Ciencia Del Derecho 1871 PDF

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ESTADO ACTUAL

DE LA

CIENCIA DEL DERECHO


CONFERENCIA DADA EN EL ATENEO DE MADRID
el Miércoles 22 de Noviembre de 1878, por el

EXCMO. SR. D. ANTONIO MARÍA FABIÉ


Consejero de Estado,

Y P U B L I C A D A EN LA

REVISTA GENERAL DE LEGISLACIÓN Y JURISPRUDENCIA

(Entrega de Enero de 1879.)

MADRID
IMPRENTA DE LA REVISTA DE LEGISLACION
Ro nda de Ato cha , núm. 15.

1879
ESTADO ACTUAL DE LA CIENCIA DEL DERECHO

Conferencia dada en el Ateneo de Madrid el Miércoles 22 de Noviembre de 1878.

Si todos los momentos de la historia son de transición, porque


cada uno de ellos es el resultado de una nueva determinación
de la idea, de una nueva manifestación del espíritu que obedece
á una ley ineludible de desenvolvimiento, que es la verdadera
razón del progreso; hay épocas en que todos los problemas de
la vida se plantean de nuevo, en que todas las opiniones se
manifiestan, y en que se ponen en tela de juicio hasta los prin-
cipios que han servido siempre de base, así al conocimiento
como á la vida, así á la ciencia como á la organización de las
sociedades humanas. Nadie puede desconocer que tales son
las condiciones y caracteres propios de nuestra época, y si
siempre se ha creído necesario que los que se dedican á los
nobles trabajos del espíritu, den á conocer el resultado de sus
vigilias y de sus esfuerzos, en la ocasión presente, y en los mo-
mentos actuales, es deber de todos los que se consagran al es-
tudio, contribuir en la medida de sus fuerzas al esclarecimiento
de los grandes problemas, á la determinación de las verdades
que han de servir de guia á la humanidad en el camino de su
progreso. Yo que en otro tiempo, cuando no pesaban sobre
mí los deberes que ahora pesan, he procurado en este mismo
sitio, y en distintas posiciones, desde esta cátedra, ó desde esos
escaños, terciar en las grandes y luminosas discusiones que
aquí han tenido lugar; ahora que las ocupaciones á que antes
he aludido, me impiden mezclarme en estas luchas de la inte-
ligencia, he querido contribuir, siquiera sea en una pequeñísi-
ma parte á los trabajos de esta corporación, dedicando una no-
che, aunque sin la preparación suficiente, á uno de los asuntos
más arduos, y al propio tiempo más debatidos que agitan en el
momento actual todos los ánimos.
Muchas y graves son las dificultades que se me ofrecen para
tratar este punto. Es la primera la angustia del tiempo, por-
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que para dar alguna noticia, aunque breve, del estado actual
de la ciencia jurídica, no una, sino muchas noches serian me-
nester, aun suponiendo que yo tuviese la suficiencia necesaria
para comprender el tema en toda su inmensa extensión y en
sus múltiples ramificaciones.
Hay además otra dificultad que nace del fondo mismo del
asunto, y esta dificultad consiste en lo indeterminado y vago
del concepto del derecho, en la región ideal en que á mí me-
cumple tratarlo esta noche. Cada escuela, y aun dentro de ca-
da escuela, cada pensador tiene un concepto distinto de esta
ciencia, y como mi objeto no es hacer una exposición dogmá-
tica de ella, siquiera fuese rápida, sino indicar aunque ligera-
mente cómo la exponen los distintos pensadores y escuelas; de-
aquí que no empiece como al parecer sería lógico, dando una
idea exacta, determinada y completa de la noción ó concepto
del derecho.
Para obviar esta dificultad , y entrando desde luego en la
materia de esta disertación, empezaré por apuntar, que cual-
quiera que sea la noción ó idea que las distintas escuelas
y los diversos escritores tengan acerca del derecho, ello es lo
cierto, que desde las más remotas edades hay un sentimiento
profundo en el espíritu humano, hay una tendencia irresisti-
ble en virtud de la cual todos convienen en que las relaciones-
de los individuos entre sí y con los que les sirven de conduc-
tores ó jefes y las relaciones mutuas que entre los pueblos exis-
ten, forman un todo sujeto á leyes, sujeto á reglas, cuyo
conjunto es, y no puede menos de ser, lo que en general pode-
mos llamar el derecho. Después, si tengo lugar para ello, de-
terminaré lo que en mi sentir debe entenderse por la ciencia
del derecho: por ahora bástame sólo con esta indicación para
entrar desde luego en materia.
Como ya he dicho, estamos en un momento histórico en
que todas las tendencias, todos los sistemas aparecen y se ma-
nifiestan brillantemente, y tienen egregios representantes en
el seno de todas las ciencias. Esto, que en todas ellas pasa, no
podia menos de acontecer, y acontece en efecto, en la ciencia
pel derecho.
La escuela teológica, que tiene entre nosotros tan ilustre
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abolengo, sintetizada, por decirlo así, en la doctrina de Santo
Tomás, ostenta hoy una exuberancia de vida que hace indis-
pensable colocarla entre las escuelas que más se agitan, influ-
yendo en el movimiento científico de la humanidad. La doctri-
na escolástica, que en materia de derecho tuvo entre nosotros
expositores tan ilustres como Soto y Suarez, el primero en su
obra de De justitia et jure y el segundo en la titulada De legibus
ac Deo legislatore, cuenta hoy en España, y fuera de ella, con
ilustres representantes. Fuera de España, como la filosofía es-
colástica , si bien en mi-concepto no es la filosofía en general
al fin es una filosofía, tiene soluciones para todos y cada uno
de los problemas de la ciencia , ésta escuela, siguiendo el ca-
mino del más glorioso de sus maestros, Santo Tomás de Aqui-
no, que comprendió en La Summa todo el saber de su tiempo,
presenta en él nuestro obras como la de G. Sanseverino, que
son un bosquejo de enciclopedia, en que se exponen las claves
y fundamentos para la solución de todos los problemas cientí-
ficos, y además ha producido tratados especiales como los de
Prisco y Liberattore en que se examinan exprofeso y particu-
larmente las cuestiones relativas á la ciencia del derecho.
Entre nosotros, un pensador profundo de esa escuela, así
en sus Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás, como en
varios opúsculos, ha dado su criterio y su manera de ver en
estas cuestiones: aludo al ilustre P. Fr. Zeferino González,,
honra de nuestra patria , y á quien no deben negarse grandes
alabanzas, aun por los que no sean de su sentir en materias filo-
sóficas.
El concepto del derecho en esta escuela es consecuencia
de su supremo y superior principio, y como no puedo descen-
der á pormenores me limitaré á decir que las soluciones que
en esta materia expone son lógicas, son naturales, son senci-
llas, dado el principio en que se apoya. El título sólo de la
obra de Suarez es, por decirlo así, la norma, la síntesis de to-
das las soluciones jurídicas de esta escuela. La Providencia,
Dios, es el Supremo legislador: la sociedad humana marcha
en virtud de leyes dictadas por él, desde que creó al hombre,
y llegarán con su poder y eficacia hasta la consumación de
los siglos.
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Suarez mantiene la definición del derecho dada por San
Agustín, que, en su obra contra Faustino, cap. XXVII, dice :
«Lex est ratio divina vel voluntas Dei ordinem naturalem con-
servari jubens et perturban vetans,» definición profunda y ex-
tensa, pues no sólo comprende la conservación del orden en la
humanidad, sino en toda la esfera de lo exterior ó sensible,
presentando además el derecho, que es la ley eterna como pro-
ducto de la razón y de la voluntad divinas; es decir, como deter-
minación de la idea que es al mismo tiempo conocimiento y
fuerza, esto es, energía, según la expresión de Aristóteles.
Por otra parte, como uno de los atributos esenciales de Dios
es la personalidad, la escuela teológica le considera como pro-
videncia que directamente interviene en la marcha del mundo,
y en especial en la de las sociedades humanas, á las que reve-
la las verdades que deben servirle de guía; y, como la institu-
ción encargada de trasmitir á los hombres la revelación es la
Iglesia, de aquí que ésta tenga la misión actual, esto es, con-
tinua de fijar los principios sobrenaturales en que debe des-
cansar el orden humano en la vida terrestre, preparación y
camino para la eterna, donde el hombre puede únicamente al-
canzar sus verdaderos fines.
Por interesantes que sean las doctrinas de esta escuela, me
limito sobre ella á estas indicaciones con el objeto de exten-
derme algún tanto respecto á otras que han tenido y tienen
mayor eficacia en el movimiento activo de la ciencia en los
tiempos modernos.
Paso á exponer la teoría individualista, la cual tiene una
grande importancia, porque ha producido uno de los movimien-
tos políticos más trascendentales, y al par más fecundos de
que en mi concepto ha quedado rastro en la historia. Esta es-
cuela tiene por carácter peculiar y distintivo el poner en los in-
dividuos el fin del derecho. Como todas las escuelas filosóficas,
arranca de la más remota antigüedad, pero no ha tenido sus
desenvolvimientos propios y fecundos hasta tiempos muy cer-
canos al nuestro, y han sido en gran parte debidos á necesida-
des históricas y sociales de primer orden. En la edad antigua,
el hombre estaba, como se sabe, absorbido en el Estado, la
edad media y, el espíritu germánico tienden á emanciparle,
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pero no se podía lograr, y no se logró en efecto descender de
aquella especie de conjunto panteístico á la realidad individual
sin fundar las instituciones jurídicas, en la noción, en la idea
corporativa. El hombre en la edad media llegó á tener un valor
propio que no habia alcanzado en los tiempos antiguos; pero lo
tuvo, no como individuo, sino como miembro de una corpora-
ción, y los que no formaban parte de estos organismos sociales
estaban tan fuera del movimiento y de la vida, eran tan extra-
ños á la acción del derecho, que casi podia decirse que no se
realizaba ni llegaba á determinarse en ellos la noción de la per-
sonalidad humana, y formaban parte de la propiedad de esas
mismas corporaciones ó de individuos privilegiados.
Cuando las últimas y más humildes clases de los estados
europeos lograron sacudir el yugo que sobre ellas pesaba, en
virtud de esta organización que, bajo otros aspectos, era fe-
cundísima, llegó á crearse un poder unitario, absorbente ex-
clusivo, que con el apoyo de las clases recien emancipadas del
yugo feudal, dió nacimiento en Europa á las monarquías ab-
solutas.
En este estado las cosas llega el siglo XVIII; las necesida-
des de la civilización y del progreso en el orden material y al
propio tiempo las ideas filosóficas, concurren á producir el
movimiento que antes he indicado, y que es uno de los más
trascendentales y graves que han tenido lugar en la historia
de la humanidad. Pensadores que no obraron de una manera
sistemática, hombres que no se puede decir que fueran verda-
deros filósofos, escritores que no se dedicaron á construir nin-
gún ramo especial de la ciencia en el sentido metafísico de
esta palabra, fueron los que por una especie de intuición arro-
jaron á los vientos de la publicidad los primeros gérmenes de
esta doctrina. Tuvo, sin embargo, un principio de sistematiza-
ción en el Pacto social de Rousseau, en el cual se presupone,
aunque no se diga, el valor absoluto de los individuos. Esta
manifestación del espíritu humano tan importante y trascen-
dental, fué recogida por la ciencia, formó parte de ella, entró
dentro de un sistema, y este sistema fué la doctrina kantiana.
La metafísica de Kant nada tiene de común con este movi-
miento puramente espontáneo de los escritores franceses, ar-
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ranca del movimiento cartesiano, está influida por las doctri-
nas de Bacon, y procede inmediatamente de Leibnitz y de sus
discípulos alemanes; pero por una circunstancia que á prime-
ra vista debe maravillarnos, y que sin embargo se explica de
un modo satisfactorio en el orden científico, por más que no
sea ocasión esta de hacerlo; la metafísica de este profundo
filósofo, que llega al predominio de la razón pura, que da
como categorías universales de la ciencia los conceptos abso-
lutos de la razón que existen en cada individuo, se armoniza-
ba de una manera admirable con la noción de la personali-
dad individual y jurídica que formaba la base metafísica de
la doctrina pactista de los franceses.
Y por más que se haya dicho, y sea en efecto sostenible, que
hay un abismo casi infranqueable entre la metafísica de Kant,
ó sea su «Crítica de la razón pura» y su «Crítica de la razón
práctica,» no es esto tan exacto ni tan absoluto que no exis-
tan entre ambas las más íntimas relaciones. Por eso en todas
sus obras que arrancan del punto de vista ético ó moral, se
observa que predomina el carácter individualista. Este carác-
ter se refleja de una manera más peculiar todavía y más con-
creta en su definición del derecho. Todos sabéis que para él,
el derecho no es otra cosa que la limitación de la libertad de
cada individuo para que puedan coexistir las libertades de todos
los individuos, pues tal y no otro es el sentido de la fórmula
Kantiana que literalmente dice así: «El derecho es el conjunto
de condiciones mediante las cuales el libre arbitrio del uno,
puede conciliarse con el libre arbitrio del otro, conforme á una
ley general de la libertad», Kant deduce de aquí que el prin-
cipio general del derecho se puede expresar en estos términos:
«Obrad exteriormente de tal manera, que el libre ejercicio de
vuestra voluntad pueda ser compatible con la libertad de todos
Conforme á una ley general». Estas definiciones bastan en mi
sentir para hacer la crítica de esta doctrina, pues desde luego
se echa de ver en ellas que queda indeterminada y vaga la idea
del derecho, que debe consistir esencialmente en la ley general
ó universal á que han de ajustarse las acciones externas para
lograr el resultado de que sea compatible el ejercicio de la vo-
luntad de todos los individuos, y nada nos dice Kant acerca de
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la naturaleza y carácter de esa ley, al menos en esta esfera de
su sistema. Además, este concepto del Derecho, es puramente
negativo; nada se afirma en él, nada se dice, ni de la natura-
leza íntima de la personalidad humana, ni de los límites pro-
pios, necesarios y precisos de la esfera de acción de esa misma
personalidad. A pesar de ser tan obvia esta parte negativa por
decirlo así, de la definición del Derecho de Kant, á pesar de lo
poco que debe satisfacer la inteligencia, no conozco una defi-
nición ni una escuela que hayan tenido mayor trascendencia
en el mundo, y en la realidad de los hechos.
Con conciencia ó sin ella, todo lo que se ha llamado, y en
mi entender, si no hemos de introducir una lamentable confu-
sión en la esfera de la ciencia, debe seguir llamándose, escuela
liberal, tiene su arranque, su fundamento, sus bases capitales,
y hasta sus desenvolvimientos más importantes dentro del
concepto que da Kant de la ciencia y de la naturaleza del De-
recho; y con valor innegable, ha habido y aun existen pensa-
dores que llevan desde la cúspide de este principio sus conse-
cuencias hasta los últimos límites de la realidad y de la prác-
tica.
En virtud de ésto, se verifica hoy á nuestros ojos, el fenó-
meno social de mayor trascendencia que puede imaginarse; á
causa esto, la moderna sociedad europea ha llegado á un esta-
do de verdadera pulverización, pues se encuentran frente á
frente en todas las naciones cultas de Europa, el Estado dotado
de facultades y de medios más ó menos amplios, y la masa in-
forme, inorgánica é indeterminada de los individuos. Justa-
mente el haber llegado á este momento y período, es uno de
los síntomas más claros, más evidentes, en mi sentir, de que
así como en el mundo de la ciencia se ha operado ya una ver-
dadera crisis, una reacción que yo entiendo saludable, esa
misma crisis benéfica, esa misma saludable reacción, habrá de
operarse tambien en el mundo de la realidad y de los hechos.
No se entienda por esto que yo soy de aquellos que estiman
que no es fin del derecho el individuo; al contrario, como lue-
go diré, la solución del problema del derecho, está, á mi en-
tender, en conciliar el fin de la unidad concreta y real de la
humanidad en sus varias manifestaciones con el fin legítimo,
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verdadero, positivo y real de todos y de cada uno de los indi-
viduos. Pero es indispensable no perder de vista este doble
carácter, este doble fin del derecho, si no hemos de llegar a las
conclusiones más absurdas.
Por más que en el mundo de la ciencia no haya tenido
nunca una grande importancia, la verdad es que la tuvo en-
tre nosotros una escuela, que allí donde nació no se consideró
nunca sino como disidencia de otra escuela más capital é im-
portante : aludo al krausismo, doctrina filosófica que antes de
haber sido importada en España por un pensador profundo,
cuya pérdida debemos deplorar, habia sido conocida entre
nosotros por su doctrina de derecho. Discípulo de esta escuela
era Ahrens, y allá por los años de 40, antes de que el Sr. Sanz
del Rio hubiese vuelto de Alemania con sus novedades filosó-
ficas , se habia ya traducido al castellano la primera edición
del libro de Ahrens, Sobre la filosofía del Derecho. Esta filosofía
del Derecho, como hija del sistema á que antes he aludido,
peca, en mi sentir, por el extremo contrario al individualismo.
Su verdadera y genuina tendencia es á la absorción del indi-
viduo en los organismos que en ella se supone que son indis-
pensables para la realización del derecho, ó lo que es lo mis-
mo para la formación de «el conjunto orgánico de condiciones
libres (esto es, dependientes de la voluntad) necesaria para la
realización del fin humano de cada uno de los individuos,»
definición que tiene sobre la de Kant la ventaja de su carácter
positivo, pero que en realidad no satisface mucho más que
ella las necesidades especulativas ; sin embargo, desde el año
de 1839, en que apareció la obra de Ahrens, hasta el 68, en que
vio la luz su última edición, el autor procuró completar su
trabajo, poniendo de manifiesto el carácter ideal del Derecho y
su intimo enlace con las demás esferas del espíritu.
El individualismo filosófico y el sistema que consiste en con-
siderar como objeto y fin del Derecho la humanidad en su con-
junto, han inspirado los numerosos escritos, y han determinado
la acción de gran número de pensadores y de políticos , de los
que es imposible referir ni las doctrinas, ni aun siquiera los
nombres en una exposición tan rápida como necesariamente
ha de ser la que hacemos en la ocasión presente.
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En medio del desarrollo, de la contradicción y de la lucha
que durante los primeros años del siglo actual tuvieron en
Europa los distintos sistemas filosóficos, surgió, como no podia
menos de surgir un período de duda, de indeterminación, ne-
gativo en el terreno de la ciencia por antonomasia, de la úni-
ca y verdadera ciencia, de la Metasífica: y como reacción con-
tra aquella exhuberancia de movimiento científico que habia
tenido lugar á fines del siglo anterior y principios del presen-
te en varias naciones, y principalmente en Alemania y Fran-
cia, apareció una tendencia que podemos llamar práctica y con
más propiedad empírica. No he de negar que esta tendencia
es la que en la actualidad se ostenta con mayor vigor, con ma-
yor eficacia, con mayor actividad en todas las esferas del co-
nocimiento, y claro está que teniendo este vigor y esta activi-
dad en todas las esferas de la ciencia no puede dejar de tener-
la en la ciencia del Derecho, y por cierto que es digno de
atención todo lo que se refiere á sus principios ó categorías
generales, y las llamo así para darles algún nombre, porque
esta tendencia, que no puede recibir el nombre de sistema,
consiste esencialmente en la negación de todo principio abs-
tracto, de toda noción á priori.
Infinitas son las manifestaciones de este nuevo espíritu
científico, pues pueden referirse á él desde la manera de ver en
orden al derecho de la escuela histórica representada por Sa-
vigny y Niebhur hasta las teorías de la ciencia social de Hebert-
Spencer, y de todos los partidarios más ó menos absolutos de
la doctrina evolucionista.
Tiene Francia la indudable gloria de haber dado el sér al
hombre que primero trató de sistematizar esto que ha venido á
tomar el nombre de filosofía positiva. Augusto Comte pasará
sin duda alguna á la posteridad como el fundador y principal
apóstol de la doctrina positivista, y sin embargo (¡cosa digna de
especial estudio!), este filósofo pierde completamente de vista
sus tendencias, sus principios, sus doctrinas, su dialéctica; y
crea de una manera no ya arbitraria, no ya puramente metafí-
sica, sino en mi concepto convencional y fantástica la ciencia del
Derecho. Tanto es así, que á pesar de denominarse su obra ca-
pital en esta materia «Política positiva», esa política es la mé-
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nos positiva, la más abstracta, la más incomprensible, la más
vaga y quimérica de cuantas utopias ha concebido la mente de
los pensadores desde Platón hasta Cabet.
Pertenece á esta misma escuela una inteligencia potentí-
sima, un hombre de mérito innegable, un escritor que ha pro-
ducido grande efecto, y que ha tenido un eco extraordinario
en todas las naciones de la Europa occidental: Stuart Mill.
No es este pensador discípulo directo de Comte, pero aparte
de sus relaciones personales con él, los principios de su sistema
en la doctrina de Comte tienen su fundamento. Pues bien, este
filósofo que entre otras obras escribió un tratado de lógica
en que se desenvuelven con gran rigor los principios de la es-
cuela positivista, cuyo verdadero precursor fué Bacon, cuando
llega á tratar de esta materia abandona completamente sus
nociones de método, y sus reglas de dialéctica, y precede en
la creación de sus teorías y en la exposición de su doctrina de la
manera abstracta, de la manera puramente caprichosa que han
procedido la mayor parte de los escritores que han tratado de
las ciencia social; la complexidad de los datos que el problema
de la vida del espíritu comprende es de tal índole, que es im-
posible someterlos por más que se diga á las reglas sencillas
de la lógica inductiva. Jamás en mi concepto llegaría á crear-
se una ciencia del derecho ni á exponerse ninguna de las ra-
mas de la ciencia social, procediendo por vía de observación,
y empleando el método inductivo.
Por esto el legislador más completo de esta dialéctica el
mismo Stuart Mill no la emplea al examinar el problema jurídi-
co, y sentando como base de su elucubración la libertad como
concepto unilateral y abstracto, y por lo tanto, esencialmente
negativo, construye sobre él su doctrina jurídica siguiendo el
procedimiento deductivo que, según él mismo reconoce, es el
único aplicable y que puede dar resultados en las ciencias que
tienen por objeto, según su expresión, los complicados fenóme-
nos sociales.
No obstante esto, ha habido varios eminentes pensadores
que han emprendido esa tarea, y que sin calcular antes los
absurdos que desde luego habian de resultar de las generali-
zaciones incompletas, de las observaciones mancas, de las le-
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yes que no eran tales, sino sólo hipótesis aventuradísimas, sin
arredrarse ante una observación que distaba de la totalidad de
los fenómenos observables tanto como el punto matemático
dista de la inmensidad del espacio, ha habido, repito, varios es-
critores que han emprendido la tarea de crear la ciencia del
derecho ó algún ramo de la ciencia social, siguiendo las pres-
cripciones y reglas de la filosofía positiva. No citaré sino dos
ó tres de los más importantes escritores de esta escuela, ha-
ciéndoles de paso la justicia que yo creo que merecen.
Uno de ellos es el famoso Henry Thomas Buckle, que, en
mi concepto, es quien con mayor lógica ha aplicado estos pro-
cedimientos, y el que con ellos ha obtenido mayores resulta-
dos. La parte de su trabajo hasta ahora dado á luz (y no se pu-
blicará todo porque este filósofo ha muerto), no es más que la
introducción de la obra asombrosa que habia concebido, obra tan
vasta, que no hubiera podido llevarla á feliz término aunque se
hubiera prolongado su existencia muchos años, pero en esa in-
troducción está completo su pensamiento, que ya expone des-
el primer capítulo en los siguientes términos :
«Yo espero realizar en la historia del hombre algo equiva-
lente ó al ménos análogo á lo que han hecho otros investiga-
dores en las diferentes ramas de las ciencias naturales. Por lo
que respecta á la naturaleza, se han explicado los sucesos más
irregulares y caprichosos en apariencia, y se ha demostrado
que eran conformes á ciertas leyes fijas y universales. Esto se
ha hecho, porque hombres hábiles y especialmente pensadores
persistentes é infatigables han estudiado los hechos de la natu-
raleza con el fin de descubrir su regularidad, y si los aconteci-
mientos humanos se sometieran á un, procedimiento semejante, te-
nemos derecho á esperar que se alcanzarían los mismos resulta-
dos. Es evidente, en efecto, que los que afirman que los he-
chos históricos no son susceptibles de generalización conside-
ran juzgada y resuelta la cuestión que precisamente está en
litigio.»
Aplicando con rigor lógico el método inductivo otro pensa-
dor de la misma nación ha escrito un libro en que la doctrina
empírica se profesa y se aplica sin ningún género de atenua-
ciones. Este libro se titula La civilización primitiva, y su au-
— 12 —
tor, Mr. Edward B. Tylor, manifiesta desde luego su pensamien-
to en el siguiente epígrafe que, tomado de De Brosses, pone á
su obra. «No en las meras probabilidades, sino en el hombre
mismo es donde conviene estudiar el hombre, no se trata de ima-
ginar lo que hubiera podido ó debido hacer, sino de examinar
lo que ha hecho,» y haciendo aplicación de este dogma en lo
que á la moral y al derecho se refiere, dice, respecto á la pri-
mera, que comprende como esfera particular suya al segundo.
«No debemos tampoco apartarnos de estos principios en el es-
tudio científico de la moral. Importa primero analizar los sis-
temas de moral desde el período más salvaje, y clasificar des-
pués estos sistemas conforme á sus fases de evolución, no fun-
dándose, como hoy generalmente se hace, en algunas fases
morales particulares, que se insiste en presentar, como consti-
tuyendo la moral universal; la ciencia de la moral aplicando
este método podrá llegar á la solución de un problema tan viejo
como el mundo : el problema del bien y del mal.»
Tiene la ventaja esta escuela de que, cuando se siguen con
rigor lógico los procedimientos por ella misma preconizados,
no se corren los riesgos de dar por fundamento de la realidad
ideales imposibles, que muchas veces no son más que engen-
dros de la fantasía. Siguiendo, sin embargo, de una manera fiel
y exacta las prescripciones de su método, no será posible lle-
gar nunca á formar un verdadero cuerpo de doctrina; pero es
conveniente tener en cuenta los resultados principales que de
estas observaciones se deducen, para apreciar en su justo valor
las teorías formadas por el procedimiento deductivo, porque la
realidad es siempre la mejor piedra de toque de las concepciones
abstractas; por esto tienen un sentido verdaderamente científi-
co, y una eficacia práctica de que carecen la mayor parte de las
obras que acerca de estas materias ven actualmente la luz
pública en Europa, los libros que se inspiran en la doctrina
experimentalista.
Esos principios han informado, por ejemplo, la obra de
M. Taine sobre los Orígenes de la Francia contemporánea, pues
el autor dice casi en los mismos términos que Buckle: «Anti-
tiguo régimen, revolución, régimen nuevo; voy á intentar
describir estos tres estados con exactitud. Me atrevo á decla-
— 13 —
rar que no tengo otro objeto: se permitirá á un historiador
proceder como un naturalista; me coloco ante mi asunto
como ante las metamorfosis de un insecto. Por otra parte el
acontecimiento por sí mismo es tan interesante que merece
la pena de ser observado en sí mismo, y no se necesita nin-
gún esfuerzo para excluir los prejuicios. Libre de toda idea
preconcebida, la curiosidad se hace científica y se dirige toda
entera á la contemplación de las fuerzas íntimas que diri-
gen la admirable operación. » Análogas tendencias se reve-
lan en los últimos escritos de Renan, y no es de admirar que el
resultado de las investigaciones de ambos sean la demostra-
ción más evidente del carácter meramente destructor y nega-
tivo de la revolución francesa, realización práctica de una filo-
sofía unilateral y abstracta que no pudiendo abarcar en sus
conceptos parciales y fraccionarios la realidad, sólo fué pode-
rosa á poner de manifiesto lo que en ella habia de negativo,
con lo cual contribuyó á la destrucción de sus elementos fe-
cundos y vivideros, que luego han aparecido por tiempos en
forma de reacción y de protesta, porque no era posible des-
truirlos, siendo como son esenciales y necesarios para la exis-
tencia de las naciones y de los individuos.
Al lado de esta escuela existe otra que en realidad carece
de carácter determinado y concreto, pero que en mi sentir
tiene principalmente su arranque y punto de partida en el sis-
tema filosófico más trascendental y de más consecuencias que
se ha concebido en los tiempos modernos y en la creación meta-
física más alta que ha cabido en el entendimiento humano
desde Aristóteles hasta nuestros dias.
Las obras que tratan de la filosofía del derecho y que no
pueden comprenderse de un modo preciso dentro de ninguna
escuela, han tenido y tienen principalmente en Alemania ver-
dadera importancia, porque habiendo servido de texto en las
Universidades, sus teorías se han difundido de un modo nota-
ble entre las personas que alcanzan un grado de cultura inte-
lectual superior al ordinario. Uno de los libros más notables
de esta índole es el Manual del derecho natural de Gros, que si
bien inspirado respecto á su doctrina fundamental en la teoría
jurídica de Kant, sigue en los resultados parciales la de Fichte;
como el filósofo de Kœnisberg, Gros hace consistir el derecho
— 14 —
en la coexistencia de las libertades individuales, ó lo que es lo
mismo, en la limitación de las manifestaciones de la libertad
de cada uno por las manifestaciones de la libertad de los otros.
Es muy difícil, por consiguiente , dar una idea cabal de
esta parte del movimiento de la ciencia del Derecho, porque
no constituyendo escuela determinada y concreta, era menes-
ter examinar estas obras de una manera individual, exponien-
do el concepto del derecho según lo considera cada uno de éstos
pensadores. En la imposibilidad de hacerlo con todos además
de lo indicado respecto á Gros y su Manual, voy á dedicar algu-
nas palabras á dos escritores que me parecen de grandísima im-
portancia, y que tal vez sean los que la tengan mayor en estos
momentos: me refiero á Rodolfo von Jhering y á M. Bluntschli.
El primero es un profesor de Derecho que ha dado sus lec-
ciones en varias Universidades alemanas y que habiéndose de-
dicado al estudio del Derecho romano, ha escrito una obra que
es clásica en la materia; pero remontándose sobre las conside-
raciones concretas del estudio de las instituciones de aquél pue-
blo, influido por la metafísica de la escuela hegeliana, se ha ele-
vado á conceptos que son de indudable trascendencia, y que
forman una verdadera filosofía del Derecho. Breve, muy breve
es el libro que ha publicado, y que más ha llamado la atención
del mundo científico, aunque se dice que fué escrito bajo la
inspiración del Canciller Principe de Bismark para justificar su
política invasora, y hasta tiene un título que parece debia qui-
tarle todo valor científico. Este libro se denomina La lucha por
el Derecho, y revela una tendencia práctica que se funda en los
principios de la dialéctica hegeliana.
Según este autor, el Derecho no puede realizarse sin la
contradicción y sin la lucha, y sostiene que la lucha es un de-
ber de indispensable cumplimiento así para los individuos como
para los pueblos, si han de cumplir sus propios y peculiares
fines, es decir, en la esfera de la vida individual los fines indi-
viduales y en las otras esferas los fines sociales, para llegar al
fin supremo y altísimo de la realización del Derecho, de la hu-
manidad entera.
El otro pensador que tiene tambien hoy una importancia
capital, es Bluntschli; el cual, si bien no establece de una
manera clara el desarrollo antitético de la idea del Derecho,
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y su realización en virtud de la contradicción y de la lucha,
sostiene principios fecundísimos, y que están dentro de esa
escuela general, de esa metafísica superior que en mi con-
cepto informa hoy todos los ramos del humano saber. Procede
sin embargo, de una manera algún tanto empírica, exhortando
á que no se pierda de vista el mundo de la realidad, al propio
tiempo que se elaboran los conceptos abstractos del derecho;
lo cual no puede menos de fundarse en la fórmula hegeliana
de que todo lo real es racional. Y con este criterio estudia las
instituciones jurídicas que ha establecido sucesivamente la hu-
manidad, á fin de cumplir su misión de realizar el derecho, ex-
poniendo además las condiciones que ha de reunir cada uno
de los diversos organismos jurídicos para el logro de sus pecu-
liares fines.
De todo lo dicho se deduce que es preciso fijar, prescin-
diendo de las doctrinas positivistas que son la negación de
toda noción concreta y general del derecho, la idea y concepto
de éste, para poder descubrir los verdaderos y anchos horizon-
tes de esta ciencia. Con este objeto hay que examinar en su
conjunto, es decir, en su sistemático desenvolvimiento la idea,
ya considerada como meramente abstracta, ya realizándose en
la esfera de la naturaleza, ya tomando conciencia de sí en la
región del espíritu.
De esta manera veremos que el derecho no es más que un
término del sistema que forma la totalidad de la ciencia;
una determinación de la idea absoluta que constituye, y es
la esencia de todo cuanto existe, así en el mundo de la reali-
dad material, como en el mundo del espíritu. El hombre es el
primer momento del espíritu que vive en la naturaleza, donde
se manifiesta como espíritu individual, en este primer mo-
mento tiene condiciones y tiene fines propios, y estas condi-
ciones y estos fines propios son su derecho. Pero el espíritu
no sólo se manifiesta de una manera individual en la esfera de
la naturaleza, se manifiesta tambien formando séres colecti-
vos, formando asociaciones que son el segundo de los momen-
tos de la manifestación del espíritu, y que tienen tambien sus
condiciones y sus fines propios; la determinación de estas con-
diciones y de estos fines, es lo que constituye, y no puede me-
nos de constituir el derecho de las sociedades.
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Por último, la Humanidad en su conjunto, no solamente en
el momento actual sino en todos los momentos de su existen-
cia, así en el pasado que nos revela la Historia como en el por-
venir á que puede extenderse la mirada de la especulación,
constituye la manifestación más alta del espíritu en la esfera
de la naturaleza. Las condiciones, fines y medios propios y pe-
culiares de esta gran manifestación del espíritu es lo que cons-
tituye el Derecho general, ó el Derecho de la Humanidad que
debe ser el fin último, y el verdadero objeto de la ciencia del
derecho.
En resumen; no es el derecho, la ley que preside á todas
las manifestaciones de la idea, como han pretendido algunas es-
cuelas, sino meramente la ley que preside, rige y gobierna las
manifestaciones del espíritu tal como aparece y se desenvuelve
en la esfera de la naturaleza, ó lo que es lo mismo, el derecho
es la norma y canon que preside y regula la existencia de la
humanidad; y por tanto, al fin propio y peculiar de ésta, que
es realizar en la vida las determinaciones del espíritu, están su-
bordinados los derechos de las sociedades particulares, ó sea el
derecho de los pueblos ó naciones, y al de éstas el de los indi-
viduos; pero como estos derechos no son entre sí incompati-
bles, sino que por el contrario se suponen mutuamente, de aquí
que formen tres esferas; la del derecho humano que comprende
la del derecho particular de los pueblos la cual á su vez com-
prende la de los derechos individuales, pero no debe olvidarse
que siendo la naturaleza el campo propio de lo accidental, el
espíritu que en ella vive no puede sustraerse á los accidentes,
y en virtud de ellos surgen conflictos entre las diversas esfe-
ras del derecho, y en estos conflictos tienen que ceder y ceden,
como la historia lo demuestra, las esferas inferior á la superior
que la comprende y que les da su valor propio. Por eso no sólo
vemos que en la lucha de la vida los individuos sucumben,
siendo la muerte condición necesaria de la existencia del ser
colectivo, sino que tambien desaparecen los pueblos, cuando
cumplida su misión histórica se convierten en obstáculos para
la realización del desenvolvimiento humano.

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