas o emergencias humanitarias. Esto explica la extraordinaria
influencia que las ideas de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara han ejercido y
ejercen aún hoy en la juventud y en los sectores progresistas de todo el mundo,
particularmente en los países subdesarrollados, debido a que en sus escritos y
discursos se abordan los problemas del socialismo desde una perspectiva
tercermundista.

Sin embargo, la lucha por el socialismo desde fines del siglo XIX hasta el
presente ha sido un movimiento tan amplio y tan rico que ninguna clasificación
o esquema puede abarcarlo en su integridad. Por eso, es necesario destacar
también la trascendencia histórica de ciertas figuras excepcionales que han
abonado el camino con el ejemplo de su trayectoria revolucionaria, con su
sangre, con su contribución al desarrollo del pensamiento marxista creador,
aunque las circunstancias históricas les hayan negado la oportunidad de ser
protagonistas de movimientos revolucionarios exitosos. No puedo intentar
siquiera aquí una enumeración de tales figuras, porque la lista sería
prácticamente interminable y siempre incurriría en lamentables omisiones, pero
no es posible dejar de referirme a tres revolucionarios que, a mi juicio, resultan
paradigmáticos: Rosa Luxemburgo, ejemplo sin par de mujer revolucionaria,
cuya obra se destaca por su posición vertical frente al oportunismo, su
investigación acerca de la acumulación del capital y su defensa a ultranza de la
democracia socialista; Antonio Gramsci, quien desde la cárcel y en condiciones
sumamente precarias enriqueció con sus escritos la teoría de la lucha de
clases y del socialismo en particular, al resaltar el papel de los factores
subjetivos y desarrollar el concepto de Hegemonía; José Carlos Mariátegui,
verdadero precursor del socialismo latinoamericano, en tanto fue el primero en
plantearse la necesidad de un proyecto socialista acorde con las peculiaridades
sociohistóricas de nuestro continente sin calco ni copia.

A pesar de la gran diversidad de corrientes dentro del pensamiento socialista,


puesto que el socialismo plenamente formado no ha existido en parte alguna y,
por ende, es todavía un proyecto, un camino, una hipótesis –una hipótesis
científicamente fundamentada, pero hipótesis al fin y al cabo– que tiene que
alcanzar su validación histórica en las complejas condiciones del mundo
contemporáneo, hay un conjunto de rasgos esenciales del socialismo con los
que la mayoría de los autores pueden estar de acuerdo, porque ellos
constituyen la negación de los rasgos esenciales del capitalismo, es decir, que
no expresan lo que el socialismo es, sino lo que no es, o mejor, lo que no
puede ni debe ser. En vez de la propiedad privada, la propiedad ha de ser
social; en lugar del egoísmo, el individualismo y la competencia, el altruismo, la
solidaridad y la cooperación; el móvil de la producción no será más la ganancia,
sino la satisfacción de las necesidades racionales de los miembros de la
sociedad; no existirán las clases sociales ni la explotación del hombre por el
hombre; en vez de la anarquía y la espontaneidad, la sociedad será capaz de
regular conscientemente su desarrollo mediante un plan democráticamente
aprobado por sus miembros; en fin, «...una asociación en que el libre
desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de
todos.»[14]

Por consiguiente, la dificultad no reside tanto en el concepto mismo de


socialismo, sino, más bien, en los problemas que plantea la organización y
dirección de la nueva sociedad en la práctica, dado que el surgimiento y
desarrollo de la sociedad socialista es un proceso consciente. Es por ello que
Lenin sostenía la tesis de «la primacía de la política sobre la economía», –lo
cual no niega su otra tesis de que «la política es la expresión más concentrada
de la economía»– [15] en el sentido de que la condición esencial para el
cumplimiento de las tareas económicas es un acertado enfoque político, o sea,
el respeto a los intereses de la sociedad. La política económica que se divorcia
de los intereses de la sociedad está condenada al fracaso. Por eso, insisto en
que el problema fundamental de la nueva sociedad es el problema del poder:
quién o quiénes toman las decisiones; qué papel corresponde jugar al Estado,
a las comunidades y a los colectivos laborales; cómo se interrelacionan estas
instancias y cuáles son los límites de la acción de cada una; qué margen de
libertad corresponde al individuo y cómo ejerce su condición de copropietario
de los medios de producción. Esta es la primera lección que los revolucionarios
de hoy deben aprender de la experiencia del extinto socialismo real.

Desde el punto de vista estrictamente económico, me parece que la teoría


socialista debe enfrentar, entre otros, dos grandes problemas:
 El de la relación plan/mercado.- Este ha sido, indudablemente, el
problema teórico de la economía socialista más debatido por los
economistas, tanto marxistas como no marxistas, sobre todo con
posterioridad al triunfo de la Revolución de Octubre, debido a que el
mismo expresa, de manera sintética, el conflicto intrínseco de la
transición, entre la nueva sociedad que se aspira a edificar, organizada
conforme a un plan establecido y controlado conscientemente por sus
miembros y la vieja sociedad que se aspira a superar, signada por la
anarquía y la espontaneidad. Esta es la razón por la que ha sido
seleccionado como hilo conductor de este libro.
 El de la relación hombre/naturaleza.- La prolongación de la existencia
del capitalismo mucho más allá de lo que los clásicos del marxismo
habían previsto ha traído como resultado un extraordinario desarrollo de
las fuerzas productivas en los países centrales del sistema,
posibilitando con ello un desenfrenado derroche de los recursos
naturales y provocando la acelerada degradación del equilibrio
ecológico del planeta, lo cual pone en grave riesgo la existencia misma
de la humanidad. Esta circunstancia plantea a la teoría del socialismo
un nuevo problema: el de cómo redimensionar las fuerzas productivas y
los patrones de consumo generados por la lógica implacable del capital,
habida cuenta de la tremenda brecha existente entre países
desarrollados y subdesarrollados, de modo que el desarrollo de la
nueva sociedad transcurra en armonía con la naturaleza y no en
detrimento de ella.

Notas:
1
[] Woods, Allan. “¡Marx tenía razón!”. Publicado el08-12-2011 en: www.rebelion.org
2
[] Hardt, Michael y Negri, Antonio. ”Imperio”. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002.
3
[] Holloway, John. “Cambiar el mundo sin tomar el poder”. Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2002.
4
[] Ver, por ejemplo, Borón, Atilio. “Imperio e imperialismo. Una lectura crítica de un libro de Michael Hardt y Antonio
Negri”. Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2005
5
[] Buzgalin, Alexander V. “El socialismo del siglo XXI”. Disponible en: www.rapidshare files.ineedfile2.com. Consultado
el 15-07-2012
6
[] Steffan, Heinz Dieterich. “El socialismo del siglo XXI”. Editorial Paradigmas y Utopías.
México Df. 2002.
7
[] VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. “Lineamientos de la política económica y social del Partido y la
Revolución” (folleto). Editor no especificado, La Habana, abril de 2011.
8
[] Sobre el tema de la crisis estructural sistémica existe abundante bibliografía. Puede consultarse, por ejemplo, de
Chesnais, rançois. “Crisis de sobreacumulación mundial, crisis de civilización”. Disponible en Herramienta, revista de
debate y crítica marxista. www.herramienta.com.ar. Consultado el 04-12-2011. También de Castro, Fidel. ”Discurso
pronunciado en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y desarrollo (Cumbre de La Tierra)”, en Río de
Janeiro, el 12 de junio de 1992 y “Discurso en ocasión del 45 aniversario del triunfo de la Revolución Cubana”, en el teatro
Carlos Marx, el 03 de enero de 2004. Disponibles en: www.cuba.cu/gobierno/discursos. Consultados el 30-09-2012.
9
[] Luxemburgo, Rosa (Junius). “La crisis de la socialdemocracia alemana. Disponible en www.marxists.org. Consultado el
14-04-2010.
10
[] Stalin, j. V. “Cuestiones del lininismo”. Epígrafe “El socialismo en un solo país”. Disponible en: www.marxists.org.
Consultado el 10-11-2010.
11
[]Lenin, V. I. “Informe al XI Congreso del Partido” (marzo-abril de 1922). Obras Escogidas en Doce Tomos, Editorial
Progreso, Moscú, 1977. Tomo XII, Pp. 291-92.
12
[] Galeano, Eduardo. “Las palabras andantes”. Siglo XXI Editores, México, 1993.
13
[] Lenin, V. I. “El estado y la revolución”. Editorial Progreso Moscú, Obras Completas (V Edición), Tomo XXXIII, p. 95.
14
[] Marx, Carlo y Engels, Federico. “manifiesto del Partido Comunista”. Obras Escogidas en Tres Tomos. Editorial
Progreso, Moscú, 1981, tomo I, P. 130.
15
[] Para profundizar en el enfoque leninista de la unidad dialéctica entre política y economía, ver sus trabajos:
Lenin, V. I. “Sobre los sindicatos, sobre el momento actual y sobre los errores de Trotski” y

“””””””””””” “Insistiendo sobre los sindicatos, sobre el momento actual y sobre los errores de Trotski y Bujarin”. Obras
Escogidas en Doce Tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1977. Tomo XI.

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