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Texto 20.

Fin de los tiempos y apariciones


marianas
Signos precursores del fin del mundo
 
Para hablar sobre el fin de los tiempos, tomamos aquí, un fragmento completo
del teólogo Antonio Royo Marín[1]:
 
En la Sagrada  Escritura se nos dice que nadie absolutamente sabe cuándo
sobrevendrá el fin del mundo. Cristo resucitado advirtió a sus apóstoles que no
les correspondía a ellos conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha
fijado en virtud de su poder soberano (Hch 1,7). Y en el Evangelio les había ya
dicho que de aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo ni
el hijo, sino sólo el Padre (Mt 24,36). Ya se comprende que el hijo no lo sabía
como formando parte de su mensaje mesiánico que había de comunicar a los
hombres, aunque sí como verbo eterno de Dios. Sin embargo, la misma
Sagrada Escritura nos proporciona ciertos signos o señales por donde puede
conjeturarse de algún modo la mayor o menor proximidad del desenlace final.
No se nos prohíbe examinar esas señales, pero es preciso tener en cuenta que
son muy vagas e inconcretas y se prestan a grandes confusiones, sobre todo
por el carácter evidentemente metafórico y ponderativo de muchas  de ellas.
Buena prueba de esto la ofrece el hecho de que la humanidad ha creído verlas
ya en diferentes épocas de la historia que hacían presentir la proximidad de la
catástrofe final.
Vamos, pues, con sobriedad y moderación a recoger esas señales, pero
guardándonos mucho de llegar a conclusiones demasiado concretas y
simplistas. Lo único cierto en esta materia tan difícil y oscura es que nadie
absolutamente sabe nada: es un misterio de Dios. He aquí las principales
señales de que nos habla la Sagrada Escritura:
 La predicación del Evangelio en todo el mundo
Lo anunció el mismo Cristo al decir a sus apóstoles: Será predicado este
Evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y
entonces vendrá el fin (Mt 24,14).
 
Lo cual no hay que entenderlo en el sentido de que todas las gentes se
convertirán de hecho al cristianismo, sino únicamente que el Evangelio se
propagará suficientemente por todas las regiones del mundo, de manera que
todos los hombres que quieran puedan convertirse a él. Ni se puede decir
tampoco que el fin del mundo vendrá inmediatamente después de que el
Evangelio llegue a los confines de la tierra, sino únicamente que no
sobrevendrá antes.
 
La apostasía universal
Lo anunció también el mismo Jesucristo y lo repitió luego san pablo. He aquí
los principales textos:”Y se levantarán muchos falsos profetas que engañarán a
muchos, y por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos” (Mt
24,12). “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc
18,8). “Que nadie en modo alguno nos engañe, porque antes ha de venir la
apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la
perdición” (2 Tes 2,3).
 
Algunos teólogos la interpretan  en el sentido de que la mayoría de las
naciones y pueblos, en cuanto sociedades políticas, renunciarán al
cristianismo, de forma que los principios, leyes, escuelas, organización familiar,
y en general, toda la vida pública será contraria a las normas de la fe. Al mismo
tiempo, la vida individual de la mayor parte de los hombres discurrirá también
por cauces contrarios al cristianismo, aunque nunca faltarán del todo almas
sinceras que conservarán incontaminado el espíritu cristiano hasta el fin de los
siglos.
 
La conversión de los judíos
En contraste con esta apostasía casi general, habrá de verificarse la
conversión de Israel, anunciada por el apóstol San Pablo (Rom 11,25-26). 
Dios permitió la apostasía de su pueblo predilecto para llevar la salud a los
gentiles (Rom 11,11). Pero se arrepentirán en su día y volverán a ser injertados
como ramas naturales en su propio tronco (Rom 11,24), ya que las promesas y
dones de Dios son irrevocables (Rom 11,29). En definitiva, compasión y
misericordia de todo el género humano (Rom 11,32). Cuándo habrá de
realizarse esta vuelta de Israel a la verdadera fe, en qué medida y proporción,
con qué manifestaciones externas; he ahí otros tantos misterios que nadie
absolutamente podría aclarar.
 
El advenimiento del anticristo
Consta también en la Sagrada escritura (2 Tes 2,3-11; 1 Jn 2,18.22). Pero es
muy misteriosa la naturaleza del anticristo. Atendiendo a su significación verbal,
podrá entenderse por tal cualquier manifestación del espíritu anticristiano: el
pecado, la herejía, la persecución, etc. Ello justificaría plenamente y a la letra la
expresión de San Juan que afirma que el anticristo se halla ya en el mundo (1
Jn 4,3). Pero entre los santos padres y teólogos posteriores prevaleció la
creencia de que será una persona individual, que desplegará – permitiéndolo
Dios- un gran poder de seducción con falsos prodigios, que engañarán a
muchos. Finalmente, será vencido y muertos por Cristo con el aliento de su
boca (2 Tes 2,8), o sea, con la simple manifestación de su divina voluntad.
 
 
La aparición de Elías y Henoc
Es otra señal misteriosa, que sólo de una manera muy confusa puede apoyarse
en la Sagrada Escritura. El profeta Malaquías nos dice hablando de Elías: “Ved
que yo mandaré a Elías, el profeta, antes que venga el día de Yahvé, grande y
terrible. El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los
hijos a los padres…” (Mal 4,5-6; cf. Mt 17,10-13). De Henoc nos dice la
Sagrada Escritura que “por la fe fue trasladado sin pasar por la muerte, y no fue
hallado, porque Dios le trasladó” (Heb 11,5).
 
Muchos Santos Padres- entre los que se cuentan San Agustín y San Jerónimo-
interpretan de Elías y Henoc el misterioso episodio de los dos testigos que
lucharán con el anticristo y serán muertos por él para resucitar después
gloriosamente (Apo 11,3-13). Pero otros Padres y expositores sagrados dan
otras interpretaciones muy diversas, por lo que es forzoso concluir que nada
absolutamente se puede afirmar con certeza sobre este particular.
 
Grandes calamidades públicas
Jesucristo anunció en el Evangelio varias de estas calamidades: “Oiréis hablar
de guerras y de rumores de guerras; pero no os turbéis, porque es preciso que
esto suceda, mas no es aún el fin. Se levantará nación contra nación y reino
contra reino, y habrá hambres y terremotos en diversos lugares; pero todo esto
es el comienzo de los dolores” (Mt. 24,6-8).
 
Sabido es, sin embargo, que el discurso escatológico de nuestro Señor- del
que están tomadas esas palabras- está lleno de dificultades y misterios. En él
se habla unas veces de la ruina de Jerusalén; otras, del fin del mundo, y otras,
de ambas cosas a la vez. Es muy difícil  señalar exactamente qué es lo que
corresponde a cada uno de esos acontecimientos. Ni los Santos Padres ni los
modernos exégetas han podido precisarlo con exactitud. Nos parecen, por lo
mismo, muy sensatas y acertadas las siguientes palabras de un notable
expositor sagrado: “Cristo habla a los suyos como si tuvieran que presenciar
aquellos signos de su nueva venida, a pesar de que sabía muy bien que ese
nuevo advenimiento estaba muy lejos todavía. ¿Por qué habla así? Pues
porque quería que los suyos estuvieran siempre prevenidos por su venida,
cuyo tiempo preciso quiso que permaneciera oculto, aunque en algún sentido
muy real y verdadero de la muerte de cada uno ocurre el advenimiento de
Cristo juez; y por eso se explica que los mismo apóstoles exhorten a los fieles a
permanecer siempre preparados para el día del juicio.
 
Lo cierto es que muchos de estos signos parecen manifestarse en nuestra
sociedad; ya el Evangelio ha sido predicado a gran parte de la humanidad, la
apostasía es cada vez mayor, cada vez más los hombres, incluso los que se
llaman cristianos, viven como paganos, y qué decir de las guerras y grandes
calamidades como terremotos y fenómenos naturales que hemos presenciado.
Además, otro gran signo de estos tiempos, han sido las continuas apariciones
de nuestra Santísima Madre, que ha venido a advertir a sus hijos que el fin se
acerca y que debemos estar preparados.
 
Apariciones Marianas
 
Si una madre, desde un barco, observase que su hijito se tiró de este y se está
ahogando en el mar ¿qué no haría? Con absoluta seguridad, esta madre tiraría
a su hijito cuerdas, flotadores, tablas, botes salvavidas, e incluso bajaría ella
misma a darle su mano. Pero ¿qué pasaría si este hijo no quisiera recibir la
ayuda de su madre y en lugar de esto quisiera ahogarse? Quizá la madre, con
lágrimas en sus ojos le suplicaría y hasta le gritaría a su hijo que echara mano
de lo que le ha dado para que se salve. En este punto del drama la decisión
reposa totalmente en el hijo: o corresponde a las súplicas de su madre o… ¡se
deja ahogar!
 
Esta escena tan trágica corresponde a la realidad de nuestros días. Nuestra
Señora observa como nos tiramos temerariamente de la barca de la Iglesia y
así nos empezamos a hundir en el mar del pecado y en la inmundicia del
mundo, cuya consecuencia no solo será la infelicidad en la vida presente sino
el fuego eterno en la futura. Entonces nuestra buena Madre nos lanza las
“cuerdas” del Santo Rosario, los “flotadores” de la mortificación y el ayuno, las
“tablas“, de la ley del amor, dadas por Jesús en el Evangelio, el “bote
salvavidas” que son los Sacramentos, e incluso a través de sus diferentes
apariciones baja a nosotros, y como ve que no hacemos caso llora a través de
sus imágenes, como en Akita, Japón. La Santísima Madre nos viene a
advertir como la “Profetisa de los últimos tiempos” los castigos que
llegarán a la humanidad si no enmendamos nuestra vida.
 
Alguien gritará: “¡Dios no castiga! ¡Él es todo misericordia!, etc.” Si quien dice
esto se refiere a que Dios no se pone rojo de ira y con un látigo corre tras sus
hijos, mordiendo su lengua, a “castigarlos” en una pataleta de rabia, y este es
el concepto de castigo que tiene, estamos de acuerdo, pues lo que falla acá no
es el concepto de la justicia divina sino la concepción que se tiene de “castigo”.
Pero si quien así grita se refiere a que Dios no corrige y es un papá alcahuete
que deja que sus hijos hagan lo que les plazca y que premia igual al que se
esforzó por amarle y al que le rechazó durante toda su vida -salvo si esta
persona tiene una conversión de corazón-, entonces ahí sí hay un error y
grave. Pues este concepto no solo muestra un terrible desconocimiento de la
Biblia y del Magisterio, sino que es una mentira peligrosa que puede llevar al
infierno a miles de aquellos que lo negaron durante toda su vida.
 
El Castigo Divino que aparece en la Biblia -y sí que aparece- se debe entender
en términos de la corrección amorosa que un Dios da ya sea a su pueblo Israel,
a un individuo particular o a un grupo de personas, y mientras está corrigiendo
llora por su hijo que sufre, pero lo hace pues sabe que más tarde este pequeño
sufrimiento no solo le traerá beneficios sino que, además, le evitará
sufrimientos mayores y hasta eternos. Así, algunos exégetas han encontrado
en las Sagradas Escrituras hasta 177 amonestaciones que Dios da a su pueblo
Israel y a la humanidad por su infidelidad a él, y no es difícil recordar alguna,
incluso desde el Génesis, como el Diluvio Universal (Gén 6,5), la destrucción
de Sodoma y Gomorra por su abundante pecado (Gén 19); o cuando a Israel,
después de murmurar contra Dios y Moisés, el Señor “mandó... serpientes-
ardientes. Y muchos de los israelitas murieron por sus mordeduras” (Num
21,6). Así podríamos encontrar muchísimos casos más donde Dios castiga.
 
Además, el mismo San Pablo nos dice que “Dios es a la vez bondadoso y
severo” (Rom 11,22) y que nos corrige para “no ser condenados con este
mundo” (1 Cor 11,32), además recuerda a los corintios unos cuantos castigos
de Dios contra aquellos que cayeron en impureza (Col 3,6), o tentaron a Dios o
murmuraron contra él (1 Cor 10,8-10). “Dios... aguarda pacientemente hasta
que se cumpla la medida de los pecados, y a partir de este día ya no espera,
sino que castiga.”[2]
 
 
La Virgen María nos viene a advertir
 
Todo esto, es lo que nos viene a recordar la Santísima Virgen María por
Voluntad de Dios. Pero siempre, después de cada legítimo mensaje del cielo,
donde puede anunciar catástrofes como lo veremos más adelante, la Madre de
Dios deja bien sentadas las bases de la esperanza: el Señor triunfará sobre el
mal, su reino se implantará en el mundo y nosotros seremos su pueblo y Él
será nuestro Dios.
 
Valga también aclarar, que todo lo que concierne a apariciones y locuciones
entra dentro del campo que se conoce como “Revelación privada” y no obliga al
creyente, en modo alguno, a creer bajo pena de pecado, ni siquiera venial:
 
«A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas
de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin
embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de “mejorar” o
“completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más
plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la
Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en
estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos
a la Iglesia.» (Catecismo, 67).
 
Alguien podría perfectamente no creer en alguna aparición, aún si es aprobada
por la Iglesia, y no pecaría en lo más mínimo. Sin embargo, es también
importante advertir que no hay razón para desprestigiar estas apariciones -a
menos que contengan algo en contra de la sana doctrina y/o la recta moral, y
allí corresponde a la Iglesia el juzgar-, pues si alguien no cree, no significa que
por ello esta manifestación del cielo sea falsa.
 
Reseña histórica
 
Se podría decir que los actuales tiempos marianos tuvieron su origen en 1830,
cuando la Santísima Virgen se le apareció a Santa Catalina de Labouré, en
París, Francia. Allí nuestra Santísima Madre le dijo que hiciera una Medalla que
por un lado tuviera la imagen de los dos corazones: el Sagrado Corazón de
Jesús y el Inmaculado Corazón de María, y al reverso una imagen de Nuestra
Señora con los brazos extendidos y con rayos de gracia saliendo de sus
manos. Esta Medalla más tarde fue llamada “La medalla Milagrosa”. Aparición
aprobada por la Iglesia.
 
El 16 de Septiembre de 1846, Nuestra Señora se apareció a los pequeños
Maximino Giraud y Melania Calvat, en La Salette, Francia. Les advirtió sobre
muchas cosas que disgustaban a Su Hijo. En 1864 les dijo que muchos
demonios serían desencadenados del infierno. La Salette fue aprobada por la
Iglesia en 1851. El Papa Pío IX proclamó después el dogma de la Inmaculada
Concepción en 1854.
 
Cuatro años más tarde, en 1858, Nuestra Madre Santísima se apareció en la
pequeña aldea de Lourdes, Francia, a la pequeña Bernardita Soubirous y se
presentó como la Inmaculada Concepción, confirmando el dogma que había
proclamado Pío IX. Bernardita nunca había escuchado este término hasta que
la Madre del Cielo se lo dijo. Aparición aprobada por la Iglesia.
 
En 1917 la Virgen se aparece a tres pastorcitos en Fátima, Portugal. Allí pidió a
los obispos del mundo que se unieran para consagrar a Rusia a su Inmaculado
Corazón. Advirtió que de no hacerse Rusia difundiría sus errores por todo el
mundo y habría serias consecuencias. Esto ocurrió antes de la revolución
soviética. Aparición aprobada por la Iglesia.
 
En 1961, María se apareció en Garabandal, España, donde repitió la petición
de consagrar a Rusia. En Garabandal ella dijo a las videntes que el cáliz de la
justicia divina se estaba llenando y que había que hacer muchos sacrificios y
mucha penitencia para evitar el castigo de Dios. Esta aparición está en curso
de Investigación.
 
En 1973, en Akita, Japón, Nuestra Madre bendita repitió ese mensaje, y dijo
que si la humanidad no se convertia recibiría un castigo aún mayor que el
diluvio. Aprobada por la Iglesia.
 
Quedan en el tintero muchas otras apariciones que están en curso de
investigación, pero cuyos mensajes siguen la línea de las apariciones
mencionadas.
 
 
 
 
 
Mensaje central de las apariciones
 
Llamado a la conversión
“Que no se ofenda mas a Dios Nuestro Señor, que ya es muy ofendido” … es
preciso que se enmienden; que pidan perdón de sus pecados” (Fátima).
 
Denuncia el pecado y anuncia el castigo
“Los Sacerdotes, Ministros de mi Hijo, los Sacerdotes..., por su mala vida, por
sus irreverencias e impiedad al celebrar los santos misterios, por su amor al
dinero, a los honores y a los placeres, se han convertido en cloacas de
impureza. ¡Sí!, los Sacerdotes piden venganza y la venganza pende de sus
cabezas. ¡Ay de los sacerdotes y personas consagradas a Dios que por sus
infidelidades y mala vida crucifican de nuevo a Mi Hijo! Los pecados de las
personas consagradas a Dios claman al Cielo y piden venganza, y he aquí que
la venganza está a las puertas, pues ya no se encuentra nadie que implore
misericordia y perdón para el Pueblo. Ya no hay almas generosas ni persona
digna de ofrecer la víctima sin mancha al Eterno, en favor del mundo. Dios va a
castigar de una manera sin precedentes. ¡Ay de los habitantes de la Tierra...!
Dios va a derramar su cólera y nadie podrá sustraerse a tantos males juntos. 
 
¡Ay de los habitantes de la Tierra...! Habrá guerras sangrientas y hambres,
pestes y enfermedades contagiosas; habrá lluvias de un granizo espantoso...
Tempestades que destruirán ciudades, terremotos que engullirán países; se
oirán voces en el aire; los hombres se golpearán la cabeza contra los muros,
llamarán a la muerte. (... La sangre correrá por todas partes. ¿Quién podrá
resistir si Dios no disminuye el tiempo de la prueba? Por la sangre, las lágrimas
y oraciones de los justos, Dios se dejará aplacar”. (La Salette, Francia)
 
Nos pide oración y penitencia por nuestros pecados y los del mundo
“Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la
guerra”...“Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque
muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por
ellas”...“¡Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente
cuando hagáis un sacrificio: Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los
pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado
Corazón de María!” (Fátima).
 
Pide la consagración a su inmaculado corazón
Lucía le dice  a la Señora: “Quisiera pedirle que nos llevase al cielo”, y ella le
responde: “Si, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve, pero tú te quedarás
algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar.
Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien
le abrazare prometo la salvación y serán queridas sus almas por Dios como
flores puestas por mí para adornar su Trono.”
 
“Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida sabed que es la
gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo sus crímenes por
medio de la guerra, del hambre, de la persecución de la Iglesia y del Santo
Padre. Para impedir eso, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi
Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si
atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus
errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los
buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias
naciones serán aniquiladas. Por fin, MI INMACULADO CORAZÓN
TRIUNFARÁ. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será
concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal el dogma de la fe se
conservará siempre...
“Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me
clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tu, al menos, procura
consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer
sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me
hagan compañía durante quince minutos meditando en los misterios del rosario
con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las
gracias necesarias para su salvación” (Fátima).
 
Vemos pues la realidad en que vive el mundo actual y como nuestra Señora,
como buena madre, nos viene a advertir de todo lo que se viene para la
humanidad si no se convierte al Señor. Y Ella misma nos ofrece, en estos
tiempos difíciles, su Corazón Inmaculado como refugio seguro donde
estaremos a salvo. Nuestra madre nos pide conversión y la consagración total
a su Corazón, y nosotros hemos decidido acoger y responder a este llamado a
través de esta consagración total.
 
 
PRÁCTICA
 
Visitar un santuario mariano y llevarle flores a la Virgen.
 

[1] ROYO, Antonio. Teología de la Salvación. Madrid: La Editorial Católica


(BAC). 1997. Pp. 528-531.
 
[2] Sermones Abreviados. Parte I, serie IV, sermón 33, punto I.

Texto 21. María es el mejor camino para ir a


Jesús
Empezaremos diciendo con San Luis María Grignon de Montfort que esta
devoción es camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con
Dios, en la cual consiste la perfección cristiana.[1]
María es camino fácil
 
Es el camino abierto por Jesucristo al venir a nosotros y en el que no hay
obstáculo para llegar a Él. Ciertamente se puede llegar a Jesucristo por otros
caminos; pero en ellos se encuentran cruces más numerosas, muertes
extrañas y dificultades apenas superables; sería necesario pasar noches
oscuras, terribles agonías, escarpadas montañas, punzantes espinas y
espantosos desiertos. Pero, por el camino de María se avanza más suave y
tranquilamente.
 
Claro que también encontramos rudos combates y grandes dificultades por
superar. Pero esta bondadosa Madre y Señora se hace tan cercana y presente
a sus fieles servidores, para iluminarlos en sus tinieblas, esclarecerlos en sus
dudas, fortalecerlos en sus temores, sostenerlos en sus combates y
dificultades, que en  verdad este camino virginal para encontrar a Jesucristo,
resulta de rosas y mieles comparados con los demás.
 
Ha habido santos, pero en corto número -como San Efrén, San Juan
Damasceno, San Bernardo, San Bernardino, San Buenaventura, San Francisco
de Sales, etc- que han transitado por este camino suave para ir a Jesucristo,
porque el Espíritu Santo, Esposo fiel de María, se lo ha enseñado por gracia
especialísima. Pero los demás santos, que son la mayoría, aunque hayan
tenido todos devoción a la Santísima Virgen, no han entrado o sólo muy poco
en este camino. Es por ello que tuvieron que pasar por pruebas más rudas y
peligrosas.
 
¿De dónde procederá -me preguntará algún fiel servidor de María-, que los
fieles servidores de esta bondadosa Madre encuentran tantas ocasiones de
padecer y aún más que aquellos que no le son tan devotos? Los contradicen,
persiguen, calumnian y nadie los puede tolerar... o caminan entre tinieblas
interiores o por desiertos donde no se da la menor gota de rocío del Cielo. Si
esta devoción a la Santísima Virgen facilita el camino para llegar a Jesucristo,
¿por qué sus devotos son los más crucificados?
 
Le respondo que, ciertamente, siendo los más fieles servidores de la Santísima
Virgen, sus preferidos, reciben de Ella los mayores favores y gracias del cielo
que son las cruces. Pero sostengo que los servidores de María llevan estas
cruces con mayor facilidad, mérito y gloria; que lo que mil veces detendría a
otros o los haría caer, a ellos no los detiene nunca, sino que los hace avanzar.
Porque esta bondadosa Madre, plenamente llena de gracia y unción del
Espíritu Santo, endulza todas las cruces que les prepara, con el azúcar  de su
dulzura maternal y con la unción del amor puro, de modo que ellos las
consumen alegremente como nueces confitadas, aunque en sí sean muy
amargas.
 
Y creo que una persona que quiere ser devota y vivir piadosamente en
Jesucristo y, por consiguiente, padecer persecución y cargar todos los días con
su cruz, no llevará jamás grandes cruces o no las llevará con alegría hasta el
fin, si no profesa tierna devoción a la Virgen María, que es la dulzura de las
cruces.
 
María es camino corto
 
Esta devoción a la Santísima Virgen es camino corto para encontrar a
Jesucristo. Sea porque en él nadie se extravía, sea porque -como acabo de
decir- se avanza por él con mayor gusto y facilidad y, por consiguiente con
mayor rapidez.
 
Se adelanta más en poco tiempo de sumisión y obediencia a María que en
años enteros de hacer nuestra propia voluntad y apoyarnos en nosotros
mismos. Porque el hombre obediente y sumiso a María cantará victorias
señaladas sobre todos sus enemigos. Estos, ciertamente, querrán impedirle
que avance, hacerle retroceder o caer, pero -con el apoyo, auxilio y dirección
de María- sin caer, retroceder, ni detenerse avanzará a pasos agigantados
hacia Jesucristo, por el mismo camino por el cual está escrito que Jesús vino a
nosotros a pasos de gigante y en corto tiempo.
 
¿Cuál crees sea el motivo de que Jesucristo haya vivido tan poco tiempo sobre
la tierra y que haya pasado casi todos esos años en sumisión y obediencia a su
Madre? Es este: Que no obstante la brevedad de su carrera mortal, vivió largos
años, inclusive muchos más que Adán -cuyas pérdidas vino a reparar-, aunque
éste haya vivido más de novecientos años. Largo tiempo vivió Jesucristo
porque vivió en sumisión y unión a su Madre Santísima, por obediencia al
Padre, pues:
 
El que honra a su madre -dice el Espíritu Santo- es como el que atesora. Es
decir, el que honra a María, hasta someterse a Ella y obedecerle en todo,
pronto se hará muy rico, pues cada día acumula riquezas por el secreto de esta
piedra filosofal.
 
Según la interpretación espiritual de las siguientes palabras del Espíritu Santo:
“Mi vejez se encuentra en la misericordia del seno”, en el seno de María -la que
rodeó y engendró a un varón perfecto y pudo contener a Aquel a quien no
puede abrazar ni contener todo el universo- los jóvenes se convierten en
ancianos por la experiencia, luz, santidad y sabiduría y llegan en pocos años a
la plenitud de la edad en Jesucristo.
 
María es camino perfecto
 
Esta devoción a la Santísima Virgen es camino perfecto para ir a Jesucristo y
unirse con Él; porque María es la más perfecta y santa de las puras criaturas y
Jesucristo, que ha venido a nosotros de la manera más perfecta, no tomó otro
camino para viaje tan importante y admirable que María.
 
El Altísimo, el Incomprensible, el Inaccesible, EL QUE ES ha querido venir a
nosotros, gusanillos de la tierra y que no somos nada ¿Cómo sucedió esto?
 
Ábranme un camino para ir a Jesucristo, embaldosado con todos los méritos de
los bienaventurados, adornado con todas sus virtudes heroicas, iluminado y
embellecido con todos los esplendores y bellezas de los ángeles y en el que se
presenten todos los ángeles y santos para guiar, defender y sostener a quienes
quieran andar por él... afirmo con osadía y con toda verdad que antes que
tomar camino tan perfecto, prefiero seguir el camino inmaculado de María...,
senda o camino sin mancha ni fealdad, sin pecado original ni actual, sin
sombras ni tinieblas. Y si mi amable Jesús viene otra vez al mundo para reinar
en él -como ciertamente sucederá-, no escogerá para este viaje otro camino
que el de María, por quien vino la primera vez con tanta seguridad y perfección.
 
La diferencia entre una y otra venida está en que la primera fue secreta y
escondida, mientras que la segunda será gloriosa y fulgurante. Pero ambas son
perfectas, porque ambas se realizan por María. ¡Ay! ¡Este es un misterio que
aún no se comprende! “¡Enmudezca aquí toda lengua!”.
 
María es camino seguro
 
Esta devoción a la Santísima Virgen es camino seguro para ir a Jesucristo y
alcanzar la perfección, uniéndonos a Él:
Porque esta práctica que estoy enseñando no es nueva. Es tan antigua que
no se puede señalar con precisión sus comienzos -como dice un libro que
escribió sobre esta devoción el Sr. Boudon, muerto en olor de santidad-. Es
cierto, sin embargo, que se hallan vestigios de ella en la Iglesia hace más de
700 años.
San Odilón, abad de Cluny -vivió hacia el año 1040- fue uno de los primeros en
practicarla en Francia, como se consigna en su biografía.
 
El cardenal San Pedro Damiano relata que en el año 1076 su hermano, el
Beato Martín, se hizo esclavo de la Santísima Virgen, en presencia de su
director espiritual.
Los RR.PP. Jesuitas, siempre celosos en el servicio de la Santísima Virgen,
presentaron en nombre de los Congregantes de Colonia una corta obra sobre
la santa esclavitud al duque Fernando de Baviera -arzobispo entonces de
Colonia-. Este lo aprobó y permitió imprimirlo y exhortó a todos los párrocos y
religiosos de su diócesis a difundir, en la medida de lo posible, esta sólida
devoción.
 
Consta que esta devoción no es nueva. Y si no es practicada por todo el
mundo, se debe a que es demasiado preciosa para ser saboreada y vivida por
toda clase de personas.
 
Porque esta devoción es un medio seguro para ir a
Jesucristo. Efectivamente, lo propio de la Santísima Virgen es conducirnos
con toda seguridad a Jesucristo, así como lo propio de Jesucristo es llevarnos
al Padre con seguridad. Que no se engañen las personas espirituales creyendo
falsamente que María les impida llegar a la unión con Dios. Porque, ¿será
posible que la que halló gracia delante de Dios para todo el mundo en general y
para cada uno en particular, estorbe a las almas alcanzar la inestimable gracia
de la unión con Jesucristo? ¿Será posible que la que fue total y
sobreabundantemente llena de gracia y tan unida y transformada en Dios que
lo obligó a encarnarse en Ella, impida al alma vivir unida a Dios? Ciertamente
que la vista de las otras criaturas, aunque santas, podrá en ocasiones retardar
la unión divina, pero no María. ¡No me cansaré de repetirlo!
Donde está María no puede estar el espíritu maligno. Precisamente una de las
señales de que somos guiados por el buen espíritu, es el de ser muy devotos
de la Santísima Virgen, pensar y hablar frecuentemente de Ella. Así piensa San
Germán, quien añade que así como la respiración es señal cierta de que el
cuerpo no está muerto, del mismo modo el pensar con frecuencia en María e
invocarla amorosamente es señal cierta de que el alma no está muerta por el
pecado.
 
Siendo así, que -según dicen la Iglesia y el Espíritu Santo que la dirige- María
sola, ha dado muerte a todas las herejías, y por más que los críticos murmuren,
jamás un fiel devoto de María caerá en herejía o ilusión, al menos formales.
 
Que los cristianos, entren pues, por este camino fácil a causa de la plenitud de
la gracia y unción del Espíritu Santo que llena: nadie se cansa ni retrocede, si
camina por él. Es camino corto, que en breve nos lleva a Jesucristo. Es camino
perfecto, sin lodo, ni polvo, ni fealdad de pecado. Es, finalmente, camino
seguro, que de manera directa y segura, sin desviarnos a la derecha ni a la
izquierda, nos conduce a Jesucristo a la vida eterna.
 
 
PRÁCTICA
 
Hacer un altar a la Virgen en mi habitación, con una imagen bonita de la
advocación que más me guste, mantel, flores, velas, etc.
 

[1] Lección tomada del Tratado de la Verdadera Devoción, nn. 152-168.

Texto 22. Falsas devociones a la Virgen


San Luis de Montfort expone las falsas devociones a la Virgen en su Tratado
de la Verdadera Devoción, en los numerales del 90 al 104. Copiamos el texto
exacto:
Hoy más que nunca, nos encontramos con falsas devociones que fácilmente
podrían tomarse por verdaderas. El demonio, como falso acuñador de moneda
y ladrón astuto y experimentado, ha engañado y hecho caer ya a muchas
almas por medio de falsas devociones a la Santísima Virgen y cada día utiliza
su experiencia diabólica para engañar a muchas otras, entreteniéndolas y
adormeciéndolas en el pecado, bajo el pretexto de algunas oraciones mal
recitadas y de algunas prácticas exteriores inspiradas por él.
Como un falsificador de moneda no falsifica ordinariamente sino el oro y la
plata y muy rara vez los otros metales -porque no valen la pena-, así el espíritu
maligno no falsifica las otras devociones tanto, como las de Jesús y María: la
devoción a la Sagrada Comunión y la devoción a la Virgen, porque son entre
las devociones, lo que el oro y la plata entre los metales.
 
 Es por ello, importantísimo:
 
Conocer las falsas devociones para evitarlas y las verdaderas para abrazarlas.
Conocer cuál es, entre las diferentes formas de devoción verdadera a la
Santísima Virgen, la más perfecta, la más agradable a María, la más gloriosa
para el Señor y la más eficaz para nuestra santificación, a fin de optar por ella.
 
Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a la
Santísima Virgen, a saber:  
 
1. Los devotos críticos.
2. Los devotos escrupulosos.
3. Los devotos exteriores.
4. Los devotos presuntuosos.
5. Los devotos inconstantes.
6. Los devotos hipócritas.
7. Los devotos interesados.
 
1. Los devotos críticos
 
Los devotos críticos son, por lo común, sabios orgullosos, engreídos y pegados
de sí mismos, que en el fondo tienen alguna devoción a la Santísima Virgen,
pero critican casi todas las formas de piedad, con las que la gente sencilla
honran ingenua y santamente a esta buena Madre, sólo porque no se
acomodan a sus fantasías. Ponen en duda todos los milagros e historias
referidas por autores fidedignos o extraídas de las crónicas de las Órdenes
religiosas, que atestiguan la misericordia y poder de la Santísima Virgen. Se
irritan al ver a las gentes sencillas y humildes arrodilladas para rogar a Dios
ante un altar o imagen de María o en la esquina de una calle... llegan hasta a
acusarlas de idolatría, como si adorarán la madera o la piedra. En cuanto a
ellos, así dicen, no gustan de tales devociones exteriores ¡ni son tan “ilusos”
para creer a tantos cuentos e historietas como corren acerca de la Santísima
Vfirgen! Si se les recuerdan las admirables alabanzas que los Santos Padres
tributan a María, responden que hablaban como oradores, en forma
hiperbólica, o dan una falsa explicación de sus palabras.
 
Esta clase de falsos devotos y gente orgullosa y mundana es mucho de temer:
hace un daño incalculable a la devoción a la Santísima Virgen, alejando de Ella
definitivamente a los pueblos, bajo pretexto de desterrar abusos.
 2. Los devotos escrupulosos
 
Los devotos escrupulosos son personas que temen deshonrar al Hijo al honrar
a la Madre, rebajar al Uno al honrar a la Otra. No pueden tolerar que se tributen
a la Santísima Virgen las justísimas alabanzas que le prodigaron los Santos
Padres. Como si los que oran a la Santísima Virgen, no orasen a Jesucristo por
medio de Ella! No quieren que se hable con tanta frecuencia de la Madre de
Dios, ni que los fieles acudan a Ella tantas veces.
 
Oigamos algunas de sus expresiones más frecuentes: «¿De qué sirven tantos
Rosarios? ¿Tantas congregaciones y devociones exteriores a la Santísima
Virgen? ¡Cuánta ignorancia hay en tales prácticas! ¡Esto es poner en ridículo
nuestra religión! ¡Hábleme más bien de los devotos de Jesucristo! -Y, al
pronunciar frecuentemente este nombre, (lo digo entre paréntesis), no se
descubren-. Hay que recurrir solamente a Jesucristo. Él es nuestro único
mediador. Hay que predicar a Jesucristo: ¡esto es lo sólido!»
 
Y lo que dicen es verdad en cierto sentido. Pero, la aplicación que hacen de
ello para combatir la devoción a la Santísima Virgen es muy peligrosa, es un
lazo sutil del espíritu maligno, bajo pretexto de un bien mayor.
 
Porque ¡nunca se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la
Santísima Virgen! Efectivamente, si se la honra, es para honrar más
perfectamente a Jesucristo y si vamos a Ella, es para encontrar el camino que
nos lleve a la meta, que es Jesucristo. La iglesia, con el Espíritu Santo, bendice
primero a la Santísima Virgen y después a Jesucristo: «Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús» (Lc 1,42). Y esto, no porque la
Virgen María sea mayor que Jesucristo o igual a Él -lo cual sería intolerable
herejía-, sino porque para bendecir más perfectamente a Jesucristo hay que
bendecir primero a María.
 
Digamos pues, con todos los verdaderos devotos de la Santísima Virgen y
contra sus falsos devotos escrupulosos: «María, bendita tú eres entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús».
 
3. Los devotos exteriores
 
Los devotos exteriores son personas que cifran toda su devoción a María en
prácticas externas. Solo gustan de lo exterior de esta devoción, porque carecen
de espíritu interior. Rezan muchos Rosarios, pero atropelladamente. Participan
en muchas Misas, pero sin atención. Se inscriben en todas las Cofradías
Marianas, pero sin enmendar su vida, sin vencer sus pasiones ni imitar las
virtudes de la Santísima Virgen. Sólo gustan de lo sensible de la devoción, no
buscan lo sólido. De suerte que si no experimentan algo sensible en sus
prácticas piadosas, creen que no hacen nada, se desalientan y lo abandonan
todo o lo hacen por rutina. El mundo está lleno de esta clase de devotos
exteriores.
 
Las personas de oración, por el contrario, se empeñan en lo interior como lo
esencial, aunque sin menospreciar la modestia exterior, que acompaña
siempre a la devoción verdadera.
 
4. Los devotos presuntuosos
 
Los devotos presuntuosos son pecadores aletargados en sus pasiones o
amigos de lo mundano, que creen que se salvarán sin necesidad de
convertirse. Bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la Santísima
Virgen, esconden el orgullo, la avaricia, la lujuria, la embriaguez, el perjurio, la
maledicencia o la injusticia, etc.; duermen en sus costumbres perversas, sin
hacerse mucha violencia para corregirse, confiados en que son devotos de la
Santísima Virgen; se prometen a sí mismos que Dios les perdonará, que no
morirán sin confesión ni se condenarán, porque rezan el Rosario, ayunan los
sábados, pertenecen a la cofradía del Santo Rosario, a la del Escapulario y
otras congregaciones, llevan el Hábito o la Cadenilla de la Santísima Virgen,
etc.
 
Cuando se les dice que su devoción no es sino ilusión diabólica y perniciosa
presunción, capaz de llevarlos a la ruina, se resisten a creerlo. Responden que
Dios es bondad y misericordia; que no nos ha creado para perdición; que no
hay hombre que no peque, que basta un buen «¡Señor, pequé!» a la hora de la
muerte. Y añaden que son devotos de la Santísima Virgen; que llevan el
escapulario, que todos los días rezan puntualmente siete Padrenuestros y
Avemarías en su honor y, algunas veces, el Rosario o el Oficio de Nuestra
Señora, que ayunan, etc.
 
Para confirmar sus palabras y cegarse aún más, alegan algunos hechos,
verdaderos o falsos -poco importa- que han oído o leído, en los que se asegura
que personas muertas en pecado mortal y sin confesión, gracias a que durante
su vida habían rezado algunas oraciones o ejercitado algunas prácticas de
devoción en honor de la Virgen, resucitaron para confesarse o su alma,
permaneció milagrosamente en el cuerpo hasta que lograron confesarse o, a la
hora de la muerte, obtuvieron del Señor, por la misericordia de María, el perdón
y la salvación. ¡Ellos esperan correr la misma suerte!
 
Nada en el cristianismo es tan perjudicial a las gentes como esta presunción
diabólica. Porque, ¿Cómo puede alguien decir con verdad que ama y honra a
la Santísima Virgen, mientras con sus pecados hiere, traspasa, crucifica y
ultraja despiadadamente a Jesucristo, su Hijo? Si María se obligara a salvar por
su misericordia a esta clase de personas, ¡autorizaría el pecado y ayudaría a
crucificar a su Hijo! Y esto, ¿quién osaría siquiera pensarlo?
 
Protesto que abusar así de la devoción a la Santísima Virgen, devoción que
después de la que se tiene al Señor en el Santísimo Sacramento es la más
santa y sólida de todas, constituye un horrible sacrilegio, el mayor y menos
digno de perdón después de la comunión sacrílega.
 
Confieso que, para ser verdadero devoto de la Santísima Virgen, no es
absolutamente necesario que seas tan santo, que llegues a evitar todo pecado
aunque esto sería lo más deseable. Pero es preciso, al menos (¡nota bien lo
que digo!):
 
Mantenerse sinceramente resuelto a evitar, por lo menos, todo pecado mortal,
que ultraja tanto a la Madre como al Hijo.
Violentarse para evitar el pecado.
Inscribirse en las cofradías, rezar los cinco o quince misterios del Rosario u
otras oraciones, ayunar los sábados, etc.
Todas estas buenas obras son maravillosamente útiles para lograr la
conversión de los pecadores, por endurecidos que estén. Y si tú, lector, fueras
uno de ellos, aunque ya tuvieras un pie en el abismo... te las aconsejo, a
condición de que las realices con la única intención de alcanzar de Dios, por
intercesión de la Santísima Virgen, la gracia de la contrición y perdón de tus
pecados y vencer tus hábitos malos y no para permanecer tranquilamente en
estado de pecado, no obstante los remordimientos de la conciencia, el ejemplo
de Jesucristo y de los santos y las máximas del Santo Evangelio.
 
5. Los devotos inconstantes
 
Los devotos inconstantes son los que honran a la Santísima Virgen a intervalos
y como a saltos. Ahora fervorosos, ahora tibios... En un momento parecen
dispuestos a emprenderlo todo por su servicio, poco después ya no son los
mismos. Abrazan de momento todas las devociones a la Santísima Virgen y se
inscriben en todas sus cofradías, pero luego no cumplen sus normas con
fidelidad. Cambian como la luna. Y María los coloca debajo de sus pies junto a
la medialuna, porque son volubles e indignos de ser contados entre los
servidores de esta Virgen fiel, que se distinguen por la fidelidad y la constancia.
Más vale no recargarse con tantas oraciones y prácticas devotas y hacer
menos, pero con amor y fidelidad a pesar del mundo, del demonio y de la
carne.
 
6. Los devotos hipócritas
 
Hay todavía otros falsos devotos de la Santísima Virgen: los devotos hipócritas.
Encubren sus pecados y costumbres pecaminosas bajo el manto de esta
Virgen fiel, a fin de pasar a los ojos de los demás por lo que no son. Los
devotos hipócritas, a diferencia de los presuntuosos, quieren aparecer como
santos ante los demás, ocultando sus pecados bajo la devoción a la Virgen.
Los presuntuosos, en cambio, llevan una vida abiertamente pecaminosa que no
les interesa ocultar ni cambiar.
 
7. Los devotos interesados
 
Existen, finalmente, los devotos interesados. Son aquellos que sólo acuden a
María para ganar algún pleito, evitar un peligro, curar de una enfermedad o por
necesidades semejantes... sin las cuales no se acordarían de Ella. Es decir, no
acuden a ella por amor sino por lo que Ella les puede dar, por las gracias y
favores que les puede alcanzar. Son personas que siempre que oran están
pidiendo y pidiendo, y no saben más que pedir, sin darse cuenta que ella
misma es el regalo más precioso que Dios nos puede dar.
 
Unos y otros son falsos devotos, en nada aceptos a Dios ni a su Santísima
Madre.
 
Pongamos, pues, suma atención a fin de no ser del número:
 
De los devotos críticos, que no creen en nada pero todo lo critican.
 
De los devotos escrupulosos, que temen ser demasiado devotos de la
Santísima Virgen por respeto a Jesucristo.
De los devotos exteriores, que hacen consistir toda su devoción en prácticas
exteriores.
 
De los devotos presuntuosos, que bajo el oropel de una falsa devoción a la
Santísima Virgen, viven encenagados en el pecado y no buscan salir de él.
 
De los devotos inconstantes, que por ligereza cambian sus prácticas de
devoción o las abandonan a la menor tentación.
 
De los devotos hipócritas, que entran en las cofradías y visten la librea de la
Santísima Virgen, para hacerse pasar por santos.
 
Y finalmente de los devotos interesados, que sólo recurren a la Virgen, para
librarse de males corporales o alcanzar bienes de este mundo.
 
PRÁCTICA
 
Hacer un rosario en la casa de un familiar, amigo o vecino, al que se invite a
varias personas; compartir un poco de mi propio testimonio de conversión.

Texto 23. Características y efectos de la


verdadera devoción
Después de haber desenmascarado y reprobado las falsas devociones a la
Santísima Virgen, conviene presentar en pocas palabras la verdadera. Esta es:
interior, tierna, santa, constante y desinteresada.
Devoción interior
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir, procede del
espíritu y del corazón, de la estima que se tiene de Ella, de la alta idea que nos
hemos formado de sus grandezas y del amor que le tenemos. Esta devoción no
consiste sólo en prácticas exteriores, que siempre son buenas y necesarias,
sino que se caracteriza por una profunda vida de intimidad y unión con nuestra
Santísima Madre: vivir “por”, “con”, “para” y “en” María. Esto lo desarrollaremos
más adelante.
 
Devoción tierna
Es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la
confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la
Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran
sencillez, confianza y ternura e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en
todo tiempo, lugar y circunstancia:
 
En las dudas, para que te esclarezca. En los extravíos, para que te convierta al
buen camino. En las tentaciones, para que te sostenga. En las debilidades,
para que te fortalezca. En los desalientos; para que te reanime. En los
escrúpulos, para que te libre de ellos. En las cruces, afanes y contratiempos de
la vida, para que te consuele; y finalmente, en todas las dificultades materiales
y espirituales, María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu
bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.
 
Esta consagración implica hacerse pequeño y totalmente dependiente de María
como lo hizo el niño Jesús en Belén. ¿Quién más necesitado y dependiente de
su madre que un bebé? Nada puede hacer por sí mismo; depende totalmente
de los cuidados y el cariño de su madre.
 
Devoción santa
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a
evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen y, en particular, su
humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su
mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia
heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez
principales virtudes de la Santísima Virgen.
 
Devoción constante
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el
bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima
para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo
carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que si
eres verdaderamente devoto de María, huirán de ti la inconstancia, la
melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas
algunas veces ni experimentes algunos cambios en tu devoción sensible. Pero,
si caes, te levantarás, tendiendo la mano a tu bondadosa Madre, si pierdes el
gusto y la devoción sensible, no te acongojarás por ello. Porque, el justo y fiel
devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos
corporales.
 
Devoción desinteresada
Por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es
decir, te inspirará a no buscarte a ti mismo, sino sólo a Dios en su Santísima
Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu
de lucro o interés, ni por su propio bien temporal o eterno, sino únicamente
porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no por
los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por
esto la ama y sirve con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades, que
en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las
bodas de Caná.
 
¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso es delante de Dios y de su Santísima Madre,
el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios que le presta!
Pero, ¡qué pocos hay así!
 
¡Oh! ¡Qué bien pagado quedaría mi esfuerzo, si éste humilde escrito cae en
manos de una persona bien dispuesta, nacida de Dios y de María y «no de la
sangre ni de la carne ni de la voluntad de varón», le descubre e inspira, por
gracia del Espíritu Santo, la excelencia y precio de la verdadera sólida devoción
a la Santísima Virgen, que ahora voy a exponerte! Si supiera que mi sangre
pecadora serviría para hacer penetrar en tu corazón, lector amigo, las verdades
que escribo en honor de mi amada Madre y soberana Señora -de quien soy el
último de los hijos y esclavos-, con mi sangre en vez de tinta, trazaría estas
líneas. Pues ¡abrigo la esperanza de hallar personas generosas, que por su
fidelidad a la práctica que voy a enseñarte, repararán a mi amada Madre y
Señora por los daños que ha sufrido a causa de mi ingratitud e infidelidad!
 
Hoy me siento más que nunca animado a creer y esperar aquello que tengo
profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace
muchos años, a saber, que tarde o temprano, la Santísima Virgen tenga más
hijos, servidores y esclavos de amor que nunca y que, por este medio,
Jesucristo, reine como nunca en los corazones.
 
Preveo claramente que muchas bestias rugientes, llegan furiosas a destrozar,
con sus diabólicos dientes, este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu
Santo se ha servido para redactarlo; o sepultar, al menos, estas líneas en las
tinieblas o en el silencio de un cofre, a fin de que no sea publicado. Atacarán,
incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica.
 
Pero, ¡Qué importa! ¡Tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y hace esperar
un gran éxito, es decir, la formación de un escuadrón de aguerridos y valientes
soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al
demonio y a la naturaleza corrompida, en los tiempos, como nunca, peligrosos
que van a llegar!
 
«¡Qué el lector comprenda!» «¡Entiéndalo el que pueda!»[1]
 
 
EFECTOS MARAVILLOSOS DE LA CONSAGRACIÓN   TOTAL[2]
 
 
Convéncete, querido hermano, de que si eres fiel a las prácticas interiores y
exteriores de esta devoción -las cuales voy a indicar más adelante-,
participarás de los frutos maravillosos que produce en el alma fiel:
 
 
Conocimiento de sí mismo
Gracias a la luz que te comunicará el Espíritu Santo por medio de María, su
querida Esposa, conocerás tu mal fondo, tu corrupción e incapacidad para todo
lo bueno. Y, a consecuencia de este conocimiento, te despreciarás y no
pensarás en ti mismo sino con horror. Te considerarás como una babosa que
todo lo mancha, como un sapo que todo lo emponzoña con su veneno o como
una serpiente maligna, que sólo pretende engañar. En fin, la humilde María te
hará participe de su profunda humildad y, mediante ella, te despreciarás a ti
mismo, no despreciarás a nadie y gustarás de ser menospreciado.
 
Participación de la fe de María
La Santísima Virgen te hará participe de su fe, la cual fue mayor que la de
todos los patriarcas, profetas, apóstoles y todos los demás santos. Ahora que
reina en los cielos, no tiene ya esa fe, porque ve claramente todas las cosas en
Dios, por la luz de la gloria. Sin embargo, con el consentimiento del Señor, no
la ha perdido al entrar en la gloria: la conserva para comunicarla a sus fieles en
la iglesia peregrina.
 
Por lo mismo, cuanto más te granjees la benevolencia de esta augusta
Princesa y Virgen fiel, tanto más reciamente se cimentará toda tu vida en la fe
verdadera:
 
Una fe pura, que hará que no te preocupes por lo sensible y extraordinario.
Una fe viva y animada por la caridad, que te hará obrar siempre por el amor
más puro.
Una fe firme e inconmovible como una roca, que te ayudará a permanecer
siempre firme y constante en medio de las tempestades y tormentas.
Una fe penetrante y eficaz, que como misteriosa llave maestra, te permitirá
entrar en todos los misterios de Jesucristo, las postrimerías del hombre y el
corazón mismo de Dios.
Una fe intrépida, que te llevará a emprender y llevar a cabo, sin titubear,
grandes empresas por Dios y por la salvación de las almas.
Finalmente, una fe que será tu antorcha encendida, tu vida divina, tu tesoro
escondido de la divina sabiduría y tu arma omnipotente, de la cual te servirás
para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte; para inflamar a
los tibios y necesitados del oro encendido de la caridad; para resucitar a los
muertos por el pecado; para conmover y convertir con tus palabras suaves y
poderosas los corazones de mármol y los cedros del Líbano, y finalmente, para
resistir al demonio y a todos los enemigos de la salvación.
 
Madurez cristiana
Esta Madre del Amor Hermoso, quitará de tu corazón todo escrúpulo y temor
servil desordenado y lo abrirá y ensanchará para correr por los mandamientos
de su Hijo, con la santa libertad de los hijos de Dios y encender en el alma el
amor puro, cuya tesorera es Ella. De modo que, en tu comportamiento con
Dios, ya no te gobernarás como hasta ahora por temor, sino por amor puro. Lo
mirarás como a tu Padre bondadoso, te afanarás por agradarle incesantemente
y dialogarás con Él, confidencialmente, como un hijo con su cariñoso padre. Si,
por desgracia, llegaras a ofenderlo, te humillarás pronto delante de Él, le
pedirás perdón humildemente, tenderás hacia Él la mano con sencillez, te
levantarás de nuevo amorosamente, sin turbación ni inquietud y seguirás
caminando hacia Él sin descorazonarte.
 
 
 
 
Gran confianza en Dios y en María
La Santísima Virgen te colmará de gran confianza en Dios y en Ella misma,
porque:
 
Ya no te acercarás por ti mismo a Jesucristo, sino siempre por medio de María,
tu bondadosa Madre.
Habiéndole entregado todos tus méritos, gracias y satisfacciones para que
disponga de ellos según su voluntad, Ella te comunicará sus virtudes y te
revestirá con sus méritos, de suerte que podrás decir a Dios con plena
confianza: «¡Esta es María, tu servidora! ¡Hágase en mi, según lo que has
dicho!»
Habiéndote entregado totalmente a Ella en cuerpo y alma, Ella que es
generosa con los generosos y más generosa que los más generosos, se
entregará a ti en recompensa de forma maravillosa, pero real, de suerte que
podrás decirle con santa osadía: «Soy todo tuyo, oh María: sálvame». O, con el
discípulo amado, como he dicho antes «Te he tomado, Madre Santísima, por
todos mis bienes». O, con San Buenaventura: «Querida Señora y salvadora
mía, obraré confiadamente y sin temor, porque eres mi fortaleza y alabanza en
el Señor, ¡Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, Virgen gloriosa y bendita entre
todas las criaturas! ¡Qué yo te ponga como sello sobre mi corazón porque tu
amor es fuerte como la muerte!”
Podrás decir a Dios con los sentimientos del Profeta: “Señor, mi corazón no es
ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi
capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de
su madre».
 El hecho de haberle entregado en depósito todo lo bueno que tienes, para que
lo conserve o comunique, aumentará aún más tu confianza en Ella.  Sí,
entonces confiarás menos en ti mismo y mucho más en Ella, que es tu tesoro
de Dios, en el que ha puesto lo más precioso que tiene, ¡Es también tu tesoro!
«Ella es -dice un santo- el tesoro del Señor».
Comunicación de María y de su espíritu
El alma de María estará en ti para glorificar al Señor y su espíritu se alegrará
por ti en Dios, su Salvador, con tal que permanezcas fiel a las prácticas de esta
devoción. “Que el alma de María more en cada uno para engrandecer al Señor;
que el espíritu de María permanezca en cada uno, para regocijarse en Dios”.
 
¡Ay! “¿Cuándo llegará ese tiempo dichoso -dice un santo varón, ferviente
enamorado de María-, cuando llegará ese tiempo dichoso en que Santa María
sea restablecida como señora y Soberana en los corazones, para someterlos
plenamente al imperio de su excelso y único Jesús?”.
 
¿Cuándo respirarán las almas a María, como los cuerpos respiran el aire?
Cosas maravillosas sucederán entonces en la tierra, donde el Espíritu Santo al
encontrar a su Esposa como reproducida en las almas vendrá a ellas con
abundancia de sus dones y las llenará de ellos, especialmente el de sabiduría,
para realizar maravillas de gracia. ¿Cuándo llegará, hermano mío, ese tiempo
dichoso, ese siglo de María, en el que muchas almas escogidas y obtenidas del
Altísimo por María, perdiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se
transformarán en copias vivientes de la Santísima Virgen, para amar y glorificar
a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará, cuando se conozca y viva la devoción
que yo enseño: «¡Señor, para que venga tu reino, venga el reino de María!».
 
 
Transformación en María a imagen de Jesucristo
Si María, que es el árbol de la vida, está bien cultivada en ti mismo por la
fidelidad a las prácticas de esta devoción, dará su fruto en tiempo oportuno,
fruto que no es otro que Jesucristo.
 
Veo a tantos devotos y devotas que buscan a Jesucristo. Unos van por un
camino y una práctica, los otros por otra. Y, con frecuencia, después de haber
trabajado pesadamente durante la noche, pueden decir: «Hemos trabajado
toda la noche sin pescar nada» Y se les puede contestar: «Han trabajado
mucho pero recogido poco. Jesucristo es todavía muy débil en ustedes. Pero
por el camino inmaculado de María y esta práctica divina que les enseño, se
trabaja de día, se trabaja en un lugar santo, se trabaja poco. En María no hay
noche, porque en Ella no hay pecado, ni aún la menor sombra de él. María es
un lugar santo. Es el santo de los santos, en donde son formados y moldeados
los santos».
 
Escucha bien lo que digo: los santos son moldeados en María. Existe gran
diferencia entre hacer una figura de bulto a golpes de martillo y cincel y sacar
una estatua vaciándola en un molde. Los escultores y estatuarios trabajan
mucho del primer modo para hacer una estatua y gastan en ello mucho tiempo.
Más, para hacerla de la segunda manera, trabajan poco y emplean poco
tiempo.
 
San Agustín llama a la Santísima Virgen “molde de Dios”: el molde propio para
formar y moldear dioses. Quien sea arrojado en este molde divino quedará muy
pronto formado y moldeado en Jesucristo y Jesucristo en él: con pocos gastos
y en corto tiempo se convertirá en Dios, porque ha sido arrojado en el mismo
molde que ha formado a Dios.
 
Me parece que los directores y devotos que quieren formar a Jesucristo en sí
mismos o en los demás, por prácticas diferentes a ésta, pueden muy bien
compararse a los escultores que, confiados en su habilidad, industria y arte,
descargan infinidad de golpes de martillo y cincel sobre una piedra dura o un
trozo de madera tosca para sacar de ellos una imagen de Jesucristo. Algunas
veces, no aciertan a representar a Jesucristo al natural, ya sea por falta de
conocimiento y experiencia de la persona del Señor, o bien a causa de algún
golpe mal dado, que echa a perder toda la obra.
 
Pero, a quienes abrazan este secreto de la gracia, que les estoy presentando,
los puedo comparar con razón a los fundidores y moldeadores, que habiendo
encontrado el hermoso molde de María, en donde Jesús ha sido natural y
divinamente formado sin fiarse de su propia habilidad sino únicamente de la
excelencia del molde, se arrojan y se pierden en María, para convertirse en el
retrato al natural de Jesucristo.
 
¡Hermosa y verdadera comparación! Más, ¿quién la comprenderá? ¡Ojalá tú,
hermano mío! Pero, acuérdate de que no se echa en el molde, sino lo que está
fundido y líquido; es decir, que ¡es necesario destruir y fundir en ti al viejo Adán
para transformarte en el Nuevo, en María!
 
La mayor gloria de Jesucristo
Por medio de esta práctica, observada con toda fidelidad, darás mayor gloria a
Jesucristo en un mes, que por cualquier otra, por difícil que sea, en varios
años.  Estas son las razones para afirmarlo:
 
Si ejecutas tus acciones por medio de la Santísima Virgen, como enseña esta
práctica, abandonas tus propias intenciones y actuaciones, aunque buenas y
conocidas, para perderte, por decirlo así, en las de la Santísima Virgen, aunque
te sean desconocidas. De este modo, entras a participar en la sublimidad de
sus intenciones, siempre tan puras, que por la menor de sus acciones, por
ejemplo, hilando en la rueca o dando una puntada con la aguja, dio mayor
gloria a Dios que San Lorenzo sobre las parrillas y aún, que todos los santos
con las acciones más heroicas. Esta es la razón de que durante su
permanencia en la tierra, la Santísima Virgen haya adquirido un cúmulo tan
inefable de gracias y méritos, que antes se contarían las estrellas del
firmamento, las gotas de agua de los océanos y los granitos de arena de sus
orillas, que los méritos y gracias de María y que haya dado mayor gloria a Dios
de cuanto le han dado y darán todos los ángeles y santos. ¡Qué prodigio eres,
oh María! ¡Sólo tú sabes realizar prodigios de gracias en quienes desean
realmente perderse en ti!
Quien se consagra a María, por esta práctica -dado que no estima en nada
cuanto piensa o hace por sí mismo, ni se apoya, ni complace sino en los
méritos de María para acercarse a Jesucristo y dialogar con Él-, ejercita la
humildad, mucho más que quienes obran por sí solos. Estos, aun
inconscientemente, se apoyan y complacen en sus disposiciones. De donde se
sigue, que el que se consagra totalmente a María, glorifica más perfectamente
a Dios, quien nunca es tan altamente glorificado, como cuando lo es por los
sencillos y humildes de corazón.
La Santísima Virgen, a causa del gran amor que nos tiene, desea recibir en sus
manos virginales el obsequio de nuestras acciones, comunica a éstas una
hermosura y esplendor admirables y las ofrece por sí misma a Jesucristo. Es,
por lo demás, evidente, que el Señor es más glorificado con esto, que si las
ofreciéramos directamente, con nuestras manos pecadoras.
 
Finalmente, siempre que piensas en María, Ella piensa por ti en Dios. Siempre
que alabas y honras a María, Ella alaba y honra a Dios por ti. María es toda
relativa a Dios. Y yo me atrevo a llamarla «la relación de Dios», pues sólo
existe con relación a Él; o «el eco de Dios», ya que no dice ni repite sino Dios.
Si tú dices María, Ella dice Dios.
 
Cuando santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído,
Ella, el eco fiel de Dios, exclamó: «Proclama mi alma la grandeza del Señor».
Lo que en esta ocasión hizo María, lo sigue realizando todos los días: cuando
la alabamos, amamos, honramos o nos consagramos a Ella, alabamos,
amamos, honramos y nos consagramos a Dios por María y en María.
 
PRÁCTICA
 
Comprar 10 camándulas o medallitas de la Virgen y regalarlas a diferentes
personas -en el bus, la universidad, el trabajo- en el transcurso de la semana.
 

[1] Tratado de la Verdadera Devoción, nn.105-114


 
[2] Ibíd., nn. 213-225.

Texto 24. Verdadera devoción, entrega y


gratitud
Hay diversas actitudes auténticas de parte del cristiano para con la Santísima
Virgen:
La primera, consiste en honrar a María como Madre de Dios e implorar de
tiempo en tiempo su protección, mientras nos esforzamos en cumplir nuestros
deberes cristianos, evitando el pecado y obrando por amor, más que por temor.
La segunda, consiste en alimentar un profundo amor, estima, confianza y
veneración hacia la Santísima Virgen. Se expresa haciendo conocer el puesto
ocupado por Ella en el plan de salvación, publicando sus alabanzas, honrando
sus imágenes, recitando el Santo Rosario, alistándose en las Asociaciones
Marianas. Esta actitud, siempre que nos comprometamos a vivir
cristianamente, es buena, santa y saludable. Pero no logra liberarnos de todo
egoísmo, para unirnos perfectamente a Jesucristo.
 
La tercera, es conocida y vivida por muy pocas personas. Es una consagración
total. Consiste en ofrecerse con absoluta disponibilidad a María, para realizar la
entrega de sí mismo a Jesucristo. Por esta entrega o consagración nos
comprometemos a hacerlo todo con María, por María, para María y en María.
 
Esta última es la que realizaremos nosotros: la consagración total a Jesús por
María.
La entrega
 
En esta Consagración Total es preciso entregar a María[1]:
 
“Nuestro cuerpo, con todos sus sentidos (internos y externos) y con
todos sus miembros” considerados como principio de toda operación vital.
 
“Nuestra alma, con todas sus potencias”, igualmente consideradas como
principios de toda operación intelectual y humana, ya que todas éstas
provienen bien sea del entendimiento o bien de la voluntad. Por estas dos
primeras donaciones, consagramos nuestra naturaleza entera a María.
 
“Nuestros bienes exteriores” ya sea fortuna, hacienda, y cosas materiales,
presentes o futuras. Este es el cumplimiento de uno de los sacrificios
impuestos al esclavo: todos los bienes que le pertenecen o que pueda adquirir
posteriormente, son posesión de su dueño. Este desprendimiento será tanto
más meritorio, cuanto más costoso le fuere; y tanto más admirable, cuanto
mayor fuere su valor objetivo o cantidad.
 
“Nuestros bienes espirituales” que son nuestros méritos, nuestras virtudes y
buenas obras pasadas, presentes y futuras. Vale la pena en este punto, dar
una explicación concerniente a las buenas obras:
 
“Cualquiera obra buena, hecha libremente por el alma en estado de gracia, con
una intención sobrenatural, tiene tres valores: meritorio, satisfactorio e
impetratorio, los cuales contribuyen a nuestro progreso espiritual”[2]:
 
Valor meritorio: con el cual acrecentamos nuestro caudal de gracia habitual y
nuestro derecho a la gloria del Cielo.
Valor satisfactorio: paga, en todo o en parte, la pena debida por el pecado. Es
decir, las buenas obras nos pueden ahorrar tiempo de purificación en el
purgatorio.
Valor impetratorio: nuestras buenas obras encierran una petición de gracias
dirigida a la infinita misericordia de Dios. Es decir, a través de ellas podemos
alcanzar gracias y ayudas que estemos necesitando del Cielo.
En nuestra consagración a la Santísima Virgen le ofrecemos a Ella nuestros
méritos, no para que los comunique o pase a otros, pues los méritos no son
comunicables ni traspasables a otras personas (Él único que ha hecho pasar
sus méritos a los demás es Jesucristo), sino a fin de que la Virgen María los
conserve como depositaria; y le ofrecemos también el valor satisfactorio e
impetratorio de nuestras buenas obras, dándoselos en propiedad para que ella
disponga de ello según le parezca mejor, o los comunique a otras almas. 
 
La esclavitud
 
El santo de Montfort, compara pues esta entrega, esta amorosa dependencia,
este santo sometimiento, con una esclavitud y dice[3]:
 
Hay en este mundo dos modos de pertenecer a otro y depender de su
autoridad: el simple servicio y la esclavitud. De donde proceden los apelativos
de criado y esclavo. Por el servicio común, entre los cristianos, uno se
compromete a servir a otro durante cierto tiempo y por determinado salario o
retribución. Por la esclavitud, en cambio, uno depende de otro enteramente,
por toda la vida y debe servir al amo, sin pretender salario ni recompensa
alguna, como si él fuera uno de sus animales sobre los que tiene derecho de
vida y muerte.
 
Hay tres clases de esclavitud: natural, forzada y voluntaria. Todas las
criaturas son esclavas de Dios del primer modo: «Del Señor es la tierra y
cuanto la llena». Del segundo, lo son los demonios y condenados. Del tercero,
los justos y los santos.
 
La esclavitud voluntaria es la más perfecta y la más gloriosa para Dios, que
escruta el corazón, nos lo pide para sí y se llama Dios del corazón o de la
voluntad amorosa. Efectivamente, por esta esclavitud, optas por Dios y su
servicio por encima de todo lo demás, aunque no estuvieras obligado a ello por
naturaleza.
 
Hay una profunda diferencia entre criado y esclavo:
 
El criado no entrega a su patrón todo lo que es, todo lo que posee ni todo lo
que puede adquirir por sí mismo o por otros; el esclavo se entrega totalmente
a su amo, con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción alguna.
 
El criado exige retribución por los servicios que presta a su patrón; el esclavo,
por el contrario, no puede exigir nada, por más asiduidad, habilidad y energía
que ponga en el trabajo.
 
El criado puede abandonar a su patrón cuando quiera o al menos, cuando
expire el plazo del contrato; mientras que el esclavo no tiene derecho a
abandonar a su amo cuando quiera.
 
El patrón no tiene sobre el criado derecho ninguno de vida o muerte, de modo
que si lo matase como a uno de sus animales de carga, cometería un
homicidio; el amo, en cambio, conforme a la ley, tiene sobre
su esclavo derecho de vida y muerte, de modo que puede venderlo a quien
quiera o matarlo -perdóname la comparación- como haría con su propio
caballo.
 
Por último, el criado está al servicio del patrón sólo temporalmente; el esclavo,
lo está para siempre.
 
Nada hay entre los hombres que te haga pertenecer más a otro que la
esclavitud. Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer
más completamente a Jesucristo y a su Santísima Madre, que la esclavitud
aceptada voluntariamente, a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó
forma de esclavo y de la Santísima Virgen que se proclamó servidora y esclava
del Señor. El apóstol se honra en llamarse servidor de Jesucristo. Los
cristianos son llamados repetidas veces en la Sagrada Escritura servidores de
Cristo. Palabra que, como hace notar acertadamente un escritor insigne,
equivalía antes a esclavo, porque entonces no se conocían servidores como
los criados de ahora, dado que los señores sólo eran servidos por esclavos o
libertos.
 
Para afirmar abiertamente que somos esclavos de Jesucristo, el Catecismo del
Concilio de Trento se sirve de un término que no deja lugar a dudas,
llamándolos mancipia Christi: esclavos de Cristo. Afirmo que debemos
pertenecer a Jesucristo y servirle, no sólo como soldados, sino como esclavos
de amor, que por efecto de un intenso amor se entregan y consagran a su
servicio en calidad de esclavos, por el único honor de pertenecerle. Antes del
Bautismo éramos esclavos del diablo. El Bautismo nos transformó en esclavos
de Jesucristo. Es necesario que los cristianos sean esclavos o del diablo o de
Jesucristo.
Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo proporcionalmente de
la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera
inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el Cielo y en la Tierra, le
otorgó gratuitamente, respecto a su Majestad, todos los derechos y privilegios
que Él posee por naturaleza. «Todo lo que conviene a Dios por naturaleza,
conviene a María por gracia» dicen los santos. De suerte que, según ellos,
teniendo los dos el mismo querer y poder, tienen también los mismos súbditos,
servidores y esclavos.
 
Podemos pues, conforme al parecer de los santos y de muchos varones
insignes, llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin
de serlo más perfectamente de Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del
cual debemos servirnos para ir a Él, ya que María no es como las demás
criaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden separarnos de Dios en lugar
de acercarnos a Él. La inclinación más fuerte de María es la de unirnos a
Jesucristo, su Hijo; y la más viva inclinación del Hijo es que vayamos a Él por
medio de su Santísima Madre. Obrar así es honrarlo y agradarle, como sería
honrar y agradar a un rey, el hacerse esclavos de la reina, para ser mejores
súbditos y esclavos del soberano. Por esto, los santos Padres y entre ellos San
Buenaventura, dicen que la Santísima Virgen es el camino para llegar al Señor.
 
Más aún, si como he dicho, la Santísima Virgen es la Reina y Soberana del
Cielo y de la Tierra, ¿por qué no ha de tener tantos súbditos y esclavos como
criaturas hay? Y, ¿no será razonable que, entre tantos esclavos por fuerza, los
haya también por amor, que escojan libremente a María como a su Soberana?
Pues ¡qué! Han de tener los hombres y los demonios sus esclavos voluntarios
y ¿no los ha de tener María? Y ¡qué! Un rey se siente honrado de que la reina,
su compañera, tenga esclavos sobre los cuales pueda ejercer derechos de vida
y muerte en efecto, el honor y poder del uno son el honor y poder de la otra y el
Señor, como el mejor de los hijos, ¿no se sentirá feliz de que María, su Madre
Santísima -con quien ha compartido todo su poder- tenga también sus
esclavos? ¿Tendrá Él menos respeto y amor para con su Madre, que Asuero
para con Esther y Salomón para con Betsabé? ¿Quién osará decirlo o siquiera
pensarlo?”
 
PRÁCTICA
 
Hacer, durante toda la semana, el examen mariano antes de acostarme a
dormir. El “examen mariano” se encuentra en la parte final del libro.
 

[1] GONZÁLEZ, Jorge. La Esclavitud Mariana. 3ra. Ed. Medellín: Ediciones


Gráficas ltda., 1997. P.13.
 
[2]  TANQUEREY, Adophe. Compendio de Teología Ascética y Mística. Tomo
I. Madrid: Jesús de la Misericordia, 1930. P. 161.
 
[3] Tratado de la Verdadera Devoción, nn. 69-76..

Examen Mariano
1 - Acción de Gracias. ¡Dios y Señor mío! Creo firmemente que estáis aquí
presente; os adoro y amo sobre todas las cosas. Gracias os doy por los
beneficios de creación, redención, conservación, recepción de los Santos
Sacramentos, por las gracias especiales de este día y singularmente por
haberme dado una Madre tan buena y cariñosa como la Santísima Virgen.
Amén 
2 - Petición de luz. Dadme ahora luz para conocer las faltas de este día y
gracia para detestarlas de todo corazón. Ayudadme, Virgen María, a conocer
bien las ingratitudes e infidelidades que hoy he cometido.
3 - Examen Por los puntos que se ponen a continuación. 
4 - Dolor ¡Señor!, perdón, Me pesan de veras estos pecados o faltas no solo
por el Cielo y por los grados de gloria que he perdido ni por el infierno o
purgatorio y demás castigos que con ellos he merecido, sino sobretodo por lo
Bueno que Vos sois, por lo mucho que me amáis y por lo mucho que os quiero
yo amar y además por lo que habrán disgustado a mi querida Madre
inmaculada.
5 – Propósito Por eso, ¡Dios mío!, me propongo no volver a cometerlas nunca
jamás. Dadme Señor, vuestra gracia y Vos, Madre mía, vuestra ayuda y
bendición para que mañana me porte mejor y consiga disminuir mis faltas.
Amén. (Ave María)
EXAMEN MARIANO
1. Al despertar, ¿ha sido mi primer pensamiento para María?
2. ¿Me he levantado con prontitud para obsequiar a la Santísima Virgen este
sacrificio?
3. ¿He participado en la Misa y he comulgado en unión de María?
4. En mis ocupaciones, ¿cuántas veces he pensado cómo las haría María para
imitarla?
5. ¿Me he negado muchas veces a mi propia voluntad y a mi propio amor para
darle gusto a María?
6. ¿Me he atrevido a negarle alguna cosa a mi Madre aunque me costara
mucho?
7. ¡He hecho hoy con fervor alguna penitencia o mortificación para obsequiar a
la Santísima Virgen?
8. ¿He renovado la presencia de Dios y de la Virgen?
9. ¿He hecho la visita diaria al Santísimo y a María?
10. ¿He rezado devotamente el Santo Rosario?
11. ¿Hice bien la mediación en compañía de la Santísima Virgen?
12. ¿He hecho bien la lectura espiritual dedicándosela antes a la Virgen?
13. ¿He llevado con exactitud el examen particular?
14. ¿He sido fiel a mi distribución pensando que así agradaba a mi Madre?
15. ¿Me he ejercitado en la obediencia ciega a mis superiores y en especial a
mi confesor, oyendo su voz como si fuera la de la Virgen?
16. ¿He hecho hoy algo por adelantar en la vida mariana y vivir mejor la santa
esclavitud?
17. ¿Me he acordado de las almas de los infieles y he hecho algo por ellas
pensando que también son hijos de la Virgen?
18. ¿Cómo he cumplido hoy los propósitos de los santos ejercicios?
19. ¿He cumplido bien con las obligaciones de mi estado a imitación de la
Santísima Virgen?
20. ¿He faltado en pensamientos, palabras u obras a la virtud d la pureza tan
querida de mi Madre?
21. ¿Mis conversaciones han sido modestas y caritativas como eran las de la
Virgen?
22. ¿Al acostarme, me duermo en brazos de maría y besando el crucifijo?
CONCLUSIÓN
Ha terminado el examen de conciencia… Humíllate profundamente delante de
la gloriosa Reina, a la vista de tan numerosas faltas, en las cuales te has
encontrado culpable… “Perdón, Oh divina Madre, de haberte sido tantas veces
infiel… No quiero desanimarme; quiero trabajar con energía y perseverancia
por ser un hijo más dócil un esclavo más fiel… Te lo prometo, amada”

Texto 25. Vida de unión interior con María


Las prácticas interiores se resumen brevemente en estas cuatro palabras:
hacerlo todo por María, con María, en María, para María, a fin de hacerlo más
perfectamente por Jesús, con Jesús, en Jesús, para Jesús.
Obrar Por María
 
Es ofrecer a la Santísima Virgen una obediencia constante. “Obedecerle en
todo y conducirse según su Espíritu, que es el Espíritu de Dios.”[1]
 
Según un pensamiento carísimo de nuestro Santo, la Virgen Santísima, desde
la Encarnación, quedó indisolublemente unida, como Esposa, del Espíritu
Santo, para conducir nuestras almas por las vías de la perfección.
 
Consentir u obedecer a las inspiraciones de la gracia, ha sido siempre señal de
la verdadera santidad. Los santos son los verdaderos hijos de Dios, porque se
dejan conducir, en todo, por el Espíritu divino: “en efecto, todos los que se
dejan conducir por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios” (Rom 8, 14). San
Pablo no nos dice: los que obran bajo la “influencia” del espíritu divino, sino los
que se dejan manejar, los que se dejan llevar por el Espíritu Divino.
 
Es necesario entonces, decir que la práctica interior «por María» fielmente
vivida, se resume en la sola docilidad. Docilidad a estos maestros íntimos
que coordinan en nuestro interior su fuerza y su suavidad para nuestra
santificación. El esclavo de Amor, es esencialmente un alma obediente,
filialmente obediente en todas sus obligaciones: alma que no se resiste, que
nunca se opone a la gracia, que no obstaculiza la dirección de su Soberana. El
Santo Espíritu de María, viene a ser progresivamente, el propio Espíritu del
Esclavo de Amor.
 
El alma se adiestra en esta docilidad por una continua renuncia, unida al
abandono. Renuncia propia, abandono en María, son las condiciones
indispensables indicadas por Montfort.
 
Renuncia
Hemos visto que Nuestro Señor, pone la renuncia, como punto de partida de
toda vida espiritual cuidadosa de avanzar. Siendo tan tenaz el apego que
tenemos a nuestra propia personalidad, hay que volver constantemente a este
punto de partida. La práctica «por María» exige al principio de cada acción,
nuestra renuncia a todo movimiento natural, opuesto a la gracia.
 
Esta renuncia debe ser inmediata, sin sombra de vacilación. Debe brotar de
una voluntad resuelta a aprovechar la gracia actual, que se presenta en forma
de luz interior, de inspiración o de un movimiento hacia el bien. Convenir con la
naturaleza sería confesar una derrota o un retroceso. ¿Por qué esta renuncia
inicial? Responde Montfort: “Porque las tinieblas de nuestro propio espíritu y la
malicia de nuestra voluntad, si los seguimos, se opondrían al Santo Espíritu de
María». Aceptemos humildemente esta comprobación de un maestro en la
santidad; nuestra experiencia personal la confirma diariamente. ¡Cuántas
cosas, que nos  avergüenzan y humillan sentimos subir secretamente de los
bajos fondos de nuestra naturaleza, aún en nuestras mejores acciones! Es
necesario ahogarlos desde el principio, ¡qué perjuicio para nuestra alma! Una
mala intención, si es el único motivo que nos hace obrar, corrompe totalmente
una buena acción. Mezclar a nuestras acciones sobrenaturales intenciones
más o menos contrarias a la gloria de Dios, es privarnos parcialmente de
muchos méritos.
Entrega y abandono
A la renuncia debemos unir el abandono. Es   preciso entregarse al Espíritu de
María, para ser  movidos y conducidos como Ella quiera.
 
Sería deprimente la perspectiva de nuestra espiritualidad si debiéramos
quedarnos en continuas renuncias de nuestro espíritu. No se renuncia por el
solo hecho de renunciarse, sino por la alegría de entregarse, de unirse, de
abandonarse. Así Montfort, nos lanza inmediatamente a los brazos y al
corazón de María: es preciso ponerse y abandonarse en sus manos virginales,
como un instrumento en manos de un obrero, como una laúd en manos de un
buen artista; hay que perderse y abandonarse en Ella, como piedra que se
arroja al mar.
 
 Todas estas comparaciones son alentadoras. Nuestra unión, nuestro confiado
abandono en Ella, nos hace sus instrumentos vivos, inteligentes,
amorosamente dóciles. Ya no estamos solos en nuestra acción, la Virgen obra
sobre nosotros como Dueña y Señora; le ofrecemos nuestra perfecta
obediencia de esclavos y por ella nos mueve y nos conduce el Espíritu Santo,
el amor interior siempre presente. Su acción y nuestro consentimiento se
fusionan.
 
Este acto de abandono se hace en un instante y de manera sencilla: por una
sola mirada del espíritu, o un pequeño esfuerzo de voluntad, o aún verbalmente
diciendo por ejemplo: “Renuncio a mí y me entrego a Vos Madre querida”.
 
Poco importa, agrega Montfort, que intervenga o no, cualquier suavidad
sensible en esta unión. Supongamos que alguien le diga al demonio:
“Renuncio a mí y me uno a ti”, sin sentir nada, sólo con la voluntad clara. No
cabe duda: comete un pecado mortal gravísimo, pierde en el acto la vida de la
gracia, se hace objeto de la ira divina y merecedor del infierno. Si este acto
hecho completamente a secas, con la sola inteligencia y voluntad tiene un
efecto tan catastrófico cuando se trata de Satanás, tiene un efecto sumamente
benéfico cuando se dirige a María. Sin sentir nada vamos a aumentar la gracia
santificante en nosotros, agradar mucho a Dios y dejar que el Espíritu Divino
acreciente la intensidad de sus operaciones en nosotros.
 
Ventajas de obrar por María
 
Conducción por el Espíritu Santo: Porque ponerse bajo el Espíritu de María
no es otra cosa que ponerse bajo la dirección de Espíritu de Dios. Este Espíritu
al reinar inmediatamente sobre Ella, reina por medio suyo, sobre nosotros.
Don de la santa Sabiduría: Esta buena Madre presta a los esclavos las
disposiciones de su alma para glorificar a Dios y su espíritu, para regocijarse en
Él.
 
Obrar Con María[2]
 
Esta fórmula significa la imitación de María, la reproducción de este modelo
virginal, hecho por Dios expresamente para nosotros, lo cual reclama la amante
mirada de nuestra alma, que se complace ante todo en la admiración de su
belleza.
 
“Es preciso actuar con María, es decir -explica Montfort-, es necesario en
nuestros actos mirar a María como modelo acabado de toda virtud y
perfección, para imitarle según nuestro corto alcance.
 
Desprendidos poco a poco de nosotros mismos por el hábito adquirido de la
renuncia, entregados y abandonados al Espíritu de María -nuestro iluminador y
conductor-, nos es más fácil mirar directamente a la Virgen, que vive y obra en
condiciones como las nuestras.
 
María es imagen perfecta de Jesucristo. No es el Sol, cuyos rayos vivaces
deslumbran nuestros débiles ojos, sino, la luna que recibe su luz del sol y
la atempera para conformarla a nuestra pobre capacidad. No hay en Ella
nada demasiado sublime ni brillante; viéndola, vemos nuestra propia
naturaleza”[3].
 
El obrar con María, implica dos elementos:
 
De nuestra parte: la imitación de María, la reproducción más perfecta posible
de las virtudes que Ella misma practicó.
 
De parte de María: la unión con nuestros esfuerzos. De donde deducimos, que
el resultado final depende más de María que de nosotros. Veámoslos
detenidamente:
 
Imitación de las virtudes de María: Es natural, que quien no es capaz de
crear una obra grandiosa, se inspire en un modelo y lo copie fielmente. Es
natural que un niño encuentre en su madre un modelo de perfección y trate de
imitarla.
Todos los que miran a María como modelo en la práctica de todas las virtudes,
están seguros de: Cumplir la voluntad divina y alcanzar la perfección. Por
consiguiente, María que es nuestra Madre: nuestra Madre muy amada, nuestra
Madre admirable, es  capaz de despertar en nosotros -mucho más
perfectamente de lo que pueda hacerlo una madre natural-, ese sentimiento de
admiración que nos lleva a imitarla en todo.
Es necesario en cada acción mirar cómo la hizo María o cómo la haría si
estuviese en nuestro lugar. Por consiguiente, es necesario poner en todo acto
sus mismas intenciones sobrenaturales. Se imitarán todas las virtudes de
María, especialmente: “su Humildad profunda, Fe viva, Obediencia ciega,
Oración continua, Mortificación universal, Pureza divina, Caridad ardiente,
Paciencia heroica, Dulzura angelical y Sabiduría divina. Estas son -dice
Montfort- las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.”[4]
 
Asociación de María a nuestros esfuerzos: la maternidad de María con
respecto a nosotros y nuestra filiación respectiva, son plenamente conscientes.
La semejanza que nos imprimirá y que recibiremos, será el fruto de su actividad
esclarecida y voluntaria y de nuestra correspondiente y exquisita docilidad.
Algo muy diferente acontece en la maternidad ordinaria: la semejanza (de la
madre en el hijo) se imprime sin el consentimiento de la madre ni del hijo y por
consiguiente no se da una verdadera colaboración.
María obra en nosotros y nos sometemos amorosamente a su acción. Ella es el
molde divino, propio para deificarnos en poco tiempo y con poco sacrificio. El
trabajo de María consiste en retocarnos para que nos asemejemos a Jesús, su
Hijo Divino. Nuestro trabajo consiste en dejarnos rehacer y transformar según
este divino molde. La realización práctica de esta colaboración, está muy bien
descrita por el R. P. Lhoumeau: “Mirad como procede una madre con su
hijo cuando le enseña a dar los primeros pasos o a orar. No sólo ella lo
anima con su gesto y con su voz, sino que obra con él dándole ejemplo y
ayudándole en su debilidad e inexperiencia. Por su parte, el niño obra con
su madre, pues él la mira, se muestra dócil a su dirección y no se separa
de ella.
 
Para obrar con María debo, después de obedecer a su impulso,
permanecer bajo su acción e influencia, fijarme en ella para imitarle y en
caso de necesidad, para levantarme; en fin, debo seguirla sin anticiparme
ni retardarme”.
 
De esta manera, tenemos perfectamente acordes el obrar por María y con
María: “Es preciso entregarnos al espíritu de María para ser movidos al
comenzar la acción: (por María) y para ser conducidos o sostenidos durante la
acción (con María) conforme a su querer”.
 
María es “un modelo muy apropiado” (León XIII), y “maravillosamente
acomodado a nuestra debilidad -dice san Pío X-, que Dios en su inmensa
bondad y condescendencia ha puesto delante de nuestros ojos”.
 
Aquí también se han de evitar dos extremos, desesperar por no asemejarnos
a Ella perfectamente o creer que la podemos igualar en algo. En
el primero hay que decir, según advierte San Pablo, que en el Cielo de los
santos hay distintas estrellas, de tamaño y esplendor muy variado, pero cada
cual perfecta en su género. En un jardín hay distintas flores y aún admitiendo
que la rosa sea la reina y la más bella, eso no le quita a la humilde violeta la
posibilidad de ser perfecta como tal. En una mesa, habrá vasos de diversas
capacidades, pero lo que le compete a cada uno es llenarse. En el segundo
exceso, podemos decir que la Virgen es la Santísima que no será igualada
nunca por nadie en su propia perfección; pero esto no nos impide a ninguno de
sus hijos alcanzar la perfección, al contrario, nos obliga a encontrarla en el sitio
que Dios la ha fijado: en su Iglesia, en nuestra vocación peculiar como
miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo.
 
También se debe saber que en las cosas divinas como en las humanas, ocurre
que uno aprende tanto por sus errores como por sus aciertos. ¡Cuánto enseñan
las equivocaciones! Aunque estemos llenos de las mejores intenciones del
mundo, la Virgen permitirá que nos equivoquemos, para que sepamos mejor,
cómo no debemos actuar y por tanto, cómo debemos actuar.
 Otra consideración muy consoladora: Cuando nosotros educamos a un niño, le
enseñamos lo bueno que sabemos y por consiguiente, a la larga, queremos
que nos imite. Sin embargo, ninguno espera del niño que le imite a la
perfección. No se pide más que una aproximación, a veces muy remota de lo
que podemos nosotros. No exigimos más que buena voluntad y esfuerzo. De
suerte que, si hay esto, no le damos mucha importancia al resultado actual y
aún su misma torpeza nos agrada. Así es nuestra celestial Madre.
 
Obrar Para María
 
Para comprender esta práctica, recordaremos lo que se dijo al hablar de la
naturaleza de la esclavitud: el esclavo no se pertenece, él pertenece a su
dueño. Todos los bienes de fortuna que poseía antes de caer en la esclavitud y
todos los que pueda obtener, pasan a ser propiedad de su soberano y
asimismo, todo el futuro de sus labores, se da en beneficio de su propietario.
 
Como esclavos de María hemos reconocido libre y amorosamente las cadenas
que nos unen a Ella. Le pertenecemos tan plenamente, que aún en el caso  de
que Dios no le hubiese concedido este absoluto dominio sobre nosotros, se lo
habríamos otorgado por nosotros mismos y con todo amor. Es justo entonces
que realicemos para Ella todos nuestros actos naturales y sobrenaturales. ¿No
son ellos el fruto de nuestra actividad?, y esta actividad ¿no debe fructificar
para nuestra buena Reina y Señora? Este pensamiento de que nada nos
pertenece de lo que adquirimos por nuestras obras, no debe desalentarnos; al
contrario: como buenos esclavos no estaremos ociosos; sino que apoyándonos
en la protección de María, emprenderemos grandes cosas por esta augusta
Soberana. Particularmente trataremos de atraer a todo el mundo a su servicio y
aun trataremos de ganar todos los corazones hacia esta verdadera y perfecta
devoción. Y después de todo, no pretenderemos de nuestra Dueña, en
recompensa de nuestro servicio, sino el honor de pertenecerle y la dicha de
estar unidos mediante Ella a Jesús, su hijo bendito, por lazos indisolubles en
el tiempo y en la eternidad.
 
Para afianzarnos en esta práctica debemos renunciar a nuestro amor propio,
que tan a menudo vicia nuestras mejores acciones. Al efecto, debemos repetir
en el fondo del corazón frecuentemente: “Por ti María mi dulce y buena
Madre, vengo aquí o voy allá; hago esto o aquello, sufro tal pena o tal
injuria”.
 
No se trata de acciones extraordinarias, sino de las que llenan las horas de
nuestro diario vivir y por eso esta perfecta devoción se ajusta a todos los
estados y a todo género de vida. Ella no consiste en acciones mismas,
sino en el espíritu que las anima y que les da, si lo queremos, un valor nuevo
y una mayor riqueza.
 
Y este Espíritu, no es otro que el de María Reina del Cielo y de la Tierra y
especialmente, Reina de los elegidos o mejor Reina de los corazones de los
elegidos; Él invade a los esclavos de amor y los somete plena y
espontáneamente a todas las exigencias del dominio de María, a todas las
delicadas insinuaciones de su dirección sabia y maternal.
 
María acepta este imperio, sin falsa humildad. Lo ejerce sin desfallecimiento,
consciente de cumplir, en esta forma, la misión que Dios le confió de santificar
a las almas que se abandonan o se entregan a Ella. Nada se apropia para sí;
no busca sino el llevar esas almas a su divino Hijo y eso con un amor y un
desinterés admirables.
 
Esta fórmula indica el fin próximo de la perfecta devoción: el honor de servir a
la Santísima Virgen y de glorificarla. Montfort lo explica inmediatamente “no es
que tomemos a María por fin último de nuestros servicios, el cual es
Jesucristo únicamente, pero sí como fin próximo, como medio fácil para ir a
Él.”[5]
El obrar para María, implica dos cosas: gran pureza de intención y espíritu de
celo.
 
Pureza de intención: El menor pensamiento de interés personal se desechará
absolutamente. Es el desprendimiento completo de sí mismo, la renuncia de
todo espíritu de propiedad. Uno se fatiga, trabaja, sufre, soporta todo lo que se
presente, en provecho de María. Se ganan méritos y se depositan entre sus
manos muchísimas oraciones y sacrificios, para que Ella sea más conocida y
mejor amada en el mundo entero.
Como, a pesar de todo, el amor propio se desliza imperceptiblemente hasta en
las mejores obras, será bueno -como aconseja Montfort-, repetir
frecuentemente en el fondo del corazón: “¡Oh mi Dueña querida! Por
ti emprendo esta labor,acepto este apostolado, ejerzo este ministerio, acepto
esta prueba, soporto esta contrariedad, sufro esta pena o esta injuria; Por
ti este día que comienzo, Por ti esta Misa, esta Comunión, el recogimiento de
esta acción de gracias; Por ti esos casos imprevistos, esos estorbos, esos
retardos de un trabajo urgente; Por ti esta enfermedad...”
 
Espíritu de celo: Un celo ilustrado y santamente audaz. En el punto en que
estamos, un esclavo de María no puede contentarse con servir y glorificar a su
Soberana como si estuviera solo en el mundo. Él debe irradiarla lo más que
pueda en torno suyo.
“No hay que permanecer ociosos, recomienda Montfort, sino que apoyados en
la protección de María, es preciso emprender y realizar grandes cosas para
esta augusta Soberana.”[6]
 
Obrar En María
 
Para explicar esta práctica interior, la más importante y fruto del ejercicio de
las otras, es oportuno considerar una frase que tiene el Tratado de la
Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, numeral 20, y que puede darnos
mucha luz; dice así:
 
“Cuanto más encuentre el Espíritu Santo a María, su querida e indisoluble
esposa, en un alma, tanto más actúa y se manifiesta poderoso, para producir a
Jesucristo en ella”
 
Esta práctica, habla de la presencia de Jesús y de María en las almas; de la
de María, como de una condición necesaria para que la acción del Espíritu
Santo sea más fecunda. Por esta nueva infusión de gracia, el Espíritu Santo
nos hace más semejantes a Jesús y nos incorpora más a Él, como un miembro
a la cabeza de un mismo cuerpo místico.[7]
 
Y puesto que la Virgen es el medio del cual el Espíritu Santo quiere
valerse, aunque hablando absolutamente, no tiene necesidad de Ella, es lógico
que María deba encontrarse en el alma, para que el divino Paráclito pueda
obrar en Ella.
 
En resumidas cuentas, para hablar del obrar en María o íntima unión con Ella,
es preciso recordar:
 
Que la Santísima Virgen es el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán.
El antiguo paraíso era solamente una figura de éste. Hay en este paraíso
riquezas, hermosuras, maravillas y dulzuras inexplicables, dejadas en él por el
nuevo Adán, Jesucristo. Allí encontró Él sus complacencias durante nueve
meses, realizó maravillas e hizo alarde de sus riquezas con la magnificencia de
un Dios.
 
Este lugar santísimo fue construido solamente con una tierra virginal e
inmaculada, de la cual fue formado y alimentado el nuevo Adán, sin ninguna
mancha de inmundicia, por obra del Espíritu Santo que en él habita. En este
paraíso terrenal se halla el verdadero árbol de vida, que produjo a Jesucristo,
fruto de vida; el árbol de la ciencia del bien y del mal, que ha dado la luz al
mundo.
 
Hay en este divino lugar, árboles plantados por la mano de Dios, regados por
su unción celestial y que han dado y siguen dando frutos de exquisito sabor.
Hay allí jardines esmaltados de bellas y diferentes flores de virtud, que exhalan
un perfume que embalsama a los mismos ángeles. Hay en este lugar, verdes
praderas de esperanza, torres inexpugnables de fortaleza, moradas llenas de
encanto y seguridad, etc.
 
Sólo el Espíritu Santo puede dar a conocer la verdad que se oculta bajo estas
figuras de cosas materiales. Se respira en este lugar el aire incontaminado de
pureza sin imperfección; brilla el día hermoso y sin noche, de la santa
humanidad; irradia el sol hermoso y sin sombras, de la divinidad; arde el horno
encendido e inextinguible de la caridad en el que el hierro se inflama y
transforma en oro; corre tranquilo el río de la humildad, que brota de la tierra y,
dividiéndose en cuatro brazos, riega todo este delicioso lugar: son las cuatro
virtudes cardinales.
 
El Espíritu Santo, por boca de los Santos Padres, llama también a María
La Puerta Oriental, por donde entra al mundo y sale de él el Sumo Sacerdote,
Jesucristo: por ella entró la primera vez y por ella volverá la segunda. El
Santuario de la Divinidad, la mansión de la Santísima Trinidad, el trono de Dios,
el altar y el templo de Dios, el mundo de Dios.
 
Epítetos y alabanzas muy verdaderos, cuando se refieren a las diferentes
maravillas y gracias que el Altísimo ha realizado en María. ¡Qué riqueza! ¡Qué
gloria! ¡Qué placer! ¡Qué dicha! Poder entrar y permanecer en María, en quien
el Altísimo colocó el trono de su gloria suprema.
 
Pero, qué difícil es, a pecadores como nosotros, obtener el permiso, capacidad
y luz suficientes para entrar en lugar tan excelso y santo, custodiado ya no por
un querubín como el antiguo paraíso terrenal, sino por el mismo Espíritu Santo,
que ha tomado posesión de él y dice: «Un jardín cercado es mi hermana, mi
esposa; huerto cerrado, manantial bien guardado».
 
¡María es jardín cercado! ¡María es manantial sellado! Los miserables hijos de
Adán y Eva, arrojados del paraíso terrenal, no pueden entrar en este nuevo
paraíso, sino por una gracia excepcional del Espíritu Santo, que ellos deben
merecer.
 
Después de haber obtenido, mediante la fidelidad, esta gracia insigne, es
necesario permanecer en el hermoso interior de María con alegría, descansar
allí en paz, apoyarse en él confiadamente, ocultarse allí con seguridad y
perderse en él sin reserva, a fin de que, en este seno virginal:
 
Te alimenten con la leche de la gracia y misericordia maternal de María.
Te liberes de toda turbación, temor y escrúpulo.
Te pongas a salvo de todos tus enemigos: demonio, mundo y carne, que jamás
pudieron entrar en María. Por esto dice Ella misma: «Los que trabajan en mí no
pecarán», esto es, los que permanecen espiritualmente en la Santísima Virgen,
no cometerán pecado considerable.
Te formes en Jesucristo y Él sea formado en ti. Porque, el seno de María, dicen
los Padres, es la sala de los sacramentos divinos, donde se ha formado
Jesucristo y todos los elegidos: “Uno por uno, todos han nacido en Ella.”[8]
Ventajas del obrar en María
 
Evidentemente, hay una gran diferencia entre el hijo que reside real y
corporalmente en el seno de su Madre y el esclavo de amor que reside moral y
espiritualmente en María. Las ventajas que se desprenden para el primero son
de certeza física; pero el esclavo de amor, sólo goza de certeza moral y eso en
el supuesto que persevere en esta dependencia, a la cual es fácil sustraerse
por infidelidad a la gracia. Pero dada esta fiel dependencia, el alma puede
morar placenteramente en el seno de María, reposar ahí en perfecta paz,
apoyarse con confianza y ocultarse con seguridad y perderse ahí sin reserva.
Este morar del alma en María produce en ella cuatro efectos:
 
El alma es alimentada copiosamente por María, con la leche de su gracia y
misericordia maternal.
El alma se verá libre de turbaciones, temores y escrúpulos, que son
absolutamente incompatibles con el estado de infancia espiritual así
comprendido.
El alma gozará de completa seguridad contra todos sus enemigos: el mundo, el
demonio y el pecado, que jamás tendrán cabida en María.
El alma, ahí, en María, es formada en Jesucristo y Él en ella.
 
 
 
SÍNTESIS DE LA VIDA DE UNIÓN CON MARÍA
 
Esta consagración total se diferencia de todas las demás devociones y
consagraciones a María por la vida de unión e intimidad a la que nos invita
con Ella; es decir, las prácticas exteriores como el rosario, las novenas, el
portar escapularios y medallas, son un medio para llegar a esta intimidad.
 
Pero esta profunda unión, esta relación íntima, estrecha y constante con
nuestra Madre se resume en el amor. Cuando una persona está enamorada
todo el tiempo piensa en el ser que ama, todo el tiempo quiere estar con ella,
todo lo de fuera le habla de ella, todo lo refiere a ella, siempre está pensando
en lo que le gusta, en lo que le agrada. Así mismo debe ser la relación de un
consagrado con su Madre, debe amarla tan profundamente que ni por un
segundo se olvide y separe de ella. Y esta intimidad la resume Montfort en
cuatro prácticas interiores que deben ser vividas continua e intensamente por
quienes se consagran a esta buena Madre; podemos resumirlas de la siguiente
manera:
 
PRÁCTICA
 
Comprar una pequeña imagen de la Virgen y llevarla  durante toda la semana
conmigo, a todos lados, sin dejarla un solo instante. Esto me ayudará a
recordar la presencia de la Virgen en todo momento y a mantenerme unido a
Ella. Esto se debe hacer con prudencia para no ir a generar escándalo.
 

[1] Tratado de la Verdadera Devoción, n. 258.


 
[2] GONZÁLES, Jorge. Op. Cit., pp. 51-59.
 
[3] Tratado de la Verdadera Devoción, n. 49.
 
[4] Ibíd., n. 108.
 
[5] Tratado de la Verdadera Devoción, n. 265.
 
[6] GONZALES, Jorge. Op. Cit., pp. 60-66.
 
[7] GONZALES, Jorge. Op. Cit., pp. 67-80.
 
[8] Tratado de la Verdadera Devoción, nn. 261-264.
 

Texto 26. María en las Escrituras


Hoy día, hay personas que se empecinan en argumentar un silencio casi total
de las Sagradas Escrituras respecto a la Santísima Virgen María; y más allá,
vemos cómo descaradamente manipulan los pocos textos bíblicos que admiten
como “marianos”, para gritar con un odio casi demoníaco: “¡Jesús despreció a
María! ¡Jesús nunca le dio importancia a su Madre!, ¡María no es tan
importante como se ha creído hasta ahora! etc”. 
Por otro lado, vemos a otros que, movidos por un celo excesivo, quieren ver a
la Santísima Virgen en todos los pasajes bíblicos, y algunas veces acomodan a
María, textos, sobre todo del Antiguo Testamento, que evidentemente no se
refieren a ella, pues contienen elementos de infidelidad, como veremos más
adelante.
 
Así pues, la verdadera devoción mariana debe ser bíblica pero equilibrada y de
acuerdo a aquellas palabras que el Papa Pablo VI nos escribe en su carta
Marialis Cultus:
 
“La necesidad de una impronta bíblica en toda forma de culto es sentida hoy
día como un postulado general de la piedad cristiana. El progreso de los
estudios bíblicos, la creciente difusión de la Sagrada Escritura y, sobre todo, el
ejemplo de la tradición y la moción íntima del Espíritu orientan a los cristianos
de nuestro tiempo a servirse cada vez más de la Biblia como del libro
fundamental de oración y a buscar en ella inspiración genuina y modelos
insuperables. El culto a la Santísima Virgen no puede quedar fuera de esta
dirección tomada por la piedad cristiana; al contrario debe inspirarse
particularmente en ella para lograr nuevo vigor y ayuda segura. La Biblia, al
proponer de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los
hombres, está toda ella impregnada del misterio del Salvador, y contiene
además, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, referencias indudables a
Aquella que fue Madre y Asociada del Salvador. Pero no quisiéramos que la
impronta bíblica se limitase a un diligente uso de textos y símbolos sabiamente
sacados de las Sagradas Escrituras; comporta mucho más; requiere, en efecto,
que de la Biblia tomen sus términos y su inspiración las fórmulas de oración y
las composiciones destinadas al canto; y exige, sobre todo, que el culto a la
Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin de
que, al mismo tiempo que los fieles veneran la Sede de la Sabiduría sean
también iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los
dictados de la Sabiduría encarnada.”[1] Veamos, pues, a María en las
Escrituras:
 
María en el Antiguo Testamento
 
Génesis 3, 15
“Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje; ella te pisará la
cabeza, mientras tú acechas su calcañar”.
 
Con esta primera profecía, comienza la historia de la salvación. El hombre
tentado por el maligno ha optado por la desobediencia al Dios que lo ha
creado. El mal, la muerte y la enfermedad han entrado al mundo por la
desobediencia de la mujer y de su esposo. Se ha cerrado el Paraíso. Para el
hombre alejado de su creador comienza el caminar “por el valle de lágrimas”.
Dentro de este contexto tan sombrío, surge la profecía, la primera palabra de
un Dios que es, en su esencia, amor. En esta profecía -repito, la primera-, está
involucrada por primera vez y en forma misteriosa “la mujer”  que estará en
perenne lucha contra el enemigo del hombre y sus huestes, y con ella la gran
promesa: Su linaje o descendencia derrotará a la serpiente antigua, pisándole
la cabeza. Cuando a una serpiente se le pisa la cabeza, se le despoja de todo
poder y se le reduce a la impotencia; esto sucederá por esta “mujer” que sin
duda alguna es María, cuyo linaje (Cristo) pisoteó a la serpiente (Satanás) y
quien tuvo una enemistad perfecta con la serpiente, pues nunca pecó.
 
Si alguien no quiere saber nada de la Virgen, y la quiere sacar de la historia de
la salvación, entonces también saquemos a Eva… ¿Serías capaz de contar la
historia del pecado sin hablar de Eva? ¿Verdad que no?... pues, entonces,
también es imposible hablar de la historia de la salvación sin hablar de
María.
 
Isaías 7, 14
“Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: he aquí que la Virgen está
encinta y va a dar a luz a un hijo y le pondrá por nombre Emanuel”.
 
El Profeta Isaías, en esta profecía Mesiánica por excelencia, va a ampliar los
datos sobre la Mujer del Génesis 3, 15. Esta mujer va a ser virgen y va a dar a
luz un hijo varón en su virginidad. Los Evangelios de San Mateo y San Lucas
dejan esto bien claro cuando para describir a María, utiliza la palabra griega
«Parthenos» o sea Virgen. El único signo dado a Israel para reconocer al
Mesías, es que nacería de una madre virgen.
 
Miqueas 5, 2
«Por eso si Yahvé los abandona, es sólo por un tiempo, hasta que aquella que
debe dar a luz tenga a su hijo, entonces volverán a Israel los desterrados”
 
El profeta Miqueas nos vuelve a hablar de la mujer esperanza de Israel y que al
traer al MESÍAS pondrá fin al cautiverio de Israel.
 
María en el Nuevo Testamento
 
Lucas 1, 26-38
 En este relato Evangélico, se resaltarán  los siguientes aspectos:
 
San Lucas en su Prólogo 1, 3 nos dice: “Varias personas han tratado de narrar
las cosas que pasaron entre nosotros, a partir de los datos que nos entregaron
aquellos que vieron y fueron testigos desde el principio y que luego se han
hecho servidores de la Palabra. Después de haber investigado
cuidadosamente todo desde el principio, también a mi me ha parecido bueno
escribir un relato ordenado para ti, ilustre Teófilo”.
 
Vemos que San Lucas se esforzó en ponerlo todo en orden, y al hacer esto
encontró el “hágase” de María. Así mismo, cuando en el Antiguo Testamento
las personas querían contar, ordenadamente, qué fue lo que sucedió y dónde
empezaba todo, tenían que llegar a Abrahán. Cuando en el Nuevo Testamento
se habla de San Pablo, de Apóstoles, de milagros, etc. la pregunta lógica que
surge es ¿dónde comienza esto? Si nosotros queremos saber dónde empezó
todo y cuál fue el comienzo del cristianismo debemos llegar a María. Así como
sin Abrahán no se entiende la Antigua Alianza, sin María no se entiende la
Nueva Alianza.
 
San Lucas nos dice, también, que recurrió al origen de los datos de las
personas que fueron Testigos de los hechos y esta afirmación nos lleva a
María, pues sólo ella fue “testigo” de la anunciación que él relata a
continuación:
 
“A una joven virgen”. San Lucas relaciona e identifica a esta joven con la
profecía de Isaías 7, 14.
“Desposada con un hombre llamado José, de la familia de David”. El
Mesías debía ser de la casa de David, pues la promesa de Dios habría de
cumplirse.
 “Y el nombre de la Virgen era María”. Dos veces utiliza Lucas el titulo de
Virgen, para que no quede duda de la situación de María y de su relación con
la profecía de Isaías.
 “María”, hermoso nombre que quiere decir, entre muchos otros significados,
“Señora”.
“El ángel le dijo: Llena de gracia”. “Llena de Gracia” en Griego
“Kecharitomene” que significa “tener la plenitud de la gracia”, pues viene de un
verbo de modo pasivo perfecto que indica continuación de una acción
completa. Palabras que ningún mortal había escuchado de Dios
anteriormente.
“No temas María, porque has encontrado Gracia ante Dios” Puede que hoy
en día María no encuentre gracia ante muchas personas; pero lo importante es
que ante Dios sí encontró gracia.
“¿Cómo podré ser Madre, si no tengo relación con ningún
hombre?” Recordemos que en este momento María, estaba desposada con
José, pero todavía faltaba la celebración de las nupcias (segunda parte del rito
del matrimonio Judío), donde el esposo se llevaba a su esposa a su casa. Lo
más lógico es que María hubiese relacionado lo que el Ángel le estaba diciendo
con la futura convivencia con su esposo José… ¡Pero no lo hace!, pues, María
había consagrado su virginidad al Señor, por eso le responde al Ángel
sorprendida; lo último que pensaba era perder su virginidad.
 “El Espíritu Santo, descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra”. Aquí se sitúa a María, definitivamente, como posesión de
Dios. En Éxodo 3, 5 el Señor manda a descalzarse a Moisés, pues él está
pisando “Tierra Santa”. ¿Por qué esta tierra era Santa? Porque la sombra de
Dios daba en ella desde la zarza. En 2 Samuel 6, 6-7 Uzzá muere por tocar el
Arca de Dios, esta Arca era santa porque la sombra de Dios o la “Shekina”
venía sobre ella. Sobre María desciende esta Nube y Ella queda hecha
posesión de Dios, santificada por su sombra para siempre.
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra”. Con estas
palabras entra la salvación al mundo. Si por la desobediencia de Eva entró la
perdición al mundo, con la obediencia de María entra la salvación. No se puede
hablar de la “Caída” sin hablar de Eva, ni se puede hablar de la “Salvación” sin
hablar de María. En María se arregla lo deshecho por Eva. En la obediencia de
María se comienza a cumplir la profecía de Génesis 3, 15.
Lucas 1, 39-49
En el relato Evangélico de la Visitación de María a Isabel, hay una infinidad de
datos que nos hablan de María y de su lugar en el plan de la Salvación.
 
Primero: entra María en casa de Isabel, y dice la Escritura que, “al oír” Isabel
la salutación de María, la criatura saltó en su vientre e Isabel fue llena del
Espíritu Santo. Es de notar, que Isabel fue llena del Espíritu no al entrar en
contacto con Jesús, sino al escuchar la voz de María, esto nos muestra a una
María no sólo llena del Espíritu Santo, sino también dando el Espíritu Santo o
transmitiendo el Espíritu Santo a quien se acerca a ella.
 
Segundo: la exclamación de Isabel: “Bendita tú entre todas las mujeres”.
Isabel, mujer de un sacerdote de los que ministraban en el Templo, estaba
inspirada de las Escrituras y conocía un pasaje que se escapa para nosotros.
Este se encuentra en Jueces 5, 24.
 
Tercero: el versículo 43 es esencial, «¿De dónde a mí, que la Madre de mi
Señor venga a visitarme?». La palabra Griega para designar a este Señor con
“S” (mayúscula) es Kyrios, que a su vez es el equivalente de Adonai en hebreo
y es la misma palabra que utiliza María en el versículo 46, para designar al
Dios de Israel. Por lo tanto, Isabel llena del Espíritu Santo - garantía de no
fallar-, llama a María “Madre de Adonai” o sea Madre de Dios.
 
Cuarto: en el versículo 48, María hace una profecía “En adelante todas las
generaciones me llamarán Bienaventurada”, esto es lo que hace la Iglesia:
llamar Bienaventurada a María por todas las generaciones.
 
Quinto: en el versículo 56 «María permaneció con ella unos tres meses y se
volvió a su casa». Dice el Libro 2 Samuel 6, 11 «El arca de Yahvé estuvo en
casa de Obededon de Gat tres meses y Yahvé bendijo a Obededon y a toda su
casa». San Lucas al decir que María se quedó tres meses en casa de Isabel,
pone a María en similitud con el Arca de la Alianza: María es el Arca de la
Nueva Alianza que lleva en su seno al Salvador de todas las edades.
 
Lucas 2, 25-35
En este capítulo, el evangelista nos muestra a Simeón profetizando en el día de
la Presentación del Niño en el Templo. Simeón de nuevo «lleno del Espíritu
Santo» -por donde pasa María todos se llenan de Espíritu Santo-, dice de
Jesús que «estará puesto para caída y levantamiento de muchos» y a María
que «una espada de dolor le atravesaría el pecho, para que sean manifestados
los pensamientos de muchos corazones».
 
Lucas 2, 51
“Bajó con ellos a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su Madre conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón”.
 
Este pequeño fragmento del Evangelio de San Lucas, nos habla, más que
ninguno, de la personalidad de María y de su relación con su Hijo.
“Guardaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. ¡Hermoso
corazón de María!, María una mujer de fina espiritualidad, una mujer de
contemplación, una mujer de detalles, una mujer enamorada de Dios y de su
Hijo, una mujer de gran profundidad y de gran silencio, que es donde habla
Dios. Jesús le estaba sometido. Jesús estaba bajo la Ley del cuarto
mandamiento «Honrar Padre y Madre» (Gál 4,4) y no podía transgredir la ley,
pues no podía pecar. Por lo tanto, Jesús honraba a su Padre Dios y a su madre
María. Si quieres imitar a Jesús, haz lo mismo: adora a DIOS y honra a María,
te aseguro que así le complaces.
 
Juan 2, 1-5
En este fragmento del Evangelio de San Juan se muestra de nuevo a María en
una nueva fase. María es la Mujer, que a pesar de la magnitud de su misión y
de la honra de ser la «Escogida de Dios», está atenta a las necesidades de los
hombres. Jesús le contesta a su Madre, que no ha llegado la hora de dar vino a
los hombres. El vino era signo de paz y alegría en el pueblo de Israel, también
se vertía al suelo como signo de arrepentimiento de los pecados (Ex 29, 40;
Núm 15,5); también el vino era signo de ser agradable a Dios al volver a
Él (Oseas 14, 8). La hora de Jesús se aclara en Marcos 14, 41, era la Pasión,
donde iba a dar el Vino Nuevo de su Sangre a los hombres que se
arrepintieran. Pero volvamos a Caná: en esta conversación espiritual entre
María y Jesús -pues solamente en el espíritu se puede leer este pasaje-, Jesús
le dice que aún no llega la hora definitiva, pero por petición de su Madre, va a
dar el primer signo de lo que sería definitivo en el Calvario. Por lo tanto el
primer milagro ocurre a petición de la Madre, ¿es una mujer como las demás?
 
Las palabras de María en este contexto constituyen el «Evangelio de María» y
son las únicas palabras dirigidas a los hombres: «Haced lo que Él les diga».
Quienes quieran agradar a María, deben hacer la voluntad de Jesús. María es
la mujer pendiente de las necesidades de los hombres para pedir por ellos a su
Hijo.
 
 Juan 19, 25
Para entender este capítulo -uno de los más interesantes e importantes
referente a María-, es necesario remontarnos a Génesis 3. En este capítulo el
Señor Dios le da la profecía a Eva de que “La descendencia de la mujer pisará
la cabeza de la serpiente y estará en guerra con sus seguidores”. Pues bien,
esta profecía se cumple al pie de la cruz.
 
En Juan 19, 26-27, Jesús entrega a María como Madre a Juan, y esto no es un
simple hecho de índole familiar, las palabras dichas por Jesús en la cruz tienen
valor redentor; pues Jesús está en la cruz, muriendo por asfixia, le falta el aire -
lo cual se convierte en lo más preciado para un moribundo en la cruz- y aún así
tiene que decir algo tan importante que hace el gran esfuerzo de hablar. Un
problema de índole familiar lo hubiera tratado antes, como lo hizo con Pedro el
Jueves Santo cuando le dijo “Al volver confirma a tus hermanos”.
 
La profecía Bíblica dice claramente que los descendientes de la mujer tendrían
el poder de pisar la cabeza de la serpiente. Esta mujer que habría de venir, es
sin lugar a dudas María; pues al pie de la cruz, los hombres, en Juan, reciben a
María como Madre. Aquí comienza el ciclo donde los «Hijos de la mujer»
lucharán con la serpiente antigua y la vencerán. El signo es el ser hijos de la
mujer, por esto Jesús, después de entregarle a María a Juan como hijo, dice:
«Todo se ha cumplido»; allí el desorden del Génesis quedó arreglado: la señal
de batalla dada es la maternidad de la mujer, o sea María. Las palabras
concluyentes de Juan nos dan la clave. Dice el Evangelio de San Juan 19, 27:
“Desde ese momento se la llevó a su casa”.
 
Hechos 1, 14
En el escenario encontramos la lista de los Apóstoles que estaban en continua
oración y San Lucas nos dice que junto a estos había un grupo de mujeres y
María.
 
Esto es tremendamente importante, ya que en el contexto Judío no se
mencionaba a las mujeres ni a los niños (es de recordar el caso de la
multiplicación de los panes donde había cinco mil hombres «sin contar a las
mujeres ni a los niños»). Siguiendo este patrón, la fuente que le contó a Lucas
la mañana de Pentecostés, mencionó a los Apóstoles y a un grupo de mujeres,
sin embargo, separa a la Madre de Jesús, con su nombre propio, lo cual da un
indicio del lugar de honra en que ya se tenía a la Madre de Cristo en la Iglesia
Primitiva.
 
Apocalipsis 12, 1-18
Al comienzo del versículo 1 nos dice que aparece una señal que es una mujer
en estado de gestación de un hijo varón. Esta figura ya la encontramos
en Isaías 7, 14 y se refiere concretamente a María que es la señal del primer
advenimiento de Jesús; luego, con esta precedencia Bíblica, podemos
entender que esta señal en Apocalipsis 12 se refiere también a María, como
señal del segundo advenimiento de Cristo.
 
En los versículos del 13 al 18, se nos habla de nuevo del monstruo en
persecución de la mujer, lo cual nos recuerda la “enemistad entre ti y la mujer”,
del Génesis. Nunca como en nuestros días se le había hecho la guerra a la
Madre del Salvador, lo cual concuerda con esta profecía.
 
También se nos dice que al no poder hacer nada a la mujer, se lanzará contra
los hijos de la mujer (cf. Jn 19,25), o sea, el demonio está en lucha contra los
hijos de la mujer (de María), pues sabe que ellos tienen poder para derrotarlo.
 
Aquí vemos la importancia de esta mujer, orgullo de la raza humana en el plan
de la Salvación, desde el Génesis hasta el Apocalipsis… y yo me pregunto,
hermano o hermana que lees esta corta reflexión: ¿Es María una mujer como
cualquier otra?… Deja que el Espíritu te hable al corazón.
 
El Padre la escogió (Lucas 1, 30),
el Hijo tomo carne en sus entrañas (Juan 1, 14)
y el Espíritu Santo encarnó al Hijo de Dios
en su vientre y la cubrió con su sombra (Lucas 1, 35).
 
PRÁCTICA
 
Hacer una Lectio Divina, escrita, del pasaje de la anunciación. Compartirla en
el siguiente encuentro de la preparación.
 

[1] Exhortación Apostólica Marialis Cultus, 30.

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